Dios en la cocina

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DIOS EN LA COCINA: NOTAS PARA UNA ENCUENTRO CON DIOS ENTRE PUCHEROS. Silvia Martínez Cano Universidad Pontifica de Comillas, Universidad Pontifica de Salamanca www.silviamartinezcano.es 2005 ¿Cómo hacer un hueco a Dios entre las miles de tareas de una casa con niños? Los baños, los deberes, los juegos y las peleas, las lavadoras y la hora de acostarse, la cena, la mochila del día siguiente, el tiempo en el parque... No pocas veces nuestros horarios laborales nos hacen difícil sacar tiempos para estar con nuestros hijos, aunque somos conscientes de lo importante que es para su crecimiento. Una relación sana y cercana de padres/madres e hijos/as hace personas fuertes y maduras para enfrentarse después a la vida. La actividad en la familia se ha ido reduciendo a lo largo de estas últimas décadas por múltiples circunstancias. Los modelos de trabajo y de jornadas laborales han cambiado, privilegiando los múltiples viajes, reuniones y ‘flexibilidad de horarios’. Otros trabajos tienen tiempos poco compatibles con la rutina diaria escolar (no es fácil entrar a trabajar después de las 9:00 o que acaben a las 5:00 todos los días). Es frecuente encontrar padres que trabajan los sábados a veces no sólo por la mañana y padres o madres que han de viajar con mucha frecuencia (a veces todas las semanas). Por otro lado, la incorporación al trabajo de las mujeres ha hecho que los niños vivan en soledad muchos momentos de su vida en casa, porque ya no está ninguno de los dos, o que pasen esos tiempos en los que los padres no están, en otros lugares, realizando actividades extraescolares y en casa estén sólo lo justo para comer, cenar, deberes y dormir. Este problema se multiplica si atendemos a la formación religiosa. Con lo religioso sucede lo mismo que con las normas o con la higiene en los niños. O le dedicamos tiempo o de mayor se pierde. Antes, la formación religiosa recaía en la mayoría de los casos, en un modelo patriarcal de organización familiar, en las madres. El ámbito doméstico que era el lugar por excelencia de la mujer, era donde se iniciaba a los niños en el aprendizaje 1

religioso. Ahora que los modelos de hombre y mujer han cambiado y las mujeres crecen en formación, posibilidades y autonomía y se incorporan al mundo del trabajo, la situación se modifica sustancialmente. Lo lógico sería que ahora esta formación religiosa fuera una responsabilidad compartida, y fuera la pareja (no sólo la madre) la que, consciente de su identidad cristiana, transmitiera su fe. Pero, en general, no ha sucedido así. La situación de la formación religiosa familiar de los niños es escasa y precaria. El espacio que cubría las mujeres ha quedado vacío. Los niños pierden poco a poco sus referencias religiosas familiares. Como mucho son las abuelas (y algún abuelo) los que intentan cubrir el espacio, desde la distancia de no vivir –generalmente- en el núcleo familiar. Preciosa inquietud la de nuestros mayores, pero oscuro futuro. ¿Qué pasará cuando los hoy padres, ajenos a la fe en familia, sean los abuelos?. Estos hechos nos han de llevar a repensar el papel del trabajo conjunto del matrimonio cristiano. Es un hecho constatado en la sociología actual que se ha ido debilitando la trasmisión de la Fe (el kerigma proclamado por los apóstoles). En una sociedad que ya no es religiosa en su conjunto, en la que los niños y niñas ya no se empapan de lo religioso en el ambiente social, sino que reciben un ambiente ajeno a lo religioso y ciertamente muchas veces en contra, ya no se habla de religión, no se inicia en los relatos evangélicos ni del Antiguo testamento. No es extraño que lleguen jóvenes a la universidad que no han oído nunca la historia de Jonás o que no sabrían quiénes son los discípulos de Emaús. Como señala el último estudio dela Fundación Santamaría, la gran crisis de socialización cristiana, se produce hoy el espacio justo donde antes se fraguaba la identidad religiosa, en la familia. Ya no se habla de religión, no se observan símbolos religiosos en las casas, ni, todavía menos, se imitan prácticas religiosas. De esta manera, no se familiariza el niño con un mundo simbólico que le haga tomar identidad. Lo más curioso de todo es que, en este mundo plural en el que vivimos, donde ninguna creencia tiene el monopolio social, es la familia el ámbito que, según los mismos jóvenes, más les influye para tomar decisiones en la vida, dónde aprenden cómo es el mundo y cómo vivir en él.

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Es claro que éste el momento de cultivar y desarrollar esa parte fundamental del sacramento del matrimonio que es educar y formar buenos y buenas cristianas. En clave marista, hoy la intuición de Champagnat sigue siendo imprescindible, incluso urgente. Por otro lado, se puede estar tentado de buscar la solución en el pasado, volviendo a proclamar como única solución volver cargar el esfuerzo de transmisión a las mujeres, que retorne sola al puesto de cuidadora. Tal tentación puede llevarnos a un callejón sin salida por dos razones. Esta opción es maravillosa para la mujer que puede asumirla... pero no es el caso de todas, sobre todo cuando el esfuerzo económico de sostener una familia suele exigir dos sueldos. Por otro lado, hemos aprendido que la transmisión de la fe no puede ser un ‘encargo’, sino un compromiso de la pareja. Nace de una vida compartida y de la conciencia personal de ambos que nace de su bautismo. Como decía un viejo adagio judío ‘si no lo haces tú, ¿quién lo hará?; si no es ahora ¿cuándo?, si no es aquí ¿dónde?’ Como proponía algún autor, nuestro tiempo es tiempo de martyria, de mártires, que significa, en griego, testigos. Los niños, como bien sabemos, aprenden y actúan por imitación. Por eso es muy importante como asumamos nosotros, padres y madres nuestro papel en la Iglesia. Ellos verán y aprenderán a través de nuestro testimonio. La vida se aprende con vida. La familia, una experiencia religiosa En otras épocas, en otros contextos históricos, parecía que el lugar privilegiado para la experiencia religiosa cristiana eran, necesariamente, los claustros y el celibato de la vida religiosa. Sin embargo, el Vaticano II nos recuerda que todo bautizado está llamado a ser auténtica imagen de Cristo en el mundo, y que la espiritualidad (es decir, vida con ‘Espíritu’), se vive en la vida cotidiana. La familia, entonces, es un lugar especial para esa experiencia religiosa de todos los días. ¿Por qué? Porque la experiencia religiosa cristiana es la experiencia de Dios-Amor. Y la familia es una auténtica escuela (exigente y maravillosa) de amor. En efecto, levantarse cuatro veces en la noche, tras un día de trabajo, para atender a los hijos; llegar cansado del trabajo y escuchar a la pareja, con sus propios dolores y preocupaciones; aceptar la diferencia del otro, que siempre es él/ella y no como tú quisieras que fuera; aceptar que los 3

niños son niños y aprenden despacio a no enrabietarse cuando son pequeños, y a caer en la cuenta de que volver a cualquier hora es tenernos en vilo, cuando son adolescentes... Vivir en familia te obliga, necesariamente, a salir de ti mismo, a dejar el mundo de las ideas y tocar tierra. O amas a corazón abierto o no funciona. En la vida en familia te encuentras cara a cara con Dios-amor, cotidiano, sacrificado, exigente y, a la vez, tierno, suave, compasivo, atento... La familia es una puerta abierta al Dios de Jesucristo, al Dios de la cruz y al de la resurrección, al de la alegría del Reino en Caná y el de la entereza ante la persecución. Para descubrir que la vida en familia es, en sí misma, un espacio privilegiado para vivir con Dios sólo tenemos que ‘saber mirar’ y creer aquello que decía Jesús: el que quiere salvar su vida tiene que perderla. Y el que la pierde... será feliz (sin ñoñerías, feliz en lo profundo, como la sabiduría de las antiguas abuelas, que han vivido mucho y bien). La familia es, entonces, caldo de cultivo para los cristianos comprometidos, donde se pueden vivir las experiencias fundamentales desde donde vivir la experiencia cristiana: * Es el lugar del primer encuentro con Dios Abbá, papá, del primer abrazo de la mamá que nos recoge en su regazo cuando somos recién nacidos y de los muchos e interminables que vienen después, cuando nos caemos, cuando sufrimos, cuando estamos desconsolados, cuando estamos alegres por superarnos... * Es el primer sitio en el que entramos en contacto con la exigencia y el esfuerzo. Uno de los temas de los padres es siempre la cuestión de los límites en los hijos. Y es que la persona ha de descubrir que el ponerse límites no es coartar la propia libertad sino ofrecerse a los demás desde mi don más profundo y divino (la libertad). Entre el Amor y las normas se construye la familia. Entre el desgastarme por los míos y exigirles lo mismo construimos personas para la sociedad. Hacemos que nuestros hijos e hijas se comprometan con el entorno en el que viven si les enseñamos a valorar el esfuerzo y el sacrificio por las cosas y personas que importan. La realidad del seguimiento a Jesús también tiene esta doble polaridad. El mensaje es el del Amor. La forma de hacerlo presente se da a través del esfuerzo y de la entrega. Por eso 4

hablamos de cristianos comprometidos, porque “cristianos” nos lleva al encuentro con el Padre, a través de Jesús, y “comprometidos” nos exige la fidelidad al Reino de este Dios, con todas sus consecuencias, con su incomprensión, indiferencia y a veces persecución. Los niños, una generación distinta Pero esto que es tan hermoso no es tan fácil en la realidad. Nos encontramos en un mundo complejo y cambiante, que en cuestión de 40 años ha cambiado radicalmente, tanto de formas exteriores como en mentalidades. No nos vamos a detener en lo más exterior, la forma de vida, de vestir, de organizar la vida... porque son el reflejo de la procesión que va por dentro, como decían nuestras abuelas. Nos interesa esa procesión, ese sistema de ideas que ya no es el nuestro. Decir que es una nueva generación es una verdad incuestionable. Distinta, con grandes dones, pero también con grandes defectos. Igual que nosotros y nuestros padres y nuestros abuelos.... La diferencia es que en este caso el cambio se ha dado en muy poco tiempo. Tres aspectos nos interesan de la sociedad actual y de cómo repercute en los niños y jóvenes: el abandono de la modernidad y el paso a la posmodernidad que en España se ha dado a velocidad de vértigo; la realidad de las familias más nucleares y pequeñas en cuestión de miembros y; como consecuencia, en tercer lugar, niños más sobreprotegidos y dependientes. a) Posmodernidad, ¡todo vale! Si nos acercamos a leer el informe Jóvenes 2000 de la Fundación Santamaría que salió a lo largo del 2004, y en concreto la comparación que hace entre generaciones1 que hace al final del texto, vemos que los porcentajes de jóvenes que se consideran católicos practicantes disminuyen a velocidad de vértigo de una generación a otra, y especialmente en los años de la democracia. De los factores que desarrolla el informe nos interesa resaltar dos: el primero es el de la desaparición de la formación y vivencia religiosa en las familias del que ya hemos hablado en apartados anteriores. El segundo es aún más profundo y es causa del anterior, que la religión ya no es la base de la sociedad. 1

Considera generación un periodo aproximado de 15 años, por ejemplo del 65 al 80 es la generación del llamado ‘Baby boom’.

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La vida cristiana ya no ordena a la sociedad. Cristianismo y vida social se han separado inevitablemente (a esto es lo que llamamos secularidad). Ha perdido importancia y ya no es el centro de las vidas de las personas. Éstas tienen sus centros en otras cosas, distintas y diversas. El cristianismo ya no es el único sentido a la vida que ofrece la sociedad ambiental. Por ello, los antiguos cristianos de domingo, dejar de ser ni siquiera eso. Nadie va a decir nada por no ir a Misa (al contrario). Por ello empieza a aflorar una realidad que a existía, la indiferencia a las instituciones religiosas. No podemos decir que esta realidad sea mala y caer en catastrofismos. Ni tampoco buena. Es simplemente distinta. Nuestros niños, que son muy listos, perciben esto en el ambiente, en los medios, en los comentarios de la gente, y sobre todo, en la total ausencia de presencia de lo religioso en la vida común y diaria, en la calle. Nadie se santigua cuando va a salir de casa; las expresiones referidas a Dios (“gracias a Dios”, “si Dios quiere”... ) han desaparecido de nuestro vocabulario; pocos llevan colgado al cuello algún signo religioso –por lo menos con esa intención religiosa, a lo sumo decorativa-. Nada en lo cotidiano nos recuerda a Dios y al mensaje de Jesús. Es la sociedad secular y posmoderna. La sociedad en la que no nos une un sentimiento religioso común sino otros valores, que de forma muy débil configuran al ciudadano, siempre de forma individual. Nuestros chicos y chicas oyen continuamente el grito epicúreo de carpe diem, ¡vive el día!, ¡todo vale! También a nivel ético ese relativismo individualista se hace presente: “Esa es tu opinión, yo tengo la mía” dicen los adolescentes. Esta ética individualista, sin raíces razonables ni universales, hace imposible el diálogo –¿cómo romper ese muro de ‘mi opinión’?- y difumina los límites del bien y del mal. Por otro lado, nuestros chavales valoran mucho sus tiempos y su vida personal, y a través de esta concienciación se desarrollan personalmente mucho más de lo que nosotros lo hicimos. Las historias pequeñas tienen mucho valor y nos hablan de los demás en concreto. Y eso ellos y ellas lo aprecian. Ayuda al contacto personal y al encuentro entre personas desde muy pequeños. Pero a la vez corren el riesgo de olvidar el otro aspecto que equilibra la balanza: el sentimiento de comunidad, de grupo, de responsabilidad personal en la realidad social. El 6

cuidado de la persona se torna entonces en individualismo. La posmodernidad es, pues, un tiempo donde predomina lo subjetivo, en el que tiene valor lo pequeño, la opinión más que la fe (confianza). b) Los hijos únicos El perfil de familia en la actualidad no es el de la familia de antes, con un muy amplio número de integrantes. Las familias son pequeñas, nucleares, con los padres (cada vez más aparece el hogar monoparental) y 2, 3 hijos como mucho, algún abuelo o abuela. Hay que recordar que España tiene una tasa de natalidad de 1,2 niños por mujer, la más baja de Europa y que plantea muchos problemas a largo plazo. También es verdad que sacar adelante a un hijo económicamente, con todos los gastos y esfuerzos que supone, no es nada fácil. Si tenemos en cuenta muchas economías domésticas débiles, se comprende mejor el panorama. Cuando hablamos de niños únicos no nos referimos a la cantidad sino a la calidad de vida de esos niños. Una pareja no se anima a tener hijos hasta que no ve claro la posibilidad de atenderlos con comodidad (en este sentido sería interesante para otro articulo reflexionar sobre a lo que llamamos “necesidades” de nuestros hijos; si lo son o nosotros las creamos; si se puede enseñar a los niños a vivir más austeramente o no). Un niño o niña única puede ser aquella que tiene un hermano más con el que se lleva 5, 6, 8 años de diferencia de edad. O aquellos que tienen dos hermanos pero son mayores y se llevan mucha edad. En general todos aquellos niños que no comparten su etapa evolutiva con sus hermanos. Les separan experiencias, juguetes, pertenencias y vivencias cotidianas en el colegio y en la calle, el grupo de amigos... Al ser pocos en casa no comparten habitación. Tienen su espacio para ellos solos y sus cosas están sólo a su disposición. Las generaciones anteriores y en especial la del Baby boom hemos compartido espacios y juegos con nuestros hermanos por obligación, porque no quedaba otra solución. Y eso nos obligaba a la fuerza a desarrollar nuestras habilidades sociales, a compartir juguetes, que eran bastantes menos, a pelearnos y reconciliarnos, a jugar en el pasillo porque en el cuarto no había sitio, a recibir uno, dos, como mucho, tres juguetes en reyes.

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Nuestros niños desarrollan sus habilidades sociales con los de su edad en el colegio y en las actividades extraescolares. Reservan los espacios de soledad y personales para casa. Algunos son dos hermanos y pueden disponer de habitación separada. En ellas disponen todas sus cosas de forma que nadie las toca ni habrá pelea por ellas. Son niños/as hiperregalados e hiperatendidos por padres y abuelos. Los niveles de consumo tan escalofriantes de los adultos han llegado a los más pequeños. Sólo hay que recordar los anuncios para niños de estas Navidades. Los niños saben y hacen para conseguir las cosas, porque saben con seguridad que son el centro de las casas, que les miman y les cuidan. Son niños más consentidos porque sus padres reparten su tiempo y esfuerzo con menos hermanos. Porque queremos lo mejor para ellos, hacemos todo lo que está en nuestra mano para que sean felices. c) Dependo, luego existo Como consecuencia de ese cuidado extra que dedicamos sobre nuestros hijos, los niños se acostumbran a que las cuestiones estén resueltas de antemano. Todo les es dado masticado. Uno de los problemas que nos encontramos cuando trabajamos con adolescentes y jóvenes ya de esta generación (nacidos a partir del 85), es que son personas más dependientes, con poca iniciativa personal en un grupo, y hay que estar muy encima de ellos para que se reúnan, sigan la dinámica del grupo al que pertenecen y no se descuelguen. Si estos son los comprometidos, hay que imaginar a los que no se involucran en nada. Es un hecho que constatamos año tras año que los que vienen más jovencitos necesitan una labor de acompañamiento codo con codo, sin dejarles un instante. Son menos creativos a nivel grupal y menos capaces de tomar la iniciativa y liderar acciones concretas de grupo. Sin embargo a nivel personal son muy capaces de sacar su vida a delante y tienen iniciativas personales muy interesantes. Son muy activos en lo personal. Nuestros niños están muy bien preparados para desenvolverse en la vida pero en oposición requieren mucho tiempo (por eso la adolescencia se alarga muchos más años) para independizarse de sus padres y protectores. Los niños buscan durante mucho tiempo (hasta

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muy mayores) la protección incondicional de sus padres, aquellos que darán todo lo que ellos no tuvieron. Con este vuelo sobre aspectos muy concretos de la realidad de nuestros hijos e hijas queremos llegar a la conclusión de que es muy importante el que los padres y madres tengamos conciencia de que de nuestro esfuerzo depende que esa adolescencia llegue a término con buen fruto, guiándolos constantemente, pero además educando en la autonomía. Un equilibrio que cada padre y madre sabrá aplicar, porque es el/la que mejor conoce a su hijo/a. Dios viviendo en mi casa, una oferta única Desde la perspectiva religiosa, la guía de los padres se convierte en absolutamente necesaria para formar cristianos con seriedad. En esta sociedad en la que los niños desde muy pequeños tienen miles de ofertas ante sus ojos, la oferta cristiana queda camuflada entre otras a veces más atractivas en la superficialidad... Es necesario entonces, al menos en nuestra casa, si optamos por un estilo de vida evangélico tanto para nosotros como para nuestros hijos, que nos pongamos manos a la obra, delantal bien puesto para cocinar un ambiente familiar religioso, capaz de ser aquella pequeña célula de la que parten todas las experiencias que el niño tendrá dentro y fuera de casa. Así, a través de una vivencia infantil del cariño de Dios, podrá valorar las otras posibilidades de la vida, desde la perspectiva del único y genial mandamiento del Amor. Vivir hoy en cristiano es que Dios esté en la cocina, sentado pelando patatas, mientras nosotros damos de cenar, mientras contamos cuentos de gente que vivió hace mucho y hacía tremendos viajes solo por confiar en el amor, en vez de cuentos de niñas inocentonas que esperan príncipes azules que nunca existirán. El familiarizarse con las experiencias de otros, como si fueran de la familia, y sentir lo que sentía José cuando le echaron al pozo, o generar en la cara de nuestros hijos el asombro de saber que a Daniel no se lo comieron los leones porque era muy, muy bueno, es tener a Dios con las sartenes en el fogón, metiendo el dedo probando la salsa y viendo si le falta sal. En la cercanía es donde todos encontramos el lugar para asirnos en los momentos difíciles. Si Dios para nuestros hijos es muy cercano, como de la familia, que ha convivido en la atmósfera diaria de casa, serán capaces después de estar predispuestos, en cualquier momento hablar con él y 9

experimentarlo, como alguien que les quiere.... Si hemos conseguido al final que lo religioso para el niño o niña sea “lo normal” entonces hemos dado un paso enorme, el primero y más importante. No hablamos de cosas novedosas y de un gran método científico. Es que Dios siempre ha estado entre pucheros porque en la cocina es donde se cuece todo. Es en el interior del cuarto de María de Nazaret donde se pregunta si se fía de Dios; y es en las comidas donde Jesús habla a sus amigos y amigas de lo mejor del mundo: disfrutar del otro. Es de la vida diaria de lo que habla Jesús: de la mujer que limpia su casa o amasa el pan con levadura, no de grandes hazañas ni proezas de los héroes. La casa, la cocina, es el lugar por excelencia de Jesús, donde se hablan y discuten las cosas diarias, donde se vive el día a día. Pero para que esto funciones debemos darle importancia a lo que estamos pretendiendo. No vale decir (de una forma muy ñoña a veces) “que por lo menos sean buenos”, porque ser cristiano no es ser bueno; ser cristiano es ser obstinado en lo que me propongo para facilitar la vida de los demás; es ser valiente y ser capaz de mantenerme firme en el conflicto cuando defiendo a otros; es ser fuerte para despojarme de lo que no necesito y de lo que necesito si es preciso, para la felicidad de los demás; es ser constante y enérgico en las denuncias diarias de las injusticias y es no ceder ante los sobornos y las presiones directas o indirectas de la sociedad; es ser decidido y resuelto al generar iniciativas de diálogo y paz; es ser seguro en las inseguridades, para que éstas no bloqueen mi vida; y lo más importante, es ser confiado, porque confío (me fío) en Dios. Si nosotros valoramos y defendemos estas actitudes como algo primordial y capital en nuestra escala de valores entonces estamos ayudando a valorar el mensaje cristiano como importante, serio y con peso como oferta de vida. Si conseguimos esto en nuestros hijos, hemos dado un segundo paso definitivo, del que no hay vuelta atrás. La mejor forma de acercar a cualquier persona a algo es que descubra el valor que tiene. El contagio como aprendizaje de lo religioso. Es erróneo pensar que la actitud religiosa se enseña, nuestros hijos pueden tener muchos conocimientos sobre la religión o religiones y sobre Dios, pero en el fondo de su corazón 10

no haber vivido nunca una, aunque sea pequeña, experiencia de Dios. Saber es un primer paso pero no el más importante. Un psicólogo de la religión español, nos decía este verano que es imprescindible sentar las bases de la religiosidad en la niñez. Aparte de familiarizarse con lo religioso, entender sus símbolos y su vocabulario, es importante que el niño o la niña viva alguna experiencia de fe que se asiente en su personalidad, que la haga personal y que quede en su memoria. Cuando se produzca la ruptura de la adolescencia en la que todo lo de niño no sirve y entonces buscamos nuestra personalidad en otros modelos de referencia adultos, estas experiencias quedarán y serán la base de su futuro crecimiento como cristiano o cristiana. Si nuestros hijos no tienen referentes en los que fijarse, no sabrán que es encontrarse con Dios. Por eso, lo que puedan aportarles los grupos cristianos juveniles y las catequesis para adolescentes han de enraizarlo en las experiencias anteriores vividas de niños, en intimidad y profundidad, en lo familiar. Queremos decir con esto que la actitud y la experiencia religiosa se contagian. Somos nosotros los que debemos dar ejemplo y hacer que nuestras casa sean pequeños templos de Dios. En los detalles más pequeños y a su nivel, podemos transmitir la alegría de la fe. Los niños repiten lo que ven. Es el momento de ofrecerles posibilidades y actitudes para imitar. Un ejemplo puede aclarar lo que queremos decir: para aprender a amar es necesario haber sido amado (no mimado) lo que sólo se puede aprender desde pequeño. El gran drama de las personas que no ha sido amadas es que han querido atrofiar su capacidad de amar (y a veces lo han logrado). Y esa capacidad es la que nos hace humanos, nuestra auténtica alma. Por eso, sin un clima de acogida, que, a la vez tiene límites, es imposible que, creciendo, alguna vez puedan vivir la experiencia del gratuito amor de Dios. Como hemos señalado, nuestra sociedad actual se caracteriza por la pluralidad de las fuentes de sentido. Cómo vivir, qué creer, dónde colocar nuestra esperanza, dónde confiar nuestra vida... las respuestas no vienen dadas por el grupo social, como en épocas pasadas. Esta pluralidad, sin duda, es enormemente positiva: como decía algún autor, ‘por fin la religión puede dedicarse a ser sólo religión’. La libertad muestra la dignidad única de cada persona y facilita la sinceridad y la verdad en el mundo religioso. El que cree, quiere creer. Como decía un místico musulmán, por fin ‘de Dios, sólo queremos a Dios’.

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Ahora bien, es importante ser conscientes de que hoy, más que nunca, es necesario educar a los niños y jóvenes para que puedan encontrar el sentido profundo de sus vidas. Las preguntas últimas y, desde luego sus respuestas, ya no vienen dadas.. Y si tú no educas esta dimensión de profundidad, otros lo harán. No es extraño que se multipliquen esoterismos, y creencias en las más variopintas cosas. Nuestra sociedad es muy religiosa, pero a la carta. El vacío que ha dejado la oferta de la Iglesia, lo han rellenado miles de propuestas más atractivas. A todas ellas se pueden llegar con facilidad por contagio. Usemos los cristianos “los recursos del mercado” para nuestro propio propósito: dar a nuestros hijos un sentido de la vida sólido. Son los padres, por tanto, primeros portadores de la fe alegre y firme que contagia. Corresponde a los padres y no sólo a los abuelos el contagiar la confianza en Dios. Nos corresponde a nosotros, padres y madres hoy, actualizar la fe a los tiempos que nos tocan vivir y a los razonamientos de los niños. Adaptarla a su mentalidad, su simbología y su forma de comparar, a su forma de narrar... y a la vez dar ejemplo de que es posible una fe madura que puede servir de referente para la ruptura de la adolescencia. Por otra parte, es bueno y necesario crear hábitos religiosos en los niños. Que descubran en nosotros que los hábitos religiosos ayudan a comprender lo que creemos y en lo que confiamos y ayuda a compartir con los demás las experiencias vividas. Si yo no rezo en las comidas, ¿pueden mis hijos pensar que es Dios el que nos da las cosas y que hay que agradecerle incluso la comida? La ternura, la mejor expresión de Dios. Los que nos dedicamos a la enseñanza tenemos muy claro que más vale la calidad que la cantidad. Que las experiencias en la escuela se pueden vivir de muchas maneras, de tal forma que perduren y generen actitudes muy distintas. Por eso es importante crear hábitos, pero mucho más el saber como contagiar la experiencia de un Dios Amor. Éste no es un dios cualquiera, es aquel que a nosotros, sus hijos “sobre mis rodillas seréis acariciados. Como aquel a quien su madre consuela, así yo os consolaré” (Is 66,12-13). Así es la forma que tiene Dios de decirnos que “yo te enseñé a caminar, tomándote por los brazos, pero no sabías que yo te cuidaba... yo era para vosotros como las que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer.”(Os 11, 3-4). 12

¿Qué padre “al hijo que le pide pan le ofrece una piedra?, pues si vosotros... sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a quién se lo pida!”(Mt, 7,9-11). A través de Jesús el Padre se desvela cuando los niños se acercan a Él. Cuando toca a los enfermos y se deja tocar... es un ser humano tierno como su Padre es tierno. Por eso, la mejor arma que tenemos los padres es la ternura, el reflejo del Dios en el ser humano. Tocarles, abrazarles, que se sientan queridos y cuidados es el mejor ejemplo de un dios distinto, cercano y único. Con entereza, sin blandura, que el amor es fuerte en la alegría y en la debilidad. Propuestas entre pucheros: Como conclusión a esta reflexión desordenada y atiborrada de ideas sobre nuestros hijos y sobre Dios queremos ofrecer algunos truquitos que nos parecen sencillos y que pueden ayudar a que la vivencia religiosa de nuestros hijos e hijas sea sólida para enfrentarse a la vida diaria, indiferente a estas cuestiones de Dios... No son propuestas mágicas, todo depende de nosotros y también de los chavales. Ellos son los que han de elegir al final. Nosotros solo podemos ofrecer algo con sentido y sugerente que tenga peso ante miles de alternativas más que les atraerán. 1. Contar las historias de la Biblia a través de sus personajes, de ambos sexos, que los niños conozcan su historia, igual que les gusta conocer la historia de sus abuelos o lo que hacían sus padres de pequeños. Que las historias de la Biblia les sean familiares, sus personajes, amigos lejanos. Hay historias preciosas que hablan de actitudes muy cotidianas y madurativas: Rut la mujer valiente que por cariño y fidelidad acompaña a su suegra a tierra extranjera. José, la honradez hecha persona. Jeremías, aquel que protesta pero no puede librarse de Dios. Sara, la que se ríe de la realidad caprichosa. Oseas, el cultivador de higos, que se atreve a alzar la voz. Job, el que pregunta ¿por qué? ¿por qué? y ¿por qué?. Ester, la inteligente que sabe ganarse el afecto del rey con delicadeza.

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Todas son historias hermosas de gente valiente. Los niños pueden descubrir en sus vidas que el encuentro con Dios no es cualquier cosa, es algo bonito y que despierta en las personas una fuerza arrolladora. Tener referentes religiosos ayuda a crecer en la fe. 2. Contar el Evangelio mediante juegos. No son los profesores de religión sólo los que han de descubrirles el mundo de la Buena Noticia. Nosotros podemos mediante el juego y la narración transmitirles las actitudes y acciones de Jesús. Podemos adaptar las parábolas y las historias de Jesús a su lenguaje y contárselas por la noche entre otros de sus cuentos preferidos. Transformar las parábolas en adivinanzas o cambiar los elementos de la agricultura que usa Jesús por objetos cotidianos de los niños (¿quién que encuentre un tesoro, una bolsa de chuches enorme, escondido en una mochila en el gimnasio, no deja la suya, el abrigo y todo lo que tiene en un rincón e intenta que el profe de educación física se la regale?). Es en el juego y la narración en donde ellos encuentran pautas para vivir. Usemos sus recursos. Después los profesores reforzaran lo aprendido en casa y lo asentarán en sus mentes y sus vidas. 3. No abusar en exceso de las historias de la infancia de Jesús porque los niños buscan un referente adulto donde fijarse. Que sepan que Jesús era un adulto maduro, capaz de tomar decisiones. Que sepan que Jesús tuvo heridas porque otros se las hicieron, que sepan que Jesús lloró por un amigo, muy amigo que había muerto, que sepan que Jesús se enfadó con otras personas porque se aprovechaban del dolor de otros... Los niños exploran todas las vivencias humanas, tanto en ellos como en sus padres. Si Jesús sufrió, también ellos pueden llevar el sufrimiento y las rabietas de otra manera. Si Jesús fue alegre y disfrutó de las cosas, ellos también pueden ver en lo religioso la fiesta. Son hermosas las escenas cándidas de la infancia de Jesús, pero eso no les habla a los chicos y chicas de la realidad de la vida día a día. Son las emociones, y las historias de Jesús vividas con sus amigos (¡Zaqueo, baja del árbol que hoy voy a merendar contigo!) las que les hablan de un Jesús muy humano, tan humano como papá y mamá. 3. Rezar con ellos no sólo en la cama, sino hacerlo familiarmente, leyendo alguna historia adaptada y algún salmo, o con música. Si nos ven a nosotros rezar, sentirán que hablar con Jesús es una cosa importante. Si además compartimos con ellos la oración, encendemos una vela junto a una imagen de María y el niño y les dejamos que ellos lean lo que estamos leyendo... ¡no es una estupenda oración comunitaria!. Si saben distinguir que hay 14

música religiosa que habla de Dios (hay discos infantiles muy educativos como el “pasito a pasito” y también hay cantautores y grupos de jóvenes cristianos que hacen música alternativa como Senderos, Luis Guitarra...) y la escuchan generando en sus mentes alternativas al amor comercial y facilón... ¡no es abrirles nuevas perspectivas de Iglesia!. Así ellos podrán aprender recursos para la oración y cuando lo hagan solos les será más fácil porque recuerdan como lo hizo mamá o papá. 4. Transmitir el encuentro con Jesús, la oración, como algo positivo, no aburrido en el que hay que estar callado y sin hablar, sino una fiesta en la que me encuentro con un amigo muy querido. Que sepan que pueden pedir y que también pueden dar gracias y cuidar a través de Jesús a los compañeros, los abuelos o los hermanos... Si se realiza la tradición de bendecir la mesa, no podemos dejar nunca que se convierta en un acto formal, en una especie de fórmula mágica, musitada a toda velocidad. Podemos aprovechar para hacer presente a los que no están, recordar nuestras alegrías y nuestras inquietudes. En medio minuto pones a Dios y a nuestros hermanos delante de nuestro corazón. O, no sería malo, sobre todo con nuestros hijos mayores, traer a la conciencia el sufrimiento de los empobrecidos de la tierra, recordando que nuestra mesa siempre quiera estar abierta a todos, quiere ser espacio de reposo para recordar la fraternidad y celebrarla. No olvidemos que el signo privilegiado de Jesús para explicar la propuesta del Reino fue el banquete. Los discípulos de Emaús, paradigmas de nuestra búsqueda en tiempos de frialdad espiritual, cuando creían que ‘había muerto’ su esperanza, le reconocen al partir el pan. Comer juntos puede ser espacio de revivir ese sentir de fraternidad familiar. 5. Tratar de lo religioso, en amplio sentido como algo normal y habitual en nuestras vidas. Como si fuera connatural a la persona, que lo es aunque muchos quieran rechazarlo. Viviendo lo religioso con normalidad es cuando el niño o niña capta que no hay nada extraño ni malintencionado en lo religioso. Que no sea un apósito de domingo, porque cuando ya no lo necesitamos, el apósito se tira a la basura y se olvida. Que sea como la sangre de sus venas, necesario para el día a día y a la vez tan profundo que nos sintamos extraños sin ello. Que rezar, hablar de Jesús o Dios mientras mamá cocina o mientras papá lee un libro sea lo “normal”. Porque esto querrá decir que Dios está sentado en el sillón leyendo el periódico, como otro más de la familia.

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6. Preguntarles en cualquier momento sobre lo que piensan y sienten por Jesús. Implicarnos lo más posible en sus catequesis o grupos cristianos. Sin ser cotillas pero demostrando que nos preocupa el tema porque es importante. Preguntarles sobre lo que han aprendido en la clase de religión o sobre lo que han hecho el sábado por la tarde en el grupo o en la catequesis de comunión o confirmación. No consiste sólo en preguntar sino en fomentar el diálogo sobre los temas de Jesús y Dios, de forma que salgan sus dudas y sus recelos, aquellas cosas que no entienden de un mensaje a veces muy teologizado y poco adaptado. En la verbalización de las dudas es donde se madura la experiencia de fe, igual que en nuestras dudas y errores aprendemos a ser personas. Si nosotros somos el interlocutor de sus preguntas, el niño o niña se sentirá más cómodo para expresarse en profundidad. Para eso nosotros hemos de estar preparados. No está de más que de vez en cuando, nos formemos y reciclemos en las cosas de Dios. 7. Mezclar los libros y videos habituales con los religiosos, de manera que se vean con normalidad. Así, las historias de Jesús, de Noé, de Moisés se convierten en parte del imaginario de nuestros hijos pequeños, no de forma forzada, sino con naturalidad. Así, le dotamos de recursos narrativos para que algún día puedan leer su propia vida, pueden reconocer sus problemas en los de los creyentes de la Historia de la salvación y sentirse parte de una historia milenaria. O, por lo menos, puede saber dónde encontrar refugio cuando la búsqueda se vuelve pesada y la noche es demasiado oscura. Siempre recuerdo cómo, estando en el último año de carrera un profesor preguntó, ante un cuadro que mostraba el episodio central del Hijo pródigo, cuál era la trama del relato. Sólo yo y otro amigo teníamos idea de qué era aquello. Sin iniciarnos a los relatos, a los símbolos, a las historias de la Palabra, ésta no puede convertirse en fuente de vida. 8. Hacer un rinconcito en la casa para Jesús y María. A veces descuidamos esa ‘pedagogía de la presencia’ que es la decoración de casa. Todos recordamos cuadros, rincones, muebles entrañables, que nos ‘sabían’ a familia, a seguridad, a sencillez. Pues es bueno caer en la cuenta que, sin exagerar, por supuesto, tener algún rincón donde alguna imagen bella de Jesús, de María o de algún santo (como Champagnat) donde se pueden dejar flores o donde alguna vela o incluso algún recipiente de olor suave pueden ayudar a 16

que ayudemos a hacer familiares las imágenes cristianas a nuestros hijos. De igual manera alguna imagen moderna que resulte atractiva puede ayudar a que volvamos entrañables, incluso a niveles muy profundos, no pocas veces escondidos, imágenes religiosas que apuntan, al final, a la ternura de Dios.

9. Explicar los rezos y la liturgia. Somos los que introducimos a los niños en el mundo de la simbología celebrativa, palabras, signos han de ser explicados. El perdón, la consagración, el bautizo del hermano... nosotros lo sabemos, o deberíamos saber, el sentido de los rituales y de lo que recitamos y proclamamos, pero los niños no conocen el lenguaje litúrgico ni celebrativo, son palabras extrañas y a veces no saben el significado. Explicarles palo que vamos haciendo y diciendo en la misa alguna vez, explicarles porque celebramos en primavera un tiempo llamada Pascua y por qué en 3 días, y por qué la ultima celebración se enciende fuego y nos mojamos con el agua... los niños no entenderán conceptos abstractos pero si saben que el agua sirve para estar limpios y que cuando el fuego quema, no deja nada, tampoco las malas acciones ni las viejas. Saber que la Navidad es el cumpleaños de Jesús y que lo celebramos como si fuera uno más de la familia es un razonamiento concreto y fácil de asimilar para los más pequeños. Saber que Amén significa “así sea” y por eso lo recitamos muchas veces, porque cuanto más desees las cosas más pronto te pones a hacerlas. Palabras y celebraciones, vocabulario y vivencias. Ser Iglesia requiere saber de que estamos hablando. Igual que el niño o niña aprende poco a poco palabras nuevas que añade a su vocabulario y le ayuda a comprender la realidad, así los pequeños cristianos han de añadir a su conocimiento los significados religiosos de la comunidad que les acoge y les invita a seguir a Jesús dentro de ella. 10. Explicar las imágenes religiosas. En la Edad Media la población, excepto unos pocos afortunados, era analfabeta y la forma de catequizar a la masa era a través de la imagen. Nuestros hijos, retoños de la sociedad de la imagen y el sonido, son como esponjas ante las imágenes. No nos vendría mal un baño de iconografía religiosa a nosotros para poder explicarles a ellos lo que ven en cuadros, esculturas y todo tipo de objetos artísticos religiosos. El mundo, aunque secular tiene una herencia religiosa y explicar a los niños el significado profundo de las imágenes, sus personajes y lo que nos intentan transmitir, es introducirnos en un mundo de color y narración que les transporta a otras épocas y 17

realidades. Las imágenes religiosas han sido muy ricas hasta hace poco, usémoslas para conectarles con la realidad de Dios y su amor. Todo los niños a los que pregunte por Moisés me hablarán de la película “El príncipe de Egipto”. La imagen marca a las historias y a los personajes. Usémosla para el aprendizaje y la vivencia profunda.

No nos desanimemos, es imposible hacer todo esto a la perfección, ni siquiera rozarlo a veces, la clave es ser concientes de que si nosotros vivimos la fe con intensidad, siendo para nosotros el centro de nuestra vida, nuestros hijos se contagiarán y abrirán las puertas de su corazón con interés hacia el mensaje de Jesús. ¡Que la paz sea con vosotros!

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