Disfraz y pluma de todos.Opinión pública y cultura política. Siglos XVIII y XIX

September 4, 2017 | Autor: J. Cardenas-Herrera | Categoría: Conceptual History, Historia del pensamiento económico, Patriotismo, Historia De Los Lenguajes Politicos
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Descripción

Disfraz y pluma de todos

Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX

Colección Lecturas CES

Disfraz y pluma de todos Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX

Francisco A. Ortega Martínez Alexander Chaparro Silva editores

University of Helsinki The Research Project Europe 1815-1914

Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia Disfraz y pluma de todos. Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX / Francisco A. Ortega Martínez, Alexander Chaparro Silva, editores. – Bogotá : Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas. Centro de Estudios Sociales (CES) ; University of Helsinki. The Research Project Europe 1815-1914, 2012 564 p. – (Lecturas CES) Incluye referencias bibliográficas ISBN : 978-958-761-195-3 1. Cultura política – Colombia - Siglos XVIII-XIX 2. Periodismo - Siglos XVIIIXIX 3. Opinión pública 4. Colombia – Historia - Guerra de independencia, 1810-1819 I. Ortega Martínez, Francisco Alberto, 1967- II. Chaparro Silva, Alexander, 1987III. Serie CDD-21 306.2 / 2012

Disfraz y pluma de todos. Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX © Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Centro de Estudios Sociales (CES). © University of Helsinki © Francisco A. Ortega Martínez, Alexander Chaparro Silva © Varios autores ISBN: 978-958-761-195-3 Primera edición: Bogotá, Colombia. Abril de 2012

Universidad Nacional de Colombia Moisés Wassermann Lerner Rector Alfonso Correa Vicerrector académico Julio Esteban Colmenares Montañez Vicerrector Sede Bogotá

Sergio Bolaños Cuellar Facultad de Ciencias Humanas Sede Bogotá Decano Jorge Rojas Otálora Vicedecano académico Aura Nidia Herrera Vicedecana de Investigación

University of Helsinki The Research Project Europe 1815-1914 Bo Stråth y Martti Koskenniemi Directores Centro de Estudios Sociales (CES) Yuri Jack Gómez Director Juliana González Villamizar Coordinadora editorial

Ilustración de cubierta Emblema del periódico El Redactor Americano, Manuel del Socorro Rodríguez, 1806. Recuperada de los respositorios de la Biblioteca Nacional de Colombia. Imágenes interiores De la Rochette, L. & Faden, W. (1811). Composite of Colombia Prima or South America.

Adriana Paola Forero Ospina Corrección de estilo e índice analítico

Restrepo, J. M. (1827). Historia de la revolución de la República de Colombia, Altas. París: Librería Americana.

Julián Hernández Realización gráfica

Cruz Cano y Olmedilla, J. de la. (1799). Mapa geográfico de América Meridional

Digiprint Editores E.U. Impresión

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra en cualquier forma y por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

Contenido

Introducción 11 Disfraz y pluma de todos. Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX Francisco A. Ortega Martínez, Alexander Chaparro Silva

I. El nacimiento de la opinión pública 35 El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 37 Francisco A. Ortega Martínez, Alexander Chaparro Silva

II. Opinión pública, Monarquía y República

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La opinión del Rey. Opinión pública y redes de comunicación impresa en Santafé de Bogotá durante la Reconquista española, 1816-1819 129 Alexander Chaparro Silva El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de José Domingo Díaz. Venezuela, 1808-1822 Tomás Straka

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Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830 Leidy Jazmín Torres Cendales

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Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 18261827 231 Nicolás Alejandro González Quintero Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia,1821-1831 Mayxué Ospina Posse

263

Ministeriales y oposicionistas. La opinión pública entre la unanimidad y el “espíritu de partido”. Nueva Granada, 1837-1839 293 Zulma Rocío Romero Leal

III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad

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La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812 329 Mariselle Meléndez “No dudo que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará”: Primicias, lecturas y causa pública en Quito, 1790-1792 353 María Elena Bedoya Hidalgo La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 377 Lina del Castillo Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogranadina, 1820-1850 421 John Jairo Cárdenas Herrera

El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral Gilberto Loaiza Cano

447

El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870 473 Camilo Andrés Páez Jaramillo Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX. Espacios de sociabilidad y de opinión de las élites letradas 499 Juan Camilo Escobar Villegas

Epílogo

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Las varias caras de la opinión pública Víctor Manuel Uribe-Urán

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Autores 549 Índice 557

Disfraz y pluma de todos. Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX

Francisco A. Ortega Martínez Universidad Nacional de Colombia Alexander Chaparro Silva Universidad Nacional de Colombia Presentación Este libro nace al constatar una doble ausencia. En primer lugar, la ausencia de cierta conciencia en la comunidad académica de investigadores sobre las inmensas posibilidades que ofrece la prensa del siglo XIX, más allá del uso selectivo y referencial con que generalmente se ha abordado. En segundo lugar, y más alarmante aun, la ausencia de estudios recientes sobre la prensa de la primera mitad siglo XIX.1 En términos generales, tanto como país como comunidad académica, desconocemos la riqueza acumulada en este corpus de impresos.

  Esta afirmación debe ser matizada por el ya clásico libro Prensa y revolución al final del siglo XVIII. Contribución a un análisis de la formación de la ideología de independencia nacional de Silva, (1988) y por el trabajo del mismo autor, (Silva, 1993). El Correo Curioso de Santafé de Bogotá: formas de sociabilidad y producción de nuevos ideales para la vida social. Igualmente importantes son los trabajos de Peralta Agudelo, (2005); Nieto Olarte, (2007); Rodríguez Arenas, (2007). También vale la pena mencionar los apartes correspondientes a El Neogranadino en el estudio de Gilberto Loaiza Cano, (2004) y en la reciente obra del mismo autor, Sociabilidad, religión y política en la definición de la nación: Colombia, 1820-1886 (Loaiza Cano, 2011). Finalmente, para un recuento útil véase Arango de Tobón, (2006).

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La historia de los orígenes de la prensa en Colombia se conoce relativamente bien.2 Así y todo no sobra recordar que será en 1785 —cuando aparece la primera publicación periódica en Colombia, el breve Aviso del Terremoto y su continuadora, la Gaceta de Santafé— que se hace sentir la necesidad de una gaceta que comunique la noticia local a un circuito de lectores dispersos sobre una vasta geografía y que sirva de instrumento para “promover el bien público” y permitir “mantener con decoro una conversación entre gente culta”.3 El esfuerzo decisivo será, sin duda, la aparición de El Papel Periódico de Santafé de Bogotá (1791-1797), editado por Manuel del Socorro Rodríguez. A principios del siglo XIX varias publicaciones circulan en Santafé, por ejemplo, Correo curioso (1801), El Redactor americano (1806-1809), Semanario de la Nueva Granada (1808-1810), todos ellos vinculados con los ideales de procurar el bien público y promover la ilustración. Estas publicaciones cultivan el amor a la patria —entendida ésta de manera difusa como el espacio local, provincial o neogranadino, y simultáneamente la Monarquía hispánica— y se dirigen con frecuencia “á un Publico ilustrado, católico, y de buena educación”.4 Sin embargo, será a partir de la invasión napoleónica y la abdicación de Fernando VII que los periódicos van a proliferar en las provincias del otrora Nuevo Reino de Granada. La opinión pública pronto se convertirá en el termómetro de la situación política así como en el mecanismo fundamental por medio del cual se construye la legitimidad del poder.   No obsta, sin embargo, señalar que vale la pena volver sobre el tema con una mirada novedosa y desapasionada. El reciente trabajo de Álvaro Garzón Marthá ha contribuido en gran medida a clarificar muchas dudas sobre la llegada de la imprenta y diversos impresos previos a 1810. Sin embargo, esta magnífica contribución sólo ha hecho más evidente la urgente necesidad de llevar a cabo estudios de profundización sobre ese periodo a la vez que un trabajo riguroso de identificación similar para el periodo posterior a 1810. Cfr. Garzón Marthá, (2008). 3   Gazeta de Santafé de Bogotá, Capital del Nuevo Reyno de Granada, núm. 1, 31 de agosto, 1785, pp. 1. 4   El Redactor Americano, Prospecto, 6 de diciembre, 1806, pp. 3. 2

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Esto se hará patente durante las primeras repúblicas y las guerras de Independencia, es decir en el periodo entre 1810 y 1821. Incluso para muchos conocedores del periodo el dato sorprende: entre 1791 y 1816 se editaron poco más de cuarenta publicaciones periódicas, entre prensa, volantes e informes seriados, algunos de ellos —como la Gaceta Ministerial de Cundinamarca o el Correo del Orinoco— de gran volumen e incalculable valor en tanto fuente de información histórica de primer orden. Es decir, la inmensa mayoría de esas publicaciones surgen en el momento de la ruptura política con la Monarquía hispánica y constituyen simultáneamente un arma de agitación y un nuevo factor en la construcción de la vida política local. Es asombroso, por lo tanto, que de esas más de cuarenta publicaciones apenas tengamos disponibles en reimpresiones —difíciles de conseguir, por lo demás— una ínfima minoría: El Papel Periódico (1791-1797), El Correo Curioso (1801), El Semanario de la Nueva Granada (1808-1810), La Constitución feliz (1810), Aviso al Público (1810), Diario político de Santafé (1810), La Bagatela (1811-1812) y El Correo del Orinoco (18181822).5 El resto de los periódicos (incluyendo periódicos tan importantes   Ver, Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá: 1791-1797. (1978). Bogotá: Banco de la República; Carlos José Reyes, (Ed.). (1993). Correo curioso, erudito, económico y mercantil de la ciudad de Santafé de Bogotá, (Edición facsimilar). Bogotá: Biblioteca Nacional de Colombia, Colcultura. Del Semanario existe una compilación del siglo XIX, Francisco José de Caldas, (1849). Semanario de la Nueva Granada: miscelánea de ciencias, literatura, artes e industria, (Nueva edición, corregida y aumentada con varios opúsculos inéditos). París: Librería Castellana, y otra del siglo XX, Francisco José de Caldas, (1942). Semanario del Nuevo Reino de Granada, (3 vols.). Biblioteca Popular de Cultura Colombiana. Bogotá: Editorial Minerva. Los tres periódicos de 1810 fueron recogidos por Luis Martínez Delgado y Sergio Elías Ortiz, (Eds.), (1960). El periodismo en la Nueva Granada, 1810-1811. Bogotá: (s. d.). La Bagatela de Nariño es sin duda la que cuenta con mayor número de ediciones, comenzando por la edición preparada por Jorge Roa, (1897). Antonio Nariño, Escritos varios del General Antonio Nariño, (Jorge Roa ed., Biblioteca Popular). Bogotá: Librería Nueva, y siguiendo con Antonio Nariño, (1947). La Bagatela, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana. Bogotá: Cahur; Antonio Nariño, (1966). La Bagatela: 1811-1812, (Edición facsimilar, Guillermo Hernández de Alba, Ed.). Bogotá: Litografía Vanegas; y Antonio Nariño, (1982). La

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como el Argos Americano de Cartagena, El Argos de la Nueva Granada y el Boletín, ambos de Tunja, la Gaceta Ministerial de Antioquia y la ContraBagatela no han sido reeditados y con frecuencia son difíciles de ubicar o consultar en la misma biblioteca que los alberga.6 Afortunadamente, tanto la Biblioteca Nacional de Colombia como la Luis Ángel Arango han emprendido recientemente un decidido esfuerzo por digitalizar este material y ponerlo a disposición del público general y de los investigadores académicos.7 Consecuencia natural de lo anterior es que nuestra comprensión de cada una de estas publicaciones —así como de la prensa colombiana y de la dinámica conceptual y práctica de la opinión pública del siglo XIX—, es mínima. La prensa periódica ha sido desestimada en tanto Bagatela. Bogotá: Ediciones Incunables. Del Correo del Orinoco existen dos ediciones completas, la primera al cuidado de la Academia Nacional de Historia de Venezuela, que fue publicada en París, Correo del Orinoco: 1818-1821 Angostura, (1939). París: Desclée de Brouwer; la segunda, de edición más reciente en Bogotá: Correo del Orinoco: Angostura (Venezuela) 1818-1821, (1998). (Edición facsimilar). Bogotá: Gerardo Rivas Moreno Editor. A estas ediciones habría que sumarles las ediciones de: Gaceta de Colombia, (1975). (Edición facsimilar, 5 vols.). Bogotá: Banco de la República; de Lorenzo María Lleras, (1991). La Bandera Nacional Granadina: 1837-1839. (Edición facsimilar, Biblioteca de la Presidencia de la República. Colección Documentos). Santafé de Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de la República, y el Índice temático del periódico El Neogranadino: Bogotá 1848-1854, (1980). Medellín: Universidad de Antioquia. 6   Si extendemos la mirada al resto del siglo XIX el panorama es aún más desolador. Con excepción de algunas investigaciones sobre la Comisión Corográfica y Manuel Ancízar y uno que otro artículo significativo sobre la prensa finisecular, —incluido el Papel Ilustrado—, ésta ha permanecido virtualmente inexplorada. 7   Como parte de ese proceso, la línea de investigación “Opinión pública e independencia” del Programa nacional de investigación “Las culturas políticas de la independencia, sus memorias y sus legados: 200 años de ciudadanías” (Vicerrectoría de Investigación de la Universidad Nacional de Colombia, código 9714, con vigencia 2009-2011), adelanta la elaboración de un número limitado de fichas técnicas de algunos periódicos fundamentales del siglo XIX. Las fichas técnicas, acompañadas de una narrativa interpretativa, acompañan el periódico correspondiente digitalizado en el portal de la Biblioteca pública Luis Ángel Arango. Para más información ver: http://banrepcultural. org/blaavirtual/historia/prensa-colombiana-del-siglo-XIX

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fuente importante de información histórica y factor de transformación social. Así, este libro constituye un primer acercamiento a la historia de la publicidad y de la opinión pública en Colombia y más que agotar el tema pretende poner en evidencia múltiples posibilidades de comprensión de la cultura política del periodo. Se trata de una publicación pensada de manera simultánea como un aporte concreto a la historia de la prensa y de la opinión pública en la antigua región grancolombiana y como un análisis crítico del papel desempeñado por las publicaciones periódicas en tanto herramientas privilegiadas de grupos socialmente conformados y factores de constitución de nuevas identidades sociales —además de su incidencia decisiva sobre nociones como ciudadanía, pueblo, soberanía, censura, libertad, revolución, etcétera—. No debe sorprender, entonces, que la mayor parte de los estudios aquí recogidos se centren en la primera mitad del siglo XIX. Esto se justifica porque es el periodo menos conocido y porque es el momento en que se sientan las bases de la publicidad moderna en Colombia, la especificidad y los legados de la irrupción de la esfera pública en nuestro país. De la publicidad y la opinión pública La historia de la opinión pública va de la mano de la llegada de la imprenta y la prensa. Aunque existen varias y muy buenas historias que nos han aportado luces sobre los orígenes de la imprenta y la aparición de los primeros periódicos en la Nueva Granada, los letrados que los promocionaron, los circuitos de operación y circulación y la relación que mantuvieron con los centros de poder de la época8, es importante   Para la historia de la imprenta en América, ver los estudios clásicos de Torre Revello, (1940) y el monumental Toribio Medina, (1958), los cuales tratan el caso colombiano con algún detenimiento. Para un tratamiento más extenso de la imprenta en Colombia, ver el trabajo pionero de Posada, (1917), excelentemente complementado con el reciente trabajo de Garzón Marthá, (2008). Para la prensa en el ámbito iberoamericano el libro de Antonio Checa Godoy, (1993). Historia de la prensa en Iberoamérica sigue siendo una referencia ineludible. En el contexto colombiano, se destaca el trabajo temprano de Otero Muñoz, (1925) y el erudito estudio Historia del periodismo colombiano de

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advertir que hacer la historia de la opinión pública no es lo mismo que escribir la historia de la imprenta o del periodismo, aunque al ser estos últimos los instrumentos fundamentales de la esfera pública existe una relación íntima entre éstos y aquélla. La imprenta y la prensa existen como artefactos dotados de una evidente materialidad y conllevan funciones comunicativas muy concretas, la opinión pública, en cambio, resulta algo mucho más abarcador y simultáneamente menos evidente, una abstracción cuya definición y sentido han sido desde siempre polémicos y objeto de innumerables luchas políticas. En este sentido, no es exagerado señalar que con la publicación y recepción del estudio de Jürgen Habermas, Historia y crítica de la opinión pública: la transformación estructural de la vida pública (1962; traducido al francés 1978, español 1981; inglés 1989), comenzó una reflexión sostenida y sistemática centrada en la categoría de opinión pública.9 Habermas, en un ejercicio revisionista de la tradición marxista, examina la esfera pública como el espacio de producción y circulación de discursos que sirve inicialmente para expresar los intereses de la emergente clase burguesa. En la opinión pública burguesa se asocian personas, en su carácter privado, para formar un público en torno a sus intereses particulares, originalmente de carácter comercial (Habermas, 1986, p. 65). Esta opinión pública media sin embargo la relación entre la esfera privada y el Estado. Para finales del siglo XVIII esos intereses se han diversificado a través de la circulación de libros, periódicos, folletos, cartas, y de la proliferación de nuevos espacios de sociabilidad en tertulias, clubes, cafés y academias. Una nueva racionalidad caracteriza los intercambios entre las partes y se va imponiendo una cierta manera de ser o entender lo Antonio Cacua Prada, (1968). Algo desiguales, pero útiles, resultan las ponencias recogidas por el Museo Nacional de Colombia en la VII Cátedra de Historia Ernesto Restrepo Tirado en la edición de Aguilar de 2003, Medios y nación: historia de los medios de comunicación en Colombia. 9   Existen, sin duda, estudios anteriores, como el de Lippmann, (1922); Dewey, (1927) o el de Tönnies, (1923), pero en ningún caso lograron consolidar un campo de estudio. Como sí ocurrió a partir de la recepción de la obra de Jürgen Habermas.

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público y, por lo tanto, lo privado, de enunciar, de discutir, de consagrar verdades, de relacionarse con la autoridad, de proceder, de constituir la familia y los sentimientos, en suma, una verdadera gestión colectiva de la interioridad emocional. Para los comienzos de la Revolución francesa la esfera pública ya se ha convertido en un fenómeno característico de buena parte de las monarquías europeas, esto es, en el escenario en el que se discuten problemas generales y que, a través de la reconocida figura del tribunal de opinión, le hace veeduría a las acciones del Estado e influye en las decisiones políticas. Si bien Habermas define la opinión pública como aquello que cristaliza la auto-comprensión burguesa, insiste a su vez en el hecho de que esa opinión pública habría posibilitado el surgimiento de una razón deliberativa, esencial para cualquier proyecto crítico, burgués o no, que no es reducible a los intereses burgueses ni es definible por ellos. Es por eso que en la publicidad burguesa aparecen elementos universales que hacen posible un proyecto emancipador (Habermas, 1986, p.124). Tampoco resulta una exageración advertir que los estudios posteriores son deudores del camino abierto por Habermas, incluso aquellos que se muestran en franco desacuerdo con sus tesis. Buena parte de las críticas van a cuestionar la fe habermasiana en la razón y el andamiaje marxista que subsume la esfera pública a las estructuras sociales. Roger Chartier y Arlette Farge, profundos conocedores de la cultura plebeya francesa de antiguo régimen, van a insistir, por ejemplo, en que el quiebre del régimen absolutista no se debió al efecto luminoso de las tertulias ilustradas, sino a la progresiva desacralización producida por la burla ácida y la transgresión grosera de la cultura plebeya.10 Benedict Anderson, por su parte, prefiere identificar el surgimiento del nacionalismo con el ascenso de la esfera pública típica del capitalismo de la imprenta. La proliferación de periódicos y lectores hace posible un tipo de imaginación colectiva con el que se construye la nación (Anderson, 1993). Por último, para Keith Baker más que una realidad social preexistente, la opinión pública es   Ver, respectivamente: Chartier, (1995); Farge, (1995).

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una invención simbólica elaborada por diversos agentes políticos en el siglo XVIII inglés y francés para asegurarse, inicialmente, un grado de autoridad que permitiera reformular los principios políticos fundantes del orden antiguo y cuestionar así el Estado absolutista. Es precisamente en el momento que los mismos ministros del rey deciden participar en los debates para contravenir a los críticos que se afirma la opinión pública como espacio independiente de la Corona (Baker, 1990, pp.167-199). Una segunda tradición que nos interesa reseñar aquí destaca la dimensión conceptual de la opinión pública. Por la misma época en que Habermas publicaba su libro, un coetáneo suyo, Reinhart Koselleck, daba a luz Crítica y crisis (1959). En este libro, de recepción tardía, el autor le sigue los pasos a la emergencia de la esfera pública a través de los procesos socio-conceptuales que llevaron a la consolidación del estado absolutista y a un nuevo tipo de soberanía. El proceso implicó, entre otras cosas, la escisión entre vasallo o sujeto del soberano e individuo o sujeto de la consciencia, es decir, entre lo público y lo privado. Paradójicamente, es desde este dominio privado, fundamentalmente a través de los Illuminaten o sociedades secretas, que emanará una nueva publicidad y con ella la crítica de la Ilustración que minará la legitimidad del Estado absolutista y gestará una modernidad signada ella misma por la crisis (Koselleck, 2007). En trabajos posteriores, Koselleck insistirá y desarrollará lo que hasta aquí permanece en forma de intuición, que los conceptos políticos son espacios de lucha y no reflejos de estructuras sociales (Koselleck, 1993). En ese sentido, los conceptos son los repositorios de las claves para comprender los fenómenos históricos desde su propia historicidad. Esos estudios estimularon, a partir de la década de los años noventa, una extraordinaria renovación de las investigaciones sobre las independencias iberoamericanas. Autores como François-Xavier Guerra y Annick Lempérière replantearon el problema de la opinión pública en el marco de su cuestionamiento de la historiografía nacionalista y el rescate de la dimensión política de la Independencia. Sin embargo, ellos también han cuestionado el modelo habermasiano para dar cuenta de la transición revolucionaria a los nuevos estados republicanos que surgían en América. 18

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Para ellos, todo acercamiento al periodo debía partir de tres supuestos. En primer lugar, que el detonante de la Independencia es el resultado de la crisis monárquica de 1808 y, por lo tanto, su punto de irradiación inicial es la Península. La Independencia no es consecuencia de luchas nacionales y anti-coloniales locales; según ese argumento, la publicidad que acompañó a los movimientos juntistas que surgieron a lo largo del continente en 1809 y 1810 promovía los derechos del rey y no la ruptura de los lazos con la Monarquía.11 En segundo lugar, la aparición de una esfera pública —así como de otros rasgos de la Modernidad— no es el resultado de una tradición local anterior a la crisis política sino el resultado de mutaciones culturales efectuadas por la recepción de los lenguajes políticos modernos. Esas mutaciones fueron posibles debido a la aparición en las últimas décadas del siglo XVIII de nuevas formas de sociabilidad —el café, la tertulia, las sociedades patrióticas, etcétera— pero sólo provocaron un profundo reordenamiento político en las sociedades americanas a partir del desmoronamiento institucional de la Monarquía. En tercer y último lugar, que la opinión pública —y otras manifestaciones de la modernidad europea— tuvieron menos vigencia en el siglo XIX de lo que la historiografía liberal latinoamericana supuso. No sólo su aparición es tardía sino que su realización conceptual y funcionamiento social presentan formas híbridas entre los modelos europeos y las formas corporativas y organicistas que se dieron en el continente americano. Debido a eso, la historia iberoamericana se caracteriza por una precaria modernidad y una incipiente separación de lo público y lo privado, lo que ha impedido la construcción de una verdadera ciudadanía democrática. Sin olvidar los múltiples y fértiles caminos que estas lecturas han abierto, es necesario señalar algunos límites sobre los cuales merece la pena volver con una mirada crítica. En primer lugar existe una gran pobreza en el uso de la categoría de “modernidad” en la medida en que las posibilidades descriptivas se limitan a dos términos mutuamente excluyentes. Sólo por medio de la caracterización como “moderna” del conjunto de procesos   Ver Guerra, (1993, capítulos 7-8). También, Guerra, (2002a) y Guerra, (2002b).

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históricos que transformaron las sociedades europeas del norte a finales del siglo XVIII y principios del XIX, puede entonces identificarse el conjunto de fenómenos que, como escribía Tocqueville, esas sociedades creían haber aniquilado como antiguo o tradicional.12 En esa medida es apenas una tautología señalar que lo que no es moderno resulta tradicional. Por otra parte, y quizá más insidiosamente, llama la atención el peso normativo de la categoría “modernidad”, es decir su capacidad para proyectarse más allá de toda función descriptiva hacia una operación evaluativa. En esa operación, la categoría de modernidad encarna valores idealizados que representan la posibilidad de la realización democrática y progreso o bienestar material. Precisamente, por ese funcionamiento normativo, la ausencia de algunos de los elementos asociados a la modernidad, o su presencia parcial en formaciones sociales, dicta de antemano la imposibilidad o dificultad de tal proyecto democrático y bienestar. Ahí es donde la atención a las formas híbridas —intuición en principio lúcida para atender a la especificidad de las formaciones históricas iberoamericanas— se torna una sin salida. En efecto, la hibridación entendida como desviación o imperfección, sólo se hace pensable si se supone que el modelo o ideal existe incorrupto en otro lugar, la Francia moderna en este caso. Por último, la idea de hibridación como desvío de una supuesta modernidad modélica supone que los conceptos y las ideas pueden viajar de un contexto a otro y su funcionamiento depende de la perfecta adecuación a esos signos de la modernidad al nuevo entorno social. Annick Lémpèriere escribe que “el concepto [de opinión pública] fue importado, y lo fue en el momento mismo en que, por primera vez, se daban las condiciones de la existencia de la opinión como parte integrante de una constitución política liberal” (Lempérière, 2003, p. 566).13 El problema con esta   Nos referimos por supuesto a su influyente L’Ancien Régime et la Révolution, (1856). 2 vols. París. 13   Buena parte de los estudios sobre la opinión pública en el siglo XIX demuestran cómo sobreviven elementos “tradicionales” y cómo estos comprometen la viabilidad del nuevo concepto de opinión pública. 12

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afirmación es que parte de tres supuestos, todos tres muy debatibles, por lo menos si hablamos desde el punto de vista conceptual. Supone, en primera instancia, que existe una definición verdadera del concepto; supone, en segundo lugar, que este corresponde a un fenómeno existente previamente y que entonces viene a nombrar. Y finalmente, supone que estos fenómenos se manifiestan en contextos culturales y lingüísticos diversos, motivados por procesos sociales completamente autónomos del lenguaje y de las comunidades lingüísticas. Identificar estos límites nos obliga entonces a suspender y cuestionar el lastre normativo y teleológico de las categorías de la Modernidad, ubicando el horizonte de análisis fuera de las dicotomías modernidadtradición. Sin duda, es importante, como nos lo recuerda Lempérière, restituir América a un espacio de análisis euro-americano, pero sin que eso signifique dejar de lado los modos en que los lenguajes políticos existen localizados en contextos donde es fácil encontrar elementos que no hacen parte de ese circuito euro-americano y, por lo tanto, se hallan tensiones locales que no son reducibles o incluso comprensibles desde la unidad euro-americana (Lempérière, 2004).14 Así pues, menos que controvertir la tesis de la importación de ideas, interesa enriquecer la narrativa de las transformaciones conceptuales a través de sus modulaciones, reacomodos y resignificaciones, construcciones que son híbridas no por contraste con algún ideal puro, sino porque todas las construcciones conceptuales son, de necesidad, híbridas. Los lenguajes, como las culturas, no son sistemas cerrados, pero tampoco son simples vehículos de las unidades de significado. De ese modo, el fenómeno y concepto de “opinión pública” no se corresponden con la simple difusión o adopción de conceptos europeos en América, sino, como indica Noemí Goldman, “de una elaboración colectiva con múltiples

  La crítica que aquí enunciamos tiene varios puntos en común con la que adelantó Elías Palti en “Guerra y Habermas: Ilusiones y realidad de la esfera pública latinoamericana”. Ver, también, Palti, (2007). 14

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apropiaciones, usos y reflexiones realizadas por variados actores a ambos lados del Atlántico” (Goldman, 2008, p. 222). Es por eso que en aras de encontrar criterios descriptivos más versátiles para el análisis de estos fenómenos históricos —que reconozcan su complejidad intrínseca al tiempo que su plasticidad manifiesta— proponemos aquí el término “opinión pública” para designar un tipo de publicidad específica ligada a lo que se ha dado en llamar esfera pública moderna y no sólo a los intereses de la burguesía, como lo pretendía Habermas. De este modo, la opinión pública —y sus particulares dinámicas conceptuales y prácticas— debe ser entendida como una configuración históricamente determinada de los modos de publicidad existentes en una sociedad. Por su parte, reservamos publicidad para designar de manera más amplia “el estado o calidad de las cosas públicas”, definición del Diccionario de Autoridades (1737) que resulta analíticamente válida e históricamente apropiada. En este sentido, las otras acepciones que acompañan esta definición hacen evidente que esa calidad pública no es estática ni se da de antemano sino que es una actividad que requiere de unas condiciones, unos medios, un espacio y constituye un proceso, es decir que la publicidad es un tipo de trabajo basado en actos concretos.15 Dado lo anterior, por regla general los autores escogidos en este libro no definiremos qué significa la “opinión pública”, mucho menos si sus diferentes manifestaciones en contextos específicos constituyen o no una desviación respecto a supuestos modelos europeos, sino más bien buscaremos entender cómo se recorta el campo de la publicidad a finales del siglo XVIII y durante el XIX, cuándo, quiénes y qué fuerzas participaron en ese recorte, qué dejó de lado, cómo lo comprendieron sus actores, y cómo   Según la definición del Diccionario de Autoridades, el sustantivo “publicidad” se refiere a 1. “El estado o calidad de las cosas públicas”; 2. “La forma ó modo de executar alguna acción sin reserva, ni temor de que la sepan todos”; 3. “El sitio, o parage donde concurre mucha gente, de suerte que lo que allí se hace es preciso que sea público”. De esta manera, la publicidad designa el conjunto de medios para divulgar, el acto de divulgación o el lugar en que las cosas adquieren la calidad de público, por ejemplo, la plaza, las calles, el mercado, entre otros. 15

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usaron e invocaron el concepto de “opinión pública” para sus diferentes fines políticos en el marco de la renovada constelación conceptual que abriría la crisis de la Monarquía en todo el mundo hispánico. El libro entre manos Este libro es uno de los principales resultados de varios años de investigación, de descubrimientos personales y de coincidencias estimulantes. Si tenemos en cuenta que toda historia es una especie de recuerdo (y que los recuerdos son siempre fragmentarios), debemos situar los comienzos de este libro, más allá de inquietudes personales más tempranas, en 2006. En ese momento, Francisco A. Ortega Martínez ofreció un seminario de posgrado sobre prensa y opinión pública en la Universidad Nacional de Colombia. El seminario contó con el apoyo de la Biblioteca Nacional de Colombia y en su sala de lectura se reunió un grupo de investigadores en torno a los impresos originales y algunas joyas desconocidas que hacían evidente la necesidad de iniciar una investigación más sistemática sobre el nacimiento de la prensa ilustrada y, sobre todo, la explosión que registra la prensa política a partir de los procesos juntistas neogranadinos. El seminario se repitió durante los siguientes semestres y finalmente logró articular de manera formal las inquietudes y esfuerzos de un grupo inicial de jóvenes investigadores en la línea de investigación “Opinión Pública e Independencia”, adscrita al Programa Nacional de Investigación “Las culturas políticas de la Independencia, sus memorias y sus legados: 200 años de ciudadanía” dirigido por el profesor Óscar Almario García (Vicerrectoría Nacional de Investigación de la Universidad Nacional de Colombia, Código Hermes 9714, con vigencia 2009-2011). De esta manera, entre el calor de los seminarios e interminables búsquedas en los archivos y las bibliotecas de Colombia, Sandra Milena Ramírez, Nicolás Alejandro González, Juan Gabriel Ramírez, Leidy Jazmín Torres, Zulma Rocío Romero, Alexander Chaparro Silva y Francisco A. Ortega Martínez comenzaron un fructífero y amistoso diálogo alrededor de la prensa neogranadina. Un núcleo importante de los textos aquí recogidos Introducción

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fue elaborado en el marco de este proceso por algunos de estos investigadores que han trabajado conjuntamente durante cerca de cuatro años (2008-2011).16 Esta reflexión sostenida sobre la prensa, la opinión pública y la cultura política neogranadina de finales de los siglos XVIII y XIX, tomaría una forma aún más definida gracias a nuevos descubrimientos y nuevos derroteros de trabajo. Así, en compañía de la Biblioteca Luis Ángel Arango, nos concentramos en la elaboración de fichas técnicas descriptivas y analíticas de algunos periódicos fundamentales del siglo XIX colombiano17, mientras que, de manera simultánea, adelantamos con la Biblioteca Nacional de Colombia una visita guiada sobre la prensa y el nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, que incluye la digitalización de algunas piezas impresas que resultan clave para comprender la cultura política del periodo.18 Por suerte, los investigadores formalmente vinculados al proyecto hemos encontrado apoyo y una voz cómplice —aunque no por ello menos crítica y capaz de señalarnos nuevos rumbos de trabajo y también ciertos límites— en un grupo importante de académicos comprometidos con el tema y con formas similares de trabajo. En este sentido, los aportes de Mariselle Meléndez, María Elena Bedoya Hidalgo, Tomás Straka, Mayxué Ospina Posse, Lina del Castillo, John Jairo Cárdenas, Camilo Andrés Páez Jaramillo, Gilberto Loaiza Cano, Juan Camilo   Desde septiembre del 2009 Francisco A. Ortega Martínez ha participado como investigador en el programa The Research Project Europe 1815-1914. Between Restoration and Revolution, National Constitutions and Global Law: an Alternative View on the European Century 1815-1914 (EReRe), apoyado por el Consejo de Investigación Europeo (o European Research Council) con sede en la Universidad de Helsinki, Finlandia, y coordinado por los profesores Bo Stråth y Martti Koskenniemi. Aprovechamos para reconocer el interés y el apoyo prestado por el programa de investigación a esta publicación. 17   Para más, ver http://banrepcultural.org/blaavirtual/historia/prensa-colombianadel-siglo-XIX 18   Ver, http://www.bibliotecanacional.gov.co/index.php?idcategoria=38277 16

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Escobar Villegas, Víctor Manuel Uribe-Urán, Óscar Almario García y Óscar Guarín Martínez han contribuido a modelar, desde diferentes perspectivas, este esfuerzo por ofrecer una nueva mirada de la prensa y la cultura política de la antigua región grancolombiana. El libro está compuesto de tres partes, además de esta breve introducción y el epílogo. La primera parte del libro lo comprende un capítulo panorámico titulado “El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830”, donde Francisco A. Ortega Martínez y Alexander Chaparro Silva dan cuenta de la aparición del concepto socio-político de opinión pública en el escenario marginal de la Nueva Granada, trazando las transformaciones semánticas y sociales ocurridas en el seno de la publicidad de Antiguo Régimen para identificar cómo de ella, aunque no sólo de ella, emerge el concepto de opinión pública que caracterizará los primeros decenios de la vida política republicana. De esta manera, los autores hacen un recorrido histórico centrado en cuatro momentos fundamentales. Primero examinan la publicidad americana a partir de las gacetas e impresos de los siglos XVII y XVIII. En un segundo momento privilegian el análisis de la prensa ilustrada neogranadina. Posteriormente revisan el convulso panorama de las primeras repúblicas (1810-1815) y la Reconquista española (1816-1819). Finalmente, trazan de manera general las líneas principales que contribuyeron a la consolidación de la opinión pública como concepto socio-político fundamental en la región desde el Congreso de Angostura hasta el colapso de la Gran Colombia (1819-1830). La segunda parte del libro, titulada Opinión pública, Monarquía y República, explora las diferentes luchas de sentido alrededor del concepto de opinión pública en los escritos republicanos y monárquicos durante las guerras de Independencia y el periodo grancolombiano. Por un lado, Alexander Chaparro Silva en “La opinión del Rey. Opinión pública y redes de comunicación impresa en Santafé de Bogotá durante la Reconquista española, 1816-1819”, analiza los usos políticos efectivos del sintagma “opinión pública” en los impresos monárquicos durante la Reconquista española en Santafé, al tiempo que revisa los modos de circulación y control de la publicidad impresa en la ciudad. De esta manera, el capítulo Introducción

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se propone dar cuenta del profundo pacto de sentido entre los discursos fidelistas, la reconstrucción de la conformidad monárquica y los usos de la imprenta avalados por el régimen. Por otro lado, en “El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de José Domingo Díaz. Venezuela, 1808-1822”, Tomás Straka explora el papel desempeñado por la prensa y la opinión pública en la disputa emancipadora en Venezuela, prestando particular atención a las publicaciones realistas y el pensamiento fidelista encarnado por el venezolano José Domingo Díaz. El autor intenta ofrecer una visión de conjunto de lo que la prensa representó en este momento clave y evalúa de qué manera ésta fue portavoz de un nuevo pensamiento, hasta qué punto constituyó, por sí misma, un cambio cualitativo en las sociabilidades e imaginarios políticos, en la construcción de lo público y en los nuevos valores que en efecto revolucionaron la sociedad venezolana. En el siguiente capítulo, titulado “Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830”, Leidy Jazmín Torres Cendales analiza algunos de los usos semánticos registrados del concepto de libertad en la prensa grancolombiana y muestra la forma específica en que la libertad de imprenta se instituyó como garantía de la interlocución entre el gobierno y la sociedad durante el periodo examinado. El capítulo cierra con el examen de la libertad como articuladora del nuevo orden republicano a partir de su encarnación en la figura bolivariana y sus múltiples invocaciones en la crisis abierta en 1826 que conduciría al colapso de la unión grancolombiana. Por su parte, Nicolás Alejandro González Quintero, en “Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 1826-1827”, examina la esfera pública como catalizadora de una idea de nación basada en la Constitución, el gobierno popular representativo y la metáfora de la familia, privilegiando la lectura del periódico bogotano La Bandera Tricolor. El autor centra su análisis en el marco de la crisis abierta por las revueltas de Valencia y Caracas en 1826 y la creciente disputa de legitimidad entre las diferentes facciones por consolidarse como la vocera auténtica de la voluntad general en el país. 26

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Más adelante, Mayxué Ospina Posse, en “Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia, 1821-1831”, da cuenta del tipo de estrategias que se tejieron para construir la legitimidad de esa nueva voz de autoridad que fue entonces conocida como la opinión pública en la Cartagena grancolombiana. La autora centra su mirada en las constelaciones conceptuales que permitieron la emergencia de la opinión como un sistema de enunciación verdadero, dotado de un valor incuestionable, al tiempo que examina el reto que afrontaría entonces la República en la pretensión de fomentar el desarrollo de una cultura del periódico, entendiendo que es en la superficie material de la prensa donde el formato republicano de la opinión encuentra su legítimo lugar. Cierra esta segunda sección el capítulo de Zulma Rocío Romero Leal titulado “Ministeriales y oposicionistas. La opinión pública entre la unanimidad y el ‘espíritu de partido’. Nueva Granada, 1837-1839”. La autora analiza la conformación de la oposición política al gobierno de José Ignacio de Márquez privilegiando el examen de la polémica sostenida entre La Bandera Nacional, como periódico opositor más representativo, y El Argos, el periódico ministerial más importante del momento. El capítulo examina la centralidad del ideal de unanimidad y las diferentes acepciones de la noción de partido manifiestas en estas publicaciones y sugiere comprender la opinión pública, delimitada por la libertad de imprenta, como constitutiva de las formas de oposición política. Para la autora, a partir del común reconocimiento de la libertad de imprenta y del derecho de asociación, El Argos y La Bandera Nacional junto con otros periódicos neogranadinos, construyeron la legalidad de la oposición. La tercera sección del libro, Publicidad, sociabilidad e institucionalidad, explora el papel de la publicidad en el proceso de construcción del poder político, en la proyección de sus diversas instituciones y en la elaboración de las actitudes y valores que las acompañan. La sección abre con el capítulo de Mariselle Meléndez, “La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812”. La autora examina las diferentes maneras en que la imagen de la mujer o la voz de la mujer aparece en los periódicos suramericanos ilustrados del siglo XVIII para entender en qué Introducción

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medida su presencia o participación en estos medios de conocimiento e información se conectaban con uno de los propósitos principales de los semanarios: el de promover el bien público. Por su parte, la contribución de María Elena Bedoya titulada “‘No dudo que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará’: Primicias, lecturas y causa pública en Quito, 1790-1792” analiza cómo se puso en marcha, en el ocaso del periodo colonial, una empresa de carácter intelectual anclada en la reflexión sostenida sobre la “causa pública” en el territorio de la Audiencia quiteña. Con esta finalidad enfatiza la importancia de la labor ilustrada del obispo Joseph Pérez Calama y de Eugenio Espejo como principales artífices de la Sociedad Económica Amigos del País y de la publicación del periódico Primicias de la Cultura de Quito, espacios fundamentales para la elaboración conceptual de la causa pública aunada a la razón, la felicidad de los pueblos y la utilidad pública. El aporte de Lina del Castillo, titulado “La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de la independencia”, evidencia cómo la producción cartográfica fue crucial para la construcción del Estado-nación colombiano en el contexto de las revoluciones transatlánticas a partir del análisis de los mapas Composite of Colombia Prima or South America (1807) y República de Colombia (1827). El capítulo propone un análisis sostenido sobre la cartografía, el tipo de historia plasmada y defendida en estos mapas y formación de la opinión pública tanto nacional como internacional en aras de dirimir múltiples disputas por la legitimidad en el nuevo orden republicano. En “Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogranadina. 1820-1850”, John Jairo Cárdenas da cuenta de la producción intelectual de los pensadores económicos neogranadinos publicada en la prensa en tanto escenario fundamental para la formación de la opinión pública. El capítulo presta particular atención a los lenguajes económicos puestos en circulación en la prensa y sus intricadas relaciones con la noción de patriotismo como concepto central y piedra de toque recurrente para defender políticas económicas de diversa índole en el marco de la construcción estatal republicana. 28

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A continuación, Gilberto Loaiza en “El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral”, enfatiza la importancia de esta publicación promovida por Manuel Ancízar en el marco de una coyuntura política de ampliación de libertades, principalmente las de opinión y de asociación, gracias al liderazgo de una nueva generación de dirigentes liberales. El Neogranadino, entre 1848 y 1857, fue el órgano de difusión de un proyecto de modernidad liberal y el anunciador de una nueva etapa en el universo de producción y circulación de impresos. Un periódico fundamental en el siglo XIX colombiano, situado en el umbral, según Loaiza, porque anuncia un momento de agudización del conflicto entre el ideal de una república de ciudadanos modernos, según el ideal de modernidad de algunos dirigentes del liberalismo colombiano, y el de una república católica que finalmente se impuso con la Constitución Política de 1886. El nacimiento del periódico informa de la iniciativa innovadora del liberalismo, pero su desaparición, en 1857, anuncia el inicio de un compacto y persistente proyecto cultural y político conservador en Colombia. Por otro lado, Camilo Andrés Páez Jaramillo en “El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870” se ocupa de la prensa artesanal bogotana de la segunda mitad del siglo XIX. El autor examina las características de algunas publicaciones impresas por el artesanado capitalino y precisa sus mecanismos de difusión y recepción por medio del examen de sus propios elementos discursivos. El capítulo enfatiza la centralidad de la alianza entre sectores de la élite y los artesanos en la configuración de esta prensa y destaca el accionar de tres “artesanospublicistas” fundamentales en el escenario asociativo bogotano: Manuel María Madiedo, Manuel de Jesús Barrera y Nicolás Pontón. Esta tercera sección cierra con el capítulo de Juan Camilo Escobar Villegas titulado “Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX. Espacios de sociabilidad y de opinión de las élites letradas”. En él se ofrece una lectura panorámica de la prensa antioqueña publicada durante la primera mitad del siglo XIX anclada en el análisis de los imaginarios de identidad modelados y vehiculados por estas publicaciones. El autor analiza cómo las élites regionales antioqueñas escribieron, Introducción

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se organizaron y publicaron textos para defender concepciones sobre sí mismas que les permitieran obtener reconocimiento e impulsar y apoyar sus acciones en diferentes campos de la vida política nacional, entre las cuales se destacan la colonización de tierras, las instituciones sociales cristianizadas, las autonomías políticas y las reformas educativas para las artes y las letras. Finalmente, el libro lo cierra Víctor Uribe con una reflexión general que evalúa los diversos aportes recogidos en el libro y los sitúa en el conjunto de debates y preocupaciones que han signado el bicentenario. Más que una mirada de clausura es una apertura a los múltiples rumbos por recorrer, los enigmas por descifrar y las esperanzas por labrar. Como puede verse, se trata de una obra que en su conjunto se propone contribuir a una mirada renovada de la cultura política del periodo, que analiza un determinado conjunto de problemáticas históricas a partir del examen de nociones fundamentales como publicidad y opinión pública y presta particular atención a las inquietudes, respuestas y desafíos expresados por actores concretos en diferentes escenarios localizados, de allí que entendamos la prensa decimonónica como un factor fundamental en la construcción de la política —más que como un mero vehículo de ideas y reflejo de estructuras determinantes—. Aunque somos conscientes de las ausencias notables de este libro, tales como la exploración más amplia y sostenida de la prensa regional neogranadina, de los periódicos literarios de mitad de siglo o de la vigorosa prensa católica, nos gustaría subrayar el esfuerzo hecho por los autores aquí reunidos por salir del marco del profundo sentido teleológico que impregna todavía la historia de la transición republicana y por el énfasis puesto en el rescate del carácter problemático y azaroso de las formaciones políticas analizadas. Un carácter indeterminado, y más bien iridiscente, que coincide bien con las características de los objetos de estudio que nos convocan, y que Manuel del Socorro Rodríguez intentaba entonces capturar, a través del prisma del patriotismo, en la inquietante y sugerente fórmula que encabezaba sin falta alguna su publicación semanal, El Redactor Americano (1806-1809): disfraz y pluma de todos. 30

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I. El nacimiento de la opinión pública

El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 Francisco A. Ortega Martínez Universidad Nacional de Colombia Alexander Chaparro Silva Universidad Nacional de Colombia Preámbulo Hoy en día la existencia de la opinión pública puede parecernos un hecho social incontrovertible, incluso natural y beneficioso. Sin embargo, ese no era el caso en 1811, el periodo de transformación política del conjunto de la monarquía hispánica. Durante la época, en España, un bilioso Diccionario razonado atacaba los nuevos lenguajes políticos por herejes y desnaturalizados. Entre sus dianas favoritas figuraban los periódicos y la opinión pública. A los primeros los definió como “Evacuación fétida y asquerosa procedida de comunicación pecaminosa con personas infectas de gálico; hai evacuaciones diarias, semanarias, menstruas y sin regla” (Diccionario razonado, 1811, p. 56). Y la opinión pública resultaba “un animal quadrúpedo que anda en los cafés, en las calles y en las plazas. Ved aquí el oráculo que quieren los filósofos que consulten las Cortes para hacer la felicidad de la nación: si es que quieren obrar conforme á la voluntad del pueblo que las ha elegido” (Pérez, 1994, p. 209).1 Desconfianza que se repetiría innumerables veces a lo largo del siglo XIX. Pero más que la filiación ideológica de estos pronunciamientos, en este caso lo que nos interesa destacar es la evidente opacidad que el sintagma tiene para un amplio espectro de la población.

  Incluido en la edición contemporánea de Gallardo, (1812), seguido de Pérez, (1994).

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Y no era para menos. Antes de 1809 el sintagma opinión pública aparece sólo de manera extraordinaria en el mundo hispánico (Vanegas, 2009, p. 1.037).2 Es importante insistir en que no es ésta una cuestión meramente nominal. La ausencia del sintagma apunta a una configuración conceptual y socio-política radicalmente diferente a la nuestra y evidencia de ese modo la singularidad de la cultura política de Antiguo Régimen, no su carácter primitivo o deficitario con relación a nuestra época. Aún más, la proliferación del concepto opinión pública a partir de 1809 —tanto para invocarla o elogiarla como para atacarla y desestimarla— sirve sobre todo para dar cuenta de la percepción común a los diversos actores del periodo de que se vivía un tiempo nuevo, azaroso y excepcional, en nada parecido a lo ya vivido. ¿Cómo entonces dar cuenta de la aparición de ese concepto político en el escenario marginal de la Nueva Granada? Este capítulo responde esa pregunta trazando las transformaciones semánticas y sociales ocurridas en el seno de la publicidad de Antiguo Régimen para identificar cómo de ella, aunque no sólo de ella, emerge el concepto de opinión pública que caracterizará los primeros decenios de la vida política republicana. Hemos organizado la exposición en cuatro momentos. Primero examinaremos la publicidad americana a partir de las gacetas e impresos de los siglos XVII y XVIII. Un segundo momento está destinado a examinar la prensa ilustrada neogranadina. Posteriormente examinaremos el convulso panorama de las primeras repúblicas (1810-1816) y la Reconquista española (1816-1819). Finalmente, trazaremos de manera general las principales líneas que contribuyeron a la consolidación de la opinión pública como concepto socio-político fundamental en la región desde el Congreso de Angostura hasta el colapso de la Gran Colombia (1819-1830). Ahora bien, es necesario señalar que este capítulo está escrito a cuatro manos.   En un artículo reciente, Isidro Vanegas indica que halló cuatro referencias entre más de 4.500 páginas de documentación proveniente de la Nueva Granada. Por nuestra parte, no hemos encontrado una sola instancia en un documento publicado en la Nueva Granada en el periodo.

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I. El nacimiento de la opinión pública

Y aunque los autores se han dividido el trabajo, de acuerdo a su gusto y especialización, hemos intensificado lecturas y unificado criterios para adelantar una argumentación conjunta. Publicidad colonial y las primeras gacetas (siglos XVII-XVIII) Opinión y fama Los vocablos opinión y público existían de tiempo atrás pero se referían a realidades muy diferentes. La opinión se entendía como una apreciación o especulación sobre cualquier materia, siempre susceptible a la falibilidad. El Thesoro de Covarrubias (1611) la define como un enunciado que se opone a la verdad de la ciencia porque “la opinión es de cosa incierta; y esta es la causa de aver opiniones contrarias en una misma cosa”. El diccionario de Autoridades (1737) confirma esta definición temprana al señalar que es un “Dictamen ò juício que se forma sobre alguna cosa, habiendo razon para lo contrário”. Público, por su parte, significa “lo que todos saben y es notorio, publica voz y fama” (Covarrubias, 1611), pero el diccionario de Autoridades aclara que “Usado como substantivo se toma por el común del Pueblo o Ciudad. Se toma también por vulgar, común y notado por todos. Y assi se dice, Ladrón público, muger pública” (1737). De ese modo, la opinión del público designaría, en caso de que el término hubiera sido usado, algo así como la modalidad discursiva propia del vulgo, carente de racionalidad y sometida al vaivén de las pasiones. Para Calderón de la Barca la opinión era un monstruo de muchas cabezas mientras que, resignado, Baltasar Gracián sentenciaba “cada uno es hijo de su madre y de su humor, casado con su opinión, y así, todos parecen diferentes: cada uno de su gesto y de su gusto” (Calderón de la Barca, 1830, p. 209).3 Menos paciente y más ilustrado, fray Benito Pérez Feijoo recusa la invocada “voz del pueblo, voz de Dios” al señalar que “Todo   Calderón escribe en la tercera jornada de Los cabellos de Absalón (c. 1634) “Cómo se vé en tus diversas/ opiniones, vulgo, que eres/ Monstruo de muchas cabezas” (Calderón de la Barca, 1830). Ver también: Gracián, (1657).

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El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830

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[…] está lleno de opiniones, que van volteando, y sucediéndose unas á otras, según el capricho de inteligencias motrices inferiores”.4 Resulta imposible concebir la publicidad en los siglos XVII y XVIII americanos a partir de nuestras nociones de lo público y lo privado. La vida social se recortaba de un modo completamente diferente, articulada en torno a dos grandes instituciones, la Iglesia y la Corte. La primera tiene en el púlpito y las festividades religiosas (procesiones, Corpus Christi) sus principales espacios de difusión y en la piedad el valor fundamental; la segunda encuentra en las cortes virreinales, las reales audiencias e incluso los ceremoniales en torno a los cabildos, los espacios de publicidad y, en la lealtad, su valor supremo.5 Más que espacios de intercambio horizontal, estas publicidades localizadas, corporativas y jerárquicas son lugares de difusión de los ideales propios de la Corona y la Iglesia. A los vasallos piadosos les compete desplegar las señas de la fe y la debida lealtad y comportarse de acuerdo a esos ideales. Y aunque una cierta abstracción de voluntad colectiva esté recogida en esa publicidad (recordemos el famoso vox populi, vox Dei), estos no son espacios de consenso sino de sumisión y conformidad. Quizá se pudiera afirmar que un antecedente relativamente cercano a la noción de opinión pública es la expresión “común opinión”, es decir “la honra”, “todo aquello que de alguno se divulga, ora sea bueno ora malo” (cfr., Covarrubias, 1611). Sin embargo, establecer continuidades entre una y otra sería desvirtuar las vastas diferencias que la animan. Para evitar anacronismos valga la pena aclarar que la honra en el siglo XVII y XVIII es un valor constitutivo de la persona, no un mero agrandamiento   “Voz del pueblo” (1726). Benito Jerónimo Feijoo, (1773). Teatro crítico universal: ó discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores communes. (Tomo I, Discurso primero, p. 4). Madrid: Imprenta de Don Antonio de Sancha. 5   Aunque ambas son instancias del mismo fenómeno, en otros lugares de la monarquía, existen, sin embargo, variantes propias que le dan un dinamismo propio en la Nueva Granada. Así, la ausencia de una Corte hasta 1739 y de una imprenta secular hasta 1776, el alto grado de mestizaje y la dispersión por una arisca geografía de los pocos asentamientos castellanos determinaron un cierto modo laxo de publicidad y control social. 4

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de la reputación personal, incluso ni tan siquiera el simple reflejo de sus virtudes internas. La honra opera en un complejo juego de relaciones con la fama y el honor en un sistema de subjetivación caballeresca completamente ajeno a nuestra sensibilidad. De manera sucinta, la honra se gana con actos propios pero depende de actos ajenos de estimación y se pierde cuando alguien retira su consideración y respeto o cuando agravia y deshonra. En otras palabras, el valor personal depende de la opinión común, lo cual refleja el lugar social que cada uno ocupa. Los hidalgos y las personas de distinción están obligados igualmente a desplegar un lenguaje corporal en todos los lugares y no sólo cuando están desempeñando sus funciones oficiales. Esta puesta en escena está profundamente imbricada en los valores monárquicos y religiosos, en particular en la lealtad y la piedad que, a través de la caridad, sustenta la reputación de los notables.6 Así pues, la honra personal existía en público, “lo que todos saben y es notorio, publica voz y fama” (cfr., Covarrubias, 1611), y por lo tanto buena parte de la energía social estaba dirigida a mantener la común opinión de las personas. Esta fama no es solo personal, sino que definía el lugar de las poblaciones, los claustros, las órdenes en el cuerpo político de la monarquía. Es por eso que las ciudades y los gremios emplean grandes sumas en los fastos organizados para conmemorar o celebrar fechas significativas, tales como el nacimiento del príncipe heredero, las nupcias reales, el ascenso al trono o la muerte del monarca. Por eso también, con frecuencia, encargaban a un letrado notable para que los describiera prolijamente. La función de la publicación es doble, pues en la medida en que un cabildo sea tenido en mayor estima, mayor y más fastuosas deberán ser sus celebraciones, lo que a su vez le permitirá solicitar y esperar nuevas gracias o distinciones reales. De ese modo, la honra o común opinión era simultáneamente un ideal público y un capital social, por lo que el uso de los impresos para   La ostentación para mantener la estima puede llegar a niveles asombrosos. Para un excelente estudio sobre el papel del fasto en la fama en la España de los Austrias, ver García Bernal, (2006).

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exaltar la lealtad al rey, la fe católica y la devoción a la patria americana constituye uno de los modos apropiados de cultivarla. Tenemos igualmente una tercera publicidad que podríamos llamar plebeya. Ella se da en las fiestas, plazas, el mercado, la calle, las chicherías.7 La publicidad plebeya se caracteriza por una simultánea participación en las dos esferas anteriores y una distancia ante ellas. Su marca es la oralidad, con la consecuente ausencia de fuentes que hace difícil nuestra aprehensión, aunque no por eso resulte menos cierta. Sus múltiples manifestaciones —libelos, pasquines, el rumor, etcétera— indican una vitalidad bulliciosa tras bambalinas.8 Estudios sobre lo que podemos llamar la economía moral plebeya neogranadina indican que existía, aun a finales del periodo colonial, un fuerte substrato pactista.9 Cuando la plebe se sentía ignorada por las autoridades, apelaba a su respuesta más contundente: el motín. Como puede verse el tema es vasto y de múltiples aristas. Por esa razón, en el aparte siguiente no podemos ocuparnos de la totalidad del fenómeno; pretendemos en cambio un objetivo mucho más modesto: la incidencia de las gacetas y papeles periódicos en las transformaciones conceptuales de esa publicidad. La imprenta y las primeras gacetas Como bien se sabe, la imprenta de tipos móviles surge en Mainz a mediados del siglo XV y rápidamente se extiende por toda Europa.   Excelentes estudios recientes empiezan a desentrañar el abigarrado mundo popular de la fiesta colonial. Ver: Jiménez Meneses, (2007); González Pérez, (2005); y a Hartman & Velásquez, (2004). Para una visión centrada en la experiencia indígena, ver Llanos Vargas, (2007). 8   Puede parecer paradójico argumentar la existencia de una publicidad a la cual no tenemos acceso. Sin embargo, como ya notaron hace un buen tiempo Alex Kluge y Oskar Negt en su crítica a Habermas, tras la esfera pública hegemónica existen igualmente otras esferas de publicidad alterna. Ver Negt & Kluge, (1988). Una formulación en un sentido análogo, pero desde una perspectiva foucaultiana puede verse en Scott, (1990). 9   Cfr., Phelan, (1980); Garrido de Payán, (1987). La referencia a economía moral proviene del trabajo de Thompson, (2001). 7

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La posibilidad de reproducir masiva y mecánicamente un alto volumen de impresos y libros revoluciona la función de la información en la sociedad. Por una parte, propiciará sin duda una democratización en el acceso al conocimiento a todo aquel que supiera leer y, dadas las condiciones sociales e institucionales, privilegiará la interpretación sobre el dogma y, por lo tanto, cuestionará la autoridad establecida. Esto es lo que ocurre con los reformistas protestantes quienes, Biblia en mano, cuestionarán la infalibilidad de Roma en la interpretación de los textos sacros. Poco después que Lutero fijara su Disputatio pro declaratione virtutis indulgentiarum (conocido también como las 95 tesis) en la puerta de la iglesia de Wittenberg (1517), en el que cuestionara la doctrina católica sobre la venta de indulgencias, más de trescientas mil copias impresas circulaban por toda Europa del Norte y llegaban a las manos de lectores ávidos. La reforma protestante se ponía en marcha (Febvre & Martin, 2002). Por otra parte, la imprenta se convertirá rápidamente en un arma poderosa para la misma Iglesia católica y las nacientes burocracias estatales y ambas la usarán como herramienta ideal para el proselitismo, para generar un tipo de publicidad que construya lealtades y cimente legitimidades. No es fortuito que los dos productos más populares de la imprenta sean la Biblia (con toda su parafernalia devocional tales como sermonarios, confesionarios y novenas) y la inmensa variedad de gacetas y papeles públicos. Tampoco es coincidencia que buena parte de las imprentas en América estuvieran en manos de las órdenes religiosas. No sorprende entonces que la imprenta llegara rápidamente a América, primero a México, a finales de la tercera década del siglo XVI, y posteriormente a Lima en 1584, los dos centros políticos y culturales de la monarquía indiana. En sus talleres se imprimieron tratados evangélicos, catecismos, gramáticas de lenguas indígenas, algunos libros médicos, crónicas religiosas y civiles y, sobre todo, hojas volantes con noticias extraordinarias. El primer impreso conocido en América es la “Relacion del espantable terremoto que agora nuevamente ha acontecido en la Ciudad de Guatimala” en (1541) que da cuenta de la avalancha de agua y tierra que destruyó la antigua ciudad de Guatemala en el valle de Almolonga. La relación, que El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830

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describe con minucia la destrucción de la ciudad y las horas angustiantes de los notables (entre los que se encontraba Beatriz de la Cueva, viuda del conquistador Pedro de Alvarado), pretende dar “grande exemplo para que todos nos enmendemos de nuestros pecados y estemos aperscividos para quando Dios fuere servido de nos llamar” (Rodríguez, 1541).10 Las imprentas locales se usan con frecuencia para imprimir hojas sueltas a la llegada de la Flota de Indias en las que se destacan los sucesos de la Corte (por ejemplo, la “Relacion de lo sucedido en el feliz nacimiento del serenísimo Principe […]” en el que se celebra el nacimiento de Felipe Próspero, príncipe de Asturias, en México 1657), de armas (por ejemplo, la “Relación de los grandes progressos que han tenido las Catholicas Armas de Su Magestad […]” publicado en la misma capital un par de años después), los eventos más destacados en las cortes extranjeras o algún suceso que haya ocurrido en otro lugar de la monarquía. Así, la “Relación verdadera de una criatura que nació en la Ciudad de Lima a 30 del mes de noviembre de 1694”, impreso en México al año siguiente, narra el nacimiento de un parto de siameses y discute si los bebés se pueden considerar monstruosos o si constituyen una señal divina de futuras desgracias. Estas relaciones son generalmente leídas y comentadas en tertulias de notables y, en algunas ocasiones, glosadas al margen, lo que indica el mucho aprecio con que eran recibidas.11 Recordemos que la primera imprenta llega a la Nueva Granada de mano de los jesuitas a principios del siglo XVIII. Sus impresiones fueron pocas y casi exclusivamente religiosas (novenas y septenarios), tales como el “Septenario al corazón doloroso de María Santíssima” (1738), primera publicación neogranadina conocida (Garzón Marthá, 2008). Y aunque no tenemos noticia de ninguna reimpresión de las hojas sueltas en la Nueva Granada ni se han encontrado ejemplares en la Biblioteca Nacional de   Tomado de la reproducción facsimilar publicada por la Massachusetts Historical Society en Boston, 1940. Para una visión panorámica, ver Lafaye, (2002). 11   Los ejemplares citados provienen de la colección de manuscritos de la biblioteca Benson, de la Universidad de Texas en Austin. 10

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Colombia, la Biblioteca Luis Ángel Arango u otros archivos del país, no nos resulta improbable que estos papeles llegaran hasta la Audiencia de Santafé y fueran igualmente comentados con fervor. A mediados del siglo XVII empieza un proceso en Europa de suma importancia para nuestros fines: las hojas volantes van dando paso a las gacetas oficiales, publicaciones periódicas patrocinadas por las nacientes burocracias estatales para informar las leyes, decretos y reglamentos oficiales, comunicar noticias comerciales de alguna importancia y ofrecer una visión parcializada de los varios frentes bélicos y diplomáticos que las diferentes coronas tenían en diversos lugares de Europa y del mundo.12 Ya en 1631 Théophraste Renaudot, con el apoyo del cardenal Richelieu, creó la Gazette de France (1631), la cual se convirtió rápidamente en el canal más importante y efectivo de diseminación de información en Francia y en sus territorios de ultramar. Otras coronas pronto siguieron el ejemplo y la Gazeta de Madrid salió a la luz en febrero de 1661, con la intención de ser una relación informativa periódica que mantuviera a sus lectores enterados de las novedades del día. Su editor, Francisco Fabro Bremundan, explicaba en el primer número la razón de tal novedad: Supuesto que en las mas populosas ciudades de la Italia, Flandes, Francia y Alemania se imprimen cada semana (demás de las relaciones de sucesos particulares) otras con título de Gazetas, en que se da noticia de las cosas mas notables, assi Politicas, como Militares, que han sucedido en la mayor parte del Orbe: seràrazon que se introduzga este genero de impressiones, ya que no cada semana, por lo menos cada mes; para que los curiosos tengan aviso de dichos sucesos, y no carezcan los Españoles, de las noticias de que abundan las Estrangeras Naciones.13

  Es interesante notar lo poco que se conoce este fenómeno. No hay muchos estudios, ni en España ni en América, sobre estos primeros ejercicios publicitarios. 13   Documento digitalizado por la agencia Boletín Oficial del Estado del Ministerio de la Presidencia de España y puesto a disposición del público en: http://www.boe.es/ aeboe/consultas/bases_datos/gazeta.php. (Las cursivas son nuestras). 12

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Valga la pena notar la aparición de una figura recurrente de la publicidad moderna: el curioso, el inquieto, “el que trata las cosas con diligéncia, ò el que se desvela en escudriñar las que son muy ocultas y reservadas” (Autoridades, 1729). De ese modo la Gaceta aparecería diseñada para satisfacer la curiosidad del lector, claramente en sintonía con las novedades que comenzaban a renovar la cultura europea. Pero notemos igualmente el lugar precario que ocupa esta figura, pues curioso es también el que “desordenadamente desea saber las cosas que no le pertenecen” (Autoridades, 1729). La Gaceta circuló semanalmente y constaba de cuatro hojas en cuartos, con noticias nacionales y extranjeras. Junto con la Gazeta de Madrid también se encuentran con alguna frecuencia traducciones e impresiones aprobadas de las gacetas de Ámsterdam, París y Londres. Todas las gacetas se imprimían con permiso del Consejo de Castilla y tenían que superar la censura eclesiástica. No es fácil detectar el volumen de circulación, la frecuencia y la variedad de gacetas que circularon en la Nueva Granada. Sabemos que la Gazeta de Madrid, reimpresa en México y Lima (en esta última ciudad se reimprime con el nombre de Gazeta de Lima a partir de 1715), circulaba libremente por toda la Monarquía, incluida la Nueva Granada. Desde entonces se publican diversas relaciones y noticias curiosas e incluso hacia 1671 se dará una tentativa de publicar una gaceta mexicana. En 1722 finalmente aparece la Gazeta de México y Noticias de Nueva España con el compromiso de imprimirse mensualmente. Poco después saldrá la Gazeta de Goathemala (1729-1731) y en 1744 la de Lima (Checa Godoy, 1993, pp. 15-18). Las primeras gacetas americanas, en general, publicaban noticiaros, informativos locales y de otras provincias de la monarquía. Estas gacetas reimprimen, incluso con mucho retraso, extractos de las gacetas de Madrid y Europa que versan sobre la Corte y los frentes diplomáticos de la monarquía y otras naciones (las referencias al Imperio otomano son frecuentes). Aunque comunican novedades, no son noticias en el sentido que nosotros las entendemos, es decir, no están destinadas a informar 46

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sobre la actualidad y a proveer criterios al lector para que participe de manera informada en la esfera pública y tome decisiones sobre asuntos que le afectan directamente. Los sucesos de armas de Su Majestad, el nacimiento de un nuevo heredero, comunican la gloria del monarca y promueven demostraciones de fervor y lealtad. Tanto o más que el elemento informativo, importa el efecto de simultaneidad e inclusión que generaba en los lectores americanos al sentirse parte de los destinos de la monarquía y de la cristiandad. Del mismo modo que la gaceta permitía a los lectores sentirse parte de la monarquía, reforzaba la comunidad de creyentes al publicar con relativa frecuencia historias milagrosas o de devoción extraordinaria. Así pues, las gacetas presentaban testimonio de la comunidad de creyentes y permitían reafirmar la fe en territorio americano al recontar milagros extraordinarios, exaltar la fe y devoción de destacadas figuras religiosas, o producir calculadamente la congoja y piedad a través de las noticias sobre los temblores, las epidemias u otros desastres. No sorprende, por lo tanto, que el primer intento periodístico en la Nueva Granada nazca del terrible temblor que devastó la capital el 12 de julio de 1785, ni que el primer número de su sucesor, la Gaceta de Santafé, informara el terrible caso de un parto milagroso el 25 de agosto de ese año en Ubaté. Para el editor de la Gaceta, “Aunque siempre es Dios admirable en sus Santos, parece que algunas veces hace mas visibles los efectos de su Divina misericordia, para excitar nuestra confianza en la intercesion de sus Escojidos, y que la Imploremos en nuestras necesidades”.14 Por otra parte, las gacetas buscaron afirmar cierto sentido local al tener una sección con noticias domésticas y americanas. En general estas noticias tenían qué ver con la salud de los altos magistrados y notables locales, el nombramiento, promoción o fallecimiento de autoridades eclesiásticas o civiles, y con los asuntos de la Corona o la administración de las Indias. Igualmente, se relataban extensamente las galas con que se celebraban los numerosos festivales y la erudición evidente en las competiciones   Gaceta de Santafé, número 1, 31 de agosto de 1785, p. 4.

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universitarias; y se informaba sobre los modos en que diversas comunidades enfrentaban “heroicamente” las amenazas de ataques piratas o de incursiones indígenas. En sus páginas floreció un criollismo exaltado pues allí aparecían con frecuencia panegíricos para exaltar la fama local de México, “cabeza de la nueva España y corazón de la América”, o la “siempre ylustre y tres veces coronada Ciudad de Lima”.15 Más que informar, las gacetas se ocupaban de cultivar la “común opinión” de las virtudes que adornaban a cada corte, incluida la de Santafé. Las listas de suscriptores, ordenados de mayor a menor rango, nos permiten saber un poco más de sus lectores, generalmente oficiales del virreinato, los miembros de las diversas órdenes religiosas, el alto clero seglar, los comerciantes trasatlánticos y algunos pocos miembros de las élites locales. No sorprende entonces que además de cultivar la fama, las gacetas cumplieran el muy pragmático oficio de informar sobre los recientes decretos y la cambiante legislación comercial, dar cuenta de los productos que llegaban en la Flota de Indias y los que se aprestaban para ser embarcados en los principales puertos de las Américas. Incluso en muchos casos, la gaceta incluía, generalmente en la última página, una sección con anuncios sobre ventas —de productos, de libros, etcétera— recién llegados de la metrópoli. Hasta acá podemos decir que las gacetas participaban de una publicidad muy estable que vinculaba un naciente público al cuerpo político de la monarquía a través de muestras de lealtad, a la cristiandad a través de muestras de piedad, y a su patria o comunidad local a través de lazos corporativos. Las gacetas permitían el cultivo de la fama, intentaban hacer efectiva la cohesión social y, adicionalmente, perseguían la consecución de fines comerciales. El público representaba simultáneamente estos ideales con los cuales se procuraba modelar las conductas individuales. Es decir, con esta publicidad dirigida surge un público que encarna un   Referencias tomadas respectivamente de la Gaceta de México (enero 1, 1722) y de la Gazeta de Lima (enero 18, 1744), ambos ejemplares consultados en la biblioteca Benson de la Universidad de Texas, Austin, durante el segundo semestre del 2006. 15

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ideal (la fama) y un objeto a ser administrado (la honra). En ese sentido emerge la figura del público como pueblo pero sin plebe y comienza un proceso de abstracción que será fundamental para la aparición de la publicidad ilustrada de finales del siglo XVIII. Prensa ilustrada (1785-1808) El nacimiento de una nueva prensa Una manera importante que nos permite comprender el peso que lograron las recientes transformaciones de la publicidad, y el intento por controlarla, es revisar la actitud de las autoridades hacia la imprenta. En 1776 el virrey Manuel Antonio Flórez llama al impresor andaluz Antonio Espinosa de los Monteros, residenciado en Cartagena, para que asuma el trabajo de impresión en la capital del virreinato. Para el virrey, la llegada del impresor es importante para […] contribuir al fomento de la instrucción de la juventud de este reino […], para el mejor gobierno de este reino, fijando reglas para cada una de sus provincias, tanto para la dirección de sus ayuntamientos, como para el manejo y recaudación de las rentas de tabaco, aguardiente, alcabalas y demás que hasta aquí han estado sujetas a la práctica, estilo y a los abusos introducidos. Para esto, como para que circulen con más perfección y prontitud las reales determinaciones que su naturaleza lo pida, como las gubernativas, es evidente la necesidad de que se provea a esta capital de imprenta (Toribío Mena, 1958, pp. 149-150).16

Al virrey le resulta evidente que un elemento esencial para el buen gobierno es que los vasallos conozcan debidamente las disposiciones reales. Al llegar a Santafé, Espinosa de los Monteros compra las partes de la antigua imprenta jesuita y comisiona la fabricación de repuestos y nuevas planchas en diversos talleres de la ciudad. En 1782 llegan las nuevas letras   “El Virrey de Santa Fe hace presente la urgente necesidad que en aquella ciudad hay de una Imprenta”. Santa Fe, 15 de enero de 1777. En Toribio Medina, (1958). 16

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e instrumentos que reemplazarán los gastados y anticuados de los jesuitas (Garzón Marthá, 2008). Ese mismo año, con ocasión de la ejecución de los sindicados por el levantamiento comunero, el arzobispo y virrey Caballero y Góngora manda imprimir en su taller Premios de la obediencia: castigos de la inobediencia, la exhortación que fray Raymundo Azero pronunció en la plaza Mayor de Santafé, y el “Edicto para manifestar al publico el indulto general, Concedido por nuestro Catholico Monarca el señor Don Carlos III. A todos los comprehendidos en las revoluciones acaecidas en el año pasado de mil setecientos ochenta y uno” (1782).17 Ambos impresos estaban destinados a influir sobre los vasallos neogranadinos en lo que era un reconocimiento tácito de una incipiente esfera pública. El acto fallido, tres años después, de echar a rodar la primera gaceta neogranadina —la fugaz Gaceta de Santafé— en la imprenta de Espinosa de los Monteros lo confirmará, y la llegada a Santafé en 1791 de la imprenta comisionada por Antonio Nariño, que llamó Patriótica, ratificará de manera definitiva la importancia de una nueva publicidad en el espacio neogranadino. A partir de 1785, cuando aparece la primera publicación periódica en Colombia, el breve Aviso del Terremoto y su continuadora, la Gaceta de Santafé, se hace sentir la necesidad de una gaceta que comunique la noticia local a un circuito de lectores dispersos sobre una vasta geografía y que sirva de instrumento para “promover el bien público” y permitir “mantener con decoro una conversación entre gente culta”.18   “Fray Raymundo Azero, Premios de la obediencia, castigos de la inobediencia: platica doctrinal exhortatoria dicha en la Plaza mayor de esta Ciudad de Santa Fé, concluído el Suplicio, que por Sentencia de la Real Audiencia de este Nuevo Reyno de Granada, se executó en varios Delinqüentes, el dia I. de Febrero, de este Año de 1782. Bogotá: Por D. Antonio Espinosa de los Monteros, 1782”. En Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo Vergara 32. Recordemos que los últimos quince años habían irritado los ánimos de los súbditos neogranadinos. La memoria de esos agravios se remontaba a la expulsión de los jesuitas, las reformas educativas de Moreno y Escandón (1774-1779), la llegada del Visitador Gutiérrez Piñeres (1777) y culminaron con el estallido del levantamiento comunero (1781-1782) que sacudió el centro del país. 18   Gazeta de Santafé de Bogotá, 31 de agosto, 1785. 17

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El esfuerzo decisivo será, sin duda, la aparición de El Papel Periódico de Santafé de Bogotá (1791-1797), editado por el santiagueño residente en Santafé Manuel del Socorro Rodríguez. A principios del siglo XIX varias publicaciones circulan en Santafé —Correo Curioso (1801), Redactor americano (1806-1809), Semanario de la Nueva Granada (1808-1810)— todos ellos vinculados con los ideales de procurar el bien público y promover la ilustración. Estas publicaciones cultivan el amor a la patria —entendida ésta de manera difusa como el espacio local, provincial o neogranadino, y simultáneamente la monarquía hispánica—y se dirigen “á un Publico ilustrado, católico, y de buena educación”.19 Si bien circulan simultáneamente con las gacetas de Antiguo Régimen, este nuevo tipo de publicación hace énfasis en la diseminación de los saberes útiles para la transformación del entorno local. Las publicaciones locales nacen estimuladas por la proliferación de publicaciones españolas y americanas.20 Igualmente efectiva como estímulo fueron las iniciativas   “Prospecto”, Redactor americano diciembre 6, 1806, p. 3. Son transformaciones que no ocurren en el vacío. Para las últimas décadas del siglo XVIII el cuerpo de reformas administrativas, fiscales y militares conocidas como borbónicas y los procesos de trasformación de la cultura política transatlántica se empezaban a dejar sentir con fuerza en la Nueva Granada. Santafé sobrepasa los 20 mil habitantes y cuenta con doce templos principales, tres universidades seculares (colegios mayores de San Bartolomé, Rosario y Santo Tomás), tres eclesiásticas (San Buenaventura, de la Recoleta, y San Nicolás de Bari), un colegio para niñas (Enseñanza), cinco escuelas populares, y cerca de 400 estudiantes provenientes de todos los rincones del reino. Su vida intelectual está animada por la recién creada Real Biblioteca (1777) y varias bibliotecas importantes de claustros y particulares, dos tertulias conocidas (la Eutropélica, presidida por Manuel Socorro de Rodríguez y El Arcano de la Filantropía, por Antonio Nariño) y, por dos imprentas comerciales (Espinosa y Nariño). Por otra parte, en torno a la Expedición Botánica (1783) y su director, José Celestino Mutis, se articuló y entrenó un selecto grupo de jóvenes americanos en las ciencias y las artes e incluyó la creación del primer observatorio astronómico en el continente americano (1803). 20   De las publicaciones peninsulares que circularon en la monarquía vale la pena destacar el Mercurio histórico y político 1753; El Memorial Literario, 1784; y El Correo de los Ciegos de Madrid (1786). Igualmente es importante destacar diversos periódicos americanos, tales como el Mercurio volante con noticias importantes i curiosas sobre varios asuntos de fisica i medicina, editado por el mexicano Ignacio Bartolache, 177219

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editoriales que buscaban presentarle a los lectores hispanos, con algún grado metódico, lo que se leía en el resto de Europa: El Correo literario de la Europa (con intermitencias entre 1780 y 1787) y el Espíritu de los mejores diarios literarios, que se publican en Europa (1787-1791) de Cristóbal Cladera.21 Estas publicaciones reflejan y contribuyen de manera notable a la re-elaboración de la cultura política local. Si el Aviso surge como simple relación del espantoso terremoto que sacudió la capital el 12 de julio de 1785, la Gazeta —impresa apenas tres semanas después— aspira a comunicar novedades “dignas de atención” y evidencia una clara consciencia de la función social de los papeles públicos y las gacetas. “Escribiendo se comunican los ausentes —señala el editor de la Gazeta— y los que nunca se han visto llegan a unirse con los más estrechos lazos de la amistad, vínculos que suelen preferirse a los de la sangre, sin otro principio que una carta”. Como las antiguas gacetas, los nuevos periódicos también buscaban producir cohesión social; una cohesión, sin embargo, que ya no es de cuerpos sino difusamente horizontal, en el que el mérito, más que el linaje, comienza a jugar un papel importante. Por otra parte, empieza a surgir un valor que será recurrente en todas las publicaciones posteriores: la utilidad común. Los impresos, continúa el editor, son responsables del “auge y esplendor que en el día se ven elevadas las Ciencias, las Artes, la Yndustria y el Comercio” y explica para el aún bisoño público neogranadino que Una Gazeta es una carta común por la qual á todos se les avisa de lo que subsede, ò se sabe en el lugar en que se escribe, y cada uno se aprovecha 1773; la Gazeta de literatura de México, editado por José Antonio Alzate, 1788-1795; el Mercurio peruano de historia, literatura, y noticias, publicado por la Sociedad Académica de Amantes de Lima, 1791-1794; y las Primicias de la Cultura de Quito, el importante periódico ilustrado editado por Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo en 1792. 21   Al hacer más fácil y homogénea la circulación de noticias europeas en la monarquía, el Espíritu se convirtió rápidamente en una de las fuentes favoritas para los editores y redactores americanos.

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de las noticias que en ella se encuentra á proporcion de su entidad, ò de lo que se interesa en promover el bien públicos; ò à lo menos emplea honestamente el rato de tiempo que se detiene en leerla, y se halla insensiblemente instruido de lo que pasa á muchas leguas de su residencia, y en disposición de mantener con decoro una conversación con gente culta […].22

Como las gacetas anteriores, los nuevos periódicos celebrarán el influjo beneficioso de la imprenta, luz y felicidad de los pueblos. Sin embargo, en todos ellos se articulará un nuevo ideal de saber, el conocimiento que redunda en ciudadanos útiles por lo que se privilegiarán las nuevas ciencias experimentales y la economía política. Similarmente, las nuevas publicaciones se ocuparán, como las viejas gacetas, de noticias locales y europeas, pero en este caso harán gala de una exacerbada conciencia de lo americano, hasta el punto que proclamarán que “su único objeto es publicar cosas Americanas”.23 Reducido el espacio asignado a los sucesos de la Corte por la antigua publicidad, lo local será transformado en objeto de deseo sobre el cual se posarán los ávidos ojos de los novatores. Evaluaciones, juicios y proyectos sobre tal o cual empresa aparecen en varios periódicos, los cuales se convertirán de ese modo en el escenario donde se dan ciertos debates sobre las debidas reformas al cuerpo social. De ese modo, esas figuras privilegiadas de la publicidad nos acercan a la auto-comprensión de los grupos sociales en contienda y a los modos como se construyen legitimidades e identidades. De ese modo, también, se convierten en la superficie privilegiada para la elaboración y emergencia de nuevas configuraciones conceptuales y la redefinición de conceptos tales como ciudadano o patriota, economía y riqueza, o ciencia y verdad, que lentamente van penetrando diversos rincones de la vida social e institucional de la Colonia (Ortega, en prensa).

  Gazeta de Santafé, núm. 1, 31 de agosto, 1785.   Redactor Americano, Prospecto, 6 de diciembre, 1806.

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Debido al alcance e importancia de esas transformaciones, en lo que sigue nos detendremos brevemente en las manifestaciones locales de tres grandes nodos semánticos, aquel que se articula en torno a las nuevas nociones del ciudadano y patriotismo; en torno a la economía y la riqueza social; y, finalmente, en torno a la ciencia y la utilidad. Estas transformaciones conceptuales eventualmente se convirtieron en posibilidades sociales y políticas no solo por la visibilidad y legitimidad que adquirieron al aparecer en las diversas publicaciones del momento sino, sobre todo, por las nuevas formas de agencia concebidas por la emergente publicidad que hemos venido historiando. Del mismo modo, es necesario señalar que esa publicidad adquiere concreción en la medida que estas transformaciones conceptuales más amplias se afianzan en el orden social. Para organizar mejor esta discusión centraremos la discusión de cada uno de los nodos semánticos en una publicación del periodo. El ciudadano patriota y el Papel periódico de Santafé El examen de los periódicos ilustrados americanos hasta 1808 indica que estos no solo reflejan lo que ocurre en la sociedad sino, tal vez aun más importante, se convierten en verdaderos laboratorios para la elaboración de nuevas posibilidades conceptuales y políticas. Esa elaboración de una cultura política que llamaremos por conveniencia pero no por convicción, de la modernidad, tiene su primer punto de referencia privilegiado en la Nueva Granda en las páginas del Papel Periódico de Santafé. La aparición de El papel periódico de Santafé de Bogotá el 9 de febrero de 1791 marcará un hito ante el cual es necesario detenerse momentáneamente. Por cerca de seis años (con una breve interrupción en el segundo semestre de 1792) circuló en buena parte del territorio de la audiencias de Santafé, Quito, la capitanía de Caracas, Lima y otros lugares, con un tiraje no mayor a los 500 periódicos semanales, en un formato de ocho hojas en cuartos, alcanzando la nada despreciable suma de 265 números. Su director y redactor fue el cubano Manuel del Socorro Rodríguez, quien había llegado al virreinato de la Nueva Granada de la mano del virrey Ezpeleta entre 1789 y 1790. 54

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El Papel Periódico abre su “Preliminar” con la apología habitual a la prensa como fuente de utilidad y motor de progreso. Pero lo que nos interesa en este caso es la argumentación republicana que le dará al lugar común. Según Rodríguez, el hombre que vive por el principio de la razón pronto verá que la utilidad común es el principio de la felicidad del universo y esto “hará en su animo una sensación, que no podrá mirar con indiferencia. Y mucho más quando considerandose un Republicano […] ve que la definición de este nombre le constituye en el honroso empeño de contribuir al bien de la causa pública” (9 de febrero, 1791). Siete números después Rodríguez reproducirá una comunicación vehemente de Francisco Antonio Zea, colegial del San Bartolomé, que causará bastante escozor. En los “Avisos de Hebephilo”, Zea anunció que sacrificaba su reputación de literato por el título de ciudadano.24 Sin duda, esta afirmación, algo estridente, resulta sintomática de la zona conflictiva de sentidos y experiencias que se habían acumulado a finales del siglo XVIII y habían dado paso a un conjunto de nuevas representaciones del saber, de los sujetos en sociedad y de la riqueza social. El juego de interpelación y auto-denominación —que le permite a Zea descartar el tradicional título de letrado y optar por el de ciudadano— hace parte de esas pugnas de sentido, fundamentales para entender la cambiante cultura política del periodo. Ciertamente, el concepto de ciudadano no es nuevo. Ya para 1729, cuando el primer diccionario de la Real Academia lo define como “El vecino de una Ciudad, que goza de sus privilegios, y está obligado à sus cargas no relevándole de ellas alguna particular exención”, contaba con una larga tradición filosófica que se remonta hasta Aristóteles. Pero en 1729 más que ciudadanos republicanos, los sujetos de la monarquía se reconocían como vasallos y sujetos leales de la Corona. La recurrencia del término ciudadano en los periódicos de finales del siglo XVIII se debe en buena medida al neo-republicanismo entonces en boga, pero no se debe   “Avisos de Hebéphilo a los jóvenes de los dos colegios”. Papel Periódico (1 al 15 de abril de 1791). 24

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entender, ni mucho menos, como un rechazo de los otros términos. En efecto, más que negación, es una resignificación a partir de la vinculación del término ciudadano con los de utilidad y patria. A partir de ese momento, el sujeto modélico de la monarquía no es ya simplemente el vecino, sino el ciudadano que por medio de los saberes ilustrados procura el bien común de la patria. Los periódicos del periodo constituyen espacios privilegiados para la elaboración de “esa llama divina, que se dice patriotismo, y es la base de la felicidad común, la virtud de los Héroes, Madre de las virtudes civiles, y por desgracia la menos conocida”.25 El patriotismo además es una virtud cristiana, la del “espíritu público”, que así entendido es lo que hace al ciudadano. El patriotismo también se hace evidente en el cultivo y rescate de la historia local. De ese modo, en marzo de 1792 Rodríguez publica la primera historia de la literatura neogranadina, en la cual José María Vergara y Vergara se apoyará casi 70 años después para su magistral Historia de la literatura en Nueva Granada; Francisco Antonio Zea, en abierta polémica con Cornelio de Paw, publica apartes de un manuscrito en el que venía trabajando, “Memorias para servir a la Historia del Nuevo Reyno de Granada”, en el que predice la pronta llegada de una era feliz, marcada por la industria e ilustración en la Nueva Granada (13 de enero 1792, núm. 48); o el “Rasgo apologético de Sogamoso”, de quien se dice de haber nacido entre los griegos o los romanos “hubiera logrado el mismo honor de Demétrio Falereo”, filósofo y político griego y uno de los primeros peripatéticos (24 de mayo, 1793, núm. 91). A pesar de que no existe incompatibilidad alguna entre este espíritu patriótico que inunda las primeras páginas del Papel Periódico y la lealtad al rey y a la monarquía española, el fuerte ascenso de la concepción patriótica del ciudadano se verá truncado a mediados de 1792, cuando varias disposiciones reales clausuraron los periódicos existentes —a excepción de los oficiales— y establecieron la censura más estricta sobre   “Avisos de Hebéphilo a los jóvenes de los dos colegios”. Papel Periódico (1 al 15 de abril, 1791). 25

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las noticias procedentes de la Francia revolucionaria. Las alarmas van a llegar a su punto más álgido cuando en 1794 se inician los juicios contra Nariño por la impresión del volante con los derechos del ciudadano, y los colegiales implicados en el escándalo de los pasquines. La Gazeta de México, La Gaceta de Lima y el Papel Periódico de Santafé publicaron con regularidad resúmenes autorizados —generalmente tomados de la Gazeta de Madrid— sobre los sucesos en Francia. Su actitud fue predeciblemente dura contra los que llamaron monstruos regicidas, en particular a partir de la ejecución de Luis XVI, día en que “se firmó el Decreto de la general desolación de aquel Reyno desgraciado. El dió principio à la funesta época del desorden y calamidad del Pueblo Galicáno que hasta alli aún respiraba con alguna esperanza de no quedar sepultado en su misma Revolución”.26 A partir de ese momento, estas gacetas se deleitaran en la descripción minuciosa de lo que perciben como anarquía pura y disgregación terrible del cuerpo político francés en un intento claro de infundir miedo entre sus lectores y prevenir lo que ya anticipan como la eventual seducción de la opinión pública por las engañosas ideas revolucionarias. En ese contexto, el término ciudadano prácticamente desaparece y el de patriota se asimila al de devoción al rey.27 El Papel Periódico entrega su último número el 6 de enero de 1797, después de repetidos anuncios de insolvencia económica. Apenas unos pocos días antes el virrey Ezpeleta, quien había traído a Socorro Rodríguez   Noticias sobre la Revolución francesa en Papel Periódico (1792-1795). Cita tomada de Papel Periódico del 21 de febrero de 1794, p. 615. 27   En un excelente trabajo reciente Carlos Villamizar explora las transformaciones semánticas del concepto “patria” durante la última década del siglo XVIII a través de una lectura cuidadosa del Papel Periódico. Ver “La felicidad del Nuevo Reyno de Granada: el lenguaje patriótico en Santafé (1791-1797)”, tesis presentada para optar el título de magíster en el Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia, octubre de 2010. Apartes aparecerán con el título “Patria y Monarquía en el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá (1791-1797)” en el libro en prensa Conceptos fundamentales de la cultura política de la Independencia. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2012. 26

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a Santafé, embarcaba para España después de cumplir con su periodo de gobierno. Así pues, a pesar de haber visto la luz durante un lustro y contar en algún momento hasta con 400 suscriptores, la pronta clausura del Papel Periódico tras la partida del virrey revela un elemento común a las publicaciones periódicas de la época: la necesidad de contar con el apoyo activo de las autoridades peninsulares. En efecto, todas las publicaciones de la época se quejaban de las dificultades económicas para cubrir los gastos de impresión y El Correo Curioso, única publicación que no cuenta con un apoyo oficial, sobrevivirá apenas un año y a costa de buena parte de la fortuna personal de Tadeo Lozano. Ese apoyo había servido para enfrentar la resistencia de los sectores más tradicionales que veían, en las innovaciones ilustradas, una amenaza a sus privilegios y prerrogativas. El soneto con que Rodríguez cierra el último número del Papel Periódico da buena cuenta del tumultuoso proceso: Por cumplir con la ley de la obediencia/ Te pusiste á escribir ¡o pluma mia!/ Llevando á la verdad siempre por guia,/ y al bien común por alma y por esencia,/ ¡Mas quehas logrado al fin?- ¡Triste experiencia!/ Mil ataques sangrientos que á porfia/ Te han hecho con infánda tiranía/ Los hijos de la cruel malevolencia./ ¡O infausta estrèlla, y premio miserable/ Del que con fino amor servir procura/ A este Mundo despótico y variable!/ Ea pues, descansa en plácida clausùra,/ Que si duermes en òcioperduràble/ Lograràs de la Envidia estàr segura.28

  Último folio del Papel Periódico, 6 de enero 1797.

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La economía política y la función social de la riqueza: El Correo Curioso La economía será uno de los ejes de reflexión continua del siglo XVIII y el impulso reformista encuentra en las publicaciones especializadas una punta de lanza importante para lograr sus objetivos. Publicaciones como el Semanario económico de Madrid (1765) o el Semanario de Agricultura y Artes dirigido a párrocos (1797-1808) no sólo constituían esferas de intercambio científico sino que eran órganos de popularización de las ciencias útiles entre amplios sectores de la población. En la Nueva Granada se configura la Sociedad Económica de los Amigos del País, en 1784 en Mompox, la cual publica al año siguiente un Extracto de las primeras juntas celebradas por la Sociedad Económica de los Amigos del País con el fin de generar interés en el mejoramiento del país y “promover y conseguir el fomento de la industria popular”, “teniendo a la vista las proporciones que estos terrenos ofrecen por su fertilidad para hacerse tan florecientes, como felices sus moradores por medio de la Agricultura y Comercio, que es lo que nutre los Reynos”.29 Aunque el tópico económico ocupa un lugar importante en todas las publicaciones periódicas de la monarquía, en la Nueva Granada el Correo Curioso, Erudito, Económico y Mercantil de la ciudad de Santafé de Bogotá desarrolla una reflexión más sostenida. Este semanario, publicado por José Luis de Azuola y Lozano y Jorge Tadeo Lozano en febrero 1801, fue el primer periódico privado —es decir, financiado enteramente por suscripciones y con caudal privado— de Colombia. La falta de suscriptores y la ausencia de apoyo del gobierno determinaron que el 29 de noviembre del mismo año saliera a la calle el último número del Correo, para un total de 46 números. A pesar de su corta vida y relativa insolvencia económica el Correo Curioso desarrolló una reflexión amplia sobre los problemas y retos económicos de la sociedad neogranadina. El punto de partida para los editores —como para muchos de los economistas coloniales— era el   Extracto de las primeras juntas celebradas por la Sociedad Económica de los Amigos del País, Santafé de Bogotá, Don Antonio Espinosa de los Monteros, Ympresor Real, 1785, pp. 3-4. 29

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estado de “la mayor decadencia” en que se encontraba el Reino (Correo Curioso, núm. 39, 10 de nov. 1801). Sin embargo, los editores son abiertamente optimistas pues, como dicen, “Nada impide que nosotros los de este continente gozemos del mismo beneficio, y se trabaje con amor, y perpetuidad al fin laudable de nuestra total ilustración”.30 Para contribuir a la obtención de ese futuro posible, el periódico define el objeto de sus esfuerzos de la siguiente manera: En lo Económico se tendrá presente sobre todo la utilidad popular, y así procurando hacernos comprehender con los más rudos, discurriremos sobre mejorar el cultivo de los frutos de la tierra; y trataremos de Agricultura en todas sus partes; procuraremos el fomento y perfección de la Industria, dando arbitrios, y recetas, para simplificar las operaciones mecánicas; y de otros varios puntos que conciernen a este fin. Últimamente en lo Mercantil daremos la idea más sencilla del Comercio, sus cálculos, sus problemas, sus reciprocas obligaciones, sus utilidades fixas, y las eventuales, la necesidad del dinero corriente, y la inutilidad del dinero guardado; y de tiempo en tiempo, publicaremos noticias exactas de los precios en varias Provincias, tanto de los generos de exportación como de importación.

Agenda de trabajo entusiasta que formula cuatro frentes de acción novedosa. En primer lugar, el Correo Curioso busca familiarizar al lector con los principios de la economía política proclamados por los fisiócratas y por Adam Smith. De ese modo, Jorge Tadeo Lozano insiste en “la necesidad del dinero corriente y de la inutilidad del dinero guardado” y les reprocha a los que la guardan de ser “amantes de la inacción, enemigos de su fortuna, y lo tercero inútiles individuos à la Sociedad” (Correo Curioso, núm. 17, 9 de junio 1801). Para Lozano “El dinero como la sangre en el cuerpo, vivifica, y reparte a todos y a cada uno proporcionalmente el movimiento y robustez que necesita, para cumplir libremente la acción,   Prospecto, Correo Curioso (17 de febrero de 1801); “Exhortación de la patria”, núm. 2. 30

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que le toca como miembro de la Sociedad” y por lo tanto serán el comerciante y el agricultor —más que el Estado— los llamados a producir la prosperidad y felicidad del reino. En segundo lugar, las discusiones en el Correo Curioso buscan generar conciencia de las riquezas locales, particularmente las derivadas de las actividades agrícolas y comerciales. Si la discusión de principios económicos está destinada a propiciar una re-conceptualización del lector como agente económico, la exaltación de la exuberancia y fertilidad del entorno está destinada a motivar esos agentes para que transformen efectivamente ese entorno en riqueza. Esto significa actuar en contra de las convenciones sociales y vencer los obstáculos —la usura y el comercio pasivo, la escasez de población y su supuesto carácter indolente— factores retardatarios del progreso. De otro modo, las condiciones sociales imperantes llevan a un círculo vicioso que “obliga […] a los miserables vestigios del género humano que aquí se encuentran a llevar una vida […] vagabunda y holgazana, no pensando en multiplicarse, por no dejar a sus hijos la triste herencia de la pobreza y al abandono” (Correo Curioso núm. 41, 24 de noviembre, 1801). Es por eso que esa movilización en procura de un bien individual, sin embargo, tiene como resultado el desarrollo y la prosperidad de la sociedad y es por eso que la observancia de esos simples principios industriosos constituye una acción patriótica. De ese modo, el tercer punto es la exhortación a la acción privada a través de la noción del patriotismo. En efecto, el Correo Curioso abre los dos primeros números con una apasionada “Exhortación de la Patria” (núm. 3, mayo 3, 1801) en la que ánima a trabajar por el progreso del Reino. Las asociaciones de patricios e ilustrados deben mirarse como “uno de los primeros anuncios de felicidad del reino”. Estas sociedades, dotadas de privilegios exclusivos, deben fomentar por medio de sus operaciones y factores la producción y comercio de los artículos agrícolas, particularmente los exportables. En cuarto lugar, la serie de artículos publicados en el Correo Curioso buscan estimular el estudio práctico para lograr una mayor tecnificación El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830

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en los procesos de explotación de las riquezas locales. Siguiendo muy de cerca la argumentación expuesta unos años antes por el ilustrado español Pedro Rodríguez de Campomanes, los editores del periódico argumentan la necesidad de transformar las prácticas tradicionales de los agricultores y artesanos a través de la educación, la ciencia y la tecnología para mejorar la rentabilidad del trabajo. Por último y de manera cautelosa el Correo Curioso ofrece su opinión sobre las políticas económicas de la metrópolis. En el “Discurso sobre el medio más asequible de fomentar el Comercio activo de este Reyno, sin prejuicio del de España”, la publicación adopta una línea argumental consonante con los fisiócratas españoles al reservar para las provincias americanas la agricultura y el comercio. Si la primera es “la madre de la felicidad de los mortales”, el […] comercio activo es la fuente y origen de la comodidad y riquezas: aumenta la población, á proporción que facilita los medios de subsistir las familias; fomenta la agricultura é industria dando salida a sus géneros y efectos; sostiene al estado con las contribuciones, cuyo pago facilita y multiplica […], es el espíritu que aviva la nación y la cadena que une las familias.31

Por el contrario, para la industrias faltaba “una población tan inmensa que abaratase los jornales en términos que las manufacturas, por su corto precio, se hagan preferibles a las de otras naciones”. Así, el Correo Curioso propone que se limite la industria local “a aquellas artes y tejidos de primera necesidad [...] reservando nuestra actividad y esmero al aumento y perfección de la agricultura [...]”. Esta defensa del modelo colonial de desarrollo sirve de antesala para lanzar su propuesta más controversial, de abrir los puertos locales al comercio directo con los otros puertos del imperio español y de ese modo cuestionar las políticas monopolísticas de la Corona. 31  Correo Curioso, núm. 41, 24 de noviembre de 1801, pp. 185; 187.

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La ciencia y la escuela: el Semanario del Nuevo Reyno de Granada A la par de una incipiente esfera pública en torno a la economía política y como complemento de ésta surge un número importante de publicaciones especializadas en la ciencia experimental en toda la monarquía hispánica. Esta publicidad especializada encuentra en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada, dirigido por Francisco José de Caldas, su mejor exponente en la región. Fundado a comienzos de 1808, se publicó con regularidad hasta 1809, aunque varias memorias independientes aparecen como apéndices en 1810. Además de la obra científica de Caldas, el Semanario contó con las colaboraciones de otros criollos ilustrados, tales como José Manuel Restrepo, Joaquín Camacho, Sinforoso Mutis, Jorge Tadeo Lozano y José María Cabal. En particular, sobresalen los trabajos sobre geografía neogranadina, la polémica sobre el influjo del clima entre Caldas, Francisco Antonio Ulloa y Diego Martín Tanco, y la prolongada meditación sobre el lamentable estado de la educación en el virreinato. En todos los casos, el argumento central será que existe una íntima relación entre la práctica y difusión de la ciencia, la ilustración general del reino y la búsqueda de la prosperidad y el bien común. Caldas abre el primer número del Semanario explicando las razones por las cuales los conocimientos geográficos —y, por extensión, el saber científico— son importantes para los neogranadinos: Los conocimientos geográficos van a ser el termómetro con que se mide la ilustración, el comercio, la agricultura y la prosperidad de un pueblo. Su estupidez y su barbarie siempre es proporcionada a su ignorancia en este punto. La Geografía es la base fundamental de toda especulación política; ella da la extensión del país sobre el que se quiere obrar, enseña las relaciones que tiene con los demás pueblos de la tierra, la bondad de sus costas, los ríos navegables, las montañas que la atraviesan, los valles que forman, las distancias recíprocas de las poblaciones, los caminos establecidos, los que se pueden establecer, el clima, la temperatura, la elevación sobre el mar de todos los puntos, el genio,

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las costumbres de sus habitantes, sus producciones espontaneas, y las que puede domiciliar con arte.32

Las memorias que se publican en el Semanario continúan esa peculiar vocación política, es decir, esa conciencia aguda con la que el ejercicio científico adquiere sentido y prestigio social en la medida en que se perciba útil para la consecución de la prosperidad y el bien común. Según Caldas, el cultivo de la ciencia debe llevar al público a reconocer “[…] los pasos que hemos dado, lo que sabemos, lo que ignoramos, y [a medir] la distancia a que nos hallamos de la prosperidad” (Ibídem). Es importante enfatizar que, tal y como se desprende de la cita, la publicación del Semanario, además de ser un evento científico de gran envergadura, resulta fundamental para la historia de la opinión pública en el país. Para Caldas resulta evidente que la ciencia requiere siempre de la existencia de un público que la sepa reconocer como tal y que reconozca a sus practicantes, los científicos, como autoridades del campo. Sin duda, es un tipo de publicidad inédita en la Nueva Granada y sus procedimientos no resultan familiares para una sociedad preocupada por el orden, la tradición y los lazos orgánicos con los diversos cuerpos políticos de la monarquía. En las polémicas del Semanario las aserciones de sus participantes no adquieren valor por la autoridad social o el linaje de quien las enuncia sino porque son verificables a través de la observación y reproducibles a través de la experimentación. Es una publicidad en la que sólo el especialista puede cuestionar la veracidad de los enunciados.33 El Semanario será simultáneamente la plataforma desde la cual se busca construir un espacio público con los valores de la ciencia y un público   Geografía de la Nueva Granada, núm. 1, enero de 1808, pp. 1-2.   Mauricio Nieto Olarte ha explorado a fondo la construcción de una autoridad científica y un público dócil a través del examen de los recursos argumentativos desplegados por los ilustrados en el Semanario. Ver, en especial, el artículo que escribió junto con Paola Castaño y Diana Ojeda en el 2005, “El influjo del clima sobre los seres organizados” y la retórica ilustrada en el Seminario del Nuevo Reyno de Granada, Historia crítica, núm. 30, pp. 91-114. 32 33

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instruido en las reglas de la ciencia. Nótese que la licencia con que se autoriza el Semanario —y que aparecerá una semana antes del primer número— hará énfasis en que los papeles periódicos “se transfunden á la comprehension y aprovechamiento comun de los inventos y discursos particulares, cuya utilidad, de lo contrario, tal vez permanecería ceñida lastimosamente á limites muy estrechos”. Pero el proceso de generalización requiere, además de un órgano de difusión, de un público instruido, con la formación necesaria para comprender e incluso apropiarse del saber especializado. Sin embargo, en vez de público ilustrado, Caldas descubre que entre los neogranadinos la gran “multitud de pueblos […] va entregado a la holgazanería, y [vive] envuelta en los horrores de la ignorancia”.34 En reacción contra los horrores de la ignorancia Caldas retorna una y otra vez al tema de la educación y convierte al Semanario en la plataforma para promover las Escuelas patrióticas como el medio más seguro “para que los niños aprendan los elementos de las virtudes christianas y civiles que los conduzcan después à ser unos hombres útiles à la Patria, benéficos à sus semejantes, provechosos para si mismos, y al fin que honren con sus acciones la santa religión que profesan”.35 Tal sistema educativo preparará un público receptivo a las ventajas de la ciencia y a las posibilidades que ofrece para el desarrollo social. A su debido tiempo, la proliferación de escuelas llevará a la Nueva Granada a ver “la bella aurora de aquel día feliz que ya se dejaba sentir”. Se entiende entonces cómo la creación de escuelas constituye el acto patriótico por excelencia: “Sí, conciudadanos de Santafé, quando el patriotismo está acompañado de la sabiduría, invencible, y uno y otro será siempre el fruto de una educación gratuita, igual y bien dirigida a todos los jóvenes”.36   Semanario del Nuevo Reyno de Granada, “Discurso sobre la educación”, núm. 9, febrero 28 de 1808, p. 72. 35   Caldas extiende “El discurso sobre la educación” hasta el número 15 (10 de abril de 1808). En el número 20 (15 de mayo de 1808) publica la disposición del virrey de acoger la iniciativa privada para abrir escuelas públicas de la patria. 36   Semanario del Nuevo Reyno de Granada, “Reflexiones sobre la educación pública”, núm. 10, 6 de marzo de 1808, p. 78. 34

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Como la ciencia, la educación ilustrada presupone un público pasivo, sobre el cual se actúa. Aunque son esferas públicas modernas, no son, sin embargo, espacios de inclusión o igualdad. Al contrario, la esfera pública ilustrada presupone, recordémoslo, la diferenciación entre quienes son especialistas, los poseedores del saber técnico, y el resto de la población. Los primeros tienen el saber para proponer profundas transformaciones sociales; los segundos conforman la opinión pública en tanto su ilustración les permita comprender y acatar las decisiones de los primeros. Las críticas de los ilustrados, por punzantes que resulten, no pueden entenderse como maledicencia, sino como el método riguroso de la ciencia combinado con “el amor que profesamos al país en que hemos visto luz”.37 De cultivar la fama a fijar la opinión Finalmente, un examen de la publicidad tardo-colonial debe tomar en cuenta el proceso por medio del cual, paulatinamente, la opinión dejará de ser entendida en el sentido de fama y empezará a registrarse con alguna frecuencia el sentido de “dictamen [que] sirve por autoridad en qualquiera materia” (RAE, 1791). Aunque esta es una acepción antigua, su uso adquiere pre-eminencia en los periódicos, tertulias y academias del momento, todos espacios de sociabilidad relativamente inéditos, para ejercer crítica social y adquirir los conocimientos necesarios para el progreso de la patria. Un uso similar aparecerá, por ejemplo, en las cartas que José Celestino Mutis le envía a Linneo solicitándole su opinión sobre sus investigaciones, las cuales “Ansiosamente esper[a]” para proceder con su trabajo (Hernández de Alba, 1947).38

  Geografía de la Nueva Granada, núm. 1, enero 1808, p. 2.   “Carta a Linneo”. En Hernández de Alba, (1947). Ambas referencias en el primer volumen. La de octubre 6 de 1763, desde Santafé, a Linneo dice “[...] Me aventuro, pues, a molestarlo con otra breve carta para expresarle mis ansiosas esperanzas de que mis anteriores hayan llegado a sus manos, y mis temores de que usted no conozca aún en cuanto aprecio su buena opinión”. (Carta 2, p. 16). La carta del 3 de octubre de 1767, desde Cácota de Suratá, a Linneo dice: “[...] Deseo que estos pocos asuntos 37 38

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No debemos olvidar que estas transformaciones de la publicidad del Antiguo Régimen ocurren a escala trasatlántica. Keith Baker la resumió para Francia contrastando la definición que la Encyclopédie ofrece de opinión en 1765, que la distingue de manera completamente convencional del conocimiento racional como incierta y vacilante, con la que ofrece, poco más de quince años después, la Encyclopédie méthodique (Michael Baker, 1990, pp. 167-168). En esta última aparece el sintagma opinión pública pero no, como cabría pensar, en el volumen designado Philosophie (Vol. 15) o incluso el de Logique, métaphysique et morale (Vol. 16), volúmenes en los que se presentan las consideraciones epistemológicas, sino en el de Finances (Vol. 13), y después es retomado en el de Jurisprudence (Vol. 35). Aun más extraordinario, la opinión pública aparece investida con atributos completamente contrarios a los que la caracterizaban, como los de universalidad, objetividad y racionalidad. La opinión pública, según la Encyclopédie méthodique es un “tribunal de tipo único que se ha consagrado en Francia debido al espíritu de la sociedad, al amor a la consideración y el elogio”.39 Ante ese tribunal todos los funcionarios y hombres públicos están obligados a comparecer, el cual soberanamente sabrá discernir los premios y castigos correspondientes. Por la misma época, aunque con menos estridencia, aparecen las primeras reflexiones en el mundo hispánico sobre la opinión pública (Fernández Sebastián & Chassin, 2004, pp. 9-32). Jovellanos, por ejemplo, usa con frecuencia el sintagma de opinión pública y escribe el primer ensayo conocido en español al respecto, “Reflexiones sobre la opinión pública” (c. 1790-1797). En las “Reflexiones” Jovellanos señala que “opinión pública se dice opinión de la mayor masa de individuos del cuerpo social”, lo que indica que “esta fuerza es superior a todas que he estado estudiando concisamente sean de su agrado, como supremos àrbitro de las ciencias naturales. Ansiosamente espero su opinión sobre ellos”. (Carta 5, p. 21). 39   Nuestra traducción de “tribunal d´un genre unique qui a été élevé en France par l´esprit de société, par l´amour des égards et de la louange”. Encyclopédie méthodique, Finances, Tome Troisieme (París: Plomteux, 1787). El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830

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las sumas de fuerzas de que puede disponer la Sociedad y aun todos los medios que pueda emplear”. En el mismo escrito indica que la opinión pública “obra a un mismo tiempo en todos los puntos del territorio social, y de aquí la extensión de su influjo. Juzga todos los actos del gobierno, y de aquí la generalidad de su influjo” (Jovellanos, 1956, p. 413).40 Hasta acá la formulación de Jovellanos es audaz pues inscribe en lo social una autoridad peligrosamente autónoma. Sin embargo, Jovellanos entiende muy bien los peligrosos ecos rouseanianos de su fórmula y se repliega con cautela para insistir que “Donde falta la instrucción, no hay opinión pública, porque la ignorancia no tiene opinión decidida41, y los pocos que saben, bien o mal, dan la suya a los que no la tienen. Desde entonces, la opinión pública está por decirlo así, al arbitrio de estos pocos” (Jovellanos, 1956, p. 413). Aquí la cuestión ha cambiado de manera decisiva. La opinión ya no nos remite a la volatilidad propia del vulgo irredimible sino a un problema de ilustración, de educación. Esta se encarga de asegurarle una constancia, de guiarla con sus luces para que no esté al vaivén de sus pasiones. La ilustración general del pueblo requiere “cuerpo[s] que reuna[n] à las luces necesarias la opinión y la confianza pública” (Jovellanos, 1839, p. 289).42 Se hace simultáneamente una propiedad general y un bien a ser administrado por la autoridad. De aquí sale uno de los tópicos fundamentales de finales del siglo XVIII y buena parte del XIX: fijar la opinión, es decir, “establecer y quitar la variedad [de pareceres] arreglándose á la opinion que parece mas segura, y desechando las demas que descomforman con ella”.43

  Para la importancia de Jovellanos en el surgimiento conceptual, ver Fernández Sebastián, (2000). Otros autores influyentes, con amplia circulación en la Nueva Granada, son León de Arroyal, Valentín de Foronda y Cabarrús. Ver Fernández Sarasola, (2006); Álvarez de Miranda, (1992); Maravall, (1991). 41   Las cursivas son nuestras. 42   La referencia específica de Jovellanos es a la Real Academia de la Lengua, la cual toma de modelo en esta ocasión. 43   Voz Fixar en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, (1780). 40

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Sin duda el sentido tradicional de opinión como fama sobrevive y continúa siendo un factor importante. El mismo Jovellanos presenta a Torcuato, héroe trágico de su obra de teatro El delincuente honrado, (1773), defendiendo la idea de opinión pública como fama: Torcuato: “El honor, Señor, es un bien que todos debemos conservar; pero es un bien que no está en nuestra mano, sino en la estimación de los demás. La opinión pública le da y le quita. ¿Sabéis que quien no admite un desafío es al instante tenido por cobarde? Si es un hombre ilustre, un caballero, un militar, ¿de qué le servirá acudir a la justicia? La nota que le impuso la opinión pública ¿podrá borrarla una sentencia? Yo bien sé que el honor es una quimera, pero sé también que sin él no puede subsistir una monarquía; que es el alma de la sociedad; que distingue las condiciones y las clases; que es principio de mil virtudes políticas; y en fin, que la legislación, lejos de combatirle, debe fomentarle y protegerle.44

Sin embargo, la asociación entre fama y opinión ya no ocupa el lugar seguro de hace apenas unos lustros. Recordemos que en este pasaje, clímax del primer acto, Torcuato se da cuenta de que la justicia está sobre sus pasos por la muerte de su rival amoroso en un duelo de honor. Es importante recordar que Torcuato es de origen modesto y su fortuna la ha labrado con trabajo, sin herencia ni linaje. Al salvar su honor, Torcuato ha puesto en riesgo todo lo que había logrado durante su vida, incluido el amor de su vida, doña Laura. De ese modo, la pregunta resulta obvia, si la fama no es más que una quimera ¿por qué no puede subsistir una sociedad sin la fama? A través de los padecimientos de Torcuato, Jovellanos forma opinión pública sobre la obsolescencia de la fama. Aunque el sintagma opinión pública no aparece aún, un nuevo ideal de autoridad, producto de la deliberación racional, asoma tímidamente. El Correo Curioso (1801) declara en el prólogo que “la opulencia de Athenas [tuvo su origen en] las frecuentes discusiones públicas, en que cada uno   Acto 1, escena V. Cito de Jovellanos, (1956, vol. 1, p. 85). (Las cursivas son nuestras).

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se hacía oír por sus conciudadanos”.45 Sus lectores —funcionarios, catedráticos, colegiales, clérigos y comerciantes, sin duda una minoría de los habitantes de la Nueva Granada— generan nuevas dinámicas de debate e interacción y construyen nuevos espacios de sociabilidad que, valga la pena aclarar, no son ni privados ni excluyen la oralidad.46 Posiblemente, a comienzos de 1792 Manuel del Socorro Rodríguez, editor del Papel Periódico, organizó una tertulia llamada Eutropelia o del Buen gusto, muy seguramente inspirada en la legendaria tertulia madrileña “La Academia del Buen Gusto”, que había agrupado a algunos de los más prestigiosos ilustrados españoles como Torres Villaroel, Luzán y Agustín Gabriel de Montiano y Luyando. La tertulia santafereña ameritó ser publicitada en el Papel Periódico con la aclaración que esta es una junta de “varios sujetos instruidos, de ambos sexos, bajo el amistoso pacto de concurrir todas las noches a pasar tres horas de honesto entretenimiento discurriendo sobre todo género de materias útiles y agradables”.47 Consecuente con ese ideal, los editores insisten que “El idioma de la verdad es sencillo, y éste debe ser siempre el de un escrito popular”.48 A diferencia de la antigua fama que mantenía la honra, la nueva participación del público deliberante, esencia de la nueva publicidad, redunda en riqueza material y bienestar social. Pero la realidad es mucho menos nítida. En el número 8 del Correo Curioso (1801) se retrata la coexistencia conflictiva de diversas publicidades en Santafé. El “Duende filósofo”, alter ego de los editores, reporta lo que ve al entrar en una tertulia y contemplar invisible la recepción que hacen los tertuliantes del primer número del Correo Curioso. Lo que atestigua el Duende filósofo es algo que causa simultáneamente hilaridad y disgusto,   Biblioteca Nacional de Colombia, Hemeroteca, Correo Curioso erudito, económico y mercantil, núm. 1, Santafé, 17 de febrero de 1801, p. 2. 46   Renán Silva ha descrito los lazos y valores que cohesionaron este grupo de ilustrados en Silva, (2002). Ver también Peralta Agudelo, (2005). 47   Papel Periódico, núm. 24, publicado el 21 de septiembre de 1792. Igualmente legendaria es la tertulia El Arcano Sublime de la Filantropía que Antonio Nariño organizaba en su estudio entre aproximadamente 1789 y 1793. Ver Blossom, (1967). 48   “Prospecto”, Redactor Americano, 6 de diciembre de 1806. 45

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una publicidad difícil de precisar, pues en ella se hallan elementos de la tradicional y la degradación de la nueva. Cinco son los concurrentes: “un Viejo que pasa de setenta años, y parece espera vivir mucho mas, según el cuidado, con que procura atesorar; una muger, que aunque cincuentona, quiere pasar plaza de niña de quince, disfrazando sus canas, y arrugas con el afeite, moños, y compostura; un letrado de profesión, que por medio de los títulos de la Universidad, encubre su profunda ignorancia, […] una dama, que si nó fuera tan preciada de hermosa, parecería bonita” y el Petimetre, joven frívolo, “fantasma apariencia de hombre, semejanza de muger, y vilipendio de uno, y otro sexô”. Ellos discurren de manera caótica y petulante sobre los párrafos programáticos del “Prospecto”.49 El Petimetre reclama que “será muy bien dado si insertan en su Correo la noticia de todas las modas que se inventan, por ser este el punto substancial, que se debe tratar, como que de él depende la civilidad, y brillantéz de un Estado”. Al oír este reclamo, la “cincuentona” coincide en que “las modas son el alma de la Sociedad, y la ocupación más digna de nuestro sexo; no obstante, no las nombran en toda esta zarandajas, que aquí ofrecen”. Pronto la discusión recayó sobre la crítica contra el dinero guardado y al final, dice el Duende, todos “tuvieron un largo, y gracioso altercado” a la vez que la lectura del Correo Curioso fue rápidamente olvidada.50 El desdén evidenciado por esta “ridícula escena” busca activar un renovado sentido patriótico a través de la denuncia de la inutilidad, aunque quizá con poco éxito dado que el Correo Curioso cerró a finales de ese mismo año. Por otra parte, hay consciencia del potencial conflictivo que ese nuevo ideal, de una esfera de autoridad independiente del soberano y del dogma eclesiástico, conlleva. Aun se escucha la prédica fiera del capuchino Joaquín de Finestrad, predicador comisionado por el arzobispo virrey a la zona comunera durante la penúltima década del siglo XVIII: “Al   “Continuó la lectora, hasta que la detubo la bonita, preguntando ¿acia donde caya el imperio del idiotismo? A que respondió muy serio el Petimetre: acia el Sur, y parece que confina con Popayan, y el Gran Turco”. 50   Correo Curioso, 7 de abril de 1801, pp. 30-31. 49

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vasallo no le toca examinar la justicia y derechos del Rey, sino venerar o obedecer ciegamente sus reales disposiciones. Su regia potestad no está en opiniones sino en tradiciones, como igualmente la de sus ministros regios” (Fienstrad, 2000, p. 185).51 Muy conscientes de esa limitación, los editores aclararán constantemente que “[…] solo se imprimirá lo que fuere digno de presentarse a un Público ilustrado, católico y de buena educación. Jamás se darà á luz Disertación alguna (por muy bien escrita que esté) si es difusa […] o si contiene alguna expresión ofensiva a las sagradas leyes de la urbanidad, y buena harmonía civil”.52 Como ya lo había anunciado Feijoo, la tarea será entonces también educar y guiar la opinión de los lectores: “Es el pueblo un instrumento de varias voces, que si no por un rarísimo acaso, jamás se pondrán por si mismos en el debido tono, hasta que alguna mano sabia le temple”.53 Un buen gobierno no es el que resulta de las preferencias de la opinión pública sino el que es capaz de educar a la opinión, someterla a los designios del buen gobierno. Manuel del Socorro Rodríguez captura esta compleja formulación con su evocador “Disfraz y pluma de todos” con el que encabeza el Redactor Americano (1806-1808). Pero esa fórmula de Rodríguez también evidencia hasta qué punto el público —el “todos” de la frase— ha adquirido un grado de abstracción previamente desconocido. Es una abstracción que marca decisivamente el acto de la escritura. En ese sentido, Caldas, en carta a Santiago Pérez de Valencia y Arroyo, expresa sus reticencias a publicar sus estudios y escribe: “El público es inexorable, y le tiemblo.[…] En fin, si algo bueno ocurriese y llegase a producir algún rasgo, lo remitiré a usted para que,   Y, más adelante, “En el conjunto de los hombres se descubre un extraño y raro modo de pensar. No es una misma su opinión. Es preciso que haya un superior que decida la cuestión para la conservación de la paz y quietud en aquellos miembros que componen el Cuerpo de la República. La Naturaleza destierra toda confusión y pide la seguridad del buen orden”, (Finestrad, 2000, p. 308). 52   “Prospecto”, Redactor Americano, 6 de diciembre de 1806, p. 3. 53   “Voz del pueblo”, Feijoo, Teatro crítico universal: ó discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores communes, p. 2. 51

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más inexorable que el público, lo juzgue y lo sentencie a las llamas o a la luz pública, pues este público no puede sufrir sino cosas dignas de él” (Caldas citado en Arias de Greiff & Bateman, 1958, p. 57). De la promoción a la prohibición de la imprenta: Cartagena 1800-1806 Hasta ahora hemos centrado nuestra discusión en Santafé. Sin embargo, otras ciudades y regiones del reino, en especial Cartagena, Popayán y la región de Antioquia, igualmente asistieron a la emergencia de una nueva publicidad y evidenciaron anhelo por hacerse a los beneficios de la imprenta. En particular las autoridades de Cartagena, cuya vida comercial se había visto fuertemente estimulada por la construcción del canal del Dique, la fortificación de las murallas, las mejora en el camino al interior y, sobre todo, por la apertura del comercio libre trasatlántico a finales del siglo XVIII, le solicitan al recién creado Real Consulado de la Ciudad para que por medio de su tesorero, Manuel de Pombo, traiga una imprenta completa a la ciudad (Toribio Medina, 1958, p. 483).54 Al llegar la imprenta en julio de 1800, la Junta del Consulado solicita al gobernador la aprobación de la licencia para imprimir y éste —contrariando todas   José Toribio Medina (1958) señala que “en julio de 1800 llegaba una de cerca de cuarenta y nueve arrobas —de letras de cinco cuerpos, una prensa grande de imprimir, otra para hacer libros y cortar papel, dos mesas de mármol, y los respectivos componedores, galeras, tinta, y demás instrumentos y utensilios del arte. Lo singular fue que precisamente a ese tiempo se hallaba en la ciudad un impresor ‘instruido’ a quien no le fue difícil, como se comprenderá, entenderse desde un principio con la Junta del Consulado. Ofreció imprimir por un precio equitativo los papeles de la Corporación, enseñar a dos oficiales hasta dejarlos perfectamente al corriente en las cosas del oficio, y pagar en cuatro años, por anualidades iguales, los 1.168 pesos 4 reales a que, con el valor de los seguros, había ascendido el costo total de la imprenta. Pudo, pues, por un momento lisonjearse el Consulado con que vería logrados sus anhelos de dotar a la ciudad de un taller tipográfico; y al intento de que éste comenzase a funcionar sin pérdida de tiempo, en la misma sesión en que se había llegado a un arreglo con el impresor, acordó avisar el fausto acontecimiento al prelado y al gobernador de la plaza, a fin de que, dentro de sus esferas respectivas, prestasen su licencia para dar a luz los trabajos que se encomendasen a la imprenta”. 54

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las expectativas— la deniega, remitiendo el caso a Santafé para que el virrey tomara una decisión final. El caso permanece en Santafé, donde las autoridades se niegan a tomar una decisión final, hasta que en julio de 1806 el virrey Amar y Borbón remite el expediente al Consejo en España con la aclaración que “Los comerciantes en aquel puerto son de ordinario cajeros de los de Cádiz, que hacen en ese lugar su residencia para expender sus comisiones. Ellos, por lo común, carecen, no solo de los conocimientos precisos de lo interior del reino y sus producciones, sino también de los de aquella provincia, que en la mayor parte es estéril”.55 De ese modo, si el virrey Flores había argumentado en 1777 la necesidad de la imprenta para “contribuir al fomento de la instrucción de la juventud de este reino”, en 1806 Amar y Borbón se opone a la consecución de la licencia e indica que […] siendo las imprentas expuestas a abusos de muy perjudiciales consecuencias, mayormente en parajes como Cartagena, que sin haber copia de literatos, está rodeada de colonias y posesiones extranjeras de todas clases, de donde es fácil la introducción de papeles y escritos peligrosos, no parece tan extraño, como el Consulado se lo figuró, la cautela de impetrar el permiso del jefe principal del reino para un establecimiento de esta naturaleza, que allí nunca podrá ser útil para los fines que propone el Consulado.

El clima político había cambiado notablemente después de la Revolución francesa y la imprenta, antaño herramienta de progreso, se convertía en arma peligrosa. Al año siguiente Carlos IV aceptó la opinión del Consejo y ratifica la prohibición de imprenta en Cartagena, aunque muy pronto y debido a los acontecimientos que precipitan la caída del rey en 1808, esa resolución queda sin efecto.   “El Virrey de Santa Fe remite el expediente del Consulado de Cartagena, sobre el establecimiento de una imprenta en aquella plaza”. Santa Fe, 19 de julio de 1806. En AGI. Papeles por agregar. Santa Fe, 120-123, legajo titulado “Consultas y reales resoluciones”, núm. 455. Reproducido en Toribio Medina, (1958, vol. 2, p. 500). 55

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Las primeras repúblicas y el nacimiento de la prensa política (1808-1821) La gran toma de la palabra En agosto de 1808 llegan a Cartagena las primeras noticias oficiales de la invasión napoleónica y la abdicación de Fernando VII. En medio del desconcierto prolifera la publicación y circulación de impresos en todas las provincias de la monarquía, constituyendo lo que François-Xavier Guerra llamó una gigantesca toma de la palabra por parte de los pueblos (Guerra, 2002, p. 125). El proceso de emergencia de la opinión pública va de la mano de la profundización de la crisis y la búsqueda, por parte de las autoridades provisionales, de nuevos criterios de legitimidad. A partir de ese momento la opinión pública no sólo influirá sobre decisiones públicas sino que se convertirá en el modo fundamental de construir el orden político. La “Consulta a la nación” llevada a cabo en la península por la Junta Central Suprema en mayo de 1809, realizada para concertar entre las diversas juntas provinciales la manera en que se deben convocar y organizar las cortes del reino, será el primer y decisivo paso en esa dirección. En América ese mismo proceso llega, aunque con menor intensidad, con las elecciones de los representantes americanos para la Junta Suprema durante el mismo año y la elaboración de las representaciones a finales de ese año. La urgencia de primera hora corresponde, sin duda, a la necesidad de informarse sobre los desconcertantes eventos que estaban ocurriendo en España. Sin embargo, conscientes del potencial desestabilizador de la información, las autoridades trataron de “obstruir y tapiar […] todo conducto por donde puedan llegar a los pueblos cualesquiera papeles seductivos, engañosos, y que hagan dudar o balancear la opinión pública contra el tirano corzo” y publicaron en “papeles públicos” las versiones apropiadas para fijar “la opinión pública de nuestra nación y de estas colonias”.56 En el mismo sentido, en 1809 el virrey de Santafé imprime “Informe del fiscal Don Manuel Mariano de Blaya al virrey Amar y Borbón, en 1808”. Impreso en El Correo Nacional, núm. 430, 3 de marzo de 1892, pp. 2-3. 56 

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una hoja volante instando a “[…] que se excitara a los sabios del Reino para que emplearan sus luces y talentos en fijar la opinión pública a favor” del gobierno central (Ibáñez, 1915, p. 301). En Cartagena las autoridades locales autorizan el uso de la imprenta del Real Consulado para la publicación de boletines extraordinarios con las noticias más recientes de la península. En septiembre del mismo 1808 nacía la primera publicación periódica neogranadina en respuesta a la crisis política de la monarquía denominada Noticias Públicas de Cartagena de Indias (Álvarez Romero, 1995, p. 51). Aunque la temida adhesión a Napoleón jamás se da en las Américas, la agitada circulación de información, las convocatorias a elecciones para delegados a la Junta Suprema (1809), el represado anhelo reformista, y pronta liberación de los controles sobre la prensa dieron pie a la publicación de todo tipo de papeles públicos, oportunidad singular para que los criollos americanos apelaran a la figura de la opinión pública para expresar sus anhelos, articular sus preocupaciones o dar a conocer sus frustraciones. El sintagma opinión pública aparece entonces brusca y avasalladoramente, queriendo establecer distancia entre las posibilidades políticas que se abrían y el supuesto pasado de despotismo con el que se rompía. Así por lo menos lo sintió el Cabildo del Socorro, el cual conmina al representante neogranadino ante la Junta Suprema para que una su voz a “los demás sabios patriotas que componen aquella Augusta asamblea” para de esa manera “echar los fundamentos de la opinión pública, de la confianza y del patriotismo […] cuyas virtudes producirán infaliblemente [una nueva] constitución […]” (Almarza Villalobos & Martínez Garnica, 2008, p. 132).57 La representación propone igualmente reformar el   “Instrucción que en cumplimiento de la Real orden de 22 de enero de 1809 da el Cabildo de la Villa del Socorro, capital de la Provincia de este nombre en la America meridional: al Exmo. Sor. Don Antonio Narvaez i la Torre, diputado por el Nuevo Reino de Granada para su representante en la junta Suprema i Central gubernativa de España i Indias”. Biblioteca Nacional de Colombia, F. Pineda 843, 114-116 folios. Reproducida en Almarza Villalobos & Martínez Garnica, (2008). 57

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plan de estudios, con preferencia de las “ciencias exactas que disponen al hombre al ejercicio útil de todas las artes”, pues de ese modo […] se vulgarizarían los principios y grandes resultados de una ciencia tan importante, y la opinión de los pueblos, así rectificada, acercaría la época en que por un pacto tácito y general quedase irrevocablemente fijada la suerte del género humano, que por tantos siglos ha sido la víctima de todos los errores y de todas las injusticias (Almarza Villalobos & Martínez Garnica, 2008, pp. 134-136).

A la vez modelo normativo e ideal democrático, la opinión pública asume la tutela de los pueblos en la senda a la libertad y el progreso. En España aparecen periódicos de todos los espectros ideológicos: afrancesados que apoyan las nuevas autoridades napoleónicas, tales como La Gaceta de Sevilla y El Diario de Barcelona; liberales, tales como el Semanario Patriótico o El Robespierre Español; y los denominados serviles o contrarios a la Constitución de Cádiz, tales como El Censor General o El Procurador General de la Nación y del Rey. Aparecen igualmente periódicos en el exterior, particularmente en Londres, con amplia circulación intercontinental. Sin duda, el más influyente de estos es El Español, editado por el liberal José María Blanco White, en el que polemizaron americanos como el caraqueño Juan Roscio y el mexicano Servando Teresa de Mier y del cual se reprodujeron extractos en varios periódicos americanos, incluida La Bagatela de Antonio Nariño. Aunque si bien es cierto que estos debates tienen una dimensión propiamente transatlántica, con varios polos de agitación —Madrid, Cádiz, Caracas, Buenos Aires, Quito, Bogotá, Lima y México— también es cierto que estas adquieren una dinámica local muy intensa y particular. Por su parte, en América los primeros periódicos generalmente se dividen entre autonomistas —con fuerte presencia en Buenos Aires, Caracas, Bogotá y Cartagena— y partidarios de las autoridades peninsulares —con fuerte presencia en México, Lima y La Habana—. Los primeros no reconocen la autoridad de la Junta Suprema, siguen con distancia El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830

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y escepticismo los debates conducentes a la Constitución de Cádiz de 1812, y promueven o apoyan la convocatoria a procesos constituyentes locales. Los segundos, por su parte, fungen de órganos oficiales de las autoridades peninsulares y, generalmente, promueven los beneficios de la Constitución gaditana. Dentro de esta dinámica la constitución de las diversas juntas neogranadinas a mediados de 1810 dio pie, casi inmediatamente, a tres periódicos en Bogotá —La Constitución feliz, Aviso al Público, Diario político de Santafé— y uno en Cartagena, El Argos Americano. Aunque estos periódicos surgen como apoyo a las nuevas autoridades americanas, en principio no son armas de agitación sino medios para apaciguar y procurar la unión. Los papeles periódicos buscaban, como señala el Prospecto del Diario político de Santafé de Bogotá, Difundir las luces, instruir a los pueblos, señalar los peligros que nos amenazan y el camino para evitarlos, fijar la opinión, reunir las voluntades y afianzar la libertad y la independencia […].

Para el editor, era claro que en las inciertas circunstancias del momento la […] circulación rápida de los papeles públicos, la brevedad de los discursos, el laconismo y la elección de las materias que los caracterizan los hacen los más a propósito para conseguir estos fines importantes. Son útiles a todo pueblo civilizado, y precisos en las convulsiones políticas. Se multiplican a voluntad, llevan a todas partes los principios, las luces y disipan los nublados que en todo momento forman la sedición y la calumnia. Sólo ellos pueden inspirar la unión, calmar los espíritus y tranquilizar las tempestades. Cualquier otro medio es insuficiente, lento y sospechoso (Núm. 1, Prospecto: 27-VIII-1810: 1).

Cada periódico se presenta de este modo como la manifestación más clara de la voluntad general del reino y sus colaboradores son los representantes naturales del pueblo. Ellos, señala Camilo Torres, formarán “la 78

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opinión pública [y le harán] conocer la forma de gobierno que mejor conviene a cada provincia”.58 Una lectura de los periódicos del periodo produce una contundente sensación de ruptura con el pasado, aun cuando la época está marcada por la incertidumbre y la coexistencia de múltiples posibilidades políticas. En efecto, los periódicos contrastan lo que definen como las tinieblas del Antiguo Régimen con las luces del presente, y la libertad de prensa es el signo que evidencia la distancia entre el ayer y el hoy. El llamado a una libertad de prensa como garante de la libertad política parece en primera instancia un acto de confianza en ese público que Caldas recién había descrito como holgazán y sumido en los horrores de la ignorancia. En 1809 el liberal español Alberto Lista publica el “Ensayo sobre la opinión pública” en el Espectador Sevillano, el cual es reimpreso rápidamente en México y posteriormente en otras partes de América. Para Lista, quien distingue la opinión popular de la pública, esta última es un fenómeno reciente que “se funda sobre el conocimiento íntimo de los ciudadanos, sobre el interés nacional, sobre las ideas de la sana política” (Lista, 2007, p. 5). El liberal exaltado Manuel José Quintana, editor del Semanario Patriótico, periódico oficial de la Junta Suprema y leído ampliamente en América, abre su Prospecto señalando que “La opinión pública es mucho mas fuerte que la autoridad malquista y los exercitos armados”.59 La Nueva Granada participa de esa defensa eufórica de la opinión pública: “Sólo el fanatismo y la ignorancia pueden proscribir la libertad de prensa” (Diario político, núm. 15: 15-X-1810: 58). La conexión con las anheladas garantías políticas queda consignada en todas las constituciones de la época. La Constitución de Antioquia de 1812 señala: La libertad de la Imprenta es el más firme apoyo de un gobierno sabio y liberal; así todo ciudadano puede examinar los procedimientos de   “Carta de Camilo Torres a Ignacio Tenorio, Oidor de Quito”. Cito de Copete Lizarralde, (1960). 59   “Prospecto”, Semanario Patriótico, Madrid, fin de agosto de 1808, p. 3. 58

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cualquiera ramo de gobierno, o la conducta de todo empleado público, y escribir, hablar e imprimir libremente cuanto quiera […] (Uribe Vargas, 1985, p. 464).60

Aun más, el accionar de los nuevos hombres de gobierno trata de acomodarse a la aparición de este nuevo fenómeno. Antonio Nariño, quien más claramente concibió la política como un combate público, se defiende de las acusaciones de ejercer un poder tiránico en Bogotá indicando que “con la imprenta libre no puede haber tiranía”. Para el presidente de Cundinamarca No hay una defensa más vigorosa y convincente de la libertad del Gobierno que los mismos papeles que actualmente se escriben y se imprimen a su vista; no hay género de dicterios que con disfraz o sin él, no se le haya dicho por la prensa, y hasta ahora no sabemos que se haya hecho la menor indagación, ni tomado la menor providencia contra sus autores.61

Los mismos ataques a que se ve expuesto, razona Nariño, son prueba clara de la liberalidad del gobierno. Sin embargo, el optimismo pronto es temperado. La ya citada Constitución de Antioquia señalaba que la libertad se otorgaba con la condición que se debía “responder del abuso que haga de esta” y agregaba en el mismo artículo que “no se permitirán escritos que sean directamente contra el dogma, o las buenas costumbres”. La mayor parte de los periódicos de la Nueva Granada son cautelosos: antes de invocar el pueblo como poder legitimador, señala el Prospecto del Diario político, es necesario “fijar la opinión, reunir las voluntades y afianzar la libertad y la independencia”   La disposición corresponde al Artículo 3 de la Sección II “De los derechos del hombre en sociedad”. Un estudio reciente de Gilberto Loaiza Cano examina las transformaciones culturales, sociales y legales que hicieron pensable la libertad de imprenta. Loaiza Cano, (2010). Como ya lo reseñaremos más adelante, Loaiza Cano insiste en que ésta era “una libertad concedida con ambigüedades y temores” (p. 64). 61   La Bagatela, Bogotá, núm. 38, 12 de abril de 1812, p. 146. 60

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(Núm. 1, Prospecto: 27-VIII-1810: 1). La prensa, por lo tanto, no intenta reflejar una supuesta opinión pública; al contrario, la constituye a través de la instrucción del pueblo. Diego Francisco Padilla, editor del Aviso al Público, pone los términos de manera más contundente. Por una parte, señala, el periódico está obligado a satisfacer al público y adoptar “el estilo popular y sencillo […], pues no escribimos para personas ilustradas, sino para el común de las gentes” (Núm. 11: 8-XII-1810: 110); por otra, complementa, su principal objetivo es “instruir al Pueblo idiota” (Continuación al núm. 15: 5-I-1811: 140). Así, no es casualidad que el epígrafe de la Gazeta Ministerial de Cundinamarca aluda precisamente a ello bajo la fórmula: “Donde la opinión no se fija, no tiene vigor las leyes”. Pronto, sin embargo, las amenazas de una invasión europea y el colapso de las esperanzas de una unión entre las provincias neogranadinas, torna más beligerante el tono de los periódicos. Los periódicos se convierten en el escenario privilegiado donde se debaten los diversos modelos de gobierno y los intereses regionales. Los debates desbordan los periódicos y pronto surgen otros géneros como los catecismos políticos y los volantes burlescos, señales inequívocas de la intensidad de los enfrentamientos y del gradual rebasamiento de las “contiendas ruidosas que todos los días se ofrecen, no solo en los estrados, sino hasta en las calles o plazas” (La Bagatela núm. 1: 14-VII-1811: 3). La opinión pública se vuelve medio de descalificación y arma de agitación popular, un nuevo factor en la construcción de la vida política local. Posiblemente fue Antonio Nariño quien mejor entendió la naturaleza cambiante de la opinión pública y su nuevo papel en la construcción de la vida política. Al nombrar juguetonamente su periódico La Bagatela se distancia de la solemnidad de otros periódicos de la época a la vez que ironiza el tono imperioso que domina la prensa política; a cambio de los “tesoros” prometidos por los otros, Nariño ofrece bagatelas, con lo que se asegura no decepcionar jamás. Pero la ironía es, sobre todo, un reconocimiento al hecho de que el público se hacía cada día más grande y ya rebasaba los estrechos círculos de los cabildantes y las redes clientelares, los nacientes cafés y las tertulias, para abarcar las calles, plazas y El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830

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chicherías. La misma Bagatela registra en diversas instancias el papel de los chisperos, esto es, fogosos animadores de la contienda política que tienen el encargo de promover opiniones entre amplios sectores sociales con el ánimo de procurar su movilización. En el “Diálogo entre Cotorra, don Ignacio Otaola y el doctor Munar”, Cotorra registra la novedad de la voz y trata de definirla para su superior, don Ignacio: Mire sumerced: en el dia se dice Chispa y Chispazo a tantas cosas, que yo en Castellano tampoco lo entiendo. Todo está dividido en partidos, y yo los oigo llamarse chisperos: Unos se alegran quando los llaman así, y otros se ponen bravos. Lo cierto es que quando forman algun enredo, con su mas y su menos ó hay alguna novedad de aquellas que se cuentan en secreto a todo el mundo, dice que anda la chispa. Hay chisperos altos y baxos, como le he oido à su merced que tienen los Ingleses su Parlimento (Núm. 13: 29-IX-1811: 47).

En otro impreso del mismo año, La verdad sin sobretodo (1811), atribuido a Nariño, el diálogo entre un chispero y un joven ingenuo, revela dos visiones diferentes sobre el papel de la opinión pública en la vida política. Ante la conmoción de las transformaciones políticas, el chispero le increpa al ingenuo letrado timorato Chispero: Como Ud. no sale de su casa, no conoce la opinión pública, ni oye las juiciosas críticas de la Calle Real. Yo quedé convencido que nosotros habíamos traído la instrucción a la Capital, y usted lo estaría sin duda […]. Ingenuo: Lo estoy, de que antes se vendían géneros en la Calle Real, y de que en el día se rifa también la opinión pública. Chispero: No digo que se rifa, sino que se forma.

El diálogo comunica la confusión y novedad de la transformación política, pero igualmente da cuenta de los límites que se imponen. Claramente la opinión pública es ahora constitutiva de la vida política 82

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y con ella la participación de un importante sector social. Sin embargo, la opinión se revela menos verdadera de lo deseado, más intangible de lo temido, susceptible de ser usurpada por advenedizos. Y el chispero ¿forma o rifa la opinión pública? Según muchos, el chispero degrada la opinión pública pues su eficacia comunicativa no se debe a la buena razón sino a su capacidad para agitar las pasiones de la multitud. Más que un instrumento para la construcción del orden político, es su perturbador. No sorprende que Nariño sea con frecuencia asimilado a la figura del chispero y atacado porque sus papeles han “inmoralizado, y escandalizado, [y es responsable] de los males que ha ocasionado, y de los pecados que por su causa se han cometido”, según denuncia fray Diego Francisco Padilla en El Montalván.62 En ese escrito Padilla retoma uno de los temas más candentes del momento, y por el cual Nariño será impugnado con mayor vehemencia: el de los límites de la opinión eclesiástica en los asuntos políticos del momento. Nariño —quien a pesar de usar los chisperos tampoco exhibe gran entusiasmo por ellos— responde señalando que los eclesiásticos son igualmente chisperos. Al final del “Diálogo entre Cotorra, don Ignacio Otaola y el doctor Munar” el doctor Munar, eclesiástico, entra y le increpa a Cotorra: Doctor Munar: ¡Chispatus! Malvado, nada se te escapa; ya te entiendo. Tú eres el mayor chispero en medio de esos tus andrajos y mala figura. Cotorra: Pues a fe que a su merced no se le va en zaga, y pasa por uno de los más calientes chisperos. Doctor Munar: ¿Chispero yo? Cotorra: Sí señor, y bien chispero; con sólo la diferencia de que es su merced chispero eclesiástico. Porque ha de saber, mi amo don Ignacio, que como le he dicho que hay chispas criollas y chapetonas, las hay también eclesiásticas; y éstas quizás son las más temibles. Doctor Munar: Bribón, ¿Qué entiendes tú por chispas eclesiásticas?   El Montalván. (1812). Bogotá: En la Imprenta de don Bruno Espinosa, pp. XIX-XX.

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Cotorra: ¡Bonito está! Hágase su merced el desentendido: las de mi amo L... Las de mi amo T... y las de tantos eclesiásticos y padres de los conventos, que predican, que escriben, y que nos aconsejan a los simples. ¿Qué son, sino chisperos, para quién sabe qué? (Núm. 13: 29-IX-1811: 48).

Chisperos y eclesiásticos levantan las pasiones y abusan de la opinión popular. Como señala Manuel Bernardo Álvarez Todo buen ciudadano creyó que con la libertad de imprenta brillarían las luces y patriotismo de los hombres ilustrados para nuestro común beneficio; pero hasta ahora tenemos la desgracia de ver aquellas oficinas ocupadas en la mayor parte en la impresión de sátiras, de sarcasmos, de injurias y falsedades, que no tienen otro fruto que el de la división, la discordia y el de los resentimientos.63

El mismo Nariño se queja en varios momentos en La Bagatela de la ausencia de una verdadera opinión pública e indica que a partir de la transformación política “Cada ciudadano quiere que prevalezca y domine su opinión, y se cree con igual derecho” (Núm. 12: 22-IX-1811: 46). En una “fraternal advertencia al Público”, después de asegurar que la imprenta es “paracensurar lo malo sea del gobierno ó del público, y para aplaudir lo bueno, y formar opinión”, sostiene: Mi amado público está pecando en dos extremos opuestos: unos apreciadores del Antiguo Régimen, tan favorable para el egoísmo con una baja sumisión, una adulación continua y un alma de bronce para no sentir las miserias de su prójimos ya estaban a cubierto de toda persecución, quisieran ver renacer el sistema Colonial […]. Otros, exaltados con las bellezas de la   Manuel Bernardo Álvarez, “Justo desengaño al público a que obliga el papel titulado La Contrabagatela”. Bogotá: En la Imprenta Real, 1811. (Citado en Posada, 1917, p. 255). Otros textos señalan como “llenas de entusiasmo, las pasiones se han metido a escritoras públicas para deprimir científicamente a las virtudes”. Sin título, Santafé de Bogotá, Imprenta de Nicolás Calvo y Quixano, 1812. (Posada, 1917, p. 290). 63

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libertad, se ciegan y las confunden con el libertinaje, o se olvidan de que es menester gozarlas con reglas y leyes a que nos hemos sometido (Núm. 6: 18-VIII-1811: 24).

Nariño, como todos los demás, es heredero de Feijoo: la opinión popular debe ser guiada por los hombres ilustrados, únicos capaces de elevar y fijar la opinión pública. Y si bien es cierto que la opinión popular no es aún, ni lo va a ser por un tiempo, la arena natural de la contienda política, también es cierto que rápidamente se ha convertido en un factor político en la vida diaria de la Nueva Granada. Y ya nunca dejará de serlo. La Primera República, 1810-1815: centralismo-federalismo Una vez puesta en marcha la actividad política de las diferentes juntas de gobierno provinciales, las declaraciones revolucionarias iniciales darían paso a álgidos debates sobre la forma de gobierno más conveniente para la Nueva Granada. De esta manera, el problema teórico de la retroversión de la soberanía se volvería un problema práctico de construcción estatal. ¿Cómo pasar de la soberanía de los pueblos —detentada de manera desigual por las juntas— a la soberanía de la nación, imaginada difusamente como correspondiente a las provincias que hacían parte del otrora Nuevo Reino de Granada? Este sería uno de los problemas políticos centrales del periodo, en el que la prensa y la opinión pública desempeñarían un papel decisivo.64 Sin duda, la imprenta permitiría que las juntas locales incidieran de manera más activa en la configuración del nuevo sistema. De allí el afán de ciertas élites regionales por hacerse a una, pues hasta cierto punto tener imprenta significaba tener voz en el escenario político   Para un examen de la noción de soberanía en la Nueva Granada véase Restrepo, (2005); Thibaud & Calderón, (2006). Por último, ver la reciente compilación de ensayos de la Universidad Nacional de Colombia titulada Conceptos fundamentales de la cultura política de la Independencia, en particular los capítulos de Zulma Rocío Romero Leal, “La soberanía como principio y práctica del nuevo orden político en la Nueva Granada, 1781-1814” y de Alexander Chaparro Silva, “La voz del Soberano: representación en el Nuevo Reino de Granada, 1785-1811”. 64

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neogranadino. Así lo entenderían prontamente los gobiernos provinciales de Tunja, Popayán y Antioquia, los cuales hacia 1814 contarían cada uno en su haber con una imprenta.65 De manera significativa, todavía en ese año, la Gazeta Ministerial de Antioquia, primera publicación periódica antioqueña de la que tengamos noticia, dedica sus primeras páginas a celebrar los prodigios de la imprenta, la cual no duda en calificar como “una de las invenciones más felices del genio del hombre”, pues permite “hacer progresos en sus opiniones, y en el modo de prepararse su existencia política”. Para el periódico, resultaba evidente la vinculación de la imprenta con la causa republicana, su necesidad imperiosa en aquellos momentos de incertidumbre. La imprenta, afirma el redactor, “produce revoluciones importantes”, se constituye en el símbolo por excelencia de la “libertad de escribir”, estandarte de la civilización y las luces (Núm. 1, 25-IX-1814: 1). Así, en este renovado concierto de voces impresas, las disputas por la legitimidad de los gobiernos juntistas no se harían esperar. En términos generales, las nuevas concepciones del poder pivotarían entre, por un lado, el esquema centralista, que abogaría por la regulación de la vida política, económica y social del reino desde Santafé y, por otro, la propuesta federalista, basada en cierta autonomía en el manejo de asuntos internos (por lo general económicos y burocráticos) por parte de las provincias firmantes, nacida de la cesión parcial de su soberanía. Esta confrontación ideológica era inédita en la Nueva Granada, y sus implicaciones de grandes proporciones, pues no sólo se tradujo en múltiples enfrentamientos armados y ocupaciones militares, sino que la mayoría de sus deliberaciones, tensiones y resultados quedarían plasmados en las primeras Constituciones proclamadas en lo que se ha venido a llamar la Primera República (1810-1815) (Uribe Vargas, 1985). Un periodo, con frecuencia, visto como caótico, anárquico y dominado por los intereses de cientos de caudillos y patricios regionales. No en vano para muchos   Sobre la imprenta en Antioquia, Popayán y Tunja véanse: Posada, (1928); Higuera, (1982). 65

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el apelativo Patria Boba sigue siendo legítimo para describir —que no explicar— los conflictos políticos de la época. Sin duda, impera una visión reduccionista, que parte del presupuesto de la total transparencia y articulación de los lenguajes políticos del momento, olvidando con frecuencia que el significado y el sentido de términos fundamentales de nuestra modernidad política, como soberanía, representación y libertad, eran los que estaban en juego en este debate, y que se intentaban fijar a través de la prensa.66 Las primeras puntadas en esta confrontación ideológica serían dadas por las élites de Santafé y Cartagena, principales centros económicos, culturales y políticos de la Nueva Granada, y únicas ciudades donde existiría la imprenta hasta 1813. Así, toda clase de impresos, papeles públicos y manifiestos intentarían dirimir esta disputa de legitimidad invocando el alegado respaldo de la opinión pública, su voto unánime, su mandato imperioso. Uno de los principales interlocutores en esta contienda sería el papel periódico cartagenero El Argos Americano, puesto en marcha el 10 de septiembre de 1810 bajo el estandarte federalista, y dirigido por José Fernández Madrid y Manuel Rodríguez Torices. Esta publicación había surgido como respuesta a la crisis política experimentada por todo el reino, ante la cual, según sus redactores, “nada conviene tanto como uniformar las ideas” a través del “conductor mas seguro para comunicarlas, y fixar la opinión publica”: los papeles periódicos. Las banderas enarboladas por la publicación en este sentido resultan bastante elocuentes: Comunicar con criterio y discernimiento las noticias ministeriales de esta Suprema Junta de Gobierno, las comerciales de bahía, las de las naciones ultramarinas, de toda la América, y con particularidad las de este Reyno: manifestar la mutua deferencia y sacrificios reciprocos, que deben hacer las provincias en obsequio de la union y bienestar de éste:   Sobre la Primera República puede consultarse: Ocampo López, (1999); Llano Isaza, (1999). Sosa Abella, (2006); Sourdís de La Vega, (1988); Martínez Garnica, (1998); McFarlane, (2002); Gutiérrez Ardila, (2010). 66

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zelar con vigilancia como el Argos de la fabula, y presentar al público los artificios de algunos egoístas y ambiciosos que cubiertos con la capa de un falso zelo por la utilidad y beneficio del pueblo, abusan de su bondad y tolerancia, sacrificandolo á su interes privado: proyectos de agricultura, comercio, artes, industrias y ciencias: dexar el arido campo de estas para deleitarse por entre las flores de la bella literatura; tales serán los objetos de este Argos Americano. (Prospecto, 10-IX-1810: s.n.).

Sin duda, se trata de un proyecto ambicioso, que pone en evidencia su talante ilustrado. No obstante, es importante observar aquí que la opinión pública a la que apela el Argos ya no tiene como objeto principal la “utilidad del reino”, en abstracto, sino el desarrollo de un gobierno legítimo, como queda manifiesto cuando los editores se refieren a la publicación local Noticias públicas, la cual “no teniendo plan ni forma alguna regular, es imposible que inspire todo el interés de que es susceptible, ni que produzca los efectos que el gobierno desea” (Prospecto, 10-IX-1810: s.n.). De esta manera, el Argos se constituye en todo un programa político alrededor de “fijar la opinión” y difundir las luces generales como antídoto efectivo contra el despotismo, la anarquía y el error. La publicación se convertiría en artífice de una dimensión del espacio público que, al tiempo que aparece ligado a los asuntos del gobierno, se imagina como un escenario privilegiado para elaborar cierto consenso con respecto a las categorías fundantes del cuerpo político. En esta medida, no resulta sorprendente que los editores se arroguen la responsabilidad de “uniformar las ideas”, al tiempo que ponen al descubierto los artificios de algunos “egoístas y ambiciosos”. Justamente, aquello que legitimaría su intervención en la esfera pública sería hablar en nombre de la razón, en franco contraste con las políticas del “bárbaro sistema del gobierno antiguo”, que habían propendido por la “más ciega ignorancia de nuestros intereses y derechos” (Prospecto, 10-IX-1810: s.n.). Así, la publicación se encargaría de demostrar que los “intereses” del reino se verían satisfechos de manera más adecuada gracias a la adopción de la propuesta federal. Un sistema que no implicaba la dispersión del 88

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poder y de la fuerza sino su distribución regulada. De esta manera, ninguna provincia podría imponerle sus leyes a las demás, pues cada una se reservaría una parte de su soberanía, siguiendo el modelo estadounidense, reconocida fuente de inspiración de los federalistas locales: Parece que el gobierno federal ha sido meditado expresamente con el designio de evitar estos males, porque el Congreso representante de todas las provincias dispone de los recursos de una en favor de otras, á fin de estrechar sus mutuas relaciones. Tratados, alianzas, caminos, puentes, ríos navegables, derechos de importaciones y exportaciones, arreglos de comercio y finalmente quanto puede contribuir al beneficio, y seguridad de la unión, todo corresponde al Congreso. Las Provincias de un Reyno así constituido podrían compararse á los diversos miembros del cuerpo humano, que teniendo sus particulares juegos y movimientos, organizan un todo á cuya fuerza y armonía recíprocamente concurren. Tan sabio sistema reúne á las ventajas de los gobiernos populares el vigor y solidez de los monarquicos (Núm. 38, 17-VI-1811: 175).

La propuesta del Argos sería ampliamente combatida meses después en La Bagatela de Nariño. En sus páginas, la crítica al sistema federalista alcanzaría su mayor definición de la mano de un esfuerzo consciente por reconstruir la autoridad centralizada en la Nueva Granada. Desde la perspectiva de Nariño, la federación era una opción poco adecuada a la realidad política neogranadina debido al profundo arraigamiento de ciertas tradiciones políticas neo-tomistas; la escasez de luces en el reino; la falta de experiencia política y administrativa de las élites locales; los mutuos recelos entre las provincias y su incapacidad manifiesta para sostener económicamente un amplio funcionariado a disposición del gobierno federal. De allí que afirmara que no era lo mismo “decretarse la Soberanía que exercerla” (Núm. 5, 11-VIII-1811: 17): El sistema de convertir nuestras Provincias en Estados Soberanos para hacer la federación, es una locura hija de la precipitacion de nuestros juicios El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830

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y de una ambicion mal entendida […] No es la extensión del terreno, no es la poblacion, no son las riquezas, ni las luces que forman la fuerza de un Imperio por si solas: la suma total de todas estas cosas forman su fuerza; y si nosotros en lugar de acumular nuestras luces, nuestras riquezas, y nuestras fuerzas, las dividimos en otras tantas partes como tenemos de Provincias, ¿qual será el resultado? Que si con la suma total de nuestros medios apenas nos podremos salvar; dividiendonos, nuestra perdida será tanto mas probable quanto mayor sea el número de partes en que nos dividimos (Núm. 5, 11-VIII-1811: 19).

Nariño llamaba a las demás provincias a trabajar por la unión neogranadina bajo un sistema de gobierno centralista—aunque confederado—. Los periódicos estaban allí para hacerla posible, pues de acuerdo con el criollo santafereño la prensa, en general, circulaba con dos objetivos: “propagar la instrucción y fixar la opinión publica” (La Bagatela, Suplemento núm. 4, 4-VIII-1811: s.n.). Un lugar común efectivo sobre la prensa que haría carrera durante la Primera República. Así, tan solo dos meses después, la Gazeta Ministerial de Cundinamarca, en plena presidencia de Nariño, definiría la opinión pública en términos similares, como una fuerza moral fundamental para consolidar el Estado republicano en la Nueva Granada. Para sus editores, los gobiernos ilustrados debían mantener sus propios papeles públicos con miras a “fixar la opinión pública, principalmente en favor del sistema gubernativo que se adapta” e “inspirar virtudes políticas en los Ciudadanos por medio de discursos energicos y vigorosos” (Núm. 1, 6-X-1811: 1). Lugares retóricos que no obstante su plasticidad manifiesta revelan un asunto de gran trascendencia con respecto a lo que atañe a la opinión pública —además de su portentosa fuerza—. La discusión sobre la forma de gobierno es también una discusión sobre la constitución del cuerpo de la nación, una figura abstracta y de difícil aprehensión (por demás, de unas cualidades muy distintas al cuerpo del rey). La opinión pública haría posible, justamente, la concreción de esa nación, en tanto sujeto ideal que debería relevar la soberanía de las provincias. De allí la necesidad de fijarla como si fuera producto de la voluntad general que se expresa 90

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unánimemente, incluso, cuando la “opinión popular” pareciera contradecir sus principales dictámenes. No de otra manera podemos explicar que una de las primeras medidas adoptadas por Nariño durante la entrada de sus tropas en Popayán, el 15 de enero de 1814, en el marco de la Expedición del Sur en contra de los realistas de la región, sea la de recomponer una vieja imprenta para que “se comiensen á imprimir algunos papeles y ver si de algún modo se puede fixar la opinión pública corrompida al exceso” (Boletín de Noticias del Día núm. 71: 28-I-1814: s.n.). Frente a una opinión presuntamente corrompida debido al apoyo entusiasta que brindaba a la causa del rey, Nariño opondría una opinión pública autorizada por la razón para modelar la legitimidad del gobierno republicano, capaz de imponerse sobre los peligrosos efectos de la opinión popular que ponían en riesgo la existencia misma del cuerpo político. Así pues, la opinión pública se identifica en estos debates, sobre todo, con los “intereses del reino”, dilucidados de manera privilegiada por los hombres ilustrados participantes del poder político. En este sentido, la preocupación por “fijar la opinión”, su contenido y sentido, tendía a identificarse con el empeño por la unidad de la Nueva Granada. Para Nariño, las publicaciones impresas permitirían afirmar “nuestra opinión y nuestras voluntades sobre la forma de gobierno que más nos convenga en los momentos presentes” (Boletín de Noticas del Día núm. 72a: 29-I-1814: s.n.). En última instancia, y aquí radica su importancia para nosotros, la prensa no sólo polemizaría en torno a la forma de gobierno; también se constituiría en la posibilidad del mismo, pondría los cimientos sobre los cuales las discusiones acerca de la nación se harían posibles, al tiempo que permitiría configurar una imagen de organización política anclada en los principios de la soberanía popular y las instituciones representativas. No obstante, las polémicas entre la opción federalista y el esquema centralista se alargarían hasta finales de 1814, y sólo se resolverían con la incorporación de Cundinamarca a las Provincias Unidas de la Nueva Granada por la mano militar de Simón Bolívar. Él mismo a su ingreso en Bogotá, durante la instalación del gobierno de las Provincias Unidas, insistiría en la necesidad de crear opinión pública como “el objeto más El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830

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sagrado” y digno de “la protección de un Gobierno ilustrado, que conoce que la opinión es la fuente de los más importantes acontecimientos” (Gazeta Ministerial de Cundinamarca núm. 207, 6-I-1815: 1014-1015). Si bien el sistema adoptado por las provincias finalmente sería el federal, en realidad, el gobierno tenía fuertes impulsos centralizadores en ramas sensibles como la militar y la hacienda pública. Para las élites, centralistas o federalistas, la unión permitiría hacerle frente a la amenaza de cualquier potencia extranjera y, particularmente, a una eventual reconquista española, que ahora, con la vuelta al trono del rey español, comenzaba a tomar forma, pues la Nueva Granada contaba aún con cientos de seguidores leales al estandarte monárquico que, dado el caso, estarían dispuestos a facilitar una invasión del ejército realista y a hacer parte de sus filas. Y estaban en lo cierto. Las fuerzas de Fernando VII atravesarían el océano Atlántico en febrero de 1815 con el objetivo explícito de someter a las provincias rebeldes. La Reconquista española: El Realismo Durante el periodo conocido como la Reconquista española los defensores de la soberanía de Fernando VII en la Nueva Granada encontrarían en las páginas del Boletín del Exército Expedicionario (1815-1816), la Gaceta Real de Cartagena de Indias (1816-1817) y la Gazeta de Santafé, Capital del Nuevo Reyno de Granada(1816-1819) los principales espacios discursivos para legitimar la campaña de reconquista, combatir la propaganda republicana y contribuir en la reconstrucción de la monarquía hispánica en tanto comunidad política natural y en tanto forma de gobierno más conveniente para las provincias americanas. Esta prensa de circulación periódica se constituiría en la principal armadura editorial del régimen reconquistador, al lado de múltiples proclamas militares, bandos reales y sermones religiosos, que en algunos casos serían reproducidos en sus mismas páginas.67   Un acercamiento panorámico sobre la Reconquista puede verse en: Díaz Díaz, (1965). 67

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En términos generales, podríamos afirmar que el objetivo principal de estas publicaciones era restablecer la situación previa a la revolución. Volver al antiguo régimen: restaurar el sentimiento comunitario que uniformaba a la monarquía hispánica y volver al trazado institucional confeccionado a lo largo de trescientos años de dominación ibérica. La fidelidad al rey, el respeto por la religión católica y el amor a la patria —entendida como una comunidad política producto de la historia, conformada por los reinos americanos y peninsulares—, eran los valores fundamentales que estas publicaciones querían forjar en los vasallos americanos a partir de un lenguaje asentado sobre dos principios considerados naturales e inmutables: el cristianismo y la monarquía. Un lenguaje que pretendía señalar de manera inequívoca los límites entre la justeza realista y la iniquidad republicana. Así, la prensa de la Primera República, ocupada en buena medida en los debates sobre la soberanía y la forma representativa de gobierno, daría paso, de manera general, a una prensa de carácter más propagandístico —que no podemos reducir a meras manipulaciones ideológicas o a puras estrategias retóricas de dominación sino que debemos entender en términos de construcción de significado, creación de relaciones políticas y de imaginarios sociales—. Una dinámica editorial condicionada por el restablecimiento formal de la monarquía absolutista proclamado por Fernando VII en el decreto del 4 de mayo de 1814, que declaraba nulas las medidas constitucionales adelantadas en los dominios hispánicos, entre ellas la proclamación de la libertad de imprenta. Ahora se requeriría de la aprobación explícita del gobierno para publicar.68 Ciertamente, la imprenta se constituiría en una de las estrategias políticas más importantes del régimen reconquistador. Una estrategia indispensable en los tiempos que corrían —“conociendo que la imprenta es uno de los vehículos más eficaces y á propósito para levar al cabo unas ideas tan benéficas y tan extensas […]”—.69 Los realistas creían en el poder de la   Sobre el retorno del absolutismo fernandino, ver: Artola, (1999).   Gobierno Real de Cartagena de Indias. Prospecto de un periódico que se vá á publicar en esta ciudad titulado: Gaceta Real de Cartagena de Indias. Cartagena de 68 69

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palabra impresa. No es casualidad que Morillo embarcara una imprenta portátil, junto con las municiones de guerra, para difundir sus papeles durante la campaña de reconquista: se trataba de la ambiciosa tarea de reeducar a los americanos en la fidelidad regia. El turno sería inicialmente para el Boletín del Exército Expedicionario, el cual se constituiría en el medio de comunicación oficial de las tropas del rey durante la campaña. De hecho, los diferentes lugares de su publicación dan cuenta de la avanzada misma de Morillo sobre la Nueva Granada, desde Santa Marta hasta Santafé. Su primer número saldría a la luz el 22 de agosto de 1815, en la hacienda Palenquillo, cerca de Cartagena, seis días después de que se avistaran en sus costas las velas de los buques reales y una vez comenzado el bloqueo marítimo de la ciudad. La información allí consignada era únicamente de carácter oficial, producto de disposiciones del gobierno monárquico, partes de guerra y prensa extranjera. Así, no se daría a la imprenta información no confirmada debido a “los incidentes que ocurren quando se pelea”, pues “todos los días llegaban noticias favorables á la causa de los fieles vasallos de S.M. pero el General en Xefe [Pablo Morillo], constante en su principio de no dar al público sino lo seguro, no ha permitido se publique cosa alguna hasta tenerlo de Oficio” (Núm. 36:14-IX-1816: s.n.). Como casi todas las publicaciones inmersas en el conflicto bélico, el Boletín era una relación sucesiva de batallas entre realistas y republicanos. Para los primeros, la guerra emprendida por la monarquía hispánica en América, dejaba una enseñanza y señalaba la evidencia: la justeza de las pretensiones de Fernando VII, apuntaladas, en buena medida, por el correcto accionar de sus tropas en la Nueva Granada. De esta manera, el único juicio válido era el de la victoria y todas las personas debían someterse a la fuerza de los hechos. Los realistas vencían porque su causa era justa y se encontraba de acuerdo con los principios divinos. Ello explicaba el éxito y la rapidez de la campaña pacificadora. En este Indias, En la Imprenta del Gobierno. Por D. Ramón León del Pozo. Año de 1816, s.n., BN, Fondo Quijano 29, Pieza 6.

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sentido, debemos entender el esfuerzo del Boletín por proyectar una imagen favorable de los ejércitos realistas como una estrategia para ganar adeptos para su empresa. Por ello, es notorio el afán por narrar, por fijar la versión verdadera: “no puedo pasar en silencio”, afirmaría un oficial realista al relatar los hechos de la guerra (Núm. 25:16-III-1816: s.n.), cuya narración era tan importante como vencer en el campo de batalla. Se trataba de convencer a los neogranadinos (y de despistar al “enemigo”) de la aplastante victoria realista, de dotar de coherencia y significado los éxitos militares de los ejércitos del rey. Estos primeros papeles realistas circulaban bajo diferentes modalidades: eran enviados a la alta oficialidad del gobierno y el ejército realista en diversos puntos de la Nueva Granada; fijados en la plaza pública o en lugares de tráfico constante, y repartidos para que pasaran de mano en mano entre la población (uno de sus objetivos más acuciantes era lograr introducirse en las filas republicanas para desmoralizar su accionar). En este punto, quizá más que de prensa de circulación periódica en estricto sentido debemos hablar de una producción fragmentada en forma de bandos reales, avisos al público, edictos gubernamentales y, por último, partes de guerra seriados (aunque de circulación irregular) agrupados bajo el título de Boletín del Exército Expedicionario. Una vez finalizada, en términos generales, la campaña de reconquista, se encargarían de ampliar el radio de acción editorial realista las publicaciones periódicas Gazeta Real de Cartagena de Indias y Gazeta de Santafé, Capital del Nuevo Reyno de Granada. La dinámica de la esfera pública cambiaría significativamente con su irrupción.70 En cuanto a la primera, comenzaría a circular el 10 de agosto de 1816 en las calles de Cartagena por orden directa del virrey Francisco de Montalvo. Se trataba de un agregado de disertaciones sobre el estado económico y político de la provincia, edictos reales, partes de guerra y reseñas de eventos importantes llevados a cabo en la ciudad o en otros lugares de la Nueva Granada. Tan sólo dos números después abandonaría su nombre   Sobre la campaña militar de Reconquista en la Nueva Granada véase especialmente: Morillo, (1821); Sevilla, (1916).

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primero por el de Gaceta del Gobierno de Cartagena de Indias, dejando en claro las pretensiones de las restablecidas autoridades monárquicas. Desde ese momento en adelante no habría espacio para las disensiones, ni para los partidos: no habría realistas ni republicanos en la ciudad, tan sólo súbditos de Fernando VII. Gracias al restablecimiento del control sobre la imprenta todos serían sostenedores de una causa común encarnada en el gobierno. De esta manera, la oficialidad retomaría su protagonismo en la esfera pública copando todos los espacios.71 Si bien es cierto que el público podría participar de este esfuerzo editorial —“para el efecto [se] invita á los sabios y literatos á que contribuyan con sus luces y erudición á los importantes fines indicados”—, sería tan sólo en calidad de agente del buen orden.72 Así pues, la noción de debate, tal y como la conocemos nosotros, se encuentra fuera de esta prensa. No existe un espacio para la crítica directa a los fundamentos del cuerpo político ni para la réplica. Los periódicos estaban para modelar la opinión pública a través de la exposición ejemplarizante: Triste y doloroso empeño es por cierto el presentar á la vista el quadro horroroso de nuestros padecimientos pero indispensable, si hemos de ocurrir con oportunidad á su extinción. Nuestros males necesitan ser analizados, sondeados y hechos manifiestos para el mejor acierto en la aplicacion de los remedios. Un generoso silencio cubriría nuestros labios sobre la existencia de los referidos males y su origen, si solo se tratase del inutil consuelo de declamar contra ellos; pero su exposicion á mas de los resultados antedichos que deben necesariamente seguirse, servirá sin duda de un saludable escarmiento para lo venidero (Núm. 1:10-VIII-1816:1).

No obstante, sería la Gazeta de Santafé la llamada a dirigir desde la capital virreinal la restauración política de la Nueva Granada. Ciertamente, esta   Un análisis reciente y pormenorizado sobre el Gobierno Real de Cartagena durante la Reconquista puede verse en Cuño, (2008). 72   Gobierno Real de Cartagena de Indias. (Óp. cit., s.n.). 71

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publicación, editada por el clérigo local Juan Manuel García Tejada del Castillo y puesta en circulación en junio de 1816 por orden expresa de Morillo, representa el principal esfuerzo editorial emprendido por los defensores del estandarte real durante la Reconquista, por ello merece que nos detengamos un momento en sus páginas.73 La Gazeta había sido concebida por el jefe del Ejército pacificador como un espacio “conducente a rectificar las ideas del público”, que debía ir “sembrando la buena opinión y confianza que han de tener las legítimas autoridades y aquella unión de sentimientos que debe estrechar a todos los Españoles de América y de Europa alrededor del Trono de S.M.” (Núm. 1: 13-VI-1816: 5). La publicación se encontraba inmersa en una lucha por la resignificación de los acontecimientos recientes. La idea misma de “rectificar las ideas del público” da cuenta del carácter del discurso manejado por el periódico (y en general por todas las publicaciones realistas): se trata de un discurso de réplica, ocupado en refutar de manera sistemática los argumentos y hechos revolucionarios. Se trataba de poner en evidencia la ilegitimidad del gobierno criollo al tiempo que la labor del régimen era puesta de relieve como conducente a restaurar la prosperidad y la felicidad del virreinato. De esta manera, la palabra impresa se constituía en una prueba de la magnificencia de Fernando VII, pues allí se transparentaban sus más generosas intenciones. En este sentido, la conclusión de las publicaciones realistas era lapidaria: el régimen monárquico en América se asentaba en una tradición de trescientos años que apuntalaba la felicidad de los pueblos. No era un proyecto agenciado por la ambición de unos pocos. La Gazeta sería suspendida el 29 de julio de 1817 y retomaría labores cerca de un año después gracias al impulso del virrey Juan de Sámano, en un contexto signado por la disminución de las arcas reales, producto, entre otros, del estado de guerra permanente, que requería una fuerte y   Una pequeña nota biográfica sobre García puede verse en Otero Muñoz, (1945). Sobre la obra de García, ver: Jaramillo de Zuleta, (2004, pp. 65-66); y Posada, (1917, pp. 319-320, 340-341, 353, 365-371, 389-393). 73

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continua inversión militar. Quizá ello explique, hasta cierto punto, la reducción del número de ediciones mensuales y la aparición de avisos comerciales particulares en la publicación. En todo caso, afirmaba el editor, el virrey conocía muy bien “las utilidades y ventajas” de las publicaciones periódicas, por ello consideraba prioritaria su puesta en circulación. Una labor ciertamente ardua en las condiciones de ese momento, pues el estado de la opinión pública era todo menos monolítico en la Nueva Granada. Como reconocía el editor, “bien conozco lo difícil que es agradar á todos”: “Sé también que un Editor se pone en expectáculo á la crítica universal, pero nada de esto me arredra, pues aunque soy persuadido de la escazes de mis luces, también lo estoy de que todos debemos obedecer, y contribuir con lo que alcanzemos al común probecho” (25-VI-1818: 13). Justamente, bajo la fórmula del “común provecho”, gracias a la cual haría coincidir en términos discursivos los intereses de los realistas con los del reino, la publicación intentaría de manera apremiante fijar la opinión, salir victoriosa en esta guerra de interpretaciones, “más en un Pueblo central, donde las noticias llegan tarde, y son sabidas antes de darse a la imprenta” (25-VI-1818: 13). En todo caso, como hemos visto, el solo hecho de salir a la luz pública le confería autoridad a la información proporcionada por la Gazeta, que ahora, ante un panorama difícil, acudía al absolutismo y al culto a la persona real para legitimar el gobierno de Fernando VII. Se trataba de recuperar el halo trascendente de su mandato como una estrategia para mantener el sistema monárquico en la Nueva Granada. De esta manera, la defensa del rey español y la obediencia de los vasallos americanos redundarían en una nueva edad de oro para la monarquía hispánica: Un nuevo siglo de oro empieza, y muy especialmente para toda la Española Monarquía. La nación católica por excelencia, debe descollar entre las otras, como el Cedro elevado entre los arbustos. Ella ha obtenido del Cielo el gaje y prenda que asegura estas esperanzas. Tenemos […] un Rey formado por Dios, concedido por Dios á los ardientes votos, amantes sacrificios, y memorables hazañas de sus fieles Vasallos. Fernando como

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Astro de primera magnitud, derrama benignas influencias sobre la vasta extensión de su Monarquía. Conociendo que lo que hace á los Reyes no es tanto la pompa y la magestad como la grande y suprema virtud, al mismo tiempo que padre, es modelo y exemplar de sus pueblos (25-VI1818: 10-11).

Un rey ungido por Dios en la lucha contra la Revolución y sus corifeos. En este sentido, “formar la opinión” era una estrategia de indisputados títulos. Sin duda, la reconstrucción de la legitimidad monárquica debía pasar ahora por la prensa y por el modelamiento de la opinión pública. No de otra manera podemos entender la importancia dada por las autoridades virreinales a la empresa editorial y al control efectivo de las diferentes imprentas en la Nueva Granada. La guerra: La prensa bolivariana La victoria de los ejércitos republicanos en Boyacá, el 7 de agosto de 1819, despejaría el camino para la rápida toma de Santafé y las zonas circunvecinas, y garantizaría una plataforma segura para continuar en la lucha contra los monárquicos en el resto de la Nueva Granada, Venezuela y Ecuador. Una victoria que aseguraría, además del acceso irrestricto a las cajas reales, el control de las imprentas de la ciudad. Tan sólo dos días después del arribo a la capital de las huestes de Bolívar sería publicado el Boletín del Exército Libertador de la Nueva Granada, estampado por el mismo impresor del gobierno virreinal, José Manuel Galagarza, quien ahora, despojado de su dignidad de vasallo del rey, anteponía a su nombre el título de ciudadano, señal inequívoca del advenimiento de un nuevo orden político. El solio virreinal había sido desterrado de la ciudad: Puede decirse que la Libertad de la Nueva Granada ha asegurado de un modo infalible la de toda la América del Sur, y que el año DIEZ Y NUEVE será el término de la guerra, que con tanto horror de la humanidad nos hace la España desde el año diez (Núm. 5:11-VIII-1819: s.n.).

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De esta manera, la prensa capitalina había sido, en palabras del editor del Correo del Orinoco, “libertada del yugo tiránico” y ahora se concentraba en “otras muchas atenciones” (Núm. Extraordinario: 19-IX-1819: 157). Ciertamente, bajo el gobierno de Bolívar, ésta debía encargarse de sembrar la semilla de la República en la región, pues no obstante el triunfo en Boyacá, los monárquicos aún controlaban vastas zonas de la Nueva Granada, para no hablar de Ecuador y Venezuela. Imprenta y libertad se encontraban aunadas de manera indisoluble para los republicanos. Por ello, vencer en esta guerra de papel era tan importante como anotarse sendas victorias en el campo de batalla. Reconocimiento hecho por el mismo Bolívar, quien consideraba la imprenta tan útil como los pertrechos de guerra (Cacua Prada, 1968, pp. 88-89). Para el caraqueño esta prensa revolucionaria debía agenciar definitivamente el final del Antiguo Régimen en la América hispana.74 Por ello, apenas comenzó a instalarse el gobierno republicano en la ciudad se puso en marcha la Gazeta de Santafé de Bogotá, el 19 de agosto de 1819, bajo la dirección de Santander, prometiendo ofrecer un plan editorial para días más serenos. Por lo pronto podría leerse junto con el Correo del Orinoco.75 Días después, en un breve párrafo, se esbozarían los propósitos de la publicación: Por medio de un papel publico se difunden las luces, y se hace conocer á los pueblos el estado de la lucha gloriosa de la América por su   Durante la instalación, en Angostura, del denominado Consejo de Estado, el 10 de noviembre de 1817, Bolívar sostendría que la opinión pública era la “primera de todas las fuerzas”, el “más firme escudo del gobierno”, por encima de los ejércitos armados. “Discurso pronunciado por el libertador en Angostura el 10 de noviembre de 1817, al declarar solemnemente instalado al Consejo de Estado” (Bolívar, 2009, p. 112). 75   Para un análisis más detallado véanse las fichas técnicas y analíticas de estas publicaciones elaboradas en el marco del Programa Nacional de Investigación “Las culturas políticas de la independencia, sus memorias y sus legados: 200 años de ciudadanías” (Vicerrectoría de Investigación de la Universidad Nacional de Colombia, código 9714, con vigencia 2009-2011), en el portal web de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Recuperado de: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/historia/prensa-colombianadel-siglo-XIX 74

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Independencia. Los decretos del Gobierno, sus providencias, y las noticias particulares llegan á conocimiento de las Provincias con mas facilidad, y precisión por medio de la Imprenta. No dudamos que los Pueblos de la Nueva Granada que desean saber el estado del Nuevo Mundo Independiente concurran a sostener la edición de este papel, en el qual la verdad será su principal divisa (Núm. 3:29-VIII-1819: 12).

De nuevo, encontramos aquí la idea ilustrada de la precisión ligada con la autoridad de la imprenta. La Independencia de América debía ser narrada bajo el manto de la verdad, como correspondía a una causa justa. Una causa que podría ampliar su voz —y sus adeptos— gracias a aquellos que respaldaran la publicación de sus presupuestos. De esta manera, el periódico abonaba la victoria. Sin embargo, la Gazeta no se encontraba sola en su empeño. Antecedía su esfuerzo el ya mencionado Correo del Orinoco, puesto en circulación en junio de 1818 y redactado, entre otros, por Francisco Antonio Zea y Juan Germán Roscio. De hecho, la vida de ambas publicaciones se encontraba estrechamente ligada. Se referenciaban mutuamente y recomendaban su lectura conjunta con el ánimo de establecer un panorama más amplio de la Revolución en el continente. El Correo del Orinoco sería publicado en Angostura, sede del Congreso que daría vía libre a la unión de la Nueva Granada y Venezuela en diciembre de 1819, y estaba llamado a liderar desde sus páginas el proceso de legitimación del naciente Estado. Y no sólo en el interior del país, también en el extranjero, pues no en vano se publicarían ediciones suyas en inglés y francés. Del periódico se editarían 133 números hasta el 23 de marzo de 1822 (128 numerados y 5 extraordinarios) con decretos, boletines del ejército, cartas, proclamas, extractos de periódicos extranjeros, y artículos sobre economía, historia y política. Un formato editorial que, hasta cierto punto, compartía con las publicaciones anteriores a la guerra.76 En medio de esta guerra de manifiestos, alocuciones y folletos, para estas publicaciones bolivarianas la esfera pública se constituía en un espacio   Sobre el Correo del Orinoco puede verse especialmente Pino Iturrieta, (1973).

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privilegiado para identificar a los verdaderos amigos de la libertad, como bien anunciaba el Correo del Orinoco en su plan editorial: Somos libres, escribimos en un País libre, y no nos proponemos engañar al Público. No por eso nos hacemos responsables de las Noticias Oficiales; pero anunciandolas como tales, queda a juicio del Lector discernir la mayor ó menor fe que merescan. El Publico ilustrado aprende muy pronto a leer qualquier Gazeta, como ha aprendido a leer la [Gaceta realista] de Caracas, que a fuerza de empeñarse en engañar a todos ha logrado no engañar a nadie (Núm. 1:27-VI-1818: 4).

La noción de opinión pública a la que apelan, entonces, estos periódicos, se encuentra anclada en la extendida imagen de la opinión pública como un supremo tribunal de la realidad, donde a partir de la evaluación y el contraste de las pruebas disponibles (la prensa realista y la prensa bolivariana) es posible acceder a una instancia definitiva: la verdad, una voz dotada de cierto halo trascendente y cualitativamente superior, resultado último de toda discusión pública. De allí la interpelación continua a los lectores en términos de verdad-falsedad y la invitación a su posible discernimiento. A partir de la lectura de las publicaciones periódicas disponibles, el público podía aprehender, si no se encontraba preso de las pasiones, las verdades colectivas que cimentaban la vida social. Así, sólo aquellos que contaran con las luces suficientes podían ser partícipes del debate público, identificado, en buena medida, con la defensa del sistema republicano liberal. Las luces se encontraban indisolublemente ligadas a la Independencia. Eran el filtro que permitía acceder a la verdad.77 Ciertamente, una de las principales luchas de estas publicaciones sería la de instituir las premisas del movimiento republicano en el lugar de la verdad. De allí el evidente cariz moral tanto de la Gazeta de Santafé como del Correo del Orinoco. Se trataba de movilizar, de convencer a los lectores. Entre la “admiración” y el “horror”, la “gloria” y el “oprobrio”,   Al respecto véanse las reflexiones de Palti, (2007) y Goldman, (2009).

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como afirmaba el mismo prospecto del Correo (Núm. 1:27-VI-1818: 4), estas publicaciones con frecuencia recreaban el accionar de los dos partidos contendientes como una lucha de opuestos, asimilada a la eterna batalla entre el bien y el mal morales. No debe sorprender, entonces, que estos periódicos revolucionarios, inmersos de lleno en el conflicto, se constituyan en importantes factores de construcción identitaria. Se trataba de procurar de manera definitiva el deslinde político entre España y América a partir de la demarcación de fronteras simbólicas entre los españoles y los americanos: identidades no superpuestas y experimentadas de manera antagónica, que, justamente, adquirían sentido y coherencia en su relación de oposición: su opinión en favor o en contra de la Independencia americana. En este sentido, la referencia a España en estas publicaciones permitiría construir —y reforzar— la legitimidad del nuevo orden. Con frecuencia, ello se haría privilegiando ciertos registros: el oprobio de la Conquista; la tiranía y la explotación colonial; los recientes zarpazos del despotismo fernandino en España y en América; y el supuesto accionar irregular y desenfrenado del ejército realista. Sin embargo, una veta de legitimidad explotada ampliamente, y poco advertida por demás, era proporcionada por la crítica de las publicaciones fidelistas. Sus directas adversarias. Allí, la crítica al sistema monárquico alcanzaría una de sus mayores cotas. Para el redactor del Correo del Orinoco, las gacetas realistas “como todas las de los Españoles de Fernando no llevan otro objeto que mantener los pueblos en la ilusión y en el error, haciendo muy poco caso de la opinión del Mundo con tal que la verdad no alcanze á penetrar en los países, por cuya dominación no repararon en ningún sacrificio del pudor y de la moral”. Y a continuación citaba como ejemplo a la realista Gazeta de Santafé: “Insensatos! En vano os esforzais á persuadir lo que vosotros mismos desesperais de alcanzar […] Vuestra dominación no existirá bien pronto sino en las Gazetas en que existen vuestros pretendidos triunfos y vuestros afectados sentimientos de compasión y de filantropía” (Núm. 28:24-IV-1819: 109).

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De esta manera, las gacetas realistas iban contra la corriente, contra la “opinión del Mundo”, asunto que permitía negarles su capacidad para enarbolarla, para ser partícipes de la esfera pública; a lo sumo sus discursos devaluados no llegaban más allá de ser “chismes y sandeces”: Un gobierno que pretende parecerlo, no debe permitir por su propio decoro que su Gazeta Oficial sea una compilación indigesta de imposturas groseras, de citas falsas, de discursos necios; y el libelo en fin mas despreciado de quantos libelos despreciables han deshonrrado las letras. El Redactor de la Gazeta de Caracas ha fastidiado tanto á sus mas interesados lectores, que ha logrado por último no ser leído, y menos aun persuadir las mas notorias verdades-. Esta desgraciada Gazeta produce lo contrario de lo que se pretende, y las noticias de Caracas merecerían algún crédito, si no las publicase Diaz. Mas daño nos haría su silencio (Núm. 6:1-VIII-1818: 24).

Para los republicanos, los editores de las gacetas realistas habían tomado partido por una causa inmoral; por ello ya no lograban persuadir a sus lectores, objetivo fundamental de esta prensa de guerra. La legitimidad del Antiguo Régimen, y con él la de sus gacetas, se había ido erosionando paulatinamente, entre otras, por obra del discurso político de las publicaciones republicanas, que lo habían convertido en símbolo inequívoco de tiranía, explotación y oscurantismo. No obstante, estas últimas jamás bajarían la guardia; hasta el final manejarían un discurso encendido, que daría cuenta de las dimensiones de su difícil empresa: convencer a los lectores sobre la inevitabilidad y la conveniencia de la ruptura con España para embarcarse en un nuevo sistema político independiente. La Prensa Republicana (1821-1830) La nueva cultura política y la formación del ciudadano Una vez conseguido el desmantelamiento formal del Antiguo Régimen en la Nueva Granada, las élites gobernantes concentrarían sus esfuerzos en la construcción de un nuevo espacio de poder político cimentado en premisas radicalmente diferentes a las que habían regido durante la dominación 104

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española. Los nuevos gobiernos liberales se fundarían en los principios de la soberanía popular, la república representativa y la igualdad formal entre los integrantes del cuerpo político. El surgimiento de una historiografía patria encaminada a recrear la ficción unitaria; la consagración del poder en forma celebraciones patrias y en la erección de símbolos nacionales; la fundación de escuelas primarias con el fin de ampliar las luces de la nación e implementar el nuevo credo republicano; y la ampliación de espacios públicos para el debate político se constituyeron en algunas de las estrategias principales conducentes a cimentar la legitimidad del nuevo poder.78 En el marco de esta nueva cultura política, la construcción de la ciudadanía política ocupa un lugar central en tanto fundamento de la república representativa.79 Si el ciudadano liberal emerge en las constituciones como figura jurídica, en la vida práctica se constituye en agente social en varios sentidos. En primer lugar, como constructor de un nuevo orden económico, en tanto la ciudadanía garantiza y defiende la propiedad privada y establece las condiciones de seguridad e igualdad, fundamentales para el desarrollo del comercio y la industria. En segundo lugar, y quizá más importante para el carácter político del ciudadano, éste se convierte en agente privilegiado del orden republicano. Según la Constitución de Cúcuta, sancionada en 1821, esto ocurre en dos sentidos complementarios: en tanto poseedor de derechos, en su carácter de sufragante, “constitucionalmente nombrados para electores” (Artículo 28), y en tanto sujeto constitutivo de la comunidad política, obligado por sus deberes a: “vivir sometido a la Constitución y á las leyes; respetar y obedecer á las autoridades, que son sus órganos; contribuir á los gastos públicos; y estar pronto en todo tiempo a servir y defender á la Patria, haciéndole   Sobre el caso colombiano pueden verse: Mejía, (2007); König, (1994); Bushnell, (1985); Hensel Riveros, (2006). 79   Para un análisis panorámico sobre la construcción de la ciudadanía durante el siglo XIX en Iberoamérica véanse Sábato, (1999); Rodríguez, (2008); Annino & Guerra, (2003); Annino, (1995); Chust Calero, (2008); Pérez Ledesma, (2008). 78

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el sacrificio de sus bienes y de su vida, si fuere necesario” (Artículo 5) (Uribe Vargas, 1985, p. 808). Ciertamente, la prensa desempeñaría un papel de primer orden en las propuestas fundantes de las nuevas comunidades políticas, pues sería desde la esfera pública que se plantearía la construcción de la ciudadanía liberal como problema concreto.80 Y ello se haría explotando una veta particular, más allá del énfasis en la titularidad y el ejercicio efectivo de los derechos individuales: la dimensión de utilidad, fuertemente enlazada a la noción de “bien común” que, como hemos visto, se constituye en un claro eco del ciudadano modelado por la Ilustración. De allí que la mayoría de los prospectos de los periódicos de la época señalen de manera inequívoca la noción de utilidad a la patria (o a los compatriotas) como uno de sus principales derroteros editoriales. Según leemos en las primeras páginas de El Fósforo de Popayán: “el público nos hará una justicia en reconocer el deseo sincero de ser útiles que nos á movido a escribir”: “nuestro objeto es hacer llegar á manos de todos nuestros compatriotas las pocas noticias o indicaciones útiles que seamos capaces de hacerles” (Introducción: 19-I-1823: s.n.). Un presupuesto editorial reafirmado sin cesar a lo largo de la década. Todavía en 1826 El huerfanito bogotano justificaba su irrupción en la esfera pública sosteniendo que su principal ambición era el “mayor bien de la patria” y su principal objetivo anunciar al “heroico pueblo de Colombia” “el precio de sus sacrificios, que no es ni puede ser otro que el de la virtud” (Núm. 1: 10-III-1826: 1). De esta manera, la prensa se encontraba al servicio de la formación de ciudadanos virtuosos, de verdaderos ciudadanos republicanos. Años antes, ya Bolívar había advertido la importancia de una ciudadanía virtuosa en el marco del proyecto republicano, durante la instalación del Congreso de Angostura, en febrero de 1819, donde propondría la erección de un cuarto poder de carácter moral: el Areópago. Una propuesta que tendría amplio eco en la prensa de la época, según leemos en el discurso publicado en el Correo del Orinoco:   Para una mirada panorámica sobre la prensa grancolombiana véase Bushnell, (1950).

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Tomemos de Atenas su Areópago, y los guardianes de las costumbres y de las leyes; tomemos de Roma sus censores y sus tribunales domésticos, y haciendo una santa alianza de estas instituciones morales, renovemos en el Mundo la idea de un Pueblo que no se contenta con ser libre y fuerte, sino que quiere ser virtuoso […] demos a nuestra República una quarta potestad cuyo dominio sea la infancia y el corazón de los hombres, el espíritu público, las buenas costumbres y la moral republicana (Núm. 22: 13-III-1819: 96).

Para Bolívar, moral y luces eran las primeras necesidades de la República. De allí que su Areópago se encontrara dividido en dos cámaras: de moral y de educación. Según su propuesta, la primera se encargaría de dirigir la “opinión moral” de toda la República, castigar los vicios con el oprobio y la infamia, y premiar las virtudes públicas con los honores y la gloria. Para ello contaría con la imprenta como el “órgano de sus decisiones” —nótese aquí una clara resonancia del sentido antiguo de la opinión pública entendida como fama y prestigio social—. Un proyecto que si bien sería rechazado por los constituyentes de Angostura en 1819 posicionaría de manera definitiva en la esfera pública la discusión sobre la ciudadanía política y el papel de la opinión pública en su formación.81 Así, una breve disquisición sobre el Areópago publicada en El Fósforo de Popayán sostenía que la propuesta bolivariana era poco adecuada para la realidad colombiana debido a que atentaba contra las libertades individuales recién proclamadas y además no se correspondía con las costumbres y tradiciones arraigadas durante largo tiempo en la mayoría de la población. El estado de la opinión pública era prueba fehaciente de ello: “¿no se atreven nuestros periódicos á censurar hechos públicos, y tendremos areopagitas de frente ruda y arrugada y carácter catoniano?” (Núm. 15: 8-V-1823: 107). Afirmación combatida por los mismos editores de la publicación en los siguientes términos:   El famoso Discurso de Angostura, junto con el proyecto original del Areópago presentado por Bolívar al Congreso, se encuentra reproducido en su totalidad en: Bolívar, (2009). 81

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Nosotros afirmamos que el respetable y singular establecimiento del areópago en nada ataca la garantía personal ni la seguridad individual. El ciudadano puede tener las opiniones que quiera, el puede obrar libremente en todo. Allí no se trata de religión ni de creencias. Lejos de ser una inquisición, el público entero viene á ser juez; el escándalo es el único acusador que se admite; y el día en que cualquiera ciudadano llegue á despreciar la opinión pública, se pone de hecho fuera de la autoridad del areópago (Núm. 16: 15-V-1823: 119-120).

Se trata, entonces, de una opinión pública que coincide con las normas de moralidad socialmente compartidas. Su carácter público garantizaba su corrección. Ante las desviaciones producto de las pasiones individuales, el Areópago oponía la publicidad, la sanción social producto del escándalo, del consenso moral. El poder del Areópago era el poder de la opinión en tanto verdad encarnada en los valores republicanos y la Constitución. De esta manera, en el marco de estas discusiones sobre la formación del nuevo ciudadano republicano descuella por su importancia el papel capital asignado a la opinión pública y a la imprenta. Ya en la discusión anterior sobre la pertinencia del Areópago se evidenciaba su centralidad cuando una de las partes proponía conformar un tribunal similar de carácter educativo con una imprenta y la responsabilidad de redactar un “papel público en que aparezca con honor y aprecio toda la clase de los más virtuosos, y lleno de confusión y vituperio, el hombre corrompido, que desprecia y ultraja la moral pública” (Núm. 15: 8-V-1823: 109-110). La imprenta aparecía así indisolublemente ligada a los principios republicanos de libertad, felicidad y virtud. De hecho, para ciertos sectores de las élites la falta de imprentas en Colombia (Nueva Granada, Venezuela y Ecuador) impedía la formación y consolidación efectiva de los valores republicanos y la unión de los pueblos. Así lo manifestaba en 1822 Vicente Azuero en el prospecto de su publicación La Indicación. Según el editor, en el país:

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Las imprentas son tan raras y tan pequeñas que hay por esta causa una imposibilidad de que se multipliquen los periódicos cuanto seria de desearse y aquellas escasez y la de operarios hace tan costosa la impresión, que desalienta de imprimir ni aun un folleto á cualquiera que no tenga sobradas comodidades para hacer un gasto que no reembolzará (Prospecto, 17-VII-1822: s.n.).

Justamente, su periódico esperaba alentar la pluma de los amantes de la libertad con el objetivo de empezar a allanar el camino a las instituciones liberales: Puede ser que este periódico logre escitar un vivo y eficaz deseo de solicitar y traer imprentas á cualquier costa, y puede ser que consiga estimular a personas mas instruidas, para que con sus escritos enseñen a sus conciudadanos las grandes verdades que tanto les importa conocer, y les tracen la senda firme y segura que deben emprender para no estraviarse, ni malograr los óptimos productos de 12 años de sacrificios (Prospecto, 17-VII-1822: s.n.).

No debe sorprender, entonces, el carácter fuertemente pedagógico de estas publicaciones. Se trataba de la transformación de los antiguos súbditos de la Corona española en verdaderos ciudadanos republicanos. De esta manera, la prensa asumiría una función pragmática de formación de “hombres de bien”. Una función política de intervención sobre la realidad. Su labor principal era, como afirmaba Azuero, “consolidar instituciones y costumbres liberales”, “desarraigar viejas y destructoras preocupaciones” (Prospecto, 17-VII-1822: s.n.). Para ello, nada mejor que breves lecciones de puro republicanismo y recursos retóricos de fácil recordación, los cuales, ciertamente, semejan los primeros catecismos políticos americanos. Publicaciones como La Miscelánea, editada en 1826 en Bogotá por Rufino Cuervo, con frecuencia hacían alarde de esta didáctica liberal que pretendía fabricar ciudadanos modernos al tiempo

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que subrayaba las virtudes del gobierno republicano y señalaba el futuro promisorio de la nación en oposición al “sombrío” pasado colonial: ANTES Se creía que la política fuera un arte independiente y aun contrario a la moral, y los Grocios, los Hobbes, los Maquiavelos enseñaron a los gobiernos los medios de engañar, esclavizar y deprimir a los gobernados. AHORA Que se profesan principios más sanos, se dice, que la política es el arte de aplicar la moral a la ciencia del gobierno para la felicidad de los pueblos. Los medios pues que ella emplee para llegar a sus fines no podrán ser indiferentes, sino precisamente ajustados a los dictámenes de la recta razón; y si una máxima contraria pudo ser la regla de conducta de un príncipe ambicioso, ella sería muy escandalosa para servir de texto a un escritor que se propone rectificar y dirigir la opinión. ANTES Se pensaba que la autoridad de los reyes y demás potestades supremas, era inmediatamente comunicada y trasmitida por Dios solo, sin alguna intervención humana. AHORA Hasta los niños saben muy bien que toda autoridad es delegada por el pueblo en quien reside esencialmente, digan lo que quieran los que pretenden renovar la doctrina del derecho divino. ANTES Los gérmenes de los conocimientos humanos se hallaban estancados en unas pocas personas privilegiadas, que se contemplaban felices en ocultar su saber, viviendo en la obscuridad. AHORA Una razón superior se disemina por todas las clases de la sociedad, y el sistema de información generalizado, populariza la instrucción (Núm. 37: 28-V-1826: 148-149).

De esta manera, la esfera pública se constituye en un espacio fundamental para que los nuevos ciudadanos articulen sus propuestas políticas, expresen sus anhelos, expectativas e incertidumbres y plasmen sus concepciones sobre el bien público, la ley y los cambios experimentados recientemente por la comunidad política —todo ello sin atentar contra el “buen nombre” de los individuos, la moral y la religión católica y los principios fundantes de la República representativa—. Sin duda, la 110

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misma condición pedagógica de esta prensa pone en evidencia su carácter normativo, desplegado, en buena medida, en torno al deber ser de la política, en tanto “arte de aplicar la moral a la ciencia del gobierno para la felicidad de los pueblos”, como señalaba la cita anterior. Por ello, la definición normativa de los alcances y límites de la ciudadanía política se haría en buena medida apelando a la opinión pública. Así, frente a una ciudadanía imaginada como abstracta y universal, producto de la Ilustración, la prensa de la época nos remite a los procesos concretos mediante los cuales los actores políticos la dotaron de significación y sentido. A manera de ejemplo baste por el momento mencionar el caso expuesto por El huerfanito bogotano sobre un “escandaloso atentado” ocurrido en la ciudad, según el cual un joven había sido llevado con engaños a una casa de familia y allí había sido suspendido en una argolla y azotado por espacio de cuatro horas. Ante tal acto de “crueldad y barbarie”, calificado por la publicación como un “atentado contra las leyes” y una “alta ofensa a la sociedad”, los editores aseguraban: En esta Ciudad no ha habido un solo individuo que al oir este infame hecho, no se haya conmovido y se haya llenado de horror, de indignación y de piedad. Tales actos son raros aun en los países bárbaros, y no hay tal vez un ejemplo de tan fea barbaridad en un pueblo civilizado. Se espera que los magistrados hagan respetar las leyes, y la sociedad; que ellas castiguen tan atroz é infame delito. Que la igualdad ante la ley no sea una expresión insignificante. Se espera saber si vivimos en un estado de anarquía, y si es preciso que la naturaleza reclame sus derechos, entonces tendrá lugar la represalia, el derecho del más astuto, y del más fuerte (Núm. 8: 28-IV-1826: 32).

La opinión pública se constituía, entonces, en un importante espacio para dotar de sentido el accionar colectivo —incluso para fundarlo—, un escenario que permitía la reelaboración continua de las reglas que habilitaban la participación efectiva en la comunidad política. Se trataba del tribunal supremo de la opinión pública, que encarnaba la voluntad El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830

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general, y por lo tanto se constituía en fundamento indiscutible de legitimidad —por ejemplo, la censura unánime del crimen anterior hace inapelable el castigo de los responsables—. Asunto que nos remite a cierta voluntad de unanimidad que atraviesa esta prensa grancolombiana y que se hace más fuerte conforme se quiebra cierto consenso de base sobre las categorías políticas fundantes del cuerpo político debido, entre otras, a la confrontación regional, cada vez más álgida, entre Caracas y Bogotá.82 Como sostenía el editor de la publicación El Eco de Antioquia: El público es descontentadizo: á unos parece bien lo que a otros mal; á estos lisonjea lo que á aquellos hiere: unos creen perjudicial á la República lo que a otros parece ser la verdadera libertad y el uso práctico de sus derechos (Núm. 27: 24-XI-1822: 111).

Justamente, la quiebra de la transparencia de las categorías políticas convertiría el espacio público en un espacio abierto de confrontación. De allí que las publicaciones de la época legitimen su puesta en circulación apelando a la noción de opinión pública en tanto presunto reflejo de la voluntad general y de la verdad. Según podemos leer en el prospecto de El Anglo-Colombiano, una publicación caraqueña fundada en 1822 por el coronel inglés Francis Hall: La verdad es el Norte de los Editores. Ellos prometen observarla en la exposición de los hechos, y en la expresión recta y sincera de sus opiniones. En ambas cosas están expuestos a equivocaciones, y á errores: pero ellos no engañaran al Público voluntariamente y de propósito […] Los Editores fijaran su atención en lo que pueda contribuir a la mejora y perfección del sistema social […] deseando que este papel sea en lo posible el órgano de la opinión pública en todas las materias (Núm. 1: 6-IV-1822: 1-2).

  Al respecto véase Bushnell, (1985).

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Los editores de El Anglo-Colombiano tienen en mente, entonces, una opinión pública imaginada como portavoz directa de la razón. De esta manera, cierta confianza en la naturaleza racional de la humanidad le permitía a esta publicación tomar las banderas de la opinión pública para exponer ciertas “verdades políticas” como producto de la voluntad general —siempre certera y recta—. Aquellos que no podían aprehenderlas simplemente eran presa de las pasiones políticas, del error: Como todas las opiniones tienen sus partidarios puede haber personas republicanas, y patriotas y considerar como un mal la discusión política, tanto en sí misma, cuanto por ser inoportuna en el presente estado de la República […No obstante] las verdades políticas, deben ser expuestas como el Evangelio con mansedumbre, y caridad, y los errores perdonados recíprocamente por hombres expuestos a errar (Núm. 1: 6-IV-1822: 3).

Ya en 1826 El huerfanito bogotano denunciaba el delirio de la mayoría de los periódicos colombianos “de presentarse como el verdadero órgano de la opinión pública” (Núm. 1: 10-III-1826: 2) como una estrategia recurrente para deslegitimar a los adversarios políticos. Una afirmación que revela la centralidad de la opinión pública en la configuración de la política republicana y en la creciente disputa de legitimidad entre las élites regionales grancolombianas. Por un lado, la prensa debía convertirse en una especie de oráculo político para los gobernantes, constituirse en un espacio donde los ciudadanos pudieran materializar su derecho a la crítica del poder público. Por otro, las autoridades legitimaban su mandato en la voluntad general encarnada en la opinión pública. Y como afirmaba El Fósforo de Popayán “esta opinión se manifiesta por los periódicos”, pues “la pública opinión es el último tribunal en una nación libre”: Los papeles públicos han venido á ser la primera arma de una nación y de un partido: ellos solos pueden difundir con rapidez las opiniones; y dirigidas por manos diestras obran más efectos útiles que muchos millares

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de hombres armados para sostener la justicia (Adición al núm. 26: 24VII-1823: s.n.).

Así, la esfera pública pronto se transformaría en un campo de batalla, pues los periódicos se convertirían en el espacio privilegiado para debatir sobre los diversos modelos de gobierno y defender los intereses regionales. De allí que buena parte de la discusión se centrara en el punto de las reformas constitucionales. Amplios sectores de las élites caraqueñas y ecuatorianas (estas últimas no habían participado en la constituyente de manera directa) abogaban por un sistema menos centralizado, que les permitiera un mayor control de los asuntos y recursos locales en contraposición a lo decretado en Cúcuta. Los neogranadinos, particularmente desde la capital, defenderían la centralización del país como una estrategia efectiva de consolidación institucional. De esta manera, la prensa del momento se constituye —y se piensa a sí misma—, al tiempo que sanciona o reprueba el statu quo, como un arma efectiva de agitación y movilización. Publicaciones bogotanas como La Bandera Tricolor salen a la luz pública con el objetivo explícito de polemizar con periódicos caraqueños como La Aurora, o los ya extinguidos El Anglo-Colombiano y El Venezolano, los cuales habían sembrado las “primeras semillas de la división” al querer revocar la Constitución, corresponde, entonces, a la verdadera opinión pública guiara los gobernantes en estos debates y ejercer un sostenido control político para que no se aparten de la senda constitucional: Nuestro intento, pues, al escribir este nuevo periódico, es ayudar también con nuestra débil voz al sostenimiento de esta Constitución, que es la garantía de las libertades nacionales y el vínculo de unión y de orden, sin el cual nuestra patria sería sepultada en un abismo de desgracias (Núm. 1: 16-VII-1826: 1).

Para las publicaciones venezolanas como El Anglo-Colombiano, los hombres ilustrados eran los encargados de fijar y sostener la opinión 114

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pública, mientras que la prensa, en tanto juez supremo de las acciones del poder, debía constituirse en un ojo vigilante, constante en la crítica hacia los posibles excesos del sistema político: No hay duda que la unanimidad debe ser deseada en todas las materias, cuando ella nace del convencimiento racional; pero también es cierto que nada puede ser más pernicioso á la felicidad de un Estado que la aparente conformidad que resulta de la indiferencia de los ciudadanos respecto de la forma de gobierno ó de la falta de libertad, é inteligencia para examinarla […] ¿Será falta de patriotismo en las circunstancias presentes hablar de nuestra Constitución, y gobierno? No parece difícil el responder a estas cuestiones: un gobierno libre gana fuerza por la discusión como la encina se endurece por el huracán que la conmueve (Núm. 1: 6-IV-1822: 4-5)

Discusiones que en últimas dan cuenta de las posibilidades y de la naturaleza de la noción de opinión pública a la que apelan estas publicaciones. Una opinión pública instrumentalizada en favor de una dinámica política intolerante, que pronto se vería rebasada por cientos de escritos, libelos y panfletos cargados de epítetos insultantes y descalificadores. Como advertía La Miscelánea en su prospecto, después de prometer hacer uso de un lenguaje moderado, “esperamos de la justicia de nuestros conciudadanos que no se nos ataque con insultos y sarcasmos, por que sobre ser demasiado prohibidas estas armas, sólo sirven para desnaturalizar las cuestiones” (Núm. 1: 18-IX-1825: 1). Así, estos debates de corte constitucional nos revelan que la prensa grancolombiana, en su esfuerzo por construir una comunidad política de carácter nacional, ciertamente define pero también presupone la existencia de ese ciudadano ideal. Y aunque la implementación del proyecto liberal, que no seguiría una evolución lineal, sería el resultado de las acciones de una élite criolla, es importante subrayar que este lenguaje tuvo un eco importante en grupos sociales subalternos. Expedientes enteros de la época muestran que mulatos y negros en Caracas, Santa Marta y Cartagena hicieron peticiones constantes para que sus servicios fueran El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830

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reconocidos a través de cartas de ciudadanía. Muchas de esas luchas por la ciudadanía son retomadas a mitad del siglo XIX por los artesanos y los liberales radicales y posteriormente, en el siglo XX, por los movimientos sociales y de mujeres que han cuestionado los límites tradicionales de la ciudadanía y enriquecido nuestra democracia. Conclusión El presente capítulo ha examinado la emergencia del concepto y ejercicio de la opinión pública en el antiguo territorio la Nueva Granada, desde su transformación en el seno de la publicidad de Antiguo Régimen hasta su constitución como fundamento del régimen republicano durante la tercera década del siglo XIX. Para ese entonces, el concepto, que había generado tanta resistencia en el momento de la crisis política, ya no causaba gran sobresalto aun cuando los dilemas que había enfrentado seguían estando presentes. En 1839 un impreso anónimo, Los sastres, intenta definir lo que significaba la palabra periódico. Chepe, el personaje interpelado, responde con sarcasmo: Un periódico es un papel impreso que representa a un partido político, literario o filosófico. Siempre va solapado con el título de imparcialidad, patriotismo, bien público, verdad y otras palabras y frases, que figuran como una moneda corriente en este género de industria, sin embargo de que esté algo gastada con el uso. Después se le bautiza con un nombre sonoro y significativo porque esta creación es tan importante como lo fue para don Quijote la de Dulcinea y Rocinante. Unos le llaman Argos, aunque sea más ciego que un topo; otros Censor, aún cuando el periodista no tenga juicio y severidad, y el papel sea más bufón que Sganarelle; esotros Observador, aunque observe menos que los astrónomos de esta Capital (Reyes Posada, 2000, p. 120).83

  Los sastres, 1839, núm. 2, 15 de noviembre, 1839. Bogotá: Imp. por N. Gómez. Reproducido en Reyes Posada, (2000). 83

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La opinión pública, remataba el impreso, no era más que un vendaval injurioso en manos de quien detenta los medios y el poder. Y, sin embargo, concluía el impreso, “nosotros por la imprenta debemos aportar nuestros cortos conocimientos para se le exija la responsabilidad” (Reyes Posada, 2000, p. 124). Una ambivalencia constitutiva que acompañará el concepto durante todo el siglo XIX y garantizaría, además de su invocación sostenida por parte de diferentes sectores sociales, su impronta perdurable en la arena política neogranadina. Referencias Almarza Villalobos, Á. R. & Martínez Garnica, R. (Eds.) (2008). Instrucciones para los diputados del Nuevo Reino de Granada y Venezuela ante la Junta Central Gubernativa de España y las Indias. Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander. Álvarez de Miranda, P. (1992). Palabras e ideas: el léxico de la ilustración temprana en España (1680-1760). (Anejo del Boletín de la Real Academia Española 51). Madrid: Real Academia Española. Álvarez Romero, Á. (1995). La imprenta en Cartagena durante la crisis de la Independencia. Temas Americanistas 12, pp. 32-58. Annino, A. & Guerra, F.-X. (Eds.). (2003). Inventando la nación: Iberoamérica siglo XIX. México: Fondo de Cultura Económica. Annino, A. (Coord.) (1995). Historia de las elecciones en Iberoamérica. Siglo XIX. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Artola, J. (1999). La España de Fernando VII. Madrid: Espasa. Blossom, T. (1967). Nariño: Hero of Colombian Independence. Temple: Arizona State University. Boletín de Noticias del Día. Boletín del Exército Expedicionario. Bolívar, S. (2009) [1976]. Doctrina del Libertador. Compilación, notas y cronología Manuel Pérez Vila. Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho. Bushnell, D. (1985). El régimen de Santander en la Gran Colombia. Bogotá: El Áncora Editores. El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830

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II. Opinión pública, Monarquía y República

La opinión del Rey. Opinión pública y redes de comunicación impresa en Santafé de Bogotá durante la Reconquista española, 1816-1819 Alexander Chaparro Silva Universidad Nacional de Colombia

Ha salido de su Trono ácia nosotros con la diadema de su magnificencia. Grande por cierto en purificar á su heredad y preservarla de la zizaña. Grande en restituirnos la justicia, la virtud y el orden social. Grande en fin en la destrucción y ruina de nuestros enemigos y que nos podamos llamar en adelante el Pueblo feliz, la Ciudad fiel. (Valenzuela y Moya, 1817, p. 39).

E

l 13 de junio de 1816, día de Corpus Christi, Santafé de Bogotá —recientemente restaurada al dominio monárquico—, asistiría a la publicación de un nuevo papel periódico, la Gazeta de Santafé, Capital del Nuevo Reyno de Granada. La consagración del Cuerpo de Cristo se convertiría en la oportunidad perfecta —era la fiesta más importante del calendario religioso virreinal—, para sancionar con grandes ecos la política editorial del régimen reconquistador y restablecer de manera oficial el tribunal omnisciente de la opinión pública, siempre unánime en sus pedidos, contundente en sus determinaciones, transparente en su carácter de verdad: “bolvieron esos días de gloria y alegría, en que unidos al derredor del Trono podemos manifestar pública y libremente las efusiones de nuestro corazón”.1 En efecto, para los realistas, la opinión pública se constituía en un espacio privilegiado para procurar el triunfo definitivo del “buen orden” y gobernar de manera efectiva las opiniones neogranadinas; un artefacto fundamental para construir significados políticos y fijar el   Gazeta de Santafé, núm. 19: 17-X-1816, pp. 203-204.

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sentido de la palabra pública. ¿Cuáles fueron las condiciones que hicieron posible esta enunciación monárquica de la opinión pública? ¿Cuáles fueron sus premisas y consecuencias conceptuales? ¿Cómo podemos entender la política editorial del régimen reconquistador en Santafé?, son algunas de las cuestiones fundamentales que orientan este capítulo. El concepto de opinión pública durante la Reconquista se encontraría atravesado por múltiples tensiones semánticas. Su aparente identidad verbal en los impresos monárquicos no conseguiría encubrir su carácter plurívoco y discontinuo, signado por su reescritura cotidiana. De allí que no me interese develar su definición “verdadera”, ni situar su especificidad en relación con modelos idealizados sobre el deber ser de la opinión pública moderna. Por el contrario, intentaré analizar aquí la intervención de los monárquicos en la esfera pública neogranadina, sus esfuerzos incesantes por modelar la opinión, apuntalar el campo de la publicidad impresa en su favor y construir la opinión pública como espacio de legitimidad política y bandera de conformidad. Si bien ésta sería orientada a través de diferentes medios —las escuelas primarias, las ceremonias regias, las funciones de teatro, las liturgias religiosas, la correspondencia privada y el accionar del Ejército—, me ocuparé fundamentalmente de los impresos monárquicos, principales espacios de elaboración conceptual de la opinión pública durante este periodo. De este modo, he dividido mi exposición en tres momentos. En primer lugar, analizaré los diferentes giros semánticos y los usos políticos efectivos del sintagma opinión pública en los impresos regios durante la Reconquista en Santafé. A renglón seguido revisaré brevemente los modos de circulación y control de la publicidad impresa a partir de algunos ejemplos puntuales, los cuales, más allá de su aparente carácter anecdótico, darían cuenta del profundo pacto de sentido entre los discursos fidelistas, la reconstrucción de la conformidad monárquica y los usos de la imprenta avalados por el régimen. En último lugar, presentaré algunas reflexiones generales.2   La perspectiva teórica de este análisis debe mucho a la lectura sostenida de Koselleck, (1993); Habermas, (1986); Foucault, (1976); Chartier, (1995); Fernández Sebastián, & Fuentes, (2000, pp. 1-34); Palti, (2007). 2

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I. Opinión pública y fidelismo monárquico en Santafé de Bogotá, 1816-1819 El periodo de gobierno fernandino en Santafé marcaría un punto de inflexión importante en el trasegar conceptual de la opinión pública en la Nueva Granada. Después de las diferentes proclamaciones de libertad de imprenta, hechas por los gobiernos provinciales durante la Primera República (1810-1816), la entrada de las tropas reales en la ciudad, el 6 de mayo de 1816, significaría su retorno parcial a las coordenadas políticas —y editoriales— del Antiguo Régimen.3 Dos años antes, Fernando VII había declarado la nulidad de toda la obra constitucional de corte liberal adelantada en sus dominios y, en consecuencia, la libertad de imprenta había sido revocada y reemplazada por una “justa libertad” en toda la Monarquía hispánica. Los vasallos fernandinos ahora podrían “comunicar por medio de la imprenta sus ideas y pensamientos, dentro, á saber, de aquellos límites que la sana razón soberana é independientemente prescribe á todos para que no degenere en licencia”: “el respeto que se debe á la religión y al gobierno, y el que los hombres mutuamente deben guardar entre sí”.4 La nueva política de imprenta decretada por el monarca español intentaría garantizar —más allá de una eventual desaceleración de la dinámica editorial en la ciudad— el monopolio realista sobre la opinión pública, sobre la palabra impresa. En efecto, los impresos se constituían en una pieza fundamental del engranaje político reconquistador, eran la voz del soberano en la Nueva Granada. Representaban su voluntad y la de sus ministros, permitían el reconocimiento del tipo de autoridad que gobernaba ahora el Virreinato. Los impresos, al igual que las celebraciones y   Sobre la libertad de imprenta durante la Primera República, véase Loaiza Cano, (2010, pp. 54-83). 4   Real Decreto del 4 de mayo de 1814, Gaceta Extraordinaria de Madrid, núm. 70:12V-1814:519-520. En la Nueva Granada, este decreto sería publicado en su momento, entre otros, en El Mensagero de Cartagena de Indias, (Núm. 29:26-VIII-1814:125-6); (Núm. 30:2-IX-1814:129-131) y la Gaceta Ministerial de Cundinamarca (Núm. 189: 8-IX-1814: 845-847). 3

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los retratos reales, se constituían en poderosas formas de “hacer presente” al monarca restaurado. Como afirmaban las Partidas de Alfonso X, la “imagen del rey, como su sello en que está su figura, et la señal que trae otrosi en sus armas, et en su moneda, et en su carta en que se emienta su nombre, que todas estas cosas deven ser mucho honradas, porque son en su remembranza do él non está”.5 Según afirmaría el gobernador de Maracaibo, con motivo de la restauración fernandina en Madrid, “por este medio [los impresos] pueden curarse las profundas heridas que se causaron en nuestros corazones por su Real ausencia”.6 Para los monárquicos, gracias a los prodigios de la imprenta, Santafé ya había “experimentado su real clemencia, y las emanaciones vivificantes que salen del centro de su Grandeza”.7 De esta manera, los impresos oficiales se encontraban íntimamente relacionados con funciones concretas de representación del poder regio. No en vano con alguna frecuencia los papeles del gobierno se encontraban encabezados por fórmulas tales como “Viva el Rey” o “Viva Fernando Séptimo/Rey de ambas Españas”, recursos de fácil recordación y lectura instituidos como demandas de fidelidad personal e integridad territorial. El nombre del monarca fungiría, entonces, como una expresión del voto “tan unánime, tan universal, tan constante y por todos rumbos tan extraordinario” de su pueblo: “vosotros mismos visteis, que el deseo de saber de Fernando, y de hablar de Fernando hacia que á tropel buscasen las gazetas y otros papeles públicos aquellos mismos que en lo anterior no habían cuidado de saber más que lo que pasaba en su casa” (Buenaventura Bestard, 1817, p. 26). El papel de la opinión pública durante la Reconquista quedaría signado por el dogma de la supremacía de la soberanía regia. La figura real descollaría por su importancia en toda la publicidad del periodo. Las imágenes tradicionales del monarca reaparecerían con fuerza, dotadas   España. Las Siete Partidas del rey don Alfonso el Sabio, cotejadas con varios códices antiguos por la Real Academia de la Historia, Tomo II, Partida II, Título XIII, Ley XVIII: Cómo el pueblo debe honrar al rey de fecho. Madrid: Imprenta Real, 1807, p. 117. 6   Gazeta de Santafé, núm. 6: 18-VII-1816: 41. 7   Gazeta de Santafé, (s.n.): 25-VI-1818: 11. 5

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de una riqueza semántica extraordinaria. Fernando VII era recreado como “un Rey Católico, un Padre de su Pueblo, una columna de la Religión, un Manantial de la Justicia, un genio tutelar de la virtud y el buen orden, una fuente perenne de los bienes públicos; un Fernando VII” (Valenzuela y Moya, 1817, p. 7). En este sentido, no debe sorprender que los impresos oficiales se encuentren diseñados con el objetivo primero de abanicar la soberanía regia, glorificar el nombre de Fernando VII y cultivar la fama de la Monarquía hispánica —de allí que todo tipo de celebraciones reales, símbolo por excelencia de la dignitas monárquica, ocuparan un lugar destacado en las publicaciones locales—. Los impresos se ofrecerían, así, como espacios excepcionales para cultivar el culto fernandino: [Tenemos] un Rey formado por Dios, concedido por Dios á los ardientes votos, amantes sacrificios, y memorables hazañas de sus fieles Vasallos. FERNANDO como Astro de primera magnitud, derrama benignas influencias sobre la vasta extensión de su Monarquía. Conociendo que lo que hace á los Reyes no es tanto la pompa y la magestad como la grande y suprema virtud, al mismo tiempo que padre, es modelo y exemplar de sus pueblos. La causa del cielo es la suya… y como ha conseguido por Dios su gloria y sus Laureles, se sirve de ellos principalmente para ofrecer a Dios coronas y homenajes, despojándose en su presencia de la misma grandeza que ha recibido de su mano […].8

Se trataba, entonces, de recuperar el halo trascendente del mandato real como estrategia para mantener incólume el sistema monárquico en la Nueva Granada, para fundar de manera irrevocable la “opinión que todos debemos tener de la paternal bondad que caracteriza á nuestro Monarca y á sus dignos Ministros”.9 De esta manera, el Rey español aparecía como una instancia suprema de legitimidad del régimen. Los impresos oficiales, en tanto fuerza restauradora, autorizaban   Gazeta de Santafé, (s. n.): 25-VI-1818:10-11.   Gazeta de Santafé, núm. 7: 25-VII-1816: 49.

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su gobierno y modelaban su autoridad: “siempre son nuevas y preciosas las palabras con que se explican los sentimientos de un Rey tan deseado á sus Vasallos fieles”.10 La opinión pública se constituía, de este modo, en un espacio dirigido a producir una completa identificación entre el poder monárquico y la comunidad política. De allí que los agentes regios se preocuparan sobremanera por el restablecimiento del control real sobre las principales imprentas locales con el objetivo de garantizar la circulación efectiva del “lenguaje paternal” del monarca, de “su voz amable”.11 Así, desde el mismo desembarco del ejército real en Santa Marta, en julio de 1815, y a lo largo de toda la campaña pacificadora hasta Santafé, Pablo Morillo haría uso de la llamada imprenta expedicionaria y publicaría, además de cientos de proclamas, el Boletín del Exército Expedicionario (1815-1816). Una vez en la capital, mandaría la puesta en circulación de la Gazeta de Santafé (1816-1817), la cual sería publicada ininterrumpidamente por más de un año, y retomaría labores editoriales después, con el ascenso de Juan de Sámano a la silla virreinal, en junio de 1818, hasta la toma bolivariana de la ciudad en agosto de 1819.12 Esta última era un agregado editorial de órdenes reales, partes militares y discursos fidelistas. Para Morillo, el periódico debía perfilarse como un espacio privilegiado para “rectificar las ideas del público” y sembrar la “buena opinión y confianza que han de tener las legítimas autoridades” en el Virreinato.13 De acuerdo con las expectativas señaladas por su editor, el clérigo santafereño Juan Manuel García Tejada del Castillo, la publicación debía “promover las luces, instruir al publico de los sucesos que deben llegar a su noticia, propender á que los fieles vasallos suministren   Gazeta de Santafé, núm. 5: 11-VII-1816: 33.   Gazeta de Santafé, núm. 2: 20-VI-1816: 12. 12   Al respecto, véanse en el portal web de la Biblioteca Luis Ángel Arango las fichas técnicas y analíticas de estas publicaciones elaboradas por nosotros en el marco del Programa Nacional de Investigación “Las culturas políticas de la independencia, sus memorias y sus legados: 200 años de ciudadanías” (Vicerrectoría de Investigación de la Universidad Nacional de Colombia, código 9714, con vigencia 2009-2011). 13   Gazeta de Santafé, núm. 1: 13-VI-1816: 4-5). 10 11

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proyectos y consejos útiles á beneficio del Reyno, y que se escriban discursos propios para establecer el buen órden, inculcando sobre todo, el obsequio y obediencia debida á Nro. Católico Monarca”.14 Así, la Gazeta de Santafé se constituiría en la principal estrategia editorial del gobierno real en la Nueva Granada. No obstante, herramienta imprescindible para la afirmación definitiva de la Corona, sus mismos presupuestos conceptuales implicarían un desplazamiento fundamental con respecto a las coordenadas objetivas del lugar de enunciación de los discursos regios: los planes del gobierno fernandino de “restablecer las cosas al estado y orden que tenían anteriormente” se verían profundamente trastocados al apelar al poder de la Opinión, al situar sus premisas en el vasto terreno de los argumentos.15 Ciertamente, la noción de opinión pública durante la Reconquista se constituye en un índice contundente del profundo grado de politización de la esfera pública neogranadina tras la crisis monárquica y la primera experiencia republicana. En efecto, en el Antiguo Régimen, la “opinión pública” no era un referente importante del discurso político toda vez que los agentes del poder monárquico, en tanto que prolongación de la potestad soberana, eran los principales autorizados para modelar la felicidad pública y la prosperidad común; de hecho, las primeras acuñaciones del término en la Nueva Granada se registrarían sólo hacia 1809, una vez abierta la coyuntura de crisis (Ortega, 2011). Según afirmaría el fraile capuchino Joaquín de Finestrad, “al vasallo no le es facultativo pesar ni presentar a examen, aun en caso dudoso, la justicia de los preceptos del Rey. Debe suponer que todas sus órdenes son justas y de la mayor equidad” (De Finestrad, 2000, pp. 185, 187). Sin embargo, durante la Reconquista, la opinión pública se convertiría en una realidad política indispensable para el afianzamiento del gobierno real en el Virreinato.   Gazeta de Santafé, núm. 1: 13-VI-1816: 4-5. Sobre García véase Relación de los grados literarios, méritos y servicios del Doctor D. Juan Manuel García y Tejada. Archivo General de Indias. Estado, 19, núm. 122. 15   Gazeta de Santafé, núm. 20:24-X-1816: 210. 14

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En este sentido, las publicaciones de la Primera República —y también aquellas provenientes de toda la Monarquía hispánica liberal— habían dejado una huella indeleble en el espacio público local, de allí que los impresos realistas compartieran muchas de sus formas de conceptualizar la opinión pública, amén de apelar a recursos retóricos y estrategias didácticas similares.16 De manera inédita, los representantes regios debían, por un lado, sembrar la “buena opinión y confianza” de la Monarquía entre sus gobernados y, por otro, responder al dictamen implacable de esa misma opinión.17 El gobierno real, un mandato trascendente, debía legitimarse a partir de la opinión, un imperio inmanente, político. Según escribiría José Santacruz, gobernador de Portobelo, al virrey Sámano: “este Gobierno, ganado á balazos, me será una carga incomoda si no acierto á dirigirlo según las ideas de V.E., y si mi conducta en él, no influye para ganar su opinión, que es el objeto de mis deseos”.18 De esta manera, la opinión pública aparecería en el discurso monárquico como una voz que había que escuchar al tiempo que un tribunal que había que convencer. Para los principales del régimen, el gobierno local debía estar sometido al poder de la opinión mediante la publicidad de sus determinaciones. Según afirmaría el general Pascual Enrile al ministro de Guerra español, “cuanto el General [Morillo] ordenó y consiguió lo puso en la Gaceta para que el público se enterase y lo tachase, evitando el secreto que sólo guardaba para las operaciones militares” (Enrile, 1908, p. 301). La misma exposición pública pondría límite a la eventual   En efecto, los periódicos habían sido proclamados por los republicanos como estrategias fundamentales para “fijar la opinión” y “reunir las voluntades”. A manera de ejemplo, para el Diario Político de Santafé, como para otras publicaciones, “sólo ellos pueden inspirar la unión, calmar los espíritus y tranquilizar las tempestades. Qualquiera otro medio es insuficiente, lento y sospechoso”. Prospecto, Diario Político de Santafé, núm. 1: 27-VIII-1810:1. 17   Para entender la radical diferencia conceptual entre las políticas editoriales de la Reconquista y las propias del Antiguo Régimen —las cuales se habían presentado en la América hispana desde la Revolución francesa como un ejercicio más preventivo que “afirmativo”— véanse: Silva, (1988); Rosas Lauro, (2006). 18   Gazeta de Santafé, (s. n.): 15-VI-1819: 382. 16

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arbitrariedad del régimen —nótese aquí las trazas de cierta desconfianza de corte liberal frente al poder estatal—. Los papeles oficiales debían fungir como espacios de transparencia entre el Estado real y sus súbditos. No se trataría simplemente de la publicación de las determinaciones del gobierno con el objetivo de informar a los vasallos locales de sus respectivas obligaciones. Por el contrario, en la voluntad de publicidad del régimen reconquistador se perfilaría un profundo sentido de justificación ante el público, una presión sostenida por dar cuenta de los actos del gobierno, por aclarar ciertas decisiones políticas tomadas en el fragor de la guerra. Según afirmaría el clérigo García con respecto a la publicación de algunas cartas interceptadas a los republicanos cerca del Socorro: Esta correspondencia interceptada se publica de orden Superior y su publicación debe producir dos provechosos efectos. 1º hacer ver á los buenos y fieles vasallos amantes de la tranquilidad y del orden, quan menguadas son las cabezas y miserables los recursos con que pretenden trastornarlo. 2º justificar de antemano el dulce y suave Gobierno, que después de tan desecha tormenta, gozamos en el dia, en caso que se vea violentado contra sus sentimientos humanos, á empuñar la vara del rigor y la severidad.19

Este principio de visibilidad, —interesado, estratégico, nunca absoluto— entre el gobierno real y sus gobernados se oponía radicalmente al carácter secreto del ejercicio del poder monárquico imperante durante el Antiguo Régimen, misterio político denunciado de manera incansable por las publicaciones republicanas como “uno de los motivos en que legítimamente se fundó nuestra separación política”, un “bárbaro sistema, que sagazmente habían adoptado para hacer más eterno nuestro oprobio, y esclavitud, qual era el ocultarnos quanto pasaba”.20 Así, la publicación sostenida de impresos se constituía en un abierto reconocimiento por parte de los agentes del poder regio de la necesidad propia de informar,   Gazeta de Santafé, núm. 48: 8-V-1817: 461.   Década: Miscelánea de Cartagena, Prospecto: 29-IX-1814: 1.

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instruir, disuadir permanentemente al público, para obtener su favor, su adhesión definitiva: “el que trabaja en un papel público es deudor á todos”.21 Se trataba, pues, de un esfuerzo denodado por construir cierto nivel de consenso mediante el recurso a la publicidad de los asuntos internos de la política monárquica —formulación impensable durante el dominio colonial—, apelando, al mismo tiempo, a la opinión de los lectores, sometiendo a su reflexión nuevos campos de acción política, asunto que sugeriría que a los monárquicos les preocupaba tanto la anuencia del público como procurarse la estimación del monarca. De esta manera, los ministros del Rey, quizá sin calcular de antemano los efectos para el orden monárquico, erigirían al Público como una instancia de legitimación —y consagración— simultánea a la de la Corona, profundizando el proceso de politización del espacio público local. La explicación ofrecida por el gobierno fernandino a sus súbditos americanos con respecto a la anulación de la Constitución de Cádiz se constituiría en una de sus manifestaciones más notables: “S.M. en no admitirla se ha conformado con la opinión general que ha conocido por sí mismo en el largo viaje que ha precedido á su llegada á la Capital”.22 Los impresos realistas, más allá de sus intereses inmediatos, permitirían la consolidación de una esfera pública, que aunque dependiente del gobierno, se perfilaría capaz de orientar sus actos y criticar sus mandatos gracias a la publicidad de sus determinaciones. Entre estas dos legitimidades superpuestas, el monarca y la opinión pública, pivotaría el ejercicio del poder político durante la Reconquista, en el marco de una cohabitación inestable y conflictiva de imágenes y discursos sobre la forma concreta de organizar el gobierno, legitimar un nuevo dominio político y captar la adhesión del conjunto de los vasallos neogranadinos. Se trataría, entonces, a través de la propagación de la voz de la verdad, de “satisfacer á nuestro Soberano, y al público”.23 El gobierno monárquico consolidaría, de manera definitiva, el ascenso de la opinión pública como espacio de   Gazeta de Santafé, núm. 21: 31-X-1816: 224.   Gazeta de Santafé, núm. 6: 18-VII-1816: 44. 23   Gazeta de Santafé, núm. 29: 26-XII-1816: 292. 21 22

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legitimidad en la Nueva Granada, al tiempo que minaría desde dentro los cimientos políticos del Antiguo Régimen. La política ocuparía el centro del espacio público monárquico. El misterio del poder regio, el arcana imperii, sería convertido en un saber público accesible a todos los súbditos del monarca. La nueva regla de transparencia entre el gobierno regio y sus súbditos ocuparía su lugar. Si bien la opinión pública se constituiría en una realidad política insoslayable durante la Reconquista, sus usos políticos estarían lejos de ser sistemáticos en los impresos oficiales. El sintagma opinión pública se solaparía durante todo este periodo con términos como “voz pública”, “opinión general”, “espíritu público”, “opinión de los pueblos”, “opinión del Público” e incluso “voluntad general”, los cuales, en términos generales, fungirían como sus equivalentes estructurales. Asimismo, los significados del concepto oscilarían entre concepciones de cuño antiguo, relacionadas con la fama y la honra, y registros de corte más reciente vinculados con el control del gobierno y el influjo del público sobre las disposiciones estatales. De esta manera, en los escritos monárquicos, la opinión pública funcionaría como un contenedor de múltiples y variadas experiencias, pues, dependiendo del contexto, podía aludir a situaciones bien disímiles: la fama pública de una persona —o de un ministro regio— entre las diferentes corporaciones; la fiscalización por parte del público de los asuntos estatales; la razón de los ilustrados (que no la de los así llamados filósofos, identificados con la República, caracterizados por la extravagancia de sus opiniones); los sentimientos compartidos de manera unánime por el conjunto de la sociedad; la expresión de la tradición y las costumbres heredadas; y la voluntad del monarca entendida como el deber ser de la comunidad política.24

  Sobre los diferentes sentidos atribuidos a la opinión pública durante la crisis de la Monarquía hispánica y la formación de los nuevos Estados nacionales en Iberoamérica véanse Guerra & Lempérière, (1998); Fernández Sebastián & Chassin, (2004); Goldman, (2008). 24

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No obstante su plasticidad manifiesta, en esta inédita coyuntura de restauración monárquica, la opinión pública descansaría sobre una matriz conceptual fuertemente anclada en la búsqueda de conformidad política. Debido a la intensa lucha contra los republicanos, el precario equilibrio de fuerzas del régimen y los temores declarados frente a la división social y la multiplicación del desgobierno, los realistas enfilarían baterías hacia la conservación del vínculo político de la Nueva Granada con la Monarquía hispánica. A los impresos regios les correspondería, entonces, “unir á los pueblos en una sólida paz, y sujetar á los hombres, al imperio de la razón” (Valenzuela y Moya, 1817, p, 23). Su carácter oficial anticiparía su talante unanimista. En este sentido, la preocupación por “fijar la opinión”, su contenido y sentido, tendería a identificarse con el imperativo de la fidelidad regia, “porque la fidelidad, es el todo del sistema social: es la base que sostiene el edificio inmenso de una Monarquía”; “por la fidelidad se mantiene el orden, se evitan las desgracias, se alejan las discordias” (Gruesso, 1817, p. 14). En efecto, estos impresos estaban diseñados para restaurar la unidad moral de la Monarquía hispánica: “calmar los espíritus, conciliar el amor á un REY tan benéfico como el Señor Don FERNANDO VII, que nos gobierna, y ganar las voluntades de todos”.25 Se constituían en un hecho político fundamental: “hoy con lazos de amor se ve Granada, / sugeta de Fernando al dulce Imperio”.26 Eran principios de legitimidad, espacios para la reconstrucción de un nosotros, catalizadores de identidades hispánicas. Ahora bien, si para los realistas la opinión pública se constituía en el escenario idóneo para sembrar “aquella unión de sentimientos que debe estrechar á todos los Españoles de América y de Europa alrededor del Trono de S.M.”,27 resultaba preciso, después del interregno republicano,   España. Real “Indulto 24-I-1817”, (Reimpreso en Cartagena, 18-VI-1817), s. n., BN, Fondo Quijano 253 pieza 28. El término unidad moral es tomado de Guerra, (2000, pp. 149-175). 26   Gazeta de Santafé, núm. 19: 17-X-1816: 206. 27   Gazeta de Santafé, núm. 1:13-VI-1816:5. 25

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redefinir quiénes eran sus verdaderos valedores, sus agentes genuinos. En este sentido, los monárquicos retomarían dos distinciones fundamentales. Por un lado, siguiendo el conocido criterio ilustrado, distinguirían entre opinión pública y opinión popular.28 Para los realistas, el sujeto de la opinión eran los hombres ilustrados, aquellos que tenían las luces necesarias y la instrucción adecuada para participar plenamente de la esfera pública, aquellos individuos capaces de hacer uso público de su razón, de legitimar sus posiciones y emitir sus juicios a partir de un examen cuidadoso sobre la evidencia, en contraposición a la opinión del pueblo —entendido como plebe—, siempre sujeto a las pasiones, ofuscado por el entusiasmo febril de las novedades. La opinión pública era, en primera instancia, un atributo de los hombres de luces, no un agregado de opiniones particulares de raigambre popular. De allí las frecuentes alusiones de los editores de los periódicos oficiales a los “sabios y literatos”, a “todas las personas ilustradas” —apoyo que entonces todo gobierno debía procurarse para fundar su legitimidad— para “que contribuyan con sus luces y erudición á los fines señalados”: “cimentar la confianza que en él [el gobierno real] deben tener los pueblos recientemente libertados del despotismo”.29 Toda opinión definida como pública debía estar mediada por los sabios del reino, quienes ayudarían a los neogranadinos a formarse un juicio seguro en materia política y los prepararían en la ardua labor de discernimiento moral. Por otro lado, una vez franqueado este primer umbral fundamental, la opinión pública, siempre certera, sólo podía ser agenciada y detentada por quienes no se habían “extraviado del sendero de la razón”.30 Así, no todos los 28  Sobre la clásica distinción entre opinión pública y opinión popular véanse: Fernández Sebastián & Capellán de Miguel, (2008, pp. 21-50); Fernández Sebastián, (2004, pp. 335-398). 29  Gobierno Real de Cartagena de Indias. Prospecto de un periódico que se vá á publicar en esta ciudad titulado: Gaceta Real de Cartagena de Indias. Cartagena de Indias, En la Imprenta del Gobierno. Por D. Ramón León del Pozo. Año de 1816, s. n., BN, Fondo Quijano 29, Pieza 6. Gazeta de Santafé, (Núm. 1:13-VI-1816:7); (Núm. 3:27VI-1816:24); (Núm. 18:10-X-1816:164). 30  España, “Real Indulto 24-I-1817”. (Reimpreso en Cartagena, 18-VI-1817) s. n. La opinión del Rey

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hombres ilustrados podían reclamarse campeones de la verdadera opinión. Sus límites negativos se encontraban definidos por el error y la arbitrariedad, asimilados por los monárquicos a la Revolución y sus corifeos, a “sus falsos principios, sus opiniones absurdas y tantos otros vicios que tan fácilmente se les descubren por los hombres sabios” (De Torres y Peña, 1960, p. 69). En este sentido, los realistas postularían la desnaturalización de la razón de los republicanos como un principio evidente, incontestable. Condenarían a sus opositores al imperio del engaño y la simulación, descalificando de entrada su participación en el espacio público local, convirtiendo, de esta manera, a los representantes del monarca en los agentes privilegiados de la opinión pública, hasta tal punto que sólo sería reputada por tal la opinión sancionada por el gobierno real. Para los realistas, sólo la fidelidad regia, en tanto mandato divino —y por ello conforme a la naturaleza y la razón—, hacía “ver las cosas en su verdadero punto de vista”, deshacía “los encantos y prestigios que nos alucinaban”, autorizaba a los vasallos fernandinos a fijar la opinión pública entendida como verdad.31 Desde esta perspectiva, la opinión pública era la opinión de un público específico, encuadrado en valores racionales y prácticas verticales de fidelidad. “Fijar la opinión” implicaba, entonces, difundir las disposiciones regias, ilustrar al pueblo y excluir a los “traidores satélites de la república insurgente de la Nueva Granada” de la esfera pública (Ximénez de Enciso y Cobos, 1820, p. 119). Los monárquicos pretendían, simultáneamente, fabricar y detentar la voz general, servir de medio para la formación de la opinión y de órgano de expresión de la misma. Según afirmaría la Gazeta de Santafé con respecto a los escritos regios impresos durante la Primera República: “¿Por qué se han escondido á la vista del público estas invitaciones del Soberano y de sus Ministros? La respuesta es fácil. Porque la voluntad general se hubiera decidido al momento, por un Padre amoroso y benéfico. Porque se hubieran levantado generalmente gritos de indignación contra los verdaderos sátrapas y opresores”.32 Así,   Gazeta de Santafé, núm. 29: 26-XII-1816: 292.   Gazeta de Santafé, núm. 7: 25-VII-1816: 50. (Cursivas en el original).

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se trataba de hacer coincidir la opinión pública con la voluntad de poder del régimen para establecer la obediencia debida al monarca como criterio seguro de verdad y fuente última de legitimidad. Una opinión considerada esencialmente nacional. La voz unánime de la Monarquía hispánica: “FERNANDO es el blanco de los votos y deseos de toda la Nación” (Buenaventura Bestard, 1817, p. 26). La única reconocida como opinión pública: “desapareció ya el espíritu de error, espíritu de vértigo y ebriedad, y saliendo de las tinieblas de la demencia, debemos tornar á la luz clara y agradable de la razón, de la justicia y de la verdad”.33 De allí que la opinión pública apareciera en los papeles oficiales como una postura reflexiva, resultado de un juicio crítico sobre la evidencia disponible, la pax hispana y la experiencia revolucionaria: “haced con imparcialidad y sin preocupación un juicio comparativo de una y otra época”, “el público notará esta circunstancia, y el contraste que resulta”.34 De esta manera, la opinión pública se constituía en una voz cualitativamente superior, una voz trascendente cuyas premisas conceptuales —morales— resultaban discernibles con certeza: “en ningún tiempo como este hemos visto lo que se distingue la verdadera virtud de la hipocresía, y la sabiduría y buen juicio del fanatismo, la paralogía y la locura” (Nicolás Valenzuela y Moya, 1817, p. 39). En este sentido, los monárquicos distinguirían entre opinión pública y opinión política con el objetivo de garantizar su monopolio definitivo sobre el poder de la razón. La primera sería identificada con la verdad, en tanto que su carácter público garantizaba su transparencia y preocupación por el “bien común” —hasta hacer de éste uno de sus objetos principales—, mientras que la última sería reputada como mera opinión y en cuanto tal “ni es cosa cierta, ni se puede saber qual de los dos extremos en que fluctúa es el honesto, lícito y justo, para poderlo abrazar, sin temor de gravar la conciencia” (Ximénez de Enciso y Cobos, 1820, p. 57).35 La opinión política era un   Gazeta de Santafé, núm. 56:3-VII-1817: 534.   Gazeta de Santafé, núm. 4: 4-VII-1816: 26); (Núm.10: 15-VIII-1816: 78). 35   Cursivas en el original. 33 34

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saber sin certidumbre, dominado por un sentido de error opuesto a la verdad, a la opinión pública, la cual implicaba formar “primero el juicio con argumentos, ó razones muy ciertas”. El dictamen definitivo de este alegado tribunal —expresado de manera elevada en el acto ritual del juramento monárquico (así como para algunos republicanos las elecciones eran consideradas la expresión más acabada de la opinión pública)— era “una verdad, de la qual no se debe dudar, como tampoco de que la materia sobre que se versa (que es la obediencia, fidelidad y lealtad en defender los sagrados derechos del soberano) es honesta, lícita y justa, y por consiguiente no es, ni puede ser una opinión política” (Ximénez de Enciso y Cobos, 1820, pp. 56-57).36 De esta manera, la opinión pública, “una verdad indubitable apoyada en la razón”, proveía a la comunidad política de “una regla fixa para nivelar su conducta” y orientar sus razonamientos (Ximénez de Enciso y Cobos, 1820, pp. 55, 115). Para los realistas, la sumisión a las potestades legítimas no era una opinión política, “esta es la cantinela de los revolucionarios para engañar a los pueblos haciéndoles concebir, que es indiferente abrazar el partido del rey, ó el de los rebeldes” (Ximénez de Enciso y Cobos, 1820, pp. 54-55). De allí que los papeles realistas no fueran concebidos como periódicos “partidistas”, como expresiones de un grupo político particular en su lucha por la conquista del poder estatal, sino como espacios de conformidad y anuencia. En la opinión pública, así definida por los realistas, no había espacio para el disenso ni para la diversidad de intereses, para opiniones políticas críticas del poder monárquico o de los fundamentos del cuerpo político. Para sí mismos, los realistas representaban la verdadera opinión pública, racional y autocontenida, mientras que los republicanos serían proclamados como los portavoces de la opinión política, facciosa, tumultuaria y disgregadora. Ciertamente, dirigirse al Público vindicando la fuerza de la opinión pública era una de las maneras más eficaces de fijarla.

  Cursivas en el original.

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II. Imprenta y redes de comunicación impresa en Santafé de Bogotá, 1816-1819 Con la Reconquista, los privilegios reales de edición y censura, los sistemas de permiso previo y licencias necesarias, serían restablecidos formalmente en la ciudad.37 Ninguna obra podría imprimirse ahora en Santafé hasta ser leída y avalada por lo menos por una de las principales instancias del poder virreinal: el examinador de la Mitra (o en su defecto el titular de la cátedra de teología moral del Colegio de San Bartolomé), el notario mayor de la ciudad, el fiscal de la Real Audiencia o el virrey de turno.38 Así, la publicación de impresos se encontraría sujeta a dos exigencias fundamentales, íntimamente relacionadas con los principios de legitimidad esgrimidos por el régimen. Por un lado, “como requisito indispensablemente necesario para la pretendida impresión”, los escritos debían reconocer la supremacía de la autoridad regia y respetar los principios fundantes del orden político. Las distintas obras no debían oponerse de ninguna manera, “al buen Gobierno, á las buenas costumbres, ni á las Regalías de Su Magestad”; “saldrán á la luz quantos [escritos] se consideren conducentes, como no contengan personalidades ni otros vicios opuestos á la religión, á las leyes, ni á las buenas costumbres” (De Torres y Peña, 1817, p. 5); (Gobierno Real de Cartagena de Indias. s.n.). Por otro lado, sólo serían dados a la imprenta escritos caracterizados por su sentido manifiesto de utilidad pública. Los impresos debían fungir como herramientas pedagógicas, difundir los saberes útiles y la fidelidad regia. La voluntad del régimen era “difundir con prontitud las noticias mas interesantes, las disposiciones del Superior Gobierno, y Tribunales, que deban comunicarse. Las ideas, planes, proyectos que puedan contribuyr para bien de la Capital, y el Reyno entero”; se imprimirían “igualmente

  Sobre el esquema de publicidad del Antiguo Régimen véanse: Lempérière, (1998, pp. 54-79); Guerra, (2002). 38   A manera de ejemplo, Gutiérrez, (1817, pp. 3-6); De Torres y Peña, (1817, pp. 3-5). 37

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Anécdotas curiosas y poco conocidas. Extractos que sirvan á sostener la buena moral, y otras variedades literarias que deleitando enseñen”.39 Para los monárquicos, la esfera pública debía coincidir con la esfera oficial: todos los impresos debían estar sometidos a la tutela exclusiva del gobierno.40 En efecto, el 25 de abril de 1815, Fernando VII prohibiría la impresión y circulación, “dentro y fuera de la corte”, de todos los periódicos no oficiales debido al ostensible “menoscabo del prudente uso que debe hacerse de la imprenta” registrado en toda la Monarquía hispánica.41 La censura previa sería mantenida incluso para los papeles públicos del gobierno. En la Nueva Granada, en diferentes momentos, Morillo y los virreyes Montalvo y Sámano actuarían como únicos censores de las gacetas regias y tendrían el privilegio de orientar de manera estratégica sus contenidos.42 La publicidad de la verdadera opinión pública, atributo exclusivo del gobierno, se constituía, entonces, en manifestación de la verdadera libertad, entendida como el imperio de la ley, el reconocimiento de los privilegios reales y el respeto absoluto a las “barreras y términos que había establecido la sabiduría de nuestros padres”. 43 Las mismas publicaciones oficiales, expresiones de la majestad monárquica, eran un “emblema nada equívoco del regocijo y placer conque se ven restaurados   Gazeta de Santafé, (s. n.) 25-VI-1818: 13.   No obstante que durante la Reconquista los impresos estarían sometidos a la iniciativa y el control del gobierno real, las acciones de particulares, siempre que respetaran los protocolos establecidos, serían bienvenidas. La imprenta del régimen en Santafé, única disponible oficialmente en la ciudad, no sólo estamparía escritos gubernamentales. Por ejemplo, la impresión del discurso fidelista del clérigo Valenzuela sería promovida y financiada por los curas franciscanos. A su vez, diferentes novenarios religiosos serían publicados “a devoción” de sujetos piadosos, quienes debían gestionar personalmente ante las autoridades correspondientes las licencias necesarias para su impresión, además de asumir enteramente los costos económicos derivados. (Valenzuela y Moya, 1817, p. 39); (De Torres y Peña, 1817, p. 5). 41   Real Decreto del 25 de abril de 1815, Gaceta de Madrid, núm. 51: 27-IV-1815: 438. 42   Gazeta de Santafé, (Núm. 1:13-VI-1816: 5); (s.n.: 25-VI-1818: 13). Gobierno Real de Cartagena de Indias. (s. n). 43   Gazeta de Santafé, (Núm. 28:19-XII-1816: 281). Sobre el concepto de libertad en el Antiguo Régimen véase Chacón Delgado, (2011, pp. 45-68). 39 40

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sus habitantes a su antigua libertad”, pruebas irrefutables del retorno del buen orden, de “aquella sólida Libertad que conocieron los sabios, nibelada por la razón”, gracias a la cual, “el caos se disipa, la serenidad se restituye: toman las cosas su proprio nivel y curso conveniente”.44 De esta manera, la “satisfacción de publicar libremente monumentos tan preciosos” se oponía radicalmente a la libertad de imprenta proclamada por los republicanos años atrás, una libertad “subversiva, sediciosa y destructora del orden público”, diseñada para “destruir la Monarquía Española” y “como espumosas olas de un mar tempestuoso, derramar la confusión y el desorden”.45 Para los realistas, se trataba de una libertad despojada de sus atributos fundamentales. El imperio del libertinaje y la arbitrariedad: “se le imprimían al Pueblo las ideas de un total desprecio de los ministros y leyes eclesiásticas [y] las censuras eran reputadas como los fuegos fatuos de los cementerios” (Valenzuela y Moya, 1817, p. 14), (De Torres y Peña, 1960, p. 71). El triunfo de la opinión inconstante, “efecto preciso, y legitima consequencia de toda revolución, para que con la diversidad de opiniones, y división de partidos se encienda el fuego de la guerra civil” (De León, 1816, p. 57). Para los realistas era preciso, por tanto, restaurar la unidad perdida, restituir su imperio a la verdadera opinión e impedir, nuevamente, su pluralización sin control. De allí la importancia de garantizar la circulación efectiva de los impresos monárquicos. Los realistas lucharían con todas las armas de la publicidad impresa para reeducar a los neogranadinos en la fidelidad regia. Por un lado, pequeños impresos: bandos, decretos, proclamas, partes de guerra e indultos. Por otro, impresos de gran formato, periódicos, sermones y manifiestos. Todos trascenderían los círculos estrechos y restringidos del taller de impresión y el despacho virreinal para instalarse como signos colectivos en diferentes espacios públicos. De este modo, la omnipresencia   Boletín del Exército Expedicionario, (Núm. 28:31-V-1816:s. n.); Valenzuela y Moya, (1817, p. 24); Gazeta de Santafé, (Núm. 28:19-XII-1816: 281). 45   Gazeta de Santafé, (Núm. 7: 25-VII-1816: 50); (Núm. 28:19-XII-1816: 281). Cursivas en el original. 44

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en estos impresos de términos como “publicar”, “comunicar”, “pregonar”, “leer”, “fijar” o “circular”, daría cuenta no sólo del dinamismo de la esfera pública local, sino de la profunda articulación entre las diferentes modalidades impresas, orales y manuscritas de comunicación durante la Reconquista; estrategia privilegiada para, por un lado, garantizar que la información llegara a todos los sectores sociales y, por otro, hacerle frente al analfabetismo imperante en el Virreinato.46 Así, con frecuencia, los pequeños impresos debían circular primero entre las diferentes instancias oficiales, en “todas las corporaciones Políticas, Militares y Eclesiásticas, para los fines que en ellos se previenen”.47 A renglón seguido, eran fijados en las plazas públicas y en las principales esquinas de la ciudad mientras que, de manera simultánea, eran divulgados públicamente a través del pregonero oficial: “para que llegue á noticia de todos y que nadie alegue ignorancia, que le egsima del debido cumplimiento, publíquese y fíxese con las formalidades correspondientes y en los parages acostumbrados”.48 Según afirmaría la Gazeta de Santafé con respecto a un acuerdo expedido por la Real Audiencia: “el respetable, político y sabio acuerdo anterior, se halla ya fixado en todas las escribanías y oficinas públicas de la Capital, y todos quantos se acercan á leerle, bendicen á Dios que inspira los sanos consejos á los Reyes y Magistrados”.49 En algunas oportunidades, la misma proclamación de estos impresos se constituía en un evento solemne, en una muestra indisputable de regocijo monárquico, de la alegría del vasallaje. Así, con razón de la publicación en la ciudad del indulto general expedido en enero de 1817: “salió a dicho bando la música con toda la compañía de Granaderos, á caballo, el Alguacil mayor, un recetor y un Escribano de cámara Dr. Aguilar, que fue el que pregonó el bando”   Para comprender las profundas articulaciones entre lo oral, lo escrito y lo impreso, véanse: Darnton, (2003, pp. 371-429); Silva, (2003, pp. 1-50). 47   Gazeta de Santafé, núm. 6:18-VII-1816: 45. 48   Francisco Warleta, Bando (Barbosa, Antioquia, 5-IV-1816). BN, Fondo Pineda 852, Pieza. 8. 49   Gazeta de Santafé, núm. 45:17-IV-1817: 436. 46

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(Caballero, 1990, p. 235). En todo caso, para las autoridades, los bandos y avisos regios debían trascender con mucho las calles capitalinas. Los habitantes de los campos también debían ser informados adecuadamente: “las Justicias territoriales, cuidarán de que este [reglamento de Policía] se publique en los días festivos, para que llegué á noticia de todos haciendo entender á los que habiten los campos, y en sus haciendas, que también son comprehendidos en los artículos que van expresados”.50 Sin duda, la estrategia de circulación de los impresos regios hacía parte fundamental de la esmerada filigrana de poder diseñada por el régimen. Con frecuencia, estos preveían de manera cuidadosa sus formas de publicidad, estipulando, en la mayoría de los casos, su lectura colectiva. Su oportuna publicación era tan importante como su contenido. Así, un bando decretado por Morillo establecía explícitamente: “mando a los Xefes de los Cuerpos, comuniquen desde luego en ellos con toda solemnidad esta mi resolución, repitiendo su lectura con freqüencia aun á los que se hallen en los Hospitales, para que no aleguen ignorancia, y recaiga justamente en los infractores”.51 En algunos casos, estos impresos debían ser comunicados de oficio a todo el Virreinato; incluso eran reimpresos en pequeñas imprentas portátiles en otras Provincias.52 En este sentido, uno de los objetivos más acuciantes del esquema de publicidad impresa del régimen era conseguir introducirse en las zonas enemigas para hacer circular sus escritos entre sus principales contradictores. Los republicanos   Pablo Morillo, “Don Pablo Morillo, Teniente general de los reales exércitos, general en gefe del exército expedicionario pacificador de esta costa firme por el Rey Nro. señor Don Fernando VII, que Dios guarde”. (Santafé, Por Juan Rodríguez Molano, 6-VI-1816). BN, Fondo Quijano 253, Pieza 11. 51   Pablo Morillo, Bando del Exército Expedicionario. (Cuartel General de Cumaná, 2-V-1815, Reimpreso en Santafé 17-VI-1818). Biblioteca Luis Ángel Arango, Sala de Libros Raros y Manuscritos, Signatura 12780. Miscelánea. 1505, Pieza 109. 52   Pablo Morillo, El Excelentísimo Señor General en Xefe del Exército Expedicionario, Don Pablo Morillo desde su Quartel General de Valencia, participa á este Superior Gobierno las noticias siguientes. (Impreso en Santafé de Bogotá en la Imprenta del Gobierno; y reimpreso en Popayán de orden superior. Año de 1818). BN, Fondo Pineda 262, Pieza 18. 50

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debían ser desmoralizados, hollados en sus intenciones. Los impresos regios debían buscar su retorno al seno de la Monarquía. El citado indulto general debía publicarse “con particular encargo á los Xefes militares más inmediatos, á los puntos en que haya insurgentes, ó prófugos para que le hagan trascendental á la mayor brevedad, á los que pueda interesarles; de comunicarse del modo posible para que llegue á noticia de los emigrados en Colonias extrangeras; y darse pronta cuenta con testimonio á S.M.”.53 En el caso de las publicaciones periódicas, si bien es probable que la prensa local no se constituyera en la principal fuente de información durante la Reconquista (Earle, 1997, p. 173), es necesario subrayar que los mismos realistas consideraban los papeles públicos como la forma de comunicación “más eficaz” para “hacer trascendental al público” las disposiciones del régimen.54 Así, el bando de institución del Consejo de Purificación no sólo sería publicado en diferentes puntos de la capital y de las provincias andinas sino que por disposición de Morillo sería insertado en la Gazeta de Santafé “á fin de que llegue noticia de todos”.55 En efecto, en los listados suministrados por la publicación durante su primer año de circulación se contabilizan cerca de 170 suscriptores en toda la geografía virreinal —entre agentes regios, militares, comerciantes, hacendados, gremios, villas, parroquias y órdenes religiosas—, una cifra nada desdeñable para la situación de guerra y crisis económica que atravesaba el Virreinato y que sugeriría, para la época, un círculo de lectores relativamente amplio, cuyos límites, por un lado, rebasarían los sectores ilustrados —en ciertas oportunidades estos papeles periódicos serían leídos públicamente entre

  España. Indulto General (Madrid, 25-I-1817, reimpreso en Cartagena 18-VI-1817). BN, Fondo Quijano 253, Pieza 28. 54   Gazeta de Santafé, núm. 35:6-II-1817: 339. 55   Gazeta de Santafé, núm. 2: 20-VI-1816: 11. Antonio María Casano. Don Antonio María Casano, Coronel de los Reales Exércitos, Comandante General interino de Artillería en el expedicionario, Gobernador Militar y Político de esta Ciudad, y su partido. (Santafé, Imprenta del Gobierno Por Nicomedes Lora, 15-VI-1816). Biblioteca Luis Ángel Arango, Sala de Libros Raros y Manuscritos, Signatura 12780. Miscelánea. 1505, Pieza 106. 53

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las tropas y algunos lugareños—,56 y por otro, trascenderían la órbita realista —algunos de sus pasajes serían ampliamente comentados en las publicaciones republicanas del momento—.57 Adicionalmente, conviene destacar que los papeles neogranadinos no eran los únicos que circulaban en la ciudad con el aval del gobierno. Los periódicos fidelistas provenientes de toda la Monarquía hispánica, particularmente la Gazeta de Madrid y la Gazeta de Caracas, eran leídos asiduamente en Santafé. En algunas oportunidades el editor de la gaceta santafereña se excusaría por publicar algunos discursos aparecidos previamente en la publicación caraqueña, mientras que en otras ocasiones simplemente referenciaría su nombre sin dar mayor cuenta de su contenido, obviando su reimpresión, dando a entender, de esta manera, que se trataba de información ya conocida por el público local gracias al periódico venezolano.58 Asimismo, el gobierno autorizaría la circulación, por lo menos entre ciertos miembros de las élites, de algunos periódicos provenientes de la Corona británica, particularmente de Jamaica, cuyos extractos serían traducidos y publicados en las gacetas oficiales, 59 así como también se reimprimirían partes de guerra, sermones y pastorales provenientes de otras regiones americanas (Buenaventura Bestard, 1817). En este punto, es preciso mencionar rápidamente la importancia de la correspondencia en los circuitos de información impresa. Las cartas seguían siendo fundamentales para garantizar el “buen gobierno” de la Nueva Granada y el éxito de las armas del Rey. La magnitud de la correspondencia entre Morillo y las autoridades regias en la Península y en América se constituye tan sólo uno de los ejemplos más significativos   Pablo Morillo, “Morillo al general Calzada. Cuartel general de Mompox, 29 de febrero de 1816”. El teniente, Tomo III, pp. 30-32. 57   Al respecto, véase en la introducción de esta obra el apartado correspondiente a las guerras de Independencia y las publicaciones bolivarianas. 58  Gazeta de Santafé, (Núm. 36:13-II-1817: 361); (Núm. 36:13-II-1817: 45). 59   Entre los periódicos citados se destacan la Gazeta Real de Jamaica, The Courier y Chronicle de Kingston. Al respecto véanse, Gazeta de Santafé, (Núm. 36:13-II-1817: 367-368); (s.n.: 5-VIII-1818: 41-45); (s.n.: 25-VII-1818: 378-35-36). 56

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al respecto (Rodríguez Villa, 1908). De allí los constantes esfuerzos del régimen por abrir, reparar y mantener los caminos virreinales, cuyo buen estado era considerado “indispensable para facilitar las comunicaciones”.60 La correspondencia del régimen se encontraría cargada de alusiones a las fuentes impresas y a los modos y circuitos de información locales. Con frecuencia, los mismos impresos se adjuntaban en las comunicaciones epistolares con diferentes motivos: solicitar su difusión pública en las tropas, las provincias y “lo más internado del Reino” para “desengañar” a los pueblos;61 como “prueba” de verdad sobre la iniquidad de los republicanos y la justeza de los monárquicos, pues “en aquellos papeles se verá el espíritu, las ideas y la marcha de la rebelión, cosa imposible de conocer, no estando aquí, sino por aquel medio”;62 y para comunicar de manera oficial a los republicanos las intenciones de Fernando VII (Enrile, 1908, p. 299). Asimismo, las cartas se convertirían en artefactos retóricos fundamentales en la elaboración del discurso impreso. La gaceta oficial publicaría cartas particulares de sujetos “de crédito y autoridad” para informar al público de los sucesos recientes en otros puntos del Virreinato;63 insertaría, además de cierta correspondencia oficial, aquella interceptada a los insurgentes durante diferentes escaramuzas militares,64 y comunicaciones cruzadas entre los principales del régimen y algunos republicanos.65 Según Morillo, sólo “por la influencia que puede tener una conducta semejante de parte de ellos y la generosa de parte de los   Pablo Morillo, Morillo al general Calzada, p. 31.   Pablo Morillo, Morillo al general Calzada, pp. 30-32. 62   Pablo Morillo, Morillo al Ministro de la Guerra. Reservado. Cuartel general de Santafé, 31 de agosto de 1816. En Rodríguez Villa, (1908, Tomo III, pp. 197-198). 63   Gazeta de Santafé, (Núm. 46:24-IV-1817: 442); (s. n.: 5-VII-1818: 22). 64   Gazeta de Santafé, (Núm. 48: 8-V-1817: 455-461). 65   Destacándose entre éstas la correspondencia entre Morillo y José Fernández Madrid, presidente de la Provincias Unidas. Gazeta de Santafé, (Núm. 10:15-VIII-1816:78-81); (Núm. 11:22-VIII-1816:92-94); (Núm. 12:29-VIII-1816:102-104); (Núm. 13:5-IX1816:111); (Núm. 15:19-IX-1816:126); (Núm. 17:3-X-1816:155-156); (Núm. 19:17X-1816: 196-199); (Núm. 21:31-X-1816: 217-218); (Núm. 22:7-XI-1816: 230-231). 60 61

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jefes de S.M., he publicado en gaceta todas las cartas que mediaron y las que se les interceptaron”.66 No obstante, es importante tener en cuenta que este ideal unitario de la opinión pública realista, garantizado con relativo éxito en Santafé gracias al completo control de las imprentas locales por parte de las autoridades, se encontraba permanentemente amenazado por las opiniones disidentes —impresas, orales, manuscritas— que no lograba integrar en su seno, que intentaban hacer frente a las restricciones de información provenientes de la oficialidad y atentaban de manera directa contra su hegemonía en la esfera pública. Ciertamente, en este contexto de guerra imperante, el espacio de conformidad regia deseado por el régimen requería como condición de posibilidad un estricto control sobre los medios y los circuitos de comunicación locales. El consenso y la persuasión no eran armas suficientes para la fijación definitiva de la opinión pública. De allí el carácter policivo de algunas medidas emprendidas por el régimen en nombre de la “seguridad del orden político”: la vigilancia militar de costas, puertos, ríos, caminos, centros de correo y hospedajes; el control de las autoridades locales sobre los habitantes de la ciudad, las casas, los diferentes barrios y los viajeros, instaurando, en otras medidas, pasaportes interiores y licencias militares; la recolección de “todas las proclamas, boletines, libros, Constituciones, y todo género de escritos impresos por los rebeldes y publicados con su permiso”; y la persecución y aprehensión de “todos aquellos que traten de seducir, corromper, y alarmar los lugares en contra de los derechos del Rey”.67 En efecto, se trataba de un espacio público receloso, intolerante, signado por la búsqueda afanosa de unanimidad política. Para los realistas, una de las formas más efectivas para conseguir esta última, era la exclusión de   Pablo Morillo, “Morillo al Ministro de la Guerra. Cuartel general de Santafé, 12 de noviembre de 1816”. En Rodríguez Villa, (1908, Tomo III, pp. 247-248). 67   Pablo Morillo, Don Pablo Morillo, Teniente general de los reales exércitos, general en gefe del exército expedicionario pacificador de esta costa firme por el Rey Nro. señor Don Fernando VII, que Dios guarde. (Santafé, Por Juan Rodríguez Molano, 6-VI-1816). BN, Fondo Quijano 253, Pieza 11. 66

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facto de sus principales contradictores, de sus escritos, de su memoria —a través de su eliminación física, su detención temporal o su destierro del reino—. En este sentido, los tribunales de justicia establecidos durante la Reconquista, particularmente el Consejo Permanente de Guerra y el Consejo de Purificación, intentarían garantizar el triunfo de la “buena opinión”.68 Asimismo, la Inquisición contribuiría ampliamente en la persecución del ideario republicano en la Nueva Granada. En la Península, el Santo Oficio había sido restablecido por Fernando VII el 21 de julio de 1814 —y restituidos sus privilegios para la “censura y prohibición de libros”—, con el objetivo de hacer frente a ciertas “opiniones perniciosas” y, de esta manera, preservar a los españoles de “disensiones intestinas, y mantenerlos en sosiego y tranquilidad”.69 En consecuencia, los inquisidores locales declararían una cruzada impresa contra los “enemigos de la Santa Fe”, y procederían a la quema sistemática de “muchas obras extrangeras, abominables en materia de Religión y de Estado (que se habían introducido á favor del pasado desorden) y de infinitos papeluchos, y libretes escandalosos que hormigueaban por todas partes”.70 Así, el régimen intentaría controlar la propagación de la opinión fabricada fuera del círculo monárquico. En este sentido, resultaba imperativo contravenir también los rumores callejeros, la información extraoficial y las habladurías populares, “más en un Pueblo central, donde las noticias llegan   Así, entre los pocos fusilamientos registrados por la Gazeta de Santafé se encontraría el del criollo Frutos Joaquín Gutiérrez, condenado a la pena capital por traición. Por determinación del régimen, todos sus escritos, así como su retrato de colegial, serían quemados públicamente y “mientras se hizo este sacrificio tocaron las campanas á descomunión”. Gazeta de Santafé, (núm. 22:7-XI-1816: 235). (Caballero, 1990, p. 222). En la actualidad no existe un estudio histórico sistemático sobre el accionar de estos tribunales en Santafé. Para algunos apuntes puede verse, Restrepo, (1969, pp. 133-187); Groot, (1953, pp. 487-533); Díaz Díaz, (1965, pp. 93-129); Quintero Saravia, (2005, pp. 296-337). 69   Real Decreto del 21 de julio de 1814, Suplemento a la Gaceta de Madrid, núm. 102: 23-VII-1814: 839-840). 70   Al respecto véase Gazeta de Santafé, (Núm. 28:19-XII-1816: 281); (s. n.:25VIII-1818:55-56); (s. n.:5-IX-1818: 63-64). 68

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tarde, y son sabidas antes de darse a la imprenta”.71 Era necesario movilizar la opinión pública contra las opiniones políticas, afrentas directas a la soberanía del monarca, al carácter trascendente de su mandato. La legitimidad del gobierno fernandino no era opinable: “se castigará con arreglo á la ley á toda persona de qualquier clase y estado que sea, que se le oigan conversaciones del antiguo gobierno [o] cuestiones con otros sobre si fue más adicto á aquel que al presente” (Warleta, s. n.). En todo caso, las fisuras eran evidentes para los mismos monárquicos: “el espíritu de novelería cunde por todas partes”, “se hallan entre nosotros vagabundos, y mal intencionados que se complacen fraguando y difundiendo quanto sueñan, ó les dicta su alborotada fantasía”.72 De allí la sentida prédica de los religiosos realistas: “acreditad vuestra fidelidad en el púlpito: acreditadla en el confesionario: acreditadla en vuestras conversaciones familiares aun las mas confidenciales: acreditadla en vuestras cartas: y los que tienen luces para ello, acredítenla también en sus escritos é impresos” (Buenaventura Bestard, 1817, pp. 43-44). No debe sorprender, entonces, que los impresos regios fueran concebidos como estrategias políticas capaces de competir con otras formas de publicidad oral más extendidas y eficaces —con frecuencia asociadas a la subversión del orden y la perturbación de la tranquilidad pública—. Hasta cierto punto, la esfera pública agenciada por las publicaciones oficiales se construiría en oposición a los valores asociados a los rumores, “resortes de que comúnmente se valen los agitadores para llegar a sus fines”, “armas bien miserables y propias de los que viven sobre el engaño de los Pueblos”. El poder de la imprenta era el poder de la opinión en tanto verdad. El “General en Xefe [Morillo], constante en su principio de no dar al público sino lo seguro, no ha permitido se publique cosa alguna hasta tenerlo de Oficio”.73 Así, ante los constantes rumores fabricados por los desafectos al régimen, los realistas esgrimirían la información consignada   Gazeta de Santafé, (s.n.): 25-VI-1818: 13.   Gazeta de Santafé, núm. 59:24-VII-1817: 602. 73   Gazeta de Santafé, núm. 3:27-VI-1816:17. Boletín del Exército Expedicionario, (Núm. 1: 22-VIII-1815: s. n.); (Núm. 36:14-IX-1816: s. n.). 71 72

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en sus impresos, ventanas transparentes a los sucesos de la Monarquía, repositorios de la evidencia: “Os han repetido que las leyes del Rey eran tiránicas, que os prohibía el comercio, la industria y la agricultura. Creo que estaréis ya convencidos de que es todo lo contrario, y en las gazeta del Gobierno lo habéis visto con más extensión”.74 Para los realistas, los rumores se constituían en la expresión acabada de la política facciosa, de sus intereses particulares, de sus esfuerzos por incrementar la incertidumbre política y erosionar la legitimidad del régimen. Eran la principal herramienta de los republicanos en su guerra contra la Monarquía. De allí los constantes esfuerzos del gobierno real por denunciarlos y hacer una lectura dirigida de su contenido. En no pocas oportunidades Morillo emplearía sus proclamas exclusivamente para persuadir a los neogranadinos del carácter falso de la información que circulaba en contra de las autoridades monárquicas, denunciar su impronta republicana y fijar la versión verdadera de los hechos, “son embustes y disparates tan extravagantes y groseros, que lejos de ocultarlos he mandado se publiquen y corran por todo el virreinato, y os aseguro que en todo ello no hay una palabra de verdad”.75 La política republicana, al igual que la Revolución, solo existían “en el papel para engañar y conducir al precipicio á los incautos habitantes de la América”: Desengáñense los fabricantes de nuevos sistemas políticos, del todo contrarios al bien común, a la venerable antigüedad, a la opinión de los verdaderos sabios y á los testimonios de la historia: toda la América queda bien advertida de que quando se dice que en las repúblicas de nuevo cuño pueden todos figurar, esto se entiende solo por los intrigantes y facciosos.76   Pablo Morillo, “Habitantes de la Nueva Granada”. (Santafé: Imprenta del Gobierno Por Nicomedes Lora, 15-XI-1816). Biblioteca Luis Ángel Arango, Sala de Libros Raros y Manuscritos, Signatura 12780. Miscelánea. 1505, Pieza 108. 75   Pablo Morillo, Morillo á los habitantes de las provincias de Popayán y Chocó. Cuartel General de Santafé de Bogotá, 1 de junio de 1816. En Rodríguez Villa, (1908, Tomo III, pp. 55-63). 76   Gazeta de Santafé, núm. 21:31-X-1816: 219. 74

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La República era el gobierno de los intrigantes y facciosos, de los fabricantes de la opinión política. Los monárquicos, adornados ahora con el título de Público, eran los portavoces del bien común, la tradición y la evidencia. La verdadera opinión pública. III. Reflexiones finales Acostumbrados, como estamos, a relacionar el surgimiento de la opinión pública en la Nueva Granada y en toda la América hispánica con la crisis política de la Monarquía borbónica, las Revoluciones atlánticas y la posterior formación de regímenes liberales en la región, sorprende la rapidez inusitada con que el argumento de “fijar la opinión” pasaría de manos de los revolucionarios a los monárquicos locales durante las guerras de Independencia. Las diferentes apelaciones a la opinión pública por parte de los realistas, en tanto motivo retórico, pueden ser leídas como una dimensión específica del discurso político diseñada para legitimar el orden monárquico. Una nueva autoridad ritual interesada, a través de la invocación del Público, en la multiplicación de los efectos políticos de la publicidad impresa. No obstante, aunque por lo general afirmaría su respeto por la dignidad monárquica y aceptaría la validez de las antiguas maneras de entender el ejercicio del poder político, los mismos presupuestos de esta publicidad negarían los cimientos políticos del orden tradicional —que supuestamente debían reforzar—. La opinión del Rey, de sus representantes, de sus fieles vasallos, daría cuenta de una tensión conceptual irresoluble, irreconciliable con los intentos del gobierno real por regresar a la lógica del vasallo propia del Antiguo Régimen en la Nueva Granada. Impotente para prohibir el debate, el régimen reconquistador se vería obligado a entrar en la ardua batalla —una tenaz pugna de sentido— por erigirse en el portavoz exclusivo de la opinión pública y, a su vez, respaldar sus determinaciones con la sanción del omnisciente tribunal, operando, de esta manera, una disminución efectiva de la figura del monarca como principio incontestable de legitimidad. La opinión pública, una entidad colectiva y anónima, sería ahora más soberana que el soberano. La opinión del Rey

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Finalmente, en noviembre de 1820, los gobiernos de España y Colombia firmarían los Tratados de Trujillo, los cuales establecían la suspensión de hostilidades militares por seis meses y la observación por parte de los ejércitos en disputa de protocolos conformes a “las leyes de las naciones cultas” para desarrollar la guerra. Sin embargo, más allá de los aspectos militares, conviene subrayar las explicaciones formales que ofrecerían las partes en disputa como presunto origen de las confrontaciones armadas. De manera contundente, la opinión aparecería como la única referencia causal: “originándose esta guerra de la diferencia de opiniones”.77 En efecto, la guerra de Independencia también era una guerra de opinión, una guerra por erigirse en el sujeto de la opinión pública, exclusivo titular de la razón, de la verdad. Si en un primer momento los monárquicos aparecerían como sus apoderados genuinos, con el transcurrir del tiempo, el aumento de las derrotas realistas y el creciente desgobierno, los republicanos conseguirían inclinar la balanza de la opinión pública en su favor. “La fuerza irresistible de la opinión de los pueblos” se había decidido por la Independencia: “ellos no quieren ser españoles”, “así lo han sostenido sin desmentir jamás su opinión en ninguna circunstancia ni vicisitud de la Península”.78 De esta manera, los Tratados de Trujillo reconocerían el triunfo formal del “Reino de la Opinión”, la entronización del Público como nuevo titular de la política y la pérdida del único referente de legitimidad trascendente en la política neogranadina, la figura real. La opinión del Rey, por obra del discurso político, se había convertido en una opinión política.

Sobre los Tratados de Trujillo véanse Quintero Saravia, (2005, pp. 432-444, 551557); Thibaud, (2003, pp. 469-486). 78   Pablo Morillo, Morillo al Ministro de la Guerra, 28 de agosto de 1820. En Rodríguez Villa, (1908, Tomo IV, pp. 224). Pablo Morillo, Morillo al Ministro de la Gobernación de Ultramar, 26 de julio de 1820. En Rodríguez Villa, (1908, Tomo IV, pp. 208). 77 

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II. Opinión pública, Monarquía y República

El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de José Domingo Díaz. Venezuela, 1808-1822

Tomás Straka Universidad Católica Andrés Bello La larga disputa y sus armas, a modo de introducción El miércoles 9 de junio de 1819, José Domingo Díaz, redactor de la Gaceta de Caracas, publica la primera de una serie de ocho cartas con las que esperaba refutar la modernidad. Así, por dos meses, su colega de El Correo del Orinoco se convierte en el destinatario de uno de los ejercicios de argumentación más elaborados de cuantos se hicieron desde el “pensamiento tradicional” para desmentir la propuesta “moderna” de los republicanos.1 El objetivo de Díaz era defender la unión con España y la superioridad ética del Antiguo Régimen. No siempre las dos cosas fueron de la mano: hubo quienes defendieron lo primero, pero ya no lo segundo, —cosa que el propio Gacetero, como lo llamaron sus enemigos, sufriría en carne propia un año después, con el advenimiento de los liberales— por lo que es necesario hacer énfasis en el carácter tradicional de sus planteamientos, al menos desde la perspectiva del debate en el momento, aunque, como veremos, su caso fue más bien el de una forma de modernidad contra otra. Nos explicamos: lo alegado en aquellas cartas constituye una especie de síntesis de las doctrinas políticas, jurídicas, éticas y en ocasiones teológicas sostenidas en la Real y Pontificia Universidad de Caracas para 1810,

  Elías Pino Iturrieta (1991) y (1984) es quien mejor ha desarrollado la tesis de la independencia como un enfrentamiento entre modernidad y premodernidad.

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puestas al servicio de la disputa de la emancipación.2 Y eso, haciendo la salvedad de que ni era una universidad del todo refractaria a las nuevas ideas (Parra-León, 1933), ni Díaz, entre otras cosas el considerado iniciador del periodismo científico en Venezuela3, fue un “oscurantista” en el sentido decimonónico de la palabra. Tal vez fue el más altisonante de los enemigos de la independencia, pero no el más conservador. Tal vez fue el que llegó más lejos en la incitación al odio —como llamaríamos hoy a lo que escribía— pero no necesariamente el hombre que odiara más en aquellos días de guerra a muerte. Es probable que no haya habido en Venezuela alguien que entonces escribiera mejor (Bolívar lo hacía, pero buena parte del periodo estuvo fuera; al igual que Bello) y por eso expresó y legó un testimonio de encono que, si nos atenemos a los hechos, el resto de la sociedad compartía. ¿O qué podemos pensar de la pardocracia como “inclinación natural y única, para el exterminio de la clase privilegiada”4, practicada por sus compañeros de casta y de color? Aunque, hasta donde sabemos, no hizo un llamado franco a la matanza de blancos, fue quien fulminó al Libertador con aquello de que tenía la “democracia en los labios y la aristocracia en el corazón”5, así como el destinatario de las burlas de El Correo del Orinoco, que en aquel certamen de insultos que

  Quien propuso esta categoría para definir al proceso en el sentido del gran debate sobre la sociedad que implicó, fue Germán Carrera Damas, (1995). 3   Convencionalmente se señala esto porque en el Semanario de Caracas, que fundó junto a Miguel José Sanz en 1810, se encargó de divulgar estadísticas y noticas para fomentar la agricultura y la cría, en las que aparecen las primeras referencias de botánica y zootecnia de las que tengamos noticias en Venezuela. También hizo reflexiones sobre los pueblos prehispánicos, incluso con base en los vestigios arqueológicos que había hallado; bien que con el objetivo de demostrar su inferioridad cultural. 4   “La igualdad legal no es bastante por el espíritu que tiene el pueblo, que quiere que haya igualdad absoluta, tanto en lo público como en lo doméstico; y después querrá la pardocracia, que es la inclinación natural y única, para exterminio después de la clase privilegiada”, Simón Bolívar a Francisco de Paula Santander, Lima, 7 de abril de 1825. En Bolívar, S. (1982, tomo 3, p. 1.082); (Bolívar, 1975, vol. 2, p. 116). 5   Gaceta de Caracas, núm. 12, 19 de abril de 1815. 2

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también fue la guerra, se mofó de su adscripción a los españoles y no a sus “hermanos de Guinea”, como ya veremos.6 Pero al mismo tiempo todo indica que él soñaba con un despotismo ilustrado, muy en la “primera modernización” de los Borbones. Como casi todos los funcionarios del entre siglo, creyó en la ciencia, en el progreso, en las artes útiles; participó en la junta de la vacuna contra la viruela en 1804, intentó reorganizar los hospitales7, incluso ayudó a formar una filarmónica en Caracas, pero todo eso sólo lo consideraba posible bajo el manto severo y benéfico de un rey ilustrado, con poderes absolutos. En todos los lances políticos de su vida —que terminan en las guerras carlistas durante su exilio español— se mantendrá firme en sus convicciones. Es notable, por ejemplo, la manera en que rodea en las cartas a las teorías pactistas, que entonces quedan básicamente en manos de los patriotas —y que progresivamente van abandonando hacia 1820—, para centrarse en los clásicos, de los grecolatinos a los castellanos. La nueva lectura que de las viejas tesis pactistas hacen los actores de 1808, y que según Guerra es uno de los signos inequívocos de la llegada de la modernidad política en el mundo hispano (Guerra, 2000), no ocurre en él.8   Sobre José Domingo Díaz, véase: Archila, (1970); Gómez Pérez, (1998); Gómez Pérez, (1991); Straka, (2000); Ramírez Martín, (2010). 7   Una de las raíces de su desencuentro con los criollos fue el menosprecio que sufrió en la Junta de vacunación, donde se burlaron de sus capacidades médicas, que pusieron en tela de juicio. El problema lo hace marchar a España, donde la Junta Central premia su trabajo como inspector de hospitales, cargo que la Junta Suprema de Caracas le deroga. Domingo Monteverde y Pablo Morillo lo ratifican en el cargo, donde dio muestras notables de humanidad. Para sus problemas con Vicente Salias, también de la Junta de vacunación: Gómez Pérez, (1995). 8   A pesar de que el “Manifiesto de las Provincias Unidas de Venezuela a todas las Naciones Civilizadas de Europa”, que redacta y publica el mismo año con el objetivo de negar la legitimidad del Congreso de Angostura, y que es firmado por unos trescientos munícipes de los cabildos de españoles y de indios de la mayor parte del país, basa su argumentación en la vieja idea de soberanía y de “pueblo” centrados en las corporaciones, y no en la comunidad de individuos libres que supuestamente llevó por el sufragio a los diputados de Angostura a sus curules, y que para él no es legítima. El Manifiesto también fue publicado en francés y en inglés; apareció en varias partes, 6

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De este modo, hallamos en la primera carta uno de los más formidables testimonios que sobre los alcances ideológicos de la disputa de la Emancipación ha llegado a nosotros, especialmente en el sentido de la pugna entre los nuevos y los viejos lenguajes que entraron en colisión. Espeta Díaz al redactor de El Correo del Orinoco: 1.º Yo no sé cambiar los nombres de las cosas: aquellos nombres que el uso común, los maestros del idioma, y la sucesión de muchos años han establecido para significarlas. Así: yo no sé llamar libertad à la licencia y al desenfreno : felicidad à la miseria efectiva y à la vana posesión de nombres aéreos é insignificantes : república à una turba de hombres perdidos en que el mas astuto y perverso esclaviza bárbaramente à los demás: fanatismo à la virtud pura y severa: derechos imprescriptibles del hombre à la insubordinación y à la rebelión: ilustración a la pedantería : filosofía a un conjunto de máximas y principios de subversión y de ideas siempre funestas y peligrosas à la tranquilidad de los pueblos : política al doblez, á la mentira y à la perfidia: patriotismo al furor revolucionario y al deseo del trastorno del orden establecido: igualdad á la confusión de situaciones cuya diferencia han señalado la naturaleza y la fortuna : pueblos à los holgazanes, á los perdidos y á aquellos que no tienen lazos ni intereses algunos para con la sociedad : fortaleza de espíritu á la impiedad ; y otros muchos de que puede dar á V. una larga lista el Sr. Zea, quien la ha recibido de buenos maestros.9

El testimonio es notable ya que, en primer lugar, demuestra la naturaleza del pensamiento del grueso de los realistas (ya con los liberales las cosas cambian), en cuanto discurso, digamos, reaccionario, es decir, que comenzando en la Gaceta de Caracas. Como libro salió en Madrid, en 1820, en la Imprenta de Álvarez. Es la edición que está guindada en la red, en la Biblioteca Digital Hispánica: http://bibliotecadigitalhispanica.bne.es/view/action/singleViewer.do?dvs= 1315415409829~238&locale=es_MX&VIEWER_URL=/view/action/singleViewer. do?&DELIVERY_RULE_ID=10&frameId=1&usePid1=true&usePid2=true 9   “Primera carta al redactor de El Correo del Orinoco”, Gaceta de Caracas, núm. 251, Caracas, 9 de junio de 1819, p. 1.933.

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en vez de ofrecer algo nuevo, se limitó a desmentir a sus contrincantes, por mucho que (también como todo discurso reaccionario) lo hiciera con un estilo muy agudo, irónico, y no carente de argumentos difíciles de rebatir (incluso hoy). Díaz parece estar esencialmente irritado por el “desorden político-lingüístico” que entonces sacude al mundo hispánico, y que en todas partes encuentra sensibilidades ofendidas como la suya.10 Por ejemplo su crítica al famoso Discurso de Angostura, que ocupa varias de estas cartas, es al respecto una pieza esencial para entender cómo los realistas podían leer e interpretar las propuestas del Libertador: aunque en algunas de sus conclusiones llega a coincidir con los sectores más liberales del Congreso (por ejemplo en la suspicacia frente a los supuestos deseos monárquicos de “Simón I de Angostura”, como se burla de él); en vez de contestarle con alguna propuesta alternativa, se limita a usar sus propias palabras —expediente común en sus textos, que por generaciones ha hecho rabiar al espíritu patriota— para demostrar —eso creyó— que los sistemas republicanos y democráticos son inviables: si hasta Bolívar mismo lo dice, ¿pues qué más pedir?11 En segundo lugar porque las cartas en sí mismas expresan el papel de la prensa y el de la naciente opinión pública en la disputa. No es cualquier cosa que Díaz se haya propuesto saldar las cuentas con el redactor del periódico (en realidad los redactores), porque es ahí, en ese nuevo espacio   “Coincidiendo, no por casualidad, con el apogeo del pensamiento ilustrado y con las llamadas ‘reformas borbónicas’, en todo el mundo hispano empezaron a oírse quejas cada vez más frecuentes contra un cierto desorden político-lingüístico que estaría corrompiendo el lenguaje y echando a perder los significados ordinarios de las palabras […].” (Fernández Sebastián, 2008). 11   Si cotejamos sus textos con la caracterización que Albert O. Hirschman hace de los textos reaccionarios, sorprende ver hasta qué punto echa mano de sus expedientes fundamentales: la tesis de la perversidad de las ideas de los innovadores (siempre sostiene que se trata de cosas de “hombres perdidos”); la tesis de la futilidad de sus propuestas (llamará alucinación y novelería a sus ideas); y la tesis del riesgo (sistemáticamente compara el estado de destrucción de Venezuela con la revolución al de la prosperidad anterior). Véase: Hirschman, (2004). Para leer a José Domingo Díaz, véase: Díaz, (2011); Straka, (2009). 10

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de lo público que la opinión construye donde tales enfrentamientos comienzan a hacerse. De hecho, eso más o menos venía siendo así desde 1810, cuando el cambio de régimen permite de facto la libertad de imprenta, e incluso un poco antes, desde 1808, cuando aprovechando la coyuntura de la crisis de la monarquía esta es, después de muchas solicitudes negadas, finalmente introducida a Caracas. Díaz, coeditor con Miguel José Sanz del primer periódico privado de Venezuela, El Semanario de Caracas, sabía de lo que estaba hablando. En este sentido, las presentes páginas esperan ofrecer una visión de conjunto de lo que la prensa representó en aquella tremenda circunstancia en la que, en efecto, cambiaron los nombres y muchas cosas más. De qué manera fue portavoz de un nuevo pensamiento, hasta qué punto constituyó, por sí misma, un cambio cualitativo en las sociabilidades e imaginarios políticos, en la construcción de lo público y en los nuevos valores que en efecto revolucionaron la sociedad. Una cierta afirmación de la individualidad y de la libertad se expresa en ese nuevo venezolano, inexistente hasta entonces, que se siente con el derecho y la fortaleza suficientes para plantear sus pareceres ante el mundo e influir en las decisiones del poder. Tomaremos como límites los años de 1808, cuando se introduce la imprenta en Venezuela y aparece la Gazeta de Caracas, bajo la redacción de un joven y aún monárquico Andrés Bello, secretario del Capitán General, y 1822, cuando tanto este periódico como El Correo del Orinoco dejaron de publicarse. De algún modo las fechas marcan el momento fundamental del ciclo emancipador. Después de 1822, si bien la prensa mantiene un papel protagónico en la disputa, (incluso más que antes) y en alguna medida se recoge el espíritu del periodismo pugnaz, lleno de ideas y propaganda de la primera hora que la guerra llega a eclipsar, sus temas poco a poco empiezan a ser otros. La unión con Bogotá, el modelo de república, el nacimiento de una doctrina liberal autóctona, la oposición a Bolívar y a Santander, sustituyen el debate a favor del modelo republicano y de la separación de España, ya resuelto en el campo de batalla. No es que estos nuevos problemas dejaran de formar parte de la 168

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disputa global (baste ver lo que representaba la oposición venezolana a la unión y al proyecto constitucional bolivariano, para retomar mucho de lo planteado en 1811), pero el punto es que ya todos hablan en el lenguaje de la modernidad que tanto enfurecía a Díaz. Es decir, ya el debate no está entre quienes defienden, por ejemplo, la libertad de cultos y quienes no; sino entre disidencias dentro de un mismo marco ideológico global. Por ejemplo, el investigador Guillermo Tell Aveledo ha subrayado la notable diferencia entre el primer gran debate sobre el tolerantismo que impulsa William Burke en 1811, cuando tendencialmente la élite se ofende por la propuesta y el escándalo obliga a las autoridades a dar grandes muestras de fidelidad a la religión verdadera; y el que se genera en 1826 por el folleto La serpiente de Moisés, de Franciso Margallo, aparecido en Bogotá y reimpreso entonces en Caracas por el padre Miguel Santana. Esta vez la élite se ofende por la intolerancia que sostiene el texto; lo señala lesivo a las garantías de la constitución y hasta logra la detención y final multa de Santana (Aveledo Coll, 2004a). En este contexto, de vez en cuando Díaz manda pasquines desde su exilio puertorriqueño, pero pocos le hacen caso. Su tiempo había pasado. Por eso El Iris de Venezuela, que brevemente sustituye a la Gaceta; El Anglo-Colombiano o El Venezolano, nuevos protagonistas del momento, si bien mantienen esa función de “artillería del pensamiento” que, según frase muy popular, el Libertador le atribuyó a los periódicos, ya disparan sus obuses en otra dirección. Con ellos el tiempo del que José Domingo Díaz fue actor y encarnación —indistintamente de que estuviera en el bando perdedor— dio paso a otra realidad. Una en la que la prensa y el pensamiento —y por ambas vías los lenguajes políticos y los valores— de los venezolanos pasara a ser fundamentalmente liberal. La máquina revolucionaria El 23 de septiembre de 1808 llega al puerto de La Guaira la goleta “Fénix”, procedente de Trinidad. Entre sus pasajeros hay dos británicos (uno, para más señas, irlandés), James Lamb y Mateo Gallagher, y sus tres esclavos, que traen con sus equipajes una carga que resultaría inédita para los caleteros El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de José Domingo Díaz

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del puerto: son productos industriales, tubos, artefactos de unas formas y proporciones pocas veces vistas, tornillos, cajones, llaves. Una carga que no sólo pondría a Venezuela en contacto con un mundo tecnológico que apenas intuía a lo lejos, sino que, de forma más sustancial, logrará meterla en una era por la que tenía rato soñando, pero a la que no había podido terminar de entrar: la de la palabra impresa. Pocas revoluciones, por lo tanto, han sido más importantes en la historia de esta nación. En efecto, después de haber sido negada en varias ocasiones, finalmente llega la imprenta a Caracas. Y con ella, un mes más tarde, el 24 de octubre de 1808, aparece el primer periódico venezolano, La Gazeta de Caracas, órgano del capitán general, cuya redacción se deja en manos de un talentosísimo joven que se ya había hecho famoso con sus versos, que sabe inglés y que, pese a su edad (28 años), ya es el secretario del despacho: Andrés Bello. Por varias razones, además de las ya aducidas, tanto la llegada de esta imprenta como la publicación del primer periódico marcan un hito en la vida venezolana. Representan una revolución que abarca, traspasa e incluso supera a la otra en la que normalmente repara la historia: esa que estalla dos años después, la de la Emancipación. La llegada de la imprenta debe entenderse como el primer episodio de un nuevo tiempo. Como el primer acto autonómico, por mucho que lo llevaran adelante el capitán general y el intendente (eso sí: ya completamente presionados por la élite). Solicitada como reivindicación esencial de una provincia por cuyos progresos todos apostaban desde hacía un cuarto de siglo, tanto la lejanía de los centros del imperio (que sí tenían imprenta desde mucho antes: México desde 1535, Perú desde 1584), como su espíritu levantisco (el alzamiento de 1749, en el que todas las castas se unen para poner en jaque a las autoridades metropolitanas, aún generaba temores; pero no menos que las rebeliones negras en un territorio vecino de las Antillas y donde muchos suspiran por Haití, como ya se había verificado en la sierra de Coro en 1795) y su cercanía con los herejes y enemigos de la Corona, que estaban en frente de sus costas, y con quienes comerciaban de una forma tan entusiasta como poco atenta a los dictámenes de Madrid, movió a que su majestad le negara una y 170

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otra vez el derecho a imprimir sus papeles.12 Para colmo de males son los inmigrantes franceses —que no por huir de las degollinas de Haití y las otras Antillas francófonas, dejan de ser sospechosos—, los primeros en imprimir un periódico venezolano en la semi-autonomía que gozaban en la isla de Trinidad, parte de la Capitanía hasta 1797, y donde habían sido recibidos como una forma de paliar su crónico problema de despoblamiento.13 No hay noticias de que el Courier de la Trinité Espagnole (aparecido entre agosto de 1789 y enero de 1790, bajo la dirección del irlandés John F. Willcox), haya tenido especial impacto en el resto de las provincias. De hecho, fue suspendido por el último gobernador español, quien además expulsó al editor (Leal, 1985). Algo similar puede decirse de la imprenta que trae Francisco de Miranda en sus expediciones de 1806. Vale destacar que nuevamente aparece relacionada con las revoluciones antillanas —y en general con el ciclo de las revoluciones atlánticas— que tanto impacto tendrían en las siguientes dos décadas en Venezuela, así como en específico con la disputa de la emancipación. Tras sus fracasos, el Precursor se refugia en Trinidad, ya ocupada por los ingleses en una de las tantas carambolas bélicas de entonces (recuérdese que por la Paz de Basilea y el Tratado de San Ildefonso, España era ahora aliada de la República francesa). Allí la deja, y se tienen fundadas sospechas de que esa imprenta llega a Venezuela dos años después (Grases, 1958). En efecto, para mediados de 1808 su majestad está presa. En Caracas, como en todo el mundo hispano, hay una ola de patriotismo anti-francés, que tiene su cúspide el 15 de julio, cuando un verdadero tumulto se   Ya en 1790 el Real Colegio de Abogados había comisionado a Miguel José Sanz para que consiguiera una imprenta para la capital. En 1800 el Real Consulado intentaría otro tanto. La Corona rechazó ambas tentativas. Sobre el tema, véase: García Chuecos, (1958a); García Chuecos, (1958b); Grases, (1967); Febres Cordero, (1977); Ratto-Ciarlo, (s. f.). 13   Sobre el impacto de la dinámica de las revoluciones caribeñas en Venezuela: Ponte, (1919); Córdova-Bello, (1967); Naipaul, (1969); Noel, (1972); Sevilla Soler, (1988); Gómez Pernía, (2004); Dávila, (2010). 12

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rebela contra el emisario francés que vino a hacer reconocer a José I, y a proponer la creación de una Junta por parte de la nobleza de la capital el 24 de noviembre (la llamada Conjura de los Mantuanos). Aunque los más perspicaces barruntan que dentro llevaba otro patriotismo, más local, de alcances y connotaciones distintos, a los aducidos de defensa de la patria (aún España), Dios y el rey, y de hecho al final son encarcelados los comprometidos, el discurso aún se mantiene (acaso falazmente) en los parámetros de la lealtad.14 Es en este contexto que el capitán general Juan de Casas (que siempre mantuvo una postura ambivalente ante los complotados) y el intendente Juan Vicente de Arce deciden comprar una imprenta para publicar un periódico que ayudara a revertir el montón de rumores provenientes de las Antillas sobre la caída definitiva de España en manos de los franceses (y si algo asustaba a los criollos era un gobierno francés, que pudiera replicar en Caracas un segundo Haití: temor que al cabo se confirmaría con la “guerra de colores” que estalla unos años después). El encomendado para la tarea fue Manuel Sorzano, uno de los tantos criollos que siguieron viviendo en Trinidad (la presencia hispánica en la isla se prolongará por medio siglo: el sistema español de cabildos se mantuvo hasta 1840, mientras la legislación española no vino a derogarse hasta 1848). Sorzano es quien contacta al irlandés Mateo Gallagher, quien, muy probablemente, fue el que compró la imprenta de Miranda en 1807, y desde 1799 venía publicando el periódico Trinidad Weekly Courant. Con su socio comercial James Lamb acepta la propuesta —que tendría desastrosos resultados económicos para los dos, como veremos— de montar una imprenta en Caracas. El atractivo principal estaba en que tendrían el privilegio de ser los impresores del capitán general, en especial de la Gazeta que tenía planeado editar. Así, en septiembre de 1808 llegan a lo que esperaban fuera su nuevo y promisorio destino. Sus tres esclavos —cuyos nombres no registra la historia— son los iniciadores de las artes tipográficas en Venezuela. Y su imprenta la primera pieza de la “artillería” de la revolución —o si preferimos subrayar el sentido más   Véase: Quintero, (2002); Vaamonde, (2008).

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cívico e intelectual que los impresos tuvieron en la disputa, la primera máquina, que al cabo fue, probablemente, de las primeras de la Revolución Industrial que llegaron—. Nace la opinión pública Aunque es mucho lo que se ha escrito sobre la Gazeta de Caracas que aparece el 24 de octubre de 1808 (será en 1815 que José Domingo Díaz castellaniza el nombre a Gaceta), aún está por hacerse una monografía integral. Y eso a pesar de que en cada uno de los nueve tomos de la edición facsimilar que produjo la Academia Nacional de la Historia en 1983 y 1986, aparece una “Nota editorial” muy erudita del historiador Manuel Pérez Vila, a la que siempre sigue un “Estudio preliminar” a cargo de algún especialista, bien solicitado para la edición, o ya publicado antes (hay autores clásicos, con muchos años de fallecidos para entonces, como Luis Correa, Arístides Rojas, Manuel Segundo Sánchez y Mariano Picón-Salas).15 Probablemente un artículo reciente de la investigadora Mirla Alcibíades (2010) sea la mejor síntesis del actual estado de la cuestión sobre el periódico. Escapa de los objetivos de este capítulo un análisis pormenorizado de cada una de las etapas de aquella publicación que nace con el aparente sosiego de “contribuir a la instrucción pública, y a la inocente recreación que proporciona la literatura amena”, para lo que invita a “todos los Sugetos y Señoras, que por sus luces e inclinaciones se hallen en estado de contribuir á la instrucción pública” a que concurran con escritos en “Prosa o Verso”, según leemos en su primer número.16 Sosiego aparente que en esa primera etapa convencionalmente llamada “colonial” se intenta reflejar en muchos de los números, en efecto dedicados a la “literatura amena”   Sus autores son: Pedro Grases, Tomo I; Manuel Pérez Vila, Tomo II; Elías Pino Iturrieta, Tomo III; Luis Correa y Mariano Picón-Salas; Tomo V, Arístides Rojas; Tomo VI, Elías Pino Iturrieta; Tomo VII, Manuel Segundo Sánchez; Tomo VIII, Olga Santeliz Cordero; Tomo IX, Ricardo Archila. 16   Alcibíades ha insistido sobre este llamado a las señoras, que tal vez denote la existencia de escritoras cuyo rastro hemos perdido. Hasta el momento sólo conocemos una poetisa colonial: Sor María Josefa de los Ángeles (1770-1818). (Alcibíades, 2010, p. 6). 15

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—¿falta de noticias?, ¿deliberado deseo distraccionista, cuando todo el mundo está comiéndose las uñas con las informaciones que a diario llegan de Trinidad y Curazao?— pero que oculta las razones de fondo por las que se funda (tener un control mínimo sobre las noticias), e incluso por la circunstancia que permiten hacerlo: la ausencia de un rey en España que, una vez más, negara la introducción de la imprenta. En el número 10 (25 de noviembre de 1808) sale el primer texto de un venezolano, “Un eclesiástico del Obispado de Mérida de Maracaybo, á los habitantes de la América Española”, que se ha determinado fue monseñor Mariano de Talavera y Garcés (Hernández Bencid, 2006), y con él estalla en sus páginas el verdadero estado del país: en este caso, a través de una filípica a favor del Deseado, que denota todo el clima de crispación de aquella sociedad. Obviamente todo cambia el 19 de abril de 1810, cuando destituyen a las autoridades metropolitanas y se crea una junta caraqueña en sustitución. Ocho días después la Gazeta comienza su segunda etapa, convencionalmente llamada “patriota” o “republicana”. A partir de entonces sufrirá los vaivenes de un país cada vez más sometido a la violencia y al azar. Su edición número 95, del 27 de abril de 1810, ya marca el sentido de unas acciones que si bien dijeron estar bajo la fidelidad al monarca preso (y tal vez para muchos sinceramente fue así), demuestran en esta, como en todas sus ejecutorias, una ruptura dramática con el orden anterior. Se asumen letras góticas y se coloca el lema, muy sugestivo para la hora, de: Salus populi suprema lex est. ¿Ha comenzado o no un nuevo tiempo? Leemos en el editorial de aquel día: Cuando las sociedades adquieren la libertad civil que las constituye tales es cuando la opinión pública recobra su imperio y los periódicos que son el órgano de ellas adquieren la influencia que deben tener en lo interior y en los demás países, donde son unos mensajeros mudos, pero veraces y enérgicos, que dan y mantienen la correspondencia recíproca necesaria para auxiliarse unos pueblos a otros. La Gazeta de Caracas, destinada ahora a fines que no están de acuerdo con el espíritu público de los habitantes de

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Venezuela, va a recobrar el carácter de franqueza y de sinceridad que debe tener, para que pueda el Gobierno y el Pueblo lograr con ella los benéficos designios que han producido nuestra pacífica transformación [...].17

Como vemos, del lema para abajo, empezaban a cambiar “los nombres de las cosas”. Como señala el comunicólogo Marcelino Bisbal, “el pensamiento independentista y fundacional del nuevo espacio en la América cobrará vida tipográfica a través de los ‘tipos móviles’” (Bisbal, 2004, p. 17). En efecto, las juntas que se forman en las principales ciudades del país (menos Maracaibo y Angostura) y que se subordinan a la Junta Suprema de Caracas, van a actuar como una especie de regencia criolla y liberal, que en nombre del bien amado don Fernando, de forma veloz empiezan el desmontaje del Antiguo Régimen con un conjunto de notables medidas de carácter, digamos, “liberal” (así al menos las definió ya Bolívar en 181218): se permite la libertad económica en los puertos, se suprimen las alcabalas para los productos de alto consumo, se le da representatividad (bien que por interpersona) a los pardos, se prohíbe la trata, se convoca a elecciones con un sistema moderno (es decir, por individuos libres, y no corporaciones; y definido por criterios censitarios, y no de castas o hidalguía) y de facto se permite la libertad de imprenta, que después regulariza (Vaamonde, 2009). Todo eso traerá como consecuencia el surgimiento de la opinión pública como un actor fundamental en la política (Ramírez, 2009).

  Gazeta de Caracas, núm. 95, del 27 de abril de 1810.   Son célebres las frases de su “Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un Caraqueño”, convencionalmente conocido como “Manifiesto de Cartagena”, del 15 de diciembre de 1812: “Yo soy, granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de en medio de sus ruinas físicas, y políticas, que siempre fiel al sistema liberal, y justo que proclamó mi patria, he venido a seguir aquí los estandartes de la independencia, que tan gloriosamente tremolan en estos estados”. Se le encuentra en muchas partes, véase, por ejemplo: http://www.ensayistas.org/antologia/XIXA/ bolivar/bolivar4.htm 17 18

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Como si hubieran estado ansiosos por decir sus pareceres, los venezolanos salen a publicar sus opiniones sobre los más variados temas. Después de que Gallagher y Lamb editan, aún por encargo del capitán general, el primer libro impreso en Venezuela, el Calendario Manual y Guía Universal de Forasteros en Venezuela para el año de 1810, hay una verdadera explosión de ediciones. Pronto se establecen dos nuevas imprentas en Venezuela, en Caracas la del criollo-francés —se trataba de un petit-blanc de Santo Domingo Francés— Juan Baillío, en sociedad con Luis Delpech, de prolongada influencia histórica, no sólo por ser el impresor por excelencia de casi todas las nuevas iniciativas editoriales que nacen entonces, sino por haber constituido la escuela de los primeros impresores venezolanos (Grases, 1967, pp. 121-146); y la de Manuel José Rivas, en Cumaná, de la que no se tienen más noticias (p. 149). Con ellas comienza a desarrollarse un nuevo (y, según los modos y temas que impone, en los próximos cincuenta o hasta setenta años, definitivo) periodismo en Venezuela. Ellas rompen el monopolio oficioso de la Gazeta de Caracas y así, en noviembre de 1810 y salido de las prensas de Baillío aparece el primer periódico particular, es decir, no oficial e independiente, de Venezuela, el Semanario de Caracas; en enero de 1811 la Sociedad Patriótica saca a luz El Patriota de Venezuela; el mismo mes la revista de temas mercantiles y culturales El Mercurio Venezolano; en julio aparece El Publicista de Venezuela; y en octubre sale en Cumaná El Patriota Venezolano. Todos se convierten en portavoces de la revolución y del corolario moderno que proponen.19 El 2 de marzo de 1811 también impreso por Baillío sale un libro escrito por los frailes del convento de San Francisco, en Valencia, con el largo y, para nuestra sensibilidad de inicios del siglo XXI, inquietante título de Apología de la intolerancia religiosa contra las máximas del irlandés D. Guillermo Burke, insertos en la Gazeta de Caracas del martes 19 de Febrero de 1811, No. 20, fundada en la doctrina del Evangelio, y en la experiencia de lo perjudicial que es al Estado la Tolerancia de Religiones. Ese mismo día, Antonio Gómez, doctor en medicina por la Universidad   Puede revisarse una selección de los mismos en: http://www.ucab.edu.ve/ucabnuevo/SVI 19

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de Caracas, pero hombre de fe y preocupado por las cosas públicas, firmó otro texto que después de salir por entregas en la Gazeta de Caracas también vería la luz en las prensas de Baillío bajo el título de Ensayo político contra las reflexiones del S. William Burke, sobre el Tolerantismo, contenidas en la Gazeta de 19 de Febrero último.20 El primer gran debate que escenifica la opinión pública en Venezuela había comenzado. Ocurre que el 19 de febrero de 1811 el irlandés William Burke, un revolucionario y aventurero que vino siguiendo a Francisco de Miranda, aprovecha la nueva libertad para publicar en la Gaceta un artículo titulado “Libertad de cultos”. Aquello genera un escándalo inédito en aquella sociedad. Artículos, panfletos, pasquines, saldrán a desmentirle. A tales grados llega el problema, que el gobierno debe ratificar (y así lo hará la república que nace en julio) que jamás pensó en otra cosa que en el catolicismo como religión de Estado.21 Pero también lo alerta sobre las consecuencias de la libertad de imprenta. Es notable que ya al día siguiente de su ejercicio los congresistas de la república que acababan de promulgarse en el 5 de julio de 1811, empezaran a hablar de regulación. En el Publicista de Venezuela, número 4 (25 de julio de 1811), aparecerá entonces un “Reglamento de Libertad de Imprenta en Venezuela” (Ratto-Ciarlo, 1971). Hasta el momento, la libertad de imprenta se había dado, como llevamos dicho, de facto. Con la declaratoria de los “Derechos del Pueblo” por el Congreso el 1° de julio de aquel año, se estableció que el “derecho de manifestar sus pensamientos y opiniones por voz de la Imprenta, debe ser libre, haciéndose responsable á la Ley, si en ellos se trata de perturbar la tranquilidad pública ó el dogma, la propiedad y honor del Ciudadano.”22 Pero con el “Reglamento” de este derecho, ya la libertad de imprenta, caballo fundamental de toda la modernidad política y social,   Ambos textos están compilados en La libertad de cultos. Caracas, Academia Nacional de la Historia, Sesquicentenario de la Independencia núm. 12, 1959. 21   Véase: Burke, (1959); Virtuoso, (2001); Aveledo Coll, (2004b). 22   “Derechos del Hombre en Sociedad”, Art. 1°, ordinal 4°, en “Derechos del Pueblo”. El Publicista de Venezuela, 18 de julio de 1811, p. 20 20

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queda consagrada. Es un paso esencial en la configuración de nuestro republicanismo, “Todos los Cuerpos y personas particulares de cualquier condición y estado que sean, tienen libertad de escribir, imprimir, y publicar sus ideas políticas, y demás no exceptuadas, sin necesidad de licencia, revisión, y aprobación alguna anteriores á la publicación”, dice el artículo primero.23 Por eso, aclara su Artículo 2, “queda abolida toda censura de las obras políticas precedente a su publicación”, de lo que se exceptúan, claro está, “los escritos que directamente traten de materias de religión”, que quedan bajo el control de las autoridades eclesiásticas y bajo los criterios de la constitución Solicita et provida de Benedicto XIV. El periodismo que nació con la revolución24 El corto periodo conocido en la historia venezolana como Primera República se convierte así en un momento propicio para el nacimiento de una prensa esencialmente política, destinada a difundir y debatir opiniones, y en ocasiones a la simple propaganda, más que a la información.25 Miguel José Sanz26 y el que luego llegó a ser el gran publicista del rey en Venezuela, José Domingo Díaz, contribuyeron a la pedagogía política   “Reglamento de la Libertad de Imprenta en Venezuela”, El Publicista de Venezuela, 25 de julio de 1811, p. 29. 24   Con anterioridad hemos publicado un artículo con este título, muchas de cuyas apartes son recogidas en éste, véase Straka, (2008). 25   Sobre el tema, véase: Imprentas y periódicos de la emancipación. A dos siglos de la Gaceta de Caracas, (2008). 26   Nacido en Valencia en 1756 y ejecutado por los realistas después de la batalla de Urica, en 1814, Sanz es, sin lugar a dudas, una de las más importantes cabezas de la Ilustración venezolana. Rico hacendado e importante jurista, sus credenciales y fama le han valido pasar a la historia con el epíteto del Sabio Sanz o del “Licurgo de Venezuela”, como lo llamó Depons por unas ordenanzas que preparó para Caracas. Fundador de la Cátedra de Derecho Público en el país, del Colegio de Abogados y promotor de la introducción de la imprenta en los días de la pre-revolución, en lo que ésta estalló ocupó altos cargos en el nuevo gobierno, como el de secretario de Estado, fundó el primer periódico independiente de Venezuela y a través de él promovió un republicanismo ortodoxo y moderado. Véase: Molina Peñaloza, (1993). 23

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con su Semanario de Caracas27, donde el segundo publicaba artículos de divulgación científica y el primero tratados sobre moral republicana.28 Estos, sobre todo, tienen un valor histórico excepcional. En sus editoriales, que bajo el título de “Política” abrían cada número, Sanz configuró lo que probablemente esperaba recoger en un tratado como si la guerra y, con ella, la muerte no hubieran truncado su labor de repúblico y de ideólogo. Recogidos por Pedro Grases, hoy los encontramos en un volumen con el título de Teoría política y ética de la Independencia.29 Tópicos como la subordinación civil, la libertad de discurrir y la felicidad pública constituyen sus apretadas y eruditas exposiciones, que en gran medida eran una traducción de los Essay on the History of Civil Society de Adam Ferguson.30 Claro, en Sanz la búsqueda era más académica y atildada, con él se trataba de una república morigerada, de ciudadanos virtuosos, con un apego y un respeto a las leyes que garantizara la buena marcha del Estado y llevara a los individuos a la felicidad; pero no por eso dejó de ser una búsqueda plenamente integrada a la que perseguían todos los demás. El Semanario de Caracas fue publicado entre el 4 de noviembre de 1810 y el 21 de julio de 1811. La incorporación de Sanz a altos cargos en el gobierno de la República y la definitiva ruptura de Díaz con la Emancipación fueron, seguramente, las causas del cierre del periódico. Por su parte, el Patriota de Venezuela, que frente al Semanario vendría   Hay una reproducción facsimilar editada por la Academia Nacional de la Historia, se trata del número 9 de su colección Sesquicentenario de la Independencia, Caracas, 1959. 28   Julio Barroeta Lara publicó una monografía con tesis extremadamente adversas a esta empresa editorial: (1987). Una tribuna para los godos. El periodismo contrarrevolucionario de Miguel José Sanz y José Domingo Díaz. Caracas, Academia Nacional de la Historia. Consideramos que, más allá del claro talante moderado de Sanz y de la final y encendida postura realista que asumió José Domingo Díaz, su obra merece una ponderación más equilibrada. 29   Caracas, Ediciones del Colegio Universitario Francisco de Miranda, 1979, 140 pp. 30   Fernando Falcón, “Adam Ferguson y el pensamiento ético y político de Miguel José Sanz: Notas para la reinterpretación del Semanario de Caracas (1810-1811)”. Politeia 21 (1998): 191-224. 27

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a ser algo así como la versión radical del mismo proyecto, apareció en enero de 1811. Se publicaron sólo siete números, hasta el 18 de enero del año siguiente, 1812.31 Fue un órgano de la Sociedad Patriótica, un club similar a los de la Francia revolucionaria del que pronto Francisco de Miranda (que regresa a Venezuela a finales de 1810) se haría líder. No sin cierto presentismo, se la ha llamado “el primer partido político de Venezuela”.32 Sus discursos y manifestaciones de estilo jacobino, su facción autodenominada “Los sin camisas” y su periódico van a tener una enorme influencia en el desarrollo de los hechos posteriores. Redactado por Vicente Salias y Muñoz Tébar, su lenguaje era absoluta, encendidamente revolucionario y su petición fue, desde el primer momento, la solicitud de la independencia absoluta de España. De El Mercurio Venezolano sólo aparecieron, que sepamos, tres números en enero, febrero y marzo de 1811.33 Pero esos tres bien valen todo un estudio. Su redactor fue el italiano Francisco Isnardy o Isnardi (1750-después de 1820), otro de los grandes publicistas del movimiento (y nada menos que uno de los redactores del Acta de Independencia). Como con Baillío y con los impresores Gallagher y Lamb, en su caso el periodismo venezolano también se asocia a los vientos revolucionarios que soplaron en las Antillas: una vida de aventuras lo había llevado a Holanda, de allí a la Guayana holandesa, donde llega a secretario de la Compañía de Las Indias en la región, de ella se marcha buscando negocios a Trinidad y luego, por las mismas causas, a Güiria.   Están reproducidos entre las páginas 311 y 449 de Testimonios de la época Emancipadora (Caracas, Academia Nacional de la Historia/Colección Sesquicentenario de la Independencia No. 37, 1961). 32   “Nuestra república nació jurídicamente por la presión pública y el reclamo persistente que auspició la Sociedad Patriótica, nuestro primer partido, integrado por jóvenes vehementes y audaces que la estructuraron a la manera de los clubs políticos franceses.” Manuel Vicente Magallanes, Los partidos políticos en la evolución histórica venezolana, (Caracas, s.n, 1973), p. 12 33   Su reproducción en facsímil: Mercurio venezolano, Caracas, Academia Nacional de la Historia, Colección Sesquicentenario de la Independencia, núm. 25, 1960. 31

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El título Mercurio es un italianismo que merece algunas líneas. “Desde el siglo XVI, con el nacimiento de las designaciones de publicaciones periódicas, el vocablo Mercurio convive con el de Gazzeta y Coranto, con los cuales se designaba la prensa informativa y noticiosa”, según nos aclara la Comisión Editora de su facsímil, “en tal forma que en el siglo XVIII, en Francia, el término Gazette era signo de prensa política; el de Journal des Savantz, de prensa científica, y el de Mercure, de prensa literaria”.34 En efecto, como el dios mensajero de Júpiter, nuestro Mercurio fue el hermeneuta de la revolución. Sus páginas demuestran la gigantesca erudición de su redactor, que ya habían impresionado al viajero Dauxion-Lavaysse (Gabaldón Márquez, 1960, pp. 15-16). Además, Isnardy tenía en su haber el intento de algo similar con su proyecto El Lucero, que adelantó junto a Andrés Bello y del que sólo tenemos las noticias del prospecto aparecido en 1809 (Grases, 1981). Los vaivenes de la intensa hora política que a la vuelta de unos meses estalló impidieron su publicación. Bello se fue a Londres para no volver más, pero Isnardi, en cuanto pudo, emprendió solo la obra. Ese es El Mercurio. Le “dedica mucho espacio, nos dice una investigadora contemporánea, a las noticias locales, y revela los primeros problemas de la futura república35; tiene una sección de noticias extranjeras, donde los acontecimientos de los países americanos en su lucha por la independencia ocupan un lugar privilegiado, así como las informaciones sobre la guerra en Europa. Por otra parte, se ocupa de las informaciones de entretenimiento con noticias de arte, literatura e industria” (Torrealba Arcia, 2005, p. 50).

  Ibídem, p. XVI.   En el número 1, por ejemplo, con el título de “Confederación de Venezuela” encontramos una detallada descripción de cada una de sus provincias y de sus principales potencialidades económicas y problemas, todo un documento geohistórico aún no suficientemente trabajado. Según la numeración de la reproducción de la Academia Nacional de la Historia, pp. 73-93. 34 35

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El Publicista de Venezuela, que aparece entre el 4 de julio y el 28 de noviembre de 1811 es un órgano oficial del Congreso Constituyente.36 Es, igualmente, redactado por Isnardi, quien deja de publicar El Mercurio en marzo por su nombramiento como Secretario del Congreso Constituyente. Pero su labor hasta la hora lo convierte en el candidato obvio para ser el publicista del poder legislativo. El Publicista, pues, se llamará el periódico. Sin embargo, no es un hijo directo del nonato Lucero ni del ya entonces venerable Mercurio. Fundamentalmente publica los debates del congreso y, como pocos, cumple su papel de transmisor (su nombre lo dice: es exactamente un publicista en la fabla de 1811) de las ideas éticas y políticas de la Emancipación. Finalmente, tenemos a El Patriota Venezolano, de Cumaná, es una de esas rarezas bibliográficas que, lamentablemente, son tan comunes en la historia de nuestros impresos (bien sean libros o periódicos): sólo contamos con un ejemplar que reposa en el Public Record Office de Londres. Los avatares de una vida republicana turbulenta y la casi inexistencia de bibliotecas y hemerotecas bien organizadas e institucionalizadas hasta mediados del siglo XX, hizo que la pérdida fuera la norma en vez que la excepción en el destino de nuestras publicaciones antiguas, sobre todo las del interior del país. De hecho, la obra de estudiosos como Manuel Segundo Sánchez, Pedro Grases y Manuel Pérez Vila se fundamentó, básicamente, en el rescate, análisis bibliográfico y la reproducción facsimilar de esas ediciones dispersas o perdidas, aporte por el cual nunca les vamos a poder estar suficientemente agradecidos. La Gazeta de Caracas del 20 de diciembre de 1811 (núm. 383) nos presenta su prospecto. En el ejemplar que está en Londres también leemos el prospecto, junto a algunas otras noticias (algo sobre la Huída de Montenegro y otra cosa sobre la marcha de Villapol sobre Guayana).37   Su reproducción en facsímil es el número 8 de la Colección Sesquicentenario de la Independencia de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1959. 37   El periódico se reproduce en Testimonios de la época emancipadora, núm. 37 de la Colección Sesquicentenario de la Independencia, Academia Nacional de la Historia, pp. 453-455. 36

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Nada indica que la empresa haya pasado de ese “síndrome del número uno”, con el que han muerto tantas iniciativas editoriales en Venezuela. Por este periódico sabemos que hubo imprenta en Cumaná. También se conocen dos ejemplares de una Gazeta Extarordinaria (18 de enero y 4 de julio de 1812), que, probablemente de forma eventual se publicó en aquella ciudad (he ahí su nombre: extraordinaria, usado entonces, fundamentalmente, para sobretiros que salían fuera del día habitual por la importancia de la noticia recibida). También se conocen otros dos impresos, un Manifiesto de la Junta Gubernativa Provincial y una Representación del mismo órgano, fechados en Cumaná en 1810 (Grases, 1967, pp. 149-151). La era de José Domingo Díaz Como con casi todos los sueños cívicos de la primera hora, la guerra ahoga también el de la libertad de expresión. Las urgencias de un alzamiento que tiende a generalizarse contra la república, de un Estado neonato que comete demasiados yerros y de un devastador terremoto, llevan al recurso extremo de una dictadura comisoria que recae en Francisco de Miranda.38 El 14 de mayo promulga una ley marcial que para muchos es la primera proclama de guerra a muerte que enlutaría al país, y que entre otras cosas establecía la pena capital para quienes hablaran mal del gobierno. Ya no serán posibles debates como los suscitados por William Burke. Al menos no en el clima de la civilizada polémica entre los miembros de una comunidad con opiniones contrapuestas, que no necesariamente quieren matarse por ello. El conflicto, que ya se anuncia muy cruento con la Ley Marcial —que en rigor no llega a aplicarse por el desmoronamiento de la república— adquiere toda su amplitud con la guerra a muerte promulgada por Simón Bolívar en 1813. Caracas cambia de dueño tres veces en tres años, y cada uno usará la Gazeta según sus intereses, para fines fundamentalmente propagandísticos. Tal vez la historia de Lamb y Gallagher sea la mejor   El clásico, aún insuperado sobre el tema: Parra-Pérez, (1992).

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muestra de las desventuras de nuestro primer periodismo: dejan de ser impresores del gobierno ya en 1810 (pasa a serlo Baillío), y si bien logran sobrevivir con muchos percances hasta 1815, entonces Pablo Morillo prácticamente los confisca, ya que si bien le “compra” la imprenta por más de dos mil pesos, hasta donde lo evidencian los documentos, para 1819 Lamb aún sufría el calvario de conseguir que le pagaran (Grases, 1989, pp. 106-107). La lógica militar, pues, sobre la noble y libertaria labor del impresor (además es bueno recordar que Morillo había traído una imprenta pero que ésta probablemente se hundió con el “San Pedro Alcántara”). Baillío, por su parte, emigra cuando cae la Segunda República en 1814, para retornar dos años después como impresor del Libertador. Queda entre tanto en Caracas uno de sus aprendices, Juan Díaz Gutiérrez, el primer venezolano del que se tengan noticias dedicado al arte de la impresión, y que actuará hasta el final de la guerra al servicio de los realistas. Al emigrar, después del triunfo patriota, a su vez tomará el testigo su aprendiz, Domingo Navas Spínola, que hará una gigantesca labor cultural y editorial en la república que nace en 1830. No obstante el gran personaje del momento será José Domingo Díaz. Si Gutiérrez, que tanto trabajó con él, fue el primer impresor venezolano, el Gacetero, como lo indica el remoquete, fue el primero en ser recordado básicamente como periodista. En 1812, en el breve interregno de ocupación realista de Caracas, Domingo Monteverde lo nombra redactor de la Gazeta. Sale del país con la llegada de Bolívar un año después, para retornar en 1814, después de que las tropas de Boves arrollan —y degüellan, literalmente— a la Segunda República. Entre 1815 y 1821 se encargará de combatir a la independencia desde las páginas de la ahora llamada Gaceta. Por eso llamar la “era de José Domingo Díaz” a este lustro tal vez genere alguna aprensión. ¿No es más bien la era de la “prensa heroica”, como se titula aquella famosa y lujosa edición conmemorativa de El Correo del Orinoco hecha por el Estado en sus sesquicentenario39? ¿Cómo poner el   La prensa heroica. Selección de El Correo del Orinoco, en homenaje al sesquicentenario del periódico de Angostura, 1818-1822. Caracas: Presidencia de la República, 1968. 39

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acento en el hombre que, más allá de sus virtudes como escritor, al cabo drenó bilis y reaccionó contra los cambios, sin hacer propuestas esenciales frente a ideas tan altas como la de la libertad? Más allá de sus aciertos (que los tuvo), ¿por qué es él quien define la hora? ¿Por qué él y no, insistamos, el Libertador, que despliega toda su energía y todo su talento para hacer de la imprenta un arma fundamental de la Emancipación? Porque en el gran match Díaz-Bolívar (sus ocho cartas al redactor de El Correo del Orinoco fueron en realidad para su odiado adversario político), es el Gacetero el que mejor recoge el espíritu de la hora: la violencia de los campos de batalla llevada o retroalimentada en la pluma; el debate entre la modernidad política y la tradición en toda su crudeza; la partición del país en dos bandos irreconciliables y excluyentes: cada sector tiene su periódico como tiene sus espacios y ni en sus páginas, como tampoco en sus comarcas, hay lugar para el adversario. La guerra a muerte se expande a los americanos con la Ley Marcial del 11 de diciembre de 1817 (hasta el momento oficialmente se aplicaba sólo a los peninsulares y canarios), de tal manera que no estaba tan desencaminado Rufino Blanco-Fombona cuando lo llama el “Boves de la pluma”40, en cuanto portavoz de un estilo acorde a la violencia del momento; y también porque en frente de este “Boves” vuelve a estar Bolívar, que no necesita de la pluma de otros, al menos no por falta de talento (aunque tiene eficientes redactores en Angostura, de Francisco Antonio Zea y Juan Germán Roscio en adelante) y que, en ciertas ocasiones (aunque francamente menos que las del Gacetero) le responderá en proporción. La causticidad con la que Díaz intentó destruir el prestigio de la Emancipación y de sus líderes; sus ejercicios comentando de manera irónica sus documentos; los textos de franco humor negro —y recordemos que el humor negro siempre es el primer paso para las matanzas41— le ganaron   En “Revolución de América”, Nuestro tiempo, VI.81 (1906), p. 198, citado por Ramírez Martín, (2010, p. 150). 41   Recordemos el ineludible trabajo que Jonathan Glover desarrolla al respecto en su Humanidad e inhumanidad. Una historia moral del siglo XX (Madrid, Cátedra, 2001). 40

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el encono de entonces y de la posteridad. Fue capaz de piezas antológicas de mordacidad y, es necesario insistir, incitación al odio, como la que aparece el 18 de octubre de 1815 en la Gaceta, donde echa mano de su formación médica y su ironía para “concluir con el erudito Vitet que el espíritu de la independencia es una enfermedad que pertenece al género de Manía”, recomendando como terapia: […] separar del enfermo todas las causas capaces de aumentar este excitamento. La luz obrando sobre los delicados nervios de los ojos, es uno de estos temibles estímulos. La luz por consiguiente debe separarse del enfermo. El sonido es otro estimulo capaz de aumentarlo con su influencia y acción sobre el tímpano: la soledad también por consiguiente es indispensable para la curación. Es decir: el enfermo por estos innegables y eternamente verdaderos principios debe permanecer en un cuarto obscuro y sin persona que le hable. Si no son bastantes estas medicinas y el enfermo continúa en la fuerza de su delirio, debe procederse à substraer del cerebro el aumento de circulación, y à dirigirlo à distantes partes menos principales. Esto solo se consigue aplicando à estas estímulos mas fuertes y violentos que el que obra en la entraña enferma: y como los potenciales (ò aquellos que obran después de mucho tiempo de aplicados) son siempre lentos con relación à la violencia del mal, es indispensable la aplicación de los actuales, como contusiones y sus compañeros; advirtiendo que si le enfermedad es aguda, la evacuación de sangre debe hacerse, ha de ser de aquellas que los médicos materiales llaman usque ad animi delinquium.

Por último, “cuando el médico conoce la necesidad de este remedio, entonces solo se encuentra una curación, que es impedir el asenso de la sangre con una fuerte ligadura en el pescuezo.” ¿Son o no los chistes de En él se demuestra cómo jugó un papel fundamental para la preparación de los genocidios nazis y de la Revolución Cultural China hasta Bosnia y Ruanda. La prosa de Díaz encaja en casi todos los aspectos señalados por el autor entre los incitadores del odio.

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la Guerra a Muerte? En otro artículo llega a prodigarle a Bolívar nueve epítetos seguidos: déspota, insolente, tirano, cruel, disoluto, orgulloso, ignorante, bárbaro y rebelde (recuérdese que la rebeldía era un delito).42 Obviamente, este lenguaje producirá sus cosechas: bajo los seudónimos de “Filo-Díaz” y de “Trimiño”, un autor que se ha sospechado fue el mismísimo Libertador (Pérez Vila, 1974), trata de humillarlo desde El Correo del Orinoco y la Gaceta de la ciudad de Bogotá. No sólo lo llaman “Archi-embustero-regio”, “adulador” y “canalla”, sino también bastardo y, peor, de “raza africana”; sobre todo eso: le critican que siendo de color, prefiriera los españoles a sus “hermanos de Guinea”, como creen —y seguramente lograron— zaherirlo; que se no dé cuenta “que tú y tus semejantes” sólo eran admitidos como soldados y esclavos en el régimen colonial, jamás como ciudadanos españoles.43 Por supuesto, Díaz no sólo trazumó vítreo en sus trabajos. Como señalábamos más arriba, sus ocho cartas al redactor de El Correo del Orinoco lo demuestran capaz de reflexiones teóricas de mayor calado44, por mucho que en todos los casos expresión de un pensamiento que básicamente reaccionaba a lo propuesto por los republicanos. En todo caso, el punto es que a partir de 1820, cuando la libertad de imprenta que decretan los liberales del Trienio, hace que en Caracas surjan una gran cantidad de periódicos incendiarios —La Segunda Aurora, El Fanal de Venezuela, La Mosca Libre, El Celador de la Constitución, La Mariposa Negra, que ahora redactan liberales como Tomás Lander (Rosas Marcano, 1975); (Straka, 2000)— Díaz ya se vio rebasado incluso en su mismo bando. Su era había terminado.45 La polémica que sobre la tolerancia religiosa emprende con  Gaceta de Caracas, núm. 15, miércoles 10 de mayo de 1815.   Véase: Correo del Orinoco, Caracas, 27 de febrero de 1819 y Gaceta de la ciudad de Bogotá, 20 de agosto de 1820. 44   Véase, por ejemplo, su alegato contra la democracia en la “Cuarta carta al redactor de El Correo del Orinoco”, Gaceta de Caracas, Caracas, miércoles 30 de junio de 1819. 45   Después de Carabobo debe emigrar a Puerto Rico y después a España. Convencionalmente se supone que murió alrededor de 1834, pero estudios recientes señalan que debió ser en 1842 o 1843 (Ramírez Martín, 2010, pp. 154-155). En 1829 publica en 42 43

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tra El Fanal de Venezuela, por ejemplo, coloca a ese nuevo lenguaje que tanto detesta en su propio zaguán. Y con el agregado de que sus lectores parecen apoyar a Lander (quien comienza la polémica por unos libros que le incauta el vicario de La Guaira, desatendiendo la nueva libertad de imprenta que hay). Va quedándose solo en su causa y es un golpe mortal. La carta de despedida que publica en La Gaceta de Caracas el 31 de enero de 1821, es de los textos más tristes que encontramos en un periodo tan lleno de ellos. Aunque no fue como los cisnes, porque ya había “cantado” mucho en su vida, este artículo recuerda mucho a la imagen del animal imponente que entona su última melodía antes de morir. Poco a poco liberales y patriotas verán en los serviles un enemigo común. Poco a poco la modernidad política se hace el idioma común y la sociedad empieza a rehacer su tejido, olvidándose de una España en la que la mayoría siente que ya no hay nada qué buscar. De alguna forma era el triunfo de los valores de la “prensa heroica”, es decir, de los que se difundían en ella. ¿El triunfo de la modernidad? El Libertador siempre entendió el valor de la imprenta y de la prensa para su proyecto. Son numerosos sus testimonios al respecto (Pérez Vila, 1974), (Cauca Prada, 1989), algunos tan famosos como su frase de la carta que el 1º de septiembre de 1817 le envía a Fernando de Peñalver: “Sobre todo mándeme Ud., de un modo u otro, la imprenta, que es tan útil como los pertrechos” (Bolívar, 1982, pp. 260-261). La carta es enviada justo cuando la república estaba reorganizándose en Guayana después de tres años de duras adversidades, y requería de todo para continuar la Madrid la “contrahistoria” de la independencia: Recuerdos de la Rebelión de Caracas, que fue editada en Venezuela solo hasta 1961, cuando lo hizo la Academia Nacional de la Historia con un cargado aparato de críticas destinado a desmentirlo en cada uno de sus alegatos. Recientemente fue vuelto a editar, con un estudio introductorio de Inés Quintero (Caracas, Asociación Académica para la Conmemoración del Bicentenario de la Independencia/ANH, 2011). También se publicó una selección de sus artículos, lamentablemente con muchos defectos en su edición: Straka, (2009).

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guerra, sobre todo fusiles y municiones. Cuando se instala el Consejo de Estado el 10 de noviembre, termina de delinear su postura: afirma que el nuevo gobierno se “hallará en el futuro protegido no sólo de una fuerza efectiva, sino sostenido de la primera de todas las fuerzas, que es la opinión pública. La consideración popular, que sabrá inspirar el Consejo de Estado, será el más firme escudo del Gobierno”.46 Sabía de lo que estaba hablando quien vio perder dos veces los ensayos republicanos por efecto de una población mayoritariamente partidaria del rey. Más o menos bajo los mismos términos se expresó Juan Germán Roscio, no en vano uno de los que más reflexionó sobre la impopularidad de la revolución, el autor del mayor esfuerzo ideológico para justificar la independencia El triunfo de la libertad sobre el despotismo (Filadelfia, 1817) y finalmente uno de los asiduos redactores de El Correo: [...] tenían una población de veinticinco millones y no obraban contra los franceses realistas con solo la guillotina y el cañón: un diluvio de proclamas, de gacetas, escritores y oradores ocupaban la vanguardia de los ejércitos, llenaban las ciudades, villas y aldeas; los teatros de todas partes, sin fusiles y bayonetas, declamaban contra la tiranía y a favor de la república [...] la pintura y la escultura contribuían de un modo poco menos expresivo que los teatros a encender la llama del patriotismo.47

Finalmente, a principios de octubre de 1817, desde Trinidad llega la imprenta a Angostura. Había costado 2.200 pesos, la mitad de los cuales se pagaron con veinticinco mulas. El impresor será Andrés Roderick, en torno a cuya nacionalidad (¿inglesa?, ¿francesa?) no se han puesto de acuerdo los investigadores; Roderick se mantiene publicando todos los papeles   “Discurso pronunciado por el Libertador en Angostura el 10 de noviembre de 1817”, en Doctrina del Libertador. (1994). (Cuarta edición, p. 81). Caracas: Biblioteca Ayacucho. 47   Carta a Francisco de Paula Santander, 27 de septiembre de 1820, en: Roscio, (1953). Obras, Caracas, Publicaciones de la Secretaría General de la Décima Conferencia Interamericana, T. III, pp. 169-170. 46

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del gobierno en la capital guayanesa hasta que el congreso se traslada a Cúcuta, adonde es llamado en 1821. No obstante, en el camino decide quedarse en Maracaibo, donde publicará El Correo Nacional. Después se marcha a Bogotá, donde seguirá con su arte de impresor y sentará familia, hasta su muerte en 1864. Entretanto la imprenta angostureña quedaría en manos de Tomás Berdshaw y Guillermo Burrel Steward, para pasar por diferentes dueños hasta que, a principios del siglo XX, es donada al Museo Nacional (Grases, 1989, pp. 238-244).48 De la imprenta de Roderick saldrá el 27 de junio de 1818 El Correo del Orinoco. Vocero de las nuevas ideas y de los nuevos tiempos, difundirá los actos del gobierno y del legislativo; escritos doctrinarios como el Discurso de Angostura, aparecido en tres idiomas; artículos de opinión propios o traducidos de periódicos del exterior; los sábados o cuando las noticias así lo requerían, salía en ediciones en inglés y en francés, como expresión de un país que está abriéndose al mundo, sobre todo su comercio (la liberación del Orinoco para el tráfico extranjero fue de las primeras medidas de Bolívar, y ya iba formando en Guayana la base de una nueva burguesía de raíz europea que después se haría muy poderosa) y que está dispuesto a entrar en el coro de la Historia Universal (tal como se la entendía entonces) con una voz propia, en pie de igualdad (no en vano son los días de la altiva Declaración de la República de Venezuela, de 20 de noviembre de aquel mismo año, en que Bolívar ratifica la independencia, e incluso la hace más radical; o en los que le dice al agente norteamericano que “lo mismo es para Venezuela combatir contra España que contra el mundo entero si todo el mundo la ofende”49). Al menos en una cosa tenía razón Díaz: el nuevo lenguaje, esos “nuevos nombres de las cosas”, tenían en el periódico a su gran difusor (Pino Iturrieta, 1973).50 Y por eso su triunfo final es, en alguna medida, el de esos lenguajes y los   Véase también: Febres Cordero, (1964); Rodríguez, (1983).   Simón Bolívar a John Baptiste Irving, Angostura 7 de octubre de 1818, Obras completas, vol. I, p. 355. 50   Trabajo recogido después en Ideas y mentalidades de Venezuela, Caracas, ANH, 1998. 48 49

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valores y universos que expresaban. Al menos en la élite y su proyecto de reorganización del país, que pronto se haría francamente liberal. El título del acápite puesto entre signos de interrogación deja un poco a la duda la extensión y profundidad de la victoria, de cara a lo que vendría después; pero al menos una cosa no se puede negar: fue el triunfo de un deseo por llegar a ser modernos; por alcanzar la versión de sociedad defendida en el Orinoco y no la que desde Caracas, por un lustro, José Domingo Díaz combatió. Colofón La desaparición del periódico El Correo del Orinoco en 1822 no sólo marcó el cambio de centro de gravedad del proceso, que pasó a Bogotá y con la mirada puesta hacia el sur. Del mismo modo que con la Gaceta de Caracas marcó el fin de una época. Ya los objetivos principales de la publicación se habían logrado, cuando con los otros pertrechos que también se lograron importar con mulas, cueros, tabaco y créditos no pocas veces leoninos, se ganaron batallas como las de Carabobo. Esto no significa que su mérito haya sido secundario, de hecho toda la prensa que aparece a partir de entonces —y que cuenta con publicaciones tan importantes como el primer El Venezolano— en mayor o menor medida encarna los principios que propagó. Con su cierre y el exilio del Gacetero, tanto la prensa, como toda la disputa de la Emancipación, entró en un nuevo ciclo, ya republicano y poco a poco nacional. Como un drama que sustituye a otro, comienza una nueva etapa en el ciclo de la Emancipación. Referencias Alcibíades, M. (2010). Historia y trayectoria de la Gaceta de Caracas. Cuadernos de Ilustración y romanticismo, núm. 16. Recuperado de: http:// revistas.uca.es/index.php/cir/article/view/184 Archila, R. (1970). El médico José Domingo Díaz Contemplado por otro médico en el años sesenta del siglo XX. Caracas: Italgráfica. Aveledo Coll, G. T. (2004a). ¡Calla Serpiente! El liberalismo y el problema de la tolerancia religiosa reflejada en el proceso del folleto La serpiente de El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de José Domingo Díaz

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Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830 Leidy Jazmín Torres Cendales Universidad Nacional de Colombia

Introducción La libertad es uno de los conceptos de mayor mutación e influencia política hacia finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. De hecho, podemos decir que la lucha emprendida en el territorio hispanoamericano para lograr la independencia de la Monarquía española tuvo una clara relación con los cambios de significado de este término, cuyas definiciones renovadas servirían para construir y poner en práctica nuevos proyectos sociales y políticos en América y Europa, entre 1750 y 1850 (Koselleck, 1993, pp. 342-343). La libertad encarnó valores nuevos después de la campaña de Independencia americana, asociados con un gobierno que se proclamó portavoz exclusivo de la voluntad colectiva de separarse de España, asumiendo con ello una cultura política basada en la representación y la opinión pública. Como voceros de esta última, los impresos, y en especial los periódicos patriotas, se adjudicaron el carácter de papeles “públicos”, es decir, aparecían asociados al “Pueblo”, fundamento de la comunidad política republicana (Lempérière, 1998, p. 55) y mecanismo de legitimación privilegiado desde 1819. El objeto de este trabajo es, en primer lugar, enunciar algunos de los usos semánticos registrados para el concepto de libertad en la prensa patriota; en segundo lugar, mostrar la forma específica en que la libertad de imprenta se instituyó como garantía de la interlocución entre el gobierno y la sociedad, y como forma de participación alterna a las Asambleas durante el periodo entre 1818 y 1826; y, por último, evidenciar el proceso mediante 197

el cual se convierte en un instrumento de cohesión ante los conflictos entre Santander y Bolívar desde 1826. Para este fin, emplearé algunas publicaciones oficiales de la República o redactadas por sus funcionarios, y creadas incluso antes de la batalla de Boyacá, a saber: El Correo del Orinoco (1818-1822), la Gazeta de Santafé (1819-1822), la Gaceta de Colombia (1821-1831), La Indicación (1823) y El Patriota (1823). Estos impresos se convirtieron en el periodo del gobierno de Francisco de Paula Santander (1821-1826) y de Simón Bolívar (1826-1831), en la herramienta para la construcción y fijación de ciertos conceptos políticos, los cuales operaron como mecanismos de unidad y legitimación del Estado. Con el fin de lograr estos objetivos, mostraremos en primer lugar las transformaciones del significado de la libertad desde finales del siglo XVIII hasta principios del siglo XIX, basados en las definiciones formales consignadas en los diccionarios de la época. Posteriormente, enunciaremos los distintos usos del vocablo libertad en la prensa patriota, deteniéndonos en las implicaciones que adquieren el uso de la imprenta y su relación con la opinión pública, un elemento naciente en este periodo. Por último, expondremos la utilidad de la libertad como articuladora del nuevo orden en un momento de crisis, encarnándola en la figura bolivariana. El vocablo libertad a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX De acuerdo con los diccionarios de la Real Academia Española, (RAE), de 1780, 1783 y 1791, cuyas definiciones son idénticas, la libertad constituía una “facultad natural, o libre albedrío, que tiene cada uno para hacer, ó decir lo que quisiere; menos lo que está prohibido, ó por fuerza, ó por derecho”.1 Esta noción de libertad, “jurídica”, como ha sido denominada por algunos autores en razón a las restricciones a las que obedecía (Chacón Delgado, 2011, p. 48), provenía de planteamientos teológicos, según los cuales el hombre había recibido de Dios la posibilidad de elegir entre el bien y el mal y en ello radicaba ser “libre” (Gardeazábal, 2000). La libertad constituía   Cfr.: RAE, (1780, p. 582); RAE, (1783, p. 595); RAE, (1791, p. 529).

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una capacidad de actuar, eso sí, enmarcada dentro de las normas o coacciones generadas tanto desde el campo moral como desde lo político. Dicho concepto aludía también al ámbito colectivo de un país “que no reconoce dominio, ni sujeción ajena” (RAE, 1782, p. 582). Es decir, constituía una facultad circunscrita a las reglas propias de una nación pero no implicaba la sujeción a otros gobiernos. Al contrario, insubordinarse contra la moral en términos individuales sí se consideraba una desviación de la “verdadera libertad”, pues los comportamientos de “desenvoltura y desvergüenza” eran propios del libertinaje más que de seres libres (RAE, 1780, p. 582). A principios del siglo XIX algunas mutaciones frente a la noción de libertad fueron registradas en los diccionarios de la Real Academia Española. La libertad se designó como “la facultad de obrar, ó no obrar, por la qual se dice que tenemos alguna cosa en nuestra mano, ó que somos dueños de nuestras acciones. Libertas, libera voluntas”. (RAE, 1803, p. 514) Como es posible observar, en los albores del siglo XIX se inscriben ciertas distinciones si se comparan con el término de finales del siglo XVIII, pues aunque sigue relacionado con el libre albedrío (libera voluntas), manteniendo un tono religioso, la enunciación tiene un sentido más laico, manifestando la responsabilidad del ser humano sobre sus acciones. A esto se adiciona la condición de aquel que no es esclavo o está preso y, en lo económico, contempla también la posibilidad de comerciar sin restricciones (RAE, 1803, p. 514). Es decir, el concepto de libertad empezaba a pluralizarse, teniendo una incidencia directa sobre varias esferas que rebasaban lo moral, e incluso, encarnaban este principio en una forma particular de gobernar, pues “Hablando de un Estado, ó de un país, es la forma del gobierno aristocrático, ó democrático. Libertas” (RAE, 1803, p. 514). Ya para este periodo se empieza a vislumbrar un acercamiento entre la libertad y un sistema político diferente a la Monarquía absolutista, aunque esta idea será concretada solo hasta la década de 1810 después del apresamiento de Fernando VII. Es a raíz de la reunión de las Cortes en 1812, con el fin de llenar el vacío de autoridad causado por el apresamiento del Rey, que se observa una nueva dimensión de la libertad atada al constitucionalismo, en la cual el concepto Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830

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implicaba una participación en los asuntos públicos (Furet, 1989, p. 633),2 pero restringido por las normas pues se designaba como la facultad de “obrar o decir cada uno lo que no se oponga a las leyes” (RAE, 1817, p. 527). En las colonias hispanoamericanas, la idea de intervención en los “asuntos públicos” dio lugar a la aparición de las primeras juntas de gobierno, cuyos participantes y defensores argumentaban la necesidad de involucrar a los criollos en las deliberaciones políticas, pregonando el principio de la igualdad de condiciones frente a los peninsulares, dado que la libertad fundada en la noción teológica supeditaba sus alcances a la estructura corporativa de la sociedad del Antiguo Régimen (Cansanello, 1995, p. 118). La Primera República dio cuenta de ello, aunque desembocó en los conflictos entre centralistas y federalistas visibles en la guerra civil.3 No obstante, la situación cambia a partir de 1818, cuando las victorias encabezadas por el general Bolívar, Santander, Páez y otros, empiezan a materializar un gobierno independiente, centralista y fundamentado en el liberalismo como doctrina política. Aunque los términos liberal y liberalismo solamente aparecerán como referencia a un proyecto político en el diccionario español de 1869 (Fernández Sebastián, 2002a, p. 425), su uso a ambos lados del Atlántico se hace común incluso desde 1811, primero como un adjetivo peyorativo hacia el sistema francés (Fernández Sebastián, 2002a, p. 417) y posteriormente en las Cortes de Cádiz, donde empezará a funcionar como un calificativo del grupo opuesto a los “serviles”, en el cual primaba el interés por la libertad de opinión, la división de poderes, la Constitución y la ley (Wasseman, 2008, p. 72).

  Este concepto de constitucionalismo estaría fuertemente relacionado con el problema de la libertad en el republicanismo americano, pues era imperativo para el nuevo sistema la creación de un entorno legal que restringiera la voluntad de los poderosos. (Pettit, 1999). Dicha idea era compartida por el Libertador, quien percibía la libertad sin restricciones como una amenaza, dado que la democracia mal llevada conducía necesariamente a la tiranía (Urueña Cervera, 2004). 3   Para más información puede verse: Ocampo López, (1998); Sosa Abella, (2006); Gutiérrez Ardila, (2010). 2

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La visión mayoritaria de los liberales en Cádiz generó nuevas significaciones del concepto de libertad, que se verían fuertemente arraigadas en América. Muy cercano a la noción revolucionaria francesa, la libertad se constituyó en un “credo político” en torno a la Constitución y su poder basado en un cuerpo de ciudadanos iguales ante la ley y representados en las asambleas (Fernández Sebastián, 2002a, p. 429). De acuerdo a la Carta proclamada en 1812, la libertad expresaba una “facultad que tiene cualquiera de concurrir de algún modo por sí o por sus representantes al gobierno de la nación o del Estado al que pertenece” (Contoni, 2011, p. 52). De allí que la libertad se anclara a otros conceptos como Nación, representación, soberanía y pueblo, marcando el tránsito de una libertad jurídica, atada a la ley y la moral, hacia una libertad política, constitutiva de los sistemas republicanos. La libertad se concebiría entonces como una serie de condiciones para expresar la opinión de los pueblos, ratificada y materializada en los sistemas constitucionales con el fin de conservar la paz y el bienestar en la comunidad (Annino, 2004, p. 47). No obstante, ese “Pueblo” también se hallaba en un proceso de construcción de significado, ya que en el caso específico de la Nueva Granada, se había pensado como “una masa abigarrada que debía ser sometida a los controles de la ciencia y de instituciones como la escuela” (Loaiza Cano, e. p.). Dada la coyuntura del vacío de autoridad y la construcción de un nuevo orden político, el pueblo fue revestido de poder, “fundado en la libertad, en la capacidad de un pueblo que se cree libre para erigir su propio gobierno” (Loaiza Cano, e. p.), principio que sustentó la República a partir de 1819. Sin embargo, no todos podían ser parte activa en las deliberaciones, por lo cual fueron elegidos representantes en quienes se depositaba la soberanía, teniendo en cuenta que sólo los ciudadanos que tenían una actividad, patrimonio económico y nivel educativo4 habían sabido demostrar “las   Al respecto pueden verse los artículos 15, 21, 88, 95, 106 y 141 de la Constitución Política de la República de Colombia de 1821, donde se establecen las condiciones para ser elector parroquial, representante provincial, representante a la Cámara, senador, presidente y ministro de la Alta Corte de Justicia, respectivamente.

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virtudes y los talentos necesarios para ocupar ese lugar en el sistema de gobierno” (Loaiza Cano, e. p.). La ambigüedad de los conceptos no frenó la edificación de la República de Colombia, proclamada en 1819, en donde las acepciones de libertad, liberalismo y liberal serían los principales cimientos para legitimar el cambio instaurado después de la independencia. Libertad, impresos y opinión pública en la República de Colombia La prensa se convirtió en el principal medio para ofrecer información sobre los asuntos públicos y forjar opinión en la década de 1820 a 1830. Gracias a la libertad de imprenta, proclamada en 1821, basada en el artículo 156 de la Constitución5, todos los colombianos tenían derecho a imprimir y publicar sus pensamientos, haciendo uso de ese “precioso derecho” integrante de la libertad civil y política. Este periodo inaugura una nueva forma de concebir varios conceptos, cuyos cambios se verían reflejados tanto en el gobierno patriota de la Nueva Granada y Venezuela, unidos ahora en un solo territorio denominado República de Colombia, como en los impresos oficiales y particulares que vieron la luz para ese momento. Debido al interés de Simón Bolívar por continuar la campaña de independencia en el sur, para liberar las provincias de la Audiencia de Quito del dominio español, el poder recayó sobre uno de sus generales, Francisco de Paula Santander, quien sería el encargado de llevar el rumbo político de la nación hasta 1826. Como uno de sus principales objetivos, la República proclamó en 1821 una carta constitucional que renovaba las bases del gobierno, ya no basado en la soberanía del Rey sino de la Nación. Al igual que otras acepciones, la palabra “Nación”, con mayúscula, no poseía un significado acabado, implicaba una comunidad política “libre, no sometida despóticamente” (Portillo Valdés, 2002, p. 471), al mismo tiempo que aglutinaba una población   Artículo 156. “Todos los colombianos tienen derecho de escribir, imprimir y publicar libremente sus pensamientos y opiniones, sin necesidad de examen, revisión ó censura alguna anterior a la publicación. Pero los que abusen de esta preciosa facultad sufrirán los castigos á que se hagan acreedores conforme á las leyes. Colombia”. (Cuerpo de leyes de la República de Colombia, 1822, p. 37). 5

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de individuos iguales en sus derechos (Furet, 1989, p. 664), que tenían la potestad de establecer sus leyes fundamentales a través de la elección de representantes (Portillo Valdés, 2002, p. 471). De igual forma, aludía al cuerpo de ciudadanos cuya soberanía colectiva los constituía en un Estado, compartiendo un conjunto de leyes y un territorio (Chiaramonte, 2004, pp. 39 y 61). La Nación depositaba su poder en los representantes para proteger los derechos imprescriptibles de los ciudadanos que la conformaban, y como ciudadanos solamente se entendían aquellos quienes adquirían ese estatus por su renta, educación y participación en la sociedad. La agrupación de los ciudadanos constituía el “Pueblo”, cuyas libertades eran el principal beneficio pregonado por los patriotas después de la independencia. Como he enunciado anteriormente, el “Pueblo” poseía características conceptuales incompletas, pues si bien era invocado constantemente para legitimar el Estado, hasta antes del siglo XIX solamente refería la congregación de habitantes de un lugar (Goldman & Di Meglio, 2008. p. 140), y posteriormente, sería instituido en la “masa general de los hombres que se han reunido bajo ciertos pactos” y participan activamente en ellos.6 De acuerdo a la Constitución de 1821, Colombia se originaba como un Estado “libre e independiente de la Monarquía española, y de cualquiera otra potencia ó dominación estranjera”7 y asumía como base los derechos ciudadanos de libertad, igualdad, propiedad y seguridad.8 Teniendo esta plataforma, la libertad en la República se instituyó bajo tres significados: el primero era sinónimo de emancipación, y hacía referencia estricta al gobierno autónomo del territorio, sin intervención extranjera de ningún tipo. Este principio sería incuestionable a partir de 1821, no así la   La Indicación, Bogotá, 10 de agosto de 1822: 3, pp. 11-12.   Cuerpo de leyes de la República de Colombia. (1822, tomo I, p. 7). Bogotá: Bruno Espinosa, Impresor del Gobierno General. 8   Artículo 3. “Es un deber de la Nación protejer por leyes sabias y equitativas la libertad, la seguridad, la propiedad y la igualdad de todos los colombianos”. (Cuerpo de leyes de la República de Colombia, 1822, tomo I, p. 8). Bogotá: Bruno Espinosa, Impresor del Gobierno General. 6 7

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segunda acepción, más compleja, pues definía la libertad política como la capacidad de actuar dentro del marco normativo constitucional, una facultad para dictar reglas sociales y que solamente hallaba restricciones en la voluntad de la Nación, era un reflejo de su soberanía, pues ella misma decidía sobre las instituciones y medidas que podían ayudar a su bienestar (Fernández Sebastián, 2002a, pp. 425, 429 y 430). La tercera noción contemplaba las libertades civiles: la libertad de imprenta, expresión, el voto, la libertad de comercio, etcétera, las cuales garantizaban el ejercicio de los derechos y la participación en la vida pública. Las tres significaciones de la libertad se convirtieron en el baluarte republicano, en las cuales se encarnaba una transformación pues ya no eran vistas como privilegios de ciertos estamentos, propios del Antiguo Régimen (Furet, 1989, p. 631), sino como potestades adheridas a la categoría de ciudadano puesta en práctica en el nuevo gobierno. Sin embargo, las libertades civiles tenían límites, dados por la ley consignada en la Constitución, mientras que la libertad política no tenía mayor obstáculo que la voluntad misma de los pueblos. Los dos últimos significados del concepto libertad empiezan a aparecer constantemente en la prensa desde la década de 1820, en muchos casos, para contraponerlos al régimen español al cual aún se debía combatir, pues el sur de la República estaba bajo poder de los realistas, y sus partidarios se encontraban todavía dispersos en el territorio. Por ello, El Patriota, publicación editada por el vicepresidente Santander, promulgaba el exilio para los leales a la Corona, afirmando: […] ¿No les gusta la independencia de Colombia? pues salgan del pueblo ¿No les gusta vivir sin rey? pues salgan del pueblo ¿No les gusta vivir sin cadalsos, patíbulos, sangre y desolación? pues salgan del pueblo ¿No les gusta la estincion de las alcabalas, la rebaja de derechos de aduanas, la libertad del ciudadano, la seguridad de la propiedad? pues salgan del pueblo ¿No les gusta la estincion de los tributos, la abolición de la inquisición, y de la tortura? pues salgan del pueblo ¿No les gusta ver al americano considerado ya como hombre perteneciente a una nación, y no verlo encorvado y abyecto bajo el dominio de los virreyes y gobernadores

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españoles? pues salgan del pueblo. Salgan cuantos vivan disgustados, y dejennos solos á los que hemos entrado en la locura de ser libres […].9

El vicepresidente acudía a la colectividad de los residentes en Colombia para convencerlos del rechazo a los españoles, enunciando que quienes vivían leales a la Monarquía no hacían parte de los acuerdos de la República y, por tanto, debían ser expulsados de ella. Para Santander, ser libres implicaba ostentar una serie de derechos adquiridos a través de la Constitución, enumerados y contrapuestos al sistema español y por los cuales se estaban realizando reformas en su gobierno. Esas prerrogativas integraban las libertades civiles, cuyo único obstáculo, en el buen sentido del término, era la libertad política encarnada en el cuerpo de leyes aprobado por los representantes de la Nación y consignados en la carta constitucional.10 Con el fin de garantizar la libertad, en todos sus sentidos, el Estado republicano llevó a cabo ciertas medidas necesarias para edificar el nuevo orden. En principio, la libertad entendida como independencia de otras naciones tuvo prioridad, por lo cual se extendieron grandes recursos para la guerra contra los realistas en el sur, mediante la recaudación del impuesto directo, los préstamos y la liquidación de los servicios militares con vales cambiables en cualquier lugar de la República.11 Así mismo, la dimensión política de la libertad fue garantizada, según el gobierno santanderista, a través de la Asamblea de Cúcuta; a lo cual se sumó el progresivo fortalecimiento de la libertad económica, mediante la supresión de la alcabala y la circulación y subsidio del comercio.12 Aunque las primeras juntas de gobierno instauradas desde 1810 ya habían empezado transformaciones   El Patriota. Bogotá, 9 de febrero de 1823: 4, pp. 21-22.   Estas dos esferas de la libertad han sido enunciadas por Isaiah Berlín (1988), bautizándolas como libertad negativa y positiva respectivamente (pp. 118-172). 11   Gazeta de Santafé de Bogotá. Bogotá, 12 de diciembre de 1819:20; Gazeta de Santafé de Bogotá. Bogotá, 8 de noviembre de 1822: 47; Gazeta de Santafé de Bogotá. Bogotá, 11 de agosto de 1822: 43. 12   Gazeta de Santafé de Bogotá. Bogotá, 13 de julio de 1828: 359. 9

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como la eliminación de los monopolios, la disminución de impuestos y la autonomía de precios y mercancías (Martínez Garnica, 2009, pp. 70-73), sería la República presidida por Santander quien podría llevar a cabo efectivamente esas disposiciones. Finalmente, con el objeto de instaurar las libertades civiles, se proclamó la ley de “vientres libres” 13 y se abolieron la Inquisición y la censura a los libros y la prensa.14 Fue en los periódicos donde se divulgaron todas estas transformaciones, contraponiéndolas al Antiguo Régimen español de coerción, silencio y tiranía, con el fin de fijar una opinión favorable hacia el Estado republicano. De allí que el caso de la Inquisición se convirtiera en un ejemplo de las dimensiones de la libertad antes mencionadas: El Gobierno no puede aprobar ni consentir que en la República se conserven los menores vestigios del horrible Tribunal de la Inquisición, para que à pretesto de conservar el Dogma y la moral pura de Jesucristo, se pretenda en realidad sofocar los progresos de las luces y se atente contra los derechos más preciosos del hombre, la seguridad y la propiedad, que afianzan la libertad del individuo, principal apoyo de la libertad política de las Naciones.15

De acuerdo con Francisco de Paula Santander, el tribunal inquisitorial era incompatible con la “libertad de la República” pues sus prácticas violaban el derecho a pensar y expresar las ideas. Por ello se debía extinguir, al igual que muchos de los elementos que recordaban la sujeción a la Corona. Según los periódicos patriotas, la libertad constituía la principal diferencia entre España y América, e incluso, eran los peninsulares quienes ahora envidiaban las antiguas colonias, pues los levantamientos de 1820 en contra del dominio de Fernando VII, quien había echado atrás las reformas de las Cortes de 1812, no se hicieron esperar y fueron leídos con particular atención desde el territorio Americano.   Gazeta de Colombia. Villa del Rosario, Cúcuta, 9 de septiembre de 1821: 2, p. 2.   Gazeta de Colombia. Villa del Rosario, Cúcuta, 6 de septiembre de 1821: 1. 15   Gazeta de Colombia. Villa del Rosario, Cúcuta, 13 de septiembre de 1821: 3, p. 4. 13 14

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Los nobles y generosos Españoles conocen plenamente su propia situación horrorosa, envidian la santa LIBERTAD que gozan sus hermanos americanos, y están resueltos a gozarla tambien. Penetrados de estos sentimientos, y por otra parte mal pagados, mal comidos y peor vestidos, no pueden hallar satisfacción en ser arrancados á remotas regiones, para pelear y derramar su sangre, a fin de esclavizar á sus mismos hermanos.16

De acuerdo con la prensa patriota, las revueltas en España constituían una lucha por alcanzar las libertades puestas en práctica por el gobierno americano, y mediante esa idea, se intentaba consolidar el poder republicano, mostrando los beneficios de los cambios que se estaban llevando a cabo. A diferencia de lo que advierten algunos académicos (Academia Nacional de la Historia, 1959, p. 17), la independencia no estaba ganada desde 1819, pues a pesar de las victorias obtenidas en el campo militar, todavía era necesaria una justificación social y política del Estado. De allí que se tomara la libertad política y las libertades civiles como base de los derechos adquiridos, comparándolos con el estado de sumisión que aun mantenían los vasallos peninsulares de la Monarquía española. Esta idea sería fuertemente difundida por periódicos como la Gazeta de Colombia o el Correo del Orinoco, en los cuales se reiteraba que la única vía para la libertad y el progreso era la República, de lo contrario, España integraría América “a la masa de la nación para que con el oro de vuestras minas y con vuestras ricas producciones pueda ella organizar y consolidar un nuevo sistema: que contribuya el Nuevo Mundo a la prosperidad y engrandecimiento de una pequeña fracción del continente europeo” (Academia Nacional de la Historia, 1959, p. 186). Durante la República, la prensa patriota operó en gran medida como propaganda de las reformas liberales de Santander17, dado que el contexto de guerra aún se vivía desde el campo de batalla militar y   Gazeta de Santafé de Bogotá. Bogotá, 12 de diciembre de 1819: 20, p. 83.   Por propaganda entendemos “la expresión de una opinión o una acción por individuos o grupos, deliberadamente orientada a influir opiniones o acciones de otros 16 17

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retórico. Por ello, los periódicos empezaron a operar desde 1818 como armas bélicas y simbólicas, mediante las cuales se intentaba persuadir a la población, moralizar a las tropas e intimidar a los enemigos realistas para que abandonaran la confrontación. En una dimensión mucho más amplia y decisiva, los impresos funcionaron como forjadores de la opinión pública, convirtiéndose ésta en un espacio de “interpenetración entre el gobierno y la sociedad”, un complemento de la representación política (Fernández Sebastián, 2002b, p. 480), pues la “masa general” de la Nación no podía gobernar, pero sí ejercer como juez de sus diputados. Sin embargo, la redacción y publicación estaban supeditadas a ciertas normas que limitaban dichas potestades y evitaban su abuso. Entre ellas se encontraban las ofensas al dogma religioso, los escritos encaminados a excitar la rebelión o a perturbar la “tranquilidad pública”, los textos que ofendieran la moral y “decencia” o los que vulneraran la reputación y el honor de una persona.18 En ese caso, la justicia podría impartir penas económicas o encarcelar a los culpables y, en el mejor de los casos, los jueces tenían la potestad de crear una “nota de calificación” en la cual se señalara la frase o página que debía ser eliminada, regresando el impreso a su editor para corregirlo.19 Aunque estas limitaciones republicanas a la libertad de imprenta pueden guardar cierto parecido con aquellas impuestas por Fernando VII en su Real Decreto del 4 de mayo de 1814, en el cual observaba las restricciones “que la sana razón soberana e independiente prescribe á todos para que no degenere en licencia”, tales como ofender al gobierno o la religión,20 había una clara diferencia entre las dos concepciones. En el proceso de Reconquista, Morillo y Sámano operaron como censores directos de los contenidos de los impresos y eran ellos quienes poseían el dominio de individuos o grupos para unos fines predeterminados […]”. (Pizarroso Quintero, 2007, p. 205). 18   Gazeta de Colombia. Villa del Rosario, Cúcuta, 23 de septiembre de 1821: 6, p. 21. 19   Gazeta de Colombia. Villa del Rosario, Cúcuta, 23 de septiembre de 1821: 6, p. 22. 20   Gaceta Extraordinaria de Madrid, Madrid, 12 de mayo de 1914: 70, p. 519.

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las pocas imprentas neogranadinas.21 Si bien las máquinas de imprimir siguieron siendo privilegio de unos pocos durante el gobierno patriota, éste no se ejercía con ningún tipo de censura previa de las publicaciones, y era solamente en el momento en que se realizaba una denuncia por los “abusos” de un papel, cuando los jueces de imprenta entraban a escrutar el contenido de los mismos.22 No obstante, el concepto de libertad —y, sobre todo, el concepto de libertad imprenta—, continuó atado a la noción de orden. Es decir, era posible manifestar los pensamientos, pero solo aquellos que no atentaban contra el culto católico o suscitaban revueltas, pues podían ser penalizados. En los años subsiguientes a la Asamblea constituyente, si bien afloran en el contexto colombiano muchos periódicos e impresos, no todos ellos serán el reflejo del “buen uso” de la libertad de imprenta deseado por el gobierno, y debido a ello, además de la escisión entre libertad nacional, referida a la autonomía en el gobierno; libertad política, la cual garantizaba el poder de la Nación para dictar sus leyes; y libertad civil, en la cual se introducían los derechos y facultades mediante los cuales participaban los ciudadanos, se tendrá una nueva separación entre la “verdadera libertad” y aquella censurada como un abuso de las prerrogativas del Estado. Tal y como se concebía en España, “puesto que ‘toda libertad es un poder’, la libertad de escribir e imprimir ha de contrapesarse con la cautelosa previsión de los posibles abusos de ese poder”, y en esto fueron especialistas las publicaciones patriotas de los años 20 (Fernández Sebastián, 2002a, p. 432). Los puntos de divergencia entre la “verdadera libertad” buscada por la ley y los usos dados en las publicaciones, empezaron inmediatamente después de la proclamación de la Constitución en octubre de 1821. Más allá de la supuesta aprobación general pregonada por Santander sobre la carta legislativa, desde su misma aparición se encontraron confrontaciones   Al respecto puede verse en este mismo libro: Alexander Chaparro Silva, La opinión del Rey. Opinión pública y redes de comunicación impresa en Santafé durante la Reconquista española, 1816-1819. 22   Gazeta de Colombia. Villa del Rosario, Cúcuta, 23 de septiembre de 1821: 6. 21

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sobre el rumbo que debía llevar la nación. El primer cuestionamiento vino de Caracas y el antiguo territorio venezolano, dado que sus habitantes no habían podido votar por sus diputados pues se hallaban bajo el dominio realista (Bushnell, 1997, p. 84). Este hecho llevó a cuestionar la supuesta representatividad de la constituyente por algunos periódicos como La Lira, en la cual, según la Gazeta de Colombia, se reclamaba y ofendía a Bolívar y se promovía la separación. Por ello se celebraba su cierre en 1827, enunciando: Al fin calla la Lira que tan impugnemente ha lacerado la reputación de los más antiguos patriotas de Colombia; permita el cielo, que ni ella, ni acá se tome la pluma para calumniar; completar la escisión del Estado sino que se emplee para reprimir con moderación el abismo de magistrados; en indicarles el camino seguro que conduce a la felicidad publica; en sostener las libertades que con tantos sacrificios han conquistados los colombianos.23

La prensa patriota sostendrá durante toda la década de 1820 que la libertad de imprenta era un bien dado a los ciudadanos con el fin de saber su opinión sobre el Estado, pues era el Pueblo quien debía operar como juez de las decisiones de sus representantes. No obstante, fueron incisivos en declarar la “Política” introducida en sus páginas como “anuncios que se encaminen á comprobar y difundir los genuinos principios de una practica y moderada libertad, la cual pueda avenirse con las circunstancias y ser susceptible de perfecciones graduales”.24 Es decir, si bien se abrían las puertas para la opinión y las críticas al gobierno, era claro que su papel debía ser promover reformas dentro de un marco legislativo ya aprobado. La libertad era un bien que debía ser aprovechado con moderación y así lo enunciaba el Correo del Orinoco, quien definía la libre circulación de publicaciones como un instrumento para “desterrar errores y añejas preocupaciones; no para decir dicterios, sino razones que desengañen, que   Gazeta de Colombia. Bogotá, 5 de agosto de 1827: 303.   Gazeta de Colombia. Villa del Rosario, Cúcuta, 6 de septiembre de 1821: 1, p. 2.

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ilustren y nos conduzcan a esa pacificación, a esa unión, a esa concordia que todos deseamos de corazón”.25 El concepto de opinión pública implicaba entonces una expresión de los juicios colectivos con respecto al gobierno, un tribunal que permitía el ejercicio activo de la soberanía de la Nación a través del examen de las decisiones de sus dirigentes. Sin embargo, el carácter de “pública” no involucraba la posibilidad de plantear diferencias sustanciales respecto al proyecto proclamado en Cúcuta por la “voluntad general”, pues la Constitución y los representantes que la habían promulgado, encarnaban la “verdadera” voz nacional. Por tanto, los dicterios encontrados en algunas publicaciones, quienes hacían “mal uso” de la libertad de imprenta, procedían de las ambiciones particulares que deseaban sobreponerse al interés común, inherente a la noción de una opinión realmente pública. Así, se forjó en América lo que Elías Palti ha denominado la concepción unanimista de la opinión, “una voz general de todo un pueblo convencido de una verdad, que la ha examinado por medio de la discusión”.26 Esa verdad estaba consignada en la Constitución de 1821, por lo cual la libertad de imprenta estaba supeditada a la discusión de los actos de gobierno, pero no de la carta legislativa, pues ella era el anclaje de la vida comunal iniciada con la República, y había sido ratificada por un cuerpo de diputados quienes portaban la representación general (Palti, 2007, p. 174). Con el temor latente de la guerra civil, tal y como se había dado en 1813, los periódicos patriotas negaban los cuestionamientos a la legislación adoptada, afirmando que no había “mejor constitución” pues a pesar del debate nunca se había puesto en duda el carácter “popular representativo” de la misma.27 El periódico La Indicación, editado por Vicente Azuero, exaltaba este carácter y respondía a las críticas afirmando:

  Correo del Orinoco. Angostura, 9 de septiembre de 1820: 79.   El Observador. México, 1827-1828 y 1830, citado en: Palti, (2007, p. 169). 27   La Indicación, Bogotá, 5 de julio de 1822: 2, pp. 6-7. 25 26

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Jamás se había visto una primera reunión de representantes más lejitima. Ella no se componía de suplentes por pueblos que no los habían nombrado, como las Cortes estraordinarias de Cádiz, que dieron esa celebre constitución que es hoy el ídolo de todos los españoles, ni de personas nombradas por las legislaturas de estados particulares, como el congreso que dio la constitución federal de los Estados Unidos, sino de representantes escojidos por los mismos pueblos.28

La “verdadera” libertad de imprenta se convirtió entonces en un atributo exclusivo de los seguidores del gobierno republicano, pues según los periódicos patriotas, era en él donde se “infunde y circula el espíritu de libertad”.29 De acuerdo con la prensa republicana, el gobierno español veía en la circulación libre de impresos una amenaza porque dejaba ver la supuesta corrupción de sus costumbres y su inminente derrota30, mientras que ellos la concebían como “la mejor garantía que han estimado las naciones cultas para conservar sus derechos, establecer su libertad política, y promover el mayor bien público, que es el obgeto principal en toda asociación”.31 Si bien no sería el único, el Correo del Orinoco negaba cualquier tipo de agencia en la libertad de imprenta a los detractores del Estado, pues la misión de las publicaciones debía ser “presentar al Gobierno, á vuestros compatriotas y al mundo entero, vuestros prudentes avisos, vuestras sabias amonestaciones, y los frutos sasonados de vuestras tareas en la manera que exige el decoro de la misma sabiduría del Gobierno, y que la igualdad de derechos reclama de hombre á hombre”, pues así como se había dado “al Orbe todo una prueba exuberante de ilustración y virtud en vuestra feliz regeneración política, dadla también marcando vuestros escritos con aquella justa moderación de hombres públicos, y nuestra   La Indicación, Bogotá, 24 de julio de 1822: 1.   Correo del Orinoco, Angostura, 4 de agosto de 1821: 112. 30   Correo del Orinoco, Angostura, 7 de agosto de 1819: 36. 31   Correo del Orinoco, Angostura, 4 de agosto de 1821: 112. 28 29

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amada Patria será indefectiblemente grande, opulenta, y feliz”.32 Los periódicos patriotas catalogaron entonces como “mal uso” de la libertad de imprenta a cualquier papel que apoyara la Monarquía, o propusiera un Estado distinto al vislumbrado por los jefes de la campaña libertadora, dado que escribir e imprimir se encontraba sujeto a la ilustración de la población, quien debía entender y apoyar los valores liberales. La imprenta usada para otros fines era sinónimo del “engaño” en que quería mantenerse al pueblo. De allí que periódicos como el Correo invitaran a los ciudadanos para emplear “este tan inestimable bien del hombre en sociedad, publicando vuestros pensamientos, y vuestras opiniones de una manera digna de nuestro Gobierno, de nuestra época, y de nosotros mismos”, es decir, imprimiendo aquellos pensamientos en los cuales se ayudara a conformar y sostener el Estado.33 Al contrario de lo que entendieron los periódicos patriotas como “buen uso” de la libertad de imprenta, surgieron publicaciones en las cuales se proponían reformas a la Constitución de 1821, y allí serían patentes las luchas por el concepto de libertad y opinión pública, ambos atados a confrontaciones desde distintas esferas políticas presentes en la década que va de 1820 a 1830. Si bien la falta de representatividad de los venezolanos constituyó un problema en la legitimidad del Estado, también el gobierno centralizado en Bogotá y encabezado por Santander se convirtió en una fuente de discordia entre las facciones políticas republicanas (Palacios & Safford, 2002, p. 232). Antonio Nariño, ferviente militante de la causa patriota, regresó a la República en 1820, y para 1823 lanzó fuertes críticas al exceso de poder detentado por el vicepresidente. En un papel titulado Los Toros de Fucha, recordó que “el gobierno central es el más fuerte, el más conveniente para asegurar nuestra independencia”; sin embargo, reiteraba también que era el “más espuesto al abuso”, al contrario del federalismo, “más débil, más tardío en sus deliberaciones; pero el más adecuado para la libertad   Correo del Orinoco, Angostura, 4 de agosto de 1821: 112.   Correo del Orinoco, Angostura, 4 de agosto de 1821: 112.

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y el menos espuesto al abuso por el contrapeso que oponen las partes federadas” (Nariño, 1973, p. 7). Nariño abogaba por mantener el sistema central mientras España no reconociera la independencia, pero pasados los peligros y “con los elementos necesarios”, la federación sería el “áncora de la libertad”, pues “en la tendencia que se nota a la servidumbre, como fruto de nuestros antiguos habitos, estaremos siempre espuestos al abuso” (Nariño, 1973, p. 15). Respondiendo a Nariño desde El Patriota, Santander afirmó que estos papeles eran como “las bagatelas” de 1811 en las cuales “hay hombresitos que están pensando que Bogotá es toda la república, y que el voto de media docena de indecentes chisperos es la opinión de la república”.34 El vicepresidente y sus más cercanos seguidores como Vicente Azuero, reclamaban la libertad como un derecho encaminado a favorecer el orden, el cual se había proclamado para “mejorar y no para destruir”, pues su función era procurar preservar el poder ya constituido.35 Al igual que Los Toros de Fucha, otros periódicos indagaron sobre la verdadera dimensión de la libertad de imprenta, dado que las publicaciones estatales se empeñaban en hacerse voceras de la voluntad general y la opinión pública, tildando cualquier contraposición a sus ideas como manifestaciones de las “facciones” presentes y no del voto de la Nación. Publicaciones como El Preguntón, editada por José Félix Merizalde (Restrepo, 1954, p. 213) cuestionaron la libertad pregonada por el gobierno, interrogando a Santander: ¿Con que en fin la libertad de imprenta está reducida a reimprimir las leyes, como que ellas deben ser la opinión de todos los ciudadanos sin arbitrio para pensar otra cosa, sin hacerse faccioso y perturbador? […] ¿Con que si yo digo federación se acabó el sistema actual? Y por que si mil dicen centralismo, y uno federación, se ha de turbar el orden? Con que el orden consiste en no opinar, ablar ni escribir nada? ¿Con que el Patriota   El Patriota, Bogotá, 13 de abril de 1823: 20.   La Indicación, Bogotá, 17 de julio de 1822: 1.

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no puede entrar en contestaciones, sin dejenerar en personalidades? [...] ¿tendran los hombres libres, que abrir hoyos para decir sus opiniones como el barbero de Midas?36

Incluso, en su impreso Nariño llegó a personalizar sus diatribas al vicepresidente, tal y como Santander lo hizo desde El Patriota, criticando el concepto unanimista de opinión pública manejado por el dirigente: En Colombia no hay más sabios, más hombres de bien, más meritos, más servicios, que los del autor del patriota: cuando él habla, todos deben callar: cuando el rie, todos se han de reir: cuando él se presenta todos hemos de doblar la rodilla; y cuando nos insulta, todos debemos celebrar y aplaudir. ¡Viva Colombia! ¡Viva la libertad!... ¿Y de Nariño? guardese de decir siquiera que ha sufrido por la patria, aunque á todos les conste; porque al instante grita sedición, perturbadores del orden, novadores, bagatelistas Chisperos, Gracos, Catilinas, Demonios, y se les amenaza si no callan (Nariño, 1973, p. 24).

Para Santander el problema no era que él deseara unificar la opinión pública bajo sus propias concepciones personales, pues el centralismo ya había sido aprobado por la voluntad general de los pueblos reunidos en la Asamblea constitucional de Cúcuta. Según El Patriota, el vicepresidente sólo anhelaba comunicar sus juicios para influenciar “los sentimientos de la nación y consiguientemente la lejislacion”, pues “el escritor que emita sus opiniones de acuerdo, con lo que la voluntad jeneral de la nación ha estatuido no es un perverso ciudadano, ni sus escritos harán jamás perjuicio alguno al Estado”.37 Por ello contestaba a Nariño: A la verdad confieso que he tenido, y tengo estas querencias. Quiero con las veras de mi corazón […] que todos amen la unión como yo la   El Preguntón, Bogotá, sin fecha exacta en 1823.   El Patriota, Bogotá, 23 de abril de 1823: 23.

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amo; que todos respeten las leyes fundamentales como yo las respeto; que todos se persuadan de las ventajas de la indivisibilidad de la republica como yo estoy persuadido; que todos sean agradecidos á los libertadores y fundadores de Colombia, como yo lo soy; que todos estén tan prontos a servir, y a contribuir en los gastos públicos, como yo lo estoy; y que todos procuren aliviar la suerte de los soldados como yo lo procuro.38

Apoyando las concepciones del vicepresidente, el periódico La Indicación mostraba que era imperativo fomentar las publicaciones en una nación nueva como Colombia, pues a diferencia de países como Inglaterra, Holanda, Estados Unidos o Francia, los principios liberales y la ilustración ciudadana estaban en proceso de formación y solamente la circulación del saber podía permitir al pueblo interiorizar las bases del nuevo gobierno. Incluso, para este periódico, la República de Colombia carecía de historia y conocimiento de sus derechos y deberes, por lo cual la libertad de imprenta era benéfica y necesaria: En un pueblo que es viejo en ser libre, sus habitos, sus costumbres, la general educación, leyes arraigadas, el ejemplo de los antepasados y la tendencia jeneral de la masa entera, todo, todo presenta ostaculos a la arbitrariedad o la usurpación. No asi en una república que comienza, aquí todo falta: la libertad no se conoce aun sino en los votos que se hacen por ella: las leyes todavía no están escritas en el corazón de los ciudadanos, ni una larga practica ha descubierto su sabiduría: el pueblo no ha tenido aun una epoca de felicidad que comparar con el nuevo yugo que se le quiere imponer: él no tiene recuerdos, no tiene hechos, carece de historia: todos los bienes que le hacen presentir están todavía en la imajinacion: con tal que sus cadenas no sean mas pesadas que las antiguas, con los que se le deje algun reposo […] necesita pues del poderoso móvil de la libertad de imprenta; asi se acostumbra a que se le dé cuenta de los negocios públicos; aprende a ser juez imparcial; manifiesta por todas partes su opinión,   El Patriota, Bogotá, 23 de abril de 1823: 23.

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y los majistrados se enseñan a respetarla, á consultarla; se someten á este tribunal supremo, que es el resultado de los gobiernos, y saben que son perdidos el dia que se desvien de su imperio.39

Sin embargo, para Vicente Azuero y en general para los liberales adheridos al gobierno santanderista, aunque la libertad de imprenta constituía uno de los poderes con los cuales contaba el pueblo para evitar los excesos de poder y la tiranía40, estaba supeditada a controlar los “extravíos de la razón” y no a realizar múltiples cuestionamientos encaminados a minar la débil cohesión nacional, pues si bien la voluntad general hablaba a través de la Constitución, se tenía temor por los efectos sociales que el “exceso” de libertad podía producir (Goldman, 2008, p. 240). Este miedo, latente desde el mismo momento en que se promulgó la Constitución, se vería materializado en 1826, cuando los regionalismos y las críticas al gobierno de Santander desembocarían en una revuelta de los territorios venezolanos, obligando al retorno del Libertador como única forma de salvar la República. A partir de ese momento, transmitir la imagen cohesionadora de Bolívar sería el principal objetivo de las publicaciones. La libertad y el Libertador A partir de 1826, el contexto político y social cambia abruptamente en la República de Colombia. Las diferencias entre venezolanos y granadinos desembocaron en los levantamientos del general Páez contra el gobierno central de Bogotá, lo cual minó la supuesta armonía de la Nación alrededor de la Constitución, criticando el poder de Santander y clamando por el regreso del Libertador para asumir los rumbos del Estado. Páez y la élite venezolana argumentaron que la adhesión a Bolívar era el único modo de manejar la separación inminente de ese territorio.

  La Indicación, Bogotá, 23 de noviembre de 1822: 18, p. 70.   La Indicación, Bogotá, 31 de agosto de 1822: 6, p. 23.

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La imagen salvadora del Libertador, principal tema de los periódicos desde 1826, era el producto de varios años de construcción y en ello reside una de las particularidades que enunciaré para culminar este capítulo. Si bien he intentado mostrar los distintos usos del concepto libertad en el contexto político de la República, también es importante exponer cierta especificidad atada al término, pues además de estar unido en un primer momento a la “voluntad general” consignada en la Constitución de 1821, fue adherido posteriormente a una sola persona: el Libertador, fortaleciendo lo que Clement Thibaud ha denominado la militarización de la sociedad republicana (2003, p. 431). De acuerdo con Thibaud, “para mantener el todo, un principio concreto, federativo y unificador” se constituye la imagen del “Padre y Libertador de la Patria”, iniciando un culto a Bolívar “como figura providencial”, quien permite la identidad más allá de los “marcos tradicionales de la organización territorial y social” (Thibaud, 2003, p. 433).41 Aunque el autor especifica estas reflexiones para el contexto de la guerra, es claro que durante el momento de crisis por las revueltas venezolanas contra el poder de Santander, la figura representativa de Bolívar surgiría como redentora de los pueblos, reforzada a través del proyecto de constitución para Bolivia en el cual el Libertador se adjudicaría poderes excesivos (Palacios & Safford, 2002, p. 257-262), cambiando los significados de la libertad ideados hasta ese momento. A diferencia del concepto de libertad en España o Francia, donde sus significados fueron concebidos como el producto de la acción colectiva, ya fuese de los liberales en las Cortes de Cádiz o de los revolucionarios galeses, en la República de Colombia la libertad se concibió como un premio de la guerra de emancipación, pero atado firmemente al “ingenio” y la dirección de un solo hombre, Simón Bolívar. Forjada desde los mismos inicios de la República, la imagen del Libertador se cargó de un componente místico, calificándolo como el “vengador que el cielo había destinado para América”. De acuerdo   Este tema también ha sido tratado por Mejía Macía, (2007).

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con el periódico La Indicación, Bolívar era “el Jenio de la libertad”, era quien había convocado a los representantes de los pueblos, mostrándoles “los derechos sacrosantos del hombre” y los senderos para hacer de Colombia “la nación más libre del mundo”.42 Bolívar se constituyó como el poseedor del conocimiento político y bélico mediante el cual había sido posible consolidar la libertad tanto en el plano nacional, derrotando el dominio español, como en el político, pues era él quien había dado las condiciones para llevar a cabo efectivamente un proyecto constitucional basado en la soberanía de la Nación. De allí que fuera a él a quien se debía entero agradecimiento, un sentimiento evocado desde la prensa patriota, en la cual era frecuente encontrar poemas y cantos al Libertador: La America infeliz se vio afligida Sugeta de la España al yugo fiero Sin mas ley ni derecho que la fuerza El Despota oprimía este Emisferio […]Amaneció, por fin, el dia sereno DE BOYACÁ, se fueron confundidas Las grandes fuerzas del feroz Ibero ¡Invicto General!; ¡Bolivar Sabio! […]A vosotros debemos Patria, amigos. Gobierno, Libertad quanto obtenemos… De la Nacion el Cuerpo Soberano Que hoy representa al Colombiano suelo Por los solemnes votos expresados En la voluntad libre de los Pueblos. Ese cuerpo que ha sido tan deseado, Y que ha llegado el dia en que le vemos.43

  La Indicación, Bogotá, 10 de agosto de 1822: 3, p. 9.   Gazeta de Santafé de Bogotá. Bogotá, 10 de junio de 1821: 98, p. 316.

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Incluso, en las mismas actas del Congreso de 1821, encontramos alusiones constantes a la figura bolivariana, catalogándolo como “protector de la libertad”, pues la Nación había recibido “de mano de Bolívar su libertad” y por ello lo proclamaba “su Libertador”, reconociéndose siempre “deudora á V.E. de todos esos beneficios”. Según los legisladores, Bolívar “sacó de la nada” la República, “la sostuvo con su brazo, la vivificó con su aliento y le conquistó su libertad é independencia, bienes inestimables que le ha dejado en dote, junto con la paz inalterable de que es prenda segura la constitución”.44 Proclamado como máximo artífice de la independencia, Bolívar adquirió legitimidad a través de su imagen paternalista, en la cual la libertad dejó de ser el resultado de la voluntad del Pueblo para participar en su gobierno y un conjunto de derechos adquiridos para ser ciudadanos activos, y paso a ser la “dote”, el obsequio, dado por el “padre” Bolívar a las naciones americanas. No es raro entonces encontrar los alcances de la representación bolivariana en 1826, cuando se atribuye al retorno del Libertador la esperanza de salvar la unidad de la República. A partir de este momento, la labor de periódicos como la Gaceta de Colombia cambiaría radicalmente, pues su trabajo sería proyectar la imagen de un Estado firme y conforme, a pesar de los enfrentamientos al interior del Poder Ejecutivo entre Bolívar y Santander. La libertad de imprenta, vista como la forma de ejercer juicios sobre el Estado, pasó a ser el instrumento para mantener la cohesión ante unas divergencias inocultables entre los dos líderes. El mismo Bolívar se pronunció varias veces frente a las preocupaciones de los liberales por su excesivo poder, enunciando: En cuanto a mi, las sospechas de una usurpación tiranica rodean mi cabeza […] Yo jimo entre las agonias de mis conciudadanos y los fallos que me esperan en la posteridad. Yo mismo no me siento inocente de ambición: y por lo mismo me quiero arrancar de las garras de esta furia para librar a   Gazeta de Colombia. Villa del Rosario, Cúcuta, 4 de octubre de 1821: 9.

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mis conciudadanos de inquietudes, y para asegurar después de mi muerte una memoria que merezca de la libertad. Con tales sentimientos renuncio una, mil y millones de veces la presidencia de la República.45

No obstante, el proyecto de constitución presentado por Bolívar en 1826 encarnaba todo menos su afán de abandonar el poder y respetar el sistema proclamado en Cúcuta. En él se establecía que el Congreso elegiría al presidente vitalicio, y confirmaría, tanto los candidatos del jefe del Ejecutivo para sucederlo, como el vicepresidente perpetuo designado por él. De igual forma, el dignatario estaría encargado de la administración del Estado, sin responsabilidad por los actos de dicha administración y expondría al Senado, para su aprobación, las ternas de candidatos propuestos para prefectos, gobernadores, corregidores, curas y vicarios de las provincias. Incluso, el presidente podía intervenir y echar abajo penas impuestas por los tribunales de justicia (Bolívar, 1826). Sin duda, la imagen mesiánica del Libertador fragmentó los conceptos de representación y libertad construidos desde 1821, mitigando el control político que podían ejercer tanto las otras ramas del poder como la opinión pública en los actos del Ejecutivo. Ya desde su discurso en Angostura, Bolívar había mostrado la importancia de la figura presidencial, y proponía al Ejecutivo como suprema “autoridad soberana”, revistiéndolo de la jefatura de gobierno, dominio sobre la milicia y poder sobre los tribunales (Bolívar, 1978). Dadas las intensiones del Libertador, Santander intentó esconder su inconformidad presentando la renuncia a la vicepresidencia dos veces, argumentando al Congreso en 1827 problemas médicos: […] mi salud esta arruinada completamente con una enfermedad abdominal peligrosa. El bufete, la sensibilidad de mi alma, las amarguras de mi corazón, todo contribuye a aniquilarme de un modo infructuoso para la patria. Diez y seis años de estarla sirviendo continuamente ya en el 45  Gazeta de Colombia. Bogotá, 22 de abril de 1827: 288. Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830

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ejercito y ya en el gobierno, y en épocas difíciles, complicadas y terribles demandan algun descanso […] La violación de las leyes, el desasosiego de los pueblos, la alarma de los buenos patriotas, el asomo de la guerra civil, el peligro que corre el código político, mis principios, mi lealtad a ellos, la suerte de nuestros sacrificios, la amistad y gratitud que debo á V.E. y mis ardientes deseos de no servir de obstáculo à la felicidad de Colombia, todos a una me aconsejan que me aleje de toda magistratura en la presente crisis.46

A diferencia del lugar que había ocupado la prensa desde 1821, complementando la participación política de los ciudadanos y fijando las significaciones de nuevos conceptos políticos, periódicos como la Gaceta de Colombia aunaron esfuerzos por ocultar las posiciones contrarias entre el Libertador y Santander, dado que el primero abogaba por el respeto de la Constitución de Cúcuta como ancla de la libertad política, por lo menos hasta 1831, cuando debía llamarse a una nueva Asamblea. Por el contrario, para Bolívar la modificación de la legislación y el fortalecimiento del presidente representaban la única esperanza de mantener unido el territorio y evitar una guerra civil. De esta forma, el Libertador afirmaba en su discurso de proclamación de la Constitución boliviana que las condiciones para mantener la unidad estaban dadas en el texto, respetando la “libertad civil”, la “verdadera libertad”, pues las demás “son nominales o de poca influencia con respecto a los ciudadanos” (Bolívar, 1826). Aunque no es del todo claro a qué se refería Bolívar con las “demás” libertades, si puede observarse que el Libertador le daría una nueva dimensión al concepto, privilegiando la libertad civil como una garantía,47 pero restándole importancia a la dimensión política que había adquirido en 1821.   Gazeta de Colombia. Bogotá, 29 de abril de 1827: 289.   De hecho, así llamó Bolívar al apartado donde especificaba las bases de los ciudadanos: libertad civil, propiedad e igualdad, las cuales pasaron de ser un derecho a una “garantía”. Título once. (Bolívar, 1826). 46 47

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Vista como un valor preeminentemente civil, la libertad perdió parte de su contenido en el proyecto bolivariano, hecho evidente en la convención llevada a cabo en Ocaña en 1828, donde los seguidores de Bolívar intentaron lograr la aceptación de su Constitución, sopesando la imagen redentora del Libertador con la necesidad de mantener cohesionado el territorio ante una amenaza extranjera. Los partidarios de Santander, contrarios a su opinión centralista, abogaron por un sistema federal que permitiera mayor participación en el gobierno y más autonomía a las regiones, mitigando el afán de concentración del poder de Bolívar. Finalmente, ante la mayoría opositora del proyecto, los partidarios del Libertador abandonaron la Convención y obligaron a disolverla en julio de 1828.48 Ante el fracaso de la Convención de Ocaña, Bolívar tomó el poder por decreto el 27 de agosto de 1828, proclamándose “Supremo Majistrado” de la República y dictando una nueva constitución que empezaría a regir desde ese momento. En esa nueva carta constitucional, los poderes del ejecutivo se extendieron desde el mantenimiento del orden público hasta el poder que éste tenía para nombrar y remover todos los empleos de la República, pasando por la potestad del presidente para reevaluar los tribunales de justicia y la obligación de los colombianos de “vivir sometidos al gobierno i cumplir con las leyes, decretos, reglamentos e instrucciones del poder supremo”.49 Las libertades de prensa y expresión se mantuvieron, aunque debían estar “bajo la responsabilidad que la ley determine” (Bolívar, 1826). En ese momento de inestabilidad, el concepto de libertad tomaría nuevas dimensiones, pues primaba su significado como gobierno sin la intervención de naciones extranjeras, e incluso, se llegó a asimilar nuevamente con el proyecto divino, pues como enunció el Libertador: “Dios ha destinado el hombre a la libertad; él lo protege para que ejerza la celeste función del albedrío” (Bolívar, 1826). Este giro sustancial sería evidente en las publicaciones periódicas, pues funcionarían ya no para consolidar y educar sobre las libertades civiles que garantizaban la libertad política,   Gazeta de Colombia. Bogotá, 17 de julio de 1828: 360.   Gazeta de Colombia. Bogotá, 31 de julio de 1828: 370. (Cursiva en el original).

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sino para legitimar el régimen personalista de Bolívar y las reformas que adoptó. De esta manera, empiezan a ocupar las páginas de la prensa noticias como la eliminación de los núcleos de rebeldía, suprimiendo de las universidades la enseñanza del derecho público, legislación y derecho civil, y reemplazándolas con escuelas militares y náuticas (Bolívar, 1826).50 De igual manera, echando atrás el liberalismo forjado durante un lustro por Santander, Bolívar expulsó del país a sus principales adversarios, revocó el impuesto directo, reinstauró medidas para controlar las rentas del Estado a través del gravamen al comercio, y eliminó las elecciones instaurando su mandato vitalicio. Con estas medidas, parte de las libertades políticas y económicas que después de la independencia habían ocupado un papel central en los procesos de construcción estatal se perdieron, dando paso a un gobierno extremadamente centralista, en el cual primaban las “garantías” ciudadanas más que sus derechos. Este ambiente le significó al Libertador un gobierno difícil, pues su figura redentora difundida en la prensa no fue suficiente ante la fragmentación que afrontaba la República y la lucha de los sectores cercanos a Santander para retornar a las libertades construidas años atrás. Finalmente, en 1829 el general José María Córdoba se sublevó en Antioquia contra la dictadura del Libertador, al igual que el general Juan Nepomuceno Moreno en Casanare,51 y aprovechando el problema de orden interno, Páez finalmente declaró la independencia de Venezuela en 1830, culminando el sueño de la República de Colombia y dando paso a nuevos modelos y concepciones sobre la libertad que serían patentes en años subsiguientes. Conclusiones A lo largo de este capítulo he mostrado la importancia del concepto de libertad en la edificación de la República de Colombia desde 1818. Heredero de la semántica española, este término fue asociado a finales   Gazeta de Colombia. Bogotá, 23 de marzo de 1828: 336.   Gazeta de Colombia. Bogotá, 23 de octubre de 1829: 436. Gazeta de Colombia. Suplemento. Bogotá, 3 de noviembre de 1829: 437. 50 51

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del siglo XVIII con el libre albedrío y la capacidad de actuar en el marco jurídico y moral de la República Cristiana del Antiguo Régimen. Posteriormente, alimentado por los debates de las Cortes de Cádiz y la Revolución francesa, el concepto de libertad adquirió un sentido central en las discusiones políticas hispanoamericanas, fundamentando la estructuración de los nuevos Estados al otorgarle al pueblo la facultad para participar en su gobierno. Con una gran parte del territorio independiente de los realistas hacia 1819, el Antiguo Virreinato de la Nueva Granada y la Capitanía de Venezuela se unificaron bajo el nombre de República de Colombia, en donde el poder estuvo al mando del general Francisco de Paula Santander hasta 1826. Durante este periodo, la libertad se convirtió en el principal sustrato del Estado, asumiéndose como la potestad de gobernarse sin intervención de otras naciones y como la facultad de la Nación para dictar sus propias normas sociales a través de los representantes. Esta libertad política sería garantizada por la Constitución de 1821, sumada a una serie de libertades civiles formuladas para permitir el ejercicio de la ciudadanía activa, tales como el derecho al voto, la libertad de comercio, la libertad de expresión y la libertad de imprenta. A través de la imprenta, el Estado republicano se propuso la fijación de la opinión pública, un tribunal que operaba en los impresos como censor de las decisiones y los dirigentes del gobierno. En su mayoría, las publicaciones patriotas que vieron la luz en el periodo tomaron como bandera la defensa de los principios liberales, pues fue este ejercicio el que se instituyó como la “verdadera” libertad, anclada al respeto de la Constitución como manifiesto de la voluntad general pues garantizaba el mantenimiento del orden y la unidad. No obstante, hacia 1823 aparecieron periódicos que sometían a discusión esa noción unanimista de la opinión pública, reclamando el derecho a cuestionar incluso la carta constitucional, pues edificar las leyes hacía parte de la libertad política del Pueblo. Tildados como facciosos, que hacían un mal uso de la libertad de imprenta, los papeles divergentes debatieron con las publicaciones patriotas, pero fueron estas últimas quienes trataron de imponer su Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830

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opinión ante las amenazas latentes de una disolución de la República y la guerra civil. El miedo a la inestabilidad de los principios proclamados en 1821 se vería materializado en 1826, con las revueltas del general Páez en Venezuela. La situación de rebeldía de dichos territorios hizo emerger la figura mística del Libertador, “padre de la patria” y artífice de la libertad, quien con su proyecto de constitución, lograría minar las nociones del concepto construidas el lustro anterior, para imponer un nuevo sistema político que garantizara la unidad territorial y política, aunque no por mucho tiempo. Gracias a su imposición como “Supremo Majistrado”, Bolívar dejó de lado la libertad política como suprema base de los gobiernos, privilegiando las libertades civiles o garantías para vivir en la República. La imposición de Bolívar y sus partidarios en la Convención de Ocaña atentó contra la representación y la opinión pública construida años atrás, pues las maneras para participar de la Nación se restringieron con el fortalecimiento excesivo del poder ejecutivo. Adicionalmente, aunque Bolívar mantuvo la libertad de imprenta, la opinión pública dejó de ser parte fundamental de las publicaciones oficiales, pues sus objetivos, más que fomentar la discusión sobre los asuntos del Estado, se centraron en la legitimación del régimen personalista del Libertador y en forjar una imagen armónica del Estado que no existía. Finalmente, estas divergencias saldrían a la luz en 1830 con las revueltas de los generales, terminando con el proyecto de la Gran Colombia. Referencias Fuentes primarias Bolívar, S. (1978). Discurso pronunciado por el Libertador ante el Congreso de Angostura el 15 de febrero de 1819, día de su instalación. México: Universidad Nacional Autónoma de México; Unión de Universidades de América Latina. Recuperado de http://www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/ literaturalatinoamericana/simonbolivar/discursoenangostura.asp _________ (1826). Proyecto de Constitución para la República de Bolivia. Recuperado de http://www.congreso.gov.bo/indexv3.html 226

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Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 1826-18271 Nicolás Alejandro González Quintero Universidad Nacional de Colombia Introducción Este capítulo tiene como objetivo analizar los sentidos que el concepto de nación adquirió en el periódico colombiano La Bandera Tricolor, publicado entre 1826 y 1827. A partir de las revueltas de Valencia y Caracas en 1826 y el liderato que obtendría José Antonio Páez en Venezuela, este periódico, respaldado por Santander, haría una defensa acérrima de la Constitución de Cúcuta de 1821 como el soporte principal de la nación colombiana, en respuesta a la situación que se presentaba en Venezuela en ese momento. De esta forma, el capítulo examina la esfera pública como catalizadora de una idea de nación basada en la Constitución y el gobierno popular representativo por medio de la metáfora de la familia. Analizaré este proceso dentro de una perspectiva muy específica. La formación de la opinión pública en la naciente República de Colombia y las características que ésta tendría en aquel momento. El ambiente generado por la consolidación de diversas facciones (bolivariana, santanderista, etcétera) dentro de la República y la fuerza que cada una de ellas adquirió a partir de sus diversas publicaciones periódicas, nos muestran un escenario abierto de confrontación pública: una lucha por consolidar cada facción como la vocera de la voluntad general. Esto sería fundamental   Este capítulo fue producto de una investigación realizada con el Grupo de investigación sobre opinión pública e independencia liderado por los profesores Francisco Ortega y Alexander Chaparro. Le agradezco a ellos dos sus comentarios y correcciones. De igual forma agradezco a Zulma Romero, Juan Gabriel Ramírez, Leidy Torres y Sandra Ramírez por su lectura atenta durante todo el proceso y sus valiosos comentarios. Por supuesto cualquier error sólo es responsabilidad mía.

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ya que el surgimiento de la República y la unión entre Nueva Granada, Venezuela y Ecuador, tras la Constitución de Cúcuta de 1821, desataría nuevas luchas por quién debía ejercer el poder en la naciente Colombia de acuerdo a sus distintos intereses, proyectos e ideas. Desde el momento de la confrontación con los españoles durante el periodo de las luchas por la independencia se manejaba un ideal de la opinión pública como forma privilegiada para lograr la cohesión social. Esto generó la necesidad de fijar la opinión en un momento de conflicto, en la búsqueda por crear un ideal de unanimismo a través de la persuasión de la lucha contra el enemigo.2 El campo político estaría marcado, desde la época de la Primera República, por las luchas y negociaciones de diversos grupos, debido a la desaparición del rey como figura cohesionadora de la sociedad. Esta lucha, dentro de este mismo ideal, se mantuvo en la década del 20, pero generó nuevos sentidos a partir de la consolidación de la opinión pública como espacio de legitimidad de las facciones en la formación de la nueva república (Calderón & Thibaud, 2002). De esta forma, las negociaciones por el poder local ya no se harían con el rey, sino que se darían entre los diversos grupos que tratarían de imponer su opinión particular como opinión general. Lo que cada facción pretendía era consolidarse como la verdadera opinión pública en un nuevo modo de hacer y discutir la política que estaba centrado en “la confrontación entre redes que rivalizan por revestir su opinión de voluntad general” (Calderón & Thibaud, 2002, p. 158). Dentro de esta perspectiva, la idea de fijar la opinión por medio del combate de ideas por parte de es  Ver en este volumen el capítulo de Francisco Ortega y Alexander Chaparro, “El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830”. François-Xavier Guerra y Javier Fernández Sebastián nos muestran este proceso en un primer momento, en el cual era necesario luchar contra los franceses en toda la monarquía hispánica. Sin embargo, como lo muestra Gilberto Loaiza esto se desarrollaría más adelante en la Nueva Granada como una forma de generar unidad en un territorio que estaba dividido tanto en luchas internas, como en el enfrentamiento con los ejércitos españoles. Ver Guerra, (2002a); Guerra, (2002b); Fernández Sebastián, (2002); Loaiza Cano, (2010); Goldman, (2008). Para ver cómo se había desarrollado este concepto a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX ver Lempérière (1998); Uribe Urán, (2000) y Silva, (1998).

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tos grupos profundizó la lógica de facciones3, convirtiendo a la opinión pública en un campo de confrontación por medio de dos variables. En primer lugar, la necesidad del Estado naciente de fijar la opinión común para que se convirtiera en un sostén a partir de la defensa de las leyes. Según Noemí Goldman, “en este periodo se extiende el uso del concepto y se amplifican las metáforas que marcan el avance de la nueva voz como principio de legitimación, que se asocia a los ‘gobiernos representativos’, las ‘leyes constitucionales’ y las ‘garantías individuales’: tribunal, reina del mundo, impetuoso torrente, espíritu del siglo, termómetro, faro, antorcha luminosa, conductor eléctrico” (Goldman, 2008, p. 234). Y, segundo, la lucha de estos grupos por negociar con ese Estado (y además ser parte de él) y la consiguiente lucha con las otras facciones por los principios de legitimación y por abrir espacios de participación en una opinión que se estaba conceptualizando dentro del Estado. He aquí una de las fuentes de conflicto: la búsqueda de una expresión unánime dentro de esta búsqueda de legitimación acompañada por la derrota del adversario en el campo de la opinión pública.4 Las facciones en la década del 20 del siglo XIX tratarían de convertirse en las voceras legítimas de la opinión pública dentro de un ideal de verdad que se construía en la confrontación. Desde aquí analizaremos La Bandera Tricolor como un periódico que intentó consolidarse como el vocero legítimo de la opinión pública. Aunque La Bandera acudirá al argumento constitucional, también representaba a una red de intereses que hacía parte de la administración central y que estaba defendiendo el privilegio que tenía sobre ella.   En este sentido hay que aclarar que en el periodo, el uso del término “facción” o “faccioso” se tomaba desde una óptica peyorativa, al considerarlas como aquellas opuestas a la unión nacional. Dentro de este contexto, utilizar el término “facción” sobre otro grupo político significaba entenderlo no solamente como un enemigo en el campo de la opinión pública, sino también como un enemigo de la unión nacional. 4   Esto lo podemos entender viendo una anotación de El Huerfanito Bogotano en el cual se consideraba que había que decidirse “siempre por las opiniones moderadas, por que en la moral, todo lo que es estremo, es casi siempre vicioso. Para reinar por la opinion, comensad reinando sobre ella”. Núm. 12: 26-V-1826. 3

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Así analizaremos la forma en que La Bandera Tricolor entendió la revuelta de Caracas y Valencia y los pronunciamientos de Quito y Guayaquil en 1826 y la construcción de significados sobre la nación que hizo por medio de sus escritos en este momento de crisis de la República de Colombia. La rebelión de Caracas y Valencia y el surgimiento de La Bandera Tricolor La Bandera Tricolor5 nació como una respuesta a la rebelión de Caracas y Valencia en 1826.6 Esta rebelión estuvo motivada, en primer lugar, por un proceso de acusación que le hicieron a José Antonio Páez en el Congreso, a raíz de un supuesto abuso de fuerza por parte del comandante venezolano en un intento de reclutamiento ordenado por Santander en Caracas.7 Durante su viaje a Bogotá para responder por las acusaciones, se presentó un motín el 30 de abril de 1826 en la ciudad de Valencia, la cual pedía la restitución   Según Elías Palti, el símbolo de la bandera se constituyó en este periodo como una manera de representar las fuerzas en pugna y aquella que identificaba a los ejércitos en esta batalla por la opinión. (Palti, 2007, p. 197) 6   Las actas de apoyo a Páez por parte de Valencia y Caracas se pueden ver en Ocampo López, (1988, tomo I, pp. 37-39 y 77-79, respectivamente), en las cuales se argumentaba que la presencia de Páez en Venezuela era fundamental para mantener la seguridad interior y exterior del territorio. En el acta de la municipalidad de Valencia del 11 de mayo de 1826 se invistió a Páez con toda la autoridad y se hizo un llamado para que Bolívar volviera y evitara una posible guerra civil mediante el llamado a una gran convención que cambiara la Constitución de 1821. (Ocampo López, 1988, tomo I, pp. 84). 7   Así lo mostró José Manuel Restrepo en su Diario Político y Militar. En la entrada del 27 de marzo escribió sobre la admisión en el Senado de la acusación presentada por la Cámara de Representantes en contra de Páez por “actos arbitrarios contra los ciudadanos de Caracas en el restablecimiento de milicias, y por haber insultado al intendente general Escalona con un recado”. (Restrepo, 1954, p. 286). En La Miscelánea, este hecho fue calificado por los editores como una “ruptura del pacto social por parte de Páez”. Núm. 30: 9-IV-1826, p. 125. Sin embargo, esta acusación siempre estuvo en disputa. En carta de Páez a Bolívar de mayo 24 de 1826, el primero escribió que sólo había cumplido con las órdenes de Santander a pesar de que las consideraba arbitrarias. Según Páez, los hechos habían sido exagerados luego en la Cámara de Representantes por la presión de Santander. (Ocampo López, 1988, tomo I, pp. 113-118). Más sobre esta discusión se puede ver en este tomo y en O’Leary, (1981). 5

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de Páez a su cargo.8 Sin embargo, ésta no sería la única razón de la rebelión. Había una gran inconformidad en Venezuela con la administración central, especialmente por el alto número de neogranadinos en los cargos más importantes. De igual forma, había una gran inconformidad con los empréstitos que estaba tomando el Estado y, sobre todo, su distribución. Así mismo, había una fuerte crítica a la situación de la agricultura, el comercio y la educación en Venezuela. Por otro lado, la figura de Santander generaba fuertes resistencias en Venezuela, Cartagena y algunas provincias del centro y occidente de la Nueva Granada debido al excesivo poder central que representaba ante la ausencia de Bolívar, quien se encontraba luchando contra tropas españolas en el Perú (Bushnell, 1984, pp. 375-397). Sin embargo, la mayor fuente de conflicto era el cuestionamiento de la Constitución de 1821 ya que, a pesar de que la municipalidad de Caracas había jurado lealtad a ella, no había tenido representantes en el Congreso que la sancionó.9 En este sentido, se estipulaba que la Constitución no había sido resultado del voto libre de los pueblos, sino de las circunstancias de la lucha contra el enemigo, por lo cual no se había podido hacer un examen detenido de las necesidades de la naciente nación. Así, se presentaba una pugna por lo que se entendía por representación política. Mientras en Venezuela los representantes eran vistos como delegados de la provincia,   En la entrada del 31 de mayo de su diario, Restrepo escribió que el general Páez había recibido la acusación y se disponía a viajar a Bogotá a responder ante el Senado. Sin embargo, la noticia de la rebelión solo llegaría a Bogotá el 1 de junio, con el arribo de un oficial con pliegos del intendente y comandante general del Zulia, que avisaba sobre la rebelión de Páez y su marcha con 2.000 hombres sobre Caracas. (Restrepo, 1954, pp. 291). 9   Así se puede ver en el acta de Valencia del 29 de junio de 1826, en la cual se argumentaba que “desde que en el departamento de Venezuela se vio la Constitución hecha en la villa del Rosario de Cúcuta en el año de 1821, la ilustre municipalidad de Caracas se apresuró a protestarla, publicó su protesta y la municipalidad sucesora entró a ejercer sus destinos bajo la misma garantía. Ella no es la obra de representantes elegidos por la voluntad de estos pueblos, que entonces estaban desgraciadamente en poder de los enemigos, sino el resultado de aquellas circunstancias”. (Ocampo López, 1988, tomo I, p. 158). De esta forma se desconocía la legitimidad de la Constitución al no contar con los representantes que se considerarían como legítimos por parte de Caracas. 8

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en Nueva Granada serían entendidos como representantes de la nación. Esto marcó una discusión sobre la legitimidad de la ratificación de la Constitución, ya que la provincia de Caracas no se sentía representada en ella. Los firmantes del Acta de Valencia del 29 de junio de 1826 criticaron que la aprobación del texto hubiera sido hecha por el mismo Congreso constitucional y no por los pueblos tras un examen de la carta magna.10 Por esto, alegaban la necesidad de enmendar el texto constitucional. Esto generó una lucha por fijar la opinión entre un número distinto de propuestas. En primer lugar, la posibilidad de un sistema federal después de la convocatoria a un nuevo congreso constituyente en 1831. Por otro lado, la idea de una reunión inmediata de la convención y cambio de la Constitución, pero no dentro de un marco federal; otros abogaban por una convención que estableciera una gran confederación de los tres grandes departamentos con el fin de hacer posible en un futuro la separación de Venezuela. Y, además, había otro grupo de opinión que abogaba por mantener la unión dentro de la República. Dentro de este contexto de lucha por fijar la opinión sobre la legitimidad de la Constitución de 1821 y la República bolivariana nació La Bandera Tricolor. Los editores del periódico fueron Rufino Cuervo, Francisco Soto y Vicente Azuero (Restrepo, 1954, p. 312). En el momento en que el periódico salió a la luz, Cuervo era senador de la República al igual que Francisco Soto quien, además, oficiaba como director de la comisión de crédito nacional. Mientras tanto, Vicente Azuero se desempeñaba como

  Aquí quisiera anotar que esta acta fue firmada por representantes de Caracas, Turmero, Valencia, Santa Lucía, El Pao, Quíbor, San Carlos, Petare, Carora, Achaguas, La Guaira, Tocuyo, San Felipe, Barquisimeto, Nirgua, Cura, San Fernando de Apure, Puerto Cabello, Guarenas, Ocumare, San Sebastián, Río Chico, Maracay y Orituco. Sin embargo, no era una opinión unánime en Venezuela. Según J. Austria en un escrito dirigido a Bolívar el 13 de octubre de 1826, “Son bien críticas las circunstancias en que se halla Venezuela; hay oposición a la revolución y se quieren impedir sus progresos; pero también hay una opinión general porque el gobierno no tome medidas hostiles, ni se rompa la guerra en Venezuela, porque todos temen sus consecuencias”. (Ocampo López, 1988, tomo I, p. 230). 10

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presidente de la Alta Corte de Justicia.11 Como podemos apreciar, cumplían con altos cargos en el gobierno central y eran amigos cercanos de Santander quien, al mismo tiempo, fue colaborador del periódico al escribir algunos de sus artículos.12 La publicación se distribuía principalmente en Bogotá, pero también era leído en sitios como Rionegro, Cartagena, Caracas, Guayaquil, Quito y Lima.13 De igual forma, Santander le enviaba algunos números a Bolívar en Perú, por lo que podemos suponer que el periódico era leído por el mismo presidente de la República y algunos de sus oficiales (Santander, 1990, p. 53). La Bandera Tricolor hizo parte de una esfera pública activa y deliberante en la República de Colombia (Bushnell, 2006). El aumento de periódicos después de 1819 dio lugar a un nuevo campo de lucha entre las distintas facciones y los medios gubernamentales. Por ejemplo, la necesidad de fijar una opinión unánime desde el gobierno llevó a que el 10 de julio de 1826 se expidiera un decreto que establecía que los escritos que apoyaban la rebelión fueran declarados sediciosos y por lo tanto acusados conforme a la ley como un abuso de imprenta (Ocampo López, 1988, tomo II, pp. 9-10). Dentro de este contexto, La Bandera se consolidaría como un referente importante en la opinión pública del momento y sería un lugar privilegiado para elaborar el concepto de nación relacionado con la constitución en el grupo que apoyaba a Santander. Así, el periódico entraría en un campo de batalla en el cual lucharía por convertirse en   “Exposición de los sentimientos de los funcionarios públicos, así nacionales como departamentales y municipales, y demás habitantes de la ciudad de Bogotá, hecha para ser presentada al Libertador presidente de la República, reimpresa en Nueva York, 1827”. En Santander, (1990, pp. 90-112). Azuero también fue el editor de la Gazeta de Bogotá, El Correo de Bogotá y La Indicación. Los tres ya habían trabajado juntos antes en La Miscelánea. 12   Estos fueron La Carta del padre al hijo y Contradicciones. El primero se publicó el 17 de septiembre y el segundo el 24. Ver Cuervo & Cuervo, (1918, p. 6). Fueron colaboradores del periódico Pedro Acevedo Tejada, Juan de Dios Aranzazu, José Ángel Lastra y Alejandro Vélez. 13   Ver, Cuervo & Cuervo, (1918, p. 32). Así mismo se habló de la quema de ejemplares de La Bandera en la plaza de El Espinal. La Bandera Tricolor, núm. 25, 31-XII-1826. 11

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una fuerza moral dentro de la opinión pública con el fin de consolidar sus ideas como aquellas que eran legítimas para la naciente república. La constitución como referente de la nación. La lucha contra la posibilidad de la monarquía El concepto de nación sería fundamental para la formación de los estados republicanos en la década del 20 del siglo XIX. Sin embargo, las discusiones sobre los sentidos de este concepto venían desde mucho antes y serían fundamentales desde de la crisis de la monarquía española a partir de 1808 (Guerra, 1992). En este momento empezaría a desarrollarse una idea de nación en la cual ésta, el pueblo y la soberanía ya no estarían ligados por un vínculo natural a través de la figura del rey, sino en el acuerdo de una comunidad basada en la voluntad de los habitantes del país. Por lo tanto, la nación se tenía que constituir a partir de esta voluntad por medio de un nuevo pacto social que estaría representado en la Constitución. En este sentido podemos ver cómo el concepto de nación se constituyó en una colectividad que iba más allá de las cuestiones étnicas, geográficas o de carácter con las que fue identificada en los siglos XVII y XVIII (Álvarez de Miranda, 1992), (Chiaramonte, 2004). Como lo muestra Chiaramonte, las mutaciones del concepto estarían ligadas, a mediados del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, con una sinonimia entre el Estado y la Nación, en la cual la acepción política del concepto sobresalía sobre la étnica. De esta forma, la conciencia nacional estaría ligada a la pertenencia a un Estado, producto de la unidad política y de la voluntad de sus individuos (2004). La pregunta de cómo constituir una nueva comunidad política estaría ligada a cómo se construiría la nación a partir de definir la manera en que se entendería la soberanía y la representación política por medio del documento escrito de la Constitución. De esta forma surgía un nuevo aparato conceptual y simbólico que reemplazaba el orden de lealtades coloniales y ayudaría a darle al nuevo Estado republicano una serie de símbolos y metáforas que permitirían construir un orden liberal (Anrup y Oeni, 1999). Así veremos cómo La Bandera Tricolor daría sentido a este aparato conceptual tras la rebelión de Valencia y Caracas a partir de la idea de la trascendencia 238

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y legitimidad de la Constitución, el sistema de representación a través del Congreso y la metáfora de la familia como símbolo de su unión. La rebelión liderada por Páez se constituyó en un reto a la institucionalidad de la República de Colombia. De esta manera, el gran objetivo de La Bandera Tricolor fue la defensa de la Constitución promulgada en Cúcuta en 1821, la cual tendría una vigencia de diez años, antes de poder ser modificada o cambiada.14 En este momento, el principio constitucional se volvería el referente principal de la institucionalidad naciente de las repúblicas y de la nación. La confianza en la Constitución como fuente de legitimidad empezó a forjarse en América Latina desde 1810, debido a la ausencia del rey como sostén de la autoridad. Esto implicaba un cambio de paradigma en cómo se entendía el poder central y su legitimidad. El rey, como figura benevolente y patriarcal dotada de autoridad por la doctrina religiosa y la tradición civil, había desaparecido. En su lugar, se ubicaría un sustituto mucho más impersonal y difícil de asimilar: el documento escrito de la Constitución (Bushnell & Macauly, 1989, p. 39). Éste se convertiría en el punto de regulación y negociación del campo político. De manera que la apropiación del concepto de verdad estaría claramente ligada a la función de proclamar y representar la unidad en relación con la Constitución, la cual consagraría a la nación colombiana como el sujeto político colectivo en el El artículo 191 de la Constitución de 1821 decía lo siguiente: “Cuando ya libre toda o la mayor parte de aquel territorio de la República, que hoy está bajo del poder español pueda concurrir con sus representantes a perfeccionar el edificio de su felicidad, y después de una práctica de diez o más años, haya descubierto todos los inconvenientes o ventajas de la presente Constitución, se convocará por el Congreso una gran convención de Colombia, autorizada para examinarla o reformarla en su totalidad.” (Constitución Política de la República de Colombia, 1821, p. 117). La defensa de la Constitución también sería primordial para La Miscelánea, el periódico que dirigían antes Cuervo, Azuero y Soto. En su primer número escribieron que “La Constitucion de Colombia, este libro precioso que nos ha restituido al pleno goze de nuestros mas caros derechos, sera uno de los objetos de nuestras meditaciones: la defenderemos con constancia, y si alguno de sus articulos mereciere nuestra critica, sera con el solo intento de promover su reforma en el modo y terminos que ella misma previene; pero nunca el de provocar a la desobediencia”. La Miscelánea, domingo 18 de septiembre de 1825, p. 1.

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cual residiría la soberanía (Romero Leal, 2011).15 Como consecuencia, la Constitución sería la nueva garante del sistema político y la institucionalidad del Estado sería fundamental para definir a la nación. Teniendo esto en cuenta, los editores de La Bandera Tricolor considerarían a la carta magna como el soporte de la naciente Colombia, dando a entender la república y el sistema representativo como un desarrollo natural de las revoluciones de independencia. Aunque los santanderistas no se representaban a sí mismos como facción al hacer parte del gobierno y considerar su propia opinión como la opinión general, podemos ver cómo los argumentos de este grupo fueron utilizados en una dinámica que buscaba la unanimidad dentro de un espacio de opiniones diversas, haciendo de ellos una facción más en la disputa. La misión del periódico sería sostener y mostrar la naturaleza trascendental del texto constitucional para garantizar el orden político y, a partir de él, la unión y el orden de la nación, garantía de la “seguridad, la libertad y la igualdad”.16 De esta forma se puede resaltar el epígrafe de todos los números del periódico, el cual es muy diciente de su propuesta editorial, “La nación Colombiana […] no es, ni será nunca el patrimonio de ninguna familia ni persona -Art. 1 de la Constitución”.17 Al citar la Constitución, la publicación no sólo estaba haciendo énfasis en la unión de la nación colombiana, sino, sobre todo, en la legitimidad y trascendencia que este texto tenía como fundante de esta misma entidad, al convertirse en la nueva figura que cohesionaría a los diversos habitantes de la Gran Colombia en un sistema republicano en contra de la idea de un gobierno centralizado en el poder excesivo de una persona.   Ver también Romero Leal, (2012).   La Bandera Tricolor. Núm. 1:16-VII-1826, p. 1. 17   Según el Artículo 1 de la Constitución de 1821: “La Nación colombiana es para siempre, e irrevocablemente libre e independiente de la monarquía española; y de cualquiera otra potencia o dominación extranjera, y no es, ni será nunca el patrimonio de ninguna familia ni persona”. Constitución Política de la República de Colombia de 1821. En Piedrahita, (2003, p. 89). Esta misma fórmula sería utilizada en la Constitución de Cádiz de 1812, la cual estipulaba en su Artículo 2, “La Nacion española es libre é independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona”. Constitución Política de la Monarquía Española promulgada en Cádiz a 19 de Marzo de 1812. 15 16

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Dentro de esta perspectiva, uno de los enemigos de la Constitución como fuente de legitimidad sería la posibilidad de una monarquía, fuera ésta europea o americana, representada esta última en la posibilidad de que Bolívar se erigiera como rey. Así podemos ver la identidad entre nación y sistema republicano, ya que éste último sería fundamental para consolidar una idea de la primera que estuviera sustentada en la moderación en el ejercicio del gobierno, la división de los poderes y la participación del ciudadano en la vida pública a través de la representación de estos en el Congreso.18 La vuelta al sistema monárquico sería considerada como un ataque a los principios constitucionales y, por lo tanto, a la nación colombiana. Por tanto, se empezaría a cuestionar la rebelión de Caracas, desde la amenaza de erigir a Páez como monarca de los venezolanos Hoy que los mismos facciosos han logrado precipitar al jeneral Paez en una defeccion ignominiosa alhagandolo con la infame esperanza de erijirse en rey y tirano de sus compatriotas, por medio de la violencia y de la fuerza que tiene a sus ordenes, es llegado el tiempo de sostener con firmeza y constancia este principio vital, este pacto sagrado y eterno.19

La Bandera Tricolor presentó la Cosiata como un atentado a las ideas liberales que sustentaban el sistema republicano y como un retroceso político para la nación. En primer lugar, significaba la imposición del interés particular sobre el común. Los editores muestran, como una forma de presionar al mismo Bolívar, cómo éste había desechado la   En La Miscelánea se puede leer esta idea del gobierno republicano como soporte de la opinión pública y posibilidad de contener al Ejecutivo a través de ella. “No es sino en los gobiernos republicanos que la opinion publica, libre para exhalarse por tantos organos cuantos son los hombres que la forman, puede llegar a ser un freno que contenga a las autoridades; y no es sino en ellos donde siendo licito denunciar los estravios de estas mismas autoridades, ellas tiene la loable docilidad de enmedarlos”. Núm. 21: 5-II-1826, p. 87. De igual forma se pueden leer los principios republicanos de respeto a las leyes, ejercicio del gobierno y la protección de las garantías individuales en El Huerfanito Bogotano, núm. 1: 10-III-1826, p. 1. 19   La Bandera Tricolor, núm. 1: 16-VII-1826, p. 1. 18

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posibilidad de una monarquía ante el ofrecimiento que le hizo Páez un año atrás, calificándolo como un “proyecto tan pueril y ridículo como infame y criminal, ha sido mirado con horror y detestación por el Padre de la libertad”.20 Ante este rechazo se erigió la figura de Páez como la de un posible rey tiránico, usurpador y, sobre todo, sin educación, calificado como “un embustero tan osado, un alma tan vil”.21 Dentro de esta defensa del régimen liberal representativo basado en la Constitución, la figura del rey constituye la ruptura de la igualdad entre los ciudadanos. Los editores de La Bandera Tricolor sacarán esta anotación de algunos extractos de discursos de Bolívar: “Fundar un principio de posesión sobre la mas feroz delincuencia, no podría concebirse sin el trastorno de los elementos del derecho, y sin la perversión mas absoluta de las nociones del deber. Nadie puede romper el santo dogma de la IGUALDAD”.22 El argumento de los editores para caracterizar a Páez y la posibilidad de una dictadura bolivariana fue el fracaso de los tiranos, debido a la ruptura de la igualdad entre los ciudadanos y su posterior condena por parte del implacable tribunal de la historia. Esto se constituiría en una traición contra el pueblo, la cual sería considerada como una infamia que pondría a Páez en el mismo nivel de Napoleón o Iturbide. El fracaso de la monarquía de este último en México se constituiría en el referente de por qué una nación no podía estar solamente en manos de una persona. Ciertos hombres, después de haber arrebatado por sus virtudes la admiración y benevolencia de los pueblos, cambian los títulos de libertadores y bienhechores, por los de usurpadores y traidores. Entonces no se conserva también su memoria, pero por una razón contraria, asi como se conserva la de las inundaciones, incendios, pestes y temblores de tierra. A esta clase pertenecen sin duda Coriolano, Napoleon, Iturbide y el desafortunado Paez.23     22   23   20 21

La Bandera Tricolor, núm. 2: 26-VII-1826, p. 6. La Bandera Tricolor, núm. 2:26-VII-1826, p. 6. La Bandera Tricolor, núm. 3: 30-VII-1826, p. 9. La Bandera Tricolor, núm. 8: 3-IX-1826, p. 9.

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La legitimidad de la Constitución estaría basada en la posibilidad de alejarse de la acción de los tiranos y de esta historia marcada por la traición. Es por medio de la carta magna que se podían evitar “absurdos proyectos de imperios, monarquías, principados, u otros sistemas hipócritas que bajo apariencias republicanas envuelven el monstruo de un poder absoluto!”24 Los temores que se abrazaban en este momento estaban ligados al debate de qué sistema político debía ser aceptado por las nuevas repúblicas. Una de las críticas al movimiento en Venezuela era que no tenían claro si querían una monarquía, una federación, la Constitución boliviana o volver bajo el poder de los españoles.25 A partir de esta duda se argumentaría que desde “el primero y segundo año de la revolución solo se pensó en Republica, y nadie llego a sospechar que con el tiempo se quisiera monarquía”.26 Dentro de esta lógica, los editores considerarían la rebelión como un ataque a un orden adoptado por la soberanía de la nación y a la voluntad   La Bandera Tricolor, núm. 9: 10-IX-1826, p. 36.   Las críticas a las diversas posibilidades de formas de gobierno presentes en la República de Colombia, las podemos ver en una carta de Santander a Bolívar, con fecha del 21 de agosto de 1826, en la cual decía: “Unos quieren federación de tres grandes departamentos, como algunos caraqueños, otros como los cumanenses, maracaiberos y cartageneros, federación de Estados más pequeños y numerosos, otros como Páez, monarquía, otros como Guayaquil independencia absoluta, otros como Panamá, ciudad anseática y otros como yo, República central bajo formas republicanas.” (Santander, 1990, p. 22). 26   La Bandera Tricolor, núm. 9: 10-IX-1826, p. 33. Esta lucha ya había sido establecida en La Miscelánea cuando se estaba planteando la posibilidad de un principio de asociación de América en una conferencia entre las distintas naciones. En este periódico se estableció que era necesario fijar las reglas y principios del derecho político de América alrededor de “que la libre voluntad del pueblo es el unico orijen de la lejitimidad de los gobiernos”, en contraposición a la circular proclamada por la Santa Alianza en Laybach en la cual se expresaba que “la soberania reside esencialmente en el principe; que el supremo poder le pertenece de derecho divino; que todas las mudanzas en la administracion o en la lejislacion no deben emanar sino de su libre y espontanea voluntad; que los reyes solo a Dios son responsables; y que todo lo que salga de esta linea conduce necesariamente a desordenes y trastornos”. Ante esto debía establecerse una guerra de ideas con la cual actuar frente a Europa en defensa de los principios de legitimidad americanos a partir de la voluntad del pueblo. La Miscelánea, núm. 30: 9-IV-1826, p. 123. 24 25

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del pueblo27, ya “que todo acto en oposición contra la constitucion es ilegal, injusto, violento y destructor de la sociedad”.28 La revuelta sería concebida como el ataque de una facción a toda la nación y ni siquiera era considerada como un deseo mayoritario en Venezuela. Así, la opinión que se asociaba con la expresión de intereses particulares, adolecía de un déficit de legitimidad dentro de este contexto.29 La principal razón esgrimida por los editores de La Bandera era que cualquier cambio debía provenir de toda la nación y no de una parte de ella. Por lo tanto, se empezó a catalogar el levantamiento como obra de unos pocos que sólo buscaban beneficios personales o escapar de la condena de diversos crímenes. Al individualizar la opinión del otro grupo político se deslegitimaban sus argumentos y se les consideraba como contrarios al interés nacional. Así lo explicaba Santander al decir “la opinión pública de todo el departamento de Venezuela está pronunciada por el gobierno y las instituciones, y contra las variaciones escandalosas y tumultuarias que se han hecho allí por cuatro perversos que lograron ganar al general Páez” (Santander, 1990, p. 47). Aquí la pregunta sobre la nación y la representación entraba en el escenario ¿quiénes representaban a la nación? Y, sobre todo ¿quiénes eran la   En el Artículo 2 de la Constitución se estipulaba que “la soberanía reside esencialmente en la nación. Los magistrados y oficiales del Gobierno, investidos de cualquier especie de autoridad, son sus agentes o comisarios y responsables a ella de su conducta pública.” (Constitución Política de la República de Colombia, 1821, p. 89). 28   La Bandera Tricolor, núm. 11:24-IX-1826, p. 42. 29   Esto lo podemos ver en un escrito de José Francisco Bermúdez, comandante del Orinoco, en el cual ofrecía lealtad al gobierno central a partir de una crítica abierta a la actuación de Páez y de las municipalidades de Valencia y Caracas, cuestionando la legitimidad de las razones aducidas por estas ciudades al contrastarlas con la idea de la legitimidad de los representantes de la nación y la incapacidad de estas dos ciudades para imponerse por fuera de este criterio. “¿De dónde han podido sacar esas corporaciones, ni los habitantes de dos pueblos, aun cuando se les quisiese suponer cómplices en este atentado, una facultad que sólo puede considerarse propia de la nación entera? Variar la forma de gobierno cuando nos hallamos constituidos bajo reglas ciertas y conocidas, no es permitido sino a los legítimos representantes de la nación, convocados al efecto y con poderes suficientes para ello.” (Ocampo López, 1988, tomo I, p. 97). 27

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nación? Para los editores de La Bandera, ésta no podía ser representada a partir de la noción de la soberanía de tres estados dentro de uno. Por el contrario, la representación de la nación estaba ligada a la Constitución como acuerdo fundamental de la misma y al sistema republicano como aquel capaz de establecer los principios de control del Ejecutivo por medio del Congreso y el aparato judicial. Por lo tanto, la idea de la república como el sistema más adecuado para la nación también se estableció a partir de la idea de representación, como aquella capaz de cumplir con las expectativas de los diputados, debido a que tendría en cuenta a toda la nación por medio de los congresistas. Según los editores de La Bandera, “resulta, pues, que aun durante el tiempo mas desgraciado para Colombia, los años de 16 hasta el 19, la idea primitiva de republica se fue generalizando mas y mas entre los patriotas, y haciéndose tan familiar, que aun los que no sabían leer, por imitación de los demás siempre gritaban viva la patria, viva la Republica, mueran los tiranos”.30 Este tipo de gobierno sería la expresión diáfana de la voluntad general y estaría apoyado en la Constitución. Para los editores de La Bandera, “éste es el sistema representativo que no tuvieron la dicha de conocer los hombres ilustres de cien años atras, y que un célebre escritor ha llamado con propiedad “el estado de naturaleza perfeccionada”.31 Así se establecería una imagen de la república y el gobierno representativo como uno de los mayores logros de la humanidad. Esto serviría de base para una de las grandes críticas de los editores de La Bandera a los periódicos venezolanos y los miembros de la rebelión, ya que estos estaban confundiendo la voluntad nacional con la de una fracción de ella, dejando a un lado la perfección del sistema representativo al no seguir los conductos regulares que establecía la Constitución. Aquí se establecieron dos principios. En primer lugar, la autoridad que no provenía del pueblo en cabeza de sus representantes no era legítima. Y, segundo, esta autoridad no pertenecía a la voluntad de la nación.   La Bandera Tricolor, núm. 9: 10-IX-1826, p. 34.   La Bandera Tricolor, núm. 10: 17-IX-1826, p. 39.

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Teniendo esto en cuenta, se mostraría al sistema representativo republicano como inherente a las nuevas naciones americanas. Tras los pronunciamientos de Quito y Guayaquil en los cuales se presentaba el apoyo de estos territorios a Bolívar pero, a partir de la Constitución boliviana, este argumento sería fundamental.32 El interés de las actas era proclamar esta constitución para todo el territorio nacional. Fuertes rumores corrían sobre la posibilidad de que el mismo Bolívar estuviera detrás de estos hechos como nos lo muestra José Manuel Restrepo, quien escribía que “hay bastantes datos para creer que las actas de Guayaquil y Quito de 28 de agosto y 6 de septiembre último han sido promovidas por personas muy adictas al Libertador, y por consiguiente parece que son con sus consentimientos” (Restrepo, 1954, p. 304).33 Esa situación se vería acentuada por el pronunciamiento de Cartagena, promovido por Antonio Leocadio Guzmán, quien había sido colaborador de Bolívar para promover la constitución boliviana en Colombia (Bushnell, 1984, p. 345). Bolívar mismo escribió que pensaba que su Constitución era la adecuada para sacar a Colombia de la crisis que estaba viviendo ya que, para él, representaba una unión entre Europa y América, entre el ejército y el pueblo, entre la democracia y la aristocracia y, por último, entre el imperio y la república. Bolívar abría la puerta a la posibilidad de una monarquía constitucional para la República de Colombia. Así lo expresó en una carta dirigida a Santander No obstante me adelanto a decir a usted que yo no encuentro otro modo de conciliar las voluntades y los intereses encontrados de nuestros conciudadanos que presentar a Colombia la constitución boliviana, porque ella reúne a los encantos de la federación, la fuerza del centralismo:   Estas noticias llegarían a Bogotá alrededor del 26 de septiembre de 1826. José Manuel Restrepo registró que el 28 de agosto y el 6 de septiembre se habían presentado los pronunciamientos de Guayaquil y Quito, respectivamente. Su reacción ante el hecho fue la siguiente: “lo cierto es que la actual constitución puede considerarse como destruida por los departamentos del sur y de Venezuela”. (Restrepo, 1954, p. 301). 33   Según Frank Safford, Bolívar consideraba “los pronunciamientos dirigidos por los militares como la verdadera expresión de la voluntad popular”. (Safford, 2004, p. 123). 32

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a la libertad del pueblo, la energía del gobierno, y, en fin, a mi modo de ver las cosas, yo que las peso en mi corazón no encuentro otro arbitrio de conciliación que la constitución boliviana, la que contemplo como el arca donde únicamente podemos salvar la gloria de quince años de victorias y desastres, y últimamente yo presentaré a Colombia esta medida de salvación como mi último pensamiento. (Santander, 1990, p. 16).

Bolívar planteaba un escenario de separación nacional en el cual había numerosas fuentes de conflicto que sólo podrían solucionarse a través de su constitución y su gobierno vitalicio, lo cual marcaría una gran diferencia con el grupo santanderista. Las diversas tensiones entre las regiones así como la situación del ejército (falta de pago debido a los problemas fiscales) era el marco que hacía necesaria la reforma de la Constitución vigente. Para Bolívar, se debía adoptar un sistema de unidad bajo una forma federal. El gobierno estaría en manos del presidente vitalicio, del vicepresidente y de tres cámaras que manejarían la hacienda nacional, guerra y relaciones exteriores. Cada departamento de las tres repúblicas mandaría un representante a un gran congreso federal con lo cual se conformarían las cámaras con representación equitativa en cada sección. Las cámaras, el vicepresidente y los secretarios de Estado gobernarían la nación, mientras que el Libertador, como jefe supremo, visitaría los departamentos de cada Estado una vez por año. Para Bolívar, “Colombia no puede quedarse más en el estado en que está, porque todos quieren una variación, sea federal o sea imperial […] No hay otro partido que un ejército, una bandera y una nación en Colombia como en Bolivia”.34 A partir de esto, Bolívar abogaría por “devolver al pueblo su soberanía primitiva para que rehaga su pacto social.” (Santander, 1990, p. 59). Bolívar planteaba la necesidad de reformar el pacto principal de los colombianos, ya que éste había “sido violado, manchado, roto, en fin, ya no puede servir de nada; una ley fundamental no debe ser sospechada siquiera, como la mujer   “Carta de Bolívar a Sucre, 12 de mayo de 1826”. En Ocampo López, (1988, tomo I, p. 264). 34

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del César; la integridad debe ser su primer atributo; sin esto es un espantajo ridículo o más bien el símbolo del odio.” (Santander, 1990, p. 45). Para Bolívar la unanimidad de la opinión provenía de la imposibilidad de cuestionar la legitimidad de la Constitución, recuperando su nivel de trascendencia frente a los sucesos políticos. Sin embargo, esto serviría como una forma de legitimar su propia Constitución a los ojos de la opinión pública. Estos planteamientos serían rebatidos por los editores de La Bandera Tricolor, ya que para ellos, la soberanía residía en la nación, y su ejercicio se hacía posible a partir de su representación en el Congreso y en la defensa de la Constitución como el pacto fundamental de los colombianos. Así lo expresaron los editores del periódico: “todos sabemos, no solo por que está escrito en la constitucion, sino por que lo enseñan los maestros del derecho público, que es en toda la nacion y no en un partido que reside la soberanía, que esta es por naturaleza una e indivisible”.35 De esta forma se constituyó el concepto de nación alrededor de los principios de la trascendencia de la Constitución y del sistema representativo, los cuales se desarrollaron a lo largo de este apartado. Ahora miraremos cómo este concepto se complementa con la metáfora de la familia y la idea de Bolívar como padre de la nación. Esta figura sería utilizada para deslegitimar la rebelión de Caracas y generar una fuerte presión para evitar que la Constitución boliviana fuera adoptada en Colombia. Uno de los grandes temores de los editores de La Bandera Tricolor y de Santander era perder el respeto y la credibilidad frente al mundo liberal europeo. Es dentro de este contexto que analizaremos el siguiente apartado. Bolívar como padre de la nación. Defender la Constitución como deber de los hijos La metáfora de la familia36 sirvió para considerar que todos los habitantes de la nación tenían los mismos derechos y que ninguno de sus miem  La Bandera Tricolor, núm. 14: 15-X-182, p. 55.   Un análisis de este proceso de formación de metáforas familiares durante el periodo de la independencia se puede ver en Anrup & Oeni, (1999). 35 36

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bros podía imponer su autoridad, “ya que todos somos colombianos y nos bastaría a los caraqueños ver el profundo amor que esas provincias profesan a nuestro Bolivar para que fuésemos agradecidos a Vdes. y los mirásemos como a una sola familia”.37 Esta metáfora sería efectiva ya que ayudaría a resaltar la obediencia a la autoridad del padre como vínculo central del orden político y se constituiría en un elemento fundamental para significar la unidad de la nación. La construcción de la nación a partir de la metáfora de la familia trató de establecer que sólo existía una voluntad general, la cual estaría de acuerdo con mantener la Constitución, y el resto sólo serían facciones que actuaban de acuerdo al egoísmo de sus propias posiciones. En esta metáfora, Bolívar sería representado como el padre de la nación.38 De esta manera, veremos cómo la posterior negativa de Bolívar de defender la Constitución sería considerada como el fin de la posibilidad de la unión colombiana y, por lo tanto, como el mismo fin de La Bandera Tricolor. La imagen de Bolívar fue asociada, en un primer momento, con la defensa de la Constitución y como el primer ciudadano de la nación. Así, se argumentó que la rebelión de Caracas no sería sólo un ataque sobre la nación colombiana, sino sobre la misma figura del Libertador. Algo importante es que La Bandera estableció que la gloria de Bolívar estaba cimentada sobre “la libertad de su patria: y sin república, sin constitución

  La Bandera Tricolor, núm. 4: 6-VIII-1826, p. 15.   Esta imagen de Bolívar se puede apreciar en una carta de Santander al primero, con fecha del 18 de octubre de 1826: “Un padre adorado expuesto al más inminente peligro de muerte, no excitaría en mi corazón tanto dolor como el considerar a todo lo que usted exponía su gloria y reputación, esa gloria y reputación que yo amo con idolatría y por cuya conservación daría mi sangre” Cartas Santander a Bolívar, 67. La imagen de Bolívar como padre de la patria también sería esgrimida por Paéz, quien en la carta que le escribió al primero, con fecha del 24 de mayo de 1826, le pide que las reformas que se vayan a hacer sean aprobadas por él, ya “todos lo consideran aquí como su padre, y no quieren que un hijo ilustre que ha llenado de gloria la mayor parte de este continente, deje de ser el legislador de su propio suelo, después de haberle puesto en posesión de su independencia.” (Ocampo López, 1988, tomo I, p. 117). 37 38

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y sin leyes no existe la libertad”.39 Con esto, aquellos que se opusieran a ella serían declarados, por los editores del periódico, como enemigos de Bolívar. Además, se recalcaría constantemente el compromiso de Bolívar de defender la Constitución de 1821. Acudiendo a la idea de la hermandad bajo la común identificación de colombianos, se buscó legitimar la Constitución de 1821 a partir de diversas afirmaciones de Bolívar en las cuales juraba defender la carta magna hasta la muerte, calificándolo como el “mas firme protector del la Constitucion y de las leyes”, mostrando a los principios constitucionales aún por encima del padre de la nación. Así lo hicieron en el número 10 de La Bandera Si: los principios son ántes que los hombres, y el gran BOLIVAR es el primer campeon de esta doctrina social. Reverenciamos las virtudes, las cualidades sublimes de BOLIVAR participamos del reconocimiento, que él ha inspirado á la Nacion entera; pero toda medida desaprobada por la Constitucion, no haría mas que abismarnos en un diluvio de males, sancionando la anarquía, ó lo que es igual: los hombres sobrepuestos á los principios.40

Teniendo esto en cuenta, el deber de los ciudadanos consistía en defender la Constitución ante este tipo de ataques.41 Estos debían trabajar por la defensa de las leyes, de los derechos de la nación y de sus individuos. En la Carta de un padre a su hijo sobre los acontecimientos de Venezuela del 30 de abril de este año en adelante, escrita por Santander, se hizo un llamado a la defensa de la nación por parte de sus hijos, buscando la creación de una fuerza moral, que sería la misma opinión pública entendida como voluntad nacional. De esta forma, la opinión se consideraría como una forma de   La Bandera Tricolor, núm. 21: 3-XII-1826, p. 83.   La Bandera Tricolor, núm. 10: 17-IX-1826, p. 38. Cursivas en el original. 41   Esto estaba acorde con el artículo 5 de la Constitución de 1821, “son deberes de cada colombiano, vivir sometido a la Constitución y a las leyes, respetar y obedecer a las autoridades que son sus órganos; contribuir a los gastos públicos; y estar pronto en todo tiempo a servir y defender la Patria, haciéndole el sacrificio de sus bienes y de su vida, si fuere necesario.” (Constitución Política de la República de Colombia, 1821, p. 89). 39 40

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fortalecer al gobierno nacional dentro de la lucha de facciones.42 Esta fuerza moral sería determinante para los editores del periódico ya que, a partir de ella, se adquiría una mayor legitimidad en la lucha contra la rebelión y se consolidaría a la Constitución como el principal elemento fundante de la nación. Así lo expresaba Santander en la Carta de un padre a un hijo que mencionamos anteriormente: “por decontado que tú, como empleado en el ejercito, no has debido vacilar un momento en la causa que debes abrazar y sostener: tu has jurado, al tomar posesión de tu empleo, arreglar tus procedimientos públicos a las leyes, sostener y defender la constitucion, haciéndole hasta el sacrificio de tus bienes y de tu vida en caso necesario”.43 La imagen de Colombia como una familia a partir de la idea de la relación entre el padre y el hijo en un marco establecido sería soportada por la voluntad de la nación expresada en la Constitución. De esta forma se naturalizarían las relaciones políticas a partir de la defensa de la carta magna. Así, aquello que no correspondía a este vínculo entraba en la categoría del egoísmo y como enemigo de la supuesta voluntad unánime de la familia. Que desaparezca pues tan detestable egoismo, y cada uno ocupe su lugar, haciendo entender a los unos y a los otros que no es dado en Colombia a ningun mortal variar la voluntad de cerca de tres millones de personas, que a pesar de sus principios diversos bajo otro punto de vista, todos estan de acuerdo en continuar sometidos al gobierno popular representativo y en defender esa constitucion sagrada que desde sus primeros años les ha concedido la victoria contra los enemigos esteriores, y les ha inspirado fortaleza para en lo jeneral despreciar las sujeciones de los perversos que intentan vivir en medio del desorden y de la anarquia.44

  Esto se expresa en una carta que Aranzazu le escribió a Cuervo: “el Gobierno se robustece con la fuerza de la opinión, y ésta concluye por imprimir a los sucesos de Venezuela la marca de la rebelión; y una vez que esto se consiga, es bien cierto que el imperio de las leyes sucederá al de la fuerza.” (Cuervo & Cuervo, 1918, p. 10). 43   La Bandera Tricolor, núm. 10: 17-IX-1826, p. 38 44   La Bandera Tricolor, núm. 3: 30-VII-1826, p. 11. 42

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Sin embargo, el panorama empezó a cambiar a partir del levantamiento de las actas de Guayaquil y Quito. Ante la situación de inestabilidad, las municipalidades de varias regiones, entre ellas Cartagena, empezaron a clamar por una dictadura en manos de Bolívar con el fin de solucionar los inconvenientes del país.45 La Bandera Tricolor respondió con un llamado a Bolívar para cumplir sus promesas de respetar la institucionalidad como padre de la nación y, sobre todo, mostrar que el sistema de la Constitución boliviana era incompatible con los principios liberales y republicanos. Para los editores del periódico, no se podía cambiar la Constitución por monarcas inviolables y hereditarios y, ante la fuerza de la figura presidencial, sería imposible establecer un sistema de control sobre ella. Para los editores de La Bandera, era clara la contradicción de una Constitución que abogaba por un sistema presidencial fuerte pero, al mismo tiempo, federal. Por el contrario, para ellos, se debía esperar a la reunión del Congreso en 1827 para discutir la situación de la república y, sobre todo, esperar a la fecha estipulada en la Constitución para presentar algún cambio a la misma. Para ellos no podía haber dictadura, así fuera con Bolívar, calificándola como una “monarquía templada”.46 Se estipulaba que en el artículo 12847 de la Constitución ya se le daban poderes excepcionales al presidente en este tipo de casos sin recurrir a la dictadura. Así se empezó a ejercer cierta presión para que Bolívar se acogiera a la Constitución de 1821 usando   Esto se puede ver, por ejemplo, en las instrucciones de la municipalidad de Quito a sus comisionados, en la cual se propone a Bolívar como presidente vitalicio. Ver O’Leary, (1981, tomo 24, p. 39). 46   La Bandera Tricolor, núm. 13: 1-IX-1826. 47   El artículo 128 de la Constitución de 1821 decía: “En los casos de conmoción interior a mano armada que amenace la Seguridad de la República; y en los de una invasión exterior, y repentina, puede, con previo acuerdo y consentimiento del Congreso, dictar todas aquellas medidas extraordinarias que sean indispensables, y que no estén comprendidas en la esfera natural de sus atribuciones. Si el Congreso no estuviese reunido tendrá la misma facultad por sí solo; pero le convocará sin la menor demora para proceder conforme a sus acuerdos. Esta extraordinaria autorización será limitada únicamente a lugares y tiempos indispensablemente necesarios.” (Constitución Política de la República de Colombia, 1821, p. 108). 45

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sus propias palabras, “Sí, el jeneral BOLIVAR solo exije de nosotros respeto a las autoridades, cumplimiento de las leyes, amor al orden, y una fiel observancia de la Constitucion; y nosotros seriamos criminales, y eminentemente ingratos, si nos denegásemos á tan santos deseos”.48 Bajo esta misma óptica, los editores de La Bandera desestimarían la posibilidad de una posible unión con Perú y Bolivia, debido a la misma imposibilidad de mantener la estabilidad en Colombia. Se consideraron poco viables las ideas de confederación a partir de un sistema presidencial vitalicio para la nación colombiana, ya que atentaban contra los principios establecidos por la Constitución y por la incapacidad de responder a preguntas tan elementales como cuál sería la capital de esta posible nueva entidad política. Por el contrario, esta posibilidad fue catalogada en diversas ocasiones como una estrategia de los enemigos de Bolívar y se defendía a aquellos que se oponían a ella como los verdaderos representantes de él. Sus palabras fueron utilizadas nuevamente con el fin de lograr legitimidad desde el punto de vista del periódico, “tratar de criminales, de anarquistas, de infames á los que se oponen á que haya una dictadura en Colombia, es insultar al jeneral BOLIVAR, que habia dicho: Yo no aspiro sino á poner un término á los dos mas grandes azotes que puedan aflijir la tierra, la guerra y la dictadura. El universo civilizado ha oido, y ha repetido con admiracion estas palabras”.49 De esta manera pedían que Bolívar se encargara del poder ejecutivo, pero que mantuviera inviolable la Constitución, restableciendo su legitimidad en Venezuela, tomando las medidas necesarias para mantener la reunión   La Bandera Tricolor, núm. 20: 26-XI-1826, p. 79. Esto también lo podemos ver en una hoja suelta titulada Un Cartaginés al autor de La Bandera Tricolor, Fontibón, 30 de octubre de 1826,en la cual se ejercía presión sobre Bolívar para hacerlo cumplir con el mandato constitucional a partir de la elevación de su figura: “Nada tenemos que temer, mi caro amigo, Bolivar es incapaz de dar acogida en su pecho generoso a otras maximas que á las que ha sancionado nuestro pacto social, el està muy distante de hacernos violencia por que en cada pagina de su historia se encuentra publicado un principio liberal, un desprendimiento de ambicion”. Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo Pineda 824, Pieza 48, p. 2. 49   La Bandera Tricolor, núm. 24: 25-XII-1826, p. 98. 48

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del Congreso50 y que no se hiciera ningún cambio en la Constitución hasta ese momento, hecho no compartido por Bolívar quien le escribiría a Santander, “está bien, ustedes salvarán la patria con la constitución y las leyes que han reducido a Colombia a la imagen del palacio de Satanás que arde por todos sus ángulos” (Santander, 1990, p. 83). El pedido de Santander se puede ver claramente en la “Exposición de los sentimientos de los funcionarios públicos, así nacionales como departamentales y municipales, y demás habitantes de la ciudad de Bogotá, hecha para ser presentada al Libertador presidente de la República”, la cual salió a la luz el mismo día (14 de noviembre de 1826) en que Bolívar llegó a Bogotá proveniente desde el Perú. En ella, diversos funcionarios del gobierno, entre ellos Azuero, Soto, Cuervo y el mismo Santander le escribían a Bolívar que cumpliera con sus compromisos ante la Constitución y que recordara que él era el primer ciudadano y, por lo tanto, defensor de ésta. La presión ejercida sobre Bolívar se centraría en la idea de su legado, ya que le recordaban que “sería la obra maestra de un monstruo de crueldad la destrucción de su propia obra: y el alma de vuestra excelencia es una de las más bellas que ha debido salir de las manos del autor de la naturaleza”.51 La mayor crítica que se le hacía a Bolívar era la incompatibilidad de la monarquía constitucional en un mundo republicano representativo liberal. La causa de los reyes y los gobiernos perpetuos (como el de la Constitución boliviana) ya había sido vencida y el problema se planteaba en términos de sucesión. La época de las monarquías ya había pasado y había sido reemplazada por los “gobiernos representativos, electivos y alternativos”.52   La reunión del Congreso Constitucional sería vista como el escenario en el cual se podría reconstruir la nación como familia y en la cual Bolívar retomaría su lugar de padre sin cuestionamientos: “Entonces y solo entonces Colombia vuelve ásèr una familia y Bolivar su padre predilecto. Los martires de la patria le esperaràn en los campos Elisèos con coronas, estas victimas desgraciadas tendrán en la mancion celestial el dulce consuelo de que su sangre se ha vertido con provecho.” (Un Cartaginés al autor de La Bandera Tricolor, p. 2). 51   “Exposición”. En Santander, (1990, p. 97). 52   “Exposición”. En Santander, (1990, p. 103). 50

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Este punto sería fundamental ya que argumentaba que la República de Colombia debía estar pendiente de la opinión pública de otros países. El argumento de los editores del periódico y de Santander era que Colombia también debía responder ante los “ojos de la Europa y de la América y nuestras acciones públicas no deben estar en choque ni con la civilización ni con el espíritu del siglo”.53 La fortaleza de la opinión pública del mundo liberal al respecto la convertía en “la reina del mundo”.54 La imposibilidad de castigar la rebelión sería vista en la Exposición y en La Bandera Tricolor como una razón para generar la burla y el desprecio de Europa, de las otras repúblicas de América y del “mundo liberal civilizado”.55 Sin embargo, esta defensa del sistema liberal representativo se vería truncada ante el aumento de ciudades y regiones en rebelión hacia el Estado central, la negativa de Bolívar de emprender castigos sobre Páez y sus aliados y, por el contrario, ofrecerse a negociar con ellos.56 Esto fue visto como una derrota del régimen constitucional y como una forma de legitimar la rebelión. Así, se vería con gran temor la posibilidad de separación de Colombia, considerando esto como el fin del sueño del mismo Bolívar y como una renuncia a la alternativa de pertenecer a un mundo liberal civilizado.57 Al final del periódico se aceptó la posibilidad de establecer un gobierno federal pero dentro de las normas constitucionales, esperando hasta 1831   “Exposición”. En Santander, (1990, p. 62).   “Exposición”. En Santander, (1990, p. 106). 55   La Bandera Tricolor, núm. 14:15-X-1826. 56   El 2 de enero de 1827 Bolívar haría un pacto con Páez en el cual se le daba amnistía general a los rebeldes y hacía la promesa de mantener sus propiedades. Bushnell, (1984, p. 405). 57   El miedo a la reacción internacional es notable en Santander y en José Manuel Restrepo. En una carta dirigida al gobernador de la provincia de Carabobo el 10 de junio de 1826, Restrepo temía por la respuesta del gobierno inglés y la posibilidad del no reconocimiento del Estado colombiano por otros Estados debido a la rebelión algo que, además, podría ser aprovechado por España para intentar la reconquista. Así lo podemos ver en este fragmento: “la República de Colombia tan elogiada y tan respetada, sin crédito público, sin opinión, hecha el escarnio de todos los pueblos y en el mayor desconcepto universal”. Ocampo López, (1988, tomo I, p. 137). 53 54

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para aceptar este cambio, ya que la reunión del Congreso a comienzos de 1827 fue, para los editores de La Bandera, una muestra de que gran parte de la nación estaba de acuerdo con seguir con las dictados de la Constitución de 1821. El periódico hizo una declaración de principios en su penúltimo número, mostrándonos las razones que defendía y los fines que pretendía: “La Bandera Tricolor es un papel eminentemente liberal, y sus autores con una erudicion y esfuerzo nada comunes han sostenido el orden constitucional, y combatido victoriosamente las ideas desorganizadoras de los enemigos del buen órden”.58 La Bandera terminaría su último número con un sentimiento de frustración ante la imposibilidad de sostener los principios de defensa de la Constitución y de la República, al considerar que las decisiones de Bolívar deslegitimarían la Constitución de 1821, garante del orden y la unión de la nación. Cuando emprendimos esta carrera nos propusimos ver si lograbamos cooperar de algun modo al restablecimiento del Orden Constitucional y á que la República no perdiese el ventajoso crédito adquirido. Nuestros esfuerzos han sido infructuosos: las cosas han cambiado absolutamente de aspecto: ya no se trata de hacer revivir lo que ha muerto para siempre; se trata siquiera de la salvacion de los principios bajo un orden nuevo.59

Este nuevo escenario marcaría la opción política del grupo que redactaba La Bandera Tricolor. Para ellos la alternativa de la república bajo la Constitución de 1821 era la única opción posible. La posibilidad de una convención para reformar las instituciones sería vista por Santander como una afrenta que acabaría con la “Unión Colombiana” y se volvería a trabajar sobre la idea de la República de Nueva Granada de 1815 (Santander, 1990, p. 69). Así lo expresaría en una carta a Bolívar del 21 de septiembre de 1826: “O lo que somos o nada, es mi deseo. Si no hay fuerza moral ni física para refrenar los perturbadores y sostener el sistema   La Bandera Tricolor, núm. 25: 31-XII-1826, p. 102.   La Bandera Tricolor, num. 26: 7-I-1827, p. 108.

58 59

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actual, tal cual lo preescribe la constitución, debe disolverse la unión y formarse Estados independientes de Venezuela, Nueva Granada y el sur. Es imposible vivir unidos bajo el régimen federal” (Santander, 1990, p. 36).60 Así, se rompería la idea de la familia de la República de Colombia al plantear la posibilidad de volver a la idea de la república de 1815. Ante la negativa del padre de la nación, Bolívar, de defender la Constitución, se perdería la legitimidad que el periódico trató de lograr tras la utilización de su figura para este fin. El periódico vería frustrados sus objetivos y la República de Colombia entraría en un nuevo escenario, para el cual los editores de La Bandera pensaban que su publicación ya no era pertinente. Esta fue la forma en que se planteó el fin de la publicación. Conclusiones La Bandera Tricolor mostraría, muy a su pesar, el fracaso y fragilidad de la República de Colombia ante la rebelión de Caracas y Valencia y la lealtad de Quito y Guayaquil a la Constitución boliviana. Los problemas económicos y sociales de la República ya habían debilitado lo suficiente la unión de los tres departamentos que la componían. Para los editores de La Bandera, “en todas las sociedades del mundo desde su creacion hasta el fin de los siglos, la constitucion y las leyes de un pais son el vinculo de union de estas mismas sociedades”.61 De esta forma se consideró a la Constitución como fundamento de la unidad de la nación y de la opinión pública, expresando una idea de unanimidad por medio de la defensa de la carta magna. Como   (Cursivas en el original). Así mismo lo escribió José Manuel Restrepo en la entrada del 8 de enero de 1827 en su Diario Político y Militar: “Dicen que no estando el Libertador por el restablecimiento de la constitución, la antigua Cundinamarca debe ya pronunciarse, bien por el sistema federal, bien por hacer una república de los departamentos del centro, mas de ningún modo para confederarnos con el Perú y Bolivia, proyecto que no les gusta. Ayer ha salido un artículo incendiario sobre esto en el número 26 de La Bandera Tricolor, escrito por el doctor Vicente Azuero, hombre muy exaltado […] Felizmente La Bandera ha concluído ayer en el número 26, pero será reemplazada por otro papel que piensa dar el doctor Azuero en que tendrá colaboradores de sus mismas opiniones”. (Restrepo, 1954, p. 322). (Negrillas en el original). 61   La Bandera Tricolor, núm. 24: 25-XII-1826, p. 98. 60

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hemos visto, los sentidos del concepto de nación en el periódico estaban relacionados con los conceptos de constitución y representación. La Constitución como muestra de la voluntad general y pacto trascendente de la nación y al Congreso como la representación legítima de la misma. Por lo tanto, podemos ver cómo el final de La Bandera Tricolor estaría marcado por la erosión sostenida del ideario que estaba defendiendo. Debido al cuestionamiento de la Constitución de 1821 y la aceptación de Bolívar de negociar con Páez, los editores verían la necesidad de crear un nuevo periódico en el cual pudieran expresar sus ideas dentro de un nuevo contexto como parte de la lucha por consolidar su opinión como aquella que se podría considerar como verdadera en esta esfera pública. El final del periódico nos muestra la misma lógica de la esfera pública en el momento. La dinámica de unanimidad llevaba a que la única opinión válida fuera la que expresara cada grupo. Esto llevaba a que sólo se pudiera apreciar la posibilidad de la imposición de una postura en un ambiente de confrontación dentro del campo de batalla de la opinión pública. Al no poder consolidar sus argumentos como los únicos legítimos dentro de esta esfera, el periódico desapareció. Así, lo que podemos apreciar es la fragilidad del vínculo de estos territorios en un marco de confrontación constante en la esfera pública. Fue en este lugar donde se intentó lograr la legitimidad del texto constitucional como garante de la nación colombiana en el nuevo campo de batalla de la política. Sin embargo, fue en esta misma esfera donde se empezaron a dar muestras del resquebrajamiento de la República de Colombia al no encontrar un punto en común que pudiera ofrecerle legitimidad a una nación que apenas se estaba gestando. Referencias Fuentes primarias Constitución Política de la República de Colombia. (1821). En Restrepo Piedrahita, C. (Comp.). Constituciones Políticas Nacionales de Colombia (pp. 85-118). Bogotá: Universidad Externado de Colombia.

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Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia, 1821-1831 Mayxué Ospina Posse Becaria CAPES, Maestría en Historia, Universidade Estadual de Campinas, Brasil Si la opinión pública, respecto del modo de hallarla y conocerla es un duende, cuando se trata de atribuirle un poder omnipresente es una divinidad de nueva creación, tan incomprensible como todas las divinidades, y que sin saber cómo dispone a su arbitrio de todas las cosas que están bajo el imperio del hombre.1

A

partir del estudio del conjunto de los semanarios cartageneros de la década del 20 en el siglo XIX, el presente texto se propone dilucidar el tipo de prácticas que se tejieron para dar surgimiento a esa nueva voz de autoridad que fue entonces conocida como la opinión pública, y cuyo protagonismo en la cultura política republicana de la primera mitad del siglo XIX ha sido poco explorado. Se pretende, de un lado, centrar la mirada en las constelaciones propiamente conceptuales que permitieron la emergencia de la opinión como un sistema de enunciación verdadero, objetivándola, dotándola de contenido histórico, otorgándole a su voz un valor incuestionable de verdad. De otro, dimensionar el reto que para entonces afrontara la república en la pretensión de fomentar el desenvolvimiento de una cultura del periódico, entendiendo que es en la superficie material de la prensa donde el formato republicano de la opinión encuentra su legítimo lugar.

  Gaceta de Cartagena núm. 74, “Opinión Pública”, Cartagena, 26 de abril de 1822, BNC, Bogotá, VFDU1, 1963, p. 2. 1

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El periódico: ese astro luminoso En el mes de mayo de 1825 un semanario cartagenero publicó en su sección “Esterior” un texto que sus editores consideraron, sin duda, de importancia crucial. Se trataba del extracto de un papel inglés, en donde se conducía al lector a través de una valoración minuciosa del panorama periodístico en la Gran Bretaña. Cantidad y cualidad de los periódicos circulantes, frecuencias de publicación, tirajes, procesos editoriales y consideraciones estimadas sobre el público lector hacían parte, entre otras informaciones finas, del grueso de este balance que tuvo el privilegio de ocupar en el semanario cartagenero dos páginas enteras: nada menos que la mitad de su paginación total. El asombroso extracto, que en cifras crudas desnudaba la situación periodística colombiana, poniendo en evidencia su precariedad, venía seguido de una serie de consideraciones de los editores del Correo sobre la importancia de las publicaciones seriadas, y cerraba con una invitación a “magistrados” y “compatriotas”, a hacer parte en la cruzada por “establecer y fomentar periódicos por todos los medios a su alcance”, pues sólo de esta forma la nueva república conseguiría dirigir certeramente su ruta en el camino de las naciones civilizadas, erradicando de su suelo la ignorancia y conquistando el precioso don de la felicidad.2 Según se lee en el artículo inglés, los periódicos en Gran Bretaña —diarios, en su gran mayoría— contaban con un editor principal, uno subalterno, corresponsales nacionales e internacionales, de ocho a doce reporteros, un considerable número de literatos pagos y decenas de empleados encargados de los casos policiales, accidentes y “sucesos funestos”, igualmente pagos. ¿Habría, alguno de nuestros osados publicistas, entonces, soñado que su

  “Esperamos que nuestros dignos magistrados, asi como el resto de nuestros compatriotas contribuyan efectivamente a establecer y fomentar periódicos por todos los medios que estén a sus alcances pues este es el mas seguro medio de reportar todas las ventajas posibles de la libertad de la prensa, diseminando las luces, dando pábulo al espiritu publico, y generalizando ese útil sistema de critica, solo capaz de contener a los funcionarios públicos en los limites que la ley les prescribe, y de mostrar la senda de toda especie de mejoras publicas”. El Correo de Magdalena núm. 3, [Sin título], Cartagena, 26 de mayo de 1825. BNC, Bogotá, Fondo Pineda, 846, p. 2.

2

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homérica labor ad honorem pudiera reportar otra ganancia que la gratitud de la Patria? En números gruesos, según los datos que constan en el citado texto, semanalmente, solo en Londres circulaba una cantidad cercana a 300.000 ejemplares de periódicos, desorbitante número al que aún se sumaban otros 200.000, correspondientes a las publicaciones de provincia. Se calculaba, en fin, que en Inglaterra, entre semanarios, diarios y periódicos dominicales, capitalinos y de provincia, circularían semanalmente unos 500.000 ejemplares, número que, sostenía el articulista, era más o menos equivalente a la población total de la nación, lo que permitía catalogarla, sin duda, como un “reino intelectual”.3 Así, sin el menor asomo de pudor, afirmaba: Si somos mejores, mas ricos, mas sabios o hábiles que los habitantes de otros paises; si tenemos mejores leyes e instituciones que ellos; si nuestras facultades intelectuales se han ensanchado mas; si nuestra aristocracia es menos tiránica que la de otras naciones, y si nuestros labradores y menestrales son pacíficos, de mejores disposiciones, y mas ilustración, que los de aquellos paises con quienes tenemos relaciones directas; ultimamente si se halla mas prosperidad y ventajas en la Gran Bretaña, que en Francia, Rusia, Prusia, España, Alemania y otros reinos civilizados, ¿a que se debe todo esto sino a nuestros periódicos?4

Que el Imperio británico —ese “astro luminar” en la Colombia independiente en materia de legislación, economía política y educación— atribuyera su supremacía en la carrera de la civilización a su prominente cultura periodística, debió haber causado una doble conmoción en el ánimo de los atentos lectores del semanario. De un lado, una vez más, confirmaba que se estaba en el camino cierto; que los legisladores habían sido sabios al reconocer en la ley fundamental de la república la importancia de la libertad de imprenta.5 Pero al tiempo, la magnitud de la industria periodística inglesa   El Correo del Magdalena núm. 3, “Esterior”, Cartagena, 26 de mayo de 1825. BNC, Bogotá, Fondo Pineda, 846, pp. 1-2. 4   El Correo del Magdalena núm. 3, “Esterior”, p. 2. 5   El artículo primero de la ley de libertad de imprenta decretaba el derecho de todo colombiano a imprimir y publicar su pensamiento sin necesidad de someterlo a previa 3

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ponía el dedo en la llaga al dimensionar el abismo que separaba a la nueva república de los progresos de todo género que, como consecuencia de la cualidad de sus periódicos, habían elevado a la nación inglesa al alto grado de dicha, de libertad, gloria y poder en que se encuentra actualmente y que le garantiza por muchos años, según todas las probabilidades, el influjo y preponderancia de que esta en posesión sobre las demas naciones del mundo conocido […].6

En tanto el periódico inglés —empresa monumental sostenida por el trabajo de un equipo multifuncional de especialistas— inundaba por cientos de miles las calles de las ciudades inglesas, a mediados de la década de 1820 los semanarios colombianos de circulación periódica, con un tiraje que difícilmente excedería los 200 a 300 ejemplares por edición, no superaban los 25, y lejos de representar alguna ganancia para sus valientes gestores, la mayoría de la veces dejaban cuantiosas pérdidas.7 En 1826 el Iris del Magdalena sostenía que: Tan corto es el número de nuestros periódicos, tal el objeto que se les ha dado, y tal la poca libertad de los periodistas, que sería una necedad verles como el órgano de la opinión publica. Tal vez los periódicos, que ven la luz una vez por semana, no pasan de 25 en toda la República. Supongamos que dos personas se encargan de la redacción de cada uno; y ya tenemos que esos papeles no presentan sino la opinión de 50 individuos, censura. Ver: Ley de libertad de imprenta del 14 de septiembre de 1821. En Sociedad Santanderista de Colombia, (1995, p. 446). 6   El Correo de Magdalena núm. 3, [Sin título], p. 2. 7   En cuanto al ponderado de tirajes, en 1825 la Gaceta de Colombia cifra el propio en un número entre 800 y 1.000. Es de esperar que si el órgano oficial del gobierno, financiado con las arruinadas arcas públicas de un Estado en guerra, se esforzó en financiar un tiraje como el citado, las iniciativas privadas debieron haber cifrado el suyo en un número significativamente menor. Fuente: Gaceta de Colombia, núm. 207, Bogotá, 2 de octubre de 1825. En Sociedad Santanderista de Colombia, p. 446.

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que aunque es las mas veces contraria a la de una gran masa del pueblo, parece ser oída con aquiescencia, porque nadie les contesta, á causa del costo y dificultad de las imprentas […].8

“Hacer ver la luz” a un papel seriado implicaba, en efecto, echarse inevitablemente la mano al propio bolsillo con la esperanza de que el valor de las suscripciones, la publicación de avisos y la venta de números sueltos llegarían a cubrir en suma la totalidad de los costos, cosa que, como lo evidencia la temprana desaparición de la mayoría de los papeles seriados, dudosamente ocurría. Es posible, incluso, que para no verse obligados a cerrar, algunos periódicos hubieran recurrido al cobro de un cierto valor para la inserción de artículos comunicados, como nos lo sugiere un texto de 1825 titulado “Otro aviso importante”, en el cual, tras levantar sendas críticas al gobierno del general Santander, el escritor se despide afirmando haber pagado el valor estipulado de 8 reales para la publicación de los “avisos”.9 Pero el sostenimiento financiero del periódico no era la única responsabilidad del editor. Además de tener que acudir inevitablemente a sus arcas personales para mantener abierta la empresa, éste debía dedicar largas horas a   Iris del Magdalena núm. 2, “Opinión pública y derecho de petición”, Cartagena, 09 de septiembre de 1826. BNC, Bogotá, MF 1201, p. 2. Cuatro años atrás, en 1822, la Gaceta de Colombia calculaba en ocho el número total de semanarios circulantes en territorio colombiano: En Bogotá: La Gaceta de la República y El Correo de Bogotá; El Iris de Venezuela, en Caracas; en Maracaibo: El Correo nacional en Maracaibo; en Guyana El Correo del Orinoco; en Cartagena: La Gaceta de Cartagena; en Panamá: La Gaceta de Panamá; en Guayaquil: El Patriota de Guayaquil. En Sociedad Santanderista de Colombia, (1995, p. 446). 9   “Hasta otra ocasión de que seamos mas largos, y por ahora hemos pagado nuestros ocho reales establecidos para los avisos” El Correo del Magdalena “Otro aviso importante” Cartagena, núm. 6, 16 de junio de 1825. BNC, Bogotá, Fondo Pineda, 846, p. 4. La prensa cartagenera también registra casos de semanarios con una política editorial que mantuvo sus páginas abiertas a todo aquel que tuviese algo valioso qué aportar a la discusión, tal y como lo anuncia en 1828 el prospecto de Las Reformas, invitando a publicar de manera gratuita comunicados, remitidos y avisos “que convengan con el título del periódico y propendieren al bien y felicidad de la nación.” Las Reformas núm. 1, «Prospecto» Cartagena, 23 de agosto de 1828. BNC, MF 1187, p. 1. 8

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la redacción de los textos, la lectura de los artículos, comunicados y remitidos de los lectores, la selección de los extractos de otros periódicos a insertar y todas aquellas tareas solitarias que envolvían el diseño editorial de cada número. Lista la versión definitiva del conjunto, había que acudir a la imprenta con manuscrito en mano y hacer las recomendaciones que se considerasen necesarias al tipógrafo. Por último, recoger el paquete de impresos y depositarlos en el lugar de la venta, llevar —o hacer llevar— los ejemplares correspondientes hasta la puerta de la casa de los suscriptores dentro de la ciudad, como se prometía regularmente en los prospectos, y entregar en la oficina de correos aquellos que debían enviarse fuera, si es que acaso había suscriptores en otros pueblos y ciudades.10 No perdamos tampoco de vista que el analfabetismo abrazaba casi en su totalidad a la población republicana, y sumémosle a ello el hecho de que para el año de 1830 las ciudades que contaban por lo menos con una imprenta en lo largo y ancho del territorio, no pasaban de diez.11 La misma Cartagena, que entre todas las ciudades de la Gran Colombia ocupara entonces el tercer lugar en cultura periodística después de Bogotá y Caracas, y por encima de Panamá, Santa Marta, Maracaibo, Medellín, Popayán, Quito y Guayaquil, no llegaría a contar al final de la década con más de cinco imprentas y un número próximo a los ocho   Los “remitidos” publicados en los semanarios cartageneros de la década de 1820 permiten pensar que estos contaron con posibles suscriptores en villas y pueblos cercanos tales como Mompox, Turbana, Turbaco, Arjona, y Mahates. Se intuye también de la existencia de lectores de prensa cartagenera en Bogotá, y en otras ciudades de la costa Caribe de la “Gran Colombia” como Panamá, Santa Marta, Maracaibo y Caracas. 11   A continuación ciframos entre paréntesis el número de imprentas aproximado con que contaban las ciudades de la Gran Colombia para los años de 1822 y 1826. Cifras deducidas del catálogo de la Biblioteca Nacional de Colombia. Panamá 1822 (1) y 1826 (1); Cartagena: 1822 (1) y 1826 (3); Santa Marta: 1822 (no reporta, pero existe un periódico, la “Gazeta de Santa Marta” publicado para 1821) y 1826 (1); Maracaibo: 1822 (no reporta en la base de datos de la BN, pero hay referencia a un periódico publicado ese año) y 1826 (1); Caracas 1822 (2) y 1826 (7); Medellín 1822 (1) y 1826 (1); Bogotá: 1822 (2) y 1826 (entre 5 y 7); Popayán: 1822 (no reporta) y 1826 (1); Quito: 1822 (no reporta) y 1826 (1); Guayaquil: 1822 (no reporta en la base de datos de la BN, pero hay referencia de un periódico publicado ese año.) y 1826 (1). 10

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impresores.12 Con excepción del periódico oficial, la Gaceta de Cartagena, que mantuvo una frecuencia semanal prácticamente para toda la década, ninguna de las publicaciones seriadas que circularon para el periodo en la ciudad —se registran cerca de treinta— consiguió alcanzar un tiempo de vida superior a unos pocos meses. Algunas incluso no verían la luz de la quinta edición.13 Así las cosas, en el envidiable espejo de la Gran Bretaña, la cultura del periódico en la Colombia independiente se encontraba en el fondo del pozo, y hacerla emerger a la luz imperaba un titánico esfuerzo colectivo fundado en la conciencia de su necesidad. Donde habita la voz de los pueblos Convencidos de la urgencia de estimular la industria del periódico en Colombia, los entusiastas publicistas cartageneros de comienzos del siglo XIX izaron la bandera de esta “noble cruzada”. Siempre generosos en ejemplos   A continuación las imprentas que funcionaron en Cartagena durante la década de 1820, con relación de impresores y años de funcionamiento: Imprenta del Gobierno (1822-1831) a cargo de Juan Antonio Calvo; Imprenta de Francisco de Borja Ruiz (1826) Imprenta de Juan Antonio Calvo (1825, 1826) luego llamada Imprenta de los Herederos de Juan Antonio Calvo (1827) y posteriormente Tipografía de los herederos de J.A. Calvo (1830, 1831); Imprenta de Manuel María Guerrero (1826, 1827, 1828); Imprenta de la Concordia a cargo, en 1828 de Damián Berrío y en 1831 de Valentín Gutiérrez; Imprenta Libre (1831) a cargo de Eduardo Hernández. Figura registro de un último impresor con el nombre de B. Ortegat (1828) pero no se ha encontrado soporte documental que dé cuenta de la o las imprentas que funcionaron bajo su responsabilidad. Tomado del catálogo de la BNC. 13  Si bien en los fondos documentales en donde reposan los archivos de prensa de la época no se cuenta un número mayor a veinticinco periódicos para el periodo, existe información que revela la existencia de otros varios periódicos de los cuales no llegó hasta nosotros ningún ejemplar. Gosselman, un viajero sueco que pasara por Cartagena en 1823 reporta la existencia de tres papeles que no aparecen documentados en nuestras bases de datos: “Hasta estos momentos la libertad de prensa no conocía límites, por lo cual existían gran cantidad de hojas de periódicos, volantes menores, panfletos, etc., algunos tan encendidos en sus artículos que parecían compensar de una sola vez todo el duro silencio que les impusieran los españoles. Estas publicaciones zumbaban como mosquitos, picaban y luego desaparecían, ya fuera por muerte total o para volver con renovados bríos y luego recibir el golpe mortal. Era común que adquirieran nombres raros como “El Criollo”, “La Zorra”, “El Toro”, “El Murciélago”, etc.”. (Gosselman, 1981). 12

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del mundo anglosajón, y en menor medida de la Francia continental, ilustraron con sostenida insistencia los progresos que la libertad de imprenta y su expresión privilegiada, el periódico, habían traído en materia de todo tipo a las principales naciones del mundo civilizado.14 En la histórica tarea de refundar el orden a la que, “bendecidos por el precioso don de la libertad”, se sintieron llamados los conversos republicanos, la prensa cumplía la triple función de ser sostén fundamental del régimen constitucional, centro esencial de propagación de las luces y legítima superficie de la opinión. Si se hiciera el ejercicio juicioso de revisar uno a uno el conjunto de seriados publicados durante el periodo de la Gran Colombia, probablemente no se encontraría uno sólo que no dedicase un artículo, un párrafo, unos versos, un epígrafe o bien, una línea, al asunto, y Cartagena no fue la excepción. Pronto, la creencia ilustrada de que libertad de imprenta, número de periódicos, y grado de civilización-ilustración de los pueblos, guardaban entre sí una relación de proporcionalidad directa, se convirtió, en la joven república, en sentencia verdadera que pocos o ninguno se atrevieron a discutir o refutar.15 Encarnación de la libertad de expresión, —era ese el principio que sostenía la soberanía del pueblo—, el periódico hacía posible el flujo ininterrumpido de las “sanas ideas” —de las luces—, permitiendo un canal de comunicación multilateral y abierto no solo entre gobernantes y gobernados, sino entre ciudadanos iguales. Un auténtico escenario de discusión virtual que   En el mismo número citado del Correo del Magdalena se lee: “En los Estados Unidos de Norteamérica, ese gran luminar de nuestro hemisferio, se han esperimentado (sic) igualmente los resultados mas beneficos del establecimiento de periódicos. Los hay en todas sus ciudades y aun en multitud de poblaciones pequeñas. Los adelantamientos de todo genero que ellos han hecho se deben, sin duda en mucha parte a sus papeles públicos en que sus ilustres ciudadanos hallan siempre un canal cierto y eficaz para reclamar contra los abusos de los depositarios del poder, y para influir en la diseminación de conocimientos útiles a la felicidad y libertad de su dichosa patria.” 3. El Correo de Magdalena núm. 3, [Sin título], p. 3. 15   “La abundancia de imprentas y de diarios es el barómetro por el cual se conoce el adelanto que hacen los pueblos en su ilustración, y así es que mientras más libre es el sistema político de un estado, más abundantes los diarios o papeles públicos”. Gaceta de Colombia núm. 27, Bogotá, 21 de abril de 1822. (Sociedad Santanderista de Colombia, 1995, p. 446). 14

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eliminaba la necesidad de la presencia física entre participantes, relegando la violencia insurreccional a un pasado de servidumbre: En los gobiernos libres, los arreglos domésticos, los actos insurreccionales contra la administración ministerial, no se transigen como los reyes apaciguan los movimientos de sus pueblos, por el cordel, por el cuchillo y por el plomo, sino por discusiones públicas, por el resorte de la prensa, y por amigables combinaciones, porque de este modo, y no de otro, es que los gobernantes y los gobernados pueden entenderse, que la verdad aparece, y que las reformas se logran sólida y pacíficamente”.16

En el reino de la opinión —esa zona media de encuentro entre partes— la voluntad expresa del pueblo —los pueblos— estaba salvaguardada. La prensa, amplificador del sentir general en la voz del escritor público, suponía exhortar a los gobernantes a proceder siempre de acuerdo con la voluntad de sus gobernados, y nunca en su contra, garantizando así la pervivencia de la libertad. Bajo tales condiciones, ¿qué necesidad había de tomar las armas, amotinarse y ver la sangre correr? Ninguna. Apelar a la fuerza para la resolución de conflictos políticos en tiempos de libertad, se tratase del gobierno o de la ciudadanía misma, era un gesto compulsivo que, muy lejos de reportar utilidad, recordaba la “barbarie” colonial. Si la opinión de los pueblos, explícita en la prensa, representaba entonces el mayor garante de la libertad, “rumorar en secreto” atentaba contra ella. En efecto, la vieja práctica de “murmurar”, sin otorgar mayor publicidad a las propias ideas que las que podía ofrecerles la plaza de mercado, el puerto, la venta, la fonda, el camino a misa y demás lugares de encuentro social, sería fuertemente atacada desde el mismo periódico, y condenada como triste rezago de la esclavitud.17 Sin más lugar en la cultura política republicana,   Iris del Magdalena, núm. 2, “Opinión pública y derecho de petición”, p. 3.   “[…] el habito de la servidumbre nos enseñó a murmurar en secreto sin dar publicidad a nuestras ideas, y aun no hemos podido perder tan vergonzoso resabio”. Iris del Magdalena núm. 2, “Opinión pública y derecho de petición”, p. 3. 16 17

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el rumor y el murmullo debían retirarse para dar paso al moderno formato de la opinión. Mientras la conversa de cuadra entre vecinos, tan esencial en una cultura del Caribe como Cartagena, se perdía en las rutas de la oralidad, deformándose, haciéndose aire antes de llegar a oídos de quien debía, la opinión pública, fija en la escritura y puesta al alcance de todos por la prensa, cumplía a cabalidad su función de orientar el destino de la patria, iluminando con su palabra los lugares más oscuros del entendimiento.18 Así, en detrimento del ágora, esta nueva voz de autoridad se erigía como el modelo legítimo de participación política republicana y el símbolo más visible de la naciente ciudadanía, al tiempo que los “sordos susurros” resultantes de “opinar por ahí”, se condenaban como un hábito dañino: Es por el órgano de la opinión pública que deben llegar a las autoridades los errores o vicios de sus actos, para dirigirlos siempre al bien de la República. Tal es la grande utilidad de poder el hombre expresar libremente sus ideas y opiniones por la imprenta, sea censurando o apoyando una ley o mandato. De nada sirven las quejas y la crítica particular, sino llegando a quien debe oírla, se puede producir el efecto de mejorar la ley o providencia que se critica, o que hace hacer quejas; antes bien estos sordos susurros suelen producir el descontento, sospechas, desconfianzas y aun desordenes.19

De esta forma, la legitimidad del formato de la opinión pública republicana, sellada en el acto de la escritura, apuntaba al ideal del ciudadano letrado encarnado en la figura del escritor público, dibujando así una   Sobre el valor del rumor en las sociedades coloniales de finales del siglo XVIII en la Nueva Granada ver: Early, (2005, pp. 51-70). 19   Gaceta de Colombia núm. 48, Bogotá, 15 de septiembre de 1822. En Sociedad Santanderista de Colombia, (1995, p. 446). Si se tiene en cuenta el hecho de que el sistema electoral colegiado de la República de Colombia en los 1820 limitó la capacidad de elegir y ser elegido a la demostración de un mínimo de renta o la profesión de una ciencia, tendríamos que la opinión se constituyó quizás en el campo más efectivo de ejercicio de la igualdad ciudadana. 18

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estricta línea diferencial tras la cual la población analfabeta —ignorante— delegaba la expresión de su voz a una fuerza mediadora —ilustrada—.20 Adivina iluminada del sentir popular, la escritura pública ostentaba la legítima capacidad de levantar la pluma en el nombre de todos, expresando unívocamente la voluntad general. Hablar así, desde el nuevo formato de la opinión suponía despojarse, en nombre de lo público, de los rasgos distintivos de la individualidad: nombre, oficio, edad, estado civil, bienes materiales, linaje, posición social, etcétera, se disolvían por completo en el gesto de tomar la pluma. Cuando un hombre común y corriente —un   Desde mediados del siglo XVIII el saber aparecerá ratificado en la filosofía política occidental como principal línea divisoria de la sociedad. Tal y como se expresa en el famoso ensayo “¿Qué es la ilustración?” publicado en 1784 por Emmanuel Kant, es tarea de una pequeña minoría de “sabios” conducir a la humanidad a la anhelada “mayoría de edad”, a través del “uso público de la razón”, es decir, aquel “que hace el sabio frente a la totalidad de un público lector”. Ver: Kant, (1941). Ver también: Chartier, (1995). Los “ilustrados” del virreinato de la Nueva Granada de finales del siglo XVIII también reconocieron y defendieron con vehemencia el lugar de los “sabios” o los “hombres de letras” como principales conductores de la nación en el camino de los ideales ilustrados de riqueza, prosperidad y felicidad. Dice Renán Silva: “[…] para ellos, como para cualquier otro intelectual moderno, ese principio de legitimidad y reconocimiento que se buscaba, no podría venir de otro lugar que del elemento que los singularizaba como intelectuales, es decir, del saber del cual se declaraban portadores y agentes.” Silva, (2002, p. 515). Ahora, este principio ilustrado, que inhabilita a los llamados “incultos” para tomar parte en la tarea de “impartir las luces” aparece reposicionado en los albores republicanos, al tiempo que sufre un desplazamiento por la emergencia del “pueblo” como sujeto del poder soberano, tensión que se evidencia de forma especial en el uso del impreso público por parte de sectores sociales que no pertenecen a las redes tradicionales de “sabios del reino”, y a la incomodidad que ello genera en los grupos tradicionales de poder. Un escritor cartagenero de la década dice en una columna: “Yo creo que cuando la constitución estableció que todos los Colombianos tenían la libertad de imprimir y publicar sus pensamientos, habló con los que tuviesen la capacidad necesaria; pero no quiso decir, a mi entender, que un artesano de los nuestros, que apenas sabe su oficio, pudiese escribir sobre política; por que mal puede discurrir sobre esto el que tal vez, y sin tal vez, ni sabe su idioma por principios”. El Correo del Magdalena núm. 18, [Sin título], Cartagena, 18 de agosto de 1825. BNC, Bogotá, Fondo Pineda, 846, p. 3. Sobre la apropiación del repertorio político republicano en las primeras décadas del siglo XIX, por parte de los llamados “sectores subalternos” cartageneros ver también: Lasso, (2006). 20

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ciudadano de la república— se sentaba a escribir sus pensamientos desde la segunda persona del plural, con el fin de otorgarles un estatus de publicidad en la prensa, perdía de inmediato el rostro. La silla ceremonial de la escritura pública, esa acción de emplear el propio saber en beneficio colectivo, de comprometer la dignidad de la palabra para ilustrar al público con noticias y progresos de utilidad, suponía desconocer la distinción personal, otorgando el poder de interpretar los sentimientos colectivos.21 Y por ello, la escritura pública sublimaba como ningún otro gesto el estatus ciudadano, al convertir a un individuo raso —letrado, eso sí— en figura de autoridad y brújula para los demás mortales, e iluminar con su antorcha divina el camino de la felicidad. Sin duda, la patria debía un reconocimiento sincero a la labor de vanguardia de aquellos hombres que, fuera fundando periódicos o alzando la voz “en favor del público”, honraban semanalmente su nombre erigiéndose a través de la escritura, en guardianes del nuevo pacto social.22 Aquellos que manteniéndose al margen de los usos perniciosos de la prensa por entonces a la orden del día, escribían convencidos de que el acto mismo de la escritura —pública—, ese instante sacro de comunión en que se perdía el rostro, envolvía en sí el secreto de la felicidad conjunta.23   “Al hablar al público es preciso hacerlo con toda la dignidad que corresponde, y con fines laudables. Ilustrar con noticias, y progresos de conocida utilidad, á nuestros representantes, instruir al pueblo de los pasos mas indiferentes que dé el gobierno, y combatirlos en caso necesario, y fomentar en cuanto esté a nuestro alcance los ramos de riqueza y prosperidad […]”. El Correo del Magdalena núm. 18, [Sin título] Cartagena, 18 de agosto de 1825. BNC, Bogotá, Fondo Pineda, 846, p. 2. 22   “Llamamos la atención de nuestros legisladores hacia este asunto importante. ¿No seria muy útil para el logro de tan loables miras conceder ciertas ecsenciones, (sic) o algunas recompensas honorificas a los escritores públicos, que se dediquen por cierto periodo determinado, a promover la instrucción, adelantamientos nacionales &e. por medio de la redacción de periódicos?”. El Correo del Magdalena núm. 3, [Sin título], p. 3. 23   “La Imprenta es el vehículo de la ilustración, y del buen uso de ella resultan bienes positivos al Estado. Pero es a la vez el oprobio y la vergüenza cuando se emplea en distinto objeto de este que le es propio y peculiar. Ella sirve para difundir las luces, para contener los abusos del poder […] pero han hecho servir también la Imprenta para vengar pasiones vergonzosas”. El Correo Semanal, núm. 8, [Sin título], Cartagena, 09 de septiembre de 1831. BNC, Fondo Pineda, 573, p. 3. 21

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Rostros descubiertos y rostros ocultos Como el espacio constructivo que suponía ser, el periódico —la discusión pública— no debía minarse con “basurillas” que robaran columnas a las producciones de utilidad verdadera. Un escritor de lenguaje impropio, grosero, desbordado, cuyo móvil primero fuera la venganza o la desacreditación de las personas en su fuero privado, que en lugar de sanar las heridas públicas hurgara en la carne abierta, y de cuya pluma resultara sembrado el germen de la discordia, imperaba ser desenmascarado y puesto en pública evidencia. La misma ley de libertad de imprenta proveía mecanismos de orden jurídico para la sanción de aquellos que, desviados del buen camino, inocularan el escenario público de la prensa con intenciones dañinas y perversas. De hecho, atentar, desde el impreso, contra el orden público, los sagrados preceptos de la religión católica, la moral y las buenas costumbres o el buen nombre de un ciudadano, eran delitos que conllevaban el pago de multas elevadas, e incluso, la privación de la libertad.24 Pero corromper el bien de la prensa acarreaba además un juicio moral, en la medida en que ello involucraba a la colectividad entera, comprometiendo su desenvolvimiento conjunto y conduciéndola a una suerte errática. Entre todos los males posibles, que la libertad de imprenta —la prensa— perdiera su norte representaba quizás la mayor desgracia a la que podía verse expuesta una joven nación: Nada hay de más pernicioso para una nación nueva, nada más que la distraiga de sus sagrados intereses, nada finalmente que más la aparte del buen gusto, y de la estimación de los gabinetes estrangeros, como la corrupción de la prensa. Folletos llenos de superchería y puerilidades; producciones picantes mezcladas con la sal del chiste; y arrogantes sátiras, emitidas con la intención mas viperina, son los arreboles que marcan el funesto ocaso de un pueblo, que por pura condescendencia á tales escritos marchan rápidamente al descredito universal.25 24   “Ley de libertad de imprenta del 14 de septiembre de 1821”. (Sociedad Santanderista de Colombia, 1995, p. 446). 25   El Correo de Magdalena núm. 18, “Libelos infamatorios”. Cartagena, 18 de agosto de 1825. BNC, Bogotá, Fondo Pineda, 846, p. 3.

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Atribuido a la denigrante esclavitud padecida por más de tres siglos, el uso pueril de la libertad de imprenta, representado en el importante volumen de “líbelos infamatorios” que para el periodo hicieron carrera en los papeles seriados y en un sinnúmero de hojas volantes, constituía un mal que debía mermar, hasta desaparecer, conforme se avanzara en la ruta de la libertad. Sin embargo, lo cierto es que el impreso público constituyó como ningún otro el medio por excelencia del escarnio público en tiempos republicanos, lo que sin duda se encuentra relacionado con la pervivencia del honor como código de valoración del individuo, pero involucra, al tiempo, la irrupción de un régimen renovado de relaciones entre “lo público” y “lo privado”, o para respeto del lenguaje propio de los finales del siglo XVIII en el mundo hispánico “lo particular”.26 Las modalidades de soporte de los impresos que circulan en la década del 20 del siglo XIX, firmados con seudónimos o nombres de pila, evidencian dos categorías posibles de escenificación en la dimensión pública de la prensa. De un lado, la que compete al “hombre público” —el escritor público—, quien en nombre de la colectividad a la que representa se permite aparecer frente a sus iguales sin rostro; de otro, la voz del individuo que exponiendo públicamente los rasgos diferenciales de su unicidad, apela al tribunal de la opinión para resarcir su buen nombre mancillado.27   Sobre el uso y la diferenciación de los vocablos “particular” y “privado” en el caso de la Nueva España a finales del siglo XVIII ver: Lempérière, (1998, pp. 54-79). Según lo señala esta misma autora, en la lógica del Antiguo Régimen la comunidad política se entiende como “un sistema de reciprocidad moral” en el cual lo “individual” y lo “particular” se encuentran subordinados al “bien común”. En la medida en que “lo público” era concebido como suma y reflejo de “lo particular”, (y viceversa), se admitía como legítimo el derecho de la colectividad de “fiscalizar las acciones de cada uno de sus miembros en nombre de las finalidades del bien común”. Lo anterior explicaría, para Lempérière, la pervivencia de la moral, la virtud y las buenas costumbres como referentes de autoridad en la cultura política “liberal” de las sociedades hispanoamericanas independientes durante el siglo XIX. (Lempérière, 1998, pp. 55-79). 27   Sugerencia del lugar que mantiene el honor en la sociedad republicana, son los cientos de apelaciones al tribunal de la opinión pública que pretenden vindicar el “buen 26

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A continuación presentamos un caso que evidencia la interpelación de ambas categorías: la del hombre público, que oculta su rostro, y la del individuo que se diferencia de la colectividad. En 1823 la Gaceta de Cartagena publicó un artículo firmado por El Censor, en el cual se formulaban ciertas acusaciones contra el señor Severo Courtois, ex comandante de la División de Marina de la isla de la Vieja Providencia en tiempos de las guerras de Independencia, y junto con Agustín Codazzi, Constante Ferrari y Louis Perú de Lacroix, uno de los hombres más cercanos al entonces fallecido corsario francés Louis Aury. Enemistado con Bolívar desde la famosa Expedición de los Cayos, tras prestar sendos servicios a la causa americana, en 1818 Aury se había apoderado, bajo el auspicio del gobierno de las Provincias Unidas de la Plata, del archipiélago de las islas de San Andrés, la Vieja Providencia, Santa Catalina y Mangles, donde continuó operando bajo diferentes patentes de corso durante los años siguientes. Moriría en Santa Catalina en 1821, poco después de haber sido traicionado por su entonces secretario personal, el señor Perú de Lacroix, quien denunciara al gobierno colombiano sus intenciones secretas de invadir Panamá bajo instigaciones del general José de San Martín. Además de poner en relieve frente al público la cercana amistad de Courtois con el fallecido Louis Aury, “conspirador temerario” y “enemigo de la patria”, El Censor señala que en los tiempos en que Courtois sirviera a la órdenes de este último “los buques de la división a su mando navegaban ilegalmente, y que han corrido los mares, apresando buques y hecho desembarcos, sin tener patente de un gobierno regular o conocido”, razón por la cual —considera El Censor— la integridad de Courtois debía ser tenida por dudosa, especialmente para todo aquello relacionado con los negocios públicos.28 nombre” mancillado, así como la permeabilidad de la prensa por “pasiones vergonzosas”, esa “especie de mal ataca ordinariamente á los que esclavizados bajo el sistema de la opresión, salen por la vez primera a respirar el ambiente benéfico de la libertad”. El Correo del Magdalena núm. 18 “Libelos infamatorios”, p. 3. 28   Gaceta de Cartagena de Colombia, Cartagena, 27 de diciembre de 1823. Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia, 1821-1831

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Indignado por los “falsos cargos” que “injustamente” se le imputan en la Gaceta de la ciudad y que indudablemente constituyen una afrenta a la dignidad de su nombre, el señor Severo Courtois acude al editor del periódico, solicitándole comedidamente se digne publicar una réplica suya, y procede a denunciar como “libelo infamatorio” el artículo firmado por El Censor.29 En tanto, el siguiente número de la Gaceta da efectivamente lugar a una apelación de Courtois en la que éste se sirve desvirtuar, una a una, las acusaciones de El Censor. Anótese que el señor Courtois firma al pie del texto con su nombre de pila. Inicia así: Señor redactor de la gaceta de Cartagena. Muy Sr. Mio: no procuraré penetrar los motivos secretos que pueden haber dirigido la pluma del autor del artículo firmado El Censor inserto en la gaceta última contra mi, porque la nota de infamia que sobre sí lleva el que lo escribió dice bastante para condenarlo al desprecio universal. 30

Por su parte El Censor, convencido de la justicia en la que se fundan sus señalamientos, y de la necesidad de insistir al público sobre el peligro que representa Courtois para la colectividad, responde con un nuevo texto en la siguiente edición de la Gaceta. Al parecer pocos días después la denuncia levantada por Courtois procede, desterrando de inmediato la polémica   La denuncia de un texto como Líbelo infamatorio conllevaba los siguientes procedimientos. El primer requerimiento era sacar al azar siete nombres de un listado de veinticuatro sujetos nombrados anualmente por el ayuntamiento como jueces de hecho. A cargo de este jurado se encontraría la responsabilidad de determinar si había lugar o no, a la formación de causa. De decidirse que no había lugar a la formación de causa, el caso quedaba cerrado inmediatamente; pero de lo contrario se procedía a reunir, nuevamente al azar, otros siete nombres de la lista de los veinticuatro para que tomasen posición en el juicio y dictasen sentencia. Ver: Ley de libertad de imprenta, título cuarto, art. 24 a 37. “Ley sobre Libertad de imprenta de 1821”. En, Sociedad Santanderista de Colombia, (1995, p. 446). 30   Gaceta de Cartagena, [Sin título], Cartagena, 4 de enero de 1823. BNC, Bogotá, VFDU1, 1963. 29

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del escenario de la prensa, a la que no vuelve a haber alusión alguna en los siguientes meses.31 Por un texto que aparece tiempo después en la Gaceta de Cartagena sabemos que a El Censor se le abrió efectivamente un doble juicio en el ayuntamiento, por injuria, y por delito de imprenta, y en espera de su celebración se le privó de la libertad. Al parecer, por motivos varios, el asunto se retrasó mucho más de lo usual y el desesperado reo se vio imperado a dirigirse nuevamente al público, en esta ocasión para solicitar su favor en la pronta —y justa— resolución de su causa, la cual advertía influenciada por su denunciador. Lo interesante es que esta vez, en lugar de firmar con el seudónimo que meses atrás le permitiera elevar la voz para señalar lo que entonces consideró un asunto de interés público, El Censor imprime aquí su nombre de pila: L. Perú de Lacroix, nada menos que el ex corsario que en enero de 1821 denunciara frente a Bolívar los planes conspiratorios de Aury. Temiendo por su “reputación de hombre verídico” en el dominio del “concepto público”, el señor de Lacroix clama la aceleración del juicio en el que está seguro, aflorará la verdad: Cuando mi reputación de hombre verídico está tachada; cuando en el concepto público yo puedo estar considerado como un vil calumniador¸ cuando se me mira privado después de mas de tres meses de la libertad á consecuencia de la infundada denunciación que se elevó contra el artículo El censor publicado por mi en la Gaceta de Cartagena No. 46: la justicia, el honor y mi amor propio me hacen un deber a manifestar a mis conciudadanos, que no es culpa mia, sino mas bien obra y maquinación de mi

  Habiendo declarado el jurado de imprenta “lugar a la formación de causa”, el procedimiento subsiguiente consistía en solicitar al impresor que figurara como responsable del líbelo en cuestión, procediera a revelar la identidad real del autor que, como ordenaba la ley de libertad de imprenta, debía aparecer registrada en los listados de clientes de la casa de impresión. De no presentar la información solicitada, el impresor debería responder por los cargos que se imputaran al ausente. Probablemente, como en este caso se trataba de un escrito inserto en el semanario de la ciudad, el ayuntamiento haya tenido que dirigirse al editor de la Gaceta. 31

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denunciador, el retardo que se observa en la celebración del juicio en que ha de triunfar la verdad y mi inocencia.32

Tómese nota de lo siguiente. Cuando el señor De Lacroix tomó la palabra por primera vez en la Gaceta de Cartagena para denunciar una situación que consideró de competencia pública, utilizó, para dar respaldo a su palabra, el seudónimo El Censor. Pero cuando se trató de defender su “honor” y su “amor propio” no dudó en firmar con su nombre de pila, como tampoco lo hizo de su parte el señor Severo Courtois al alzar la voz para limpiar la infamia con la que consideraba había sido manchado. Las categorías del seudónimo y el nombre propio cumplen, cada una, en la superficie del periódico republicano, una función diferente. La primera de ellas aparece inequívocamente para acompañar todas aquellas producciones que pretenden ser contributivas al bien de la comunidad, sea difundiendo las luces, sea amortiguando los excesos de la autoridad: visibilización de los errores de gobernantes y funcionarios públicos, crítica de un mandato jurídico, respaldo de una ley, propuestas para estimular la agricultura, el comercio o la industria, posicionamiento frente a un hecho político local o nacional, recomendación de un autor o una obra literaria, comentario de una lectura de interés, entre otras, van firmadas por nombres genéricos que designan rasgos indiferenciados de la colectividad y que no proveen información alguna acerca de la identidad personal que se esconde tras los tipos del lenguaje escrito. Firmar un texto bajo el seudónimo de “un colombiano”, “un hombre libre”, “un sufragante”, “un republicano”, “un amante de la libertad” “el calculador, “el observador”, “un amigo de la causa”, “un montuno”, “un paisano”, “el amigo de la humanidad” o como el caso traído aquí a colación, “el censor”, equivale a sacrificar el rostro en nombre de una dimensión que supera lo estrictamente particular. En el escenario de lo público —de lo que a todos compete— la procedencia de la palabra resulta irrelevante. Tras ella, la identidad de trasfondo   Gaceta de Cartagena, [Sin título], Cartagena, 16 de abril de 1823. BNC, Bogotá, VFDU1 1963.

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que la articula, que le otorga una existencia material, pierde densidad, se disuelve o se evapora en el anonimato de lo público, como un vano evento de la casualidad. Es exactamente lo que ocurre cuando De Lacroix firma sus textos acusatorios con el nombre de El Censor. ¿Pero qué sucede cuando el oprobio se apodera de la identidad real?, ¿cuándo el dedo acusador de la opinión descarga el peso del señalamiento público sobre una persona particular? Inmediatamente, el rostro que ha perdido la forma en el éter reaparece entre la bruma y se muestra en la claridad del día, exhibiendo públicamente los rasgos que lo diferencian del colectivo. A ello se debe fundamentalmente el hecho de que quien busca reivindicar el honor suspendido en la duda por efecto de “calumnias”, “falsas verdades” o “señalamientos injustos” firme siempre al pie del texto con su nombre de pila, lo que equivale a un gesto de confianza en la opinión pública como tribunal supremo de la vida comunal, capacitado como ningún otro para restituir la justicia y la verdad de una causa. Los individuos, actuando por separado, pueden errar, pero la opinión, suma de todos los progresos de la humanidad —de la razón—, aún no es susceptible de ello. La opinión pública: entre la voz de la razón y los usos estratégicos Muy pronto, en la temprana década de 1820, la opinión pública parecía estar en todas partes, y como una especie de diosecillo omnipresente, acudía en auxilio de todo aquel que haciendo uso del impreso tuviera algo qué decir a sus “hermanos”, “compatriotas”, “amigos”, “conciudadanos”, “enemigos”, “vecinos”, “paisanos”. Sin importar el escenario —ideológico, geográfico, sociológico— desde el que se tomara la palabra, hablar desde la opinión, invocarla, parecía otorgar al discurso un estatuto de verdad que sólo la misma opinión estaría en capacidad de refutar. Se acudía a ella para exponer los errores de los gobernantes, señalar las rutas certeras del destino comunal, rehabilitar el honor mancillado, reclamar el pago de una deuda o simplemente pedir un consejo o resolver una duda. Tribunal supremo de las acciones humanas en lo terreno, la opinión pública parecía no equivocarse, ser certera en sus juicios, premonitoria en sus

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observaciones y estar diseñada para permitir la cristalización inmediata de la verdad.33 Una primera lectura de los registros conceptuales de “opinión pública” en los semanarios cartageneros de la década de los veinte sugiere de hecho la pervivencia del principio de transparencia de la verdad, y la creencia en una accesibilidad inmediata al reino de la razón. La oscuridad parece permanecer contenida dentro de las fronteras del ámbito de lo privado, sin extender aún sus confines a la tribuna pública, inhabilitando para esta última la posibilidad del error. Y la legitimidad de la opinión descansa fundamentalmente sobre este presupuesto.34 A quien apela a ella, en nombre de lo público —en nombre de la voluntad general—, se le concede la facultad de ver: la verdad se despliega ante sus ojos sin ninguna opacidad. Apacible y dispuesta como las aguas diáfanas de un río, se ofrece al que quiere beber. No obstante, esta relación de transparencia entre opinión y verdad pierde estabilidad en algunas figuras semánticas. Un ensayo titulado “Opinión pública”, y publicado en dos entregas en la Gaceta de Cartagena el año de 1822, evidencia de hecho la introducción de una tensión conceptual que, a veces sutil, a veces violenta, reaparecerá en el escenario de la prensa de la década como efecto visible de la reconfiguración simbólica que se   “La opinión pública que jamás se equivoca en sus conceptos, que por lo tanto es preciso respetarla, esta opinión que sostiene al gobierno para que el gobierno la sostenga, clama por la observancia de la leyes, clama por sus derechos inalienables, y clama por la reparación de sus libertades patrias. El gobierno superior no podrá desentenderse de sus clamores porque cuando se viola el santuario de las leyes se disuelven los vínculos de la sociedad, y los resultados funestos comprenden a los inocentes y culpables, y los mismos magistrados que quedaron impunes tarde o temprano sienten el ejemplo que dieron a sus sucesores, aun cuando sea por un error de opinión pues las leyes protegen la libertad y una vez infringidas sin escarmiento lo serán siempre”. Gaceta de Cartagena, “El pueblo no es un agente ridículo y por lo tanto es preciso respetarlo”, Cartagena, 4 de enero de 1823. Bogotá, BNC, VFDU1 1963, p. 1. (La cursiva es nuestra). 34   A partir del análisis de algunos textos del publicista mexicano Joaquín Fernández Lizardi, Elías Palti evidencia el punto de quiebre de la transparencia de la verdad que dará lugar, a partir de la llamada crisis de representación, a lo que este autor denomina “el modelo jurídico de la opinión” (Palti, 2007). 33

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abría paso en los confines de Occidente, y cuyo catalizador principal en el mundo hispánico fuera la llamada “crisis de representación” de 1808. A continuación se propone centrar la atención en la distancia —la tensión conceptual— que separa —o que une— la primera y la segunda entrega del texto citado, con la intención de poner en relieve la inestabilidad producida en el nivel del lenguaje político, por el desgaste —“la crisis”— de un modo particular de producción de sentido —la llamada “cultura política del Antiguo Régimen”— y la emergencia simultánea de formas inéditas de articulación de “lo real” —la denominada “Modernidad Política”—. En la segunda entrega del texto, publicada el día 3 de mayo, el autor, que firma como El paisano observador, señala: La opinión pública, según nos parece, es el conocimiento o persuasión que tienen los hombres que tal cosa, tal institución, por ejemplo, tal costumbre, es buena ó mala, conveniente o perjudicial, razonable ó ridícula, honesta o corrupta. Ella es el resultado de los progresos de la razón, es el efecto del desarrollo de las ideas de justicia y equidad, del conocimiento progresivo de los derechos, de las necesidades, de los gustos, de las inclinaciones, los caprichos, y en fin, de la naturaleza del hombre […].35

¿Qué tenemos aquí, sino una clara expresión de racionalismo clásico, quizás en poco o nada distante de la concepción ilustrada de “opinión” que aparece en los primeros números del Papel periódico de Santafé de Bogotá?36 La opinión pública se presenta aquí como síntesis natural de la   Gaceta de Cartagena de Colombia núm.75, “Opinión Pública”, Cartagena, 3 de mayo de 1822. BNC, Bogotá, VFDU1 1963, p. 2. 36   En su núm. 16 el Papel Periódico de Santafé de Bogotá establece la correspondencia natural entre individuo y razón, estableciendo en esta última la procedencia de toda autoridad: “Yo sólo hablaré como un hombre: quiero decir, como un individuo de la especie humana, a quien el derecho natural le franquea la licencia de contribuir a cuanto sea beneficioso de sus hermanos. No gozo en medio del universo de otro carácter que este; y así mi voz no tendrá más autoridad en el asunto que aquella que le diere la razón. Papel Periódico de Santafé, núm. 16, [Sin título], Santafé, 1791. Bogotá, BLAA. (Silva, 2003). 35

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razón, y en esa medida se define como la facultad de los hombres para discernir con claridad entre el bien y el mal. Tal y como lo formulara en 1809 el “liberal” sevillano Alberto Lista en su famoso “Ensayo sobre la opinión pública” —varias veces reimpreso en Hispanoamérica en la década de 1820— para nuestro Paisano observador no importa si la verdad es precedida por la duda, e incluso el error, pues una vez formada, la opinión pública es invencible, y disipa por completo las tinieblas haciendo triunfar irrevocablemente “la voz de los pueblos”.37 La discusión previa —fundada en la práctica ilustrada de “la crítica”— se concibe de hecho como un requisito que antecede a la verdadera opinión, pues sólo a través de ella pueden los ciudadanos confrontar las diferentes voces que circulan en la prensa, con el fin de apagar las que no se encuentran fundadas en los “sagrados preceptos de la razón”, y hacer brillar así, al final, una verdad única y perdurable.38 La verdad puede presentar ciertas manchas de opacidad a los ojos de quien sale a buscarla, pero no puede ocultarse por siempre: su tendencia natural es salir a la luz.39 A ello responde, sin duda, la práctica generalizada en la prensa cartagenera de la década de 1820 de presentar al público diferentes posturas frente a una discusión, a través de la inserción, en sus páginas, de fragmentos textuales de otros periódicos que involucran los argumentos de cada una de las partes en   En su “Ensayo sobre la opinión pública” Lista introduce una diferenciación entre la opinión popular, producto de la ignorancia, la violencia, el terror y las facciones, y en consecuencia maleable, falible y efímera, y la opinión pública, que fundada en los preceptos de la razón se sobrepone a la ruina de los partidos inspirando en los ciudadanos el “santo fuego de la virtud”. (Lista, 2007). 38   Sin duda, la práctica de la “crítica” de la opinión en las primeras décadas del siglo XIX se encuentra relacionada de cerca con el llamado “método ecléctico”, introducido por la reforma universitaria de 1774 como contrapeso a las llamadas “escuelas de partido”. El “método ecléctico” o “de libre elección” se convertiría en carta de navegación de los “autodidactas” ilustrados del virreinato de la Nueva Granada a finales del siglo XVIII, siendo directriz fundamental de la idea del “examen crítico y razonado de las opiniones y los fenómenos naturales y sociales”. Ver: Silva, (2002, pp. 66, 88, 627). 39   Lista define la opinión pública como “la voz general de todo un pueblo convencido de una verdad, que ha examinado por medio de la discusión”. (Lista, 2007). 37

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conflicto, invitando explícitamente al lector a someterlos a juicio, por separado, en aras de formar la propia opinión”.40 Ahora bien, en comparación con la primera entrega del texto publicada una semana antes por el Paisano observador, la unidad de coherencia del fragmento citado atrás parece sufrir un resquebrajamiento. Introduciendo un giro inesperado en las definiciones entonces más consensuales de “opinión pública”, el autor del citado artículo sentenciaba: Este [la opinión] es un duende muy sutil y travieso que no hay periodista que no crea haber atrapado y llevar siempre en su cortejo para dar peso y autoridad a todo lo que dice sea tuerto o derecho […] Sus sentencias son irrevocables. La suerte de los imperios, las instituciones más respetables, la disciplina misma de la Iglesia, todo cede a su voz imperiosa.41   Para traer un ejemplo, en mayo de 1825, El Correo del Magdalena publica en la sección “Interior” un artículo del periódico bogotano El Constitucional, en el cual se realizan una serie de críticas a las facultades excesivas que el Congreso ha otorgado al Ejecutivo, así como a la falta de publicidad que se ha dado del estado de egresos e ingresos públicos. Al tiempo, El Constitucional expresa su oposición a la ley recientemente expedida sobre allanamiento de correspondencia y casas particulares, que autoriza la violación de la intimidad bajo sospechas de sedición, lo que se condena como un recurso “antiliberal”. A continuación, la misma sección “Interior” da lugar a la respuesta que las posturas de El Constitucional producen en la Gaceta de Colombia, periódico oficial del gobierno republicano, donde se debaten y refutan algunas de las acusaciones de El Constitucional. Finalizada esta presentación del debate, los editores se disponen a invitar al público a someter ambos textos a juicio, en aras a determinar cuál de los dos tiene la razón, y manifiestan por último su adhesión a las observaciones que hace El Constitucional. “Hemos dado lugar en nuestras colunas (sic) al artículo editorial del Constitucional numero 33, e igualmente á otro de la Gaceta de Colombia número 184 en que se trata de satisfacer algunos de los diversos cargos que los editores del Constitucional hacen al ejecutivo […]. Recomendamos al ecsamen (sic) y juicio de nuestros compatriotas ilustrados el contenido de los párrafos de los espresados (sic) artículos que se refieren al ejecutivo […] pero no podemos mas que adherirnos a las sabias y liberales opiniones del Constitucional en todo aquello que tiende a reprobar la falta de energía y dignidad, que se ha notado con demasiada frecuencia, en los representantes de la nación […]”. El Correo del Magdalena núm. 2, [Sin título], Cartagena, 19 de mayo de 1825. BNC, Bogotá, Fondo Pineda, p. 4. 41   Gaceta de Cartagena núm. 74, “Opinión Pública”, p. 3. 40

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Uno de los primeros extrañamientos que se nota aquí —el más evidente quizás— es que el lenguaje reverencial cede. La opinión no es tratada como vehículo infalible de la verdad, sino que aparece definida en términos de referente de autoridad y de hecho se acusa a los periodistas de valerse de ella para sustentar “lo que se dice sea tuerto o derecho”. Nótese que al reconocer el carácter instrumental de la opinión y sus posibilidades de uso arbitrarioestratégico —sirve tanto al bien como al mal— el Paisano observador sufre un cierto distanciamiento —una revelación omniscia— que le permite juzgarla como si se tratara de un igual, al tiempo que la despoja de su naturaleza divina. Posicionarse como un observador externo a las tablas del escenario para hablar de la opinión podría parecer un insignificante recurso narrativo, pero en realidad comprende mucho más. El solo distanciamiento, en sí mismo, implica ya una cierta ruptura, en la medida en que relativiza la correspondencia natural entre verdad y opinión, y desvirtúa la infalibilidad atribuida a esta última. En el formato del lenguaje que utiliza el Paisano observador para referirse a la opinión pública, esta pierde su naturaleza de divinidad inmutable, incorruptible, y se revela vulnerable, falible, maleable. De cierta forma se sugiere que la dimensión de “lo público” no se encuentra más a salvo del error y se apunta, a la vez, a la idea de la opinión pública como imperio del disenso; pero no ese disenso que precede, tras sendas discusiones ilustradas, al despliegue generoso de la verdad, sino un disenso en ebullición que distancia la posibilidad de alcanzar la síntesis “verdadera”. En el espacio que separa la primera y la segunda entrega del texto del Paisano observador, los hilos conceptuales que tejen la definición de “opinión pública” parecen alcanzar un punto máximo de tensión. Mientras en un extremo se la define como la capacidad individual —que tiene todo hombre— de discernimiento entre lo bueno y lo malo, y como síntesis de todos los progresos de la razón humana, en el otro se pone en duda su veracidad y se le otorga un carácter “instrumental”, que la hace un objeto vulnerable de la manipulación del interés particular. ¿En qué se funda este distanciamiento? Quizás los presupuestos teórico-metodológicos que dan superficie al trabajo de Elías Palti, visado a desmontar las premisas que sostienen la 286

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visión teleológica de la modernidad en las tradiciones historiográficas que van de la llamada “vieja historia de las ideas” hasta lo que se conoce como el “revisionismo de los años 80”, puedan sernos sugerentes en relación con este punto.42 Para Palti, pese a los alcances de lo que el mismo Pocock bautizara como la “revolución historiográfica” de la historia de las ideas, la denominada “nueva historia intelectual” no ha conseguido penetrar el epicentro epistemológico del enfoque teleológico. Esto es, el uso naturalizado de unidades inmanentes, anteriores a toda experiencia, dotadas de coherencia interna y sentido absoluto: los llamados “tipos ideales”. Ello deviene en una visión histórica que supone la existencia de una definición esencial o “verdadera” de los conceptos, incapaz de atender el sustrato histórico de su propia trama, lo que conlleva la incomprensión de la experiencia vivida. (Palti, 2007, pp. 21-56). Al seguir la premisa de la definición “verdadera” de un concepto, dice Palti: […] el estudio de las ideas del pasado se abordará con el objeto de tratar de descubrir en qué medida los autores analizados se acercaron o alejaron de aquella definición y, eventualmente, tratar de explicar históricamente sus malentendidos. La historia pasada no sería, pues, más que una sucesión de errores, una serie de avances y retrocesos en la marcha hacia el alumbramiento de una Verdad, anticipos más o menos deficientes suyos (Elías Palti entrevistado por Rafael Polo Bonilla. En Bonilla, 2010, pp. 119-129).

Frente a ello, los planteamientos de base de la historia conceptual de Reinhert Koselleck —la distinción establecida entre “ideas” y “conceptos”— sugiere Palti, proveen una clave. En efecto, Koselleck encuentra en los conceptos entidades enteramente dotadas de historicidad, que a diferencia de las ideas no poseen un “núcleo definicional” que permita   La crítica de Palti va de los trabajos de Leopoldo Zea Aguilar a François-Xavier Guerra, pasando por la escuela culturalista estadounidense de los años 70, especialmente en lo que toca a las interpretaciones de Charles Hale y Richard Morse. (Palti, 2007, pp. 21-56). 42

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identificarlos a través de la historia. En otras palabras, mientras que las ideas estarían dotadas de una cierta identidad que haría posible pensar su “evolución” a lo largo del tiempo —que es lo que permite hacer una historia de la democracia “de los griegos a hoy”— los conceptos, por el contrario, solo serían historia, en el sentido nitzscheano de que “solo lo que tiene historia puede definirse”. Los conceptos sometidos indefectiblemente al cambio —a la historia— se revelarían como el entramado semántico, plurívoco, de los significados heterogéneos que la historia misma ha ido depositando en sí. Así, la naturaleza histórica de un concepto, radicaría en que la especificidad de sus usos particulares hace vibrar entera la urdimbre semántica que lo constituye, trayendo consigo la emergencia plural de tiempos diversos: lo diacrónico en lo sincrónico, lo heterogéneo en lo singular. Dice Palti: Cada uno de los usos concretos de un concepto reactiva siempre esta malla plural de significados que se encuentran sedimentados en él. Pero es ello también lo que le da su significación histórica, ya que todo concepto verdadero (es decir, aquel que no es una mera “idea”) portaría dentro de sí una cierta experiencia histórica, que es la que hay que reconstruir. No se trata pues, para Koselleck, de encontrar el “verdadero significado” de un concepto, sino de remontar ese entramado semántico por el cual se constituyen como tales con el objeto de recobrar, más allá de ellos, las conexiones vivenciales que le dieron origen, pero que encuentran en ellos su cristalización simbólica. (Elías Palti entrevistado por Rafael Polo Bonilla. En Bonilla, 2010).

Pero la visión koselleckiana, trae, sin embargo, implícito lo que Elías Palti denomina una “visión débil” de la temporalidad, que supone que la explicación del cambio en el interior de un concepto proviene por entero de instancias exógenas a él, como lo sería la “historia social”. Frente a la pregunta de por qué cambia el significado de los conceptos —el problema de si cambian o no ya no sería la cuestión central— o más bien, por qué, en términos nitzscheanos estos no aceptan una definición unívoca, 288

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Koselleck respondería que “los conceptos no pueden definirse porque su significado cambia históricamente”. Palti propone invertir la premisa y pensar que los conceptos cambian históricamente de significado, precisamente porque no pueden definirse, ni estabilizar su contenido semántico. Esto significa que independientemente de que alguien cuestione su significado y proponga definiciones innovadoras, un concepto nunca perderá su inestabilidad, su “incompletitud constitutiva” (Elías Palti entrevistado por Rafael Polo Bonilla. En Bonilla, 2010). Si un concepto es por naturaleza una trama problemática, incompleta e inestable de nudos semánticos, la mirada que hurga el pasado para responder preguntas del tipo “fueron ‘modernos’ o no”, y en qué grado, las disposiciones de las juntas de gobierno americanas, el formato propio de la prensa, la “opinión pública” republicana, las “formas de sociabilidad” de las élites o los amotinamientos de los sectores populares en las primeras décadas del siglo XIX, se hace inviable, obsoleta, fútil. Llegado a este punto, para Palti la pregunta ya no sería ¿cómo el cuestionamiento a un concepto, en un momento dado, hace entrar en crisis un sistema conceptual provocando cambios en su contenido?, sino ¿de qué forma unas condiciones históricas específicas ponen de manifiesto las inconsistencias inherentes a él, y generan debate en torno a los términos en uso, lo que deviene en una reconfiguración de sus relaciones internas? Y es allí donde de hecho reside la clave para romper con la interpretación teleológica, en la medida en que lo anterior permite pensar la manera en que una lógica inédita de producción de sentido —como sería la Modernidad— no puede emerger sino desde el interior de un orden simbólico existente, —como lo serían, para el caso, las estructuras del Antiguo Régimen— el cual socava y trastorna, haciendo surgir lo impensado desde un suelo de referentes conocidos. La “Modernidad” no se entiende entonces como una lógica acabada que simplemente “aparece” como respuesta al desgaste del “Antiguo Régimen” y se desenvuelve antagónica a él como un organismo dotado de funciones estructuradas, sino como la respuesta a un movimiento profundo de placas tectónicas que genera desajustes en la superficie, conduce a la quiebra del sentido y obliga a los actores a reelaborar, a partir de lo Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia, 1821-1831

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existente, las categorías que ordenan el mundo, hecho que se evidencia de forma especial en la dimensión del lenguaje (Palti, 2007). Creo que lo que de hecho evidencia el ensayo sobre la opinión pública del Paisano observador, que hemos traído a colación en este capítulo, es justamente ese proceso de reelaboraciones y reajustes que sucede al pico de la crisis, y enfrenta los bordes más externos del lenguaje, construyendo lo inédito a partir de una falta. En el lenguaje político de la década de 1820, la idea de la opinión fundada en la premisa del disenso, e incapaz de encontrar o producir la síntesis de todas las verdades, pertenece aun al ámbito de “lo impensado”, pero la coyuntura de la “crisis” la hace emerger. Para hacerse posible, la opinión se aferra al sistema conocido de autoridad. Bebe y se alimenta del lenguaje preexistente desestabilizándolo continuamente, lo interfiere, lo actualiza e introduce tensiones semánticas que actúan como bisagras, haciendo de lo inédito un instrumento aprehensible. No se trata aquí, de afirmar que la opinión ha sido irreversiblemente expulsada del reino de los dioses, y que yace desnuda sobre el amanecer de un orden inédito que no reconoce ya el valor absoluto de la verdad —cosa que de hecho ocurrirá mucho más adelante—. Se trata de visibilizar la tensión permanente en que se debaten sus hilos constitutivos y que disminuye, aumenta, desaparece y vuelve a aparecer de una frase a otra, quizás sin llegar a ser del todo inteligible para la pluma que conduce —o es conducida por— el desenvolvimiento de la palabra. Referencias Fuentes primarias impresas Lista, A. (2007). El espectador sevillano núm. 8, “Discurso sobre el modo de formarse la opinión pública”, Sevilla, 8 de noviembre de 1809. En ACOPOS, Ensayo sobre la opinión pública. España: ACOPOS. Gosselman, C. A. (1981). Viaje por Colombia, 1825 y 1826. Bogotá: Ediciones del Banco de la República. Sociedad Santanderista de Colombia. (1995). Santander y las comunicaciones en Colombia y Nueva Granada. En López, L. H. (Comp.). Bogotá: Sociedad Santanderista de Colombia. 290

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Periódicos consultados Aurora de Colombia, 1827 Correo del Magdalena, 1825 Correo semanal, 1831 El Amanuense o rejistro político y militar, 1827 El Amanuense Patriótico, 1826 El Arlequín cartagenero, 1826 El cartagenero liberal, 1830-1831 El Cometa Mercantil, 1826 El Duende, 1830 El Hércules, 1831 El Latigazo, 1831 El Loco, 1831 El Mudo Observador, 1826 El Perro Registrón, 1831 El Regañón, 1827 El termómetro, 1831 Gaceta de Cartagena de Colombia, 1822-1831 Iris del Magdalena, 1826 La linterna, 1830 La Torre de Babel, 1830 Las Reformas, 1828 Los Tiempos, 1828 Mercurio del consulado de Cartagena, 1831 Rejistro oficial del Magdalena, 1829-1831 Fuentes secundarias Bonilla, R. P. (2010). Un diálogo con Elías José Palti. ICONOS, Revista de ciencias sociales, 36, pp. 119-129.

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Ministeriales y oposicionistas. La opinión pública entre la unanimidad y el “espíritu de partido”. Nueva Granada, 1837-1839 Zulma Rocío Romero Leal Universidad Nacional de Colombia

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na vez disuelta la Gran Colombia, la Constitución de 1832 y la presidencia de Francisco de Paula Santander actuaron como aires de orden y estabilidad en la Nueva Granada. El ejercicio periodístico, sin embargo, siguió animando la confrontación política. En este capítulo analizaremos la conformación de la oposición al gobierno de José Ignacio de Márquez, sucesor de Santander, presente en la polémica constante entre La Bandera Nacional, principal periódico opositor, y El Argos, periódico gobiernista calificado como ministerial. Como señala Eduardo Posada Carbó (1999, p. 162), en 1836 Márquez fue el ganador de las primeras elecciones presidenciales competitivas de la Nueva Granada. Esta novedad marcó una diferencia en la concepción de la oposición política, que en la República de Colombia estuvo presente en la contraposición de venezolanos y neogranadinos, así como de civiles y militares. La construcción de la legitimidad del gobierno recién elegido, entonces, pasó por la adscripción a la ley y la república y el reconocimiento colectivo de los resultados electorales, pero también por la pugna con redes que se estaban conformando en la esfera política del momento. Esta esfera a la que aludimos es en donde se va consolidando la distinción entre Estado y gobierno, entre sistema republicano y los grupos políticos que sucesivamente están a cargo del Ejecutivo.1 La particularidad de este momento inédito es que no existen   Según Elías Palti, “el pensamiento liberal resolverá la contradicción estableciendo distintos niveles de legislación: separación de la esfera de los principios constitucionales de la de los actos de gobierno. Sólo estos [últimos] podían ser objeto de controversia”. (Palti, 2007, p. 174). 1

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aún grupos consolidados que se reúnan sistemáticamente en pos de acceder a los recursos y honores del gobierno en virtud de una ideología común, posibilitando que la legitimación del gobierno se dé de manera paralela a la oposición. El Argos y La Bandera Nacional son escenarios de consolidación de “ministeriales” y de “oposicionistas”, como se denominaron quienes respaldaban al gobierno y quienes se distanciaban de él, respectivamente. En ese sentido, la política, arena de combate de diferentes sectores al interior de la comunidad política, permite la redefinición constante del papel de la opinión pública. El desplazamiento de la identificación de la opinión pública entendida como voluntad general —cuya voz certera se expresa en la actividad parlamentaria y se condensa en la erogación de la ley—, a la opinión pública como terreno de lucha de partidos que pluralizan el ejercicio político y buscan la ponderación de las mayorías, es fundamental para entender fenómenos como las nuevas bases de legitimidad de los gobiernos, la asociación de redes políticas con criterios distintos a la de las élites locales y, en consecuencia, procesos posteriores como la conformación de partidos políticos identificados con intereses particulares a partir de diferencias programáticas. El objetivo de este capítulo es, básicamente, comprender las condiciones que permitieron la coexistencia de los intereses y posturas particulares con el ideal republicano del bien común,2 en donde el papel de la prensa escrita fue trascendental. Para entender por qué las elecciones competitivas marcan una ruptura en la forma de entender la política, nos remitimos a las elaboraciones de François-Xavier Guerra sobre el ejercicio de la representación para el ciudadano de las jóvenes repúblicas latinoamericanas. A diferencia de la práctica electoral de hoy, que relaciona un voto libre con el voto individual, el ciudadano de esta época está comprendido en su pertenencia a una comunidad. La representación pretendía constituir una comunidad política “igualitaria y soberana”, pues los anteriores vínculos políticos se habían roto con la   La eficacia del bien común está enmarcada en profundos valores católicos. “En efecto, la política no consigue liberarse de los marcos mentales antiguos: su fin sigue referido a la realización del Bien Común ahora transmutado en voluntad general”. (Calderón & Thibaud, 2002, p. 24).

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Independencia. Las asambleas constituían la nación, expresaban la voluntad general, de modo que los intereses y las opiniones particulares eran vistas con desconfianza, pues desde su identificación con la lucha de facciones, eran obstáculo para procurar la unidad nacional (Guerra, 1999, pp. 52-53). La práctica electoral se hacía sin candidatos, sin campañas y sin programas, puesto que la elección a través de juntas electorales estaba separada de la deliberación política, cuyo escenario natural era el Congreso, a través de la elección indirecta. En palabras de Guerra, “no se trata de resolver por el voto una diferencia entre diferentes candidatos, sino de escoger a los más aptos” (Guerra, 1999, pp. 54).3 La elección era una designación de parte de la comunidad política que debía ser aceptada; no el resultado de una campaña deliberada. Que un candidato adelantara una campaña era sinónimo de ambición y falta de desinterés, cualidad necesaria para representar. Este ideal electoral se traducía satisfactoriamente en la escogencia del Congreso, pero se puso a prueba con las elecciones para presidente en 1836. Los nombres que se barajaban para el cargo eran los de José María Obando, militar payanés, Vicente Azuero, abogado socorrano, José Ignacio de Márquez, vicepresidente de la República, y el ex vicepresidente Domingo Caicedo. La elección de Santander era la de Obando, pues veía en él garantía para la conservación del orden en la Nueva Granada (Moreno de Ángel, 1989, p. 709), mientras que Márquez era la opción de moderados que se habían distanciado de Santander en su gobierno, y que toleraban la participación política de antiguos bolivarianos y santuaristas, que habían apoyado el golpe del general Urdaneta en 1830 (González, 2006, p. 23). Como se ve, estas elecciones fueron ocasión para observar las alineaciones políticas a partir de determinadas preferencias. Durante el gobierno de Santander (1832-1837) quienes habían participado del ínterin presidido por Urdaneta fueron aislados del poder. Dentro de las razones que captaron la oposición a su gobierno estaban la condena a muerte, sin atender a las peticiones de indulto, del coronel   La elección era la formalización de la integridad moral e intelectual de los ciudadanos que debían ocupar un puesto público, la expresión de la opinión en uno de sus sentidos primeros de “fama o reputación”. (Fernández Sebastián, 2002, p. 477).

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José Sardá, quien había encabezado un intento de rebelión en 1833, así como la polémica división de la deuda de la Gran Colombia entre las repúblicas que la integraban (Cuervo Vásquez, 1917, pp. 12-26). Si bien la oposición a Márquez se alimentó de la contraposición precedente entre civilistas y militares, durante su gobierno la distinción entre ministeriales y oposicionistas iría llenándose cada vez más de contenido gracias al acceso discriminado a cargos públicos así como al debate político coyuntural presente en el Congreso, que era posible a través de la prensa.4 Antes de comenzar con la exploración de la prensa señalada, relacionamos el marco legal que delimitó el espacio de la oposición impresa. En 1837 fue expedido el primer Código Penal de la República de la Nueva Granada, pertinente para este análisis porque explicita las penas a quienes infringieran la libertad de imprenta, que seguía siendo reglamentada por la Ley del 17 de septiembre de 1821,5 tanto en los delitos “contra la Constitución” (sedición, rebelión, motines y asonadas), la “moral pública” (palabras y escritos obscenos), y “contra la fama, honra y tranquilidad de los particulares” (ultrajes, calumnias, injurias y libelos infamatorios).6 Como veremos, la legitimación   Esta aclaración es válida en la medida en que parte del análisis de estos años se ha basado en el estudio de las diferencias personales de Santander con Márquez, llegando a señalárseles incluso de inspiradores de los partidos Liberal y Conservador. Véase: López, (1993). La biógrafa de Santander señala que “el general Santander también se adelantó a su tiempo en la concepción, función y responsabilidad de los partidos políticos”. (Moreno de Ángel, 1989, p. 718). En el caso de que estas diferencias hayan existido, sin embargo, no resultan explicativas de la conformación de redes políticas que dividieron el gabinete del segundo mandato de Santander, así como marcaron el Congreso, las gobernaciones y las cámaras provinciales de la República. Víctor Manuel Uribe-Urán contribuye a explicar la oposición política para la década del 30 estudiando la diferencia entre abogados de origen “provinciano” y “aristocrático” en la esfera pública de la Nueva Granada. (Uribe-Urán, 2008, pp. 209-240). 5   Pero reformada por la Ley del 19 de mayo de 1838. Colombia. Ley del 19 de mayo de 1838 sobre extensión de la libertad de imprenta. (1926). En Codificación nacional de todas las leyes de Colombia desde el año de 1821: hecha conforme a la ley 13 de 1912, Tomo VIII. Bogotá: Imprenta Nacional, pp. 74-75. 6   Código Penal expedido el 27 de junio de 1837. Colombia. Código Penal expedido el 27 de junio de 1837. (1925). Codificación nacional de todas las leyes de Colombia desde el año de 1821: hecha conforme a la ley 13 de 1912, Tomo VI. Bogotá: Imprenta Nacional, pp. 425-562. 4

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de la oposición política en la prensa versó sobre el respeto a la libertad de imprenta y su infracción, de lo que fueron acusados quienes criticaban al gobierno, llamados “calumniadores”, y “conspiradores”. De esa manera se podrá ver cómo es que la opinión pública delimitada por la libertad de imprenta es constitutiva de las formas de oposición política. Para ello, en primer lugar, analizaremos las acusaciones de la oposición al gobierno de Márquez y la réplica de los ministeriales comparando los criterios de legalidad que la oposición debía tener y su relación con la opinión pública; a renglón seguido, abordaremos la participación concreta de estos periódicos en la constitución de “partidos” bajo el ideal unanimista. En último lugar, presentaremos algunas reflexiones. La Bandera Nacional, espacio de oposición al gobierno de Márquez El primer número del principal periódico de oposición circuló el 22 de octubre de 1837. El prospecto señalaba la responsabilidad de los gobernantes y el papel de los redactores del periódico como centinelas de la ley. La “sociedad compuesta de diez personas”7 detrás de La Bandera Nacional anunciaba que sus intereses fundamentales eran la defensa de la Constitución de 1832, el deseo de instrucción del pueblo, el progreso del país según los estándares de la razón, y el “restablecimiento de la moral pública” como fuente de libertad civil. La opinión pública tendría una doble función, “un cometido positivo —de orientación del Legislativo— y negativo —de reprobación del Ejecutivo—”.8 Por ello, el periódico indicaría “imparcialmente” las “reclamaciones enérgicas, firmes i decentes contra la conducta   La Bandera Nacional, núm. 1, 22-X-1837, p. 1. Florentino González, Lorenzo Lleras (antiguos directores de El Cachaco, (1833), periódico que respaldó el segundo mandato de Santander), Francisco de Paula Santander, Vicente Azuero, coronel Thomas Murray, un “doctor Arganil”, (Cuervo 72), Luis Vargas Tejada, Ezequiel Rojas, José Duque Gómez. (Correa Ramírez, 2002, p. 7). 8   Al respecto véase Ignacio Fernández Sarasola, (2006, p. 15). La validez del análisis de Fernández Sarasola para el estudio de la oposición política en la Nueva Granada de estos años, se apoya en la investigación que hace de los “exaltados y progresistas” y “moderados y conservadores” en España. 7

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del Poder Ejecutivo, i demás funcionarios del Estado, siempre que la consideren desviada de la senda que les tienen trazada la constitucion, las leyes, la conveniencia i la felicidad de la patria”.9 Las denuncias y elogios al gobierno eran posibles dentro de la concepción transparente de la esfera pública (Calderón & Thibaud, 2002, p. 15). El silencio de las imprentas, en ese sentido, resultaría perjudicial, pues “los ciegos partidarios del Poder Ejecutivo interpretan este silencio según sus miras favoritas”, como apoyo a los actos de gobierno. “No creemos que aquí, ni en parte alguna del globo, haya magistrados capaces de gobernar y administrar la cosa pública a satisfacción general, y menos podemos persuadirnos de que la presente administración granadina esté exenta de faltas”.10 La administración de Márquez y de sus secretarios de gobierno (Lino de Pombo, secretario del Interior y Relaciones Exteriores; Juan de Dios Aranzazu, secretario de Hacienda, y Antonio Obando, secretario de Guerra y Marina) pasa al rasero fijado por La Bandera. La crítica más recurrente es la que tiene que ver con la provisión de puestos públicos. Los nombramientos de gobernadores, funcionarios públicos y hasta curas son aprobados de acuerdo con el mérito personal y las circunstancias de su designación. Además de la evaluación de las capacidades de los recién nombrados gobernadores provinciales, aparecen acusaciones que señalan favorecimientos otorgados por la postura adoptada en las pasadas elecciones: “Pálpase ademas hasta la evidencia el sistema dominante en los consejos del Dr. Márquez, de favorecer con los destinos públicos á los partidarios de su eleccion, quitándolos, en virtud de la sencilla atribucion 20ª del artículo 106 de la constitucion, á los que opinaron en su contra”.11 La parcialidad en las designaciones resultaba problemática porque restaba la posibilidad de que los “más aptos” pudieran encargarse de la función pública.12   La Bandera Nacional, núm. 1, 22-X-1837, p. 1.   La Bandera Nacional, núm. 1, 22-X-1837, p. 1. 11   La Bandera Nacional, núm. 4, 12- XII-1837, 14. (La paginación de los periódicos es consecutiva). 12   La garantía de este requisito quedaba plasmada en el artículo 210 de la Constitución: “En todos los casos en que conforme a esta Constitución o la ley, deban formarse ternas 9

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El 24 de agosto de 1837 fueron removidos Florentino González de su cargo de oficial mayor de la Secretaría de Hacienda y Lorenzo María Lleras del respectivo de oficial mayor de la Secretaría del Interior y Relaciones exteriores. La causa que atribuyeron fue su voto en la asamblea electoral por Santander para senador y para representantes por Ezequiel Rojas, José Leiva, Juan Nepomuceno Vargas, entre otros. “Deshonroso es para el gobierno que los papeles ministeriales hayan publicado que mi amistad con el general Santander fué una de las causas que influyeron en mi remoción, porque se temia que yo le comunicase lo que pensaba en los consejos de gobierno”.13 En la representación que González hace al presidente exige como su derecho de ley ser informado de las verdaderas causas que llevaron a su remoción. La respuesta evasiva de Pombo, secretario del Interior, alegando el derecho de reserva del gobierno, permitió que La Bandera atribuyera este comportamiento al “espíritu de partido”. Este aludía a la disposición de arbitrariedad y parcialidad con la que se gobernaba: El presidente ha tenido buen cuidado de no hablar de aquella política que usara, una vez parcial contra los patriotas que no le dimos nuestros sufragios, otras [sic] tímida para no enagenarse la voluntad del partido retrógrado, enérgica con los empleados que sabían respetar sus deberes para el nombramiento de los funcionarios y empleados públicos [como en el caso de los gobernadores de provincia], se entenderá que deben ponerse los nombres de cada candidato en pliego separado, con relación de sus méritos, servicios y capacidad”. Constitución del Estado de la Nueva Granada dada por la Convención Constituyente en el año de 1832-22º de la Independencia. (1832). Bogotá, Tipografía de Bruno Espinosa, por José Ayarza. En Manuel Antonio Pombo y José Joaquín Guerra. Constituciones de Colombia. Biblioteca Popular de la Cultura Colombiana, III. Bogotá, Ministerio de Educación Nacional, 1951, pp. 251309. Publicación del Repositorio Institucional de la Biblioteca Digital de la Universidad Nacional de Colombia. Recuperado de http://www.bdigital.unal.edu.co/219/ 13   La Bandera Nacional, núm. 10, 24- XII-1837, p. 39. Las redes políticas se fundan en un componente igualitario, en donde la horizontalidad de sus relaciones está definida por las dinámicas de la amistad. (Calderón & Thibaud, 2002, p. 22). Sin mencionar a Santander, en un artículo de El Argos titulado “Remociones” aparecía que “Cómodo había sido para una oposicion que nació antes de haber comenzado á funcionar el presidente de la República, tener funcionarios suyos tan cerca de los consejos del gobierno”. El Argos, núm. 2, 3-XII-1837, p. 8. Ministeriales y oposicionistas

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para con la patria sometiéndose al deber de la lei, apasiónada con los suyos, complaciente con los enemigos de la verdadera libertad.14

Este espíritu de partido viciaba las decisiones gubernamentales al constituir un conjunto de redes políticas que en cada provincia se suscribía como ministerial15 y otro que se había opuesto a la elección de Márquez. Según La Bandera, Márquez fue apoyado por antiguos bolivarianos y urdanetistas frente a los cuales Santander y otros “patriotas” habían defendido las leyes de la nación.16 “La sorpresa natural de verse elevado á la presidencia á despecho del mérito reconocido de sus concurrentes, inspiró al Sr. Márquez un profundo agradecimiento á los que le habian dado sus votos, i le hizo concebir la idea de contemporizar con la política de aquellos de sus partidarios que blasfemaban contra la administracion anterior”.17 La continua desobediencia y omisión de la ley descubierta por La Bandera Nacional, era explicada a raíz de una deuda de gratitud del presidente al beneficiarse con su llegada al poder. La correspondencia sostenida entre los lectores con los editores del periódico posibilitaba la denuncia de violaciones a la ley en las que quedaba de manifiesto la improbidad y parcialidad de los agentes del gobierno. Así fue en el caso del gobernador de la provincia de Vélez, José María Arenas, quien según La Bandera se encargaba de perseguir a todos aquellos que no habían votado por Márquez.18 La enumeración de sus métodos arbitrarios y la   La Bandera Nacional, núm. 23, 25- III-1838, p. 90.   La carga peyorativa del término ministerial queda explicada así en La Bandera: “Como eso de ministros huele á malo, i hace recordar aquella reforma que hizo Bolívar en 1828 cambiando los nombres de estos empleados á estilo monárquico, i que en la república modelo de Estados Unidos se llaman secretarios del despacho, deseamos que los empleados encargados del despacho de las secretarías de gobierno granadino se llamen como quiere la constitucion, secretarios limpiamente”. La Bandera Nacional, núm. 12, 7-I-1838, p. 47. (Cursivas en el original). 16   La Bandera Nacional, núm. 1, 22-X-1837, p. 1. 17   La Bandera Nacional, núm. 19, 5-II-1838, p. 74. 18   La Bandera Nacional, núm. 18, 18-II-1838, p. 69. 14 15

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falta de atención del gobierno nacional llevaron el tema al Congreso, en el que Santander, en su calidad de diputado de Pamplona desde 1838, argumentó que los seguidores de Arenas habían estado al lado del golpista Urdaneta.19 Entre los abusos de Arenas, que fueron condenados por La Bandera, estaba la conformación de una “guerrilla” de funcionarios públicos en Moniquirá, las calumnias contra sus opositores en la cámara provincial, y la parcialidad en el juicio de los crímenes de sus adeptos.20 La suspensión injustificada del juez de hacienda del Cauca, José Ignacio Valenzuela, interpretada como intromisión del gobierno en el poder judicial, generó un intento formal de acusación contra el presidente Márquez adelantado por el representante Vicente Azuero, quien pidió que se consideraran otros casos, como la “ilegal órden comunicada al gobernador de Bogotá exijiendo el nombre del autor ó editor de un artículo no oficial inserto en el Constitucional de Cundinamarca”, como ejemplo de restricción de la libertad de imprenta21, y la falta de vigilancia a agentes corruptos del gobierno en salinas de la provincia de Tunja, entre otros casos de infracción a la ley, pero la acusación no prosperó. No sólo la administración del presidente transgredía de este modo las leyes, sino que incluso su permanencia resultaba cuestionable, pues su elección fue tildada de inconstitucional. De acuerdo con La Bandera, al abandonar su posición como vicepresidente para asumir la presidencia, Márquez incumplió los artículos 98 y 103 de la Constitución,   La Bandera Nacional, núm. 27, 22-IV-1838, p. 110.   La Bandera Nacional, núm. 18, 18-II-1838, p. 70. 21   La Bandera Nacional, núm. 18, 18-II-1838, p. 71. Los periódicos Constitucionales eran los órganos oficiales que circulaban en cada gobernación por orden de la Ley del 4 de enero de 1832, por lo que había un periódico de estos en cada provincia. (Cacua Prada, 1983, pp. 39-40). Según el artículo 598 del Código Penal de 1837, “los impresores que divulgaren los nombres de los autores o editores de los escritos […] cuando éstos no consientan su divulgación o publicación”, se harían acreedores de una “multa de cincuenta a doscientos pesos” y de “un arresto de uno a cuatro meses”. (Código Penal, 1925, pp. 518). La legislación vigente para el momento mantenía la figura de “jueces de hecho” y de jurados de imprenta, instaurada por la Ley del 17 de septiembre de 1821. (Ley del 19 de mayo de 1838, (1926), pp. 74-75). 19 20

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que amparaban el principio de alternancia política. Se preveía que el vicepresidente contaría con los recursos del gobierno para ser elegido, encargándose de la campaña y no de su actual empleo, y que sería dócil ante las cámaras, impidiendo su función de “consejero imparcial”. De este modo “el interés individual se sustituye en su espíritu al interés general”.22 La crítica al gobierno de Márquez, ilegal por su elección y sus fallas al gobernar, se nutre de la acusación de que sus apoyos hubieran sido bolivarianos y urdanetistas. Los editores de La Bandera se identificaban a sí mismos como progresistas y patriotas frente a los ministeriales: los retrógrados. “El censurar los actos ilegales i apasionados, i la falsa política del poder ejecutivo, lejos de convertirnos en retrógrados, nos da derecho á llamarnos progresistas, porque nuestra conducta es la mejor prueba de que apetecemos la marcha legal del gobierno, su perfeccion, i que llene las obligaciones que le ha impuesto el pueblo granadino”.23 Ser “progresista” implicaba la defensa de la institucionalidad fijada por la Constitución frente a las vías de hecho, lo que la equiparaba al patriotismo. El progreso estaba, además, acorde con el espíritu del siglo, contrario a los procedimientos arbitrarios: “Un partido retrógrado avezado á doctrinas, prerrogativas y privilegios incompatibles con el progreso de la razon, pretende no solo detener el curso de la revolución politica é intelectual, sino arrastrar el país á tiempos de fatal recuerdo”.24 Los progresistas, en fin, demostraban la fidelidad a los principios republicanos que cobijaban a los ciudadanos, más allá de su procedencia civil o militar. Por su parte, la retrogradación indicaba el favoritismo, la persecución a los “liberales”25, así como el fanatismo clerical.26   La Bandera Nacional, núm. 11, 31-XII-1837, pp. 42-43.   La Bandera Nacional, núm. 9, 17-XII-1837, pp. 33-34. (Con cursivas en el original). 24   La Bandera Nacional, núm. 4, 12- XI- 1837, p. 15. 25   La Bandera Nacional, núm. 7, 3-XII-1837, p. 27, y núm. 19, 25-II-1838, p. 75. El adjetivo “liberal” en este periodo acompaña los principios republicanos y más esporádicamente se refiere a los patriotas en contraposición a los “enemigos de la libertad”. En ningún caso debe entenderse como una denominación partidista. 26   La Bandera Nacional, núm. 6, 26-XI-1837, p. 23. 22 23

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Estas fueron las principales manifestaciones del ejercicio de oposición adelantado por La Bandera Nacional a la administración Márquez. Aunque estaba fundamentada en la libertad de imprenta y limitada por un pasado de conspiraciones y golpes de Estado, la oposición resultaba sospechosa cuando se expresaba por fuera del papel acusador que correspondía al Congreso. Fueron frecuentes los cargos de difamación que decían recibir los autodenominados “patriotas”: “Si un escritor se propone corregir la marcha del gobierno en bien de la comunidad granadina, advirtiéndole sus estravios i errores, ó reclama de alguna autoridad ó corporacion el cumplimiento de una lei, al momento salta á la palestra un defensor armado de injurias, sarcasmos i calumnias”.27 Fueron recibidas numerosas cartas de personas que pedían espacio en las páginas de La Bandera para que pudiesen rectificar acusaciones infundadas en su contra, lo cual demostraba la influencia del rumor en la imprenta, así como la obsesión con que sus productos fueran fieles a la verdad, objetivo común del gobierno y la oposición. Deben UU. leer de nuevo a los autores que han escrito sobre libertad de imprenta, i ver que ellos jamás han calificado de perturbacion el censurar libremente y aunque sea con equivocacion los actos del gobierno, i que tampoco han hecho tan horrible calificacion, ni nuestra constitucion, ni la lei contra los abusos de la imprenta, ni la de conspiradores de 1833, de donde debe deducirse que UU. no tienen derecho ninguno para desnaturalizar el uso de la imprenta, ni calificar de perturbadores á los de la Bandera.28

La legalidad de la oposición era una premisa que se asentaba en los bienes que la libertad de imprenta traía por sí misma, como la corrección del error: “El público debe persuadirse de que el grito riguroso de la imprenta no es lo que produce conmociones, que no turba la tranquilidad pública, i que por el contrario produce el gran bien de hacer retroceder á los gobiernos de sus errores voluntarios ó involuntarios”29, pero era una   La Bandera Nacional, núm. 38, 8-VII-1838, p. 163.   La Bandera Nacional, núm. 16, 4-II-1838, p. 63. 29   La Bandera Nacional, núm. 7, 3-XII-1837, p. 26. 27 28

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tarea pendiente deslindar la oposición de los crímenes contra el sistema político, a saber, la sedición y conspiración. Nuestra oposición no es ni puede ser al sistema político que rije la república; porque ni somos godos para querer la dependencia de la Nueva Granada de la antigua metrópoli, ni monarquistas para hacerle la guerra al sistema republicano ni absolutistas para odiar las leyes que fijan á la autoridad sus límites, ni fuimos partidarios de la dictadura para procurarle otra al país, ni de la usurpación para promover una segunda.30

El marco legal de la crítica precisaba de una aclaración fundamental, que es la que permite el quiebre de la unanimidad como paradigma de estabilidad republicana: la distinción entre gobierno y régimen político. Este régimen estaba estructurado a partir de la Constitución, producto consumado de la voluntad general. El gobierno, como administrador del Estado, era susceptible de crítica y de responder ante sus electores por incumplimiento y omisión de la ley, pero esta disposición no respondía sólo a animadversiones personales frente al gobierno actual, por lo que debía entenderse como una obligación patriota más allá de Márquez.31 La oposición era el ejercicio de la razón y la filosofía frente al fanatismo religioso y el mal uso de los recursos públicos32; y sólo cesaría con la rectitud del gobierno. “Lo que impondrá silencio a la Bandera no es la multitud de papeles escritos en favor de las arbitrariedades i de la política desastrosa del poder ejecutivo, es sola i esclusivamente la marcha legal, imparcial y progresiva de la administracion”.33 La principal función de la opinión pública era vigilar las arbitrariedades del gobierno, por lo que al cumplir esta misión el periódico busca legitimarse como su auténtica expresión. En vista de la ausencia de amenazas a la paz interior34, para La Bandera Nacional, como vocera y constituyente   La Bandera Nacional, núm. 13, 14-I-1838, p. 49.   La Bandera Nacional, núm. 18, 18-II-1838, p. 72. 32   La Bandera Nacional, núm. 37, 1-VII-1838, p. 159. 33   La Bandera Nacional, núm. 20, 4-III-1838, p. 79. 34   La Bandera Nacional, núm. 20, 4-III-1838, p. 78. 30 31

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de la oposición, era importante aclarar que ella no favorecía un gobierno militar35, que no atentaría contra la vida del presidente Márquez36, y que, además y quizá más importante, no constituía facción.37 En La Bandera, la legitimidad de la oposición se sustenta en la minoría que dicen ser los “patriotas” que la escriben, frente a la mayoría que el gobierno y los periódicos ministeriales dicen representar. Esta relación de fuerzas quedaba demostrada en la cantidad de periódicos ministeriales frente a los de la oposición y en la victoria gobiernista de las elecciones para congreso en 1838, de modo que La Bandera Nacional se consolidaba como portavoz de la opinión pública, atribuyendo la opinión popular a los ministeriales que no tenían un criterio racional. “Bien pueden ser millares los papeles que sostengan como legal un acto inconstitucional: el error no deja de ser error porque esté defendido por muchos”.38 La autolegitimación de la oposición a través de la apropiación de la opinión pública quedaba de ese modo indiferente al principio de las mayorías: “Las mayorías resuelven pero no siempre convencen. La mayoría no siempre se ajusta a la razon y la libertad”.39 La decisión al respecto quedaba en manos del tribunal de la opinión pública.   La Bandera Nacional, núm. 13, 14-I-1838, p. 50.   La Bandera Nacional, núm. 33, 3-VI-1838, p. 139. 37   El término “facción”, intercambiable con “partido”, era usado como descalificativo. Según Palti, (2007, p. 175) “los ‘partidos’ legítimos” eran “sólo aquellas formaciones circunstanciales que se creaban de manera espontánea en torno de cada cuestión específica. Toda otra organización más permanente, como lo que nosotros entendemos por ‘partidos’ (y en esa época se solía llamar ‘facción’), era necesariamente vista como perversa, pues tendía a contaminar los debates con adhesiones fijas”. 38   La Bandera Nacional, núm. 12, 7-I-1838, p. 47. Los orígenes ilustrados de la “opinión pública” buscan distinguirla de una opinión que aludía también a “un cúmulo de errores y de prejuicios populares a combatir por la minoría ilustrada”. (Fernández Sebastián, 2002, p. 477). La coexistencia de estos significados en América hispana es explicada por Noemí Goldman (2008, p. 229) como herencia de una tradición corporativa. 39   La Bandera Nacional, núm. 36, 24-VI-1838, 156. Para el caso español, Fernández Sarasola, (2006, p. 15) recuerda que Alcalá Galiano “afirmaba que la opinión pública no equivalía a la “mayoría numérica”, sino a la “mayoría activa”, entendiendo que ésta incluía sólo a quienes participaban en la vida política. Esta argumentación, sin embargo, escondía una paradoja peligrosa: A través de la asociación de las mayorías con el conjunto del pueblo, al disociar la razón del pueblo aparecía también el argumento del gobierno 35 36

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Quien ha podido imaginarse que un periódico, único que hiere i advierte al gefe de la administración, en medio de una turba que acaricia y conmueve la fuente de sus gracias, alcance á llevarse la omnipotente opinión y causar todos los desastres políticos que teme el papel Oposicion? Si tal cosa llegase a suceder, no habría duda de que aquel periódico habría vencido al gefe del gobierno, en el juicio nacional que se abre con la lectura de los papeles que hacen el ataque i defensa de los actos administrativos que se censuran.40

La opinión pública era capaz de corregir el error tanto del gobierno, como de la oposición; de develar sofismas, como aquel que atribuía la verdad a la buena o mala intención con que se expresaba la oposición41; en fin, era una fuerza moral que “se depura i aquilata en el crisol de la discusion; jamás se corrompe ni desvía; ella marcha ahogando los silbidos del orgullo, i los votos absurdos de las pasiones i del interés privado”.42 La opinión pública debía saber que la oposición no actuaba en bloque contra el gobierno, que privilegiaba la censura de los hechos y no de las personas y que si había algo qué elogiar de la administración, así habrían de reconocerlo. Por el contrario, una oposición indiscriminada sí era una afrenta contra la república: “Si la oposición obrase sistematicamente, si por espíritu de partido y por capricho lo improvase todo y se propusiese a hacer acusaciones, y si por satisfacer pasiones pretendiese tumbar la administracion; por supuesto que una tal oposición pondria en alarma a la sociedad, y en peligro el orden público y las instituciones”. Para La Bandera Nacional, eran el gobierno y los ministeriales quienes se comportaban como un “partido”: “Hasta ahora no hemos visto censurado algún acto en ninguno de los papeles ministeriales, lo que manifiesta que todo se aprueba ó que no hai carácter ni probidad política”.43 (“el sofisma”, según La Bandera) de que el pueblo no podía ejercer la oposición “por falta de luces”. La Bandera Nacional, núm. 14, 21-I-1838, p. 55. 40   La Bandera Nacional, núm. 16, 4-II-1838, p. 63. 41   La Bandera Nacional, núm. 13, 14-I-1838, p. 51. 42   La Bandera Nacional, núm. 16, 4-II-1838, p. 63. 43   La Bandera Nacional, núm. 30, 13-V-1838, p. 126.

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Un índice de ese sesgo que definía a los gobiernistas era la común animadversión contra Santander, reduciendo la confrontación con la oposición a un asunto personal. “Queremos solo hacer notar el cambio de sistema que ha habido en la redaccion del Argos, que ya no cuida ni por asomos de defender al Dr. Márquez, sino de despopularizar al general Santander”.44 Pero en el caso de La Bandera Nacional era importante aclarar que ésta no era la expresión de Santander, y que sus redactores tenían independencia de criterio: “Los Azueros, Obando, Soto, Gomez Plata, Obaldía, Lombana (cuya independencia elogió El Baluarte) el independiente [Florentino] González (Argos número 2º) i tantos otros bien conocidos en este país, que en muchas ocasiones hicieron oposicion al presidente Santander, ¿pueden someterse a pensar con la cabeza de nadie?”.45 El principio de unanimidad política fijado en la Constitución y en las leyes era roto por el gobierno al administrar el país por medio de arbitrariedades y favoritismos (el “espíritu de partido”) que, dicho sea de paso, los identificaba por su retrogradación común a todas sus actuaciones. La relevancia de explicar que la oposición escrita no ofrecía ninguna amenaza al sistema político no es casual, pues el patrón de unanimidad que ofrece legitimidad a los interlocutores en la vida pública es el mantenimiento de la república, único sistema coincidente con los principios de la razón.46 Las alusiones al tribunal omnipotente de la opinión nacional frente al cual se acusa al gobierno, y que juzgaría entre las voces ministeriales y las de la oposición cuál de ellas tendría razón, mantienen ese ideal de unanimidad en el sentido de que éste no es fruto de un consenso, sino el botín de una victoria defendible dentro de la legalidad que ofrece la libertad de imprenta al ejercicio periodístico (Palti, 2007, pp. 163-166), (Calderón &Thibaud, 2002, p. 24). La oposición intenta conquistar su legitimidad a través de   La Bandera Nacional, núm. 30, 13-V-1838, p. 124.   La Bandera Nacional, núm. 30, 13-V-1838, p. 124. 46   Para Kant, “la razón exige una constitución republicana y una forma de gobierno en la que el poder estatal se entiende como expresión de la voluntad común”. (Gabás Pallás, 2008, p. 104). 44 45

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la coincidencia entre la atribución jurídica de la opinión pública y del periódico, pues La Bandera Nacional se asume a sí misma como tribunal que dictamina la corrección moral y política del gobierno. El Argos, principal periódico ministerial El primer número de El Argos, periódico no oficial, apareció el 26 de noviembre de 1837 con la participación de Lino de Pombo, secretario del Interior, Juan de Dios Aranzazu, secretario de Hacienda, Ignacio Gutiérrez Vergara, oficial de la Secretaría de Hacienda y Rufino Cuervo.47 En su prospecto indica que el cambio de presidente ha molestado a algunas personas, que se dicen patrióticas y que expresan su “rencor mal encubierto” en la prensa, sobre todo en publicaciones ofensivas contra el gobierno actual. Este es el caso de La Bandera Nacional, que demuestra tener “un plan decidido i concertado para desacreditar la administración i hacerle perder la confianza en la Nacion”. Esta posición era inaceptable, debido a que la estabilidad de la administración dependía de la “opinion favorable que de ella tiene la nacion”. Contradecir la legitimidad otorgada por los gobernados significaba afectar la tranquilidad de la nación, demostrando carencia de patriotismo y civismo: Los patriotas verdaderos i desinteresados, los que ni directa ni indirectamente tratan de exitar turbaciones en el Estado, los que aman la quietud pública i el obedecimiento del gobierno que es su garantía, no pueden menos que alarmarse en vista de esta guerra de difamación i de descrédito, que se le ha declarado á la administración ejecutiva. Se ha levantado la bandera contra el gobierno, i es el deber de los buenos correr á su defensa.48

Es así como El Argos, amparado por su interés de conservar el orden y la libertad, pretende defender al “lejítimo gobierno de la República”, de los ataques de la oposición, sin usar el estilo sarcástico y descortés de La   Juan de Dios Aranzazu y Rufino Cuervo habían participado en los periódicos La miscelánea (1825) y La Bandera Tricolor (1826-1827). (Cacua Prada, 1983, pp. 35-41). 48   El Argos, núm. 1, 26-XI-1837, p. 1. 47

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Bandera Nacional, sino utilizando un lenguaje “decoroso i mesurado”, junto con fuentes que enfrenten a la “imparcial razón” de los contrarios. Cabe decir que El Argos no se postulaba como defensor ciego de la administración, sino que cuando considerara que se había incurrido en alguna falta, alertaría el error debidamente. En relación a la principal crítica que recibe el gobierno de la oposición, esto es, la de las presuntas irregularidades en los nombramientos de funcionarios públicos, El Argos responde que esta se explica por la manía “de atribuir los nombramientos del gobierno á simpatias eleccionarias”.49 A pesar de que la administración ofreció puestos a algunos liberales, ellos no quisieron aceptar, lo que muestra que el gobierno no tiene otros móviles que la búsqueda “del saber i la probidad”.50 Incluso Santander había argumentado que en su gobierno les dio a dos personas una comisión por ser amigos de la administración. “En aquella época pudo darla Santander sin la menor dificultad i tropiezo: ahora se confiere una plaza de escribiente al que no se ha alistado en las banderas de la oposicion, i se grita, i se clamoréa, i se insulta, i se vilipendia al primer magistrado de la Nacion”.51 El Argos tuvo buen cuidado de responder a las críticas puntuales que La Bandera Nacional lanzaba a través de la reiteración de los desvíos del gobierno. Dentro de los que ocuparon las páginas de ambos periódicos por varios meses sobresalía la cuestionada suspensión de un juez de hacienda del Cauca, mencionada con anterioridad. Al respecto, El Argos manifestó que si en algo se había fallado, no se podía inculpar al poder ejecutivo. Para eso era importante anunciar que “desempeñando la patriótica tarea que nos impusimos de apoyar con nuestros esfuerzos al gobierno […] presentarémos aqui al lector un fiel, aunque rápido bosquejo de los hechos, cotejandolos con las leyes i los preceptos constitucionales”.52 Ante una situación similar que vivió Santander, se anunciaba que “los dos Presidentes obraron de una   El Argos, núm. 11, 4-II-1838, p. 44.   El Argos, núm. 40, 26-VIII-1838, p. 158. 51   El Argos, núm. 24, 6-V-1838, p. 96. 52   El Argos, núm. 2, 3-XII-1837, p. 5. 49 50

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misma manera”.53 Ante las imputaciones al gobierno por haber infringido la ley de imprenta al pedir el nombre del autor de un artículo en el Constitucional de Cundinamarca, se respondió que al ser un periódico oficial, el gobierno tenía el derecho de ejercer la censura previa.54 E incluso en el caso de las denuncias por persecución política al gobernador Arenas en Vélez, se afirma que no se le había comprobado ningún delito, por lo que los cargos en su contra quedaban sin fundamento: “I ya hemos visto por el informe impreso de los jueces de Moniquirá, que ni ha habido ni hai tales pandillas, ni persecuciones á los patriotas, ni nada mas que un deplorable espiritu de partido: que esos crímenes de que se habla, casi todos han sido cometidos bajo la pasada administracion”.55 El “espíritu de partido” es el elemento que distorsiona y altera la tranquilidad pública a través de acusaciones injustas: “i quedará despejada la incógnita, i sabido de todos, que el deseo de continuar dominando aquella provincia cierto partido, i hacer á su amaño las elecciones, es el motivo de la tenaz persecucion que se ha declarado á un hombre honrado”.56 La sinrazón de las inculpaciones de La Bandera quedaba demostrada por la falta de fallos judiciales que respaldaran su verdad, reforzándose al quedar asociadas con el interés particular de un “partido” que pretende recuperar el control de una región, con los consecuentes riesgos de fragmentación nacional. Las quejas interpuestas por la oposición, al proceder de un partido, entendido como asociación de individuos interesados en satisfacer sus móviles privados en la esfera pública, quedan sesgadas al acudir al conjunto de la opinión pública. El interés privado que persigue la posesión de un cargo se asimilaba así a la esfera individual gobernada por las pasiones, enfrentadas dialécticamente al mundo objetivo en el que impera la razón en la vida pública (Palti, 2007, pp. 164, 183). Este influjo de las pasiones que, según El Argos explicaba la existencia e insistencia de La Bandera Nacional, quedaba en evidencia por el estilo   El Argos, núm. 2, 3-XII-6.   El Argos, núm. 1, 26-XI-1837, p. 3 y núm. 4, 17-XII-1837, p. 16. 55   El Argos, núm. 25, 13-V-1838, p. 98. 56   El Argos, núm. 25, 13-V-1838, p. 98. 53 54

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formal de la oposición escrita. El Argos encontraba el tono característico de la escritura de La Bandera altisonante y propio de una oposición sistemática. El llamado a la oposición era para que moderara el perfil de sus críticas: “Hable U. con mas decencia de los altos funcionarios públicos, si quiere que su antipática oposición parezca noble i racional: use U. del lenguaje admitido entre la jente culta”.57 Este tono “inculto” se distinguía por el uso de la difamación y la calumnia, insultos personales al presidente y amenazas. El periódico se anticipaba a la respuesta ofensiva que recibiría por cuestionar el gobierno de Santander: “se nos amenarazará, como ya se ha verificado en uno de los periódicos de la oposicion, mandándosenos en terminantes palabras que callemos el pico”.58 Una de las principales calumnias para El Argos era la inhabilidad de Márquez para la presidencia. El “enojo” de La Bandera expresado en esta denuncia constante era síntoma de que esta elección no favoreció al candidato que les convenía a sus redactores,59 demostrando que el espíritu de partido, exponente de las pasiones, se expresaba a través de la calumnia. En la medida en que el periódico opositor no podía comprobar las recriminaciones que hacía contra la administración, las argucias retóricas de La Bandera consistían en inventar cargos, insistir en polémicas sin fundamento y exagerar los eventos,60 dando señales de sus verdaderas intenciones: su apasionamiento les hacía recalcar asuntos superficiales que citaban recurrentemente para desacreditar al gobierno,61 En esta vergonzosa lid de pasiones i personalidades, ellos, escribiendo como escriben, dan gustosa i facil suelta á su natural carácter, satisfacen una propension instintiva á su ser moral dando alimento a la malignidad, (…) [en cambio] la tendencia jenial de nuestras plumas es la discusión   El Argos, núm. 2, 3-XII-1837, p. 5.   El Argos, núm. 29, 10-VI-1838, p. 114. (Cursivas en el original). 59   El Argos, núm. 7, 7-I-1838, p. 25 y núm. 40, 26-VIII-1838, pp. 157-158. 60   El Argos, núm. 22, 22-IV-1838, pp. 85-86 y núm. 36, 29-VII-1838, pp. 140-141. 61   El Argos, núm. 9, 21-I-1838, p. 33. 57 58

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fria é imparcial de las cuestiones abstractas, el examen desapasionado de las conveniencias públicas62.

La contraposición entre el estilo apasionado y el racional para abordar la conducta del gobierno llevaba a la interpelación con una oposición que se delineaba al tiempo con los gobiernistas. La oposición contaba con “apariencias de razón”, pero la verdad es que carecía de sentido común.63 Este ejercicio de construcción de alteridad pasaba por la acusación a la oposición de constituir un partido del cual Santander era su jefe.64 En vista de que el espíritu de partido era un sentimiento innoble65 por tener aparejadas la venganza y el interés privado, El Argos invitaba con frecuencia a La Bandera Nacional para que presentara públicamente su programa de principios;66 el hecho de no contar con él sólo reducía a la oposición a ojerizas personales. En ese sentido, criticaba la relación que hacía el periódico opositor entre “progresistas” y “retrógrados”. Para El Argos, la Nueva Granada mostraba señales de estar en progreso y no en retroceso, y pedía no abusar de estas categorías. La muestra de ello eran los siete años de sosiego (desde la caída de Urdaneta), junto con las importantes mejoras en materia de instrucción y prosperidad material adelantadas por los gobiernos republicanos.67 No deja de haber, sin embargo, oportunidad para la crítica de estas clasificaciones. Así, por ejemplo, los progresistas son los que quieren un gobierno civil y retrógrados son los que anhelan el militar, que defienden por la fuerza su   El Argos, núm. 33, 8-VII-1838, p. 130. Franz Hensel destaca la fundamentación moral posible a través del sistema republicano. Señala que “el lenguaje de los primeros años de la república es abundante en adjetivos y epítetos sobre el desorden moral, las pasiones exaltadas, el triunfo de los vicios y la ausencia de añoradas virtudes añoradas y queridas” [sic]. La “devoción republicana” se instaura como necesaria para la coincidencia del orden católico con el político (Hensel, 2010, p. 22). 63   El Argos, núm. 31, 24-VI-1838, p. 123. 64   El Argos, núm. 13, 18-II-1838, p. 50. 65   El Argos, núm. 16, 11-III-1838, p. 61. 66   El Argos, núm. 23, 29-IV-1838, p. 89; núm. 26, 20-V-1838, p. 102 y núm. 40, 26-VIII-1838, p. 158. 67   El Argos, núm. 17, 18-III-1838, p. 66. 62

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“exclusivo privilejio de mandar”.68 El término “progresista” quedaba para ellos arbitrariamente asumido por la oposición.69 Las expresiones “progresistas” y “retrógrados” se alimentan paulatinamente de significados. La sinonimia del “progreso” con el “patriotismo” es adoptada como premisa de la defensa del gobierno. En su exhortación al apoyo a gobiernos civiles, El Argos invierte la relación que trazó La Bandera Nacional entre estos términos simétricamente opuestos. Así pues, quien “sostenga la actual administración en tanto que ella marche por la via legal, es un patriota progresista; el que trate de despopularizarla con censuras apasionadas i atrevidas, debe calificarse de retrógrado”.70 El patriotismo es equiparable con la conservación del orden legal y político basado en la razón, tesis sustentada por gobiernistas y la oposición, haciendo que su adscripción y sentido se tornen en objeto de disputa. Las diferentes palabras usadas para la mutua denominación cobran así una riqueza y una fuerza expresiva. El Argos llama a la oposición “partido santanderista”, atribuyendo a Santander el liderazgo de la oposición; “triunvirato” o la “trinca”, por ser tres los redactores más sobresalientes de La Bandera71; también lo denomina como “facción”, un término muy problemático por el riesgo de fragmentación nacional que establecía. Para El Argos, la treta de la oposición era dividir el territorio, los sufragios y   El Argos, núm. 6, 31-XII-1837, p. 21.   El Argos, núm. 33, 8-VII-1838, p. 131. 70   El Argos, núm. 5, 24-XII-1838, p. 18. (Con cursivas en el original). En el siglo XVIII el término “retrógrado” se refería principalmente al movimiento de algún planeta “contra el órden natural y de los signos”. El uso que acercaba el vocablo a “retroceso”, referente “á lo que vuelve, ó camina hácia atrás” se fue volviendo cada vez menos infrecuente. La generalización de esta marcha contra el orden natural se consolida en el siglo XIX como connotación negativa en la política, en la que el “progreso” como “adelantamiento” se torna en criterio de determinación. Diccionario de la lengua castellana compuesto por la Real Academia Española, reducido á un tomo para su más fácil uso. (1780). Madrid, por D. Joaquín Ibarra, Impresor de Cámara de S.M. y de la Real Academia. 71   Florentino González, Lorenzo Lleras y Francisco de Paula Santander. El Argos, núm. 23, 29-IV-1838, p. 89 y núm. 40, 26-VIII-1838, p. 158. La Bandera tilda a su vez a los editores de El Argos de “argivos”, “serviles”, “godos”, etcétera. 68 69

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las opiniones para triunfar sobre el actual gobierno,72 sin dejar de lado los atentados a las elecciones y de querer repetir el “25 de septiembre”.73 Por estos peligros adyacentes, la oposición era vista con cautela. Para El Argos, censurar los actos del gobierno cuando había orden y estabilidad era un irrespeto a los ciudadanos: “la oposición, se nos permitirá agregar, solo es útil á la nación cuando tiende á debatir principios y sistemas opuestos de administracion; i no creemos que esta es la de La Bandera Nacional”.74 El deber ser de la oposición quedaba subsumido en pos de la conservación del orden público e institucional; la responsabilidad de velar por el cumplimiento de las libertades públicas correspondía a todos los ciudadanos, de manera que La Bandera Nacional no tenía por qué erigirse en representante de los inconformes con el gobierno.75 La oposición en Europa, según El Argos, exponía claramente su posición para promover la libertad y grandeza nacional, por lo cual presentaba un programa de principios e intereses, que podrían convencer al pueblo. Sin embargo, el “partido santanderista” no quería nada distinto al común interés general que compartía el gobierno, definiendo las pretensiones de la oposición como […] satisfacer miserablemente pasioncillas, vengar injustos resentimientos, hacer triunfar su orgullo ofendido, i echar abajo la presente administracion no por medios lícitos i nobles sino por los de la difamacion i la calumnia. Allá en Europa la oposicion se hace á la politica ó á la tendencia de los gabinetes; acá en nuestra tierra se dirije á los empleos i á los que los obtienen, si no son de la comunion íntima del expresidente.76

  Irónicamente no dejan de añadir, aludiendo a Santander, “¿qué de estraño tiene esto, cuando el jefe del partido que la dirije, es el único jeneral de division que hai en la República […]?”. El Argos, núm. 24, 6-V-1838, p. 96. 73   El Argos, núm. 25, 13-V-1838, pp. 99-100. 74   El Argos, núm. 7, 7-I-1838, p. 27. (El nombre del periódico aparece sin cursivas). 75   El Argos, núm. 9, 24-I-1838, p. 34. 76   El Argos, núm. 23, 29-IV-1838, p. 89. (Con cursivas en el original). 72

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Al privilegiar la evaluación de las personas y no de los hechos, como lo mostraba la crítica continua al secretario del Interior, el discurso de la oposición es calificado de erróneo pues sus intenciones le obstruyen la visión ecuánime del gobierno y la realidad nacional. Los de la oposición “están resueltos á censurar i desaprobar lo que se hace i lo que se deja de hacer, i á sostener á todo trance que en todo acto de la administracion, lo que debiera haberse hecho fue lo contrario de lo que se hizo”.77 Este ejercicio sistemático de la oposición, que obedece a los rencores de Santander y sus prosélitos, se refuta continuamente en El Argos a través de la valoración del gobierno y del expresidente Santander, a quien sus antipatías no le permitieron la desaparición de los antiguos partidos que agitaron al país. Con esto se explica que Márquez no creó la oposición actual por faltas en su gobierno sino que ésta ya estaba antes de que se hubiera posesionado como presidente. Se dice que a Santander, “la inquieta i presuntuosa ambicion que lo domina, su anhelo i sus esfuerzos incesantes por tener en ajitacion los ánimos, i á la nacion dividida en bandos, lo han hecho al fin reconocer como un hombre peligroso para el país”.78 A partir de este razonamiento la conservación del orden se establece como objetivo de primera línea, pues el mantenimiento del gobierno y el respeto a la ley son equivalentes al respeto de la voluntad nacional que se expresó por vía de las mayorías en la elección de Márquez. Para El Argos, la opinión pública es equivalente de la voluntad nacional, pues al mantener la imparcialidad de sus veredictos se expresa juzgando la verdad sopesándola entre los diversos medios periodísticos,79 inclinándose por un tono racional y educado, exento de insultos, mentiras y rumores, así como a través de la ratificación del principio de mayorías que el mecanismo electoral introduce. Como expresión acabada de la voluntad general, las elecciones legitimaban el gobierno de Márquez. Para El Argos era digno y patriótico apoyar al presidente legítimo, así como someter “la opinion   El Argos, núm. 51, 11-XI-1838, p. 204.   El Argos, núm. 36, 29-VII-1838, p. 141. 79   “La nacion imparcial juzgara de la lealtad de la oposicion, i de la justicia de una causa que á tales medios i arterias tiene que apelar”. El Argos, núm. 29, 10-VI-1838, p. 114. 77 78

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particular á la voluntad de la mayoría”, por lo que el periódico se asume como representante de la opinión pública respaldada aun con la victoria ministerial en las elecciones de 1838. La unanimidad de la opinión pública, entonces, mantiene sus pilares en el respeto a la Constitución y la ley, pero al quebrarse por la vía electoral, atribuyendo las mayorías al gobierno y las minorías a la oposición, se renueva en la conservación del orden público y la estabilidad institucional, haciendo equivalentes al gobierno y a la nación. De ese modo, un ataque al gobierno presente en el terreno de la opinión es asociado a la fragmentación de la nación, con todas las características de ilegalidad que quedarían atribuidas a la oposición. La unanimidad política en El Argos y La Bandera Nacional Varias veces El Argos disertó sobre los juicios que en tiempos del gobierno de Santander se hacían sobre la inconveniencia de la respectiva oposición a su gobierno, de lo que se infiere que sólo había que alternar entre estas posiciones para mudar el discurso. La consecuencia de este argumento es que oposición y gobierno compartían el mismo lenguaje político (Correa Ramírez, 2002, p. 18), basado en la moral ceñida al cumplimiento de la Constitución y la ley, órganos de expresión de la voluntad general, y de ciertos autores en común, como Benjamin Constant.80 Esto explica que el patriotismo se haya convertido en trofeo de los enfrentados en la esfera de la opinión. John Jaime Correa diferencia el significado que poseía el término para gobiernistas y opositores. “El valor supremo al que apelaba La Bandera era el patriotismo constitucional, mientras que para la gente de El Argos éste residía en la defensa del gobierno y el sistema representativo que lo había elegido” (Correa Ramírez, 2002, p. 22). Esta diferencia se manifiesta en el ideal de opinión pública que legitimaba ambas tribunas. Al teñir la voz de los contrarios de opinión popular, La Bandera Nacional pretendía apropiarse de la opinión pública, asumiendo para sí el dominio de la razón, mientras que para El Argos era evidente que la opinión pública, como fruto de un juicio racional, no podía expresarse nunca a través del lenguaje de la calumnia y el insulto.   El Argos, núm. 7, 7-I-1838, p. 27; La Bandera Nacional, núm. 9, 17-XII-1837, p. 34.

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Conceptos fundamentales de la cultura política de la Independencia

El patriotismo recoge, a fin de cuentas, lo que para ambas posturas se reconoce por unanimidad política. La sinonimia de patriotismo y progresismo posibilita el reconocimiento del retrógrado en el contrario, en tanto representaba el espíritu de partido, que reunía animadversiones personales, favorecimientos, pasiones, intereses particulares e ilegalidad. El otro era, pues, el que atentaba contra la unanimidad política consolidada en el régimen republicano. A pesar de las pequeñas diferencias sobre los principios que cada uno tenía, la lógica de partido, en el sentido de asociación colectiva para el acceso a los recursos del poder, se teñía de facción en tanto que constituía un peligro para la estabilidad institucional, que en este momento sigue siendo el esqueleto de la nación. Recordemos que El Argos relacionaba la oposición con la sedición aludiendo a la “conspiración septembrina”, mientras que La Bandera Nacional criticaba que en el gobierno se nombraran antiguos “bolivianos” y “urdanetistas”. El llamado común era, entonces, a la eliminación de partidos, incluso desde la presidencia del Congreso, pues este alteraba “la discusion tranquila de los negocios públicos”.81 “La reconciliación o refusión de los partidos políticos” era bien vista por La Bandera: “Santo y laudable es el procurar hacer una fusión de partidos para que todos los granadinos, sometiéndonos a la constitución, trabajemos de consuno en la felicidad de la patria; pero es una presuncion chocante y perniciosa pretender verificarla de un año para otro, i cuando las pasiones eleccionarias se hallan todavía encrespadas”.82 Su mirada, sin embargo, era escéptica, pues ¿cómo podría ser posible la unanimidad con las persecuciones y calumnias en flor, así como con la incapacidad del presidente de mantener la unidad?83 El elemento que renueva la disputa por la unanimidad son las elecciones. A pesar de la carga despectiva del término “partido”, con las elecciones primarias para Congreso vemos que cada sector habla de sí mismo como uno. Aparecen listas de candidatos, electores y ganadores que, en el caso de La Bandera   El Argos, núm. 28, 3-VI-1838, pp. 109-110. Fernández Sarasola, (2006, p, 21).   La Bandera Nacional, núm. 30, 13-V-1838, p. 126. 83   “El Sr. Márquez, lejos de haber hecho algo por grangearse á los que hoi forman la oposicion, ha obrado tan torpemente, que puede decirse, que él la ha creado, él la alimenta i la sostiene”. La Bandera Nacional, núm. 40, 20-VII-1838, p. 171. 81 82

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Nacional, se asumen como “progresistas” frente a los respectivos “ejecutivistas” o “ministeriales”, llamados a su vez por El Argos “republicanos” en distinción de los “patriotas” o “santanderistas”.84 El término republicanos sufre una torsión conceptual en la voz de El Argos, pues es apropiado en oposición a patriotas para distinguir a “los que sostienen la administracion civil del país” frente a los hombres que aseguraban haber luchado por la libertad: los militares.85 El quiebre de la unanimidad política se reflejaba con más fuerza en el Congreso, pues era allí donde la dinámica de enfrentamiento de los partidos se hacía más visible. Al conformarse a través del mecanismo electoral, éste conservaba las funciones representativas de la ya lejana Convención Granadina, que reunió el cuerpo de nación necesario para la concreción del pacto social en la Constitución de 1832. Pero el papel del parlamento con su rol de acusador del gabinete convertía esta condensación de la voluntad general en terreno de la opinión, maleable además por el principio de alternancia electoral. La función acusadora del Congreso quedaba viciada además por su participación en la elección de presidente (como encargado de “perfeccionar las elecciones” cuando ningún candidato alcanzaba la mayoría requerida86). Así que la oposición periodística debía desempeñar la vigilancia de la conducta del gobierno; pero aún en el caso de La Bandera Nacional el número de sus redactores fue disminuyendo al ser elegidos como diputados del Congreso, institución que aún permanecía siendo el principal nicho de debate de los destinos de la República.87 Desde 1838, entonces, la oposición periodística y la   La Bandera Nacional, núm. 35, 17-VI-1838, p. 153 y núm. 43, 5-VIII-1838, p. 187; El Argos, núm. 31, 24-VI-1838 y núm. 33, 8-VII-1838, p. 129. 85   El Argos, núm. 31, 24-VI-1838, p. 122. Hensel propone el análisis de la “república” en la construcción de significado de la joven comunidad política. “Suspender [la nación] no significa aquí borrar o deshacerse de; más bien, quiere decir articular al análisis otras formas de la comunidad política que han tendido a quedar aplanadas por la omnipresencia nacional”. (Hensel, 2010, p. 2). 86   “Cuando llegue a triunfar completamente el espíritu dominante, ¿inspirarán confianza los congresos?”. La Bandera Nacional, núm. 30, 13-V-1838, p. 126. 87   Santander ―retirado del periódico a mitad de 1838― y Vicente Azuero habían sido elegidos como diputados para el periodo parlamentario de 1838 y Florentino González lo fue para 1839. 84

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parlamentaria se complementarían en la identificación con nombres propios de “partidos” afines o enfrentados. Las elecciones son examinadas con lupa —y denunciados el fraude e irregularidades88—, así como son retratadas con detalle las sesiones del Congreso, destacando los aportes de los diputados de una u otra pertenencia política. Esta identidad política, fijada en las redes personales que atravesaban las escalas territoriales de la Nueva Granada, se vio complementada por otras formas de sociabilidad. La Sociedad Católica, fundada por Lorenzo Morales y algunos religiosos, se constituyó inicialmente por el cambio en el plan de estudios inspirado en Bentham y Tracy, legado de la anterior administración. Rápidamente se mereció el rechazo del arzobispo de Bogotá, Manuel José Mosquera, así como de La Bandera Nacional, que explicaba el triunfo electoral de los ministeriales por la anuencia de la administración con el “fanatismo”. El Argos refutó estas acusaciones afirmando que tal complicidad no era cierta, y que el gobierno respetaba el derecho de reunión. A esta agrupación se le sumó la Sociedad Democrático Republicana de artesanos i labradores progresistas de la provincia de Bogotá, fundada, entre otros, por Lorenzo Lleras (Soriano Lleras, 1958, p. 35). Su objeto era el de difundir conocimientos útiles, así como “instruirse debidamente de la conducta de los funcionarios, estadistas i hombres prominentes de los diversos partidos, á fin de proceder, en las épocas eleccionarias, con pleno conocimiento de los talentos, opiniones i servicios de los candidatos que se presenten”.89 La fundación de estas sociedades es clave en la formación de la subjetividad política en el momento, pues enriquece el marco de acción de los gobiernistas y opositores.90 En julio de 1838 Florentino González firmó una proposición que desarrolló por entregas en La Bandera Nacional, llamada “Gobierno federal para la Nueva Granada”. Se refería a la necesidad de implantar el sistema   La Bandera Nacional, núm. 39, 15-VII-1838, pp. 170.   La Bandera Nacional, núm. 41, 22-VII-1838, pp. 178. 90   Sobre la formación de la subjetividad política de los artesanos, véase Sowell, (2006). Sobre las sociedades católicas en un periodo posterior ver Arango de Restrepo, (2005, pp. 329-356). 88 89

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federal en el país dado el estado lamentable en que se encontraban las provincias con relación a la capital, desde donde no se podía gobernar con eficiencia dadas las distancias, pero también las intrigas, el fanatismo “y la aristocracia”: El Istmo, Cartagena, Santamarta, El Hacha, Pasto, Casanare, Pamplona, son descuidadas por un gobierno, á quien las cuestiones políticas que engendra la contradiccion de ideas que agitan la capital, único centro de sus atenciones, distraen de las mejoras materiales, i lo entregan á discrecion del partido que ha sido mas diestro, ó mas adulador, para ganar su confianza. Caminámos bajo el centralismo á la esclavitud, porque no hai contrapeso para una autoridad que nombra i remueve empleados hasta en las últimas secciones del territorio.91

Debido a la división política de la capital, la administración se mostraba inadecuada pues los nombramientos en las provincias respondían a favoritismos, lo que hacía inevitable que la ineptitud se apoderara de los destinos públicos. El descuido y mal gobierno de las provincias eran síntoma de su falta de autonomía. La vía para ello era una reforma constitucional pacífica. “Con nuestra actual constitucion serán mayores estas desgracias, en cualquier día en que la capital sea ocupada por un ejército enemigo, ó por una banda de revoltosos”.92 La importancia de esta propuesta no debe desestimarse. Si la Constitución y la ley eran los criterios de unanimidad que orientaban la censura política al gobierno, una eventual reforma constitucional profundizaría las diferencias entre los ideales de unanimidad política. Esta propuesta no hacía más que captar la crítica que señalaba a la oposición de antirepublicana. El Argos no olvidaba que los de La Bandera se referían a sí mismos como “invariables en sus principios”, demostrando que el giro

  La Bandera Nacional, núm. 38, 8-VII-1838, p. 165.   La Bandera Nacional, núm. 39, 15-VII-1838, p. 169.

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en su discurso obedecía a un interés electoral. La federación era “impracticable i haria de esta tierra un perpetuo campo de anarquía”.93 En las páginas de La Bandera también se presentaron reformas a las leyes electorales para prevenir futuras irregularidades. El Argos las interpretaba como la respuesta esperada a su petición de que la oposición presentara un programa de principios. Sin embargo, las acusaciones comunes permanecían: un sistema federal como salida a la presencia de partidos que velaba el buen gobierno, y una crítica oficialista que acusaba a la federación como proveniente de un ánimo divisorio del país. Ambos periódicos, en todo caso, al notar la formación de redes políticas basadas en “sociedades”, burocracia y favores, no dejan de condenar el dominio que estos partidos ejercían en la escena política, pues la opinión particular que los reunía, se establecía en amenaza de la opinión absoluta y unánime que tomaba cuerpo en la voluntad general de la nación. Sólo desde esa lógica se percibe el mismo peligro en la presencia de partidos, mayorías y minorías en el Congreso (la “representación nacional”) y en levantiscas militares y regionales, por lo que a pesar de la división en la opinión, aún se seguía invocando a la unanimidad, aunque esta fuera menos evidente. Conclusiones El modelo de opinión pública como tribunal que dirime la verosimilitud de dos o más posturas (opiniones) en pugna, y el sistema republicano, se erigen en paradigmas de un mínimo necesario de unanimidad política que, precisamente, hace posibles las discusiones sobre las mejores decisiones que amerita el bien común. El Argos y La Bandera Nacional, como voces del gobierno y la oposición, buscan conquistar esa opinión pública general que sigue siendo comprendida como imparcial y fundada en la razón, al tiempo que se presentan como sus portavoces privilegiados. Cada periódico es condenado por el otro por representar la opinión particular de un partido, apelativo despectivo que se refiere a las asociaciones políticas concretas que procuran la victoria en el ejercicio electoral.   El Argos, núm. 36, 29-VII-1838, p. 143.

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Es importante introducir una distinción entre conquistar la opinión pública y pretender ser su voz. En el primer caso, esta es entendida como tribunal justo que dirime posiciones enfrentadas sobre un asunto, como resultado de la concertación entre el criterio individual de cada lector racional: al respecto, El Argos y La Bandera Nacional comparten la visión de que esta es la “nación imparcial”, el conjunto finito del público de lectores por convencer. El segundo caso remite a que el gobierno y la oposición, en su batalla periodística, constituyen una esfera de la opinión alterna a ese tribunal, un terreno de lucha inmediato producido por las denuncias rápidamente rebatidas en la prensa. Los dos escenarios de la opinión pública (el público lector y el conjunto de periódicos) coexisten en el proceso de conformación de la oposición escrita al gobierno de Márquez. La opinión pública puede desempeñar este doble papel de ser “tribunal de la verdad” y “terreno de lucha” pues la negación del consenso como alternativa es compartida. Además, la unanimidad política, entendida como patriotismo, es construida bajo diversos ideales. La polisemia de este término que propicia la disputa entre “partidos” es índice de que contiene un anhelo común para la pluralidad de voces: el sostenimiento de las instituciones y el sistema republicano, cuya consecución costó tantos esfuerzos. Como se ha mencionado, a pesar de compartir este lenguaje político que repudia las vías de hecho, el gobierno pone el acento sobre la conservación del orden público y nacional y el respeto de los mecanismos electorales regulados por la ley, mientras que la oposición lo ubica en la constitucionalidad de las decisiones del gobierno y en el “republicanismo” de los dignatarios públicos. Por esa razón resultan tan importantes las discusiones sobre la legalidad de la elección de José Ignacio de Márquez como presidente y la evaluación sistemática de Santander como expresidente, así como de los perfiles de los candidatos a ocupar la función pública. La revisión de la historia llega incluso al episodio de la conspiración contra Bolívar en 1828, por lo menos, presentando un cuadro amplísimo de trayectorias públicas en donde los facciosos siempre pueden ser los otros. La coexistencia de estas dos concepciones de opinión pública persiste mientras el ejercicio electoral no traiga aparejada una diferencia 322

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programática que replantee la identidad y la alteridad. Así, pretender encontrar en esta historia el germen de los partidos políticos liberal y conservador es inútil si la mirada no se posa en el proceso de constitución de la oposición. Lo que existía no era el derecho de oposición, sino de imprenta.94 A partir del común reconocimiento de la libertad de imprenta y del derecho de asociación, El Argos y La Bandera Nacional junto con otros periódicos diseminados en la Nueva Granada, construyen la legalidad de la oposición. Su configuración con bases sólidas se sitúa de manera complementaria en las elecciones, en el Congreso y el ejercicio periodístico. Estos tres elementos, cada uno a su modo, se reconocen como expresiones de la voluntad general, de modo que confieren legitimidad a las voces críticas del gobierno. En este momento, los partidos como redes políticas son vistos con desdén por pretender imponer sus intereses particulares en la esfera pública. Estos intereses son los recursos y espacios burocráticos, que sin un programa ideológico fuerte que los agrupe, terminan asociados al egoísmo, el rencor y la vanidad como las pasiones que corrompen un espacio característico de la razón. Ni gobiernistas ni opositores se ven a sí mismos como partidos, asumiendo de ese modo la vocería de la unanimidad política y de la verdadera opinión pública —acusando errores en el contendor político—, pero actúan como tal, al denominarse “progresistas” o “republicanos” en los momentos de la contienda electoral (nótese, sin embargo, la pretensión de generalidad de estos adjetivos). Al definir electores, candidatos y diputados en una u otra tendencia, la concreción de la subjetividad política en bases más fuertes que las trayectorias públicas y amistosas se va perfilando, de nuevo, a través de la prensa. Coincidimos en este punto con las reflexiones de Frank Safford, (1983, p. 22), para quien en los años treinta del siglo XIX se forma una estructura relacional que sirvió de fundamento a la adscripción de ideologías de años posteriores, pero que en todo caso se sentía unida por cierta identidad política, como lo   Sobre la imprenta como derecho-garantía de otros derechos, ver: Fernández Sarasola, (2006, pp. 16-17). 94

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explican procesos tales como la conformación de sociedades “al margen” de los partidos (tema por investigar) y la discusión de ideas sobre federación, aún asociadas a la disposición de recursos públicos. En el punto en que quienes conforman los partidos aceptan esta denominación —muchos años después, proceso en el que tal vez confluyó la guerra de los Supremos— ya el ideal de unanimidad está roto, y los periódicos con una ideología más definida se adjudicarán sin vacilaciones la representación de la opinión pública entendida como voluntad general. Referencias Fuentes primarias Colombia. Código Penal expedido el 27 de junio de 1837. (1925). Codificación nacional de todas las leyes de Colombia desde el año de 1821: hecha conforme a la ley 13 de 1912, Tomo VI. Bogotá: Imprenta Nacional, pp. 425-562. Colombia. Ley del 19 de mayo de 1838 sobre extensión de la libertad de imprenta. (1926). En Codificación nacional de todas las leyes de Colombia desde el año de 1821: hecha conforme a la ley 13 de 1912, Tomo VIII. Bogotá: Imprenta Nacional, pp. 74-75. Constitución del Estado de la Nueva Granada dada por la Convención Constituyente en el año de 1832-22º de la Independencia. (1832). Bogotá, Tipografía de Bruno Espinosa, por José Ayarza. En Manuel Antonio Pombo y José Joaquín Guerra. Constituciones de Colombia. Biblioteca Popular de la Cultura Colombiana, III. Bogotá, Ministerio de Educación Nacional, 1951, pp. 251-309. Publicación del Repositorio Institucional de la Biblioteca Digital de la Universidad Nacional de Colombia. Recuperado de http:// www.bdigital.unal.edu.co/219/ Diccionario de la lengua castellana compuesto por la Real Academia Española, reducido á un tomo para su más fácil uso. (1780). Madrid, por D. Joaquín Ibarra, Impresor de Cámara de S.M. y de la Real Academia. El Argos, Bogotá, 1837-1839. La Bandera Nacional, Bogotá, 1837-1839.

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II. Opinión pública, Monarquía y República

III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad

La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812 Mariselle Meléndez Universidad de Illinois, Urbana-Champaign, USA

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n 1790 el editor del Mercurio peruano (1790-1795) clamaba en su Prospecto que entre “los diversos objetos, que ocuparon las Prensas, ninguno fue mas util que el de los Papeles Periodicos. Desde la adopción de ellos se puede casi fixar la época de la ilustración en las Naciones” (Prospecto, 1790, s. p.).1 La importancia de los periódicos como medios de comunicación local y global es un hecho que claman otros editores de periódicos de la época como Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo en las Primicias de la cultura de Quito (1791-1792) y Manuel del Socorro Rodríguez, el editor del diario Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá (1791-1797). Socorro comentaba que “El espíritu del Siglo es propenso a la Ilustración, a la humanidad y la filosofía. La América que desde muchos tiempos se hallaba poseída de estas mismas ideas, se ha unido insensiblemente en adoptar un medio muy oportuno para transmitirlas: este es el de los Periódicos” (Papel Periódico de Santafé de Bogotá, 1791, núm. 19, pp. 203-204). Sin duda, un grupo importante de esa comunidad local a la que algunos de estos editores se dirigían lo constituían las mujeres.

  El autor del Prospecto fue Jacinto Calero y Moreira quien también fue uno de los editores del Mercurio peruano. Para más información sobre los editores del semanario y la manera en que se originó, ver: Meléndez, (2011, pp. 129-130). (En el caso de todos los periódicos se cita la ortografía original).

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Este ensayo examina las maneras en que la imagen de la mujer o la voz de la mujer aparece en los periódicos suramericanos ilustrados del siglo XVIII para entender en qué medida su presencia o participación en estos medios de conocimiento e información se conectaban con uno de los propósitos principales de los semanarios: el de promover el bien público. La discusión subraya la importancia del sector femenino como partícipe o como objeto de las opiniones en los medios discursivos cultos de la época. Se partirá de una discusión breve de los periódicos Mercurio peruano y Primicias de la cultura de Quito para tener en cuenta cómo las conversaciones que se dieron en estos organismos con relación a la mujer se extienden también al Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá. Se examina cómo la opinión sobre la mujer o puesta en boca de la mujer apuntan a un interés por parte de los editores de compartir con el público desde el espacio del periódico ideas, sugerencias y dictámenes acerca de los roles que debían ocupar las mujeres en las sociedades ilustradas que emergieron a lo largo del siglo XVIII y especialmente en las últimas décadas de este periodo. Si en el siglo XVIII, la opinión se entendía como el “dictamen, sentir o juicio que se forma de alguna cosa” (Real Academia Española, 1990, p. 42), mientras que “pública” se refería a lo “notorio, patente y que lo saben todos” (Real Academia Española, 1990, p. 421); podríamos argumentar que ese bien público que perseguían estos periódicos estaba unido a una necesidad de compartir opiniones que se consideraban como beneficiosas a la sociedad y que deben difundirse masivamente. A modo de conclusión se referirá cómo esa dinámica se presenta en el periódico de post-independencia, tomando como referente especial La Bagatela publicada por Antonio Nariño entre 1811-1812, para así entender cómo las mujeres van adquiriendo más notoriedad en estos espacios discursivos de opinión social. La mujer en los periódicos del siglo XVIII En la prensa ilustrada del siglo XVIII, la mujer aparecía como subscriptora, lectora y en algunos casos como autora de artículos. Por ejemplo, en la lista de suscriptores que se publica en el primer número del Mercurio 330

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peruano se incluyen cuatro mujeres.2 En el caso del primer número del Papel Periódico de Santafé de Bogotá se incluía como subscriptoras a doña Rosalía Aranzazugoytia y doña María Rosa Arce. Sin embargo, en la mayoría de los casos la mujer aparecía como objeto de discusión en artículos que iban dirigidos a regular su comportamiento para que así se convirtieran en ciudadanos útiles y facilitadores del orden. Los prospectos de los periódicos de este periodo aluden directamente a la mujer como parte del grupo lector al cual ellos se dirigían. Por ejemplo, en el Mercurio peruano el editor Jacinto Calero y Moreira finaliza su prospecto señalando: “y así repito mis súplicas al Público, y con mas vivo empeño á las Madamas, honor de mi Patria y del Reyno, implorando su benefico patrocinio, y protextandoles, que el amor Nacional, la pureza, la fidelidad, y la constancia, serán siempre las guias de mis pasos, y caracteristicas del MERCURIO PERUANO” (Vol. 1, 1790). Las mujeres en este caso son entendidas como un sector importante del público, quienes como consumidoras de la publicación podían contribuir al éxito económico de éste. Ellas también son consideradas como honor de la patria y el reino de Perú y a quien por consiguiente hay que tomar en cuenta como parte de las conversaciones que se llevaron a cabo en estos semanarios. En el caso del Mercurio peruano, las noticias que se publican en éste sobre la educación de la mujer, las reglas que ellas debían seguir durante tiempos de preñez, la posición que necesitaban ocupar en el espacio doméstico y su contribución al orden de la sociedad, representan ejemplos de cómo se tenían en cuenta a las mujeres en los debates que surgían sobre su inclusión dentro de los proyectos que emergieron a partir las reformas borbónicas.3   Los nombres de estas mujeres eran: señora doña Rita Unamunzaga, señora doña Xaviera Alerse y Rimador, señora doña Ignacia Jiménez y señora doña Manuela Cayro. Valga aclarar que la gran mayoría de los subscriptores eran hombres. 3   Para un análisis detallado de estas noticias en el Mercurio peruano, véase Meléndez, (2011, pp. 129-174). Con relación al impacto de las reformas borbónicas en las colonias hispanoamericanas, consúltese Mark A. Burkholder y Lyman Johnson, Colonial Latin America, pp. 271-284. 2

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En las Primicias de la cultura de Quito aunque no se incluye una lista de suscriptores, las mujeres aparecen como lectoras críticas de los asuntos que se publicaban en el periódico y que, según ellas, estaban centrados en una visión muy masculina. Firmando con el pseudónimo de Erophilia,4 una autora establece una fuerte crítica al editor quien en uno de sus artículos asocia a la mujer con lo sensible. Ella comienza atacando el hecho de que él no se halla dirigido a la mujer en el prospecto que anuncia al periódico: “Pero si querria que Usted huviese empezado sus Periodicos dando lugar preferente á las mugeres, y hablando de nosotras con la decencia que demandan la Moral, y la Filosofia” (Núm. 3, 1792, p. 21). Ella reitera que en términos de la moral y la filosofía “El bello sexo según la una, y la otra, da el tono a la constitución política del Universo” (Núm. 3, 1792, p. 21). La subscritora deja claro que el orden político de la sociedad necesita de la mujer para alcanzar orden y progreso.5 Es en su función de madre donde mejor ella aporta a la patria ya que en los hijos que produce ella infundirá el “respetar la Sociedad, amar la Patria, obedecer al Monarca, observar las leyes, y á ser, en una palabra, hombres de bien, beneméritos de la region en que han nacido” (Núm. 3, 1792, p. 23). Para ella, el proyecto de la Ilustración es uno que debe incluir a la mujer como parte integral del proyecto político de Carlos IV. Esta es la razón por la que ella le ha echado “en cara [al editor] los defectos de su Periodico” añadiendo que “es que [p]or nosotras, vuelvo a decir por nuestro ser político debia Usted haver dado principios á unas tareas, que el sabio Gobierno quiere que se dirijan á la ilustración general, al bien del Pueblo, á la felicidad de la Monarquia” (Núm. 3, 1792, p. 25). Nuevamente, la autora aboga por la necesidad de incluir a la mujer como parte integral de los proyectos emprendidos en la época con vías a educar la sociedad   El nombre de la dama alude a la afición al amor y a las pasiones o afectos del amor.   Aunque se pudiera tratar de que detrás de esta voz femenina se escondiera un hombre con intenciones pedagógicas, el hecho es que la información que se incluye en el diario no es suficiente para corroborar esta idea. Sin embargo, lo que sí es importante tener en cuenta es que las opiniones que se expresan en el artículo son puestas en boca de una mujer y, por ende, son emitidas desde una postura femenina.

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para alcanzar orden y progreso. Es necesario que para que la mujer sea incluida dentro de estos procesos ella sirva “de critica, de moralista, y de politica” y que acuda a la plataforma del periódico para alcanzar que un público más amplio la escuche (Núm. 3, 1792, p. 25). Es claro hasta ahora que la prensa periódica —como fuente crucial de información— tomó en cuenta a la mujer mientras exponía sus nociones de pueblo, patria, educación y ciudadanía. Los periódicos de finales de siglo XVIII en Hispanoamérica también eran parte de un gran diálogo que se extendía más allá de sus límites territoriales ya sea Lima, Quito o Santafé de Bogotá y en el cual sus editores se leían unos a otros. Vemos por ejemplo cómo en el Mercurio peruano se habla del surgimiento de periódicos en Santafé de Bogotá y en Quito. De la misma manera, las Primicias de la cultura de Quito aluden a las noticias que se publican en el Mercurio peruano y en el Papel Periódico de Santafé de Bogotá. En el caso de éste último, también se toman en cuenta los asuntos que se debatían en los periódicos de Lima y Quito, llegando inclusive a reproducir noticias relacionadas con lo que los otros periódicos tenían que decir sobre el de Nueva Granada. En cuanto al tema que nos atañe, el Papel Periódico también comparte su interés por el rol social que debía ocupar la mujer dentro de la esfera pública. Entre las noticias que discuten la situación que debía ocupar la mujer en la sociedad se encuentran las relacionadas con la producción de ciudadanos útiles por medio de la creación de instituciones como el hospicio, la importancia de fomentar la virtud en la mujer, y artículos que comentan sobre el carácter y los atributos femeninos. En otras ocasiones, la voz de la mujer aparece para opinar sobre ciertos temas como el peligro de abandonar la religión como parte integral de la educación de ciudadanos útiles. La mujer también comparte en el periódico su opinión sobre las pasiones que afectan al individuo, incluyendo el suicidio o la falta de sentido común. Lo que queda claro tanto en estos periódicos como en los que surgieron en Europa y Estados Unidos en la misma época es que el periódico, como señala Johanna S.R. Mendelson “intervino de manera importante para definir las necesidades intelectuales y sociales de las mujeres” (Mendelson, 1985, p. 51). Es por La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812

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medio de estos escenarios discursivos donde se van a definir, sugerir y prescribir las responsabilidades que las mujeres americanas debían ocupar en una sociedad preocupada por el orden y progreso. La mujer en el Papel Periódico El prospecto del Papel Periódico a diferencia del Mercurio peruano, por ejemplo, no menciona explícitamente a las mujeres neogranadinas como un público específico a quien el editor se está dirigiendo. El editor deja claro que los objetivos que guían al semanario son los de servir a la utilidad pública y la felicidad del pueblo. En su objeto “de servir al Publico” el periódico acogerá noticias no solo sobre la capital sino sobre las otras provincias del reino porque el diario servirá de “conveniencia y utilidad de todos” (Núm. 1, 1791, p. 3). El hecho de que busque la utilidad de todos sugiere que el público a quien se dirige no sea limitado a un sector masculino sino a todos aquellos preocupados por el honor y progreso de la patria. En este sentido, Renán Silva indica que este periódico produjo como su destinatario “un sujeto colectivo” que “logró establecer una relación activa con ese público” (Silva, 2004, p. 34).6 Lo que sí queda explícitamente claro en la lectura del semanario es que uno de los sectores que el editor incluye como parte de sus discusiones es el femenino. Las noticias recogidas sobre la mujer o por la mujer persiguen como fin el de facilitar el orden público. El 3 de junio de 1791 aparece un artículo titulado “Dase una idea de las ocupaciones del Hospicio” noticia que partía de una discusión sobre el establecimiento de un hospicio para ciudadanos pobres o mendigos de ambos sexos en donde éstos pudieran congregarse para ser adiestrados y convertirse en ciudadanos útiles. Inclusive, en el número en que se inicia la discusión sobre el hospicio el editor señala que dos cosas que debe tener una república para florecer son: la fundación de un hospicio y una Sociedad Económica de Amigos del País (Núm. 13, 1791, p. 97). Para el editor el   Silva añade que entre los suscriptores se encontraban funcionarios oficiales civiles, militares, colegiales, clérigos y comerciantes (Silva, 2004, p. 27). Valga aclarar que la lista de suscriptores no indica que estos hayan sido los únicos lectores del periódico.

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hospicio es una necesidad ya que “no se encontrarian por las Calles esos vagos de uno y otro sexo” (Núm. 13, 1791, p. 98). Más aún, hace hincapié que con el hospicio “dexarian de introducirse baxo el pretexto de pobres miserables muchas jóvenes y ancianas, que sirviendo de resortes para mantener ciertos amores ilícitos entre algunos que no pueden cultivarlos por otros medios, vienen a ser los instrumentos mas adecuados para fomentar este genero de comercio, de que redunda la desolacion de muchas casas” (Núm. 13, 1791, p. 99). La fundación del hospicio entonces cumplirá con una responsabilidad social que es la de mantener el orden social al fomentar el matrimonio y mitigar el que las mujeres anden libremente en relaciones ilegales sin compromiso contribuyendo así a la desviación y el desorden.7 Este proyecto de reforma social se instituye alrededor de 1750 y comienza experimentando con un grupo de veinte mujeres mendigas de diferentes edades, estados y ocupaciones, o sea, casadas, viudas y doncellas. Para el editor, aun las mujeres casadas pobres tienden a perder su tiempo cuando disfrutan de ratos de ocio. La idea importante es: “llenar este tiempo utilmente 1. lo que para asi se ayuden a mantenerse, y lo 2. Para acostumbrarlas á una ocupación continua; pues lo que en gran parte aumenta la ociosidad es la falta de tener en que emplearse de continuo; pues quien tiene que hacer un dia, y el otro no, se va á pasear, y con esto hace nuevos conocimientos y nuevas partidas de diversión, y contrae hábito de holgazaneria” (Núm. 17, 1791, p. 135). La opinión del autor es que la mujer debe constituir un ser productivo en la sociedad contribuyendo con su trabajo dentro y fuera del espacio doméstico. El objetivo es evitar el peligro de que se ocupen en actividades que no contribuyan al orden y progreso de la sociedad. Una vez circunscritas en el espacio del hospicio se les puede dar dinero para que compren materiales como hilo, encajes o lanas y así se dediquen a la producción de mantas, fresadas y calzetas que luego puedan vender. El dinero lo deberán invertir en comprar más materiales y seguir así generando ganancias. El autor reitera que “[l]as veinte mugeres haciendo cada una   Renán Silva también ve en este proyecto uno de “moralización de las clases pobres por medio del trabajo” (Silva, 2004, p. 69).

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quanto tiene que hacer en su casa, y aprovechando solo el tiempo perdido, doblará, según el computo mas moderado, los doce reales una vez cada mes, lo que suma ciento y cuarenta y quatro reales al año” remediando así la miseria de los pobres (Núm. 17, 1791, 137). El hospicio sirve como un tipo de factoría (o manufactura, como lo llama el editor), en donde se remunera el trabajo de ellas pero a cambio de no tener ningún momento de ocio. El dinero que ganan servirá para cubrir las necesidades básicas, mitigando así su pobreza y convirtiéndolas en ciudadanas útiles. En su conclusión al artículo, el editor insistirá en que su discusión sobre el hospicio demuestra que ningún individuo “es verdaderamente incapaz de ser útil a si mismo en habiendo aplicación. La indiferencia con que se mira este objeto importantisimo, es la causa de que la Sociedad abunde tantos miembros inútiles, a quienes la inaccion e indolencia ha convertido en unos cadáveres que solo le sirven de peso al Globo que los sostiene” (Núm. 18, 1791, p. 141). La mujer, por lo tanto, puede ser partícipe de lo que constituye el progreso de la sociedad basado en la utilidad del trabajo. Incluso, para el editor, el hospicio guarda la posibilidad de convertirse “en un famoso Seminario de la industria, de la educación y de la Virtud” (Núm. 18, 1791, p. 143). Las mujeres en esa institución no solo contribuirán a la industria sino que adquirirán una educación que las guíe a la virtud. En un artículo publicado al año siguiente, el editor se referirá al hospicio como “[e]l monumento mas glorioso y honorifico de la Ciudad de Santafé […] la mejor estatua, el elogio mas sobresaliente de su Patriotismo y humanidad, es sin duda, el Templo que le ha erigido á la Virtud en esta casa destinada para la recoleccion de los mendigos” (Núm. 50, 1792, p. 317). Es parte imprescindible de lo que él llama la época “mas gloriosa de la Caridad Ilustrada” (Núm. 50, 1792, p. 317). Valga recordar que el Papel Periódico fue uno de esos lugares, como sugiere Santiago Castro-Gómez, “desde el cual la Ilustración fue leída, traducida, y enunciada” en la Nueva Granada (Castro-Gómez, 2005, p. 15).8 En el contexto de este periódico,   Sin embargo, Castro-Gómez (2005, p. 17) aclara que en la Nueva Granada “la Ilustración fue vista como un mecanismo idóneo para eliminar las ‘muchas formas de

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la Ilustración, en su sentido más amplio como el de incluir el acto de caridad, no debía ser solamente compartida por medio del discurso sino también visualizada por medio de edificios físicos o una arquitectura que recordara los objetivos de tal Ilustración. El fomento de la virtud en la mujer —como un aspecto que también contribuye al orden social— es discutido en un artículo titulado “Reflexiones sobre la Sociedad Económica” publicado el 20 de junio de 1791. La virtud consiste para el editor en que las mujeres sean educadas, honestas y “de genio laborioso y bien entendido” (Núm. 19, 1791, pp. 160, 167). La razón por la cual es necesario promover estas cualidades en la mujer es para evitar los “gravísimos males” que pueden causar a la sociedad. Sin la virtud como guía, ellas “[c]aen en la primera miseria y después sigue una infeliz cadena de pecados; Se llena la Patria de Mugeres públicas, y por consiguiente de una juventud corrompida y vagabunda” (Núm. 20, 1791, p. 167). Nuevamente, en el Papel Periódico se reitera la importancia de la mujer como instrumento de orden social a la cual hay que incluir como parte de los proyectos de reforma para evitar que se conviertan en impedimentos para el bien público. Uno de los objetivos principales de las reformas borbónicas fue el de impulsar a las mujeres de clase baja a que participaran en labores y trabajos de manufactura compatibles a su fuerza y decoro (Socolow, 2000, p. 170). Tanto para las autoridades españolas como para los criollos letrados, incluyendo al editor del Papel Periódico, una juventud corrompida y vagabunda no es capaz de contribuir al orden y progreso. Es interesante que el autor proponga un incentivo material para que estas mujeres se motiven a seguir la virtud del “genio laborioso y bien entendido” ya que según él “la Virtud casi ya no se ve florecer sobre la tierra, sino la alienta algun interés lucrativo” (Núm. 20, 1791, p. 166). Manuel Socorro Rodríguez sugiere que cada año se premie a cuatro mujeres (dos de estado medio y dos de estado popular) a través de un sorteo que otorgue una conocer’ vigentes todavía en las poblaciones nativas y sustituirlas por una sola forma única y verdadera de conocer el mundo: la suministrada por la racionalidad científicotécnica de la modernidad”. La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812

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ganancia monetaria y un reconocimiento público a aquellas mujeres que sean ejemplos modelos de virtud. Según él, este premio facilitaría que “todas las del Pueblo se interesasen con honrosa emulación a merecer entrar en el Sorteo; porque de no admitirse resultaba la vergüenza de quedar infamadas; cosas que les debia hacer muy sensible, y sin duda evitarian este bochorno con el mayor empeño y por todos los medios que les fuesen posibles” (Núm. 20, 1791, p. 167). El prestigio social y la remuneración económica serían lo que motivarían a las mujeres a dedicarse al camino del bien. La sociedad en general ganaría porque habría más mujeres que se desviarían del ocio y la corrupción. Los requisitos para entrar al sorteo serían el llevar una conducta guiada por la educación y la honestidad y la de mantener un genio laborioso y bien entendido. Este tipo de conducta sería de “muchisima utilidad al Público, y de sí mismas” (Núm. 20, 1791, p. 167). Sin embargo, el proyecto que propone el editor no se detiene en los premios recibidos en el sorteo. Otro elemento que él propone es que una vez se identifiquen estas mujeres, la sociedad a cargo del sorteo puede ayudar a las mujeres que sean solteras a encontrar maridos honrados y de buena conducta. Por medio de este tipo de matrimonio se intenta proponer una unidad familiar en la que ellas se guíen por el bien y el orden y de esta manera podrían “ser util á la Republica” (Núm. 20, 1791, p. 167). Más aún, esto equivaldría al modo “mas facil de aumentar la poblacion, de animar la industria, de proteger las Artes, y de desterrar los vicios” (Núm. 20, 1791, p. 167). Una vez más, la mujer es visualizada como un ente crucial para el progreso de la sociedad, contribuyendo con la reproducción de ciudadanos útiles y provistos para la industria; y, por otro lado, son entendidas como sujetos claves para mantener el orden social debido a la facultad que tienen para seguir reglas y preceptos que las ayudan a hacer rectamente las cosas.9 Para el autor no hay mejor bien para la sociedad que premiar “la virtuosa aplicación de sus Paisanos” ya que el fin de la sociedad es que existan   En la época la palabra “arte” significaba “la facultad que prescribe reglas y preceptos para hacer rectamente las cosas” (Real Academia Española, 1990, p. 423); lo mismo que “el primor y perfección en la obra hecha”; maña, destreza y sagacidad o como sinónimo de las ciencias metafísicas y físicas. Para más detalles véase: Real Academia Española, (1990). 9

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“buenos patriotas” (Núm. 20, 1791, p. 168). Es claro que para Manuel del Socorro Rodríguez, editor del periódico, la promoción del bien público debía ir dirigida y tomar en cuenta a las mujeres. El periódico sirve como ese instrumento de divulgación de los preceptos que facilitarían la promoción y realización del bien público. Es interesante notar que los proyectos que propone el autor con relación a las mujeres toman en cuenta aquellas de recursos medios y bajos, aunque obviamente éstas probablemente no podían costear la subscripción del periódico. Lo que sí es evidente es que todavía había que considerarlas como parte del cuerpo político. En un breve comentario que precede a la publicación de la “Real Orden de la Reyna Maria Luisa” emitido el 21 de abril de 1792, el editor alude explícitamente a la importancia de considerar a la mujer como parte valiosa del cuerpo político. Él indica que “[l]a hermosa mitad de nuestra especie, á quien debemos mirar con una estimacion digna de su merito por los varios motivos con que contribuye a nuestra felicidad: el bello sexo que por mil razones debe entrar en parte de los honores que ilustran el cuerpo politico” (Núm. 74, 1792, pp. 177-178). El editor reconoce que la mujer constituye una pieza clave en el cuadro que compone el bien de la sociedad debido a las diversas maneras en que puede contribuir a ésta. Y es relacionado con esto último que el decreto de la Real Orden reproducido en el Papel Periódico, sirve como ejemplo del tipo de función pública que otro sector importante del reino, las mujeres pertenecientes a la aristocracia, podían cumplir en la sociedad. El decreto anunciaba la fundación de la Real Orden de Damas Nobles a cargo de la reina María Luisa de Borbón (1745-1792). Se explica quiénes podían ser miembros de la Orden y qué tareas iban a ocupar. El grupo se compondría de treinta damas elegidas por la reina, quienes comenzarían a llevar una banda que las distinguiría como integrantes de la Orden. Sus responsabilidades serían dos: (1) visitar hospitales públicos de mujeres o casas de piedad para ofrecer apoyo moral y (2) la de encargar la celebración de una misa en honor a aquellas damas que fallecieran (Núm. 74, 1792, pp. 178-179). A diferencia de las mujeres pobres del hospicio, quienes servirían de futura mano de obra y recibirían remuneración económica, las mujeres de la La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812

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nobleza ofrecen una labor social que no se mide en términos materiales sino afectivos y espirituales. Lo que las une a ambas, sin embargo, es la necesidad de verlas como componentes activos dentro del espacio social. En ocasiones, la mujer es representada como si tuviera voz activa, especialmente cuando participa en ciertos debates en donde ofrece su opinión. Usualmente estos ejemplos se presentan por medio de anécdotas o conversaciones. Una de ellas, publicada el 24 de julio de 1795, se titula “Conversación de una niña casada”. El hecho de que la llame conversación implica un diálogo en el que esta mujer —ya sea real o imaginaria— tiene la oportunidad de ofrecer su opinión. En este caso la mujer opina sobre la idea prevalente en la época de que el hombre deba siempre respetarse como “cabeza de la Casa.” La Señorita Casada le reprocha a su suegro que su marido en realidad no tiene sesos ya que es incapaz de tomar las decisiones correctas. Ella siente mucho que sus hijos tengan como un ejemplo un padre y esposo que tiene “por cabeza una calavera” (Núm. 202, 1795, p. 1.104). A modo de broma, el suegro le responde que al menos de lo que ella puede estar tranquila es que ella no se verá en peligro de que otras mujeres se enamoren de él y que por lo tanto él puede asegurarle que tiene “un hijo incapaz de perder el juicio” (Núm. 202, 1795, p. 1104). Es interesante que se ponga en boca de una mujer una crítica fuerte a la opinión común de que el derecho a tomar decisiones en el hogar se lleve a cabo a bases de género sexual (el hombre como cabeza del hogar) y no en quien tiene la capacidad de tomar las mejores decisiones. La opinión sobre la importancia del sentido común y la inteligencia como aspectos cruciales para servir de modelo a la educación de los hijos (los que en este caso sufren por la incapacidad racional del padre), se evidencia en este diálogo. El hecho de que la crítica se establezca por medio de la figura femenina, acentúa más la significancia de este tipo de problema y la necesidad de discutirlo en el espacio público del periódico. La idea de que el hombre se asocie puramente con lo racional vuelve a debatirse desde otro ángulo. Una vez más se presenta a la mujer como la voz que relativiza tal premisa. La anécdota aparece bajo el título “Oportuna ocurrencia de una Beata” y sigue a la de la “Conversación de una Señorita Casada.” En ésta tenemos a tres literatos debatiendo con una beata el 340

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por qué el “hombre racional se diese asimismo a la muerte” (Núm. 202, 1795, p. 1104).10 Su preocupación surge como motivo de los muchos suicidios que en los últimos años se estaban reportando en las gacetas. Los hombres reaccionan “con admiración y horror” ante tal hecho pero la Beata comenta que a ella no le sorprende en lo absoluto ya que muchos de estos hombres se ven “sufocado[s] de esas fuertes pasiones que ofuscan el entendimiento” (Núm. 202, 1795, p. 1104). Lo que llama la atención de este comentario es que la pasión, la cual usualmente se asociaba con las limitaciones racionales de la mujer, se perciba aquí como una que también afecta al hombre, especialmente cuando es violenta. Las limitaciones epistemológicas de tal generalización, puesta en boca de una mujer religiosa, hace el argumento mucho más significativo ya que una beata conoce por experiencia la importancia de controlar las pasiones para llevar una vida recogida. Para ella la pasión no es una inclinación, perturbación o fuerza que afecta únicamente a la mujer.11 La beata le explica a los tres literatos que lo único que le sorprende a ella es que “el hombre [principalmente el que se tiene por Sabio]” cometa una acción que lo llevara al “suplicio eterno de infinitas é imponderables penas” (Núm. 202, 1795, p. 1.105). Ante tal aseveración los literatos no supieron qué responder. La mujer sugiere con sus comentarios que si el sabio hubiese tenido en cuenta las repercusiones morales y religiosas de su acto, quizás no hubiese decidido suicidarse. El papel de la religión en los nuevos proyectos de reforma ilustrada aparece en otro artículo en que la voz de la mujer nuevamente ofrece su opinión sobre el asunto pero esta vez al editor y los lectores del Papel Periódico. El artículo aparece el 1 de abril de 1796 con el título “Reflexiones de una Dama Filosofa sobre un punto importante de educación publica.” La religión se convierte en un tema importante para discutir la situación de la educación   Una beata en la época era una mujer que vestía el hábito religioso y profesaba celibato. Se dedicaba a profesar actos de caridad pero no necesariamente vivía en un convento o juraba los cuatros votos de obediencia, clausura, pobreza y castidad. 11   Perturbación, excesiva inclinación, apetito vehemente, penas, tormentos o afecto desordenado del ánimo son algunos de los conceptos que se asociaban con la pasión. Para una lista de definiciones en la época véase Real Academia Española, (1990, p. 153). 10

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pública en el virreinato neogranadino. El referirse ella misma como “Dama Filósofa” apunta a que esta mujer es una que estudia, profesa y conoce la ciencia y el estudio del efecto de las cosas naturales; o sea ella es una erudita.12 Dirigiéndose a todos los “sabios” que leen el periódico, ella comienza su artículo con una duda que según ella la “atormenta demasiado”: “¿Qué la Poësia, la Eloqüencia, y la Historia [unicas facultades en que sobresalio aquella época] tienen algun privilegio divino para que ellas solas valgan por todo el complexo de nociones cientificas é ingeniosas a quien damos el general nombre de literatura?” (Núm. 238, 1796, p. 1.387).13 Lo que la Dama Filósofa se cuestiona es que si en la época ilustrada la educación debe consistir exclusivamente del estudio de la poesía, la historia y la elocuencia o si la religión debe tener cabida en este tipo de educación. La Dama ofrece su opinión sobre este asunto y ella misma resuelve su duda. Insiste en que va a demostrar que para las naciones católicas sería “peligroso” fundar el objeto principal de su “ilustración y cultura” únicamente en las facultades de la poesía, la elocuencia y la historia (Núm. 238, 1796, p. 1.388). Para ella sería “una paradoxa” e insiste que “voy a demostrar la verdad de mi aserto” (Núm. 238, 1796, p. 1.388). Su primera crítica se basa en el hecho de que la “bella literatura” ha “crecido excesivamente” anclada en lo científico y convirtiendo esta rama en un campo exclusivo para los hombres sabios “que se hallan ilustrados generalmente en toda esa vasta enciclopedia de nociones brillantes” (Núm. 238, 1796, p. 1.388). Con cierto sarcasmo, la Dama Filósofa critica el que la educación se haya profesionalizado tanto al punto que solamente se reconoce como un espacio marcadamente masculino. A ella le preocupa que estos hombres vean despectivamente a las ciencias sagradas cuando según ella son estas “las que verdaderamente ilustran el   Según Susan Socolow, la autora de este artículo fue doña Manuela Sanz de Santamaría, mujer que participó en tertulias que se dieron en la ciudad capital (Socolow, 2000, p. 171). 13   Con literatura en la época ella se refiere al “conocimiento y ciencia de las letras” (Real Academia Española, 1990, p. 417). 12

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espíritu humano y lo hacen feliz en todos estados y fortunas” (Núm. 238, 1796, p. 1.388). Aclara que con las ciencias sagradas se refiere a aquellos “principios intelectuales” en que se funda el espíritu de una cultura ya que “rectifican el espiritu, oprimen las pasiones, y nos abren el camino real de la Sabiduría” (Núm. 238, 1796, p. 1.391). La Dama Filósofa reitera que estas tres acciones son las que brindan felicidad al ser humano por lo que dedicarse a la “erudición omnicia y enciclopedica” y olvidarse de la educación cristiana puede verse como “el principio mas funesto de la corrupción de costumbres, como preludio terrible de un gran trastorno en la solida moral” (Núm. 238, 1796, pp. 1.391-1.392). Para la autora, la educación basada en los preceptos literarios sin tener en cuenta lo cristiano servirá como preámbulo de la corrupción de las costumbres. La Dama Filósofa cierra el artículo con una crítica abierta a todos aquellos que desean imitar la cultura intelectual francesa en vez de dedicarse a los estudios clásicos incluyendo la religión. Según ella, “[e]se luxo de erudición amena en que los bellos Espiritus quieren fundar la gloria de la literatura, solo sirve y servira en todos tiempos, para corromper las costumbres y precipitar en el abismo de la perdicion á todos los Reynos que quieran imitar la cultura del de Francia” (Núm. 238, 1796, p. 1.394). Este tipo de crítica, que se hará muy eminente en el siglo XIX, destaca ya en el siglo XVIII un interés en buscar en lo local o en la particularidad de su cultura hispana modelos de conocimiento que se ajusten al caso hispanoamericano en vez de imitar lo extranjero. El hecho de que sea una mujer la que ofrezca una opinión tan fuerte acerca del futuro de la educación en el Virreinato de Nueva Granada revela las limitaciones de la ceguera ilustrada. La voz de la mujer otorga cierta libertad de opinión en casos en los que se cuestionan ideas que se toman por sentado en los ámbitos intelectuales masculinos de la Ilustración. Para la dama, la religión debe ser un elemento todavía importante para la búsqueda de conocimiento y no uno del que se debe prescindir a favor de las ciencias útiles y las bellas letras. Y es que en el caso de la Ilustración en América, como nos recuerda Juan José Saldaña, la religiosidad coexistió con los discursos científicos, económicos e intelectuales que se desarrollaron a partir del siglo XVIII (p. 23). La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812

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Es curioso que el artículo de la Dama Filósofa sea seguido por un artículo sometido al periódico sobre “las extravagancias de el Siglo Ilustrado” (Núm. 239, 1796, p. 1.395).14 El artículo escrito por un capellán, Dr. Nicolás Moya de Valenzuela, arguye que el estudio de la religión no se debe considerar como un obstáculo al desarrollo de la razón.15 Inclusive, Moya culpa las nuevas tendencias del “Siglo Ilustrado” por la decadencia moral que existe en la sociedad en estos momentos: “La historia de este Siglo es por si un escandalo capaz de las mas funestas impresiones. La educación moral de la Juventud ha desaparecido de en medio de los Pueblos […] la literatura superficial que nos rodea y el nectar del buen gusto, es un licor que con pocas gotas embriaga” (Núm. 239, 1796, p. 1.396). El estudio de la religión se ve en peligro de ser relegado a favor de un énfasis en las ciencias, lo que para el autor ya está contribuyendo a la anarquía moral que padece la juventud. La necesidad de una base moral centrada en un marco cristiano representa para el capellán un elemento crucial para “la salud pública” y por consiguiente el orden (Núm. 239, 1796, p. 1.396). Los comentarios se pueden entender como un reflejo del papel secundario que la Iglesia estaba tomando en la política centralizadora de los Borbones. La religión también fue un espacio en donde la mujer históricamente tuvo la oportunidad de desarrollarse y tener un papel activo en la sociedad, pero en el siglo XVIII era un espacio amenazado por la centralización del Estado y las nuevas reglas que se impusieron a ella.16   Las letras cursivas aparecen en el original.   Nicolás Felipe de Moya de Valenzuela fue el autor de la obra Máximas políticas, y morales a la juventud, para la buena conducta en sus progresos, publicada en 1780. Fungió como pedagogo en el Real Mayor y Seminario Colegio de San Bartolomé, en la ciudad de Santafé. 16   Para una discusión más detallada de la subcultura femenina que se desarrolló en estos conventos desde el desarrollo de talentos, políticas de influencia, manejo de bienes y actos de caridad, véase, Arenal & Schlau, (1989, pp. 1-18). Con relación a las nuevas reglas que se impusieron a los monasterios y conventos como resultado de la política borbónica, véase Meléndez, (2011, pp. 86-90). 14 15

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Para algunos sectores de la población, tanto en el Virreinato de Nueva Granada como en otros virreinatos, e inclusive en España, la religión se veía como reflejo de utilidad pública y de valor patriótico. Ilustrados como Juan Bautista Muñoz por ejemplo, postulaban una vuelta a las formas de piedad y espiritualidad que habían destacado al Barroco y que podían coexistir con las nuevas formas de conocimiento (Cañizares-Esguerra, 2001, p. 192). En el Papel Periódico vemos esta preocupación de manera evidente. En un artículo publicado en los números 262 y 263 sobre el “Monasterio de la Enseñanza” se destaca la contribución patriótica que su fundadora doña Clemencia Caycedo llevó a cabo al establecer tal institución. El editor destaca que la fundación del monasterio de monjas benedictinas en 1783 fue de gran “utilidad publica” a la capital y fue guiado por el “espíritu patriótico” de ésta (Núm. 262, 1796, p. 1.596). Los atributos utilizados para referirse a la institución subrayan la importancia de este espacio femenino como signo de prestigio social y moral: “santo y patriotico Instituto de la Enseñanza” y “caritativo y utilisimo establecimiento” (Núm. 263, 1796, pp. 1.597-1.598). En el poema que acompaña al artículo se destaca exactamente en qué ha consistido la contribución del establecimiento: “Esta Escuela de virtud/ En donde la Juventud/ Aprende la Santa Ciencia” (Núm. 263, 1796, p. 1.598). Reiteradamente se resalta el papel de la ciencia sagrada como base de la educación que la juventud femenina debía adquirir para convertirse en ciudadanos útiles. Las mujeres se ven como parte integral de ese proceso de educar ciudadanos de este tipo y es por eso que se destaca la figura de la fundadora doña Clemencia Caycedo como una que ha aportado un bien social a la patria. La sabiduría es la mayor aportación que ofrece el monasterio de la Enseñanza: “Que le causa Obra tan pía/ Y darla mas lucimiento,/ Determino que en su aumento/ Siga la Sabiduria” (Núm. 263, 1796, p. 1.599). Si la sabiduría se entiende en la época como “el conocimiento intelectual de las cosas” o como sinónimo de “noticia, conocimiento, ó advertencia” (Real Academia Española, 1990, p. 4), entonces la labor de las mujeres en esta institución se hace más relevante. Es la opinión del editor que junto La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812

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a las fundaciones de la Real Biblioteca, los hospicios, o los cementerios, los monasterios pueden ser parte de los proyectos ilustrados que se proponían en la época con relación a la educación. Todos ellos contribuían al establecimiento del orden y el progreso en la sociedad. En la exaltación de los conventos se observa un tipo de “patriotismo religioso” en donde el amor y la contribución a la patria se centran en principios religiosos (Meléndez, 2011, p. 85). El monasterio no solo brinda prestigio religioso y social, sino que sirve como espacio donde las futuras generaciones se pueden educar. Las mujeres, por lo tanto, ocupan un papel protagónico en la manera en que la educación debía ser integrada en la sociedad, en razón a que a ellas se les consideraba como las encargadas de transmitir los dogmas morales y cristianos, ya sea en el espacio doméstico del hogar o uno público como sería el convento.17 Aperturas a las posturas decimonónicas: observaciones finales Los periódicos del siglo XVIII en Hispanoamérica ya comienzan a anunciar temas que serán de gran relevancia para la prensa decimonónica con relación al papel que debía ocupar la mujer en una sociedad centrada en el orden, progreso y desarrollo intelectual de los ciudadanos, especialmente con relación al trabajo y a la educación. Las opiniones que circulan en el Papel Periódico ya sea en boca del editor, de los contribuyentes, o de las mujeres mismas subrayan el hecho de que la posición que debía ocupar la mujer en la sociedad era un factor fundamental de discusión en la época. Socolow señala que en el siglo XVIII, impulsada por las ideas de la Ilustración y las reformas borbónicas, la condición de la mujer emergió gradualmente como un asunto público principalmente en los periódicos de la época (p. 166). Como se vislumbra en las noticias discutidas anteriormente, ya en el siglo XVIII se comienza a dejar claro el rol activo que debía tener la mujer en la sociedad ya sea por medio de la fuerza laboral, sus actos caritativos, la religión o por la educación centrada en   Para un estudio detallado de cómo comienzan a reevaluarse las categorías de género con relación a la mujer en el periodo ilustrado véase, Outram, (2005, pp. 77-92). 17

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su función de madre. La opinión que domina en estos periódicos es que la mujer complementa al hombre con labores que facilitan el orden y progreso de la sociedad. En 1811 Antonio Nariño en su periódico La Bagatela, —el cual aparece durante los difíciles primeros años que vivió la República Granadina, en los años que siguieron a la Independencia—, aludirá a la importancia de la mujer como complemento y compañera del hombre.18 Por medio de un intercambio epistolar con su “bella amiga”, Nariño comenta la necesidad que tiene la patria de que la mujer sea un ente activo en ese futuro de la república: “pero ya que la Patria te necesita ¿podré dexar de alegrarme con la esperanza de volver á gozar de tu amable compañía?” (Núm. 1, 1811, p. 3). La mujer se convierte en un amparo y apoyo para los momentos difíciles por los que pasan los patriotas que luchan por proteger la independencia: “¡Bendito sea para siempre aquel que dio al hombre una compañera [...] ¿Quien de nosotros no miraria la existencia como un presente funesto, si la mano de una compañera no nos ayudase á soportar la carga” (Núm. 2, 1811, p. 12). Para Nariño, un hombre sin una mujer en estos momentos de incertidumbre sería nada. Esto queda claramente evidenciado en la correspondencia que el editor emprende con su amiga la Sibarita durante toda la duración de la publicación del periódico.19 La mujer es vista como compañera, amiga y también como confidente de los asuntos políticos que atañen al país. Sin embargo, en este periódico ella se presenta también como partícipe y portavoz de la opinión pública.   Según Renán Silva (2005, p. 139) el tiraje del periódico superaba 400 ejemplares pero tenía una lista (quizás parcial) de 116 suscriptores. Silva adjudica la escasez de suscriptores a los muchos enemigos que Nariño había acumulado debido a su actividad política que incluyó su postulación y consecuente ejercicio de la presidencia. 19   Nariño se refiere a su interlocutora como “bella amiga”, “bella hechicera”, “burlona maldita” y mi “bella sibarita”. Es interesante que él todavía utiliza los adjetivos típicos femeninos para referirse a su amiga, por ejemplo la belleza o, en instancias negativas, su actitud sarcástica y casi malévola. La palabra “sibarita” misma alude a una persona que se caracteriza por su “mucho regalo y refinamiento” (Real Academia Española, 1992, p. 1.330). 18

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Hay que notar que para Nariño el periódico es instrumento crucial para exponer la opinión pública. En una carta dirigida a un amigo, el editor indica “es imposible propagar la instrucción y fixar la opinión publica sin papeles periodicos, que siendo cortos y comenzando a rodar todas las mesas obligan a cierto modo a que se lean” (Núm. 4, 1811, p. 16 [énfasis mío]).20 En este sentido las cartas que la dama le dirige a Nariño se hacen partícipes de esa opinión pública. En las cartas que ella remite al periódico, la Dama comenta cuán activa ella y otras mujeres han estado en sus tertulias; leyendo y conversando sobre la situación política de Santafé. Inclusive ella hace una fuerte crítica de la herencia colonial que han recibido aludiendo a un sistema que los ha hecho “pobres en medio de la riqueza” e “ignorantes con los mejores talentos” (Núm. 6, 1811, pp. 21-22). Ella añade “[e]l clima, los alimentos, y la educación que nos han dado, todo concurre a hacernos amables, y debiles” (Núm. 6, 1811, p. 22). Finalmente, ella ofrece su opinión sobre lo que se necesita ahora en el país para lograr paz y progreso: “Junto a estas buenas disposiciones de los Americanos, las riquezas y fertilidad de su suelo, la variedad de sus climas para admitir toda suerte de culturas, sus rios navegables, sus producciones propias y exclusivas al resto del Universo, y dime ¿qué le falta para ser felices? La union, y un buen gobierno” (Núm. 6, 1811, p. 22). En opinión de esta mujer, su país y el resto de América tienen todos los recursos naturales y humanos que se necesitan para alcanzar el progreso. Lo que sin embargo hace falta es la imposición de un sistema que pueda manejar esos recursos: un buen gobierno. Finalmente, ella deja claro qué tipo de sistema sería apropiado para salir del caos: “Yo tan muger como soy, aconsejaría al gobierno que tomara un caracter de firmeza y severidad” (Núm. 6, 1811, p. 23). Si bien ella no ofrece detalles   En otra carta publicada el 16 de enero de 1812, Nariño arguye que la “diversidad de opiniones mantiene un calor vivificante que va poco á poco desarrollando las ideas que nos han de conducir á consolidar nuestro gobierno: se opina, se disputa, se delira y el ojo filosofico recoge la porcion de luz que escapa de en medio de esta efervescencia” (Núm. 31, 1812, p. 119). Para Nariño de los resultados de la opinión, las disputas y las diferencias es que surgen los mejores gobiernos. 20

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sobre en qué exactamente consiste esa “firmeza y severidad”, la dama sí expresa su opinión sobre lo que debería ser el destino político del país y lo que potencialmente podría contribuir a la unidad nacional. A pesar de que el periódico no incluye a ninguna mujer en la lista de subscritores, lo que es evidente es que estos semanarios eran leídos por un sector más amplio del que se incluía en esas listas. Las noticias aparecidas en los periódicos suramericanos del siglo XVIII y en particular, las discutidas en el Papel Periódico de Santafé de Bogotá, reflejan una preocupación constante por la situación de la mujer en una época de grandes cambios y reformas. Las mujeres aparecieron como objetos de examen pero también como sujetos que expresaron sus propias opiniones aunque de forma anónima. Es difícil dilucidar quiénes fueron en realidad estas mujeres debido a que sus nombres se esconden bajo pseudónimos, especialmente por ser una época donde a la mujer no se le daba cabida abierta en los medios discursivos públicos. Pero fueran estas mujeres reales o no, o fuera el caso de que los hombres se escudaran detrás de la voz de una mujer para dar su opinión, lo que no cabe duda es el hecho de que la mujer como tema y como instrumento de expresión era patente en los medios públicos como los periódicos. Los temas con los que se les relaciona o de los cuales ellas opinan apuntan a preocupaciones que serán centrales en los proyectos políticos y culturales que siguen a partir de la Independencia. El tema de la educación femenina, la religión, la mujer como patriota y su aportación a la sociedad en su función de madre, o las mujeres como contribuyentes a la fuerza laboral, serán temas que todavía se debatirán a lo largo del siglo XIX en la prensa hispanoamericana. Como señalan Catherine Davies, Claire Brewster y Hillary Owen, a partir de las guerras de Independencia se verá a las mujeres como seres activos en la construcción de las nuevas sociedades mayormente desde el plano de la familia y el espacio doméstico (Davies et al, 2006, p. 269). Serán consideradas como reproductoras y manejadoras de la vida privada y la economía doméstica (p. 269). Sin embargo, su activismo en la esfera pública se hizo posible por su rol como letradas y partícipes en el mundo literario y periodístico de las nacientes La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812

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repúblicas (p. 270).21 Y si como sugiere Silva en Hispanoamérica durante el siglo XVIII no podemos hablar de una esfera pública literaria separada de la Corte, lo que sí existe según el crítico, es la aparición de un espacio público moderno en donde los sujetos coloniales expresaban su opinión bajo la licencia y permiso real (Silva, 2005, p. 112). Sin embargo, lo que queda claro en el contexto de la época, es que en estas circulaciones las mujeres emergieron como lectoras, como objetos de discusión y, en algunas instancias, como portadoras de opinión pública. Referencias Arenal, E. & Schlau, S. (1989). Untold Sisters: Hispanic Nuns in their Own Work. Albuquerque: University of New Mexico Press. Burkholder, M. A. & Lyman, J. (2001). Colonial Latin America. Nueva York: Oxford University Press. Cañizares-Esguerra, J. (2001). How to Write the History of the New World. Histories, Epistemologies, and Identities in the Eighteenth-century Atlantic World. Stanford: Stanford University Press. Castro-Gómez, S. (2005). La hybris del punto cero: Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816). Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana. Davies, C.; Brewster, C. & Owen, H. (2006). South American Independemce. Gender, Politics, Text. Liverpool: Liverpool University Press. Meléndez, M. (2011). Deviant and Useful Citizens. The Cultural Production of the Female Body in Eighteenth-Century Peru. Nashville: Vanderbilt University Press. Mendelson, J. S. R. (1985). La prensa femenina: La opinión de las mujeres en los periódicos de la Colonia en la América española, 1790-1810. En

  Davies y las coautoras también mencionan que la gran tarea a la que se enfrentaron los sectores femeninos después de la Independencia consistió en la reconceptualización de las relaciones sociales sobre la diferencia sexual, la reformulación de las nociones de género sexual y la reformulación de la manera en que las mujeres eran percibidas legal y políticamente (p. 19). 21

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Conceptos fundamentales de la cultura política de la Independencia

Lavrin, A. (Comp.) Las mujeres latinoamericanas: perspectivas históricas (pp. 229-252). México: Fondo de Cultura Económica. Mercurio peruano, 1790-1795. (1964). (Edición facsimilar). Lima: Biblioteca Nacional del Perú. Nariño, A. (1966). La Bagatela, 1811-1812. (Edición facsimilar). Bogotá: Litografía Vanegas. Outram, D. (2005). The Enlightenment. Cambridge: Cambridge University Press. Papel Periódico de Santafé de Bogotá, 1791-1797. (1978). (Edición facsimilar). Bogotá: Biblioteca Nacional de Colombia. Primicias de la Cultura de Quito, 1791-1792. (1947). (Edición facsimilar). Quito: Publicaciones del Archivo Municipal. Real Academia Española. (1992). Diccionario de la lengua española. (Vigésima primera edición). Madrid: Real Academia Española. _________ (1990). Diccionario de Autoridades. (Reimpresión). Madrid: Editorial Gredos. Saldaña, J. J. (1995). Ilustración, ciencia y técnica en América. En Soto Arango, D., et al. (Eds.). La Ilustración en la América Colonial (pp. 1953). Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Ediciones Doce Calles. Silva, R., (2005). La Ilustración en el virreinato de la Nueva Granada: Estudios de historia social. Medellín: La Carreta Editores. _________ (2004). Prensa y revolución en el siglo XVIII: Contribución a un análisis de la formación de la ideología de Independencia nacional. Medellín: La Carreta Editores. Socolow, S. (2000). The Women of Colonial Latin America. Cambridge: Cambridge University Press.

La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812

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“No dudo que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará”1: Primicias, lecturas y causa pública en Quito, 1790-1792 María Elena Bedoya Hidalgo FLACSO, sede Ecuador

L

a última década del siglo XVIII en la Audiencia de Quito se caracterizó por la existencia de una nueva dinámica en el ámbito cultural. Si bien la imprenta había llegado a mediados del siglo 2 XVIII, fue a partir de la creación de la Sociedad Económica de Amigos del País y la agencia de personajes como el obispo Joseph Pérez Calama y Eugenio Espejo, que esta tecnología representa una apertura a nuevas oportunidades para su uso social.3 La posibilidad de publicar y discutir los asuntos relacionados con la “causa pública”, el interés en la convocatoria de un número mayor de lectores a través de la prensa, la suscripción y la promoción de una relación distinta entre texto-lector fueron determinantes a la hora de pensar en la construcción de un escenario para el ejercicio intelectual.   Esta es una de las expresiones más elocuentes respecto a la “literatura ilustrada” del obispo Pérez Calama publicada hacia 1791 en su Carta Pastoral. La posibilidad de que este plan electrice a sus lectores, (es decir, “exalte, avive o entusiasme”, según la definición del Diccionario de la Lengua Española) muestra una clara intencionalidad que se le otorgaba a la práctica lectora. 2   El 6 de octubre de 1741, mediante una real cédula, se concede licencia para el establecimiento de una imprenta en la ciudad de Quito que se haría realidad años más tarde y que estaba en manos de los jesuitas, pero, a raíz de su expulsión en 1767, la imprenta pasaría a manos de la presidencia de la Audiencia. Sobre este proceso véanse: Stols, (1953); González Suárez, (1970) y (1903); Bedoya, (2010). 3   La mayoría de los escritos publicados fueron de corte religioso, particularmente aquellos realizados en la primera imprenta de Ambato, con el pasar de los años adquirieron un carácter más secular. 1

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A pesar de la calamitosa situación social, política y económica de finales del siglo XVIII y principios del XIX —marcada por una fuerte presencia de epidemias, fenómenos naturales y baja de la producción—4 el territorio quiteño fue testigo de un creciente interés en el desarrollo de un circuito de corte intelectual que buscaba dar soluciones y salidas prácticas a la compleja situación por la que atravesaban sus habitantes. En este particular contexto nace la Sociedad Económica Amigos del País, que reúne a varias personalidades relevantes de la época, y el periódico Primicias de la Cultura de Quito como su vocero autorizado. Cabe destacar que este tipo de agrupaciones fueron características en Europa y América durante el siglo XVIII y XIX y buscaban impulsar el escenario económico y social, amparadas en los ideales ilustrados del cultivo de la razón, la fe en la ciencia, el bien común y el cosmopolitismo.5 En su sentido genérico, esta formación responde a una particular forma inicial de “asociacionismo moderno” que intentaba promover un tipo de “saber aplicado” o “saber práctico”, necesario para el desarrollo del entorno social. Nuestro recorrido histórico inicia en 1790 —año en el que arriba Pérez Calama al territorio de la Audiencia— y apenas abarcará el análisis de dos años claves en los cuales se plantean varios giros interesantes en torno al ejercicio intelectual y el lanzamiento del primer papel periódico, Primicias   Nos referimos a catástrofes naturales como el terremoto que azotó a la ciudad de Riobamba y sectores aledaños como Cotopaxi y Tungurahua en 1797; también tenemos las erupciones del Cotopaxi (1742, 1744, 1766, 1768) y Tungurahua (1773, 1776, 1777) ocurridas en el siglo XVIII. Adicionalmente, es necesario tener en cuenta las distintas epidemias que sufrió la ciudad de Quito, particularmente la de sarampión del año 1785 y afecciones como viruelas y varias enfermedades de tipo eruptivo, que cobraron miles de vidas humanas hacia las últimas décadas del siglo. Cabe destacar, también, la baja en la producción del sector obrajero que motivó una caída importante en la dinámica económica de la Audiencia. 5   En España hasta el año 1765 habían sido creadas más de 56 sociedades entre el País Vasco, Sevilla, Mallorca, Valencia, Vitoria y Segovia. Todas tenían el objetivo de apoyar las iniciativas de la Corona en el desarrollo económico, científico y pedagógico de las provincias. Al respecto véase, Keeding, (2005, p. 516). 4

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de la Cultura de Quito, en 1792 de la mano de su editor Eugenio Espejo y con el apoyo de la Sociedad. Desde esta perspectiva, queremos entender cómo se puso en marcha, en el ocaso del periodo colonial, una empresa de carácter intelectual anclada en la reflexión sostenida y amparada sobre la “causa pública”, a la luz de una nueva dinámica vinculada a la construcción de una vida asociativa entre individuos en el territorio de la Audiencia. La Sociedad y la “causa pública” Lo que nunca se emprende, jamás se concluye; en todo Reyno no hay parálisis más mortal que la de no hacer nada. [Sic.].6

La llamada Sociedad Económica Amigos del País, establecida en Quito el 30 de noviembre de 1791, se constituyó en un primer referente de la construcción de un tipo de vida asociativa inspirada por un espíritu ilustrado en el territorio de la Audiencia y en otras latitudes cercanas como el propio Virreinato de Santafé. La ceremonia de instalación de la Sociedad se constituyó en un acontecimiento de trascendencia en la ciudad de Quito (González Suárez, 1970, pp. 1.274-1.275), al cual asistieron distintas autoridades, personajes de la época y los propios miembros de esta asociación. Entre los miembros que participaron en la Sociedad se encontraban protectores, socios de número y socios supernumerarios. Los principales personajes de dicho órgano de asociación eran el presidente7 y el obispo; entre los segundos, se encontraban condes, marqueses, gentes de viso social y representantes de las comunidades religiosas. Los supernumerarios eran sacerdotes, profesionales   Discurso de Pérez Calama del 30 de noviembre de 1791, día de la inauguración de la Sociedad. Cfr.: Landázuri, (1993, p. 87). 7   El 13 de junio de 1791 tomó posesión de la Presidencia de la Audiencia Luis Antonio Muñoz de Guzmán, nombrado por el rey Carlos IV, y fue uno de los personajes de más importancia en dicha asociación. 6

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y extranjeros,8 además figuraba como secretario Eugenio Espejo9, a quien se le encargó la redacción de los estatutos, la edición y promoción del periódico Primicias de la Cultura de Quito, al cual nos referiremos más adelante. Entre los objetivos que la Sociedad pregonaba encontramos algunos ejes como: “la agricultura, las ciencias y artes útiles, la industria y el comercio y la Política y Buenas Letras; además, un interés centrado en la elaboración de ciertos ‘catecismos’ o manuales de agricultura, ganadería e industria” (Guerrero Blue, 2001, p. 9). El interés por el desarrollo de estas temáticas y su discusión como parte de la construcción de un sentido colectivo marca el reconocimiento, según Renán Silva (2004), de un “bien común” —valor por excelencia en la política del siglo XVIII— dentro de un escenario de debate subsumido aún a la autoridad monárquica. Sin duda, uno de los protagonistas principales de la Sociedad fue el director de la misma, el obispo Pérez Calama10, durante su corta estan  Entre sus miembros encontramos: Luis Muñoz de Guzmán, presidente; Joseph Pérez Calama, director; Estanislao de Andino; Lucas Muñoz y Cubero; Juan Moreno y Avendaño; El marqués de Villa Orellana; El marqués de Selva Alegre; Juan Bernardo Delgado y Guzmán; Jerónimo Pizana; Juan de Larrea; Gabriel Zenitagoya; José Javier Ascásubi; Mariano Maldonado; Pedro Quiñones Cienfuegos; Justino Martín de Blas; Antonio Romero de Tejada; Nicolás Cabezas Merizalde; Francisco Villacís; Joaquín Arteta; Carlos Pezentí; Pedro José Aguilar; Pedro Calisto y Muñoz; Ramón Yépez; Melchor Ribadeneira; Juan José Boniche; José Aguirre; Antonio Azpiazu; Antonio Marcos, socio supernumerario; Eugenio Espejo, secretario; Ramón Yépez, censor; Andrés Salvador, socio supernumerario. Véanse, Vargas (1968) y Bedoya (2010). 9   Es importante destacar que para aquellos años Espejo se había convertido en una figura pública relevante. Su función como bibliotecario del antiguo repositorio bibliográfico jesuita, sus labores como médico, así como su vinculación a varios grupos locales de poder —se señala como su protector al propio marqués de Selva Alegre— y a una parte del clero, es lo que nos permite entender su función como secretario de dicha sociedad, así como su ejercicio como editor del propio periódico. 10   El obispo Joseph Pérez Calama llega a la Audiencia de Quito en 1790 procedente de tierras aztecas. Su cargo eclesiástico par a la regencia de la Diócesis quiteña lo obtuvo en 1788 y lo ejerció entre febrero de 1791 a noviembre de 1792. Su llegada a la localidad le tomó un viaje de varios meses emprendido en 1790 cuando desembarcó en el puerto de Guayaquil, proseguido del duro ascenso por la cordillera de los Andes. Esta travesía le permitió hacer algunas visitas a los curatos de Guaranda, Riobamba y Ambato, así como también a varios sitios aledaños de la sierra central (Bedoya, 2010). 8

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cia en la Audiencia. Hacia 1765 había trabajado en Puebla junto con Francisco Fabián y Fuero, obispo en aquel entonces de la localidad. Su labor junto a este eclesiástico, según Ernesto de la Torre Villar (p. 379), se había enmarcado en el fomento a la educación y una fuerte promoción a la “ilustración” del clero, a través del fortalecimiento de las bibliotecas existentes, la transformación de la enseñanza de la teología y el cultivo del humanismo; además, nuestro obispo se encargó del “Seminario Humanístico” que se estableció en Puebla desde donde impulsó la reforma del estudio de la filosofía y la teología. Además, según señala este autor, su interés en la creación y difusión de las Sociedades Económicas era el de generar herramientas que permitieran el mejoramiento de la condición de vida de la gente, amparados en el credo ilustrado. Entre sus publicaciones realizadas en Puebla, Política cristiana, buscó trazar ciertos puntos clave para el abandono de las situaciones de miseria, mendicidad e ignorancia de las poblaciones locales, constituyéndose en un proyecto editorial de carácter económico-social, técnico y político (De la Torre, p. 380). Entre las ideas que pregonó Pérez Calama en la Audiencia —y que los publicó a través de la imprenta de Raymundo de Salazar bajo la aprobación del presidente y del Tribunal de Censura— para el mejoramiento de la situación social en el territorio quiteño estaban: en primer lugar, la educación en la universidad junto con la necesaria reforma del clero a través de un nuevo método de aprendizaje que responda a la preocupación por la promoción de la lectura que se visibiliza en la publicación de su Plan de Estudios de la universidad y varios Edictos dedicados al mundo eclesiástico.11 En segundo lugar, el obispo se preocupó por detalles de la   Cabe destacar que dada la escasez de libros de la cual había sido testigo en sus múltiples visitas pastorales, el obispo donó su biblioteca personal, además de llevar material bibliográfico para los estudiantes quiteños. Adicionalmente a las cartas y edictos no publicados que reposan en el Archivo Episcopal de Quito tenemos sus publicaciones, que reseñamos a continuación: Edicto para la Santa Visita (que contiene puntos sobre la disciplina eclesiástica y sobre la modestia, recato y decoro del vestido mujeril) publicado en Quito hacia 1791; Plan de Estudios para la Real Universidad de Santo Tomás de Quito, (I-II y III parte, más apéndice) publicado en Quito hacia 1791; Carta Pastoral (sobre literatura eclesiástica), publicado en Lima en 1791; Edicto pastoral del illustrísimo señor D.D. Joseph Pérez Calama, 11

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vida cotidiana que iban desde el cuidado en las comidas, edificios públicos, caminos —como el de Malbucho propuesto hacia la costa noroccidental de Quito—, hasta la decencia y decoro en el “vestido mujeril” de las quiteñas. En el discurso inaugural de la Sociedad, del 30 de noviembre de 1791, Pérez Calama recalcaba que el objetivo de esta asociación era buscar el bienestar de los habitantes de Quito mediante el fortalecimiento de la artesanía, la agricultura y la industria con el fin de lograr un mayor aprovechamiento de los recursos de la Audiencia. En un primer momento son elocuentes las ideas referentes a la causa pública, puesto que se hace hincapié, en la triste situación de pobreza y miseria por la que atravesaba Quito y la diócesis a su cargo. Para el obispo, estas carencias son las que posibilitarían la construcción de una mayor felicidad pública encaminada bajo el espíritu de la concordia,12 es decir, nada mejor que una Sociedad activa y vigilante del entorno: “No hay fuerza resistible a la unión de los sabios quando sus Estudios en cabar y desentrañar los tres Reynos de la Naturaleza, es a saber: el Vejetable, el Animal y el Metalúrgico.” (Landázuri, 1993, p. 89). En un segundo momento, posiciona fuertemente la actividad y misión de los sabios reunidos alrededor de una Sociedad. Ellos estarían encargados de investigar, a través del estudio y la observación, las causas que ocasionaron el deplorable estado del entorno y posibilitarían, mediante soluciones útiles, la “resurrección de nuestra moribunda Patria”. Así, Pérez Calama consideraba que a la masiva ignorancia se le puede suceder la ciencia:

Obispo de Quito sobre el importante proyecto de la abertura del camino de Malbucho, para la pronta y fácil comunicación criftiana y civil de las provincias de Ibarra y Otabalo con las de, Chocó, Barbacoas y la plaza de Panamá, promovido por el actual mui ilustre señor presidente D. Juan Antonio Mon y Velarde, consejero electo del supremo de Indias, 1791. Entre otras de sus obras están: Método para aprender gramática latina, 1791; Breve arenga a la Real Audiencia Gobernadora en el día de besa manos del Príncipe Nuestro Señor, 1791. 12   Landázuri (1993, p. 91) señala la “dependencia temática” entre este discurso y el de la Escuela de la Concordia pronunciado por Eugenio Espejo.

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A la desidia, la aplicación; A la pereza, la industria; A la incomodidad, el regalo; a la miseria y pobreza, la opulencia y riqueza; en una palabra: que sobre la infelicidad y extremada pobreza de esta nuestra amada Patria, se levanta y erige el Trono de la felicidad pública. (Landázuri, 1993, p. 90).

En este sentido, el obispo otorga a la ciencia y a sus herramientas —activadas bajo la figura de los sabios en concordia—, la posibilidad de reconocimiento y transformación de la sociedad; de esta manera, los miembros tendrían la responsabilidad de beneficiar a Quito, su “amada patria”, de su sabiduría, velando por el bien y la utilidad pública desde su conocimiento. Estas prácticas alentadas por el deseo de utilidad, mejoramiento y servicio a la “causa pública” apuntaron, como lo menciona Roger Chartier, a una nueva visión sobre la administración de espacios y poblaciones y cuyos mecanismos intelectuales o institucionales impusieron una profunda reorganización de los sistemas de percepción y de ordenamiento del mundo social (Chartier, 1995, p. 30). Durante su corta estancia en la Audiencia, casi dos años, Pérez Calama fue sin duda el mayor usuario de las posibilidades que le brindó la imprenta. A través de ella publicó más de una decena de textos que van desde algunos de corte más secular hasta otros de tipo religioso en donde posiciona varias de sus inquietudes respecto al entorno social y la situación de la Audiencia de Quito, bajo la aprobación del presidente y del Tribunal de Censura de la Imprenta. En su calidad de director de la Sociedad, no cabe duda el potencial que encontró en el uso de esta tecnología para la promoción de las ideas dentro del territorio y el interés en tener un órgano de difusión como un papel periódico. De allí que, junto con Eugenio Espejo, se constituyera en uno de los principales actores de la promoción de Primicias de la Cultura de Quito, pues consideraba vital la existencia de papeles periódicos para hablar de la “causa pública”, como lo menciona en su Carta Pastoral de 1791, La historia civil del día es estudio muy necesario para ser sugeto político y de fina crianza. La tal historia actual pende de las Gacetas, y Mercurios, y de “No dudo que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará”

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los Papeles periódicos. Tenemos en la actualidad Mercurio Peruano y Papel Periódico de Santa Fe de Bogotá. Ambos papeles promueven cosas muy útiles; y con preferencia (hasta ahora) os aconsejo, que leais el Mercurio Peruano. Incurriríamos en fea envidia y detracción, si no confesaramos, que la lectura de ambos Periodicos nos recrea mucho, y nos franquea nociones muy conducentes á la causa publica de todo el Reyno del Perù. [Sic.] (Pérez Calama, 1791, p. 71).

La lectura vista aquí como una forma de recreación y herramienta conducente a pensar la “causa pública” formula un sentido a su práctica distinto al otorgado en el credo religioso, para el cual, la acción lectora estaba relacionada a la mística espiritual, el seguimiento del dogma y la ritualidad católica.13 Es importante recalcar que la labor de la imprenta en sus primeros años en la Audiencia de Quito estuvo enfocada a la publicación de textos netamente de índole religioso;14 el historiador González Suárez sugería ya el carácter “privado” de la imprenta en manos de los religiosos durante los primeros años: “no era, pues, una imprenta pública, fundada para dar á luz en ella toda clase de escritos, sino una imprenta privada” [Sic.] (González Suárez, 1970). Según Pérez Calama, el estudio de la historia civil “del día” que proviene de estos papeles sería ventajoso para permitir una formación de un sujeto político entendido de la situación del entorno y versado en el conocimiento de “cosas muy útiles” para su agencia directa en el territorio. Esta nueva actitud frente al texto y la práctica lectora transformaría la función de estos papeles hacia la construcción de un sentido   Cavallo y Chartier estudiaron las formas en que la lectura había servido para el conocimiento de Dios y la salvación del alma, por lo cual, los libros debían ser “entendidos, pensados y hasta memorizados”, otorgando un significado y función al libro; así, “el libro, no siempre destinado a la lectura, se convierte más bien, además de en obra piadosa e instrumento de salvación, en un bien patrimonial, y en sus formas hieráticas, valiosas y monumentales, pasa a ser símbolo de lo sagrado y del misterio de lo sacro”. Véase Cavallo & Chartier, (1998, p. 31). 14   Stols, (1953, pp. 44-45) realiza una serie de listados de las primeras publicaciones de la Compañía de Jesús. 13

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de utilidad anclada en la preocupación sostenida por la causa pública. No obstante, y en aparente tensión con lo anterior, la Sociedad tuvo una vida muy corta, de apenas dos años, siendo clausurada por Cédula Real el 11 de noviembre de 1793, a pesar de las expectativas que generó en la ciudad no pudo sostenerse en el tiempo, el propio presidente Muñoz de Guzmán había empezado a adoptar una “actitud cada vez más cerrada” (Keeding, 2005, p. 518) ante las posibilidades que le podría brindar este espacio. Esta preocupación del presidente obedeció a que la Corte española se manifestó bastante celosa frente a la circulación de las ideas francesas en sus territorios ultramarinos y quiso evitar el contagio de las ideas revolucionarias. Una de las acciones fue el extremar las medidas de rigor para proscribir todo lo que significara un símbolo cualquiera de libertad, persiguiendo libros, medallas, relojes, cintas que contenían la menor alusión a la independencia de la metrópoli y aún al mero reconocimiento de los llamados “Derechos del hombre.” (Medina, 1958, p. 493). Joseph Pérez Calama: entre lecturas y memoria intelectual Qui benè scit, bene fatur (Pérez Calama, 1791, p. 7)15

El obispo Pérez Calama realizó varias visitas pastorales hacia 1790 en el territorio centro norte de la Audiencia.16 Estos recorridos estuvieron caracterizados por la insistente preocupación de la situación del clero y la necesidad de reformarlo a través del impulso a la reflexión y la promoción de la lectura.17 En su Edicto del 14 de agosto de 1790 consideraba ne  “Quien sabe, además habla”. (Traducción de la autora).   Nos referimos a la sierra central: los territorios de Ambato, Guaranda, Riobamba, Quito y sus alrededores. 17   En su Carta Pastoral sobre literatura eclesiástica publicada en Lima el 12 de junio de 1791, el obispo expone todo un plan para el establecimiento de conferencias parroquiales y asambleas diarias, con una metodología de aprendizaje y manejo de bibliografía y textos, haciendo hincapié en varias traducciones al castellano. 15 16

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cesario tener diariamente dos horas de lectura reflexiva, “no de memoria de palabras, sino de pensamientos, y conceptos”18; además, proponía que dentro de la institución eclesiástica debían organizarse una serie de “tertulias clericales” y ejercicios de “memoria intelectual”. Estos últimos implicaban el no memorizar por memorizar los contenidos, según el método de aquel entonces, sino entender y hablar los unos con los otros. Este diálogo entre pares aparece así investido como una forma de aprendizaje conjunta y de carácter horizontal, en tanto que valora la igualdad de los miembros que participan en los ejercicios intelectuales. De esta manera, el espacio de discusión, de una multiplicidad de temáticas, le otorga al individuo la posibilidad de un reconocimiento del escenario social que estará siempre mediado por la relación entre la lectura como una forma saber y producir conocimiento. El obispo consideraba que en estas tertulias eran fundamentales los papeles periódicos como herramientas indicadas para el aprendizaje y el ejercicio de la “memoria intelectual”, pues justamente la lectura de sus páginas articulaba la discusión entre los asistentes; en su carta pastoral señalaba lo siguiente: ¿Qué se hace en una conferencia política, en donde se leen las Gacetas, Mercurios, y Papeles Periódicos, quales en el dia tenemos, y muy ilustrados, en Lima y Santa Fe? El concurrente que quiere hablar, habla; y el que no quiere hablar, calla; pero unos y otros aprenden mucho. A este modo, hijos mios quiero que sean vuestras tertulias clericales. [Sic.] (Pérez Calama, 1791, p. 44).

Las tertulias aparecen así como la mejor expresión del diálogo entre pares. En ellas se establece la posibilidad de construcción del conocimiento a partir de la experiencia en conjunto que es mediada por el ejercicio de la lectura como una práctica intelectual. En este sentido, entender la promoción que el obispo de estas herramientas y métodos ofrece para el conocimiento, encaja en el postulado para el cual la práctica de lectura ocupa el sitial por   Archivo Eclesiástico de Quito, Sección Gobierno Eclesiástico, 14 de agosto de 1790.

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excelencia del desarrollo intelectual y de cómo los libros o publicaciones, —y en este caso en particular los papeles periódicos, los cuales proporcionan el material idóneo para la discusión—, quedan investidos de nuevas funciones en el ámbito del aprendizaje y el desarrollo de los conceptos e ideas. 19 En su Edicto original de Santa Visita de Guaranda del 15 de agosto de 1790,20 Pérez Calama propone una serie de lecturas que debían ser utilizadas en las tertulias clericales21: Sagradas Escrituras, el catecismo del Concilio de Trento o Catecismo Romano, Sumas Morales, liturgia, historia eclesiástica, civil y política, y economía pública, filosofía moral; además, a la par de ellas también se deberían realizar ciertas “conferencias literarias”. Nos llama la atención la promoción hacia el cultivo de un lector bien entendido22 a partir de ejercicios intelectuales basados en una lectura “conferenciada” o en “compañía de otros” que marcan una   En este punto es importante observar, tal como lo menciona Roger Chartier, que el libro siempre apunta a instaurar un orden, sea el de su desciframiento, en el cual debe ser comprendido, sea el orden deseado por la autoridad que lo ha mandado ejecutar o que lo ha permitido, empero, este “orden” no suprime la libertad de los lectores de sus formas de apropiación. En el caso quiteño, las maneras en las que esta metodología asociada al mundo de los textos fue aprendida no ha sido aún estudiada, es decir, el ámbito de su recepción, su puesta en valor y alcances de su apropiación en el plano social, cultural y particularmente, político. (Chartier, 1994, p. 20). 20   Archivo Episcopal de Quito, Sección Gobierno Eclesiástico, agosto 1790. 21   El obispo estuvo no solo preocupado por la transformación del clero en su desarrollo intelectual, sino que también volcó su atención a la necesidad de una transformación en el plano universitario, por ello en su Plan de Estudios de la universidad propone una serie de nuevas lecturas y métodos para los estudiantes. Sobre las reformas universitarias acaecidas en la Audiencia a finales del XVIII y principios del XIX se conoce poco, es necesario un estudio que profundice la situación universitaria en estos complejos años. 22   Cabe destacar el interés que pone Pérez Calama en la promoción del Plan de Estudios para la universidad quiteña, en donde se distribuyen varias obras como la de Filangieri, Scienza della legislazione, considerada como una guía para todos los juristas y jurisconsultos —de la cual Calama era su admirador— que, como lo señala Federica Morelli, abrieron las corrientes del derecho natural y del iusnaturalismo, asociadas a otros autores como Gronzio, Pufendorf, Wolf, Heineccius y Rousseau. Ver, Morelli, (2007, pp. 492-493). 19

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nueva sociabilidad al integrar los textos de origen religioso a aquellos de carácter civil, económico o filosófico, canalizando la reflexión hacia una utilidad práctica para conocimiento que pueda ofrecer “sus frutos”.23 Además, el obispo en el Apéndice al Plan de Estudios para la Real Universidad de Quito, publicado en octubre de 1791, ya delimita una metodología para el aprendizaje y manejo de los textos, estableciendo nuevas relaciones entre el texto y el lector. En éste caracteriza las formas de enseñanza de las distintas materias, en especial de la filosofía o derecho, haciendo una clara distinción entre la “memoria intelectual” y la “memoria sensitiva”. Esta última, según Pérez Calama, no ha conducido a un desarrollo del conocimiento, puesto que solamente se “aprende y coje literalmente las voces de lo que se lee ò se oye” [Sic]. (Pérez Calama, 1791, p. 4), impidiendo a quienes estudian los textos la reflexión de los que “se oye o se lee”. Por ello, un ejercicio de “memoria intelectual” es necesario en tanto que “el que sabe bien: esto es: muchas cosas verdaderas con verdad absoluta, ó respectiva: habla bien, arguye bien y defiende bien” [Sic]. (Pérez Calama, 1791, p. 36). Por ejemplo, en el caso del estudio de la filosofía, el obispo recalcaba en que si esta ciencia “no sirve para dirigir al hombre en sí mismo, y para el govierno de los otros, es inútil”, puesto que si solo el “estudiar lo que solo sirve para hablar, y cacarear” (Pérez Calama, 1791, p. 34) de modo que nadie lo entienda, no encontraríamos un sentido utilitario y práctico que ofrezca un horizonte para el “gobierno” de los otros y las necesidades nacidas en el seno de la propia sociedad. Pérez Calama en su Plan de Estudios inicia con una frase tomada del sermón de san Bernardo que decía: “Querer estudiar y saber para dirigirse a sí mismo es prudencia. Querer estudiar y saber para dirigir y gobernar a otros es caridad. Ambos

  Como el mismo obispo lo señaló en el discurso inaugural de la Sociedad, la importancia del saber radica en la obtención de una felicidad y bien público, a través del reconocimiento de los reinos de la naturaleza y su relación con el desarrollo de la agricultura, las artes, el comercio, y las actividades que puedan mejorar la situación de los habitantes del territorio. 23

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fines conseguirá el que arregle sus estudios por el método sólido, útil fácil y agradable que aquí se propone” (Pérez Calama, 1791, p. i). En suma, el obispo pregonó, a través de este método de aprendizaje, varios elementos claves para entender el surgimiento y desarrollo de nuevos espacios de sociabilidad en la Audiencia quiteña. Por un lado, estableció la posibilidad de comprender los textos desde una plataforma de discusión con los otros que se erige desde la interrogación y el diálogo y participación en conjunto a partir de la figura de la tertulia. Por otro, erigió a los textos como transmisores del saber contenido en lo escrito y expresado en la lectura y le confirió la posibilidad de un entendimiento “real” de aquello que se lee o se oye24 desde la reflexión de conceptos: si “quien sabe, además habla” —Qui benè scit, bene fatur— pues lo hace solo y en tanto lee.25 Finalmente, implantó un tercer punto de interés para el quehacer del intelecto que es la del uso del castellano para el estudio26 de las obras propuestas en su plan de literatura. En el dominio de un idioma se puede “entender y comprender lo que significan sus voz es: en poseer con inteligencia muchos vocablos de tal Idioma: en saberlos escribir y hablar” (Pérez Calama, 1791, p. 47). El manejo de la lengua posibilitaría, según Pérez Calama, un efectivo ejercicio del intelecto y la perfección en el desarrollo de argumentos sustanciales para el debate. No obstante, queda pendiente aún un estudio a profundidad de las maneras en que estas reformas calaron en el clero quiteño. Según Keeding   De hecho, parte de la metodología del obispo era la práctica en grupo de la lectura en voz alta. 25   Son interesantes las reflexiones en torno al uso público del entendimiento que realiza Roger Chartier, considerando que este “se opone en todos sus términos al ‘privado’, que es ejercido dentro de una relación de dominación específica y restringida. Entiendo por uso público de nuestra propia razón el que se hace como sabio ante todo el público que lee: como sabio, es decir, como miembro de una sociedad que no conoce las diferencias de rango y de condición; ‘ante todo el público que lee’”. Chartier, (1995, p. 38). 26   Tanto en el Plan de Estudios de la universidad como en la Carta Pastoral sobre literatura eclesiástica, el obispo menciona varias traducciones realizadas al castellano entre las que figuran la filosofía de Jacquier, las obras de Pouget y la de Filangieri —que ha sido estudiada por Morelli (2007)— entre otras. 24

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(2005), a partir de 1790 aparecerá una clara división en el mundo eclesiástico entre un bando progresista y otro reaccionario; casos como el del obispo Miguel Álvarez Cortez (1796-1799) y el inactivo presidente Mon y Velarde (1797-1801) son ejemplares en la tarea de suprimir la influencia sobre la vida intelectual quiteña que promovió Pérez Calama; ellos intentaron reducir las lecturas que se promovían en la sociedad quiteña a aquellas vinculadas solamente al mundo religioso (Keeding, 2005, p. 517). Eugenio Espejo y Primicias de la Cultura de Quito: una mirada sobre el periódico quiteño Todo esto nada importa, ó no nos impide el que demos á conocer que sabemos pensar, que somos racionales que hemos nacido para la sociedad.27

Eugenio Espejo28 se lamentaba en la “Instrucción Previa” de Primicias publicada hacia 1791, de la triste “fama literaria de Quito”29 frente a la inexistencia de publicaciones con relación a los reinos convecinos,   INSTRUCCIÓN PREVIA sobre el Papel Periódico, intitulado Primicias de la Cultura de Quito. Con licencia del Superior Gobierno, por Raymundo de Salazar, año de 1791. 28   Existen numerosas biografías sobre Eugenio Espejo. Con breves rasgos podemos resumir que Espejo nació en la ciudad de Quito en 1747 y murió en 1795. Sus padres fueron Luis de la Cruz y Catalina Aldaz. No existen muchos datos sobre su niñez y su educación en particular. Lo que conocemos de su vida son algunas noticias respecto a su formación posterior, como por ejemplo, que a los 15 años obtuvo el título de maestro en Filosofía y que posteriormente ingresó en la Universidad Santo Tomás para estudiar Medicina, en donde se doctoró a los veinte años; no obstante, pudo ejercer su profesión más tarde, hacia 1772. Fue también licenciado en Derecho Civil y Canónigo, así como en Derecho Teologal. En Eugenio Espejo, el peso de su formación y la capacidad de establecer vínculos con los estratos de poder y la Iglesia, hicieron posible su desempeño como intelectual de la época. Su formación en medicina le permitió un continuo contacto con la administración local, especialmente con relación a los males sanitarios y problemas de epidemias en Quito, como la de viruela que azotó a la capital en 1785. (Bedoya, 2010). 29   Cabe destacar cómo ambos personajes, Espejo y Calama, se lamentan de la triste situación de la Audiencia en todos los planos. 27

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parece que no es ni la mas bien establecida, ni la de mayor extension. Si el concepto que hacen de nosotros en esta linea no es ventajoso, es preciso tomar el camino de la humillación, y por otra parte descubrir modestamente en estas Primicias las riquezas del Espiritu. La prensa es el deposito del tesoro intelectual. Repongamos en este el caudal respectivo, ò los efectos preciosos de nuestros talentos cultivados [Sic.].30

El periódico Primicias de la Cultura de Quito nace el 5 de enero de 1792 como publicación quincenal y terminaría su impresión en marzo de ese mismo año con apenas siete ediciones. Este papel periódico es una herramienta clave para la comprensión de la proyección de la Sociedad, la importancia de los mecanismos de difusión para la “causa pública” y la función otorgada a la circulación de lo escrito (publicable), vista por el propio Espejo, como “el depósito del tesoro intelectual”. Es interesante el posicionamiento del propio título del periódico como primicias, que en su sentido primario quiere decir, hechos o frutos que se dan a conocer por primera vez;31 esto nos deja entrever cómo se empieza a gestionar este órgano difusor de la Sociedad desde la idea de un “desconocimiento” de una realidad y la apertura “por primera vez” a la posibilidad del conocimiento del tesoro intelectual para favorecer al entorno a partir de la promoción de la herramienta periodística y el ejercicio de lectura. Además, el sentido de “Cultura de Quito” devela un inicial lugar de construcción del escenario de lo “quiteño” y lo patriótico, como revisaremos más adelante. La circulación de este periódico tuvo resistencia en una sociedad como la quiteña, hecho que podemos encontrar en las declaraciones que Espejo publicó en Primicias el 5 de enero de 1792, respecto a su propio oficio como editor, la producción de su impreso y la existencia misma de la Sociedad:   INSTRUCCIÓN PREVIA sobre el Papel Periódico, intitulado Primicias de la Cultura de Quito. Con licencia del Superior Gobierno, por Raymundo de Salazar, año de 1791. 31   Retomamos la definición contemporánea del término “primicias”, que no dista mucho de la concepción de la época. 30

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Es cosa vergonzosísima, maestro mío, escuchar á gentes [...] qué dire? Que parecen avisadas é instruídas, dar una explicación infeliz de todos estos objetos, y ministrar al resto del pueblo bajo, ideas todas contrarias á su verdadero ser, haciéndole concebir que v.g., Plan es un monstruo; Prospecto, un espantajo; Periódico, un animal de Mainas; Sociedad, un embolismo de ociosos; Suscripción, un grillete de forzados.

Esta declaración nos resulta elocuente en tanto que condensa varias acciones relacionadas al aparecimiento de la Sociedad y en sí mismo a la promoción a una nueva vida asociativa en la Audiencia. Todos los ámbitos que menciona como el “plan”, la “sociedad”, el “periódico”, o la “suscripción”, configuran un escenario en el que los textos y las prácticas asociadas a ellos —como la producción, su circulación y su promoción— aparecen en un lugar preponderante no solo en la construcción del conocimiento, sino en la transformación de las formas de concebir el quehacer intelectual que al parecer perturbaba el ambiente cultural quiteño de finales del siglo XVIII. Por ejemplo, las aclaraciones que hace el editor Espejo respecto al término mismo de “suscripción” y su distribución aludiendo la necesidad de promover un mayor número de lectores de un mismo producto editorial, en Primicias del 15 de marzo de 1792: “Con este motivo y el de saberse que apenas se hallan en esta ciudad tres ejemplares del Mercurio peruano, que no salen de las manos de los que los disfrutan, nos ha parecido transcribir, para mejor y más autorizada inteligencia de la palabra suscripción”.32 El autor comienza con toda una descripción del funcionamiento del comercio de libros y las implicaciones de este proceso tanto para el distribuidor como para el lector, que se desconocían en Quito. Asimismo, posiciona la necesidad de circulación de los papeles periódicos en la Audiencia puesto que estos son herramientas claves para la difusión del talento del intelecto y las necesidades que nacen del reconocimiento de la causa pública.   Primicias, 15 de marzo de 1792. (Las cursivas son nuestras).

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Además, como bien lo señala Espejo en Primicias del 16 de febrero de 1792, No se diga una palabra acerca de los poquísimos suscriptores, hijos de Quito, que los han honrado. En la lista que aun reservamos privada, por evitar la confusión universal, de sujetos que la componen, los más son naturales de Europa y de los lugares y pueblos mas distantes de este reino. Todos aquellos que, ya se ve, por una seducción de su amor propio, se han querido llamar doctos é ilustrados, han huído de favorecer las primicias literarias de su país. Personas de este mismo suelo quiteño, á las que el redactor ha sido y es, por misericordia de Dios, indispensablemente útil, necesario y benéfico sobre muchos objetos, han hecho ostentación de despreciar sus impresos, nada más que por adocenarse en la turba numerosa de los malignos, y por cantar con estos el triunfo que solicitan de la abolición de los periódicos, y del abatimiento y ruina de su autor [Sic.].

Aún desconocemos cuáles fueron los niveles de resistencia a la utilidad de la prensa como una herramienta de carácter intelectual33, tomando en cuenta la persistencia de la idea de las “primicias literarias” quiteñas que es recurrente en algunas declaraciones de su editor. Según Demélas y SaintGeours (1988), Espejo practicaba la estrategia de una “minoría activa”, es decir, tenía como adversarios a funcionarios sensibles a lo escrito, a los papeles que pudieran traspasar los Andes y el Atlántico para perjudicarles en Europa y además vivía en un mundo preocupado por la gloria y la reputación, en el cual la persona era reconocida: un círculo vulnerable para un espíritu malo, como lo sabían las autoridades (Demélas & SaintGeours, 1988, p. 68). No obstante, aún queda pendiente el develar las   Necesitaríamos hacer un seguimiento a profundidad del primer círculo de suscriptores, del cual no tenemos aún datos, y de cada uno de los miembros de la Sociedad. Asimismo, es necesario hacer un seguimiento de las colecciones bibliográficas de la época. Todavía nos quedan interrogantes sobre cómo el clero se vinculó al proceso de la Sociedad y Primicias, y qué otros actores fueron cercanos a este circuito intelectual. Este capítulo ha intentado acercarse a las problemáticas más representativas vinculadas a este tema en específico. 33

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circunstancias particulares de resistencias de cada uno de los actores que querían o no vincularse a la agencia de la Sociedad en Quito y a la utilización del periódico como un medio de difusión de la “Cultura de Quito”. En todo caso, en un contexto como el quiteño, Espejo tenía a su favor el peso de su formación y la capacidad de establecer vínculos con los estratos de poder y la Iglesia que hicieron posible su desempeño como intelectual de la época y participar activamente dentro del órgano difusor de la Sociedad. Además, su formación en medicina le permitió un continuo contacto con la administración local, especialmente con relación a los males sanitarios y problemas de epidemias en Quito, como la de viruela que azotó a la capital en 1785. Cabe destacar también los nexos fuera de los territorios quiteños. Se conoce que durante el viaje de Espejo a Bogotá en 1789, estableció estrechas relaciones con Antonio Nariño, Antonio Zea —participó en la expedición del botánico Mutis— Manuel del Socorro Rodríguez —editor del Papel Periódico de la ciudad de Santa Fe de Bogotá—, entre otros. Suponemos que muchos de los suscriptores de aquella lista mantenida en reserva de Primicias eran parte del círculo de contactos de Espejo dentro y fuera de la Audiencia. Espejo desarrolla en el periódico las líneas planteadas por la Sociedad a partir de tres grandes ejes temáticos que tenían qué ver con las acuciantes necesidades y problemas por los cuales pasaba la Audiencia de Quito: la educación pública, la promoción de un sentido patriótico y las formas de mejorar las condiciones sociales y económicas del territorio. El editor, en la “Instrucción previa” de Primicias, publicada en 1791, consideraba que a través del instrumento periodístico se podrían alcanzar los ideales ilustrados para alcanzar un “feliz Quito”: Cada número no puede pasar de cuatro folios en cuarto, y éste se publicará cada 15 días, empezando desde el día Jueves primero del mes de Enero de 92, con atención á hallarse actualmente incompleta la parte tipográfica en esta ciudad, en la que, si van á cultivarse las letras, á adelantarse los conocimientos, á entablarse con solidez una Universidad, un nuevo plan de Policía, una Sociedad Patriótica, una reforma civil, este mismo periódico,

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es por la generosidad del ilustre Protector, que á todo da vigor, concilia espíritu, y comunica un nuevo ser: feliz Quito bajo de un Gobierno tan ilustrado, y más feliz si corresponden estas Primicias á su celo. [Sic].

Espejo se alinea con Pérez Calama en la necesidad de establecer un desarrollo al conocimiento mediado y fortalecido por una vida asociativa a través de la propia Sociedad y con los métodos de aprendizaje instaurados para la universidad; en este contexto, el periódico aparece como un instrumento que instaura un orden acoplado a esta nueva dinámica cultural. Es interesante la manera en que Espejo, en Primicias del jueves 5 de enero de 1792, convoca a los maestros a hacer una lectura en voz alta para los niños, en la sección Suplemento sobre Educación Pública en donde se copian las cartas a los maestros, a Muñoz de Guzmán y Pérez Calama: Pero esto no obstante, lea Ud., y acabada la lectura, dé Ud. licencia á sus niños á que hablen, ó excíteles á que ejerciten su curiosidad, ó muévales á que le pregunten […] Entonces, Ud. maestro mío, conversa á la larga con todos sus discípulos. Díceles: que en nuestra ciudad hay una imprenta, impresor, redactor, [...] y sobre cada una de estas palabras, va Ud. haciendo una breve historietita, anuncia lo que significan, y también los usos á que se destinan. [Sic.].

Esta declaración obedecía al deseo del presidente de la Audiencia Muñoz de Guzmán de que la Sociedad influyese en la educación de la niñez (Vargas, 1968, p. 87), por ello la preocupación acerca de la escuela primaria, porque debía ser la base de la formación científica moral combinada con los preceptos de la fe católica. En este sentido, el papel periódico debía servir como instrumento útil para la difusión de este carácter pedagógico; si bien Pérez Calama ya había empezado con la propagación de metodologías de aprendizaje, —utilizando las bondades de la imprenta y su posición de poder en el mundo eclesiástico— Espejo lo acompañaría con la preocupación constante respecto al tema educativo y su necesaria transformación frente a la “grosera ignorancia” presente en el territorio quiteño, como veremos en su siguiente declaración. “No dudo que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará”

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En Primicias del 16 de febrero de 1792 existe una importante exaltación del patriotismo y la necesidad de educar a la sociedad. En este número en particular se publica el discurso que Eugenio Espejo diera en Bogotá en 1789, alrededor de la llamada Escuela de la Concordia. Gran parte de los temas tratados en éste hacen referencia al estado crítico por el que pasaba la ciudad de Quito, y la necesidad de superar la “grosera ignorancia” y la “miseria deplorable”, de esta forma, según él, era importante que los habitantes de la Audiencia se cultiven: “Quiteños, sed felices: quiteños, lograd vuestra suerte á vuestro turno: quiteños, sed los dispensadores del buen gusto, de las artes y de las ciencias”. Asimismo Espejo se preguntaba en Primicias del jueves 5 de enero de 1795 “¿qué número de objetos conoce Quito?, ¿qué cantidad de luces forma el fondo de su riqueza intelectual?, ¿cuáles son los inventos, cuáles las artes, cuáles las ciencias que sirven, favorecen é ilustran á nuestra Patria para apellidarse instruida?”. [Sic]. Tomando en cuenta los escritos publicados en Primicias no cabe duda —desde nuestra perspectiva― que para Espejo su quehacer como escritor era uno de los puntales de su reflexión intelectual, además porque a través de la escritura podía revelar su amor patriótico, como lo menciona en su propia defensa en el editorial de Primicias número 4, del 16 de febrero de 1792: Se atreve el Editor de Primicias de Quito, a predicar siempre su amor patriótico. Ama su reputación literaria, contraída en la Europa y en las provincias más cultas de ambas Américas. Ama el honor y estimación de sus pequeños escritos. Ama y desea la sucesión de éstos, o por mejor decir, su sucesiva generación: éstos son sus hijos, deliciosos, caros, amables y de su mayor complacencia. Los ama tiernamente; pero la Patria es su Madre […] Y si ama a su Patria, sobre todo lo que acá puede amarse terreno y frágil; luego es preciso que por ésta, no dude hacer los sacrificios más dolorosos; que experimente por algún tiempo sofocado el aliento de sus hijos que vea cortado a los primeros pasos el orden de aquellos elementos que juzgó debían servir a la organización de sus periódicos”.34   Las cursivas son nuestras.

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Como lo señalaron Demélas y Saint-Geours (1988, pp. 56-57), entre 1780 y 1830, los términos patria y patriotismo adquirieron igualmente una importancia creciente en la medida en que el “pueblo-sociedad refleja siempre al pueblo-lugar”, así, la ciudad como tal, sea cual fuere su importancia, corresponde también a la patria que es la patria chica. En este sentido, Primicias se proyecta desde esta “patria chica” a partir de la cual se ejercía el poder en la Audiencia, la administración y gestión de las poblaciones de todo el territorio. Quizá Pérez Calama en sus constantes visitas pastorales pudo avizorar la compleja situación de la zona de una manera distinta y más integral que el propio Espejo. Empero, estas son apenas reflexiones iniciales sobre lo que Benedict Anderson (Benedict, 1993, p. 5) comentaba con relación a la posibilidad de la reproducción mecánica de textos por la imprenta como herramienta que fortalecía las nociones de una “comunidad imaginada” para unos sujetos que construían simbólicamente el lugar a través del discurso.35 Palabras finales En suma, hemos procurado articular en este análisis los apenas dos años que transcurren desde la llegada del obispo Joseph Pérez Calama en 1790, la formación de la Sociedad Económica Amigos del País y la publicación del periódico Primicias de la Cultura de Quito de la mano de su editor Eugenio Espejo hacia 1792. A pesar de que estos hechos en sí mismos parecerían no tener una continuidad en el tiempo por su pronta ausencia   Para Anderson es imaginada puesto que “aún los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión” (p. 5). Esta noción de “comunidad imaginada” es desarrollada en el pensamiento de Anderson desde el análisis del censo, el mapa, el museo y la imprenta, como medios promotores de escenarios para esta construcción “imaginada” y guardan simbólicamente la carga identitaria de la construcción del Estado-nación. Estamos conscientes de que temporalmente el establecimiento del Estado es posterior, pero nos interesan estas iniciales maneras de construir la noción de lo patrio vinculado al territorio. 35

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en el devenir histórico, consideramos que existen varios factores que nos dejan entrever la efervescencia de un nuevo espíritu alrededor del universo del saber y el conocimiento, que son claves en el quehacer intelectual del naciente siglo. Entre los personajes del obispo Calama y Espejo existe una fuerte necesidad de construir un sentido práctico y una voluntad de otorgar un carácter de utilidad pública a sus obras divulgadas a través de la imprenta y su agencia en un escenario vinculado a la presencia del otro por medio del diálogo comunicativo. Si el desarrollo de una “memoria intelectual” era un punto central en la reflexión del obispo Calama —conferida a la dinámica del texto-lector— el deseo de lo “patriótico”, lo educativo público deambulaba en las declaraciones y objetivos de Espejo en Primicias promovidas para el público quiteño y los miembros de la Sociedad. Ambos personajes nos brindan un sinnúmero de elementos que nos ubican en un escenario que configura, para la “causa pública”, un sentido vinculado siempre a la necesidad del quehacer intelectual: escribir, leer, hablar, argumentar, debatir para: superar la ignorancia, la miseria, la triste fama literaria, la infancia. Así, los textos se cargan de una nueva funcionalidad social y cultural, en tanto que, son herramientas promotoras no solo de ideas y nuevos conceptos, sino que son portadores de saberes útiles para la gestión del territorio y el gobierno de los otros; además de convertirse en mecanismos de producción de una forma de conocimiento compartido por medio de una sociabilidad que es instaurada desde la labor intelectual. Aún quedan pendientes varias preguntas respecto a estos complejos años que de alguna manera se convirtieron en la antesala de los sucesos políticos que inauguraron el siglo XIX. En particular, sería importante indagar los quiebres producidos al interior del clero, la dimensión en torno a lo pedagógico y el lugar de lo político en este escenario religioso; por otra parte, consideramos de suma importancia la investigación del papel de la universidad, los estudiantes y las distintas formas de apropiación de estos planes de literatura como los propuestos por el obispo Pérez Calama; sería relevante reconocer los procesos nacientes vinculados a estos 374

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proyectos y quizá algunos de estos interrogantes: ¿quiénes efectivamente se vincularon a este circuito de la Sociedad?, ¿cuál era la relación de estos con el clero?, ¿cuáles fueron los distintos niveles de resistencia?, ¿de qué sectores provenían en su mayoría?, nos quedan por fuera de este breve análisis histórico de la época y que necesitan de un trabajo de investigación más profundo que ahonde en este tipo de problemáticas. Referencias Bedoya, M. E. (2010). Prensa y espacio público en Quito 1792-1840. Quito: Fonsal. Benedict, A. (1993). Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica. Cavallo, G. & Chartier, R. (1998). Historia de la lectura en el mundo occidental. Madrid: Editorial Taurus. Chartier, R. (1995). Espacio público, crítica y desacralización en el siglo XVIII. Los orígenes culturales de la revolución francesa. Barcelona: Editorial Gedisa. _________ (1994). El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XVI y XVIII. Barcelona: Editorial Gedisa. De la Torre Villar, E. (s. f.). El Clero y la Independencia mexicana. Reflexiones para su estudio. Recuperado de http://redalyc.uaemex.mx/ pdf/355/35514022.pdf Demélas, M-D. & Saint-Geours, I. (1988). Jerusalem y Babilonia. Religión y política en el Ecuador. Quito: Corporación Editora Nacional. González Suárez, F. (1970). Historia general de la República del Ecuador. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana. _________ (1903). La imprenta en Quito 1760-1818. Quito: (s. d.). Guerrero Blue, E. (2001). Sociedades ecuatorianas de escritores y artistas. Quito: PH Ediciones. Keeding, E. (2005). Surge la nación. La ilustración en la Audiencia de Quito. Quito: Banco Central del Ecuador, BCE. Landázuri, C. (1993). Monseñor José Pérez Calama, Obispo de Quito (17401793). Revista del Instituto de Historia Eclesiástica Ecuatoriana, núm. 13. “No dudo que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará”

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Medina, J. T. (1958). Historia de la imprenta en los antiguos dominios españoles de América y Oceanía. (2 vols.). Santiago de Chile: Fondo Histórico y Bibliográfico de José Toribio Medina. Morelli, F. (2007). Filangieri y la ‘Otra América’: historia de una recepción. Revista Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, vol. 37, núm. 107. Pérez Calama, J. (1791). Carta pastoral del Ill.mo Señor Doct. Don Joseph Perez Calama, actual Obispo de la Ciudad, y Obispado. Quito: Imprenta Raymundo Salazar. Silva, R. (2004). Prensa y revolución a finales del siglo XVIII. Contribución a un análisis de la formación de la ideología de Independencia nacional. Medellín: La Carreta Editores. Stols, A. (1953). Historia de la imprenta en el Ecuador. Quito: Editorial de Casa de la Cultura Ecuatoriana. Vargas, J. M. (1968). Biografía de Eugenio Espejo. Quito: Editorial Santo Domingo.

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La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia1 Lina del Castillo Instituto de Estudios Latinoamericanos Universidad de Texas, Austin, USA Introducción A primera vista, los dos mapas, Colombia Prima or South America (véase figura 1), publicado por primera vez en Londres en 1807, y República de Colombia (véase figura 2), impreso en París en 1827, pueden parecer conocidos y hasta familiares. De hecho los dos son similares: ambos se refieren a un lugar llamado Colombia. Sin embargo, el título del primer mapa Colombia Prima indica que se refiere a una Colombia que contiene a toda América del Sur. El segundo mapa proviene del primer Atlas nacional, que ilustra la historia de diez volúmenes del secretario del Interior de Colombia José Manuel Restrepo. Tal como lo demuestra el mapa nacional del Atlas, para 1827 Colombia ya no abarcaba toda la América del Sur sino los territorios que ahora reconocemos como Colombia, Panamá, Ecuador, Venezuela y partes de Guyana y Brasil. Para que la imagen de la República de Colombia de 1827 funcionara, es decir, para convencer a los observadores de que Colombia existía como entidad soberana, esta imagen necesitaba canibalizar cartográfica e históricamente a todas aquellas con las que competía. Una de sus primeras víctimas fue Colombia Prima, un mapa raro, cuya importancia en el proceso de independencia de América española ha sido en gran parte ignorada.   Una versión en inglés de este artículo forma parte de la colección editada por James Akerman, Mapping the Transition from Colony to Nation. 17th Kenneth Nebenzahl, Jr. Lectures in the History of Cartography, The Newberry Library. (Chicago: UP, forthcoming 2012).

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Figura 1. Delarochette, Louis Stanislas D’Arcy, 1731-1802. “Colombia Prima or South America” Escala [ca. 1:3,200,000]. London: Publicado por William Faden, geógrafo de Su Majestad y Alteza Real el Príncipe de Gales, 1807. Mapa en 8 folios. Grabado y acuarela, 246,0 x 168,0 cm. Fuente: http://purl.pt/865/2/index.html

Figura 2. Carta de la República de Colombia. Escala [1:5,500,000]. En Restrepo, J. M. (1827). Historia de la revolución de la República de Colombia, Altas. París: Librería Americana, Grabado por Darmet, JM; Hacq, J. JM. 24,0 x 19,0 cm. Fuente: http://www.davidrumsey.com/luna/servlet/detail/RUMSEY~8~1~20243~590076

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Este capítulo describe las circunstancias detrás de la concepción, creación y circulación de estas dos Colombias, destaca cómo cada una escondió las historias de las personas y los territorios que podían contravenir los designios ideológicos de su imagen. Para entender mejor el contexto histórico y el significado de los dos mapas, hay que situarlos dentro de los cambios geopolíticos que se produjeron a finales del siglo XIX, y las correspondientes transformaciones en la cartografía internacional. Las historias de las dos Colombias se unieron gracias a un acontecimiento clave: la decisión de José Manuel Restrepo de dibujar un mapa de la República en 1821. Por lo anterior, el resultado de sus trabajos en 1827, junto con los correspondientes cambios históricos y políticos, lograron desplazar de la opinión pública internacional la imagen de Colombia Prima, como geo-cuerpo2 o unidad que abarca la totalidad de la América del Sur española. Pero Colombia Prima no fue la única víctima del Atlas de la Historia de Restrepo. El Atlas formaba parte de un conjunto de publicaciones producidas por hombres pertenecientes al Partido de los Libertadores (Mejía, 2007), quienes buscaban resaltar el lugar central de Bolívar en la guerra de la Independencia, borrando de la memoria pública personas y acontecimientos que resultaran incómodos o amenazantes. Este partido, que incluía a José Manuel Restrepo, fue el resultado de una alianza política forjada entre los hombres que gobernaron a Colombia a partir de 1819, después de algunas victorias claves contra los ejércitos españoles, hasta 1826.3 El partido liderado por Bolívar trabajó fuertemente para que audiencias nacionales e internacionales recibieran una imagen de   Geo-cuerpo se refiere a la creación discursiva de las maneras en las cuales una nación es identificada, incluyendo el territorio, y los valores y las prácticas asociadas con la creación de ese territorio (Winichakul, 1994, p. x). 3   Desde 1826 hasta 1828 se dieron una serie de acontecimientos que hicieron que este partido perdiera coherencia y fuerza. Ver Mejía (2007, pp. 7-17; 75-218), aquí se examina el periodo entre 1817-1826 cuando se empieza a crear una visión cartográfica que borraba a los que amenazaban la dominancia del partido y especialmente al liderazgo de quien estaba al centro de este: Simón Bolívar. 2

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la República de Colombia que reflejara una fuerza política coherente y dominante sobre los territorios que reclamaba como propios. Los más activos en esta alianza fueron los oficiales patriotas, principalmente de origen venezolano, y algunos abogados neogranadinos de élite que comprobaron su patriotismo y liberalismo frente a estos hombres de armas. Este grupo de hombres en su conjunto suponían que sin el apoyo internacional a la causa bolivariana los patriotas americanos no tendrían acceso a los préstamos y a las municiones que necesitaban para acabar con el dominio español y lanzarse como nación independiente. Por lo tanto, miembros del partido como José Manuel Restrepo sabían que era fundamental divulgar internacionalmente la imagen de un país unido, estable y con un sistema de gobierno respetable. Sin embargo, Bolívar, a pesar de sus deseos y de los de su partido, tuvo bastante dificultad en asegurar su puesto como líder del movimiento independentista, fundamentalmente debido a las divisiones que existían dentro de los ejércitos patriotas. Su momento de mayor dificultad ocurrió a principios de 1817, cuando varios generales, con el aparente visto bueno de Gran Bretaña, buscaron establecer un gobierno federal en Cariaco, Venezuela, sin contar con su aprobación. Por otra parte, varias derrotas militares lo llevaron a unirse al general Manuel Piar en el Orinoco. Al llegar, Bolívar se encontró eclipsado por la influencia de Piar sobre sus tropas. Incómodo, Bolívar buscó la forma de debilitar al general Piar y eventualmente lo acusó de provocar una guerra de razas, desprestigiándolo ante el ejército, esto es, tanto frente a los oficiales como a los soldados rasos. Mientras tanto, los generales que habían participado en el Congreso de Cariaco huyeron hacia el Orinoco al ser atacados por ejércitos realistas. En este cruce de fuerzas, oficiales leales a Bolívar capturaron a Piar y lo ejecutaron por traidor a la patria. Poco después los generales de Cariaco se acataron al liderazgo de Bolívar. Desde la perspectiva de Bolívar y su Partido de Libertadores, el público nacional e internacional, así como las próximas generaciones no podían saber de las contingencias de la guerra sucia y las divisiones entre las filas patriotas militares. Había que borrar de la memoria histórica estos acontecimientos por el bien de la independencia 380

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y la unidad republicana centralista (no federalista), y por el bien de la reputación del Libertador. La producción de historias territoriales y especialmente un Atlas cartográfico que, al utilizar el lenguaje científico de la época, claramente exponía la Historia de la Revolución que el partido de Libertadores quería promover, ayudaron en la causa de los Libertadores, quienes se apropiaron de la representación de la nación en su totalidad. Este capítulo visibiliza la manera como los mapas impresos crearon el territorio de Colombia, silenciando el pasado en favor de ciertos proyectos ideológicos que siguen vigentes hasta hoy en día (Trouillot, 1995a).4 A lo largo del capítulo se argumenta que la producción cartográfica fue crucial para la construcción del Estado-nación en el contexto de las revoluciones transatlánticas. Al tomar este caso como ejemplo, el capítulo también contribuye a la creciente literatura sobre la historia de la cartografía que en los últimos años ha buscado demostrar cómo este lenguaje visual científico y objetivo, inevitablemente emerge de la cultura y de los intereses propios de su lugar de enunciación. Al trazar las vidas sociales de los mapas Colombia Prima y República de Colombia procuro entender cómo diferentes personajes históricos defendieron espacialmente el tipo de historia que ellos habían creído importante para formar la opinión pública nacional e internacional. Al fin y al cabo el partido de los Libertadores creó una cartografía que ubicó a Bolívar en el centro de la creación y liberación de la República colombiana, a la vez que desplazó de la historia y del territorio colombiano a quienes amenazaban su centralidad. La primera sección de este capítulo explica los orígenes de Colombia Prima, a partir de los movimientos transatlánticos de Francisco Miranda, la primera persona en imaginar a América del Sur como un “pueblo colombiano”. La sección examina las relaciones que Miranda estableció con políticos, militares, diplomáticos y cartógrafos especialmente con el británico William Faden, y su geógrafo, Louis Stanislas D’Arcy de la   Un estudio que considera el paisajismo e historia del México de fin del siglo XIX es Cañizares-Esguerra, (2006, pp. 129-168). También ver: Craib, (2004).

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Rochette. Los mapas que estos hombres hicieron en Londres, incluyendo Colombia Prima, atravesaron el Atlántico. La sección demuestra que la circulación de Colombia Prima suministró la particularidad de señales visuales que ayudaron a dar forma a un tipo de imaginación geográfica tentadora, y que no siempre coincidía con los intereses españoles de América. La segunda sección desentraña los acontecimientos claves que el Atlas de 1827 buscaba hacer olvidar al examinar lo que la cartografía histórica de Restrepo muestra (y lo que borra). Al leer la cartografía impresa de la independencia de ese modo se demuestra cómo la memoria histórica del periodo llegó a ser construida, a la vez que revela la fragilidad del control que Bolívar tenía sobre las fuerzas patriotas y sobre el territorio especialmente en los momentos claves de 1817.5 I. Colombia Prima or South America José Manuel Restrepo comienza su monumental Historia de la Revolución y el Atlas que la acompaña con la siguiente dedicatoria: “Al excelentísimo Señor General Simón Bolívar [...] Desde que resolví ocupar una parte de mis ocios en la atrevida empresa de escribir la Historia de la Revolución de la República de Colombia, naturalmente se me presentó la idea de dedicarla a vos, que habéis sido su creador y su libertador, y que obtenéis la primera magistratura en ella, y cuyo nombre honra sus más brillantes páginas con hechos que jamás se olvidarán”.6 Restrepo ubica a Bolívar en el centro de la “creación y liberación” de la República. Sin embargo, Bolívar no había sido la primera persona en imaginar un pueblo colombiano. Ya varios años   Restrepo junto con las biografías, historias, y compilaciones del siglo XIX en pro de Bolívar, relacionadas con la independencia, terminaron siendo las fuentes que dieron forma a los eventos que ocurrieron en el Orinoco y en Caracas. Ver especialmente: Restrepo, (1827 y 1858); y ver también la colección de Daniel Florencio O’Leary. (1880). La tendencia ha sido que las perspectivas de Restrepo y O’Leary son las que más se han difundido. Ver: Lynch, (2006 pp. 98-110; 282); Brading, (1991, pp. 601620). Colmenares, (1986). 6   Véanse: Restrepo, (1827, vol. 1, p. iii); y Restrepo, (1858, vol. 1, p. iii). 5

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antes el general Francisco de Miranda (1750-1816) había promovido el ideal de un pueblo colombiano que abarcara toda la América española. La cartografía impresa desplegada por Miranda ante diplomáticos y militares en el plano internacional jugó un papel clave en la creación de ésta ahora poco conocida comunidad imaginada. Para Miranda, toda la América española conformaba el pueblo colombiano. Esta idea surgió en parte a raíz de sus amistades e intereses, y en parte a raíz de sus numerosos viajes, particularmente a la joven república de los Estados Unidos de América a finales del siglo XVIII (Racine, 2003, pp. 31-66). Desde 1783, mientras viajaba por los Estados Unidos, Miranda también conoció a la nación de Columbia, el nombre popular con el cual se hacía referencia a las antiguas colonias británicas en Norteamérica, y el cual se utilizó para nombrar patrióticamente a universidades, capitales, bibliotecas y periódicos después de la independencia y durante la creación de un gobierno federal.7 Ya para 1788, cuando Miranda se encontraba en Europa, el nombre de Columbia le quedó sonando, pero decidió cambiarlo levemente para referirse a la América española. Ese año le escribió al príncipe Landgrave de Hesse, agradeciéndole por apoyar el ideal de la independencia de una Colombia en desgracia (Miranda, 1983a, p. 405).Ya para 1806, Miranda había preparado una invasión de dos frentes a la América del Sur, pensando que al hacerlo los pueblos de esa inmensa Colombia se levantarían espontáneamente contra la Corona española. Miranda estaba equivocado. Pero lo interesante de la invasión de 1806 fue la visión geopolítica sobre la cual dependía; una visión que necesariamente requería un conocimiento cartográfico erudito.8

  Dennis, (2002); Trouillot, (1995b, pp. 108-140) y especialmente Bartosik-Vélez, (s. f.). 8   Miranda editó el periódico El Colombiano y varias otras publicaciones en favor de la independencia, desde Londres. Aunque de cierta manera él encaja en el modelo de Benedict Anderson sobre cómo el capitalismo de la imprenta influyó en el surgimiento del nacionalismo moderno, no lo hace de las maneras que Anderson considera para los patriotas criollos. Véase: Benedict, (1991). 7

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Miranda fue muy consciente del poder de los mapas para convencer. En 1790, Miranda se reunió con el estadista británico William Pitt y desplegó los mapas de América dibujados por D’Anville. Miranda recordó cómo él le enseñó “la geografía de Chile, Perú, etcétera, y como un juicioso colegial, [Pitt] se fue a cuatro patas para entender el mapa, que yacía sobre la alfombra” (Miranda, 1983b, Tercera sección, tomo IX, p. 55). Al final Pitt se mostró impresionado. Los mapas de D’Anville evidentemente fueron útiles, pero Miranda entendió que en la medida que sus planes evolucionaban necesitaba mapas más recientes y precisos de la región. Para ello se puso en contacto con uno de los editores de mapas más importantes de la época, William Faden (1750?-1836). La relación de trabajo de Miranda con Faden comenzó en 1792, año en el cual el cartógrafo le cobró a Miranda 60 libras esterlinas para cubrir el costo de producción de una colección de mapas que fueron hechos especialmente para Miranda (Smelser, 1954, pp. 42-51). En agosto de 1804,9 Miranda volvió a contratar a Faden con el propósito de proveerlo del arsenal cartográfico necesario para ilustrar un plan de ataque a Sur América. Miranda se reunió con el comodoro Riggs Popham (1762-1820), William Pitt (1759-1806) y Henry Dundas (1742-1811) (Byrne, 2010). Después, recordó, al terminar el desayuno, “la mesa se despejó, y los mapas se desenrollaron”.10 Fue en esos mapas que estos hombres negociaron el futuro de la América española, determinando qué puntos eran los más ventajosos para la operación de las fuerzas expedicionarias inglesas. Estos planes culminaron en la invasión británica del Río de la Plata en 1806 y el ataque de Miranda en La Vela de Coro, en Venezuela. Ambas expediciones buscaban proclamar la independencia de Colombia, y ambas fallaron en sus propósitos (Robertson, 1929, vol. 1, pp. 279). El principal problema que Miranda enfrentó en Venezuela   (Robertson, 1929, vol. 2, p. 274), citando Faden a Miranda, 23 de agosto y 15 de octubre de 1804. 10   (Robertson, 1929, vol. 1, pp. 276-277), citando “Conferencias con los Ministros de S. Mag. Brit.”, 13-16 de octubre de 1804, de las memorias de Miranda. 9

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en 1806 fue convencer a los pueblos colombianos de que ellos tenían que independizarse de la Corona española. Aunque su credibilidad sufrió gravemente (Racine, pp. 156-172), Miranda regresó a Inglaterra a finales de 1807 sin desistir en su empeño por imaginar una Colombia independiente. De 1807 a 1810 un cambio radical de la geo-política volvió a darle impulso a estos diseños de Miranda. Pero, como se indicará en la siguiente sección, algunos aspectos de estos hechos también lo forzaron a ajustar su visión de los contornos del geo-cuerpo colombiano continental suramericano. Esta nueva visión fue claramente representada por el mapa de Suramérica impreso por Faden en 1807 con el título Colombia Prima. Diseños británicos y portugueses sobre Colombia Prima El indicador más obvio que sugiere que Colombia Prima podría reflejar la visión de Miranda es precisamente este título (véase figura 3). Aunque Colombia Prima también se puede vincular a Miranda a través de las personas involucradas en la creación de este mapa. El propio Miranda no es mencionado en la envoltura del mapa, pero un amigo cercano de Miranda sí lo es: Louis Stanislas D’Arcy de la Rochette (1731-1802). (Figura.3). De la Rochette comenzó a trabajar para Faden en 1780 y rápidamente se convirtió en su geógrafo más respetado. Cuando Miranda ordenó varios mapas de Faden para complementar su propia colección, De la Rochette fue el encargado de mostrarle a Miranda los catálogos del cartógrafo británico (Pedley, pp. 161-173). El contacto entre Miranda y De la Rochette se convirtió rápidamente en una amistad comprometida con la independencia de Suramérica. Miranda había convencido a De la Rochette de que una organización independiente, colombiana, ubicada entre los mares del Norte y del Sur, tendría un potencial comercial extraordinario. Faden decidió honrar la memoria de De la Rochette, fallecido en 1802, al dedicarle el mapa. Pero este honor se extendía no sólo al reconocimiento a través de la dedicación, sino a través del título mismo que se le dio al mapa. Miranda, por supuesto, ayudó a inspirar esos compromisos.

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Figura 3 Detalle del mapa largo dibujado en ocho páginas por Louis Stanislas D’Arcy De la Rochette y publicado en Londres por William Faden, geógrafo de Su Majestad y Alteza Real el Príncipe de Gales, 1807. Fuente: De la Rochette, & Faden, (1807). Colombia Prima or South America [Mapa]. Recuperado de http://purl.pt/865/2/P21.html

Pero al examinar Colombia Prima más allá del título y de la dedicatoria a De la Rochette, se pone en evidencia la visión geopolítica con la que Miranda pudo haber asistido la cartografía de Faden, incluso de manera indirecta. De hecho, es posible ver cómo este mapa en realidad va en contra de los intereses territoriales de una América española independiente, especialmente si se observa la frontera desde la que este mapa dibuja al imperio portugués en Suramérica. Dos claves ayudan a entender esto: las otras personas que participaron en la elaboración de este mapa y su fecha de publicación. La envoltura del mapa, más allá de honrar al difunto De la Rochette, también anuncia que se extrajeron conocimientos de los mapas manuscritos originales de Chevalier Pinto, João Joaquim da Rocha, João da Costa Ferreira, y el padre Francisco Manuel Sobreviela. De tal manera, 386

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esta envoltura no solo revela la naturaleza compuesta del mapa al reunir información de varios informantes —tal como lo hacen la mayoría de los mapas— sino también sugiere los intereses imperiales implícitos al revelar las identidades de estos cartógrafos. Los informantes no eran cartógrafos contratados por la Corona española, sino autoridades principalmente portuguesas, cuya experiencia radicaba particularmente en su conocimiento de la región amazónica. Chevalier Luis Pinto fue ministro de Portugal ante el Tribunal de Gran Bretaña (Maxwell, 2004, pp. 150-172); João Joaquim da Rocha, originario de Minas Gerais, fue asesor del emperador portugués (Lage de Resende, 1995, p. 88); João da Costa Ferreira fue un ingeniero militar portugués encargado de demarcar la frontera entre los imperios portugués y español durante la década de 1780 (Viterbo, p. 241). El padre Manuel Sobreviela fue el único autor que no era portugués, sino un fraile franciscano que participó en la reubicación de los asentamientos indígenas, cerca de la región amazónica del Perú, elaborando mapas de la región.11 ¿Por qué la elección de estos informantes en particular? La fecha de la primera publicación de este mapa proporciona una explicación parcial. En 1807 comenzó una época turbulenta para las coronas portuguesa y española con la amenaza de invasión napoleónica a la península ibérica. Los británicos, estrechamente aliados con Portugal, ayudaron en la evacuación de la Corte de Lisboa, incluyendo sus bienes y archivos, y la acompañaron en su travesía del Atlántico hacia Río de Janeiro en Brasil. Gran Bretaña tuvo acceso a los miembros de la Corte portuguesa que poseían un profundo conocimiento de la región. Por lo tanto, en Colombia Prima es posible ver cómo los intereses portugueses y británicos se inscribieron sobre el geo-cuerpo de Suramérica.   Representación de Fr. Manuel Sobreviela destinada a que el Virrey informe al Rey la necesidad de la misión de los religiosos. En Juicio de límites entre el Perú y Bolivia: Contestación al alegato de Bolivia, Prueba Peruana presentada al gobierno de la república Argentina por Víctor M Maurtua, abogado plenipotenciario especial del Perú, tomo 6 Misiones Centrales Peruanas. Buenos Aires: Compañía Sud Americana de Billetes de Banco, 1907, pp. 276-279. 11

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Figura 4. Mapa Geográfico de América Meridional, Dispuesto y Grabado por D. Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, Geogfo. Pensdo. de S.M. Individuo de la Rl. Acadenia de Sn Fernando, y da la Sociedad Bascongada de los Amigos del País; teniendo presentes Varios Mapas y noticias originales con arreglo a Observaciones astronómicas, Año de 1775. Londres, Publicaddo por Guillermo Faden, Geógrafo del Rey, y del Principo de Gales, Enero 1 de 1799. Fuente: Cruz Cano y Olmedilla, J. de la. (1799). Mapa geográfico de América Meridional [Mapa]. Recuperado de http://www.davidrumsey.com/luna/servlet/detail/ RUMSEY~8~1~3373~330002:Mapa-Geografico-de-America-Meridion

Figura 5. Detalle del mapa largo dibujado en ocho páginas por Louis Stanislas D’Arcy De la Rochette y publicado en Londres por William Faden, geógrafo de Su Majestad y Alteza Real el Príncipe de Gales, 1807. Fuente: De la Rochette, & Faden, (1807). Colombia Prima or South America [Mapa]. Recuperado de http://purl.pt/865/2/P2.html.

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Esta inscripción se hace visible al comparar Colombia Prima con otro mapa impreso por Faden en 1799, una réplica exacta del mapa de Cruz Cano y Olmedilla titulado América Meridional. A primera vista, los dos mapas parecen similares, pero una inspección más cercana revela diferencias significativas con respecto a las fronteras y al tamaño total de las reclamaciones españolas en el continente. No debe sorprender que Portugal sea el ganador territorial más evidente en Colombia Prima (véanse figuras 4 y 5), especialmente en la Amazonia. No fue sino hasta después de las abdicaciones de Bayona en 1808, —y del proceso de conformación de una representación nacional española a través de la Junta Central Suprema en septiembre de ese año, de la cual los americanos se sentían excluidos, de la consiguiente disolución de esa junta y de la formación apresurada de la Regencia en febrero de 1810—, que la crisis se agudizó y se fomentó la creación de partidos autonomistas en América.12 Aunque el plan de Miranda era controvertido, fue ganando terreno poco a poco. Miranda una vez más pisó Caracas en diciembre de 1810, con la ayuda de Simón Bolívar y a pesar de las protestas de la Junta de Caracas.13 Con Colombia Prima entre sus pertenencias, Miranda de inmediato se puso a trabajar para resolver un problema inminente: la falta de unidad entre las muchas juntas que estaban brotando en el nuevo mundo. El pueblo imaginado de Colombia Prima no era una entidad política sino un compuesto de decenas de ciudades-estado. Había que convencer a las juntas de que la unidad americana era posible y que la circulación del mapa de De la Rochette intentaría producirla. La circulación de Colombia Prima en Suramérica Miranda conoció al canónigo José Joaquín Cortés de Madariaga, en 1803, durante una visita a Londres.14 A principios de 1811, de vuelta en Caracas,   Ortega, F., comunicación personal, noviembre de 2011.   Ver Racine, (2003, pp. 196-206); Lynch, (2006, pp. 49-63). 14   Discurso de Madariaga a la municipalidad de San Carlos en 1811, citado en Rojas, (1878, p. 11). 12 13

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Miranda nombró a Madariaga como diplomático oficial de la junta de esa ciudad y lo envió a Bogotá (Gutiérrez Ardila, 2010). La intención era unir oficialmente a los dos pueblos colombianos a través de un tratado oficial para crear la Confederación de la Tierra Firme.15 El Supremo Poder Ejecutivo de la Junta de Santafé (de Bogotá) recibió del Canon Madariaga varios regalos de la Junta de Caracas, entre ellos “[...] ocho mapas muy importantes y exactos de nuestro continente, América del Sur, o Prima Colombia, diseñados por el eminente y sabio geógrafo Luis Estanislao D’Arcy de la Rochette”.16 La Junta de Bogotá elogió a Francisco Miranda por su lucha por la libertad y reconoció en el mapa una visión valiosa y unificadora que repelía las fuerzas francesas que amenazaban.17 El regalo que Miranda entregó a la Junta de Santafé a través de Madariaga para conmemorar la creación de una confederación con la Junta de Caracas, ilustraba la comunidad imaginada que Miranda tenía en mente: un continente colombiano unificado. A pesar de la circulación de mapas impresos que favorecían la independencia y la creación de una confederación federal de un imaginado pueblo colombiano, este ideal político nunca se materializó. Las autoridades caraqueñas consideraron que hasta que los santafereños también declarasen su independencia absoluta de España, la propia confederación era imposible. A su vez, los santafereños se vieron envueltos en varias luchas por el poder regional con los pueblos que rodeaban a Bogotá y negaban aceptar la autoridad de esta ciudad. En julio de 1812, después de un devastador terremoto en Caracas y de la victoria realista en Puerto Cabello, Miranda se vio perdido y firmó un armisticio con el capitán español Monteverde que puso fin a la Primera República.   José Acevedo Gómez, “Relación de lo ocurrido con motivo de la llegad del Enviado de Caracas,” (Santa Fe, 18 de marzo de 1811), Archivo Restrepo, Fondo 1, Rollo 8, folio 25, John Carter Brown Library. 16   Suplemento al núm. 6 del Semanario Ministerial del Gobierno de la Capital de Santafé de Bogotá, Nuevo Reino de Granada, Relación de lo ocurrido con motivo de la llegada del Enviado de Caracas. Santafé, 22 de marzo de 1811. En Archivo Restrepo, Fondo 1, Rollo 8, folio 42-43, John Carter Brown Library. 17   Ibídem. 15

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II. Historia de la revolución de la República de Colombia, Atlas Al juzgar por la caída de la Primera República, parecería que la circulación de Colombia Prima hizo poco para convencer a las juntas de América del Sur de que la unidad entre Caracas y Bogotá era factible. Sin embargo, la República de Colombia había logrado unir al antiguo reino de Quito, la capitanía de Venezuela y el antiguo virreinato de la Nueva Granada hasta 1830.18 Su legado fue duradero pues las imágenes de una Gran Colombia continuaron circulando hasta treinta años más tarde en Europa y en los Estados Unidos después que de la República se había derrumbado en 1830.19 La publicación y difusión de la Historia de la Revolución de José Manuel Restrepo, y en especial su Atlas ilustrativo, ayudó a mantener la longevidad de este ideal territorial a ambos lados del Atlántico. Examinando lo que este Atlas revela —y lo que oculta— nos permite analizar cómo dio forma a una geografía imaginada que favorecía los intereses de Bolívar y su ideal de una nación centralizada. El Atlas de Restrepo visualmente ilustraba una estrategia narrativa que retiraba o concedía autoridad a las distintas partes implicadas en las guerras de independencia. Fue entre 1820 a 182520, cuando el Partido   Ecuador no se adoptó como nombre para el territorio encubierto por este nombre sino a partir de 1830 y de la disolución de la República de Colombia. 19   Ver: Jeremiah Greenleaf, “Colombia” en A New Universal Atlas; Comprising Separate Maps of all the Principal Empires, (Battelboro, VT, 1840); Fremin A.R.; Monin, C.V.; and Montemont, A., “Colombia et Guyanes,” en L’Univers. Atlas Classique Et Universel De Geographie Ancienne Et Moderne (París: Bernard; Mangeon; Laguillermie, 1837); Rest. Fenner, Joseph Thomas, “Colombia,” en Thomas’s library atlas, embodying a complete set of maps, illustrative of modern & ancient geography, (London: Fenner Sc., Paternoster Row, Joseph Thomas, 1835). Recuperados de http://www.davidrumsey.com 20   Ya para 1825, Restrepo encargó a su hermano, Francisco María Restrepo con su historia manuscrita y el mapa en dos pliegos de Colombia para ser impreso. No fue sino hasta 1826 cuando Francisco María llegó a París en la compañía de tres jóvenes antioqueños, después de un largo viaje, primero por Estados Unidos, y luego por Gran Bretaña. Ver: Gutiérrez Ardila, (2009), citando a “Vente d’usufruit de mines d’or par Mr. Restrepo a Mr Douviagon et á Mr. Lemor,” 27 de octubre de 1826. Archivo Nacional de Francia, París, Minutier Central, ET, L, 1092, en Los Primeros 18

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de Libertadores había consolidado su poder de liderazgo en Colombia alrededor de la figura de Bolívar, que Restrepo tejió las fuentes históricas y cartográficas a su disposición y puso a la Nueva Granada y a Bolívar en el centro de la historia colombiana. Al hacerlo, diferentes líderes —entre ellos Miranda— fueron desplazados. En esta sección resalto episodios complejos de la revolución en Venezuela que, a pesar de estar ausentes en el relato de Restrepo, dejaron sus sombras sobre la cartografía impresa. Sin duda, la sombra que más amenazó el lugar histórico de Bolívar fue la creación del Congreso Federal de Caricao en mayo de 1817. En un homenaje a Bolívar, Restrepo elude cuidadosamente los acontecimientos polémicos relacionados con este congreso y transforma los recuerdos de la guerra en términos de cómo la contingencia, la lealtad, la traición, las tensiones raciales, las tácticas de la guerra y la diplomacia amenazaban al dominio del Libertador. De tal manera, se revelan las formas en que Bolívar consolidaba su frágil control militar y político en el teatro de la guerra y en la escena internacional, a través de la opinión pública y de la memoria histórica. Reformas a De la Rochette para las necesidades de la República de Colombia, Atlas José Manuel Restrepo era una excelente elección para liderar el proyecto de mapear a Colombia y narrar su historia. Durante su juventud, Restrepo desarrolló lazos intelectuales estrechos con Francisco José de Caldas; asimismo hizo varios mapas y planes de Antioquia, su provincia natal, y consultó su exactitud con Caldas. El tipo de relaciones científicas y políticas que Restrepo cultivó con Caldas y otros ilustrados a través de su obra geográfica y cartográfica, finalmente se tradujo en una posición de liderazgo con el régimen republicano (Mejía, 2007, pp. 50-62). Su seguridad personal y económica muy pronto pasó a depender del éxito de la revolución. Restrepo escribió su historia durante un periodo crítico, entre 1820-1825, cuando Bolívar estaba en la cima de sus poderes Colombianos en París (1824-1830). En Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, (Vol. 36, núm. 1).

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militares y políticos (Mejía, 2007, pp. 149-174), escribió la mayor parte de su historia y elaboró sus mapas desde Bogotá, como ministro del Interior de Bolívar. El origen de Restrepo, es decir, un neogranadino de élite intelectual, tuvo un profundo impacto sobre cómo él interpretó y criticó la evidencia cartográfica e histórica a su disposición y, a su vez, en la forma en que presentó su propio punto de vista de la historia revolucionaria. Tomemos, por ejemplo, la razón que llevó a Restrepo a producir en primer lugar un mapa impreso de la nueva república. En una carta al general Francisco de Paula Santander, Restrepo señaló: Aunque escribo sobre la historia de Nueva Granada es todavía un mero ensayo que necesito refundir bajo un plan más vasto. El mapa de De la Rochette creo que necesita muchas reformas [...] En el momento que haya algún descanso podrán dos ó tres jóvenes ingenieros trabajar, á fin de que con la historia publiquemos otro mapa mejor de Colombia, reformando el de De la Rochette en todo lo posible.21

En 1827, la historia de Restrepo y el Atlas de la Revolución entraron en detalles sobre los contornos de la nueva república, corrigiendo pretensiones británicas y portuguesas en la región. El comparar la Carta de Colombia con la Colombia Prima se observan los principales cambios que Restrepo consideró necesarios. No sorprende la manera como Restrepo cambió las fronteras colombianas con el Imperio de Brasil.22 Pero Restrepo no se limitó a volver a dibujar las fronteras de Colombia sobre la cara de un mapa ya existente. Su proyecto fue mucho más complejo. Como la introducción de su Atlas explica, el matemático   José María Restrepo a Santander, Rionegro, 5 de julio de 1820, Boletín de Historia y Antigüedades: Órgano de la Academia de Historia Nacional, año III, núm. 25, enero 1905, p. 180. Recuperado de http://www.archive.org/details/boletndehistor03colouoft Es importante señalar que el mapa de 1807 forma parte del archivo de la familia Restrepo. 22   El mapa de Restrepo agregó otra capa de contención sobre una región que había sido una importante fuente de disputas fronterizas entre las coronas española y portuguesa durante todo el periodo colonial. Ver: Safier, (2008, pp. 133-184). 21

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José Lanz diseñó la base cartográfica. Debido a que Lanz no estuvo en Colombia durante las últimas etapas de la elaboración del mapa, “diversas personas inteligentes” continuaron el proyecto que Restrepo supervisó como secretario de Gobernación. Restrepo destacó los mapas y las mediciones astronómicas que informaron el producto final: Las costas del Atlántico y el Pacífico se han trazado por las cartas españolas del depósito hidrográfico de Madrid. El río Orinoco y sus afluentes se han copiado de los trabajos del Barón de Humboldt, y en donde estos han fallado, se han seguido, en los departamentos que componían la antigua capitanía general de Venezuela, los mapas de Arrowsmith, haciéndoles pequeñas adiciones y mejoras tomadas de las observaciones astronómicas de los señores Rivero y Boussingault, en su viage de Caracas á Bogotá, y de otros mapas [sic].23

La lista de mapas de expertos y las mediciones consultadas es extensa, entre ellos el ya citado Caldas; la obra de Vicente Talledo en la cordillera Oriental y las provincias de Cartagena, Santa Marta y Río Hacha; los propios mapas de José Manuel Restrepo y sus medidas tomadas en Antioquia y Cauca; los mapas de Gabriel Ambrosio de la Roche y Rafael Arboleda de Chocó y Popayán; y la muy exacta carta de Pedro Maldonado de Quito. Esta introducción al Atlas no es muy diferente de la manera en la cual el cartucho de Colombia Prima estableció su autoridad científica. Curiosamente no se mencionan ni una sola vez los mapas de De la Rochette, ni mucho menos a Francisco Miranda o William Faden. Dada su misiva personal de Restrepo a Santander, no podemos pensar que esto haya sido un simple descuido. La reforma de De la Rochette por Restrepo ayudó a silenciar una visión de Colombia que iba en contra de los intereses del Partido de Libertadores, que para 1820 ya se iban conformando en los intereses de la República

  Restrepo, (Atlas de la Historia de la revolución de la República de Colombia, pp. iiii). Ni Rivero ni Boussingault pasaron por la cuenca del Orinoco. Los viajes de estos hombres (y sus medidas científicas) los llevó a lo largo de la cordillera oriental de los Andes. Ver Boussingault, (1985). 23

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de Colombia. La visión continental de la Colombia Prima de 1807 no se ajustaba a la imaginación geográfica de los primeros líderes republicanos. La vigencia política de la República de Colombia y sus problemas con Venezuela La introducción del Atlas enaltece su valor cartográfico y muy especialmente pone de relieve su vigencia política. En 1824, Restrepo y Santander, junto con el resto del Partido de Libertadores, temían que la república estuviera al borde de la disolución. El partido buscó socavar los bloques de poder local en Venezuela y Quito que desafiaban al gobierno central con sede en Bogotá, lo hizo a través de la ley del 25 de junio de 1824 que reorganizó la división política interna de Colombia. Restrepo no expuso a sus lectores al desorden de las divisiones políticas internas de Colombia. No obstante, la introducción explica el hecho de la nueva división de la república con el fin de destacar el Atlas como la versión más actualizada del territorio de Colombia. Adicionalmente, Restrepo destacó el valor del mapa en función de la historia de la revolución de Colombia. “Mejora tan importante y el estar marcados en el mapa, los lugares donde se han dado las principales batallas en la guerra de la independencia de Colombia, le hacen preferible á cualquiera otro de los que se han publicado hasta el día”.24 De esta manera indica que las espadas en alto señalan las batallas revolucionarias importantes que fueron ganadas, las espadas hacia abajo indican batallas perdidas, y las espadas a un lado significan un empate. Pero el primer mapa del Atlas que muestra a Colombia en su totalidad no tiene un solo indicador de batallas. Tal vez la escala en la que está compuesto el mapa no lo permitió. En realidad, es más bien en los mapas de los departamentos en donde se observan las espadas. De acuerdo con los doce mapas departamentales, de las 36 batallas que se muestran, veintinueve se lidiaron en los departamentos de Venezuela. 25   Restrepo, (1827, p. 7). Atlas de la Historia de la revolución de la República de Colombia. El manuscrito original sí incluye muchas más batallas en Nueva Granada, por ejemplo, por supuesto, la batalla de Boyacá. En el proceso de edición del Atlas, algunas batallas se borraron, sugiriendo que los que imprimieron el Atlas influyeron en cómo se vio el impreso el territorio. 24

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Pero a pesar de sus aseveraciones sobre el valor del Atlas por mostrar las batallas de la revolución, Restrepo tuvo problemas con representar a Venezuela en su Atlas. Restrepo confesó “[…] francamente que los mapas del interior de esta parte de la república están plagados de defectos, en los ríos, lugares y provincias en que no anduvo el Barón de Humboldt. Sin embargo esperamos que en otra edición podrán corregirse algunos de los principales defectos [sic]”.26 Del mismo modo, Restrepo explicó la ausencia de Venezuela en su narración de 1827 en razón a la forma en que se concibió el proyecto: “la primera contendrá la historia de la revolución de la Nueva-Granada hasta principio del año de 1819: la segunda la de Venezuela hasta los primeros días de 1820: y la tercera comprenderá la historia de los pueblos unidos bajo el título de República de Colombia hasta que la España la reconozca como nación independiente”.27 En 1825, cuando Restrepo completó su primer borrador del manuscrito de la historia y del mapa de Colombia para enviarlo a la imprenta, sólo tuvo tiempo de terminar de escribir la primera parte de su historia.28 Pero Restrepo no hizo ninguna mención de posibles inexactitudes con respecto a cómo su Atlas describía las batallas significativas. Por el contrario, Restrepo sostuvo que su Atlas era “preferible” a cualquier otro mapa de Colombia porque indica el lugar en el que se libraron las batallas de la independencia. Es en este sentido que el Atlas de Restrepo cuenta una historia de la revolución en 1827 que su historia escrita no hace; la historia de la revolución que ocurrió en los departamentos de Venezuela.   Restrepo, (1827, pp. ii-iii), Atlas de la Historia de la revolución de la República de Colombia. 27   Restrepo, (1827, vol. 1, pp. 10-11). .Historia de la revolución de la República de Colombia. 28   Aunque no es el tema central de este capítulo, se puede entender la llegada de Codazzi a Venezuela en 1826, su puesto político como gobernador de Zulia, y su compromiso para llevar a cabo la labor cartográfica en Venezuela bajo la administración de Páez, todo dentro del contexto de la contención regional que existía entre el bloque político bajo el mando de Páez en Caracas y su resentimiento por los deseos del gobierno de Colombia ―centrado en Bogotá― por dominar a Venezuela. 26

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Esto es porque el Atlas muestra que la mayor parte de las batallas de independencia tuvieron lugar en Venezuela. El Atlas sirve como una señal visual útil para saber cómo Restrepo, los cartógrafos y los impresores que él contrató en París, describieron el lado venezolano de la historia pese a que la narrativa de 1827 no lo hacía. La siguiente sección considera los lugares señalados como lugares de batalla y muestra aquellos lugares que el Atlas no incluye a pesar de haber ocurrido batallas importantes. Con esto se demostrará cómo tanto el Atlas como la historia de Restrepo contribuyeron al proyecto ideológico de crear una opinión pública favorable hacia Bolívar como el líder central de la Independencia de Colombia.29 El fantasma de Miranda persigue a Bolívar El final de la Primera República fue un hecho difícil para Bolívar en términos de cómo sería recordado. Fue en parte por problemas de comando que Bolívar perdió el importante Puerto Cabello. Eso, junto con su participación en la entrega de Miranda a las tropas realistas hizo que Bolívar se pronunciara vehementemente en contra del generalísimo. Pero Miranda —o más bien, su red internacional de apoyo— volvió a retar a Bolívar en 1817. El fantasma de Miranda llegó en la forma de Cortés de Madariaga con sus esfuerzos para establecer en mayo de ese año un Congreso Federal en Cariaco. En la historia de Restrepo, los mapas impresos de Venezuela borran este episodio que también se omite en la narración que los acompaña. Solamente en la edición de 1858 se llega a mencionar, pero de manera despectiva, ridiculizando el Congreso como un pequeño “congresillo” ilegítimo y patético (Restrepo, 1858, vol. 2, pp. 334; 395-397). A finales de abril de 1817, Cortés de Madariaga desembarcó en el puerto de Pampatar en Venezuela tras cinco años de prisión después de la caída de la Primera República en 1812 (Slatta & Grummond, 2003, p. 155). Madariaga, familiarizado con la red internacional que Miranda había establecido en Londres, había sido uno de los “ocho monstruos”   Pero la narración de 1858 sí: Restrepo, (1858).

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que el general español Monteverde envió en cadenas a España junto con Francisco Miranda.30 Después de sobrevivir su encarcelamiento, Madariaga regresó a América. Al enterarse de su llegada a Jamaica, Bolívar escribió a Madariaga en 1816 desde Haití, dándole la bienvenida. “Así, necesitamos de nuestros próceres”, escribió, “que, escapados en tablas del naufragio de la Revolución, nos conduzcan, por entre los escollos, á un puerto de salvación. U. Y nuestros amigos Roscio y Castillo harían un fraude a la República si no le tributasen sus virtudes y sus talentos, quedándose en una inacción que seria mui perjudicial á la causa pública”.31 Los diez volúmenes de la historia de Restrepo de 1827 no hacen ninguna referencia a la llegada de Madariaga a Venezuela en 1817, ni tampoco a las palabras de bienvenida de Bolívar a Madariaga. En parte, este silencio podría explicarse por el hecho de que este relato se centra en la Nueva Granada, no en Venezuela. Madariaga, sin embargo surge en la narrativa de Restrepo cuando se discute la visita diplomática de Madariaga de Caracas a Bogotá en 1811. Restrepo recordó la visita del chileno como “[...] el primer paso que se dio para la unión de Venezuela y de la Nueva Granada, el que no produjo efecto alguno favorable” (Restrepo, 1827, vol. 2, p. 249). Restrepo sostuvo que para que las dos repúblicas se unieran políticamente, se necesitaba mucho más que un tratado. Venezolanos y granadinos sólo podían ver el valor de la unidad después de haber sufrido largas batallas contra los españoles. Además, Restrepo sugiere que tal vez la única forma de unir a los dos pueblos era a través de “Un congreso bien autorizado […]; pero la instalación de aquella asamblea estaba aun remota [en 1811]” (Restrepo, 1827, vol. 2, p. 254). La observación de Restrepo hace un guiño al Congreso de Angostura de 1819, que no solo estuvo “bien-autorizado”, sino cuyo procedimiento se describe en detalle en el primer volumen de su historia.   Los otros fueron: los venezolanos Juan Germán Roscio, Juan Paz del Castillo, y Juan Pablo Ayala; los españoles Manuel Ruiz, José Mires, y Antonio Barona; y el italiano, Francisco Isnardi. Ver: Los ocho próceres que como ocho monstruos mandó Monteverde a España en 1812. En Blanco, (1876, tomo III, pp. 699-703). 31   Carta de Bolívar a Madariaga, Port au Prince, Haití, 21 de noviembre 1816, citado en Rojas, (1879, p. 29). 30

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Pero el comentario de Restrepo plantea la pregunta, ¿era posible realizar un congreso no autorizado? El Congreso Federal de Cariaco de 1817, concitado por Cortés de Madariaga, pudo haber sido exactamente eso. Para entender mejor lo que estaba en juego en Cariaco tenemos que abordar la precaria situación de las tropas patriotas, tanto de los oficiales como de los soldados rasos. Aquellos involucrados entendían que el reconocimiento internacional de la independencia de Venezuela impulsaría la causa patriota. Sin embargo, las pérdidas desastrosas en las principales ciudades de la costa de Venezuela, y la presencia de tropas españolas en zonas cercanas hizo a varios soldados patriotas nerviosos. Algunos de ellos, encabezados por el general Manuel Piar, ya habían huido a otro campo de batalla: la cuenca del río Orinoco. En abril de 1817, mientras el general Mariño y otros intentaron mantener la fortaleza de Cariaco, Bolívar decidió ir hacia la ciudad de Angostura, atraído por las victorias de Piar. Pero al llegar, Bolívar se dio cuenta de que estaba en una seria desventaja en términos de poder militar. Bolívar no había liderado personalmente las tropas que avanzaron hacia la victoria en la región, y sus generales en la costa, los que se quedaron en Cariaco, parecían estar conspirando en contra de su liderazgo. Mientras Bolívar viajaba desde la costa de Venezuela hacia el interior, Madariaga le envió una carta explicándole el interés de los británicos en apoyar la causa independentista con buques de guerra, dinero y, lo más importante, el reconocimiento de independencia para Venezuela. 32 Madariaga explicó que era necesario proporcionar a los británicos pruebas de que existía una república y alentó a Bolívar para publicar información acerca de las victorias patriotas. También informó a Bolívar de sus propios planes para organizar una nueva reunión del Congreso venezolano en Cariaco. Pero Madariaga tal vez no era consciente de la tensa relación entre Bolívar y algunos de los generales en Cariaco, especialmente Santiago Mariño, el segundo hombre al mando de Bolívar. Mariño se había cansado de las   Carta de José Cortés de Madariaga a Simón Bolívar, 25 de abril de 1817, isla Margarita. En Blanco y Azpurúa, Documentos, (1876, v. 5, p. 625). 32

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pérdidas que tuvo Bolívar entre 1814 y 1816, y había desafiado la autoridad del Libertador en varias ocasiones. Las promesas de Madariaga le sonaron huecas a Bolívar ya que Mariño fue quien encabezó el procedimiento en Cariaco el 8 de mayo de 1817.33 Los generales presentes en el Congreso de Cariaco comprendieron lo importante que era esa reunión política y la debilidad de su legitimidad, dado que se avecinaba un ataque realista.34 Bolívar reconoció que estaba perdiendo el control del proyecto patriota, si alguna vez lo tuvo. Bolívar identificó la posible amenaza que planteaba el Congreso Federal de Cariaco, a pesar de su visto bueno oficial para ponerlo en orden. Si Cariaco obtenía reconocimiento internacional pero bajo el control de Marino, hubiese sido él con el grupo de generales patriotas que lo acompañaban quienes tendrían acceso directo a los canales diplomáticos que Bolívar ansiosamente trataba de mantener, cosa que se le hacía más y más difícil desde el interior del país. Cada día Bolívar iba volviéndose más marginal, perdiendo batallas cerca de los bastiones españoles como Caracas, y luego encontrando que al interior no sentía ningún apoyo local de las tropas patriotas. Había mucho en juego. Las rivalidades estallaron y Bolívar denunció el Congreso como ilegítimo. En 1858, Restrepo hace que el lector reflexione sobre estos hechos. El historiógrafo criticó a los participantes del Congreso señalando “Parece que tampoco meditaron ser tan ridículo como contrario á los principios del derecho constitucional, que unos pocos hombres, sin misión alguna de los pueblos, se declararan sus representantes, solo porque era su voluntad hacer tal declaratoria. Sin embargo, esta farsa no tuvo resultados, y muy   Los hombres presentes incluían a: Adm. Luis Brion, comandante de navíos; el intendente general Francisco Antonio Zea de Nueva Granada; ciudadano José Joaquín de Madariaga, canon de la catedral de Caracas; ciudadano Francisco Javier Mayz, encargado ejecutivo del departamento de Caracas; ciudadano Francisco Manuel Alcalá, Diego Ballenilla; Diego Antonio Alcalá, Manuel Isaba, Francisco de Paula Navas, Diego Bautista Urbaneja, y Manuel Maneiro. “Congreso de Cariaco: Acta de la Congregación Convocada para el 8 de mayo de 1817”. En O’Leary, (1880, Documentos, XV, pp. 250-252). 34   Sylvanus Urban (Ed.) (1817). “Septiembre de 1817”, The Gentelman’s Magazine and Historical Chronicle, vol. 87, p. 270. London: Nichols and Son; The Monthly Review or Literary Journal, 1819, vol. 89, pp. 171-172. London: Pall Mall. 33

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pronto el congresillo de Cariaco fue olvidado, porque los sucesos militares y el general Morillo se atrajeron toda la atención” (Restrepo, 1858, vol. 2, p. 396). El olvido de Cariaco y su congreso ocurrió en buena medida debido a las historias de Restrepo y su Atlas. Fig. 6 Carta de la República de Colombia, Escala [1:5,500,000]. En Restrepo, J. M. (1827).

Historia de la revolución de la República de Colombia, Altas. París: Librería Americana. Grabado por Darmet, JM; Hacq, J. JM. 24,0 x 19,0 cm. Detalle Fuente: http://www.davidrumsey.com/luna/servlet/detail/RUMSEY~8~1~20243~590076 Fig. 7 Carta del departamento del Orinoco o Maturín. Escala [1:2,650,000]. En Restrepo, J. M. (1827). Historia de la revolución de la República de Colombia, Altas. París: Librería Americana.

Grabado por Darmet, JM; Hacq, J. JM. 30,0 x 45,0 cm. Detalle. Fuente: http://www.davidrumsey.com/luna/servlet/detail/RUMSEY~8~1~20243~590076

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Tomemos, por ejemplo, la forma en la que el Atlas de Restrepo representa la ciudad de Cariaco. Se puede ver en las imágenes anteriores la manera en la cual Cariaco aparece en el mapa de la República de Colombia (ver figura 6), y desaparece del mapa del departamento del Orinoco (ver figura 7). La presencia inestable de Cariaco en los mapas de Restrepo sugiere su importancia periférica a la nación desde la perspectiva del Partido de Libertadores. Al igual que el Congreso que tuvo lugar en esa ciudad, Cariaco es tangencial e insignificante para narrar la historia de la revolución en Colombia. Recuerdos de Piar incrustados en (y borrados del) paisaje del Orinoco El Atlas de Restrepo convenció a sus lectores de que ahí se mostraba con precisión la República de Colombia, la identificación de sus contornos y la localización de lugares significativos en cuanto a la historia de la Revolución. Como la mayoría de los mapas, no todos los lugares identificados por el Atlas recibieron el mismo tipo de atención. Como vimos anteriormente, la aparición y desaparición de Cariaco, la ciudad donde el Congreso Federal se produjo, sugiere la importancia marginal que los cartógrafos querían darle a esta ciudad. La forma en la cual Restrepo indicó los lugares donde ocurrieron las batallas (y donde no ocurrieron) también refleja las jerarquías de la historia militar que él quería mostrar. El Atlas también muestra jerarquías entre lugares. Al igual que otros mapas, el tamaño físico relativo de los pueblos y ciudades se manifiesta a través de convenciones cartográficas, tal como el tamaño tipográfico de las letras de los nombres de lugares que aparecen en el Atlas. En este Atlas, el tamaño de la tipografía no solo enfatiza la importancia de los lugares según su población y tamaño geográfico, el tamaño de las letras que designan lugares también corresponde a la importancia histórica que se le quiere dar a un lugar. Esta dimensión del Atlas es más evidente en la forma que se representan los lugares implicados en la polémica táctica militar de guerra a muerte.

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La guerra a muerte contra los españoles fue declarada por Bolívar en 1813 y él mismo declaró su fin en 1816 (Lynch, 2006, pp. 72-74; 100). Esta táctica marcó una etapa particularmente sangrienta de la guerra. Como John Lynch ha argumentado, la guerra a muerte estaba destinada a aterrorizar a los españoles y fomentar el apoyo criollo por la independencia, pero no fue exitosa en estos propósitos. Lo que sí logró, sin embargo, fue ofrecer a los soldados rasos patriotas una forma violenta de vengarse de un enemigo odiado que percibían responsable por su propio sufrimiento, sus privaciones, y la pérdida de compañeros de armas. En 1816, Bolívar reconoció que necesitaba ganar el favor de la independencia de todos los sectores de la población de Venezuela (y especialmente sus financistas de Haití). Por lo tanto, declaró el fin de la esclavitud, al mismo tiempo que perdonó a todos los españoles que se rindieran a los patriotas. En 1816, Santiago Mariño, Manuel Piar, y otras personas sirvieron como testigos cuando Bolívar dio este anuncio (Lynch, 2006). El resultado fue mezclado. Aunque la abolición pudo haber inspirado a los esclavos y pardos para unirse a las filas de los ejércitos patriotas, el llamando a poner fin a la guerra a muerte no necesariamente recibió una acogida favorable entre las tropas patriotas, especialmente aquellos que lucharon en la campaña del Orinoco en 1817. Sin embargo, como David Bushnell ha sostenido, al final de la campaña del Orinoco en 1817 solo un general surgió como el claro líder del movimiento independentista: Simón Bolívar (Bushnell, 2004, pp. 84-85). Por lo tanto, se esperaría que Restrepo utilizara su mapa de la zona para localizar varias batallas de la independencia a lo largo de la cuenca del río Orinoco, pero este no fue el caso. Ninguna batalla, según Restrepo, se lidió a lo largo del Orinoco. La razón de esto no fue porque Restrepo quisiera mostrar únicamente las batallas dirigidas por Bolívar. Como se podrá ver a continuación, tres victorias en Maturín se muestran claramente. Estas victorias no fueron atribuidas a Bolívar, sino a Manuel Piar (ver figura 8).

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Figura 8. Carta del departamento del Orinoco o Maturín. Escala [1:2,650,000]. En Restrepo, J. M. (1827). Historia de la revolución de la República de Colombia, Altas. París: Librería Americana. Grabado por Darmet, JM; Hacq, J. JM. 30,0 x 45,0 cm. Detalle. Fuente: http://www.davidrumsey.com/luna/servlet/detail/RUMSEY~8~1~20243~590076

El 5 de agosto de 1817, Bolívar explicó que “Maturín sepultó en sus llanuras tres ejércitos españoles, y Maturín quedó siempre expuesta a los mismos peligros que la amenazaban antes de sus triunfos. Tan estúpido era el jefe que la dirigía en sus operaciones militares”.35 Este “jefe” de Maturín no sólo era estúpido en el campo de batalla, de acuerdo a Bolívar también fue un ladrón rapaz y codicioso”. Una vez que ha hecho su botín, el valor le falta y la constancia le abandona. Díganlo los campos de Angostura y San Félix, donde su presencia fue tan nula como la del último tambor”.36 El jefe estúpido, incompetente, rapaz, que echó a perder dos veces en Maturín, y cuya presencia había creado un vacío a lo largo de la cuenca del río Orinoco era ni más ni menos que el general Manuel Piar. En su discurso, Bolívar convirtió las victorias de Piar en Maturín en contra de él. Las victorias reflejan la incompetencia de Piar: debería haber sido solo una victoria en Maturín, no tres. Bolívar no se limitó a emitir el manifiesto para difamar a Piar, su partido prestó mayor fuerza a Simón Bolívar, “20 Manifiesto de Bolívar a los pueblos de Venezuela fechado en el Cuartel General de Guayana el 5 de agosto de 1817, con fuertes críticas a la conducta del General Manuel Piar”. En Mijares & Pérez Vila, (s. f.). 36 Simón Bolívar, “20 Manifiesto de Bolívar a los pueblos de Venezuela fechado en el Cuartel General de Guayana el 5 de agosto de 1817, con fuertes críticas a la conducta del General Manuel Piar”. En Mijares & Pérez Vila, (s. f.). 35

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los argumentos de Bolívar a través de una visualización cartográfica. Las tres batallas en Maturín fueron incorporadas en el panorama científico que Restrepo había producido para las audiencias nacionales e internacionales. También se debe a Bolívar que el mapa del Orinoco carezca de batallas a lo largo de la cuenca del río. Entonces, ¿quién fue el desastroso general Manuel Piar? Tal como Alicia Ríos ha observado, Manuel Piar ha sido una de las figuras históricas más controvertidas y poco examinadas en la historiografía venezolana (Ríos, 1993). Lo que hace a Piar tan controversial es su presunto deseo de instigar una guerra racial en 1817. Aline Helg nos recuerda que Bolívar fue el líder más preocupado por la amenaza de una pardocracia, o el supuesto liderazgo de hombres de color en contra de los blancos. A Bolívar también le preocupaba la amenaza de una guerra racial. Es por esta razón que Bolívar manda que se ejecute al pardo Manuel Piar, o por lo menos esta es la razón que Bolívar da (Helg, 2004, pp. 165-166). La fama de Piar como instigador de guerra racial se extendió rápidamente. En 1822, Calixto Noguera había sido acusado de ser un enemigo sedicioso de los blancos de Cartagena por la presunta exaltación de la memoria del general pardo, Manuel Piar. 37 Una década más tarde, Bolívar lamentó la ejecución de Piar por la manera en la cual miembros de su clase, es decir, pardos, se quejaban, sobre todo después de la ejecución en 1828 de otro general pardo, José Prudencio Padilla.38 Los historiadores, por lo tanto tienen razón al señalar que el discurso racial fue un elemento crítico en el conflicto entre Piar y Bolívar. Por desgracia, se ha dado demasiado énfasis a la supuesta guerra de razas que Bolívar temía que el general pardo estaba conspirando para ponerla en marcha en 1817. Marixa Lasso ha demostrado que los rumores de guerra   AHNC, República, Guerra y Marina, 14, fol. 115, citado en Lasso, (2007, pp. 137 y 147). 38   Helg, (2004, p. 209), citando Bolívar a Briceño, 16 de noviembre de 1828, y Bolívar a Páez, 16 de noviembre de 1828, en Simón Bolívar, Vicente Lecuna (Ed.). (1947). Obras Completas, 2, pp. 505-508. 37

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racial a menudo han tenido sus raíces en tensiones políticas específicas. Por lo anterior, es posible afirmar que los rumores de conspiraciones raciales influyeron en la opinión pública (Lasso, 2007, p. 137). Siguiendo las sugerencias de Lasso, examinaré la cartografía de Restrepo a la luz de las tensiones militares y políticas que dieron origen a las acusaciones de Bolívar contra Piar, para mostrar cómo el Atlas forma parte de un esfuerzo mayor para desviar las tensiones raciales y las disputas políticas que podrían haber socavado la independencia. Definitivamente, borrar a Piar y Mariño se convirtió en una prioridad para el Partido Libertador. La forma en la que Restrepo ubicó Angostura en el mapa del departamento del Orinoco es similar a la que otros mapas usan para localizar la ciudad portuaria. Angostura era un puerto que desde la época colonial española tenía buenas defensas, situada en el Orinoco a 250 millas río arriba desde el océano Atlántico. El control sobre Angostura significaba el control sobre el sistema de transporte del río Orinoco, que corría hacia dentro de las llanuras del interior de la provincia de Guyana y facilitaba el transporte del ganado y de otros recursos naturales desde el interior para el comercio con los comerciantes en el Caribe. Vale la pena anotar que el primer patriota que atacó las posiciones realistas en la cuenca del río Orinoco fue Piar. En 1816 Piar reunió sus tropas y partió para los llanos de Maturín, su base regional de apoyo. Desde ahí se dirigió a Angostura (hoy Ciudad Bolívar). Piar correctamente identificó que las misiones capuchinas catalanas a lo largo del río Caroní, un afluente del Orinoco, eran las más productivas en la región. A principios de febrero de 1817, Piar aseguró líneas de suministro para sus tropas al dominar militarmente a las misiones. El suyo fue el primer ataque exitoso a las misiones desde el comienzo de las guerras de independencia. El Atlas de Restrepo no registra esta victoria. Sin embargo, Restrepo sí localizó algunas de las misiones. Las misiones del Caroní ya se conocían y estuvieron bien documentadas en forma cartográfica en Europa. Ya en 1775, Cruz Cano y Olmedilla habían identificado a los diferentes pueblos de misión situados a lo largo del río Caroní. En el Atlas de Restrepo también identifican los asentamientos individuales a lo largo del Caroní (véase figura 9). En este mapa, Guyana 406

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Figura 9. Carta del departamento del Orinoco o Maturín. [Mapa]. En Restrepo, J. M. (1827). Historia de la revolución de la República de Colombia, Altas. París: Librería Americana.

Vieja y la misión Pastora se identifican con el mismo molde de letra. Solo Angostura tiene un estatus más importante en la región que estas dos ciudades. Como veremos, fue la significación histórica de Pastora, no su importancia territorial en la región, que explica tal énfasis cartográfico. El problema de la guerra a muerte y su despliegue cartográfico La toma de las misiones del Caroní por las tropas de Piar fueron el resultado de varias batallas, y este movimiento militar fue clave para la independencia de Colombia. Al bajar al Orinoco desde Maturín, los soldados de Piar estaban disgustados, y varios de ellos lo abandonaron a principios de enero para reunirse con Bolívar en la cuenca del Caribe. Piar inmediatamente se comunicó con Bolívar y le exigió el más severo castigo para los desertores.39 También Piar reconoció la importancia de la victoria con el fin de apaciguar a sus hombres y mantenerlos leales, esta es la razón por la cual él puso su mirada en las misiones de Caroni. Un fraile capuchino, Nicolás de Vich, se escapó del ataque Piar y escribió sobre sus experiencias cuando estuvo en el exilo en España (Vich, 1818). Su informe describe la fundación de las misiones en 1724 y las más de 20.000 personas que poblaron las veintisiete ciudades que componían las misiones en 1816. La abundante mano de obra y tierras fértiles proporcionaban víveres y suministros a las ciudades importantes: Angostura y Lynch, (2006), p. 106, citando Piar a Bolívar, San Felipe, 31 de enero de 1817. En O’Leary, (1880, XV, pp. 150-155). 39

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Guayana la Vieja. Durante todo el periodo de la insurgencia estas misiones habían resistido a las fuerzas patriotas, y los frailes catalanes a menudo incitaban a los indios de la misión para que se defendieran contra los ataques de los insurgentes. La principal defensa española estaba radicada en Guayana la Vieja, razón por la cual Piar estratégicamente ordenó a sus tropas bloquear esa ciudad y, a mediados de febrero, tuvieron éxito (Slatta & Grummond, 2003, p. 154). Piar y sus hombres se tomaron las misiones y tomaron presos a los 34 frailes capuchinos catalanes que dirigían las misiones.40 Para entonces, Manuel Piar reconoció que los realistas de todos modos seguían siendo una amenaza contra su estrategia. Piar puso al vicario caraqueño del ejército patriota, José Félix Blanco (1782-1872), a cargo de las misiones. Esto le permitió a Piar seguir con el control de los ataques hacia los realistas en el resto de la región, sabiendo que las provisiones de las misiones llegarían a sus tropas sin interrupción (O’Leary, 1880, vol. 15, pp. 195-228). La decisión de Piar de tomar a los frailes prisioneros y no ejecutarlos respetaba el llamado de Bolívar en 1816 para poner fin a la guerra a muerte. El problema era que los frailes que habían sido capturados fueron los mismos hombres que habían dirigido las misiones del Caroní, que a su vez habían suministrado las tropas españolas con los caballos, alimentos, y víveres que permitieron a los realistas pelear contra las tropas de Piar. Por otra parte, los misioneros mismos habían repelido los ataques patriotas.41 Aparentemente, las tropas llaneras de Piar no estaban felices con la idea de tener que preservarles la vida a los sacerdotes capturados. Cinco personas escaparon y catorce murieron en cautiverio, lo que sugiere el odio visceral que los hombres de Piar tenían por las tropas realistas.42

  Blanco & Azpurúa, (1876, vol. VI, p. 617); Vich, (1818, p. 11).   El catalán fray Nicolás Vich, quien escapó, recordó más tarde la manera como los rebeldes, indignados por no poder matar a los frailes, los intimidaban, amenazándoles con hacer arneses de sus barbas. (Vich, 1818, pp. 16-22). 42   Ver: Lynch, (2006, p. 103); Vich, (1818, p. 11). 40 41

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Más de 500 soldados españoles murieron en la batalla de San Félix, pero de acuerdo con un informe, los hombres de Piar no tomaron prisioneros. Según algunos reportes, todos los 300 prisioneros realistas de la guerra murieron, entre ellos 75 oficiales (Blanco y Azupurúa, 1876, Documentos, vol. 5, pp. 647-648). Al caer la noche, los realistas sobrevivientes se retiraron, dejando atrás suministros valiosos y municiones. Bolívar llegó el 2 de mayo de 1817 a la cuenca del Orinoco procedente de la ciudad costera de Barcelona para unirse a Piar (Slatta & Grummond, 2003, p. 155). El encuentro entre los dos fue difícil. Bolívar había entrado a un teatro militar nuevo y desconocido para él. Piar era el general que realmente controlaba las tropas patriotas en la zona. Como lo explicó el presbítero Juan José Blanco, —quien estuvo encargado de las misiones—, Bolívar carecía de la resonante vos de mando y de la obediencia de sus tropas, y en realidad solo unos cuantos funcionarios lo reconocían.43 El aislamiento de Bolívar era, en gran parte, debido al comando victorioso de Piar, pero Bolívar aún no se había probado como líder en el campo de la batalla del Orinoco. El registro histórico se vuelve turbio después de la victoria de Piar en San Félix. Con base en lo que se puede reconstruir a partir de diversas fuentes, sabemos que Piar fue a Angostura la primera semana de mayo de 1817 a reunirse con Bolívar e informarle sobre la reciente victoria patriota (Blanco & Azpurúa, 1876, Documentos, vol. 5, pp. 646-648). Posteriormente, Piar trasladó sus operaciones militares a Juncal, más al norte.44 Al mismo tiempo, el presbítero Blanco dejó su puesto en las misiones para reunirse con Bolívar en Angostura.45 Mientras que Blanco y Piar se encontraban fuera de las misiones, Bolívar envió al coronel Jacinto   “Declaración del venerable José Félix Blanco hecho de su puño y letra en los últimos días de su vida, por incitación de Ramón Azpurúa, como necesaria para ilustración de la historia en un episodio grave de la guerra de Independencia en Guayana por el año de 1817”. (Blanco & Azpurúa, 1876, Documentos, vol. 5, p. 647). 44   Blanco & Azpurúa, 1876, Documentos, vol. 5, pp. 634-635. Citando Baralt’s history. 45   Blanco & Azpurúa, 1876, Documentos, vol. 5, pp. 646-648. 43

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Lara y el capitán Juan de Dios Monzón a la misión de San Ramón de Caruachi, donde se encontraban detenidos los frailes capuchinos.46 Una vez allí, los hombres de Bolívar ordenaron la ejecución de los cautivos capuchinos restantes en un despliegue espectacular de crueldad. Estas ejecuciones han estimulado un gran debate entre los historiadores, sobre todo en términos de qué tanto Bolívar fue responsable por la muerte de los frailes. Restrepo se unió a otros historiadores que apoyaban a Bolívar al explicar el incidente como un infortunado malentendido de las órdenes del Libertador. Supuestamente Bolívar había ordenado a sus hombres para que enviaran a los capuchinos a otra misión llamada Divina Pastora. Al no estar familiarizados con ese lugar, los hombres de Bolívar entendieron la orden como un eufemismo para la ejecución de los frailes.47 Pero una pequeña ciudad-misión con el nombre de Divina Pastora sí existía. Cruz Cano la identificó en su mapa de 1775, junto a otros dieciocho pueblos misioneros de la región. Nicolás Vich, el fraile catalán que escapó, también identificó a Divina Pastora en sus narraciones desde el exilio. Fundada en 1737, esta fue una de las primeras poblaciones misioneras, pero para 1816 sus habitantes eran apenas 833 indios, o dicho en otros términos, el 4 % de los 20.000 que habitaban los pueblos de misiones en la región.48 En 1875, el presbítero Blanco proveyó un informe de la región en el cual también se encuentra Divina Pastora. Blanco recordó que esta misión, aunque a veces abastecía los pueblos a lo largo del río Caroní y el fuerte de Guayana la Vieja, durante seis meses sufría de una estación seca.49 Esta misión, entonces, no solo era pequeña en términos de su población, sino también periférica a las necesidades productivas de la región. Sin embargo, la representación cartográfica que hace Restrepo de Pastora no sugiere tal marginalidad. El lector de estos mapas creería que Pastora es uno   “Declaración…”. En Blanco & Azpurúa, 1876, Documentos, vol. 5, p. 647.   Restrepo, (1858, vol. 2, p. 402). Ver también Bushnell, (2004, p. 83); Lynch, (2006, pp. 103-104, 282). 48   Vich, (1818, p. 10). 49   Blanco & Azpurúa, (1876, Documentos, vol. 1, pp. 462). 46 47

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de los lugares más importantes de la región puesto que se mantiene estable en el Atlas, —a diferencia de la desaparición de la ciudad de Cariaco—, además, el tamaño de las letras es el mismo que se utiliza para identificar Guyana Vieja, la antigua capital de la región (véase figura 9). Teniendo en cuenta la evidencia disponible es imposible determinar si Bolívar —entre guiños— había pedido la muerte de los frailes encarcelados. El mapa de Cruz Cano, la denuncia del fraile escapado, y el informe de Vicario Blanco identifican la fundación de Divina Pastora, su ubicación, además de su importancia relativa a otras misiones. De todos modos es posible que los oficiales de Bolívar, nuevos en la zona, realmente no supieran que existía una Divina Pastora. Pero, para nuestro caso, lo que es interesante es el énfasis con el cual el Atlas de Restrepo ubica a Pastora. Al destacar Pastora cartográficamente, Restrepo defiende la memoria histórica de Bolívar y demuestra cómo las ejecuciones fueron el resultado de un infortunado “malentendido”. El Atlas de Restrepo intentó dar forma a una imaginación geográfica de la histórica de la revolución. Esta geografía imaginada ubicaba a Bolívar en el centro del proceso de independencia, como líder y libertador. Salva la cara de Bolívar como líder ante un público que no tenía experiencia directa con las dificultades y la lógica que se desarrolla a través de la guerra. Las tropas independentistas y realistas habían desatado una lógica violenta, y una moral propia y sangrienta, lo que hacía difícil contener las tropas sobre el terreno. Bolívar entendía la lógica de la moral y la diplomacia como se juega nacional e internacionalmente. Al no ejecutar a Miranda por traidor, Bolívar evitaba una controversia, pero al exigir de sus biógrafos que se recordara que su intención fue esa, demostraba una mano dura de liderazgo y patriotismo, especialmente cuando su pérdida militar fue en gran parte responsable por el fin de la Primera República. De una manera similar, el hecho que los biógrafos e historiadores que apoyaban a Bolívar insistían en el “malentendido” que llevó a la muerte de los frailes, la opinión pública internacional sobre el Libertador pudo ser salvaguardada. Esto era especialmente necesario teniendo en cuenta que Bolívar nunca reprendió a Lara o a Monzón por haber cometido La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia

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un error tan atroz. Por el contrario, poco después Lara fue ascendido en rango militar. Los historiadores tienen razón al recordar dicho ascenso como una sombra sobre el legado de Bolívar. Pero la promoción que hizo Bolívar a Lara no es un ejemplo de un “inexplicable mal manejo” de la justicia del Libertador, como algunos historiadores han sostenido. De hecho, sí se puede explicar fácilmente. Eso es si tenemos en cuenta un hecho que los historiadores han tendido a perder de vista: después de las ejecuciones de los frailes, la autoridad de Piar entre las tropas patriotas del Orinoco comenzó a derrumbarse, y la de Bolívar se consolidó. La guerra racial de Piar en el contexto geopolítico del Congreso de Cariaco Menos de un mes después de las ejecuciones de los frailes, la cadena de mando sobre las misiones del Caroní había entrado en un completo desorden. Piar escribió cartas frenéticas al vicario Blanco, pidiéndole que diera un informe claro sobre los recursos disponibles de la misión, enfurecido con las órdenes de Bolívar que amenazaban con no atender las necesidades de sus tropas.50 A principios de junio, Piar estuvo tan molesto con el manejo de recursos de las misiones que peticionó a Bolívar para que le diera de alta del servicio militar de tal manera que él pudiera asumir el control completo sobre las misiones desde Upatá.51 Bolívar finalmente accedió a las demandas de Piar. Al mismo tiempo comenzó a circular el rumor que Piar en realidad quería planear una guerra racial que iría en contra de la causa patriota. Bolívar no denunció estos rumores, pero sí los alimentó. Historiadores como John Lynch, que no han cuestionado la palabra de Bolívar en cuanto a la supuesta guerra racial, han perdido de vista un hecho menos emocionante, pero igualmente importante (Lynch, 2006, pp. 104-107); Piar, consternado por el mal manejo de las misiones del Caroní, creía que él podía recuperar el control de la región si él se hiciera cargo de ellas, pero esto cada día se le hacía más y más difícil, en gran parte,   Blanco & Azpurúa, (1876, Documentos, vol. 5, pp. 663-666).   Blanco & Azpurúa, (1876, Documentos, vol. 6, p. 109).

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según sus críticas expresadas a Blanco, por el mal manejo que Bolívar le había dado a los recursos de las misiones. Entonces Piar decidió dejar Guayana y unirse a Santiago Mariño y al Congreso Federal. En junio de 1817, Piar mismo le había dado a entender a Bolívar que la revolución necesitaba instituciones democráticas y autoridades legítimas al lado de la autoridad militar de Bolívar.52 Bolívar pensó que podría disuadir a Piar, sobre todo porque él supo a través del almirante Brión que el Congreso de Cariaco ya se había disuelto a principios de junio.53 Bolívar le escribió a Piar a mediados de junio, informándole que Rafael Urdaneta (1788-1845) y Antonio José de Sucre (1795-1830) se habían rebelado en contra del “gobierno ilegítimo” en Cariaco. Sin los soldados de Urdaneta y Sucre, Mariño se quedaría solo, ya que, según Bolívar, él no tenía nada más que su guardia personal.54 Bolívar esperaba que su carta disuadiera a Piar de unirse a Mariño en Cariaco. Por desgracia, la carta de Bolívar fue capturada por las fuerzas realistas, y nunca llegó a Piar. Sin obtener respuesta a su carta, es posible que Bolívar temiera que la república se hubiera dividido de hecho, pero no necesariamente a lo largo de líneas raciales. Mariño y Piar juntos podrían haber lanzado un duro golpe a la afirmación de Bolívar como el líder de la revolución. Esto se debe a que Mariño tendría acceso no sólo al apoyo de Piar y de sus tropas llaneras, sino también a Madariaga y a una vía diplomática importante. Visto de esta manera, se puede comprender por qué Bolívar buscó ansiosamente la manera de evitar este tipo de alianza entre los generales patriotas. Al saber que el Congreso de Cariaco se había disuelto, Bolívar se centró en Piar. Bolívar necesitaba desacreditar a Piar como general y como ciudadano. Necesitaba aislarlo tanto de las poblaciones de castas   “Carta de Bolívar a Piar, fechada en San Félix el 14 de junio de 1817”. En Gaceta de Caracas, 2 de julio de 1817. 53   Citado en Slatta & Grummond, (2003, p. 156). 54   “Carta de Bolívar a Piar, fechada en San Félix el 14 de junio de 1817”. En Gaceta de Caracas, 2 de julio de 1817. 52

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como de los oficiales de élite criolla. Tenía que hacerlo rotundamente. También fue necesario tener cuidado. Bolívar no podía arriesgarse a alienar ni a las élites blancas o a las tropas llaneras cuyas filas fueron en su mayoría pardas. El Manifiesto de Bolívar, hecho en Guyana el 5 de agosto de 1817, es por lo tanto un ejemplo brillante de cómo el Libertador fortificó un mito de la armonía racial de la república en una coyuntura política particularmente difícil. Bolívar no denunció al general Piar por querer unirse al Congreso de Cariaco. En lugar de atacar y desacreditar a Mariño y a los hombres que participaron en el Congreso —y quienes buscaban fundar una república para poder ganar reconocimiento internacional—, Bolívar encontró un arma más útil: la ansiedad racial que permutaba las guerras de independencia. Bolívar desvió cualquier acusación de violencia racial de sus propias tropas al pintar al general Piar y sus hombres con un pincel cargado de tensión racial. Piar no buscaba obtener la igualdad entre los hombres de color, de acuerdo a Bolívar. Eso fue debido a que ya gozaban de esa igualdad. Su prueba: el asenso a general de un pardo como Piar. Bolívar aprovechó la historia nebulosa de los orígenes de Piar y su posible ilegitimidad para consolidar este argumento. Bolívar sostuvo que al fin y al cabo lo que Piar quería era: “Calumniar al Gobierno de pretender cambiar la forma republicana en la tiránica; proclamar los principios odiosos de guerra de colores para destruir así la igualdad que desde el día glorioso de nuestra insurrección hasta este momento ha sido nuestra base fundamental; instigar a la guerra civil; convidar a la anarquía; aconsejar el asesinato, el robo y el desorden, es en substancia lo que ha hecho Piar desde que obtuvo la licencia de retirarse del ejército que con tantas instancias había solicitado porque los medios estuvieran a su alcance”.55 A finales de agosto, los hombres de Bolívar arrestaron a Piar. Fue juzgado por sedición y conspiración, fue declarado culpable, y ejecutado.   Simón Bolívar, “Manifiesto del Jefe Supremo a los Pueblos de Venezuela”, Cuartel de Guayana, 5 de agosto de 1817. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Recuperado de http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/79150596101682496754491/ p0000002.htm#I_23_ 55

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El plan de Bolívar funcionó. La ejecución de Piar convenció a los otros generales patriotas de que necesitaban declarar su lealtad a Bolívar. Mariño volvió rápidamente a las filas de Bolívar y aceptó la oferta para ser restaurado a una posición de mando. Varios otros generales también cayeron en línea, incluyendo los que asistieron al Congreso de Cariaco como Francisco Antonio Zea y Rafael Urdaneta. José Antonio Páez (1790-1863), uno de los principales caudillos llaneros de la época explicó más tarde que él llegó a aceptar el papel de Bolívar como jefe supremo de la revolución en deferencia a las habilidades militares de Bolívar, su prestigio internacional y, sobre todo, a causa de las muchas ventajas resultantes haber logrado una autoridad suprema central que podía dirigir los diferentes líderes.56 Al recordar el Congreso Federal en Cariaco, y el hecho de que varios generales patriotas y civiles juraron por su legitimidad, podemos entender mejor por qué Bolívar cambió su plan de acción en la región de un plan militar centrado en su liderazgo a crear instituciones políticas cuando lo hizo. A partir de septiembre de 1817, Bolívar participó en varias reformas militares y políticas, y anunció todos los triunfos patriotas posteriores y otras noticias relacionadas a través del Correo del Orinoco, el primer periódico oficial de la República en Angostura. Estas medidas siguieron las recomendaciones que Madariaga —casi que al pie de la letra— le había dado a el Libertador en su carta de 1817. La formación oficial de la Gran Colombia que se dio en Angostura en diciembre de 1819, después de que Bolívar anotó victorias militares claves en la Nueva Granada, evocó las recomendaciones de Madariaga para establecer un Congreso, pero claro está, este Congreso estaba claramente bajo el mando de Bolívar. Sin embargo, Restrepo ridiculizó el Congreso de Cariaco. En cambio, Angostura se identificó como “el Congreso autorizado” que

  Paéz, J. A. (1870). Autobiografía, (2 vols.). Vol. I, pp. 136, 141. New York. Sobre Bolívar y los caudillos Brading, The First America, pp. 603-620 y John Lynch, ‘Bolívar and the Caudillos’, HAHR 63 (1983), pp. 3-36. 56

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llevó a la unidad de Colombia y ocupa, en el Atlas de Restrepo, un lugar destacado (véase figura 9). Conclusión Germán Colmenares identificó claramente la importancia de la Historia de la Revolución de José Manuel Restrepo. Incluso para aquellos que buscan contradecir a Restrepo, su historia ha proporcionado un repertorio fijo e inalterable de los hechos. Esto ha resultado en una prisión historiográfica que ha cerrado los caminos para una mayor investigación en un sinnúmero de acontecimientos sociales.57 Al examinar el Atlas de Restrepo en relación con su relato histórico y con el contexto histórico, descubrimos vías historiográficas enterradas bajo la historia mitificada en sus dimensiones pro-Bolívar y anti-federalistas. El proyecto cartográfico de Restrepo, por lo tanto, tenía dos fines claros: borrar los diseños británicos y portugueses sobre el territorio español que se manifestaron en Colombia Prima, y dar forma a la imaginación geográfica de cómo la historia de la independencia ocurrió en el suelo. En gran medida, sus esfuerzos dieron fruto. Historiadores contemporáneos y posteriores se han reído del “congresillo” en Cariaco, cuando se acuerdan de mencionarlo. Piar se convirtió en un símbolo histórico peligroso, un pardo militante radical que buscaba librar una guerra de exterminio contra todos los blancos. Otras historias, como las que comentan sobre la masacre lamentable de los frailes capuchinos, no tienen en cuenta los cálculos militares y diplomáticos que pudieron haber estado detrás de este hecho. Es más, la memoria histórica de estos eventos interconectados suele aislar a cada uno de los otros. Es mediante la adopción de una mirada cercana al Atlas de Restrepo, en este contexto histórico, que mejor se puede permitir que los fantasmas de Miranda, Piar, y los frailes catalanes regresen.

  Colmenares, (1986, pp. 10-11). Ver también Betancourt Mendieta, (2007, pp. 27-38); Melo, (1996, vol. 107, pp. 46-56).

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Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogranadina, 1820-1850 John Jairo Cárdenas Herrera Universidad Antonio Nariño, Colombia

Introducción Cuando surgen las preguntas sobre ¿cómo se ha construido la nación a la que pertenezco? o ¿cómo se ha formado el Estado del que hago parte? múltiples caminos se abren como opciones para intentar responder: el camino del pasado común; el camino de la lengua o la religión, como conectores sociales; el camino de la providencia, que todo lo puede; o el dejado por los héroes que erigieron con tanto ahínco la historia (historia de bronce). Para este capítulo se ha optado por los lenguajes económicos que están presentes en la emergencia del Estado nacional entre 1820 y 1850. Es decir, se analizarán los discursos, los conceptos y las políticas económicas contenidos en la prensa neogranadina que configuraron la formación del Estado nacional en la primera mitad del siglo XIX. La investigación histórica contemporánea ha superado la historia de las ideas (Palti, 2007, pp. 64-66) y ha transitado hacia nuevos horizontes en donde la historia intelectual y la historia conceptual son las perspectivas más estimulantes y, en ellas, la preocupación por la reconstrucción de los efectos políticos de los lenguajes es fundamental. Es decir, se pasa del estudio de los discursos como un conjunto de enunciados a los discursos como sistemas retóricos que legitiman o refutan concepciones ideológicas con el objeto de dotar de sentido a su contexto de producción y transformar la realidad de la que hacen parte (Gómez Velasco, 1999, p. 28). Esta perspectiva analítica comporta pasar de la investigación textual de los contenidos a los aparatos argumentativos 421

que los subyacen, tratando de comprender el tiempo histórico del que hacen parte (Koselleck, 1993, p. 333). Una vez escogido el camino es importante estar atento a las señales sobre la vía que permitirán que no nos desviemos de la ruta, y el periodo estudiado cuenta con una prodigalidad de señales que facilitan el transitar: se trata de los múltiples periódicos que se publicaron entre 1820 y 1850: El progreso de Juan Torres Caicedo, El Nacional de José Antonio Caro y Mariano Ospina Rodríguez, El Siglo de Julio Arboleda, El Conservador de José Joaquín Ortiz, La Bandera Nacional de Lorenzo María Lleras y Florentino González, La Gaceta Mercantil: Diario comercial, político y literario de Manuel Murillo Toro (Santa Marta), El Neogranadino de Manuel Ancízar, El Alacrán de Germán Gutiérrez de Piñeres y Joaquín Pablo Posada, entre otros. Estos periódicos sirven como mecanismos de difusión de los lenguajes económicos y como constructores de opinión pública por parte de las élites neogranadinas y tienen al debate económico como uno de sus principales temas de interés. En este capítulo se usará el concepto de patriotismo (Cárdenas Herrera, 2011, p. 15) como la actitud identitaria de los habitantes de la Nueva Granada con respecto del territorio y los recursos del país, defendiéndolos, exaltándolos y poniendo en ellos un horizonte de expectativa lleno de ilusión y progreso. Por supuesto este concepto tuvo variaciones a lo largo de la última parte del periodo colonial y la primera de la construcción republicana. A continuación se dará cuenta de la producción intelectual de los pensadores económicos neogranadinos1, en el marco de la construcción estatal republicana (1820-1850), publicada en la prensa como mecanismo de construcción de opinión, presentando los principales debates que en ella se dieron, los conceptos que se esgrimían y el efecto de estos sobre la transformación de la sociedad, en particular en torno a los tipos de acción económica que debían acompañar el proceso de construcción de las bases del Estado emergente.   A lo largo del capítulo se hará referencia a la signatura “pensadores económicos” para designar al conjunto de individuos nacidos en la Nueva Granada que se encargan de estudiar con algún grado de sistematicidad los asuntos económicos del momento. Si bien ellos no construyeron teorías explicativas, sí crearon lenguajes económicos que coadyuvaron a la transformación política y económica de la Nueva Granada.

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Se estudiarán estos lenguajes económicos, visibilizados en la prensa neogranadina, como mecanismos para aprehender el utillaje conceptual de las élites con el que dotaron de sentido los retos que enfrentaron. Se estudiará cómo dichos discursos tuvieron lugar, más que el conjunto de enunciados que los componen (Koselleck, 1993, p. 105). En este sentido, el espacio de experiencia (el pasado) y el horizonte de expectativas (el futuro) son aspectos que permiten construir interpretaciones sobre la intencionalidad y la proyección de la acción política que estos sujetos tenían y esgrimían por medio de sus argumentos (Koselleck, 1993, p. 106). Para el estudio de los lenguajes económicos en la prensa neogranadina entre 1820 y 1850 se asumirán tres momentos de análisis: a) los comienzos de la República (1821-1826), por considerar que fue una fase en donde los debates económicos sentaron la forma institucional que va a tomar el Estado grancolombiano, que demandaba unos esfuerzos materiales y en particular unos esfuerzos fiscales que hicieron del debate económico una constante en la prensa institucional y no institucional; b) la crisis de la Gran Colombia y la construcción estatal neogranadina, en donde los lenguajes económicos empezaron a virar hacia el debate en torno a la construcción de una economía nacional (1830-1833); c) la creación de los partidos políticos que van a reorientar los lenguajes económicos soportándolos sobre una base partidista que implica un nuevo componente ideológico (1848-1850). Los periódicos que se han revisado para dar piso a las ideas contenidas en este capítulo son: La Gaceta de Colombia (1821-1831), La Gaceta de Santafé (1819-1822) y el Constitucional (1824-1827), para la primera etapa; Gaceta de la Nueva Granada (1832-1847), Constitucional de Cundinamarca (1831-1833), El Neogranadino (1833) y Bandera Nacional (1837-1839), para la segunda; y El Neo-Granadino (1848-1849), El Alacrán (1849) y El Día (1844-1851), para la tercera. Los lenguajes económicos en la primera mitad del siglo XIX La historia de las doctrinas económicas en el siglo XIX está signada por el surgimiento de aparatos teóricos, argumentativos y analíticos que se enfrentaron al reto de interpretar la cambiante estructura económica Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogranadina, 1820-1850

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del momento: el capitalismo se vuelve una realidad en Occidente y la industrialización avasalla con sus transformaciones sociales, políticas y culturales. En este escenario, los lenguajes económicos emergieron como nodo de las discusiones en un sector importante de la intelectualidad: François Quesnay, Adam Smith2, David Ricardo3, Robert Malthus4, Jean Babptiste Say5, John Stuart Mill6, Simonde de Sismondi7, Karl Marx8, William Jevons9 y Leon Walras10 fueron los más destacados de estos autores. Un problema económico concentró los debates teóricos de estos años: ¿cuál es la fuente del valor? y por otra parte ¿cómo cuantificar la representación de este valor, es decir los precios? (Cuevas, 1986). Este asunto estuvo en el zócalo de las discusiones de buena parte del siglo XIX y perspectivas muy diversas aparecieron como alternativas de respuesta: el valor-trabajo de los clásicos —Smith, Ricardo, Malthus y Mill—, el valor social del trabajo de Marx y el utilitarismo de los neoclásicos —Jevons, Walras y Marshall—, intentaron resolver estos problemas (Dobb, 1998). En lugares como la Nueva Granada, los lenguajes económicos giraban en torno a problemas menos abstractos, o por lo menos con un grado de inmediatez más notorio, que ya desde la Colonia concentraban la atención de los pensadores criollos y peninsulares, en particular la política económica que se debía seguir en los principales ramos: la agricultura, el comercio, la minería y la manufactura.11 No obstante lo anotado, el lenguaje económi    4   5   6   7   8   9  

Cfr. Smith, (1997). Cfr. Ricardo, (1997). Cfr. Malthus & Maynard Keynes, (1998). Cfr. Say, (1821). Cfr. Mill, (1996). Cfr. Sismondi, (1815). Cfr. Marx, (2001). Cfr. Jevons, (1965). 10   Cfr. Walras, (1987). 11   Para una panorámica general de los lenguajes económicos en la Nueva Granada de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX remitirse a: Nariño, (1982, pp. 13-37); 2 3

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III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad

co europeo tuvo presencia en el discurso económico neogranadino, pues muchos de los pensadores económicos los habían conocido o bien por sus viajes (Martínez, 2001) o bien por la circulación de libros, que cada vez era más fluida en la Nueva Granada (Jaramillo Uribe, 2001). Con la Independencia (Cárdenas Herrera, 2010) se incorporan nuevos focos de discusión en materia de política económica, ya que la creación de un estado republicano requirió de una financiación que obligaba a pensar nuevos problemas. Así surgió el tema acuciante de la fiscalidad tanto en términos de política exterior (aduanas) e interior (impuestos) en los primeros años de la Gran Colombia, como consecuencia del endeudamiento que la guerra de independencia había dejado (Liehr, 1989). Luego, con la muerte de Bolívar y la secesión del proyecto grancolombiano se produjo un viraje en las discusiones en materia de política económica hacia la construcción de un mercado nacional, basada en el sector real12: agricultura, comercio y manufactura (Ospina Vásquez, 1955), aunque el problema fiscal no había desaparecido del lenguaje económico de la época pues con la separación de la Gran Colombia vino la urgencia de asumir la parte de deuda correspondiente. Posteriormente, en la esfera pública neogranadina de mediados del siglo XIX, se acentúa el debate libre comercio versus proteccionismo (Ocampo, 1984) que ya había hecho carrera en el lenguaje económico de las élites desde los años 30 de este siglo, pero ahora se daba con un claro acento partidista que implicaba posturas gremiales en torno a la política económica a seguir. Autores como de Antonio Narváez y La Torre y José Ignacio de Pombo ver: Ortiz, (1965); de José Ignacio de Pombo se destacan Comercio y contrabando en Cartagena de Indias. 1800, (1986); Informe de don José Ignacio de Pombo al Consulado de Cartagena sobre asuntos económicos y fiscales, Cartagena de Indias, 1807, (1921); Informe sobre el fomento agrícola, comercio e industrias, Cartagena de Indias, 1810; de Pedro Fermín de Vargas: Virreinato De Santafé: agricultura, minería, comercio y población, (s. f.), y Pensamientos Políticos sobre la Agricultura, Comercio y Minas del Virreinato de Santafé de Bogotá y Memoria sobre la Población del Nuevo Reino de Granada, (1953). 12   En teoría económica, sector real se refiere al conjunto de empresas dedicadas a la producción y comercialización de bienes y servicios. Para el tema de este capítulo aplica para agrupar: la manufactura, la agricultura, la minería y la industria. Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogranadina, 1820-1850

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José María Castillo y Rada, Francisco de Paula Santander, Manuel Murillo Toro, Vicente Azuero, Ezequiel Rojas, Florentino González, Lorenzo María Lleras y José Joaquín Ortiz, entre otros, hicieron propuestas en torno a estos problemas y debates proponiendo políticas que intentaban transformar las dinámicas económicas en la Nueva Granada. La Gran Colombia El periodo tardío colonial neogranadino había experimentado uno de los mayores interregnos de crecimiento económico durante el periodo de dominación española. Con el advenimiento de la independencia dicho crecimiento se detuvo y los ingresos del Estado en construcción disminuyeron, entre otras razones por la eliminación de muchos de los impuestos coloniales, entre los que se destacan los aduaneros, la sisa (a la venta de víveres), el tributo indígena, algunos monopolios y la alcabala (impuesto a las ventas) (Liehr, 1989, pp. 465-488), obligando a la Gran Colombia a tratar de recurrir a fuentes externas de financiamiento para la construcción estatal. El país con el que se contrajo mayor deuda fue Inglaterra. Estas políticas fueron criticadas por pensadores económicos como Castillo y Rada pero aplicadas por el ideal de Bolívar de fracturar el sistema tributario colonial. Fueron medidas que no duraron mucho pues en 1828 la mayoría de los impuestos coloniales se restablecieron por el mismo Bolívar por extrema necesidad fiscal. El tema central de los lenguajes económicos de estos años fue el problema fiscal, fruto de diversas circunstancias, entre ellas los empréstitos tanto internos como externos en los que se había incurrido para financiar la guerra, así como la carga salarial que significaba el ejército. La guerra de independencia dejó al ejército como la institución más fuerte de la nueva sociedad republicana que, al contar con una fuerza militar de más de 30.000 hombres, entró en graves aprietos fiscales (Thibaud, 2003, pp. 215-261). Después de la independencia política, la Gran Colombia se caracterizó por tener una estructura económica de tipo agrario, en donde el espacio y la participación del comercio internacional eran mínimos y se concentraban en pocos productos (oro y tabaco principalmente), según el vaivén de la demanda y los precios internacionales. El ideal de convertir 426

III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad

a la República de Colombia en un proyecto viable hizo que el problema fiscal pronto se convirtiera en tema central de la producción intelectual de los pensadores económicos del momento, la mayoría funcionarios estatales, ellos tenían el reto de proponer un sistema tributario que no creara tensiones sociales pero que garantizara el funcionamiento institucional de la república (Bushnell, 1984, pp. 101-141). Los debates iban dirigidos al público, signatura que reunía a un cuerpo social aparentemente homogéneo, pero con claros matices y diferencias: sociales, étnicas y económicas, cuya principal característica (que se pretendía común) era el patriotismo13, que pese a las diferentes aristas que tenía, era citado recurrentemente en la prensa como valor e ideal supremo del ciudadano republicano. Por cierto, el concepto de patriotismo será el hilo conductor de todo el capítulo pues si bien tiene diferentes matices y transformaciones a lo largo del periodo estudiado se presenta como el principal referente conceptual del horizonte de expectativa formulado por los pensadores económicos criollos. Este público no sólo era el destinatario de los debates económicos de la prensa del momento, también era el objeto de recepción de sus impactos. Es decir, los efectos que estos lenguajes económicos producían tenían a la población como principal receptor: impuestos, salarios, prebendas, limitaciones, etcétera. Así pues, en la prensa no solo tuvieron presencia los debates ideológicos, en torno a la política económica, sino los problemas concretos que dichas políticas causaban a la población. En una comunicación, fechada en octubre de 1823, hecha por el juez político del cantón de la capital Bogotá14: Sebastián Esguerra se refiere la intención de dicho juez de dimitir de su cargo por las críticas hechas en la Gaceta de Colombia15, por la lentitud en el cobro del subsidio decretado por el Congreso Nacional como medida extraordinaria para aliviar la estrechez fiscal de la república.   Ver nota al pie núm. 1 sobre la signatura “pensadores económicos”.   La capital de Colombia luego de la Constitución de Cúcuta era Bogotá, la otrora Santafé colonial. 15   Recaudación de contribuciones, Gaceta de Colombia, Bogotá, domingo, 5 de octubre de 1823, núm. 103, p. 2. 13 14

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Asi es que he podido recaudar sobre once mil pesos que tengo enterados; pero a pesar de toda esta actividad, he visto que se censura mi conducta en el particular en la Gaceta del Domingo 5 del corriente, núm. 103, admirándose de que en esta Capital todavía no se háya cobrado el completo de dicho subsidio, atribuyéndolo al poco zelo é interés con que en esta parte se ha procedido; y lo que es mas, asegurando falsamente al público, de que solo se ha publicado un Bando en tres ó quatro esquinas para que concurran los contribuyentes á hacer el pago.16

Por cierto, los subsidios se convirtieron en un tipo de contribución directa a la que el gobierno acudió como medida para recoger dinero (Bushnell, 1984, p. 124)17, causando inconformidad y problemas de recaudo, como se observa en la anterior cita, pues gravaba a toda la población, aunque con montos diferenciados. El argumento de los funcionarios del gobierno era que los impuestos directos eran más benéficos para la población que los impuestos indirectos, además eran menos oprobiosos y aberrantes que los impuestos coloniales. La urgencia fiscal trascendía los dogmas liberales del gobierno colombiano y hacía que interviniera en la economía, a través de la tributación. Estos conceptos fiscales se presentaban a la opinión a través de la prensa oficialista, en particular en la Gaceta de Colombia. Para 1823, los ingresos del gobierno eran de $5.000.000 y los gastos de $14.000.000 (Bushnell, 1984, p. 126), así que existía un déficit de $9.000.000, una cifra abrumadora que conllevó al crédito solicitado a Inglaterra al año siguiente. Las propuestas fiscales que se hicieron en la prensa neogranadina para responder a esta realidad no eran sólo de tipo impositivo, también se hacían propuestas de ajuste económico que   Sebastián Esguerra, “El jefe político de la capital de Bogota, satisface al público sobre la censura que se la ha hecho en la Gaceta de Colombia del domingo 5 del corriente, No. 103, atribuyéndole poco celo e interés en el cobro del subsidio”, Imprenta de Espinosa, Bogotá, 4 de octubre de 1823, Biblioteca Nacional de Colombia, Bogotá, Fondo Pineda, p. 389. 17   La deuda interna se había incrementado en $500.000 que el gobierno había obtenido con base en estas medidas. 16

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III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad

afectaban a los funcionarios estatales. En 1827, en la Gaceta de Colombia núm. 286 aparece un artículo que propone la reducción de los sueldos de los funcionarios públicos a dos tercios y a la mitad si era necesario, e incluso gravar con impuestos directos a la población, “Uno que otro rumor, tan injusto como los de su clase, atribuye á influjo y consejo del gobierno la imposición decretada por el LIBERTADOR presidente de 3 pesos á cada persona libre desde 14 hasta 60 años cumplidos.”18 Uno de los sectores más afectados por las políticas de ajuste fiscal fueron los funcionarios estatales, con excepción de los altos mandos militares (Bushnell, 1984, p. 122)19, a los que se les trataba con deferencia, pues se aplicaron reducciones salariales en aras de ahorrar recursos. En los primeros años de la República “el costo de la burocracia era bastante elevado” (Bushnell, 1984, p. 121) y esta coyuntura hizo que los lenguajes económicos oficiales se orientaran hacia el posicionamiento de medidas fiscales en la opinión pública. Es cierto que sino se reducen nuestros gastos no se restablece el crédito público de la mortal ruina, que padece; pero esto no se logra á nuestro modo de entender privando de su alimento á los que tanto han servido a la patria, y consumido su juventud en el ejército, sino disminuyendo la fuerza total de este, economizando los ascensos, reduciendo los empleos, que pueden servirse unidos a otros, y si se quiere poniendo á los empleados por algún tiempo á dos tercios ó mitad de sueldo.20

El argumento dado en el artículo compara los sacrificios de los militares durante la guerra de independencia, en pro de la patria, con los sacrificios de los funcionarios estatales, por esa misma patria, para salvar al crédito público, lo que, por supuesto, generó reacciones inmediatas entre los   “Capitación”, Gaceta de Colombia, Bogotá, domingo 8 de abril de 1827, núm. 286, p. 1. 19   En el periodo 1825-1826 los gastos militares y de marina constituían las tres cuartas partes de los gastos de funcionamiento del gobierno, cerca de $5.000.000. 20   “Capitación”, Gaceta de Colombia, Bogotá, abril de 1827, núm. 286, p. 1. 18

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empleados oficiales que no dudaron en lanzar a la opinión libelos en los que denunciaban dichas propuestas. El autor de este artículo debía haber considerado los principios de la justicia antes de consultar las razones de conveniencia. Su proposición traducida al castellano, quiere decir, que se puede usurpar a los empleados lo que legítimamente les corresponde con tal que no mueran de hambre.21

Los conceptos que la opinión pública empieza a blandir para defender sus intereses se valen de los mismos lenguajes republicanos presentados en la prensa oficialista, así por ejemplo, el argumento de la justicia se coloca como soporte de la defensa que los empleados hacen de sus intereses laborales. Otra medida que afectó a los empleados estatales fue el pago en vales, medida aplicada desde la guerra de independencia. Clément Thibaud (2003, pp. 311-354) sostiene que durante la guerra, en el norte suramericano, el ejército era la institución más moderna y más fuerte del periodo, razones que lo convirtieron en un Estado de facto que creó no sólo leyes sino rasgos identitarios para garantizar el triunfo militar. Este Estado paralelo generaba vales y certificaciones para financiarse, práctica que siguió en la República, lo que incrementó la deuda interna y devaluó los títulos valores emitidos por el establecimiento. Las razones de estas medidas giraron en torno a la necesidad de atender al problema más acuciante de los primeros años del proyecto republicano: la deuda pública.22 Los empleados también se pronunciaron frente a estos vales, con los cuales la naciente república intentaba ‘recompensar’ sus esfuerzos, ¿Cual es la compensación que se ofrece a los empleados? Ya se sabe: certificaciones, ó vales, que no se amortizarán en mucho tiempo; y que   Unos empleados, Economía moderna, Popayán, abril 27 de 1827, Impreso por B. Zizero, Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo Pineda 207, Pieza 55, p. 1. 22   En 1824, en cabeza de Francisco Antonio Zea, la Nueva Granada obtuvo un préstamo por cerca de 5.000.000 de libras esterlinas para resolver urgencias fiscales, ya para 1825 la deuda, tanto interna como externa ascendía a $10.000.000 (Bushnell, 1984, p. 122) 21

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III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad

tendrán tanta estimación en el comercio, como los que se han expedido hasta ahora que no hay quien de un ochavo por ellos: documentos que siendo inútiles a sus tenedores, solo servirán de acrecer la deuda interior.23

La deuda pública de la independencia se financió con base en el oro. Durante el siglo XIX este mismo oro hizo que la república tuviera abiertas las puertas de la banca internacional para acceder a empréstitos internacionales.24 Así pues, para la prensa, la deuda pública se convirtió en una variable fundamental presente en la explicación del poco desarrollo de las fuerzas productivas colombianas y que, sumada a la escaza población, a la concentración de la política económica en el problema fiscal, al descuido de la política agraria, comercial, minera y manufacturera (que eran la garantía de una tributación dúctil y sostenible), explican el bajo adelanto económico de los primeros años de la República. La agricultura y la ganadería se habían deprimido considerablemente con la guerra y no se hizo nada por tratar de salvarlos, debido a que los esfuerzos del gobierno se concentraban en financiar al Estado en el corto plazo, por lo que la política fiscal fue reina, y no hubo planes económicos que proyectaran el desenvolvimiento económico en el mediano y largo plazo. En cuanto a la manufactura, las importaciones de textiles y productos de consumo básico seguían creciendo, sin incentivar a los focos de producción local, todo lo cual desembocó en una tributación limitada de los sectores productivos de la economía. El problema de los ingresos estatales se trató de compensar a través de contribuciones directas, pero no alcanzaron a cubrir ni la décima parte de los ingresos totales. En 1825, los derechos de aduana representaron el 60.3 % de los ingresos del Estado, mientras que los ingresos por contribuciones directas e indirectas de la población sólo llegaron a un poco   Unos empleados, Economía moderna, Popayán, abril 27 de 1827, Impreso por B. Zizero, Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo Pineda 207, Pieza 55, p. 2. 24   En este periodo, la Nueva Granada era uno de los principales exportadores auríferos del mundo. 23

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más del 4 %, por muchas razones: desde la logística del recaudo hasta la oposición de las élites a concurrir en este tipo de pagos. Las contribuciones indirectas (impuestos que se imponen a ciertos bienes o servicios y que no están sujetos a la capacidad de pago del contribuyente, a diferencia de los directos en que sí lo están) seguían afectando mucho más a las clases populares que a las élites, lo que constituía un sistema fiscal injusto basado en los privilegios. En cuanto a los gastos, el 66.4 % iban para defensa y un 27.3 % para pago de deuda (Liehr, 1989, p. 467). Con la independencia se logró uno de los principales intereses de los comerciantes neogranadinos: la posibilidad de intercambiar con todas las naciones del mundo, asunto que dinamizó el comercio exterior; sin embargo, también se redujeron los gravámenes a la importación y a la exportación (los impuestos coloniales como por ejemplo almojarifazgo25 y almirantazgo26 fueron unificados entre el 15 % y el 35 %), aspectos claves de la política del libre cambio dirigidas a evitar que el Estado interviniera en el comercio internacional. La estrechez fiscal hizo que los recursos destinados para infraestructura fueran mínimos, produciendo un atraso en la creación de vías de comunicación y transportes. A su vez, la no existencia de una red de caminos adecuada para el transporte de personas y mercancías no permitió la configuración de un mercado nacional: un circuito económico que conectara las regiones del país, con sus respectivos productos y mercancías. Situación agravada aún más por las dificultades propias del territorio colombiano, que hacía mucho más complicadas las comunicaciones internas que hicieron que la exportación de productos del interior hacia los mercados internacionales fuera toda una travesía. El tema de la infraestructura y la construcción de un mercado nacional fue el tema central de los debates económicos en los años 30, luego de la secesión de la Gran Colombia, tema que ser tratará a continuación.   Arancel colonial al ingreso y salida de mercancías por puertos autorizados por la Corona. 26   Era un impuesto colonial con destino a la marina que pagaban las embarcaciones que tocaban puertos españoles. 25

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III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad

La República de la Nueva Granada Con la muerte de Bolívar, el 17 de diciembre de 1830, el proyecto de la “Gran Colombia” tuvo su golpe de gracia. La Nueva Granada, departamento de Cundinamarca en el proyecto bolivariano, se dispuso a construir su estructura estatal desde una perspectiva liberal. Este fenómeno tuvo a la prensa, La Gazeta de la Nueva Granada y el Constitucional de Cundinamarca, como mecanismos para visibilizar este proyecto, orientando y creando opinión a través de los debates económicos en torno a la necesidad de sentar las bases de una “economía nacional”. En octubre de 1831, los editores del Constitucional de Cundinamarca publicaron un aparte de una obra, de un autor que no refieren, en donde se observa este nuevo rumbo del pensamiento económico neogranadino, “El ministro de hacienda debe ocuparse sin cesar en mejorar la agricultura, las manufacturas i el comercio, que son las tres fuentes de la renta nacional, porque de esta renta solamente es que se puede sacar la del gobierno.”27 No es que este tipo de lenguajes apareciera por primera vez, sino que en ese momento eran puestos como responsabilidades efectivas del gobierno, lo que no implicó que el debate fiscal desapareciera en esta etapa sino que se reorientó hacia el sector real (Jaramillo Uribe, 2001).28 Es decir, los lenguajes económicos argumentaban que una tributación fluida y sostenible era consecuencia de un desarrollo económico de la Nueva Granada y para que esto se diera era necesario que el Estado interviniera. La intervención estatal implicó medidas como la protección a ciertos sectores de la economía, mediante gravámenes a las importaciones y estímulo a sectores claves. En 1838, por ejemplo, se presentó en la Cámara de Representantes29 un proyecto de creación de una flota mercante nacional mediante la exención de impuestos para la construcción de buques con la intención de fortalecer la exportación de productos neogranadinos.   “De la hacienda pública”, Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, domingo 16 de octubre de 1831, núm. 4, p. 15. 28   Ver nota al pie núm. 12. 29   “Proyecto de decreto presentado en la Cámara de Representantes”, La Bandera Nacional, Bogotá, Semestre II, domingo 6 de mayo de 1838, núm. 29, p. 118. 27

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Así, el patriotismo de la década de los años 30 se centró en la configuración de un mercado nacional, basado en las posibilidades económicas del territorio y los recursos de la Nueva Granada, esto se puede observar en el siguiente fragmento de un artículo publicado en El Neogranadino, periódico que antecede a El Neo-Granadino del liberal Manuel Ancízar a mediados de siglo, impreso por A. Roderick. Nuestra Patria, esta tierra fecunda en riquezas incalculables, se halla hoi haciendo el triste papel de cajera de los señores comerciantes extranjeros. Nos es mui doloroso tocar este delicado é interesante negocio pero haríamos traición a nuestros deberes, si siguiésemos observando el sepulcral silencio que, hasta ahora, se ha guardado.30

Para que esto fuera posible, el proteccionismo y la intervención estatal aparecieron en los lenguajes económicos como políticas ideales para su construcción. Es decir, los pensadores económicos neogranadinos desarrollaron y divulgaron el concepto de ventajas comparativas y absolutas entre las naciones, que creaban desigualdades y que hacían necesario proteger a los débiles de los fuertes, lo cual sólo era posible, en el campo económico, con la aplicación de políticas proteccionistas. En 25 de mayo de 1825, la República de Colombia celebró un tratado solemne con S. M. el rei de la Gran-Bretaña é Irlanda, tratado sublime en política pero muy nugatorio para Colombia, en su práctica. En efecto, las dos partes pactaron sobre el principio de una perfecta igualdad, i como si la existencia de Colombia hubiese igualado en fecha á aquella que tiene la anciana Inglaterra; como si Colombia hubiese poseído la incalculable industria que forma la inmensa riqueza de la Gran Bretaña, como si finalmente, en Colombia hubiese existido aquel caudal de luces, de numerario y de crédito universal que goza la nación inglesa, que con razón se llama la primera del mundo culto.31   “Comercio”, El Neogranadino, Bogotá, trimestre 1, núm. 5, domingo 15 de diciembre de 1833, pp. 19-20. 31   “Comercio”, El Neogranadino, Bogotá, trimestre 1, núm. 5, domingo 15 de diciembre de 1833, p. 20. 30

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III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad

Los resultados fiscales del país son tomados ahora como resultado del desempeño económico de la nación. En la prensa bogotana, por ejemplo, se publicaron propuestas de cómo se debía organizar el sistema tributario. Según estas ideas no era benéfico para el país gravar al capital, la tributación tenía que centrarse sobre la renta, Es pues, menester seguir en el sistema de las imposiciones la marcha inversa que han seguido hasta aquí casi todos los gobiernos, e imponer primeramente sobre los consumos, en seguida sobre la renta industrial, y finalmente sobre la territorial, que hoy es apenas la cuarta parte de la renta nacional.32

Los pensadores económicos de estos años consideraban el tributo como un excedente del consumo de las familias y de la inversión de las empresas, y si se gravaba el consumo y la inversión se afectaba la reproducción del circuito económico nacional. En cuanto al déficit fiscal, aún acuciante en la Nueva Granada, en el artículo del Constitucional de Cundinamarca33 se consideraba que ningún gobierno debía gastar más de la décima parte de la renta nacional en el funcionamiento del gobierno; así mismo se abogaba por una baja tributación, pues se consideraba que si era excesiva la economía se afectaba. El impuesto debe, pues, ser generalmente mui moderado. El exceso del impuesto tiene dos grandes inconvenientes: es funesto a la riqueza nacional, porque tiende sin cesar a disminuirla; i es funesto a la libertad pública, porque pone en manos del gobierno más medios de oprimirla.34

En 1831, en plena Convención Nacional, en Cundinamarca, se conformaron dos comisiones gubernamentales para redactar un informe, a   “De la hacienda pública”, Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, domingo 20 de noviembre de de 1831, núm. 9, p. 36. 33   “De la hacienda pública”, Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, domingo 20 de noviembre de de 1831, núm. 9, p. 36. 34   “De la hacienda pública”, Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, domingo 16 de octubre de 1831, núm. 4, p. 15. 32

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la usanza colonial35, sobre el estado del comercio y la agricultura y sobre los mecanismos para mejorarla por parte de funcionarios públicos, Para cumplir la prefectura con el deber que le impone la lei de 11 de marzo del año 15° sobre informar al supremo gobierno de cuanto conduzca al fomento i mejora del comercio, de la agricultura i de las artes, ha nombrado una comisión compuesta por los señores Raimundo Santamaría, Tiburcio Pieschacon, Joaquín Escobar, i José Crispín Peñarredonda, para que le presente un informe sobre el estado actual del comercio, sobre los bienes o males que de su libertad resulten al país i de las mejoras de que sea susceptible [...].36

Esta comisión presentó su informe 15 días después y se publicó en el Constitucional. En él se ofrecían propuestas dirigidas a mejorar el comportamiento de la agricultura en la Nueva Granada. Recordemos que estamos en plena reorganización estatal y este tipo de diagnósticos son claves para entender los debates económicos del periodo. Medidas que fueron posicionadas en la opinión pública por los pensadores económicos de los 30 bajo el concepto de patriotismo, con el que se pretendían avivar las fuerzas productivas de la nación. El diagnóstico hecho por la comisión en mención, referente a la agricultura, fue el siguiente: Nuestra agricultura, señor, se halla en el estado poco menos que de infancia. Dependientes de una nación que ningún interés tomó en la prosperidad de sus colonias, ningún paso podían dar estas acia su mejor bienestar. La revolución trajo la guerra de independencia y una guerra larga i desastrosa fuerte obstáculo a los progresos de la agricultura. Las continuas oscilaciones, la falta de leyes fijas, la falta de estabilidad en el gobierno, la   En los últimos años de la Colonia los informes de los funcionarios reales (muchos de ellos criollos) así como de los virreyes (informes y relaciones de mando), se constituyeron en los principales tratados de pensamiento económico de la época. 36   “Avisos”, Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, domingo 6 de noviembre de 1831, núm. 7, p. 28. 35

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III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad

ninguna confianza que inspiran instituciones vacilantes, la poca o ninguna seguridad en las personas i propiedades, los gravámenes y contribuciones que pesan sobre los cultivadores, la alcabala, el diezmo, la primicia, los impuestos ordinarios, extraordinarios i donativos, los peajes, composición de caminos, requisiciones, bagajes, raciones, etc., el desorden de la percepción de estos impuestos, i aún las vejaciones que son consiguientes; la falta de caminos, de mercados, salidas o medios de exportación de los frutos, han sido otros tantos obstáculos que han impedido a la agricultura dar un solo paso para salir de su infancia. Podría añadirse la falta de conocimientos […].37

Esta preocupación por la economía real es consecuente con otra de las preocupaciones de los pensadores económicos del momento38: la infraestructura.39 En casi todos los números del Constitucional de Cundinamarca existe un apartado que lleva por título Caminos en donde se problematizaron y presentaron las medidas tomadas por la Prefectura de Cundinamarca para su fomento. Si bien este fue un tema que estuvo presente en los debates económicos desde finales de la Colonia, en la República tuvo un espacio fundamental en la prensa, lo que permitió posicionarlo en la opinión pública neogranadina como un problema de extrema urgencia a resolver, Hallándose persuadida la Prefectura de la utilidad de los caminos públicos, tiene los mayores deseos de verlos arreglados, en cuanto lo permiten las circunstancias de su departamento. Con tal objeto, i como lo habrán visto nuestros lectores, en el número anterior, ha nombrado una comisión inspectora, compuesta de tres individuos. Ella se promete que dichos   “Al Sr. Prefecto del Departamento de Cundinamarca”, Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, domingo 20 de noviembre de 1831, núm. 9, p. 31. 38   José María Castillo y Rada, Francisco de Paula Santander, Manuel Murillo Toro, Vicente Azuero, Ezequiel Rojas, Florentino González, Lorenzo María Lleras y José Joaquín Ortiz, entre otros 39   Este tema es recurrente en el lenguaje económico neogranadino, pues es un problema fundamental para la consolidación de la tan anhelada economía nacional ver: Neogranadino, Bogotá, 30 de septiembre de 1848, núm. 9, pp. 65-68; Núm. 22, pp. 169-170; Núm. 23, pp. 1-2. 37

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señores se esforzarán en indicarle las reformas que demandan los principales caminos, de esta ciudad a los otros lugares de la república, para poner un pronto remedio. La Prefectura no ignora el abandono con que siempre se han mirado hasta aquí los caminos públicos, por medio de los cuales, si se hallaran en buen pie se abreviarían las comunicaciones i el comercio.40

Esta defensa de la economía nacional41, en la prensa neogranadina, no obtuvo respuestas unísonas por parte de los sectores económicos y las élites regionales de la Nueva Granada, pues hubo ganadores y perdedores. Entre los últimos hay que señalar que estas políticas, de tendencia proteccionista, afectaron a los puertos, los cuales obtenían sus ingresos del comercio exterior. En la Memoria sobre el comercio presentada por miembros de la Sociedad Económica de Amigos del País del Istmo de Panamá y Veraguas (1831) se observan estos desencuentros, que están presentes en la explicación de levantamientos producidos en el istmo como el de José Domingo Espinar y Juan Eligio Alzuru (1830-1831) La libertad de comercio, que proclamó la América del Sur, desde que se emancipó de España, i la liberalidad y fijeza de los reglamentos espedidos a favor de los principales puertos del Pacífico (puertos libres), han hecho una transformación admirable en el jiro, con perjuicio de los intereses de este país, por falta de un camino carretero entre los dos océanos, i por la voluble condición de las mezquinas leyes mercantiles, que hemos tenido hasta ahora.42

Así pues, los efectos de las políticas proteccionistas, operadas en los años 30, no fueron homogéneos. Sin embargo, no se debe confundir este   “Caminos”, Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, domingo 20 de noviembre de 1831, núm. 9, p. 35. 41   El concepto economía nacional es un vocablo importante del lenguaje económico del periodo ver: El Neogranadino, Bogotá, 29 de diciembre de 1833, núm. 7, p. 26. 42   Mariano Arosemena, “Memoria sobre el comercio presentada a la Sociedad de Amigos del País”, Panamá, Imprenta de Jayme Busquet, 1834, Biblioteca Nacional de Colombia, Bogotá, Fondo Pineda 206, pieza 12, p. 3. 40

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proteccionismo con un distanciamiento del liberalismo económico. Como ya se dijo, los gobernantes neogranadinos comulgaban en lo económico con el liberalismo, lo que sucedía era que la coyuntura de la construcción del proyecto nacional, luego de la escisión de la Gran Colombia, hizo perentoria la necesidad de generar discursos y políticas dirigidas a sentar los fundamentos de un mercado nacional. Sin embargo, las ideas liberales tenían una presencia palpable y fundamental en la prensa neogranadina, como bien lo indica la proliferación de máximas al respecto: La riqueza ó aumento de las rentas de nuestro gobierno solo puede originarse de la riqueza ó aumento de las rentas de los particulares: quien llegue á suponer que el gobierno puede ser rico siendo pobres los particulares, es un malvado que pretende el despojo de los últimos en beneficio del otro […].43

Sin embargo, las ideas proteccionistas poco a poco fueron perdiendo vigor frente al ascenso de las élites liberales al poder, hacia los años 40, como lo veremos a continuación. En economía política hay mucho por aprender y poco qué hacer: los lenguajes económicos y la política partidista de los años 40 Los lenguajes económicos hacen parte del proceso de transformación que se produce a mediados del siglo XIX en la Nueva Granada. Cambios sociales, económicos y políticos, dirigidos a romper definitivamente con el orden colonial, aún presente en muchas esferas sociales, tienen lugar. Estos cambios tuvieron al librecambismo como concepto fundamental y con la constitución formal de los partidos Liberal y Conservador (1848-1849) este ocupa un lugar central en los lenguajes económicos de los pensadores económicos. Con las reformas liberales de medio siglo se afianzó el proceso de ruptura con el orden colonial. Entre las principales políticas de estos años se encuentran: la reorganización del territorio en forma de estados,   “Estanco de aguardientes”, La Bandera Nacional, Bogotá, Semestre II, domingo 15 de abril de 1838, p. 75. 43

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la abolición de la esclavitud, el libre comercio, la separación de la Iglesia del Estado, la libertad de prensa a las ideas políticas, la libertad de enseñanza. Las diferencias ideológicas entre los partidos eran más de carácter político que económico, pues en esto último existían consensos en torno a la conveniencia del libre cambio, es decir que el Estado interviniera lo menos posible en el comercio exterior, reduciendo los impuestos a las importaciones y a las exportaciones a su mínima expresión. Las reformas de mitad de siglo estuvieron acompañadas de cientos de periódicos de diversa índole: literarios, oficialistas, mercantiles, políticos y por supuesto partidistas. En Bogotá se fundó El Neogranadino44, un periódico que va a ser muy importante en la opinión pública del país. En el prospecto de 1848 se defendió la existencia de los partidos políticos (conservador y progresista para ese momento). Desde el primer número se empezaron a publicar artículos de economía política y política económica. Por otra parte, estas políticas librecambistas generaron una fuerte reacción de varios sectores sociales de la Nueva Granada, particularmente de los artesanos, quienes vieron amenazados sus intereses por la competencia de las mercaderías extranjeras, situación que produjo un ambiente de convulsión política a mediados de siglo y que tuvo en el golpe de Melo su mayor expresión (Colmenares, 1997, p. 141). Las ideas librecambistas consideraron el patriotismo45 de una forma diferente al ilustrado de finales del siglo XVIII, al entusiasta de la Gran Colombia o al nacionalista de los años 30. Este patriotismo argumentaba que “[…] Los compatriotas de Turgot ya no se dejan engañar en general por aquel patriotismo espúrio que identifica la exclusión de los productos extranjeros con la promoción de los intereses nacionales”.46 Esto lo escribía Frederic Bastiat en 1846, en la Revista de Edimburgo, y   El periódico es editado por Manuel Ancízar y tiene secciones de estadística, comercio, literatura, ciencias y artes en donde los lenguajes económicos tienen un espacio importante. En 1848 tienen agencias en veintiséis ciudades. 45   El Neogranadino, Bogotá, 27 de enero de 1849, núm. 26, pp. 26-27. 46   F. Bastiat, “Sofismas económicos”, El Neogranadino, Bogotá, 4 de agosto de 1848, vol. 1, núm. 1, p. 7. 44

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era traducido y publicado dos años después en El Neogranadino. Ancízar había viajado por los Estados Unidos y de seguro allí había entrado en contacto con las ideas de Bastiat. Estas ideas estaban influenciadas por el librecambismo de Smith, al que Bastiat cita, y se apoya en la idea de que existe un orden natural que permite que el orden económico funcione correctamente sin necesidad de la intervención estatal. El librecambismo en boga trataba de reorientar los privilegios tradicionalmente conferidos de la agricultura al comercio, que era la actividad que se tenía como el ramo más importante de la economía. Pero para que el comercio se pudiera realizar en toda su magnitud no sólo era necesario defender los postulados del librecambismo sino también aplicarlos en políticas concretas que permitieran su pleno desenvolvimiento: Las disposiciones legislativas o administrativas que directa o indirectamente impidan el libre uso de las facultades industriales del hombre i el empleo de los capitales en la producción de la riqueza, embarazan i atacan el comercio i la industria, i determinan en consecuencia un malestar social tanto mas deplorable cuanto sería más fácil de remediar sí, abandonando la presuntuosa manía de reglamentarlo todo, los Gobiernos confiaran en los consejos de la razón i del interés de cada cual para la buena dirección de los negocios económicos, ciñéndose a PROTEJER E ILUSTRAR con igualdad a todo, i sin pretensiones tutelares.47

En el número 2 de El Neogranadino se publicó un artículo que comparaba las condiciones económicas presentes en los estertores de la Colonia con las de la Nueva Granada en 1848, a partir de una comparación del “Estado jeneral de todo el Virreinato de Santafé de Bogotá” (1794) y la “Estadística jeneral de la Nueva Granada” (1848). En él se comparaban los dos momentos a partir de un análisis de los principales ramos de la economía: población, educación, rentas y riqueza. En el artículo, la Nueva   “Libertad industrial”, El Neogranadino, Bogotá, Año II, núm. 31, 3 de marzo de 1849, pp. 65 y 66. 47

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Granada de 1848 apareció con un aumento notable de su población (1.931.684 personas, es decir, más del doble de la población de finales de la Colonia). Este aumento de la población se adjudicó al aumento de los medios de subsistencia y se instaló como un síntoma del crecimiento de la riqueza de la república. En cuanto al sistema fiscal, los publicistas refieren que los ingresos por tal motivo suman casi cuatro millones (3.813.935 pesos) muy superior a los 2.332.777 pesos de la colonia48, lo que llevó a la conclusión de que impuestos menores producen mayores rendimientos para el Estado. Es decir que la no intervención estatal desemboca en prosperidad económica. Población, Riqueza, Rentas, Educación, todo ha prosperado lisonjeramente desde la revolución acá. Todo, decimos, porque solo el temor de fastidiar con largos análisis de números nos impide el desarrollar enteramente el lienzo de ese cuadro consolador.49

Así pues la idea de que el Estado no debía intervenir en las relaciones económicas de los individuos, las familias, ni las empresas, es la expresión del patriotismo neogranadino de mediados de siglo posicionado en la opinión pública por medio de los lenguajes económicos que circulaban en la prensa neogranadina, que cree ciegamente en un orden natural que encauza las fuerzas del mercado hacia el equilibrio y que conlleva al bienestar social. Conclusiones En este capítulo se presentaron algunos de los debates y preocupaciones económicos del incipiente Estado grancolombiano y neogranadino, mostrando el papel de los lenguajes económicos en la configuración de la esfera pública de la postindependencia y el papel protagónico de dichos lenguajes durante los primeros cincuenta años en la esfera pública republicana.   Por supuesto aquí no se toma en cuenta ningún ejercicio de deflación y por tanto las comparaciones son inexactas, además toman en consideración valores monetarios diferentes. 49   “El Virreinato i la República”, El Neogranadino, Bogotá, 12 de agosto de 1848, vol. 1, núm. 2, p. 10. 48

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Estos debates encontraron un impulso y una orientación importante a través de las diversas elaboraciones del patriotismo durante el periodo. Sin embargo, su alcance encontró su límite en la incapacidad de ejecutoria de un Estado minado por un déficit fiscal endémico desde su comienzo. Esa incapacidad de ejecutoria generó una situación conflictiva constante entre las expectativas generadas entre el público y su capacidad de satisfacer esas expectativas. Una característica que estuvo presente en los debates de la prensa neogranadina fue el lugar común del patriotismo como concepto central para defender políticas económicas de diversa índole: el ajuste y la presión fiscal de los años 20, la construcción de un mercado nacional en los 30, y el librecambismo de mitad de siglo. Sin embargo, este patriotismo tuvo algunos rasgos específicos en cada una de las tres etapas: entusiasta en la Gran Colombia, convocando a los ciudadanos a hacer esfuerzos fiscales para cumplir con los compromisos financieros que la independencia había dejado; un patriotismo nacionalista en los años 30, cuando se hizo perentoria la necesidad de construir un mercado nacional que permitiera que los ciudadanos y las empresas mejoraran sus ingresos, a través de la intervención estatal, para así mejorar las finanzas del Estado; y el patriotismo liberal de mediados de siglo, que creía ciegamente en el mercado como la estrategia ideal para alcanzar las mejores condiciones económicas para la Nueva Granada. El patriotismo de la primera etapa tuvo al tema fiscal como el epicentro de las preocupaciones de los pensadores económicos, el de la segunda se concentró en el tema del mercado, la infraestructura y la promoción de un mercado nacional y el de la tercera en el comercio exterior y las posibilidades que el librecambismo ofrecía para alcanzar buenos indicadores económicos. Los lenguajes económicos fueron un mecanismo eficaz de los pensadores económicos para generar medidas políticas dirigidas a construir el Estado-nacional neogranadino. La opinión pública, así pues, fue alimentándose de estos lenguajes, para interpretar y transformar la realidad en la que se encontraban. Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogranadina, 1820-1850

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La prensa decimonónica es una fuente documental que aún no ha sido explorada en todas sus posibilidades. El presente esfuerzo hace un aporte en tal sentido, pero son innumerables los campos de investigación que pueden valerse de los lenguajes contenidos en los periódicos como mecanismos de conformación de opinión, en la que confluyen múltiples voces y nos brindan un rastro de los lenguajes políticos y económicos de uno de los periodos más agitados de la historia colombiana, en materia de transformaciones sociales, políticas, económicas y culturales, como lo fue la primera mitad del siglo XIX. Referencias Fuentes primarias Nariño, A. (1982). Ensayo sobre un nuevo Plan de administración en el Nuevo Reino de Granada. 1797. En Nariño, A. Escritos Políticos (pp. 13-37). Bogotá: El Áncora Editores. Ortiz, S. E. (Ed.). (1965). Escritos de dos economistas Coloniales. Bogotá: Banco de la República. Pensamientos Políticos sobre la Agricultura, Comercio y Minas del Virreinato de Santafé de Bogotá y Memoria sobre la Población del Nuevo Reino de Granada. (1953). En Pensamientos políticos (pp. 13-116). Bogotá: Procultura. Pombo, J. I. de (1810). Informe sobre el fomento agrícola, comercio e industrias, Cartagena de Indias, 1810. Bogotá: Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo Pineda, tomo 3280. _________ (1921). Informe de don José Ignacio de Pombo al Consulado de Cartagena sobre asuntos económicos y fiscales, Cartagena de Indias, 1807. En Boletín de Historia y Antigüedades, 13.154, pp. 669-689. _________ (1986). Comercio y contrabando en Cartagena de Indias. 1800. Bogotá: Procultura. Vargas, P. F. de (s. f.). Virreinato de Santafé: agricultura, minería, comercio y población. Bogotá: Biblioteca Luís Ángel Arango, Banco de la República, Libros raros y curiosos.

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El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral Gilberto Loaiza Cano Universidad del Valle, Colombia

Introducción Desde 1810 hasta por lo menos la guerra civil de Los Supremos (18391842), el sistema de representación política, el ejercicio de las libertades de imprenta y de asociación estuvieron ceñidos a la excluyente y exclusiva participación del criollo letrado, principal beneficiario del nuevo orden; sobre todo hasta la Constitución de Cúcuta, 1821, la prensa tenía como función apremiante “fijar la opinión”, “uniformar las ideas”.1 Después, durante los decenios 1820 y 1830, la necesidad de un consenso patriótico, la necesidad de volver a una situación estable tras la etapa bélica, comenzó a contrastar con evidentes disputas entre facciones que querían el control del proceso político de la postindependencia. Los periódicos, folletos y hojas sueltas se concentraron en intensas y eruditas discusiones en torno al orden administrativo de la nación; hubo discusiones acerca de las fórmulas del federalismo o del centralismo, acerca de la presencia o no de los militares en la vida pública, acerca del régimen de libertades después de terminada la revolución de independencia, acerca del lugar   Los periódicos del decenio de 1810, por ejemplo, fueron insistentes en aquello de “fijar la opinión”, como supo decirlo en su primer número el Diario político de Santafé de Bogotá, dirigido por Camacho y Francisco José de Caldas; o como lo dijo en Cartagena, el mismo año, El Argos americano: “Nos hallamos en una situación peligrosa, en que nada conviene tanto como uniformar las ideas. No hay conductor más seguro para comunicarlas, y fijar la opinión pública, que los papeles periódicos” (Prospecto, El Argos americano, núm. 1, septiembre 17 de 1810, p.1).

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del pueblo en las lógicas de representación política. Fue inevitable la formación de facciones y los periódicos surgieron como la representación episódica de tendencias ideológicas, de intereses políticos particulares. Los impresos pulularon como un elemento propagandístico durante las rivalidades electorales y dieron rienda suelta a la exposición de las supuestas virtudes de unos y las supuestas perversiones de los contrincantes; precisamente, en el año álgido de 1828, en que bolivarianos y santanderistas estaban volviendo añicos la frágil unidad plasmada en la unión de la Gran Colombia, un periódico de Cartagena hacía este balance desapacible en el que cuestionaba el papel cumplido por la prensa: En una época en que el horrendo abuso de la libertad de imprenta ha deshonorado a esta invención del ingenio humano, ella a su vez ha degradado al que haya sido bastante osado para hacer uso de ella. Esta triste verdad se comprueba con la experiencia de todos lo días. Periódicos, comunicados, libelos, papeluchos en fin de toda clase, han inundado de algunos años a esta parte, la naciente carrera literaria de nuestro país, y bajo el plausible pretexto de amor a la patria y deseos de ilustrar, se han desfogado las pasiones, unas rastreras y conducido poco a poco esta patria a su ruina (El Amanuense, Cartagena, núm. 42, 24 de febrero de 1828, p. 1).

Las reyertas facciosas —que incluyen un anecdotario de grescas callejeras entre los heraldos de la civilidad republicana de aquella época— estuvieron durante este tiempo circunscritas al notablato criollo, a quienes se habían auto-considerado, en múltiples ocasiones y con variados argumentos, como el personal destinado a cumplir funciones organizativas y tutoras en la construcción del régimen republicano. Los autores y destinatarios constituían un círculo privilegiado de oficiantes de la distintiva y distinguida cultura letrada; el pueblo era, mientras tanto, más un principio abstracto de legitimación de la representación política que una realidad plasmada en la participación de agentes sociales concretos en los asuntos públicos. Es a fines de la década de 1830, cuando el mecanismo electoral se había afirmado como un procedimiento regular de la soberanía popular delegada a los 448

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representantes del pueblo, en que los historiadores pueden comenzar a hallar testimonios de ampliación de la libertad de asociación que le otorgaba alguna importancia a la presencia de porciones de gentes del pueblo, principalmente artesanos politiqueros. Entre 1838 y 1839, ciertos grupos de artesanos se habían vuelto destinatarios de mensajes impresos o eran responsables de algún tipo de publicidad política en su condición de sufragantes parroquiales o de simples comentaristas circunstanciales de algún hecho político. Por eso, pasada la guerra civil de Los Supremos, no es extraño encontrar tímidos, rústicos y efímeros periódicos escritos por artesanos involucrados, a veces a su propio pesar, en la creación de clubes “eleccionarios”. El pueblo había irrumpido en la política, como lo anunció dramáticamente aquella primera gran guerra civil del nuevo orden republicano; se trataba de lo que podríamos concebir como una expansión social de lo político, una búsqueda de inclusión en las lógicas del sistema representativo. El nacimiento del periódico El Neogranadino, el 4 de agosto de 1848, corresponde con la expansión asociativa que se plasmó en la cristalización programática y orgánica de dos partidos políticos; en la fundación de clubes políticos que, sobre todo en el caso de quienes comenzaban a autodenominarse liberales, implicó una problemática alianza entre patricios y gentes del pueblo. Desde entonces, muchos periódicos iban a estar muy cerca de procesos asociativos y de las agendas programáticas de tal o cual partido. Desde el primer número hasta el último, aparecido el 31 de julio de 1857 (algo más de 400 números), El Neogranadino fue el vocero de la agenda de la modernidad liberal, de sus ideales de modernización económica según las fórmulas del librecambio; de secularización basada en la relativización del lugar de la Iglesia católica en el orden republicano; de democratización fundada en una convicción, muy esporádica, de profundizar la irrupción política de sectores populares; de ampliación del régimen de libertades con la abolición de la esclavitud, con la libertad de asociación, con la libertad de cultos y, por supuesto, con la libertad absoluta de imprenta. El periódico vivió tres épocas, casi una década, y fue publicado semanalmente con algunas interrupciones. Tuvo varios directores que fueron, a la vez, responsables del taller de imprenta; todos ellos fueron dirigentes El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral

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políticos liberales. Puede decirse que el periódico fue el primer gran órgano publicitario de la dirigencia liberal colombiana, sobre todo durante las reformas que tuvieron lugar en la mitad de ese siglo, bajo la presidencia del general José Hilario López (1849-1853). El periódico vivió lo suficiente como para ser protagonista y testigo de varios hechos cruciales en el proceso político de aquella época. El Neogranadino anunció, a su modo, el fin de una etapa política en la formación de la república y el comienzo de otra; narró la participación determinante del pueblo liberal en el triunfo de la candidatura presidencial del general López, el 7 de marzo de 1849; acompañó en buena parte el nacimiento y desarrollo de la Comisión Corográfica, la primera gran tarea científica colectiva del siglo XIX y evento central en el proceso de construcción de una idea de nación; vivió el desenlace de la expansión asociativa liberal y popular en la revolución del general José María Melo, entre abril y diciembre de 1854; fue el portavoz de una nueva generación de políticos colocados resueltamente en la orilla liberal, generación que tuvo vida política activa hasta bien entrado el decenio 1880; y también conoció el desencanto de la dirigencia liberal, incluso su consecuente temor a cualquier nueva alianza asociativa con los sectores populares. El año en que muere El Neogranadino, 1857, coincide con el inicio del ascenso asociativo e ideológico del conservatismo colombiano; de hecho, el periódico agonizó publicando las diatribas anticlericales de José María Samper, quien luego sería un decidido ideólogo de una república con sello católico. El periódico, por tanto, sirvió de tránsito a una nueva situación política; su existencia fue manifestación de un cambio en el decurso de la política republicana. Fue quizás el primer periódico que reclamó la libertad absoluta de imprenta y pidió la abolición del jurado de imprenta, una invención autorreguladora que provenía de las reglamentaciones inmediatamente posteriores a la Constitución de 1821. La aparición de El Neogranadino es corolario de un ciclo en el mundo de la opinión y punto de partida de otro. Con él comienza una etapa de innovaciones tecnológicas y publicitarias; el periódico tenía que difundirse al ritmo nacional de expansión de los clubes políticos. Se estaba pasando a una 450

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etapa más mercantil de la difusión ideológica; la preocupación por un mercado literario se hizo explícita desde entonces y el uso de estrategias de conquista de un público lector se volvió asunto corriente. El taller de imprenta, hasta entonces, había sido, por supuesto, el centro de la difusión de la opinión política, pero con la llegada del nuevo taller, en compañía de un grupo de avezados impresores, se dio un paso decisivo en explotar una innovación tecnológica en la diversificación de actividades publicitarias, algo que incluyó a los propios impresores, a escritores, políticos, voceadores, vendedores ocasionales y permanentes de impresos; y se volvió más evidente y necesaria la relación del taller de imprenta con los clubes políticos, las asociaciones político-religiosas, el sistema de correos, los agentes de distribución en los distritos, los suscriptores y un universo muy variado, inesperado, y hasta indeseado, de lectores. Decimos que El Neogranadino es un periódico situado en el umbral porque anuncia el nacimiento de un momento expansivo, muy competido, despiadado y fragmentado de la política según las coordenadas del régimen representativo; un momento de inclusión de un agente social incómodo, peligroso pero necesario: el pueblo; un momento de agudización del conflicto entre el ideal de una república de ciudadanos modernos, según el ideal de modernidad de algunos dirigentes del liberalismo colombiano, y el de una república católica que finalmente se impuso con la Constitución de 1886; un momento de pugnas por el control hegemónico de la opinión porque, en contra de El Neogranadino y de lo que podía representar, se propagó una vigorosa prensa conservadora que sirvió en la formación de un grupo muy talentoso y perspicaz de escritores conservadores. El nacimiento del periódico informa de la iniciativa innovadora del liberalismo, pero su desaparición, en 1857, anuncia el inicio de un compacto y persistente proyecto cultural y político conservador en Colombia. El mercado de la opinión El Neogranadino fue taller de imprenta y periódico. Las vidas del uno y del otro fueron más o menos paralelas; pero la importación y la instalación del taller fueron los hechos decisivos que marcaron el nacimiento de una El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral

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nueva etapa en la historia del mundo de los impresos en la Colombia del siglo XIX. La calidad de la maquinaria adquirida incidió directamente en la cantidad y variedad de impresos, en la formación y consolidación de un grupo de impresores, de escritores y, como comenzaba a decirse, de “empresarios” que asumieron el riesgo de asumir la dirección de la imprenta. Con el nuevo taller pudo promoverse la impresión de partituras musicales, retratos, mapas; pero la diversificación de servicios exigía así mismo el crecimiento y diversificación del universo de lectores. Ese fue el mayor reto y la mejor explicación de los fracasos en las ventas. Algo que no podemos determinar del todo en este ensayo es la relación que pudo haber existido entre el hecho tecnológico innovador y el grado de amplitud o estrechez de lo que en la segunda mitad ya sabían llamar, los propios impresores, el “mercado literario”.2 Pero es evidente, siguiendo la trayectoria de varios periódicos de la misma coyuntura y de décadas inmediatamente posteriores, que la queja recurrente de los responsables de las publicaciones fue la escasez de lectores y, por tanto, el éxito de algunos periódicos fue el resultado de cautivar a un mercado lector que con las suscripciones podía garantizar su relativamente larga existencia. Tengamos en cuenta, a propósito de esto, que Colombia, con respecto a otros países de América latina, tuvo muy tarde un diario o cotidiano; El Diario de Cundinamarca, órgano del liberalismo radical, nació en 1867, en pleno ascenso del proyecto educativo abanderado por esa tendencia política. La tardanza es, sin duda, síntoma de las dificultades para conquistar un mercado lector y de las limitaciones económicas de un grupo dirigente para soportar las adversidades en la distribución de los impresos.3   En 1855, por ejemplo, los impresores Echeverría diagnosticaban “la estrechez del mercado literario” en Colombia, así definían la dificultad de hallar un mercado amplio de lectores que garantizase la continuidad de las publicaciones periódicas. Los Echeverría fueron los impresores venezolanos que llegaron para ser los primeros operarios y responsables de las publicaciones en el taller de El Neogranadino. Echeverría hermanos, “Suscripciones anuales”, El Tiempo, Bogotá, núm. 41, 9 de octubre de 1855, p. 1. 3   En esta comparación, podríamos tener en cuenta el caso de El Comercio de Lima, diario de circulación ininterrumpida desde el 4 de mayo de 1839. Sobre este caso, ver Peralta Ruiz, (2003). 2

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La instalación en Bogotá de la maquinaria procedente de Estados Unidos y el arribo de artesanos y artistas de origen venezolano, señalan algo más: el tránsito a una idea de la opinión que escapa de aquella del tribunal supremo de la verdad y la razón, idea que fue vigente en buena parte de la primera mitad del siglo XIX. Ya deja de tratarse de un tribunal que es necesario seducir o persuadir y comienza a pensarse en la necesidad de conquistar a un público mediante innovaciones tecnológicas en el taller y mediante estrategias de difusión. La opinión deviene, un mercado, el escenario en que tiene lugar una liza tipográfica, entonces la misión de los publicistas es garantizar el éxito de sus estrategias de persuasión y venta según el grado de expansión y de inserción en una comunidad de lectores. De manera que asoman en el análisis un par de términos contiguos, problemáticos y, a la vez, atrayentes; de un lado, un mercado de la opinión cuya existencia se hace palpable mediante una comunidad de nación que es vislumbrada o presentida por la expansión de una red de corresponsales, por un listado de suscriptores. Es el nacimiento de la época de competición hegemónica que se concreta en la existencia de partidos políticos organizados en clubes electorales; la actividad política se organiza más claramente según el mapa especializado de adhesiones locales, como lo anunció con claridad Manuel Murillo Toro para las elecciones presidenciales de 1856; y, además, según el esfuerzo científico por conocer la variada composición de la sociedad neogranadina, como empezó a hacerlo la expedición corográfica, en 1851. La circulación de impresos comenzó, en la mitad del siglo XIX, a medirse por la ampliación del mundo lector, por la voluntad de expansión nacional de un mercado de la opinión. El periódico El Neogranadino, en su diseño tipográfico, en la organización de sus contenidos y en los grandes temarios que desarrolló durante casi una década no traicionó esa voluntad expansiva. El taller y el periódico El Neogranadino anunciaban un viraje en varios sentidos en el mundo de la opinión. Además de proclamar el fin de unas restricciones que habían dominado el funcionamiento de la prensa hasta entonces, el periódico era la expresión de una voluntad estatal por adquirir un taller de imprenta propio. En 1844, el secretario de Relaciones Exteriores, El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral

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general Joaquín Acosta, había confirmado la situación obsoleta de la imprenta oficial y vislumbraba la solución en realizar contratos con particulares o en adquirir un taller mucho más sofisticado que garantizara la publicación masiva y regular de los documentos oficiales; el informe señalaba que “se ha creído que el hecho más seguro de que las publicaciones oficiales se hicieran de una manera lucida, como debe esperarse del estado de perfección a que ha llegado el arte tipográfico, sería invitar a la concurrencia de empresarios particulares para una contrata general de las impresiones oficiales”.4 Un evento, en 1847, aceleró la intervención del Estado en la adquisición de un taller de imprenta. Unos periodistas que habían sido censurados y encarcelados por el gobierno del presidente Tomás Cipriano de Mosquera, luego de su liberación organizaron una fiesta en la plaza principal de Bogotá con vivas a la libertad de prensa; el presidente Mosquera se sintió desautorizado y quiso recurrir a las armas. Quienes lo acompañaban en el gabinete ministerial, entre ellos Manuel Ancízar, lo persuadieron de la necesidad de adquirir un instrumento que le garantizara al gobierno la publicación de sus actos y opiniones.5 Así, en lugar de restringir libertades, lo preferible era participar en el juego hegemónico de moldear la opinión. El evento constituye, según nuestro punto de vista, una toma de conciencia de la importancia estratégica de un frente ideológico basado en el uso de la prensa periódica. Con el apoyo complementario del tesoro público, Manuel Ancízar compró un taller proveniente de Estados Unidos e hizo venir de Venezuela a los impresores León, Jacinto y Cecilio Echeverría y a los litógrafos Celestino y Jerónimo Martínez. Todos estos artesanos habían militado en la logia América de Caracas antes de su partida hacia Bogotá.6 El proceso   Joaquín Acosta, Informe del Secretario de Relaciones Exteriores, Bogotá, Imprenta de José A. Cualla, 1844, p. 21. Tal vez se refiera a la imprenta del Estado que se adquirió hacia 1822 mediante “doce mil pesos de los fondos públicos”; véase Gaceta de Colombia, Bogota, 24 de marzo de 1822, p. 1. 5   Camacho Roldán, (1946, p. 47). 6   “Documentos sobre masonería”, fondo Aristides Rojas, Archivo Academia de Historia Nacional de Venezuela (AANHV), f. 12. 4

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de instalación del taller y la llegada de los artesanos norteamericanos y venezolanos fueron eventos aclamados por la élite liberal y el presidente Mosquera, quien era uno de los más interesados en el nuevo taller que le iba a garantizar la existencia de lo que en la época se llamaba un periódico “ministerial”, es decir, cuasi-oficial cuyo propósito era difundir y reivindicar las reformas de su gobierno. Pero, principalmente, para algunos miembros de la dirigencia liberal la instalación del taller era presagio del predominio público de los políticos civiles, cuya influencia debía estar basada en la palabra y la pluma. Desde Santa Marta, Manuel Murillo Toro le escribió a Manuel Ancízar, a propósito de haber presenciado el paso por aquella ciudad de los artesanos Martínez: “doile el parabién de su resolución de dedicarse al establecimiento tipográfico al frente del cual puede usted igualmente prestar importantes servicios al país contribuyendo al progreso moral y a la consolidación del sistema representativo”.7 Ancízar y los hermanos Echeverría fueron los pioneros de una racionalización de la producción de impresos. A partir de El Neogranadino, los periódicos de la segunda mitad del XIX se preocuparon por afianzar una red nacional de agentes de distribución, por ampliar la lista de suscriptores y por diversificar los servicios relacionados con la producción de opinión. En consecuencia, ser propietario de un taller de imprenta y director de un periódico implicaba asumir la condición de empresario y hacía indispensable recurrir a tácticas mercantiles. La diversificación de servicios en el taller de imprenta fue anunciada desde los primeros números; en el taller de El Neogranadino se compraba y vendía papel; se imprimía papelería oficial; se ofrecía el servicio de litografía; se vendían grabados; se imprimían partituras musicales; se imprimían y vendían libros, folletos y hojas sueltas. Debía haber, por extensión, una agencia de ventas, un responsable comercial de la circulación de cada edición del periódico que, por supuesto, estaba obligado a responder por las quejas de los abonados. El pletórico aviso que empezó a circular desde el segundo   Carta de Manuel Murillo Toro a Manuel Ancízar, 18 de enero de 1848, Archivo Ancízar (en adelante AA).

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número anunciaba la magnitud empresarial del taller de imprenta y el reto asumido por sus propietarios. La encuadernación, la impresión y la litografía eran los tres grandes servicios que podía ofrecer; al lado de esto se garantizaba “aseo, corrección y puntualidad”. Aunque la imprenta se encargaba de la corrección de las obras, los escritores o autores podían disponer de un gabinete para supervisar la correcta edición. Pero, sobre todo, la vigilancia inmediata del empresario garantizaba la inviolabilidad del secreto en aquellos escritos en que, se supone, el autor prefería el anonimato. En definitiva, el montaje de la imprenta de El Neogranadino, entre 1847 y 1848, marcó el inicio de una ola de innovaciones técnicas aplicadas sistemáticamente a la conquista de la opinión pública. Desde ese momento se superaba la etapa lenta y fastidiosa de la impresión manual; además, en un taller podían concentrarse varios servicios asociados a la producción de impresos: la encuadernación, la impresión de álbumes, libros, portafolios, hojas sueltas, retratos, partituras musicales y, por supuesto, periódicos. Según este anuncio en el número inaugural, la técnica litográfica fue la principal fuente de innovaciones: Se ejecutan trabajos litográficos de todo género, al crayón y grabados, al humo o iluminados. Se tiran tarjetas tan perfectas como las mejores grabadas en metal, y con costo infinitamente menor. Se hacen retratos al óleo. Se graba música; en suma, no hay trabajo, por delicado que sea, que no se ejecute como se pida y a precios muy módicos.8

La innovación tecnológica, el espíritu mercantil que acompañó la instalación del taller, la llegada de impresores extranjeros, la inversión en dinero y en esfuerzo tenían que corresponder, de modo inexorable, con una legislación nueva sobre la producción y circulación de impresos. El Neogranadino nació cuando era aún vigente la ley de imprenta que establecía la existencia de jurados o tribunales que ejercían control sobre la difusión de impresos; legislación que había sido perfeccionada a partir   El Neogranadino, Bogotá, núm. 1, 4 de agosto de 1848, p. 8.

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de la Constitución de Cúcuta de 1821 y en leyes específicas expedidas en el decenio 1830. Muy pronto, en el número 16 del 18 de noviembre de 1848, el periódico arremetió contra la legislación vigente sobre libertad de imprentas; inspirado en palabras de Alexandre Ledru-Rollin, un propagandista del sufragio universal en Francia, el editorial de ese número dijo claramente que toda la legislación sobre imprenta no hacía más que obstruir, entorpecer y limitar una libertad: Si el pensamiento social es y debe ser perfectamente libre en las Repúblicas, su órgano, que es la imprenta, no ha de tener traba alguna; y así como no se necesita reglamento para pensar, tampoco ha de necesitarse permiso ni reglamento para imprimir [...] En la República no debe haber ley de imprenta, ni juicios ni tribunales especiales: nada que embarace la libre acción de los tipos. (El Neogranadino, núm. 16, 18 de noviembre de 1848, p. 121).

Las fianzas, las multas, la prisión a los impresores, todo eso en la letra menuda de los códigos penales de la primera mitad de siglo, habían hecho del oficio de impresor un oficio riesgoso y era necesario quitar las trabas que permitieran que el pensamiento y la palabra circularan libremente. Poco después, en otro editorial, el periódico insistió en el tema: “la ley de Imprenta es un contrasentido en la República: por consiguiente creemos que el jurado de Imprenta es una institución anómala e inútil”.9 Por eso, cuando el gobierno del general José Hilario López expidió, el 31 de mayo de 1851, la ley sobre libertad absoluta de imprenta, la acogió con alborozo. Comenzaba una nueva etapa en la historia de los impresos en el orden republicano.10 La libertad absoluta de imprenta anunciaba un diálogo diferente entre la prensa y el público o, mejor, establecía un nuevo estatuto de la opinión pública; en adelante, no sería una ley o unos jueces   Jurados de Imprenta, El Neogranadino, Bogotá, 13 de enero de 1849, p. 9.   Al respecto, el editorial Libertad absoluta de imprenta, núm. 159, 6 de junio de 1851, p. 181. 9

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o una porción selecta de la sociedad los elementos que iban a ejercer un control sobre los impresos, iba a ser, más bien, el conjunto de la sociedad: “saliendo del dominio de la legislación, la imprenta pasa de lleno al de la sanción moral”. Podríamos agregar, por qué no, que se trataba del ingreso en el terreno del mercado, en el de la libertad de comprar o no, aceptar o no aquello que le podía satisfacer a un público. El taller y el periódico forjaron estrategias de difusión de impresos; los impresores venezolanos parecían tener experiencia en las estrategias comerciales que habían distinguido al periodismo francés y, de hecho, admiraban, a Emile Girardin, un pionero en Europa en la difusión de anexos y suplementos en el periódico, una manera de atraer lectores y garantizar suscripciones.11 La novela de folletín, por ejemplo, fue uno de los ardides publicitarios más frecuentes en aquella época; consistía en una novela publicada por fragmentos de tal manera que los lectores se sintieran obligados a hacer una colección hasta completar la obra.12 Por ese medio se pretendió lograr un público lector estable y, además, popularizar un tipo de literatura acorde, por ejemplo, con el pensamiento anticlerical y, en particular, antijesuita que fue distintivo del periódico durante toda su existencia. El Neogranadino difundió de ese modo, entre otras novelas, Los misterios de París (1842) y El judío errante (1844) de Eugène Sue. Además de la inserción de novelas por entregas, el periódico distribuyó a partir del número 2 una colección de poesía nacional titulada El Parnaso granadino que, a partir del número 23, tomó la forma de un cuaderno de 32 páginas titulado Semana literaria.13 También difundió sistemáticamente imágenes y símbolos republicanos; como sucedió con una serie de retratos de “americanos célebres” y con la página Recuerdos patrióticos consagrada “a la memoria de los que de algún modo prestaron servicios   El periodista Emile Girardin, fundador y director de La Presse.   Sobre los orígenes de la novela de folletín, ver: Álvarez Barrientos, (1997, pp. 126132). También, Lyons, (1987, pp. 48-50); Lyons, (2001). 13   La Semana literaria era un suplemento del periódico que incluía, según el caso, 32 o 16 páginas de la novela por entregas. 11 12

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y cooperaron a la Independencia de la Nueva Granada”.14 Agreguemos a eso la adaptación en cuadros de costumbres de la novela Nuestro siglo XIX, de Manuel María Madiedo.15 La diversificación de los esfuerzos técnicos, la llegada de un personal especializado en la producción de impresos anunció el nacimiento de una etapa mucho más competitiva en la circulación de las ideas. Desde mediados de siglo en adelante comenzó una disputa mucho más sostenida por tener el control de los procesos de impresión, por formar un artesanado técnicamente idóneo en las tareas del taller de imprenta y, por supuesto, se volvió más importante conquistar un público lector que garantizara la perdurabilidad de los títulos de prensa. Invertir en la existencia de un periódico se volvió entonces mucho más acuciante y el impresor y su taller terminaron colocados en el centro de una cada vez más febril producción en el mercado de la opinión. Todo eso no habría sido posible, hay que admitirlo, sin la libertad absoluta de imprenta, solicitada con vehemencia por El Neogranadino. Prensa y sociabilidad Los propietarios del taller, los redactores del periódico, los impresores estuvieron inmersos en la expansión asociativa que hubo entre 1846 y 1851; el periódico, más exactamente, promovió y acompañó la expansión asociativa de quienes, para entonces, se proclamaban miembros del Partido Liberal. Expansión asociativa que incluyó la multiplicación del club político eleccionario, lugar donde la dirigencia política se mezcló episódicamente con gentes del pueblo. La fundación del periódico hizo parte de un ciclo asociativo iniciado en 1846 que había incluido la fundación de una Sociedad Filarmónica (1846), una Sociedad Lírica (1847) y una Sociedad Protectora del Teatro (1849). La instalación de la logia Estrella del Tequendama, el 12 de enero de 1849, tuvo lugar en un   El Neogranadino, Bogotá, núm. 7, 16 de septiembre de 1848.   El cuadro de costumbres era un relato breve cuyo objetivo central era la descripción de las costumbres, oficios y tipos humanos de la época (Álvarez Barrientos, 1997, p. 85). 14 15

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clima cultural preparado, en buena medida, por un grupo de masones extranjeros que estaban recién llegados a Bogotá y que, desde su arribo, fueron los principales promotores de un frente de sociabilidad liberal anticatólica que se proponía, además, educar a las élites de Bogotá en las buenas maneras ciudadanas y en el buen gusto artístico. El principal responsable de ese ciclo asociativo liberal fue el mismo dirigente político que se encargó de importar el taller de imprenta y fundar el semanario El Neogranadino; se trataba del ya mencionado Manuel Ancízar, un abogado liberal que había nacido en Bogotá, en 1811, hijo de un comerciante vasco que hizo parte del séquito del último virrey español antes de la guerra de independencia. Ancízar vivió fuera de la Nueva Granada de 1821 a 1846, fue educado en Cuba y vivió luego en Venezuela, entre 1839 y 1846, donde hizo amistad con algunos miembros importantes de la élite liberal, y más particularmente con los masones Arístides Rojas, Fermín Toro y los impresores Echeverría. Es muy probable que él se haya afiliado a la masonería desde sus años de estudiante de derecho en La Habana, y continuó su militancia, a partir de 1840, en la logia América de Caracas.16 Ancízar regresó a la Nueva Granada en 1846 y casi de inmediato fue nombrado subsecretario del Interior y Relaciones Exteriores, cuando era presidente del país el general Tomas Cipriano de Mosquera; el retorno de el venezolano, según el señalamiento de los opositores políticos, estuvo motivado, al parecer, por su deseo de contribuir a lo que él llamaba “una revolución de ideal y de habitudes” que debía ser liderada “por hombres muy contados y escogidos”.17 Desde 1846, Ancízar fomentó la instalación de algunas asociaciones y la llegada de un grupo de científicos y artesanos que contribuyeron   Ancízar fue el fundador, en Caracas, en 1840, de un círculo letrado denominado Liceo venezolano cuyos miembros, en su mayoría, pertenecían a la logia América. Cfr. Documentos sobre masonería, Fondo Arístides Rojas, AANHV y Correo de Caracas, Caracas, 6 de octubre de 1840, p. 1. 17   Carta de Manuel Ancízar a Lino de Pombo, Caracas, 11 de junio de 1845, AA. Hay que agregar que los opositores de Mosquera criticaron la llegada del venezolano Ancízar al gabinete ministerial. Una biografía de Ancízar: Loaiza, (2004). 16

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con sus actividades a la modernización del Estado.18 Hay que destacar, por ejemplo, la llegada del geógrafo y militar italiano Agustín Codazzi, quien de 1850 a 1859 fue el director de la Comisión Corográfica, una expedición científica cuyo objetivo principal fue elaborar el mapa oficial del país. La Comisión Corográfica recorrió el territorio, elaboró los mapas regionales, construyó algunas rutas indispensables para el comercio, redactó informes sobre las características etnográficas de la población, y además reseñó más de cien variedades de plantas y flores. En buena medida, los viajes de la Corográfica constituyeron una prolongación del espíritu ilustrado de la Expedición botánica de 1783 pero, sobre todo, representaron la voluntad de la élite política por construir una nación utilizando los instrumentos de la ciencia. Codazzi acababa de elaborar el mapa de Venezuela y de liderar un proyecto de inmigración alemana llamado Colonia Tovar. También fue gracias a Ancízar que el arquitecto danés (o escocés) Thomas Reed, aparentemente educado en Alemania, desembarcó hacia 1846 para consagrarse a la construcción de algunos edificios públicos; Reed acababa de construir en Venezuela varios edificios oficiales, y en Colombia fue encargado de edificar la sede del Congreso, el panóptico (hoy convertido en Museo Nacional) y la sede de la Sociedad filarmónica.19 Ancízar dirigió la primera y decisiva etapa de El Neogranadino, se encargó de la compra de la maquinaria del taller de imprenta, de la contratación de operarios y artesanos extranjeros que, al radicarse en Bogotá, introdujeron innovaciones en las técnicas de impresión, especialmente en el dibujo y la litografía. A fines de 1847 abandonó su cargo de subsecretario de Relaciones Exteriores para consagrarse exclusivamente a la   Ancízar fue responsable de una “oleada de interés por las sociedades filantrópicas”, según Safford, (1989, p. 103). 19   Gracias a la intervención de Ancízar como secretario del Interior en el gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera, llegaron el geógrafo Agustín Codazzi, el dibujante venezolano Carmelo Fernández, el químico italiano José Eboli, el ingeniero cubano Rafael Carrera, el litógrafo venezolano Celestino Martínez. Todos ellos vinieron durante el periodo reformista liberal de mitad de siglo. 18

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adquisición de lo que iba a ser, por buena parte de la segunda mitad del siglo XIX, el taller de imprenta técnicamente mejor dotado en Colombia.20 Entre 1848 y 1853, es decir desde fines del régimen presidencial de Tomas Cipriano de Mosquera y durante la presidencia de José Hilario López, el periódico El Neogranadino, la logia Estrella del Tequendama y el club parlamentario Escuela republicana constituyeron el núcleo asociativo que promovió las reformas liberales y la ofensiva anticatólica que provocó la expulsión de la Compañía de Jesús y la separación de la Iglesia y el Estado. Esta ofensiva asociativa e ideológica liberal, en la mitad del siglo, tuvo entre sus premisas la cristalización programática y organizativa de los partidos políticos que, por entonces, intentaban consolidarse como estructuras asociativas nacionales mediante clubes “eleccionarios”. Precisamente, de entrada, en la “Profesión de fe” del primer número, El Neogranadino definió el campo político en dos partidos que, “hijos de la independencia”, designaban dos tendencias; el uno, el Partido Progresista, era el portavoz de un sistema democrático llevado a sus últimas consecuencias con la presencia activa en la vida pública de los sectores populares; el otro, el Partido Conservador, temeroso de los alcances de un sistema democrático (Profesión de fe, El Neogranadino, núm. 1, 4 de agosto de 1848, p.1). Situado en la orilla progresista o liberal, según términos de la época, el periódico siguió anunciando algo que es fácil constatar para la época: desde fines del decenio 1830 ya existía una voluntad de establecer alianzas asociativas entre un patriciado protoliberal y sectores populares liderados por grupos de artesanos; luego de la guerra civil de Los Supremos (1839-1841) fue más evidente la irrupción del pueblo en la política. El pueblo había dejado de ser esa categoría abstracta evocada por los ideólogos del sistema político representativo como una fuente de legitimidad y como un principio de apariencia igualitaria. En la práctica, el sistema electoral había vuelto inevitable que porciones más o menos   Sobre el proceso de adquisición de la imprenta en Estados Unidos, carta de Pedro Alcántara Herrán a M. Ancízar, Washington, 27 de diciembre de 1847, AA. También en Loaiza, (2004, p. 163). 20

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organizadas e ilustradas del pueblo se inmiscuyeran en lo que se conocía entonces como “la política eleccionaria”. Así [Entonces] emergieron la figura muy local del sufragante parroquial y la del artesano convertido en artista y en, incluso, escritor de fugaces periódicos; algunos títulos revelaban que el artesanado era destinatario directo y, en otros casos, el principal gestor colectivo, o individual, de pequeños periódicos que intentaban encontrar un lugar en un universo hasta entonces exclusivo de una élite letrada. Entonces, ya a fines de la década de 1839 tenemos Los Sastres, que en su corta existencia evocó la inevitable inclinación de gentes del pueblo por la “periódico-manía” o la lectura cotidiana de impresos que daban cuenta de una intensa actividad política. Las primeras tentativas periodísticas realmente atribuibles a los artesanos fueron, en buena medida, el resultado de la ruptura entre las élites liberales y los artesanos que habían estado reunidos en las Sociedades democráticas. Los primeros signos de un periodismo escrito por y para los artesanos aparecieron entre 1848 y 1851, motivados por lo que uno de los dirigentes artesanales llamó “el desengaño”. Entre las primeras tentativas de autonomía intelectual de los artesanos, debemos destacar el pequeño libro del antiguo aprendiz de sastrería y panadería, Ambrosio López, precisamente el autor del folleto titulado El desengaño (1851); luego apareció la respuesta a este folleto escrita por el ebanista Emeterio Heredia (1851); y ese mismo año apareció otro testimonio del malestar de los artesanos escrito por Cruz Ballesteros titulado La teoría y la realidad (1851); agreguemos también los semanarios El Sufragante (1848) y El Artesano (1850), en Cartagena; El Pueblo (1850) y El Pobre (1851), en Bogotá. Todas estas publicaciones tuvieron en común la protesta contra la élite liberal que había manipulado al movimiento artesanal para obtener una victoria electoral. Otro punto en común era la consciencia de recurrir a un medio que apenas si sabían cómo utilizar, el de la escritura dirigida a un público. Todos comenzaron sus opúsculos o sus periódicos advirtiendo que ellos no podrían jamás escribir como “las gentes bien educadas, como los doctores”, que estaban expuestos a escribir incurriendo en muchos errores pero que de todos modos escribían con “la franqueza y la libertad de un verdadero republicano” (López, 1851, El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral

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p. 7). Además, estos artesanos transformados en escritores públicos justificaban su lenguaje rústico diciendo que, al fin y al cabo, sus principales destinatarios eran otros artesanos como ellos. Eran, pues, conscientes de invadir un terreno habitualmente reservado a la élite ilustrada. Por ejemplo, El Sufragante de Cartagena decía en su primer número: “como yo no soy ni doctor de la Universidad, ni poeta ni escritor público, mi lenguaje será, en consecuencia, muy natural y muy simple”.21 En el periódico El Pueblo, los redactores deploraban las dificultades económicas para hacer circular la prensa del movimiento artesanal: “El Pueblo sufre hambre y miseria y no tiene dinero para sostener periódicos y mucho menos para comprarlos”.22 Mientras que El Pobre, muy consciente de sus dificultades, anunciaba: “Esta hoja democrática será publicada cada vez que sea posible porque los pobres no hacen jamás lo que ellos quieren” y pedía la colaboración de los “verdaderos periodistas” para “ayudar a los pobres redactores de esta hoja en la misión de instruir al pueblo”.23 El pueblo liberal, organizado en clubes políticos electorales, se consideraba responsable del triunfo de su candidato a la presidencia del país, en las jornadas callejeras del 7 de marzo de 1849, fecha desde entonces entrañable en la mitología fundadora del Partido Liberal colombiano. El periódico reconoció el fenómeno tres días después con suma claridad: “Hablamos del interés y participación directa que el pueblo va tomando en los asuntos de la política interior [...] Las cuestiones eleccionarias han descendido hasta el fondo de nuestra sociedad y conmueven y agitan a multitud de gentes que antes no las comprendían ni las apreciaban”.24 De la exclusiva y excluyente república de los ilustrados que con insistencia fue definida en la prensa de los decenios 1820 y 1830 se había pasado, inexorablemente, a una ampliación de la noción de democracia representativa. Para El Neogranadino, “el elemento popular” había hecho “entrada   El Sufragante, Cartagena, núm. 1, 21 de diciembre de 1848, p. 1.   El Pueblo, Bogotá, núm. 1, 13 de julio de 1851, p. 1. 23   El Pobre, Bogotá, núm. 1, 14 de septiembre de 1851, p. 1. 24   Congreso, El Neogranadino, núm. 32, 10 de marzo de 1849, p. 73. 21 22

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efectiva y triunfante [...] en la escena política”.25 El periódico presenció y saludó, por tanto, la expansión del derecho de asociación que se plasmó en el nacimiento, entre 1849 y 1851, de un centenar de clubes políticos liberales. Es decir, El Neogranadino pertenece a aquel momento en que se definió de manera ideológica y práctica la existencia de un partido liberal de algún arraigo nacional; aún más, en que la disputa electoral entre dos partidos constituidos en su programa y en su funcionamiento asociativo comenzó a teñir la historia política colombiana. Disputa electoral que, por supuesto, iba a necesitar del aporte doctrinario permanente de la prensa. Esa disputa eleccionaria, la competencia asociativa entre liberales y conservadores, que llegó a ser muchas veces cruenta, fue motivo de exaltación en El Neogranadino: “Lejos de ser un mal es un bien el ensayo que esta haciéndose del derecho de asociación, derecho cuyo ejercicio es una de las condiciones esenciales de la practica del sistema representativo”.26 Era el ascenso de una nueva generación de liberales que parecía dispuesta a recurrir al populacho, a expandir la organización de un partido político y a promover la ampliación de libertades políticas como no había sucedido hasta entonces. Era el momento, además, de la prensa asociativa, una prensa que debía contribuir a la implantación de una sociabilidad liberal por gran parte del país. El periódico se extingue, la modernidad liberal entra en crisis El último número de El Neogranadino apareció el 31 de julio de 1857, cuando el conservatismo colombiano, en cabeza del entonces presidente Mariano Ospina Rodríguez, anunciaba el ascenso asociativo y cultural de un proyecto republicano de sello católico.27 Hasta ese momento, el periódico   Lo que pasa, El Neogranadino, núm. 84, 25 de enero de 1850, p. 25.   Lo que pasa, El Neogranadino, núm. 84, 25 de enero de 1850, p. 25. 27   Al año siguiente iba a regresar la Compañía de Jesús, cuya expulsión, en 1850, fue aupada en las páginas de El Neogranadino, También, en 1858, nació el periódico que se encargó de cumplir un papel de “juez en materia literaria” y difusor de un retorno intelectual a España, se trata de El Mosaico. 25 26

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cumplió la función doctrinaria de comunicar el pensamiento político de la facción gólgota del liberalismo colombiano; es decir, la tendencia liberal que promovió las reformas que condujeron a la Constitución promulgada de 1853. Entre 1848 y 1853, el temario central de sus editoriales fue, principalmente, la necesidad de incentivar la libre iniciativa económica, la construcción de caminos, la comunicación interoceánica, los tratados comerciales con Estados Unidos y el abandono de prioridades diplomáticas con respecto a la Gran Bretaña, viraje en las relaciones internacionales auspiciado por Manuel Ancízar. Luego hubo una concentrada discusión en torno al sistema político administrativo que debía concebirse en la carta constitucional; de modo que se expusieron tesis a favor y en contra del centralismo y el federalismo. La expulsión de los jesuitas, la ley sobre matrimonio civil, la libertad de conciencia y de cultos, la abolición de diezmos, la separación entre la potestad eclesiástica y la potestad civil fueron los asuntos básicos discutidos en la propuesta secularizadora del grupo de dirigentes liberales que sostuvo la redacción del periódico en sus diferentes etapas. Después del primer director y editor responsable, el influyente Ancízar, pasaron por la redacción del periódico, entre los más evidentes, Manuel Murillo Toro, Florentino González, Rafael Núñez, Lorenzo María Lleras, José María Samper. Sin embargo, los verdaderos sostenedores del periódico, quienes en tiempo de dudas o de ausencias en la dirección editorial asumieron el control y fijaron reglas a los escritores, a las agencias distribuidoras, a los lectores y a los abonados, fueron los impresores, principalmente los hermanos Echeverría, y los litógrafos Celestino y Jerónimo Martínez. Desaparecido el periódico, los impresores Echeverría siguieron siendo los operarios principales del taller de imprenta y, sobre todo, los responsables de las publicaciones oficiales de los gobiernos liberales. Más exactamente, todas las publicaciones educativas oficiales del régimen radical fueron prácticamente monopolizadas, en Bogotá, por el taller de los hermanos Echeverría. En esta imprenta fueron publicados, en las décadas 1860 y 1870, los principales periódicos del reformismo educativo: Anales de la Universidad Nacional, La Escuela Normal, El Maestro de escuela, La Gaceta oficial. El privilegio de imprimir los documentos oficiales fue uno de los 466

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principales sustentos de este taller de imprenta. Para garantizar la prosperidad del taller, los Echeverría supieron que era decisiva su relación con Manuel Ancízar, hombre cercano a los regímenes radicales; en 1852, por ejemplo, los impresores venezolanos le recordaban a su mentor la urgencia de renovar los contactos con el gobierno liberal con el fin de obtener los “pequeños contratos” para la impresión de las publicaciones oficiales: Ya que Su Señoría es hoy día todopoderoso allá en las altas regiones del Gobierno, ¿no podrá hacer algo en obsequio de la imprentica, interesándose aun desde allá en carta particular, relativamente [sic] al contrato de impresiones oficiales? […] Piense sobre esto y aconséjenos; porque por nuestra parte creemos que muy poca cosa alcanzaremos a la larga y con mucha economía si no logramos contratar los trabajos del Gobierno; esta es nuestra principal aspiración, y con tal fin hicimos un pedido de tipos en mayo, que calculamos estén aquí para fines del año.28

Desde mediados de siglo, el impresor y su taller se volvieron agentes de insoslayable valor político. Los impresores no ocultaban sus adhesiones y trataban de especializarse en la publicación de impresos de uno u otro partido; en los momentos de mayor tensión —las guerras civiles—los talleres de imprenta fueron a menudo el objeto de confiscaciones y de transacciones, mientras que los impresores sufrieron persecuciones, reclutamientos obligatorios y encarcelamientos. Por ejemplo, durante la guerra civil de 1851, el régimen liberal de López confiscó el taller de El Catolicismo, un opositor sistemático de las reformas laicizantes;29 más tarde, durante la guerra civil de 1860, el taller de los Echeverría fue confiscado por el gobierno de Mariano Ospina Rodríguez y uno de ellos padeció el castigo de reclutamiento forzoso en el ejército del régimen conservador.30   Carta de León Echeverría a Manuel Ancízar, Bogotá, 27 de julio de 1852, AA.   El Catolicismo, Bogotá, núm. 45, 15 de febrero de 1852, p. 1. 30   Felipe Pérez, Anales de la revolución, Bogotá, Imprenta del Estado de Cundinamarca, 1862, p. 420. 28 29

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Para entonces, los impresores Echeverría eran connotados divulgadores, en Bogotá, de propaganda masónica y protestante que les hizo conquistar la animadversión de la jerarquía eclesiástica y la dirigencia conservadora. En su relativamente larga existencia, El Neogranadino conoció una interrupción prolongada y significativa, en la coyuntura de la llamada revolución artesano-militar bajo el mando del general José María Melo, cuyo golpe de Estado tuvo lugar el 17 de abril de 1854 y su gobierno provisorio resistió hasta diciembre de ese año. Y después de esa suspensión comenzó su declinación definitiva. Los redactores del periódico anunciaron, al principio, el apoyo irrestricto al golpe melista, lo exaltaron por haber sido pacífico y haber contado con el apoyo popular. Pero el entusiasmo del periódico se interrumpió abruptamente y, como ya era costumbre, los Echeverría debieron anunciar, el 12 de mayo de 1854, la dificultad para preparar un nuevo número porque “un incidente inesperado, de que ha resultado el inmediato retiro de los Nuevos Redactores y su resolución irrevocable de no continuar escribiendo en el sentido en que lo han hecho en los dos números anteriores, ni en ningún otro, ha hecho demorar hasta hoy la publicación del presente”.31 Hasta el momento de la interrupción, El Neogranadino se había caracterizado por preparar ocho páginas, con secciones bien definidas y anunciadas por una tabla de contenido presentada en el cabezote; la política, las noticias locales y extranjeras, los remitidos, la novela de folletín, los retratos y cuadernos de poesía aparecían rigurosamente anunciados. El comentario editorial estaba siempre en primer lugar. Al reaparecer, el 11 de octubre de 1855, la fisonomía del semanario empeoró drásticamente y es una de las pruebas de la crisis por la que pasaba el liberalismo colombiano, dividido luego de las cruentas represalias contra quienes apoyaron la revolución de Melo. Reapareció con cuatro apocadas páginas; la agencia comercial de Próspero Pereira Gamba y Salvador Camacho Roldán —otros dirigentes del liberalismo radical colombiano— intentó enderezar el periódico pero terminó sometiéndolo a la condición de una   Explicación necesaria, El Neogranadino, núm. 310, 12 de mayo de 1854, p. 85.

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especie de boletín industrial y comercial repleto de avisos desde su primera página. En adelante, sus aportes ideológicos más consistentes tuvieron que ver con el apoyo a la candidatura presidencial de Manuel Murillo Toro quien, a la postre, perdió ante el candidato conservador, Ospina Rodríguez, en las que fueron las únicas elecciones del siglo XIX en que se apeló al sufragio universal masculino, una innovación constitucional muy discutida entre los mismos liberales, entre quienes reivindicaban una ampliación de los derechos de participación popular y aquellos que seguían sosteniendo las tesis de una democracia de la gente capacitada y selecta. También se dedicó, agónicamente, a oponerse al ascenso del catolicismo ultramontano o, dicho en términos ajustados, al catolicismo intransigente que comenzaba a afianzarse con la llegada a la presidencia del país de los conservadores. 1857 es el año de reactivación del asociacionismo católico gracias con el establecimiento, en Bogotá, de la Sociedad de San Vicente de Paúl; al año siguiente regresó la Compañía de Jesús y fue fundado el periódico literario El Mosaico, órgano de difusión de los cánones estéticos y morales del conservatismo colombiano. La travesía periodística de El Neogranadino informa acerca de un cambio de relaciones entre el taller de imprenta, la dirigencia política y el público. Alrededor del taller tuvo lugar una evidente especialización de funciones: los operarios del taller estaban bajo el mando del maestro impresor, en este caso los artesanos traídos de Venezuela que, durante su permanencia en Bogotá, se fueron distinguiendo por su capacidad para difundir propaganda cercana a un liberalismo secularizador; a su vez, los maestros artesanos dependían de las relaciones con la dirigencia política para garantizar contratos de impresión. Por encima de los artesanos estaba el propietario del taller de imprenta que fue, por lo general, responsable al mismo tiempo de la sección editorial del periódico, de la distribución de todos los impresos y, por tanto, de la estabilidad económica del taller. El responsable editorial del periódico fijaba las condiciones de publicación, de modo que examinaba los “remitidos” y decidía acerca de las “inserciones”. Estas tareas fueron en varias ocasiones asumidas por los propios impresores. El editor también fue responsable de las buenas El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral

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o malas relaciones con las agencias de distribución y con la oficina de correos. Esta actividad fue la actividad crucial para la permanencia de cualquier publicación periódica, El Neogranadino intentó solventar las dificultades de circulación y venta con la creación de una agencia aparte que le aligerara las tribulaciones al director del periódico. El semanario no pudo dar el salto a cotidiano y apenas si pudo ser sostenido y prolongado por el aporte de muchas manos de dirigentes liberales. La gran causa de su fracaso, como la de muchas otras publicaciones del siglo XIX, fue la dificultad para sostener una distribución que le garantizara estabilidad. Aunque logró reunir una red de casi sesenta agencias, incluidas algunas en Venezuela y Ecuador, el precario e incierto sistema de correos de la época fue agotando sus fuerzas. Como sucedió con muchos otros periódicos, la vida de El Neogranadino se fue llenando de quejas contra los correístas. Muy pronto, desde el número 15, comenzaron las denuncias y reclamos exasperados del director y de algunos suscriptores; la oficina de correos de Bogotá no podía garantizar que los paquetes llegaran a los abonados. En el trayecto, el periódico era leído y mutilado; desaparecían la novela por entregas, los retratos de próceres y las partituras musicales. Había una lectura furtiva en las posadas de los caminos; había una lectura intrusa que, paradójicamente, determinó que el periódico no llegara muchas veces a la comunidad de lectores formalizada en las suscripciones anuales. Esa lectura intrusa, de gorra, esos duendes de los caminos propiciaron la paulatina ruina de muchos periódicos. Sobre los costos y perjuicios de esta intromisión de un público que, a hurtadillas, participaba de la circulación de las ideas y, por ende, de la cultura letrada, hubo la siguiente ponderación, luego de la queja de un suscriptor: “¿Cómo reponer un grabado cuya plancha se destruye después de tirada la edición? Solo haciendo una nueva, es decir, un gasto enorme para reponer ocho o diez ejemplares, lo cual va más allá de nuestras fuerzas”.32

  Reclamo, El Neogranadino, núm. 52, 30 de junio de 1849, pp. 227 y 228.

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Dos razones parecieron reunirse para determinar la muerte del periódico; una, el hecho de no haber logrado un público estable, especialmente en Bogotá, cuya suscripción permitiera la permanencia del periódico. Un público eminentemente bogotano fue garantía de existencia para varias publicaciones posteriores, principalmente conservadoras. Eso quiere decir que la modernización tecnológica, plasmada en el novedoso taller de imprenta, y la modernidad ideológica, plasmada en el reformismo secularizador de los liberales, no contaba para entonces con un mercado asiduo de lectores. Y, dos, la crisis liberal desencadenada por la revolución del 17 de abril de 1854 que hizo temer a la dirigencia del naciente Partido Liberal sobre los alcances de concretar una noción expansiva de democracia que le otorgaba el derecho de opinión y asociación a los sectores populares. Después de esa coyuntura, el liberalismo radical prefirió refugiarse en un reformismo por lo alto, en una sociabilidad elitista y en el proyecto educativo que, en los decenios 1860 y 1870, aspiró a formar desde la escuela una ciudadanía moderna. Referencias Fuentes primarias Fondos documentales Documentos sobre masonería, fondo Arístides Rojas, Caracas, AAHNV Epistolario, Archivo Manuel Ancízar, Tenjo, Colombia Prensa El Catolicismo, Bogotá, núm. 45, 15 de febrero de 1852 Correo de Caracas, Caracas, 6 de octubre de 1840 El Neogranadino, Bogotá, 1848-1857 Diario político de Santafé de Bogotá, 1810 El Argos americano, Cartagena, 1810 Gazeta Ministerial de Santafé de Bogotá, 1811 El Amanuense, Cartagena, 1828 El Sufragante, Cartagena, 1848 El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral

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El Pobre, Bogotá, 1851 El Pueblo, Bogotá, 1851 El Tiempo, Bogotá, 1855 Gaceta de Colombia, Bogotá, 1822

Informes, memorias y otros impresos de la época Acosta, Joaquín. (1844). Informe del Secretario de Relaciones Exteriores. Bogotá. Imprenta de José A. Cualla. Pérez, Felipe. (1862). Anales de la revolución. Bogotá: Imprenta del Estado de Cundinamarca. Camacho Roldán, Salvador. (1946). Memorias. Bogotá: Editorial Cromos. López, Ambrosio. (1851). El desengaño. Bogotá: Imprenta Espinosa. Fuentes secundarias Álvarez Barrientos, J. (1997). Diccionario de literatura popular española. Salamanca: Colegio de España. Loaiza Cano, G. (2004). Manuel Ancízar y su época. Medellín: Eafit, Universidad Nacional de Colombia, Universidad de Antioquia. Lyons, M. (2001). Readers and society in Nineteenth-Century France (workers, women, peasants). New York: Palgrave. _________ Le triomphe du livre (une histoire sociologique de la lecture dans la France du XIX siècle). París: Promodis. Peralta Ruiz, V. (2003). Las trampas de la imparcialidad. El Comercio y el gobierno del general Castilla. Perú, 1845-185. En Debate y perspectivas, núm. 3, p. 81-106. Safford, F. (1989). El ideal de lo práctico. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.

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El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870 Camilo Andrés Páez Jaramillo1 Biblioteca Nacional de Colombia

Ojalá que cada jefe de taller tuviera un club o reunión parcial para acordar su candidato, i que todos esos resultados particulares se nos enviaran a la oficina de nuestro periódico para ir uniformando la opinión en los Estados.2 José Leocadio Camacho, ebanista

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n la Colombia decimonónica, y en buena parte del territorio hispanoamericano, el término más recurrente para referirse al oficio de periodista era publicista, cuyo contenido no solamente abarcaba la acepción de “escritor político” (Barcia Roque, 1880-1883, p. 506) sino también el juego de significados a los que hace referencia dicha expresión. Uno de ellos se deriva de la palabra público, utilizada comúnmente para conceptuar lo que se hace “a la vista de todos” (Palti, 2008). La palabra evoca también la “cosa pública” de los romanos, la Res-publica.3 En palabras de François-Xavier Guerra (1998, p. 7) “lo público, nos remite siempre a la política: a concepciones de la comunidad como asociación natural o voluntaria, al gobierno, a la legitimidad de las autoridades”. Pero también a la publicación y a la publicidad, las cuales van a estar ligadas con todo el ejercicio de construcción y generación, desde la prensa, de una opinión pública, otro concepto ligado a todas aquellas prácticas de difusión cul  Deseo expresar mi agradecimiento a Gilberto Loaiza Cano por sus comentarios y sugerencias. 2   Camacho, José Leocadio, El Obrero, junio 28 de1865, núm. 13, p. 2. 3   República: del latín res publica, “la cosa pública, lo público”. 1

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tural relacionadas íntimamente con la institución de gobiernos liberales de corte representativo y el surgimiento de nuevas formas de sociabilidad. Como señala Hilda Sábato, la expansión de la vida asociativa y de la prensa periódica fueron procesos paralelos y a la vez interconectados (2008, p, 397). Desde finales de los años 40 y principios de los 50 del siglo XIX, con el primer periodo de auge de la sociabilidad artesanal en Colombia, se pueden registrar ya varios casos de publicaciones compuestas casi en su totalidad por artesanos, quienes en medio del huracán político que por aquellos años se agitaba emprendieron la empresa de divulgar sus propias opiniones y posturas.4 Un inventario sucinto de la prensa publicada en Bogotá entre 1863 y 1873 nos arroja una cifra cercana al centenar de periódicos.5 Solamente en 1866 por las calles capitalinas se contaban quince publicaciones, cifra que no debió haber variado mucho en estos diez años. De estas quince, unas pocas fueron impresas para los artesanos, y por lo menos una de ellas dejó una huella que aquí queremos rescatar. En la primera parte de este artículo caracterizaremos sucintamente al artesano granadino durante el siglo XIX por su condición de “ciudadano, trabajador, moderno, productivo, titular de derechos en la república y partícipe de la vida política” (Sábato, 2008, p. 400), lo que nos llevará a analizar su producción impresa durante la segunda mitad del siglo XIX. Para ello se tendrá en cuenta el surgimiento del asociacionismo artesanal promovido por la élite política desde finales de los años 30 y su desenvolvimiento como fuerza política con intenciones de autonomía pero atada a las tradiciones partidistas. En la segunda parte nos centraremos en el caso particular de dos artesanos, ambos impresores, y su participación en el escenario de la prensa bogotana, específicamente de su trabajo con la prensa de artesanos. En la tercera parte examinaremos las características de algunas publicaciones   En Cartagena circularon cuatro números, entre febrero y abril de El Artesano (1850); en Bogotá en la Imprenta de Morales i Compañía se publicaron dos números de El Pueblo (1851). El caso más representativo fue El labrador i el artesano (1838-1839), impreso en Bogotá por Juan N. Triana, sobre este periódico ver: Loaiza Cano, (2011, pp. 69-70). 5   Uno de estos inventarios lo da Eduardo Posada Carbó en su artículo “¿Libertad, libertinaje, tiranía? La prensa bajo el Olimpo Radical en Colombia”. Cfr. Posada Carbó, (2004). 4

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impresas por el artesanado capitalino, describiéndolas y precisando sus mecanismos de difusión por medio del examen de los elementos de su discurso, así como del contexto en el que fueron producidos estos documentos. Al mismo tiempo, reconstruiremos la forma en que el mensaje fue recibido por los lectores de estas publicaciones, teniendo en cuenta las dificultades para la comunicación, entre una población con altos índices de analfabetismo. El último apartado se centra en la alianza, entre sectores de la élite y los artesanos. Esta coalición, entre diversos sectores culturales, sociales y económicamente tan dispares va a ser parte del estudio, analizando puntualmente el proyecto cultural que establecieron tres figuras del escenario asociativo bogotano: Manuel María Madiedo (1815-1888), intelectual católico cartagenero, el impresor venezolano Manuel de Jesús Barrera, y el impresor bogotano Nicolás Pontón (1833-¿?). Una triada que se conjugó en la producción sostenida de nueve periódicos que durante la década de 1863 a 1873 se imprimieron en Colombia, algunos de ellos elaborados exclusivamente por y para artesanos. La importancia histórica del artesanado Los oficios del herrero, sastre, zapatero, carpintero y otros a este modo son honestos y honrados; que el uso de ellos no envilece la familia ni la persona que los ejerce, ni la inhabilita para obtener los empleos municipales de la República” (Mayor Mora, 1997, p. 45).

Como se aprecia en la anterior cita, para los Borbones, en cabeza de Carlos III, la producción artesanal gozó, desde 1783, de unos privilegios que les permitieron crecer con facilidad en una economía colonial cerrada. Con las reformas borbónicas se promovió además una formación moral y ética sobre el ser artesano, con la cual se pretendía cambiar la mentalidad imperante en España y en las colonias americanas que estimaba los oficios manuales como viles e innobles (Mayor Mora, 1997, p. 47). Durante el periodo colonial el gremio artesanal disfrutó de beneficios económicos, así como de protección para sus productos. Formalmente, El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870

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dicha protección se amparaba a través de impuestos a productos extranjeros; informalmente, las barreras geográficas que el territorio les impuso a los comerciantes les garantizaron a los artesanos un mercado exclusivo por siglos. Sin embargo, ambas barreras fueron lentamente superadas a medida que avanzó el siglo XIX. La independencia de España y las reformas liberales de medio siglo trajeron consigo un cambio para los productores locales que, antes de esa fecha, apenas si habían tenido su propia batalla contra la competencia extranjera. Con el gobierno republicano, y durante el siglo XIX, los artesanos se hicieron sentir en su lucha por mantener su bienestar económico, pero también por reivindicar la fortaleza e influencia de su posición socioeconómica. Las posibilidades que les dio el hecho de mantenerse organizados en defensa de sus propios intereses convirtieron a este sector en interlocutores entre el numeroso pueblo y la reducida élite. Esta representación artesano-pueblo fue posible por la posición privilegiada que gozaron muchos de estos artesanos quienes, desde su posición como jefes de taller o maestros, habían obtenido un grado de reconocimiento que los diferenció como clase social. Por ello no resulta fortuito que las élites políticas hayan recurrido a los artesanos en busca de legitimidad. Bogotá se vio provista, durante toda la época colonial, de un gran número de talleres y oficios que servían a las necesidades de la población. Si bien la ciudad no igualaba en importancia económica a otras regiones de mayor producción artesanal como Santander, se caracterizó por albergar una población trabajadora y como productora de bienes terminados mucho más especializada. La mayor parte de dichos talleres tomaron asiento principalmente en el popular barrio de Las Nieves. Para 1873 el total de la población artesana en Cundinamarca representaba el 6 %, de los cuales el 39 % eran hombres y el 61 % eran mujeres.6   Entre la lista de oficios que encontramos en la prensa, además de ebanistas y tipógrafos, podemos mencionar: talabarteros, sastres, sombrereros, albañiles, cerrajeros, torneros, fundidores, armeros, alarifes, pendolistas, joyeros, zapateros, relojeros, polvorista, encuadernadores y tapiceros. 6

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Tabla 1. Estadísticas de la población en Cundinamarca, 1873 Cundinamarca Población Artesanos

Hombres 196.841 9.790

Mujeres 212.761 15.522

TOTAL 409.602 25.312

Fuente: Galindo, A. (1874) Historia económica y estadística de la Hacienda Nacional, desde la Colonia hasta nuestros días. Bogotá: Imprenta de Nicolás Pontón. Libros raros y manuscritos, Biblioteca Luis Ángel Arango. (En adelante, BLAA).

Como mencionamos anteriormente, a medida que el proceso asociativo de finales de la década de 1830 avanzaba lo hizo también el trabajo en la imprenta, la cual se convirtió en un aliado de este sector de la población que lentamente empezó a dejar testimonio de su proceso histórico con periódicos como El labrador i el artesano (1838-1839). No obstante, la época de mayor producción escrita por parte de los artesanos se puede encuadrar durante los años 40 y 50 del siglo XIX, primero con la fundación de sociedades democráticas de artesanos y luego con su participación en los hechos del golpe de José María Melo (1800-1860) en 1854, hecho considerado por la historiografía reciente7 como un parteaguas en el proceso asociativo del artesanado. Durante esta época los artesanos se dejaron sentir con gran fuerza entre la opinión pública, durante los meses que duró el gobierno de Melo, emitiendo todo tipo de hojas, volantes y periódicos. Desde sus talleres, las sociedades de artesanos redactaron los mensajes que luego prensaban en imprentas como la de Nicolás Gómez o la de los hermanos Jacinto, León y Cecilio Echeverría. Aunque desde las imprentas de Benito Gaitán, Marcelo Espinosa, Foción Mantilla, Francisco Torres Amaya y la imprenta de G. Morales y compañía también se publicaron la mayoría de hojas sueltas, periódicos o volantes escritos por los artesanos

  Cfr. Sowell, (1992); Zambrano, (1987); Escobar, (1990).

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capitalinos.8 Por ello, los documentos que llegaron hasta nuestros días evidencian, por un lado, la variedad y cantidad de publicaciones impresas que estos grupos hicieron circular, pero también las dificultades a las que debieron someterse para perdurar en el tiempo. En general, el sostenimiento de los diferentes periódicos no varió mucho hasta bien entrado el siglo XX y las publicaciones se conseguían principalmente por tres vías. La primera estaba sustentada en los avisos publicitarios por los que se pagaba una determinada suma, dependiendo no solo de su extensión sino también del tiempo que iba a durar publicado; segundo, mediante las suscripciones, de las cuales dependía el número de copias impresas; y tercero, la venta de números individuales en las diferentes tiendas y oficinas de correo. Estos dos últimos rubros representaban la mayor porción de ingresos para el sostenimiento del periódico9, sin embargo también significaban la tasa más difícil de mantener para evitar pérdidas. Primero por las dificultades para acceder a todos los lugares del territorio nacional en busca de un mayor número de lectores. Segundo, por los continuos robos de correspondencia o de envíos denunciados semanalmente por la prensa. Y tercero, cuando no eran manos ocultas las que intervenían, la falta de vías de transporte hacía más difíciles las condiciones para la comunicación: si no era un champán hundido con toda la carga, era el precipicio de una montaña escarpada a donde iban a dar todos los papeles.10 Por tal razón, periódicos como   Según Germán Mejía para 1866 circulaban en Bogotá quince periódicos. Mejía Pavony, (2000, p. 440). 9   El periódico El Obrero menciona el caso de 150 artesanos con falta de recursos que, al no poder comprar cada uno su propia suscripción, tomaron quince para todos, con lo que les correspondían diez ejemplares a cada uno.. El Obrero, Bogotá, 30 de julio de 1865, núm. 15. 10   La administración de correos, en la publicación titulada Movimiento postal en la capital de la Confederación Granadina para el año de 1859 menciona que en el trayecto entre Santa Marta y Bogotá la carga puede verse afectada por alguno de estos inconvenientes, y señala que “puede suceder, que por la sequedad del rio u otros motivos independientes de su voluntad, llegue a sufrir atraso en alguno de sus viajes”. Fondo Pineda 948, pieza. 111, Biblioteca Nacional de Colombia. Así mismo en el Contrato para la conducción de correos de la línea del Atlántico, de 1864, estipulan cómo proceder 8

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El Artesano (1850) de Cartagena llevaban una frase en el encabezado donde les advertían a sus lectores que dicha publicación “saldrá cada vez que se pueda”.11 Con el derrocamiento del gobierno de Melo se truncó el proceso de formación política que se venía llevando a cabo desde los años 30, obligándolos a limitar sus aspiraciones políticas hasta principios de los años 60, lo cual retrasó el avance que se había venido consolidando. Por ello la prensa artesanal de esta década refleja, por un lado, este resurgimiento asociativo, y es además el mejor testimonio de cómo los artesanos vivieron la guerra civil de 1859-1862. Al regreso de la guerra, los que habían logrado sobrevivir se encontraron con un panorama desolador: sin trabajo, muchos de ellos lisiados o enfermos y con una ciudad golpeada por la crisis económica producto de la posguerra.12 David Sowell menciona cómo esta situación fue similar a la crisis económica desatada al final de la guerra de los Supremos (18391842), la cual motivó los primeros movimientos asociativos en defensa del interés gremial, como las sociedades democráticas de artesanos (Sowell, 1992, p. 100). El artesanado bogotano intentó entonces reconstruir su vida asociativa en prácticas más autónomas de organización, donde los principales objetivos eran la protección mutua, la lucha por el respeto a su trabajo y la autoeducación.

ante robo o pérdida de los impresos transportados. Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo Pineda 948, pieza 112. 11   En el periódico El Artesano, de Cartagena, se advierte que su publicación “No tiene día fijo para salir, lo hará siempre que las ocupaciones de su taller se lo permitan”. 1 de febrero de 1850, núm. 1 12   En febrero de 1855 el periódico El Bogotano libre (1855), en el artículo titulado “La Consigna”, menciona el trato padecido por los artesanos presos que fueron enviados a Panamá a pagar su condena: “Dícese que han sido asesinados en el camino a Honda algunos de los artesanos que salieron en la primera remesa para Panamá, i se mencionan los nombres de: Agustín Maldonado, Francisco Bulla, Narciso Leguizamo, Francisco Obregón (sastre), Antonio Cabrera, un Mesa, un Castillo, un Heredia, i un Sarmiento. Se dice también que Juan Vanegas, el impresor, ha sido molido a palos hasta causarle la muerte”. El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870

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Al hacer uso de los medios que tenían a su alcance para comunicarse con el resto de su gremio tenían la intención de generar y sostener una posición política dirigida, tanto a sus correligionarios, como a todos aquellos que decidían por ellos en las grandes esferas políticas. Aunque no era usual, algunos escritores reconocían el acervo jurídico adquirido en las sociedades democráticas donde “se aprendió a conocer la soberanía del pueblo, las atribuciones de cada uno de los poderes que constituyen el gobierno general, el respeto a las mayorías i todas aquellas grandes verdades de la República”.13 Es notable cómo en estos documentos se nota no solo un conocimiento serio del vocabulario jurídico del momento, sino incluso frases, lemas y razonamientos al mejor estilo de los escritores políticos consagrados. Hablan de sus derechos como ciudadanos, de la negativa a ir a la guerra, de educación, o de fraudes electorales. Si bien el público al que iban dirigidos todo este tipo de impresos no formaba parte de una élite “culta” no se puede asegurar tampoco que se encontrara al margen de la discusión política. Era, sin lugar a dudas a medida que se acercaban épocas de elecciones, cuando todo el movimiento publicitario y asociativo se estremecía nuevamente: innumerables panfletos, hojas sueltas, quincenarios y semanarios empezaban a salir de las imprentas. Sobre este fenómeno Gilberto Loaiza ha identificado un corpus documental significativo para las elecciones de 1836, cuando circularon hojas sueltas en apoyo a la candidatura presidencial de José María Obando (1795-1861) que hablaban en nombre de “nosotros los artesanos, labradores, fabricantes, marineros y soldados que somos las novecientas noventa y nueve mil partes de ese pueblo cuyos derechos aparentan defenderse” (Loaiza Cano, 2011, p. 69). En julio de 1844 ocurre algo similar para las elecciones de presidente cuando en Medellín “unos artesanos” imprimen una hoja suelta apoyando la candidatura de Eusebio Borrero contra la del general Mosquera por considerarla “impolítica, estenmporánea y peligrosa”.14 Dicha hoja fue impresa en Medellín en la imprenta de Manuel Antonio Balcázar   El Artesano, Bogotá, 5 de junio de 1856, núm. 2.   Unos artesanos, Grito de la democracia. Bogotá: por B. Gaitán, (1844), Biblioteca Nacional de Colombia Fondo Pineda 803, folio 703. 13 14

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y reimpresa en Bogotá en la imprenta de Benito Gaitán, lo que muestra el comportamiento de estas publicaciones, su circulación y alcance más allá de lo local, es que existían redes nacionales bien establecidas. La mayoría de estas primeras publicaciones tenía la característica de ser hojas sueltas divulgadas en ediciones de unas pocas copias, las cuales no se caracterizaban por una refinada tipografía o el uso de grabados, algunas de ellas venían impresas en papel de color azul lo que llama la atención pero no podemos asegurar que haya sido una estrategia deliberada. Para capturar la atención del lector. Dichas hojas eran distribuidas en la calle para que fueran fijadas estratégicamente en la pared de una concurrida esquina que les garantizara un público a sus escritos. En muchas ocasiones, la gente del común se enteraba de lo que estaba ocurriendo en materia política por la lectura de estas hojas sueltas, o si no sabía leer, por lo que alcanzaba a escuchar cuando eran leídas en voz alta para un público más amplio en las calles, plazas, e iglesias.15 En su mayoría, estas “hojas de circunstancia”, como las denomina Posada Carbó, (2003, p. 194), carecen de autor o imprenta lo que dificulta su identificación. En algunas de ellas aparecen firmas indeterminadas como “unos artesanos a sus compañeros” o “artesanos del 17 de abril”. Este anonimato de las hojas también es una diferencia con los periódicos en donde, en la mayoría, hay nombres propios para responder por lo que allí se dice. El reglamento de la Sociedad Unión de Artesanos, publicado en su periódico La Alianza (1866-1868), era muy preciso con este tema tal y como quedó estipulado en su artículo 20: “Todo manuscrito de los redactores, colaboradores, remitidos de la capital i fuera de ella serán leídos ante la sociedad con asistencia de diez miembros de ella por lo menos, que   En el folleto titulado A los autores de la publicación que contiene el programa de la Sociedad Democrática “Obando” de San Jil” (1851) recrean esta acción: “Para saciarse el Dr. Afanador i el señor José María Villareal […] prepararon una pueblada en la Villa del Socorro para leer a gritos en las calles el papel que escribieron en contra nuestra i además repartieron con profusión dicho papel en algunas Asambleas electorales al tiempo de reunirse, sobre todo en Barichara”. Sala 2ª, núm. 9526, pieza. 1. Biblioteca Nacional de Colombia. 15

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tengan voz i voto” y en el artículo 22, reiteraban que: “No podrá darse lectura a manuscrito incompleto i menos sin la firma del autor”.16 Por otra parte, el formato en que venían impresos este tipo de periódicos, aunque variaba de periódico a periódico, tenía en general un tamaño mediano que se aproxima al actual tabloide, con un promedio de ocho páginas por número, donde se contaba con secciones de noticias locales, una sección de folletín17, correspondencia con los suscriptores y anuncios.18 Entre los temas de fondo que abordaron periódicos como La Alianza o El Obrero (18641865) encontramos artículos contra el libre-cambio y sus desventajas en la producción nacional; la instrucción pública, como un propósito no solo para los hombres sino también para la mujer quien constituía el porcentaje más alto de la población artesana y a quien consideraban la formadora de nuevos artesanos19; y finalmente el problema de “la miseria” entre la clase trabajadora, pero abordado desde la perspectiva católica del decoro y estoicismo ante la pobreza, más que abogando por una revolución.20 Todo ello, tanto su extensión como su contenido, implicaba una lectura que llevaba más tiempo que las “hojas de circunstancia”, una lectura mucho   La Alianza, Bogotá, 1 de noviembre de 1866, núm. 4: 20.   Un ejemplo de este tipo de novelas de folletín fue “El suplicio de una mujer: comedia en tres actos” (1865) de Emile de Girardin (1806-1881) obra en francés que fue traducida para La Alianza por José Leocadio Camacho. La Alianza, Bogotá, 20 de diciembre de 1866, núm. 9: 36. 18   Como mencionamos anteriormente, el tema de la educación y el aprendizaje de nuevas técnicas era un tema recurrente, un ejemplo de ello este el siguiente aviso publicado en La Alianza “En el colegio de artes i oficios se ha organizado una escuela para los hijos de los artesanos, en ella se enseña lectura, escritura, aritmética i gramática castellana; i a los que quieran aprender un oficio se les enseña carpintería, ebanistería i obras de torno”. 13 de febrero de 1867: 56. 19   “Nuestros deseos por la instrucción de la mujer”. La Alianza, núm. 4, 1 de noviembre de 1866, p. 10. 20   La polémica suscitada entre José Leocadio Camacho, ebanista, y Miguel Samper, reconocido escritor bogotano, en el periódico La República, a raíz de los artículos publicados por Samper en El Republicano y luego impresos bajo el título de “La Miseria en Bogotá” (1867) esbozan perfectamente la situación social en la que se encontraba Bogotá durante los años 60 del siglo XIX. Pero también refleja las perspectivas, desde sectores opuestos socialmente, sobre los artesanos. 16

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más reposada con la cual el artesano iba formando, en relación con los demás individuos de su círculo personal, una opinión sobre uno u otro tema, no siempre necesariamente unánime. A estas ideas, producto de una postura deliberativa sobre un tema de interés general, y reorganizadas al interior de un círculo social es lo que denominamos opinión pública artesanal. A continuación analizaremos el papel desempeñado por algunos de los artesanos, que desde su posición de impresores lograron consolidar una línea de trabajo editorial en el circuito artesanal, persistente en el tiempo y desde donde impulsaron este tipo específico de opinión pública. El impresor, un oficio más allá de la imprenta Los impresores desempeñaron, en tanto artesanos y más allá de las labores concretas de su oficio, un rol de gran relevancia en todo este proceso editorial y de difusión que emprendió la clase artesanal durante el siglo XIX, y forman parte de un proceso de madurez intelectual que viene ligado de manera directa con la introducción de todos los usos y hábitos que trajo consigo la reunión de experiencia política junto al trabajo con la imprenta.21 Así mismo, la lectura que se puede hacer de las imprentas donde era publicada tal o cual publicación, durante el tiempo que permaneció en circulación, también es susceptible de ser analizada. De tal forma, había talleres desde los que solo se emitían publicaciones liberales y otras en las que solo eran permitidas impresiones que apoyaran la causa conservadora. Por ello, hay mayor certeza de encontrar publicaciones más afines al pensamiento conservador cuando habían salido de imprentas como las de José Ayarza, El Día, o Torres Caicedo, mientras que si encontráramos un periódico publicado en la imprenta Echeverría Hermanos, podríamos inferir que el contenido del documento defiende ideas del Partido Liberal. Aunque había casos, como la imprenta de Manuel Ancízar, en la que se prestaban los servicios de un “gabinete privado” para los escritores, donde se garantizaba   Vale la pena señalar el papel desempeñado por los impresores ingleses Andres Roderick y F. M. Stokes, este último ubicado en la plazuela de San Francisco, quienes desde la década del 20 formaron a varios en el oficio de impresores.

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“la inviolabilidad del secreto” (Loaiza Cano, 2004).22 Esto permitía que, amparados en la libertad de imprenta, cualquier escrito político pudiera salir de sus planchas sin censura previa, y fuera distribuido por toda la ciudad. En el caso de la prensa artesanal, tal vez quien acumulaba un extenso antecedente en la formación de asociaciones y publicaciones de este corte, fue el impresor venezolano Manuel de Jesús Barrera. Este artesano había vivido en Mompox en la década 1850, donde fundó una sociedad de artesanos desligada de la influencia de liberales y conservadores; después se radicó con su imprenta en Bogotá y se asoció con el ebanista José Leocadio Camacho (1833-1911) para fundar los círculos mutualistas23 de El Obrero (1864-1865) y La Alianza (1866-1868); más tarde, en 1877, Barrera instaló su imprenta en Medellín y fundó el periódico artesanal La Libertad (1877-1878) con el que contribuyó al auge de sociedades democráticas en Antioquia.24 Nicolás Pontón es otro ejemplo de tipógrafos comprometidos con un proyecto de difusión política fiel al servicio, no solo de la causa artesana sino, también, de los conservadores. Al rastrear su producción, los primeros documentos de los que se tiene registro se remontan al año de 1851, donde se lo encuentra imprimiendo un breve periódico literario titulado El Látigo (1851). Pero sin duda su época de mayor producción se puede situar a mediados de los años 60 y principios de los 70 (ver tabla 1). A fines de 1863, deseoso de combatir la Constitución liberal de aquel año, montó con Barrera, la Imprenta Constitucional, que se estrenó con el periódico El Conservador (1863-1865) que a su cierre continuó con La Prensa (1865-1869). Luego   Ver también el artículo de Gilberto Loaiza titulado “Manuel Ancízar y El Neogranadino (1848)” que se encuentra en esa misma publicación. 23   Aunque la primera Sociedad de Ayuda Mutua se fundó en 1872, la base de estos dos círculos mutuales era la de velar por el bienestar y proporcionar asistencia a sus miembros en caso de enfermedad o muerte. Un ejemplo de ello nos lo proporciona el periódico El Obrero “El día 15 de septiembre murió el artesano Policarpo Camacho. Se nos ha informado que los señores Echeverría costearon sus exequias, solo porque había sido obrero de su establecimiento. Agradecemos a los señores E. Su generosidad”. El Obrero, Bogotá, 22 de septiembre de 1864: 2. 24   Una semblanza biográfica del artesano Manuel J. Barrera en La Alianza, Bogotá, 4 de abril de 1868, p. 1 y en Loaiza Cano, (2011, p. 111). 22

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vino La Ilustración (1870-1875), donde trabajó como director y editor junto a Manuel María Madiedo. Como una muestra de sus estrechas relaciones con los conservadores, desde marzo de 1866 la Imprenta Constitucional despachó sus principales publicaciones25 desde la librería Torres Caicedo dirigida por el general conservador Lázaro María Pérez (1822-1892). Cabe agregar que durante estos años, Pontón no solo se limitó a luchar en el campo de las ideas ya que para las guerras civiles de 1860, 1876 y 1885 también se alistó, junto a otros tipógrafos, en defensa de la causa conservadora.26 Como mencionamos anteriormente, Pontón fue un ejemplo de la simpatía ideológica de los artesanos con el proyecto político de los conservadores, a diferencia de las décadas anteriores, cuando el sector artesanal había logrado una adhesión política con el sector liberal de los gólgotas. Algunos sectores de la élite política del recién fundado Partido Conservador promovieron también, desde sus intereses, la fundación de sociedades ligadas principalmente a la Iglesia católica. Entre estas podemos mencionar las sociedades populares, la Sociedad Filotémica, Sociedad Amigos del Pueblo y la del Niño Dios que pretendieron cooptar al artesanado, no ya desde la caridad y la beneficencia, sino mediante espacios de sociabilidad desde donde se instruyó políticamente al sector artesanal, tal y como lo hicieron los liberales. Esa generación de jóvenes liberales, que formaron dirigentes artesanales en las primeras sociedades democráticas había encontrado en los artesanos el ambiente propicio donde poner en práctica las nuevas ideas políticas que, desde las comunas de París y las revoluciones europeas de 1848, les empezaban a llegar. Sin embargo, a comienzos de 1850, cuando los jóvenes letrados les quisieron inculcar con mayor ahínco los principios de la economía política y las virtudes del libre comercio, los artesanos se opusieron por considerarlo perjudicial a sus intereses, y en respuesta reclamaron protección para sus productos terminados. Desde entonces se hizo frecuente la manifestación artesanal en contra de lo que muchos artesanos calificaron como “la manipulación” por parte   El Conservador, El Iris, El Bogotano y El Católico.   El Taller, Bogotá, 20 de agosto de 1887, núm. 55: 217.

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de la joven élite liberal. Este es el origen del “desengaño”27 artesanal hacia el liberalismo, y de paso hacia todos sus representantes, los cuales prometían muchas más libertades, que derechos. Sumado a esto, desde 1844, con el retorno de los jesuitas durante la administración de Pedro Alcántara Herrán (1800-1872) se inauguró, según Loaiza, una “etapa asociativa antiliberal que le daría una importancia a la instrucción técnica y a la organización mutualista del artesanado” (Loaiza Cano, 2011, p. 239). Parece claro que la nueva etapa de auge librecambista que corresponde con el triunfo liberal refrendado en la Constitución de 1863, dividió aún más al artesanado entre los que apoyaron a Mosquera, por su discurso proteccionista28, y los que prefirieron refugiarse en las toldas conservadoras por su defensa del papel desempeñado por el clero en la educación.29 Pontón y su compañero Barrera repartieron su tiempo entre la impresión y la redacción. Ambos trabajaron como jefes de redacción en el semanario artesanal La Alianza (1866-1868), y en periódicos tan controvertidos como La Bruja (1866-1867), en el que Pontón escribió varias columnas con las que se ganó el odio de muchos, entre ellos Medardo Rivas (1824-1901).30 De lo que no se salvó fue de la cárcel, en donde pasó algún tiempo por órdenes de Tomás Cipriano de Mosquera quien argumentó con su arresto que “quería poner un dique al torrente de inmoralidad que tenia origen en la casa del señor Pontón, con La Bruja y otras publicaciones que volvían pedazos la honra ajena”.31 Sobre este tipo de impresos donde la honra y la reputación personal eran puestas ante el “tribunal de la opinión pública” podemos decir que nos encontramos   López Pinzón, Ambrosio, El desengaño, o, Confidencias de Ambrosio López primer director de la Sociedad de Artesanos de Bogotá denominada hoi Sociedad Democrática. Bogotá: Imprenta de Espinosa, por Isidoro García Ramírez, 1851. 28   El Nacional, Bogotá, 26 de febrero de 1867, núm. 144: 574-575. 29   La Republica, Bogotá, 2 de octubre de 1867, núm. 14: 55. 30   Rivas, puñal en mano, fue a reclamarle por un editorial en su contra: Pontón, Nicolás, “Al público: tentativa de asesinato premeditado”. Bogotá: Imprenta Constitucional, 1867. Biblioteca Nacional de Colombia. Fondo Pineda 815, pieza 71, 31   La Alianza, Bogotá, 4 de mayo de 1867, núm. 21: 81. 27

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frente a formas de apropiación de la opinión pública que dan cuenta, así como el caso de Pontón y Rivas, de la constante apelación al público en busca de apoyo para la resolución de conflictos que buscaban la consumación de justicia.32 Si bien a Pontón no lo pudieron sacar de la cárcel ni sus compañeros de periódico que se entrevistaron hasta con el presidente para interceder por su liberación, su actividad no disminuyó. En los años posteriores a su liberación se le puede rastrear emitiendo, en promedio, dos publicaciones de forma paralela durante la década de mayor efervescencia. A continuación profundizaremos en el contenido de este tipo de publicaciones que personajes como Pontón y Barrera llevaron a cabo, para analizar su contenido y el mensaje que pretendieron transmitir a los artesanos. Contenido doctrinal en la prensa de artesanos Para el caso que aquí nos interesa, vale la pena resaltar los intercambios de opiniones que ocurrían en los locales donde se elaboraba esta prensa popular: las imprentas, así como en los talleres, plazas, y lugares de encuentro en la ciudad.33 El resultado indirecto que dichos espacios generaron, además de funcionar como lugares de conversación y discusión, fue lo que González Bernaldo (1999, p. 138) ha denominado un “nuevo modelo de hombre de opinión”. Para los personajes que se formaron en estos recintos su experiencia política no estaba supeditada a un cargo público, sino que su conocimiento era resultado de una práctica cultural: el intercambio y la difusión de ideas. Una de las principales características de esta prensa (1864-1870) fue el énfasis puesto en la cuestión social de la clase artesanal que abarcaba esferas de la vida económica y cultural, más que en las discusiones políticas   Villareal, José María, Al criterio público, Socorro: Imprenta de Gómez y Villareal, 1851. Fondo Pineda 573, pieza. 359-360 Biblioteca Nacional de Colombia, (s. f.). Al público, Bogotá, Imprenta de la Nación, 1857, Fondo Pineda 948, pieza. 86, Biblioteca Nacional de Colombia. 33  La fonda de la Rosa Blanca fue un espacio que reiteradamente apareció mencionada en la prensa artesanal como un lugar de reunión de sectores artesanos. 32

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y religiosas, marcando en sus artículos una tendencia a prescindir de cualquier proyecto partidista. Entre los estatutos del círculo mutualista de La Alianza, por ejemplo, podemos encontrar un afán por promover una independencia de toda bandera de partido, el respeto por las instituciones (Iglesia y Estado) y la censura contra actos violentos o “planes revolucionarios que puedan deshonrar la corporación”34; aunque advierte que si por desgracia no pudieren evitarse estos actos, el artesano debía hacer su renuncia a la Sociedad antes de cualquier compromiso de esta especie. El tema de la instrucción y la calificación técnica resulta cardinal en todas sus publicaciones, su promoción se realizaba no solo desde publicaciones como La Alianza, sino desde la totalidad de las publicaciones artesanales. Había un afán por promover el establecimiento de planteles de instrucción que incluyeran, entre otras materias, la geometría y el dibujo lineal. Y sobre la participación política insistían en “el cuidado de escoger, para honrar con su voto, todo hombre honrado i de reconocida probidad, sea cual fuere el color político a que pertenezca”.35 En El Artesano (1856), periódico artesanal bogotano que defendió la candidatura liberal de Manuel Murillo Toro, encontramos un claro ejemplo del “periódico eleccionario”. Una publicación de carácter efímero que tenía la misma vida de las campañas electorales.36 En periódicos como este se reiteraba la importancia, y responsabilidad, de la participación electoral por parte de los artesanos en las elecciones para elegir presidente en 1856: “Si la República ha de ser el gobierno de todos i no de determinados círculos, todos debemos votar, todos debemos discutir las cosas públicas por la imprenta i en diferentes reuniones”.37

  “Reglamento de la Sociedad de Unión de Artesanos”. La Alianza, Bogotá, 1 de noviembre de 1866: 19-20. 35   La Alianza, Bogotá, 1 de noviembre de 1866: 19-20. 36   Terminadas las elecciones y ante el triunfo conservador de Mariano Ospina El Artesano dejó de publicarse en su novena entrega. Ver también, Posada, (2004, p. 194). 37   El Artesano, Bogotá, 15 de junio de 1856, núm. 3. 34

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El Obrero hizo expresas sus intenciones desde el editorial, en su primer número el 1 de agosto de 1864, por “trabajar independientemente e implorar garantías i protección de aquellos a quienes hemos elevado para custodiar nuestros intereses”. El periódico, escrito por artesanos como órgano de un proyecto mutualista y políticamente muy activo, no solo informaba sobre las condiciones y problemáticas de los artesanos.38 En sus páginas se insistía en el tema de la defensa de sus garantías políticas: en la responsabilidad de ejercer el derecho al voto como electores, pero también como sujetos políticos susceptibles de ser elegidos para cargos públicos39; la protección para las artes: específicamente la defensa del comercio nacional frente a los productos importados era un tema recurrente en sus editoriales. Pero fue sin lugar a dudas la independencia frente a ambos partidos la bandera que enarbolaron durante los dos años que duró su publicación, y que fue reanudada entre 1866 y 1868 en las páginas de La Alianza. Había además un fuerte interés en señalar el “deber ser cristiano” del artesano describiéndolos como “seres cuyo único pensamiento es el trabajo i la virtud”, defendiendo un ideal apegado a los valores cristianos, donde la ociosidad, la usura y el juego eran reprobados.40 De esta forma, en un contexto donde las condiciones económicas y sociales resultaban tan adversas para la clase trabajadora, los artesanos-publicistas trabajaron por mejorar sus condiciones, aprovechando la prensa escrita para enarbolar la importancia del trabajo como una forma de control moral de la sociedad.   En el artículo titulado “Los artesanos protejidos por ellos mismos” publicado en El Obrero, se menciona como “los señores Ignacio Medrano y Francisco Portocarrero Serna ha prestados mutuos i oportunos servicios a Ezequiel Villarraga (encuadernador) proporcionándole los medios para que pudiera montar un establecimiento de encuadernación”, 5 de sept. 1864, núm. 5 39   Cáceres, Juan de M. “Conducta que debemos observar los hijos del pueblo cuando se trate de elecciones” “Debemos obrar libremente en el nombramiento de nuestros representantes pues es la idea más triste, que en un país republicano, donde el derecho del hombre es Canon sagrado, nos dejemos alucinar por el dicho ajeno, cuyo fin es el cuartarnos la libertad de votar por hombres aptos i honrados”. El Obrero, 1864, núm. 5, sept. 5. 40   Estévez, Rafael, “Carta Segunda”. El Obrero, Bogotá, 5 de septiembre de 1864, núm. 5. 38

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Hasta ahora hemos esbozado el papel del artesano publicista, sea impresor o ebanista, en su función de emisor de un discurso. A continuación analizaremos el otro extremo de la cadena, el receptor del mensaje, los lectores y los mecanismos de difusión de este mensaje entre los artesanos de Bogotá. Lectores y lecturas Para entender el surgimiento de este tipo de publicaciones escritas por, y para los artesanos, hay que partir del supuesto de la existencia de un nuevo público lector, producto de un cambio que amplió los límites culturales y políticos, tradicionalmente restringidos al mundo de las élites. Dicho cambio no solo fue posible por la participación en un proceso educativo enfocado a superar los obstáculos mínimos —leer y escribir— que les impidieron un acceso a la participación ciudadana; sino también por la conformación de un espacio público donde la lectura empezó a adquirir una mayor importancia, “permitiendo la formación de una opinión basada en el examen crítico de cada ciudadano-lector” (Morel, 1998, p. 311). Leer se plantea entonces no solo como un medio para acceder a la norma jurídica, sino también para construir la opinión pública. En un artículo titulado “Guardias municipales” los redactores de La Alianza llaman la atención sobre la amenaza que representa el analfabetismo entre los artesanos: En nuestro país, el artesano i el proletario, nunca han llamado la atención de nuestros mandatarios para otra cosa que llamarles a los cuarteles o reclutarlos por la fuerza [...] La leyes i constituciones que nos rigen, declaran no ser ciudadanos los que no saben leer i escribir, bien sabido es que al que no tiene derechos, no puede exigírsele deberes; estas constituciones son la prueba de que se quiere mantener al pobre porque ellos son útiles para cargar el fusil i entretener al cañón […] Concluiremos pues manifestando que los artesanos que no saben leer ni escribir, no deben dejarse reclutar mientras no haya una amenaza exterior; y aun en estos casos no deben dejarse gobernar por oficiales que ellos por medio de una elección no los hayan nombrado.41   La Alianza, Bogotá, 1866, núm. 8: 32.

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La instrucción, específicamente de la lectura y la escritura, fue proporcionada a los artesanos durante el siglo XIX por iniciativas “ilustradas” desde los años 30; pero sin lugar a dudas fue de los proyectos de enseñanza del clero donde aprendieron a leer y a escribir muchos maestros de taller. Por eso el proceso de secularización emprendido por los liberales desde 1863 encontró oposición entre sectores de los artesanos, muchos de los cuales se alinearon en las toldas conservadoras en apoyo al clero. Es el caso de José Leocadio Camacho quien en su polémica con Miguel Samper escribió sobre los colegios que les fueron expropiados al clero: Los partidarios del Libre cambio vieron que era demasiado y trabajaron con infernal empeño hasta demoler esos establecimientos y aniquilar sus rentas para que las masas no se fanatizaran y comprendieran mejor las ventajas del republicanismo. La obra quedó cumplida, y por una lastimosa ceguedad, el pueblo permitió la destrucción de esos institutos que habían sido creados por él y para él.42

Por ello, el papel desempeñado por los lectores resulta a todas luces esencial para entender el rol de la prensa como una herramienta transformadora de una sociedad. Para el caso brasileño Marco Morel (1998, p. 310) escribió sobre la génesis de la opinión pública moderna, y en su artículo hace un análisis sobre el perfil del público lector que puede llegar a sernos útil para nuestro tema. En su concepto, el hecho de ser suscriptor en los orígenes de la prensa periódica era ya de por sí un gesto lleno de significado, considerándolo como un “acto de opinión que tenía el peso de una opción política” (p. 312). En otras palabras, la lectura que se hacía de uno u otro impreso condicionaba la identificación ideológica. Sin embargo, la relación —simbólica— que se estableció entre el lector y el redactor, también es susceptible de ser analizada mediante el juego de imágenes espejo y espejismo: Así, el redactor se encontraba en la difícil tarea de construir y consolidar no solo una posición sino una identidad —para   La Republica, Bogotá, 9 de octubre de 1867, núm. 15, p. 58.

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este caso una identidad gremial— que parte de las propias referencias, y en donde los lectores encontraban una filiación, una imagen-espejo en la que se reconocían y con la cual se sentían identificados. No obstante, también podía suceder todo lo contrario y en esta dinámica lo que se formaba era más bien un espejismo, donde el público y la opinión solo existían en las aspiraciones de quien leía o escribía, sin una identificación con las aspiraciones del grupo social interpelado. Este último caso podría servir como una posible explicación para entender la corta vida de muchos de estos semanarios (Morel, 1998, p. 312), motivada en buena medida en la paradoja de la “independencia política” promovida desde muchos de estos periódicos, la cual no fue del todo efectiva y siempre generó escepticismo y discrepancias entre sus miembros. La triada: Madiedo-Pontón-Barrera El trabajo asociativo y cultural de artesanos como José Leocadio Camacho se desarrolló paralelo con personajes a los que ya hemos hecho referencia anteriormente, como Ambrosio López, Cruz Sánchez, Félix Valois Madero, Nicolás Pontón o Manuel de Jesús Barrera. Sin embargo, una de las alianzas más interesantes y fructíferas, por la producción impresa que nos legó, fue la que se dio entre los impresores Nicolás Pontón y Manuel de Jesús Barrera con el escritor cartagenero Manuel María Madiedo. Lo que expresa la tabla 2 resultó del inventario que se le hizo a Manuel María Madiedo alrededor de las publicaciones en que participó, ya fuera como colaborador, editor o redactor, entre 1863 y 1873 (pues resultaba llamativo su constante colaboración en distintas publicaciones artesanales) y el cotejo de esta información con la actividad que por la misma década mantuvieron Manuel de Jesús Barrera y Nicolás Pontón. Al seguirles la pista de su trabajo se puede analizar cómo funcionó esta alianza entre artesanos y miembros de la élite, permitiéndoles mantener una presencia constante en el mundo de la prensa escrita capitalina en las décadas de 1860 y 1870. De las veintisiete publicaciones en las que aparece alguna participación de Madiedo, en las colecciones de la Biblioteca Nacional de Colombia y la hemeroteca de la Universidad de Antioquia, en nueve de ellas lo encontramos asociado, o con Nicolás Pontón, o con Manuel de J. Barrera; 492

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y en dos ocasiones se los puede encontrar a los tres personajes trabajando juntos en la prensa. Estos dos casos son: El Correo de los Estados (1871), del que solo se publicaron veintiséis números, y La Alianza. Si bien Madiedo resulta un caso poco estudiado, y un personaje difícil de clasificar en el universo político colombiano, su vida pública se desempeñó más en la prensa que en los puestos públicos. Los pocos cargos que ocupó se reducen a gobernador de Mariquita en 1840 y como prefecto de Cundinamarca entre 1857 y 1858. Su verdadera labor estaba más ligada al mundo de la opinión, desde donde se encargó de difundir un pensamiento muy de moda en Francia por aquella época, y cuyos representantes más célebres fueron Pierre-Simón Ballanche (1776-1847) y Henri Saint-Simón (1760-1825).43 Con el primero coincidía en la idea de conectar socialismo con cristianismo, y del segundo en la idea de un gobierno dirigido por una élite de intelectuales, los cuales debían ser elegidos única y exclusivamente por los padres de familia —pues la familia era para él, modelo de la perfecta organización social— y eran aquellos, los ciudadanos con el valor moral para hacerlo (Jaramillo Uribe, 1996, p. 242). Vanessa Niñi de Villeros, (2010, p. 134), al referirse a Madiedo, menciona que en su momento fue descalificado por muchos de sus contemporáneos y tildado por sus adversarios como un mulato polémico. Pero, más allá de su controvertida figura, es a través de Madiedo que se puede entender el vocabulario cristianizado, y la concepción del ciudadano y la república como una teoría derivada del cristianismo, lo que se ve reflejado en muchos de los periódicos de artesanos en los que colaboró. Por último, Madiedo tuvo el mérito de ser, según Jaime Jaramillo Uribe, uno de los primeros escritores colombianos del siglo XIX que planteó el problema del pauperismo en los sectores obreros y campesinos, de ahí su   Henri Saint-Simón y Pierre-Simón Ballanche ambos pensadores muy influenciados por el pensamiento cristiano, coincidieron en la esperanza de una nueva era de regeneración espiritual y social, una reconciliación universal que implicaba la solidaridad de clases y sexos, su interés en el progreso industrial y científico, así como la abolición de la pena de muerte y la guerra. También son reconocidos por su interés en la mejora de las condiciones de vida tanto de la mujer como de los artesanos.

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estrecha relación con el sector artesanal capitalino con el que colaboró activamente con diversos tipos de escritos de carácter formativo, como por ejemplo: “El Dogma del pueblo, a los artesanos de Bogotá” (1865), el poema “El Pobre” (1865), o “El catolicismo i el protestantismo escrito para las muchedumbres, i dedicado a las muchedumbres” (1864). En la tabla 2 podemos ver cómo, cuando no estaban laborando los tres en un mismo proyecto, Madiedo seguía trabajando simultáneamente con uno y con otro pero en distintas publicaciones. En el caso de El Bogotano (18631866), se desempeñó como redactor mientras que Pontón se encargaba de la impresión; y en El Monitor Industrial (1864-1865), que lo imprimía Manuel de J. Barrera, Madiedo colaboraba con algunos de sus escritos. Tabla 2. Manuel María Madiedo, Nicolás Pontón y Manuel de Jesús Barrera en la prensa bogotana: 1860-1875 Periódico

Fechas extremas

Ciudad

La Alianza

1866-1868 Bogotá

El Bogotano

1863-1866 Bogotá

El Catolicismo

1868-1869 Bogotá

El Conservador 1863-1866 Bogotá El Correo de los Ene.- Jul. Estados 1871

Bogotá

La Ilustración45 1870-1875 Bogotá

Filiación política Artesanoconservador Conservador madiedista Religioso filosófico Conservador laico

Madiedo

Pontón

Barrera

Colaborador Impresor

Redactor en jefe

Redactor

Impresor

--

Redactor principal

Impresor

--

Colaborador Impresor, -director Conservador Colaborador Editor empresario Impresor Conservador Redactor Editor, madiedista impresor ---

El Monitor Industrial

1864-1865 Bogotá

Conservador Colaborador --

La Prensa

1866-1869 Bogotá

La Voz de la Patria

Sep.-Feb, 1864

Conservador Colaborador Impresor, redactor Doctrinario Redactor en -editor católico jefe

44

Bogotá

Impresor

Fuente: Uribe, M. T. & Álvarez, J. M. (1985). Cien años de prensa en Colombia 1840-1940. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia; Colombia. Ministerio de Cultura, Biblioteca Nacional de Colombia. (1995). Catálogo de publicaciones seriadas siglo XIX. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura.

  Tiene dos épocas, la primera va hasta el 30 de noviembre de 1875. La segunda etapa empieza el 20 de junio de 1876 y va hasta el 22 de agosto de 1883. 44

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Todos estos antecedentes hicieron de Madiedo una persona confiable para el gremio de artesanos; no por nada los miembros de los círculos mutualistas de El Obrero y La Alianza valoraron tanto el trabajo y el altruismo desempeñado por este personaje en la instrucción de la clase artesana, pues a diferencia de muchos otros, no veían en Madiedo una amenaza de manipulación política en busca de puestos públicos. Pero sin lugar a dudas la empatía que alcanzó Madiedo, por encima de cualquier otra personalidad, fue posible porque en su discurso y su pensamiento se sintetizaron dos derroteros básicos de la opinión que tanto se promovió desde periódicos como La Alianza: La defensa de la dignidad artesanal, como clase social con derechos políticos, y la religión católica. Esta última variable desempeñó un papel fundamental en todo el proceso de asociación artesana en Bogotá, y sin temor a equivocarnos, podemos asegurar que no hubo, entre los artesanos bogotanos, un cohesionador más grande que la religión católica. Conclusiones El estudio de la prensa artesanal durante la segunda mitad del siglo XIX nos ha permitido llegar a algunas conclusiones. El primer punto que habría que destacar es la importancia de este tipo de impresos en el análisis e interpretación de las expresiones culturales e intelectuales de grupos sociales que no han sido abordados desde esta perspectiva de análisis. No obstante, a pesar de la variedad de fuentes escritas que nos permiten adentrarnos más en la influencia y el papel que ejerció la prensa sobre la opinión artesanal, no deja de ser un tema difícil de abordar, debido al inconveniente que representa la falta de archivos de todos estos periódicos, así como la ausencia de información concerniente a la tirada de las diferentes publicaciones, o la cantidad y tipo de suscriptores. Además, las publicaciones periódicas escritas no fueron el único medio de comunicación. En efecto, como mencionamos anteriormente, coexistieron con otros tipos de impresos como el pasquín y las hojas sueltas, y por supuesto, los medios orales.

El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870

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En segundo lugar, este panorama cultural puede darnos una idea de la heterogeneidad que presentaba la gran masa artesanal colombiana, sobre todo entre aquellos que tuvieron acceso a un capital intelectual por el solo hecho de saber leer y escribir, situación que se convertía automáticamente en un hecho político; así como poseer libros, operar una imprenta y administrar papel para imprimir sus ideas. Un medio cultural en formación y para un público de intelectuales y artesanos en trance de participación política y de actividad intelectual. Si bien todo este agregado cultural obedeció a una herencia producto de su temprana relación con las élites políticas del liberalismo, el péndulo rápidamente se desplazó hacia el otro extremo y durante el último tercio del siglo XIX fueron los conservadores quienes capitalizaron los réditos de la formación política artesanal. En tercer lugar, el papel desempeñado por intelectuales como Madiedo, quien se alzó así como un teórico del catolicismo social intentando sintetizar religión y política, encuentra en todo el proyecto periodístico encabezado por Barrera y Pontón, en los tipos, y con Camacho y su círculo de intelectuales en las ideas, el mecanismo más eficaz para reunir bajo un mismo techo las diferentes ramificaciones del movimiento artesanal sintetizado en un ideal republicano basado en una moral artesanal que tenía como principios: el trabajo honesto, la instrucción básica y técnica de su oficio, el impulso a las artes y el auxilio mutuo. Así, los intereses sobre los que se construyeron dichas certidumbres, trascendieron esa localidad. La opinión pública que se quiso construir no pretendió ser la “representación” de un vecindario sino la “expresión de los intereses” de una clase social. Referencias Altamirano, C. (2008). (Dir.). Historia de los intelectuales en América Latina I. La ciudad letrada, de la conquista al modernismo. Buenos Aires: Katz. Barcia, R. (1880-1883). Primer diccionario general etimológico de la lengua española. Madrid: Establ. Tip. de Álvarez Hermanos. Colombia. Ministerio de Cultura, Biblioteca Nacional de Colombia. (1995). Catálogo de publicaciones seriadas siglo XIX. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura. 496

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Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX. Espacios de sociabilidad y de opinión de las élites letradas* Juan Camilo Escobar Villegas1 Universidad Eafit, Colombia Introducción El presente capítulo ofrece una lectura de la prensa publicada durante la primera mitad el siglo XIX en el actual departamento de Antioquia en Colombia. La revisión de sus páginas nos ha invitado a pensarlas como espacios de sociabilidad en donde se construyeron formas de opinión sobre la gente de Antioquia y sobre otras partes del mundo. Los principales artífices de esas formas de opinión, que también pueden ser llamadas imaginarios sociales, fueron las élites intelectuales. Hombres ilustrados en contacto con Europa y con el resto de América, apasionados por los procesos de las independencias hispanoamericanas, movieron sus saberes y sus poderes para establecer en Antioquia, particularmente en los tres grandes centros del momento —Medellín, Rionegro y Santa Fe de Antioquia— posturas políticas frente al nuevo orden republicano que surgía en medio de las tradiciones coloniales. Lucharon y escribieron, se organizaron y publicaron *  El autor ha tomado la decisión de escribir la palabra estado, referida al aparato político, con minúscula. Esto hace parte de una revisión al uso de las mayúsculas y del singular que conservan algunas nociones como “Iglesia”, “Derecho”, “Constitución”, entre otras. Particularmente porque se aprecia en esa gramática de la mayúscula una herencia del positivismo y del eurocentrismo al querer darle a una práctica social el carácter de exclusividad y primacía.   El autor agradece especialmente al historiador Édgar Hernando Restrepo Gómez, quien recopiló información pertinente para este texto y participó en la construcción de su estructura general.

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textos para defender concepciones sobre sí mismos que les permitieran obtener reconocimiento e impulsar y apoyar sus acciones en diferentes campos de la vida social mientras que a la vez configuraban y reconfiguraban con ello sus imaginarios de identidad: colonización de tierras, instituciones sociales cristianizadas, autonomías políticas y reformas educativas para las artes y las letras, entre las más importantes. Veamos algunas pistas de cómo las élites de Antioquia hicieron ese proceso editorial, literario y periodístico a partir de 1814 cuando circuló el primer periódico de Antioquia, hasta mediados del siglo XIX cuando ya habían logrado fabricar en los diferentes tipos de impresos un imaginario de identidad defendido desde entonces con ahínco por poetas, científicos, artistas, ensayistas y opinión pública de la región hasta el día de hoy. La prensa de la primera mitad del siglo XIX fue en consecuencia un espacio privilegiado por las élites para autodefinirse y diferenciarse de otros, de las demás regiones de Colombia y de lo que fueron llamando los antropólogos decimonónicos “las razas inferiores”. Gracias a la prensa, y a todos los demás medios y escenarios que permitieron la producción y circulación de imágenes mentales de y sobre “los antioqueños”, hemos podido seguir la historia de los imaginarios de identidad en Antioquia y elaborar de esa manera una mirada no exclusivamente regionalista en el marco de Euroamérica.2 En resumen, en muchos de los periódicos del siglo XIX hemos podido encontrar los adjetivos propios de los discursos identitarios. En lo que concierne a la primera mitad, debemos al menos decir que no fueron pocos los ejemplares de prensa que circularon por los pueblos de la región. Casi todos editados e impresos en Medellín, pero también en algunas poblaciones vecinas como lo dijimos antes, eran luego enviados a sus agentes y suscriptores. Dichos periódicos fueron el principal escenario en el que se inició la consolidación del imaginario de identidad regional en Antioquia. Son muchos los rastros que hemos encontrado; ellos constituyeron una   Remitimos a nuestro trabajo Progresar y civilizar. Imaginarios de identidad y élites intelectuales de Antioquia en Euroamérica, 1830-1920, Medellín, Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2009, 463 p.

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parte de la compleja lucha de representaciones que se gestó entre las élites regionales colombianas durante el siglo XIX y mucha parte del XX. Baste mostrar algunos ejemplos para ilustrar nuestra perspectiva de análisis: ¿Quién os divide encarnizadamente, a vosotros antioqueños, unidos en la rijidez de vuestras costumbres, unidos en vuestras necesidades públicas, unidos en vuestra asidua consagración al trabajo, unidos en la fama de vuestro nombre i de vuestras riquezas en el interior i el extranjero?3 Es claro i evidente que el Chocó nada puede hacer por su propia prosperidad, i mucho menos por el estenso territorio que en el bajo Atrato clama por población, civilización e industria. [...] El gobernador de aquella provincia espone que sólo dos escuelas en toda ella se hallan en actividad, i que las demás se encuentran en receso, por falta de recursos pecuniarios. La industria minera carece de estímulo, de método i de actividad; el réjimen político de hombres aptos e ilustrados; la agricultura es absolutamente nula. [...] Dudamos que pueda competir en el particular con la provincia de Antioquia. Antioquia por su cercanía, población, riqueza i espíritu emprendedor, puede directamente por sí misma, e indirectamente llamando i protejiendo una inmigración considerable, proporcionar al bajo Atrato una prosperidad creciente, i conquistar por medio de la civilización y el beneficio de toda la República, este interesante país. [...] Dudamos que en el Chocó haya alguno que no prefiera agregarse a la culta, industriosa i progresiva Antioquia, más bien que pertenecer a la condición estacionaria del salvaje estúpido e indolente contemplador del incalculable suelo virjen que se estiende en las marjenes del majestuoso Atrato.4 Segregando la costa oriental del golfo de Urabá de la provincia de Antioquia a que ha pertenecido desde su creación, [el Gobierno nacional] ha hecho un mal a la gran mira política i comercial que se había concebido   El Medellinense, núm. 2, 1850, p. 7.   El Censor, núm. 4, 1848, p. 15.

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de beneficiar aquellos terrenos ahora desiertos i que sólo nosotros como más vecinos podemos desmontar i poblar: decimos política por la urgente necesidad que hai ya de mostrar nuestra población de raza española i mestiza en esa costa donde algunas tribus de indígenas que la habitan pueden servir de pretesto a una usurpación extranjera.5 En la opulenta y risueña Antioquia, en esta tierra bendecida por la Providencia, en esta tierra cuyo suelo brota abundantes subsistencias al menor esfuerzo del agrícola, en esta tierra en que el trabajo i la industria son el exclusivo i constante anhelo de sus hijos, no debe el gobierno nacional temer un pronunciamiento.6 Sin la pronta y eficaz protección de los legisladores, la provincia de Antioquia, rica, poblada e industriosa, vendrá a ser una provincia oscura, cuando otras de menos importancia en el Estado brillarán con todo el esplendor de la ilustración y del saber debido a sus colegios y a sus casas de educación.7

La tradición de lectura La tradición de lectura de textos impresos en la región de Antioquia durante el siglo XVIII se puede circunscribir mayoritariamente a las diferentes producciones de la iglesia católica, tales como sermones, tratados, escritos, rezos y catecismos producidos en las escazas imprentas de las comunidades religiosas. Parece ser que el primer impreso de autor regional se refirió a un sermón clerical sobre Ignacio de Loyola, del padre Juan de Toro y Zapata, publicado en Zaragoza, España en 1644.8 Ahora bien, para hablar propiamente de un comienzo de tradición de lectura sostenida de impresos periódicos debemos hacer referencia al Papel Periódico de Santafé de Bogotá, dirigido por el bibliotecario y humanista cubano   El Antioqueño Constitucional, núm. 68, 1847, p. 275.   El Amigo del País, 1846, p. 2. 7   Constitucional de Antioquia, núm. 50, 1833, p. 6. 8   Ver: Mesa, (1898, p. 141); Fajardo, (2008, p. 60). 5 6

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Manuel del Socorro Rodríguez a finales del siglo XVIII, entre 1791 y 1797. Aquel periódico inauguró un interés general por las publicaciones seriadas en los pobladores letrados del virreinato de la Nueva Granada puesto que logró llegar a manos de lectores no santafereños. Puede decirse que impulsó los deseos de los gobiernos provinciales por la puesta en marcha de imprentas que permitieran igualmente crear más periódicos. Se trataba de conocer y expresar los novedosos pensamientos y polémicas opiniones que en diversas materias estaban circulando por el espacio euroamericano. Dentro del contexto cultural de finales del siglo XVIII, podemos pensar la provincia de Antioquia como un espacio ligado a Santafé. Las familias más ricas enviaban sus hijos para que estudiaran en los colegios mayores de San Bartolomé y del Rosario, en la Universidad Tomística y en otros centros de formación religiosa de la capital del virreinato. Lo que terminaría creando lazos de amistad, parentesco y pensamiento entre la gente de letras de Santafé de Bogotá y demás villas y ciudades de Nueva Granada. Iniciados los tiempos de la coyuntura separatista y autonomista en 1810, los académicos y letrados criollos tuvieron la oportunidad de participar en las juntas locales y provinciales. Los miembros que conformaron, por ejemplo, la Junta Superior de Gobierno en la provincia de Antioquia, en 1810, eran en su mayoría personajes con una importante formación intelectual (Sierra García, 1988, p, 92). Estas nuevas élites políticas de carácter republicano adoptaron y construyeron ideas ilustradas que se combinaron sin mayores dificultades con sus tradiciones cristianas. Con la oportunidad de fundar las bases jurídicas de la Constitución del Estado de Antioquia de mayo de 1812, estos hombres defendieron la libertad pública e individual contra la “opresión de los que gobiernan” y establecieron la libertad de imprenta como “el más firme apoyo de un gobierno sabio y liberal. En consecuencia, ella lo será en la provincia con la responsabilidad de los autores en los casos determinados por la ley” (Uribe Vargas, 1977, p. 64). Libertad condicionada puesto que no se permitía ningún escrito o discurso político que perturbara el orden, la moral y la tranquilidad común, ni combatiera las bases de gobierno asentadas en la soberanía del pueblo y en su derecho Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX

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a gobernarse. La misma Constitución definió la religión católica como la religión del estado.9 Ahora bien, a la preparación intelectual, pensamiento ilustrado y vínculos culturales con la capital virreinal se sumaba el interés que la élite de Antioquia demostraba por los periódicos a los que se afilió. Por los suscriptores de dos periódicos capitalinos, el Papel Periódico de Santafé de Bogotá y el Semanario del Nuevo Reino de Granada (1808-1811), se conoce el interés por ese nuevo tipo de publicaciones. En efecto, en el primer impreso, de 53 suscriptores provinciales en 1791, ocho pertenecían a Medellín; mientras que en el segundo, de 93 suscriptores, contaba con siete en Santa Fe de Antioquia y cinco en Medellín.10 Algunos de sus más importantes letrados, como el jurista y profesor de filosofía natural José Félix de Restrepo y el abogado José Manuel Restrepo, participaron con artículos referidos a la riqueza y al futuro de la provincia en sendos periódicos. Es importante anotar que antes de la publicación de la Gazeta Ministerial de Antioquia, en 1814, las noticias se conocían leyendo periódicos traídos de Las Antillas y Centroamérica. La necesidad de conocer los sucesos europeos y la suerte de la Corona española, con la invasión napoleónica a la península, avivaba el ansia de noticias y la adquisición de papeles e impresos de todo género.11 Las élites de Antioquia, conscientes 9   Ver Constitución del Estado de Antioquia, sancionada el 3 de mayo de 1812, en el sitio web de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes Saavedra, en la sección “Constituciones hispanoamericanas”. Su artículo 3 dice: “La libertad de la imprenta es el más firme apoyo de un gobierno sabio y liberal; así todo ciudadano puede examinar los procedimientos de cualquiera ramo de gobierno, o la conducta de todo empleado público, y escribir, hablar, e imprimir libremente cuanto quiera; debiendo sí responder del abuso que haga de esta libertad en los casos determinados por la ley”. Y su preámbulo establece que “El pueblo de la Provincia de Antioquia y sus representantes reconocen y profesan la Religión Católica, Apostólica, Romana como la única verdadera: ella será la Religión del Estado”. Recuperado de http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/ SirveObras/01338386433137061867680/p0000001.htm#I_0_ 10   Ver: Silva, (1992, p. 29); Safford, (1989, p. 144). 11   Véanse las referencias con respecto de otros periódicos en los índices de los textos publicados en los dos primeros periódicos de Antioquia en 1814 y 1815.

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del punto estratégico en que se había convertido la isla de Jamaica, no sólo importaban mercancías sino noticias, cartas, libros y periódicos. En otras ocasiones lo hicieron desde el sur del continente, como puede constatarse en la colección de periódicos de la hemeroteca de la Universidad de Antioquia o en el Archivo de José Manuel Restrepo.12 Cuando la provincia se encontraba en un ambiente intelectual polémico y tenso en razón de los conflictos independentistas con España, la tradición de lectura iniciada con los periódicos santafereños y foráneos, y estimulada con el anhelo ilustrado de sus élites, posibilitó la llegada de una imprenta, con su respectivo impresor, a la ciudad de Rionegro, residencia del gobierno regional. Allí llegó el cartagenero Manuel María Viller Calderón, impresor de Gazeta Ministerial de la República de Antioquia que circuló por primera vez el domingo 25 de septiembre de 1814.13 Pocos meses después ésta se transformó en Estrella de Occidente, a partir del 26 de marzo de 1815.14   El Archivo José Manuel Restrepo se puede consultar microfilmado en la colección FAES, actualmente en la Biblioteca de la Universidad EAFIT, en Medellín. 13   Manuel María Viller Calderón vino de Cartagena con la primera imprenta oficial que se instaló en la región de Antioquia en 1814, gracias a uno de los originales actos legislativos de la nueva región independiente que quería mostrar al mundo su reciente condición de autonomía. De acuerdo con algunos datos provenientes de los catálogos de las bibliotecas colombianas sabemos que este impresor siguió trabajando durante los años de la reconquista española en Antioquia (1816-1819), pues de su taller, que era en ese momento la Imprenta Real, salió una obra para festejar el cumpleaños del rey: Relación de las fiestas con que la M.N. y M.L. Villa de Medellín, en la Provincia de Antioquia solemnizó el día 14 de octubre de este presente año de 1816 en memoria del nacimiento de Nuestro Augusto y Amado Soberano, el Señor Don Fernando VII que Dios guarde. Luego, en el año de 1826 Viller se encontraba en Bogotá y allí continuó su oficio de impresor después de haber dirigido la Imprenta del Gobierno hasta 1822 en Medellín, quedando en la región de Antioquia la imprenta de Manuel Antonio Balcázar como la única activa hasta 1832, cuando de nuevo se encuentra a Viller Calderón, en Medellín, como impresor del Constitucional Antioqueño. 14   Tal parece que editaron otros periódicos en la misma época de Estrella de Occidente, pero que no han sido encontrados físicamente. Entre esos periódicos están El Censor de 1815, El Correo Extraordinario y El Meteoro, del mismo año, ver Puerta, (1963). 12

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En general, los editores y gobernantes encontraron en los comerciantes importantes aliados para la distribución y difusión de los periódicos, por eso los suscriptores de la Gazeta Ministerial eran recibidos, por ejemplo, en la tienda del comerciante Manuel Tirado en Medellín, quien vendía también los números sueltos. Por fuera de la ciudad y de la provincia de Antioquia se admitían los suscriptores en las administraciones de correos. Si revisamos los índices de la Gazeta Ministerial de Antioquia encontramos noticias externas a la región, provenientes de periódicos foráneos como el Mensagero de Cartagena, el Argos de la Nueva Granada o El Republicano de Tunja. También se encuentran traducciones de autores como Saint Pierre, Rousseau, Montesquieu o Tomas Payne. Como puede verse, las conexiones con el mundo no eran insignificantes a pesar de las precarias condiciones técnicas para producir periódicos en Antioquia. Escribir, imprimir y difundir ideas modernas se volvió una tarea esencial para estas élites intelectuales euroamericanas. Ahora bien, en el contexto euroamericano de comienzos del siglo XIX es importante tener en cuenta que a la cultura moderna, ilustrada y revolucionaria de los redactores se adjuntó la tradición humanista clásica. Esta se manifestó en las sentencias de autores antiguos que se leen en el frontispicio debajo del título de la Gazeta Ministerial y de la Gazeta Provincial de Antioquia. En el primer papel apareció una sentencia de Lucrecio, y en el segundo, una de Virgilio. Esta costumbre se generalizó en otros impresos: el Papel Periódico con máxima de Livio y otros, el Diario Político con Tito Livio, El Efímero, de Cartagena y el Semanario Ministerial con Tácito, y el Aviso al Público con Ovidio. La noción “patria” se presentó en el periódico con un corto escrito del filósofo francés Jeans-Jacques Rousseau, El amor a la Patria, y las reflexiones del ideólogo norteamericano Tomas Payne “al tiempo de su guerra de independencia”. Como lo ha señalado con acierto el historiador Renán Silva, (1988, p. 165), la noción “patria” fue incorporándose hasta el punto en que se convirtió en “un representante imaginario de los intereses generales y […] una forma de voluntad colectiva, así este colectivo hubiera estado siempre restringido al ámbito de los grupos dominantes en la sociedad local”. 506

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En términos cualitativos se puede afirmar que la década de 1810 fue un periodo de gestación de la prensa en Nueva Granada y permitió que algunas élites regionales (provinciales) enfrentaran por primera vez el reto de publicar un periódico coherente con sus exigencias y limitaciones y discutieran en él sus problemas morales, ideológicos y políticos en el contexto de las guerras de independencia. La prensa se convertía así en un instrumento socio-cultural y político determinante en la transmisión de ideas e imaginarios de identidad. Sus índices nos permiten conocer las temáticas tratadas; sus títulos, los ideales más arraigados; las listas de suscriptores, nos indican el estatus de los principales lectores, las redes familiares de intelectuales y las poblaciones en las que había presencia de la prensa. Por lo anterior, el estudio de la prensa no sólo es importante para conocer la historia de los imaginarios sociales de quienes la producen, sino, también, significativa para comprender la circulación de las ideas y los saberes que determinan y configuran una buena parte de las opiniones de los sujetos. En otros términos se trata de un capítulo central de las relaciones entre la historia del periodismo y la gestación de la opinión pública en los tiempos modernos, capítulo que conecta las ciudades y las poblaciones euroamericanas durante el siglo XIX. En resumen, los periódicos locales cumplían en aquellos años dos tareas principales, a saber: invitar a los hombres de estado, literatos, científicos y escritores en general a difundir el espíritu ilustrado, republicano e independentista y promover un imaginario de identidad que favoreciera los intereses regionales de sus pobladores y de sus élites. Élites intelectuales e ilustradas que vivieron algunos años de silencio periodístico mientras que se resolvían los conflictos entre monarquistas e independentistas, hasta que en la década de 1820 pudieron retomar sus trabajos como redactores y publicistas por medio de los cuales impactaban la opinión pública en la región y el país. La década de 1820 Sobrepasados los difíciles momentos de la reconquista española y al reiniciarse la emisión de prensa en la región con El Eco de Antioquia, en 1822, el país accedía a la vida republicana enfrentando dos problemas Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX

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económicos: requería recursos para continuar y extender la guerra de liberación hacia el sur y necesitaba reconstruir la economía nacional resquebrajada por la misma guerra. El hecho de que El Eco de Antioquia fuera el único medio impreso en la provincia en la década del 20, es resultado, en parte, de esa situación general. A lo anterior se agrega la posición de dependencia política de la provincia con Bogotá, dada su pertenencia administrativa al departamento de Cundinamarca en la llamada Gran Colombia hasta 1830. Dicha dependencia fue definitiva para que la influencia periodística de la capital se sintiera con mayor fuerza. El interés del poco público lector fue copado en mayor medida, aunque no satisfecho, por los medios periodísticos capitalinos y de otras ciudades. Tres años antes de publicar El Eco de Antioquia, se editó en Medellín, en la imprenta de Calderón, la Gazeta Provincial de Antioquia, de corta vida, pues sólo circularon cinco números. Su director fue José Manuel Restrepo, quien había regresado de su exilio en Jamaica y Estados Unidos. Se encargó del gobierno de la provincia por nombramiento del general José María Córdoba y dejó plasmado en el periódico los primeros decretos del gobierno republicano y el acto solemne de recibimiento a Bolívar por la población de Bogotá, después de la batalla de Boyacá. Según la lista de patriotas rebeldes realizada por el comandante realista Francisco Warleta, en 1816, don José Manuel Restrepo figuró como colaborador de la Gazeta Ministerial, pues entre los cargos mencionados estaba el de “gacetero”. En su marco jurídico, la libertad de imprenta estuvo contemplada en 1821 como un derecho individual, pues la Constitución definió que “Todos los colombianos tienen el derecho de escribir, imprimir y publicar libremente sus pensamientos y opiniones, sin necesidad de examen, revisión o censura alguna anterior a la publicación. Pero los que abusen de esta preciosa facultad sufrirán los castigos a que se hagan acreedores conforme a las leyes”.15 De allí que una de las principales preocupaciones del ideario republicano buscaba enseñarle a leer a la población en   Ver Constitución de 1821. Recuperada de http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/ SirveObras/01361686446795724200802/p0000001.htm#I_1 15

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general, para que conociera las sagradas obligaciones que le imponían la religión y la moral cristiana como para que se apropiara también de los “derechos y deberes del ciudadano”. El gobierno de Santander, con las directrices de la Constitución de 1821, se esforzó en ese sentido, legisló y ordenó crear escuelas primarias en todos los poblados. El método de enseñanza lancasteriano y varias misiones educativas como la de fray Sebastián Mora, fueron medios para hacer efectivo el alfabetismo popular. La prensa se benefició de ese énfasis, pues a la vez que se incrementaba el número posible de lectores, los intelectuales patriotas incluyeron en sus páginas manuales, sermones y comentarios que apuntaban al objetivo de formar al pueblo en los “derechos y deberes del hombre”. El incremento de periódicos fundados en la nueva República de Colombia entre 1820 y 1825 puede interpretarse en esa dirección: mientras más lectores, más difusión de las nuevas ideas republicanas. La relación entre educación y prensa en Antioquia se puede ver con mayor claridad siguiéndole la pista al educador Víctor Gómez, un joven que, después de formarse en el espíritu franciscano en Bogotá, fundó y dirigió en Medellín la primera escuela lancasteriana en 1823 mientras que, a su vez, administraba un almacén de comercio donde vendía mercancías, libros y periódicos de la época. El profesor Víctor Gómez siguió combinando la enseñanza de las primeras letras y el oficio de agente distribuidor en Medellín de periódicos como El Constitucional Antioqueño (1831) y La Voz de Antioquia (1840). Dos profesiones que han estado en la base de creación de opinión pública en el mundo moderno. Esas relaciones entre educación y prensa se ampliaron en la medida en que se incrementaron las instituciones superiores de enseñanza, se extendieron las escuelas públicas y privadas y se mejoró el número de alumnos inscritos. De esta manera, la prensa en Antioquia, pero también en la gran mayoría de las ciudades del mundo moderno republicano, ganaba cada vez más un espacio para ser leída, para opinar en ella y sobre ella y para convertirse en un medio de gran poder de opinión, de representación intelectual y referencia obligada en la vida de la población letrada. Incluso algunos productos de la imprenta fueron utilizados con Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX

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propósitos educativos: publicación de reglamentos para el “gobierno de las cátedras”, planes de estudio y programas de los exámenes públicos, entre otros. La imprenta estuvo activa, a pesar de no ser utilizada para publicar periódicos. Distintos papeles fueron editados en forma de volantes, libelos, anuncios o pequeños cuadernillos. De acuerdo con el viajero y naturalista francés, Augusto Le Moyne, los libelos tenían otro nombre, “ensaladillas”, y constituían una ocasión para hacer circular las opiniones de unos y otros: Eran sátiras en verso y manuscritas, que gentes mal intencionadas, pero en ocasiones ilustradas, amparadas siempre en el anonimato, hacían circular de vez en cuando clandestinamente. En esas sátiras sus autores se esforzaban no sólo en censurar con acritud los defectos y las debilidades de sus conciudadanos sino en divulgar todas las intrigas galantes y devaneos del día. Estas pérfidas producciones literarias, a pesar de ser el terror de las familias pasaban de mano en mano, precisamente por el temor que inspiraban y también por la esperanza que cada cual alentaba de verse excluido a expensas del vecino (Le Moyne, 1985, p. 137).

Coherente con la tradición clásica y humanística, El Eco de Antioquia encabezó, al pie de su titular, una sentencia de Virgilio. Su publicación se prolongó durante trece meses, con 56 números, desde el 5 de mayo de 1822 a junio de 1823 (Puerta, 1963, pp. 32-33). En cierta forma, su estructura representaba ya un tipo moderno de periódico al dividir su contenido en asuntos relacionadas con la provincia, en noticias nacionales y extranjeras, en discursos que contribuyan al progreso material y, finalmente, en reflexiones propias o lo que podríamos llamar “género editorial”. Cuando cumplía siete meses de circulación, el 24 de noviembre de 1822, el editor anunciaba que debía reducir el formato y el contenido. Desde el primer número El Eco de Antioquia invitó a “literatos e ilustrados colombianos” para publicar sus opiniones, pero tuvo dificultades con ellos porque a pesar de la oportunidad para: 510

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[…] que se exercitasen en pensar, leer, escribir, consultar y coordinar sus ideas para darlas al público en un bello orden, esperando que de aquí resultase utilidad a su país: esta libertad ha traído sus inconvenientes, y por esto la restringimos dexando para el último lugar los artículos que nos parezcan, sin que nadie pretenda tener un derecho a que se inserten los suyos con preferencia porque para esto está la imprenta libre, y cada uno puede usar de ella oportunamente.16

La década de 1820 no fue en Antioquia muy abundante en periódicos, pero al menos sí vio consolidar la importancia política e ideológica en la opinión de la gente gracias a variadas publicaciones salidas de la imprenta, en particular de la de Manuel María Viller Calderón. En la coyuntura de 1831 La prensa recoge el carácter y la experiencia de la agitación política que giró al calor de temas controvertidos y fuertes personalidades como Santander y Bolívar. Sectores, grupos y facciones con diferentes propuestas de gobierno empiezan a aglutinarse y la prensa se va tornando en elemento cohesionador de sus intereses. Los grupos bolivarianos, reunidos en la provincia de Antioquia, a imagen de la capital y otras provincias, decidieron sostener la justeza de sus ideas, extender su movimiento y conquistar adeptos para el nuevo gobierno a través de la creación de un periódico: La Nueva Alianza. Le quedaban pocos días de vida al general Bolívar y sus seguidores en Antioquia decidieron imprimir una nueva publicación periódica como complemento y apoyo a la fuerza de las armas. Esta fue editada desde el 21 de noviembre de 1830 hasta mediados del mes de abril del año siguiente, cuando fue recuperado el gobierno local por el coronel Salvador Córdoba durante la guerra civil que enfrentó la desaparición de Bolívar y la República de Colombia. Conocemos algunos detalles de los modos de difusión de periódicos en esta década, gracias a los avisos que indicaban los agentes encargados de su distribución.   “Prospecto”. En: El Eco de Antioquia, núm. 1, Medellín, mayo de 1822.

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Para el caso de La Nueva Alianza, sus distribuidores se ubicaron en las tres principales ciudades de la provincia: en Antioquia el comerciante Pablo Pardo, en Medellín en la tienda de Clemente Jaramillo, y en Rionegro en la imprenta del propio impresor, Manuel Antonio Balcázar.17 Según el periódico, los editores eran el coronel italo-piamontés Carlos Castelli y un eclesiástico que “para honor del clero antioqueño debemos decir que no es de aquí”. Con la publicación de La Nueva Alianza se consolida la carrera de impresor de Manuel Antonio Balcázar, de gran importancia para la región, pues bajo su coordinación se publicaron la gran mayoría de periódicos y papeles surgidos en la primera mitad del siglo XIX. La imprenta, que funcionó en Rionegro en la década de 1830, estuvo a su cargo y fue traída por iniciativa de la élite de la ciudad. Balcázar era director de la escuela lancasteriana local y tenía, además, la experiencia requerida, que obtuvo al lado de Francisco José de Caldas en Bogotá en 1811 con el Semanario, y en 1814 con la Gazeta Ministerial en Antioquia. En la misma década surgió el Constitucional Antioqueño. Sus editores eran representantes de los intereses de las élites más exitosas en los negocios y en las luchas políticas regionales y empezaban a promover en la opinión general la idea de una manera de ser particular de los antioqueños así como un sentimiento de una posible autonomía frente al centralismo de Bogotá. Aseguraban además que El Eco de Antioquia no había hecho sino sostener “un gobierno intruso, difundir las teorías más absurdas y antisociales, y aconsejar un bárbaro sistema de persecución contra los patriotas, confundiendo siempre el dictado de liberal con el de asesino”.18 Por eso, después de los enfrentamientos provocados por el coronel Salvador Córdoba en su “breve revuelta militar contra el gobernador Juan Santana, la que triunfó en menos de un mes” (Melo, 1988, p. 101), las   La Nueva Alianza, como la gran mayoría de los periódicos que tenían pretensiones de larga duración, anuncia en su primera página quiénes eran sus agentes y en qué localidades estaban ubicados. 18   Constitucional Antioqueño, Suplemento al núm. 7, 15 de mayo de 1831. 17

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élites intelectuales antioqueñas crearon tres periódicos de corta duración: el Reconciliador Antioqueño editado en Marinilla, El Ciudadano, en Medellín y El Análisis, en Antioquia, impresos todos en Rionegro. La apertura a una nueva vida republicana, con mayor autonomía administrativa, puso en manos de las élites de la región la posibilidad de gobernarse según sus propios intereses. Tarea que no fue unánime, pues la divergencia de opiniones al respecto se ve expresada en el mundo periodístico de principios de 1830. Para los editores del periódico marinillo los “objetos más interesantes y sagrados”, que debía lograr la imprenta y su propio medio, eran “instruir a los pueblos, reunir las voluntades y afianzar el imperio de las leyes” de tal manera que los “papeles públicos” se conviertan en el “fluido precioso” de la política, de la instrucción y del amor a la propia tierra, pues reunir las voluntades es la defensa de la provincia. En otras palabras, crear, editar y escribir periódicos era, para los ojos de los intelectuales del siglo XIX, la mejor forma de sostener el movimiento, la respiración y la vida de los pueblos.19 En las sentencias escogidas para los frontispicios de los periódicos publicados en Antioquia en 1830-1831 se expresa un cambio notable. Las antiguas sentencias de autores clásicos latinos son reemplazadas por dictámenes imperativos que defienden la constitución política y nociones que les son fundamentales: “Libertad” y “Ley”. Así, el menospreciado periódico urdanetista, La Nueva Alianza, aseguraba que “aquel ser que existe por sí mismo, puede sólo preciarse de realmente libre”. Justificando, de esa manera, la independencia recién ganada frente a la Corona española y el proyecto de autonomía que iría construyendo entre muchos antioqueños la convicción de ser una “raza” aparte y un “pueblo ejemplar” en el que los “varones ilustres” abundan. Para el periódico El Ciudadano su máxima era: “si queremos libertad, respetemos las leyes”, lo que se modificaba en El Soldado: “Si queremos libertad sostengamos un gobierno”. La libertad política se convertía en estandarte de una lucha de representaciones que defendían la obediencia a las normas jurídicas o a las revoluciones armadas de la época. La aparición   El Reconciliador Antioqueño, núm. 1, junio 16 de 1831.

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de El Ciudadano suscitó reacciones en algunos círculos políticos y motivó la creación de periódicos adversarios que lo tildaban de difamador porque “sólo se emplea en desacreditar algunas personas de representación para disolver los lazos que unen al pueblo con sus magistrados”.20 Las continuas polémicas desatadas por El Ciudadano con los otros periódicos aumentaron rápidamente el caudal de suscriptores, partidarios y simpatizantes. Lo que creó la envidia de sus rivales de turno y fue, igualmente, muestra de un anhelo de expresión que necesitaba de un medio que ejerciera reivindicaciones geográficas, económicas, sociales, políticas y culturales para la región de Antioquia. Los editores recibieron con gran satisfacción la muy buena acogida del público por “el anhelo con que se solicita y la multitud de abonados con que ya cuenta, a pesar de que sólo hemos dado el primer número”; y añaden que también les ha sido placentero recibir varios comunicados apoyando su prospecto porque prueban que el periódico está “con la opinión pública que es el objeto de nuestras aspiraciones”.21 Puede asegurarse por lo tanto que los enfrentamientos políticos y la defensa de intereses grupales encontraron en los periódicos un arma de gran calidad. A los vituperios que un bando profería contra otro se añadían adjetivos sobre la opinión que “los antioqueños” se construían de sí mismos, de manera tal que cada bando y cada periódico aseguraba con facilidad defender y representar los intereses de “la raza”. Los periódicos oficiales Esas expresiones de opinión sobre sí mismos, propias de la población letrada, eran tan frecuentes como el interés por conocer los actos del gobierno. En este sentido se pronunciaron dos remitentes, identificados con las siglas RJ y JM, a finales de 1831, cuando enviaron sus escritos a El Ciudadano preguntando a las autoridades por qué no se había cumplido la orden del gobierno supremo para que en cada departamento se publicara   El Soldado, núm. 1, noviembre 30 de 1831.   El Ciudadano, núm. 2, diciembre 5 de 1831.

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un periódico de carácter oficial con el nombre Constitucional, seguido del nombre de la sección administrativa. Los remitentes argumentaban que este periódico era muy “conveniente” para los magistrados como para conocer “las necesidades de los pueblos y sus verdaderos intereses”; asegurando además que nos es posible aceptar “que teniendo los antioqueños una imprenta muy hermosa, carezcan de un periódico, cuando los otros Departamentos abundan en ellos”.22 En efecto, en agosto de 1831, el vicepresidente de la Nueva Granada, José Domingo Caycedo, dictó una resolución para que se editara un periódico oficial, por lo menos en cada capital de provincia de departamento. El costo sería cubierto con el producto de la venta de ejemplares. En caso contrario, el tesoro público subvencionaría el déficit marginal. El gobierno, a su vez, determinó el programa que debía llevar: además de insertarse las producciones oficiales del orden nacional, departamental y local, se publicarían los artículos que difundieran los “conocimientos útiles, inculcaran los buenos principios políticos y las ventajas del sistema republicano, reedificando y unificando el espíritu público”. Un aspecto novedoso en el rumbo de la prensa fue este encargo que el gobierno supremo hacía a las autoridades regionales. En consecuencia con ello, se instruyó a los gobernadores para que “estimularan el patriotismo” de sus habitantes y se suscribieran al periódico. Tratando de asegurar que llegara a todos los poblados, mandó que se distribuyera en cada pueblo un ejemplar de oficio y que se leyera en público por el jefe político o alguno de sus alcaldes (Arboleda, 1933, p. 131).23 Puede colegirse entonces que editores, gobernantes, escritores e impresores conformaban una red generadora de opinión pública en favor de los intereses regionales y de los proyectos de nación que surgían al paso del siglo XIX. Con la gestión de las autoridades, las suscripciones a los periódicos oficiales estuvieron por encima de las que se hacían en los periódicos privados, aunque impresos como El Censor y La Miscelánea de Antioquia   El Ciudadano, núm. 5, diciembre 20 de 1831.   El resaltado es nuestro.

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se posesionaron con gran prestigio e influencia. No obstante, gracias a la iniciativa oficial apareció en la provincia El Constitucional Antioqueño, en abril de 1832, en la imprenta de Manuel María Viller Calderón, quien tuvo que dejar su imprenta por enfermedad y delegar su responsabilidad en Balcázar, a partir del número 5, pero con el nombre de Constitucional de Antioquia hasta su finalización en enero de 1837. Después de las dificultades de funcionamiento que tuvo la prensa oficial por la guerra de los Supremos (1839-1842), nació El Antioqueño Constitucional, con un claro tono de tendencia conservadora acorde con la opinión política más general en Antioquia. Apareció el 6 de septiembre de 1846 con la dirección del abogado Hermenegildo Botero. Dos años después, en su número 116, cambió de nombre por el de La Estrella de Occidente, como homenaje para aquel impreso oficial que había hecho parte de la primera época de la prensa en Antioquia. Botero, en el momento de asumir la dirección del órgano oficial, se desempeñaba como secretario del gobernador conservador Mariano Ospina Rodríguez, uno de los principales artífices de los imaginarios de identidad de las élites de Antioquia durante gran parte del siglo XIX. En sus editoriales se incluyeron varios escritos del dirigente conservador y de sus copartidarios, en algunos de los cuales establece criterios que producen ardua polémica con los periódicos liberales que se oponían con beligerancia al gobernador Ospina Rodríguez, como El Amigo del País y El Censor. Las suscripciones al Constitucional de Antioquia aumentaban y le permitían consolidarse como el principal impreso generador de opinión pública en la primera mitad del siglo XIX en Antioquia. Así, en abril de 1832 contaba con cien suscriptores, en 1833 con 124 y en marzo de 1836 con 244 abonados. En 1856, el polémico escritor y liberal Juan de Dios Restrepo, “Emiro Kastos”, señalaba que un periódico, del partido que fuese, jamás contaba con más de 290 suscriptores. Situación que lamentaba y criticaba porque “semejante hecho prueba indiferencia por los intereses generales o un idiotismo lamentable”. Y agregaba, pensando en un aumento de la población letrada y creando al mismo tiempo eslabones de opinión: “Es que aquí los intereses de sociedad y de patria no tienen sacerdotes: nadie 516

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gasta un real de lo que posee, ni la más ínfima porción de su tiempo, ni se molesta ni se afana sino en beneficio propio”.24 En la misma dirección, se puede entender por qué otro recurso adicional de los editores del órgano oficialista Constitucional de Antioquia apeló al orgullo regional y reputación de su gente al escribir que sería una “mengua para Antioquia, y una vergüenza para sus hijos” no sostener el periódico. Apelaba al deber que tenían algunos ciudadanos que reunían “mayores luces y mejor posición para ilustrar al pueblo común sus derechos”. Por último, trató de demostrar a la élite económica que el periódico sería útil para sus intereses, pues daría cuenta de la inversión de sus tributos, de tal manera que no se desviarían para “labrarle cadenas o enriquecerse codiciosos agiotistas”.25 Un “amigo” del Constitucional de Antioquia comentaba que lo que más afectaba el sostenimiento del periódico era la tacañería de la gente acomodada y el incumplimiento de los pagos por parte de los abonados.26 El “amigo”, criticando la avaricia de la alta sociedad antioqueña, brinda unas señales de cómo llegaban los periódicos a los lectores y del uso que hacían de los impresos: No puedes figurarte amigo, los entripados que paso, el día que sale el Constitucional, o llega correo de afuera; ya recados de Don Fulano, ya de Don Sutano, y ya de Don Perano, para que les mande los impresos que tenga, los cuales después de haberlos leído, con toda la paciencia que sus inútiles doblones les garantizan, los prestan a otros Don Miserias que son de su misma calaña: así de mano en mano, no hay papel que a las dos vueltas no esté de la vista de todos los diablos. Esta sola consideración,   Emiro Kastos, “Cartas a Camilo Antonio Echeverri”. En: El Pueblo, núm. 41, mayo 29 de 1856. 25   Constitucional de Antioquia, núm. 30, diciembre 16 de 1832. 26   A finales de 1835, Balcázar achacaba la “notable decadencia de su establecimiento y créditos” a “no poder recaudar las suscripciones al tiempo estipulado, ni el valor de las impresiones (que es de donde subsiste) al entregar las obras, sino después de algunos rodeos”, “Aviso”, en: Constitucional de Antioquia, núm. 149, 30 de diciembre de 1835. 24

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si tuvieran vergüenza, los estimularían para suscribirse a los periódicos, pero no señor, para ellos, es lo mismo mandarlos rotos, mugrientos y hasta garabateados; más esto no es estraño puesto que no se les da nada mendigarlos de hombres que no tienen la centésima parte de las proporciones que ellos: si te mentara por sus nombres y apellidos los que así quieren saberlo todo a costillas ajenas, no me lo creerías; son hombres padres de familia, ricos, de más de 10 mil pesos, que por su propio interés, deben ponerse al corriente siquiera de los negocios de la provincia.27

En su parte “no editorial” o en “remitidos”, los periódicos oficiales incluyeron numerosos artículos de intelectuales, educadores, políticos o médicos renombrados que se interesaron por la “mejora gradual del hombre”, por propagar las “ideas sanas” o los escritos de “utilidad pública” y en los que la defensa de un carácter regional se infiltraba con frecuencia. En la mayoría de aquellos escritos no aparecía su autor o se usaba un pseudónimo conocido únicamente por el editor.28 Mariano Ospina Rodríguez participó desde los inicios del Constitucional y opinaba que la costumbre del anonimato obedecía: A dos razones: la primera, por no hacer viso; la segunda por parecerme que así se conseguiría que los lectores se acostumbrasen a discurrir con calma y con frío criterio acerca del mérito del escrito y de la bondad o maldad de la causa que se defiende o se impugna en él (Cacua Prada, 1985, p. 15).

Para tener idea del volumen de ejemplares impresos, se debe tener como referencia el tiraje de la Gaceta de la Nueva Granada que llegó a 1.600 ejemplares, con un costo anual de 6.200 pesos (Arboleda, 1933, p. 130). En sus justas proporciones hay que considerar que los periódicos   Constitucional de Antioquia, núm. 62, 4 de agosto de 1833.   “Sólo por las polémicas con otros periódicos es posible identificar el director de un diario o el responsable de una editorial (como fue el caso anterior de LA NUEVA ALIANZA); a su vez, parece haber sido una de las entretenciones de la élite culta descubrir y revelar los autores (Álvarez & Uribe de Hincapié, 1984, p. 14). 27 28

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provinciales no llegaban a tal cifra. Quizás los de carácter oficial y de acuerdo con el número de suscriptores podrían llegar a quinientos ejemplares promedio. No poseían los medios para extenderse a la mayoría de las provincias, a pesar de sus propios esfuerzos. Al lado de los periódicos oficiales surgieron muchos otros de carácter privado y coyuntural. Algunos con objetivos de largo plazo, con énfasis en temáticas literarias, económicas y de índole moral, otros sólo se crearon para combatir o apoyar un gobierno, y su existencia se reducía a unos cuantos números. Todos estos periódicos fueron impulsando y mediando en la constitución de complejos conjuntos de imágenes mentales que conformaban, a su vez, lo que hemos llamado los imaginarios de identidad en Antioquia o la opinión pública de los antioqueños sobre sí mismos. Con frecuencia predominó una valoración positiva de la población de Antioquia en contra de lo que se pensaba y creía de otros grupos sociales. En conclusión, la prensa constituyó una herramienta ideológica y un punto de apoyo fundamental para la representación mental que las élites antioqueñas, en particular, construyeron y difundieron de los antioqueños, en general, durante la primera mitad del siglo XIX. La prensa libre Paralelamente a la prensa oficial estuvieron circulando en Antioquia algunos periódicos creados por particulares, gente de las élites pero que por sus posiciones partidistas, convicciones personales, de formación o lealtad familiar constituyeron lo que podría llamarse hoy “proyectos periodísticos privados”. Su trayectoria se realizó paralelamente al programa de los periódicos oficiales, polemizó con ellos y se granjeó simpatizantes entre el público por su “censura moderada” o sus acérrimos ataques a los funcionarios y sus actos. Se podría decir que alrededor de esos periódicos y agentes de prensa, paralelos a los oficiales, se conformaron otros sectores políticos e intelectuales. Un buen ejemplo de lo anterior es La Miscelánea de Antioquia. Fue creada en abril de 1835 y dirigida por José María Martínez Pardo y su primo Víctor Pardo Salcedo en Santa Fe de Antioquia. Corrió simultáneamente Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX

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con el Constitucional de Antioquia y fue, durante algunos meses, el único periódico en circulación a finales de la década de 1830. En sus temáticas de fondo incluyó descripciones geográficas, temas de historia, agricultura, economía política y otros tópicos; extendiéndose en 42 números por un lapso de tres años y medio. Debido a sus variados temas tuvo una acogida favorable en ciudades como Bogotá, Popayán y Cartago, a pesar de algunos problemas de circulación.29 Martínez Pardo fue un doctor graduado en el Colegio Mayor de San Bartolomé en Bogotá, se dedicó con fervor a la educación, impulsó el Colegio Seminario de Santa Fe de Antioquia como vicerrector, impartiendo algunas clases de matemáticas, filosofía y medicina. En su labor educativa estuvo acompañado por el obispo liberal e ilustrado Juan de la Cruz Gomez Plata, lo mismo que en su labor como periodista, pues durante la existencia de La Miscelánea se publicaron pastorales, discursos y descripciones de algunas visitas a su grey. Para este grupo, en el cual estuvo incorporado en ocasiones como escritor Mariano Ospina Rodríguez, según sus propias palabras no era muy agradable la controversia con otros periódicos, ni dar respuesta a los lectores que los motejaban de copistas.30 En los periódicos El Amigo del País y El Censor, se presentó una gran polémica política con el Antioqueño Constitucional entre 1845 y 1849. Después de la guerra de los Supremos (1839-1842) se habían definido mejor los sectores liberales y conservadores en la provincia, concretándose   “Oímos con frecuencia a muchos suscriptores a los periódicos provinciales quejarse que no les vienen sus números con regularidad i a tiempo. Sus corresponsales les anuncian la remisión de los impresos, i ellos no aparecen. Sin duda alguna sufren retardo en alguna administración de correos o toman dirección para otra parte”. La Miscelánea de Antioquia, núm. 7, Antioquia, octubre 20 de 1835, p.104. 30   “No es mui agradable para nosotros tener que sostener controversia sobre puntos en que estamos discordes con los editores de otros periódicos”. La Miscelánea de Antioquia, núm. 14, 1835, p. 229. “Algunos de nuestros lectores sin duda de los medios ilustrados nos motejan de que en nuestra MISCELÁNEA no ponemos más que artículos copiados”. La Miscelánea de Antioquia, núm. 24, marzo 20 de 1837, p. 397. 29

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con la formación de los programas respectivos por sus célebres representantes Ezequiel Rojas y Mariano Ospina Rodríguez. Puede decirse, por lo tanto, que el final de la década de 1840 vio surgir en la prensa el enriquecimiento de la expresión política, la oposición, la opinión pública y formas distintas de pensamiento, en consecuencia con esa nueva realidad. Los epígrafes de los dos periódicos liberales son una muestra del tono e intenciones de los redactores frente a la pugna por el poder y las inclinaciones populares, tan mal vistas por la mayor parte de los miembros de las élites de Medellín a mediados del siglo XIX. En El Amigo del País se hizo aparecer la siguiente declaración: “La verdadera devoción es tolerante como la verdadera filosofía; la hipocresía i la superstición son fanáticas e intolerantes”. Segur. Mientras tanto en El Censor se leía: “De la tolerancia de los delitos de los magistrados, nacen todos los males de la República; i del severo castigo de ellos, las reglas del buen gobierno”. Setanti.31

De igual forma, en el año 1850 se presentó la controversia entre dos periódicos conservadores El Tribuno y Nuestra Opinión por una parte, y de otra un impreso liberal dirigido por el abogado José María Facio Lince, El Medellinense, impreso en una nueva imprenta comprada en el extranjero por su hermano Jacobo. En especial, el tema central de discusión fue la presencia de los jesuitas en el país. Para unirse a los demás periódicos conservadores en las luchas políticas de medio siglo, se fundaron otros dos impresos entre julio y agosto de 1851: La Época y El Federal. Se formaba así una estratégica tribuna de opinión conservadora con la cual se pudo hacer frente a las reformas liberales. Ahora bien, José María Facio Lince, personaje central en la prensa libre entre 1847 y 1850, fue un abogado egresado también del Colegio Mayor   El Amigo del País, Medellín, núm. 1, 15 de diciembre de 1845. El Censor, Medellín, núm. 1, 8 de diciembre de 1847. 31

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de San Bartolomé. Era un hombre ilustrado y de activa participación política, intelectual y educativa en las instituciones de Medellín. Facio Lince estaba a la cabeza de la agrupación literaria, científica y de “progreso material”, La Sociedad Amigos del País, que fundó el periódico del mismo nombre en septiembre de 1845. Papel quincenal que alcanzó a salir con 37 números en dos años. Uno de los redactores de El Amigo del País fue Nicolás F. Villa, también abogado, educador, liberal y forjador de opinión. Eso le permitió vincularse a la oficialidad de la región y trabajar para ella como secretario cuando esta pasó a manos del gobernador liberal Jorge Gutiérrez de Lara en 1849. Este periódico representa muy bien el tipo de modernidad política republicana y católica que se ha construido en Colombia desde los procesos de independencia de España. Por eso, El Amigo del País no tiene ningún inconveniente en propender por importantes principios liberales y al mismo tiempo defender las tradiciones católicas: En las columnas de este periódico hallarán cabida las producciones de todo aquel que por medio de la prensa quiera quejarse de la arbitrariedad del poder público, de las injusticias del poder judicial, de los ataques del poderoso contra el débil. Tampoco se admitirán artículos que ataquen la relijión con sus ministros [...] invitamos a todos nuestros conciudadanos para que nos dirijan los artículos que a bien tengan, siempre que contengan ideas propias para aumentar la felicidad del país.32

De la mano del llamado “patriarca antioqueño” Pedro Antonio Restrepo Escovar y para cubrir el espacio de opinión liberal que quedaba vacío con la desaparición de El Amigo del País, se creó El Censor. Se hizo el 8 de diciembre 1847, con el fin de impulsar, entre otros temas, la necesidad de reformar la constitución de 1843, la abolición de la pena de muerte y la candidatura de José Hilario López a la presidencia. Por lo que satisfechos del cumplimiento de su principal objetivo, la elección de López,   El Amigo del País, núm. 1, 1845, p.1.

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terminó su circulación el 28 de abril de 1849 en 45 números.33 El relevo lo tomó de nuevo José María Facio Lince, quien estuvo al frente de un nuevo periódico liberal, El Medellinense, y donde escribía y opinaba con el seudónimo “Veritas”. La prensa en las coyunturas políticas Los grupos que se levantaron en rebelión contra el orden político imperante intentaban incorporar, por diferentes medios, más partidarios al movimiento. Uno de ellos fue la prensa, apoyo fundamental en la difusión de sus ideas y proyecto político. Tanto el grupo de revolucionarios obandistas de 1840 como los federalistas conservadores de 1851 echaron mano de la imprenta para publicar respectivamente por un lado El Antioqueño y El Cometa; por el otro, La Época y El Federal. La prensa revolucionaria con frecuencia fue de corta duración, puesto que su persistencia en la escena periodística estaba unida en suerte al éxito de los líderes de las luchas políticas y militares. Las declaraciones intentaban mover sentimientos de pertenencia y de identidad con la región o el país. En esa dinámica se creó el periódico Antioquia Libre. Con su máxima Post Nubila Phoebus (después de la tempestad viene la calma) anunciaba en su primer número el rumbo: “Algunos ciudadanos interesados en la conservación del orden constitucional i en el triunfo de la libertad contra las facciones que deshonran nuestra patria, han creído que convendría publicar un periódico en esta provincia para desvanecer mil rumores falsos con que la malicia de algunos pretende burlarse del candor de otros, perpetuando falsas e ilusorias esperanzas”.34

Por la misma época vio la luz El Antioqueño. Salieron veintiséis números durante cuatro meses y, en comparación con los periódicos revolucionarios   Sobre estos acontecimientos entre liberales y conservadores, ver: Restrepo, (1992, pp. 79-81). 34   Antioquia Libre, núm.1, Medellín, sábado 11 de junio de 1841. 33

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de 1851, fue uno de los que más duró, pues de El Federal lo mismo que de La Época, sólo alcanzaron a imprimirse tres números en veinte días. Los sectores más beligerantes entre los conservadores tuvieron especiales inclinaciones a combinar religión, identidad y política. Así lo hicieron en El Federal, cuando escribían fomentando el honor del “pueblo antioqueño” y cuando escogieron una sentencia a la vez nacionalista, popular y cristiana para ilustrar su nombre: “Soporta a veces un pueblo la opresión, jamás el insulto, porque si bien su elemento es el sufrimiento, no lo es la humillación”. Su pretensión popular indicaba una disputa política por controlar los nuevos sectores que podían definir los resultados electorales o los respaldos en armas y en hombres cuando los levantamientos llevaban a la guerra: “El Federal no es un periódico nacional, de academias, ni de aulas, es simplemente un periodiquín popular i doctrinario. El Federal no es un cortesano fino i galán, adornado de ciertas honoríficas, que reclame con voz de trueno un asiento en el mundo civilizado... es sí un pobre soldado, proscrito i haraposo que volviendo al seno de sus antiguos compañeros, tiene el valor i patriotismo para decirles: ved aquí la senda que lleva a la virtud u a la gloria; ved aquí el camino que guía al vicio i a la ignominia: escoged!”.35

Pasados los momentos de rebelión, surgieron periódicos que buscaron recuperar la legitimidad ideológica perdida en parte entre la población letrada. Tarea complementaria a la efectuada por la vía de las armas, mientras los vencedores se acomodaban en la silla del poder. Si se repasan las páginas de esa prensa “restauradora”, llama la atención las referencias continuas a los acontecimientos, personajes, manifestaciones y proclamas que contribuyeron a su modo al triunfo sobre los contrarios. Desde este punto, la prensa posrevolucionaria fue un pincel que dibujó la imagen   El Federal, núm.1, 3 de agosto de 1851. Su adquisición era gratuita. Ver también: Ortiz, (1985, pp. 21-23). 35

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idílica de los vencedores en la mente colectiva, contrastándola con la imagen negativa de los vencidos. Los redactores apelaban a palabras exaltadoras para unos y denigratorias e insultantes para los otros. Un inventario de ese vocabulario revela concepciones mentales reflejadas en la prensa sobre las guerras civiles (Uribe & López, 2006). La prensa posrevolucionaria de 1851 de origen liberal fue El Espía de los escritores Benigno Restrepo Santamaría y Lucrecio Vélez y El Liberal dirigido por Camilo Antonio Echeverri y Emiliano Restrepo, el cual tenía el epígrafe referido con claridad a la pasada revolución conservadora: “Abajo el fanatismo y con él, el desenfreno del libertinaje”. Por igual esta prensa fue de corta duración, a lo sumo salieron seis números de El Espía y cuatro de El Liberal. Su carácter coyuntural les imponía su precario destino, a pesar del influjo que podían darles los apasionados ideólogos que los fundaban y los sostenían. En conclusión, la prensa contribuyó, como una mediación, para que diferentes representaciones mentales de identidad se fueran afincando en el juicio general de los habitantes de Antioquia, para que se constituyeran fragmentos de opinión pública entre sus lectores locales y extranjeros. Referencias Álvarez, J. & Uribe de Hincapié, M. T. (1984). Índice de Prensa Colombiana: 1840-1890. Medellín: Universidad de Antioquia. Arboleda, G. (1933). Historia contemporánea de Colombia. (Tomo 1). Cali: América. Cacua Prada, A. (1985). Don Mariano Ospina Rodríguez, Fundador del Conservatismo Colombiano. Bogotá: Kelly. Escobar Villegas, J. C. (2009). Progresar y civilizar. Imaginarios de identidad y élites intelectuales de Antioquia en Euroamérica, 1830-1920. Medellín: Fondo Editorial Universidad EAFIT. Fajardo, J. d R. (2008). Los Jesuitas en Antioquia 1727-1767: aportes a la historia de la cultura. Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana.

Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX

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III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad

Epílogo

Las varias caras de la opinión pública Víctor Manuel Uribe-Urán Florida International University, USA

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omo respuesta a la generosa petición de los editores y no obstante que durante la última década he escrito poco en torno a la esfera pública, —por concentrarme en temas de historia constitucional y en un largo estudio comparado sobre la historia de la violencia doméstica—, acepté gustosamente escribir este breve comentario final. Lo hice no solo por deferencia sino, sobre todo, por el interés que a todos nos debe suscitar el tema de esta obra. Como pronto indicaré, dicho tema es de gran importancia académica y también, permítaseme la expresión, “cívica”.1 Estas notas no constituyen un capítulo basado en investigación primaria sino un somero balance encaminado sobre todo a señalar la fortaleza y los aportes de los capítulos de este libro en su conjunto. Intentan además identificar algunas tareas y mencionar al menos un par de retos pendientes. Con esto pretendo mostrar parte del horizonte aún por recorrer. A lo largo utilizaré algunos subtítulos que pueden resultar telegráficos y a lo mejor algo abruptos pero que pretenden orientar al lector acerca de varios temas que me parecen centrales. Significado del tema y la obra Como bien lo establece esta obra colectiva, la investigación sobre el origen y desarrollo de la llamada opinión pública es de enorme   Uso esta expresión no en su sentido de “patriota” o “nacional”, conceptos que deploro, sino como equivalente de “ciudadano”, “civil”, “social” y “político”.

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importancia desde las diversas perspectivas de la historia política, intelectual y cultural. La historia de la opinión pública sirve de lente para, entre otras cosas, entender la cultura y la modernidad políticas y, en general, la evolución de la ciudadanía y de las cambiantes relaciones entre Estado y sociedad. Aunque el volumen editado por Francisco Ortega y Alexander Chaparro, Disfraz y pluma de todos: Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX se ocupa fundamentalmente de la primera mitad del siglo XIX, estos varios significados resultan válidos no solo para el momento del surgimiento de la opinión pública en la Gran Colombia en general, y la Nueva Granada en particular, durante la transición de la Colonia a la República, sino también a lo largo de las décadas siguientes, hasta la actualidad. El estudio histórico de la opinión pública fue emprendido en otras áreas de América Latina (por ejemplo, Argentina, Brasil, México y Perú) hace ya cerca de una a dos décadas.2 En Colombia, los aportes directos o indirectos anteriores al libro ahora en manos del lector, provienen principalmente de los trabajos de, primero, el reconocido historiador Guillermo Hernández de Alba y, luego, de Renán Silva. Entre ellos se incluyen la compilación y edición de un cuerpo significativo de documentos originales, Hernández de Alba (1906-1988) publicó innumerables obras sobre temas y protagonistas de la historia intelectual y cultural del periodo colonial tardío y la época de la independencia. Varios de dichos individuos, por ejemplo, José Celestino Mutis, Francisco José de Caldas, Antonio Nariño y Rufino José Cuervo, fueron partícipes activos en la construcción de la opinión pública neogranadina (Instituto Caro y Cuervo, 1989). Silva, por su parte, se ha ocupado en varios libros y ensayos de la historia de distintas modalidades del saber ilustrado en la

  Ver, por ejemplo: Guerra, (1982, pp. 275-318); González Bernaldo, (1990, pp. 111-135); Sábato, (1992); McEvoy, (2002, pp. 825-862); McEvoy, (1997); Rojas, (2003); Jaksic, (2002); Sábato & Lettieri, (2003); Morel & Gonçalves Monteiro de Barros, (2003); Madeira Ribeiro, (2004); Morel, (2005). Ver también otros trabajos citados en Uribe-Urán, (2000); Palti, (2001).

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Nueva Granada de fines del periodo colonial.3 Sus trabajos incluyeron, en particular, varios sobre la prensa periódica, actor político de carácter estratégico, que devendría en principal forjadora de la opinión pública del momento.4 Aparte de estos dos influyentes académicos, algunos autores más escribieron hace ya varios años y otros también lo han hecho recientemente, en términos generales, sobre la historia de la imprenta y los periódicos en la Gran Colombia. Sin embargo, por razones diversas, muchos de estos trabajos no establecieron diálogo alguno con el concepto de opinión pública; ni trazaron nexo alguno con “la esfera pública de la sociedad civil”, concepto cercanamente ligado a aquél. 5 La presente publicación es, entonces, la obra colectiva más comprensiva en cuanto a los temas y periodo abarcados, y es la única que examina explícitamente la historia conceptual de la opinión pública y distintas manifestaciones de la misma entre fines del siglo XVIII y a lo largo del XIX. Desde el punto de vista no solo historiográfico sino filosófico-político, el desarrollo de la opinión pública tiene aún un más amplio significado que sin embargo no discutiré por ahora sino al final. Espero que allí resulte claro que ocuparse de, por ejemplo, “añejos” periódicos del siglo XIX no es un ejercicio narcisista y desconectado del presente, sino algo con profundas implicaciones políticas. En el entretanto, destacaré varios asuntos centrales a este trabajo. De los varios capítulos de este libro resultan una serie de temas que puede ser útil enumerar brevemente bien para destacar su importancia intrínseca, sugerir aspectos polémicos de los mismos o resaltar problemas adicionales dignos de más atención e investigación en el futuro. Me detendré en varios de ellos para luego concluir con unas observaciones generales. 3   Ver por ejemplo uno de sus primeros y uno de sus más recientes libros, Silva, (1992); Silva, (2002). 4   Cfr.: Silva, (1984); Silva, (1988); Silva, (1998); Silva, (2003). 5   Cfr. Arboleda, (1909); Ceriola, (1909); Millares, (1971); Millares, (1969); Grases, (1958); Febres Cordero, (1959); Febres Cordero, (1983); Otero Muñoz, (1925); Bushnell, (1950); Toribio Medina, (1952); Cacua Prada, (1968); Uribe & Álvarez, (1985); Peralta, (2005); Garzón Marthá, (2008). Ver también: Melo, (2004).

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Historia de “lo público” Como lo indican los editores Francisco Ortega y Alexander Chaparro en el primero de los capítulos de esta obra, el sentido y significación históricos de la opinión pública no pueden entenderse correctamente si uno no se desprende de las nociones que actualmente se tienen en torno a lo público y lo privado. Aunque también detectables en la antigüedad griega y romana, dichas nociones perdieron vigencia en la etapa medieval (Habermas, 1991, p. 5). Entre nosotros emergieron de nuevo con fuerza en la segunda mitad del siglo XVIII y, especialmente, durante la transición a la Independencia. Son entonces, más recientemente, producto de al menos dos siglos de “redescubrimiento” y maduración. Por lo mismo, su sentido y alcance en nuestro medio a finales del siglo XVIII o comienzos del XIX eran conceptual, social y políticamente distintos no solo a los de la antigüedad clásica, sino también diferentes a los de ahora. De hecho, buena parte de la contribución de este trabajo consiste precisamente en dotar de historicidad un concepto ligado a lo público y lo privado, aportando abundantes ejemplos de su materialización, funciones y transformación, especialmente a lo largo del siglo XIX en Colombia y algunas regiones vecinas. Para el lector es indispensable entonces evitar incurrir en anacronismos extrapolando el entendimiento actual de los términos e imponiéndolo a sociedades cuya visión del mundo era cualitativamente muy distinta (Uribe-Urán, 2005). También es indispensable entender el alcance preciso de la opinión pública de que aquí se trata: la impresa y, en su mayoría, ilustrada. Lo público “ilustrado” Debe tenerse en cuenta que, al igual que en el caso de Habermas, la opinión pública a la que esta obra colectiva alude está claramente circunscrita al ámbito impreso, literario y, salvo por lo que concierne a la prensa de artesanos discutida por Camilo Páez, “burgués”. Quedan entonces por fuera las múltiples modalidades orales y plebeyas (en, por ejemplo, calles, mercados, tiendas, chicherías, bares, plazas, templos, fiestas y celebraciones populares), cuyo estudio, metodológica y documentalmente más riesgoso y exigente, todavía está por emprenderse en lo que concierne a 532

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la Gran Colombia. La imprenta y los periódicos son, entonces, al menos por ahora, el foco de los capítulos —menos uno—, que componen esta obra. Ellos son también el centro de atención de prácticamente los demás trabajos en torno al fenómeno en Hispanoamérica.6 Sin embargo, vale aclarar que algunos materiales impresos, que deberían también entrar más ampliamente en la discusión, han sido mencionados quizá en sólo uno de los capítulos, el de Chaparro Silva sobre la opinión pública realista. Seguramente, por múltiples razones, entre ellas consideraciones de espacio, no merecieron un capítulo individual, quedando pendientes de mayor desarrollo en un futuro. Me refiero, por ejemplo, a una multiplicidad de impresos oficiales tanto del poder real como de los tempranos gobiernos independizados y los regímenes republicanos a lo largo del siglo XIX, entre ellos, anuncios, volantes, partes de batalla, proclamas o manifiestos, bandos, resoluciones y admoniciones políticoreligiosas, y otra multiplicidad de hojas e impresos sueltos. Todos, como bien lo explica Chaparro Silva, estaban llamados a difundir entre el mayor número posible de personas, información favorable a una u otra causa (militar, política, religiosa, cívica), mediante su fijación en parajes públicos, especialmente templos, plazas y calles de pueblos y ciudades; o, a través de su difusión por vía de pregones. Igual sucede con otro tipo de materiales de incluso todavía mayor valor pedagógico y claramente orientados a formar opinión. Este es el caso de las “cartillas y manuales de urbanidad y buen tono” (Londoño, 2005); y, mejor aún, los varios “catecismos políticos” detectables en varias regiones de Hispanoamérica, entre ellas la Nueva Granada.7 Más importante es tal vez el caso de las varias crónicas,   Habermas fue claro en que su trabajo dejaba de lado la esfera pública plebeya. (Habermas, 1991, p. xviii). Para algunos trabajos pioneros al respecto ver: Ver Águila Peralta, (1997); Sábato, (1998); Piccato, (2003). Ideas adicionales acerca de cómo proceder al estudio de esta modalidad pueden derivarse por ejemplo del sugerente tratamiento del folclore por parte de Ariel de la Fuente (2000). Esta variedad plebeya sería la que, para distinguirla de la “pública”, Fernández Sebastián y Capellán de Miguel denominan “opinión popular”. Ver: Fernández Sebastián & Capellán de Miguel, (2008). 7   Al respecto puede verse Ocampo López, (1988); Ocampo López, (2005); Ocampo López, (2010). 6

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historias y memorias producidas por participantes en la independencia, la política y la vida pública del siglo XIX. Con prácticamente cada una de ellas se pretendía construir opinión. El mejor ejemplo en nuestro medio es, por supuesto, la Historia de la Revolución de la República de Colombia publicada por primera vez en 1827 por José Manuel Restrepo, ferviente convencido de la necesidad de orientar la opinión pública, noción que usó explícitamente con cierta frecuencia en favor de la causa republicana.8 Un grupo adicional de impresos cuya significación es insinuada en el trabajo de Lina del Castillo, los mapas y anotaciones geográficas, bien merecería atención adicional, dadas sus inmensas repercusiones en el imaginario colectivo global, “nacional” y regional o local. A propósito de estos varios niveles vale la pena decir un par de cosas en torno a la atención que esta obra dedica incluso a la prensa provincial. Lo público “provincial” Una característica notable de esta colección de ensayos es que no se limita a la discusión de la opinión pública que surge en los centros urbanos que sirvieron de base a las principales instituciones del poder central, esto es, las capitales políticas, y en particular Santafé de Bogotá, Venezuela o Quito. Por el contrario, es notable la referencia a varios periódicos de provincia que suelen ser dejados de lado pues se les considera seguramente marginales tanto a la vida política del conjunto del país como a la discusión intelectual de la época. Los artículos de Ospina Posse y Escobar Villegas son dicientes al respecto. En el primero se hace referencia a más de una docena de periódicos de la región del Magdalena durante tan solo la década de 1820; en el segundo, que trata un período más extenso (1814-1851), hay alusiones a otro buen número de periódicos publicados en la región de Antioquia. Es evidente que la opinión pública en Gran Colombia se construyó en medio de un diálogo constante no solo al interior de los centros urbanos típicamente concebidos como núcleos de la vida académica, política y   Ver especialmente el trabajo de Sergio Mejía, (2007). Otro referente obligado es el clásico ensayo “La Historia de la Revolución” de Germán Colmenares, (1986, pp. 9-23).

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cultural, sino entre los sectores letrados de una gran variedad de centros de población mucho más modestos que impulsaban intereses regionales. En este sentido, lo que aquí se revela abre las puertas para el desarrollo de trabajos futuros sobre la opinión pública forjada en otros lugares —por ejemplo Popayán, Cali, Neiva, Tunja, Guayaquil, Mérida o Maracaibo, para solo citar algunos ejemplos— que con seguridad fueron participes activos en la producción periodística de la primera y segunda mitad del siglo XIX. Así como la opinión pública no fue meramente un fenómeno central o “nacional” ha de tenerse en cuenta, como esta obra también establece, que tampoco fue siempre un asunto exclusivamente masculino. Opinión pública y relaciones de género Se ha sostenido en el pasado que en sus orígenes y durante una buena parte de su desarrollo, la llamada opinión “pública”, a la que este y otros trabajos aluden, se caracterizó por ser, como la publicidad de aquella época en general, un ámbito fundamentalmente masculino. La exclusión de las mujeres fue entonces un aspecto aparentemente esencial de la misma.9 Es claro, sin embargo, como lo sostiene e ilustra en esta obra Mariselle Meléndez, que las mujeres fueron desde el siglo XVIII suscriptoras, lectoras e incluso fuentes (reales o imaginarias) de opinión o autoras directas de artículos periodísticos, de lo que hay evidencia en casos como los del Mercurio Peruano y el Papel Periódico de Santafé de Bogotá, solo para mencionar dos ejemplos importantes. De cualquier forma, como esta misma autora lo señala, por lo general las mujeres aparecen mayormente como blanco de discusión, objetos de regulación en aspectos como la educación o la salud y sujetos de responsabilidades, todo con miras a asegurar su laboriosidad y sus contribuciones al “bien público”, esto es, al desarrollo y orden de la familia y la sociedad (“la patria”). Lo cierto es que una mayor atención a la lectura de la prensa hispanoamericana desde una perspectiva histórica de género arrojaría datos adicionales   Al respecto ver especialmente el trabajo de Landes, (1998). Ver también: Maza, (1993).

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para relativizar la idea de que la opinión pública (y la esfera pública en general) excluyó de plano a las mujeres y fue enteramente forjada por y para varones, lo que definitivamente no fue el caso. Dicha clase de lectura serviría, más importante aún, para confirmar lo que había sido señalado por trabajos como los de Baker y Mah, quienes hace ya cerca de una década establecieron que, al menos en términos normativos, la esfera y la opinión públicas asumían acceso universal, siendo entonces las mujeres incluidas necesariamente en ella. A partir de allí debe entonces concluirse que exclusiones de distinto tipo, entre ellas las derivadas del género, fueron más bien contingentes que esenciales.10 También puede considerarse contingente el carácter “crítico” de la opinión pública. La opinión pública como instrumento estratégico Varios ensayos de este libro, siendo buenos ejemplos de ello los de Chaparro Silva y Ospina Posse, revelan el carácter instrumental del concepto opinión pública. No obstante que Habermas estableció que la esfera pública de la sociedad civil (y, en consecuencia, la opinión pública) surgieron como resquicios de libertad y de contrapeso al poder de las monarquías absolutistas, de donde emanaron críticas encaminadas a (y capaces de) influir las políticas estatales, la “politización” de tales ámbitos poco a poco polarizó y convirtió la discusión intelectual que allí tenía lugar en algo bastante sesgado. Se trataba mayormente de una competencia entre voces ideológicamente disonantes cada una de las cuales persistió, sin embargo, en su reclamo de hablar transparentemente a nombre del “público”. Típicamente dichas voces eran lideradas por facciones políticas de uno u otro género (tradicionalistas versus modernistas; realistas versus patriotas; centralistas versus federalistas; bolivarianos versus santanderistas; conservadores versus liberales) quienes lejos de reflejar desinteresadamente el sentir de la sociedad en su conjunto en últimas expresaban más bien, como es de suponerse, sus inclinaciones ideológicas y aspiraciones políticas o sus intereses materiales o culturales. Así lo ilustran varios ensayos, por ejemplo,   Ver: Baker, (1997); Mah, (2003). Ver también: Davies; Brewster & Owen, (2006).

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el de Nicolás González sobre La Bandera Tricolor o el de Gilberto Loaiza sobre El Neogranadino. No sorprende por tanto que, como lo señalan estos y varios capítulos más, con gran frecuencia y en forma explícita se hablara en los medios impresos de la necesidad de “fijar”, “formar”, “moldear” o “influir en” la opinión pública o sus equivalentes (“voz pública”, “opinión general”, “espíritu público”, “opinión de los pueblos”, “voluntad general” etcétera). Así las cosas, lo que este y otros trabajos sobre el tema sugieren es que, como sigue siendo el caso, el carácter supuestamente “público” de una determinada postura intelectual suele históricamente ser una abstracción conveniente para impulsar ciertos programas políticos y partidistas, pretensiones económicas, o tendencias culturales. Tal ha sido el caso a lo largo de los tiempos. A medida que se expandió, la historia de la “opinión pública” en sentido estricto se tornó en historia de múltiples opiniones privadas enfrentadas unas con otras por encarnar las “verdaderas” aspiraciones universales, o sea las del “público” en su conjunto, buscando, de ser posible, consenso (“unanimidad”) en torno de sí mismas y, de tal forma, persiguiendo un alcance hegemónico. No podría ser de otra forma pues haber entrado en el terreno de la esfera pública fue precisamente abrir la puerta al mundo de la puja política moderna —lo que Palti denominó la “generalización de la política”— (Palti, 2005), en que se “manipula” y propaga información para beneficio de ciertas personas, grupos, instituciones (¡o productos!). Esto nos remite a la manera en que Habermas entendió el concepto de opinión pública, pues lo que acaba de resumirse corresponde en realidad a solo uno de por lo menos dos posibles entendimientos del concepto por parte del autor alemán. Más sobre Habermas y la opinión pública Habermas dedicó un capítulo de su más importante obra sobre la esfera pública de la sociedad civil a la discusión de lo que él consideró una significativa transformación de la “función política” de la esfera pública. Allí habló especialmente de cambios en la más prominente institución de la esfera pública, la prensa. Se refirió, en particular, al tránsito “del periodismo privado de hombres de letras a los servicios de [promoción Las varias caras de la opinión pública

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del] consumo público en medios masivos de comunicación”. Con ello quiso trazar la eventual conversión de la prensa de medio de intercambio de opiniones críticas a plataforma para, especialmente, la difusión de la publicidad comercial, o sea de “prensa de la era liberal” a “medios masivos” de comunicación (Habermas, 1991, pp. 181-182). En un capítulo más, procedió entonces a examinar dos posibles entendimientos históricos del concepto de “opinión pública” (y también de “publicidad”), los que vale la pena retomar de nuevo brevemente. En el primero de ellos, la opinión pública aparece como una “ficción institucional” del derecho constitucional. Se trata de una “autoridad crítica” sobre la cual se apoya y legitima el estado constitucional burgués, y de la que dependen en cierta manera los procedimientos requeridos para el ejercicio político democrático y el balance de poder. Sería parte de lo que se entiende por soberanía popular y un componente de la “publicidad democrática” a cuyo mandato debe estar sujeto el ejercicio del poder político en regímenes liberales incluyendo, en particular, los modernos estados de bienestar a que el autor alemán aludió explícitamente.11 Allí pareció tratar de lo que en un artículo clásico y poco citado el sociólogo Hans Speier denominó comunicación (principalmente) “de los ciudadanos hacia el gobierno,” no de los ciudadanos entre sí.12 En el segundo de los entendimientos distinguidos por Habermas, la opinión pública es un objeto que se quiere moldear o manejar mediante la puesta en escena, o la “propagación manipulada” de información para fines políticos, comerciales o personales (Habermas, 1991, p. 236). Es   Habermas añadió que esta modalidad de la opinión pública se define en la práctica mediante dos caminos posibles. Uno, basado en criterios materiales de racionalidad y representatividad, proviene de una postura liberal elitista en que la opinión pública racional reside en realidad no en la generalidad del pueblo sino en un círculo selecto de gente bien informada, inteligente y moralmente superior. El otro, basado en criterios institucionales, no se preocupa de su racionalidad o representatividad sino que hace radicar la opinión pública en el parlamento, mediante el cual supuestamente se canalizan y se dan a conocer las opiniones del público en su conjunto. (Habermas, 1991, pp. 237-238). 12   Ver Speier, (1950, pp. 376-377). Durante el exilio Speier fue cofundador de la New School for Social Research de Nueva York, donde enseñó sociología entre 1933 y 1942. 11

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esta última acepción la que a mi entender tiende a dominar varios ensayos de este volumen. Ellos no destacan tanto las funciones “críticas” sino especialmente, en el sentido habermasiano, las funciones “manipulativas” de la publicidad. Es una publicidad en que los periódicos operan como “instrumentos en el arsenal de la política partidista” o sea mayormente, según lo indicaría Speier, como diálogo entre ciudadanos [politizados], no de estos hacia el Estado.13 Más aún, varios parecen corresponder a una modalidad bastante distinta, incluso opuesta, a la que Habermas y Speier trataron, esto es, herramientas de comunicación del Estado hacia los ciudadanos. Esta variedad creo que fue un tanto descuidada tanto en la obra de Habermas como en la de Speier. Por ejemplo, si bien en ensayos de este libro como el de Leidy Jazmín Torres se discute la libertad de imprenta como “garantía de la interlocución entre el gobierno y la sociedad”, aún allí parece por momentos prevalecer una dinámica según la cual muchos de los periódicos, en particular los de las décadas de 1810 y 1820 que son su objeto de atención, fueron publicaciones “oficiales” o redactadas por “funcionarios públicos” y encaminadas a “construir” y “fijar” (viz. manipular) ideas políticas con el propósito de legitimar el régimen y forjar unidad política. Esto no parece ser exactamente lo que Habermas celebró de la opinión pública. A él sobre todo le interesó la “transmisión y amplificación del debate racional y crítico” por parte de “personas privadas agrupadas en forma de público”, no precisamente la que podría llamarse propaganda política oficial (Habermas, 1991, p. 188). Así pues, creo que queda todavía mucho más por decir en torno a la modalidad “crítica” de la opinión publica en la historia de la Gran Colombia. Pero, en realidad, en vez de ahondar en estas tal vez oscuras distinciones podría ser más productivo trabajar a partir de otro tipo de enfoque que permita superar algunos tecnicismos de la perspectiva habermasiana en torno al tema que venimos tratando. Por lo anterior, paso a resumir someramente un enfoque propuesto recientemente y que podría ser bastante constructivo como alternativa.   Ver Habermas, (1991, p. 182); Speier, (1950, p. 377).

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Opinión pública y hegemonía El significado más amplio de la historia de la esfera pública y la opinión pública se aprecia en, por ejemplo, un reciente artículo historiográfico del profesor mexicano Pablo Piccato de Columbia University. Dicho ensayo entiende el concepto de “esfera pública”, ámbito conceptual en el que como se sabe surge la opinión pública, como un componente de una teoría democrática más amplia derivada de la obra de Jürgen Habermas. Piccato insiste allí en la necesidad de abandonar el entendimiento puramente descriptivo del concepto y, en vez de eso, aprovechar su potencial teórico y metodológico para académicos y ciudadanos del siglo XXI interesados en la “democracia y la justicia social”. Además, es también significativa su manera de usar el concepto como “detonante” para tratar temas centrales a la cultura, la política y la vida democrática en general.14 Aunque esta estrategia no constituye el énfasis principal del libro que ahora nos ocupa, el cual se concentra sobre todo en un juicioso y sobrio estudio académico de la imprenta y la prensa, mayormente con énfasis en varios periódicos colombianos del siglo XIX, debe ser de todos modos tenida en cuenta. Ayuda a entender el sentido último de las discusiones históricas acerca de la opinión pública, concepto pleno de implicaciones filosófico-políticas no solo remotas sino actuales. Piccato insiste especialmente en la importancia de ligar, de un lado, la investigación del desarrollo histórico de la esfera pública de la sociedad civil Latinoamericana y, en consecuencia, de la opinión pública; y, del otro lado, el trabajo desarrollado por una serie de historiadores quienes   Además de ofrecer una reseña crítica de la principal producción historiográfica dentro y fuera de América Latina, este ensayo se interesa por el potencial “emancipatorio” de la política, que subyace a las discusiones sobre la “esfera pública de la sociedad civil”, concepto desarrollado principalmente por los alemanes Reinhart Kosselleck y Jürgen Habermas. También sugiere cómo ligar metodológica y teóricamente la esfera pública al concepto gramsciano de “hegemonía”. Ver Piccato, P. (2010). Public Sphere in Latin America: A Map of the Historiography. Social History, 35, 2, pp. 165-192. Recuperado de http://connection.ebscohost.com/c/articles/50529575/public-sphere-latin-america-maphistoriography. También disponible en disponible en http://www.columbia.edu/~pp143/ ps.pdf, ver especialmente la página 6. Ver también: Piccato, (2005, pp. 9-39). 14

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se han ocupado de varias dimensiones de la historia de América Latina apoyados en el concepto gramsciano de hegemonía (o la óptica foucaultiana sobre arqueología de los discursos). Las dos líneas de investigación coinciden en su interés por entender desarrollos históricos tales como la interacción entre Estado y sociedad civil en periodos poscoloniales, los procesos de participación política y “negociación” por parte de los sectores subalternos, las exclusiones originadas en consideraciones de género, etnia o estatus social, la constitución de “públicos” y formación de naciones, la evolución de la ciudadanía, etcétera (Piccato, 2010). También coinciden en su interés general por el campo cultural, especialmente la historicidad del lenguaje, los discursos o las narrativas. Es claro que pueden beneficiarse de una mayor convergencia y del desarrollo de un vocabulario que, si no común, por lo menos sea compatible. Futuras investigaciones de la formación y desarrollo de la opinión pública en la Gran Colombia u otras regiones, desde una perspectiva crítica, podrían por lo tanto fortalecerse si al lado de la descripción de la evolución de la prensa ilustrada, los periódicos literarios, la prensa realista y oficial, la prensa republicana, ya sea de corte liberal o conservador, la prensa de artesanos, la cartografía y otros de los varios temas tratados en esta antología o sugeridos más arriba en este breve comentario, se emprende también una mayor discusión de lo que esas publicaciones nos enseñan acerca de la exclusión, la fragmentación social, y la diferencia y dominación culturales, y los proyectos hegemónicos o contra-hegemónicos de distintos sectores sociales. Todavía más. Debe también problematizarse (dotándola de historicidad) el papel de la prensa que surgirá a partir de la masificación de los medios de comunicación, para evitar confusión de lectores que incautamente quisieran asimilar nuestra prensa actual a aquella “liberal” (no en sentido partidista) de antaño. A diferencia de buena parte de aquella, la que forma parte de los medios masivos de comunicación, incluyendo por supuesto la de nuestros días, salió en realidad de la “esfera pública” e ingresó a la “esfera privada de circulación de mercancías”, con lo que el influjo de los intereses económicos privados terminó por convertirse en factor considerablemente dominante en su accionar (Habermas, 1991, Las varias caras de la opinión pública

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pp. 188-189). Este es por supuesto un tema que va mucho más allá del marco temporal de esta obra, pero que puede ser útil tener en cuenta. Comentarios finales sobre el horizonte Espero haber señalado una serie de características destacables de esta contribución colectiva así como una serie de retos que surgen a partir de ella. Concluyo con una síntesis de algunos de los aspectos principales a los que he aludido. En primer lugar, contamos a partir de ahora con una obra historiográficamente relevante y bastante comprensiva en torno al desarrollo histórico de la opinión pública reflejada en la prensa y, al menos, con una pequeña porción de la cartografía grancolombiana del siglo XIX. Es comprensiva tanto en lo que atañe no solo a su descripción de la historia del periodismo sino a su tratamiento de la historia conceptual de la noción de “opinión pública” como tal y en lo relativo a la amplia cobertura geográfica, cronológica y temática del conjunto de las contribuciones. También lo es por su esfuerzo de aludir a la perspectiva de género y referirse a la importancia no solo de las publicaciones “ilustradas” sino incluso también de la prensa popular, la de artesanos en particular. La lectura de este trabajo despierta, eso sí, una serie de preguntas adicionales y suscita interés por temas que valdría la pena explorar en futuros trabajos al respecto. Primeramente, resulta clara la necesidad de ahondar mucho más en la dimensión plebeya de la opinión pública. En tanto que aquí aprendemos mucho sobre la publicidad ilustrada o letrada, aprendemos menos sobre la llamada esfera pública plebeya. La discusión de la prensa de artesanos en el capítulo de Camilo Páez es un primer paso hacia el estudio de la esfera pública plebeya, pero otras modalidades de lo plebeyo, especialmente las de tipo oral, que ocurren por supuesto en espacios diferentes a la imprenta, siguen pendientes de exploración. La prensa definitivamente está lejos de agotar la “publicidad”, especialmente cuando se considera la amplia masa de sectores analfabetos y por lo mismo la limitada magnitud del público lector en las sociedades Latinoamericanas del siglo XIX. En segundo lugar, es también deseable ampliar la discusión de otras variedades de opinión 542

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pública expresadas en forma impresa, incluyendo una amplia gama de publicaciones críticas en la estructuración de opinión pública, no solo hojas volantes de todo tipo, sino materiales con explícito sentido pedagógico tales como los catecismos, las memorias y las historias escritas por protagonistas de la política de la época. Adicionalmente, valdría la pena que futuras investigaciones hicieran un mayor esfuerzo por desentrañar varios momentos de la “publicidad” distinguiendo la prensa de contenido liberal y crítico de aquella que parece primordialmente haber servido de herramienta estratégica de la política partidista o vehículo de la propaganda oficial. Dicho de otra forma, sería importante discutir más las varias modalidades de la prensa periódica, diferenciando aquellas que parecer ser vehículo de comunicación de los ciudadanos con el Estado; aquellas que son herramientas de comunicación de los ciudadanos entre sí; aquellas, que parecen haber sido más bien vehículos de comunicación del Estado con los ciudadanos, modalidad que aparece recurrentemente a lo largo de esta obra. Finalmente, sería deseable continuar dotando de historicidad al desarrollo de la prensa, especialmente aquella que va surgiendo a partir de la masificación de los medios. En el entretanto, esfuerzos colectivos como el desarrollado en estas páginas nos suministran valiosa información y herramientas de análisis que facilitarán enormemente el trabajo por venir. Referencias Águila Peralta, A. del (1997). Callejones y mansiones: Espacios de opinión pública y redes sociales y políticas en la Lima del 900. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú. Alonso, P. (Ed.). (2004). Construcciones impresas. Panfletos, diarios y revistas en la formación de los estados nacionales en América Latina, 1820-1920. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Arboleda, G. (1909). El periodismo en el Ecuador. Datos para un estudio publicados en El Grito del Pueblo. Guayaquil: Linotipos de El Grito del pueblo. Baker, K. M. (1997). Defining the Public Sphere in Eighteenth-Century France: Variations on a Theme by Habermas. En Calhoun, C. (Ed.). Habermas and the Public Sphere (pp. 181-211). Cambridge: MIT. Las varias caras de la opinión pública

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Autores

María Elena Bedoya Hidalgo Investigadora, historiadora y profesora asociada de FLACSO, sede Ecuador. Actualmente también se desempeña como directora de Conservación y Desarrollo del Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura de Ecuador. Entre sus principales publicaciones están, Prensa y espacio público en Quito 1790-1840, FONSAL, Quito, 2010. Exlibris Jijón y Caamaño: universo del lector y prácticas del coleccionismo (1890-1950). Auspiciado por el Banco Central del Ecuador, Quito, 2009. Los espacios perturbadores del humor: revistas, arte y caricatura 1918-1932, Banco Central del Ecuador, Quito, mayo 2007. Entre sus intereses investigativos están: visualidades, institucionalidad cultural y memoria, enfoques desde la Historia Cultural. El capítulo que publica en este volumen es producto de una investigación sobre la época, titulada Prensa y espacio público en Quito 1790-1840, FONSAL, Quito, 2010. John Jairo Cárdenas Herrera Docente investigador de la Facultad de Educación, Universidad Antonio Nariño, sede Bogotá. Algunas de sus publicaciones son: “La subordinación del trabajo al capital. Un aviso marxista de la sociedad capitalista contemporánea”. En Bogotá, Revista Goliardos. Publicación de los Estudiantes de Historia, Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia, 2006. “Apuntes historiográficos sobre la Independencia en Colombia. Historiografía de la independencia: entre la tradición historiográfica y la nueva historia cultural”. En: Bogotá. Evento: XV Congreso de Colombianistas: Independencia e independencias Ponencia: Memorias, 2007. “La reflexión económica criolla y el patriotismo neogranadino. 1759-1810”. Tesis de Maestría, Universidad Nacional de Colombia, 2011. 549

Alexander Chaparro Silva Historiador de la Universidad Nacional de Colombia, coordinador e investigador de la línea de investigación “Opinión pública e independencia” del Programa nacional de investigación “Las culturas políticas de la independencia, sus memorias y sus legados: 200 años de ciudadanías” (Vicerrectoría de Investigación de la Universidad Nacional de Colombia, código 9714, con vigencia 2009-2011). Entre sus principales publicaciones se encuentra “La voz del Soberano: representación en el Nuevo Reino de Granada, 1785-1811”. En Ortega Martínez, F. A. & Chicangana, Y. A. (Eds.). Conceptos fundamentales de la cultura política de la independencia. (En prensa). Lina Del Castillo Profesora Asistente del Departamento de Historia y del Teresa Lozano Long Instituto de Estudios Latinoamericanos, Universidad de Texas en Austin. Egresada de la Universidad de Miami en 2007. Sus intereses investigativos indagan en la relación entre la producción cartográfica, el desarrollo de las ciencias geográficas, la importancia del lugar en un contexto transnacional y transimperial en la formación y fragmentación del estado nacional colombiano a principios del siglo XIX. Becada por la Fundación Nacional de Ciencia de Estados Unidos (NSF), la Fulbright Hays, y la Biblioteca John Carter Brown en Providence, Rhode Island. Fue Profesora Asistente de Iowa State University del 2007-2010, profesora invitada de la Universidad Nacional en Bogotá, Colombia en 2010, y profesora visitante en la Universidad de Texas en Austin del 2011-2012. Sus publicaciones incluyen artículos en Araucaria Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, Historia Crítica, y Terrae Incognitae y capítulos en los libros: Mapping Latin America: A Cartographic Reader editado por Jordana Dym y Karl Offen (Chicago University Press, 2011) y Mapping the Transition from Colony to Nation editado por Jim Akerman (Chicago University Press, próximamente en 2012). 550

Autores

Juan Camilo Escobar Villegas Profesor-investigador del Departamento de Humanidades de la Universidad Eafit, Medellín, Colombia. Doctor en Historia y Civilizaciones, Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, París-Francia. Director del grupo de investigación Sociedad, Política e Historias Conectadas (categoría A en Colciencias). Miembro asociado del centro francés de investigaciones MASCIPO (Mundos Americanos, Sociedades, Circulaciones, Poderes). Sus trabajos han girado en torno a la historia de las mentalidades y de los imaginarios, historia intelectual, historia sociocultural de la política e historiografía. Sus últimas publicaciones son: en coautoría con Adolfo León Maya: Ilustrados y republicanos. El caso de la “Ruta de Nápoles” a Nueva Granada, Medellín, Fondo Editorial Universidad Eafit, 2011; “Memorar, conmemorar y representar las independencias iberoamericanas”, en: Conmemoraciones y crisis: Procesos independentistas en Iberoamérica y la Nueva Granada, Bogotá, Medellín, Pontificia Universidad Javeriana, Fondo Editorial Universidad Eafit, 2011; “Economía política, independencias y proyectos de nación en Nueva Granada durante el siglo XIX”, en: Conmemoraciones y crisis: Procesos independentistas en Iberoamérica y la Nueva Granada, Bogotá, Medellín, Pontificia Universidad Javeriana, Fondo Editorial Universidad Eafit, 2011; “Los juegos florales y las independencias en Iberoamérica: exploraciones en torno a un lenguaje celebrativo”, en: Eduardo Domínguez (compilador), Todos somos historia, Medellín, Fondo Editorial Universidad de Antioquia, 2010. Publicaciones individuales: Francisco Antonio Cano creando cerebros. Los artistas y los hombres de estado: una relación “civilizatoria y progresista”, Medellín, Museo de Antioquia, 2008; “Los iluminismos: una historia conectada”, en: Historia de las ideologías políticas, Medellín, Fondo Editorial Eafit, 2008; Progresar y civilizar. Imaginarios de identidad y élites intelectuales de Antioquia en Euroamérica, 1830-1920, Medellín, Fondo Editorial Universidad Eafit, 2009; “Algunas consideraciones para una historia de las élites intelectuales en América Latina”, en: Granados, Aimer, et al., (compiladores), Temas y tendencias de la historia intelectual en América

Autores

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Latina, Morelia, Michoacán, Universidad Nacional Autónoma de México, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2010. Nicolás Alejandro González Quintero Historiador de la Universidad Nacional de Colombia y candidato a magíster en Estudios Culturales de la misma institución. Sus últimas publicaciones han sido “‘Se evita que de vagos pasen a delincuentes’ Santafé como una ciudad peligrosa (1750-1808)” en el Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura y “El juzgado y los ladrones. Cómo se elaboró un sujeto peligroso en Santafé (1750-1808)” en Historia Crítica. Actualmente está trabajando en cómo se utilizó la metáfora de la monstruosidad para construir sujetos por fuera de lo político a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. Gilberto Loaiza Cano Es profesor titular del Departamento de Historia de la Universidad del Valle. Magíster en Historia de la Universidad Nacional de Colombia y Doctor en Sociología de la Universidad París 3 (Iheal-Sorbonne Nouvelle). Es director del Grupo de investigación Nación-Cultura-Memoria. El capítulo que aporta a esta compilación hace parte del proyecto de investigación titulado Prensa y opinión pública en los inicios de la república, 1808-1851. Mariselle Meléndez Profesora Asociada de estudios coloniales hispanoamericanos en la Universidad de Illinois, Urbana-Champaign. Su investigación se enfoca en estudios de raza, género, cultura visual y la Ilustración en Hispanoamérica colonial. Autora de Deviant and Useful Citizens: The Cultural Production of the Female Body in Eighteenth-Century Peru (Vanderbilt University Press 2011), Raza, género e hibridez en El lazarillo de ciegos caminantes (North Carolina Studies in Romance Languages 1999) y co-editora de Mapping Colonial Spanish America: Places and Commonplaces of Identity, Culture, and Experience (Bucknell University Press 2002). Sus artículos 552

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críticos han sido publicados en las siguientes revistas: Colonial Latin American Review, Bulletin of Spanish Studies, Latin American Literary Review, Hispanic Review, Revista Iberoamericana, Revista de crítica literaria latinoamericana, Dieciocho Hispanic Enlightenment, y Revista de Estudios Hispánicos, entre otras. Francisco A. Ortega Martínez Profesor Asociado del Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia, e investigador posdoctoral en la Universidad de Helsinki en Finlandia. Director del proyecto de investigación “Opinión pública e independencia” del Programa nacional de investigación “Las culturas políticas de la independencia, sus memorias y sus legados: 200 años de ciudadanías” (Vicerrectoría de Investigación de la Universidad Nacional de Colombia, código 9714, con vigencia 2009-2011). En el 2005 prologó y editó una antología con trabajos teóricos de Michel de Certeau (La irrupción de lo impensado, Bogotá: Javeriana) y posteriormente editó dos libros sobre historia, memoria y sufrimiento social, ambos con la Universidad Nacional de Colombia (Veena Das: Sujetos de dolor, agentes de dignidad 2008; e Historia, trauma, cultura. Reflexiones interdisciplinarias para el nuevo milenio 2011). En marzo 2012 apareció un volumen que recoge los trabajos de su grupo de investigación sobre la cultura política del periodo de la independencia neogranadino: “Conceptos fundamentales de la cultura política de la Independencia”, Universidad Nacional de Colombia. Es autor de varios ensayos de historia intelectual y cultural, tales como “Ni nación ni parte integral: ‘Colonia’ de vocablo a concepto en el siglo XVIII iberoamericano”. En PRISMA. (2011). Revista de Historia Intelectual. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, núm. 15. Mayxué Ospina Posse Historiadora de la Pontificia Universidad Javeriana (2008). Ha trabajado en la línea de la historia intelectual y cultural. Es coautora del libro Te

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cuento la independencia. Once relatos para volver a contar, Ministerio de Educación Nacional, Bogotá, 2009. Durante 2009 y 2010 llevó a cabo la investigación principal y co-curaduría de la exposición Impresiones de la Independencia: Proclamas, Bandos y Hojas Volantes (1782-1830) de la Biblioteca Nacional de Colombia. Ha colaborado en la elaboración de textos para la enseñanza de la historia publicados por Editorial Norma. Actualmente desarrolla estudios de maestría en historia, en la Universidade Estadual de Campinas, Brasil, en el área de concentración de estudios de Política, Memoria y Ciudad. Camilo Andrés Páez Jaramillo Coordinador del Grupo de Colecciones de la Biblioteca Nacional de Colombia, Historiador de la Universidad Nacional de Colombia y Magíster en Análisis de problemas políticos económicos y relaciones internacionales contemporáneos de la Universidad Externado de Colombia y el Instituto de Altos Estudios para el Desarrollo (IAED). Becario en 2008 de la Fundación Carolina en el curso “El libro antiguo: Análisis, identificación y descripción”, en la Universidad Complutense de Madrid. Miembro del comité de redacción de la Lista Roja de Bienes Culturales en peligro en Colombia financiada por el ICOM (2008). Durante 2010 y 2012 participó en la investigación de las exposiciones “Proclamas, bandos y hojas volantes 1782-1830: Impresiones de la Independencia” y “Viaje al Fondo de Cuervo” en la Biblioteca Nacional de Colombia. En 2011 participó en la investigación “La memoria del trauma. Construcción narrativa de la Guerra de los Mil Días” de la Universidad Santo Tomás de Aquino, Colombia. Zulma Rocío Romero Leal Historiadora de la Universidad Nacional de Colombia. Estudiante de la Maestría en Estudios Políticos del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales —IEPRI—, de la misma universidad. Es autora de “La soberanía como principio y práctica del nuevo orden político en Nueva Granada, 1781-1814”, capítulo de Conceptos fundamentales de la 554

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cultura política de la Independencia, (Universidad Nacional de Colombia), editado por Francisco Ortega, y de “Construyendo el sujeto político: El pueblo como legitimador del orden político en la crisis monárquica. Nueva Granada, 1808-1821”, publicado en Cuadernos de Curaduría, núm. 11 y 12, Museo Nacional de Colombia. Sus temas de interés son la historia intelectual y las subjetividades políticas en los siglos XIX y XX. Tomás Straka Investigador del Instituto de Investigaciones Históricas “Hermann González Oropeza, S. J.”, de la Universidad Católica Andrés Bello, Caracas. Algunas de sus publicaciones son: La voz de los vencidos. Ideas del Partido realista de Carcas, 1810-1821; Hechos y Gente. Historia contemporánea de Venezuela; La épica del desencanto. Bolivarianismo, historiografía y política en Venezuela. Compiló La tradición de lo moderno. Venezuela en diez enfoques. Sus intereses investigativos actuales se concentran en: historia de las ideas e historiografía. Leidy Jazmín Torres Cendales Historiadora de la Universidad Nacional de Colombia. Tallerista de política pública para afrodescendientes e indígenas del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia, IEPRI. Publicaciones: editora junto con Mauricio Archila Neira de la obra Bananeras: Huelga y Masacre 80 años (2009). Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. En esa misma publicación es coautora del capítulo “Retos en la enseñanza de la historia social en Colombia: el caso de la masacre de las bananeras”. Intereses investigativos: Historia de la sexualidad y el cuerpo en la Conquista y Colonia neogranadina. Historia conceptual, prensa y opinión pública republicanas. Historia de los movimientos sociales del siglo XX.

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Índice analítico

A acontecimientos, 74, 92, 97, 181, 250, 379, 380 resignificación de los, 97, 382, 392, 416, 523, 524 actas, 220, 234, 246, 252 v. t. Congreso de 1821, 220, 221 adversarios, 113, 224, 369, 493, 514 agricultura, 59, 60, 62, 63, 88, 156, 164, 235, 280, 356, 358, 364, 424, 425, 431, 433, 436, 437, 441, 444, 501, 520 v. t. Semanario de Agricultura y Artes dirigido a Párrocos, 59, 125 alfabetismo popular, 509 alternancia electoral, 318 América, 5, 8, 12, 14, 15, 18, 19, 20, 21, 25, 27, 28, 30, 31, 32, 33, 34, 38, 40, 42, 43, 45, 46, 47, 48, 51, 52, 53, 54, 62, 70, 72, 75, 76, 77, 78, 79, 87, 88, 92, 93, 94, 97, 98, 99, 100, 101, 103, 105, 109, 117, 118, 120, 123, 124, 125, 126, 136, Índice

138, 139, 140, 151, 156, 157, 159, 160, 161, 174, 175, 181, 185, 189, 190, 192, 195, 196, 197, 200, 201, 204, 206, 207, 211, 218, 219, 220, 225, 226, 228, 229, 230, 239, 241, 243, 246, 255, 260, 261, 270, 276, 277, 284, 289, 292, 294, 305, 325, 326, 329, 330, 331, 333, 334, 335, 337, 339, 341, 343, 345, 346, 347, 348, 349, 350, 351, 354, 372, 376, 377, 378, 379, 380, 381, 382, 383, 384, 385, 386, 387, 388, 389, 390, 391, 398, 401, 404, 407, 415, 417, 418, 419, 430, 438, 445, 446, 447, 452, 454, 455, 458, 460, 471, 473, 475, 496, 497, 498, 499, 500, 503, 504, 506, 507, 525, 526, 530, 533, 535, 540, 541, 542, 543, 544, 545, 546, 547, 548, 550, 551, 552, 553 Ámsterdam, 46

557

analfabetismo, 148, 268, 475, 490 Ancízar, Manuel, 14, 29, 422, 434, 440, 454, 455, 460, 466, 467, 483, 484 Angostura, 14, 25, 31, 38, 100, 101, 106, 107, 165, 167, 175, 184, 185, 189, 190, 193, 211,212, 213, 221, 226, 227, 398, 399, 404, 406, 407, 409, 415 Antiguo Régimen, 17, 25, 38, 51, 67, 79, 84, 93, 100, 104, 116, 131, 135, 136, 137, 139, 145, 146, 157, 161, 163, 175, 200, 203, 206, 225, 228, 229, 260, 261, 276, 283, 289, 292, 325 Antioquia, 9, 14, 29, 31, 32, 33, 34, 73, 79, 80, 86, 112, 120, 121, 123, 148, 224, 325, 392, 394, 472, 484, 492, 494, 497, 498, 499, 500, 501, 502, 503, 504, 505, 506, 507, 508, 509, 510, 511, 512, 513, 514, 515, 516, 517, 518, 519, 520, 521, 523, 525, 526, 534, 547, 548, 551 Apéndice al Plan de Estudios para la Real Universidad de Quito, 364 arbitrariedad, 137, 142, 147, 216, 299, 522 del régimen, 137 Areópago, 106, 107, 108 argumentos, 97, 135, 144, 167, 240, 244, 258, 284, 365, 405, 423, 448 aristocracia, 164, 246, 265, 320, 339 Aristóteles, 55

558

arte, 64, 73, 110, 111, 181, 184, 190, 338, 454, 549 de la impresión, 184, 190 tipográfico, 454 artes tipográficas, 172 artesanos, 29, 62, 116, 319, 326, 440, 449, 453, 454, 455, 460, 461, 462, 463, 464, 469, 474, 475, 476, 477, 478, 479, 480, 481, 482, 483, 484, 485, 486, 487, 488, 489, 490, 491, 492, 493, 494, 495, 496, 497, 532, 541, 542 articulista, 265 Atlas cartográfico, 381 Atlas nacional, 377 atributo, 141, 146, 212, 248 de los hombres de luces, 141 exclusivo de los seguidores del gobierno republicano, 212 exclusivo del gobierno, 146 femeninos, 333 Audiencia de Quito, 202, 353, 356, 359, 360, 370, 375 Aury, Louis, 277 autonomía, 86, 206, 209, 223, 320, 463, 474, 505, 512, 513 v. t. semi-autonomía, 171 autoridad, 17, 18, 27, 43, 64, 66, 68, 69, 71, 77, 79, 89, 98, 101, 108, 110, 131, 134, 145, 152, 157, 199, 201, 221, 234, 239, 244, 245, 249, 263, 272, 274, 276, 280, 283, 285, 286, 290, 303, 304, 320, 356, 363, Índice

390, 391, 394, 400, 412, 413, 415, 538 Aviso al Público, 13, 78, 81, 506 Aviso del Terremoto, 12, 50 avisos, 55, 56, 95, 98, 149, 212, 267, 436, 469, 478, 511 Azuero, Vicente, 108, 211, 214, 217, 236, 257, 295, 297, 301, 318, 426, 437 B bandos reales, 92, 95 Barroco, 345 batalla de Boyacá, 198, 395, 508 Bello, Andrés, 168, 170, 181 Berdshaw, Tomás, 190 Biblia, 43 bibliotecas, 23, 51, 182, 357, 375, 383, 505 Boletín del Exército Expedicionario, 92, 94, 95, 117, 134, 147, 155 Boletín del Exército Libertador de la Nueva Granada, 99 boletines, 76, 101, 153 Bolívar, Simón, 91, 99, 100, 106, 107, 164, 167, 168, 175, 183, 184, 185, 187, 190, 198, 200, 202, 210, 217, 218, 219, 220, 221, 222, 223, 224, 226, 234, 235, 236, 237, 241, 242, 243, 246, 247, 248, 249, 250, 252, 253, 254, 255, 256, 257, 259, 277, 279, 300, 322, 379, 380, 381, 382, 389, 391, 392, 393, 397, 398, 399, Índice

400, 403, 404, 405, 406, 407, 408, 409, 410, 411, 412, 413, 414, 415, 425, 426, 433, 508, 511 Brasil, 263, 377, 387, 393, 491, 530, 545, 546, 554 Burke, William, 169, 176, 177, 183 C Caballero y Góngora, virrey, 50 Caicedo, Domingo, 295 Caldas, Francisco José de, 13, 63, 64, 65, 72, 79, 392, 394, 447, 512, 530 Calderón de la Barca, Pedro, 39 Calendario Manual y Guía Universal de Forasteros en Venezuela para el año de 1810, 176 calumnia, 78, 311, 314, 316 cambios geopolíticos, 379 capitalismo, 17, 383, 424 Capitanía de Venezuela, 225, 391 Caracas, 26, 54, 77, 102, 104, 112, 115, 117, 123, 151, 163, 164, 165, 166, 168, 169, 170, 171, 172, 173, 174, 175, 176, 177, 178, 179, 180, 182, 183, 184, 187, 188, 189, 190, 191, 192, 193, 194, 195, 196, 210, 228, 231, 234, 235, 236, 237, 238, 241, 244, 248, 249, 257. 259, 267, 268, 382, 389, 390, 391, 394, 396, 398, 400, 413, 417, 418, 419, 454, 460, 471, 544, 545, 546, 555 Cariaco, 380, 397, 399, 400, 401, 402, 411, 412, 413, 414, 415, 416

559

Carlos III, 50, 475 Carlos IV, 74, 332, 355 Caro, José Antonio, 422 carta magna, 236, 240, 243, 250, 251, 257 Cartagena, 8, 14, 27, 49, 73, 74, 75, 76, 77, 78, 87, 92, 93, 94, 95, 96, 115, 117, 118, 120, 122, 125, 131, 137, 140, 141, 145, 146, 150, 159, 161, 175, 235, 237, 246, 252, 263, 264, 265, 267, 268, 269, 270, 271, 272, 273, 274, 275, 277, 278, 279, 280, 281, 282, 283, 285, 287, 289, 291, 292, 320, 394, 405, 425, 444, 447, 448, 463, 464, 471, 474, 479, 505, 506, 548 Cartago, 520 cartas, 16, 66, 101, 116, 118, 137, 151, 152, 153, 155, 163, 165, 167, 185, 187, 192, 249, 259, 303, 348, 357, 371, 394, 412, 505, 517 cartografía, 28, 379, 381, 382, 383, 286, 392, 406, 541, 542 historia de la, 381 histórica, 382 impresa, 28, 382, 383, 392 internacional, 379 Casanare, 224, 320 Catecismo del Concilio de Trento, 363 catecismos, 43, 81, 109, 228, 356, 502, 533, 543, 546 categorías, 21, 88, 112, 276, 277, 280, 290, 312, 346

560

catolicismo, 177, 467, 469, 471, 494, 496 causa pública, 28, 55, 353, 355, 358, 359, 360, 361, 367, 368, 374, 398 censores, 107, 146, 208 censura, 15, 46, 56, 112, 145, 146, 154, 178, 202, 206, 209, 266, 306, 310, 320, 357, 428, 488, 508, 519 eclesiásticas, 46 moderada, 519 política, 320 previa, 146, 209, 310, 484 v. t. Tribunal de Censura de la Imprenta, 357, 359 centralistas, 92, 200, 536 Chocó, 152, 358, 394, 501 ciencia, 33, 39, 53, 54, 62, 63, 64, 65, 66, 77, 110, 111, 160, 165, 201, 272, 325, 342, 345, 350, 351, 354, 358, 359, 364, 461, 544, 550 circulación, 15, 16, 25, 28, 29, 46, 52, 68, 75, 76, 77, 78, 92, 95, 97, 98, 101, 112, 130, 134, 146, 147, 149, 150, 151, 186, 205, 210, 212, 216, 266, 361, 367, 368, 379, 382, 389, 390, 391, 452, 453, 455, 459, 470, 481, 483, 500, 507, 507, 520, 523 de discursos, 16 de ideas, 459, 470, 507 de imágenes mentales, 500 de impresos, 29, 75, 149, 212, 456 de información, 76 de las ideas francesas, 361 Índice

de libros, 16, 425 de lo escrito, 367 de los papeles periódicos, 368 de mapas, 379, 382, 389, 390, 391 de mercancías, 541 de noticias, 52 de publicaciones, 210 del saber, 216 efectiva, 147 irregular, 95 periódica, 95, 266 Ciudad de Guatemala, 43 Ciudad de Lima, 44, 48, Cladera, Cristóbal, 52 Codazzi, Agustín, 277, 396, 461 Código Penal de la República de la Nueva Granada, 296 coeditor, 168 Colombia, 4, 5, 8, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 31, 32, 33, 34, 37, 38, 45, 50, 57, 59, 70, 76, 85, 100, 105, 106, 107, 107 112, 113, 114, 115, 117, 118, 119, 120, 121, 122, 123, 124, 125, 126, 129, 134, 158, 159, 160, 161, 162, 169, 197, 198, 199, 201, 202, 203, 204, 205, 206, 207, 208, 209, 210, 211, 213, 215, 216, 217, 218, 219, 220, 221, 222, 223, 224, 225, 226, 227, 228, 229, 230, 231, 232, 234, 237, 239, 240, 241, 243, 244, 245, 246, 247, 248, 249, 250, 251, 252, 253, 254, 255, 256, 257, 258, 259, Índice

260, 261, 263, 264, 265, 266, 267, 268, 269, 270, 271, 272, 273, 275, 277, 278, 279, 280, 281, 293, 285, 287, 289, 290, 291, 292, 293, 296, 299, 324, 325, 326, 351, 377, 378, 379, 380, 381, 382, 383, 384, 385, 386, 387, 388, 389, 390, 391, 392 393, 394, 395, 396, 397, 401, 402, 404, 407, 415, 416, 417, 418, 419, 421, 423, 425, 426, 427, 428, 429, 430, 431, 432, 433, 434, 438, 439, 440, 442, 443, 444, 445, 446, 447, 448, 450, 451, 452, 454, 561, 462, 464, 465, 466, 468, 469, 471, 472, 473, 474, 475, 478, 479, 480, 481, 486, 487, 492, 493, 494, 496, 497, 498, 499, 500, 501, 505, 508, 509, 510, 511, 522, 525, 526, 530, 531, 532, 533, 534, 539, 540, 541, 542, 544, 546, 547, 548, 549, 550, 551, 552, 553, 554, 555 Colonia, 53, 350, 424, 436, 437, 441, 442, 461, 477, 530, 553, 555 Columbia, 383, 418, 540 comercio, 52, 59, 60, 61, 62, 63, 73, 88, 89, 105, 156, 190, 204, 205, 224, 225, 235, 280, 335, 356, 364, 368, 406, 426, 426, 426, 431, 432, 433, 434, 436, 438, 440, 441, 443, 444, 452, 461, 472, 485, 489, 509 Comisión Corográfica, 14, 450, 461 comunicar, 45, 52, 87, 131, 148, 152, 215, 466

561

concepción unanimista, 211 confrontación, 86, 87, 112, 208, 231, 232, 233, 258, 293, 307 con la oposición, 307 en la esfera pública, 258 ideológica, 86, 87 política, 293 pública, 231 regional, 112 Congreso Constituyente, 182, 236, 254 Congreso de 1821, 220, 221 v. t. actas, 220, 234, 246, 252 Congreso de 1827, 221, 252, 256 Congreso de Angostura, 25, 38, 101, 106, 107, 165, 167, 398 Congreso Federal de Cariaco, 380, 392, 397, 399, 400, 402, 412, 413, 414, 415 Conjura de los Mantuanos, 172, 195 Consejo de Purificación, 150, 154 consenso, 40, 88, 108, 112, 138, 153, 307, 322, 447, 537 v. t. unanimidad, 27, 112, 115, 153, 240, 248, 257, 258, 293, 304, 307, 316, 317, 318, 320, 321, 322, 323, 324, 537 conspiración, 304, 317, 322, 414 Constitución boliviana, 222, 243, 246, 247, 248, 252, 254, 257 Constitución de 1821, 203, 211, 213, 218, 225, 234, 235, 236, 239, 240, 250, 252, 256, 258, 450, 508, 509

562

Constitución de 1832, 293, 297, 318 Constitución de Antioquia, 79, 80 Constitución de Cádiz, 77, 78, 138, 240 Constitución de Cúcuta, 105, 222, 231, 232, 427, 447, 457 Constitucional Antioqueño, 505, 509, 512, 516 Constitucional de Antioquia, 502, 516, 517, 518, 520 construcción del conocimiento, 362, 368 construcción identitaria, 103 control, 25, 40, 96, 99, 114, 130, 134, 139, 146, 147, 153, 174, 178, 221, 245, 252, 310, 382, 392, 400, 406, 408, 412, 447, 451, 456, 458, 459, 466, 489 controversia, 293, 411, 420, 521 Conversación de una Señorita Casada, 340 Córdoba, José María, 224, 508 Corona, 18, 40, 47, 55, 62, 109, 135, 138, 151, 170, 171, 204, 206, 354, 383, 385, 387, 432, 504, 513 británica, 151 española, 109, 383, 385, 387, 504, 513 Correo Curioso, Erudito, Económico y Mercantil de la ciudad de Santafé de Bogotá, 13, 34, 59 Correo del Orinoco, 13, 14, 31, 100, 101, 102, 103, 106, 123, 163, 164, 166, 168, 184, 185, 187,190, 191, Índice

193, 195, 198, 207, 210, 211, 212, 213, 227, 228, 267, 415 Correo literario de la Europa, 52, 118 corresponsales, 264, 453, 520 Corte, 40, 44, 46, 48, 53, 146, 350, 361, 387 de Lisboa, 387 española, 361 credibilidad, 248, 385 criollos, 63, 76, 165, 172, 200, 337, 383, 424, 427, 436, 503 crisis, 18, 19, 23, 26, 75, 76, 87, 116, 117, 135, 139, 150, 157, 168, 193, 196, 198, 218, 222, 230, 234, 238, 246, 261, 282, 283, 289, 290, 389, 423, 465, 468, 471, 479, 497 cristianismo, 93, 493, 497 crónicas religiosas y civiles, 43 cuerpo político, 41, 48, 57, 88, 91, 96, 105, 112, 144, 339 Cuervo, Rufino, 109, 236, 308 Cueva, Beatriz de la, 44 cultura política, 11, 15, 24, 25, 30, 38, 51, 52, 54, 55, 57, 85, 104, 105, 118, 123, 125, 197, 261, 263, 271, 276, 283, 316, 530, 546, 547 D D’Arcy de la Rochette, Louis Stanislas, 385, 390 debate, 70, 87, 96, 102, 105, 157, 163, 164, 168, 169, 177, 185, 211, 243, 285, 289, 296, 318, 356, 365, 410, Índice

422, 423, 425, 433, 539 deber ser, 111, 130, 139, 314, 489 delito de imprenta, 279 democracia, 116, 164, 187, 200, 246, 288, 464, 469, 471, 480, 540 derechos, 19, 57, 80, 88, 89, 105, 106, 111, 112, 144, 153, 177, 203, 204, 205, 206, 207, 209, 212, 216, 219, 220, 224, 239, 248, 250, 282, 283, 361, 431, 469, 474, 480, 486, 490, 495, 509, 517 de aduanas, 204, 431 de importaciones y exportaciones, 89 de participación popular, 469 del ciudadano, 57, 203, 509 del hombre, 80, 166, 177, 219, 361, 509 del pueblo, 177 del rey, 19, 72, 153 del soberano, 144 individuales, 106 Derechos del hombre, 80, 177, 361 deseo, 53, 106, 109, 132, 166, 174, 191, 244, 256, 297, 310, 359, 371, 374, 405, 460 deslegitimar, 113, 248 despotismo, 76, 88, 103, 141, 165, 189 Diario político de Santafé de Bogotá, 78, 447, 471 diarios, 52, 119, 264, 265, 270, 498, 543

563

Diccionario de Autoridades, 22, 39, 124, 351 Diccionario razonado, 37, 119, 123 difamación, 303, 308, 311, 314 discernimiento, 87, 102, 141, 286 Discurso de Angostura, 107, 167, 190 discurso impreso, 152 discursos identitarios, 500 disenso, 144, 286, 290 diseño editorial, 268 Disputatio pro declaratione virtutis indulgentiarum, 43 distribución de los impresos, 452 divulgación, 22, 179, 301, 339 científica, 179 dogma, 43, 71, 80, 132, 177, 206, 208, 242, 360, 494 E economía, 42, 53, 54, 59, 60, 63, 101, 160, 265, 349, 363, 423, 428, 430, 431, 433, 435, 435, 438, 439, 440, 441, 445, 446, 467, 475, 485, 500, 520, 551 Ecuador, 99, 100, 108, 232, 353, 375, 376, 377, 391, 470, 543, 544, 549 editor, 45, 47, 52, 70, 78, 79, 81, 98, 100, 108, 112, 132, 151, 171, 208, 237, 264, 267, 278, 279, 301, 329, 331, 332, 334, 335, 336, 337, 338, 339, 341, 345, 346, 347, 368, 355, 356, 367, 368, 368, 370, 372, 373, 466, 469, 485, 492, 494, 510, 518

564

ejércitos patriotas, 380, 403 El Alacrán, 422, 423 El Análisis, 22, 25, 28, 29, 282, 296, 297, 318, 354, 373, 453,495, 513 El Anglo Colombiano, 112, 113. 114, 169 El Argos, 14, 27, 78, 87, 88, 89, 293, 294, 299, 307, 308, 309, 310, 311, 312, 313, 314, 315, 316, 317, 318, 319, 320, 321, 322, 323, 324, 345, 447, 471, 506 El Argos Americano, 14, 78, 87, 447, 471, El Celador de la Constitución, 187 El Censor General, 77 El Ciudadano, 54, 56, 57, 104, 105, 106, 108, 177, 204, 241, 272, 294, 325, 427, 493, 509, 513, 514, 515 El Conservador, 422, 484, 485, 494 El Correo Nacional, 75, 119, 190, 267 El Diario de Barcelona, 77 El Eco de Antioquia, 112, 507, 508, 510, 511, 512 El Español, 77 El Fanal de Venezuela, 187, 188 El Fósforo de Popayán, 106, 107, 113 El huerfanito bogotano, 106, 111, 113, 119, 233, 241, 259 El Iris de Venezuela, 169, 267 El labrador i el artesano, 474, 477 El Medellinense, 501, 521, 523 El Mercurio Venezolano, 176, 180 El Montalván, 83, 119 Índice

El Nacional, 17, 31, 193, 375, 383, 422, 445, 486, 545 El Neogranadino, 9, 11, 14, 29, 32, 33, 422, 423, 434, 438, 440, 441, 442, 447, 449, 450, 451, 452, 453, 455, 456, 457, 458, 459, 460, 461, 462, 463, 464, 465, 467, 468, 469, 470, 471, 484, 537 El Papel Periódico de Santafé de Bogotá, 12, 51, 54, 283, 331, 333, 349, 504, 535 El Patriota, 176, 179, 182, 198, 204, 205, 214, 215, 216, 227, 267 El Preguntón, 214, 215, 227 El Procurador General de la Nación y del Rey, 77 El progreso, 61, 66, 77, 165, 207, 297, 302, 336, 338, 346, 348, 422, 493 El Publicista de Venezuela, 176, 177, 178, 182 El Robespierre Español, 77 El Siglo, 9, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 18, 19, 20, 22, 24, 27, 29, 31, 32, 33, 34, 37, 40, 42, 43, 44, 45, 49, 51, 55, 57, 59, 68, 71, 73, 100, 105, 116, 117, 122, 123, 124, 159, 160, 161, 176, 181, 182, 185, 190, 191, 197, 198, 199, 203, 225, 228, 229, 230, 232, 233, 238, 255, 260, 261, 263, 269, 272, 273, 276, 284, 289, 292, 302, 313, 323, 325, 326, 329, 330, 343, 344, 346, 349, 350, 351, 353, 354, 356, 368, 374, 375, 376, Índice

379, 381, 382, 383, 421, 422, 423, 424, 425, 431, 439, 440, 444, 445, 446, 450, 452, 453, 462, 469, 470, 474, 476, 477, 478, 482, 483, 491, 493, 495, 496, 497, 498, 499, 500, 501, 502, 503, 505, 506, 507, 509, 511, 512, 513, 515, 516, 517, 519, 521, 523, 525, 526, 530, 531, 532, 533, 534, 535, 540, 542, 546, 547, 548, 550, 551, 552, 553, 555 El Tribuno, 521 El triunfo de la libertad sobre el despotismo, 189 El Venezolano, 26, 114, 169, 191, 460 élites, 29, 48, 85, 87, 89, 92, 104, 108, 113, 114, 151, 289, 294, 413, 422, 423, 425, 432, 438, 439, 460, 463, 476, 490, 496, 499, 500, 501, 503, 504, 505, 506, 507, 512, 513, 516, 519, 521 Emancipación, 164, 166, 170, 171, 178, 179, 182, 185, 191, 194, 195, 196, 203, 218, 259 empresa editorial, 99, 179 Encyclopédie méthodique, 67, 119 ensaladillas, 510 Ensayo sobre la opinión pública, 79, 121, 284, 290 enunciación, 27, 130, 135, 199, 263, 381 error, 88, 103, 113, 142, 143, 144, 231, 282, 284, 286, 303, 305, 306, 309, 412

565

erudición, 47, 96, 141, 181, 256, 343 escenario social, 362 esclavitud, 137, 271, 276, 320, 403, 440, 449 esclavos, 169, 172, 187, 192, 403 escribanías, 148 escribir, 16, 58, 80, 86, 87, 106, 114, 136, 178, 202, 209, 213, 214, 237, 273, 274, 365, 374, 382, 396, 463, 490, 491, 496, 499, 504, 506, 508, 511, 513, 517, 529 escritor público, 271, 272, 276, 464 esfera pública, 15, 16, 17, 18, 19, 21, 22, 26, 31, 42, 47, 50, 63, 66, 88, 95, 96, 101, 104, 106, 107, 110, 114, 130, 135, 138, 141, 142, 146, 148, 153, 155, 231, 237, 258, 296, 297, 310, 323, 333, 349, 350, 425, 442, 498, 529, 531, 533, 536, 537, 540, 541, 542, 545, 547 espacio de experiencia, 423 España, 37, 41, 45, 46, 48, 58, 62, 74, 75, 76, 77, 99, 103, 104, 117, 119, 121, 122, 123, 125, 132, 140, 141, 150, 158, 159, 160, 161, 163, 165, 168, 171, 172, 174, 180, 187, 188, 190, 196, 197, 206, 207, 209, 214, 218, 219, 228, 229, 255, 259, 260, 265, 276, 290, 292, 297, 345, 354, 390, 396, 398, 407, 420, 438, 465, 472, 475, 476, 502, 505, 522, 544, 545

566

Espectador Sevillano, 79, 290 especulación, 39, 63 espíritu, 27, 52, 56, 62, 67, 78, 107, 119, 136, 139, 140, 143, 152, 155, 160, 164, 166, 167, 168, 170, 174, 185, 186, 212, 233, 255, 293, 299, 300, 302, 306, 307, 310, 311, 312, 317, 318, 329, 343, 345, 355, 358, 367, 369, 371, 374, 456, 461, 501, 507, 509, 515, 537 de la independencia, 186 de la sociedad, 67 de libertad, 212 de novelería, 155 de partido, 27, 293, 299, 300, 306, 307, 310, 311, 312, 317 del periodismo pugnaz, 168 ilustrado, 355, 461, 507 patriótico, 56, 167, 345 público, 56, 107, 139, 174, 264, 515, 537 Espíritu de los mejores diarios literarios, que se publican en Europa, 52, 119 Essay on the History of Civil Society, 179 Estado, 16, 17, 18, 22, 45, 61, 62, 71, 89, 90, 100, 101, 115, 121, 137, 139, 154, 176, 177, 178, 179, 183, 184, 198, 199, 201, 203, 205, 207, 209, 210, 212, 213, 215, 217, 220, 221, 224, 225, 226, 227, 228, 233, 235, 238, 240, 243, 247, 255, 257, 260, 266, 274, 293, 298, 299, 304, Índice

308, 324, 325, 344, 373, 381, 389, 421, 422, 423, 426, 430, 431, 432, 433, 440, 442, 443, 454, 461, 462, 467, 473, 488, 502, 504, 530, 539, 541, 543, 546 Estado-nación, 28, 325, 373, 381, 443 v. t. golpe de Estado, 468 Estados Unidos, 212, 216, 270, 292, 300, 333, 383, 391, 417, 453, 454, 462, 466, 508, 550 estatus, 203, 274, 407, 507, 541 estilo, 49, 81, 167, 180, 185, 300, 308, 310, 312, 480, 497 Estrella de Occidente, 505, 516 estructura económica, 423, 426 Europa, 42, 43, 45, 46, 52, 97, 118, 119, 140, 165, 181, 197, 243, 246, 255, 314, 333, 354, 369, 372, 375, 383, 391, 406, 458, 499 Expedición de los Cayos, 277 Expedición del Sur, 91 F facción, 26, 180, 213, 214, 231, 232, 233, 237, 240, 244, 249, 251, 284, 295, 305, 313, 317, 447, 448, 466, 511, 523, 536 Facio Lince, José María, 521, 522, 523 Faden, William, 378, 381, 384, 385, 386, 388, 389, 394 fama, 39, 41, 48, 49, 66, 69, 70, 107, 133, 139, 178, 295, 296, 366, 374, 405, 501 Índice

v. t. honra, 40, 41, 49, 70, 139, 296, 382, 486 v. t. reputación, 41, 55, 123, 208, 210, 249, 279, 295, 369, 372, 381, 486, 517 familia, 17, 26, 62, 111, 190, 231, 239, 240, 248, 249, 251, 254, 257, 326, 338, 349, 435, 442, 475, 493, 510, 518, 535 v. t. metáfora de la familia, 248, 249, 251, 254, 257 fanatismo, 79, 143, 166, 302, 304, 319, 320, 525 fe, 17, 40, 42, 47, 83, 102, 154, 177, 354, 371, 462 federación, 89, 214, 243, 246, 321, 324 federalistas, 89, 92, 200, 416, 523, 536 felicidad, 28, 37, 53, 55, 56, 57, 61, 62, 97, 108, 110, 111, 115, 135, 166, 179, 210, 216, 222, 239, 264, 267, 270, 273, 274, 298, 317, 332, 334, 339, 343, 358, 359, 364, 522 Fernando VII, 12, 75, 92, 93, 94, 96, 97, 98, 131, 133, 146, 149, 152, 153, 154, 199, 206, 208, 505 ficción, 105, 538 figura, 17, 26, 46, 49, 76, 83, 90, 105, 132, 157, 158, 198, 218, 220, 221, 224, 225, 232, 235, 238, 239, 240, 242, 248, 248, 252, 253, 257, 272, 274, 301, 340, 345, 356, 359, 365, 392, 463, 493

567

del rey, 157, 158, 238, 239, 242 fijar la opinión, 66, 68, 75, 76, 78, 80, 85, 87, 88, 91, 95, 98, 114, 129, 136, 140, 142, 148, 156, 157, 206, 232, 233, 236, 237, 447, 537, 539 filosofía, 166, 194, 273, 292, 304, 325, 329, 332, 357, 363, 364, 365, 366, 445, 446, 504, 520, 521, 550 Finestrad, Joaquín de, 71, 135 Flórez, Manuel Antonio, 49 Flota de Indias, 44, 48 formación científica moral, 371 formar, 16, 84, 99, 144, 165, 285, 381, 459, 471, 509, 533, 537 opinión, 84, 99, 285, 381, 533 Francia, 20, 45, 57, 67, 161, 180, 181, 216, 218, 265, 270, 343, 391, 457, 493, 551 frecuencias de publicación, 264 G Gaceta de Caracas, 163, 164, 166, 178, 187, 188, 191, 193, 194, 413 Gaceta de Colombia, 14, 32, 198, 220, 222, 266, 267, 270, 272, 285, 423, 427, 428, 429, 454, 472 Gaceta de Santafé, 12, 47, 50, 119, 423 Gaceta del Gobierno de Cartagena de Indias, 96 Gaceta Real de Cartagena de Indias, 92, 93, 141 Gallagher, Mateo, 169, 172, 176, 180, 183,

568

Gazeta de Caracas, 104, 151, 168, 170, 173, 174, 175, 176, 177, 182, Gazeta de Lima, 46, 48, 120 Gazeta de Madrid, 45, 46, 57, 120, 151 Gazeta de Santafé, Capital del Nuevo Reyno de Granada, 92, 95, 120, 129 Gazeta Ministerial de Antioquia, 86, 120, 504, 506 Gazeta Ministerial de Cundinamarca, 81, 90, 92, 120 Gazeta Ministerial de la República de Antioquia, 505 Gazette de France, 45, 120 género editorial, 510 geo-cuerpo, 379, 385, 387 geopolítica, 383, 386 gobierno, 26, 27, 49, 58, 59, 68, 72, 76, 79, 80, 81, 84, 85, 88, 89, 90, 91, 92, 93, 94, 95, 96, 97, 98, 99, 100, 101, 104, 110, 114, 115, 131, 134, 135, 136, 137, 138, 139, 141, 142, 145, 146, 151, 155, 156, 172, 175, 177, 178, 179, 183, 184, 189, 190, 198, 199, 201, 202, 203, 204, 205, 206, 207, 208, 209, 211, 212, 213, 214, 216, 217, 220, 221, 222, 223, 224, 225, 231, 236, 237, 240, 241, 243, 244, 245, 247, 251, 255, 267, 271, 277, 282, 285, 289, 293, 294, 295, 297, 298, 300, 301, 302, 303, 304, Índice

305, 306, 307, 308, 309, 310, 311, 312, 313, 314, 315, 316, 319, 320, 321, 322, 323, 332, 348, 364, 371, 380, 383, 395, 396, 413, 414, 428, 431, 433, 435, 436, 439, 454, 467, 473, 476, 477, 480, 493, 501, 502, 503, 504, 505, 508, 511, 513, 514, 515, 519, 538, 539 central, 76, 90, 213, 217, 224, 237, 240, 244, 395, 396 federal, 89, 255, 319, 380, 383 monárquico, 94, 135, 136, 137, 138, 139, 141, 142, 155, 156, 157 golpe de Estado, 468 v. t. Estado-nación, 28, 325, 373, 381, 443 González, Florentino, 297, 299, 307, 313, 318, 319, 422, 426, 437, 466 Gracián, Baltasar, 39 Gran Colombia, 8, 25, 26, 38, 117, 197, 199, 201, 203, 205, 207, 209, 211, 213, 215, 217, 219, 221, 223, 225, 226, 227, 229, 240, 259, 268, 270, 292, 293, 296, 391, 415, 423, 425, 426, 432, 433, 439, 440, 443, 445, 448, 508, 530, 531, 533, 534, 539, 541, 544 Guayaquil, 234, 237, 243, 246, 252, 257, 267, 268, 356, 535, 543, 544 guerra, 94, 95, 97, 98, 99, 100, 101, 104, 137, 147, 150, 151, 153, 156, 158, 164, 168, 172, 179, 181, 183, 184, 185, 187, 189, Índice

200, 205, 207, 211, 218, 222, 226, 234, 236, 243, 247, 253, 266, 308, 324, 379, 380, 392, 395, 399, 402, 403, 405, 407, 408, 409, 411, 412, 414, 416, 425, 426, 429, 430, 436, 447, 449, 460, 462, 467, 479, 480, 493, 506, 508, 511, 516, 520, 524 de Emancipación, 218 de ideas, 243 de Independencia, 159, 379, 395, 409, 425, 426, 429, 430, 436, 460, 506 de opinión, 158 de razas, 380, 405, 412, 416, 479, 516, 520 en Europa, 181 en Venezuela, 236 guerra a muerte, 164, 183, 185, 187, 402, 403, 407, 408 guerra civil, 147, 200, 211, 222, 226, 234, 414, 467, 479, 511 guerra de colores, 172, 414 guerra de Los Supremos, 324, 447, 449, 462 H Haití, 170, 171, 172, 192, 398, 403 hegemonía, 153, 540, 541 heterogéneo, 288 historia, 12, 15, 16, 19, 23, 28, 30, 52, 56, 57, 64, 93, 101, 156, 170, 172, 178, 182, 183, 190, 216,

569

243, 253, 287, 288, 322, 323, 342, 344, 359, 360, 363, 377, 381, 391, 392, 393, 395, 396, 397, 398, 402, 416, 421, 423, 444, 452, 457, 465, 500, 507, 520, 529, 530, 531, 537, 539, 540, 541, 541 de las ideas, 287, 421, 531 de la cartografía, 381, 396 de la opinión pública, 15, 16, 64, 507, 530, 531, 537, 542 de la imprenta, 15, 16, 182, 452, 457, 531 Historia de la literatura en Nueva Granada, 56 Historia de la Revolución, 5, 122, 161, 230, 259, 378, 381, 382, 391, 394, 395, 396, 401, 402, 404, 407, 416, 417, 418, 419, 534, 544, 546 historiografía patria, 105 hojas sueltas, 44, 447, 455, 456, 477, 480, 481, 495 Holanda, 180, 216 honra, 40, 41, 49, 70, 139, 296, 382, 486 v. t. fama, 39, 41, 48, 49, 66, 69, 70, 107, 133, 139, 178, 295, 296, 366, 374, 405, 501 v. t. reputación, 41, 55, 123, 208, 210, 249, 279, 295, 369, 372, 381, 486, 517 horizonte de expectativas, 423 horrores de la ignorancia, 65, 79 humor, 39, 185, 549

570

I ideas revolucionarias, 57, 361 identidad, 29, 130, 218, 241, 279, 280, 281, 288, 319, 323, 491, 492, 500, 507, 516, 519, 523, 524, 525 Iglesia católica, 40, 43, 285, 325, 344, 366, 370, 440, 449, 462, 485, 488, 499, 502 Ilustración, 12, 18, 51, 56, 60, 63, 106, 111, 122, 178, 191, 329, 332, 336, 337, 343, 346, 485. imaginarios de identidad, 29, 500, 507, 516, 519, 525, 551 imaginarios sociales, 93, 499, 507 imprenta, 12, 15, 16, 17, 26, 27, 42, 43, 44, 49,50, 53, 73, 74, 76, 79, 80, 84, 85, 86, 87, 91, 93, 94, 96, 98, 100, 101, 107, 108, 117, 131, 132, 134, 145, 146, 147, 155, 168, 170, 171, 172, 174, 175, 177, 178, 183, 184, 188, 189, 190, 198, 209, 225, 263, 268, 272, 274, 279, 301, 303, 310, 323, 353, 357, 359, 360, 371, 373, 396, 447, 449, 451, 452, 453, 454, 455, 456, 457, 458, 459, 460, 461, 462, 466, 467, 469, 471, 477, 480, 481, 483, 484, 496, 505, 508, 509, 510, 511, 512, 513, 515, 516, 521, 523, 531, 533, 540, 542 impuestos coloniales, 426, 428, 432 inclusión, 47, 66, 331, 449, 451 Independencia, 18, 19, 28, 78, 101, 102, 103, 157, 158, 164, 180, 188, Índice

197, 202, 220, 195, 299, 347, 349, 350, 379, 397, 459, 532 indulto, 50, 140, 141, 148, 150, 295 industria, 13, 140, 141, 148, 150, 295 industrialización, 424 información, 13, 15, 28, 43, 45, 75, 76, 94, 98, 110, 148, 150, 151, 152, 153, 154, 155, 156, 178, 202, 269, 279, 280, 330, 332, 333, 389, 399, 492, 495, 499, 533, 537, 538, 543 informar, 45, 46, 48, 137, 152, 436 Inglaterra, 216, 265, 385, 426, 428, 434 instruir, 78, 81, 134, 138, 274, 464, 513 insulto, 316, 524 insurgente, 142 interacción, 70, 541 interés común, 211 interlocución, 26, 197, 539 Italia, 45, 180, 181, 398, 461 J Jamaica, 151, 398, 505 jesuitas, 44, 50, 353, 466, 486, 521, 525 v. t. Loyola, Ignacio de, 502 L La Aurora, 65, 114 La Bagatela, 13, 33, 77, 80, 81, 84, 89, 90, 121, 330, 347, 351 Índice

La Bandera Tricolor, 8, 26, 114, 121, 231, 233, 234, 235, 236, 237, 238, 239, 240, 241, 242, 243, 244, 245, 247, 248, 249, 250, 251, 252, 253, 254, 255, 256, 257, 258, 259, 261, 308, 537 La Constitución feliz, 13, 78 La Gaceta de Sevilla, 77 La Gaceta Mercantil: Diario comercial, político y literario, 422 La Guaira, 169, 188, 236 La Habana, 77, 460 La Indicación, 108, 198, 203, 211, 212, 214, 216, 217, 219, 227, 237 La Mariposa Negra, 187 La Miscelánea, 109, 115, 234, 237, 239, 241, 243, 259, 308, 515, 519, 520 La Mosca Libre, 187 La Nueva Alianza, 511, 512, 513, 518 La Segunda Aurora, 187 La serpiente de Moisés, 169 La Vela de Coro, 384 La verdad sin sobretodo, 82 lectores, 12, 17, 43, 45, 47, 48, 50, 52, 57, 70, 72, 102, 104, 138, 150, 188, 265, 268, 300, 322, 334, 341, 353, 363, 368, 395, 402, 437, 451, 452, 453, 458, 466, 470, 471, 475, 478, 479, 490, 492, 503, 507, 509, 517, 518, 520, 525, 541 lenguaje, 21, 41, 57, 93, 115, 134, 167, 169, 180, 187, 188, 190, 193,

571

228, 260, 275, 276, 280, 283, 286, 290, 309, 311, 312, 316, 322, 381, 424, 425, 437, 438, 464, 541, 551 libelos, ∫42, 104, 115, 276, 296, 430, 448, 510 liberal, 19, 20, 29, 77, 79, 102, 105, 106, 109, 115, 131, 136, 137, 160, 168, 169, 175, 191, 200, 202, 238, 242, 248, 253, 254, 255, 256, 276, 284, 293, 302, 323, 433, 434, 443, 449, 450, 455, 460, 461, 462, 463, 464, 465, 466, 467, 471, 484, 485, 486, 488, 497, 503, 504, 512, 516, 520, 521, 522, 523, 525, 538, 541, 543 libertad, 15, 26, 27, 77, 78, 79, 80, 84, 85, 86, 87, 93, 100, 102, 108, 109, 112, 115, 131, 146, 147, 166, 168, 169, 174, 175, 177, 178, 179, 183, 185, 187, 188, 189, 192, 197, 198, 199, 200, 201, 202, 204, 205, 206, 207, 208, 209, 210, 211, 212, 213, 214, 216, 217, 218, 219, 220, 221, 222, 223, 224, 225, 226, 240, 247, 250, 264, 265, 266, 269, 270, 271, 275, 276, 278, 279, 301, 303, 305, 307, 308, 314, 323, 361, 363, 390, 435, 438, 440, 448, 449, 450, 454, 457, 458, 459, 463, 466, 484, 503, 504, 508, 511, 536 de expresión, 183, 209, 225, 270, 273 de imprenta, 26, 27, 79, 80, 84, 93,

572

131, 147, 168, 175, 177, 178, 187, 188, 197, 202, 204, 208, 209, 210, 211, 212, 213, 214, 216, 217, 220, 225, 226, 266, 269, 270, 273, 275, 276, 278, 279, 296, 297, 301, 303, 307, 308, 314, 323, 448, 449, 450, 459, 484, 503, 504, 508, 539 de opinión, 200, 343 de prensa, 79, 197, 198, 212, 264, 265, 440 política, 79, 201, 202, 204, 205, 206, 207, 209, 213, 221, 222, 223, 225, 226, 513 libros, 16, 43, 48, 73, 153, 154, 182, 188, 206, 357, 360, 361, 363368, 425, 455, 456, 496, 505, 509, 530 Lima, 43, 44, 46, 48, 52, 54, 57, 63, 64, 69, 74, 77, 120, 123, 161, 162, 164, 174, 183, 237, 274, 333, 348, 351, 357, 361, 362, 446, 452, 460, 543, 545, 546 Lista, Alberto, 79, 284 Lleras, Lorenzo María, 14, 299, 422, 426, 437, 466 Los cabellos de Absalón, 39 Los Toros de Fucha, 213, 214, 227 Loyola, Ignacio de, 502 v. t. jesuitas, 44, 50, 353, 466, 486, 521, 525 Lutero, Martín, 43 M Madiedo, Manuel María, 29, 459, Índice

475, 485, 492, 493, 494, 495, 496 Madrid, 32, 33, 34, 40, 45, 46, 51, 57, 59, 77, 79, 87, 117, 118, 119, 120, 121, 122, 123, 124, 125, 126, 131, 132, 146, 150, 151, 152, 154, 159, 160, 161, 166, 170, 185, 188, 208, 227, 228, 229, 230, 259, 260, 292, 313, 324, 325, 251, 375, 394, 446, 496, 526, 544, 545, 554 Mainz, 42 mal uso de la libertad de imprenta, 211, 213, 225 Malthus, Robert, 424 manifiestos, 87, 96, 101, 147, 533 manuscrito, 56, 268, 395, 396, 481, 482 mapas, 28, 377, 379, 381, 382, 284, 385, 386, 387, 398, 390, 392, 393, 394, 395, 396, 397, 402, 406, 410, 452, 461, 534 Marinilla, 513 Mariquita, 493 Marx, Karl, 424 Medellín, 14, 31, 32, 33, 34, 121, 123, 125, 259, 268, 292. 325, 326, 351, 376, 417, 418, 472, 480, 484, 494, 497, 498, 499, 500, 501, 504, 505, 506, 508, 509, 511, 512, 513, 521, 522, 523, 525, 526, 548, 551 Melo, José María, 450, 468, 477 memoria, 50, 154, 221, 242, 361, 362, 364, 374, 379, 380, 382, Índice

385, 392, 405, 411, 416, 458, 505, 549, 553, 554 Mercurio peruano, 52 122, 329, 330, 331, 333, 334, 351, 360, 368, 535 metáfora de la familia, 248, 249, 251, 254, 257 v. t. familia, 17, 26, 62, 111, 190, 231, 239, 240, 248, 249, 251, 254, 257, 326, 338, 349, 435, 442, 475, 493, 510, 518, 535 metáforas, 233, 238, 248 México, 31, 32, 34, 43, 44, 46, 48, 52, 57, 77, 79, 117, 119, 120, 121, 123, 125, 159, 160, 161, 170, 193, 194, 211, 226, 229, 242, 260, 261, 292, 326, 350, 351, 375, 381, 417, 445, 446, 497, 530, 544, 547, 548, 552 Miranda, Francisco de, 171, 177, 179, 180, 183, 381, 383, 390, 394, 398 Modernidad, 19, 21, 32, 123, 160, 195, 228, 283, 289 Mompox, 59, 151, 268, 484 Monarquía, 12, 13, 19, 23, 25, 46, 57, 98, 99, 127, 131, 133, 136, 139, 140, 143, 146, 147, 150, 151, 156, 157, 197, 199, 203, 205, 207, 213, 228, 240, 332 Moniquirá, 301, 310 Morales, Lorenzo, 319 Mosquera, Manuel José, 319 Mosquera, Tomás Cipriano de, 454, 460, 461, 462, 486

573

mujer, 27, 247, 329, 330, 331, 332, 333, 334, 336, 337, 338, 339, 340, 341, 342, 343, 344, 346, 347, 348, 482, 493 Murillo Toro, Manuel, 422, 426, 437, 453, 455, 466, 469, 488 Mutis, José Celestino, 51, 66, 530 Mutis, Sinforoso, 63, N Nariño, Antonio, 13, 50, 51, 57, 70, 77, 80, 81, 82, 83, 84, 85, 89, 90, 91, 213, 214, 215, 330, 347, 348, 370, 424, 530 narrativa, 21, 391, 397, 398, 419, 554 nota de calificación, 208 noticia, 12, 44, 45, 50, 71, 86, 134, 148, 149, 150, 183, 235, 334, 345 Noticias públicas, 76, 88 Nuestra Opinión, 91, 521 Nuestro siglo XIX, 459 Nueva Granada, 7, 8, 12, 13, 14, 15, 24, 25, 27, 31, 33, 34, 37, 38, 39, 40, 41, 43, 44, 45, 46, 47, 49, 51, 53, 54, 55, 56, 57, 59, 61, 63, 64, 65, 66, 67, 68, 69, 70, 71, 73, 75, 77, 79, 80, 81, 83, 85, 86, 87, 89, 90, 91, 92, 93, 94 ,95, 96, 97 , 98, 99.100, 101, 103, 104, 105, 107, 108, 109, 111, 113, 115, 116, 117, 119, 120, 121, 122, 123, 125, 131, 133, 135, 139, 140,

574

142, 146, 151, 154, 156, 157, 160, 161, 175, 201, 202, 225, 229, 232, 235, 236, 252, 257, 259, 260, 261, 272, 273, 284, 290, 292, 293, 295, 296, 297, 299. 304, 312, 319, 323, 324, 325, 326, 333, 336, 343, 345, 350, 351, 391, 392, 393, 395, 396, 398, 400, 415, 418, 422, 423, 424, 425, 426, 430, 431, 433, 434, 435, 436, 438, 439, 440 números sueltos, 267, 506 O objetividad, 67 Ocaña, 223, 226 opinar, 214, 272, 333, 509 opinión, 12, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30, 35, 37, 38, 39, 40, 48, 57, 62, 64, 66, 67, 68, 69, 72, 74, 75, 76, 77, 78, 79, 80, 81, 82, 83, 84, 85, 87, 88, 90, 91, 92, 97, 98, 99, 100, 102, 103, 104, 107, 108, 110, 111, 112, 113, 114, 115, 116, 117, 129, 130, 131, 132, 133, 134, 135, 136, 138, 139, 140, 141, 142, 143, 144, 146, 147, 153, 154, 155, 156, 157, 158, 168, 173, 174, 175, 177, 189, 190, 197, 200, 201, 202, 206, 207, 208, 210, 211, 213, 214, 215, 221, 223, 225, 226, 231,232, 233, 234, 236, 237, 240, 241, 244, 248, 250, Índice



251, 255, 257, 258, 263, 266, 270, 271, 272, 276, 281, 282, 283, 284, 285, 286, 289, 290, 293, 294, 297, 304, 305, 306, 307, 308, 315, 316, 318, 321, 322, 323, 330, 333, 335, 340, 341, 342, 343, 347, 348, 377, 379, 381, 392, 397, 406, 411, 422, 430, 433, 436, 437, 440, 442, 443, 444, 450, 451, 453, 456, 457, 471, 473, 477, 483, 486, 487, 490, 495, 496, 499, 500, 507, 509, 511, 512, 514, 515, 516, 519, 521, 522, 525, 529, 530, 532, 535, 537, 540, 543 común, 40, 41, 48, 232, 236, 240, 340, 512 de los lectores, 72, 138 del Rey, 25, 129, 157, 158, 209 pública, 12, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30, 35, 37, 38, 40, 57, 64, 66, 67, 68, 69, 72, 75, 76, 79, 81, 82, 83, 84, 87, 88, 90, 91, 96, 98, 99, 100, 102, 107, 108, 110, 111, 112, 113, 114, 115, 116, 117, 129, 130, 131, 132, 134, 135, 135, 138, 139, 140, 141, 142, 143, 144, 146, 153, 155, 157, 158, 173, 174, 175, 177, 189, 197, 208, 211, 213, 214, 215, 221, 225, 226, 231, 232, 233, 237, 238, 241, 242, 250, 255, 263, 266, 281, 282, 283, 284, 285, 286, 289, 290, 293, 294, 297, 304, 305, 306, 308, 315, 316, 321, 322, 323, 324,

Índice

330, 347, 348, 377, 379, 381, 392, 397, 406, 411, 422, 430, 436, 437, 440, 442, 443, 456, 457, 473, 477, 483, 486, 487, 490, 496, 500, 507, 509, 514, 515, 516, 519, 521, 525, 529, 530, 531, 532, 533, 534, 535, 536, 537, 538, 539, 540, 541, 542, 543 Oportuna ocurrencia de una Beata, 340 oposición periodística, 318 Orinoco, 13, 14, 31, 100, 101, 102, 103, 106, 123, 163, 164, 166, 168, 184, 185, 187, 190, 191, 193, 195, 198, 207, 210, 211, 212, 213, 227, 228, 244, 267, 380, 382, 394, 399, 401, 402, 403, 404, 405, 406, 407, 409, 412, 415 Ospina Rodríguez, Mariano, 422, 465, 467, 469, 516, 518, 520, 521 P Padilla, Diego Francisco, 81, 83 Padilla, José Prudencio, 405 Paisano observador, 283, 284, 285, 286, 290 palabra impresa, 94, 97, 131, 170 Pamplona, 301, 320 Panamá, 243, 267, 268, 277, 358, 377, 438, 479 panfletos, 115, 177, 269, 480 Papel Periódico, 12, 13, 34, 51, 54, 55, 56, 57, 58, 70, 87, 123, 129,

575

283, 329, 330, 331, 333, 334, 336, 337, 339, 341, 345, 346, 349, 351, 354, 359, 360, 366, 367, 370, 371, 502, 504, 506, 535 Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá, 13, 34, 57, 329, 330 París, 5, 13, 14, 20, 31, 46, 67, 119, 159, 160, 377, 378, 391, 392, 397, 401, 404, 407, 419, 458, 472, 485, 551, 552 partes de batalla, 533 Partido Conservador, 462, 485 Partido de los Libertadores, 379 Partido Liberal, 459, 464, 471, 483 Partido Libertador, 406 pasquines, 42, 57, 169, 177, 495 Paz de Basilea, 171 Peñalver, Fernando de, 188 Pérez Calama, Joseph, 28, 353, 354, 355, 356, 357, 358, 359, 360, 361, 363, 364, 365, 366, 371, 373, 374 periódicos, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 24, 27, 29, 30, 37, 42, 51, 52, 53, 54, 55, 56, 65, 66, 77, 78, 79, 80, 81, 87, 90, 96, 101, 102, 103, 106, 107, 109, 113, 114, 136, 141, 144, 146, 147, 150, 151, 161, 169, 174, 178, 182, 187, 190, 197, 206, 207, 208, 209, 210, 211, 212, 213, 214, 218, 220, 222, 225, 237, 245, 264, 265, 266, 267, 268, 270, 274, 284, 297, 305, 309, 311, 321, 322, 323, 324, 329, 330, 331, 333, 335,

576

346, 347, 348, 349, 359, 360, 362, 363, 368, 369, 372, 383, 422, 423, 440, 444, 447, 448, 449, 452, 455, 456, 463, 464, 466, 470, 474, 475, 477, 478, 481, 482, 486, 488, 492, 493, 495, 499, 500, 502, 503, 504, 505, 506, 507, 509, 510, 511, 512, 513, 514, 515, 516, 517, 518, 519, 520, 521, 523, 524, 531, 533, 534, 539, 540, 541 periodismo, 13, 16, 164, 168, 176, 178, 180, 184, 458, 463, 507, 537, 542 Piar, Manuel, 380, 399, 402, 403, 404, 405, 406, 407, 408, 409, 412, 413, 414, 415, 416 Política cristiana, 357 Popayán, 71, 73, 86, 91, 106, 107, 113, 121, 149, 156, 160, 162, 268, 394, 430, 431, 520, 535 Portugal, 121, 387, 389, 418, 420 Primera República, 85, 86, 87, 90, 93, 131, 136, 142, 178, 200, 232, 390, 391, 397, 411 Primicias de la Cultura de Quito, 28, 52, 123, 329, 330, 332, 333, 351, 354, 356, 359, 366, 367, 373 proclamas, 92, 101, 134, 147, 153, 156, 189, 524, 533 propaganda, 92, 168, 178, 207, 468, 469, 539, 543 Provincias Unidas de la Plata, 277 pseudónimo, 332, 518 publicidad, 15, 17, 18, 19, 22, 25, Índice

27, 30, 38, 40, 42, 43, 46, 48, 49, 50, 53, 54, 63, 64, 66, 67, 70, 71, 73, 108, 116, 130, 132, 136, 137, 138, 145, 146, 147, 149, 155, 157, 271, 274, 285, 449, 473, 535, 538, 539, 542, 543 público lector, 264, 273, 322, 451, 458, 459, 490, 491, 508, 542 Puebla, 357, 481 pueblo, 15, 37, 39, 40, 49, 63, 68, 72, 78, 80, 81, 88, 106, 110, 111, 132, 141, 142, 164, 164, 201, 204, 205, 211, 213, 216, 217, 225, 238, 242, 243, 245, 246, 247, 267, 270, 271, 273, 274, 275, 282, 284, 297, 302, 305, 306, 314, 333, 334, 368, 373, 381, 382, 383, 389, 390, 448, 449, 450, 451, 459, 462, 463, 464, 476, 480, 489, 491, 494, 503, 504, 509, 513, 514, 515, 517, 524, 538 Q Quito, 8, 28, 52, 54, 77, 79, 123, 202, 234, 237, 246, 252, 257, 268, 269, 329, 330, 332, 333, 351, 353, 354, 355, 356, 357, 358, 359, 360, 361, 362, 363, 364, 366, 367, 368, 369, 370, 371, 372, 373, 375, 376, 391, 394, 395, 460, 534, 549 R Real y Pontificia Universidad de Caracas, 163 Índice

Reconciliador Antioqueño, 513 Reconquista española, 25, 38, 92, 95, 96, 97, 129, 130, 132, 135, 136, 138, 139, 145, 146, 148, 150, 154, 208, 209 redactor, 54, 86, 103, 163, 166, 167, 180, 181, 184, 185, 187, 278, 369, 371, 491, 492, 494 Redactor Americano, 5, 12, 30, 51, 53, 70, 72, 124 Reflexiones de una Dama Filósofa sobre un punto importante de educación pública, 341 Reflexiones sobre la opinión pública, 67, 121 Relacion del espantable terremoto que agora nuevamente ha acontecido en la Ciudad de Guatimala, 43 Renaudot, Théophraste, 45 reporteros, 264 República, 13, 25, 27, 72, 100, 107, 110, 112, 113, 127, 139, 157, 172, 179, 190, 198, 201, 202, 203, 204, 205, 206, 207, 211, 213, 217, 218, 220, 223, 224, 225, 226, 232, 236, 239, 243, 245, 256, 272, 296, 299, 308, 318, 338, 391, 398, 423, 429, 430, 431, 437, 457, 480, 488, 501, 521, 530 República de Colombia, 5, 28, 161, 201, 202, 203, 216, 217, 218, 224, 225, 227, 231, 234, 237, 239, 240, 343, 244, 246, 250, 252, 255, 257,

577

258, 272, 293, 377, 378, 380, 381, 382, 391, 392, 394, 395, 396, 401, 402, 404, 407, 419, 427, 434, 509, 511, 534 República de la Nueva Granada, 296, 433 República Granadina, 347 Restrepo, José Félix de, 504 Restrepo, José Manuel, 63, 234, 246, 255, 257, 377, 379, 380, 382, 391, 392, 394, 416, 504, 505, 508, 534 Revolución francesa, 17, 57, 74, 136, 225 Revolución Industrial, 173 Río de Janeiro, 387, 546 Río de la Plata, 229, 230, 384, 544 Rionegro, 237, 393, 499, 505, 512, 513 Rodríguez de Campomanes, Pedro, 62 Rodríguez Torices, Manuel, 87 Rodríguez, Manuel del Socorro, 12, 30, 51, 54, 70, 72, 329, 339, 370, 503 Roma, 43, 56, 107, 191, 340, 363, 473, 504, 532, 552 rumor, 42, 272, 303, 412, 429 S Samper, José María, 450, 466 San Andrés, 277 Santa Catalina y Mangles, 277

578

Santa Fe de Antioquia, 499, 504, 519, 520 Santander, Francisco de Paula, 100, 164, 168, 198, 200, 202, 204, 205, 206, 209, 213, 214, 215, 217, 218, 220, 221, 222, 223, 224, 225, 231, 234, 235, 237, 243, 244, 246, 248, 249, 250, 251, 254, 255, 256, 267, 293, 295, 296, 297, 299, 300, 301, 307, 309, 311, 312, 313, 314, 315, 316, 318, 322, 393, 394, 395, 426, 437, 476, 509, 511 santanderistas, 240, 318, 448, 536 Semanario de Agricultura y Artes dirigido a párrocos, 59, 125 v. t. agricultura, 59, 60, 62, 63, 88, 156, 164, 235, 280, 356, 358, 364, 424, 425, 431, 433, 436, 437, 441, 444, 501, 520 Semanario de Caracas, 164, 168, 176, 179 Semanario de la Nueva Granada, 12, 13, 31, 51 Semanario del Nuevo Reyno de Granada, 33, 63, 65, 125 Semanario Patriótico, 77, 79, 125 semi-autonomía, 171 v. t. autonomía, 86, 206, 209, 223, 320, 463, 474, 505, 512, 513 sentido común, 312, 333, 340 Septenario al corazón doloroso de María Santíssima, 44 Índice

sermones religiosos, 92 seudónimo, 279, 280, 523 sistema de enunciación, 27, 263 sistema de subjetivación caballeresca, 41 sistema federal, 223, 236, 257, 321 sistema monárquico, 98, 103, 133, 241 sistema republicano, 102, 240, 241, 245, 293, 304, 312, 321, 322, 515 Smith, Adam, 60, 424, 441 soberanía popular, 91, 105, 448, 538 soberanía regia, 132, 133 Sociedad Económica de Amigos del País, 59, 334, 353, 438 subjetividad, 319, 323 Sucre, Antonio José de, 247, 413 suicidio, 333 Suramérica, 8, 27, 329, 330, 331, 333, 335, 337, 339, 341, 343, 345, 347, 349, 351, 385, 386, 387, 389, 430, 497, 526 suscripciones, 59, 267, 452, 458, 470, 478, 515, 516, 517 T tendencia, 214, 216, 284, 311, 314, 323, 382, 438, 452, 466, 488, 516 tertulia, 19, 70, 365 Thesoro de Covarrubias, 39 tipos móviles, 42, 175 tirajes, 264, 266 Torres, Camilo, 78, 79 Índice

Tribunal de Censura de la Imprenta, 359 v. t. censura, 15, 46, 56, 112, 145, 146, 154, 178, 202, 206, 209, 266, 306, 310, 320, 357, 428, 488, 508, 519 Trinidad, 169, 171, 172, 174, 180, 189, 194, 195 Trinidad Weekly Courant, 172 Tunja, 14, 86, 301, 506, 535, 546 U unanimidad, 27, 112, 115, 153, 240, 248, 257, 258, 293, 304, 307, 316, 317, 318, 320, 321, 322, 323, 324, 537 v. t. consenso, 40, 88, 108, 112, 138, 153, 307, 322, 447, 537 uniformar las ideas, 87, 88, 447 Universidad Tomística, 513 Urdaneta, Rafael, 295, 301, 312, 413, 415 utilitarismo, 424 V Valencia, 26, 72, 117, 123, 149, 176, 178, 231, 234, 235, 236, 238, 244, 257, 354 valor histórico, 179 Venezuela, 7, 14, 26, 31, 99, 100, 101, 108, 117, 162, 163, 164, 165, 167, 168, 169, 170, 171, 172, 175, 176, 177, 178, 179, 180, 181, 182, 183,

579

187, 188, 190, 192, 193, 194, 195, 196, 202, 224, 225, 226, 227, 230, 231, 232, 234, 235, 236, 243, 244, 246, 250, 251, 253, 257, 267, 326, 377, 380, 384, 391, 392, 394, 395, 396, 397, 398, 399, 403, 404, 414, 417, 446, 454, 460, 461, 469, 470, 534, 544, 545, 546, 555 veracidad, 64, 286 verosimilitud, 321 vida pública, 204, 241, 307, 310, 447, 462, 493, 534 Vieja Providencia, 277 Virreinato de Nueva Granada, 343, 345 Virreinato de Santafé, 355, 425, 441, 444

580

voz, 24, 27, 39, 41, 76, 82, 85, 101, 102, 114, 131, 134, 136, 138, 139, 142, 143, 177, 190, 211, 233, 263, 269, 271, 272, 273, 274, 276, 279, 280, 281, 283, 284, 285, 294, 316, 318, 322, 330, 332, 333, 340, 341, 343, 349, 365, 371, 481, 482, 524, 537, 550, 555 Voz del pueblo, 39, 40, 72, 126 Z Zaragoza, 502 Zea, Francisco Antonio, 55, 56, 101, 185, 370, 400, 415, 430

Índice

Este libro se realizó en Julián Hernández Taller de Diseño en el mes de julio de 2012 y se compuso con fuentes de la familia Garamond. Primera edición, 400 ejemplares.

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