Desaparecidos

September 28, 2017 | Autor: Ana Mandujano | Categoría: Filosofia Del Lenguaje, Historia, Sociología, Antropología, Estudios Latinoamericanos
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Desaparecidos

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Una revisión de la figura del desaparecido

Ana Leticia Mandujano Reyes Otoño 2014

Desaparecidos Una revisión de la figura del desaparecido Sin esperanza y sin alarmas

amé un amor / pero ella estuvo

no sé si voy o permanezco

porfiada / loca / tan hermosa

en que esta niebla que me aísla

diciendo no como un rebato

sin odio ni misericordia todo lo ignoro del crepúsculo

como un temblor / como una queja

esa guirnalda de imposibles

¿será esta niebla el infinito?

vengo de ahogos y estropajos

el infinito ¿será dios?

antes estaba / ya no estoy sé que he dejado de escaparme

¿será que dios no se perdona

ya no respondo a nadie / a nada

habernos hecho tan inermes?

ha dicho no como un tañido

no floto a ciegas / el espacio

como un fragor como un repique ahora estoy solo y sin hambre

tiene amarguras serviciales

me siento ingrávido y sin sed

pero no voy a padecerme

no tengo huesos ni bisagras

el dolor viejo ya no es mio

no tengo ganas ni desgana podría ser un esperpento

cierto poeta / no sé quien

un trozo de alma / un alma entera

sopló en mi oído para siempre

los muebles viejos y las calles

dijo / ya va a venir el día

el bosque y todos los espejos en un instante se esfumaron

que existe un solo inconveniente

sólo la luna se mantiene

no tengo cuerpo que ponerme

pero también perdí las manos

no tengo pájaros ni perro

los rostros son apariciones

es la vacía soledad

que lloran con los labios secos

solo expulsado de la vida

tengo una duda medianera

solo sin víspera de abrazos

he sido sueño tantas veces

un trozo de alma / un alma entera

tuve una madre / de sus pechos

pero se va neutra la niebla

¿cuál era el nombre? sólo sé que anda con un pañuelo blanco

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en la memoria falta un río faltan afluentes / hay apenas un arroyito que es de sangre todo se borra / por lo pronto me desvanezco / vuelvo al limbo así / sin mas / desaparecen algunos desaparecidos. Mario Benedetti en “Soliloquio del desaparecido”

podría ser un esperpento

que no me ubico en este insomnio extraje vida o lo que fuese

no sé qué hice / si es que hice

solo sin llave y sin barrotes

otros añoran a los ojos vistas entre lo real y lo soñado

que fueron letras de mi nombre

no tengo madre ni mujer

y las mandíbulas y el sexo pasan y no hablan / hay algunos

voces que alzan siete signos

y dijo / ponte el cuerpo / creo

o se inhumaron / ya no cuentan casi al alcance de la mano

hay llantos en la lejanía

y se suspende la alborada hay manos tiernas en que estuve

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Una revisión de la figura del desaparecido

El propósito de este ensayo es hacer una análisis sobre la palabra desaparecido, como un concepto metahistórico, esto es, la invención de un enunciado que da nombre a un conjunto de características dando como resultado una definición designando algo en el mundo; ésta definición es aplicable en diferentes contextos y etapas de la historia. El presente análisis será presentado en dos partes, primeramente se intentará definir la figura del desaparecido y la segunda parte tratará sobre el uso de dicha palabra en diferentes contextos históricos, aplicándolo en la actualidad. El motivo por el que se eligió este tema es principalmente por el interés propio sobre las dictaduras militares que se dieron en América Latina durante la década que va de los sesenta hasta los ochenta1, en algunos casos. El cono sur del continente, fue el lugar donde predominaron dichas dictaduras, sin centralizarnos en una es posible generalizar los motivos por lo que se suscitaron y encontramos características aplicables a cada una de ellas. Esta generalización hace posible que la palabra desaparecido sea un concepto metahistórico.

Otra causa por la que se eligió este tema es por todos los acontecimientos recientes que se han suscitado en México, la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos en Ayotzinapa, municipio de Iguala, Guerrero. Este suceso y otros más que han sucedido con respecto a desapariciones y genocidios, casos como los de Tlataya, recientemente los 11 detenidos tras la protesta del 20 de noviembre y la detención forzada de Sandino Bucio el pasado 29 de noviembre. Todos estos acontecimientos han generado el despertar de una consciencia y la necesidad de una reflexión sobre la concepción que tenemos sobre las desapariciones como mecanismos del terror y más allá de esto, la normalización ante estos hechos.

1

En Chile, que duró 20 años la dictadura militar.

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La noción desaparecido es en sí problemática, concepto al que se recurre para caracterizar a una serie de experiencias que se verifican en América Latina en el curso del siglo XX y en la actualidad. Si bien desaparecido es susceptible a ser abordado desde distintas perspectivas, una de ellas se remite a diseñar los marcos teórico-metodológicos a partir de los cuales se producen definiciones. En segunda instancia, el análisis de situaciones histórico-concretas a las cuales se ha imprimido tal denominación, tomando en cuenta que ambos niveles deben articularse en la búsqueda de una explicación global. La principal pregunta apunta a qué clase de fenómenos o procesos históricos puede asignarsele tal denominación. Si partimos del hecho que en América Latina, las designaciones giran en torno a aspectos sociales y prácticas políticas.

Definir la palabra desaparecido presenta una dificultad, recurrir a diccionarios para conocer tal noción genera desconcierto, principalmente denota la falta de profundización sobre dicho significado. La RAE (Real Academia Española) define al desaparecido como “Dicho de una persona: Que se halla en paradero desconocido, sin que se sepa si vive”2, encontrar un sinónimo es aún más complicado pues se presentan palabras como: esconderse, fugarse, huir ; sin embargo estas palabras en el imaginario colectivo no denotan una sincronía con la concepción de desaparecido. Sin duda, no se puede evitar formular un cuestionamiento, ¿Existe un imaginario colectivo? Sí, existe un imaginario colectivo que construye un significado sobre una palabra que suele relacionarse con algún acontecimiento social y político, siempre se ve inmerso con la experiencia del individuo; estos acontecimientos violentos establecen una suerte de traumas en el individuo, por lo que se crea un significado que trasciende el lenguaje y adquiere vida dentro del campo social; hablar del desaparecido refleja la psique de una sociedad. Relacionamos desaparecidos con gobiernos autoritarios, dictaduras y la opresión de ideologías, indudablemente toma lugar dentro de una semántica negativa, sin embargo las desapariciones forzadas, como hemos visto en las últimas décadas, ocurren fuera de cualquier contexto, trasciende ideologías y formas de gobierno, se ha convertido en un fenómeno que 2

Real Academia Española, Diccionario lengua española,

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puede estudiarse desde cualquier perspectiva.3 Al abrir este panorama la noción cambia y se vuelve más amplia,lo que supone una problemática para volver a definirla.

¿Cómo representar el vacío, lo indecible, los huecos, lo que no se halla? ¿Cómo representar la figura del desaparecido? ¿Qué representa un desaparecido? La figura del «desaparecido» se caracteriza a partir de nociones que caen en el pesimismo. Un desaparecido es un sujeto que carece de identidad, se le despoja de todo aquello que lo identifica y permanece en incógnita. La esperanza por encontrar a dicho sujeto sugiere una agonía larga y el permanece en el limbo, no se sabe si está vivo o muerto. No hay nada peor que plantar esperanza donde no la hay.4

La identidad representa lo opuesto al vacío, el vacío es “ una falta de”, ¿Falta de qué? ausencia de un cuerpo en este caso. La figura del desaparecido refleja el estado en que se encuentra una sociedad, la decadencia de un gobierno, la violación de derechos humanos, la represión de la ciudadanía y la falta de justicia. Un desaparecido también representa los métodos y formas de represión que utiliza un Estado para mantenerse en el poder y controlar sus intereses, la utilización de este método para engendrar miedo e incertidumbre es tan sutil como eficaz. El sembrar miedo en una sociedad, un sentimiento contagioso y difícil de evitar, reduce la capacidad de resistencia y de vigilancia crítica de la ciudadanía. Como escriben Deleuze y Parnet, "los poderes tienen más necesidad de angustiarnos que de reprimirnos" y por eso están interesados ante todo en "administrar y organizar nuestros pequeños terrores íntimos”. Por su efecto paralizante sobre los individuos, el miedo es un controlador social bastante eficiente. Bajo su influjo, los individuos tienden menos a actuar y más a permanecer en estado de alerta, a la espera de los acontecimientos. La figura del desaparecido es empleada para difundir el miedo, sirve de ejemplo a la sociedad, de esta forma la ciudadanía se mantiene pasiva y permite la violación de sus

3

2 4

Cfr. “ El delito de la desaparición forzada de personas como mecanismo de protección de los derechos humanos”, Capítulo 4, pp. Cfr, Gatii, Gabriel, Las narrativas del detenido-desaparecido (o de los problemas de la representación ante las catástrofes sociales) p. 28-29

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derechos. El terrorismo que emerge en el gobierno para con la sociedad es no sólo violento sino visible. La desaparición forzadas de personas es un fenómeno que afecta a la identidad. Individuos sometidos a un régimen de invisibilidad, de cuerpos borrados; bordea lo imposible dentro de lo impensable, es a través de sustantivos con resonancias incómodas que se define la desaparición. Estrategia de represión política tan siniestra como eficaz, crea situaciones limite en el individuo, en el tiempo; reproduce los miedos, las angustias, los silencios, las desesperanzas. Por encima de lo demás, en el sentido mismo: cuerpos ausentes, imposibilidad del duelo, terror continuado. El desaparecido es una imagen presente que, congelada en el tiempo, corresponde a un cuerpo ausente que pugna por el espacio que le corresponde. Una no-imagen, un hueco, un vacío. Tal es la dimensión del fenómeno que la figura del "desaparecido" alcanza el estatuto de identidad colectiva, con una cifra mítica que refiere al nombre de un grupo y no un número. Semántica de la ausencia y del vacío, figura de complicada gestión social.

Frente al desaparecido en tanto este como tal, es una incógnita, mientras sea desaparecido no puede tener tratamiento especial, porque no tiene entidad. No está muerto ni vivo… Está desaparecido. La palabra «desaparecido», en América Latina está directamente relacionada con las dictaduras y los gobiernos autoritarios, ya que uno de los principales mecanismos del terror estatal fue la desaparición sistemática de personas. El término «desaparecido» hace referencia, en primer lugar, a aquellas personas que son víctimas del dispositivo del terror estatal, que son secuestradas,torturadas y, finalmente, asesinadas por razones políticas y cuyos cuerpos nunca han entregado a sus deudos y, en su gran mayoría, todavía permanecen desaparecidos. Es preciso decir que en el mundo también secuestraron, torturaron y asesinaron por razones políticas, pero no todas ellas produjeron un dispositivo como la desaparición de personas y el borramiento de las huellas del crimen. Lo específico del terrorismo estatal reside en que la secuencia sistematizada que consiste en secuestrar-torturar-asesinar descansa sobre una matriz cuya finalidad es la sustracción de la identidad de la víctima. Como la identidad de una persona es lo que define su humanidad, se puede afirmar que la consecuencia radical que tiene el terrorismo de Estado

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a través de los centros clandestinos de detención es la sustracción de la identidad de los detenidos, es decir, de aquello que los definía como humanos.5 Para

llevar adelante esta sustracción, se emplea una metodología específica que

consiste en disociar a las personas de sus rasgos identitarios, pasan de tener un nombre a un número; mantenerlas incomunicadas; adueñarse de su mente y cuerpo, adueñarse hasta de sus propias muertes. Los captores no sólo se apropian de la decisión de acabar con la vida de los cautivos sino que, al privarlos de la posibilidad del entierro, los están privando de la posibilidad de inscribir la muerte dentro de una historia más global que incluyera la historia misma de la persona asesinada, la de sus familiares y la de la comunidad a la que pertenecía. Por esta última razón, podemos decir que la figura del desaparecido encierra la pretensión más radical de la última dictadura: adueñarse de la vida de las personas a partir de la sustracción de sus muertes.6

¿Qué comparten los países latinoamericanos de la figura de los desaparecidos? Los métodos de terror implementados por los gobiernos, Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, y la mayoría de los países del cono sur del continente se apoyaron mutuamente para encarcelar y devolver presos políticos que intentaban escapar, este método de captura se conoce como el “Plan Condor”7. La definición de desaparición forzada es prácticamente la misma para todos estos países: En Argentina, Malarino, Ezequiel expresa: “ La desaparición de personas fue la principal metodología de lucha contra la oposición política e ideológica utilizada por el gobierno militar… Esta particular metodología consistía, por un lado, en el secuestro de la persona y su traslado a un centro clandestino de detención —en donde era alojada en condiciones infrahumanas y sometida a toda clase de torturas— y, por el otro, en la falta total de información a los familiares sobre su destino y suerte.”8

En Brasil, Pablo Alflen expresa:

“La desaparición forzada de personas es una de las más atroces

violaciones de los derechos humanos. En Latinoamérica, como práctica sistemática y generalizada, surgió en la década del sesenta1 y tuvo como característica principal la negativa u ocultamiento de información sobre el paradero de la víctima de parte de sus agentes. El comienzo de la práctica tuvo lugar en Guatemala en 1962 y, en las décadas siguientes, el método se extendió a El Salvador, Chile, Uruguay, Argentina, Brasil, Colombia, Perú, Honduras, Bolivia, Haití y México. A partir de la

5Cfr, 6Cfr,

Izaguirre, Inés, Los desaparecidos: La recuperación de una identidad expropiada, p. 25-26 Ibid p. 25-26

7

Visto en las clases relacionadas con las dictaduras militares en América Latina.

8

Cfr. Alflen, Pablo et al, “Desaparición forzada de personas: Análisis comparado e internacional” p. 5

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década del setenta surgió la preocupación en la comunidad internacional por tipificar la desaparición forzada de personas en instrumentos internacionales como una forma de conscientizar a los Estados de la gravedad de la práctica y de impedir su desarrollo”9

En Chile, José Luis Guzmán expresa: “Desde

el propio día 11 de septiembre de 1973, cuando

sobreviene el golpe de Estado que derrocó al gobierno de la época, el aparato militar que se hizo del poder echó mano de todas sus reparticiones y medios, con objeto de amedrentar, detener y, en muchos casos, suprimir físicamente a personas ligadas a los partidos y agrupaciones políticas de la disidencia… La persecución y el exterminio políticos, especialmente en su período más cruel, desde septiembre de 1973 hasta finales de 1976, se tradujo en un crecido número de secuestros de personas consideradas enemigos del gobierno, seguidos de la tortura y, a menudo, el asesinato del detenido, sin nombrar allanamientos de morada, asociaciones ilícitas, amenazas extorsivas, falsedades documentales, reproducción ilegal o supresión de expedientes judiciales, e incluso homicidios cometidos para encubrir el hecho principal. Hasta que el aparato represivo consiguió darse una organización específica, lo que ocurre a principios de 1974 con la llamada Dirección de Inteligencia Nacional, la caza de personas fue generalizada, como un rastrillo…”10

Menciono estos tres casos, porque a pesar de que las dictaduras durante la década de los ochenta se gestaron en todo el cono sur del continente, Argentina, Brasil y Chile fueron los países que mayor caso de desaparecidos y genocidios sufrió la población.

México es un caso excepcional dentro de los países latinoamericanos, esto porque no se gesto una dictadura militar y a pesar de ello, implemento los mismos mecanismos de control y terror que los países con dictaduras declaradas. Un control sutil y que no se encontraba bajo la lupa de organizaciones internacionales que protegen a la ciudadanía. El fenómeno de la desaparición forzada de personas se registra a partir de los años 70, resonancias constantes de personas "desaparecidas" , principalmente en el Estado de Guerrero, donde los movimientos insurgentes tuvieron mucha fuerza en esa década. Familiares y amigos de la gente que "desapareció" en esos años aún desconocen su paradero y hoy reclaman justicia.En los últimos años, a pesar del esfuerzo mundial para erradicar este tipo de prácticas y de los documentos nacionales e internacionales que se han creado, en México se sigue practicando la desaparición forzada. Bajo muchos rubros que van desde la lucha contra la guerrilla o el narcotráfico hasta la delincuencia común se tienen reportes de desapariciones.

Los efectos que produce la Desaparición Forzada de Personas a nivel social dependen del número y la manera en que estas se presentan. Cuando el delito constituye un evento esporádico, que no obedece a ningún plan generalizado, o es propiciado por alguna 9Cfr. 10

Ibid p.41

Cfr. Alflen, Pablo et al, “Desaparición forzada de personas: Análisis comparado e internacional” p.55

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circunstancia de carácter coyuntural, las desapariciones forzadas tienen un efecto limitado y de poca repercusión a nivel social. El hecho de que la colectividad tenga conocimiento de ellas, dependerá del manejo de la información en los medios de comunicación, pero en general la sociedad no se siente amenazada. Esto no significa que la gravedad del delito disminuya. La desaparición forzada de una persona es tan importante como la de cientos o miles. Lo que cambia es la percepción general sobre la intimidación que produce este tipo de acontecimientos. Una situación muy diferente se presenta cuando la Desaparición Forzada de Personas se realiza de manera sistemática y reiterada, es decir, cuando se le convierte en un instrumento de dominación política o en un método represivo utilizado de manera prolongada. En estos casos el delito se transforma en el medio más absoluto de irrespeto a las leyes de convivencia social y humana. Cuando esto pasa, la sociedad empieza a padecer un proceso creciente de pérdida de la confianza en las instituciones y las leyes. La violencia y la impunidad, característicos de este delito, generan entonces más violencia en la sociedad que las padece de forma continua. Bajo estas circunstancias se pueden dar fenómenos como: la inhibición de los mecanismos sociales y psicológicos del respeto y defensa a la vida; y la repetición múltiple, en todos los niveles, del modelo de omnipotencia e impunidad practicado por quien detenta el poder. Una sociedad que viva en el terror provocado por las desapariciones forzadas sistemáticas, sometida al silencio, sin mecanismos legales de reparación del daño infringido, será una sociedad prisionera de sí misma.

Permanecen gérmenes de lo que fueron las dictaduras militares, la pobreza, el narcotráfico, los narcogobiernos y fraudes que se gestan en ellos, vandalismo, entre otras cosas. Todo esto se sigue viendo en los gobiernos de la actual América Latina y sin embargo es curioso como en los países donde más crueles fueron las dictaduras y genocidios, menos se han gestado estos gérmenes. Tal vez la memoria juega un papel fundamental dentro de esos contextos, porque aunque se intenta olvidar y reprimir todo aquello que causo terror existe una constante rememoración, donde hay olvido hay memoria, una memoria que no perdona, que no trasciende lo acontecido, es por eso que sigue siendo un tabú el tema de los desaparecidos, un fantasma que retorna siempre en la memoria colectiva de la ciudadanía.

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México siempre ha sido un caso peculiar, a pesar de que han sucedido desapariciones en diferentes contextos, la guerra sucia, genocidios, etnocidios y toda clase de instrumentos de terror que atentan contra una ideología, origen étnico, género o preferencia de culto, nunca han sido lo suficientemente trascendentales como para generar un cambio de consciencia dentro del colectivo ciudadano. La única explicación posible de dar es, el egoísmo y la normalización del terror, es probable que la alegoría de la rana en el agua hirviendo sea la realidad de la sociedad mexicana, estamos tan sumergidos en un pesimismo que vemos imposible los temas de la impartición de justicia. Necesitamos tener un momento de iluminación para darnos cuenta de que lo que sucede no es así en otros países, la única manera de generar un cambio es reflexionando y despertar, siendo verdaderos ciudadanos que actúen a favor de sus intereses, a favor de un gobierno justo y sin impunidad.

Notas finales El dominio de la voluntad de la población se logra por medio de una transformación subjetiva. Por eso en este momento histórico la desaparición de personas es una de las formas más acabadas y racionales de la represión política. Es sobre su fondo que nuestra “democracia” actual se desarrolla. Más claramente: esta figura del aniquilamiento absoluto y de la disolución del ciudadano en la nada es coherente con una política de Estado que se corresponde con la preeminencia mundial, en nuestro período histórico, con la abstracción del capital financiero mundializado. Los “desaparecidos” adelantan esa forma nueva que ha hecho aceptable para tantos millones de personas su propia desaparición como sujetos políticos en la democracia. Sin ella no hubiera desaparecido un porcentaje notable de la población, excluida pasivamente del circuito de la vida social del trabajo y la subsistencia mínima. Fue necesario (y sólo por una abstracción negadora podemos decir que no constituye una condición previa) implantar la desaparición de personas, como terror de Estado, para crear el lugar subjetivo de una dominación nueva, más profunda y más astuta, donde el sujeto mismo desaparece como el lugar personal de una existencia singular y autónoma. El terror, en este caso el terror de Estado, tiene su propia peculiaridad diferente a otros terrores, porque se basa en otras políticas y en otras circunstancias históricas. Se diferencia de la tierra arrasada y la aniquilación de poblaciones enteras, aptas para conquistar una tierra, no

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para imponer sobre sus habitantes el dominio consagrado a una determina forma de economía. También del fusilamiento ejemplar o de la masacre de grupos de detenidos. Hay tantas formas de terrores como de políticas. Cada proyecto político tiene entonces una forma determinada y cada vez más adecuada de ejercer su dominio. ¿Por qué entonces la aplicación de la figura del desaparecido? Toda dominación necesita interiorizar en los sujetos una forma de regulación interna que no corresponde siempre a la forma directa de la violencia que sobre ellos puede ejercerse. Todo poder querría ejercerse sin usarla, y dominar la voluntad del otro por la persuasión y no por el empleo de las armas. El sistema actual de gobierno requiere ciudadanos libres, nos dicen. Libres quiere decir: desatados, por medio del terror, de toda relación comunitaria. La forma de la sociabilidad queda regulada por el mercado económico, que sirve de modelo y fundamento de la libertad individual de los ciudadanos. El dominio de una determinada forma política requiere siempre, como recurso del poder, la sumisión de los sujetos. Hay varias modalidades para ejercerlo. Y en los momentos de tránsito histórico esta específica modalidad de dominio, la desaparición de personas, requiere previamente una determinada experiencia social y política: señala los límites que el poder enfrenta para persistir ejerciendo su dominio. Digamos solamente que en nuestro caso la desaparición de personas se produjo con el tránsito de la llamada “democracia”. La transformación económica y política neoliberal requería para imponerse una profundización de su dominio para vencerla. Había que destruir ejemplarmente toda posibilidad de rebeldía o de modificación socio-política en latinoamérica mediante la creación tecnológica de nuevos sujetos adaptados a la continuidad de esa modificación económico-política en el largo tiempo.. Si queremos entender la estrategia a la cual recurre el poder establecido para alcanzar, más allá de la persuasión que la democracia simula, el dominio feroz sobre la voluntad de la gente, debemos previamente pensar los métodos a los que recurre para interiorizar su poder de muerte en la subjetividad de cada ciudadano. No porque imprima su marca directamente en cada cuerpo, como quien estampa un sello. Cuenta, para imponerse de manera duradera, con que cada uno realice una operación por medio de la cual él mismo se produzca como sujeto aterrorizado. Sólo así se volverá luego a tolerar el retorno a la “democracia”, que será

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entonces una democracia aterrorizada, como la que vivimos ahora. Es el terreno abonado de sumisión, estupidez y miedo en el que el neoliberalismo desarrolla su mercado. Definiendo con una ontología fantasmal su modo de existencia imaginario, contradice el modo de ser de todo lo existente: los desaparecidos “no tienen entidad, no están vivos, no están muertos: no están, no son”. Ni vivos ni muertos, sin entidad, es decir carentes de un algo que pudiera sostenerlos. Define un modo de ser absolutamente impensable: convierte al ser en una nada, le quita toda forma de existencia. No basta con haberles dado muerte: deben ser absolutamente aniquilados por el pensamiento. Pero también nos proponen algo que la razón no entiende. No están muertos significa: deben tener algún tipo de vida. Pero no están vivos: significa simultáneamente que la vida la han perdido. Si acepto entonces que están muertos, se nos dice que tampoco lo están, que en verdad no tienen ningún modo de ser: que aun muertos han dejado de ser como seres muertos. Tan suprimidos han sido que no han dejado rastros de ninguna existencia. Suspendidos en lo etéreo de una inanidad, el terror define algo impensable para el pensamiento, una oscilación continua entre la vida y la muerte, entre el ser y la nada, que se anulan en su alternancia. Y ese es el abismo que abre en cada uno que quiera pensarlo. Porque aun para pensar lo impensable de esta propuesta tengo previamente que realizar un acto que, desde el terror que me amenaza, actualice subjetivamente en mí mismo el lugar donde este imposible se corporice cuando intento pensar la palabra “desaparecido”: la desaparición absoluta, la más radical y completa que un conjunto de hombres haya alcanzado nunca, entra a formar parte, como posible, de mi propia existencia. Plantea un enigma que en su irracionalidad misma desbarata la coherencia del pensamiento. Porque la palabra “desaparecido” no puede ser ni leída ni escuchada sin que aparezca el necesario desafío a la imaginación humana de tener que poner en ese vacío un contenido. Poner algo en ese vacío: pensar un hombre que vivía, por lo menos. ¿Es posible decir esto? ¿Cómo se construye subjetivamente la escena imaginaria con la cual cada ciudadano tuvo que realizar la experiencia de pensar al desaparecido que el sistema le ofrece bajo esa palabra? Partiendo de ese nombre, si uno quiere habilitar su contenido, tiene que hacer la experiencia imaginaria de pensar desde el propio lleno, nuestra corporeidad viviente, a ese vacío que se hace presente en la palabra. Y habiéndolo llenado debo luego, en un movimiento inverso, vaciarlo. Llenarlo con mi propio ser para poder imaginarlo, y vaciarlo en mi propio

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ser para luego aniquilarlo. Que es lo mismo que decir: vaciarme a mí mismo en mí mismo: anonadarme. Sólo así puedo cumplir la exigencia solapada que el terror nos impone. Si no, ¿con qué puedo llenar esa forma vaciada que no tiene existencia? Cuando el muerto es alguien cuyo cuerpo vemos o sabemos que existe, la existencia del muerto es objetiva y externa. Tiene su propio modo de ser irreductible: tiene una existencia muerta, no se confunde con la nuestra. Podemos distanciarnos y pensar: él murió, yo quedo en vida. Tendré miedo, hasta mucho miedo, pero no terror invisible y desconocido. Del desaparecido no queda rastro, algo que lo sostenga sensiblemente presente en su haber sido, salvo nuestra propia vida que tenemos que prestarle para que exista como pensamiento. El desaparecido, viniendo desde la nada, tiene que aparecer como alguien, no como algo. Y como de él no hay nada subsistente , no hay nada en la realidad exterior que lo sostenga en el mundo, salvo el hecho de tener que llenar su ausencia con mi propio contenido. En la experiencia subjetiva del desaparecido el terror alcanza su inscripción más honda. La figura del desaparecido es la extensión aún más siniestra, en el aniquilamiento de personas ahora ni siquiera el cielo ni el más allá existen. Acusamos al desaparecido de ser él mismo la causa de su ausencia, y entonces decimos: “por algo habrá sido”. El “algo” como causa de su propia desaparición es un juicio racional segundo, una forma de absolvernos en el mismo momento en que ahora también lo acusamos y nos distanciamos de su destino. La gente se ve llevada, para salvarse del propio aniquilamiento sentido, a ponerse del lado del asesino. No hay asesinato sin causa debida: el poder no es injusto aunque aniquile, siempre que se trate de los otros. Y aceptamos entonces tanto dentro de nosotros mismos como afuera, en el mundo, la razón de los asesinos y sus juicios. Porque luego de esta experiencia imaginaria, para el común de la gente el desaparecido adquiere existencia, reconoce en su propia experiencia que el desaparecido en verdad ha sido asesinado. ¿No tuvimos, acaso, que hacerlo nosotros mismos? Sólo que a partir de aquí, para justificarlo, va siempre acompañada de un juicio. El “alguien” anónimo asesinado y borrado es suplantado por el “algo” del motivo. El destino del asesinado se comprende desde el juicio del asesino: su inexistencia se justifica como bien merecida. El juicio del poder que lo define como culpable, aunque no sepan qué hizo para merecerlo, se convierte en razón propia. Hizo “algo”. El ser se define por ese algo que yo no haré –se lo juro– nunca. El enigma del desaparecido queda develado para la buena gente.

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Pero ni siquiera es esto un hecho voluntario, que dependa de la intención de la gente. Es un hecho social compartido del cual sin embargo los que ahora ya saben hacen, hacia afuera, el ademán de excluirse. No se lavan las manos: se lavan el alma aniquilada por el miedo. Y por lo tanto se necesitaría una transformación social de la subjetividad para que ese sentido social apareciera. Tanto como fue necesaria una transformación social de la subjetividad para negarlo.

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Bibliografía

Alflen, Pablo et al, “Desaparición forzada de personas: Análisis comparado e internacional”, Bogota, Editorial Temis, 2009.

Benedetti, Mario, “ La vida ese paréntesis”,

Buenos Aires, Novena edición, Seix

Barral, 2006.

Izaguirre, Inés, “Los desaparecidos: La recuperación de una identidad expropiada”, Instituto de Investigaciones de la Facultad de Ciencias Sociales, Serie Cuadernos nº 9, 1992,: Buenos Aires, CEAL, 1994

Gatii, Gabriel, “Las narrativas del detenido-desaparecido (o de los problemas de la representación ante las catástrofes sociales)”, México, CONfines, 2006.

Maldonado, Julio César,



El delito de la desaparición forzada de personas como

mecanismo de protección de los derechos humanos” . Disponible en : http:// www.procuraduria.gov.co/portal/media/file/6(3).pdf

Real Academia Española, “Diccionario lengua española”, Madrid, Vigésimo tercera edición, Espasa Libros, 2014.

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