De la ciudadanía digital a la postindignada: un estudio de los nuevos sujetos políticos.
Edgar Straehle Universidad de Barcelona
[email protected]
De la ciudadanía indignada al prosumidor
“El 15-M ha venido para quedarse. En su forma actual o en otras que aviven el protagonismo social” (Calle, 2014: 144).
En los últimos años los modelos representativos de democracia han sido cuestionados desde diversas posiciones. Cabe destacar para empezar la propuesta de numerosos pensadores que han tratado de ofrecer alternativas con el propósito de subsanar lo que se ha interiorizado como un déficit democrático. Entre estos autores, sobresalen aportaciones como las proporcionadas por Pierre Rosanvallon (2007) y su concepto de contrademocracia o la de John Keane (2009, 2013) y la llamada democracia monitorizada. También deberíamos citar en este contexto el célebre Republicanismo de Philip Pettit. Una de las principales ideas que late detrás de este tipo de planteamientos consiste en la promoción y desarrollo de herramientas de participación, de control y de vigilancia del gobierno por parte de la ciudadanía, especialmente gracias a las posibilidades brindadas por la tecnología actual. La legitimidad y la autoridad de los gobiernos hallarían de este modo un refuerzo o un contrafuerte merced a la existencia de diversas formas de contrapoder y de contrainformación así como la evitación de la unilateralidad. Rosanvallon ha hablado, por eso, de entender la soberanía popular como una suerte de soberanía crítica.
Por otro lado, también es preciso tener en cuenta las protestas que se han dado a nivel ciudadano, con un elevado y llamativo número de movilizaciones masivas en la calle. Especialmente en 2011, cuando la revista Time seleccionó la figura del protester como personaje del año. A pesar de que sea muy complicado hablar de una homogeneidad o de un discurso único en el seno del 15-M, no cabe duda de que abundaron los deseos y las tentativas de explorar formas de lo que se llamó democracia real, unas formas de democracia que por lo general iban más allá de los autores recién mencionados y que se asemejaban más a la democracia radical. El dibujante El Roto lo expresó brevemente en una viñeta célebre: “Los jóvenes salieron a la calle y súbitamente todos los partidos envejecieron”. Simplemente por el hecho de acudir masivamente a las plazas y de autoorganizarse sin el respaldo de ningún partido, la democracia de partidos fue puesta en cuestión. En este sentido, el “no nos representan” del 15-M vino a ser interpretado en su momento no solamente como una denuncia dirigida a los partidos en el gobierno, sino también como una impugnación radical del modelo representativo así como la necesidad de apertura a otros modelos de democracia. No es este el espacio para desgranar la honda, rica y muchas veces soterrada influencia de los indignados en el contexto político o social en España. Ni hasta qué punto lo que ha surgido ha sido fiel a lo que predicaban. Simplemente basta con señalar que este acontecimiento tuvo éxito en su denuncia de los problemas del clásico modelo representativo y que eso se tradujo en una serie de transformaciones importantes en el panorama político, bajo la forma de nuevos partidos o la promoción de nuevas prácticas ciudadanas. O de ambas cosas a la vez. Como sabemos, hubo acercamientos de la política oficial a la posibilidad de participación de la ciudadanía. A la hora de la verdad, incluso los llamados partidos tradicionales se han esforzado por hacer gestos, más sinceros o menos no viene al caso, para paliar la desconexión con la ciudadanía y con el propósito de ofrecer cierta imagen de cambio o renovación. Cuanto menos ha habido el reconocimiento tácito de que en torno a la representación había un problema real. No sorprende, por eso, que conceptos como el de masa se hayan quedado obsoletos a nivel político y que uno antagónico como el de multitud, desarrollado filosóficamente por autores como Toni Negri y Michael Hardt (2004) o Paolo Virno (2003), se haya popularizado y haya ganado un amplio predicamento. Podríamos señalar que si la democracia representativa se legitimaba en buena medida sobre la
figura de la masa, sobre su presunta incapacidad para gobernar adecuadamente, estas nuevas formas de democracia se respaldan en cambio sobre una nueva concepción del sujeto político. Frente a la masa, tradicionalmente menospreciada, caracterizada como un colectivo homogéneo, irracional, voluble y posiblemente violento, percibida como un límite de la democracia, la multitud aparece por el contrario, a nivel ideal, como un colectivo heterogéneo, pacífico, espontáneo, cooperativo e inclusivo, el cual se afirma en la diferencia y funciona a nivel interno de manera descentralizada y democrática, partiendo desde abajo y eludiendo una lógica como la de la soberanía. Además, mientras que la masa estaría encabezada y guiada por un líder, la multitud renunciaría explícitamente a esta figura.1 Es fácil comprender entonces por qué un autor como Toni Negri ha llegado a considerar que la proliferación de estos movimientos emancipadores y la irradiación de este tipo de prácticas coadyuvan en la génesis y la consolidación de un nuevo sentido común, de una nueva gramática de la política, que bastaría para la transformación radical de la sociedad. Haciendo gala de su optimismo, incluso ha hablado de una especie de ilustración biopolítica (Negri, 2007: 26). En este sentido, el 15-M sería la brecha o el punto de partida que desencadenaría una serie de transformaciones que conducirían a un cambio de paradigma político o a una suerte de gobierno de la multitud, evidenciando la obsolescencia de los modelos representativos de democracia o de la llamada democracia de espectadores. A eso, además, habría contribuido la emergencia del llamado capitalismo cognitivo (fundamentalmente en el primer mundo), anclado en formas de trabajo inmaterial, donde el lugar por excelencia del trabajo pasa de la fábrica a cualquier espacio provisto de un ordenador (Berardi, 2003).2 No debe extrañar por eso mismo que Internet haya pasado a ser el espacio privilegiado o preferido desde el que pensar la eclosión de los nuevos modelos políticos, con mayor razón desde la aparición de la llamada web 2.0 (que es la que permite la integración del usuario normal en la red y condujo a la aparición de los comentarios, la blogosfera, las redes sociales así como el fácil desarrollo de un buen número de iniciativas, también políticas, a un coste muy reducido). El gesto realizado se puede 1
Una disección exhaustiva del concepto negriano de Multitud ha sido realizada en otro lugar (Straehle 2013). 2 En cualquier caso, es preciso señalar que el capitalismo cognitivo no ha hecho desaparecer el capitalismo industrial o material, el cual en muchos casos ha sido deslocalizado o “externalizado” al Tercer Mundo.
epitomizar en la consigna de Indymedia, la página que se creó después de los hechos de Seattle de 1999 y que proclamaba: “don’t hate the media, become the media”. Es decir, se trataría de desarrollar desde abajo espacios políticos o de comunicación alternativos a los hegemónicos. De allí que un autor como Enrique Dans haya escrito que “la web 2.0 representó una caída tan brusca de las barreras de entrada, que cambió completamente la naturaleza de la web, la convirtió en el primer medio verdaderamente democrático de la historia de la comunicación humana” (Dans, 2010: 87). Ya no se necesitaba ser programador o tener amplios conocimientos de informática para alcanzar un rol destacado. Desde ese momento cualquier lector podía convertirse en autor. El internauta ya no era preferentemente un consumidor sino, apelando al concepto de Alvin Toffler acuñada en 1980 en La Tercera Ola, un prosumidor (prosumer). Esta palabra, que hasta donde sabemos todavía no ha sido examinada con profundidad en el terreno de la filosofía, reúne en su seno los términos productor y consumidor. De este modo se pone énfasis en que el consumo no es puramente pasivo o mudo y que de manera continua se entremezcla con la producción (y con la valorización) al nivel de los hechos. Así pues, con el concepto de prosumidor se recusaría la tendencia hegemónica a concebir el consumo como la última, estéril e improductiva fase del ciclo de producción, allí donde éste se clausura. Al contrario, se reivindicaría que el consumo puede albergar un potencial productivo nada desdeñable. Por lo tanto, que, a diferencia de los modelos clásicos, no cabe entender como antagónicas y asimétricas las figuras del productor y del consumidor y que convendría abandonar de una vez por todas el clásico abismo entre ambos. De allí que autores como Erik von Hippel (2005) hayan propuesto otorgar un mayor protagonismo al usuario en el mercado e incentivar la user innovation, con mayor facilidad en Internet gracias a su democratización de las herramientas de producción (Anderson 2013). Todo eso explica el creciente rol de los usuarios en las plataformas digitales así como la proliferación de las iniciativas basadas en el procomún (commons). O la popularización de movimientos como el free software o el open source. Los ejemplos prácticos citados por doquier son los suministrados por Wikipedia o Linux, aunque hallaríamos muchos otros casos de economía colaborativa en Couchsurfing, Freecycle, Crowdfunding o Ushahidi. Por añadidura, se subraya el proceder democrático de sus dinámicas, las cuales asimismo influyeron notablemente en el estallido y en la manera de funcionar del 15-M. Tan sólo hay que pensar la influencia de lo wiki desde entonces
en conceptos como wikidemocracia, wikipolítica o wikieconomía o la reivindicación de formas de democracia 2.0 o 4.0. Algunos incluso han llegado a ver el 15-M como una suerte de rebelión del copyleft (véase Calle, 2014: 88). A decir verdad, todo este conjunto de fenómenos han conducido a un optimismo digital y tecnológico probablemente excesivo. Y es que son legión los autores que han saludado alborozadamente las transformaciones digitales y, guiados con frecuencia por un problemático determinismo tecnológico, las han juzgado como un irreversible paso hacia un ilusionante y democrático cambio de la sociedad. Entre ellos un autor tan conocido como Jeremy Rifkin (2014), quien ha subrayado que merced a Internet y la eclosión del común y del prosumidor, nos estamos adentrando en una nueva era que no sería otra que la de la economía colaborativa.
El reverso del universo digital
“Internet suministra un sustituto epidérmico de la emancipación mediante dosis sucesivas de independencia y conectividad.” (Rendueles, 2013: 157).
La exposición previa describe tan sólo una parte de la historia. Sin que eso signifique una auténtica impugnación de lo anterior, es preciso problematizarla y tener en cuenta la contracara de estas transformaciones. Simplemente se trataría de ahondar en dichos fenómenos, bucear en su realidad y captar la ambigüedad y ambivalencia de ésta, alejándose por tanto de esas perspectivas ingenuas que caen en el ciberutopismo (Morozov 2012; Rendueles 2013). Lo que conviene resaltar de entrada es que toda esta consideración previa que revaloriza el estatuto ontológico del sujeto colectivo no es solamente una teorización procedente de pensadores “de izquierdas” o asociada a movimientos de emancipación, fundamentalmente pertenecientes al campo de la política. A nivel fáctico, es también dentro del mismo capitalismo donde en cierto modo se afirma esta concepción más autónoma, proactiva, cooperativa y “valiosa” como es la de la multitud.
En la actualidad, nos encontramos ciertamente ante la eclosión de numerosas iniciativas empresariales que rastrean e incentivan estrategias más participativas y flexibilizadoras, en numerosos casos asimismo reticulares, que también se vertebran en la inclusión productiva del otro y que desde muchos posicionamientos han sido valorados como un gesto democratizador (algo que por supuesto podemos cuestionar). De allí la popularización de prácticas o técnicas empresariales como el brainstorming o el uso que se lleva a cabo del empowerment. Es preciso destacar también el rol que asumen conceptos como lo de la sabiduría de la multitud (crowd’s wisdom) o la inteligencia colectiva, cada vez más llamada inteligencia colaborativa. La práctica del crowdsourcing sea probablemente la más interesante, al designar un conjunto de prácticas mucho más complejo, heterogéneo y ambivalente de lo que a primera vista puede parecer. A decir verdad, se podría hablar de un fenómeno crowd polimorfo que incluye un sinfín de prácticas (desde el crowdfunding al crowdcasting o el crowdauditing) que únicamente tienen en común el aumento de protagonismo que se concede a los usuarios normales.3 El término crowdsourcing fue introducido por Jeff Howe, quien lo definió como “el hecho de coger un trabajo que normalmente realizaba un empleado y externalizarlo a un grupo indefinido y generalmente grande de personas mediante una llamada abierta” (Howe, 2006). Por lo tanto, se trata de una estrategia de externalización (outsourcing), especialmente en el campo de la innovación, que abre cierto aspecto de la producción a los otros; unos otros además que, convocados de manera abierta, no son definidos previamente y que pueden incluir a cualquier interesado. Así se observaría en unos de sus espacios por excelencia, la página InnoCentive. En este sentido, ha sido visto como una estrategia empleable por las empresas medianas y pequeñas para competir con los departamentos de I+D de las más grandes, cuyos costos les resultan de otro modo inasumibles. A la hora de la verdad, empero, se trata de una estrategia que ha sido empleada indiscriminadamente, en muchos casos sin remuneración ni reconocimiento alguno y por supuesto también puesta en práctica por las grandes corporaciones. Entonces es 3
También hallamos prácticas dedicadas al control o fenómenos muy al alza como la controvertida crowdsecurity, donde se convoca a personas para que observen cámaras de vigilancia, sea en directo o en diferido, con la finalidad de detectar crímenes o comportamientos delictivos y ser recompensados por ello. Y eso nos sume en preguntas como: ¿hasta qué nos abocamos a un mundo donde seamos los policías los unos de los otros? ¿hasta qué punto podemos desembocar en una suerte de panóptico digital fundado en la labor de la misma crowd?
cuando la valoración que se hace del crowdsourcing deviene menos amable. Por poner un ejemplo sumamente conocido: en su momento, en 2008, Facebook decidió renunciar a sufragar los costes de traducción de su página a los diferentes idiomas o desarrollar las nuevas aplicaciones de su web (Jarvis 2012, 51). Bastó con invitar a que lo hicieran (gratuitamente) los usuarios. Facebook se abstuvo de intervenir activamente y se contentó con controlar y vigilar que todo se hiciera de manera adecuada, ya que consideró que la comunidad efectuaría ese trabajo con mayor celeridad y eficiencia, además de sin coste alguno. Así pues, nos encontraríamos con unas prácticas semejantes a las de los mismos modelos de democracia expuestos al inicio de este paper, pero al revés. La función de control, veto y vigilancia ya no es ejercida por la ciudadanía, o en este caso el conjunto de usuarios, sino sobre ella. En muchas ocasiones, este tipo de procedimientos ha sido criticado por consistir en una forma de secuestrar o extraer el beneficio de los frutos del trabajo en común, como sucede con Facebook. Por lo tanto, al contrario de lo defendido en las movilizaciones indignadas, el uso instrumental de iniciativas fundadas en lo común y en la inteligencia colectiva se presenta justamente como un factor de renovación y de aumento de eficiencia del capitalismo. Un factor que desde el management es valorado como cada vez más necesario (Zara 2008, Caillé y Grésy 2014). Ahora mismo, la apelación a la crowd estriba en un modelo que se está intentando aplicar de diferente modo y con diferente eficacia en diversas disciplinas, las cuales van desde la tecnología y el diseño hasta la educación, el derecho o la medicina. Las nuevas empresas ofrecen un rol creciente a los usuarios y brindan unos servicios que a la hora de la verdad son aportados o desarrollados por ellos mismos. Sin embargo, resulta harto complicado considerar este paso de lo que podríamos llamar el capitalismo del común como uno de democratización o de mayor justicia. No hay más que pensar en cómo funcionan webs de contenidos como Youtube, Twitter, Facebook, Ebay, Linkedin y sus múltiples variantes. Se trata de un formato económico que está en auge y que podemos observar en todas las redes sociales y webs de contacto, pero también en plataformas de reivindicaciones políticas como Change.org o en nuevos servicios como Uber. En todos estos casos, la función principal de las empresas pasa a ser, fundamentalmente, la de proveer el mejor espacio posible para promover el intercambio de contenidos y productos, resolver los problemas que se pudieran dar en su seno así como buscar estrategias para incentivar el uso de sus servicios. Esto es, una función
mayormente intermediaria, en tanto que la labor de producción e intercambio es delegada en los mismos usuarios que utilizan la web. Incluso las tareas de publicidad y propaganda son ejercidas cada vez más en los mismos usuarios, especialmente en Facebook o en su momento en MySpace. No deja de ser irónico que la revista Advertising Age nombrara ya en 2007 al consumidor como la agencia publicitaría del año (Carr, 2009: 192). Aquí es donde se percibe más que los usuarios, habitualmente reducidos al rol de consumidores, no tienen un rol estrictamente pasivo o espectador. Son ellos los que en tanto prosumidores construyen y llenan sin cesar los espacios de contenidos, los que le insuflan su valor económico. Un valor económico que, salvo excepciones como los youtubers y equivalentes, no es remunerado. En el presente, dentro de lo que se denomina la economía de la atención, estamos circundados de una infinitud de acciones que el mercado reconoce como productivas de las que no solemos ser conscientes, tales como colgar un post en Facebook, escribir un tweet o subir un video a Youtube. Continuamente se capitaliza esta labor prosuntiva o “desinteresada” de los usuarios, lo que explica el inaudito porcentaje de beneficios de las grandes corporaciones digitales. O que un negocio tan grande como Facebook no necesite en su plantilla más que unos 7.000 empleados. Este tipo de empresas, de hecho, incentivan sin cesar la dimensión proactiva y relacional – o, con mayor propiedad, la conectividad - de sus usuarios para incrementar el valor de mercado. Y es que según la ley de Metcalfe, una de las principales leyes desde las que se comprende el funcionamiento de Internet, el valor de una web aumenta exponencialmente en relación al número de usuarios y las conexiones que contiene. La tarea, por tanto, consiste en intentar establecer vínculos entre estos usuarios y capturar el producto realizado por ellos, un trabajo que como se ha dicho no acostumbra a ser reconocido como tal, ni siquiera por las mismas personas que lo realizan. En este sentido, se estaría poniendo en práctica una suerte de instrumentalización de la economía del don. Analistas actuales, entre los cuales se podría destacar a Christian Fuchs (2014), contemplan este tipo de estrategias como novedosas formas de explotación (no en vano se habla de los netslaves) o como formas de colonización capitalista de la esfera del ocio. De allí que, con el objetivo de paliarlo, hayan surgido recientemente redes sociales alternativas que se contraponen a Facebook y que, sin mucho éxito por el momento, intentan reemplazarla: por ejemplo Minds.com
(respaldada por Anonymous), Diaspora o Tsu, que cambian las condiciones de privacidad y recompensan a sus usuarios con el valor de las contribuciones que hacen. Lo que con esta breve panorámica se pretende mostrar yace en cómo las iniciativas exitosas en el seno del capitalismo del presente se construyen sobre un sujeto distinto del de la masa, donde no tiene vigencia un planteamiento radicalmente asimétrico y unilateral entre el rol de los productores y el de los consumidores como el expuesto en el clásico El nuevo estado industrial de John K. Galbraith. Ahora bien, no por el hecho de ser diferente, por otorgar un mayor protagonismo a los usuarios, la situación se ha convertido en más justa o equitativa. Los índices de desigualdad no cesan de ensancharse y, al menos hasta el momento, no parece haber razones para que esta tendencia vaya a cambiar de dirección. Es decir, la revalorización del sujeto económico no estaría derivando en un mayor bienestar material sino más bien todo lo contrario. La digitalización de la economía ha conducido a la hegemonía de unos pocos oligopolios (McChesney 2015) así como a la implacable reducción de los salarios y a la proliferación de numerosos “trabajos” gratuitos (Moruno 2015). No en vano Guy Standing (2013) ha estudiado la aparición y progresiva consolidación de una nueva clase social que respondería al nombre de precariado, cuya frágil y vulnerable situación existencial, así como la ausencia de una conciencia de clase, impediría la organización de una lucha contra las injusticias del presente y permitiría el aumento de éstas. En realidad, según Standing, el precariado sería una clase en lucha consigo misma, puesto que cualquier otro miembro de este colectivo puede presentarse como un potencial competidor.4 En cierto modo, se podría considerar que este precariado y la multitud teorizada por Negri y Hardt constituyen el anverso y el reverso de una misma realidad. A nivel práctico, las iniciativas vinculadas a esto que hemos llamado capitalismo del común dejan de basarse en un modelo como el del Homo Economicus, hasta hace bien poco uno de los pilares indudables y fundamentales del pensamiento económico oficial, y se aprovechan del potencial de autonomía, creatividad, productividad y cooperación de las personas.
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En este sentido, Jorge Moruno ha escrito lo siguiente: “El espacio por excelencia del proletariado moderno se convierte en un espacio cada vez más ajeno a la solidaridad y paralelamente más propicio a la competencia, y, en lugar de fraguar amistades, se gestionan relaciones tan volubles como dictan los ritmos acelerados de la flexibilidad y la empleabilidad” (Moruno, 2015: 231).
Por supuesto, eso no quita que asimismo haya prosperado un gran número de loables y esperanzadoras iniciativas de una sincera y non-for profit economía colaborativa (sharing economy). En la realidad ambos fenómenos van de la mano. En muchos casos, incluso, no resulta tan sencillo poder discernir lo colaborativo de lo que no lo es, puesto que su manera de funcionar puede ser idéntica. Por el momento, la visibilidad de las iniciativas colaborativas es considerablemente menor, salvo raras excepciones como Wikipedia.5 Ahora mismo, pese a que resulta difícil pensar cómo se puede superar un escenario dominado por gigantes como Google, Apple, Microsoft o Facebook, es muy complicado pronosticar qué sucederá en el futuro. Nos hallamos inmersos en una coyuntura de transformación. Además, Internet se caracteriza por una proteicidad que puede volver caduco en poco tiempo cualquier tipo de iniciativa. Tan sólo basta con pensar en el destino de MySpace, hasta hace pocos años la red social de referencia. Curiosamente se suele apuntar que el fracaso de esta web vino por no entregar la oportunidad a los usuarios de desarrollar autónomamente la página. Al parecer, la economía del futuro tendrá que aceptar este rol creciente del usuario e involucrarlo en sus empresas para tener éxito. Esta potenciación del costado activo, con las repercusiones materiales y las transformaciones con el tiempo de trabajo que desencadena, es lo que también conduce a cierta despolitización. No en vano una de las principales críticas que se dirigen al activismo del presente es que no consiste más que en una especie de activismo light o slacktivism, a menudo nada más que un inocuo clicktivism.6
A vueltas con la política
“Atreverse a ganar implica atreverse a mancharse, asumir contradicciones y a ganar un poco, porque ganas una parte y la otra parte negocias, 5
De todos modos, no deja de sorprender que la enciclopedia más consultada de la red, y una de las cinco páginas más consultadas de todo Internet, funcione fundamentalmente nada más que gracias a la sacrificada colaboración de unos pocos centenares de voluntarios (Ortega y Rodríguez, 2012). Eso ha hecho que autores como Clay Shirky (2013) se hayan interrogado por el enorme potencial de la economía colaborativa. 6 Como ejemplo ilustrativo, Evgueni Morozov (2012: 248) ha señalado que una exitosa campaña de Save the Children consiguió sumar 1,7 millones de miembros al mismo tiempo que recaudó únicamente 12.000 dólares.
empujas, te manchas. Te tienes que arremangar la camisa y mancharte de realidad y eso es menos cómodo que la pureza de la derrota” (Errejón, en Errejón y Mouffe, 2015: 68).
Quizá todo lo anterior ayude a comprender el escenario político español de estos últimos años. En consonancia con las reivindicaciones de los indignados con los que mayoritariamente simpatizaba, la población ha demandado una mayor participación, transparencia y limpieza en los partidos. De allí que partidos tradicionales como el PP, el PSOE o IU hayan sufrido un retroceso importante en las elecciones, pese a haber realizado algún esfuerzo tímido de renovación interna. Por su parte, una formación fundada recientemente como UPyD también ha fracasado por no saber leer el legado del 15-M y caer en un autoritarismo extremo que condujo a su irrelevancia electoral. El más beneficiado de todo ello ha sido Podemos, el cual ha sabido ofrecer una imagen de renovación y ha introducido elementos democráticos en su seno, como las primarias o la implantación de un referéndum revocatorio. Por cierto, esto último no ha sucedido sin controversia, puesto que este partido, concebido en un principio como partido-movimiento, se fue alejando paulatinamente de las principales reivindicaciones y dinámicas del 15-M y se fue recentralizando y encerrando en sí mismo. Aunque es cierto que Podemos introdujo cambios sustanciales en su forma de funcionar a nivel interno, un buen número de sus partidarios lamentaron que en realidad se hubiera dado un paso atrás en relación al movimiento indignado, como se habría constatado especialmente durante el primer congreso del partido en Vistalegre, el cual tuvo lugar en otoño de 2014. Uno de los aspectos más criticados fue que el partido se organizara verticalmente en torno al liderazgo de Pablo Iglesias, algo que rompía claramente con uno de los puntos centrales del movimiento indignado.7 No debe sorprender por eso la postura de expresada por Iñigo Errejón, quien ha dejado claro que Podemos no es el partido del 15-M ni nada semejante. Para empezar, porque el 15-M es irrepresentable, mientras que Podemos se mueve deliberadamente en la esfera de la representación. Para seguir, porque la fundación de Podemos nunca se hubiera podido conseguir en caso de haber continuado con las pautas del movimiento indignado, al haber sido iniciada sin consenso o consulta alguna. Podemos comparecería 7
Eso condujo a la progresiva defección de muchos activistas quincemayistas e incluso a la creación de un grupo llamado Occupy Podemos.
más bien como la reacción electoral al ocaso del movimiento indignado y como la renuncia a la romántica autenticidad política y el exceso de optimismo de éste. Debido al notable descenso de las movilizaciones políticas generadas desde el 15-M, éstas habrían dejado de ser un foco de inquietud para el gobierno, algo que en parte se explica por la coyuntura económica del presente y las condiciones laborales correspondientes. Errejón habla por eso de que nos encontramos dentro de una etapa de reflujo que justifica la constitución de un partido como Podemos. Uno de los problemas centrales del movimiento indignado habría consistido en plantear un modelo político inviable a nivel práctico, por los esfuerzos que demandaba a sus integrantes. Podemos aparecería entonces como una herramienta política más pragmática, una maquinaria de guerra electoral, desprovista de tantas exigencias de compromiso activo. En cierto modo, un retorno a una (mejorada) democracia de espectadores. De allí que también apunte que “vivimos una situación todavía tan paradójica en la que para conseguir un acuerdo nuevo, una identificación popular muy amplia, hay que hacer todo lo contrario de lo que los sectores activistas recomiendan” (Errejón y Mouffe, 2015: 65).8 Por su parte, un pensador cercano a Podemos como César Rendueles ha releído a su manera el célebre eslogan de los indignados y señaló en otoño de 2014 que “ahora tenemos que dar un paso más y atrevernos a pensar en la manera de devolver también la representación a nuestra caja de herramientas políticas”.9 Así pues, el “no nos representan” no debería ser entendido como una proclama en favor de la abolición de la representación sino como la necesidad de repensar nuevas formas de representación que la renueven. Por último, otro destacado intelectual de Podemos, Santiago Alba, ha alertado respecto a los peligros del elitismo democrático.10 Así pues, el problema, más en consonancia con los autores citados al principio que con las movilizaciones indignadas, sería más una tentativa de reformar y mejorar la representación que un deseo de abolirla o de proponer una nueva gramática de la política; esto es, más una reforma que una revolución. El éxito electoral de Podemos, así como sus persistentes intentos de ocupar la centralidad y esquivar una categoría
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En una línea semejante se han manifestado pensadores afines como Jorge Moruno (2015) o Germán Cano (2015). 9 https://espejismosdigitales.wordpress.com/2014/10/23/en-defensa-de-la-representacion-o-por-que-hevotado-la-propuesta-claro-que-podemos/ 10 http://www.cuartopoder.es/tribuna/2014/10/04/el-lio-de-podemos-y-los-tres-elitismos/6325
ideológica como la de izquierda, ha sido interpretado como la confirmación del acierto de esta tesis. Sin embargo, la situación en Podemos es en realidad harto más compleja y no puede ser resumida en unas pocas líneas. Este partido aglutina una pluralidad heterogénea en su seno, desde luego no exenta de conflictos. Importantes dirigentes como Pablo Echenique o Teresa Rodríguez no han disimulado sus discrepancias con la línea oficial, ni tampoco pensadores “quincemayistas” como Francisco Jurado (2014) o Emmanuel Rodríguez. Ahora bien, Podemos ha sido hasta el momento capaz de mantener en su seno un sector considerablemente crítico que de todos modos no se siente tan poco representado o desesperanzado como para optar por abandonar la formación. Mientras tanto, a nivel local han proliferado interesantes alternativas municipalistas como la encabezada por Ada Colau en Barcelona, por cierto en confluencia con otras agrupaciones y asociaciones políticas, de modo que es muy difícil de calibrar la influencia de Podemos. Es en este tipo de iniciativas, como también en la catalana CUP, donde más se impulsan proyectos políticos organizados en torno a la participación ciudadana, al empoderamiento y al procomún.11 Por el momento, es en estos espacios donde más perdura ese espíritu de la política afín al 15-M.
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De todos modos, es preciso comentar que, pese al éxito electoral de la primavera de 2015, el número de integrantes en las asambleas de Barcelona en Comú es bastante reducido. Paradójicamente, los electores votarían un partido municipalista al mismo tiempo que renunciarían a la participación activa, elemento clave del municipalismo.
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