Cultura y semiótica histórica en Lotman y Peirce Culture and historical semiotics on Peirce and Lotman

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Descripción

Cultura y semiótica histórica en Lotman y Peirce
Culture and historical semiotics on Peirce and Lotman
Jaume Alavedra i Regàs
Universitat de Barcelona
[email protected]

Resumen: semiótica e historia están estrechamente relacionadas. Forman un
conjunto donde el análisis semiótico debe preceder al histórico. Lotman lo
desarrolla bien en su semiosfera cultural, neologismo afín, entre otros, a
los científicos de biosfera o noosfera. Para desarrollarlo se apoya en la
comunicación humana. Como proceso se ha seguido a esta mediante artículos
arqueológicos o textuales
palabras clave: semiótica, historia, comunicación humana, semiosfera de
Lotman, arqueología, textos
abstract: semiotics and history are deeply bound. They shape a set where
semiotic analysis should be gone before the historical one. Lotman work it
out quite well in his cultural semiosphere, kindred neologism, among
others, to scientifical either biosphere or noosphere. To develop it, he
lean upon the human communication. As a process it has been went on as
evidence of archaeological and textual items
keywords: semiotics, history, human communication, semiosphere of Lotman,
archaeology, texts

0. Arqueología e historia como fuentes de la semiótica de la cultura

Siempre advirtió Lotman de que el análisis semiótico debe preceder al
análisis histórico, por más que ambos estén íntimamente relacionados,
la historia, podríamos decir, es el resultado de la síntesis entre
hecho y sentido. Mas sabemos que un acontecimiento ordinario tiene
sentido, igual que lo tiene un acontecimiento único e irrepetible.
Como dirá en uno de sus últimos textos, bajo la reconocible influencia
del Premio Nobel de Química Ilya Prigogine: «Clío se presenta no como
pasajera de un vagón que rueda por los rieles de un punto a otro, sino
como una peregrina que va de encrucijada en encrucijada y escoge un
camino (Lozano, 2008:5)».

Semiótica e historia están íntimamente relacionadas como consecuencia de la
relación existente entre hecho y sentido. Tal es la tesis de Lotman que
compartimos y desarrollamos aquí como objetivo primordial, tal como lo
lleva a cabo Clío, la pasajera que rueda culturalmente cuando escoge
itinerarios cognitivos de un modo intencionado. La cultura es memoria
hereditaria y presenta una singularidad dinámica en la colectividad. Sirve
para organizar la percepción y las visiones del mundo. Este dinamismo es
consubstancial a la creación continuada de sentido como geometría vital o
topos por excelencia de la cultura.
En cualquier sociedad humana y en cualquier tiempo, la cultura desarrolla
sin cesar todo tipo de construcciones acordes tanto con el conocimiento
presente como con el pasado. En el caso de emerger nuevos sentidos, en
términos generales, estos se expresan a través de diferentes modos de
comunicación: hablados, verbales, orales, escritos, no verbales, icónicos o
simbólicos. En esencia, en su desarrollo histórico, las culturas se han
conservado bajo la forma de textos. Con ello se introduce el concepto de
espacio plano que Lotman acuña en forma del neologismo: semiosfera[1].
Ahora bien, con el auge de la arqueología se ha introducido unas
conceptualizaciones que refieren los yacimientos en el sentido de lugares
geométricos, en definitiva semioesferas, donde se sucede la
sedimentaciones. Se excava bajo la forma de cultura material, depositada en
el tiempo y en estratos sucesivos. Si consideramos los textos por sí
mismos, una de las principales características es que no aparecen
individuales, solos y separados del resto. Se presentan bajo formas que
provienen de unos precedentes y a su vez dan paso a unos posteriores. El
conjunto compone una sucesión sin fin. Cada texto anida a su vez en otros
textos y así de modo jerárquico interminable. En estas condiciones, el
sentido se asocia a entretejer, entretextos o tejidos a la manera de
lienzos codificados según escritos[2]. Para formular y comprender una trama
y una urdimbre de ideas escritas sobrepuestas, los conceptos hacen
coherente el texto completo. La intención es clara: connotar comunicación.
Los pensamientos y los conocimientos alcanzan una incesante producción o
modificación de la codificación[3]. Entonces aparece, en la densidad de la
composición, una tensión que refleja el grado de elaboración de la
transcodificación alcanzado. Ahí la arqueología constituye la excavación de
estratos culturales depositados a través del tiempo.

Los hallazgos arqueológicos nos muestran un espectáculo maravilloso.
Ante nosotros se abre el cuadro milenario de una serie de
civilizaciones que se suceden unas a otras, que erigen complejas
arquitecturas monumentales y sistemas de irrigación no menos
complejos, que construyen ciudades y enormes ídolos de piedra, que
tienen una artesanía de alto nivel; cerámica, tejidos, metalurgia; y
sobre todo que, sin lugar a dudas, conciben complejos sistemas de
símbolos… y no han dejado rastro alguno de su presencia de la
escritura (Lotman, 1989:6, el énfasis siempre es original, en caso
contrario se precisa).


Nuestro objetivo es fundamentalmente histórico. Metodológicamente comparte
el objeto de estudio con la arqueología y con la teoría de la comunicación.
La expresión cultural emerge en los textos. También y en aspectos
residuales puede albergar trazas de caracteres lógicos de concretas
historicidades o historicismos cercanos a la antropología cultural o en una
estrecha conjunción con la sociología del conocimiento. En esencia, nuestra
aproximación consiste en un denominador común: la historia, como reunión
con otras ciencias, que, además de las ya citadas, componen una serie donde
la parte preponderante está ocupada por la semiótica cultural. Por lo tanto
y sin que se pueda acotar el posible dominio generado, adoptamos un método
interdisciplinario a fin de que se llegue a una modulación coherente entre
varias ciencias sociales. Las razones que nos llevan a la interconectar
estas disciplinas es el mero hecho de recurrir a intereses, anclados sobre
la comunicación humana, el discurso social o el diálogo entre culturas[4].
El encuentro histórico entre los pueblos es inevitable. La cultura no se
circunscribe a unos pocos aspectos sino que, a nuestro parecer, debemos
aproximamos a considerarlo como un dominio holístico. Para desarrollarlo
apostamos por una menor presencia de la clásica dualidad entre naturaleza y
cultura, entre el ello y el nosotros; y seguir el pensamiento ontológico,
basado en el objeto y en el sujeto. Estas aproximaciones están aún por
formalizar. Tal como lo expresa Morin a continuación, es más conveniente
adentrarse de un modo paulatino en el interior del conocimiento humano. En
los términos como lo recibamos, así podremos expresarnos sin equívoco
discurriendo por los intrincados cauces de una ontología cognitiva. La
cultura provee al pensamiento sus específicas condiciones en primera
instancia de concepción, posterior de formación y ulterior de aplicación. A
su vez, impregna, modela y eventualmente gobierna los conocimientos
individuales. Aquí se trata no tanto de un determinismo sociológico
exterior, sino de una estructuración interna. La cultura, y, por el camino
de la cultura, la sociedad, están en el interior del conocimiento humano
(Morin, 1994:78).
El conocimiento cultural puede ser concebido legítimamente como el producto
de las interacciones biológicas, y antroposociológicas. La esfera
sociocultural se introduce en el ser humano antes del nacimiento, en el
vientre de la madre (influencias del recién nacido, sonidos, música,
alimentos y hábitos maternales), después en las técnicas de parto, el
tratamiento del recién nacido, el adiestramiento/educación familiar/social
(Morin, Ibídem, 79).
En fin para acabar este primer apartado, la biología, la bioquímica o la
genética nos enseñan caminos y pautas, que expresan propiedades y
relaciones naturales. Los principios de convivencia están anclados en una
estrecha interacción, donde las culturas como expresión de una
colectividad, muestran como los signos determinan la cognición. Para tal
fin, Lotman en el siglo XX, se ha centrado en la cultura definiendo y
llenando de contenido el término semiosfera, que indica y precisa que la
mente genera e interpreta signos que constituyen sistemas significantes. De
este modo, la teoría semiótica cubre un vacío en las ciencias sociales en
cuanto que trata la cultura. Entonces la semiosfera lotmaniana se convierte
en el núcleo de su desarrollo. Debemos considerar atentamente que la
semiótica investiga los signos en el tiempo y la pragmática, el efecto
derivado de su uso, con el fin de reconstruir el sistema humano de ideas
(Uspenski, 1993:48). La disciplina de la historia recoge los datos que se
producen en toda cultura humana; y la arqueología excava los materiales
depositados en las edades cubiertas por estratos del pasado (Alavedra,
2012:35)[5].

1. Evolución de la semiótica cultural en los textos y en la teoría de la
comunicación

Los conceptos iniciales de texto, que subrayan su naturaleza unitaria
de señal, o la unidad indivisible de sus funciones en cierto contexto
cultural, o cualesquiera otras cualidades, suponían implícita o
explícitamente, que el texto es un enunciado en una lenguaje
cualquiera. La primera brecha en esta idea, que parecía obvia, fue
abierta precisamente cuando se examinó el concepto de texto en el
plano de la semiótica de la cultura. Se descubrió que, para que un
mensaje dado pueda ser definido como 'texto', debe estar codificado,
como mínimo, dos veces. Así, por ejemplo, el mensaje definible como
'ley' se distingue de la descripción de cierto caso criminal por el
hecho de que pertenece a la vez a un lenguaje natural y al jurídico,
construyendo en el primer caso una cadena de signos con diversos
significados, y en el segundo, cierto signo complejo con un único
significado (Lotman, 2003:2).

Los humanos nos hemos relacionado y comunicado de manera estrecha con
nuestros semejantes. En el marco de la naturaleza los individuos están
sujetos a múltiples interacciones sociales: «La constitución natural de los
seres humanos les prepara para aprender de otros, para vivir con otros,
para que otros cuiden de ellos y para cuidar a otros. Es difícil imaginar
cómo pueden llegar los científicos sociales a entender claramente el hecho
de que la naturaleza prepara a los seres humanos para vivir en sociedad
sino incluyen aspectos del proceso evolutivo y del desarrollo social de la
humanidad en su campo de visión (Elias, 1994:215)». En el fragmento
anterior, se refleja la constitución natural del individuo como social,
eminentemente social. Esta aseveración se destaca en el anterior fragmento
de Norbert Elias, que lleva por significativo subtítulo: "un ensayo de
antropología cultural". Únicamente debe añadirse que debe añadirse la
antropología física explícita para ser congruente con la arqueología. En un
principio, la conjunción de determinadas ciencias nos llega como una señal,
si del pasado se trata, en forma de textos. Más tarde se articulan los
códigos que contienen. En último lugar, se distingue la descripción de la
explicación y la interpretación. Pongamos un ejemplo, el arqueólogo prepara
y prospecta las posibilidades de un yacimiento, que publicará los hallazgos
en unos textos como memorias de excavación. Más tarde escudriña los códigos
de deposición temporal y de cultura material depositada. Finalmente accede
a la tarea de historiador cuando interpreta, es decir cuando se sitúa en
una hermenéutica del sentido.

Los conceptos iniciales de texto, que subrayan su naturaleza unitaria
de señal, o la unidad indivisible de sus funcionasen cierto contexto
cultural, o cualesquiera otras cualidades, suponían implícita o
explícitamente, que el texto es un enunciado en una lenguaje
cualquiera. La primera brecha en esta idea, que parecía obvia, fue
abierta precisamente cuando se examinó el concepto de texto en el
plano de la semiótica de la cultura. Se descubrió que, para que un
mensaje dado pueda ser definido como 'texto', debe estar codificado,
como mínimo, dos veces. Así, por ejemplo, el mensaje definible como
'ley' se distingue de la descripción de cierto caso criminal por el
hecho de que pertenece a la vez a un lenguaje natural y al jurídico,
construyendo en el primer caso una cadena de signos con diversos
significados, y en el segundo, cierto signo complejo con un único
significado (Lotman, 2003:2).

En el vasto panorama cultural, el proceso de conferir sentido se ha
preservado y conservado en estratos de cultura material y en textos
escritos. El incesante proceso histórico de deposición y generación de
sentido fue expresado semióticamente, por primera vez, en la semiosis de
Peirce, a principios del siglo Veinte. Veamos primero una definición, que
ha de resulta muy útil. Durante años ha constituido la piedra miliar bajo
la cual se trataba la cultura. Está extraída de la conocida obra de Greimas
y Courtès: "Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje".

Desde el punto de vista semiótico, cabe considerar el concepto de
cultura como coextensivo del de universo semántico, relativo a una
comunidad sociosemiótica dada. El proyecto de una semiótica de la
cultura (el de J. Lotman, por ejemplo) está llamado, por consiguiente
a convocar el universo semántico —y, principalmente, sus dos
componentes macrosemióticos que son la lengua natural y el mundo
natural— y a tratarlo como una semiótica-objeto a fin de construir una
metasemiótica llamada «cultura». Una teoría de este tipo parece
exorbitante porque correspondería a la descripción del conjunto de
axiologías, de las ideologías y de las prácticas sociales
significantes (Greimas y Courtés, 1982:100)[6].

En este contexto, los autores hacen que la semiótica de la cultura
constituya la disciplina de los signos, por excelencia. No termina ahí,
sino que lo extiende al núcleo efectivo que se apoya fundamentalmente en la
comunicación social[7]. La expresión y el intercambio de ideas proporcionan
el marco donde realizarlo de manera individual. En la estructura global, el
diálogo entre culturas ha conformado uno de los aspectos más significativos
de la expresión de la identidad en las relaciones sociales[8]. En estas, se
intercambian conocimientos en base a referencias culturales compartidas.
Los comportamientos y las prácticas en sociedad conllevan el uso de
expresiones comunicativas concretas y definidas. Asimismo se producen
idiolectos y expresiones colectivas para refranes, aforismos o sentencias.
El conjunto se da en sociedad y entraña una realización en forma de cadenas
fonéticas, vehiculadas mediante una comunicación verbal; y unas formas
escritas o gestuales, mediante las no verbales. Tal simplificación
desvirtúa ampliamente las manifestaciones de la vida individual frente a la
colectiva, oponiendo individuo o muestra a tipo o clase. Sin embargo, los
axiomas comunicativos han de sentar los hechos de significación que
permitan construir y distribuir las identidades sociales más allá y
separadas de las individuales. Los datos o los ejemplares empíricos no se
oponen a las teorías levantadas por encima de ellos, sino que se
complementan en planos cognitivos sucesivos.
El historiador Hayden White habla de niveles conceptuales en los textos. Si
en un principio comienzan con crónicas de hechos; más tarde, siguen los
relatos. En realidad el proceso termina con la obtención de resultados
combinatorios de trama, argumento o implicación ideológica (White, 1973:5).
Ahí, Lotman muestra la relación que permite el paso de una cultura mediante
fuentes textuales y técnicas arqueológicas, que hacen emerger culturas como
memorias de hechos. Producción y modificación del discurso no dejan de
crear sentido histórico. Peirce se adelanta al universo bakhtiniano de no
reducir el significado, contraponiendo diacronía a sincronía, sino
conjuntándolos en un mismo esquema común. Para lo cual rehúye contraponer
por medio de la coexistencia entre sistema y proceso. En la poesía de
Rabelais, el autor ruso impone un texto abierto a un tiempo ideal. «Las
reservas de Bajtín con respecto a Lotman se refieren, precisamente, a la
interpretación de la cultura como sistema y su adhesión a la semiótica del
código, que impide considerar la relación dialógica, la única en la que los
textos viven, a pesar de que Bajtín reconozca a Lotman y su escuela el
mérito de no separar la literatura de la cultura (Ponzio, 1998:33-34)». En
el estudio de las formas literarias, mientras aquel se interesó más bien
por los géneros, éste lo hizo por la cultura que las expresa.

2. Historia, arqueología y comunicación humanas

En estas condiciones especificas de adhesiones e interpretaciones sociales,
nuestra propuesta sigue un modelo multidisciplinar. Como hemos mencionado
más arriba, está anclado en la concepción de semiosfera lotmaniana.
Nosotros lo aplicamos, en cierta medida reductiva, a ciencias eminentes del
pasado, como son la historia y la arqueología. Recurrimos a una metodología
conjunta con los postulados de la Escuela de los Anales. Escuela francesa
que nace en el primer cuarto del siglo Veinte como aportación al estudio,
en este orden, de documentos y textos. En sus comienzos, la naturaleza del
quehacer histórico discurrió por cauces económicos y sociológicos, que ha
ido variando con las diferentes versiones que ha experimentado. Así lo que
más nos importa es su carácter sistemático de Escuela y de la noción de
anales documentales. Esta elaboración histórica precede influenciando
profundamente a la estética de la recepción de Coblenza y a la metahistoria
whiteana, justo mencionada más arriba. Lo que retenemos es que se incluyen
los textos, que llevamos a la historia antigua.
En este tipo de periodización, la mayoría de registros son fragmentarios o
parcialmente destruidos. Esto es un signo claro, que connota necesidad de
reconstrucción. Materiales frágiles como el papiro o el pergamino no
resisten el paso del tiempo y las construcciones en piedra sufren
deterioros considerables por la acción del fuego o de los saqueos.
Precisamente las acciones humanas, como modos de moción de la mente, que
para ser explicados se requiere dejar de lado los prejuicios, como el de
ciertas facultades interiores del psiquismo humano, como son la
introspección, por ejemplo que trató por métodos de laboratorio el
contemporáneo de Peirce en Leipzig, Wundt. No contempla la voluntad de
expresión en las representaciones; ni el empirismo fisiológico de Brentano
con el componente de la intencionalidad.
En la teoría de los signos, Peirce sigue la formulación de los lógicos
modales medievales, en concreto Duns Scoto. Se limita a actualizar la
definición y clasificación de los signos según tres categorías: la
primariedad de los datos brutos sin elaboración; la secundariedad,
correspondiente a un mínimo de elaboración cognitiva; y la terciariedad,
consecuencia de la especulación, como ocurre en el símbolo. Este es un
concepto general en sí mismo, así como el objeto a que se refiere en su
carácter significante. Peirce lo define como: «Un símbolo es un signo que
se refiere al Objeto que denota en virtud de una ley, usualmente una
asociación de ideas generales que operan de modo tal que son la causa de
que el Símbolo se interprete como referido a dicho Objeto (Peirce
1974:30)». Con lo cual viene a decir que es un tipo general o ley y que
actúa a través de una Réplica, por tanto no es de naturaleza primaria ni
incluso secundaria.
Lotman se sitúa en esta última categoría terciaria, cuando centra su teoría
en la comunicación que sucede en los procesos culturares. De ningún modo
puede situarse en las dos primeras categorías, la mera cualidad, un
existente real o una ley general para la primera; o la relación del signo
con su objeto, que consista en que el signo tenga algún carácter o relación
existencial en sí mismo (Peirce, ibíd., 29). En estas condiciones se nos
aparece el texto en la cultura lotmaniana como derivación terciaria
elemental y, a la vez fundamental, objeto de estudio para la arqueología.
Como hemos ya anticipado, los textos de una cultura anterior anidan en
otros textos de culturas posteriores[9].

La reserva de textos, códigos y distintos signos que se precipita de
la vieja cultura a la cultura nueva, más joven, desvinculándose de los
contextos y los nexos extratextuales que les eran inherentes… se
deposita en la memoria cultural de la colectividad como un valor
autosuficiente (Lotman 1996: 57).

La cultura es un valor autosuficiente, en ningún modo separada e
independiente. Como elemento que define a cualquier sociedad se deposita
tanto en la memoria colectiva como en la individual. En el universo
cultural humano se acumula todo un conjunto codificado que define
anterioridad y sucesión semiósica encadenadas. Uno de los códigos más
usuales de valoración cultural remite a la dualidad entre lo nuevo y lo
antiguo. La arqueología como ciencia hace intervenir el rescate de lo
antiguo en lo nuevo, de esa memoria de hechos en estratos superpuestos. En
el dominio científico de esta ciencia de las cosas antiguas, se habla de
cultura material para expresar aquello depositado como cultura de quien lo
ha legado y como registro material en estratos sucesivos del tiempo.


El lenguaje, además de ser él mismo cultura, es condición de la misma
porque es el lenguaje el que funda la comunidad, en la cual se basa
toda cultura, En efecto, la comunidad lingüística es una condición
previa de toda cultura, pues sin ella no se podrían realizar actividad
es humanas comunes. Toda la persona, toda la vida intelectual y social
se estancan y quedan en un estado embrionario cuando está ausente le
lenguaje (Conesa y Nubiola, 1999:27).

En Lotman la comunicación aparece bajo la forma de lo que llamó semiosfera.
Con tal neologismo quería expresar algo derivado de la geometría, añadiendo
el prefijo semio-. Lotman tendió a indica su situación sobre el símbolo,
más que el índice o el icono para referirse al concepto de cultura. Con
ello y en el plano comunicativo, no hace más que relacionarse estrechamente
con los actos de habla o con la filosofía del lenguaje en cuanto actos
comunicativos por medio de los cuáles las personas intercambiamos todo tipo
de vivencias, de experiencias o de conocimientos. Por tanto, el universo de
los signos, como lugar en el cual nos comunicamos, interviene como elemento
fundamental tanto en la cultura personal como en la social.
El objetivo de Lotman tomaba en consideración un núcleo preciso situado en
el individuo en sociedad. Con este axioma se acerca a la reducción de la
acción humana a su elemento de relación más característico tal como es la
comunicación. En su desarrollo consistía en formular los principios de
interacción en la comunicación humana. La metodología que empleó se
ajustaba a presupuestos funcionales, para ser congruente con el pragmatismo
peirceano original, derivado en un pragmaticismo como consecuencia de
añadir la vocalización de –ic a la inicial formulación pragmática. En
efecto, el autor americano postuló llevar a consideración, no la causa sino
aquello que se deriva, de su aplicación. El principio del pragmatismo le
llevo a tomar como resultado metodológico un proceso que empezaba con los
efectos derivados de una acción. Con ello abandonaba la teoría centrada en
las anteriores y definidas posiciones consistentes en la deducción o la
inducción e iniciaba las llamadas abductivas. Estas se limitaron a
considerar los efectos de cualquier acción para llevar a cabo su
pragmatismo de nuevo cuño. En este contexto Lotman incluye la mediación de
la comunicación, la necesidad de comunicarse verbal o no verbalmente que
tienen los seres y que depende de la educación y de información circulante
en la propia cultura.
La comunicación no se puede realizar sin el apoyo del imperio de los
signos. Tan lógico como que siempre alguna cosa está en lugar de otra para
un fin expreso, es tal como decir que son universales, aunque conciernan a
la propia cultura de los usuarios. Peirce postula que no podemos pensar sin
la mediación de los signos. Si queremos comunicarnos con los demás, debemos
hacerlo expresándonos con signos. En general el proceso se realiza en tres
etapas. La primera consiste en generar los signos para que sean conocidos,
bajo un significado. La segunda lo es cuando se acepta la significación
compartida por medio del desciframiento. La tercera y última termina el
proceso en el uso en actos comunicativos.

4. Lotman y las influencias de Peirce y Bajtín, como precursores, y de
Benveniste, como contemporáneo.

El signo es central en Peirce y Lotman. No obstante en aquel el carácter
del signo es aislado en una mera secuencia sígnica, mientras que en este
esta encajado en un sistema cultura[10]. En semiótica de la significación,
el objeto y el sujeto se relacionan por medio de los signos compartiendo
conocimiento del mundo. En los procesos cognitivos que se desarrollan se
conectan entre ellos en lo que se significa con el signo. Llevan de un
significante y van pasando por significados sucesivos según la semiosis.
Esta no es más que la incesante actividad en torno al signo, según un
código particular que evita la universalidad. En la limitación concreta a
una esfera, hasta el presente, se había pasado, sin ninguna medida
coherente, de la universalidad del tipo o categoría a la individualidad o
muestra. Una primera estructura la proporcionó el código, pero permanecía
en lo reducido a un dominio estricto, que se ve contenido en la semiótica
de la comunicación. Peirce y Bajtín van más allá de este tipo comunicativo
cuando se produce sentido que incorpora métodos alegóricos o metafóricos.
En el recurso al significado del símbolo se acude al texto, a la escritura,
algo como la semiótica de la significación primaria y de la significancia
en un segundo nivel de sentido simbólico, contrapuesto al nivel
informativo[11]. Ocurre algo así como la descripción definida de Russell si
no contrapuesta, al menos alejada de la hermenéutica de Gadamer o a la
competencia ideal chomskiana. Ahora bien, «como semiótica que no sigue el
mito de la hegemonía del código, del sujeto, del significado, puede también
comprender la semiótica de Pierce. En este caso se podría hablar de una
doble dirección de la semiótica del tercer sentido de la significancia, es
decir: 1) la semiótica del texto y de la escritura (intransitiva,
literaria), y 2) la "semiótica de la interpretación", que comprende la
semiótica cognoscitiva de Peirce».
Mediante el postulado de la semiosis el proceso deviene constante e
ininterrumpido. Cualquier sensación asociada, cognitivamente a un concepto,
está determinada lógicamente por las cogniciones previas. Entonces siempre
interviene el universo cultural para el intercambio que se realiza
adecuarse a una particular semiosfera de la cultura, que no es más que el
acto concreto de uso compartido entre comunicantes.

3. Conclusiones
La solución a la crisis de la cultura es sinónimo de recuperación de
una individualidad íntegra, efectiva y creativa. La armonía del
espíritu individual con la realidad de una civilización que una
industria basada en la tecnología ha tornado corporativa en todas sus
manifestaciones externas no significa que las mentes individuales
acaben siendo moldeadas de un modo pasivo por las condiciones
sociales, como si éstas, a su vez, fuesen algo predeterminado y
estático. Cuando los modelos que configuran la individualidad en el
ámbito del pensamiento y del deseo estén de acuerdo con las fuerzas
sociales imperantes, esa individualidad se liberará en aras de un
esfuerzo creativo. La originalidad y la reivindicación del carácter
único del individuo no están reñidas con la utilidad social; al
contrario, esta última las salva de la excentricidad y del escapismo.
La energía positiva y constructiva de los individuos, como se
manifiesta en la reconstrucción y reorientación de las fuerzas y
condiciones sociales, es una necesidad social de por sí (Dewey,
2003:154-155).
En el sistema dinámico de Lotman y la solución a la crisis de la cultura,
se encuentra inmersas en condiciones y convenciones sociales. El individuo
se distingue de la colectividad, aquello que está dentro de aquello que
está fuera, el extrasistema[12]. Una de las cuestiones más enrevesadas de
la modernidad es como establecer y fijar una relación entre el individuo
para los buenos deseos y la sociedad, para la insuficiencia de alcanzar la
cumbre. Para concluir, es fundamental la interdependencia entre las partes
y el todo en relación con el exterior. Si se desea puede formularse de otro
modo en al ámbito del conocimiento: condiciones del ser creativo frente a
la colectividad modeladora entre conceptos. Para ir terminado tenemos que
la correlación entre estos se requieren una definición, una aplicación y
uso histórico para ser considerados objetos por los científicos. Cuando se
pasa de un sistema a otro, aparece la indefinición. Entonces lo unívoco y
lo ambivalente en sistemas como pares de lógica temporal del discurso y de
la función de veracidad.
Finalmente, el modelo de Lotman esquematiza funciones y procesos
comunicativos según un código cultural inmerso en la producción de sentido
colectiva. La garantía de adecuación histórica y textual es eficaz. Si
bien, por un lado, como signo o bien como texto para la semiótica
involucran actos de habla, por otro, representan la construcción social en
lo general y en lo particular. Ahí se incluyen los actos de habla en una
acción preformativa, que, en definitiva, es lo que presenta el carácter de
semiosfera de Lotman. Constituye un eficaz modelo secundario y
complementario de la primariedad del habla y del uso social, que preparan y
posibilitan a los símbolos.

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e l'ideologia contemporanea, edición y traducción de Mercedes Arriaga.
USPENSKI, Boris A. (1993). La historia y la Semiótica (La percepción del
tiempo como problema semiótico. En Discurso, 8, pp. 47-90.
WHITE, Hayden (1973). Metahistory: the Historical Imagination in Nineteenth
Century Europe. Baltimore, Johns Hopkins University Press.


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[1] Este es un concepto fundamental para la formulación de la semiótica de
la cultura. Como neologismo busca sus raíces metafóricamente en la
terminología de las ciencias para los seres vivos: biosfera en su carácter
primario para que determine lo que suceda a lo vivo desde su interior; la
noosfera más bien derivada; mientras que la troposfera resulta tangencial.
Acaba por modelar el sistema de signos viniendo a significar un espacio, un
lugar geográfico, unas figuras conceptuales o una colectividad de textos (
Chang, 2003:15).
[2] Las dimensiones de los textos son variables. Alcanzan cualquier sistema
conceptual. En la teoría de la comunicación escrita, se habla mediante una
serie de dualismos, que comprende el texto abierto o cerrado; el activo o
pasivo; el hablado o escrito; el sistemático o asistemático; el variable o
invariable; el racional o irracional; el lógico o pasional; el real o
simbólico soñado; el histórico o mitológico; el científico o dogmático; y
el discreto o continuo. Las formas de almacenar la información han
experimentado una enorme evolución metasemiótica en el tiempo. Desde los
jeroglíficos, propios de culturas antiguas y que perviven en logogramas e
ideogramas, se ha pasado a los alfabetos contemporáneos y a todo tipo de
iconos, símbolos e imágenes sociales.
[3] En la acción práctica, la codificación más antigua es la que refiere a
lo nuevo respecto a lo viejo. La axiología de valores va del primero al
último. Además tenemos lo necesario y superfluo para la economía funcional;
o, lo descrito y no descrito para la organización. Al situarnos en estas
dicotomías trasmutamos valores: bueno por antiguo (viejo, anciano,
venerable, añejo, "retro", prístino), frente a nuevo por original (estética
vanguardista, o best-seller, novedad).
[4] Sin embargo esto constituye una extensión intercultural a la que
preferimos, por el momento, nos encaminarnos. Por el momento la posición es
simple ya que nos situamos frente a una reducción donde cualquier cultura
intervenga como un sistema de signos. Por el momento no entramos en
consideraciones de comparativismo, para soslayar choques u oposiciones
entre culturas. En concreto preferimos mantener sin desarrollar ciertos
dualismos clásicos que han confrontado posiciones. Por ejemplo la más
tópica en este tipo de situaciones y que se ha convertido en canónica, es
la que se realiza entre la naturaleza y la cultura. Incluso se ha terminado
por incluir el latinismo versus entre estos dos conceptos, al mencionarlos
juntos. A su vez la esencia de los signos debe conservar rasgos distintivos
adicionales, como son los de artificial, lo convencional o lo innato, que
se usan en áreas correspondientes a los comportamientos.
[5] A causa de que las misiones arqueológicas han aumentado sus
intervenciones en todos los ámbitos de excavación, memorias o restauración
se ha ocasionado un carácter todavía poco sistemático. La insuficiencia de
los estudios comparativos en la base arqueológica desde las descripciones
habituales ha empujado a nuevos métodos para los objetos utilitarios,
documentos iconográficos, inscripciones o edificios (Garvin, 1979:100).
[6] En su diccionario razonado de semiótica, Greimas y Courtès precisan los
términos según criterios adecuados a la teoría semiótica. Durante años ha
sido la mejor herramienta de trabajo, al respecto. En el mismo, los autores
de la escuela de París, describen los términos o denominan las relaciones
entre conceptos de la teoría. También describen la organización de esta y,
finalmente, los términos que la describen en conexión a campos específicos
y los límites en los que se encuentra encajada.
[7] El comportamiento humano es en esencia social. No se produce jamás
aislado. A pesar de fundamentar con repetidos intentos literarios la
soledad ontológica entre el yo y el ello no han tenido éxito. Los humanos
nos desenvolvemos en un ambiente de construcción compartida y nuestra
colaboración siempre está cercana a la de ellos. En nuestra exposición
mantenemos la teoría como circuito de la comunicación clásica entre el
emisor, el receptor y el vehículo o medio de "comunicación social" en forma
de mensaje, canal o código. Pero es que además obviamos códigos de
jerarquización, donde es frecuente la aplicación del modelo platónico de
Agustín de Hipona, relativo a la relación entre el alma y el cuerpo sobre
contenidos del patrimonio cultural. Según este código, la espiritualidad y
la interioridad son necesarios para la obtención de productos culturales,
alejados de la condición material. No es de extrañar entonces que en la
tradición germánica se termine asociando cultura a civilización, de modo
que se haga necesario entrar en la ideología como estricta concepción del
mundo, pero esto más bien lo se aparta de nuestro propósito de mera
comunicación social.
[8] El problema de la identidad social es esencialmente una ardua cuestión.
En un marco de relaciones sociales existe una acusada resistencia a la
homogeneidad y, por consiguiente, a la persistencia de la diferencia. El
concepto de cultura tiene que incrustarse en posiciones que comprendan la
colaboración de los individuos para generar sentidos. La construcción
social compartida indica la elaboración la semiosis social. Así que en un
amplio contexto de convivencia aparecen sólidos códigos en relación a
signos, que elaborados y estructurados dan origen a sistemas de
simbolización.

[9] Lotman seguía estrechamente la filosofía, la visión epistemológica o el
mundo de valores sociales. El punto de partida era el sistema y el
significado depende de la cultura. La praxis no es más que la consecuencia
de la comunicación en términos de cultura, de lo que se haga cuando
interactuamos.
[10] En relación a la genealogía de Saussure se toma como modelo el acto de
comunicación aislado, a diferencia de Lotman. Saussure aleja tomando la
simple dualidad entre la lengua y el habla y el estricto intercambio de
mensajes entre emisores y receptores. El enfoque respondía al proceder
cómodo de lo simple a lo complejo, que Lotman advirtió demasiado escorado
hacia la conveniencia heurística. En Lotman el modelo implica una
producción de sentido colectivo, una dinámica de funciones y procesos
comunicativos. Como signo o como texto para la semiótica, importan los
actos de habla, que representan la construcción social en lo general y en
lo particular. Por lo tanto intervienen en función performativa de los
actos de habla, que sucede a la mera actuación ilocutiva.
[11] La información depende de la intención de comunicar. Peirce no lo
desarrolla, mientras que Bajtín no entra en el sistema. Eco comparte con
Lotman una construcción lógica para la comunicación y la cultura. Por
tanto, la semiótica no es más que una teoría general de la cultura.
Comunicarse es usar el mundo como un aparato semiótico. Distingue a esta
como sistema de significación claramente distinto de la comunicación o de
la información. La comunicación va subordinada a los procesos de
significación sobre vehículos de información. La representación fija el
sistema de cultura y comunicación. Estas implican procesos de
significación, sistemas codiciales y un sujeto observador, un sujeto para
quien el mundo fenoménico sucede en semióticos pertinentes. Alcanza así una
intención del texto, intentio operis, alejada un tanto de la del autor,
intentio auctoris (Eco, 1997:35).
[12] Por supuesto cultura e información en una sociedad no se correlaciona
con un individuo. Aquellas no son adquirida hereditarias, ni con mucho por
código genético como en este. La cultura se obtiene durante la vida y cada
individuo posee su propia cultura, al margen de la convergencia de puntos
de vista sociales.
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