Discutiendo las bases de la concertación.

September 5, 2017 | Autor: Hector Ghiretti | Categoría: Political Coalitions, Ideology, Democracy, Transversal Politics, Democracia, Ideologia, Kirchnerismo, Ideologia, Kirchnerismo
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Lunes, 5 de febrero de 2007

Discutiendo las bases de la concertación Una dura crítica a la crítica de los partidos políticos que constantemente realiza Néstor Kirchner y sus defensores en pos de la construcción de otro tipo de expresiones políticas. Por Héctor Ghiretti - Licenciado en Historia Por Héctor Ghiretti Es sorprendente ver de qué forma las fantasías ingenuas y las elucubraciones teóricas de los intelectuales terminan sirviendo para legitimar los intereses menos confesables de los poderosos. Hace unas semanas, el presidente Kirchner se refirió, en el transcurso de una comunicación radiofónica, a la crisis actual del sistema de partidos. En esa ocasión, sostuvo que “la crisis pulverizó todas las estructuras políticas y transformó a los partidos en simples estructuras partidocráticas que perdieron la voluntad de pensar, de elaborar y de renovarse”. Se manifestó en cambio a favor de la “construcción de un espacio político amplio y plural”, tras las elecciones de 2007, “que represente los intereses populares del año 2010”. Nótese que el Presidente no está hablando de partidos nuevos o de organizaciones políticas participativas configuradas según un modelo alternativo, sino de algo que los reemplace de raíz. Extrañamente, esta afirmación no parece haber merecido una respuesta de nuestros especialistas en derecho constitucional, siempre atentos a denunciar conductas y actitudes contrarias al espíritu o la letra de nuestra Carta Magna, teniendo en cuenta que los partidos son reconocidos en su texto como organizaciones fundamentales para el funcionamiento del sistema político que consagra. Es posible que estos especialistas adviertan que en el régimen político vigente, no es nada fácil prescindir de tales instituciones. Por su parte, Kirchner compone una relación de confrontación. Por un lado está la estructura, es decir, una forma limitada y dotada de partes, diseñada para obtener un fin determinado. En el caso de los partidos, podríamos sustituir el concepto de estructura por el de institución, como cuerpo virtual formado de relaciones internas que persiguen una finalidad social. Frente a ella se encuentra el espacio, es decir, la distancia física o el vacío que existe entre dos o más objetos: cuando hablamos de una casa espaciosa queremos decir que hay distancia o vacío entre los elementos que la componen. De esta forma, en la dialéctica presidencial, se oponen cuerpos (estructuras) a vacíos (espacios). La idea no es nueva, y puede encontrarse entre los núcleos principales de la teoría sociopolítica del conocido sociólogo alemán Jürgen Habermas, que se considera a sí mismo como el continuador del proyecto de

emancipación individual de la modernidad ilustrada. Habermas sostiene que la vida social se halla amenazada por dos grandes sistemas o estructuras de racionalización de tendencias hegemónicas, que sojuzgan de forma progresiva a las personas y a las relaciones intersubjetivas: el Estado y el mercado. Son estos dos actores sociales de primera magnitud -que incluso definen entre sí ámbitos de acuerdo y cooperación, además de reconocerse límites mutuos y esferas exclusivas de acción- los responsables de la disminución de la libertad individual y la autorrealización de las personas. Para contrarrestar este avance inexorable, Habermas propone la formación o preservación de espacios en los que se pueda ejercer una discusión no coactiva y absolutamente libre de dominio. Estas formas emancipadas de la vida, liberadas de constricciones y límites institucionales, servirían, en la teoría de Habermas, para formar un vallado e incluso avanzar sobre las estructuras opresivas del Estado y el mercado, formando una cuña de racionalidad consensuada y libre de coacción. Sin embargo, lo que se concibe como espacio, o lo que es lo mismo, vacío, nunca es límite para nada ni nadie: más bien constituye una invitación a avanzar. La virtualidad que Habermas le otorga al espacio no es tal, sino precisamente lo contrario. La libertad como ausencia de límites termina invariablemente en la dominación aumentada de los poderosos. Sólo una red de instituciones (es decir, estructuras o cuerpos) vigorosas, variadas en sus medios y sus fines y bien trabadas entre sí pueden oponerse al avance implacable del Estado y del mercado. Cuando el Presidente dice que “los aparatos partidarios tienen que dejar de ser focos o estructuras partidocráticas y abandonar la política del jerarca”, no solamente parece desconocer la tradición histórico-política en la que se formó y a la que dice pertenecer, sino que el inconsciente le juega una mala pasada. Sin instituciones, lo que queda es el poder personal desnudo, desprovisto de atributos. Finalmente, lo que en palabras de un intelectual no pasa de ser de una construcción abstracta e irreal, aunque sostenida por una estudiada promoción mediática y difundida en ambientes académicos alienados y ociosos, siempre dispuestos a dar crédito a ideas novedosas (no importa lo absurdas que sean), en boca del político se transforma en la justificación ideal, la fundamentación teórica indicada para presentar sus aspiraciones, más o menos lícitas, de ampliación del poder personal. Es bien sabido que en política no existe el vacío.

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