DERROTEROS DEL VIAJE EN LA CULTURA

June 8, 2017 | Autor: P. Ediciones | Categoría: Historia, Literatura, Literatura de viajes/Mujeres, Viajeros
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Descripción

Derroteros del viaje en la cultura: mito, historia y discurso

prohistoria ediciones

Sandra Fernández Patricio Geli Margarita Pierini editores

Universidad Nacional de Quilmes Universidad Nacional de Rosario

Universidad Nacional de Tres de Febrero

CONICET

Agencia Nacional de Promoción Científica, Tecnológica y de Innovación

Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo

Derroteros del viaje en la cultura: mito, historia y discurso

Sandra Fernández Patricio Geli Margarita Pierini

prohistoria ediciones

editores

Rosario, 2008

Fernández, Sandra Derroteros del viaje en la cultura : mito, historia y discurso / Sandra Fernández ; Patricio Andrés Geli ; Margarita Pierini ; compilado por Sandra Fernández ; Patricio Andrés Geli ; Margarita Pierini - 1a ed. Rosario : Prohistoria Ediciones, 2008. 366 p. ; 23x16 cm. (Actas; 6 dirigida por Elisa Caselli) ISBN 978-987-1304-16-5 1. Ensayo Argentino. I. Geli, Patricio Andrés II. Pierini, Margarita III. Fernandez, Sandra, comp. IV. Geli, Patricio Andrés, comp. V. Pierini, Margarita, comp. VI. Título CDD A864 Fecha de catalogación: 28/02/2008

colección actas – 6 ISSN 1668-5369 dirigida por Elisa Caselli Composición y diseño: Liliana Aguilar Edición: Prohistoria Ediciones Ilustración de Tapa: Mariana Nemitz Diseño de Tapa: Te pido perdón por el color de mi sangre TODOS LOS DERECHOS REGISTRADOS HECHO EL DEPÓSTIO QUE MARCA LA LEY 11723 © Sandra R. Fernández, Patricio Geli, Margarita Pierini – Tucumán 2253 (S2002JVA) – ROSARIO, Argentina

prohistoria ediciones

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, incluido su diseño tipográfico y de portada, en cualquier formato y por cualquier medio, mecánico o electrónico, sin expresa autorización del editor. Este libro se terminó de imprimir en los talleres de Cromográfica, Rosario, en el mes de abril de 2008. Se tiraron 500 ejemplares. Impreso en la Argentina ISBN 978-987-1304-16-5

Índice

INTRODUCCIÓN .................................................................................................. 13 Sandra Fernández, Patricio Geli y Margarita Pierini PRIMERA PARTE: Pensar el viaje ........................................................................ 19 Sobre fuentes históricas y relatos de viaje ........................................................ 21 Alejandro De Oto y Jimena Rodríguez La literatura de viajes en perspectiva, una comprensión del mundo ............... 33 Sandra Fernández y Fernando Navarro Los relatos de viajes como intertextos. Aportes de una escritura con códigos inéditos a la formación de la novela moderna y al discurso postmoderno de la disolución del sujeto ................................................................................. 47 Sofía M. Carrizo Rueda Los volúmenes del tránsito. Antiguos y modernos en el camino del pensar ................................................. 61 Carina Mengo Las máscaras del movimiento (Hacia una moral del viaje o itinerarios por la inmensidad íntima) ............... 73 Christian Kupchik SEGUNDA PARTE: La tradición clásica en la literatura de viajes ..................... 81 El pensamiento utópico y la metáfora de viaje en la literatura griega clásica .................................................................................................... 83 A. M. González de Tobia Caminos peligrosos. El didactismo del episodio de Dédalo e Ícaro ................ 97 Gustavo Daujotas El viaje a Beocia que Calímaco soñó: el poeta y las Musas en el monte Helicón. Comentario sobre el fr. 2 de los Aitia ........................... 111 Daniela Antúnez

El crucero del amor: pasión, viaje y escritura en la didáctica erótica de Ovidio ............................................................................................ 119 Alicia Schniebs Los caminos del desierto: extranjería y anakhôresis en el monaquismo antiguo ............................................................................. 131 Flavia Dezzutto TERCERA PARTE: El relato y la fuente: su encrucijada en la historia ............. 151 Viajes occidentales. Crítica ilustrada y literatura oriental en Francia, Inglaterra y España (1721-1789) ............................................... 153 Rogelio C. Paredes Imágenes de una frontera en el corazón de la América del Sur. De las Partidas Demarcadoras hispanoportuguesas a las vísperas de la Guerra del Paraguay ...................................................... 165 Nidia R. Areces Viajeros afincados. Tadeo Haenke y Pedro Cerviño en los primeros periódicos rioplatenses ......................................................... 183 Nancy Calvo y Rodolfo Pastore América a través de sus viajes. El expansionismo como empresa de civilización. Los relatos de viajeros en el siglo XIX .................................. 195 Andrea Reguera Razones para un exilio. Los viajes de Fray Boisdron, un camino interior ........................................... 205 Cynthia Folquer La roja Moscú desde la negra Roma: un fascista en el país de los soviets ................................................................. 221 Patricio Geli La experiencia y la búsqueda: Benjamin en Moscú ....................................... 235 Rut Pellerano CUARTA PARTE: Itinerarios y representaciones ................................................ 247 Mirando otros mundos para comprender el propio. Una lectura filosófica de las Cartas Marruecas .............................................. 249 Amanda Susana Mabellini

El juego entre El gaucho Martín Fierro y La vuelta de Martín Fierro de José Hernández: deixis y adversación en función de una frontera ........... 261 Laura Lifschitz Un viajero del siglo XIX: Ignacio Manuel Altamirano. Las crónicas de ferrocarriles .......................................................................... 269 Edith Negrín Miguel Cané y Paul Groussac tras las huellas de los viajes de Sarmiento ............................................................................... 281 Paula Bruno Un mago inglés de paso por el México porfirista .......................................... 291 José Ricardo Chaves Los imprevistos caminos que la literatura le abre al campo: viaje y extravío en el novecientos ................................................................... 297 Laura Cilento Viajeros europeos en el Buenos Aires del Centenario .................................... 307 Margarita Pierini Desde los balcones. La crónica de Amado Nervo en Madrid ........................ 319 Yólotl Cruz Mendoza “Bella sin estética”: Amado Nervo frente a los Estados Unidos .................. 327 Eliff Lara Astorga El periplo de una viajera incómoda: 1937. Memorias de España de Elena Garro .................................................. 337 Margarita León Vega Un viaje por las tinieblas. De Joseph Conrad a Francis Ford Coppola .................................................................................. 351 Lilian Diodati

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ucio Mansilla decía en su Excursión a los indios ranqueles que “viajando sucede lo mismo que leyendo”. Buena comparación a la hora de inaugurar un texto que tiene como leit motiv el viaje, los viajeros y la obra del viaje. De alguna manera este libro es un viaje, viaje que al fin tuvo varias etapas. Quizás trayectos encontrados para fortalecer el encuentro, la escritura y la lectura. El encuentro propuesto desde un par de jornadas académicas que abrieron la puerta a la sistematización de la reunión de colegas de distintas disciplinas con un norte común corporizado en la literatura que rodea al itinerario del viaje y los viajeros. La escritura materializada en los trabajos de esos mismos colegas en busca de interlocutores, igualmente cautivados por el mismo objeto. La lectura compuesta como un ancho mapa de artículos que abiertos sobre las páginas se transforma paradójicamente en un nuevo viaje. El viaje conocido de todos los lectores cuando enfrentan el libro, cuando abordan las palabras, cuando atacan el texto para discernir, olvidar o glosar las voces de otros. La reunión y la escritura se encontraron dos veces, en sendos encuentros titulados “Las metáforas del viaje y sus imágenes. La Literatura de Viajeros como Problema”. La segunda reunión tuvo como objetivo principal consolidar un espacio académico inaugurado en el año 2002. En agosto de ese año, y a pesar de las dificultades de la coyuntura que nos tocaba atravesar, fue posible organizar el Primer Encuentro sobre el tema. El Grupo de Investigación sobre la problemática del Viaje y los Viajeros, conjuntamente con las Escuelas de Historia y Filosofía de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario llevaron adelante la reunión. Los resultados fueron tan positivos que en poco menos de tres años pudo volver a realizarse el encuentro. En esa oportunidad el evento coordinado nuevamente por el grupo de investigación rosarino y por la Escuela de Historia de la citada universidad contó con la inapreciable colaboración de colegas de las universidades nacionales de Quilmes y Tres de Febrero respectivamente. La organización conjunta por parte de las tres universidades no sólo permitió que en mayo de 2005 se pudiera realizar este encuentro internacional sino que finalmente ha hecho posible que parte de la producción volcada en sus mesas, simposios y talleres pueda ver la luz hoy como libro. La excusa de tales encuentros fue el viaje; la provocación fue puesta en juego por los organizadores pero fue respondida por los numerosos participantes de nuestro país y del extranjero que desde distintas disciplinas, desde diferentes aproximaciones encontraron en la literatura de viajes un área fértil de diálogos interdisciplinarios. Como el viaje mismo, o mejor aún como la narración del viaje, el encuentro significó una experiencia que implicó un desplazamiento desde un espacio conocido hacia un

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espacio ajeno –de los otros–; el resultado de este camino emprendido es este libro, que refleja la transposición de una escritura que articula el relato de esa experiencia con la obra de los colegas convocados en este texto. Los objetivos de esa propuesta original fueron el estímulo de esta publicación. Así el reforzamiento de los vínculos de investigación y discusión en torno a las preguntas derivadas de los diferentes marcos conceptuales que sostienen la escritura individual y colectiva sobre el viaje, así como la construcción de un espacio que posibilitara la difusión de las producciones teóricas vinculadas al tema, pasando por la ampliación de las perspectivas teóricas de análisis y abordaje interdisciplinar de este objeto de estudio, se constituyeron como una de las aspiraciones centrales de esta compilación.

II “Se narra un crimen o se narra un viaje. ¿Qué otra cosa se puede narrar?” “El relato de viaje –sostienen Sandra Fernández y Fernando Navarro glosando la afortunada cita de Piglia– es el relato por antonomasia, y por lo tanto el viajero, el arquetipo del narrador”. Un recorrido por los trabajos que integran este volumen confirma esta perspectiva. Espacio y tiempo, trayecto y discurso, identidad y alteridad, son algunos de los hilos de la trama que entretejen estos textos que pueden abordarse y recorrerse desde diferentes enfoques disciplinares pero cuya lectura, en el diálogo entre las distintas voces, nos lleva a la percepción de la unidad que subyace a las variantes. Así, los trabajos teóricos que abren el volumen, a la vez que revisan la bibliografía más reciente, ofrecen un campo conceptual que otorga nuevas dimensiones y enriquece con nuevos enfoques los estudios puntuales que se presentan a continuación sobre los viajes clásicos, los itinerarios de la Ilustración, los constructores de nacionalidades del XIX o los testigos de las revoluciones del siglo XX. Siguiendo a Ana M. Tobia, en el principio está la Odisea: paradigma del viaje, paradigma del discurso narrativo, cabal metáfora de la trayectoria existencial de los seres humanos. Desde ese periplo convertido en mito fundador hasta el viaje a las tinieblas conradianas, a las que Coppola da una nueva y definitiva vuelta de tuerca hacia el horror (Diodati), nuestros viajeros atraviesan treinta siglos, en los cuales pueden modificarse los objetivos del traslado, los medios de transporte, la percepción del mundo recorrido, la retórica de la narración. Pero permanecen como tópicos constitutivos “el camino a recorrer, las metamorfosis ineludibles, los riesgos del desconocimiento, la necesidad de cartografiar el territorio avizorado y el límite exacto que demarca lo propio respecto de lo abismal”

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(Mengo). Especialmente, para el lector de hoy, interesa un elemento que marca con un signo u otro la condición del viajero: la tensión entre la conciencia del Yo y el enfrentamiento con la alteridad. De ese enfrentamiento, como ha señalado Todorov en un texto clásico, se desprenden objetivos y conductas, que los estudios aquí presentados exponen en diversas circunstancias: el viaje como dominación, el viaje en aras de la curiosidad científica y afán “civilizador”, el viaje que analiza y enjuicia –ya sea desde la ironía ilustrada, ya sea desde la pregunta contemporánea por la ética del viajeroturista. Si el viaje por el espacio exterior es un cronotopo privilegiado, como atestigua la literatura del género, que se revela casi infinita –parafreasando a Piglia podría decirse que el viaje y la batalla son los temas que condensan toda la literatura occidental, desde sus orígenes clásicos, la Iliada y la Odisea– el viaje interior es también un motivo recurrente en esta literatura. La ascesis monacal como camino de purificación, en la Edad Media (Dezzutto) tiene su correlato en los textos de viajeros más cercanos a nuestro tiempo, donde el Yo entabla un diálogo entre la realidad exterior vivida en periodos especialmente cruciales de la historia del siglo XX y la pregunta por su seren-el mundo. Frente al escepticismo que resuena en la afirmación de un clásico –“Cambian los cielos, pero no las almas de los que surcan los mares”– los testimonios que se adentran en la autobiografía (Folquer, León) revelan la función transformadora que tiene todo camino para quien lo recorre con los ojos y los oídos abiertos. Ya se trate de los viajeros europeos que recorren el mundo conocido a lo largo de cinco siglos, los viajeros americanos que trasponen fronteras –las de su propio territorio para asomarse al “desierto”, como Martín Fierro, o al campo atravesado por nuevos caminos y extravíos– cuando no se trata del Viaje Mayor, el que inviste al viajero como hombre civilizado: el más allá siempre habrá de asumir el carácter de lo exótico, en su sentido etimológico, ya se trate del Madrid de Alfonso XIII, el Buenos Aires del Centenario, el México porfiriano o los Estados Unidos que irrumpen en la modernidad. “Navegar es necesario, vivir no es necesario”. Frente al paradigma del hombre sabio –que para Catón se encarna en el campesino arraigado en su terruño (Schniebs)– el aforismo clásico habla por quienes encarnan el otro paradigma. En torno a ellos y a sus discursos caben nuevos viajes, nuevos trayectos. Este volumen propone recorrer algunos de ellos.

III Si el armado de toda compilación supone indefectiblemente el ejercicio de un principio de arbitrariedad a la hora de establecer un cierto orden en el interior de un conjunto de textos dispares, la disposición de artículos aquí ofrecida, aun cuando asume la fragilidad propia de una tentativa de organización, no deja de ofrecer sesgos que po-

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drían ser cuestionables. Pero es justamente esta índole provisoria controvertible la que constituye el revés de un problema, dado que cualquier intento de poner orden conlleva la necesidad de encontrar, si no criterios analíticos comunes, al menos un espectro de ideas consensuado entre las diferentes disciplinas interesadas en el campo del viaje y los viajeros. En continuidad con los congresos realizados que han procurado una reflexión plural sobre la materia, este libro se propone aportar a ese diálogo interdisciplinario, sugiriendo, entre otras cosas, diversas vías de aproximación capaces de problematizar el objeto en cuestión, la existencia de subgéneros en el relato de viajes que poseen sus propias reglas de estructuración y aperturas temáticas a profundizar. Los primeros intercambios en este espacio que se va paulatinamente configurando nos invitan a repensar y enriquecer los enfoques tradicionales. En ese sentido, nuevos desplazamientos son advertibles en la materia. La reducción de la obra de los viajeros a la mera condición de fuente, la perspectiva estrictamente etnográfica y el confinamiento de la dimensión ficcional a un status de autonomía absoluta han ido dejando paso a nuevas producciones que se han hecho eco del impacto del giro lingüístico, la irrupción de los estudios culturales, los aportes de la renovada historia intelectual, las nuevas orientaciones de la crítica literaria y la inclusión del enfoque de la antropología simbólica. No se trata sólo de la convergencia de diversas disciplinas en un área compartida de interés, sino también de una tendencia a entrecruzar en el interior de los mismos textos abordajes y nociones provenientes de diferentes territorios del saber. De este modo, hoy en día asistimos a una progresiva erosión de las apropiaciones parcelarias en pos de aproximaciones que, sin dejar de ponderar una óptica portadora de las peculiaridades de cada disciplina, resultan permeables a las exploraciones emprendidas por las demás. En tanto experiencia in fieri, los instrumentos analíticos se van construyendo al tiempo que se va delineando el objeto de estudio, de allí que todavía no haya terminado de constituirse un “léxico” común que permitiría ganar en precisión conceptual y tornar todavía más productivo el intercambio. Finalmente dos últimas observaciones generales merecerían ser apuntadas. En primer lugar, tal como se prefigura en ciertas líneas de indagación presentes en varias de las contribuciones promovidas por esta compilación, los artículos aquí reunidos hacen un elogio de la complejidad al recuperar desde una perspectiva renovada un conjunto de obras –varias incluso bien conocidas– que muchas veces fueron relegadas al desván de lo meramente anecdótico. Si en cierta manera conocer es comparar, en el caso de los viajeros esa comparación suele derivar en una traducción que se realiza, ya sea al descodificarse una cultura extraña en términos de la propia, o bien, al descifrarse los estados del yo profundo a través de un abordaje impresionista del paisaje natural o social. Leemos, entonces, lecturas, es decir interpretaciones, inevitablemente mediadas por estrategias discursivas que siempre conllevan un eco autorreferencial. Por consiguiente, como advierte LaCapra, para evitar incurrir en tesituras ingenuas es necesario distinguir entre los aspectos documentarios y el “ser-

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obra” de los textos. Para decirlo con engañosa simplicidad: lo documentario nos remite a dimensiones fácticas o literales que refieren a la realidad empírica y transmiten información sobre ella, mientras que el “ser obra” alude a una transformación crítica del texto que desconstruye y reconstruye lo dado. Obviamente ambos términos guardan una relación de tensión. La excesiva ponderación del primero en detrimento del segundo es un desequilibrio que las nuevas investigaciones se proponen reparar. En segundo lugar, y en conexión con lo dicho anteriormente, no habría que soslayar que frecuentemente el relato de viajes es un acto de memoria donde el narrador suele adoptar la forma de testigo para validar su relato. La memoria supone operaciones de inclusión y exclusión pero también la articulación de procesos autobiográficos y sociales poblados por sentidos. Los recuerdos personales, entonces, sumidos en narraciones colectivas habitualmente normalizadas y fortalecidas por rituales, cobran opacidad al metamorfosearse en representaciones que deben ser develadas por vía interpretativa. “Como todos los grandes viajeros, –decía Disraeli– yo he visto más cosas de las que recuerdo y recuerdo más cosas de las que he visto”. Este libro intenta, en definitiva, adentrarse en los mundos que los viajeros han avistado pero, más aún, en aquellos que han imaginado. Sandra Fernández - Patricio Geli - Margarita Pierini

Pensar el viaje

Sobre fuentes históricas y relatos de viaje ALEJANDRO DE OTO JIMENA RODRÍGUEZ I

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a pregunta inicial sobre el estatuto de la literatura de viajes como fuente histórica debe volver las cosas a un lugar diferente del que partieron. Es decir, debe volver las cosas diferentes en el orden de la fuente histórica y no tanto en la literatura de viajes en sí. Con esto queremos decir que una fuente histórica se vuelve pensable cuando es capaz de constituirse en documento, por un lado en la dimensión morfológica de los mismos –en la huella que ellos producen en el espacio de la cultura de una época– y por otro en la práctica que lo acuña como actividad intelectual y social. Entonces, lo que importa es el estatuto de la práctica que produce el relato de viajes,1 y cuál es el uso del mismo cuando se lo considera como fuente histórica. El relato de viajes moderno es una forma textual comúnmente aceptada como historiográfica, es decir, es una forma que presenta narrativamente sucesos o eventos, y que por su carácter empírico se la considera una narratio vera (Ette, 2001: 32). Esto se apoya en la figura del viajero, sujeto fuertemente centrado, que pone en movimiento lo pre-sabido, sus interpretaciones y sus sistemas semánticos para la presentación e interpretación del mundo que describe en su relato. En este sentido, al esbozar una definición genérica, una de las características del relato de viajes es el uso de la primera persona, es decir, la identificación del autor del viaje, el viajero, con el narrador del relato, y éste con el autor del texto. El viajero se presenta como narrador, personaje y autor, y esta característica es clave para la pregunta sobre cómo se da la aprehensión de lo real en términos historiográficos en el relato de viajes, y es clave porque el texto se compone con una retórica de testigo presencial: digo porque vi, vi porque ahí estuve, y porque estuve ahí soy la voz auto1

Usamos la noción de relato de viajes –frente a la de escritura de viaje o literatura de viaje– porque nos parece que resulta más adecuada con relación al concepto de fuente histórica. En primer lugar, porque parece sostener mejor cierta materialidad de la fuente, es decir, como material de investigación (aunque somos conscientes de que esto implica una suspensión de otras significaciones sobre el relato) y porque parece también sostener mejor la posibilidad de imaginar que un relato es una fuente histórica que se vuelve pensable como tal cuando puede constituirse en los rastros de los documentos que parece atesorar. Uno de esos rastros es la figura del viajero, ya que ella permite delimitar todo lo que entra en el campo de la mirada y que se traduce en el texto.

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rizada para hacerlo. Es el caso, por ejemplo, de los expedicionarios al Nuevo Mundo en el siglo XVI, cuya conciencia del “estuve ahí y doy cuenta de ese mundo” es constitutiva de sus textos, y tan es así, que es uno de los elementos que permitieron leer las crónicas del descubrimiento y conquista como relatos de viajes. Da cuenta de ello la antología que realizó el geógrafo italiano Giovanni Battista Ramusio hacia mediados del siglo XVI (1556), titulada: “Delle Navigazioni e Viaggi al Mondo Novo”.2 Este libro incluye todo un conjunto nutrido y diverso de textos referentes al descubrimiento y la conquista de América, presentándolos, por primera vez en la historia, como relatos de viajes en una época en la que el género no había llegado aún a su plena definición. Esto es posible porque, aunque las crónicas de la conquista no fueron concebidas como relatos de viajes, son textos que reconstruyen un itinerario y narran una experiencia que implica un desplazamiento geográfico (espacial-temporal) para dar cuenta de geografías, naturaleza, gente y costumbres ajenas para la sociedad receptora del texto. Ahora, si bien en el relato de viajes se construye y presenta una realidad, no se puede afirmar que se presente y describa tal cual el viajero la vio; de hecho, no se puede afirmar que el viajero hable sólo de lo que ha visto, ya que los relatos de viajes compendian diversidad de temas y, muchas veces, esa realidad desconocida es sólo un motivo para hablar de lo consabido. Esta es otra de las características del género, que siempre tiene dos vertientes: una producida por la observación –la empírica– y otra recibida de la tradición –lo “ya sabido” o lo supuesto. Estas dos vertientes son clave a la hora de pensar en la formas de aprehensión de lo real en el relato de viajes y su uso como fuente histórica. La vertiente empírica se compone de una retórica de testigo presencial, de esta forma, aunque todo relato de viajes gire en torno a las descripciones y conceptuaciones de las regiones que el viajero visita –regiones transitadas y transcriptas, traducidas al relato, traducidas en el texto al lenguaje de lo propio– “el protagonista es el viajero”3 (Gotta y Dávilo, 2000: 13), ya que se presenta como un testigo y observador privilegiado. El testigo observador es el que legitima la realidad presentada en el texto y para ello se narra la experiencia del viaje, se reconstruye un itinerario y se hace la crónica cotidiana de sucesos y escenarios para dar a entender la experiencia del viaje en su totalidad y, al mismo tiempo, esta crónica de sucesos valida la información que pre2

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Una edición de este texto se encuentra en formato electrónico gracias a la asociación cultural Liber Liber que publica y difunde obras literarias. Un estudio reciente sobre la antología de Ramusio es el de Blanca López de Mariscal (2004), que considera la reagrupación que hace la antología y la resignificación que les confiere a los textos bajo la categoría de navigazioni e viaggi. Susan Stewart en Crimes of Writing. Problems in the Containment of Representation señala que: “…el viaje como la transversal de un espacio, evoca nociones impulsadas por el deseo y el movimiento de un cuerpo a través de un paisaje que es convocado para significar” (1991: 175). El cuerpo y la escritura en el relato de viaje no son dos dimensiones que se disocien. El cuerpo evoca el yo del narrador y la escritura es la certidumbre de su existencia por sobre lo que es convocado para significar. Con respecto al viajero como protagonista véase también De Oto (1996).

Sobre fuentes históricas y relatos de viaje

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senta el texto gracias a que la experiencia es percibida como una forma de conocimiento confiable. Por ello, en el relato de viajes, el narrador se presenta como el que ha sufrido fatigas y peligros y como aquel que tiene información de primera mano. Así autoriza su palabra y ello implica una dimensión meta-textual de la escritura, ya que para legitimar el relato se explican las condiciones de su producción textual: el texto narra las dificultades y los sufrimientos del viaje para dar cuenta de la veracidad de la información que se presenta. Ahora bien, si una de las vertientes del relato de viajes es la empírica, producto de un conjunto de saberes derivados de la observación; la otra vertiente es la recibida de la tradición, producto de todo el conjunto de saberes y prácticas sociales recibidos de la herencia en la que se inserta cada relato de viajes. Esta vertiente afirma y se afirma en la matriz cultural que se configura en el ojo del viajero y en el peso de la tradición. Ésta se dispone en el relato de viajes en el orden de lo ya sabido, de lo ya dicho, pero también en el orden de lo que va a ser dicho. Es decir, es la vertiente que proporciona las relaciones que se van a dar dentro del texto. Así, si por un lado el viajero es un sujeto de la experiencia sensible, también es un sujeto de la lectura. En otras palabras, la tradición es, en un sentido amplio, un conjunto de saberes trasmitidos por diversos medios que cruza y conforma el imaginario del viajero. Ese imaginario puede ser pensado como un conjunto de lecturas de cualquier tipo o naturaleza que el viajero haya realizado –se entiende “lectura” no en el sentido restringido de descodificar signos gráficos sobre la página, sino como una forma de ver, aprehender e interpretar el mundo. En otras palabras, la vertiente tradicional presente en todo relato de viajes es la que da cuenta de las relaciones discursivas que componen la matriz o cuadrícula desde donde el viajero ve el mundo por el que transita y es, a la vez, la que le confiere un conjunto de certezas para explicarlo y evaluarlo. Dichas relaciones discursivas se conforman, al menos en la modernidad, en lo que Edward Said llamó “estructura de actitudes y referencia”. Con estas palabras Said implicaba el carácter sistemático de la cultura imperial que se desarrolló desde la segunda mitad del siglo XIX con Inglaterra y Francia y luego con Estados Unidos (1996: 27). La noción se vuelve útil para pensar el modo en que la tradición se convierte en un marco sistematizado de discursos y opciones culturales, que están dispuestas tanto a la hora de evocar el territorio recorrido para producir equivalentes culturales pensables para la audiencia del texto como a la hora de disponer a dichos territorios en el contexto de una episteme que le es anterior y exterior. En casi todo relato de viajes hay una oscilación entre un sujeto de la experiencia que se enfrenta a “lo real” y un sujeto de la lectura que se enfrenta a un espacio presupuesto o pre-sabido. Esa oscilación abre un intersticio en el relato de viajes: entre “lo que se ve” y lo que “se presupone” hay muchas veces una zona “no dicha” que necesita de un esfuerzo de la palabra; ya que “lo que se ve” durante el viaje no encuentra en la tradición, en el conjunto de herramientas que proporciona la tradición, su lugar. En tal caso, es allí donde se asiste a un desplazamiento de fronteras de cono-

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cimiento o una ruptura de límites. En el relato de viajes, el viajero describe lugares, gente y costumbres y, aunque el universo con el que se entra en contacto es caracterizado y evaluado con sus parámetros, siempre se puede leer una dialéctica, un movimiento pendular entre lo desconocido y lo conocido que muestra un grado de apertura en el horizonte de posibilidades. Al respecto resulta útil referir el relato del viaje de exploración de Richard Francis Burton en el libro Primeros pasos en el Este de África. Burton escribe desde la “estructura de actitudes y referencias” que constituyen el suelo positivo desde el cual se articula su mirada sobre el este africano y el mundo musulmán, es decir, desde el conocimiento producido en el contexto de la expansión imperial británica. Sin embargo, el texto está en permanente tensión entre el “hogar” de esa estructura de actitudes y referencia –mayoritariamente definido en términos de colonialismo, de la supuesta superioridad cultural y militar británica que hace que se representen los espacios a recorrer en el viaje de exploración como espacios dispuestos al ojo de Burton– y lo que podríamos llamar un referente minoritario en el texto, articulado también por una noción de hogar que ya no se dispone en las tramas del discurso colonial sino que se desplaza hacia el espacio cultural del este de África en la segunda mitad del siglo XIX. Burton explícitamente anuncia en un pasaje que se siente en casa cuando escucha el canto del muecín en el atardecer, la hora de la oración: “Los familiares ecos del Islam surgieron de nuevo en mi recuerdo. Una vez más el melodioso canto del muecín –ninguna campana vespertina puede comparársele en solemnidad y belleza y, en la cercana mezquita, las llamadas a la oración […]. El cañón de los campamentos militares […] lanzó su toque de queda a las siete de la tarde… [T]ras espiar la escena a través de la ventana abierta me sumí en un profundo sueño, sintiéndome como en casa una vez más”.4 De este tipo de situaciones se puede suponer que se trata de fenómenos no centrales en cuanto a la dirección que los relatos asumen, pero también es cierto que más allá de las consideraciones sobre el peso relativo que tengan en el discurso que delimita al relato, son un aviso de que el conocimiento que los relatos despliegan está en tensión en la figura doble del viajero como escritor y como sujeto de la lectura. Porque si bien Adén, la ciudad a la que Burton alude, es inscripta en el relato en concordancia con la “estructura de actitudes y referencias” mencionada, también es cierto que una dimensión de la experiencia sensible abre un espacio insospechado de constitución del relato y de sus fundamentos.

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BURTON, R. F. Primeros pasos en el Este de África, introducción de Alberto Cardín, traducción de Marta Pérez, Editorial Lerna, Barcelona, 1987, p. 52.

Sobre fuentes históricas y relatos de viaje

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Para decirlo de otro modo, la geopolítica del texto de Burton no parece sostenerse todo el tiempo en una situación central. Un hiato se abre, el cual, si lo miramos con cuidado, es el que permite producir una política de lectura desde la historiografía que discuta no sólo el problema empírico –si los datos son relevantes, si confirman alguna hipótesis producida con otros materiales– o el problema del discurso cultural y político mayoritario en el texto –como lo hacen muchos trabajos sobre el discurso colonial, por ejemplo– sino que también muestre el momento en el que esos relatos se convierten en testimonio de una tensión histórica no resuelta que no debería cerrarse en la fuente sino precisamente avanzar sobre el espacio escriturario de la historiografía y, claro está, en un debate sobre los fundamentos de nuestra organización de los materiales y de nuestras preguntas político-teóricas, en tanto también sujetos de la lectura. Hay muchos ejemplos posibles de esta tensión en el relato de viajes, pero se podría agregar que la experiencia de lugares extraños y diferentes culturas genera en el viajero mucha información y estímulos que se proyectan en la descripción de nuevas opciones. De ello hablan no sólo las “suposiciones” que todo relato de viajes presenta, sino también las explicaciones de lo maravilloso y las alternativas inesperadas. La exposición y divulgación de nuevos conocimientos es el resultado de una ruptura de límites aceptados como inamovibles y, también, es el resultado de la ampliación de información que en el imaginario produce el viaje. Los casos abundan pero es posible que los viajes americanos y africanos5 de muchos europeos también hayan aportado –además de contribuir a la formación de una profunda red discursiva sobre la otredad cultural– una inestabilidad a las asunciones corrientes del imaginario de sus sociedades de origen y de los saberes que fungieron el papel de organizar las lecturas disponibles en términos de tradición.

II En este contexto, es necesario señalar algunos problemas. Uno de ellos tiene que ver con el estatuto que se le asigna al viajero. En cierto sentido el “viajero” es un indicador teórico desde el cual se pueden rastrear los distintos modos de constitución de la fuente. Si tomamos el ejemplo de una utilización del relato de viajes como indicación

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No se trata sólo de viajeros europeos. Habría que agregar a este mismo proceso a los viajeros exploradores de los estados nacionales en sus propios territorios y a los viajeros latinoamericanos que hicieron viajes a África o Asia y que describieron el mundo desde el mismo complejo de actitudes y referencia de los europeos que les eran contemporáneos. Tal vez, el caso emblemático sea el de Domingo Faustino Sarmiento o el de Francisco Pascasio Moreno a la Patagonia, claro que en la clave del colonialismo interno. Con esta perspectiva ver Jimena Rodríguez (2002); Beatriz Colombi (2004), en particular el capítulo número 1: “Las escenas norteamericanas (entre otras escenas)” y el apartado “Sarmiento, Martí y la polémica por el relato”, (2004: 32-51); Hernán Taboada (1998: 285-306).

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concreta de una realidad pasada (un uso extremadamente extendido aunque no de manera explícita en numerosos trabajos contemporáneos), en el sentido señalado en la primera vertiente, es muy probable que la fuente que se constituye ya esté definida de entrada: el relato de viajes es testimonio de una realidad pasada dispuesta para el ojo del viajero. La operación es simple pero los resultados complejos. A la par que se atenúan los riesgos de que lo real pasado sea representado en el texto como verdad hasta un grado imperceptible, se habilita un procedimiento que homologa casi sin transición la dimensión escrituraria del relato, en tanto verdad, con la dimensión política y cultural de la escritura de la historia. Digamos que para un caso de esta naturaleza se refuerzan a sí mismas las dos puntas de la escritura de la historia: el relato de viajes devenido en fuente, con la escritura de la historia que utiliza ese relato de viajes como fuente. Lo que esto asegura es que no se traslada al espacio escriturario presente una cuestión epistemológica sobre su estatuto, sino que se la define y concibe depositada en el relato y en la centralidad del viajero con su ojo observador. No se discute epistemología alguna en tanto ya está afirmada en el relato de viajes. De otra manera, la operación historiográfica clausura cualquier significación discordante al proponer que la estabilidad de la fuente en lo que hace a las verdades contenidas en ella no es el resultado de una operación propia sino una condición externa a ella situada en el pasado –ya sea en el momento de la notación en pleno viaje, ya sea en el momento de la integración de recuerdos y notas por parte del viajero. La noción de clausura, no es más ni menos que una cesura de la significación de manera tal que ella no se disperse. La clausura opera tanto en la figura del viajero como testigo clave, como en la operación historiográfica que convierte al relato de viaje en fuente que contiene su propia justificación.6 Ahora bien, el problema no es que exista tal clausura, el problema es analizar los modos en que ella se produce, ya que el desafío es dar cuenta de cuáles son las clausuras que están en juego. En este sentido, se puede iniciar el análisis desde un punto de vista que describa y explique cuáles pueden ser las clausuras en determinada escuela historiográfica o, desde el punto de vista más técnico, de la investigación concreta y sus materiales. Esta diferencia es importante porque con frecuencia podemos conservar el marco general que define un campo intelectual, el de una escuela historiográfica, 6

Nos referimos a un procedimiento que se ve con frecuencia aunque se admite menos en la historiografía. A saber, al hecho de creer que porque hay un relato de un testigo, entonces la verdad (vía el procedimiento empírico que la avala) está más cerca. En general, el problema está vinculado a las nociones de fuente histórica que se usan, por ejemplo, a una noción de fuente histórica como documento o como resto del pasado. Nosotros tratamos de pensar a la fuente histórica como un lugar marcado por la historicidad y también por la operación intelectual presente que la vuelve fuente. No somos novedosos en esto pero vale la pena recordarlo. Es el pasaje de la fuente como algo dado a la fuente como algo construido que se puede leer tanto en el Foucault de La arqueología del saber como en Historia y Psicoanálisis de Michel De Certeau. En ese sentido, entonces, las vertientes que presentamos en el texto principal deben ser tomadas como grandes indicadores y no como espacios que resuelven todas las prácticas de la historiografía a la hora de concebir el relato de viaje como fuente histórica.

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pero con frecuencia también nos enfrentamos a problemas concretos con los materiales de investigación que poco responden a esta filiación general. Un ejemplo que ilustra esto se puede leer en Orientalismo de Edward Said con respecto a los relatos de viaje de Richard Francis Burton y su figura histórica y literaria. Said entiende que en Burton hay prácticas y textos que son discordantes con el discurso y las prácticas del orientalismo pero no puede resolver esa diferencia en términos teóricos o políticos, entonces la subsume en una cuestión de peculiaridad personal de Burton, a saber, él era más abierto, más comprensivo, etc. (1990: 238-239). En ese sentido se ha producido una clausura de la significación en cualquier otro orden que no sea el de las peculiaridades de una persona. Pues bien, las lecturas literarias, historiográficas, nuestras lecturas, no hacen sino procedimientos muy parecidos. Lo que creemos que está en juego en la reflexión sobre los modos de constitución de la clausura es, precisamente, una política o teoría.

III Ahora bien, considerando nuevamente el tema de las vertientes se puede decir que ambas parecen acuñarse en dos tiempos distintos y aludir a dos universos discursivos que no necesariamente coinciden en la figura del viajero y en la consideración del relato de viajes como fuente histórica. Coinciden en el momento en que se despliega sobre ellos el ojo historiográfico. El tiempo de la vertiente empírica alude entonces a la inmediatez con la que el viajero se presenta en el relato, como el viajero real de la historia y como el personaje central de la misma, pero elude las mediaciones en juego entre el ojo inmediato y la realidad relatada. Por otra parte, esta vertiente por lo general no hace explícitos los tiempos concretos de la escritura, es decir, si se escribió durante el viaje o después de él. La diferencia está en la base de todas las discusiones de algunas corrientes, por ejemplo, de la etnografía contemporánea.7 La escritura durante el viaje es una escritura asediada y al asedio. Es una escritura asediada en tanto ella deviene posible en relación con una audiencia que oficia de espacio cultural legitimado para su ocurrencia que limita la representación.8 Se podría también decir que la nota tomada en el viaje, el libro de bitácora, el cuaderno resultan escritos asediados por el contexto cultural en el que físicamente se produce la notación porque siempre se instituyen como diferencia con lo que es descrito. El referente es exterior de manera radical a la escritura. No se trata de dar cuenta del lugar desde 7 8

Un buen ejemplo de este debate se puede leer en Clifford y Marcus (1986). Para un argumento similar ver de Sofía Carrizo Rueda (1997: 1-15). Según esta autora los rasgos que definen al relato de viajes son la actividad descriptiva del relato y las referencias a las inquietudes propias de la sociedad receptora del mismo. Ver en especial el capítulo: “Cuestiones teóricas: la definición del género”.

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parámetros que el lugar concibe como propios sino de anotarlo desde su extrañeza. Esto funciona tanto para el viajero del siglo XIX en alguna región no europea del mundo como para el relato del viaje urbano actual. Siempre hay una interioridad del relato que se diferencia de la exterioridad del referente. En ese sentido se puede pensar entonces que la escritura es fundamentalmente asediada por una audiencia que se presupone constituida y estable. Digamos que el asedio es producido por una visión sobre integrada de la audiencia que en el caso de los viajeros es la sociedad de origen de su tiempo (con todas las caracterizaciones necesarias que esta noción implica, sean sociedades científicas o público de un sector social específico que lee sus relatos, etc.) y en el nuestro, específicamente, el de la historiografía. No obstante estas figuras del asedio, es posible pensar que la escritura de viaje es, ante todo, una escritura al asedio de las personas, eventos y objetos que describe. Ellas están definidas desde una exterioridad que es radical. Tal exterioridad es en sí misma una forma de la articulación social que no se vincula sino de manera jerárquica con las personas, eventos y objetos que describe. Ella es, después de todo, la que produce la perspectiva, la función del ojo del viajero como un fenómeno en el que convergen las dimensiones de clase, de género, étnicas, lingüísticas, etc.9 En este movimiento la escritura de viaje asedia desde la fortaleza cultural en la que enuncia. Sin embargo, la imagen del asedio contiene una fuerte inestabilidad, en sí mismo el asedio es un lugar no marcado sino por prácticas fugaces porque por más que su duración sea extensa no se ofrece como espacio para identificación alguna. No obstante, allí, en la figura de esa fugacidad, se cuelan imágenes que no siempre respetan el orden y la jerarquía cultural. En la medida que el tiempo entre el viaje realizado y la escritura se amplía dicha inestabilidad se reduce y se restituye toda distancia. En ese sentido de lo que se habla es de la diferencia entre el relato de viaje cuando éste es llevado a cabo ex post facto y las notaciones en terreno. Otra vez es útil el ejemplo de Burton. Él tomaba notas en cada ocasión que se hacía posible. Aunque dichas notas se inscribían en un contexto de prejuicio sobre las sociedades, grupos humanos y eventos descritos por las mismas, ellas tenían un doble valor en el relato posterior. Aseguraban el lugar prominente del viajero para dar a conocer lo desconocido y afirmaban el carácter de verdad de lo dicho en tanto hubo para poder decirlo un riesgo de vida. Dicho riesgo era asumido como la función heroica del viajero. Pero éste es el efecto homogeneizador que produce el relato escrito después del viaje donde la segunda forma de asedio se diluye. Con todo, es posible pensar que en las anotaciones marginales de los textos de viaje o en ciertos argumentos sobreviven las condiciones para imaginar el mundo que reconstruyen esas notas antes de su integración en el relato. La escritura post viaje es de otro orden. Por lo general nos encontramos con esta situación en la inmensa mayoría de los casos. El viaje y todas sus figuras son la mayo9

Aludimos a la metáfora del ojo en razón del libro de Mary Louis Pratt, Ojos Imperiales.

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ría de las veces mundos evocados que inevitablemente se mezclan con los elementos de la tradición. Ahora bien, este cruce no ocurre en el mismo nivel ni es de la misma naturaleza del que produce el ojo historiográfico, en tanto este último es operación conciente sobre todas las dimensiones en juego. En otras palabras, la historiografía por defecto restituye el contexto pero dicha restitución implica que a la dos vertientes se le suman otras instancias performativas, como por ejemplo, el lugar de producción del discurso historiográfico, la técnica que lo ordena (su metodología) y la audiencia (en términos sociales) a la que está dirigido. Sin embargo, más allá de la distinción que podamos establecer con la historiografía como saber técnico, lo que irrumpe en uno y otro escenario (relato de viajes e historiografía) es la relación entre la nota como registro parcial y la escritura como totalidad. Del mismo modo que la historiografía reordena el texto ordenado por el viajero escritor y produce una poética y una política concretas de la escritura de la historia, el relato de viajes es el resultado de una operación sobre los recuerdos y las notas del viajero. En suma, es una integración similar pero en otro registro. Por ejemplo, en el prefacio que hace Humboldt a la primera edición de Vistas de la Naturaleza se puede leer: “[C]on cierta modestia, presento al público una serie de trabajos que se originaron ante la presencia de los más nobles objetos de la naturaleza [...] Algunos fragmentos separados, escritos en esos precisos lugares, han sido desde entonces elaborados en un todo”.10 En la cita se plantea el problema de la nota y la escritura. Esto es, el fragmento y el todo, o el tema de “la escritura durante el viaje” y la escritura post viaje. También la cita muestra dos momentos, el in situ, donde habría una simultaneidad entre la percepción y la escritura (momento de la notación) y el momento de darle forma al relato de viaje. Es aquí donde opera una praxis de tipo historiográfica,11 si la historiografía reordena el texto del viajero produciendo un tipo de escritura de la historia; el relato de viajes es el resultado de una operación organizadora de los fragmentos del viaje. Por fragmentos entendemos todo tipo de notas y apuntes de datos, el diario o el libro de bitácora, las referencias científicas, las anotaciones geográficas y el material cartográfico, los registros de tradiciones populares o leyendas, los dibujos o cualquier tipo de material gráfico, la recuperación de discursos ajenos, etc. El relato de viajes es una integración de todos estos materiales y fragmentos a un tipo de registro que les confiere unidad y sentido. Esta es una operación historiográfica –si se entiende

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VON HUMBOLDT, A. Views of nature: or contemplations on the sublime phenomena of creation, George Bell and Sons, Londres, 1985. La diferencia con la historiografía es que el viajero es quien anota y quien relata. Una ocasión raramente encontrada en la historiografía salvo si aceptamos que la construcción de la fuente tiene el mismo carácter.

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historiografía como la tarea de articular estos materiales en un discurso coherente tanto temporal como culturalmente– ya que, entre otras cosas, se restituye el contexto, es decir, se da una argumentación al viaje. El viaje real se recupera en el texto mediante un dispositivo de escritura que tiene una poética y una retórica, es decir, mediante un relato del viaje, el cual tiene un argumento que normalmente conlleva una tesis, un conjunto de supuestos y su demostración expandidos a lo largo del texto. La operación historiográfica estaría entonces en la constitución de la fuente y estaría amarrada más al momento de la totalidad, al momento de la escritura del relato, que al momento del viaje y de la notación de impresiones y datos. Así, lo que se podría decir es que el relato de viajes es ya una historia en sí, que la historiografía, dependiendo de la escuela o epistemología en juego, hace hablar por sí misma. En este sentido, el uso que la historia puede hacer de un relato de viajes es producto antes que nada de la concepción que se tiene de fuente. Pero también es necesario tener en cuenta que el relato de viaje antes que “algo dado” o “algo atemporal” ha sido acuñado en una producción, en tanto que como relato nada indica que de manera inherente sea una fuente histórica. Así, considerar un relato de viajes como fuente es imprimirle un sentido –más allá o más acá de que sea un tipo de relato ligado íntimamente a lo real. En otras palabras, aquí opera nuevamente la noción de clausura antes expuesta, pero ahora no sólo en el sentido de una cesura de la significación de manera tal que ella no se disperse, sino como una mediación que desde la disciplina transforma el sentido comunicativo originario del texto en cuestión. Se podría pensar en un texto como el de Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, y cómo fue utilizado por la historiografía de Indias. Aunque la crítica coincide en que fue su germen, la Historia verdadera... no es una “probanza de méritos” –el tipo de documento jurídico que comúnmente la Corona, a través del Consejo de Indias, solicitaba a los soldados que habían participado en las expediciones de conquista. La Historia verdadera... está atravesada por toda una serie de codificaciones literarias que ciertamente ponen en jaque las nociones de verdad o realidad que la intentan constituir como fuente despejada de la poética y la política del texto. La restitución del texto al escenario de la noción de fuente por parte de la historiografía es posible a partir de la mediación que transforme, como dijimos arriba, su sentido comunicativo y su eficacia performativa a partir de su ingreso a regímenes discursivos diferentes a los que le dieron marco.

IV Para terminar unas últimas anotaciones sobre el problema de la fuente y el relato de viaje. Aquí hemos afirmado la similitud del relato de viaje con la operación historiográfica. En ese sentido entonces el aprendizaje principal, a pesar de su obviedad

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es que cuando consideramos al relato de viajes como fuente éste casi nunca es el repositorio de datos que trascienden la esfera de la escritura, de la poética o de las codificaciones literarias que se despliegan en los textos. Así entonces, más que intentar evitar el relato en función de los datos es necesario comprenderlo desde esos registros. Comprender la naturaleza de la mediación es clave para entender qué es lo que se está mediando. Al mismo tiempo, estar atentos a estas claves en la lectura de los relatos de viaje implica revisar los modos en que opera el saber historiográfico. Mucho menos desde la perspectiva de sus escuelas y mucho más desde sus prácticas débilmente formalizadas, no dichas o, a veces, rutinarias. Bibliografía BURTON, R. F. “First Footsteps in East Africa”, en HAYMAN, John –editor– Sir Richard Francis Burton´s Travels in Arabia and Africa. Four Lessons from Huntington Library Manuscript, San Marino, California, Huntington Library, 1990, pp. 63-84. Primeros pasos en el Este de África, introducción de Alberto Cardín, traducción de Marta Pérez, Editorial Lerna, Barcelona, 1987.

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