Egipto no alcanza y Paraguay promete. El algodón en el debate sobre las causas de la Guerra de la Triple Alianza.

Share Embed


Descripción

Apellido y nombre del/los autor/es: Chiaradía, Esteban y Sacco, Claudio Institución de procedencia: Universidad de Buenos Aires e-mail: [email protected]; [email protected] Eje temático: 3-Economía y sociedad: producción, intercambios y actores Título: Egipto no alcanza y Paraguay promete. El algodón en el debate sobre las causas de la Guerra de la Triple Alianza. Palabras clave: Egipto, Guerra de la Triple Alianza, producción algodonera, imperialismo, desarrollo nacional autónomo.

Beso mares de algodón sin mareas, suaves son sublimándonos, despertándonos Luis Alberto Spinetta, Color humano

1. A modo de introducción El estrecho vínculo entre la industrialización británica y el comercio colonial (siglos XVII-XIX) ha sido elucidado por diversos especialistas. Sus principales características continuaron a lo largo del siglo XIX, tanto respecto de América Latina como de Asia y África, no sólo bajo la forma colonial clásica sino bajo otra de tipo semicolonial o, simplemente, dependiente1. En consideración de lo dicho, este trabajo postula que en el siglo XIX los intereses capitalistas británicos –apuntalados política y militarmente, ergo de manera imperialista, por su Estado imperial y, asimismo, entrelazados con la industrialización del algodón– jugaron un papel significativo (pero no omnipotente ni arbitrariamente discrecional) en la destrucción de dos procesos autocentrados o autónomos de desarrollo nacional como fueron los de Egipto y Paraguay. Ambos se basaron –con sus peculiaridades geopolíticas2, económicas, sociales, religiosas3 e históricas– en las condiciones de crecimiento económico ofrecidas por los recursos productivos del territorio y en las políticas estatales de defensa integral de la soberanía. Sin embargo, la perspectiva historiográfica liberal conceptuó de forma muy diferente a estos proyectos de desarrollo. Concentrando su atención en el Paraguay lopizta (1840-1870), lo ha presentado como el más consumado estereotipo de aislamiento irracional. Ello se debe a que la ratio liberal homologó cualquier ideal suramericano de desarrollo autonómico con una especie de absurda renuncia a la lógica benéfica de la apertura política, económica, demográfica y cultural hacia el sistema-mundo, fatalmente mediatizado por la muy “civilizada” Europa noroccidental. El ideario actual del liberalismo sigue considerando que en el siglo XIX la única política efectiva de desarrollo integral (político, económico, social y cultural) pasaba por la adopción entera y sin cortapisas del librecambio4. Partiendo de este supuesto, los historiadores liberales suelen visualizar como benéficas las inversiones de capital extranjero que, si bien se dieron a lo largo del siglo XIX5, incrementaron notablemente su valor durante el último tercio de la centuria. Por ello, Gran Bretaña aparece como una suerte de “promotor” del desarrollo capitalista latinoamericano. En consecuencia, no debe resultar extraño que desde una perspectiva liberal sea negada –o reducida prácticamente a cero– la decisiva presencia que los capitales británicos y la política imperial británica tuvieron en el origen, desarrollo y desenlace de conflictos fratricidas como la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870). Un conspicuo especialista brasileño sobre la guerra, Francisco Doratioto, es una fuente que nos acerca un postulado ciertamente liberal sobre aquélla: Inglaterra no la provocó.

Así, en su reciente obra A guerra é nossa: a Inglaterra não provocou a Guerra do Paraguai Doratioto sostiene: “A intenção deste livro é trazer dados e informações que mostrem que os ingleses não criaram o maior confronto armado da América do Sul. Essa ideia é ainda forte no nosso continente e se buscam mais dados e fatos para provar o contrário.” (Doratioto, 2012: 8). Si bien Doratioto reconoce en dicho libro que intelectuales de gran porte como Eric Hobsbawm y André Gunder Frank defendieron la tesis de una guerra fratricida en Suramérica como consecuencia de la expansión del capitalismo inglés por el mundo, él propone que la racionalidad histórica del conflicto pasó por otro lado. En concreto, la guerra se explicaría por razones de índole puramente regionales (en su mayoría ligadas con reclamos que dirigían al gobierno imperial brasileño los propietarios de esa nacionalidad que operaban económicamente en el norte de la República del Uruguay; muchos de los cuales eran, asimismo, grandes hacendados de Río Grande do Sul)6. Para Doratioto, la guerra responde a problemas regionales que están desconectados de una totalidad internacional; el theatrum mundi capitalista. Además, esos problemas resultan ser coyunturales y políticos, ya que en ningún caso estructurales y económicos. No respondería la guerra a una lucha por el excedente. Respondería a una lucha por el poder, desatada unas veces por el malentendido y muchas otras por la conducta patológica de un dictadorzuelo barbarizado. Y todo lo dicho pasa por ser la versión “seria” de la guerra para algunos/as historiadores e historiadoras de nuestra región. Sin embargo, otros argumentos impugnadores que Doratioto ha arrojado para borrar cualquier rastro de presencia británica en la guerra, aunque puedan sonar más convincentes –incluso para sus detractores–son, de hecho, su talón de Aquiles. Nos referimos, concretamente, al siguiente pasaje de su Maldita guerra: “Quanto ao algodao, a Guerra do Paraguai se iniciou quando a luta norte-americana ja terminara sem que, durante os quatro anos desse conflito, a Gra-Bretanha tivesse tomado qualquer iniciativa para obter algodao paraguaio. Alem disso, desde 1860, a compra de algodao no Egito atendia as necessidades da industria textil británica” (Doratioto, 2007: 84)

La última oración de Doratioto, tirada como al pasar y nunca vuelta a tratar en una obra que alcanza las seiscientas treinta y dos páginas, se ha convertido en la verdad incontestable para muchos/as historiadores e historiadoras del medio local.7 Se les escucha repetir: “Para 1860 Gran Bretaña obtenía el algodón de Egipto”. ¿Pero, era realmente así? Para responder a ello, el/la historiador/a debe conocer cuáles fueron los límites y alcances del proyecto de desarrollo que iniciara Mehmet Ali en el Egipto decimonónico, como así también las dificultades en que se vio envuelta la política imperial y capitalista de Gran Bretaña para agendarse de dicho país un algodón barato y cercano. Más aún, ese/a historiador/a bien hará en conocer cuán

pertinaz resultó ser la oposición del imperio británico al proceso de desarrollo autocentrado de Egipto. En síntesis, una mejor comprensión de estas cuestiones acaso vuelva menos “fabulosa” la hipótesis de que agentes comerciales del Imperio, en un contexto internacional de crisis para el mercado primario algodonero (1861-1865), se hayan visto obligados de llevar sus pies a tierras incógnitas, diríase: aquellas en que se habla el guaraní, se toma la yerba mate y se ingiere la mandioca a la vera de un río ancho y lento de lomo barroso.

2. Economía colonial, industrialización británica del algodón e Imperio (1780-1837) Uno de los principales cometidos de este trabajo consiste en analizar con cierto detenimiento los avatares de la compleja estructura de la producción algodonera egipcia (circa 1805-1880), con vistas a rebatir la tesis de un algodón barato y al alcance de la mano para el imperio británico. Para cumplir este cometido, es imprescindible comenzar el análisis por la industria algodonera británica, confiriéndole relevancia a su doble vinculación respecto de la economía colonial y del Imperio británico. En un libro que es todo un clásico sobre la industrialización su autor sostiene: “Las verdaderas transformaciones tecnológicas y organizativas ocurridas durante el período de la revolución industrial se circunscribieron a un sector bastante restringido de la economía; el ‘sistema de fábrica’, por ejemplo, se limitó en la mayoría de los casos a la manufactura del algodón” (Hobsbawm, 1971: 91). La tesis central de Hobsbawm vincula causalmente los orígenes de la revolución industrial británica en 1780 –bajo las condiciones del desarrollo capitalista– con el incipiente mercado mundial8. Así, el motor de la industrialización británica fue la demanda exterior de los productos manufacturados de algodón, demanda que nacida un siglo atrás había conectado algunos mercados coloniales expansivos con ciertos puertos e hinterlands de Inglaterra, Gales y Escocia. Especialistas en la materia nos lo confirman empezando por Jonh K. Walton: The Century or so after Restoration saw gradual and unobtrusive but cumulative economic and social changes in Lancashire. The domestic textile industries expanded and intensified their influence, especially in the south and east, as Manchester grew rapidly in size and importance; and the organization of production change significantly as the putting-out system became general. Liverpool transformed itself into one of the leading provincial ports and commercial centres […] (Walton, 1987: 60)

Y en referencia a las exportaciones de manufacturas de algodón dirigidas al África y a las plantaciones americanas, Alfred P. Wadsworth y Julia De Lacy Mann apuntan: One London cotton manufacturer who began business in 1735, told the House of Commons Committee on Chequer'd and Strip'd Linens in the 1751 that he had been making twenty to thirty thousand annabasses annually [...] (Wadsworth y Mann, 1931: 153)

En resumidas cuentas: Fue así como el algodón adquirió su característica vinculación con el mundo subdesarrollado, que retuvo y estrechó […] Las plantaciones de esclavos de las Indias occidentales proporcionaron materia prima hasta que en la década de 1790 el algodón obtuvo una nueva fuente, virtualmente ilimitada, en las plantaciones de esclavos del sur de los Estados Unidos, zona que se convirtió fundamentalmente en una economía dependiente del Lancashire. El centro de producción más moderno conservó y amplió, de este modo, la forma de explotación más primitiva. (Hobsbawm, 1977: 57)

Industrialización y economía colonial (cuyo eje no era otro que el de la trata negrera) avanzaron juntas durante el siglo XVIII. ¿Pero qué sucedió durante el XIX? Pues continuaron marchando juntas, afrontando de formas variadas los grandes cambios políticos que sacudieron al mundo atlántico. Y también marchó junto a ellas el Estado imperial en formación, cuya naturaleza revela G. Kitson Clark en los siguientes términos: “The political system was still the toy of the nobility and gentry, and particularly the hereditary owners of large domains.” (Clark, 1962: 222). Sin embargo, como anota el sociólogo político estadounidense Barrington Moore Jr. en Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia: “[Los] estratos rectores manejaban las palancas del poder dentro del contexto de enérgicos desafíos de otras clases [máxime si se considera que] en el siglo XIX, como ya antes, los límites entre la nobleza acaudalada y la gentry, por un lado, y los sectores más elevados del mundo de los negocios y de las profesiones liberales, por el otro, eran desdibujados e inciertos. (Moore Jr., 2002: 68).

Esta compleja alianza de clases y de estratos, que llevaba las riendas del Estado imperial, pudo afianzarse en los primeros años del siglo XIX. Así, “en 1801 se creó el ministerio de la Guerra y Colonias [y] en 1812 se organizó el ministerio de Colonias como entidad independiente” (Knaplund, 1945: 21). Los sucesos políticos de primera magnitud que sacudían Europa por aquel entonces acicatearon la marcha apretada que unía el andar de la economía colonial con los andares de la industria algodonera y del imperio. De hecho, las guerras con Francia9, y muy especialmente el bloqueo continental decretado por Napoleón, cortaron la provisión algodonera británica hacia los mercados europeos. Sostiene William W. Kaufmann: El problema de encontrar mercados para las mercancías británicas se hacía cada vez más complejo. El Sistema Continental [bloqueo napoleónico] continuaba impidiendo el comercio con Europa, los embargos impuestos por los Estados Unidos virtualmente destruyeron el mercado norteamericano, y una tendencia al dumping indiscriminado de mercancías causaba esporádicas saturaciones, incluso en la América del Sur. Para mediados de 1810, la confusión de los costos crecientes, de la escasez de metálico y de la sobreexpansión del crédito, había llevado a Inglaterra a las angustias de un pánico financiero (Kaufmann, 1963: 54).

Frente a tal situación, el gabinete imperial presionó políticamente en diferentes áreas mundiales para hacer factible una expansión de los negocios manufactureros. En 1809 lo padeció la España juntista –que con apoyo británico libraba su guerra al invasor francés– que debía “[abrir] al

comercio británico los puertos de Hispanoamérica [permitiendo así] restablecer los depósitos en metálico que han quedado exhaustos al servicio de España” (Carta de Canning a Wellesley, 27 de junio de 1809) (Murray, 1838: 189). En 1811 “llegó ante Batavia una expedición inglesa formada por una flota de 100 transportes y 12.000 soldados [seis semanas más tarde] los holandeses firmaron la capitulación” (Panikkar, 1996: 113). Cinco años atrás, el comandante David Baird había arrebatado a los holandeses el control de la colonia de El Cabo, desde donde planificó las tomas de Montevideo y Buenos Aires, pues conocía de aquellos lugares “su estado indefenso, su relajada disciplina […] y en que un golpe audaz y súbito a cualquier de ellas no dejaría de tener éxito” (Gillespie, 1994: 16). El Cabo, Montevideo, Buenos Aires, Batavia –y por qué no añadir Singapur, fundada en 1819 por sir Thomas Stamford Raffles para controlar el comercio entre India y China–, son buenos ejemplos de la fructífera alianza entre negocios industriales, comercio colonial e Imperio. Pero pasadas las guerras napoléonicas “las nuevas condiciones del comercio y la industria redujeron la importancia de las posesiones de ultramar. Los Estados Unidos proporcionaban algodón, la materia prima más necesaria para la industria textil británica [y entonces] se empezó a dudar de si las colonias eran necesarias para la prosperidad industrial y comercial” (Knaplund: 31). La doctrina del laissez faire habíase vuelto hegemónica en amplios círculos de la burguesía imperial, especialmente entre los industriales. Durante la primera mitad del largo reinado de Victoria (1839-1901) el viejo sistema imperial acabó siendo reemplazado por otro diferente que sentó las bases para la futura Commonwealth. Ese nuevo sistema, acicateado desde 1838 por hábiles defensores del industrialismo como Richard Cobden10, tendrá su alta cuota de responsabilidad en el desmantelamiento de las dos experiencias de desarrollo autónomo que se explican a continuación.

3. Egipto y sus dos procesos de modernización Las bases para el desarrollo de un experimento de modernidad autocentrada se dan en Egipto a partir de la coyuntura interna del Imperio Otomano (del que Egipto forma parte como provincia) y del contexto internacional generado por la revolución francesa, pero en base a condiciones locales. Egipto era la más rica de las provincias musulmanas, con una importante agricultura, una buena recaudación tributaria, el control de comercio del Mar Rojo, importantes centros de enseñanza islámica, siendo además la base desde donde se organizaban las peregrinaciones a la Meca (Rogan, 2010). Desde 1250 era gobernada por los sultanes y bey mamelucos, una elite guerrera de origen esclavo (turcos y cumanos de Ucrania, circasianos del Cáucaso) convertida en terrateniente de hecho (ergo, sin título de propiedad). En 1517, los otomanos ocuparon Egipto y se recostaron en los mamelucos y comerciantes locales, poniendo a un gobernador (wali) con un corto mandato para que no acumule poder. Lo que

sigue es una profunda decadencia con despóticos gobernantes mamelucos, enfrentamiento con los ulemas, levantamientos populares, epidemias, hambrunas, crisis comerciales y nacimiento de un sentimiento protonacionalista de los egipcios nativos alejados del gobierno. Todo ello en un contexto internacional en el que la provincia era codiciada por Inglaterra, Francia y Rusia. Hacia fines del siglo XVIII, el sultán otomano Selim III (1789-1807) intentó una serie de reformas en la administración del Imperio, pero debió postergarlas para atender otras cuestiones vitales como ser: la presión ejercida por Rusia y Austria hasta la paz de Iasi (1792), la de Inglaterra para que rompiera relaciones con Francia y la campaña napoleónica en Egipto y Siria (1798-1801). Y en el contexto interno, Selim III debió vérselas con la resistencia a las reformas por parte de los jenízaros, que finalmente lo destronaron y asesinaron. Iniciado el siglo XIX, la campaña francesa en Egipto (1798-1801) enfrentó sus veteranas tropas y su moderna artillería contra un ejército medieval que iba armado con lanzas y espadas. Napoleón pretendía llevar la “civilización” y amenazar los intereses británicos en la ruta hacia la India. Procuró ganarse a la población local, pero su presión fiscal provocó la insurrección de El Cairo, y tras el fracaso de la campaña en Siria resultó cuestión de tiempo que la alianza anglo-turca se impusiera. Como balance de la aventura tenemos una fractura en la elite tradicional que permitió a los ingleses establecer un gobierno indirecto a través de los mamelucos, mientras la Sublime Puerta pugnaba por reestablecer su autoridad en el país, aunque su objetivo se debilitaba por el conflicto entre turcos y albaneses dentro del ejército otomano y entre este y los mamelucos (Marsot, 2002). Sin embargo, recostándose en los ulemas, los notables, los comerciantes y los sectores populares egipcios, un albanés que integraba las tropas otomanas de reconquista, Muhammad Alí (Mehmet Ali), consiguió ser nombrado wali (gobernador) de Egipto frustrando los planes británicos (cuya invasión resultó un rotundo fracaso). El nuevo wali tomó a Francia como inspiración al tiempo que dio los primeros pasos para desembarazarse de la elite mameluca (masacrada en un banquete y huyendo a Sudán sus escasos sobrevivientes) y así dar comienzo a una lenta desotomanización del ejército y la administración. Para muchos autores, este es el comienzo del estado egipcio moderno y de la “egipcianidad” (ídem, 2002). El wali era consciente de la debilidad del Imperio otomano y de la necesidad de construir un estado moderno para que Egipto pudiera hacer frente al reto de las potencias europeas. Asimismo, comprendía que el reducido grupo de comerciantes, notables y ulemas existentes eran insuficientes para sostener las tropas necesarias para garantizar la autonomía de la provincia y que el comercio exterior de granos y el “arreglo” de los campos serían la base para ingresos fiscales regulares y para una administración modernizada. Su plan de modernización apuntó a distintos frentes, con el Estado cumpliendo la función de acumulación primitiva (Amín, 1972).

En primer lugar, se realizó lo que algunos autores nacionalistas vieron como una “reforma agraria”, eliminando las formas cuasifeudales de los multazim mamelucos que fueron expropiados sin indemnización, entregando parcelas a los fellahin (campesinado). También se confiscaron gran parte de las tierras waqf (de carácter religioso) y se tasó las restantes, antes exentas. En definitiva, el Estado suplanta a los terratenientes multazim y reorganiza la recaudación (Quintana Pali, 1981). El segundo aspecto fue el ejército y las conquistas militares (el Hiyaz en Arabia, Nubia, Sudán, Gran Siria, Peloponeso, la isla de Creta), para de este modo asegurar las rutas caravaneras y marítimas, como también una creciente autonomía respecto de la Sublime Puerta. Asimismo, las campañas le garantizaron a Ali el acceso a materias primas, la colocación de productos egipcios, la recaudación fiscal, la provisión de esclavos, la promoción de industrias, el mantener alejadas las tropas albanesas revoltosas y justificar la reforma fiscal para sostener al ejército. El reclutamiento se hizo en base a los fellahin nativos, siendo la primera vez que se tenía en cuenta a dicha población. Empero, frente a la resistencia civil al reclutamiento se recurrió a esclavos sudaneses. Así, el ejército pasó de ser un mosaico multiétnico sin lealtades a un cuerpo centralizado y jerarquizado que unía en una misma institución al componente nativo y a la casta militar tradicional para gestar en su seno un ideal nacional único. Respecto a la administración, las unidades locales fueron modificándose hasta adoptar una forma similar al sistema de departamentos napoleónico que permitía la centralización de la administración local y cotidiana. Se suplantó a los cuadros mamelucos por el séquito que acompañaba a Mehmet – el mismo que incluía a los escribas coptos– pero para contrarrestar el peso de estos últimos en las finanzas se recurrió a los armenios, también cristianos. El árabe pasó a ser la lengua de la administración, mientras que el gabinete virreinal, con sus distintos diwan, se encargó de hacer cumplir las órdenes del wali. En cuanto a la educación, esta impulsó la reforma administrativa y militar, enviando a las campañas militares a los más conservadores. Surgieron numerosas instituciones de enseñanza (militar, naval, ingeniería, veterinaria, medicina, artillería, politécnica, lengua y traducciones, etc.) presididas por un miembro de la elite turco-egipcia y un europeo, un profesorado mixto europeo y otomano (suplantado luego por egipcios) y un alumnado de diverso origen que sostenido por el estado nutrió tanto las escuelas militares (mamelucos, turcos, albaneses, griegos) como las administrativas, técnicas y médicas (egipcios musulmanes y coptos). Además, se envió a 339 estudiantes a Europa (Azaola Piazza, 2008), sin que ello imprimiese en los estudiantes un marcado europeísmo sino, antes bien, el inicio de un renacimiento literario nacional (nahda) (Marsot, 2002). El arreglo de los campos permitió a Ali organizar la producción de cultivos exportables a gran escala (algodón, índigo, trigo, arroz, sésamo, legumbres) incrementando notoriamente la superficie cultivada, concentrando la comercialización, supervisando el trabajo agrícola, realizando obras

públicas (canales, presas, infraestructura) mediante el viejo uso de la corvée aunque con un modesto salario a cambio. Pese a contar con técnicos europeos, se basó mucho en prácticas tradicionales como ser la de las norias, rechazando los planes de los técnicos –en especial, los propuestos por el medio centenar que integraba la misión saintsimoniana– para construir ferrocarriles y abrir un canal en el istmo de Suez. Ali consideraba que tales propuestas sólo eran benéficas al interés británico (Quintana Pali, 1981). No obstante ello, contrató expertos en ciertos cultivos: franceses para el algodón y el cáñamo, sirios para las moreras de la producción de seda, armenios para el opio y bengalíes para el índigo. También financió la experimentación agrícola que dio por resultado la introducción del algodón Jumel de fibra larga, sin duda el de mejor calidad a nivel mundial y que habría de convertirse en un símbolo del Egipto moderno. El algodón claramente terminó por desplazar a los otros rubros exportables, aunque los ingresos nacionales descansaron en gran medida sobre la recaudación fiscal agraria. Por otro lado, el wali ordenó concentrar la actividad artesanal –fundamentalmente textil, pero también de tintes, índigo, harinas, aceite y vidrio– en talleres del estado, comprando la producción artesanal rural y monopolizando la comercialización. Ello resultó un duro golpe para los gremios artesanales y los empresarios y comerciantes. Los artesanos con experiencia se incorporaron como capataces en los talleres, y se contrató tanto a mano de obra calificada extranjera como a fellahin no calificados. En 1828 existían 35 talleres estatales con 200 telares. En general, su maquinaria era movida con bueyes siendo minoritarias las que empleaban el vapor, puesto que la falta de carbón limitaba su uso. Asimismo, el sector manufacturero estatal llegó a emplear a 20.000 personas, apuntando las manufacturas al mercado interno para reducir las importaciones. Y si bien se redujo la introducción de textiles palestinos, sirios e indios, no pudo limitar del todo la presencia de textiles británicos. Pero el proceso de desarrollo egipcio bajo Mehmet no quedó confinado al sector textil. También avanzó hacia las industrias siderúrgica, química, naval, de curtiembres y de arsenales y astilleros. El puerto de Alejandría se convirtió en uno de los mejores del Mediterráneo y –tras la pérdida de la flota en la batalla de Navarino (1827)- se construyó una nueva flota de 27 navíos de guerra, la séptima flota mundial por aquel entonces. Sin embargo, la falta de hierro, carbón y madera fue un serio limitante, a la vez que un estímulo para las conquistas (Ortega Galvez, 1997). La lógica del wali fue calificada por muchos como la simple obsesión mercantilista por controlar la balanza de pagos, reduciendo las importaciones y en pos del autoabastecimiento a cualquier precio. Sin embargo, –y pese al monopolio, las tarifas aduaneras y la mano de obra barata– los productos egipcios continuaron siendo caros aunque pudieran ser colocados por Ali tanto en los territorios conquistados como en las provincias otomanas. Dicha colocación generaba la cólera de

Inglaterra, que además temía la posible desintegración otomana y persa que el potencial militar egipcio de Ibrahim Pashá –vástago de Ali– podía provocar. Para Marsot, esto es un claro indicativo de la potencialidad de estas industrias para ganar o disputar mercados a los europeos, y en especial en el rubro de las manufacturas de algodón (Ídem, 2002). Observadores ingleses y miembros de la misión francesa saintsimoniana coincidían en señalar que era un crecimiento contra natura al limitar la libertad de empresa y no dedicarse exclusivamente a la producción agrícola. Llegamos así al tratado de Balta Liman (1838), por el cual los otomanos conceden a los británicos nuevas tarifas aduaneras y la abolición de los monopolios en todas las provincias del Imperio. Egipto se negó a aceptarlo, proclamando su independencia y cerrándoles el paso del istmo de Suez a los ingleses. Y si bien logró aplastar al ejército otomano, la alianza de las potencias con la Sublime Puerta dio en 1840 un golpe mortal al sistema económico construido por Mehmet Ali, que perdió la flota, debiendo por ello reducir su ejército y renunciar a Creta, Siria y el Hiyaz. La derrota externa, retroalimentada por factores negativos de orden interno, redujo la escala de la producción y asestó un golpe mortal al modelo de desarrollo autonómico. El repliegue de éste se prolongará con su hijo Ibrahim (1848) y más aún con la reacción conservadora y antioccidental de su nieto Abbas I (1849-1854). Sin embargo, con Mehmet Said (1854-1863) dio comienzo una nueva fase de modernización en Egipto, esta vez fuertemente ligada al capital extranjero. Aquella dirigencia estatal se inclinó primero por Francia y luego, con Ismail en el trono (1863-1879), por Inglaterra. Por otro lado, cabe decir que la concentración de la propiedad de la tierra que se iniciara al final del gobierno de Ali beneficiando a la familia real, no hizo más que profundizarse con Said a través de la ley de tierras de 1858 (Quintana Pali, 1981). Esta segunda modernización solo sirvió para reforzar al sector exportador. La necesidad de contar con excedentes exportables transformó a la clase dirigente: de ser una burocracia “mandarina” se convirtió en latifundista vinculada orgánicamente al capital extranjero (Ídem, 1981). Así, Egipto se integró de forma dependiente a la economía mundial, siendo los emblemas de esta dependencia la construcción del Canal de Suez -impulsada por Francia pero que Inglaterra utilizará en su beneficio- y el monocultivo algodonero, cuyo control en manos británicas acabó consiguiéndose después de la invasión de 1882.

4. La coyuntura crítica del mercado internacional algodonero y los límites del aprovisionamiento egipcio para la industria británica La década 1860, signada por la coyuntura favorable de la guerra de secesión norteamericana (1861-1865), vio trepar al 70% los ingresos egipcios por la exportación de algodón, creciendo

también la exportación de semilla de algodón. Egipto se ubicó entre los grandes exportadores mundiales de algodón que presidían la India, Turquía, Brasil y EE.UU. (Quintana Pali, 1981: 445446). Pero el estimulo de los altos precios no condujo a Said a intervenir en la producción, muy a pesar de las presiones de la Manchester Cotton Supply Association para que acepte capital británico tendente a asistir a los cultivadores. Es decir, no hubo proyecto gubernamental de introducción masiva de mejoras técnicas en la producción de algodón11 sino que, por el contrario, se recurrió a la expansión de la superficie cultivada (tanto en contextos de catástrofes agrícolas como de epidemias de ganado o de inundaciones devastadoras como la de 1863). Además, para la inyección de capitales, más allá de las inversiones en infraestructura (como la mejora del puerto de Alejandría), se recurrió a usureros locales antes que a la banca internacional. Otro aspecto a considerar sobre el algodón egipcio es que a pesar de su mejor calidad, no conseguía mejores precios dado que las hilanderías podían reemplazarlo con variedades de hebra larga norteamericana. Recién hacia fin de siglo tenemos un perfeccionamiento tecnológico de las hilanderías que creó un sector dedicado a la transformación de las fibras largas (proceso de mercerización), y así el algodón egipcio consiguió un mejor precio. Pero ello ocurrió recién a fines del siglo XIX y para ese entonces la producción algodonera estaba en manos británicas. El otro símbolo del Egipto moderno y dependiente es el canal de Suez, un viejo proyecto de Ali que Said adopta y lo concede en 1854 a su amigo, el diplomático francés saintsimoniano Ferdinand de Lesseps. Lord Palmerston se opuso, dado que el canal separaría a Egipto de Turquía y caería en manos de Francia. Pero muy a su pesar, en 1859 la Compañía Internacional del Canal inició las obras utilizando mano de obra de fellahin provista por el gobierno egipcio en cuotas mensuales como parte del contrato. Hasta 1864 se usó esta corvea que consumía mensualmente el trabajo vivo de 20.000 campesinos, que debían permanecer fuera de sus hogares más de tres meses. Esto nos da una movilización hacia el istmo de 240.000 campesinos al año. Si consideramos los campos de algodón tenemos que esa merma alcanzó a más de 720.000 hombres al año, en un país con una población de unos seis millones de habitantes. Además, como la carencia de agua potable produjo disentería y cólera, la situación debió ser paliada, en parte, con la construcción de un canal de agua dulce desde el Nilo hasta Ismailia, lo cual demandó fuerza de trabajo adicional. Por otro lado, tenemos que el canal requirió de dos puertos, uno en cada extremo. Pero dado que sólo existía el de Suez en el Mar Rojo, debió de construirse Port Said en el Mediterráneo y en una playa poco profunda y de arenas movedizas que demandó abundante mano de obra.

Todas estas obras disputaron mucha fuerza de trabajo a la producción algodonera. Inglaterra denunció –indignada- la corvea y presionó a Egipto y Turquía para que la Compañía utilizara tecnología, reduciendo así los contingentes campesinos en el canal. En 1864 la Compañía encargó dragas y otras maquinarias. Entre 1861-1864 fueron excavados 15 millones de metros cuadrados mediante corvea. Entre 1865-1869 otros 60 millones pero con el uso de maquinarias. Así y todo, en 1865 el descenso de mano de obra no fue automático ya que fue requerida para montar las instalaciones de las maquinarias (Headrick, 1998: 135-136). A punto de finalizarse las obras, Turquía y Londres abandonan su oposición al canal mientras la diplomacia inglesa se movía para garantizar la neutralidad de la zona del canal. El 17 de noviembre de 1869, en una pomposa ceremonia con champaña, discursos y monarcas europeos, se inaugura el canal construido con capital francés y sangre egipcia para la gloria de Inglaterra. Ismail creyó que Egipto era parte de Europa. Las obras fastuosas12 y el derroche de su gobierno llevaron a la bancarrota, entonces Inglaterra compró los bonos egipcios en al Compañía del canal y estableció una intervención acordada con Francia sobre las finanzas egipcias cuando Ismail cesó el pago de la deuda externa. Luego depusieron a Ismail y colocaron a su dócil hijo Tawfiq. Pero la brutal intervención provocó un levantamiento liderado por el general Orabí Pachá que concluyó con la invasión inglesa de 1882, estableciendo un protectorado británico hasta 1914. Con la administración británica –cuya figura emblemática fue Lord Cromer- tenemos el absoluto predominio de la banca inglesa en el mercado local de capitales y, respecto al agro, un sistema de irrigación perenne para las tierras dedicadas al algodón, al tiempo que se incrementó notoriamente el uso masivo de fertilizantes y se ampliaron las áreas de cultivo en detrimento de los cereales (al punto que debe importarse de América). Ello condujo a un agotamiento del suelo, a enfermedades y malnutrición que afectaron a la mano de obra. Un segundo frente algodonero bajo control del Imperio se estableció en Sudán, pero de modo muy lento: el espectacular triunfo del Mahdi en Jartum (1885) detuvo ese proceso y recién en 1898 se concretó la conquista anglo-egipcia. Hasta aquí, hemos intentado mostrar algunos aspectos que desmienten el poco riguroso argumento de Doratioto acerca del algodón egipcio barato y a la mano de Gran Bretaña. Dicho autor no ha tenido en cuenta que con Mehmet Said creció la exportación algodonera egipcia pero sin la inversión extranjera en los niveles esperados por la banca británica, dado que el gobierno egipcio se benefició con una coyuntura favorable de los precios. Además, desconoce Doratioto que el proyecto francés de construcción del canal de Suez insumió un número muy importante de campesinos, es decir que compitió con el sector algodonero por la mano de obra, siendo ello contrario a los intereses británicos de contar con un algodón bueno, barato y abundante. Y algo más, Doratioto desconoce que la mecanización en las obras del canal recién comienzan al iniciarse la Guerra del Paraguay.

Finalmente, Inglaterra logró una afluencia algodonera en mejores condiciones recién con el establecimiento del protectorado en 1882, la generalización de la irrigación perenne y del uso de fertilizantes, el estrangulamiento del mercado local de capitales y la conquista del Sudán. Por otra parte, la industria de Lancashire no pudo procesar correctamente el algodón de fibra larga (Jumel) hasta fines del XIX. Todos estos elementos prueban que Egipto no fue el granero algodonero de Inglaterra, impidiéndole tanto a los manufactureros ingleses como a la Corona el despreocuparse de hallar nuevas zonas productoras de algodón barato.

5. Ascenso, consolidación y destrucción del modelo de desarrollo autonómico del Paraguay Veamos ahora de manera sintética el proceso de modernización paraguayo. 13 La Provincia del Paraguay, una vez comprobada su carencia de metales preciosos, quedó –como plantean varias quejas locales de la época- abandonada a su suerte. Sin nuevos contingentes importantes de españoles, la población paraguaya mostró un temprano y profundo mestizaje que fue socavando el predominio peninsular característico del resto de América hispánica. Esta población fue adquiriendo una conciencia protonacional en base al idioma guaraní, la creciente identidad del campesino/soldado en defensa del territorio frente al indio “infiel” y los bandeirantes brasileños, la protesta por el abusivo monopolio de la ciudad de Buenos Aires y sus demandas militares, y el rechazo a la competencia desleal de los jesuitas. Este sentimiento se hizo patente en las revueltas comuneras (1717-1735). Con las reformas borbónicas tenemos cambios que afectan al Paraguay. El establecimiento de la capital virreinal en Buenos Aires agudizaba los conflictos con la oligarquía porteña para la salida de productos paraguayos, a la vez que redoblaba la contribución de la provincia a la defensa de la fachada atlántica. La expulsión de los jesuitas abre nuevas posibilidades y el estanco de la renta del tabaco genera una capa campesina que mejora su situación y será la base social que impulsará la independencia. El proceso juntista de Buenos Aires coloca a la provincia ante un dilema, en el cual amplios sectores populares definen el enemigo en primer orden: la oligarquía porteña. Eso explica que Paraguay continuara leal al funcionario realista Ramírez de Velasco (que, por otra parte, hizo una buena administración) hasta que la invasión porteña de Belgrano es derrotada en Tacuarí, dejando en evidencia la debilidad del gobierno colonial y la gravitación de los oficiales de milicias provenientes de las capas populares. Así llegamos a la revolución de 1811 que da lugar a un gobierno independiente de hecho. Esto conduce a un enfrentamiento con Buenos Aires y es en ese marco que el Dr. Gaspar Rodríguez de Francia asciende como dictador con fuerte apoyo popular en Congresos donde la población rural va imponiendo su voluntad por sobre la elite asunceña (a

diferencia de los congresos de otras colonias españolas sudamericanas). Así, Paraguay es la única provincia que rompe con sus dos metrópolis. La política del Dr. Francia apuntó a la defensa de la soberanía exterior, a preservar el territorio heredado de la colonia, lograr la libre navegación de los ríos y sostener la independencia paraguaya en un plano de igualdad tanto frente a Inglaterra como al complejo rioplatense y el siempre amenazante Brasil. Así, las prioridades fueron la defensa nacional y las actividades industriales y comerciales ligadas a atender las fuerzas armadas. Esta política era respuesta a las presiones de Buenos Aires.14 Mediante el Decreto Supremo de 1814 el Dr. Francia reguló el comercio exterior, fijando los precios el Estado y otorgando permisos especiales sólo a los comerciantes que exportaban los frutos del país y la madera e importaran armas y municiones. Esta medida, sumada a el establecimiento del Estado como heredero de los bienes de extranjeros y la nacionalización de la iglesia, asestó un golpe mortal a la oligarquía exportadora destruyéndola como clase social (Guerra Vilaboy, 1964: 76). El último intento de esa oligarquía alentada por el convulsionado escenario rioplatense fue la Gran Conspiración de 1820 que culminó en un fracaso (White, 1984: 81). El bloqueo dispuesto por Buenos Aires limitó el comercio por el Paraná. Por otra parte, el comercio con los portugueses se vio interrumpido desde 1818 cuando estos incrementaron sus fuerzas en el Mato Grosso. El resultado de todo este proceso fue la caída exponencial de las exportaciones e importaciones. Sin embargo, tras la independencia del Brasil en 1823, Francia reabrió el puerto de Itapúa como única salida y entrada de todos los intercambios, bajo estricto control estatal. Se crearon las Tiendas o Almacenes del Estado, que adquirían sus importaciones por medio del trueque con sus exportaciones (yerba mate, maderas, tabacos, cigarros, cueros suelas, miel, aguardiente de caña, almidón de mandioca, dulces, ganado vacuno, sal. Estaba prohibida la salida de oro, plata, mulos y caballos), sin incurrir en déficit de la balanza comercial. Y al quedar en manos del Estado la mayor parte de las tierras, se crean las Estancias de la Patria, que permite redistribuir carne y otros alimentos además de atender necesidades del ejército. Con el ascenso de Carlos Antonio López se buscó establecer un nuevo equilibrio, por lo que se intentó una liberalización controlada del sistema comercial. Pero la inestabilidad política y económica que vivían sus vecinos fue un claro limitante a este giro, como la rebelión de los farrapos de Rio Grande do Sul entre 1835 y 1845 o el bloqueo a la libre navegación por Juan Manuel de Rosas. En el revés de trama, López impulsó tratados con Corrientes (1841 y 1842) para la libre navegación y un mercado regional. Con el ascenso de Urquiza, la Confederación Argentina abolió los impuestos interprovinciales, decretó la libre navegación de los ríos y en 1853 reconoció oficialmente la independencia del

Paraguay. Esta coyuntura favorable fue muy bien aprovechada por López, quién firmó tratados comerciales con la Confederación, Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos y Cerdeña entre 1853 y 1854, y reabrió el comercio con Mato Grosso. Se establecieron marcos jurídicos para garantizar estabilidad a las inversiones extranjeras en la industria, pero las malas experiencias con los inversores estadounidenses provocaron el cierre de esta tenue apertura liberal. López, entonces, estableció el monopolio del Estado sobre la yerba, la madera e intermitentemente sobre cueros y productos del ganado. En 1853-54 Francisco Solano, hijo del presidente López, realiza una gira oficial por Europa y regresa con un buque de guerra comprado allí, un equipo de ingenieros y técnicos, y con insumos de capital, materias primas y material militar. A partir de allí, y en base al desarrollo económico logrado durante el gobierno de su padre que se sostiene en las políticas de estado durante el período francista, Paraguay experimenta un rápido crecimiento que a algunos historiadores les hizo ver una industrialización sui generis: “A partir de 1852, la libre navegación del río Paraná permitió un rápido aumento de las exportaciones, en su mayoría bajo control estatal. Los recursos liberados de esta manera se dedicaron a la moderna manufactura de bienes y planta industriales: hierro y acero, ingeniería, construcción naval, fabricación de ladrillos, etc. Se instalaron un ferrocarril y un telégrafo sin incurrir una deuda externa. El experimento fue arruinado por la guerra con la Triple Alianza (1864-1870), que enfrentó el Brasil, la Argentina y el Uruguay al Paraguay.” (Batou, 199: 460)

Otros investigadores negaron tal desarrollo. Pastore (1993) demuestra que los ingresos del estado lopista fueron mayores de lo que los investigadores pensaban, si bien sus conclusiones no escapan al sentido común de muchos de esos mismos investigadores que postulan que dicho estado fracasa por no haber adoptado el librecambismo. Si bien puede ser aventurado hablar de socialismo de Estado, es indudable que Paraguay experimenta una modernización que no es habitual en el resto de las ex colonias españolas, o más aun, dicha modernización se logra sin hipotecar la nación ni entregarse de pies y manos al imperialismo británico.

6. Conclusiones Convergencias y divergencias existieron entre los modelos de desarrollo autocentrado de Egipto y Paraguay. En ambos, fue el estado el que concentró la tierra, aunque en Egipto la familia gobernante acabó por apropiarse buena parte de ella después de la reforma agraria de 1853. Asimismo, en ambos países el poder secular avanzó sobre las tierras de carácter religioso. También existe convergencia en el hecho de que en ambos estados se controló de forma minuciosa el comercio exterior y la producción –tanto la rural como la artesanal. Sin embargo, en Egipto los

talleres estatales arruinaron al artesanado y a los pequeños capitales privados, mientras que ello no ocurrió en el Paraguay. Por el lado militar, en ambas casos se recurrió al reclutamiento de campesinos, siendo el ejército un puntal incuestionable para las empresas dirigidas de crecimiento económico. Muchas otras convergencias y divergencias podrían ser listadas en esta conclusión. Empero, se prefiere apuntar a una convergencia básica que este trabajo ha relevado: el papel que los capitales británicos y su Estado imperial cumplieron para alentar el desmantelamiento de ambos proyectos. En este particular, las convergencias fueron más significativas. El recurso de la guerra –primero– y del endeudamiento –después–, avalaron la constitución de sendos períodos dependientes tanto para Egipto como para el Paraguay. Y en ambos casos, uno de los máximos beneficiados resultó ser el imperio británico y sus capitales.

7. Notas Este trabajo hace propia la posición de Osvaldo Sunkel según la cual: “La revolución industrial no es, sin embargo, un proceso que pueda explicarse y comprender sólo en términos de países aislados, como Inglaterra, o de regiones aisladas, como Europa noroccidental. En realidad, se desenvuelve dentro de un sistema económico y político mundial que vincula aquellos países y regiones entre sí y con sus respectivas áreas coloniales y países dependientes; dichas vinculaciones contribuyeron de manera importante al proceso mismo de la revolución industrial a través de la generación y extracción de un excedente, la apertura de mercados y el aprovechamiento de los recursos naturales y humanos de la áreas periféricas. Contribuyeron, por otra parte, a adaptar estructural e institucionalmente las economías y las sociedades de la áreas periféricas a las necesidades del proceso de la revolución industrial en los centros” (Sunkel, 1977: 41) 2 Egipto fue un estado vasallo del imperio otomano desde 1516 hasta 1882 año en que pasó a convertirse en un protectorado británico. Su independencia efectiva recién pudo cumplirse el 26 de agosto de 1936. La conformación del Paraguay como estado nacional fue más temprana. Así, mientras que la independencia efectiva se produjo en 1811, la formal data del 25 de noviembre de 1842, cuando el Congreso de la República sanciona el Acta de Independencia del Paraguay. No obstante lo dicho, en el Egipto de Mehmet Alí (1805-1848) fue gestándose un sentimiento de unidad nacional que acabó por autonomizarlo en términos positivos de Estambul. 3 Como es de conocimiento general, en Egipto domina desde hace por lo menos trece siglos el Islam, mientras que en el Paraguay hace lo propio, desde no más de cuatro siglos y medio, la religión cristiana en su variante católica. 4 La imagen especular de esa convicción ideológica nos la devuelve Bradford Burns al elucidar cuáles eran las líneas de fuerza del ideario liberal decimonónico en América Latina: “[…] se consideraba ser liberal a principios del siglo XIX: una constitución escrita a la que se circunscribía la acción del jefe del ejecutivo, el cual compartía el poder, al menos nominalmente, con una legislatura y un tribunal judicial; la limitación, si no la abolición total, de las restricciones al comercio; la educación pública, y la igualdad formal ante la ley” (Burns, 1990: 18). 5 Para comprender los alcances de la inversión extranjera (y en especial británica) en América Latina durante el período que va de 1822 a 1860, sigue siendo fundamental el aporte hecho por Luis Vitale en el primer capítulo de su Historia de la Deuda Externa Latinoamericana y entretelones del endeudamiento argentino (Vitale, 1986: 15-28). Y como para muestras basta con un botón, sólo entre 1822 y 1825 la colocación de empréstitos ingleses en siete países de América Latina alcanzó las 24.894.571 libras esterlinas, representando ello el 45% del capital invertido por ese país en empréstitos internacionales. 6 Dichos reclamos se hacían para que el imperio de Pedro II se comprometiese a “garantir vidas e posses dos brasileiros no Uruguai” (Doriatoto, 2012: 9). 7 Aunque a muchos les suene ridículo, hay de quienes creen que frente a semejante “verdad” se estrella la meticulosa elaboración hermenéutica y heurística de León Pomer que dio como fruto una tesis holística de la guerra. La misma, relacionaba a la guerra con el funcionamiento capitalista global que involucraba tanto a la grave crisis del mercado internacional algodonero –por efecto de la Guerra de Secesión estadounidense (1861-1865)–, como a las tareas diplomáticas llevadas a cabo por el imperio británico para abrir nuevas fuentes de aprovisionamiento de oro blanco; entre las cuales se contaba como fuente potencial el Paraguay de los López (Pomer: 1987). Sorprende de manera amarga que una línea aislada de Doratioto valga más que un libro entero de León Pomer, sorpresa que se cambia por espanto cuando el lector ocasional alcanza a vislumbrar algo de la portentosa sólidez, teórica y documental, que posee un texto como La Guerra del Paraguay, un buen negocio!; publicado por primera vez en 1968 y reeditado por Centro Editor de América Latina en 1987 bajo el título La guerra del Paraguay: estado, política y negocios. 8 “El árbol de la expansión capitalista moderna creció en una determinada región de Europa, pero sus raíces extrajeron su alimento de un área de intercambio y acumulación primitiva mucho más amplia, que incluía tanto las colonias de ultramar ligadas por vínculos formales como las ‘economías dependientes’ de Europa Oriental, formalmente autónomas” (Hobsbawm, 1971: 104-105). 9 John Rule ha conectado dichas guerras con el ascenso dominante del sistema fabril en Inglaterra. El aporte de clásicos de la historiografía inglesa sobre la industrialización como John Lawrence Hammond ha permitido a Rule escribir: “En The Rise of Modern Industry (1925) argumentaban que, para que triunfase la moderna industria capitalista, era necesaria la destrucción de los controles reguladores que habían impuesto en un primer momento los gremios y luego un gobierno paternalista. Al revocar en 1813 las cláusulas del Elizabeth Statute of Artificers relativas a la fijación de salarios, y en 1814 las referentes al aprendizaje, el Parlamento estaba dando constancia por fin de la ‘derrota del obrero y el pequeño patrono’” (Rule, 1990: 18-19). 10 “A fines de 1838 los partidarios del libre comercio de cereales y, por tanto de la abolición de las leyes que regulaban las tasas de importación, los industriales, uno de cuyos más conspicuos representantes políticos era Richard Cobden, comenzaron una campaña de agitación sistemática” (Peres, 1990: 93). 11 Aunque es cierto que la desmotadora de vapor tipo McCarthy, que hacía en 10 hs. el trabajo que los fellah hacían en 10 días, se introdujo en 1854 y hacia 1864 existían 80 talleres con esta desmotadora que trabajaba un tercio de la producción (Quintana Pali, 1981). 12 Como la ópera de El Cairo, inaugurada en 1869 para la apertura del canal, o el estreno en 1871 de la opera Aída encargada a Giuseppe Verdi por el jedive. 13 Véase: Fulgencio Moreno, Ignacio Telesca, Sergio Guerra Vilaboy, León Pomer, Richard Alan White, entre otros. 1

14

Entre otras, el Reglamento de 1812 por el cual Buenos Aires exigía el pago de impuestos y bloqueaba el río, presionando al Paraguay para la defensa común bajo la égida porteña, o la prohibición de las Provincias Unidas del Río de la Plata de importar cigarros o tabaco paraguayos.

8. Bibliografía consultada  Abdel-Malek, Anouar (1969). Idéologie et Renaissance National. L'Egypte Moderne, París. Anthropos.  Abdel-Malek, Anouar (1980). “El ocultamiento de Egipto. Tesis hacia una prospectiva”; en Estudios de Asia y África, XV: 3.  al-Sayyid Marsot, Afaf Lufti (1984). Egypt in the Reign of Muhammad Ali. Cambridge. Reino Unido. Cambridge University Press.  Azaola Piazza, Bárbara (2008). Historia del Egipto contemporáneo, Madrid. Catarara Editor.  Batou, Jean (1990). Cent ans de résistence au sous-développement. L'industrialisation de l'Ameriqu Latine et du Moyent-Orient face au défi européen (1770-1880), Ginebra. Centre d'Histoire Economique International.  Brezzo, Liliana (2006). “La historia de la guerra del paraguay: nuevos enfoques, otras voces, perspectivas recientes”, en AA.VV. Dossier Paraguay. Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. En línea: www.iealc.fsoc.uba.ar - [email protected]  Brezzo, Liliana (2010). La historiografía paraguaya: del aislamiento a la superación de la mediterraneidad.

En

línea:

http://www.dhi.uem.br/publicacoesdhi/dialogos/volume01/

vol7_atg3. htm  Burns, Bradford (1990). La pobreza del progreso, México, Siglo XXI editores.  Clark, G. Kitson (1962). The Making of Victorian England, Londres, Reino Unido. Harvard University Press.  Doratioto, Francisco (2008). Maldita guerra. Nueva historia de la Guerra del Paraguay, Buenos Aires. Emece.  Doratioto, Francisco (2012). A guerra é nossa: a Inglaterra não provocou a Guerra do Paraguai, San Pablo, Brasil. Editora Contexto (Editora Pinsky Ltda.).  Fargette, Guy (1996) Méhémet Ali. Le fondateur de l’Egypte moderne, París. Éditions L’Harmattan.  Gillespie, Alejandro (1994). Buenos Aires y el Interior. Observaciones reunidas durante una larga residencia, 1806-1807, Buenos Aires. A-Z editora.  Guerra Vilaboy, Sergio (1991). Paraguay: de la independencia a la dominación imperialista: 1811-1870, Asunción. Primera ED; Carlos Shaumann Editor.  Headrick, Daniel (1998). Los instrumentos del Imperio. Tecnología e Imperialismo europeo en el siglo XIX, Madrid. Altaya.

 Hobsbawm, Eric (1971). En torno a los orígenes de la revolución industrial, México. Siglo XXI editores.  Hobsbawm, Eric (1977). Industria e imperio. Historia de Gran Bretaña desde 1750 hasta nuestros días, Buenos Aires. Ariel.  Hunter, Robert (1983). Egypt under Khedives 1805-1879: from Household Government to Modern Bureaucracy, Pittsburgh, Estados Unidos. University of Pittsburgh Press.  Kaufmann, William W. (1963). La política británica y la independencia de la América Latina, 1804-1828, Caracas, Venezuela. Universidad Central de Venezuela.  Knaplund, Paul (1945). El imperio británico (1815-1939), México. Ediciones Minerva S.R.L.  Lawson, Fred H. (1992). The Social Origins of Egyptian Expansionism during the Muhammad Ali Period, Nueva York, Estados Unidos. Columbia University Press.  Moore Jr., Barrington (2002). Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia, Barcelona, España. Ediciones Península.  Morales Jiménez, Elsa (2013). El movimiento obrero egipcio desde sus orígenes a la actualidad: apuntes para la reconstrucción de su historia, Santiago de Chile. Universidad de Chile. En línea: http://www.tesis.uchile.cl/handle/2250/113744  Moreno, Fulgencio (2011). Estudios sobre la Independencia del Paraguay, Asunción, Paraguay. Fundación “Nicolás Darío Latourrette Bo”. Intercontinental. Cap. II; pp. 47-76  Murray, John (1838). The Despatches and Correspondence of the Marques Wellesley, K. G., During his Lordship0s Mission to Spain, Londres, Reino Unido. Martin Montgomery Editor.  Ortega, María Luisa (1997). "Una experiencia modernizadora en la periferia: las reformas del Egipto de Muhammad Ali (1805-1848)" en Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales (Nº 8, 1 de octubre de 1997. Universidad de Barcelona). ISSN 1138-9788.  Ortega Peña, Rodolfo y Duhalde, Eduardo (1975). Felipe Varela contra el Imperio Británico. Buenos Aires. Shapire.  Panikkar, K. M. (1966). “India y las Indias”, en Asia y la dominación occidental. Un examen de la historia de Asia desde la llegada de Vasco da Gama (1498-1945), Buenos Aires. Eudeba.  Pastore, Mario (1993). State-led “industrialization”: the evidence on Paraguay, 1852-1870, New Orleans, Estados Unidos. Center for Latin American Studies, Tulane University.  Peres, David (1990). “Los discursos de Richard Cobden”, en La revolución industrial. Selección de textos, Buenos Aires. Centro Editor de América Latina.

 Pomer, León (1987). La Guerra del Paraguay. Estado, política y negocios. Buenos Aires. Centro Editor de América Latina.  Quintana Pali, Santiago (1981) “El algodón en Egipto, 1805-1930”, en Revista Estudios de Asia y África, XVI: 3, México. El Colegio de México. (pp. 436-465).  Rogan, Eudene (2010). Los árabes. Del imperio otomano a la actualidad, Madrid, España. Crítica Editorial.  Rosa, José María (1985). La Guerra del Paraguay y las montoneras argentinas, Buenos Aires. Hyspamérica.  Rule, John (1990). Clase obrera e industrialización. Historia social de la revolución industrial británica, 1750-1850, Barcelona, España. Editorial Crítica.  Sunkel, Osvaldo (1977). “El subdesarrollo latinoamericano y la teoría del desarrollo”, en Subdesarrollo y dependencia, Guatemala. Colección “Problemas socioeconómicos” N° 2, Departamento de Publicaciones (N° 35-3 m), Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de San Carlos de Guatemala, Cap. II; pp. 37-50.  Telesca, Ignacio (2009). Tras los Expulsos. Cambios demográficos y territoriales en el Paraguay después de la expulsión de los jesuitas, Asunción. Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad Católica (CEADUC). Introducción, pp. 11-24; Conclusiones, 307-315.  Vitale, Luis (1986). Historia de la Deuda Externa Latinoamericana y entretelones del endeudamiento argentino, Buenos Aires. Sudamericana/Planeta (Editores S.A.), Cap. I; pp. 15-28.  Wadsworth, Alfred P. y Mann, Julia De Lacy (1931). The Cotton Trade and Industrial Lancashire, 1600-1780, Londres, Reino Unido. Butler & Tanner Ltd.  Walton, John (1987). A Social History of Lancashire, 1558-1939, Manchester, Reino Unido. Manchester University Press.  White, Richard Alan (1984). La Primera Revolución Radical de América. Paraguay (18111840), Asunción, Paraguay. Ediciones La República.

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.