Del Caribe hasta la Última Esperanza. Violencia y abusos contra mujeres inmigrantes trabajadoras sexuales en la Patagonia chilena.

September 18, 2017 | Autor: Cristian Carrere | Categoría: Immigration Studies, Prostitution & Trafficking, Patagonia, Prostitution, Inmigracion
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Del Caribe hasta la Última Esperanza. Violencia y abusos contra mujeres inmigrantes trabajadoras sexuales en la Patagonia chilena. Cristián Carrère Álvarez Michelle Carrère Álvarez Publicado en el Centro de Investigación Periodística de Chile (CIPER). 29/12/2014.

2 Tamara acaba de inaugurar su propio local, quince años después de haber dejado la tropical República Dominicana para instalarse en la fría Patagonia chilena. Tamara es parte de una oleada de mujeres, mayoritariamente dominicanas y colombianas, que ha llegado a Magallanes para trabajar en alguno de los rubros que caracterizan a la región: pesca, extracción de hidrocarburos, servicio público…y comercio sexual. Según datos de la Dirección del Trabajo, cincuenta y tres son los locales nocturnos o night clubs que existen tan sólo en la ciudad de Punta Arenas. Eso sin contar la gran cantidad de clandestinos. En muchos de ellos se ejerce el trabajo sexual, un oficio que en Chile no está penalizado, pero que tampoco está normado. Una realidad que, en términos legales, está enclavada en tierra de nadie; y donde los abusos y violaciones a los derechos fundamentales de estas mujeres están a la orden del día. Tamara pasó por eso y confía en que la apertura de su local la alejará definitivamente del trabajo sexual. “Agarra toda tu ropa que nos vamos” Trabajo sexual e inmigración femenina son dos realidades suelen entrelazarse en regiones donde existe mano de obra masculinizada, como en las zonas mineras. Un imán para las mujeres que viajan a ejercer allí el comercio sexual, esperando encontrar, como todo migrante, mejores condiciones de vida y, sobre todo, mejores ingresos. Sin embargo, en ocasiones, las mujeres viajan a la espera de una mejora que nunca llegará. Muchas son engañadas, ya sea respecto del oficio que deberán ejercer, como de las condiciones en que lo ejercerán. Así, pueden llegar a encontrarse en situaciones que caracterizan un delito mayor: la trata de personas con fines de explotación sexual. En el 2004, Chile ratificó el Protocolo de Palermo, un convenio internacional que busca eliminar la trata de personas a nivel mundial. Cuatro años después se creó la Mesa Intersectorial Sobre Trata de Personas, un organismo encargado de coordinar acciones y programas que ayuden a prevenir y reprimir este tipo de delito en el país. Fue en el marco de esta política que se dictó, el 8 de abril del 2011 la Ley 20.507, que tipifica la trata de personas. Finalmente, el 2013 la mesa regional de Magallanes dio inicio a un proceso que buscaba coordinar acciones de prevención y sanción de la trata a nivel local. Según un estudio de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), llamado Investigación sobre Trata de Personas en Chile y publicado en el 2008, Magallanes era, hasta esa fecha, la segunda región con el mayor número de casos de trata con fines de explotación sexual. La OIM contabilizaba hasta entonces 20 casos en la región austral, seguida de Santiago, con 22 casos. Sin embargo, desde que entró en vigencia la nueva ley, según las estadísticas de PDI y Carabineros, se ha detectado tan sólo un caso de trata con fines de explotación sexual en la región. La acusada, hoy en día en prisión, fue arrestada el 2011 por tráfico de mujeres de origen paraguayo mientras viajaba a Río Gallegos, en la Patagonia argentina. Más allá de las estadísticas oficiales, muchas mujeres que hoy ejercen el trabajo sexual en el extremo sur de Chile fueron víctimas de trata o tráfico de inmigrantes alguna vez en sus

3 vidas. La llegada de Tamara a Punta Arenas es, de hecho, el desenlace de su huida desde un local nocturno en Argentina donde fue comprada. Mientras nos habla, y sin que le tiemble demasiado la voz, aunque levemente desgarrada, seca sus lágrimas con el pulgar, suavemente, para no dañar el maquillaje: “Una amiga de mi mamá me dijo que podía recibirme en Argentina, en Buenos Aires. Según ella, podía buscarme un trabajo en mi rubro, en lo que yo estudié, mercadotecnia. Pero adivina el trabajo que me había encontrado…Hasta que una vez me llevaron a Río Turbio. Me habían comprado. Yo no entendía bien. No conocía a nadie. ¡Estaba sola! Me cobraban todo, y empecé a sospechar. Hasta que una vez conocí a un chico, el sobrino de la mujer que pagó por mí. Yo le conté la situación en la que estaba y las sospechas que tenía. Él me dijo que no era normal. Llamó a su tía y le preguntó que cómo era esto, que qué pasaba conmigo. Y ella le dijo que sí, que tenía que rembolsar tanta plata, que era lo que ella había pagado por mí. El chico me llevó al local, ¡sacó así un machete! y me dijo: ‘agarra toda tu ropa que nos vamos’. Él tenía un contacto en Punta Arenas. Me dijo que podía tratar de conseguirme un trabajo. Y así llegué”. Tamara dejó República Dominicana a los 18 años. Estuvo tan sólo un par de años en Argentina y residió 10 en Punta Arenas. Hoy, a los 32 años, tiene su propio local en Puerto Natales; una shopería, como se dice en la jerga del comercio sexual. Un tipo de local semejante a un night club, pero con horarios diurnos. Un lugar donde las mujeres deben “compartir” con los clientes e incitarlos a consumir, pero donde no se ejerce el comercio sexual directamente. Tamara trabaja afanosamente en la remodelación de su local en el que tiene prohibido cualquier actividad que sobrepase el mero “compartir” con el cliente, aunque sus amigas, quienes sícontinúan en el oficio, acuden al Perla Negra para enganchar clientes. Río Turbio, ubicada en Patagonia argentina, es la ciudad colindante con Puerto Natales. Muchas mujeres dominicanas han llegado allí luego de haber pasado un tiempo en Buenos Aires; otras llegaron a Río Gallegos, en la costa atlántica, y a Río Grande, en Tierra del Fuego. Desde ahí, Punta Arenas, Puerto Natales, Chile Chico y Porvenir han sido los destinos próximos. La inmigración de trabajadoras sexuales de origen dominicano y provenientes de Argentina data aproximadamente del 2005, misma fecha en que se dio inicio, de manera general, a la última ola de inmigrantes en Magallanes. Un segundo estudio de la OIM, titulado “Migración, prostitución y trata de mujeres dominicanas en La Argentina”, publicado el 2003, asegura que la inmigración de mujeres dominicanas en Argentina comenzó a ser visible en 1995. La crisis que golpeó al país en el 2001, y cuyas repercusiones se extienden hasta hoy en día, habría motivado una nueva emigración hacia otros países, entre ellos Chile. Los itinerarios migratorios suelen ser diferentes para las mujeres provenientes de Colombia. Generalmente originarias del valle del Cauca, al contrario de las dominicanas, sí pasan por Santiago. Muchas de ellas llegan primero a la zona norte del país, desde donde comienzan a descender hasta llegar a la región de Magallanes.Este es el caso de Camille, por ejemplo, una trabajadora del local Reinas de la Noche, quien solía ser temporera en San Fernando. Cansada de un rubro mal pagado, extenuante y donde era víctima

4 recurrentemente de acosos sexuales, decidió, aunque parezca paradojal, dedicarse al comercio sexual. El envío de remesas para sus hijos es la principal motivación para trabajar en el rubro. Es un oficio que la mayoría de las mujeres colombianas califica de momentáneo, con la esperanza de mejorar rápidamente y de manera considerable la calidad de vida de sus familias, y poder así volver cuanto antes junto a ellas. Sin embargo, el costo que deben pagar por ello suele ser alto. “La gente dice que trabajar en esto es ganarse la plata fácil. Pero ellos no saben… trabajar en la noche no tiene nada de fácil”, dice Karina, una trabajadora del mismo local, que con apenas 20 años, espera en la cocina envuelta en una frazada que sea medianoche para ponerse sus tacos y salir al salón. De las dificultades del oficio, Tamara puede dar fe. Hoy, debido a su independencia laboral, puede hablar sin miedo de cómo funcionan los night club y de los abusos que las mujeres soportan. Desde violencia verbal hasta privación de libertad, la gama de faltas a los derechos fundamentales de estas mujeres es amplia. En algunos casos, los abusos pueden ser tipificados como trata por el sistema penal. Sin embargo, numerosas otras formas de violencia justifican el uso del término esclavitud moderna. Abusos perpetrados a diario en locales nocturnos, tanto legales como clandestinos, sin que sean investigados ni sancionados. Un secreto a voces Sara reside en Chile desde hace un par de meses. Al igual que Tamara, dejó República Dominicana para instalarse en Buenos Aires, luego en Rio Turbio y actualmente en Puerto Natales. A su llegada trabajó en una shoperia de la ciudad, la que también fue su habitación durante cuatro meses de invierno. Un pequeño cuarto ubicado al fondo del local sin acceso a ningún tipo de calefacción. Como Sara, la mayoría de las mujeres que trabajan en el comercio sexual vive en su lugar de trabajo. Esto les permite ahorrar el dinero correspondiente a un arriendo y sumar ese monto a la remesa que envían a sus familias. Sin embargo, la dependencia habitacional que se establece con el empleador puede dar pie a situaciones de insalubridad habitacional u otras malas condiciones, como soportar, sin calefacción, los 20 grados bajo cero que fácilmente alcanza la noche magallánica. Esta dependencia también facilita las condiciones para los abusos en la extensión de las jornadas laborales. La doble función que cumple el local nocturno, como espacio laboral y habitacional, hace que las mujeres lleguen a trabajar fácilmente hasta 15 horas diarias. La violencia económica y el fraude también son característicos del tipo de abusos que se comenten en el rubro. Es recurrente que los empleadores de locales nocturnos no cumplan con el pago de las cotizaciones de sus trabajadoras. Manuel Orellana, de la Gobernación de Magallanes, asegura que la cantidad de “garzonas” sin protección social es muy elevada.

5 En otros casos, según señalan las mismas trabajadoras, los empleadores obligan a las “garzonas” a reembolsarles el pago de las leyes sociales. El costo de Fonasa, AFP, seguro de cesantía y hasta seguro de accidente corre así por cuenta de las mujeres. Peor aún, mientras éstas pagan a sus empleadores el monto de sus propias cotizaciones, el Estado rembolsa a los empleadores parte de las cotizaciones pagadas. En efecto, los empresarios de la región de Magallanes tienen la posibilidad de beneficiarse del decreto de ley nº889 de bonificación a la contratación de mano de obra. Un decreto que consiste en el reembolso de un 17% de las cotizaciones y que busca incentivar la contratación en las regiones extremas del país. En definitiva, la mujer le paga al Estado y el Estado le reembolsa al empleador. Aparte de las cotizaciones, numerosos otros pequeños montos son rebajados de las ganancias de las trabajadoras. “Si la cuenta de la electricidad aumentó respecto del mes pasado, las chicas tienen que pagar una multa. Si es que utilizó la lavadora para lavar su ropa; si es que un día no trabajó porque se sintió enferma; por todo tienen que pagar las chicas. Por eso hay algunas que vienen a lavar sus cosas acá”, cuenta Tamara. Si bien estos abusos no son cometidos de manera sistemática por todos los dueños de locales nocturnos, todo el mundo en la región parece estar al tanto no sólo de la existencia de estas violaciones, sino también de los lugares donde se cometen. Incluso el ya citado encargado de extranjería de la Gobernación de Magallanes, Manuel Orellana, quien no se encarga de los trámites administrativos de la provincia de Ultima Esperanza, sabe que en el Embassy, uno de los locales más concurridos de Puerto Natales, las mujeres trabajan en condiciones laborales que incluso alcanzan las restricciones a la libertad. “Yo en ese lugar nada más duré dos semanas. Luego me vine para acá”, asegura una ex empleada del Embassy. A la pregunta del porqué, responde con un silencio que parece confirmar las denuncias de Valeria, otra trabajadora sexual de Puerto Natales:“Esta chica no va a hablar por miedo”, dice para referirse a Francisca, una de las mujeres que, en la barra de otro night club, “comparte” con un cliente, aprovechando que su jefa no está en la ciudad. “La patrona de ella es de lo peor. Les controla a las chicas hasta la salida. Sólo pueden salir un momento del local para ir a comprar sus cosas. Pero las controla con reloj. Una vez ella se pasó del tiempo y no la dejó entrar, la dejó en la calle de noche”. La situación de Francisca es complicada. Observa con cierta desconfianza. No quiere saber nada de preguntas. Sólo habla del pasado: de su hija, que la espera en Dominicana en una casa “con piso de tierra”; de Argentina, donde dice haber “vivido demasiado”, y de otras ciudades de Chile, “por allá”, maraña de “pueblos perdidos” donde también “pasa de todo”. Pero del presente, ni una palabra. Del Embassy sólo regala una mirada que se pretende inocente, seguido de un “mejor invítame un trago, mi amor”. Faltas en el pago de las cotizaciones, abusos en la extensión de la jornada laboral, condiciones habitacionales insuficientes, cobros irregulares, privación de libertad sumado a una constante violencia verbal por parte de algunos empleadores, además de fraude al fisco. Si bien no todos los abusos son equivalentes, puesto que algunos tienen una mayor gravedad que otros, la importancia radica en el carácter acumulativo y reiterativo de los abusos. La trata de personas –al igual que otras formas de violencia, sobre todo de género– se caracteriza por esta acumulación. Suma de deudas que atan económicamente la víctima a

6 su empleador, suma de humillaciones que fragilizan psicológica y emocionalmente, suma de circunstancias que le hacen creer a la víctima que no está protegida por la ley, o que la ley no se aplica, o peor aún: que la ley es nociva. Hoy en día, todas estas vejaciones son perpetradas regularmente en la región de Magallanes ante la mirada indolente de autoridades y de la sociedad civil. ¿Cuáles son las razones para que estos delitos se cometan hoy bajo toda impunidad? Falta de fiscalización Tres son las instituciones encargadas de fiscalizar los night clubs y shoperías: Carabineros, PDI e Inspección del Trabajo. Mientras la policía uniformada se encarga de revisar patentes de alcohol y que no haya menores de edad al interior de los locales, la policía civil fiscaliza que las trabajadoras inmigrantes tengan su documentación al día. La Inspección del Trabajo, cuya labor, entre otras, es fiscalizar el cumplimiento de las normas laborales, previsionales y de higiene y seguridad en el trabajo, se limita a controlar contratos que todo el mundo sabe son falsos, incluidos los mismos inspectores, un cuaderno de asistencia cuya información es igualmente falsa y cotizaciones que no han sido pagadas por quienes corresponden. El director regional del Trabajo, Francisco Parada, consciente de las precarias condiciones habitacionales y laborales en que a veces se encuentran las trabajadoras sexuales, se lamenta de la falta de instrumentos legales y técnicos para poder controlar esta situación. “La Inspección del Trabajo no tiene la facultad para investigar sin que haya una denuncia previa o sin que haya un requerimiento de parte, es decir, una solicitud de investigación por parte de un tribunal”, explica. Y asegura que la ambigüedad legal de la prostitución da cabida a todo tipo de abusos. Cree que su regularización permitiría, eventualmente, realizar un control efectivo en los locales y proteger a las mujeres que hoy son víctimas de violencia. Al respecto, Carolina Rudnick, coordinadora de la Mesa Intersectorial Sobre Trata de Personas, asegura: “Si tú prohíbes el comercio sexual, lo que tú generas son situaciones de focos de cultivo de trata, porque la clandestinidad aumenta la vulnerabilidad de la víctima”. Dos son los cuerpos legales en Chile que se refieren al trabajo sexual: el Código Penal y el Código Sanitario. Mientras el Código Penal no prohíbe la prostitución, salvo de que se trate de menores de edad o que haya trata de por medio, el Código Sanitario sí prohíbe, en su artículo 41, los “prostíbulos cerrados o casas de tolerancia”. En definitiva, el trabajo sexual puede ejercerse sólo de manera independiente, pero no de manera organizada en un lugar específico, como en un night club. Sin embargo, según Carolina Rudnick, “la ley chilena no intenta ser “prohibicionista”, como en Estados Unidos o China, por ejemplo, donde la prostitución es perseguida, sancionada y considerada delito. Pero tampoco la considera un trabajo, como en los sistemas “reglamentaristas” de Holanda y Dinamarca, por ejemplo. Según los abogados Carolina Sáez y Fabián Aravena, en uno de los pocos estudios jurídicos sobre el sistema

7 chileno1, nuestra ley se asemeja a un tercer tipo, denominado “abolicionista”, donde no se persiguen penalmente a las trabajadoras sexuales, pero se busca erradicar la prostitución, pues es considerada como una violencia contra la mujer. Del abolicionismo, Chile sólo rescata la despenalización del trabajo sexual. Si ha habido planes para erradicarlo, éstos definitivamente no han tenido resultado. Por el momento, la legitimación del engaño en los contratos de garzonas deja oculta la realidad laboral y habitacional en la que se encuentran las mujeres que trabajan en los night clubs, e incólume la hoja de vida de los locales. Así lo explicita la jefa de la Inspección Provincial de Última Esperanza, Gabriela Álvarez, al asegurar, con una pequeña risa avergonzada al referirse a los locales nocturnos, que “ellos nunca dan problemas”. Ante la falta de instrumentos y facultades de fiscalización, la responsabilidad de dar cuenta de los abusos queda en manos de las víctimas: si no hay denuncias, no hay nada. El problema, como lo explica Cristián Cornejo, subcomisario de Policía Internacional, “es que las mujeres no denuncian”. La imposibilidad de denunciar Karina lleva puesto un dos-piezas rosado, compuesto de un peto y una minifalda con un juego de cuerdas cruzadas en las caderas. No se maquilla mucho, “porque envejece la piel”. Sobre un gran closet lleno de sensuales vestidos, peluches y pijamas hay dos maletas rosadas. Un mueble lleno de chucherías: una cajita en forma de corazón donde guarda sus aros, un conejo de peluche, una botella de aguardiente colombiana. En la pared, una cruz hecha de billetes: pesos colombianos, argentinos y chilenos como una corona de espinas. En la cabecera, fotos: ella, más joven aún, y “la foto de mi hija de reverso… es que la doy vuelta porque no me gusta que me vea cuando trabajo”. Karina, como muchas mujeres, no puede darse la libertad de hablar abiertamente sobre los males que la aquejan. De hacerlo, pondría en riesgo su proyecto migratorio. Al igual que todas las mujeres inmigrantes que trabajan en el comercio sexual en la región, busca obtener la permanencia definitiva. Un carnet que representa “la libertad”, “la independencia para ir adonde quieras”, explica Tamara. Con excepción de las personas que tienen la nacionalidad de alguno de los países del Mercosur (Colombia y República Dominicana no son parte), todas deberán primero obtener una visa sujeta a contrato durante dos años consecutivos con el mismo empleador. La estabilidad laboral es un requisito indefectible para solicitar la permanencia, según la información entregada por las gobernaciones de Magallanes y Ultima Esperanza. Si el contrato es interrumpido, cualquiera sea la razón, la mujer tendrá tres meses para encontrar un nuevo trabajo y renovar su visa, pero deberá empezar a contar desde cero, pues el tiempo trabajado entre un empleo y otro no es acumulable. Las mujeres prefieren así soportar dos años de maltratos para lograr lo antes posible la anhelada libertad que entrega la permanencia definitiva.

1Sáez,

Carolina; Aravena, Fabián “El derecho a ejercer el comercio sexual en Chile”. V Congreso Estudiantil de Teoría Constitucional de la Universidad de Chile, Santiago, 2008.

8 Tamara también tiene experiencia al respecto: “Una vez estuve en Chile Chico. Yo conozco todo por aquí. Estuve en Coyhaique, en todo Aysén. Y en los pueblos chicos es donde hay más abusos. Tú tienes que tramitar tu visa en la Gobernación y después en la PDI. Y en los pueblos chicos es más complicado. Luego de dos finiquitos te rechazan la visa [sujeta a contrato]. Aquí en Puerto Natales es así. En Punta Arenas, no. Pero aquí no te dejan pasar varios finiquitos. Y por eso las chicas tienen que aguantar cualquier cosa, porque si no después se quedan sin trabajo, y como no les renuevan la visa, se quedan sin papeles. Hay mucha corrupción. Los de la Gobernación te dicen: con 150 lucas te hago pasar la visa. A mí me dijeron eso. Y me dijeron 150 lucas porque no quise pagar de otra forma. Porque no era plata lo que quería. Y como yo le dije que no, me dijo 150 lucas”. Así, a la estabilidad laboral exigida se suma la corrupción de las autoridades. “Eso que dicen que la policía en Chile es intachable… eso no es así”, dice Cassandra con una risa medio burlona. “Acá el primer contacto que las chicas tienen con la policía es en el local”. La gran variedad de locales nocturnos que ofrecen Punta Arenas y Puerto Natales abarca diferentes clientelas. Están los night club adonde van los pescadores, aquellos adonde llegan los campesinos, los que reciben a una clientela más adinerada y los que acogen a funcionarios, carabineros y PDI. Por ejemplo, el local Embassy, reputado por la belleza de las chicas que ahí trabajan, pero también por el mal trato que éstas reciben, es el lugar recurrente de policías. “Ahí ellos llegan y de beso saludan a la dueña”, asegura Cassandra. Aparte del frágil estatus migratorio, la corrupción y el impacto de esta controvertida figura de cliente-policía, el miedo a quedar excluidas del comercio sexual es la última razón por la cual las mujeres que son víctimas de violencia no denuncian a sus empleadores. De hacerlo, serían inmediatamente catalogadas de problemáticas entre los dueños de locales nocturnos. Encontrar trabajo en la competencia con esa reputación es prácticamente imposible. Terminarían trabajando en clandestinos, sin un contrato que les permita obtener una visa, poniendo en riesgo su integridad física y pudiendo ser deportadas en cualquier momento. Todas las razones para no denunciar confluyen en la preocupación de conservar el permiso de estadía en Chile, lograr la permanencia y sacar adelante el proyecto que las hizo dejar sus hogares y familias. La ley de inmigración es, al final de cuentas, la mayor determinante. Pareja, empleador y proxeneta La Ley de Migración en Chile permite reducir el tiempo de espera para la obtención de la permanencia definitiva a un año en el caso de demostrar un mayor arraigo con el país. Sirve tener un segundo empleo, siempre y cuando éste no interfiera con los horarios de trabajo del primero. Muchas mujeres establecen, así, contratos como asesoras del hogar con sus parejas. Hombres que han conocido en los mismos locales nocturnos donde trabajan, y que les entregan la posibilidad de vivir fuera del night club y obtener su visa permanente en tan sólo un año. Sin embargo, esta solución para acortar el camino es frecuentemente traicionera y termina por constituir una nueva fuente de violencia. Las mujeres ya no sólo son víctimas de abusos laborales, sino también conyugales. Katiuska Muñoz, abogada de la casa de acogida del Prodemu en Puerto Natales, asegura que “son agredidas física y psicológicamente por sus parejas. Las humillan constantemente, reprochándoles

9 el trabajo que realizan en los locales donde las conocieron, o incluso las mandan a trabajar ahí para que aporten con dinero”. Además, es frecuente que los hombres se queden con las ganancias que las mujeres logran hacer en una noche. La dependencia de las mujeres hacia esta figura de pareja-empleador-proxeneta es triple: administrativa, puesto que requieren de este segundo contrato; económica y, finalmente, afectiva. “Yo tengo una amiga, su novio se queda con todo lo que ella gana y le pega duro. Yo le digo que lo deje, pero ella dice que no, que está enamorada”, explica Tamara. En diciembre del 2010 se promulgó la actual ley contra el femicidio en Chile. Tres meses después ya se contabilizaban dos mujeres extranjeras asesinadas en la región de Magallanes. Ambas eran dominicanas y tenían visas sujetas a contrato; eran jóvenes (27 y 33 años) y tenían hijos. Las dos fueron asesinadas por sus respectivas parejas: 20 puñaladas en el primer caso, 30 en el segundo. A pesar de las similitudes de ambos crímenes, entre ellas su carácter pasional, el Ministerio Público declaró, según el diario El Pingüino, que “no existen características en común en cada uno de los hechos, y obedecen más a las circunstancias del momento que a un patrón de conducta en la región”2. No es posible saber si estos asesinatos, y los que vinieron después, fueron o no perpetrados dentro de la figura contractual de la pareja-empleador-proxeneta. Los organismos públicos, principalmente Sernam, actúan la mayor parte del tiempo sobre la urgencia, sin posibilidad de realizar una investigación que pueda detectar casos de proxenetismo, trata de personas con fines de explotación sexual u otras formas de esclavitud moderna. Tal es el caso de Nancy, una mujer de origen ecuatoriano que llegó en primer lugar a Santiago, donde tenía, al igual que Tamara, una familia que podía acogerla. Luego de un tiempo en la capital se mudó a Puerto Natales, donde su “tía” le aseguraba tendría un empleo. “Le dijo que no tenía que preocuparse de nada, que aquí en Puerto Natales la recibirían. Pero cuando llegó, resultó que el trabajo era en un local nocturno, en el local que se quemó. Me dijo que había llegado engañada, que ella no sabía en qué iba a trabajar. Cuando llegó, me decía que no conocía a nadie, era joven, no sabía qué hacer”, asegura la abogada del Prodemu, Katiuska Muñoz. Nancy llegó a la casa de acogida del Prodemu pidiendo ayuda, pues su pareja y padre de su hijo la agredía y había amenazado de muerte. A pesar de sus declaraciones, las que daban cuenta de una eventual transacción financiera por su traslado, no se llevó a cabo ninguna investigación al respecto. El Prodemu estaba sobre todo concentrado en alejar a Nancy rápidamente de su cónyuge. Según la versión de Katiuska Muñoz, la mujer era además explotada económicamente por su pareja. La abogada nunca supo si existió un contrato de por medio (Ecuador tampoco es parte del Mercosur), y ninguna investigación se realizó por explotación sexual ni trata. Al final de cuentas, ante la imposibilidad de ejercer en otro rubro y la incapacidad del Estado en asegurar su integridad física, Nancy abandonó el país, regresando a Ecuador en peores condiciones que cuando lo dejó. La urgencia no es la única razón que explica la incapacidad de los organismos público para detectar casos de trata de personas con fines de explotación sexual. Carolina Rudnick y el 2http://elpinguino.com/noticias/117774/Los-cuatro-homicidios-que-han-remecido-a-Magallanes-

en-2011

10 responsable de la Dirección del Trabajo en Magallanes, Francisco Parada, coinciden en que la falta de articulación en el traspaso de información entre los distintos organismos públicos permite que casos como los de Nancy no sean detectados o no sean abordados a tiempo. Según ellos, para que dicha articulación exista, debe haber una sensibilización previa al problema. La mesa intersectorial busca justamente sensibilizar a diferentes agentes del sector público y privado respecto de la trata de personas y de los métodos para combatirla. Lamentablemente, en Magallanes, los resultados no han sido satisfactorios en cuanto a la comprensión del fenómeno. Si bien ha habido iniciativas por parte de otros organismos, como la Gobernación de Punta Arenas y los Seremis de Justicia y Salud, la mesa regional, desde su creación en septiembre del 2013, no ha hecho absolutamente nada. Los miembros no se han vuelto a reunir, no se ha levantado ningún plan de acción ni se han realizado nuevas capacitaciones para comprender mejor el problema de la trata. Peor aún, Gloria Brigardello, coordinadora de la mesa regional, parece haber olvidado incluso en qué consiste, en términos legales, la trata: “No sé cómo está definido el delito. No sé si existen condiciones ni menos hemos conversado con gente que esté más cercana al tema. No hemos conversado nunca con alguien que haya vivido esa situación”, asegura. El futuro del comercio sexual en Magallanes El suplemento Análisis del diario El Pingüino, del domingo 20 de julio del 2014, predice en su título, tal vez sin saberlo, el futuro del trabajo sexual en la región: “Los hidrocarburos renacen en Magallanes”. La relación entre trabajo sexual e industria extractiva es bien conocida. De hecho, hay una amplia bibliografía al respecto; entre ellos, algunos estudios realizados en Chile, como un proyecto Fondecyt a cargo de los investigadores Jorge Pávez y Pablo Rojas3. La clave de dicha relación está en que la industria extractiva moviliza una mano de obra muy masculinizada que incita a la proliferación de night clubs, shoperías, “casas de tolerancia” o cualquier otro lugar donde se comercialice el cuerpo femenino. En la región de Magallanes, la oferta y demanda de sexo de pago se encuentran gracias a dos migraciones paralelas: una interna, masculina, destinada a ejercer en las grandes faenas del sector extractivo y donde los derechos deben ser claramente respetados, y otra transnacional, femenina, a disposición del placer sexual de los primeros y donde incluso los derechos fundamentales suelen ser transgredidos. En cuanto a la “oferta”, según Vilma Garay, una prolífica propietaria de night clubs en la región, ésta es abundante. Hace unos años atrás era difícil encontrar mujeres que quisieran trabajar como “garzonas”. Hoy en día, en cambio, “me llegan mails con fotos”, dice Vilma, “ya no tengo espacio para tantas mujeres”, agrega. Actualmente, la cantidad de mujeres que trabaja en el rubro es desconocida, pero hay un dato, aparte del aumento de la demanda, que podría explicar por qué Vilma, como otros Proyecto de investigación FONDECYT 11080269: “Trabajo minero y trabajo sexual: configuraciones materiales y discursivas de las relaciones de sexo/género en las ciudades mineras del norte de Chile”. 3

11 propietarios, está recibiendo tal número de candidaturas. El 2012, por decreto presidencial, se clausuraron todos los locales nocturnos en Argentina. La ley, denominada Prostíbulo Cero, buscó justificarse como una lucha contra la trata de personas y la explotación de la mujer. Sin embargo, hay claramente resultados contrarios a este interés inicial. Desde su aplicación, un número desconocido pero relevante de mujeres ha buscado desesperadamente abandonar ese país. Según nos lo explican mujeres que hoy viven en Chile, todas intentan huir de las consecuencias negativas de la ley: la precariedad económica en que se encuentran por la falta de recursos; el trabajo sexual callejero, actualmente en aumento y particularmente difícil de soportar y de alto riesgo; los locales clandestinos, donde la inseguridad y los abusos son más recurrentes, y las violencias físicas y verbales hacia las trabajadoras sexuales, que, al parecer, también habrían aumentado en Argentina. Aparte de las ya citadas, hay un efecto colateral de mayor gravedad. La necesidad que tienen las trabajadoras sexuales de salir de Argentina, sobre todo las extranjeras, puede aumentar el número de víctimas de trata o tráfico hacia otros países, entre ellos Chile; sobre todo hacia regiones donde hay una alta demanda de servicios sexuales, como Magallanes. Francisca Vidal González, hasta el momento la única persona condenada en Magallanes por trata de personas, fue arrestada en el paso fronterizo Monte Aymond mientras viajaba, justamente, hacia Río Gallegos, en la Patagonia argentina. Actualmente, en Magallanes no hay instrumentos de fiscalización adaptados al comercio sexual, las mujeres tienen miedo de denunciar y las personas encargadas de coordinar planes de lucha contra la trata a nivel regional no han respondido correctamente a las consignas entregadas por la Mesa Intersectorial Sobre Trata de Personas. En definitiva, no están las condiciones para hacer frente a esta eventual migración, desde Argentina, de mujeres en condiciones de vulnerabilidad. Al contrario, están todas las condiciones para que una gran mayoría de casos de trata con fines de explotación sexual pase desapercibida frente a las autoridades; ello a pesar de la gran visibilidad que caracteriza el comercio sexual en Magallanes. Tal vez ésta sea una de las mayores contradicciones del trabajo sexual, tanto en Magallanes como en el resto del país: su visibilidad e invisibilidad simultáneas. Se ve en todos lados pero no se sabe nada de los abusos. El problema no es sólo regional. La Fundación Margen es actualmente el único organismo en Chile que lucha por la defensa de los derechos de las trabajadoras sexuales. Nadie más se interesa directamente en el asunto. Y sin embargo, según Herminda González, presidenta de Margen, la prostitución en Chile es algo común, histórico y transversal: “Cliente puede ser un senador, un diputado, un profesor, un obrero, un tipo de la tele, un policía, tú... cualquiera”. Todo hombre es un potencial cliente y sin embargo nadie sabe nada, nadie dice nada, nadie se cuestiona, indaga, pregunta. En definitiva, el trabajo sexual en Chile no ha sido abordado con la importancia que requiere. El marco legal que lo regula es definitivamente pobre, lo que coarta la capacidad fiscalizadora de los organismos públicos. Peor aún, si consideramos que muchos policías y otros funcionarios son a la vez clientes, las instituciones públicas llevan dentro parte del problema. La Mesa Intersectorial Sobre Trata de Personas ha dado últimamente un nuevo impulso, invitando a otros organismos del Estado a preocuparse, al

12 menos de manera indirecta, por la situación de las trabajadoras sexuales en Chile. Ahora hay que ver si dichas instancias responderán al llamado o, al contrario, seguirán esquivando el asunto como lo han hecho hasta la fecha.

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