DE VUELTA A LA AGORA GRIEGA?: la crisis permanente y el futuro de la democracia en el siglo XXI

July 18, 2017 | Autor: S. Zebral Filho | Categoría: Democracy, Democracia, Partidos políticos
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Descripción

¿DE VUELTA A LA AGORA GRIEGA?
La "crisis permanente" y el futuro de la democracia en el siglo XXI"[1]





Silverio Zebral Filho[2]


Mayo de 2015






Resumen:


El presente artículo aborda los efectos de la llamada "crisis permanente"
sobre la democracia del siglo XX y explora sus perspectivas de futuro de
cara al siglo XX que se inicia. Empieza por caracterizar la "crisis" como
resultado de transformaciones de fondo que han afectado los más variados
aspectos de la vida social contemporánea en los últimos 50 anos, cuyo el
legado fue un sociedad "posmoderna" comprimida, abierta, fragmentada,
conectada y líquida. Identifica y describe las manifestaciones más comunes
de la crisis en el ámbito de la vida económica, del sistema político, del
los gobiernos y del liderazgo público – con especial atención a los
déficits de representatividad, funcionalidad, capacidad y legitimidad que
marcan la democracia liberal representativa hoy día. Discute la brecha
entre demandas ciudadanas del nuevo siglo y capacidades estatales del siglo
pasado, el mixto de desencanto y revuelta con la política (en especial,
entre los jóvenes) y los desafíos de (re)legitimización de poder político.
Advierte para el riesgo de captura de los gobiernos democráticamente
electos por la tentación neo-populista (turbinada por la
espectacularización da política) como respuesta fácil – pero débil – a la
superación de estos desafíos. Por fin, propone una camino alternativo: el
retorno del experimento democrático a sus orígenes ("la agora griega") –
hacia una "democracia subsidiaria", adensada y activada con base en lazos
comunitarios de interés común entre múltiples grupos de identidad.





1. Introducción


Al buscar por la palabra "crisis" en el Google, el más conocido buscador de
contenidos de la web, el internauta podrá acceder a 503 millones de hits.
Haciéndose el mismo ejercicio con la palabra "estabilidad", llegase a sólo
35 millones. Hay entradas para todos los gustos: la crisis de la deuda de
los países en desarrollo, la crisis de los misiles en Cuba, la crisis del
matrimonio moderno y la crisis ambiental - hasta un simpática y misteriosa
meta-referencia: "la crisis de las crisis"

Estamos en crisis. Vivimos en crisis. La crisis – este desvío de la
normalidad que suponía episódico y anecdótico – parece hacerse presente de
manera permanente en la vida social contemporánea[3].

Lo que más llama atención es que tal sensación de incertidumbre y
desasosiego, dase en una época de abundancia material nunca antes vista en
la historia de la empresa humana. Como apunta Diamandis and Kotler (2014)
en su pirámide de la abundancia[4], en el campo económico, las proyecciones
de las cantidades disponibles de alimentos, agua, abrigo, energía,
conectividad, salud seguirán en la misma tendencia ascendente que han
despegado a 50 anos atrás – o, mejor, en paso acelerado; una vez
potenciadas por los gaños exponenciales de productividad y reducción de
costos preemitidos por la aplicación de las TICs a las más diversas área de
la economía.

Semejante tendencia si puede observar en el campo de las libertades civiles
y políticas, por medios de la evolución do Índice de Libertad, apurado por
la organización no-gubernamental Freedom House (1980-2010) o por medio de
la evolución de la cobertura geográfica de las categoría "democracia plena"
y "democracia imperfecta" del Índice de Democracia (ID)[5], apurado por el
semanario britânico The Economist entre 2001 y 2010. Cuando medido por el
respecto a los derechos fundamentales (tales como lo de la libertad de
expresión o por medio de la realización continuada de elecciones
frecuentes, libres y justas) en las distintas regiones del globo, el
experimento reciente de la democracia en el mundo moderno presentase como
un rematado éxito – salvaguardadas las excepciones de costumbre.

Sin embargo, la percepción de permanente contingencia en el ámbito de la
vida privada o pública coadunase con una profusión sin igual de ensayos
literarios decretando los múltiples fines de las categorías analíticas
alrededor de las cuales mucho de la vida intelectual que tuvo lugar en los
últimos 3 siglos se ha organizado. El fin del empleo [Rifkin (1995)]; el
fin del Estado Nación [Ohmae (1995)]; el fin de lo normal [Galbraith
(2014)]; el fin de la Historia [Fukuyama (1992)] o el fin del poder [Naím
(2014)]: todas son narrativas elocuentes sobre elementos de un conjunto
mucho más extenso de terminaciones y/o transformaciones abruptas de
institutos sobre las cuales la vida moderna ha sentado su base y sobre las
cuales el experimento democrático moderno ha surgido y florecido. Como no
podría dejar de ser, también en el campo de conocimiento, la crisis ha
cobrado su rol disruptivo – alcanzado el mundo de las ideas, sus
definiciones y sentidos. Además de material, la desorientación es también
epistemológica, ontológica y semántica – y, por lo tanto, simbólica.

¿Como llegamos a esto? ¿Que esto significa para el experimento democrático
moderno – de pasado glorioso y futuro incierto? ¿Para donde vamos? ¿Cual es
el futuro posible y deseable para la democracia en el siglo XXI?

Para Bauman (2000) estas son preguntas demasiado ambiciosas para "un tiempo
donde nada es hecho para durar". Sin embargo, el presente artículo pretende
dibujar los contornos de algunas respuestas – tan precarias y líquidas
cuanto la (pos)modernidad que sobre ellas se impone.

Para tanto, nuestra hipótesis central – que nos es nueva, pero sí
controversial – es la de que un conjunto específico de transformaciones de
fondo ocurridas en último cuarto del siglo XX han afectado sobremanera la
sociedad y la cultura moderna[6]. El advengo de sociedades más abiertas y
en red [Popper (1945); Castels (2012)]; la fragmentación social según
grupos de identidad y afinidad [Mafesoli (2004)], el poder poliárquico
[Dahl(1972)] o simplemente su fin [Naím (2014)] han "emparedado" los
sistemas económicos y políticos vigentes – llevando una inesperada y
desorientadora obsolescencia del experimento democrático moderno tal cual
lo conocemos hoy.


2. La crisis permanente: (re)definición y hipótesis

Tomada por su acepción común y corriente el en diccionario, la crisis es
cualquier evento que resulta, o genera la expectativa de resultar en, "(…)
una situación inestable o peligrosa afectando a un individuo, grupo,
comunidad o la sociedad como un todo. La crisis es un estado de situación
de un sistema complejo (por ejemplo, la familia, la economía, el sistema
político) en la cual el sistema sigue en función – pero de manera
inadecuada (…)". Una pronta decisión y una acción correctiva son necesarias
para devolver el sistema a una situación de equilibrio estable y revertir
el "estado de crisis" – aún cuando las causas de dicha inestabilidad son
desconocidas. En resumen, la crisis es una amenaza (percibida como
relevante y creíble) a la estabilidad de un sistema complejo[7].

Trasladada a la vida social, esta (re)definición reasalta que la naturaleza
primera del "estado de crisis" es inmaterial: la crisis fundase en la
percepción colectiva de una amenaza posible que se hace probable – aún que
no resulte concreta o real. Como toda percepción colectiva, "la crisis"
germina en las múltiples interacciones sociales entre personas involucradas
en la vida comunitaria. Y florece en la medida que estas interacciones
disparan reacciones emocionales individuales – miedo o euforia, calma o
ansiedad; excitación o hesitación – que llevan en cuenta el entorno visible
y invisible (las instituciones, los roles sociales y las normas de conducta
a ellos asociadas), pero también camadas mucho más profundas del self (por
ejemplo, el repertorio de habilidades interpersonales y los valores de
fondo que rigen las decisiones personales cotidianas de uno).

Así que, decir que la crisis no es "real" resulta en una impropiedad
ontológica. Como señalo Harvey (1991), "la crisis no necesita estar en el
mundo para instalarse". En definitiva, la sensación del "estado-de-crisis"
se instala de manera tan más contundente cuanto la brecha entre el mundo
simbólico (el mundo de la cultura y de la sociedad) y el mundo material (el
mundo de la economía y de la política) se vea alargada por fuerzas de
cambio particularmente potentes. La Fig. 01 presenta una versión
esquemática de este argumento.


Fig. 01 – "Mundo Simbólico (cultura y sociedad)
y "Mundo Material" (economía y política)


Fuente: Adaptado de Kooiman (2004)

Esta re-definición y dinámica nos ofrece una primera pista acerca del
argumento central de esto artículo: vivimos un creciente descompaso entre
los cambios de alta velocidad en el mundo simbólico (cultura y sociedad) y
rigideces que atrasan cambios adaptativos correspondientes el en mundo
material (sistema económico y político).

De alguna manera, aun poco clara, los sistemas del mundo material no se han
podido adaptarse/acomodarse con la necesaria rapidez y precisión a las
mudanzas de fondo en el ámbito de la cultura y de la sociedad. Es como se
viviéramos una época donde – después de la falencia del proyecto modernista
– el mundo simbólico recobrara su dominancia sobre el mundo material[8].
Como en la triste y elocuente alegoría del escritor inglés Martín Amis:
"vivimos un largo interregnum (…) una larga transición que no nos ha dejado
un niño o un heredero, si no una viuda embarazada"[9]. El viejo ya nos ha
dejado, pero el nuevo no ha llegado todavía.

Este nuevo estado transitorio de cosas ha creado un nuevo "normal": la
crisis permanente. Sin medo de equivocarse, es posible decir que – que en
su expresión (pos)moderna, contemporánea o simplemente transitoria – el
"estado de crisis" ha adquirido características especiales.

La crisis permanente está compuesta por micro ciclos cortos y frecuentes –
un led pizca-pizca intermitente de color rojo que se prende y se apaga en
intervalos irregulares, como si tuviera defecto de fabricación. La crisis
permanente tiene "auto-generación" – como las malas profecías auto-
realizables. Y ha cobrado enorme grado de autonomía del mundo material:
basta que sea percibida de modo difuso, tenue o incierto en el mundo
simbólico para surgir expresiva, contundente y, por veces, violenta en el
mundo concreto. La Fig. 02 presenta una versión esquemática de esta
transformación, que configura un nuevo padrón para el estado de crisis en
la posmodernidad - es decir, un "nuevo normal".

Fig. 02 – El "nuevo normal": la crisis permanente




Fuente: Elaboración del Autor

A pesar de percibidas como más severas y comunes, las crisis pos-modernas
no son más profundas o más frecuentes que sus hermanas más viejas. Por
fragmentadas e interconectadas; sus alcances son si mayores, su contagio es
más rápido y sus impactos más profundos. Sin embargo, sus efectos son menos
duraderos en el tiempo, aún que – suprema paradoja – resulten permanentes
en el tiempo por su acumulación, reiteración y sobreposición[10].

En cuadro a la continuación, se presenta las características generales de
la crisis en la posmodernidad en contrapunto a las crisis de la modernidad
tal cual las hemos conocido. Estas diferencias nos serán útiles un poco más
adelante para informar la breve investigación sobre las fuentes de las
distintas manifestaciones de la crisis en el sistema económico y político
actual que se emprenderá a la continuación.

Fig. 03 – La "crisis": ayer y hoy

"Crisis en la modernidad "Crisis en la posmodernidad "
" "(actual) "
"Adversa y Destructiva "Disruptiva y Creadora "
"Concentrada "Fragmentada "
"Identificable "Difusa "
"Episódica "Permanente "
"Cíclica "Estocástica "
"Inesperada "Anticipada "
"Más endógena que exógena "Más exógena que endógena "
"Genera incertidumbre "Genera riesgo "
"Baja externalidad "Alta externalidad[11] "
"Efectos singulares duraderos "Efectos múltiples sobrepuestos "

Fuente: Elaboración del autor


3. Interpretaciones de la "crisis": la sociedad comprimida, abierta,
fragmentada, conectada y líquida.

Mucho se ha escrito a la larga de las últimas 4 décadas sobre es estado de
crisis permanente del mundo moderno. Algunas de estas interpretaciones son
útiles para mejor entender y caracterizar las transformaciones de fondo que
tuvieran lugar en este tiempo. Desde ellas, es posible derivar
explicaciones plausibles y expresiones concretas de sus efectos sobre el
aparato institucional en que se funda a democracia moderna. Además, con un
poco de suerte, es posible deslindar algunos caminos hacia el futuro de la
democracia en el siglo XXI.

Como hemos visto, en el ámbito de la vida social y cultural, Harvey (1991)
ofrece una primera interpretación sobre el estado permanente de crisis: el
surgimiento, la escalada, la adopción masiva y la profundización de las
herramientas de tecnologías de información y comunicación (TICs) a los mas
variados campos de la vida cotidiana de más y más ciudadanos han generado
una sensación permanente de brutal compresión del espacio-tiempo.

Si pudiéramos imaginar un nuevo mundo marcado por bajos costos de
coordinación y costos marginales de producción de bienes y servicios
cercanos al cero, seria de esperarse que la economía de consumo masivo
desee lugar a la economía do ocio o a la economía compartida[12]. En
realidad, esta es una tendencia emergente que se observa en países en buen
partes de los países avanzados y entre elites económicas de los países en
desarrollo: se reduce la jornada laboral en Francia y Alemania, se
introduce el tele-trabajo en la legislación laboral de España y México, se
consolidan las actitudes ciudadanas a favor del consumo consciente en
Bolivia y Australia, se difunde el uso compartido de bienes y servicios en
Estado Unidos y Brasil[13].

Sin embargo, en una sociedad donde todo esta más cerca y se hace más
rápido, la presión sobre el mundo material y la competición sobre sus
recursos limitados – abundantes en términos absolutos, pero escasos en
términos relativos – es también mayor. En estas mismas latitudes, se ve
instalada la paradoja de la escasez medio a la abundancia. En Chile, las
oferta de cupos en escuelas de enseñaza superior nunca fue tan grande – sin
embargo, las calles de Santiago suelen estar tomadas por estudiantes que no
logran acceder o mantenerse en el sistema. En España, la diversificación
económica y la especialización productiva impulsada por la adhesión al
proyecto europeo han generado millones de puestos de trabajo al inicio de
la década. Sin embargo, nunca fue tan difícil a un joven recién graduado
ubicar su primero empleo. La amplia mayoría de las democracias modernas ha
establecido el sufragio universal como instituto fundamental de su sistema
de representación política. Todavía, nunca fue tan difícil que el interés
de la mayoría desorganizada y silenciosa de los individuos desfavorecidos
resulte el hilo conductor de las decisiones públicas. La sociedad
comprimida impone un primer desafío para la reforma de los sistemas
político y económico hoy vigentes: el desafío de la responsividad en medio
a la velocidad. Lo lejano se hace más cerca; lo demorado se hace inmediato.


Los estudios del filósofo austríaco Karl Popper [Popper (1945), en
especial] se ofrecen como base conceptual para una segunda interpretación
de la crisis permanente. Si es cierto que estado-de-crisis permanente pueda
derivarse de una inédita compresión del espacio-tiempo, el mundo posmoderno
también se ve potenciado por el adviento de economías más abiertas e
integradas – que ofrecen más libertad para la circulación de personas,
conocimiento, bienes y servicios.

Una vez más, lo que suele percibirse como un avance positivo – y de hecho
muy frecuentemente es así – exige alguna matización. Quizás una
"consecuencia no pretendida" del acercamiento lento, gradual y continuo del
mundo actual al ideal popperiano de la "Gran Sociedad Abierta" sea la
considerable reducción en la autonomía de los países para implementar
políticas y programas públicos en acuerdo con sus propios objetivos,
prioridades y metas de desarrollo económico y político. Es decir, tan más
abiertos a estos flujos transnacionales, tan menor es su espacio de
maniobra para diseñar e implementar dichas políticas. La política laboral y
de protección social pasa a considerar los flujos migratorios de
trabajadores no-escolarizados. La política industrial define sus
prioridades en función de las potencialidades nacionales para capturar
etapas de la cadena global de valor definidas en otras latitudes. Leyes e
iniciativas de combate a la corrupción revelan conexiones de agentes
públicos en el ámbito doméstico con redes del crimen organizado
transnacional que están más allá de los límites jurisdiccionales del
Estado. Proyectos de reforma radical de sistemas político-electorales
encuentran limitaciones en compromisos asumidos en la esfera
internacional.[14] La sociedad abierta constituye un segundo desafío para
la reforma de los sistemas político y económico hoy vigentes: el desafío de
la autonomía en medio a la libertad. Nada más es solamente local o global.


La crisis permanente también se alimenta de una un tercera transformación
de fondo – esta, si, de carácter más endógeno que exógeno – que ha alterado
la conformación del tejido social característico de las sociedades
modernas. Si el siglo XX fue el tiempo de las luchas de clases alrededor
del control de los medios de producción y la regulación de la explotación
de la fuerza laboral, el siglo XXI promete ser el siglo de la lucha por el
reconocimiento de nuevas identidades y roles sociales a través de lo
reconocimiento de sus derechos culturales, étnicos y/o de género. Como
apunta Mafesoli (2004), ha llegado el "tiempo de las tribus".

La modernización, la secularización y la urbanización han, cada cual a su
modo, disminuido la conciencia de clase y apagado las fronteras sociales
rígidamente demarcadas en función de la propiedad de los medios de
producción. Nobles y aristócratas propietarios de tierra; capitalistas
propietarios de emprendimientos industriales y la pequeña burguesía
comercial; burócratas y tecnócratas del aparato estatal; operarios
trabajadores de la industria y trabajadores rurales campesinos ya no son
categorías referentes alrededor de las cuales se organiza la producción
capitalista, si conforma el sistema de partidos políticos o se definen los
beneficiarios-meta de programas sociales. Para el bien o para el mal, las
nuevas relaciones capital-trabajo, la profusión de nuevas ocupaciones y
profesiones surgidas con la 3ª. Revolución Industrial, el declive de la
familia tradicional han preemitido a cada individuo pasar a jugar distintos
roles sociales a la vez, haciendo obsoletas muchas de las rígidas
dicotomías que han marcado el siglo pasado. Abundan empleados que mantienen
sus propios negocios, funcionarios que son emprendedores adentro del
servicio público, estudiantes que dan clase como monitores, asistentes o
profesores adjuntos en otras instancias académicas, jóvenes que desempeñan
roles de jefes de familia a la más tierna edad, ancianos que vuelven a los
bancos escolares o que son amantes de deportes radicales. En la
posmodernidad estamos invitados a vivir diversas vidas, aún que dispongamos
de una sola.

Finalmente, además del fin de clases sociales en su acepción marxista y de
las nuevas posibilidades de que un mismo individuo pudiera desempeñar
distintos roles sociales a la vez, la contemporaneidad ha traído una
transformación aún mayor: la emergencia de nuevas identidades en el ámbito
de la vida pública y privada. Surgen a los borbotones, a toda orden, en
todos los campos, con signos privados y agenda públicas bien definidas:
ambientalistas verdes, punks de periferia, yuppies workaholics, clubers
notívagos, hipsters descolados, skinheads nacionalistas, activistas LGBTs y
todo un amplio mosaico de grupos de identidad (no más, de interés – si no
de identidad) que comparten, de modo permanente o contingente un sentido de
pertenencia que transciende límites geográficos en la velocidad de las
conexiones de la banda ancha que potencia las redes sociales.

Resulta evidente que todo un abanico de organizaciones modernas
responsables por la representación política, la coordinación económica, el
diálogo social y/o el empoderamiento comunitario (por ejemplo, los
partidos políticos de masa, los clubes empresariales, los sindicatos, los
consejos escolares de padres e hijos) ya no pueden seguir funcionado a
contento referidas à "clases productivas" y/o "grupos de interés" mientras
su propios sujetos ya se toman en cuenta de manera distinta, afiliándose a
un otro abanico de identidades, según otro tipo de subjetividades, bajo
otros vínculos de solidariedad. La sociedad fragmentada impone un tercer
desafío para la reforma del sistema político y económico hoy vigente: el
desafío de la equidad en medio a la diversidad. Ya no somos uno; estamos
varios.

Es Castells (2006 y 2012) quien ofrece la más detallada interpretación
acerca de la más evidente transformación de fondo ocurrida en el pasaje
del milenio. Las TICs potenciadas por la difusión de la banda larga y pelo
vulgarización de los aparatos de comunicación móvil ha propiciado la
emergencia da sociedad conectada: la "sociedad en red".

Los impactos que trae la sociedad en red son innumerables – y el detalle
suena desnecesario. Se acelera el ritmo de las actividades productivas por
medio de la colaboración asíncrona que permite la continuidad 24/7 de un
proceso productivo o servicio por medio de su repartición de sus etapas o
jornadas laborales por distintas localidades del globo aprovechando los
distintas zonas horarias. La movilización social en contra una decisión del
poder político se ve facilitada, así como la coordinación de acciones de
atención a las victimas de un desastre natural. La sociedad en red rompe
las barreras geográficas que nos impone el mundo físico en términos de las
distancias y de los costos de transporte. Nos acerca de lo que está llego
sin tener que traerlo hasta nosotros. Nos aleja de los que nos es cercano,
preemitiendo formar identidad, elegir afinidades y construir fidelidades
más allá de las fronteras del vecindario inmediato.

Lo que suele pasar desapercibido es que el efecto multiplicador de la
sociedad conectada potencia sobremanera las demás transformaciones
mencionadas a la anterioridad. La sociedad en red crea la infraestructura
para que la compresión del espacio-tiempo incida sobre la vida de la gente
común; viabiliza la apertura de las fronteras nacionales a los flujos
transnacionales o – sencillamente – las sobrepasa; y preemite la conexión y
desconexión en tempo real de individuos y movimientos sociales con agendas
similares dispersos alrededor del globo y/o inmersos en las redes sociales.


Nuevamente, las organizaciones modernas que hemos creado – con mandatos y
jurisdicción bien definidos - ya no pueden dar cuenta de regular, competir
o combatir la extra-territorialidad característica de organizaciones
nacidas durante la segunda mitad del siglo pasado: las empresas
multinacionales, las ONGs globales y las obscuras conexiones en red del
crimen organizado internacional. La sociedad conectada impone un cuarto
desafío profundo para la reforma del sistema político y económico hoy
vigente: el desafío de la regulación en medio a la complejidad. Un tiempo
donde el desconocido suele estar sentado en la sala de estar.

Finalmente, vivemos en tiempo de sociedades líquidas – o como prefiere
Bauman (2000), una "modernidad líquida". Un tiempo donde – como toma nota
Berman (1982) citando Karl Marx en su Crítica à Economia Política – "todo
que es sólido, se deshace en el aire".

Una vez más, lo evidente abunda: admiramos nuestros padres y abuelos por
las juras de amor eterno que siguen intercambiando en las fiestas de
familia sin creer en relaciones de pareja más duraderas que un verano.
Desaseémonos con naturalidad de costoso aparatos electrónicos en nombre de
la última novedad tecnológica, sancionando la obsolescencia programada y el
ciclo del producto como estrategia de las industrias para garantizar la
lealtad del cliente y el crecimiento continuado de las ventas. Valorizamos
la diversidad y la experimentación sin cuidar de la profundidad de estas
experiencias.

De tiempos en tiempos, cambiamos de todo lo que nos ha definido hasta aquel
entonces: cambiamos de casa, de empleo y de patria. Cambiamos de religión,
de partido político y de ideología. Cambiamos de hobby y de carrera.
Cambiamos nuestras más arraigadas convicciones y nuestros sueños más
etéreos. Cambiamos de cara - y até de género. Conocemos la mejor música de
todos los tiempos de la última semana. Vimos intensa y desatentamente la
extrema paradoja contemporánea: la crisis permanente es, sobretodo, una
crisis de permanencia. La sociedad líquida impone un quinto y definitivo
desafío para la reforma del sistema político y económico hoy vigente: el
desafío de la consistencia en medio a la contingencia. Nada está hecho para
durar.

En resumen, vivimos el adviento de una "era trans": los trastornos de la
sociedad de espacio y tiempo comprimidos, las organizaciones
transnacionales de las sociedad abierta, las transgénicos y transgéneros
novedosos de la sociedad en fragmentos, las múltiples transacciones de la
sociedad en red y el transitorio permanente de la sociedad líquida.

Sin embargo, se equivocan los que creen que estas transformaciones de fondo
nos han libertado de la tarea de seguir lidiando con los dilemas de la
época moderna – aquellos a los cuales fuimos presentados por nuestras
abuelas y abuelos y a los cuales juzgamos haber respondido con la creación
de las organizaciones de la democracia moderna. Las tensiones entre el
monismo y el pluralismo (en el ámbito epistemológico), el cosmopolitismo y
personalismo (en el ámbito de la cultura); el bien común y la libertad
individual (en el ámbito de la filosofía moral); la economía de mercado y
el Estado de bienestar (en el ámbito de la economía política); y el
crecimiento económico y el desarrollo humano (en el ámbito de la economía
del desarrollo); la isonomía jurídica, la meritocracia y la equidad
distributiva (en el ámbito de la justicia social); y la centralización y la
subsidiariedad (en el ámbito administrativo del Estado) siguen presentes en
las diatribes contemporáneas.

Lidiar con tensiones irresueltas de pasado, con las insuficiencias del
presente y con las incertidumbres del futuro – ahora inmersas en un tejido
social mucho más frágil, de entramado irregular y conexiones intrincadas;
hecho para no durar – es la tarea a la cual somos llamados en el nuevo
siglo. Contestarlas a contento es el mayor desafío de acción colectiva de
nuestro tiempo.


4. Manifestaciones de la crisis permanente: economía, política, gobierno y
liderazgo público

No cabe duda de que estas transformaciones de fondo han afectado nuestro
juicio colectivo sobre el legado de la modernidad – este tiempo de tantos
aciertos y asombros. El movimiento lento y gradual de estas placas
tectónicas reconformando el tejido social en lo cual nos toca hoy vivir ha
cobrado sus efectos el distintos campos de nuestra vida material y
simbólica común. Estos efectos nos invitan a reformar expectativas con
relación al futuro cercano.

No obstante, aún no queda enteramente claro de que manera estas
transformaciones generan manifestaciones especificas de la crisis
permanente en ámbito del sistema económico, del sistema político, del
liderazgo público o de la tarea de gobernar. En definitiva, ¿la naturaleza
primordial de la crisis es económica (relativa al mundo de la producción y
distribución)? O es una crisis de contornos marcadamente políticos
(relativa a la conformación de las organizaciones) o de las "reglas del
juego" (relativas a las instituciones)? Se trata de una crisis de liderazgo
(relativa a la comunicación de visiones de un futuro compartido)? O de
estatalidad (relativa a la capacidades del aparato público)¿O es todo, al
mismo tiempo, ahora?

4.1. La crisis en la economía:

Es en el campo económico que la crisis se manifiesta de manera más
evidente. Más allá de sus efectos sobre el mundo simbólico, la inflación
galopante, la pérdida de empleo, la pobreza extrema tienen su lugar en las
condiciones materiales concretas y cotidianas de los individuos. Son
manifestaciones "gráficas", elocuentes, fáciles de identificar – pero
difíciles de entender de manera congruente y en profundidad. Por esta
razón, se suben más fácilmente a las páginas de los diarios y las pantallas
de televisión – trayendo consigo los vendedores de ilusiones y los profetas
de Apocalipsis de turno; además de algunos pocos especialistas confiables
asombrados con lo que ha ocurrido.

En realidad, las crisis económicas y financieras nos parecen tan familiares
porque siempre estuvieran ahí. Una mirada longitudinal en el Indicador
Compuesto de Crisis Regional y Mundiales (BCDI, por su sigla en Inglés)
compilado por Reinhart y Rogoff (2009) revela un siglo XX marcado por una
enorme volatilidad en los precios relativos en los mercados de bienes y
monedas alrededor del globo.

Fig. 04– Crisis Económico-Financieras en el Siglo XX (1900-2010)
[BCDI – Composite Regional and World Crisis Index (min = 0/máx = 200)]


Fuente: Reinhart y Rogoff (2009)

Sin embargo, asentado en el sugestivo título del libro, el argumento
central de Rogoff y Reinhart (2009) es lo de que, en esta oportunidad,
"estamos adelante de una crisis distinta". Parte de estas singularidades
contemporáneas residiría en la naturaleza "líquida" de los instrumentos
financieros – vehículos mutantes hechos para reconfigurarse a cada
transacción que cargan informaciones imprecisas – y en la velocidad de sus
intercambios – que solamente un mundo extremadamente "comprimido", de
economías abiertas y mercados conectados podría preemitir. En definitiva,
ni mismo en concepto de "moneda" ha resistido a las transformaciones de la
contemporaneidad. Transformada en vehículos de inversión estructurada
(VIEs), la moneda fiduciaria – este invento lapidar del capitalismo moderno
- ha perdido parte de sus funciones de unidad de cuenta, de reserva de
valor y de medio de transacción[15].

Sin embargo, más allá de la sofisticación de los instrumentos financieros,
¿que distinciones fundamentales hay entre la tragedia de la Gran Depresión
de los anos 30s y la Gran Recesión iniciada en 2008? ¿La presente crisis es
nada más que una reverberación de la burbuja de las "empresas.com" del
inicio de los años 90s o de las crisis cámbiales que engolfaran los
mercados emergentes (Rusia, Brasil, Turquía, entre otros) al final de la
misma década? ¿Como la primera crisis del siglo XXI se diferencia de sus
hermanas mayores nacidas en el siglo XX? ¿Que hace sus alcances más
amplios, su contagio más rápido y sus impactos más profundos - aún que sus
efectos sean menos duraderos? ¿No deberíamos esperar que la 3ra. Revolución
Industrial hubiera preemitido locaciones más eficientes de las inversiones,
una economía más productiva, una vida material más abundante y - por lo
tanto – una sensación de estabilidad más duradera?

Ocurre que, en el campo de la economía real, el problema más agudo que
tenemos por delante ya no es lo de la escasez de los recursos, bienes y
servicios que preemiten girar el modo de producción capitalista, si no lo
de la distribución de sus resultados. El presente mal-estar económico es,
sobretodo un malestar desigual: un problema de escasez relativa. El desafió
fundamental de próximo siglo ya no es lo de la superación de la pobreza
extrema – a solucionarse hasta 2020, según datos del Banco Mundial – sino
la profundización de la desigualdad de carácter multidimensional entre
personas y países[16]. Esta tendencia es particularmente preocupante en las
economías emergentes (China, Rusia, Brasil, entre ellos) en las cuales
viven más de un cuarto de los jóvenes del mundo y en América Latina donde
la percepción colectiva del alargamiento injusto[17]de la brecha social ha
generado conflictividad y tensión social en el pasado recién.

Además, aún que sea posible entender que la desigualdad pueda ser
moralmente aceptable cuando justa (en algunos casos, hasta deseable), la
desigualdad muy pronunciada es contraproducente tanto para los objetivos
económicos prevalentes en la mundo material (como, por ejemplo, el
crecimiento y la paz social) como para la consolidación de valores morales
supervenientes (como, por ejemplo, la tolerancia, el pluralismo y la
libertad negativa) en el mundo simbólico.

Otra manifestación de la crisis en el campo de la economía política es la
pérdida de autonomía y el déficit de autoridad del Estado Nacional en
sociedades comprimidas, abiertas y conectadas. Un aparato estatal sobre-
demandado que depende de un capitalismo turbinado para financiarse tendrá
de acomodarse a la volatilidad de los humores de mercados situados más allá
de las fronteras nacionales. Cuando la dinámica del capitalismo de curto-
plazo – marcada por el ritmo de los informes trimestrales de las grandes
empresas transnacionales y por el sube-y-baja de las bolsas financieras –
presta incertidumbre a las proyecciones del espacio fiscal, la acción
estatal de largo plazo se encurta o se encoje.

Una sociedad más fragmentada crea dificultades adicionales para la
planificación desde la centralidad estatal – tanto en la identificación de
los sujetos de las políticas públicas (que surgen en mayor número y cargan
demandas contingentes y menos precisas) cuanto en la identificación de los
problemas à tratar (que siguen este mismo padrón). Además, tan menos
generales sean estos problemas y tan más estén referenciados en comunidades
des-territorializadas, más agentes especializados y organismos intermedios
con actuación directa en los territorios (por ejemplo, juntas de vecinos,
asociaciones de clase, organizaciones filantrópicas y clubes sociales
rotarianos) necesitan verse movilizados para canalizar demandas hacia
arriba y entregar soluciones hacia abajo. Mismo cuando realizada con base
en estructuras de incentivo o mecanismos de mercado bien diseñados[18], la
planificación del desarrollo económico encuentra dificultades en la
complejidad derivada de una fragmentación social que no conocía hace 30
años.

Por otro lado, la fragmentación combinada a la apertura y la compresión del
espacio-tiempo preemite que la acumulación capitalista se expanda el
rededor del globo, incorporando nuevas vanguardias productivas a las redes
globales de valor, por medio de una nuevísima división internacional del
trabajo.

La expansión de los mercados y las presiones sociales sobre el Estado desde
el tejido social van haciendo apagando – por obsolescencia – las fronteras
materiales y simbólicas entre Estado-Mercado-Comunidad. Las iniciativas,
proyectos, organizaciones o actores ya no son enteramente públicos,
privados, sociales o comunitarios: combinase de manera contingente al
contexto, objetivos y recursos disponibles formando entes híbridos cuya
categorización es un desafío en si mismo.

El estado-de-crisis y transición también alcanza los fundamentos
ontológicos, epistemológicos y metodológicos de la ciencia económica.

En el campo ontológico, la fragmentación y la transitoriedad han
dificultado la identificación del problema económico, su diagnóstico
preciso y el abanico de sus posibles soluciones. En menos de un siglo, la
explicación modelar acerca de la trayectoria divergente entre el desempeño
económico entre los países desarrollados y retardatarios han transitado
desde el (i) determinismo geográfico, (ii) la abundancia de recursos
naturales, (iii) las relaciones de intercambio del comercio internacional,
(iv) el rol de los valores culturales, (v) la preponderancia de la
instituciones políticas y – en la última década – en (vi) la gobernanza
pública y en (vii) la efectividad de los gobiernos. De modo correlato, la
tarea primera a la cual se impone la economía como ciencia social ha
cambiado: primero, entender el crecimiento y la producción; después la
distribución y el desarrollo; hoy día el bien estar y la felicidad. No es
coincidencia que la métrica del éxito de las naciones ha transitado desde
Producto Interno Bruto hacia el Índice de Desarrollo Humano - IDH;
desaguando hoy día el Índice de Nacional de Felicidad – IDH.

En el campo epistemológico, la ciencia económica experimenta una transición
de métodos y procedimientos en dirección al paradigma científico propio de
las ciencias del comportamiento. La "ciencia lúgubre" que nació como
apéndice de la filosofía moral y despegó para el estrellato incorporando
los métodos predictivos de las ciencias naturales (en especial, la física y
la química); va acercándose a pasos largos de los modelos de aprendizaje en
feedback-loop de las ciencias evolutivas (en especial, de la biología y de
psicología). Los modelos econométricos lineares que obliteraran la
contabilidad nacional dan lugar a los algoritmos complejos. El homo
economicus moderno - que ya fue homo moralis iluminista – es hoy el homo
socialis contemporáneo.


4.2. La crisis de la política

En que pese los enormes cambios engendrados por estas transformaciones de
fondo sobre el sistema económico, sus efectos suelen ser aún más dramáticos
en el ámbito de las instituciones y organizaciones del sistema político.

De modo análogo a la esfera económica, cabe preguntarnos: ¿no deberíamos
esperar la emergencia de sociedades más abiertas, más interconectadas, de
relativa abundancia material, en las cuales personas y comunidades pueden
expresar libremente sus identidades y demandas particulares hubiera
resultado en la consolidación definitiva de la democracia como modalidad
preponderante de gobernaza de los asuntos públicos y, en paralelo, al
virtual desaparecimiento de violencia política en el mundo moderno y
secularizado? ¿El camino hacia la "Gran Sociedad Abierta" poperiana no
debería corresponder a la vigencia de la Pax Perpetua kantiana?

Una breve mirada en la evidencia empírica acerca de la evolución de la
democracia y de la violencia política alrededor del globo compilada junto a
la base de dados del proyecto Polity IV/CPS (2013)[19] puede darnos una
pista de la evolución reciente de esta disyuntiva.

En efecto, la Fig. 05 evidencia una súbita elevación del número de países
bajo el régimen democrático desde la segunda mitad de los años cuando los
efectos de las transformaciones disparadas pela revolución digital nacida
en las economías desarrolladas amplían su alcance hacia los países
emergentes – hasta aquél entonces, designados "periféricos". Entre 1995 y
2010, el número de países clasificados como "democráticos' ha saltado de 58
(cincuenta y ocho) para 92 (noventa y dos). Además, un número substancial
de países ha experimentado un cambio de la autocracia a la anocracia,
evidenciando un proceso colectivo de transición hacia regimenes políticos
más abiertos, libres y participativos.

Fig. 05 – Evolución de la Democracia vs. Anocracia vs. Autocracia
(países con más de 500mil habitantes, 1800-2010)


Fuente: Polity IV/CPS (2013)

Sin embargo, la violencia política alrededor del globo no ha experimentado
cambios tan pronunciados. Aún que en la Fig. 06 se observe una reducción
substancial de los conflictos civiles à partir de 1993, la llegada de un
nuevo ciclo de desaceleración económica mundial en 2007-2008 parece tener
cobrado sus efectos sobre este tendencia descendiente, produciendo un
pequeño recrudecimiento. La distribución regional de los conflictos entre
las distintas regiones del globo tampoco se ha alterado a la larga de la
segunda mitad del siglo XX.

Fig. 06 – Evolución y distribución de los conflictos civiles alrededor del
mundo
(numero de conflictos, 1960-2010)


Fuente: Polity IV/CPS (2013)

Guardando estrecha semejanza con es sistema económico, la función
primordial del sistema político no es la de asignación eficiente de bienes
materiales segundo demandas mutuamente excluyentes. El sistema político
recibe, interpreta, acoge, organiza y prioriza la atención a demandas
materiales según intereses rivales. Dicho de modo sencillo, el sistema
político no asigna "recursos": asigna el "poder" para asignarlos.

Así que una de las potenciales explicaciones para el fenómeno de
desacoplamiento entre la democracia formal y de la paz social esta asentado
en un problema de la distribución desigual del poder de influir sobre la
asignación de los resultados materiales de la democracia. Esta hipótesis
sugiere que, de modo correlato a lo que pasa en el ámbito económico, el
desafío fundamental que tenemos por delante en el mundo político, no es lo
de la falta de democracia, si no de su escasez relativa. No se trata de
obtener más legitimidad por ampliación del sufragio electoral, ni de
incrementar la representación de segmentos sociales específicos por medio
de cotas electorales, ni de ampliar los espacios para participación y el
control ciudadano de las decisiones públicas, ni de más funcionarios y
mandatos para aumentar la acción gubernamental. Sin una reconfiguración del
mecánica fundamental de la democracia moderna, el puro y sencillo
incremento de estos institutos legítimos, meritorios e deseables poco
alterará el balance final de resultados entre dueños, amigos y enemigos del
poder.

El mundo comprimido, las economías abiertas, la sociedad fragmentada y las
comunidades transnacionales conectadas en red requieren una amplia reforma
de los institutos, organizaciones y procedimientos de definen el
experimento democrático moderno como lo conocemos hoy. Este desafío no es
lo de más democracia, si no lo de mejor democracia. No es lo de defender
y/o promover esta democracia que ahí esta; si no lo de dibujar un otra
democracia que esta por venir – adaptada a siglo XXI.

En el camino hacia la democracia del siglo XXI, el primer paso es tener en
cuenta que la democracia del siglo XX hace mucho à dejado de existir. La
democracia moderna en su acepción procedimental mínima – el sufragio masivo
de "un hombre, un voto" según la regla de la mayoría – es una
imposibilidad en sociedades complejas.

Como enseña Dahl (1972), vivemos en poliarquía – o, mejor dicho, en una
"democracia poliárquica" – donde la regla de mayoría sigue vigente criterio
definidor del conflicto de interés alrededor de una decisión colectiva,
pero el sufragio universal ya no es el principio definidor del quórum
legítimo de estas decisiones. En poliarquía, no votamos por todo, a todo el
tiempo. Ni todos ciudadanos son llamados a pronunciarse sobre decisiones
públicas complejas o parroquiales como, por ejemplo, la gestión de residuos
tóxicos generados por una usina nuclear, el mensaje más efectivo para la
próxima campaña de combate a la adición a las drogas o la frecuencia con
que el poder municipal debe recoger la basura en la plaza central del
barrio. Ni todos tienen interés en tener voz y voto en todas y cada
elección pública. Ni todos revelan el mismo nivel de interés o detienen el
mismo poder de influencia. Ni todos están capacitados a hacerlo de manera
informada.

En una sociedad más fragmentada, la democracia poliárquica se ve reforzada.
Ciudadanos se organizan según grupos de interés (cada vez menos) o de
identidad (cada vez más) y participan de la vida pública de modo
descontinuado según sus vinculaciones temporarias à grupos contingentes
incentivadas por el contexto y por el ejemplo de sus pares. Eligen
representantes políticos que se presentan como defensores de sus agendas
particularistas transfiriéndoles mandatos cada vez más vinculantes.
Presionan el poder público para que la acción gubernamental diseñada por
tecnócratas especializados y implementada por burócratas sobrecargados
tenga en cuenta las especificidades de sus comunidades. Por fin, demandan
que la entrega de los servicios públicos por los "agentes de campo"[20]
cuente también con la participación de organizaciones comunitarias.

En una sociedad más interconectada – y, por lo tanto, más compleja – la
diversificación productiva y la especialización funcional llevan a una
tecnificación de las decisiones públicas del otro lado del balcón. Antes
asentada en la construcción de consensos mínimo de largo plazo, la tarea
básica de dar buen gobierno pasa a ser la de solucionar problemas
complejos, con acciones urgentes y de corto plazo – que, además, requieren
conocimiento técnico y experiencia previa para que sean efectivas.

Así, el espacio primordial de las decisiones públicas que afectan la vida
del ciudadano común va, gradualmente, migrando del parlamento (según, el
modelo de Westminster) hacia la burocracia estatal (según el modelo
weberiano) y desde ahí a los órganos reguladores independientes y agencias
ejecutoras especializadas (según el modelo de la "Nueva Administración
Pública"). Sin juicio de mérito o conveniencia, el control democrático de
las decisiones públicas se desvaí en el avance de la "poliarquización".

Cuando combinada al nuevo tejido social – y en buena parte impulsada por
elle – la "democracia poliárquica" pone a los elementos constitutivos de la
democracia de masa de la era moderna en una dinámica de múltiples crisis
interconectadas y cumulativas. De manera esquemática y simplificada, la
Figura 07 busca ilustrar esta situación:

Fig. 07 – La democracia moderna en crisis permanente: la
"(in)gobernabilidad"

Fuente: Elaboración propia del autor.
Tomemos, por ejemplo, la participación ciudadana en nuestros días –
especialmente en las Américas. La evidencia empírica en la región apuntar
hacia un creciente déficit de participación popular en los procesos
electorales medida por la elevación discreta, gradual y constantes del
absentismo. Algunas explicaciones más sofisticadas atribuyen este déficit
al declive de la acción humana en la esfera pública [Sennett (1992)], a los
cambios en la dinámica de movilización de las masas [Tarde (1901), Ortega y
Gasset (1926) y Eco (1982)] o a la debilitación de los lazos comunitarios
[Putnam (2000)]. Otras interpretaciones más pedestres transitan entre la
desconfianza hacia los políticos; la apatía hacia una política cada día más
auto-referente; una actitud cada días más irónica hacia la política como
espectáculo y la creciente revuelta ciudadana de cara a los privilegios
injustificados y malas conductas recurrentes de los líderes políticos y de
los agentes públicos.

Apatía y revuelta suenan como sentimientos encontrados, pero esta es solo
más una de las aparentes contradicciones que habitan el núcleo constitutivo
de la "democracia poliárquica". Son manifestaciones típicas en sociedades
comprimidas (donde la prisa, el aprieto, la raqueta y la inseguridad de la
vida metropolitana desincentivan el uso y la ocupación cotidiana del
espacio público), abiertas (donde lo político disfruta de menos autonomía
para dar atender expectativas infladas), fragmentadas (donde la
identificación política y las afiliaciones partidarias son contingentes) y
líquidas (donde los movimientos socio-culturales se dan ollas irregulares;
cuyas demandas y liderazgos que no son hechos para durar).

El sociólogo y exPresidente de la República de Brasil (1994-2002), Fernando
Henrique Cardoso lo pone en claro en sus memorias:


(…) La sociedad contemporánea no hierve todo el
tiempo. Calienta, hierve, y luego calma, enfría. Pero
el debate reaparece más adelante. Con sus altibajos,
idas y venidas de los temas, es el acto y el costumbre
de debatir que es - por decirlo así – continúo. De vez
en cuando, y por caminos imprevistos, el debate
converge y conduce a la acción colectiva. Y la acción
tiende a amplificar muy rápidamente gracias a las
tecnologías de comunicación. En el extremo, los casos
excepcionales pueden escalar hasta generar un
cortocircuito en el sistema (…) [Cardoso (2002)]

Para subsanar parte de la apatía y la revuelta que resultan en el
absentismo electoral creciente o las cada vez más frecuentes protestas
callejeras; el mundo político en crisis ha apelado, vía de regla, para el
asistencialismo y el clientelismo como expedientes garante de su propia
supervivencia. En otros tiempos, estos eran estratagemas útiles para
jimiquear el apoyo ciudadano a los líderes políticos electos y mitigar la
crisis de representatividad que es subyace a las democracia representativas
– en especial, las que adoptan un sistema de representación
preponderantemente mayoritario. Sin embargo, en la medida que la motivación
central del voto deja de ser material (con base en el interés) y pasa a ser
simbólica (con base en la identidad), estos expedientes van perdiendo
efectividad, disminuido sus dividendos electorales. En sociedades más
fragmentadas, las múltiples identidades son más difíciles de precisar y
reconocer. En sociedades más abiertas que van avanzando hacia la abundancia
material, la captura de los intereses por la vía de la asistencia o de la
clientela va quedando más onerosa.

La crisis de representatividad es, sobretodo, la crisis de vehículos más
tradicional: el partido político. Los partidos políticos de masa que se
formaran à partir del inicio del siglo XX con la adopción del sufragio
universal por la gran mayoría de los sistemas políticos – sean ellos,
democracias, anocracias o autocracias – ya no son más funcionales para
acoger y interpretar la voluntad popular y traducirlas en representación
política. Organizados para agregar preferencias con base en intereses
económicos, canalizar demandas materiales y ofrecer espacios de
representación con base en clases sociales inmutables y bien definidas,
los partidos "de los empresarios", "de los trabajadores", "de los
ruralitas" o de "los religiosos" ya no cuadran en el mundo de
ambientalistas, punks, lésbicas, defensores de la prensa libre y un sin
número de activistas sociales de todas las matices. En la contemporaneidad,
la apertura y la conectividad alimentan la fragmentación preemitiendo la
exploración de roles sociales múltiples y simultáneos por un mismo
individuo. Cuando las identidades se multiplican y preferencias pasan a ser
transitorias, la identificación partidaria se reduce y la representación
política pierde fuerza y significado. La conformación de la "demanda
política" (es decir, el nuevo elector contemporáneo, sus valores,
preferencia, conducta y agendas) ya no se reconocen en la "oferta política"
(los partidos políticos de masa y sus candidatos de perfil generalista).


Como apunta Offe (2007), por el lado de la oferta política, el monopolio de
acceso al poder detenido por los partidos políticos en la democracia
moderna ha llevado a su excesiva burocratización y jerarquización. Los
resultados son conocidos: un alejamiento progresivo de la cúpula directiva
a las bases sociales, el enfrascamiento cotidiano en la administración de
la máquina político-electoral y la elevación de la conflictividad en razón
de la creciente lucha por su control.

Alternativas temáticamente especializadas y técnicamente más capaces para
canalizar de demandas ciudadanas específicas y dispersas hacia los espacios
de toma de decisiones públicas, el surgimiento de las organizaciones no-
gubernamentales en los años 70-80s fueran el alerta temprana de la crisis
que en aquel entonces se avecinaba. El gradual desaparecimiento de
agremiaciones políticas tradicionales, la súbita emergencia y posterior
liquefacción de grupos de abanderados sin cohesión ideológica o
convergencia programática para los próximos comicios y la multitud de
candidatos independientes que se postulan en repetidas elecciones en
diversos países de América Latina y Asia en los años 90 fueran el síntoma
más evidente de esta disfuncionalidad. El surgimiento de la "democracia
callejera" y la emergencia de los llamados "movimientos sociales
desorganizados" (sin liderazgo definido y movilizados a través de las
redes sociales) en los años recientes constituye el capítulo definitivo de
la obsolescencia lenta, gradual y segura de los partidos políticos como los
conocemos.
El sistema político también enfrenta una crisis de funcionalidad en su
función de traducir de la representación política (que, como hemos visto,
carece de legitimidad de origen) en elección pública eficiente (que demanda
autonomía decisoria y ausencia de captura por agentes privados).

En poliarquía[21], los resultados de las políticas públicas suelen ser
capturados por minorías sociales que se transforman en mayorías políticas
en la medida que logran movilizar su aparato institucional para influenciar
disputas en torno de decisiones ante a las cuales detienen alto grado de
interés – aún que parroquiales y particularistas. En estos casos, estos
grupos de interés suelen adoptar narrativas que enfatizan su pretenso rol
de agentes de la "voluntad popular", del "bien común" o del "interés
nacional" empeñados en "asegurar beneficios concretos en favor de una
colectividad más amplia", mientras esconde los costos difusos de la
decisión pública capturada para la colectividad en el largo plazo.
Privatizan-se en el presente los beneficios concretos de corto-plazo para
los miembros del grupo. Socializase los costos inciertos de longo-plazo con
los excluidos y con las generaciones futuras.

Sin embargo, estas son también movilizaciones "líquidas" – que se activan y
se desactivan de acuerdo con la urgencia, relevancia, interés y capacidad
de influencia que son capaces de construir alredor de la disputa. Ocurre
que, como escribió Baudrillard (2008), de manera general, las mayorías
políticas que se forman a cada elección pública en el mundo simbólico no
corresponden a mayorías sociales en el mundo real. Minorías sociales se
hacen mayorías políticas ruidosas mientras las mayorías sociales
silenciosas, legítimamente desinteresadas, son transformadas en minorías
políticas para efecto de la elección pública específica en cuestión. La
dinámica característica del juego político pasa a operarse por capturas
múltiples – legítimas o no, no viene al caso – de las múltiples decisiones
públicas por múltiples intereses parroquiales de turno y no la
consolidación del interés colectivo por medio del ejercicio reiterado de la
democracia.

Los problemas de captura de la elección pública suelen resistir a la
creatividad de pensadores y operadores políticos dedicados a la
(re)ingeniería institucional en todas las latitudes. La experiencia
internacional en materia de reforma de instituciones políticas es
tremendamente diversa y sus resultados heterogéneos y decepcionantes[22].
Repetidas veces, North (1990) y Olstrom (1990) han demostrado que la
evolución institucional es un proceso lento y gradual – como el proceso de
selección natural – donde los cambios introducidos por el ingenio humano
suelen producir pocos experimentos exitosos y muchas consecuencias no
pretendidas. Además, muchos otros institucionalistas reputados han dado
cuenta de la influencia de factores extra-institucionales (por ejemplo, la
Historia, la cultura, la religión, la violencia) sobre el desempeño de las
instituciones políticas.

Sin embargo, en el caso de América Latina, boa parte de la disfuncionalidad
de los sistemas políticos en la región se alimenta de un diseño
institucional algo raro: la cohabitación de la regla mayoritaria para la
ocupación de los cargos electivos en el Poder Ejecutivo y la regla
proporcional en la formación de la representación legislativa.
La larga mayoría de los sistemas político-electorales de la región están
conformados por una rara combinación de presidentes, gobernadores y
alcaldes directamente electos de forma mayoritaria (al modo del
presidencialismo americano) y legislaturas multipartidistas indisolubles
formadas por medio del voto proporcional (al modo de los sistema
parlamentaristas europeos). Abranches (1988) ha bautizado este armado
institucional como "presidencialismo de coalición". Se trata de un híbrido
que suele producir gobiernos débiles en razón del constante bloqueo de la
agenda legislativa de interés del Ejecutivo por la ausencia de mayorías
parlamentarias permanentes y/o la elevación del costo político de la
formación de mayorías transitorias y contingentes. Los resultados son
conocidos: la asignación de posiciones en el aparato estatal por el poder
político de turno, captura de las decisiones públicas por grupos de interés
afiliados a agrupaciones políticas y, en muchos casos, actos de corrupción
practicados en nombre de la gobernabilidad.

Innumeras proyectos de reforma de las reglas electorales, del sistema de
partidos y del proceso legislativo han fracasado por tomaren como
estrategia reparadora la profundización de modelos y categorías del pasado
mientras el contexto se veía completamente alterado por el futuro que
llegaba. Acomodados a las reglas vigentes, los líderes políticos se han
recusado a pensar nuevos vehículos de representación más adecuados a la
fragmentación social. De igual manera, profesionales y operadores de la
política han evitado experimentar ritos legislativos alternativos que
inhiban vetos, bloqueos y capturas de las elecciones públicas de modo a
restaurar la funcionalidad de los sistemas sin afectar el sistema de
balances y chequeos que preserva la separación entre los poderes
republicanos. Inmersos en discusiones académicas auto-referentes que
cuestan a transcender fronteras disciplinares y las cátedras
universitarias, los pensadores de la política tampoco han propuesto
experimentos institucionales verdaderamente innovadores capaces de
habilitar el ejercicio de una "nueva política" – hoy inmersa en un tejido
social radicalmente distinto.


4.3. La crisis del liderazgo público

La crisis de funcionalidad también es una crisis del liderazgo político
tradicional.

Como señala Bauman (2000), al contrario do que supone el sentido común, la
sociedad líquida ha magnificado la importancia y el rol protagónico del
liderazgo en la política. Desde el final de la 2ª. Guerra Mundial, los
sistemas políticos nacionales y las instituciones de gobernanza global han
avanzado sobremanera en la consolidación de mecanismos de diálogo y
decisión colectiva concertada, preservación del la soberanía de los países
periféricos y protección del los derechos de las minorías – entre otras
esferas. Según elle, a las puertas del siglo XXI, el desafío fundamental de
mundo político ya no es más lo de la conformación de reglas de convivencia
estables, percibidas como justas y suficientemente eficientes para
delimitar lo que vale y lo que no vale en el juego político. Es desafío
político del nuevo silgo es la imposibilidad del ejercicio efectivo del
poder:

"En el pasado, la pregunta central parecía ser "que hay que
hacer". Sin embargo hoy, la pregunta fundamental es "quien puede
hacerlo". Es una pregunta no más sobre mecanismos de construcción
de consensos mínimos para llegar a una decisión colectiva, pero
sobre instrumentos de acción colectiva. Las viejas herramientas de
acción ya no funcionan más de modo apropiado y, al mismo tiempo,
las nuevas formas de acción colectiva que se requieren aun no
fueran inventadas o, las que van emergiendo de modo experimental,
no fueran aun testadas en la práctica. (…) Esta no es una crisis
de de la política (sobre decidir lo que hacer), es de poder (sobre
tener la capacidad de hacer lo que se ha decidido).

No hay lugar a duda que en sociedades comprimidas, abiertas, fragmentadas y
conectadas, la brecha entre decisión y acción tiende a alargarse. La
compresión del espacio-tiempo genera la expectativa de que las decisiones
se vean traducidas en acciones casi de modo inmediato. Mismo cuando
graduales y selectivas, la apertura de los Estados a la participación en la
comunidad de las naciones implica, en muchos casos, en compromisos en la
esfera internacional que reducen las alternativas de curso de acción
aceptables asociados a decisiones políticas anteriores. La fragmentación
social complica la identificación de un líder único a quien se pueda
confiar la articulación de un mínimo denominador común de intereses entre
todos los segmentos, tendencias, grupos de interés e identidad. En
sociedades híper-conectadas, el liderazgo político esta sujeto a rendir
cuentas frecuentes y permanentes à reiteradas e instantáneas
contestaciones. Ascendido por la cultura moderna al olimpo de los dioses;
el líder político carismático, sabio y inalcanzable se devuelve a la plaza
de los hombres – pedestre, falible, contestable y al servicio de sus pares.


Como apunta Naím (2014), el poder que se ve carente de la autoridad
carismática y pendiente de constante (re)legitimación desde un tejido
social menos homogéneo, más desinteresado y menos dependiente esta obligado
a "convencer antes de hacer". Para (re)legitimarse, este poder enfrenta su
encrucijada: (i) busca construir una agenda consensual mínima con base en
el más mínimo de los mínimos denominadores comunes como único curso de
acción democrático posible – y, en consecuencia, abdica de una agenda de
grandes transformaciones o (ii) pone en práctica un variado mosaico de
micro-acciones de clientela que atienden y/o vinculan pequeñas parcelas de
la población – y, en consecuencia, naturaliza la captura como el "nuevo
normal" de la democracia poliárquica. Para el bien o para el mal, este
"nuevo" poder es uno de lo cual se espera mucho, pero que puede poco o casi
nada.

En el mundo simbólico, esta desilusión con la potencia transformadora del
poder político en la posmodernidad implica en la adopción de una nueva
narrativa y de un nuevo posicionamiento por los candidatos a ejercerlo. Use
la banda presidencial o una camiseta; tenga a la mano una pena o una
pancarta; esté sentado en el palacio o parado en la tarima de la plaza
pública; el líder carismático" que otrora fuera capaz de animar multitudes
por crear y comunicar la visión de un futuro compartido va dando lugar al
"líder-gerente" – un solucionador de problemas complejos, capaz de
gestionar de modo eficiente las demandas del presente orientado por una
planilla de cálculo y una encuesta de opinión.

Cuando el lugar es la plaza o la red, nadie mejor que Castells (2012) para
caracterizar con precisión esta transición:

"(…) Esta es una concepción vieja del Poder - que sin
vanguardias, los líderes y los programas la Política no es
eficaz. Las redes de movimientos sociales características
de nuestro tiempo rechazan tales fórmulas, ya que, según
ellos, se reproducen el mismo modelo antidemocrático de
representación – sea izquierda o derecha. No son
movimientos para defender un programa, pero para cambiar la
sociedad y la política. Su diseño está siempre en
desarrollo, porque para ellos el "proceso" (es decir, la
deliberación democrática y global en la red y en la calle)
es el "producto". Los movimientos existen en el espacio
público del ciberespacio y el espacio público urbano.
Cuando la represión es fuerte, buscan refugiarse en la red
y luego vuelven a surgir en nuevas formas. Son
"rizomáticos" ¿Quién los entiende menos son los
intelectuales de izquierda, que siempre soñaron con la
producción de un programa para las masas sin conciencia.
Sin embargo ya pasado este tiempo. La conciencia es
colectiva y co-evoluciona en la red.

Lo que escapa a Castells, todavía, es que este liderazgo líquido que emerge
desde las redes a las calles (líquido como la modernidad de Bauman), su
agenda fragmentada ("no defienden un programa, no pretenden un producto") y
enorme déficit de legitimidad ("representan a todos y a nadie") están
llamados a dialogar con el liderazgo político tradicional incrustado en los
palacios y parlamentos – detentores de mandatos, agenda, responsabilidades
e alzada de decisión bien definidas. ¿Como establecer el diálogo fructífero
entre el poder rizomático (auto-denominado "democrático" y tachado de
"inconsecuente") y el poder real (auto-denominado "legítimo" y tachado de
"aristocrático")? Que hacer si la calle no ofrece el mandato, la agenda y
la responsabilización necesarios para la celebración de compromisos que se
pretendan duraderos en torno de la transformación del sistema político?

Finalmente, la crisis del liderazgo público se alimenta de crisis de
efectividad de la comunicación política los tiempos modernos – que ha
experimentado una impresionante transición en materia de medios, mensajes y
mensajeros desde los multitudinarios comicios en plaza pública hacia la
conversación cotidiana a través de las redes sociales.

En sociedades abiertas, híper-conectadas, fragmentadas, la atención
ciudadana a lo que ocurre en la vida pública también se hace líquida.
Gergen (1998) enseña que el ejercicio efectivo del liderazgo político en
los tiempos actuales implica en hacer comunicación política para ciudadanos
desinteresados e inmersos en sociedades urbanas sobrecomunicadas por
imágenes y palabras. Llamarles la atención – conectarse, para después
comunicar y convencer – requiere muchas veces de expedientes poco
ortodoxos. En este nuevo mundo, la "política del espectáculo" no es solo
opción. Suele ser una imposición del contexto. Un subproducto indeseable de
las transformaciones de fondo que afectan el sistema político en el cambio
de milenio.

4.4. La crisis de los gobiernos

La crisis de capacidad y fiscalidad de los gobiernos es otra manifestación
del estado de crisis permanente que abarca el mundo político. En
sociedades comprimidas, abiertas, fragmentadas, conectadas y líquidas, el
desafío de entregar bienes y servicios públicos en cantidad, calidad,
frecuencia y especificidad adecuada es una tarea de alta complejidad. El
problema de la acción gubernamental en este contexto es triple: (i) la
escala y la urgencia de las demandas ciudadanas en sociedades abiertas y
conectadas, (ii) la complejidad de precisar problemas y identificar
beneficiarios en sociedades líquidas; y (iii) la dispersión de las redes y
estandarización de los métodos de entrega de servicios públicos en
sociedades fragmentadas.

La literatura neo-institucionalita y sus intérpretes [Olson (1971),
Sturznegger and Tommasi (1998) y IDB (2006), entre otros] conoce bien los
problemas de acción colectiva subyacentes a la acción gubernamental llevada
a cabo en ambientes de reforma y/o cambio. Entre ellos, se destacan:

(a) dilemas de agente-principal: ocurre cuando un agente es designado (por
ejemplo, por medio de un contrato o mandato) o se hace cargo de la
implementación de una decisión tomada por un sujeto principal que tiene
rango más elevado. En dilema se instala cuando: (i) el interés de agente y
el interés del principal no estén alineados (por ejemplo, el contrato sea
"incompleto" o "imperfecto") o cuando (ii) la estructura de preferencias de
ambos sean distintas (por ejemplo, el mandato no sea suficientemente
"imperativo" de modo a evitar interpretaciones). Esta falla de conexión – o
mejor dicho, de transmisión – a largo de la cadena de autoridad puede
generar enorme dificultades para tareas comunes demandas en una situación
de conflicto de interés característica del sector público: la negociación
de un acuerdo en materia fiscal, el comprometimiento de la realización de
una obra pública y la responsabilización de un agente público por una
conducta impropia en el ejercicio de sus funciones. Por el lado del poder
ciudadano – particularmente en el caso de movilizaciones operadas por medio
de las redes sociales que transbordan a las calles en la forma de protestas
y acciones colectivas – estas tareas de gobernanza se transforman en
verdaderos "juegos de ciegos". La vinculación de los manifestantes a la
autoridad de los líderes de estos movimientos es precaria y contingente. La
responsabilización individual por las acciones colectivas es casi
inexistente.

(b) altruismo y oportunismo: esta disfunción ocurre cuando actores
inicialmente desinteresados y no directamente afectados por el
enfrentamiento en curso se suman a la acción colectiva para expresar su
solidaridad a los afectados ("altruismo") o para aprovecharse, sin incurrir
en costos, de potenciales beneficios relativos a esta vinculación
("oportunismo").

(c) problemas de reputación: esta disfunción ocurre cuando no existe la
expectativa de cumplimento de promesas entre los individuos movilizados
bajo una acción colectiva o entre las partes involucradas en un proceso de
negociación. Una falla de reputación es un incentivo latente a la defección
de una de las partes en un acuerdo basado en una solución de compromiso
(sin previsión de "enforcement" en razón del no cumplimento por una de la
partes).

Cuando a estas disfunciones constitutivas de la acción gubernamental se
suman a la complejidad de gestión de las políticas públicas que nace de la
apertura, de interconexión, de la fragmentación, de la compresión y de la
liquidez de las sociedades contemporáneas, el repertorio de habilidades
directivas de los líderes del servicio público y las capacidades
funcionales de la tecnocracia de los gobiernos de América Latina revela su
patente insuficiencia.

Aún que un diagnóstico preciso de esta brecha esté más allá del propósito
de este artículo, la tabla a la continuación ayuda a darnos cuenta de las
múltiples transiciones sobre las cuales se fundamenta la profunda
incapacidad de los gobiernos actuales en traducir elecciones públicas en
acciones gubernamentales efectivas:

Fig. XX – Un nuevo modelo operativo para la acción gubernamental en
democracia

"Siglo XX "Siglo XXI "
"Crecimiento "Bienestar "
"Autoridad "Nudging "
"Gobierno Electrónico "Gobierno Digital y Móvil [Mobile "
"[E-Government] "Government] "
"Economia de la competición "Economia de la colaboración "
"[Competition] "[Co-petence] "
"Economia de consumo [Market "Economia de partilla "
"Economy] "[Sharing-economy] "
"Diseño Políticas Públicas "Co-diseño centrado en el usuario/"
"[Policy-Making Process] "beneficiario "
"Innovación Gubernamental "Innovación Social "
"Finanzas Públicas y Presupuesto "Finanzas Sociales y Crowdfunding "
"Inversiones Públicas "Alianzas Público-Privadas "
"Incentivos Monetarios [Prizes] "Incentivos de Reconocimiento "
" "[Awards] "
"Estándares "Heco-a-la-medida [Taylor-made] "
"Eficiencia "Efectividad "
"Confidencialidad de los datos "Transparencia y Acceso a la "
" "Información "
"Captura de las decisiones "Participación en la decisiones "
"Servicios Públicos "Servicios al Público "

Fuente: Elaboración propia del autor

Además, el desafío de la acción gubernamental en sociedades fragmentadas es
– también y sobretodo – un desafío de gobernanza colaborativa para lo cual
las antigas estructuras jerárquicas de comando ya no sirven más.

Como apunta Bevir (2013), o proceso de gobernar no necesariamente supone
una organización con base en una jerarquía vertical de actores. Atores
organizados en estructuras más horizontales competitivas (con el
"mercado") o cooperativas (como las "redes") pueden producir coordinación e
tomar decisiones colectivas que vinculen a todos o a una parte de sus
miembros.

En este sentido, en la contemporaneidad, los modelos de gobernanza de
políticas públicas o de gestión de los conflictos de interés alrededor de
estas políticas públicas pueden tomar la forma de jerarquías, de mercados
y/o de redes – o aún una forma combinada o híbrida intermedia entre estos
tres cánones. Sin embargo, en América Latina estas formas canónicas
preservan su purismo y parecen apartadas cada cual a su nicho de conforto.
Por su lado, la vida pública sigue gobernada por jerarquías que
transmiten órdenes por cumplir con base en autoridad formal. Por otro
lado, la vida privada sigue cada vez más (des)gobernada por híbridos, con
prevalencia de estructuras de mercados con base en competición y de redes
horizontales que funcionan con base en la cooperación y la colaboración.


Finalmente, la crisis de capacidades se transmuta en crisis de fiscalidad
cuando el déficit de habilidades directivas y capacidades funcionales de la
tecnocracia weberiana encuéntrase con la generosidad irresponsable del
asistencialismo y del clientelismo. La teoría política suele denominar el
producto más común de este encuentro como (neo)populismo.

Es cierto que buena parte del recrudecimiento del populismo en América
Latina puede ser atribuido a la llegada al poder político de mayorías
sociales cuyos representantes – aún que "democráticamente electos" han
demostrado poco aprecio con los valores de la democracia liberal moderna –
dicha "aristocrática" o "burguesa". En este sentido, el neo-populismo no
seria mera una amenaza exógena – al revés, representaría una expresión
endógena, nacida desde las disfuncionalidades que el experimento
democrático moderno ha acumulado en sus entrañas. Sin embargo, cabe
preguntar ¿porque, en buena parte de los casos, estos regimenes siguen
electoralmente legitimados por mayorías silenciosas mientras minorías
ruidosas denuncian sus riesgos hacia la vida democrática que, por su vez,
sigue prestigiada, al menos en el campo de las ideas, en las encuestas de
opinión que se realizan en el continente? En resumen, porque mismo después
de los retumbantes fracasos en los anos 70 y 80, el (neo)populismo sigue
vivo y pungente en varios países de América Latina?

Ninguna respuesta a esta pregunta podrá ofrecer pistas útiles para el
desmanche del experimento neo-populista en nuestra región caso no se tenga
presente un doble hecho: (i) las "fortalezas" del populismo encuentran una
oportunidad de éxito y propagación sin igual en tejido social actual y (ii)
deliberadamente, el populismo presenta un auto-narrativa auto-interesada de
profundización y redención del ideal democrático – nunca de su eliminación
o superación.

El neo-populismo es la respuesta fácil a la crisis de la democracia moderna
en su dimensión simbólica. Potente y urgente como la sociedad comprimida.
Preteñidamente generosa e incluyente como la sociedad abierta.
Pretendidamente múltiple como la sociedad fragmentada. Un experimento que
transciende jurisdicciones y no encuentra límites en la Ley como la
sociedad híper-conectada. Corto-plazista à propósito, así como la sociedad
líquida que lo acoge.

El neo-populismo se presenta como un simulacro de alternativa viable a la
democracia moderna en su dimensión material. Oblitera la crisis de
legitimidad multiplicando mecanismos de democracia directa y jimiqueando
elecciones libres, frecuentes y justas. Adopta el mimetismo isomorfo de las
instituciones políticas de democracias consolidadas (por ejemplo, los
partidos políticos, el rito legislativo y la separación de poderes) para
hacer parecer legítimo su compromiso con el pluralismo democrático y con
los principios republicanos. Supera la crisis de funcionalidad,
naturalizando y acogiendo la captura como fenómeno político legítimo,
aseverando que las decisiones y los recursos materiales movilizados por el
Estado deben mismo estar à servicio exclusivo de las mayoría políticas –
aún que en detrimento de los derechos de las minorías salvaguardados en
Ley. Transforma la crisis del liderazgo político en redención, por medio de
la concentración del poder de decisión y agencia alrededor de líder
providencial carismático y singular. Hace uso de la espectacularización
como expediente mediático padrón para compensar el déficit de atención
ciudadana hacia la política. Ignora la crisis fiscal del Estado y
distribuye generosidades aquí y achola como si viviéramos en un presente
permanente.

Finalmente, en busca de legitimarse en el mercado de las ideas políticas,
los gobiernos populistas se presentan como gobiernos "populares". Su
"majoritarianismo" es la expresión de la verdadera democracia – espejada en
los ejemplos históricos de pretensos casos de éxito económico y estabilidad
política de las democracia iliberales del Sureste Asiático y/o del
autoritarismo competitivo en el continente africano que contraponen las
democracias liberales y aristocráticas fallidas de Europa y Estados Unidos.
Así, evitan la desconfianza ciudadana que mina la legitimidad de origen de
los gobiernos fiscalmente responsables, porque pretendidamente son – al fin
y al cabo – la democracia que entrega à todos, de todo y siempre.

Que no haga margen para equivocaciones: aceptar el experimento
(neo)populista no es resignarse à una forma alternativa de gobernanza
democrática menos ambiciosa del punto de vista institucional o, por otro
lado, más adecuada a la conformación más intrincada y heterogénea del
tejido social en el siglo XXI. No es dar paso a una democracia más directa,
menos intermediada, libre de las inconveniencias del sistema de balances y
contra-balances entre los poderes republicanos y problemas de agencia entre
entes federados que complican y atrasan tanto las decisiones cuantos las
acciones urgentes de la democracia. Es rendirse, sin deliberaciones, a un
experimento incierto y dudoso que hace de la democracia no más que un
vehículo para otros propósitos - un bus lleno de invitados ajenos a su
tradición. Es rendirse al imponderable, al indeseable.

El neo-populismo es el lobo autoritario disfrazado de cordero democrático.



5. Conclusiones:

¿Que hacer? ¿Como conciliar las transformaciones de fondo que tuvieran
lugar en los últimos dos cuartos del siglo pasado y la democracia moderna
centenaria que hemos construido sin rendirnos à aventuras iliberales
travestidas de "populares"? ¿Como reverter o minorar los efectos adversos
de la crisis permanente sobre la economía, sobre la política, sobre los
gobiernos y sobre el liderazgo público de manera harmónica, experimental y
innovadora a la vez? ¿Como podemos reformar la democracia tal cual la
conocemos hoy y crear su futuro posible de manera que los demócratas del
futuro puedan reconocer en la criatura los valores y compromisos
centenarios de sus creadores? ¿Seremos capaces de explorar nuevos caminos
si despegarnos del hilo que conecta el origen al destino y sírvenos de guía
para salvarnos de los atajos inciertos?

Por muchos anos, el avance de la modernización, de la urbanización y de la
masificación animaran lo que Berman (1982) ha caracterizado como el
proyecto moderno: el decidido declive de la esfera pública, la
centralización de las decisiones, la estandarización de la oferta de bienes
y servicios, la prisa metropolitana, la crisis cíclicas que de tan
repetidas se hacen permanentes. La modernidad ha demandado demasiado a su
democracia - esta pobre señora bicentenaria – rogándole cosas que nada
tiene que ver con el prevalencia de la voluntad de la mayoría y con la
protección de los derechos de las minorías. Descontentes, exasperados y
algo perdidos con esta "viuda embarazada", tratamos de buscarle sentido,
adjetivándola: democracia liberal, democracia electoral, democracia
procedimental, democracia representativa, democracia callejera, democracia
integral – entre tantos apellidos de semántica imprecisa.

Como hemos discutido, el proyecto de la democracia liberal representativa y
sus elevados costos-de-transacción en la gestión del poder político se ve
en estado de crisis material y simbólica. Sin embargo, tenemos también
presente que no debemos – por ningún modo o razón – reemplazarlo por el
majoritarianismo turbinado de democracia iliberal callejera – que, en
definitiva, tiene poco de democracia y nada de libertad. ¿Qué hacer?

Hay una alternativa: la democracia subsidiaria. La adopción radical de la
devolución subsidiaria como principio organizativo de la distribución del
poder político, da la asignación de los recursos económicos y – por
extensión – de organización de la estructura administrativa del aparato
estatal. La (re)habilitación de las comunidades locales como ente
protagónico de lo público. La democracia "de punta-cabeza".

La democracia "de punta cabeza" reconoce que la respuesta a la crisis
permanente no se va dar por la vía del (re)diseño institucional – el
hardware del sistema político. La democracia subsidiaria entiende que el
camino es reescribir el software: reestablecer los lazos de confianza
comunitarios, adensar nuestras comunidades y movilizarlas convocándolas a
tareas colectivas verdaderamente relevantes para la vida común. Es
reivindicar lo público al nivel local, retornando las decisiones hoy
tomadas en oficinas frías de las metrópolis urbanas hacia las
organizaciones intermedias y juntas de vecinos que se ubican en las
diversas esquinas del mundo. Es creer en el buen sentido y la
responsabilidad solidaria de la gente común y corriente, retornándoles el
comando del destino de sus propias vidas. En la democracia subsidiaria, una
sociedad sana no es determinada por la perfección de sus instituciones si
no por la salud de sus relaciones comunitarias.

La democracia subsidiaria tampoco acepta como necesario el trade-off
clásico entre libertad y seguridad que ha asentado la preservación de la
libertad y de la de la propiedad individual en la Ley y transferido la
protección de la vida al Estado – principio básico sobre el cual se edifica
el contrato social tal cual lo conocemos. Al revés, pretende enmendarlo,
proponiendo que la realización de las potencialidades humanas por medio de
la defensa das las libertades negativas y pela reafirmación de las
libertades positivas con base en el fortalecimiento das ligaciones
comunitarias.

Esta nueva visión de la democracia implica un amplio proceso de devolución
del poder político y de los recursos económicos a las comunidades locales.
Un proceso gradual de deconstrucción de la estructura del Estado Nacional y
su retorno a las tareas clásicas de los tiempos de su creación. Se trata
de conceder a las comunidades locales la decisión de transferir poderes
hacia arriba, conformando sus instancias supervenientes para fines de
coordinación integración desde abajo – y no al revés. Tratase ceder a las
comunidades la propiedad de los recursos naturales y económicos y el
derecho de proteger estas propiedades de la eventual acción expropiadora de
instancias superiores. Tratase de dar el Estado una estructura radicalmente
descentralizada, horizontal – en la cual los balances y chequeos de los
pactos federativos nazcan de la intrincada rede de interdependencias
colaborativas entre entes federados similares y no de expedientes
autoritativos originados por una autoridad superior de nivel nacional.

La visión que propugna la democracia subsidiara es un retorno lento,
gradual y seguro – aún que experimental y adaptativo – hacia la democracia
ancestral en sus primordios: a la agora griega. Un re-encuentro con un
ejercicio más frecuente, más informado, más relevante e consecuente de
política en temas comunitarios – que de menores y secundarios, pasan à
cruciales y relevantes. Una visión de más "politkós" (poder de "los
ciudadanos", el sentido original griego para la palabra "política") con
menos "politicus" (poder "del Estado", el sentido latino de la misma
palabra).

Nuevas instituciones y organizaciones van a emerger el en este proceso
devolutivo: algunas anómalas, otras irreconocibles a la primera vista.
Tengamos presente que ya hubo un tiempo donde el poder hereditario era un
decisión divina, el sufragio universal era una amenaza a la paz social, y
el derecho del voto a las mujeres un capítulo de la destrucción de la
familia nuclear. Si gestionamos la experimentación institucional
manteniendo vivo y nutriendo nuestro compromiso colectivo con la con la
libertad, con la democracia y con la República, estos valores y sus
prácticas nos servirán de guía y filtro para asimilar lo útil y apartar lo
que no sirve.

Con los ideales del pasado, con las manos en presente y con los ojos en el
futuro; tratemos empezar a dibujar la democracia del futuro. Es tarea
urgente. Manos a la obra.


6. Referencias

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[1] Artículo especialmente escrito para el periódico Diálogo Político,
publicado por el Programa Regional sobre Partidos Políticos y Democracia de
la Fundación Konrad Adenauer (KAS).
[2] Jefe de la Unidad de Innovación Gubernamental de la Secretaria de
Asuntos Políticos de la Organización de los Estados Americanos (OEA).
Profesor-Adjunto de la The Graduate School of Political Management de la
The George Washington University (GSPM/GW) en Washington-DC.
[3] Una búsqueda por la expresión "crisis permanente" en el Google retorna
un total de más de 569 mil entradas.
[4] Para la pirámide de la abundancia – inspirada en la conocida pirámide
de jerarquía de las necesidades de Maslow, ver Diamandis & Kotler (2014),
pg. 272.
[5] El ID se basa en los componentes a seguir: (a) el pluralismo de los
procesos electorales, (b) el funcionamiento del gobierno, (c) la
participación política, (d) la cultura política y (e) las libertades
civiles. Según el ID, por ejemplo, Brasil es considerado una democracia
imperfecta. Sólo 24 países mejor clasificados son considerados democracias
plenas
[6] La pretensa amplitud y profundidad de estas transformaciones han
autorizado algunos historiadores de la cultura a referirse a la "llegada de
la era contemporánea" – o, aun mejor, a una "transición de eras, en lugar
de una era de transiciones". Para detalles, ver Harvey (1991).
[7] Como apunta Kooyman (2004), un sistema sencillo no entra en crisis. Es
posible hablar de la crisis energética, de la crisis económica y/o de la
crisis del sistema carcelario (sistemas complejos), pero no de la crisis de
un motor (sistema sencillo).
[8] La superación de la modernidad por la posmodernidad no es materia
pacífica entre sociólogos y teóricos de la cultura. Para una visión
disonante alternativa à Harvey (1991), ver Berman (1984), Bauman (2000) y
Latour (2009).
[9] Amis (2010)
[10] Un físico entrenado ("el observador") en los misterios de la dinámica
de los sólidos, describiría la crisis posmoderna ("el fenómeno") como una
ocurrencia de entropía exógena que afecta a un tejido social ("el objeto")
que detiene más conductividad, más ductibilidad, más resistencia y más
flexibilidad que en el pasado.
[11] Baja/alta externalidad si refiere al potencial intrínseco de una
"crisis" en generar crisis hermanas en otras latitudes. Las crisis
contemporáneas ocurren en un ambiente de elevada conectividad. Mecanismos
de transmisión más fluidos y de mayor alcance y capilaridad potencian la
velocidad, la amplitud y la profundidad del contagio. Todavía, los mismos
circuitos que dan preemiten esta difusión, también preemiten la
recuperación acelerada en el "pos-crisis". Esto resulta que los efectos
directos de una crisis son más amplios y profundos - pero menos duraderos
que en el pasado.
[12] Para el concepto de sociedad sin costo marginal, ver Rifkin (2014).
Para el concepto de economía del ocio creativo, ver De Masi (2000). Para el
concepto de la economía compartida, ver Botsman and Rogers (2010).
[13] Toda una serie de herramientas y aplicaciones para teléfonos
inteligentes han difundido la práctica de uso compartidos de bienes y
servicios de consumo – con distintos niveles de penetración en los países
de América Latina. Las aplicaciones Uber (alquiler de vehículos de paseo
para transporte comercial), Airbn (alquiler de habitaciones en residencias
familiares), GetAround (uso compartido de vehículos de propiedad
individual), Kickstarted (financiación colectiva de proyectos) y Grupon
(consumo compartido de servicios personales, tales como peluquería,
masajes y tratamientos estéticos) son ejemplos de esta tendencia.
[14] La literatura internacional ha adoptado en término en idioma inglés
"policy space" para referirse a este espacio para la maniobra política que
detiene el Gobierno para convencer y movilizar los actores involucrados en
un programa público – en cierta medida, guardando analogía con el término
"fiscal space" – este último designando las disponibilidades fiscales
corrientes que detiene un Estado para ampliar los gastos públicos.
[15] Para detalles sobre esta transición, ver Eichengreen (2004).
[16] En el caso de América Latina, Lopez-Calva & Lustig (2010) apuntan en
la dirección contraria: cuando medida por el Índice de Gini (IG), la
desigualdad de ingreso se ha reducido en la casi totalidad de los países
latino-americanos entre 1995 y 2005. Sin embargo, se aplicamos el método de
Alkire-Foster [Alkire (2015)] que considera la desigualdad multidimensional
(más allá del ingreso familiar) queda evidente la tendencia de alargamiento
de la brecha. La combinación riesgosa de crecimiento forzado acelerado pela
elevación del gasto público con baja productividad y la captura del gasto
social estructural del Estado por los estratos medios en razón de su
capital político-electoral practicada por la amplia mayoría de los países
de la región desde la segunda mitad de los años 00s ya no es capaz de
producir los mismos niveles de crecimiento económico de la década pasada y,
por otro lado, sigue distribuyendo el resultado económico de manera
desigual. Para detalles sobre esta dinámica, ver Zebral Filho (2012).
[17] Si hay que tener presente que parte de esta desigualdad es moralmente
justa (cuando se basa en el libre arbitrio y en la meritocracia), es mister
reconocer que una parte substantiva de la desigualdad hoy presente tiene
que ver con las condiciones iniciales a que uno se ve sujeto al nascer – en
especial, con las limitaciones cognitivas que uno hereda de las relaciones
familiares en la infancia que influencian la capacidad que uno adquiere
para hacer elecciones informadas al largo de la vida entre las alternativas
de camino que dispone para alcanzar el bien-estar. Esto nada tiene que ver
con libertad negativa de Berlin (1958), sin no con la libertad positiva de
Sen – la de tener la chance y capacidad cognitiva de hacer elecciones
consistentes y congruentes en el tiempo. Para detalles del argumento, ver
Sen (1992).
[18] Se refiere à incentivos no-monetarios que toman en cuenta motivaciones
no pecuniarias y à mecanismos de determinación de precios que son capaces
de internalizar externalidades. Para detalles, ver Olson (1971).
[19] Trata-se de una categorización por "tipo de regime" con en base en la
escala continua de un indicador compuesto por 6 dimensiones - apurado pelo
Integrated Network for Societal Conflict Research (INSCR) con base en el
Center for Systemic Peace (CSP) de la The University of Maryland. Para
detalles acerca de la metodología utilizada, ver
http://www.systemicpeace.org/inscrdata.html
[20] Traducción libre de término orginal en inglés "street-level
bureaucracy". Para una definición más precisa ver Lipsky (2010). Capítulo
1.
[21] Ver Dahl (1972).
[22] Ver Andrews (2004)
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