De Cuéllar a Pichulita Un joven singular frente al mundo urbano plural en Los cachorros (Mario Vargas Llosa)

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Descripción

José Antonio Elías Bernal [email protected]

De Cuéllar a Pichulita Un joven singular frente al mundo urbano plural en Los cachorros (Mario Vargas Llosa)

Faculteit Letteren en Wijsbegeerte Asignatura: Literatura Hispanoamericana II Profesora: Ilse Logie Curso académico: 2014/2015

Tras la publicación de La ciudad y los perros en 1963, Mario Vargas Llosa (1936) se consolidó como escritor de la novela urbana peruana, en la que la sociedad se describe como un modelo de decadencia dirigida por las clases altas ignorantes de la pobreza latente. Con ella, además, obtuvo la atención de la crítica al ganar el premio Biblioteca Breve de Six Barral. Sus novelas posteriores, como Los cachorros, La casa verde o Conversación en la catedral, serán otras luces en la brillante carrera de este novelista que culmina con la obtención del premio Nobel de literatura en 2010. Los cachorros, que vio la luz cuatro años después, es otro gran ejemplo de cómo Vargas Llosa toma un espacio determinado, Miraflores, como un personaje o un ente dinámico que alberga la vida de la comunidad en su interior. En Los cachorros, esta comunidad es la acomodada, de clase alta y dirigente. Entre ésta surge un persona antagonista a ella, que no termina de encontrar su sitio, de caber: es el protagonista de esta novela, «Pichuelita» Cuéllar, quien no será capaz de vivir tal y como todos a su alrededor lo hacen. La historia de Cuéllar es la de un continuo intento por comprender su mundo, por creerse parte de él desde la distancia, y de cómo esta sociedad por él incomprendida acabará por procesar y olvidar su vida cuando Cuéllar encuentra una muerte temprana y lejana de este ámbito. Es esta relación de Cuéllar frente al mundo la que vertebra gran parte de lo que la crítica ha escrito sobre esta novela corta. Guadalupe Fernández Ariza (2011: 23) eleva esta relación al plano narratológico para exponerla como un encaramiento de un personaje singular y determinado frente a un personaje plural: la sociedad burguesa que, por tener un comportamiento regular y predefinido, adopta una voz común. Como una niebla espesa que envuelve al sujeto, Cuéllar y el lector se ven rodeados en todo momento por este personaje común sin poder llegar a definirle pues no hay descripciones, solo el sonido de esa voz común (y de lo común) que llega desde todas las direcciones. En Los Cachorros destaca la figura de Cuéllar, que actúa frente a agrupaciones de personajes (…) Los amigos constituyen el personaje colectivo más importante del relato, (…) un grupo compacto mostrando una actitud unánime ante las diversas motivaciones. (…) Cuéllar, por el contrario, es una figura discordante, hay un distanciamiento entre él y el grupo; ellos intentan recuperarlo. (Fernández Ariza 2011: p. 23)

Además, este personaje «plural» es el que nos detalla la imagen de Cuéllar de forma casi exclusiva y aquí entra en juego el estilo que Vargas Llosa emplea en su discurso, lleno de objetividad y que, a la vez, otorga gran importancia al símbolo y al gesto. El narrador limita sus

funciones clásicas y en muchas ocasiones se recurre a un juego con la posición que la voz narrativa tiene con respecto a la historia. Los cachorros es un estupendo ejemplo de esta objetividad típica del autor y de alternancia continua entre un narrador heterodiegético (en la que el narrador no es un personaje de la historia) y de un narrador homodiegético (interno en la historia y no protagonista). El enunciado que da comienzo a la obra es un célebre ejemplo que ilustra esta alternancia: Todavía llevaban pantalón corto, aún no fumábamos... (cap. I)

Julio Ortega, en Agresión a la realidad: Mario Vargas Llosa, ha relacionado el uso de este estilo con la problemática de los personajes, que se presentan al lector por sus actos. Los conflictos (…) radican (…) en una ambivalencia moral, que impregna de culpabilidad a los personajes, que los hiere en la inocencia (…) . Y estos problemas se dan siempre en relación: la imagen del individuo está así dada por la malla de sus relaciones; es típico, por eso, que Cuéllar, por ejemplo, no esté sólo en ningún intante de Los Cachorros: todo el espesor de su vida privada y de su conciencia está dado en relación. (Ortega, 1971: p. 182)

Sin embargo, el autor también también define el vínculo que el personaje de Cuéllar tiene con su mundo mediante el uso de otros recursos relacionados más estrechamente con el contenido, con la historia. El narrador comienza el relato desde el principio, desde la infancia de Cuéllar, a quien sitúa en un espacio prototípico de la clase alta a la que pertenece, el Colegio Champagnat, como alguien plenamente tolerado. La castración física accidental descrita en el primer capítulo constituye un punto de inflexión que descarrilará la trayectoria de Cuéllar. Empieza a imperar en el relato a partir de aquí un dualismo: la descripción (mediante la acción, como señalará Angvick) de lo que Cuéllar es frente a la descripción (mediante la acción de ese «personaje plural») de lo que Cuéllar debería ser. Esta proyección divergente desde la infancia hasta la edad adulta está simbolizada en la adquisición de una acción, un gusto común en la infacia (el fútbol) para evolucionar hacia acciones incompatibles e incomprendidas entre sí: las acciones y condiciones de Cuéllar (el privilegio infantil tras el accidente, el alboroto, la exhibición de sus aptitudes físicas) frente a las de sus amigos (el cortejo, la asistencia a bailes, casarse, tener hijos...). Antes, lo que más nos gustaba en el mundo eran los deportes y el cine (…) y ahora, en cambio, lo que más eran las chicas y el baile... (cap II) A medida que pasaban los días, Cuéllar se volvía más huraño con las muchachas, más lacónico y esquivo. También más loco... (cap. III)

Lo mismo ocurre con el espacio de la historia, que va progresivamente dilatándose desde uno común (el Colegio Champagnat) hacia más allá de las lindes de Miraflores, más allá incluso de los burdeles, hasta que Cuéllar escapa de la burbuja urbana

persiguiendo la evasión en las

montañas, donde encuentra la muerte. Respecto a esta descripción de los personajes mediante la acción, Berger Angvick señala en Vargas Llosa: la narración como exorcismo: [El autor] se interesaba en el comportamiento de cada uno, que preceden diferencias en las circunstancias existenciales (…). Se interesaba por ello en las reacciones del individuo enfrentado a una situación determinada. En oposición a Cuéllar, sus acciones y reacciones, el gurpo actúa y reacciona; se constituye una «mayoría compacta» para resistir al outsider aislado. Cuéllar es un catalizador que provoca acciones y reacciones en el grupo. (Angvick, 2004: p. 76)

Esta trayectoria tiene movimientos sucesivos de alejamiento y acercamiento, que culminan con la irrupción del personaje de Teresita, un broche que no será capaz de mantener unidas ambas fuerzas por mucho tiempo. Jorge Lafforge dedica su escrito La ciudad y los perros, novela moral a la descripción de este ámbito úrbano peruano de la novelística de Vargas Llosa en la que Cuéllar y este personaje plural viven aislados en la burbuja del ámbito burgués. Lo toma como un crisol de estratos, desde los «blanquiños» acomodados hasta los «perros» (jóvenes del colegio militar) que «son cobardes y se muestran héroes o santos, cuando la maldad los corroe, fingen, usan máscaras, tienen actitudes y no actos» (Laffoge 1969: 213). Es este ámbito (el urbano) el que configura el carácter de los jóvenes y la que los marcará para siempre, completa Fernández Ariza (2011: 25). Vargas Llosa sitúa aquí al personaje de Cuéllar en una posición aun más difícil. Él vive aislado en un mundo burgués que le rechaza y, aunque decidiera repudiar el ámbito burgués y superar el abismo que le separa de los otros estratos, también se vería rechazado por los demás, por los «perros», porque su falta de virilidad no sería compatible con la violencia e ímpetu de esa otra cara de la sociedad. Cuéllar, convertido en Pichulita tras el accidente y su madurez, se vería rechazado por el ámbito urbano en su totalidad, cayendo el la marginación absoluta. El apodo adquiere aquí una importante función de categorización, que designará a Cuéllar como una entidad fuera del ámbito común de forma definitiva.1 Encontramos, después del análisis de este personaje singular frente a los que le rodean, a un Pichulita no sólo perdido en su ámbito de Miraflores, sino en todo el universo urbano de Vargas Llosa, como símbolo de lo marginado. El autor ha combinado en Los cachorros una descripción de 1

Para más información acerca de la imposición del apodo, cf. Milagros Ezquerro, OC, pág. 147.

la ciudad viva, definida por la acción de quienes viven en ella con un estilo nuevo, que involucra al lector en un contínuo alejamiento y acercamiento a este mundo que Pichulita no comprende. Mediante esta fórmula, Vargas Llosa refleja los problemas que denuncia la novelística urbana peruana, como hemos visto que apunta Julio Ortega: problemas de la comunidad, que acaban calando en el individuo, encasillándolos en acciones arquetípicas y en vidas predefinidas. Luis Sainz de Medrano es partidario de tomar la lectura de Los cachorros y, en particular, del caso de Pichulita Cuéllar frente a su sociedad como una visión crítica que Vargas Llosa esboza de la sociedad a la que él mismo ha pertenecido aunque siempre migrando, siempre enfrentándose a un mundo nuevo, como Cuéllar: Refleja el propósito del autor de exponer, a partir de una diversificación de circunstancias, su interpretación pesimista de la acción de la sociedad sobre quienes, en cumplimiento de un proceso cíclico, están abocados a integrarse a ella. (Sainz de Medrano, 1989: p. 451)

Si atendemos a lo que escribe Sainz de Medrano, el fin de la novela resulta casi irónica si la comparamos con el fin de la historia de Pichulita, muerta y absorbida por el olvido de sus amigos, que completarán este ciclo de vida prototípico sin problemas. Eran hombres hechos y derechos y ya teníamos todos mujer, carro, hijos que estudiaban en el Champagnat (…) y comenzábamos a engordar y atener canas, barriguitas, cuerpos blandos, a usar anteojos para leer, a sentir malestares después de comer y de beber... (cap VI)

En ese pasaje, acaba la relación entre Pichulita y el mundo, como un intento más de la novelística urbana por criticar una sociedad en la que lo material, la violencia, la desigualdad y el aislamiento han adquirido una presencia desmedida, aunque este solo sea uno de los muchos puntos desde los que se puede apreciar y analizar esta obra. Encontramos también en Los cachorros una narrativa típica del boom, en la que el autor juega y experimenta con el lenguaje y con el discurso para encontrar nuevas formas de designar la realidad. Una realidad desmedida, tratada por la memoria del autor, que puede ofrecer para éste tentativas infructuosas de acercamiento, como las que Pichulita toma para hacerse un hueco, con éxitos muy efímeros.

Bibliografía -Angvick, Birger. 2004. La narración como exorcismo: Mario Vargas Llosa, obra (1963-2003). Lima: Fondo de cultura económica. -Lafforgue, Jorge Raúl. 1999. “La ciudad y los perros: novela moral”. En Lafforgue, Jorge Raúl (coord.) Nueva novela latinoamericana I. Buenos Aires: Piadós. -Ortega, Julio. 1971. “Los cachorros”. En: Alonso, Marai Rosa (coord.). Agresión a la realidad. Mario Vargas Llosa. Las Palmas: Inventarios Provisionales. -Sainz de Medrano, Luis. 1989. Historia de la literatura hispanoamericana desde el Modernismo. Madrid: Taurus. -Vargas Llosa, Mario. 2011. Los cachorros (edición de Guadalupe Fernández Ariza). Madrid: Cátedra.

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