De la educación al trabajo. Una brecha entre el pensamiento moderno y el pensamiento grecolatino

July 22, 2017 | Autor: Asmara Gay | Categoría: Roman History, Ancient Greek History, Modernidad
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Descripción



DE LA EDUCACIÓN AL TRABAJO.
UNA BRECHA ENTRE EL PENSAMIENTO MODERNO Y EL PENSAMIENTO GRECOLATINO
Asmara Gay

La historia cultural [...] se ve fragmentada por la especialización de los intereses de quienes la cultivan.
Theodor Mommsen

Los grupos humanos se establecen en un determinado territorio, bajo ciertas normas, con tradiciones, costumbres e instituciones que les dan identidad y regulan su vida cotidiana. No obstante, todos estos aspectos se modifican con el paso del tiempo y, en gran medida, con los vínculos o las discordias que los pueblos levantan entre sí.
En términos educativos, esta situación es diáfana. Podríamos pensar que la situación educativa que ahora poseemos siempre ha sido así, tan natural como la hemos interiorizado. Pero la historia de la educación es basta y compleja y la educación toma un cariz particular según la sociedad que la incorpora y desarrolla. Es más, ni siquiera podemos contemplar con uniformidad la educación en un solo lugar y en una sola época. Como el hombre, ésta cambia su envoltura con el paso del tiempo.
De ahí que, a pesar de saber que la educación en las antiguas Grecia y Roma no tuviera las mismas características siempre, subyace en ambos pueblos un nítido e íntimo interés por educar. Muchas veces a pesar de los gobiernos que las rigen, otras apoyadas por estos.
En Grecia, y de manera particular en Atenas a partir del siglo VI a.C con la legislación sobre la escuela atribuida a Solón, que refiere Esquines en Contra Timarco, se reflexiona sobre el papel que la educación tiene sobre los hombres. En estas leyes se indica el deber de los padres con respecto a sus hijos, entre otras cosas, han de enseñarlos a nadar y a leer, después, para los pobres, el aprendizaje de un oficio, mientras que para los ricos, la música, la equitación, la gimnasia, la caza y la filosofía.
Aquí observamos el resultado de un debate anterior a los tiempos de Pericles. La educación estaba reservada para los grupos gobernantes: la aristocracia. Mientras que el conjunto del pueblo sólo podía acceder, hasta este momento, al aprendizaje del oficio del padre. Si bien esta idea tiene connotaciones sociales y políticas, dado que nos habla de una jerarquía entre sectores sociales, así como del posible intento de la aristocracia por evitar la movilidad social de los grupos populares a través de la educación, deja claro que la educación y el trabajo estaban separados cuando estos grupos populares, tiempo después, buscaron la educación como símil de virtud.
Para el siglo V a.C. la educación se va generalizando, esto, en principio, a través de la escuela de letras. Enseñar a leer, a escribir y a contar comienza a volverse digno de imitación entre los ciudadanos libres. La escritura, refiere Esquines, formaba parte de las cosas que un hombre libre debe conocer.
Incluso, de ser exclusivamente privada y de tener acceso solamente aquellos que pueden pagar, como refiere Platón en Protágoras, se va convirtiendo en un asunto de estado. En diversas ciudades se han encontrado inscripciones donde se lee que el estratega de la ciudad tenía que atender a la educación de los muchachos de la comunidad.
Pero esta educación, ya fuera pública o privada, no estaba destinada a conseguir un trabajo o a la especialización de un oficio. En Protágoras, Platón asienta los fines de la educación en Grecia:

¿No crees –le dice Protágoras a Sócrates- que hay una cosa, a la que todos los ciudadanos están obligados igualmente, y sin la que no se concibe ni la sociedad ni la ciudad? [...] Porque si esta cosa existe, y no es el arte del carpintero ni del herrero ni del alfarero, sino la justicia, la templanza, la santidad, y, en una palabra, todo lo que está comprendido bajo el nombre de virtud; si esta cosa existe, y todos los hombres están obligados a participar de ella, de manera que cada particular que quiere instruirse o hacer alguna cosa, esté obligado a conducirse según sus reglas o renunciar a todo lo que quería; que todos aquellos que no participen de esta cosa, hombres, mujeres y niños, sean contenidos, reprimidos y penados hasta que la instrucción y el castigo los corrijan; [...] Ya te he probado que todo el mundo está persuadido de que la virtud puede ser enseñada en público y en particular. [...] tomando a sus hijos desde la más tierna edad, es decir, desde que se hallan en estado de entender lo que se les dice, no cesan toda su vida de instruirlos y reprenderlos, y no sólo los padres, sino también las madres, las nodrizas y los preceptores.
Todos trabajan únicamente para hacer a los hijos virtuosos, enseñándoles, con motivo de cada acción, de cada palabra, que tal cosa es justa, que tal otra injusta, que esto es bello, aquello vergonzoso, que lo uno es santo, que lo otro impío, que es preciso hacer esto y evitar aquello. Si los hijos obedecen voluntariamente estos preceptos, se les alaba, se les recompensa; si no obedecen se les amenaza, se les castiga, y también se les endereza como a los árboles que se tuercen. Cuando se los envía a la escuela, se recomienda a los maestros que no pongan tanto esmero en enseñarles a leer bien y tocar instrumentos, como el enseñarles las buenas costumbres. Así es que los maestros en este punto tienen el mayor cuidado. Cuando saben leer y pueden entender lo que leen, en lugar de preceptos a viva voz, los obligan a leer en los bancos a los mejores poetas y a aprenderlos de memoria. Allí encuentran preceptos excelentes y relaciones en que están consignados elogios de los hombres más grandes de la antigüedad para que estos niños, inflamados con una noble emulación, los imiten y procuren parecérseles. Los maestros de música hacen lo mismo, y procuran que sus discípulos no hagan nada que pueda abochornarles. Cuando saben la música y tocan bien los instrumentos, ponen en sus manos composiciones de poetas líricos, obligándolos a que los canten acompañándose con la lira, para que de esta manera el número y la armonía se insinúen en su alma, aún muy tierna, y para que haciéndose por lo mismo más dulces, más tratables, más cultos, más delicados, y por decirlo así más armoniosos y más de acuerdo, se encuentren los niños en disposición de hablar bien y de obrar bien, porque toda la vida del hombre tiene necesidad de número y armonía.
No contentos con esto, se los envía además a los maestros de gimnasia, con el objeto de que, teniendo el cuerpo sano y robusto, puedan ejecutar mejor las órdenes de un espíritu varonil y sano, y que la debilidad de su temperamento no les obligue a rehusar el servir a su patria, sea en la guerra, sea en las demás funciones. Los que tienen más recursos son los que comúnmente ponen sus hijos al cuidado de maestros, de manera que los hijos de los más ricos son los que comienzan pronto sus ejercicios, y los que continúan por más tiempo, porque desde su más tierna edad concurren a estas enseñanzas, y no cesan de concurrir hasta que son hombres hechos. Apenas han salido de manos de sus maestros, cuando la patria les obliga a aprender las leyes y a vivir según las reglas que ella prescribe, para que cuanto hagan, sea según principios de razón y nada por capricho o fantasía; y a la manera que los maestros de escribir dan a los discípulos, que no tienen firmeza en la mano, una reglilla para colocar bajo el papel, a fin de que copiando las muestras, sigan siempre las líneas marcadas; en la misma forma, la patria da a los hombres las leyes que han sido inventadas y establecidas por los mismos legisladores. Ella los obliga a gobernar y a dejarse gobernar según sus reglas, y si alguno se separa le castiga, y a esto llamáis comúnmente vosotros, valiéndoos de una palabra muy propia, enderezar, que es la función misma de la ley. Después de tantos cuidados como se toman en público y en particular para inspirar la virtud, ¿extrañarás, Sócrates, y dudarás ni un solo momento, que la virtud puede ser enseñada?

Con esta larga cita, observamos que la idea de la educación en Grecia llegó a tener un papel vital en la construcción de los hombres y, por añadidura, de la misma sociedad. Platón deja claro que no son los oficios, ni el mismo arte de estos, lo que hace que una sociedad se integre, se desarrolle y, con ello, avance en su pensamiento y en todas aquellas áreas que la conforman. Es muy interesante observar, bajo esta idea, que si la conformación de un pueblo estuviera basada en la especialización de los oficios éste no sería más que una sociedad en estado latente. En todos los lugares hay oficios, pero lo que distingue a un pueblo de otro es la peculiaridad de su pensamiento y la evolución del mismo, que sólo puede provenir de su íntimo avance educativo. ¿Qué distingue al pueblo griego? ¿Lo que se comerciaba en los mercados o las distintas ramas del pensamiento que surgieron fomentadas por los principios contenidos en la paideia? Incluso, ¿quién sabe con certeza los progresos tecnológicos que tenían, que el desciframiento del mecanismo de Antiquitera nos invita a repensar?

En Roma, la educación está vinculada de manera estrecha a la familia. Es el pater familias, en primer lugar y en palabras de Plauto, el artesano de su hijo, el que le da las bases. Aquí, la ley del estado otorga autonomía a los padres sobre la educación. Sin embargo, desde tiempos muy antiguos, desde las doce tablas, la instrucción moral de los romanos es muy importante y repercutirá en los matices que la educación adquirirá en siglos posteriores. En principio, los padres, dice Plauto, dirigen a los hijos y les enseñan las letras, el derecho y las leyes. Esto a diferencia de los griegos, quienes después de pasar por la educación de padres y maestros aprenden las leyes a través del estado.
Conforme pasa el tiempo, esto se modifica. Aún siguen siendo los padres en quienes recae gran parte de la educación de los hijos, sin embargo, surgen maestros dedicados a cultivarlos en otras áreas. Del padre, el hijo aprendía a partir de los siete años, si no se lo había enseñado ya la madre, los primeros conocimientos y las tradiciones familiares y patrias, y era adiestrado en los ejercicios físicos y militares. Esta instrucción promovía las inclinaciones de los hijos para ejercer la actividad militar, la jurisprudencia o el estudio de la elocuencia y, a la vez, para formar ciudadanos.
La incorporación de esclavos o libertos, sobre todo griegos, en la educación de los hijos, ya fuera en casa o en una escuela, cambia la percepción educativa y la cultura en Roma. La influencia griega a través de estos maestros al principio tuvo obstáculos, porque no sólo enseñaban su propia lengua, el griego, sino que enseñaban a partir de su literatura. Esto era una confrontación a las tradiciones y costumbres romanas. Los padres más conservadores intentaron evitar que las enseñanzas de los antiguos romanos, de las que se sentían orgullosos, cambiaran; esto es, aprender a gobernar, las leyes, la guerra, la familia.
No obstante, la influencia griega gana terreno y surgen las escuelas en las que se enseña el alfabeto, la gramática y la retórica. Las escuelas de gramática, dice Quintiliano, no son sólo escuelas de literatura, sino de cultura general, porque para comprender y criticar los textos leídos se necesita del conocimiento de todas las artes expuestas en ellos.
La mayor influencia griega que podemos notar en los romanos se halla en los estoicos. En algún pasaje de sus Meditaciones dice Marco Aurelio que hay que intentar alcanzar la virtud, a pesar de intuir que ésta es inalcanzable. Pero esta búsqueda de la virtud no siempre será apegada a las tradiciones y al antiguo modo de vida romano, como intuyeron aquellos padres que se oponían a la helenización romana y como vemos en otro pensador estoico, Séneca, cuando afirma en Sobre la firmeza del sabio:

El sabio es inmune al ultraje

El ultraje tiene este propósito: hacer mal a alguien; pero la sabiduría no deja lugar al mal, pues para ella el único mal es la indecencia, que no puede entrar allí donde ya están la virtud y la honradez. Por tanto, si no hay ultraje sin mal, ni mal sin indecencia, pero lo indecente no puede alcanzar a quien está ocupado en cosas honestas, entonces el ultraje no alcanza al sabio. Pues si ultraje es padecer algún mal, y el sabio no puede padecer ningún mal, ningún ultraje alcanza al sabio.

Podemos inferir que un romano al sentirse ultrajado, por el respeto que tenía hacia sus dioses, hacia su familia y hacia su patria, no pensaría igual que Séneca y posiblemente intentaría enmendar en alguna medida el ultraje que se le había hecho.
No obstante, con la influencia griega, el interés de los romanos por el estudio crece. Vemos a Plinio el joven, en sus cartas, aconsejando a sus amigos sobre el mejor educador que conoce para sus hijos o enorgullecerse por poseer una biblioteca en su casa.
Hay que añadir que tanto en Grecia como en Roma el papel del educador no siempre es prestigioso, muchas veces son esclavos o libertos quienes poseen este rol, y por ende, es un oficio. Lo que lo desprestigia, en ambas culturas, es el cobro de dinero por la enseñanza. Detrás de este pensamiento se encuentra la elevación del espíritu que proporciona la educación. En otras palabras, es denigrante enseñar por dinero pero no ser educado por un maestro pagado. Esta visión, que también tiene tintes aristocráticos, revela que la educación tiene un valor en sí mismo.
En general, los griegos y romanos no se educaban para obtener un oficio o por movilidad social, sino para mejorarse a sí mismos, para alcanzar un ideal de hombre que, en palabras de Marco Aurelio, era inalcanzable, pero que al menos los acercaba un poco más a la virtud deseada.

En la actualidad, habitualmente se piensa la educación de manera diferente. No nos educamos para mejorar nuestra condición individual, para mejorar como hombres y mujeres inherentes a una sociedad que hacemos entre todos, sino para obtener una mejor condición social. Se necesita la secundaria para determinado puesto laboral, se necesita la preparatoria para otro, las licenciaturas para obtener un mejor ingreso económico, y se dice que ya no es suficiente la licenciatura, ahora "te piden maestría y hasta doctorado..." Sabemos, no obstante, que muchos universitarios al terminar sus estudios dejan de leer o de interesarse en su crecimiento individual y hacen de su conocimiento un oficio. Pero, ¿qué pasa cuando el que se educó para mejorar su condición económica o para obtener el rango que sus estudios lo avalan no lo consigue? De entrada, pierde la meta para la cual se ha preparado. Su pensamiento desemboca en que se ha preparado inútilmente.
A diferencia de griegos y romanos que veían en la educación un mejoramiento del ser humano que se vería reflejado en la comunidad, los fines de la educación en el pueblo mexicano se hallan contenidos en la supervivencia; a diferencia de aquellos que veían en las normas un modelo a seguir, los mexicanos están escindidos del espíritu de la ley educativa que los rige. Lo que pasa aquí es algo tan extraño, como si ahora, nosotros, al leer las leyes anteriormente referidas de Solón pensáramos que no se llevaban a cabo y que la mayoría del pueblo ateniense se comportara de manera diferente a éstas.
Para ejemplificar lo anterior, veamos los fines de la educación que se imparte en México contenidos en el art. 3º Constitucional: la educación que se imparta en México tenderá a desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano; fomentará en él el amor a la Patria; será laica; luchará contra los fanatismos, la ignorancia y los prejuicios; será democrática, entendida ésta como un sistema de vida fundado en el mejoramiento económico, social y cultural del pueblo...
Sin embargo, tenemos un pueblo ensangrentado, ciudades con desigualdades económicas, sociales y culturales, comunidades que luchan por una educación laica; un sistema de vida práctico que no se corresponde con el ideal expuesto en la Carta Magna.
En fin, que esta exposición sirva como una invitación para repensar los fines de la educación en México en la medida en que el pensamiento educativo de un pueblo esté relacionado con el espíritu de las leyes que lo rigen, y no se enfoque sólo a la condición económica que se puede adquirir a través de la escolarización (que en ese sentido quizá hemos avanzado en comparación con la mirada grecolatina), sino a lo que íntimamente debe acompañar la educación de los hombres, para que estos puedan desprender, como dirían los griegos, la areté de su educación. No somos sólo hombres técnicos, somos hombres unidos por normas, valores, principios, tradiciones que inventamos en lo individual y en lo social, y la educación no es sólo una transmisión de conocimientos sino, en su más noble sentido, la formación espiritual de los hombres que conforman una comunidad.


Bibliografía
Díaz Liesa, María L., La educación en Roma, Buenos Aires, Editorial Huemul, 1965.
Jaeger, Werner, Paideia, Los ideales de la cultura griega, México, Fondo de Cultura Económica, 2001.
Manacorda, Marco Alighiero, Historia de la educación 1. De la antigüedad al 1500, México, Siglo XXI, 2011.
Mommsen, Theodor, Historia de Roma, Trad. A. García Moreno, Madrid, Aguilar, 1965.
Platón, "Protágoras o de los sofistas", Diálogos, México, Porrúa, 1962.
Quintialiano, Marco Fabio. Sobre la enseñanza de la oratoria I-III. Trad. Carlos Gerhard Hortet. México: UNAM (Biblliotheca Scriptorvm Graecorvm et Romanorvm Mexicana), 2006.
Séneca, Sobre la firmeza del sabio, Sobre el ocio, Sobre la tranquilidad del alma, Sobre la brevedad de la vida, Trad. Fernando Navarro Antolín, Madrid, Alianza Editorial, 2010.
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Última reforma publicada DOF 09-08-2012. Página oficial de la Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión: http://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/pdf/1.pdf



Este ensayo fue presentado como ponencia dentro del IV Cologio Internacional de Estudios Clásicos en México en la Facultad de Filosofia y Letras de la UNAM. Próximo a publicarse en las memorias del congreso en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.
Véase Mario Alighiero Manacorda. Historia de la educación 1, p. 74.
Platón. "Protágoras o de los sofistas", Diálogos, pp. 115-117.
Esto es, no sólo la educación escolar, sino una formación para alcanzar el ideal del hombre griego, que se rige por la virtud, la dignidad, la estética del espíritu del hombre; un proceso de construcción consciente del hombre como idea que tendrá repercusiones en la comunidad.
Mario Aliguiero Manacorda, op. cit., p. 115.
Ibidem, p. 117.
Véase Marco Fabio Quintiliano. Sobre la enseñanza de la oratoria, p. 32-41.
"Y no es suficiente haber leído a los poetas: hay que revisar a los autores de todos los géneros y no sólo por el contenido, sino también por el vocabulario, ya que las palabras con frecuencia adquieren su significado por el uso que de ellas hacen los escritores. Tampoco se puede considerar completa la enseñanza de la gramática si se excluye la música, ya que el maestro deberá hablar de los metros y los ritmos, y si ignora la astronomía, no podrá entender a los poetas quienes, para no mencionar otros aspectos, con tanta frecuencia se sirven del orto y del ocaso de los astros para indicar el tiempo; ni se pueden dejar de lado la filosofía cuando en casi todos los poemas se encuentran muchos pasajes en los que se trata con sutilidad cuestiones intrincadas de filosofía natural, pero sobre todo, a causa de Empédocles entre los griegos, y de Varrón y de Lucrecio entre los latinos, quienes pusieron en verso los preceptos de sus enseñanzas". Ibidem, p. 33.
Séneca. Sobre la firmeza del sabio, pp. 105-106.
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