El balcón en verano: entrevista a Luis Landero

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Descripción



Alfonso Ruiz de Aguirre
El balcón en verano
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El balcón en verano. Entrevista a Luis Landero
Sin hacer ruido, los métodos del deporte se han ido estableciendo también en nuestras letras y, del mismo modo que se otorgan medallas olímpicas, ahora se establecen escalas entre los escritores en función de sus ventas o de pintorescos sufragios. El balcón en invierno, de Luis Landero, ha triunfado en tales competiciones, que con tanto ingenio parodia en Juegos de la edad tardía, convirtiendo a Faroni en "campeón lírico europeo", y, a pesar de no identificarse con las novelas al uso, se ha aupado en clasificaciones, registros y tablas de méritos.
El nuevo libro de Landero constituye su biografía espiritual y nos cuenta el camino que siguió para encontrar su identidad, ésa que con tanto empeño persiguen sus personajes, para descubrir y desarrollar su vocación de escritor, para enfrentarse a los demonios interiores que lo atormentan. Por eso su lectura alumbra toda la producción del autor.
- Me llama la atención que un narrador cuya obra es tan autobiográfica decida despacharse con una autobiografía verdadera. ¿Necesitas justificarte por algún pecado en concreto?
- No, no... De hecho yo no pensaba escribir un libro autobiográfico. El libro se ha aparecido de pronto. Empecé a escribir una novela que trata de un jubilado y cuando estaba en ello me dije: "¡No! ¡Otra vez otra novela!". Y entonces de pronto empezó a rondarme la posibilidad de dar forma narrativa a algunos recuerdos especialmente obsesivos, hermosos, significativos, que están en la memoria desde hace mucho tiempo. Me situé en septiembre del 64, en una tarde que recuerdo especialmente, con mi madre en el balcón y a partir de ahí empecé a rememorar el pasado, pero no hay nada de culpa. De alguna manera con eso cierro ya completamente el ciclo. Ya he ajustado cuentas con mi padre y con unos cuantos demonios literarios que tenía. Ha sido la traca final de temas recurrentes en torno a los cuales he merodeado durante muchos años. Culpa sí hay, claro. Yo soy muy propenso a culpas y por ahí andan siempre flotando nuestros pecados.
- ¿Qué diría tu padre si leyera El balcón en invierno?
- Hay una parte suya que no le haría ninguna gracia, la del padre obsesionado con que yo fuera alguien en la vida, un padre con un punto de violencia o de un autoritarismo muy fuerte. No sé hasta qué punto él estaría de acuerdo con esa visión que doy, pero es la que tengo yo, la que tienen mis hermanas y, en definitiva, la que él ofrecía al mundo exterior. Pero sí estaría de acuerdo con el enorme cariño que había detrás de todo eso, que nacía del intento de que sus hijos vivieran mejor que él, de que yo, sobre todo, que era el varón, pudiera ser algo en la vida, que no fuera un campesino, sin oficio y casi sin beneficio. No estaría de acuerdo conmigo en muchas cosas. Rebatiría esa imagen que yo tuve de él, de una persona poco cariñosa, distante, cuya presencia era ya de por sí amenazadora. Pero fue así. Él no quería que fuera así, pero fue así.
- ¿Tu padre sabía que el momento de los juegos entre sus hijos empezaba cuando él salía a la calle o era algo que ni sospechaba?
- No, él no lo pensaba. Su presencia en casa era algo ominoso. Nos hacía temer. Nos impresionaba muchísimo. Era un hombre tan torturado. Se le notaba físicamente: sus suspiros, su mal humor. Era un hombre con una profunda conciencia de fracaso. Además, cargaba con los ideales que tenía cuando emigramos para conquistar la modernidad, el bienestar. Ideales de los que nosotros, los hijos, no éramos cómplices. Especialmente yo. Él hizo todo eso por mí y naturalmente pensaba que yo sería el primer interesado en que las cosas salieran adelante y en agradecerle su esfuerzo. Sin embargo las cosas salieron de otro modo. Por la edad que tenía, a mí el futuro, el ser un hombre de provecho, el llegar a ser alguien en la vida... Todo eso me pillaba muy lejos. A mí me interesaba la vida del barrio, el momento, el presente. Lo de estudiar se me había dado mal desde el principio. Fui muy mal estudiante.
- Tu madre solía decir que de niño eras un tanto mentiroso. ¿Qué crees que dirá de El balcón en invierno cuando tú no estés delante?
- Es una pena, porque mi madre ya no tiene concentración para leer el libro, ni para que se lo lean. Mi madre y yo hemos hablado mucho sobre mi padre y estamos los dos de acuerdo en que era un hombre obsesionado con que nosotros fuéramos alguien inmediatamente, lleno de urgencias. Las cosas tenían que hacerse ya. Yo tenía que ser el mejor, yo tenía que aparecer en el cuadro de honor y, claro, eso no puede ser. Nunca tuvo paciencia y nunca entendió que al fin y al cabo yo era un chaval, y que con un poco de mano izquierda y de buenas palabras hubiera conseguido de mí mucho más que a la fuerza. Siempre recordándome lo que se llevaba gastado conmigo y lo desagradecido que era, siempre mirándome atravesado. Ojalá él viviera. Si hubiera vivido hace veinte años nos hubiéramos entendido muy bien, pero en aquellos momentos no era posible.
- El balcón en invierno se publicará el año en que tu padre cumpliría cien años. ¿Es casualidad?
- Es pura casualidad. Yo siempre llevo la cuenta de los años que hace que murió. Y ya empezada la novela vi que ahora cumpliría cien años.
- ¿Lo ha leído de tus hijos?
- Sí. Alejandro. Le ha gustado mucho. Él conoce a muchos de los que salen ahí, conoció mucho a Paco, a mi tía Cipriana y a otros que no se nombran. Sabe cómo es el espíritu de la familia, ese darle vueltas siempre a lo mismo. El otro día una amiga que ha leído el libro me mandó un mensaje que me hizo reflexionar: "He cogido un libro titulado Los judíos y las palabras, de Amos Oz. Empieza con un párrafo que me ha hecho pensar en los descendientes de los hojalateros judíos de El balcón en invierno: «La continuidad judía ha girado siempre alrededor de palabras pronunciadas y escritas, de un laberinto de interpretaciones, debates y desacuerdos en constante expansión, así como de un singular marco de relaciones humanas. En la sinagoga, en la escuela y, sobre todo, en casa siempre ha implicado dos o tres generaciones en un profundo diálogo»". Me ha recordado a lo que reflejo en el libro: ese hablar y hablar, darle vueltas a lo mismo, durante días, durante meses, durante años y siempre debatiendo viejos asuntos, con ese coloquio que va cohesionando la tribu, porque las palabras evidentemente cohesionan. Es esa comunidad cerrada que forma la familia donde continuamente se está debatiendo. Mi hijo reconoce en el libro estas conversaciones, reconoce el carácter de los Landero frente a los Durán, que son de otra pasta. Sobre todo lo que le ha gustado es la alegría que hay en el libro, la invitación a vivir.
- En tus libros predominan los Landero. En éste salen los Durán. ¿Van a dar para más?
- No, no... No son novelescos ni noveleros. Una novela se hace con conflictos. Si los personajes fueran como los Durán no habría novelas, pero con los Landero sí, porque son soñadores impenitentes y gente frustrada, porque los sueños no se cumplen, pero a la vez, como son invencibles, forjan otro sueño, y otro y otro y así se les va la vida.
- En esta obra rescatas los elementos más emotivos de la vida campesina. ¿Está condenada irremisiblemente a morir? ¿Hay algo que podamos hacer para salvarla?
- No. Mis primos mayores, de ochenta y tantos años, todavía recuerdan algo de los cuentos que les contaban. Eso ya está perdido irremediablemente. La única forma de que hubiera habido un sucesor hubiera sido estar al lado de la lumbre, seguir en el mismo sitio durante años y años. Así recibes el legado y lo transmites a los que vienen. Pero eso se ha roto. Las tertulias se han perdido sin remedio. Se formaba un gran conjunto familiar que incluía a padres, abuelos, hijos, hermanos, incluso, en verano, venían de otros cortijos para hablar de todo tipo de cosas. A veces eran alegres y a veces tristes. Se reía. Había silencios. Entonces se compartía el espacio. No había radio, así que se hablaba alrededor de la lumbre o al fresco. Ahora la gente se sienta en las terrazas, pero es distinto. Es como cuando la gente iba al casino. El aspecto familiar se ha perdido. Todo eso se acabó, especialmente con la televisión. Más aún con los móviles, que nos tienen a todos idiotizados. Es una forma de imbecilidad como cualquier otra.
- Le cuentas a tu nieto los cuentos que te contó tu abuela Frasca
- No. De esos cuentos sólo recuerdo fragmentos, imágenes difusas. No me acuerdo de la letra pero sí de la música, de su tono de voz, de pequeños detalles, de su cara incluso.
- Ahora la pregunta comprometida de verdad. Si dejas un pelo de vaca en el charco de lluvia formado por su pisada, ¿qué ocurre?
- Pues que quince días después el pelo se ha convertido en una culebrilla. Según mi primo Paco y mi tía Santa eso se ha demostrado. Yo me ponía con Paco en plan racionalista darwiniano, pero él insistía en que era así. "Y además lo hemos comprobado muchas veces y era así". Y yo le decía, "Será que había microbios. En todo charco aparece vida, porque es su caldo de cultivo". "No, no, no. El pelo se convierte en una culebrilla y ése es el origen de la vida. Ahí está todo. Ése es todo el misterio que hay. Como si pones un queso. Tú pones un queso y aparecen los gusanos".
- Se habla mucho de la influencia del realismo mágico en tu obra y no tanto del enorme peso de la cultura tradicional campesina
- Los escritores del realismo mágico también reciben esa influencia. Por eso me gustó tanto cuando leí a Gabriel García Márquez. El mundo rural es igual aquí y en China. Y fue así hasta que en los años 40 o 50 todo empezó a globalizarse, apareció la televisión, todo empezó a uniformarse y los campesinos dejaron de ser campesinos. También para mejor, porque algunos pudieron llegar a la escuela. Toda esa visión mágica fue desapareciendo porque era también fruto de la ignorancia, con toda la belleza que ésta entraña. La España profunda era así. Estaba pensando en El viento de la luna de Muñoz Molina, pero los suyos no eran campesinos profundos, sino hortelanos que tenían la huerta al lado del pueblo y vivían en el pueblo. Eso es distinto. Los míos vivían en el campo y estaban desvinculados del pueblo. El mundo del pueblo les era ajeno, extraño. Para mí el pueblo no es importante, lo importante es el campo y Madrid. En el pueblo no tengo grandes vivencias. Vivíamos dentro de esa mentalidad profundamente campesina impermeable a la modernidad. En mi familia nunca hubo motos ni coches, sólo caballerías. Vivían como habían vivido sus antepasados. También es verdad que mi familia era un poco rara. Pero no eran los únicos que vivían así. El campo estaba lleno de gente. Como decía Sánchez Ferlosio, que conoció todo esto en Coria, si uno perdía en la dehesa un pañuelo pocas horas después aparecía alguien preguntando de quién era. El campo estaba lleno de gente y de senderos. Se vivía en el campo y muy de cuando en cuando se iba al pueblo. Por las casas pasaban los recoveros, los merchantes, y se les compraba a ellos. Cada uno se hacía su pan. Había que ser autónomos. Ahora tú pierdes un pañuelo en la dehesa y no lo encuentra nadie. Los campos están abandonados. Entonces el campo bullía de gente y había una mentalidad muy peculiar, que venía de siglos atrás.
- Tu primo Paco es un curioso personaje, mezcla de cultura campesina y sueños urbanos.
- El campo nunca le gustó, pero no se le dio la oportunidad de ser artista. Ya tenía unos 27 años cuando vino a la ciudad. Era ya mayor para emprender una vida de artista. Era muy mañoso para arreglar cualquier cosa que se estropeara. Siempre estaba urdiendo cosas. Tenía la cabeza llena de pájaros. Si le mandabas al pueblo a comprar algo podía volver diez horas después porque se encontraba con Fulano y con Mengano y se ponía a hablar. Era un bohemio, un artista, un aventurero.
- El golpe de la garrota de tu padre al colgarla en la percha de entrada cuando regresaba de la calle es el sonido más triste de tu vida. ¿Cuál es el más alegre?
- Los sonidos de la naturaleza en verano. El amanecer con el canto de los pájaros. El grillo. Los sonidos de los veranos de mi infancia, que es la época más feliz o la más idealizada. Sonidos como el rugir del león de la Metro cuando en el cine se apagaban las luces, que era como el Érase una vez. A partir de ahí uno disfrutaba muchísimo con la historia que se disponía a ver. También los primeros sonidos de la guitarra, cuando empecé a sacar frases musicales enteras y con sentido. El sonido de la lluvia. Desde niño me ha gustado estar en un sitio protegido mientras llueve fuera: es un sonido de seguridad, de estar bien instalado en la vida.
- Recomiéndame un recorrido por la Prospe que me ayude a entender mejor El balcón en invierno.
- El taller mecánico está en Pilar de Zaragoza. La tienda donde compramos el mono un poco más adelante a la derecha. Enfrente, el quiosco del señor Emilio, donde viví hasta que me casé. Luego están los territorios de caza, de ligue, hacia Velázquez, la zona noble, el barrio de Salamanca. Íbamos a esperar a las chicas que salían del colegio, guapas e inalcanzables. Te podría decir el nombre de todos los cines: el cine Marvi, el Mónaco, el Morasol, el Oraá, el Covadonga, el López de Hoyos... Ir al cine era lo que se hacía en aquellos tiempos, los domingos y los jueves por la tarde, que hubo una época en la que los teníamos libres. Siempre discutíamos en casa con la cartelera, que era un pequeño librito, dónde íbamos a ir. Paco siempre era partidario de las películas del Oeste, de las de acción. Yo también. Mi madre prefería los melodramas.
- ¿Mucho cine negro?
- No sólo negro. De todo tipo. De siempre me gustaron las novelas policiacas y leí muchas de quiosco. Me fascinaba ese mundo del humo, del sombrero, de las miradas duras y de perfil, de los héroes modernos, con gabardina, que se complementaba con las películas de cine negro. Me encantaba la manera de encender un cigarrillo, de tomar un whisky... Yo no había tomado nunca uno. No sabía ni lo que era. Me sentía fascinado por ese mundo de las mujeres fatales, de esos héroes solitarios, como Marlowe, como los otros detectives. El moverse en ambientes peligrosos, todo ese encanto que tiene el cine negro...
- ¿Qué película te viene primero a la mente?
- Las de Humphrey Bogart. Me gusta mucho Perdición de Edward Robinson, Fred MacMurray y Barbara Stanwyck. Recuerdo también películas de cine negro con Robert Mitchum y otras de actores no tan famosos. Me gustaba Eddie Constantine. He visto tantas y tantas...
- Juraste ante el cadáver de tu padre que te convertirías en un hombre de provecho. ¿Has cumplido?
- Yo creo que sí. Creo que mi padre estaría orgulloso de mí. Creo que he superado sus expectativas. En parte ha sido por su muerte. Fue un impacto tremendo. Era tanta mi culpa y tantos mis deseos de hacer méritos ante su recuerdo... Me sentía culpable de haberlo defraudado. Me obligué a estudiar. Sentí la necesidad de cumplir el designio paterno. Era como en los cuentos en los que al jovencito de la familia se le encomienda una misión que debe cumplir.
- Siendo éste tu libro más serio, no falta el sentido del humor. ¿Has descubierto ya si son mejores las lumbres altas o las lumbres bajas?
- Pero eso no es humor. Sucedió así, no me he inventado nada. Aquí puede parecer una tontería, pero en el campo es importante si la lumbre es alta o baja. Es como si aquí elegimos un canal de televisión u otro. Los hombres disfrutaban con los fuegos muy grandes. Las mujeres los preferían más pequeños, para cocinar. Eran más prácticas. Los hombres querían las lumbres a la medida de su visión del mundo. Enormes. Burro grande, ande o no ande. Mi tío Ignacio hacía unas lumbres enormes. Parece un detalle de humor, pero cuando vives en el campo, donde toda la vida se hace en la cocina cuando estás en la casa en invierno, porque allí no existen los espacios privados, el asunto de la lumbre cobra mucha importancia.
- Tengo la sensación de que en cada libro te sientes más cómodo, más libre, más tú.
- Sí, es verdad. Voy soltando lastre retórico, aunque escribir sigue siendo difícil. Me noto más libre. Siempre echo de menos la libertad con la que escribí Juegos. Los disparates tenían cabida. Me he vuelto un escritor más conservador en algún aspecto, aunque tampoco estoy muy seguro de esto. En cada época cada uno es como es y escribe las historias como cree que las tiene que escribir. Desde que terminé Hoy, Júpiter notaba que lo que tenía que contar ya estaba contado. Estoy a la búsqueda de otros mundos de un modo más ligero, más suelto.
- ¿Eres un escritor barroco asustado de tu propio barroquismo?
- Ya he leído eso en los papeles que me mandaste. Me gusta la sensualidad barroca en el lenguaje. Que los cinco sentidos estén alerta y participen en la escritura, que sea visual, sensorial, táctil. Quiero dar mucha realidad a las frases, mucha carnalidad. El problema es elegir el lenguaje para hacer todo eso. Y no es necesario un lenguaje recargado. Lo barroco es carnal y sensual, pero no necesariamente recargado desde el punto de vista retórico. Yo intento que sea fluido. Hay escritores que son barrocos pero cuyo lenguaje fluye y es soluble, en tanto que hay otros de frases cortas que se hacen pesados.
¿Te aproxima al Barroco tu pasión por la paradoja?
- Sí. También en el siglo de oro aparece aquí y allá. Siempre me ha gustado la paradoja como arma intelectual. Aparece muchísimo en Kafka. Kafka concede, e inmediatamente pone un pero. Su novela es muy dialéctica. El absurdo moderno es la paradoja razonada, el humor que parece muy serio, como en Tip y Coll, como en Buster Keaton. La paradoja es a veces una burla a la lógica desde la lógica.
- Los críticos llevan 25 años tratando de explicar el concepto del afán en tu obra y ahora vas tú y lo desentrañas. ¿Es competencia desleal?
- Yo mamé el afán de pequeño. El querer ser más que otros. "Sí, en el pueblo son más finos, pero nosotros tenemos esto". Como éramos familias medianas desde el punto de vista económico, como no habíamos ido a la escuela, como no teníamos estudios, éramos unos pobrecitos con unas pocas tierras, pero unos pobrecitos que no se resignaban a ello. Aspiraban a más. Tenían una especie de orgullo, de dignidad. Y también esa capacidad para soñar y esa insatisfacción crónica que es muy propia de muchos Landero. Ese afán yo lo viví, y de qué manera.
- El afán, qué gran palabra.
- Sí. Además es una palabra española que no tiene traducción. Debe de ser cosa de los místicos. Tiene un aire místico. Es vivir como un arco en tensión. Decir, "Voy a levitar". De estar siempre en una posición de aspiración. "Mañana voy a hacer esto. Mañana". El futuro es tu campo de batalla y vas a conquistar grandes reinos. "Se van a enterar, ya veréis". Y luego soñar todo esto, aun sabiendo que va a acabar en nada. El único que llevó el afán a la práctica fue mi padre, que le echó valor, porque él vivía muy bien en el pueblo. Era un campesino, iba a su caza, iba al casino, tenía sus amigos. Y lo hizo por nosotros, claro. De ahí el enorme mérito que tiene mi padre, que se sacrificó por sus hijos. Paco también intentó cumplir su afán. Él decidió emprender un camino confuso por el mundo del arte, con el poco bagaje que tenía.
- ¿Se pueden conciliar el amor y el arte?
- Sí, cómo no. Otras cosas no, pero el amor en el buen sentido de la palabra es compatible con todo. Fíjate en Las minas del rey Salomón: el amor es estupendo, los lleva a aventuras juntos. Otra cosa es cuando el amor se convierte en el señuelo, con la complicidad de las canciones, para atrapar a alguien en la perpetuación de la especie y fundar un hogar, y meterse en un piso, en una hipoteca, en unos hijos, en la puñetera rutina. Esa parte un poco siniestra del amor, esa servidumbre a la que lleva, es enemiga del arte y enemiga de la fantasía y enemiga de la libertad. El amor es sagrado.
- A pesar de los consejos de tu primo Paco, de que el artista tiene que parecerlo, a simple vista tú no pareces escritor.
- No me gusta que sepan que lo soy, porque me veo obligado a justificarme, a demostrarlo, a dar opiniones, cuando a mí me gusta escribir a mis horas y que luego nadie sepa de mi oficio. Un día, en la peluquería, me están afeitando y entra un cliente mientras el peluquero tiene la navaja barbera abierta; entonces otro cliente le dice, "Este señor es escritor", y a mí me da una vergüenza... "¿Y que ha escrito usted?": y ponte a explicar ahora. "Porque usted ha ganado premios", me dice el barbero, invitándome a que yo explique...
- Pues vamos de uno de tus gremios al otro. Si repasamos a los docentes de tus obras, de don Claudio al profesor de filosofía que cae ventana abajo, no salen muy bien parados. Sin embargo, aquí tenemos a Gregorio Manuel Guerrero.
- Ese era el mejor profesor que tuve. Un hombre de una discreción y una sabiduría realmente extraordinarias. A los profesores los trato con cierta ironía pero los tengo también mucho cariño. Yo tiendo a buscar el lado esperpéntico y estilizado de las cosas, y los profesores se prestan. Vamos envejeciendo, pero siempre tratando con críos, traficando con el saber, que es una mercancía averiada, que ya nadie quiere. ¿Y qué haces tú ahí, intentando convencer de lo importante que es la literatura, como un representante de telas o de peines o de crecepelos del Misisipi? Hay algo amoroso, pero ligeramente patético. Pero siempre cerrando filas con el gremio.
- Cuando escucho entrevistas realizadas a celebridades noto que todos juran que no se arrepienten de nada. ¿Admites que te arrepientes de no haber intentado sacar a bailar a Sara Montiel aquella noche en Moscú?
- ¡Pero luego saqué a bailar a Sofía Loren! Hice justicia poética. A veces cuento como real esa anécdota. Venía también Ana Mariscal, Julián Mateos, un actor conocido, muy guapo, que luego murió prematuramente, venía Robles Piquer, el cuñado de Fraga, al frente de la delegación en Moscú... Sara Montiel iba muy en plan estrella, no se trataba con el proletariado, que éramos los flamencos, los que ponían las luces. En la fiesta que dio la delegación española concurrieron muchos actores, como Sofía Loren o Alain Delon y otros que entonces yo no conocía. Iba con espectáculo flamenco incluido. Y los de la morralla de la delegación estábamos allí hablando mal de nuestro superiores y apostando si había valor para sacar a bailar a Sara Montiel. En El guitarrista conté esa gira que hicimos, que fue alucinante. Eso fue real, aunque está contado muy por encima
- El balcón en invierno parece el sustrato de todas tus otras obras.
- Es posible. Por ejemplo, el Raimundo de El guitarrista es en parte Paco y en parte un guitarrista que conocí en París. Más el guitarrista de París. Paco es el soñador que me induce a tomar el camino del arte. Son dos personajes reales y de ellos hago uno imaginario. El otro es un tal Chamaco, que era el que chuleaba burguesas, un tío muy seductor, muy donjuán. Mi padre naturalmente aparece en todas. Mi madre, aquí y allá. Y luego aparecen otros más o menos disfrazados, otros que parecen inventados pero no lo son tanto, porque de algún modo están inspirados en alguien que yo conocía o de quien oía hablar. Hay muchas cosas inventadas. Gregorio Elías no está inspirado en nadie. En mí en todo caso el Gregorio joven, el de la Prospe. Ése en el fondo soy yo, pero muy cambiado. Felix Olías por ejemplo está inspirado en el señor Emilio, el del quiosco, pero físicamente y poco más. Es verdad que aquí aparece todo. Como decía Raúl [Nieto de la Torre], aquí quedan todos desenmascarados, aunque quizás sea otra forma de máscara. Cuando escribes, cuando haces retratos con palabras, la distancia con la realidad se reduce, pero ahí está la memoria, las imprevisiones, las propias palabras. Tú construyes al personaje, aunque el personaje esté ahí. Al construirlo hay una suerte de enmascaramiento. Este libro me ha salido con una facilidad enorme. Le debo muchos meses de felicidad. Eso no me lo va a quitar nadie. No he tenido casi que inventar nada porque estaba todo inventado. La estructura me fue saliendo sola. Raúl la definió muy bien: "Es como un pianista que va en busca de una melodía, va a un sitio, vuelve al tema que había olvidado". Es como una búsqueda musical. Yo lo iba haciendo así. Cojo una noche de septiembre del 64 con mi madre en el balcón, voy a la infancia, vuelvo, voy y vengo... No ha sido premeditada. La estructura es una tontería. No se le puede dar tanta importancia, salvo en obras cuya estructura forma parte del contenido y es profundamente significativa, como en Pedro Páramo, o en Mientras agonizo. A veces es un mero abalorio. Lo de estructurar de un modo muy complejo fue una moda de los años 60. El mismo Vargas Llosa cuenta que él cayó en esa moda y es verdad que sus primeras novelas son complicadísimas. La casa verde es una demostración de destreza estructural excesiva que no añade nada al relato. Algunos escritores la complican mucho, todo para presumir de estructura.
- En El balcón en invierno cuentas que a veces conduciendo sueltas el volante, te tocas las manos y al mismo tiempo guiñas un ojo y miras con el otro un trozo de cielo que tiene que estar libre de toda señal de vida o de materia. Cómo me recuerdan esas manías a las de Gregorio Olías...
- Sí. Esas cosas son mías. La morisqueta. Esos tics supersticiosos infantiles. Se te quedan desde pequeño y no sabes cómo quitártelos. Hay muchos detalles de Juegos que son autobiográficos, sobre todo de la primera parte..
- En este libro dices que ya casi nadie lee novelas literarias. ¿Qué sientes cuando te toca compartir firmas con un autor de los que llaman mediáticos para no usar un nombre más feo?
- Me ha tocado. En la feria del libro. Uno a cada lado. Me marché. No enfadado. Es que yo no pintaba nada allí. Estás rodeado de dos mediáticos, con unas colas enormes y yo tenía un pequeño goteo, como es propio de las novelas literarias. Me sentía ridículo. Yo tengo cierta facilidad para sentirme ridículo. Pero esto ya lo he arreglado con Tusquets para que no me pongan con estos mediáticos porque no pintamos nada juntos.
- ¿A quién van a votar los parados del bar Asturias en las próximas elecciones?
- Muchos se abstendrán, supongo. Son proletariado, pero el proletariado ya no existe como tal. Se convirtió en aspirante a clase media y desapareció la conciencia de proletariado, así que lo mismo votan al PP. Son impredecibles. PSOE... ya han perdido la fe. Podemos tampoco. Está gente ya está de vuelta de muchas cosas y no la van a embaucar con utopías. No lo sé. Quizás PSOE o IU, pero lo más probable es que se queden en el bar Asturias tomando copichuelas y rumiando sus tristezas.
- Lo he pasado muy bien leyendo El balcón en invierno.
- Es una obra muy sincera. Es verdadera. Las obras tienen que ser verdaderas siempre, aunque sean de ficción. Si tú cuentas que alguien se convierte en una cucaracha una mañana, eso tiene que ser verdadero o el lector no se lo cree. La autenticidad de lo que se escribe es lo más importante. Esa verdad se tiene que imponer a ti mismo cuando estás escribiendo y luego al lector. Tienes que sentir que estás pisando terreno real, terreno verdadero. En esta novela, o relato, no sé cómo lo he llamado, mientras la escribía sentía que todo era auténtico. Con toda la estrategia narrativa que tiene. Porque tiene un toque novelesco. Tiene voluntad de novela.
- Yo la he leído como tal.
- Me alegro. En algún momento se me ocurrió la posibilidad de convertirlo en una novela. Tal y como está, pero en tercera persona, y sin decir que es autobiográfica, a ver qué pasaba. Creo que funcionaría también como novela.
Era la última pregunta. Me inclino hacia las grabadoras para detenerlas y poder seguir charlando sin testigos. Una se ha quedado sin pilas a la mitad, pero la otra ha cumplido su misión.
Landero me enseña el lugar desde donde veía tocar a la violinista, y nos asomamos al balcón. El balcón, ese espacio intermedio entre la calle y el hogar, la escritura y la vida, lo público y lo privado, lo que no está fuera ni dentro, ni a la intemperie ni a resguardo. El balcón desde donde Landero ve el mundo que después convierte en palabra. Hoy, el balcón en verano, en el mismo mes, cincuenta años después del momento que estructura su nuevo libro.
Claro que El balcón en invierno funcionaría como novela.
Porque en cada frase, en cada suspiro, en cada pequeño acontecer que relata, lo trivial y lo misterioso van a partes iguales. Eso es todo y no hay nada más que contar.



Landero se refiere a El balcón en invierno como una novela durante la entrevista. Así lo reflejamos.
Para situar cada uno en el plano de Madrid y conocer la pequeña historia de estos cines resulta muy útil consultar el enlace http://urbancidades.wordpress.com/2013/05/19/morasol-el-ultimo-cine-del-barrio-de-la-prosperidad/ . Consultado por última vez el 4 de septiembre de 2014.


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