El Breve compendio de todo lo que debe saber y entender el cristiano: Una doctrina cristiana del siglo XVIII en lengua otomí

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El Breve compendio de todo lo que debe saber y entender el cristiano: Una doctrina cristiana del siglo XVIII en lengua otomí

David Charles Wright Carr Universidad de Guanajuato

Estudio introductorio del libro: Antonio de Guadalupe Ramírez, Breve compendio de todo lo que debe saber y entender el cristiano para poder lograr, ver, conocer y gozar de Dios nuestro señor en el cielo eternamente, dispuesto en lengua otomí y construido literalmente en la lengua castellana, facsímil, Guanajuato, Ediciones La Rana, Instituto Estatal de la Cultura, 2016, pp. 13-35.

Introducción En 1785 salió de la Imprenta Nueva Madrileña, en la ciudad de México,1 un libro singular, con el título Breve compendio de todo lo que debe saber y entender el cristiano para poder lograr, ver, conocer y gozar de Dios nuestro señor en el cielo eternamente, dispuesto en lengua otomí y construido literalmente en la lengua castellana.2 La obra destaca a primera vista, por la calidad de la impresión y por los extraños caracteres empleados para representar los fonemas del idioma otomí.3 Su autor, fray Antonio de Guadalupe Ramírez, fue un misionero franciscano adscrito al Apostólico Colegio de Propaganda Fide en Pachuca. En la portada leemos que Ramírez,

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Sobre la Imprenta Nueva Madrileña, propiedad de los herederos del licenciado José de Jáuregui, véase Medina, 1907-1912: vol. 1, clxxxv-clxxxvi. 2 Ramírez, 1785. En los títulos, y en las citas de los textos antiguos, he modernizado la ortografía, la puntuación y el uso de cursivas, desatando las abreviaturas, para facilitar la lectura, pensando en los lectores que no sean especialistas en la historia y la filología novohispanas. En las referencias bibliográficas he respetado la forma original de los títulos y los nombres de personas e imprentas. 3 En el presente estudio usaré la palabra “otomí” para referirme al idioma del periodo Novohispano (hoy un conjunto

por decreto del venerable Concilio Provincial IV, expedido el día 17 de agosto de 1771, formó un catecismo breve en lengua otomí, el que (en la parte a que dieron lugar las incidencias del tiempo) fue visto, examinado y aprobado por los señores sinodales de dicho idioma, nombrados por el mismo venerable Concilio. Habiéndose tenido sobre la materia sesiones particulares en el Palacio Arzobispal, como consta en sus actas, en las que igualmente se acordó el que siempre que se diese a la estampa dicho catecismo, se incorporase en él el alfabeto de dicho idioma, para que se pudiese leer sin error.

Hurgando en las fuentes documentales que tratan de las obras novohispanas en lenguas indígenas, es posible encontrar datos complementarios sobre esta obra. En el presente estudio hablaré brevemente sobre los otomíes y los textos escritos en su lengua durante la época Novohispana, para que el lector tenga nociones del contexto más amplio del Breve compendio de Ramírez; luego contaré la historia de este texto, lo describiré y consignaré algunos datos sobre su recepción y la influencia que tuvo después de su publicación.

Los otomíes y la escritura Los otomíes son un grupo lingüístico con raíces milenarias en el Centro de México. En el momento de la Conquista este idioma se hablaba en los valles de México, Toluca, PueblaTlaxcala y el Mezquital; por migración habían fundado barrios y señoríos en Michoacán, en los márgenes del río Lerma y en la Sierra Madre Oriental. Después de la Conquista hubo una colonización otomí del Bajío y la Sierra Gorda. Los otomíes son parientes cercanos de los hablantes de las lenguas mazahua, matlatzinca y ocuilteco, cuyos territorios ancestrales se encuentran en el valle de Toluca y regiones aledañas. Todas estas lenguas descienden de una protolengua ancestral que se hablaba en el Centro de México hacia el tercer milenio antes de de idiomas estrechamente relacionados) y a las personas que lo hablaban. En tiempos recientes algunos hablantes del otomí han manifestado su preferencia por los gentilicios que actualmente usan para autonombrarse (por ejemplo, hñähñu en la variante del Valle del Mezquital), pero no hay un término que sea aceptable para todos los hablantes de las distintas variantes otomíes (véase Wright, 2005c).

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Cristo. Los grupos mencionados están emparentados, aunque más remotamente, con los rústicos cazadores y recolectores del Centro-Norte de México, hablantes de los idiomas pames y del chichimeco jonaz. La protolengua de toda esta familia, llamada otopame, se hablaba hacia el cuarto milenio antes de Cristo, cuando los habitantes de esta parte del continente estaban tomando los primeros pasos tentativos hacia la vida sedentaria y el cultivo de las plantas.4 Los nahuas, quienes en el momento de la Conquista se encontraban desparramados por buena parte de Mesoamérica, descienden de los antiguos habitantes del Occidente de México, donde se encuentran sus parientes lingüísticos más cercanos, hablantes de lenguas de la rama meridional de la familia yutonahua: huichol, cora, yaqui, mayo, tarahumara, tepecano y pápago. Es probable que sus migraciones hacia el Centro de México hayan empezado alrededor del tiempo de la caída de Teotihuacan, hacia principios del siglo VI después de Cristo, continuándose hasta el siglo XIII, cuando llegaron a esta región los nahuas que se autonombraban “aztecas”, entre ellos los fundadores de Tenochtitlan.5 De esta manera, los otomíes y los nahuas convivían en esta región durante varios siglos antes de la llegada de Hernán Cortés, formando una cultura esencialmente homogénea, aunque cada grupo conservó su idioma y su identidad étnica.6 Como parte de esta cultura plurilingüe los otomíes, los nahuas, los mixtecos y otros grupos compartían el mismo sistema de escritura pictórica, en el cual lo más usual era la expresión de las ideas mediante signos visuales que representaban aspectos de la realidad. La mayor parte de estos signos pictóricos podían ser leídos en cualquiera de los idiomas que participaban en la tradición cultural de esta región, aunque el sistema se prestaba para la creación de signos que expresaban palabras, morfemas o fonemas en alguna lengua específica, mediante los juegos de

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Hopkins, 1984; Wright, 1997b; 2005a. Valiñas, 2000; Wright, 2007a: 13-24. 6 Para un ejemplo de cómo los mismos conceptos culturales se expresaban en náhuatl y otomí, véase Wright, 2009a. 5

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homofonía. Así cada grupo lingüístico podía escribir elementos de sus propios idiomas dentro del lenguaje visual común.7 La llegada de los españoles produjo cambios profundos en la cultura de los nativos del Centro de México, incluyendo a los otomíes. Los miembros de la clase señorial indígena, los que cultivaban la sabiduría ancestral, entregaban sus hijos a los frailes para que éstos los educasen en el interior de sus conventos.8 La antigua escritura pictórica seguía usándose durante más de un siglo después de la caída de Tenochtitlan, pero fue eclipsado gradualmente por la escritura alfabética que introdujeron los misioneros. Los indígenas que egresaban de las escuelas conventuales sabían aprovechar los caracteres del alfabeto latino para escribir el castellano, el latín y sus lenguas ancestrales.9 Esta habilidad permitió a los gobernantes indígenas defender los derechos colectivos de sus pueblos en el sistema jurídico novohispano.10 Durante el periodo Novohispano Temprano, los gobernantes españoles intentaron imponer el uso del castellano entre los indígenas del Centro de México. Cuando se dieron cuenta de que esto era imposible, promovieron el uso de ciertas lenguas, especialmente el náhuatl, como “lenguas generales”, en un intento de simplificar el complicado panorama lingüístico de la región. La realidad se impuso, sin embargo, y la Corona tuvo que aceptar el uso de las lenguas nativas de cada pueblo, especialmente en el trabajo misionero.11 Los religiosos crearon un sistema ortográfico para representar el idioma otomí con los caracteres del alfabeto latino. Esto no fue sencillo, ya que el otomí cuenta con una variedad fonética mucho más amplia que la de las lenguas europeas, además de tener un sistema de tonos

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Marcus, 1992. Sobre el empleo de este sistema por los otomíes, véanse Wright, 1997a; 2005b; 2010. Gibson, 1964; Lockhart, 1992; Ricard, 1986. 9 León-Portilla, 1997. Sobre los manuscritos pictóricos, véanse Glass, 1964; 1975; Glass/Robertson, 1975. Sobre los manuscritos alfabéticos, véase Contreras, 1985-1986. 10 Jiménez, 2010; Ruiz, 2010. 11 Heath, 1992; Wright, 2007b; Zavala, 1996. 8

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cuya variación puede alterar los significados de las palabras. La solución fue ampliar el alfabeto mediante el uso de caracteres especiales y signos diacríticos, con los cuales se pudo representar la mayor parte de los fonemas del otomí, y en algunos casos el inventario completo, aunque generalmente no se marcaban los contrastes tonales.12 En el siglo XVI se elaboraron las primeras gramáticas y vocabularios de este idioma y a lo largo de la época Novohispana hubo una producción relativamente abundante de obras descriptivas.13 La escritura alfabética del otomí fue empleada por los misioneros y sus estudiantes indígenas para la enseñanza de la doctrina cristiana. También fue usada por los gobernantes otomíes para propósitos administrativos, jurídicos, epistolarios, históricos y literarios, especialmente en la antigua provincia de Jilotepec – en el Valle del Mezquital Occidental y el norte del actual estado de México–, con una extensión en el Bajío Oriental.14 Durante toda la época Novohispana se produjeron manuscritos religiosos en otomí, los cuales dan testimonio del trabajo misionero y de las variantes lingüísticas que se dieron a lo largo del tiempo y a través del espacio. Algunos documentos poseen cualidades estéticas sobresalientes, siendo herederos de la tradición de los escribanos medievales de Europa. Entre estos manuscritos hay manuales para la confesión, sermonarios, traducciones de evangelios y epístolas bíblicas, obras de filosofía cristiana, catecismos y otros géneros de textos religiosos. En el siglo XVI la mayor parte de estos textos fue elaborada por franciscanos –por supuesto con el apoyo de sus colaboradores indígenas– y algunos por agustinos. En el siglo XVII un grupo de amanuenses otomíes produjeron manuscritos religiosos en el colegio jesuita de Tepozotlán, bajo el cuidado

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Lastra, 1995; Wright, 2002; Zimmermann, 1997. Wright, 2005b: I, 409-418; 2006b. La mayor parte de estas obras circulaba en forma manuscrita y sigue inédita. Las obras que han sido impresas, incluyendo tanto las gramáticas como los vocabularios, son: Buelna (editor), 1893; Cárceres, 1907; Neve y Molina, 1767 (con varias ediciones posteriores); Urbano, 1990. Hay una edición en preparación del Vocabulario de otomí de 1640 que se custodia en la Biblioteca Nacional de México (Yolanda Lastra, comunicación personal, 2004); promete ser una herramienta valiosa para el estudio del otomí novohispano. 14 Christensen, 2002; Jiménez, 2010; Wright, 1997a; 2006b; 2010. 13

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del sacerdote florentino Horacio Carochi, quien hizo contribuciones importantes al estudio de las lenguas otomí y náhuatl. Hoy estos manuscritos están diseminados en las bibliotecas de varios países y están en espera de las atenciones de historiadores, lingüistas, filólogos y otros especialistas.15 Estudios preliminares han arrojado datos interesantes para profundizar en la historia de los otomíes, especialmente en los esfuerzos de la Iglesia por evangelizarlos y en su resistencia frente a estas imposiciones, fenómeno que se ha manifestado durante cinco siglos.16 En comparación con el náhuatl, hubo una escasa producción de libros impresos en otomí. Sólo conozco cuatro de la época Novohispana. El primero fue la Doctrina cristiana de Melchor de Vargas, prior del convento agustino de Actopan, en el oriente del Valle del Mezquital. Se trata de un catecismo en náhuatl, castellano y otomí, traducido por este fraile por órdenes del arzobispo de México Pedro Moya de Contreras y publicado en 1576.17 El segundo salió a luz en 1759: el Catecismo breve en lengua otomí del jesuita Francisco de Miranda, impreso en la ciudad de México.18 El tercero fue una gramática con un vocabulario: las Reglas de ortografía, diccionario y arte del idioma otomí de Luis de Neve y Molina, cuya primera edición se dio a luz en 1767. En su portada el autor es descrito como “catedrático propietario de dicho idioma en el Real y Pontificio Colegio Seminario, examinador sinodal e intérprete del Tribunal de Fe en el Provisorato de Indios de este Arzobispado y capellán del Hospital Real de esta Corte”.19 El cuarto libro en otomí fue el Breve compendio de todo lo que debe saber y entender el cristiano

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Véanse los catálogos de Contreras (1985-1986), García (1866), Pilling (1885) y Viñaza (1892), así como los estudios de Wright (2005b: I, 418-427; 2006b). Sobre el trabajo lingüístico de los sacerdotes de la Compañía de Jesús, véanse Jesuitas, 1927; León-Portilla, 1983; Schwaller, 1994. 16 Wright, 2006a; 2006b: 120-135; 2009b 17 Vargas (traductor), 1576. Hay un ejemplar, quizá el único que sobrevive, en la Colección Benson de la Universidad de Texas. Véase la descripción de García (1981: 276-277 [no. 79, lám. 98]). 18 Miranda, 1759. 19 A pesar de las impresionantes credenciales de Neve y Molina, su libro recibió la dura crítica de un culto hablante del otomí, en un manuscrito inédito conservado en la Biblioteca Newberry de Chicago; véase Wright, 2006b: 53-61.

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para poder lograr, ver, conocer y gozar de Dios nuestro señor en el cielo eternamente, de fray Antonio de Guadalupe Ramírez, impreso en 1785.

Génesis del catecismo de Ramírez El fraile carmelita Manuel Crisóstomo Nájera, un pionero de la filología mexicana en el siglo XIX,20 nos habla de una controversia provocada, a su juicio, por la diversidad lingüística entre las variantes regionales del otomí: “de aquí se originó la confusión en que en 1771 pusieron los lenguaraces a los padres del Cuarto Concilio Mexicano”. El franciscano Antonio de Guadalupe Ramírez criticó la traducción de la doctrina cristiana elaborada por Luis de Neve y Molina, “negándole la propiedad de muchas voces”. Según Nájera, los clérigos del Concilio “apelaron al juicio de un indio, que dio testimonio a favor del padre Ramírez, porque era al que mejor entendía”.21 Ramírez, por instrucciones del mismo Concilio, preparó un catecismo en otomí para la imprenta. Ramírez inventó un sistema ortográfico basado en el alfabeto latino, pero con caracteres especiales para representar los fonemas que no existían en el castellano. El volumen resultante es el Breve compendio de todo lo que debe saber y entender el cristiano. Para poder imprimir esta obra en la ciudad de México se tuvo que vaciar el tipo en la real corte de Madrid. Salió a luz en 1785.22

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Cifuentes, 1996; Guzmán, 1990. Náxera, 1984: xii, xiii, 132-134. Esta disertación fue leída en latín, en la Sociedad Filosófica Americana de Filadelfia, en 1834. Fue publicado en latín en 1835, en inglés el mismo año y en una edición bilingüe castellanolatín diez años después. 22 Hay menciones de una edición anterior del Breve compendio de Ramírez, impresa en la villa de Guadalupe en 1784 (Contreras, 1985-1986: 255-256, 793-794 [nos. 1594-1595]; Viñaza, 1892: 178, 179 [nos. 366, 368]). De haber existido, no parece que haya sido una edición oficial, ya que la censura, el parecer y las licencias que aparecen en la edición de 1785 están fechados en noviembre y diciembre de 1784, sin mencionar ninguna edición previa. Tal vez se trate de una prueba de imprenta para solicitar las autorizaciones mencionadas. 21

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Descripción del Breve compendio La obra de Antonio de Guadalupe Ramírez consta de 98 páginas más un anexo plegado.23 La portada y los textos preliminares ocupan 18 páginas que carecen de numeración. En el primer texto Ramírez explica cómo logró que se vaciara el tipo para esta obra en la Corte madrileña y nos informa que sigue “trabajando la segunda y tercera parte de la doctrina cristiana, que saldrá después a luz (con el favor de Dios nuestro señor) con un copioso vocabulario de dicho idioma”. Al parecer estas labores no dieron frutos, ya que no he podido hallar evidencia alguna de que tales textos se hayan publicado. Explica cómo se vio obligado a crear un nuevo catecismo otomí, por mandado del Concilio, ya que las versiones anteriores tenían problemas significativos. En seguida se incluyen varios escritos que autorizan la publicación de esta obra, como era usual en los impresos Novohispanos: la “Censura”, en la forma de una recomendación entusiasta, del licenciado Juan Francisco Caballero Jasso y Osorio, examinador sinodal del idioma otomí del arzobispado de México; el “Parecer” del doctor Ignacio Ramón Moreno, catedrático de filosofía, cura y juez eclesiástico en varios pueblos otomíes, entre otras funciones, quien comenta con admiración algunos aspectos de la traducción, intercalando datos interesantes sobre las creencias heterodoxas de los otomíes;24 la “Licencia del Superior Gobierno” para la publicación del libro,

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Ramírez, 1785. Se conocen ejemplares de este libro en varios acervos públicos: en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, México (véanse Sandoval, 1991: 115 [no. 262]; Sepúlveda, 1999: 82-83 [no. 149]); en la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco “Juan José Arreola”, Guadalajara (Martínez, 2007: 298-299); en la Biblioteca Cervantina del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, Monterrey (Sandoval, 1991: 14, 115 [no. 262]); en la Biblioteca Nacional de Chile, Santiago (Gramáticas, diccionarios y catecismos, 2004); en la Biblioteca Precolombina de Dumbarton Oaks, Washington, donde lo conocí por primera vez en 1995 (Rare PM 4149 .R6 1785); en la Biblioteca John Carter Brown, Providence (Indian Languages Database, sin fecha). Otro ejemplar se conserva en la Biblioteca Central Estatal Wigberto Jiménez Moreno, León. Hay un ejemplar incompleto, sin portada y faltando varias páginas, en la colección particular Weitlaner-Johnson; fue obsequiado a Roberto J. Weitlaner por Alfonso Caso, quien dijo haberlo encontrado “entre varios libros viejos en la Lagunilla”, en 1962 (Nicolás Johnson, comunicación personal, 2011). Así mismo existe una copia manuscrita del Breve compendio de Ramírez, tal vez del siglo XVIII, en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia (Sandoval, 1991: 55-56 [no. 94]; Sepúlveda, 1999: 82-83 [no. 149]). 24 Los indígenas ofrecían humo de incienso a las imágenes de sus niños muertos, con la forma de ángeles, “juzgándolos por felices, y colocados en el cielo”. El clérigo califica esta práctica como “gravísimo error”, ya que

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otorgada por la Real Audiencia de México; la “Licencia del Ordinario”, firmado por el arzobispo de México, el doctor Alonso Núñez de Haro y Peralta; la “Licencia de la Orden”, firmado por el guardián del colegio franciscano de Pachuca, fray Domingo Domínguez de Brozas y por el secretario de esta institución, fray Luis de la Muela. La atención al detalle es evidente en la “Fe de erratas”. Una primera versión ha sido cubierta con un rectángulo de papel, pegado con cola.25 En las siguientes páginas se explica que las erratas anteriores ya habían sido corregidas y se señalan otras. Después de los textos preliminares inicia el Breve compendio propiamente dicho, en 80 páginas numeradas. Las primeras 17 están dedicadas a la ortografía y la fonología del otomí. Ramírez exhibe los caracteres especiales para representar los fonemas inexistentes en el castellano y explica cómo se pronunciaban, con palabras a manera de ejemplos; también se presenta un silabario formado con los mismos signos alfabéticos, de nuevo con ejemplos; al final de esta parte del texto hay notas sobre aspectos fonológicos concretos. El catecismo ocupa el resto del libro, en las páginas 18 a 80. Se presenta a dos columnas, con el texto otomí a la izquierda y el castellano a la derecha, incluyendo el siguiente contenido: palabras para persignarse (página 18), el padre nuestro (18 a 20), el ave María (20), el credo (21 a 22), la salve (22 a 24), los diez mandamientos (24 a 26), los cinco mandamientos de la Iglesia (26 a 28), los siete sacramentos de la Iglesia (28 a 29), una serie de preguntas y respuestas sobre la doctrina cristiana (29 a 39), una oración manifestando la aceptación de la doctrina cristiana (39 a 50), una Doctrina cristiana con formato de preguntas y respuestas (50 a 73), el acto de

según la Iglesia los niños que morían sin recibir el sacramento del bautizo “por solo el pecado original se van al Limbo”. 25 Viendo el texto tapado al trasluz, pude ver que algunas de las correcciones se han hecho pero otros no. La segunda fe de erratas también contiene algunas imprecisiones.

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contrición (74 a 76) y una conclusión que remarca ciertos aspectos de la doctrina y agrega algunas consideraciones finales (76 a 80). Varios ejemplares del Breve compendio integran al final una hoja plegada, intitulada Epítome de lo que debe saber y entender el cristiano para que pueda conseguir ver, conocer y gozar de Dios eternamente en la gloria. Presenta un texto a cinco columnas, en lengua otomí, con el formato tradicional de preguntas y respuestas, “para que los enfermos, catequisandos, viejos y rudos de dicho idioma puedan conseguir su necesaria instrucción con menos trabajo”. El texto se deriva del Breve compendio y emplea las mismas fuentes tipográficas. En el encabezamiento del Epítome se informa sobre la posibilidad, concedida por el arzobispo de México, de adquirir indulgencias mediante el uso de estos materiales didácticos para la enseñanza o el aprendizaje del catecismo.26

Recepción e influencia del Breve compendio Existe una crítica del catecismo de Antonio de Guadalupe Ramírez, al parecer escrita poco después de su publicación, en un manuscrito de la Biblioteca Newberry en Chicago. Lleva como título Discurso crítico de la doctrina otomí. Está encuadernado junto con otro texto, probablemente del mismo autor, intitulado Examen crítico de la gramática otomí de Neve y Molina. En autor fue un anónimo intelectual otomí. La primera crítica, al libro Reglas de ortografía, diccionario y arte del idioma otomí de Luis de Neve y Molina, está escrito en verso y en prosa. Su lectura revela las dotes literarias y el agudo sentido crítico del autor. El tono del Discurso crítico es más moderado. No menciona el nombre de Ramírez ni el título de su catecismo, pero es evidente que el objeto de la reseña es el Breve compendio. Empieza criticando el gasto hecho para fundir el tipo en Europa, habiendo una ortografía de caracteres latinos, usado 26

Ramírez, sin fecha. Véanse Contreras, 1985-1986: 256, 794 (no. 1596); Viñaza, 1892: 179 (no. 369).

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para escribir el otomí desde el siglo XVI. En seguida señala varios errores en la traducción otomí. Termina pidiendo perdón a Ramírez y a las personas que autorizaron la publicación de este catecismo, declarándose dispuesto a sujetarse “al parecer y dictamen de mis maestros los nativos perfectos otomites”. El Breve compendio de Ramírez fue aprovechado por el autor de la principal obra cristiana en otomí del siglo XIX, el Catecismo y declaración de la doctrina cristiana en lengua otomí, con un vocabulario del mismo idioma, escrito por fray Joaquín López Yepes, del Apostólico Colegio de Propaganda Fide en Pachuca, e impreso en la ciudad de México en 1826. En el prólogo de este libro, López lamenta la escasez de obras descriptivas y catequísticas en otomí, justificando de esta manera la publicación de su obra. Reconoce su deuda con el libro de Ramírez:

Esta necesidad tan urgente, y el deseo de remediarla en la parte a que llegaren mis fuerzas, me ha determinado a publicar este Catecismo y declaración de la doctrina cristiana en lengua otomí. En él se contiene casi todo cuanto publicó el reverendo padre fray Antonio Ramírez: y a excepción de sus caracteres o manera de escribir, en todo lo demás he procurado copiarle literalmente, con singularidad en el texto de la doctrina cristiana: así por el acierto y pericia con que él compuso sus oraciones, que algunos naturales saben rezarlas perfectamente, como por la singular recomendación de haber sido examinadas y aprobadas por comisión del venerable Concilio IV Provincial de México. También he procurado seguirle en su traducción al castellano; y a veces he preferido algunas locuciones que, aunque no sean las más propias y castizas, tienen la ventaja de que en ellas se manifiestan algunas redundancias, idiotismos y frases del otomí; porque esto declara el carácter de este idioma, y su penetración es de mucha importancia a los que desean saberlo con perfección. 27

Cabe mencionar que el sistema ortográfico empleado por López Yepes tiene una gran precisión fonética en la representación del idioma otomí. En parte por las limitaciones tipográficas de la imprenta, sin embargo, la ortografía de López rompe con la tradición novohispana y tampoco tuvo eco en obras posteriores, por lo que la persona que quiera

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López, 1826: 3-4.

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aprovechar esta obra –la cual incluye un vocabulario importante– se ve obligada a elaborar una tabla de correspondencias ortográficas para poderla entender.28

Consideraciones finales El Breve compendio de todo lo que debe saber y entender el cristiano de fray Antonio de Guadalupe Ramírez es una obra clásica de la literatura en lengua otomí. Si bien el contenido no tiene mucho de particular, siendo un catecismo cristiano, el estudio de esta obra en su contexto histórico nos aporta información valiosa acerca de los esfuerzos de los clérigos por dominar esta antigua lengua del Centro de México y por representarla con el alfabeto. También nos permite asomarnos a los aspectos técnicos de la implantación de la doctrina de la Iglesia católica en esta región, y de algunas controversias que surgieron al respecto, las cuales involucraron a jerarcas, sacerdotes, frailes, profesores y hablantes del otomí. Así mismo tiene una gran importancia como testimonio del otomí en el siglo XVIII, cuando esta lengua estaba en un proceso de diversificación, presentando innovaciones en relación con los textos de los siglos XVI y XVII.

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