Cultura
y
propaganda
política
en
la
Roma
republicana:
ayer
y
hoy
de
los
Comentarios
cesarianos
José
Miguel
Baños
Departamento
de
Filología
Latina
Universidad
Complutense
[email protected]
Resumen:
En
una
visión
retrospectiva,
para
entender
el
alcance
propagandístico
de
los
Comentarios
cesarianos
y
la
oportunidad
de
su
publicación
(§
5),
hay
que
tener
presente
que
este
tipo
de
memorias
autojustificativas
y
apologéticas
contaba
con
una
rica
tradición
literaria
(§
2).
Además,
hay
que
situar
los
Comentarios
en
un
contexto
mucho
más
amplio
de
propaganda
política
en
torno
a
la
figura
del
vencedor
de
las
Galias
(§
3),
réplica
en
cierto
modo
a
toda
una
literatura
crítica
(discursos
difamatorios,
poemas,
libelos,
panfletos,
etc.),
incluidas
aquellas
obras
que,
en
el
elogio
de
los
adversarios
políticos
de
César,
encerraban
un
ataque
velado
o
directo
a
su
persona
(§
4):
la
polémica
de
los
Catones
y
Anticatones
es
un
buen
reflejo
de
esta
literatura
de
combate.
Por
último,
como
lectura
actualizada,
guerras
recientes
como
la
de
Irak
hacen
inevitable
el
paralelismo
con
la
forma
en
que
César,
en
la
De
bello
Gallico,
nos
presenta
una
guerra
“justa”
y
“preventiva”
(§
6).
El
texto
de
este
artículo
reproduce,
adaptados
para
su
publicación,
los
contenidos
de
una
ponencia
presentada
en
el
Coloquio
Presente
/
Pasado:
las
lecciones
de
la
Antigüedad,
celebrado
en
la
Facultad
de
Filología
de
la
UCM,
y
del
Curso
de
Doctorado
“Cultura
y
política
en
la
Roma
tardo‐republicana”
que
impartí
en
esa
misma
Facultad.
Palabras
clave:
César,
Cicerón,
Comentarios,
literatura
propagandística.
1.
INTRODUCCIÓN:
PROPAGANDA,
CENSURA,
MECENAZGO
Y
LECTURA.
A
modo
de
introducción,
no
está
demás
recordar
el
significado
mismo
del
término
propaganda
tal
como
aparece
en
el
diccionario
de
la
RAE
(ed.
1992):
(1)
Propaganda.
(del
lat.
propaganda,
que
ha
de
ser
propagada).
f.
Congregación
de
cardenales
nominada
De
propaganda
fide,
para
difundir
la
religión
católica.
//
2.
Por
ext.,
asociación
cuyo
fin
es
propagar
doctrinas,
opiniones,
etc.
//
3.
Acción
o
efecto
de
dar
a
conocer
una
cosa
con
el
fin
de
atraer
adeptos
o
compradores.
//
4.
Textos,
trabajos
o
medios
empleados
para
este
fin.
De
acuerdo
con
esta
definición,
además
de
aprender
que,
aunque
la
práctica
de
la
propaganda
es
tan
antigua
como
la
historia
humana,
el
término
en
sí
es
relativamente
reciente1,
vemos
que
son
fundamentalmente
las
ideas
el
objeto
esencial
de
toda
propaganda,
y
los
textos
el
medio
habitual
para
difundir
o
propagar
dichas
ideas.
Con
lo
que
un
título
tan
amplio
como
“cultura
y
propaganda
política”
podría
ya
acotarse,
justificadamente,
restringiendo
el
alcance
del
término
cultura
a
la
literatura:
en
definitiva,
vamos
a
ver
cómo
los
textos
latinos,
su
literatura,
son
o
pueden
ser
un
instrumento
de
propaganda
política
en
Roma.
1
Fue
acuñado
en
realidad
en
1622
por
el
Papa
Gregorio
XV,
en
los
tiempos
de
la
contrarreforma,
cuando
creó
la
Sagrada
Congregación
De
Propaganda
Fide
con
el
objetivo
último
de
difundir
el
catolicismo
y
contrarrestar
de
paso
el
avance
de
las
ideas
protestantes.
2
José Miguel Baños
1.1.
Estoy
seguro
de
que,
puestos
concretar
en
un
personaje
o
en
una
época
de
la
historia
de
Roma
la
instrumentalización
política
de
literatura,
una
de
las
asociaciones
inmediatas
es
la
figura
de
Augusto.
Pero
el
problema
de
la
época
de
Augusto,
y
en
general
del
período
imperial,
es
que
con
el
control
político
y
cultural
por
parte
de
los
emperadores
y
de
su
entorno,
las
posibilidades
propagandísticas
de
la
literatura,
aunque
evidentes,
son
mucho
menos
variadas
que
en
época
republicana.
Básicamente,
se
reducen
a
dos
manifestaciones
opuestas:
el
mecenazgo
y
la
censura.
En
efecto,
Augusto,
a
la
vez
que
alentaba
una
literatura
oficial
que
justificaba
los
ideales
del
nuevo
régimen2,
supo
silenciar
voces
discrepantes
y
obras
críticas
que
suponían
una
amenaza
para
la
restauración
de
los
valores
del
princeps
o
una
revisión
de
la
historia
oficial
de
los
vencedores3.
Sin
necesidad
de
entrar
en
detalles4,
baste
recordar
las
palabras
de
Tácito,
que,
aunque
referidas
a
la
política
represora
de
Domiciano
(81‐96
d.C.),
reflejan
de
forma
estremecedora
el
ambiente
de
toda
una
época:
(2)
Legimus…
neque
in
ipsos
modo
auctores,
sed
in
libros
quoque
eorum
saevitum…
Scilicet
illo
igne
vocem
populi
Romani
et
libertatem
senatus
et
conscientiam
generis
humani
aboleri
arbitrabantur,
expulsis
insuper
sapientiae
professoribus
atque
omni
bona
arte
in
exilium
acta,
ne
quid
usquam
honestum
occurreret.
dedimus
profecto
grande
patientiae
documentum;
et
sicut
vetus
aetas
vidit
quid
ultimum
in
libertate
esset,
ita
nos
quid
in
servitute…
Memoriam
quoque
ipsam
cum
voce
perdidissemus,
si
tam
in
nostra
potestate
esset
oblivisci
quam
tacere
(“Hemos
leído…
que
no
sólo
se
cebó
la
crueldad
con
los
escritores
mismos,
sino
también
con
sus
obras…
Creían
sin
duda
que
con
aquellas
llamas
destruían
la
voz
del
pueblo
romano,
la
libertad
del
senado,
la
conciencia
de
la
humanidad,
al
expulsar
a
los
maestros
de
filosofía
y
desterrar
todos
los
nobles
talentos
para
que
nada
honesto
apareciera
nunca
a
su
vista.
Dimos,
sin
duda,
un
gran
ejemplo
de
mansedumbre;
y
así
como
los
antiguos
conocieron
hasta
dónde
podía
llegar
la
libertad,
nosotros
hemos
conocido
el
colmo
de
la
esclavitud…
Y
habríamos
perdido
la
memoria
junto
con
la
voz,
si
hubiera
estado
en
nuestra
mano
el
olvidar
como
lo
estuvo
el
callar”,
Tac.
Agr.
2)
1.2.
De
todos
modos,
conviene
no
perder
de
vista
que
tanto
los
efectos
de
la
censura
como
el
alcance
propagandístico
de
la
literatura,
su
capacidad
para
influir
sobre
la
opinión
pública,
eran
más
que
limitados
en
esta
época,
aunque,
eso
sí,
entre
el
reducido
grupo
de
potenciales
lectores
se
encontraban
los
estamentos
más
influyentes
de
la
sociedad
romana.
Y
es
que
la
lectura
constituía,
ante
todo,
un
ornamento
y
privilegio
de
los
círculos
aristocráticos,
del
grupo
de
libertos
2
De
todos
modos,
aunque
es
un
lugar
común
afirmar
que
la
administración
autocrática
de
Augusto
fue
un
escenario
ideal
para
la
instrumentalización
política
del
mecenazgo
literario,
ello
no
significa,
como
ya
señalara
Syme
([1939]
1989:
576),
“que
los
poetas
e
historiadores
que
brindaron
su
talento
a
la
glorificación
del
nuevo
régimen,
en
el
Estado
y
en
la
sociedad,
eran
simplemente
los
apologistas
pagados
y
complacientes
del
despotismo”.
Es
cierto
que
Mecenas
supo
captar
muy
pronto
a
los
poetas
más
prometedores
y
que
éstos
eran
conscientes
del
papel
que
podía
jugar
la
literatura
para
el
establecimiento
del
nuevo
régimen,
pero
“no
puede
decirse
que
todo
´augustanismo´
en
la
literatura
´augústea´
represente
una
línea
de
partido
dirigida
desde
arriba.
Livio,
que
no
pertenecía
a
ningún
círculo
ni
a
ningún
mecenas,
escribió
una
historia
que
en
muchos
aspectos
es
tan
augústea
como
la
Eneida”
(Kenney‐Clausen
1989:
26).
3
No
es
casualidad
que
se
nos
hayan
perdido
todas
las
obras
históricas
que
ofrecían
una
visión
crítica
del
propio
Augusto
o
un
elogio
de
héroes
republicanos
como
Catón,
Pompeyo
o
Bruto.
El
caso
de
las
Historiae
de
Asinio
Polión,
una
de
las
figuras
más
importantes
de
su
generación,
sobre
el
que
volveremos
más
tarde,
es
sin
duda
significativo.
Así,
historiadores
anticesarianos
como
Labieno
u
oradores
críticos
como
Casio
Severo
vieron
cómo
sus
obras
se
quemaban
en
público;
la
obra
poética
de
Cornelio
Galo,
el
padre
de
la
elegía
romana,
fue
eliminada
de
las
bibliotecas
públicas
después
de
que
éste
cayera
en
desgracia
por
su
actuación
en
Egipto
y
se
suicidara;
por
no
hablar
de
la
famosa
relegatio
de
Ovidio
(que
afortunadamente
no
alcanzó
a
su
obra
poética)
o
de
la
censura
maquiavélica
de
la
correspondencia
de
Cicerón:
si
hemos
de
hacer
caso
a
la
sugestiva
hipótesis
de
Carcopino
(1957),
Ático,
a
instancias
de
Augusto,
habría
publicado
de
forma
interesada
sólo
la
parte
de
su
correspondencia
que
más
desprestigiaba
la
figura
política
del
orador.
En
cambio,
no
se
nos
ha
conservado,
por
comprometedora,
la
correspondencia
entre
Cicerón
y
el
propio
Augusto
4
Sigue
siendo
una
lectura
imprescindible
el
estudio
magistral
de
Luis
Gil
sobre
la
censura
en
el
mundo
romano
(1985:
125‐314).
Cultura y propaganda política en la Roma republicana
3
y
esclavos
que
conformaban
gramáticos
y
rétores,
y
de
una
minoría
de
la
clase
media:
“ni
millones,
ni
siquiera
centenares
de
miles,
tal
vez
no
más
de
algunas
decenas
de
miles
en
los
mejores
tiempos”
(Auerbach
1958:
178).
Unas
cifras
que
se
reducen
más
aún
en
el
caso
de
la
lectura
de
obras
poéticas:
salvo
el
drama
y
la
oratoria,
éstas
tenían
como
destinatarios
a
un
grupo
selecto
de
lectores
que
debían
compartir
el
universo
conceptual
y
los
presupuestos
estéticos
del
poeta
(Baños
2001:
123).
Esta
constatación
es,
si
cabe,
más
evidente
en
la
época
de
César:
apenas
existe
una
industria
editorial5
y
las
contadas
bibliotecas
son
todas
ellas
privadas6;
en
este
sentido,
la
figura
de
Cicerón
(bibliófilo
y
preocupado
por
la
conservación
de
su
obra),
más
que
un
ejemplo
de
su
época,
es
una
notable
excepción.
Y,
sin
embargo,
frente
a
la
época
imperial,
el
período
republicano,
y
más
en
concreto
el
s.
I.
a.C.,
ofrece,
en
medio
de
una
mayor
libertad
de
expresión
y
de
un
ambiente
político
convulso,
las
más
variadas
manifestaciones
de
cómo
la
literatura
y
los
textos
en
general
se
pueden
convertir
en
vehículo
de
propaganda
política:
la
figura
y
la
obra
de
César
son
en
este
sentido,
tal
vez,
el
mejor
ejemplo
de
ello.
1.3.
Para
entender
el
significado
y
alcance
propagandístico
de
los
Comentarios
no
se
puede
perder
de
perspectiva
que
este
tipo
de
memorias
autojustificativas
y
apologéticas
contaba,
como
veremos
(§
2),
con
una
rica
tradición
literaria:
antepasados
tan
ilustres
como
Escauro
y
Sila,
o
contemporáneos
como
Cicerón,
sintieron
la
necesidad
de
justificar
ante
la
posteridad
su
actuación
política.
Además,
hay
que
situar
los
Comentarios
en
un
contexto
mucho
más
amplio
de
propaganda
política
en
torno
a
la
figura
del
vencedor
de
las
Galias
(§
3),
réplica
en
cierto
modo
a
toda
una
literatura
crítica
(discursos
difamatorios,
poemas,
libelos,
panfletos,
etc.),
incluidas
aquellas
obras
históricas
que,
en
el
elogio
de
los
adversarios
políticos
de
César,
encerraban
un
ataque
velado
o
directo
a
su
persona
(§
4):
la
polémica
de
los
Catones
y
Anticatones
es
un
buen
reflejo
de
esta
literatura
de
combate.
Por
otra
parte,
la
efectividad
de
los
Comentarios,
su
impacto
propagandístico,
están
directamente
relacionados
con
el
momento
en
que
fueron
publicados
(§
5);
en
este
punto,
las
razones
y
el
momento
de
publicación
de
la
Guerra
de
las
Galias
por
parte
de
César
son
bien
distintas
a
la
manipulación
que
su
herederos
políticos
hicieron
de
la
inconclusa
Guera
civil
si
hemos
de
hacer
caso
a
dos
recientes
y
sugestivas
hipótesis
(Canfora
2000,
Martin
2000).
Por
último,
puestos
a
buscar
una
lectura
actual
de
los
Comentarios,
en
el
momento
en
que
se
celebró
el
Coloquio
la
inminencia
de
una
guerra
anunciada7
hacía
inevitable
el
paralelismo
con
la
forma
en
que
César,
en
De
bello
Gallico,
nos
presenta
una
guerra
“justa”
y
“preventiva”
(§
6).
2.
LOS
COMENTARIOS
CESARIANOS:
LA
TRADICIÓN
DE
UN
GÉNERO.
Es
un
lugar
común
señalar
que,
con
la
publicación
de
los
Commentarii,
César
buscaba
dos
objetivos
fundamentales:
(i)
ofrecer
materiales
de
primera
mano
a
los
futuros
historiadores
que
habrían
de
narrar
y
juzgar
su
actuación
en
aquel
período
crítico
de
la
historia
de
Roma;
y
(ii)
defenderse
de
las
críticas
y
acusaciones
de
que
era
objeto
por
parte
de
sus
adversarios
políticos
haciendo
de
paso
una
apología
de
su
persona.
2.1.
La
primera
de
las
intenciones
la
señalan
explícitamente
dos
textos
contemporáneos
de
5
Aunque
Catulo
(14,17‐18)
y
el
propio
Cicerón
(Phil.
2,21)
nos
hablan
de
la
existencia
de
tiendas
de
libros
donde
se
podían
encontrar
volumina
de
“pésimos
poetas”,
el
comercio
del
libro
floreció,
sobre
todo,
en
el
s.
I.
d.C.:
entre
otros
famosos
libreros,
Horacio
nos
habla
de
los
Sosios,
Quintiliano
y
Marcial
de
Trifón,
Atrecto,
etc.
6
Poco
antes
de
su
muerte
César
encargó
a
Varrón
la
organización
y
dirección
de
una
biblioteca
griega
y
latina
abierta
al
público
(Suet.
Iul.
44,2).
7
El
Coloquio
Presente
/
Pasado:
las
lecciones
de
la
Antigüedad,
se
celebró
a
comienzos
de
diciembre
de
2002,
cuando
se
anunciaba
ya,
inminente
y
“necesaria”,
la
guerra
de
EEUU
y
sus
aliados
contra
Irak,
iniciada
finalmente
el
20
de
mayo
de
2003.
4
José Miguel Baños
los
Comentarios,
uno
del
Brutus
de
Cicerón,
y
el
otro
de
Hircio,
el
lugarteniente
de
César,
en
su
prólogo
al
libro
octavo
de
la
Guerra
de
las
Galias:
(3)
Tum
Brutus:
orationes
quidem
eius
mihi
vehementer
probantur.
compluris
autem
legi;
atque
etiam
commentarios
quosdam
scripsit
rerum
suarum.
Valde
quidem,
inquam,
probandos;
nudi
enim
sunt,
recti
et
venusti,
omni
ornatu
orationis
tamquam
veste
detracta.
sed
dum
voluit
alios
habere
parata,
unde
sumerent
qui
vellent
scribere
historiam,
ineptis
gratum
fortasse
fecit,
qui
volent
illa
calamistris
inurere:
sanos
quidem
homines
a
scribendo
deterruit;
nihil
est
enim
in
historia
pura
et
inlustri
brevitate
dulcius.
(“Sus
discursos
[los
de
César]—dijo
Bruto—
son
sin
duda
merecedores
de
mi
más
sentida
admiración.
He
leído
muchos
de
ellos
y
también
los
Comentarios
que
escribió
sobre
sus
campañas”.
“Es
verdad
que
son
dignos
de
admiración”,
añadí
yo;
“pues
están
escritos
en
un
estilo
sencillo,
simple
y
elegante,
desprovistos
—como
un
cuerpo
desnudo—
de
todo
ornato
retórico.
Ahora
bien,
al
querer
que
otros,
los
futuros
historiadores,
dispusieran
de
materiales
en
los
que
basarse,
es
posible
que
diera
satisfacción
a
esos
ineptos
que
quieren
rizar
las
obras
con
calamistros;
pero,
a
buen
seguro,
ha
disuadido
de
escribir
sobre
el
tema
a
la
gente
sensata:
en
el
género
historiográfico
no
hay
nada
más
agradable
que
una
concisión
pura
y
brillante”,
Cic.
Brut.
262)
(4)
Constat
enim
inter
omnes
nihil
tam
operose
ab
aliis
esse
perfectum,
quod
non
horum
elegantia
commentariorum
superetur:
qui
sunt
editi,
ne
scientia
tantarum
rerum
scriptoribus
deesset,
adeoque
probantur
omnium
iudicio
ut
praerepta,
non
praebita,
facultas
scriptoribus
videatur.
Cuius
tamen
rei
maior
nostra
quam
reliquorum
est
admiratio:
ceteri
enim,
quam
bene
atque
emendate,
nos
etiam,
quam
facile
atque
celeriter
eos
perfecerit
scimus.
Erat
autem
in
Caesare
cum
facultas
atque
elegantia
summa
scribendi,
tum
verissima
scientia
suorum
consiliorum
explicandorum
(“Es
evidente,
pues,
para
todos
que
nadie
ha
escrito,
por
mucho
cuidado
que
haya
puesto,
una
obra
que
supere
la
elegancia
de
estos
Comentarios.
Han
sido
publicados
para
que
no
les
faltara
a
los
escritores
el
conocimiento
de
sucesos
tan
importantes,
y
hasta
tal
punto
gozan
de
una
estimación
unánime,
que
parece
que,
en
vez
de
dar,
han
privado
a
los
historiadores
de
la
posibilidad
de
escribir
sobre
ellos.
Ahora
bien,
en
este
punto
nuestra
admiración
supera
a
la
de
los
demás
porque
el
resto
sabe
con
qué
cuidado
y
perfección
los
compuso,
nosotros,
además,
con
qué
facilidad
y
rapidez.
Y
es
que
en
César
se
conjugaba
un
extraordinario
talento
y
elegancia
de
estilo
con
una
innegable
habilidad
para
justificar
sus
decisiones”
(Caes.
Gall.
8,1,4‐7)
Al
margen
del
indudable
paralelismo
entre
los
dos
textos
(que
hace
pensar
en
una
más
que
probable
deuda
de
Hircio
con
el
pasaje
del
Brutus
de
Cicerón)8,
ambos
se
limitan
a
señalar
que
la
obra
de
César
responde
a
las
leyes
del
género
de
los
commentarii
(es
decir,
ofrecer
materiales
y
documentación
para
futuros
historiadores),
sólo
que
su
excepcional
calidad
estética
hacía
innecesario
cualquier
trabajo
posterior
de
reelaboración
literaria.
Sin
embargo,
salvo
la
apostilla
final
de
Hircio
(tum
verissima
scientia
suorum
consiliorum
explicandorum),
poco
se
nos
dice
de
su
valor
propagandístico
o
de
su
veracidad
histórica.
Podría
pensarse
que
porque
Cicerón
e
Hircio
evitan
ser
críticos:
al
fin
y
al
cabo,
éste
fue
uno
de
los
más
estrechos
colaboradores
de
César
y
el
orador,
en
el
momento
(marzo
del
46
a.C.)
en
que
escribe
el
Brutus
(pocos
meses
después
pronunciará
ese
panegírico
a
la
clemencia
de
César
que
es
el
Pro
Marcello),
se
halla
inmerso
en
la
polémica
de
los
catones
y
anticatones
de
la
que
hablaremos
más
tarde,
lo
que
podría
hacer
pensar
en
un
elogio
interesado
de
los
Comentarios9.
Ahora
bien,
sin
ignorar
estos
otros
8
Un
aspecto
en
el
que
no
puedo
detenerme
pero
que
resulta
evidente
de
la
lectura
atenta
de
ambos
pasajes,
del
contexto
en
que
se
escriben
las
dos
obras
y
de
la
relación
entre
sus
autores.
9
Resulta
más
que
sospechoso
que
Cicerón,
que
había
prometido
en
el
Brutus
no
hablar
ni
emitir
juicios
sobre
oradores
vivos
(in
hoc
sermone
nostro
statui
neminem
eorum
qui
viverent
nominare,
Brut.
231),
de
repente,
se
ponga
a
elogiar
a
César
por
boca
de
Bruto
y
Ático.
Canfora
(2000:
403‐409)
piensa
que
el
elogio
de
la
oratoria
de
César
y
de
las
cualidades
literarias
de
sus
Comentarios
es
interesado
y
circunstancial:
si,
como
apuntan
algunos
editores
modernos
(Barwick
1949;
Douglas
1966),
el
Brutus
que
conocemos
es
el
resultado
de
una
segunda
edición
con
modificaciones
y
añadidos,
Cicerón
habría
aprovechado
la
ocasión
para
dar
cumplida
(y
complaciente)
respuesta
a
César.
Éste,
según
cuenta
Plutarco
(Caes.
3,4),
al
publicar
su
Anticato
como
réplica
literaria
y
política
al
panegírico
que
el
orador
había
dispensado
a
su
adversario
político
(infra,
§
4),
solicita
a
Cicerón
que
no
juzgue
con
demasiada
severidad
la
rudeza
oratoria
de
un
hombre
de
guerra
como
él,
comparado
con
la
brillantez
y
experiencia
del
Arpinate.
Y
Cicerón,
ya
de
por
sí
preocupado
por
el
malestar
que
en
el
entorno
de
César
había
provocado
su
panegírico
a
Catón,
Cultura y propaganda política en la Roma republicana
5
condicionantes,
lo
cierto
es
que
la
autojustificación
personal
en
este
tipo
de
obras,
como
vamos
a
ver,
es
tan
connatural
al
género
que,
a
buen
seguro,
Cicerón
no
consideró
necesario
comentar
algo
por
lo
demás
obvio.
2.2.
Como
prueba,
no
esta
de
más
recordar,
a
este
respecto,
algunos
precedentes
de
la
obra
de
César,
como,
por
ejemplo,
las
memorias
de
dos
personajes
políticos
tan
relevantes
como
M.
Emilio
Escauro
(cónsul
en
el
115
y
princeps
del
senado)
o
P.
Rutilio
Rufo
(cónsul
en
el
105
y
adversario
político
de
Escauro,
lo
que
a
la
postre
le
llevará
al
exilio).
Precisamente,
Tácito
habla
de
ellos,
al
comienzo
de
su
biografía
de
Agrícola,
como
precursores
ilustres
de
este
género,
pero
también
para
señalar
que
la
autojustificación
personal
inherente
al
mismo
no
les
restó
credibilidad
ni
fue
motivo
de
crítica:
(5)
ac
plerique
suam
ipsi
vitam
narrare
fiduciam
potius
morum
quam
adrogantiam
arbitrati
sunt,
nec
id
Rutilio
et
Scauro
citra
fidem
aut
obtrectationi
fuit
(“Y
la
mayoría
[de
grandes
hombres
(priores)]
creyeron
que
narrar
su
propia
vida
era
prueba
de
confianza,
no
presunción;
y
a
Rutilio
Rufo
y
a
Escauro
hacerlo
no
les
restó
credibilidad
ni
suscitó
críticas
contra
sus
personas…”,
Tac.
Agr.
1,4)
La
misma
finalidad
apologética
está
presente
en
el
commentarium
que
el
poeta,
orador
y
político
Q.
Lutacio
Cátulo
dedicó
a
su
intervención
en
la
guerra
y
posterior
derrota
de
los
cimbros
en
Vercellae
(De
Bello
cimbrio),
reivindicando
al
menos
el
mismo
papel
protagonista
que
Mario,
con
quien
había
compartido
consulado
y
victoria,
pero
a
quien
se
enfrentará
años
después
pasando
a
apoyar
a
Sila.
Y
ello,
además,
tal
como
señala
Cicerón
en
el
Brutus
(en
el
que
pone
en
relación
la
obra
histórica
de
Cátulo
con
la
ya
comentada
de
Escauro)10
con
una
elegancia
y
pureza
de
estilo
(quaedam
Latini
sermonis
integritas)
que
recuerda
la
valoración
que
en
ese
mismo
tratado
hará
el
orador
de
los
Comentarios
cesarianos.
Por
cierto
que
el
dictador
Sila
utilizó,
a
buen
seguro,
el
relato
de
Cátulo
para
denostar
a
Mario
y
a
sus
seguidores
cuando
escribió
unas
memorias
que
Plutarco
—que
las
utilizó11—
denomina
uJpovmnhmata,
es
decir,
Comentarios,
y
que
presentan,
además
de
la
comunidad
de
género
y
la
finalidad
apologética,
otra
interesante
coincidencia
con
la
obra
de
César:
del
mismo
modo
que
el
inesperado
asesinato
de
César
hizo
que
su
relato
de
la
Guera
civil
quedara
inconcluso,
así
también
la
muerte
repentina
de
Sila
en
el
78
hizo
que
fuera
su
liberto
y
colaborador
Cornelio
Epicado
el
que
las
concluyera.
Pero
con
la
sospecha,
más
que
fundada,
de
que,
a
instancias
de
L.
Licinio
Lúculo,
dichas
memorias
fueron
retocadas
y
manipuladas
convenientemente
a
mayor
gloria
del
lugarteniente
de
Sila
y
de
la
familia
de
los
Metelos.
Pues
bien,
algo
similar,
como
veremos
más
tarde,
ocurrió
con
la
Guerra
civil
de
César,
instrumentalizada
por
Marco
Antonio
y/o
por
Octaviano,
en
el
enfrentamiento
que
siguió
al
asesinato
de
César.
2.3.
De
todos
modos,
y
sin
necesidad
de
acudir
a
más
precedentes,
la
época
de
César
ofrece
numerosos
testimonios
de
importantes
personajes
políticos
preocupados
por
dejar
a
la
posteridad
una
versión
propia
de
los
hechos
que
habían
protagonizado
y,
siempre,
como
es
lógico,
para
mayor
gloria
personal.
El
caso
más
llamativo,
y
mejor
documentado,
es
el
de
Cicerón.
Ya
en
aprovecha
la
ocasión
para
responder
a
la
captatio
benevolentiae
que
encerraba
el
elogio
que
César
le
había
dispensado
y
pagarle
de
paso
con
la
misma
moneda
laudatoria.
10
“Tenía
[Q.
Cátulo]
una
inmensa
cultura
literaria,
un
gran
encanto
en
su
forma
de
ser
y
de
hablar,
una
corrección
impecable
en
la
lengua
latina,
cualidad
que
puede
comprobarse
tanto
en
sus
discursos
como,
sobre
todo,
en
aquel
libro
que
dejó
escrito
sobre
su
consulado
y
sus
propias
hazañas
en
un
estilo
agradable
y
propio
de
Jenofonte
y
que
dedicó
a
su
amigo
el
poeta
Aulo
Furio;
este
libro
no
es
en
nada
más
conocido
que
los
tres
de
Escauro
sobre
los
que
hablé
antes”
(Cic.
Brut.
132).
11
Plut.
Mar.
25,
Luc.
1,4;
constaban
de
22
libros
(Gell.
1,12,16;
20,6,3;
Suet.
gramm.
12).
6
José Miguel Baños
julio
del
61,
en
una
carta
a
Ático,
se
lamenta
de
que
ningún
poeta
se
muestre
interesado
en
componer
un
poema
en
griego
en
honor
de
su
dichoso
consulado;
ni
siquiera
su
protegido
Licinio
Arquias
(Cic.
Att.
1,16,15)
quien,
por
lo
que
parece,
se
siente
más
inspirado
con
las
hazañas
de
Mario,
los
Lúculos
o
los
Metelos12.
Inasible
al
desaliento,
en
marzo
del
60
envía
a
Ático
el
commentarium
(es
el
término
que
utiliza)
que
él
mismo
ha
redactado
en
griego
sobre
su
consulado,
le
informa
de
que
espera
realizar
otra
versión
en
latín
y
añade
que
cuenta
con
el
proyecto
de
una
tercera
en
verso,
para
que
“por
mi
parte
no
quede
sin
cultivar
ningún
género
en
mi
propio
elogio”:
commentarium
consulatus
mei
Graece
compositum
misi
ad
te…
Latinum
si
perfecero,
ad
te
mittam.
tertium
poema
exspectato,
ne
quod
genus
a
me
ipso
laudis
meae
praetermittatur
(Cic.
Att.
1,19,10).
No
sabemos
hasta
qué
punto
Cicerón
exagera
o
no
cuando,
tres
meses
después
(al
recibir,
por
cierto,
el
commentarium
que,
también
en
griego,
escribió
su
amigo
Ático
“sobre
mi
consulado”13),
cuenta
que
el
historiador
y
filósofo
Posidonio
(el
orador
se
había
formado
bajo
su
magisterio,
años
antes,
durante
su
estancia
en
Rodas)
quedó
más
que
impresionado
de
la
lectura
del
original
griego
de
Cicerón.
La
noticia
es,
además,
significativa
porque
se
repite
el
mismo
argumento
que,
como
hemos
visto,
volverán
a
utilizar
Cicerón
e
Hircio
para
alabar
la
obra
historiográfica
de
César:
consciente
de
que
los
comentarios
es
un
género
menor,
el
orador
envía
su
ejemplar
griego
como
fuente
de
documentación
a
Posidonio
“para
que
escribiera
con
más
elegancia
sobre
el
mismo
tema”
(Posidonio
era,
al
parecer,
uno
más
de
los
muchos
que
le
reclamaban
a
Cicerón
materiales
“para
embellecerlos”),
pero
éste
se
siente
incapaz
de
superar
la
altura
literaria
del
original:
“he
dejado
impresionado
al
pueblo
griego”,
concluye,
hiperbólico
y
satisfecho,
Cicerón:
(6)
quamquam
ad
me
rescripsit
iam
Rhodo
Posidonius
se,
nostrum
illud
uJpovmnhma
‹cum›
legeret,
quod
ego
ad
eum
ut
ornatius
de
isdem
rebus
scriberet
miseram,
non
modo
non
excitatum
esse
ad
scribendum
sed
etiam
plane
deterritum.
quid
quaeris?
conturbavi
Graecam
nationem.
ita
vulgo
qui
instabant
ut
darem
sibi
quod
ornarent,
iam
exhibere
mihi
molestiam
destiterunt.
tu,
si
tibi
placuerit
liber,
curabis
ut
et
Athenis
sit
et
in
ceteris
oppidis
Graeciae.
videtur
enim
posse
aliquid
nostris
rebus
lucis
adferre
(“Con
todo,
desde
Rodas
Posidonio
me
contestó
que,
al
leer
nuestra
“memoria”
(que
le
había
enviado
para
que
escribiera
con
más
elegancia
sobre
el
mismo
tema),
en
vez
de
animado
se
había
sentido
incluso
atemorizado
ante
la
idea.
¿Por
qué,
preguntas?
He
dejado
impresionado
al
pueblo
griego.
Así
qué
me
han
dejado
ya
de
molestar
los
que
en
masa
me
reclamaban
que
les
diera
algo
para
embellecerlo.
Tú,
si
te
ha
gustado
mi
libro,
procura
que
se
divulgue
en
Atenas
y
en
las
demás
ciudades
de
Grecia,
pues
parece
que
puede
dar
algo
de
brillo
a
mis
actos”,
Cic.
Att.
2,1,2)
La
última
frase
de
esta
carta
es
reveladora
de
la
finalidad
propagandística
de
este
tipo
de
obras:
posse
aliquid
nostris
rebus
lucis
adferre.
Por
estas
mismas
fechas
(diciembre
del
60),
sabemos
que
tiene
ya
concluida
la
versión
poética
del
commentarium,
un
poema
laudatorio
(De
consulatu
suo)
del
que
cita
unos
versos
del
libro
III14,
el
mismo
en
el
que
se
incluía,
al
parecer,
su
12
No
son
pocos
los
que
ven
en
el
discurso
Pro
Archia
del
62
una
intento
de
Cicerón
por
ganarse
la
gratitud
del
poeta
griego
para
poder,
después,
reclamar
esa
deuda
en
forma
de
un
poema
laudatorio.
13
“[Tu
esclavo]
me
entregó
de
tu
parte
una
carta
y
el
comentario
sobre
mi
consulado
escrito
en
griego”
(Cic.
Att.
2,1,1;
cf.
también
Nep.
Att.
18,6).
Cicerón
no
puede
evitar
comparar
las
dos
obras:
por
supuesto,
mientras
que
el
de
Ático
le
parece
“desaliñado
y
enmarañado”
(horridula
mihi
atque
incompta
visa
sunt)
en
el
suyo
“ha
gastado
todo
el
perfumador
de
Isócrates,
los
frascos
de
sus
discípulos
e
incluso
los
colores
de
Aristóteles”
después
de
haberlo
sometido
a
una
revisión
“lenta
y
minuciosa”
(nisi
eum
lente
ac
fastidiose
probavissem).
Plutarco,
que
se
sirvió
de
la
versión
griega
del
comentario
para
la
biografía
de
César
(Plut.
Caes.
8,4),
critica
veladamente
su
parcialidad.
14
Cic.
Att.
2,3,4.
Al
parecer
(Soubiran
1972:28‐33),
el
poema
constaba
precisamente
de
tres
libros,
centrados,
respectivamente,
en
la
elección
al
consulado
de
Cicerón,
el
descubrimiento
de
la
conjura
y
su
triunfo
y
reconocimiento
posteriores.
El
fragmento
más
importante
(72
versos)
se
nos
ha
conservado
gracias
a
una
amplia
cita
en
div.
1,17‐22.
Cultura y propaganda política en la Roma republicana
7
O
fortunatam
natam
me
consule
Romam
(“Oh
afortunada
Roma,
nacida
siendo
yo
cónsul”)
ejemplo,
cuando
menos,
de
arrogancia
y
que
no
concitó,
precisamente,
demasiados
elogios
entre
la
crítica
literaria
de
la
época15.
En
cambio,
es
casi
seguro
que
no
llegara
a
concluir
(si
perfecero…)
o
a
publicar
la
versión
latina
(no
hay
mención
alguna
de
esta
obra
en
sus
cartas
ni
en
autores
posteriores),
ya
que
poco
después
(abril
del
59)
lo
vemos
inmerso
en
la
redacción
de
una
obra
de
más
amplias
miras
(De
consiliis
meis)16
que
irá
perfilando
en
meses
sucesivos,
pero
con
no
mucho
entusiasmo
(Cic.
Att.
2,8,1;
2,12,3),
y
que
no
volverá
a
retomar
hasta
mayo
del
44,
poco
después
del
asesinato
de
César.
Sea
como
fuere,
lo
cierto
es
que,
en
apenas
dos
años
(julio
del
61‐abril
del
59),
Cicerón
ha
emprendido
tres
versiones
distintas
de
su
consulado,
ha
iniciado
otra
obra
histórica
más
ambiciosa,
ha
conseguido
de
su
amigo
Ático
un
commentarium
en
griego
e
intentado
(sin
demasiado
éxito)
que
poetas
e
historiadores
griegos
ensalcen
su
actuación
durante
la
conjura
de
Catilina.
¿Simple
arrogancia
y
deseo
de
reconocimiento
para
la
posteridad?
Sin
duda,
algo
más.
No
hay
que
olvidar
que
es
también
en
el
60
(tres
años
después
de
los
hechos)
cuando
reelabora
y
publica
sus
Catilinarias,
destinadas
a
justificar
ante
la
opinión
pública
su
actuación
durante
el
consulado
del
63,
precisamente
en
un
momento
en
que
el
cambio
de
la
situación
política
(se
está
fraguando
el
primer
triunvirato)
le
ha
relegado
a
un
segundo
plano,
sin
apenas
apoyos,
una
debilidad
de
la
que
se
aprovecharán
de
inmediato
sus
adversarios
políticos.
Empezando
por
Clodio
que,
con
la
protección
de
César
y
la
pasividad
de
Pompeyo,
acabará
pidiéndole
cuentas
por
haber
dado
muerte
a
ciudadanos
romanos
sin
juicio
previo
durante
ese
famoso
consulado
que,
a
la
postre,
y
a
pesar
de
sus
intentos
propagandísticos,
acabará
costándole
el
exilio.
A
su
vuelta,
Cicerón
volverá
sobre
su
pasos:
en
abril
del
55
intenta
convencer
al
historiador
Luceyo,
embarcado
por
entonces
en
unos
ambiciosos
Annales
(de
los
que
acababa
de
publicar
el
relato
de
las
guerras
civiles
entre
Mario
y
Sila,
y
la
guerra
itálica),
para
que
abandone
en
parte
su
plan
de
trabajo
analístico
y
aborde
sin
dilación
la
narración
de
su
famoso
consulado.
La
extensa
carta
que
le
dirige,
y
de
la
que
he
recogido
únicamente
algunos
fragmentos
significativos,
no
tiene
desperdicio:
en
ella
Cicerón
desarrolla
toda
una
teoría
sobre
la
historiografía,
pero,
sobre
todo
—y
es
lo
que
interesa
ahora—,
admite
sin
tapujos
que
le
importa
más
la
capacidad
de
dramatización
que
el
relato
objetivo
de
los
hechos,
el
elogio
entusiasta
de
su
persona
que
el
respeto
a
la
verdad:
(7)
Ardeo
cupiditate
incredibili
neque,
ut
ego
arbitror,
reprehendenda
nomen
ut
nostrum
scriptis
illustretur
et
celebretur
tuis…Neque
enim
me
solum
commemoratio
posteritatis
ac
spes
quaedam
immortalitatis
rapit
sed
etiam
illa
cupiditas
ut
vel
auctoritate
testimoni
tui
vel
indicio
benevolentiae
vel
suavitate
ingeni
vivi
perfruamur…Neque
tamen
ignoro
quam
impudenter
faciam
qui
primum
tibi
tantum
oneris
imponam…,
deinde
etiam
ut
ornes
me
postulem.
quid
si
illa
tibi
non
tanto
opere
videntur
ornanda?
sed
tamen,
qui
semel
verecundiae
finis
transierit,
eum
bene
et
naviter
oportet
esse
impudentem.
itaque
te
plane
etiam
atque
etiam
rogo
ut
et
ornes
ea
vehementius
etiam
quam
fortasse
sentis
et
in
eo
leges
historiae
neglegas…,
amorique
nostro
plusculum
etiam
quam
concedet
veritas
largiare…
Quod
si
a
te
non
impetro,
hoc
est,
si
quae
te
res
impedierit…,
cogar
fortasse
facere
quod
non
nulli
saepe
reprehendunt:
scribam
ipse
de
me,
multorum
tamen
exemplo
et
clarorum
virorum.
sed,
quod
te
non
fugit,
haec
sunt
in
hoc
genere
vitia:
et
verecundius
ipsi
de
sese
scribant
necesse
est
si
quid
est
laudandum
et
praetereant
si
quid
reprehendendum
est.
accedit
etiam
ut
minor
sit
fides,
minor
auctoritas...
haec
nos
vitare
cupimus
et,
si
recipis
causam
nostram,
vitabimus
idque
ut
facias
rogamus.
(“Me
abraso
en
un
deseo
extraordinario
y
que,
según
creo,
no
tiene
por
qué
censurarse
de
que
mi
nombre
sea
famoso
y
celebrado
en
tus
escritos…
Y
es
que
me
arrastra
a
ello
no
sólo
el
recuerdo
de
la
posteridad
y
cierta
esperanza
de
inmortalidad,
sino
también
la
pasión
de
poder
disfrutar
con
la
autoridad
de
tu
testimonio,
con
las
pruebas
de
tu
benevolencia
hacia
mí
y
con
el
encanto
de
tu
talento…Y
no
se
me
15
Ps.
Sall.
In
Tull.
6;
Quint.
inst.
9,4,41;
11,1,24;
Iuv.
10,123.
Según
Bardon
(1952:
274,
n.
5)
ésta
es
la
misma
obra
a
la
que
se
refiere
en
griego
con
el
término
de
ἀνέκδοτα “historias
inéditas”,
al
estilo
de
Teopompo
(Cic.
Att.
2,6,2)
y
a
la
que
haría
también
referencia
Dion
Casio
(46,21,3)
cuando
recoge
una
arenga
de
Fufio
Caleno
en
la
que
éste
le
reprocha
a
Cicerón
el
que
haya
comenzado
una
obra
histórica
por
su
consulado.
16
8
José Miguel Baños
oculta
lo
grande
que
es
mi
descaro,
primero
por
echar
sobre
tus
hombros
una
carga
tan
pesada…y
también,
en
segundo
lugar,
por
pedirte
que
escribas
de
mí
elogiosamente.
¿Qué
ocurriría
si
mis
acciones
no
te
parecieran
merecedoras
de
tanto
elogio?
Pero,
en
fin,
al
que
ha
cruzado
la
barrera
de
la
desvergüenza,
le
conviene
ser
ya
total
y
absolutamente
descarado.
Así
que
te
pido
claramente
y
con
toda
insistencia
que
realces
mi
actuación
incluso
más
de
lo
que
quizás
crees
que
se
merece,
y
que
al
hacerlo
dejes
a
un
lado
las
leyes
de
la
historia
y…
que
le
regales
a
nuestra
amistad
incluso
un
poco
más
de
lo
que
concede
la
verdad…
Pero,
si
no
consigo
de
ti
mi
propósito,
es
decir,
si
alguna
circunstancia
te
lo
impide…,
tal
vez
me
vea
obligado
a
hacer
lo
que
algunos
critican
a
menudo:
escribir
yo
mismo
sobre
mi
persona,
aunque
sea
siguiendo
el
ejemplo
de
muchos
e
ilustres
personajes.
De
todos
modos,
no
se
te
escapan
los
inconvenientes
en
este
tipo
de
relato:
necesariamente
escribirán
sobre
sí
mismos
con
más
vergüenza
si
hay
algo
digno
de
alabanza,
y
lo
omitirán
si
es
censurable.
Además,
su
fiabilidad
y
autoridad
serán
menores…
Esto
es
lo
que
yo
quiero
evitar
y
lo
evitaré
si
aceptas
mi
encargo;
y
te
pido
que
lo
hagas”,
Cic.
Fam.
5,12,1‐8).
Por
lo
que
parece,
Luceyo,
aunque
inicialmente
dijo
que
sí17
a
tanta
insistencia,
dio
largas
a
un
encargo
que
nunca
llegó
a
hacerse
realidad.
Pero
Cicerón
no
ceja
en
su
empeño:
en
prosa
y
en
verso.
Por
estas
mismas
fechas,
siguiendo
el
modelo
de
la
épica
helenística,
se
embarca
en
un
ambicioso
poema,
en
tres
libros
(Soubiran
1972:
33‐41;
Harrison
1990),
titulado
De
temporibus
suis,
en
el
que
evocaba
el
período
de
su
exilio
y
que
por
una
carta
a
Léntulo18
sabemos
que
tenía
ya
concluido
en
diciembre
del
54.
Faltaba,
sin
embargo,
una
obra
histórica
en
latín
que
colmara
las
ansias
de
inmortalidad
de
Cicerón.
La
negativa
de
Luceyo
explica,
sin
duda,
que
Cicerón
retome,
casi
quince
años
después,
el
viejo
proyecto
De
consiliis
suis
que
había
abandonado
en
abril
del
59.
En
efecto,
en
abril
del
44
lo
vemos
ocupado
en
“pulir”
aquella
redacción
inicial
de
una
obra
que
no
verá
la
luz
hasta
después
de
su
muerte19.
Como
tampoco
llegará
a
conocer
la
monografía
que
su
fiel
liberto
Tirón
consagró
a
su
memoria
(Ascon.
Mil.
p.
211)
y
de
la
que
desgraciadamente
sólo
se
nos
han
conservado
contados
fragmentos
(Peter
H.R.
Fr.
p.
212).
La
relación
que,
de
forma
somera,
acabo
de
hacer
(al
menos
diez
proyectos
distintos,
propios
o
ajenos,
fallidos
o
no,
en
prosa
o
en
verso)
muestra
hasta
qué
punto
Cicerón
era
sincero
en
su
carta
a
Luceyo:
“Me
abraso
en
un
deseo
extraordinario
y
que,
según
creo,
no
tiene
por
qué
censurarse
de
que
mi
nombre
sea
famoso
y
celebrado”
(Cic.
fam.
5,12,1).
No
lo
consiguió
o
no,
al
menos,
en
la
forma
que
a
él
sin
duda
le
hubiera
gustado.
3.
LITERATURA
PROPAGANDÍSTICA
EN
FAVOR
DE
CÉSAR.
17
“Invita
[a
Luceyo]
a
que
se
apresure
y
dale
las
gracias
—le
dice
a
Ático—
por
haberme
contestado
afirmativamente”
(Cic.
Att.
4,6,4).
18
“He
escrito
además
en
verso
tres
libros
Sobre
mi
época
que
ya
te
envié
no
hace
mucho
creyendo
que
merecían
ser
publicados”
(Cic.
fam.
1,19,23).
En
realidad,
antes,
ya
que,
con
toda
probabilidad,
es
a
este
poema
al
que
se
refiere
Cicerón
en
dos
cartas
dirigidas
a
su
hermano
Quinto,
de
junio
(Cic.
Q.
fr.
2,13,2)
y
agosto
del
54;
en
esta
última
el
orador
se
muestra
expectante
por
conocer
el
juicio
literario
de
César
a
quien
le
había
enviado
el
poema:
“¿Cómo
reaccionó
César,
querido
hermano,
ante
mis
versos?
Me
escribió,
ya
que
había
leído
el
primer
libro,
que
el
principio
le
pareció
tal
que
dice
que
no
ha
leído
nada
mejor
ni
siquiera
en
griego
y
el
resto
en
cierto
modo
más
descuidado
(utiliza
esta
palabra).
Dime
la
verdad
¿no
le
gusta
el
contenido
o
la
forma?
No
hay
razón
para
que
tengas
miedo:
mi
autoestima
no
será
ni
un
pelo
menor.
Sobre
esto
con
sinceridad
y,
como
sueles
escribir,
como
buen
hermano”
(Q.
fr.
2,15,5).
19
En
efecto,
en
una
carta
a
Ático,
fechada
el
3
de
mayo
del
44,
dice:
“Todavía
no
he
terminado
de
pulir,
como
era
mi
deseo,
aquel
libro
mío
sobre
“una
historia
inédita”
(Librum
meum
illum
ἀνέκδοτον
nondum,
ut
volui,
perpolivi,
Cic.
Att.
14,17,6),
el
mismo
término
que
había
utilizado
en
Att.
2,6,2.
Al
parecer,
la
obra
se
la
confió
a
su
hijo
con
el
encargo
de
publicarla
tras
su
muerte
(D.C.
39,10,2‐3).
De
su
publicación
(tal
vez
en
el
43)
dan
fe
los
testimonios
posteriores
de
Asconio
(in
tog.
cand.
p.
65
St.),
Carisio
(Gr.L.K.
1,146),
San
Agustín
(c.
Iul.
5,5,23)
o
Boecio
(inst.
mus.
1,1,184
F.),
que
recogen
algunos
fragmentos.
No
faltan
quienes
piensan
(Kenney‐Clausen
1989:308)
que
la
Conjuración
de
Catilina
es
la
respuesta
de
Salustio
al
De
consiliis
suis
de
Cicerón,
en
el
que
el
orador
habría
desvelado
comprometedoras
implicaciones
(entre
otros
de
César)
en
la
conjura
de
Catilina.
Cultura y propaganda política en la Roma republicana
9
César
tuvo
mucho
más
suerte
que
Cicerón
porque
logró
crear
toda
una
literatura
propagandística
en
torno
a
su
persona20,
con
lo
que
sus
Comentarios
se
convierten
así
en
un
eslabón
más
dentro
de
un
programa
más
amplio
de
autopropaganda
política21.
3.1.
En
efecto,
del
mismo
modo
que
a
Pompeyo
no
le
faltaron
aduladores
en
griego
que
glosaran
sus
hazañas,
así
también
César
dispuso
de
toda
una
pléyade
de
escritores
latinos,
muchos
de
ellos
testigos
directos
de
la
grandeza
del
héroe
y
de
sus
conquistas.
Entre
los
autores
en
prosa,
además
de
Hircio,
redactor
del
libro
octavo
de
la
Guerra
de
las
Galias
y
cuya
pluma
utilizará
César
en
su
diatriba
contra
la
figura
de
Catón
(§
4),
habría
que
mencionar
al
gramático
L.
Aurunculeyo
Cota,
legado
de
César
que
murió
en
el
54
en
la
campaña
contra
Ambiorix,
no
sin
antes
haber
narrado
la
primera
expedición
de
César
a
Britania
(Ath.
6,105);
a
Gayo
Opio,
uno
de
los
candidatos
a
la
autoría
de
los
suplementos
del
corpus
caesarianum,
al
que
Plutarco
cita
como
autor
de
una
Vida
de
César22,
etc.
Entre
los
poetas,
cabe
recordar
al
menos
a
los
neotéricos23
M.
Furio
Bibáculo
(Bardon
1952:
349‐351)
y
M.
Varrón
Atacino,
autores,
respectivamente,
de
unos
Annales
belli
Gallici
y
un
Bellum
Sequanicum24
en
los
que
cantaban
las
victorias
de
César
en
las
Galias,
siguiendo
los
dos,
por
lo
que
se
ve,
el
ejemplo
de
Ennio
quien
dos
siglos
antes
cantó
los
éxitos
militares
de
su
patrono
M.
Fulvio
Nobilior
en
Etolia.
Sin
olvidar
a
Quinto
Tulio
Cicerón,
el
hermanísimo
del
orador,
quien
intentó
una
epopeya
sobre
la
segunda
expedición
a
Britania,
en
la
que
además
había
tomado
parte25.
3.2.
Y,
cómo
no,
aunque
siempre
forzado
por
las
circunstancias,
Cicerón
mismo.
Tras
su
regreso
del
exilio
y
los
acuerdos
de
Lucca
del
56
(que
supondrán
una
renovación
del
triunvirato),
el
orador,
ante
el
temor
a
verse
aislado
de
nuevo
políticamente,
acabó
colaborando
con
los
triunviros
prestando
su
voz
y
su
prestigio
para
apoyar
en
el
senado
la
propuesta
de
prorrogar
a
César
por
otros
cinco
años
su
gobierno
de
las
Galias
con
un
discurso
(De
provinciis
consularibus)
en
el
que
no
escatimó
elogios
a
la
grandeza
de
una
conquista
que
superaba
la
gloria
militar
del
propio
Mario:
(8)
Bellum
Gallicum,
patres
conscripti,
C.
Caesare
imperatore
gestum
est,
antea
tantum
modo
repulsum.
Semper
illas
nationes
nostri
imperatores
refutandas
potius
bello
quam
lacessendas
putaverunt.
Ipse
ille
C.
Marius…
influentis
in
Italiam
Gallorum
maximas
copias
repressit,
non
ipse
ad
eorum
urbis
sedisque
penetravit…
C.
Caesaris
longe
aliam
video
fuisse
rationem;
non
enim
sibi
solum
cum
iis
quos
iam
armatos
contra
populum
Romanum
videbat
bellandum
esse
duxit,
sed
totam
Galliam
in
nostram
dicionem
esse
redigendam.
Itaque
cum
acerrimis
nationibus
et
maximis
Germanorum
et
Helvetiorum
proeliis
felicissime
decertavit,
ceteras
conterruit,
compulit,
domuit,
imperio
populi
Romani
parere
adsuefecit,
et
quas
regiones
quasque
gentis
nullae
nobis
antea
litterae,
nulla
vox,
nulla
fama
20
Son
de
obligada
lectura
las
páginas
que
Bardon
dedica
a
la
literatura
“autour
de
César”
(1952:
247‐290).
Como
bien
señalan
André‐Hus
(1983:
37),
“en
esa
época
de
anarquía,
que
no
conocía
ni
la
televisión,
ni
la
radio
ni
la
prensa,
todo
personaje
preocupado
por
desempeñar
un
papel
importante
debía
influir
en
la
opinión
pública
mediante
una
intensa
propaganda
escrita
u
oral:
contribuían
a
ello,
sin
cuidado
por
la
moderación
o
la
exactitud,
los
“secretos”,
los
discursos,
los
elogios
fúnebres,
las
proclamas,
los
panfletos,
los
libelos
históricos
o
poéticos
y
las
cartas
difundidas
por
amigos.
César,
como
todos
sus
contemporáneos,
era
tanto
el
instigador
como
la
víctima
de
esa
propaganda”.
22
Opio
había
escrito
ya
una
biografía
sobre
Escipión
el
Africano
(Gell.
6,1,1)
en
la
que
recordaba
su
ascendencia
divina,
un
paralelo
ideal
para
las
aspiraciones
monárquicas
de
César.
De
la
orientación
apologética
de
su
biografía
de
César
(publicada
tal
vez
al
poco
de
su
muerte)
Plutarco
comenta
que
“a
Opio,
cuando
habla
de
los
enemigos
o
de
los
amigos
de
César,
hay
que
oírlo
con
gran
desconfianza
(Pomp.
10).
Opio
es
también
autor
de
una
Vida
de
Casio
(Charis.
Gr.L.
K.
1,147),
al
poco
de
la
batalla
de
Filipos,
en
la
misma
línea
denigratoria
que
los
escritos
contra
Catón
(§
4).
23
El
propio
Catulo,
tan
crítico
con
César,
no
ignora
la
grandeza
de
sus
conquistas
(11,10‐11).
24
Prisc.
Gr.L.K.
2,497.
Varrón
Atacino
habría
escrito
un
poema
épico,
siguiendo
la
tradición
de
Ennio,
en
dos
libros,
sobre
la
expedición
de
César
contra
los
helvecios
en
el
58,
pero
publicado
algunos
años
después
(en
torno
al
55).
De
más
amplias
miras
(la
epopeya
constaba
de
once
cantos)
era
el
poema
de
Furio
Bibáculo
(Macr.
Sat.
6,1,3;
6,3,5).
25
En
una
carta
de
agosto
del
54,
Cicerón
le
comenta
a
su
hermano:
“Tienes
un
tema
excelente
sobre
el
que
escribir”
(te
vero
uJpovqeçin
scribendi
egregiam
habere
video,
Cic.
Q.fr.
2,15,4).
21
10
José Miguel Baños
notas
fecerat,
has
noster
imperator
nosterque
exercitus
et
populi
Romani
arma
peragrarunt.
Semitam
tantum
Galliae
tenebamus
antea,
patres
conscripti;
ceterae
partes
a
gentibus
aut
inimicis
huic
imperio
aut
infidis
aut
incognitis
aut
certe
immanibus
et
barbaris
et
bellicosis
tenebantur;
quas
nationes
nemo
umquam
fuit
quin
frangi
domarique
cuperet…
Restitimus
semper
lacessiti:
nunc
denique
est
perfectum
ut
imperi
nostri
terrarumque
illarum
idem
esset
extremum
(“Ha
sido
bajo
el
mando
de
César,
senadores,
cuando
se
ha
emprendido
en
las
Galias
una
guerra
que
hasta
entonces
únicamente
se
había
evitado:
nuestros
generales
siempre
creyeron
que
lo
que
había
que
hacer
era
contener
a
aquellos
pueblos
en
vez
de
provocar
una
guerra.
El
propio
Mario
hizo
retroceder
a
inmensos
ejércitos
galos
cuando
invadían
Italia
pero
no
penetró
en
sus
ciudades
y
moradas…
Me
doy
cuenta
de
que
el
plan
de
César
ha
sido
muy
diferente:
no
sólo
creyó
que
debía
combatir
a
los
pueblos
que
veía
se
habían
levantado
en
armas
contra
el
pueblo
romano,
sino
que,
además,
había
que
someter
a
toda
la
Galia
bajo
nuestro
dominio.
Así
que
combatió
victoriosamente
con
los
pueblos
más
aguerridos
y
poderosos
de
entre
los
germanos
y
los
helvecios,
y
a
los
demás
los
atemorizó,
redujo,
sometió
y
acostumbró
a
que
acataran
el
imperio
del
pueblo
romano;
y
nuestro
general
victorioso,
nuestros
ejércitos
y
las
armas
del
pueblo
romano
han
recorrido
regiones
y
pueblos
que
hasta
entonces
nos
eran
desconocidos
por
la
literatura,
noticias
o
leyendas.
Antes,
teníamos
únicamente
una
senda
en
la
Galia;
el
resto
de
sus
territorios
estaban
en
poder
de
pueblos
enemigos
de
nuestro
imperio,
desleales,
desconocidos,
salvajes
sin
duda,
bárbaros
y
guerreros;
pueblos
que
no
hubo
nunca
nadie
que
deseara
aniquilarlos
y
someterlos…
Lo
que
hemos
hecho
siempre
ha
sido
resistir
cada
vez
que
éramos
atacados.
Ahora,
por
fin,
se
ha
conseguido
que
coincidan
los
límites
de
nuestro
imperio
con
los
de
aquellos
territorios”,
Cic.
prov.
cons.
32‐33)
Elogios
en
prosa,
y
en
verso.
Su
hermano
Quinto,
desde
las
Galias,
exhorta
al
orador
(Cic.
Q.fr.
3,1,11)
en
septiembre
del
54
a
que
concluya
de
una
vez
por
todas
un
poema
en
honor
a
César
que
ha
dejado
a
medias
por
falta
de
inspiración,
y
que
tiene
ya
concluido
en
diciembre,
aunque
no
encuentra
un
correo
de
confianza
para
llevárselo
a
César
(Cic.
Q.
fr.
3,7,6).
El
poema,
o
se
perdió
por
el
camino
o,
en
todo
caso,
para
la
posteridad.
En
su
panegírico
al
conquistador
de
las
Galias
Cicerón
se
siente
obligado
por
razones
políticas
y
personales
(Baños‐Hernández
2003:
38‐39):
el
orador
no
es
ajeno
a
la
admiración
que
en
Roma
provocan
las
hazañas
militares
de
César,
pero
además
se
siente
agradecido
por
las
manifestaciones
de
afecto
que
le
dispensa
tanto
a
él
como
a
su
hermano,
hasta
el
punto
de
que
da
la
impresión
de
que
el
conquistador
de
las
Galias
(“la
única
tabla
que
me
gusta
en
el
actual
naufragio”26)
ha
desplazado
a
Pompeyo
en
el
corazón
(o
en
el
interés)
de
Cicerón:
“Sobre
Pompeyo
estoy
de
acuerdo
contigo
o,
mejor,
tú
conmigo.
Pues,
como
sabes,
ya
hace
tiempo
que
canto
a
César”
(Cic.
Q.fr.
2,11,1).
Unos
elogios
que
volverá
a
repetir
años
después
y
de
nuevo
obligado
por
las
circunstancias
(Baños
1991:
43‐45).
En
efecto,
Cicerón,
que
había
combatido
en
el
bando
pompeyano
durante
la
guerra
civil,
agradecido
por
haber
sido
perdonado
tras
la
batalla
de
Farsalia,
dedica
a
César
en
el
Pro
Marcello
(octubre
del
46)
un
auténtico
panegírico
que
Carcopino,
siempre
tan
crítico
y
excesivo,
consideró
uno
más
de
los
muchos
“errores
de
una
carrera
política
fracasada”
(1957:
370).
Es
posible
que
el
orador
abrigara
en
aquel
momento
todavía
la
esperanza
de
que
con
César
era
posible
restaurar
la
República27,
pero
lo
cierto
es
que,
al
mostrar
su
agradecimiento
al
amo
de
Roma,
al
ensalzar
sus
hazañas
y
conquistas,
al
alabar
su
clemencia
y
generosidad
estaba,
en
cierto
modo,
legitimando
la
validez
del
nuevo
poder
y
otorgándole
una
indudable
superioridad
moral28:
(9)
Soleo
saepe
ante
oculos
ponere
idque
libenter
crebris
usurpare
sermonibus,
omnis
nostrorum
imperatorum,
omnis
exterarum
gentium
potentissimorumque
populorum,
omnis
regum
clarissimorum
res
gestas
26
Cic.
Att.
4,19,2.
En
otra
carta
(Att.
4,16,7)
escribe:
“Por
una
carta
de
mi
hermano
he
conocido
algunas
cosas
increíbles
sobre
el
afecto
que
César
me
profesa;
y
me
han
sido
confirmados
por
una
amplísima
carta
del
propio
César”.
27
Así
habría
que
entender
el
hecho
de
que
el
orador
aproveche
el
discurso
para
exponer
todo
un
programa
de
política
general
sobre
cómo
debía
emprenderse
la
reconstrucción
y
restauración
de
la
República
(Rambaud
1984).
28
Es
más,
a
juicio
de
G.
Ewert
(1969),
Cicerón,
al
aprobar
la
política
de
César
está
en
cierto
modo
preparando
el
terreno
a
la
ideología
de
época
imperial.
Cultura y propaganda política en la Roma republicana
11
cum
tuis
nec
contentionum
magnitudine
nec
numero
proeliorum
nec
varietate
regionum
nec
celeritate
conficiendi
nec
dissimilitudine
bellorum
posse
conferri,
nec
vero
disiunctissimas
terras
citius
passibus
cuiusquam
potuisse
peragrari
quam
tuis
non
dicam
cursibus,
sed
victoriis
lustratae
sunt.
Quae
quidem
ego
nisi
ita
magna
esse
fatear
ut
ea
vix
cuiusquam
mens
aut
cogitatio
capere
possit,
amens
sim…
Domuisti
gentis
immanitate
barbaras,
multitudine
innumerabilis,
locis
infinitas,
omni
copiarum
genere
abundantis:
ea
tamen
vicisti
quae
et
naturam
et
condicionem
ut
vinci
possent
habebant.
Nulla
est
enim
tanta
vis
quae
non
ferro
et
viribus
debilitari
frangique
possit.
Animum
vincere,
iracundiam
cohibere,
victo
temperare…,
haec
qui
faciat,
non
ego
eum
cum
summis
viris
comparo,
sed
simillimum
deo
iudico.
Itaque,
C.
Caesar,
bellicae
tuae
laudes
celebrabuntur
illae
quidem
non
solum
nostris
sed
paene
omnium
gentium
litteris
atque
linguis,
neque
ulla
umquam
aetas
de
tuis
laudibus
conticescet…Obstupescent
posteri
certe
imperia,
provincias,
Rhenum,
Oceanum,
Nilum,
pugnas
innumerabilis,
incredibilis
victorias,
monumenta,
munera,
triumphos
audientes
et
legentes
tuos…
(“A
menudo
acostumbro
a
considerar
y
utilizar
de
buen
grado
en
frecuentes
conversaciones
la
siguiente
idea:
que
todas
las
gestas
de
nuestros
generales,
todas
las
de
los
pueblos
y
naciones
más
poderosos,
todas
las
de
los
reyes
más
famosos
no
pueden
compararse
con
las
tuyas
ni
por
la
magnitud
de
las
confrontaciones,
ni
por
el
número
de
batallas,
ni
por
la
variedad
de
frentes
de
combate,
ni
por
la
diversidad
de
guerras,
ni
por
la
rapidez
en
concluirlas;
y
que,
en
verdad,
nadie
ha
podido
recorrer
tierras
tan
alejadas
más
rápidamente
de
lo
que
tú
las
has
visitado
no
diré
en
tus
marchas
sino
con
tus
victorias.
No
estaría
en
mi
sano
juicio
si
no
admitiera
que
estas
victorias
son,
sin
duda,
tan
importantes
que
a
duras
penas
puede
valorarlas
la
inteligencia
o
imaginación
de
nadie…
Domeñaste
pueblos
bárbaros
por
su
fiereza,
incontables
en
número,
ilimitados
por
su
extensión
y
ricos
en
todo
tipo
de
recursos;
venciste,
sin
embargo,
a
quienes
tenían
tanto
la
naturaleza
como
la
condición
para
poder
ser
vencidos:
no
hay,
en
efecto,
poder
tan
grande
que
no
pueda
ser
debilitado
o
abatido
con
la
fuerza
de
las
armas.
Dominar
los
sentimientos,
contener
la
ira,
perdonar
al
vencido…:
a
quien
es
capaz
de
hacer
todo
esto
no
le
comparo
con
los
hombres
más
encumbrados
sino
que
le
considero
muy
semejante
a
una
divinidad.
Por
ello,
Gayo
César,
tus
éxitos
guerreros
serán
sin
duda
celebrados
tanto
en
nuestra
lengua
y
literatura
como
en
las
de
prácticamente
todos
los
pueblos
y
ninguna
época
dejará
de
hablar
de
tus
gestas…
La
posteridad
sin
duda
quedará
maravillada
al
oír
y
leer
tus
mandatos,
provincias,
el
Rhin,
el
Océano,
tus
innumerables
batallas,
tus
increíbles
victorias,
los
monumentos
erigidos,
tu
munificencia
y
triunfos”,
Cic.
Marcel.
5,8‐9
y
28)
4.
LITERATURA
DE
COMBATE:
LA
POLÉMICA
DE
LOS
CATONES
Y
ANTICATONES.
Lógicamente,
frente
a
esta
literatura
panegírica
no
le
faltó
a
César
la
réplica
de
obras
críticas,
discursos
difamatorios,
panfletos
y
libelos,
poemas
y
versos
procaces.
Bardon
comenta
con
detalle
(1952:
264‐265;
282‐284;
344)
esta
otra
literatura
de
combate
que
se
nos
ha
perdido
casi
en
su
totalidad:
desde
las
obras
históricas
de
Tanusio
Gémino29
o
del
pompeyano
T.
Ampio
Balbo30
al
diálogo
literario
(Cic.
Brut.
218)
de
Curión
padre
criticando,
entre
otras
cosas,
el
consulado
de
César
en
el
59
y
su
gobierno
de
la
Galia31,
los
libelos
de
Aulo
Cecina,
amigo
y
cliente
de
Cicerón32,
o
los
poemas
mordaces
de
Licinio
Calvo
(Suet.
Iul.
49,1;
73),
Catulo
(recuérdense
sus
duros
ataques
a
César
y,
sobre
todo,
a
su
favorito
Mamurra)33,
o
Voltacilio
Pitolao34.
La
relación,
por
supuesto,
no
acaba
aquí;
pero,
para
no
alargarme
en
este
punto,
me
gustaría
detenerme,
como
ejemplo
paradigmático
de
propaganda
y
antipropaganda,
en
la
29
En
sus
Annales,
citados
por
Suetonio
(Iul.
9,2),
denuncia
un
intento
de
conjura
por
parte
de
César
en
colaboración
con
Craso,
antes
de
la
de
Catilina
y,
según
Plutarco
(Caes.
22,3)
recordaba
cómo
en
el
55
Catón
propuso
al
senado
que
Cesar
fuera
entregado
a
los
tenteros
y
usípetes
por
haber
roto
los
tratados.
30
Autor
de
biografías
militares;
la
que
dedicó
a
César,
por
su
dureza
(Suet.
Iul.
72,1;
Sen.
ep.
93,11),
debió
de
ser
publicada
a
la
muerte
del
dictador.
31
Son
frecuentes
las
referencias
en
Suetonio
(Iul.
9,2;
49,1;
52,3)
a
los
discursos
incendiarios
de
Curión
contra
César.
32
Compuso
un
libelo
contra
César
que,
a
decir
de
Suetonio
(Iul.,
75,8),
éste
soportó
con
buen
talante;
tras
la
guerra
civil,
en
la
que
combatió
en
el
bando
pompeyano,
Cecina,
a
fin
de
conseguir
el
perdón,
se
retractó
de
su
obra
con
la
publicación
de
unas
Querellae
en
las
que
elogiaba
a
César
(Cic.
fam.
6,6,8‐9;
6,7,1).
Pero,
a
decir,
de
Bardon
(1952:
283),
Cecina,
que
guardó
siempre
su
rencor
de
pompeyano,
fue
más
sincero
en
sus
ataques
que
en
su
retractación.
33
Catull.
29,
41,
43,
54,
57,
93,
94,
105,
114
y
115.
Según
Suetonio
(Iul.
73),
Catulo
se
excusó
posteriormente
por
sus
versos.
34
Este
liberto
de
Pompeyo
escribió,
además
de
una
biografía
de
su
patrono,
epigramas
injuriosos
contra
César
(Macr.
2,2,13;
Suet.
Iul.
76).
12
José Miguel Baños
polémica
en
torno
a
la
figura
de
Catón,
en
la
que
se
vieron
implicados,
Cicerón,
Bruto,
César
e
Hircio,
entre
otros.
Tras
la
derrota
de
las
tropas
pompeyanas
de
África
en
la
batalla
de
Tapsos
(6
de
abril
del
46)
Catón
se
suicidaba
en
Útica
la
noche
del
12
de
abril
para
no
tener
que
soportar
la
humillación
de
entregarse
a
César35.
La
noticia
de
la
muerte
voluntaria
de
quien
fuera
indiscutible
autoridad
moral
de
la
república,
pero
sobre
todo,
enemigo
acérrimo
de
César,
va
a
provocar
un
gran
impacto
en
Roma
(Baños‐Hernández,
2008:
36‐39).
Empezando
por
Bruto,
su
sobrino,
que,
tras
el
perdón
de
César
había
pasado
a
formar
parte
de
su
círculo
más
estrecho
y,
como
prueba
de
ello,
acababa
de
tomar
posesión
del
gobierno
de
la
Galia
Cisalpina.
Sintiéndose
culpable
por
haber
abandonado
a
Catón
tras
Farsalia
y
deseoso
de
preservar
la
memoria
de
quien
había
sido
su
mentor
y
referente
político,
Bruto
encargó
a
Cicerón
una
obra
que
reivindicara
la
imagen
pública
del
“último
republicano”.
Cicerón
acaba
accediendo
a
sus
ruegos
(en
contra
de
su
voluntad,
dirá
más
tarde)36
y
en
mayo
del
46
está
ya
inmerso
en
una
obra
que
sabe
comprometida
porque,
como
le
confiesa
a
Ático,
resulta
imposible
elogiar
a
Catón
sin
criticar
a
César
y
el
momento
actual:
(10)
Sed
de
Catone,
πρόβλημα Ἀρχιμήδειον est.
non
adsequor
ut
scribam
quod
tui
convivae
non
modo
libenter
sed
etiam
aequo
animo
legere
possint;
quin
etiam
si
a
sententiis
eius
dictis,
si
ab
omni
voluntate
consiliisque
quae
de
re
publica
habuit
recedam
yilw'"que
velim
gravitatem
constantiamque
eius
laudare,
hoc
ipsum
tamen
istis
odiosum
a[kouçma
sit.
sed
vere
laudari
ille
vir
non
potest
nisi
haec
ornata
sint,
quod
ille
ea
quae
nunc
sunt
et
futura
viderit
et
ne
fierent
contenderit
et
facta
ne
videret
vitam
reliquerit
(“El
Catón
es
un
“problema
propio
de
Arquímedes”.
No
consigo
escribir
algo
que
tus
convidados
[es
decir,
cesarianos
como
Hircio
o
Balbo]
puedan
leer,
no
sólo
con
gusto,
sino
además
con
buenos
ojos;
más
aún,
aun
cuando
me
mantenga
alejado
de
las
opiniones
públicas
de
Catón,
de
sus
deseos
y
planes
respecto
a
la
república,
e
intente
“simplemente”
alabar
su
dignidad
y
firmeza,
esto
mismo,
con
todo,
a
esos
personajes
les
resultará
odioso
“de
oír”.
Pero
realmente
es
imposible
elogiar
a
aquel
hombre
sin
que
resulte
evidente
que
Catón
previó
las
cosas
que
pasan
ahora
y
las
que
están
por
llegar,
se
esforzó
por
evitarlas
y
renunció
a
la
vida
por
no
tener
que
verlas”
(Cic.
Att.
12,4,2).
Pese
a
un
tono
premeditadamente
contenido,
en
su
Cato
(que
estaba
ya
concluido
en
julio
del
46)37
Cicerón,
según
Cremucio
Cordo,
“igualaba
a
Catón
con
el
cielo”
(Tac.
Ann.
4,34,4).
El
panfleto,
cuenta
Plutarco
(Caes.
54,5‐6),
“tuvo
gran
éxito
entre
mucha
gente,
como
era
de
esperar
en
una
obra
compuesta
por
el
más
elocuente
de
los
oradores
y
dedicada
al
más
brillante
tema.
Lo
que
molestó
a
César,
que
consideraba
una
acusación
contra
sí
mismo
el
elogio
de
quien
había
muerto
por
su
culpa”.
Pero,
sorprendentemente,
la
obra
no
satisfizo
siquiera
al
propio
Bruto
35
Bell.
Afr.
88,3‐5;
App.
BC
2,98‐99;
Plut.
Caes.
54,2;
Cat.
Mi.
68‐72.
Poco
después,
cuando
ya
se
ha
desatado
la
polémica
y
el
malestar
de
César,
Cicerón
en
el
Orator,
para
cubrirse
las
espaldas,
deja
muy
claro
que
fue
por
complacer
a
Bruto
por
lo
que
aceptó
escribir
una
obra
tan
comprometida:
“Por
ello,
he
emprendido
esta
obra
inmediatamente
después
de
haber
terminado
el
Catón
—obra
que
nunca
habría
intentado
escribir
por
temor
a
estos
tiempos
contrarios
a
la
virtud,
si
no
hubiese
considerado
que
era
sacrílego
no
hacer
caso
a
tus
ruegos,
que
suscitaron
en
mí
el
recuerdo
deseado
de
este
hombre—;
y
afirmo
que
me
he
atrevido
a
escribir
esta
obra
ante
tus
ruegos
y
en
contra
de
mi
voluntad.
Quiero,
pues,
que
compartas
conmigo
las
críticas,
de
manera
que,
si
no
puedo
yo
estar
a
la
altura
de
un
tema
como
éste,
seas
tú
el
culpable
por
haberme
impuesto
una
carga
superior
a
mis
fuerzas,
y
yo
sólo
por
haberla
aceptado”
(Cic.
Orat.
35).
Aulo
Cecina,
en
una
carta
de
diciembre
del
46,
critica
en
cierto
modo
esta
actitud
defensiva
de
Cicerón:
“En
el
Orador
te
ocultas
tras
el
nombre
de
Bruto
y
así
intentas
tener
un
cómplice
para
justificarte
a
ti
mismo”
(fam,
6,7,4).
37
Cic.
fam.
9,16,2.
Es
decir
en
el
momento
en
que
César
regresa
de
África
a
Roma
y
se
dispone
a
celebrar
sus
cuatro
triunfos
(Galia,
Egipto,
Ponto
y
África).
Los
temores
de
Cicerón
explican
el
que,
aunque
el
panegírico
estaba
concluido
a
comienzos
de
julio,
no
lo
publicara
hasta
que
César
partió
hacia
Hispania.
Tschiedel
(1981:
8),
en
cambio,
a
partir
de
una
carta
a
Tirón
(fam.
16,22,1)
de
difícil
cronología,
defiende
que
el
Cato
de
Cicerón
circulaba
ya
en
Roma
en
junio
del
46,
por
lo
que
habría
que
suponer
que
César
lo
conoció
antes
de
partir
hacia
Hispania.
Sea
como
fuere,
lo
cierto
es
que
el
orador
se
siente
satisfecho
de
su
obra:
“Me
gusta,
de
verdad,
mi
Catón”
(Cic.
Att.
12,5,2).
36
Cultura y propaganda política en la Roma republicana
13
quien,
no
contento
con
el
encargo
hecho
a
Cicerón,
acabó
componiendo
él
mismo
otro
Cato
para
reivindicar
con
más
entusiasmo
la
figura
de
su
tío.
Por
lo
que
sabemos,
este
segundo
panegírico
molestó
—y
mucho—
a
Cicerón:
cuando
lo
leyó,
además
de
deplorar
su
estilo,
se
irritó
profundamente,
entre
otras
cosas,
porque
Bruto,
al
recordar
la
conjura
de
Catilina
en
el
63,
enfatizaba
injustamente
el
papel
de
Catón
en
detrimento
del
suyo
propio
(Cic.
Att.
12,21,1).
De
todos
modos,
la
reacción
de
César
no
se
hizo
esperar.
Lo
primero
que
hizo
fue
encargar
una
respuesta
contundente
a
Hircio,
su
hombre
de
confianza.
Cuando
Cicerón
conoce
la
obra,
a
comienzos
de
mayo
del
45,
respira
aliviado:
“en
ella
recoge
los
defectos
de
Catón,
pero
con
las
máximas
alabanzas
hacia
mi
persona”
(Cic.
Att.
12,40,1).
En
efecto,
Hircio
redactó
un
libelo
difamatorio
en
el
que
enfatizaba
los
defectos
—que
no
eran
pocos—
de
Catón,
pero
como
réplica
no
al
elogio
de
Cicerón38,
sino
al
de
Bruto,
cuyo
panegírico,
por
venir
de
un
amigo
y
colaborador
de
César,
había
resultado
más
molesto
y
peligroso
que
el
de
Cicerón.
En
realidad,
fue
César
el
que
se
reservó
la
respuesta
a
Cicerón
(Plut.
Caes.
3,4;
54,6):
en
agosto
del
4539,
concluida
ya
la
guerra
en
Hispania,
envía
directamente
al
orador
su
Anticato,
en
dos
libros,
en
el
que
puso
en
juego
toda
su
capacidad
retórica
y
oratoria
para
estar
a
la
altura
literaria
de
un
rival
de
la
talla
de
Cicerón40,
pero
también
toda
su
habilidad
para
desmontar
y
destruir
la
imagen
idealizada
de
un
supuesto
mártir
de
la
libertad
y
de
la
causa
republicana.
En
realidad,
la
polémica
por
la
figura
y
la
memoria
política
de
Catón
no
acaba
aquí:
el
Anticatón
de
César
provocó
la
replica
primero
del
epícureo
M.
Fadio41,
amigo
de
Cicerón,
y
después
del
estoico
Munacio
Rufo,
amigo
de
Catón42,
lo
que
no
deja
de
ser
una
prueba
más
de
la
pujanza
de
este
tipo
de
literatura,
pero
también
de
su
impacto
en
la
opinión
pública,
de
su
valor
propagandístico.
5.
LA
OPORTUNIDAD
DE
LA
PUBLICACIÓN
DE
LOS
COMENTARIOS.
En
el
contexto
que
estoy
describiendo
de
literatura
propagandística,
un
aspecto
clave
para
valorar
el
impacto
de
los
Comentarios
tiene
que
ver
con
las
razones
y
el
momento
en
que
fueron
publicados.
Aunque
la
situación
y
la
problemática
son
bien
distintas
en
cada
obra
(desde
el
momento
en
que
la
Guerra
civil
parece
una
obra
inacabada),
me
gustaría
comentar
siquiera
brevemente
ambos
casos
y,
sobre
todo,
algunas
hipótesis
sugerentes
que
se
apuntan
en
dos
recientes
estudios
sobre
César
en
relación
con
la
Guerra
civil.
5.1.
En
el
caso
de
la
Guerra
de
las
Galias,
superada
en
la
actualidad
la
polémica
de
si
sus
siete
libros
se
compusieron
año
por
año43,
en
tres
partes
(coincidiendo,
por
ejemplo,
con
las
tres
38
Por
eso,
Cicerón
no
tiene
ningún
inconveniente,
más
bien
todo
lo
contrario,
en
que
se
dé
publicidad
en
Roma
al
libelo
de
Hircio
(Cic.
Att.
12,44,1)
porque
está
convencido
de
que
su
Cato
saldrá
ganando
en
la
comparación.
39
Pero
Cicerón
sabe
ya
en
mayo
que
César
está
preparando
la
réplica
a
su
Cato
y
que
el
libelo
de
Hircio
es,
en
cierto
modo,
un
borrador
o
adelanto
(Cic.
Att.
12,40,1;
12,41,4).
40
“Leí
la
carta:
muchas
cosas
sobre
mi
Catón,
con
cuya
lectura
muy
reiterada
afirma
haber
mejorado
sus
recursos
expresivos,
mientras
que
con
la
del
Catón
de
Bruto,
en
cambio,
se
ha
sentido
elocuente”
(Cic.
Att.
13,46,2;
de
agosto
del
45).
En
efecto,
según
Plutarco,
César
“en
el
escrito
de
réplica
contra
Cicerón
a
propósito
de
Catón,
solicita
en
su
propio
favor
que
no
se
parangone
el
discurso
de
un
militar
con
la
elocuencia
de
un
orador
poseedor
de
excelentes
dotes
naturales”
(Caes.
3,4).
Una
captatio
benevolentiae
a
la
que
habría
respondido
Cicerón
con
el
elogio
de
la
oratoria
cesariana
en
el
Brutus
(supra,
nota
8),
y
con
el
elogio
también
de
su
Anticato
(Cic.
Att.
13,50,1).
41
En
septiembre
del
45
tenía
ya
compuesto
este
tercer
Cato
(Cic.
fam.
7,24,2;
7,25,1).
42
Plut.
Cat.
Mi.
25;
36;
Val.
Max.
4,3,2.
Hasta
el
propio
Augusto
(Suet.
Aug.
85,1)
intentará
años
más
tarde
una
respuesta
al
Cato
de
Bruto.
43
La
independencia
de
cada
libro,
la
ausencia
de
referencias
anticipadas
al
libro
siguiente,
las
contradicciones
entre
unos
y
otros,
las
alusiones
a
la
política
interna
de
Roma
y
la
evolución
del
estilo
son
algunos
de
los
argumentos
a
favor
de
esta
tesis
(Barwick
1951),
que
aún
cuenta
con
partidarios
entre
historiadores
recientes
(Étienne,
1997:
286‐7).
14
José Miguel Baños
supplicationes
que
se
celebraron
en
Roma
para
conmemorar
las
campañas
victoriosas
de
César)44
o
de
una
vez
(que
es
la
tesis
más
comúnmente
aceptada)45,
lo
que
resulta
evidente
es
que
su
publicación
tuvo
una
clara
intencionalidad
política;
por
tanto,
hay
que
situarla
en
el
invierno
del
52‐51
a.C.,
en
el
momento
en
que
la
alianza
de
la
nobleza
optimate
con
Pompeyo
(nombrado
consul
sine
collega
en
el
52
para
poner
orden
en
medio
de
la
violencia
desencadenada
tras
el
asesinato
de
Clodio
por
parte
de
Milón)
suponía
una
amenaza
directa
para
César:
con
el
horizonte
de
las
elecciones
al
consulado
del
49,
César
quiere
recordar,
no
al
pueblo
(recuérdese
el
alcance
limitado
de
la
lectura),
sino
a
la
clase
política
dirigente
que
su
actuación
a
lo
largo
de
la
guerra
había
sido
respetuosa
con
la
legalidad
del
senado
y
siempre
para
mayor
gloria
de
Roma.
A
mi
juicio,
hay
un
hecho
puntual,
casi
siempre
olvidado,
que
bien
pudo
condicionar
su
publicación
en
este
momento.
El
relato
de
la
guerra
de
las
Galias
se
basa
fundamentalmente
en
los
informes
que
César
enviaba
periódicamente
al
senado,
unos
informes
que
se
reflejaban
en
las
acta
senatus
tras
su
discusión,
por
lo
que
podría
pensarse
en
una
duplicidad
innecesaria46.
Pero
la
pérdida
de
las
acta
senatus
tras
el
incendio
de
la
Curia
en
enero
del
52
a
raíz
de
los
disturbios
que
siguieron
al
asesinato
de
Clodio,
y
el
control
posterior
de
dichas
actas
por
parte
de
la
oligarquía
optimate,
bien
pudieron
mover
a
César
a
una
publicación
global
de
la
Guerra
de
las
Galias
para
dejar
así
constancia
de
su
actuación
y
de
sus
conquistas.
Hay,
con
todo,
un
detalle
que
a
priori
puede
resultar
sorprendente
pero
que,
en
realidad,
refuerza
esta
fecha
de
publicación:
no
hay
ninguna
referencia
en
Cicerón
al
De
bello
Gallico
de
César
hasta
el
texto
(3)
del
Brutus
(marzo
del
46),
es
decir,
cinco
años
después
de
la
supuesta
publicación
de
la
obra.
Martin
(2000:
15)
sostiene
que
se
trata
de
un
silencio
consciente,
para
restar
así
importancia
a
la
obra.
Pero
me
parece
una
explicación
rebuscada
y
poco
probable:
en
el
52‐51,
las
relaciones
de
Cicerón
con
César
son
todo
menos
distantes,
ya
que
se
sienten
unidos
por
lazos
afectivos
(su
hermano
Quinto
permanece
como
legado
suyo
en
las
Galias
hasta
mediados
del
52)
y
también
económicos47.
En
cambio,
el
silencio
de
Cicerón
y
la
publicación
de
la
Guerra
de
las
Galias
en
el
invierno
del
52‐51
resultan
congruentes
si
tenemos
en
cuenta
que
se
nos
ha
perdido
toda
la
correspondencia
con
Ático
entre
noviembre
del
54
(Cic.
Att.
4,19)
y
mayo
del
51
(Cic.
Att.
5,1)48:
a
buen
seguro,
Cicerón
comentó
con
su
amigo
Ático
en
esa
correspondencia
perdida
una
publicación
que
difícilmente
pudo
pasar
desapercibida.
5.2.
Distinto
es
el
caso
de
la
Guerra
civil.
Para
aceptar
la
tesis
de
algunos
estudiosos49
de
que
César
publicó
la
obra
en
vida,
habría
que
reconocerla
concluida,
lo
cual
se
contradice
con
la
44
En
septiembre
del
57
(Gall.
2,35,4),
y
finales
del
55
y
del
52
(Gall.
6,38,5).
Esta
tesis,
desarrollada,
entre
otros,
por
Radin
(1918),
no
cuenta
en
la
actualidad
apenas
con
seguidores,
aunque
la
diera
por
buena
Carcopino
(1968:
285).
45
Defendida
en
su
momento
por
Mommsen
([1885]
1945:
736
y
n.
191)
y
Jullian
(1923,
III:
540,
n.
2)
y
desarrollada
con
numerosos
argumentos
por
Rambaud
(1966:
297‐436),
a
ella
se
adhiere
recientemente
Martin
(2000:
14‐15).
En
realidad,
la
postura
ecléctica
de
Adcock
(1956:
3‐5;
77‐89)
hace
compatible
una
redacción
inicial
de
cada
una
de
las
campañas
con
una
reelaboración
final
y
publicación
en
el
51
(Kenney‐Clausen
1989:
316;
Goldsworthy
2007:
245‐46).
46
Recuérdese
que
había
sido
César
el
que,
durante
su
consulado
del
59,
estableció
que
“tanto
las
acta
diurna
del
senado
como
las
del
pueblo
fueran
consignadas
por
escrito
y
publicadas”
(Suet.
Iul.
20,1),
costumbre
que
se
mantuvo
hasta
Augusto,
quien
suprimió
la
publicación
de
dichas
actas,
pero
no
su
redacción
(Suet.
Aug.
36).
47
César
le
había
prestado
800.000
sestercios,
una
deuda
que
desea
saldar
cuanto
antes
y
a
la
que
hace
constantes
referencias
en
la
correspondencia
a
Ático
entre
mayo
y
junio
del
51
(Cic.
Att.
5,1,2;
5,4,3;
5,5,2;
5,6,2;
5,9,2;
5,10,4).
48
En
mayo
del
51
Cicerón
es
nombrado
gobernador
de
Cilicia,
de
donde
regresa
en
diciembre
del
50,
a
punto
de
estallar
la
guerra
civil.
Por
cierto
que
a
Cilicia
le
acompañará
su
hermano
Quinto,
que,
cesariano
de
corazón,
acababa
de
regresar
de
las
Galias
donde
se
había
dado
a
conocer
como
un
militar
valiente
y
disciplinado
(Caes.
Gall.
5,38‐52).
49
Barwick
(1951:
108‐136)
es
quien
más
argumentos
ha
dado
a
favor
de
una
redacción
y
publicación
tempranas
por
parte
de
César
de
la
Guerra
civil
(antes
del
otoño
del
46,
porque
cree
ver
en
el
Pro
Ligario
§
18
ss,
ecos
conceptuales
de
la
obra
de
César).
Un
buen
comentario
de
ésta
y
otras
tesis,
hasta
mediados
del
siglo
XX,
se
puede
encontrar
en
Mariner
(1956:
xxx‐xxxix),
quien
no
acaba
de
decantarse
por
ninguna
de
ellas:
“la
investigación
no
ha
conseguido,
hasta
ahora,
sacar
de
las
fuentes
una
respuesta
clara”
[sobre
la
fecha
de
publicación]
(ibid.:
xxxix).
Cultura y propaganda política en la Roma republicana
15
afirmación
de
Asinio
Polión
(Suet.
Iul.
56,4)
de
que
César,
de
haber
podido,
habría
retocado
y
corregido
su
relato,
y,
sobre
todo,
con
el
análisis
interno
de
la
obra
(son
numerosas
las
lagunas
e
incongruencias
internas)50.
Todo
hace
pensar
que
el
texto
fue
publicado,
sobre
una
redacción
precipitada
de
César51,
poco
después
de
su
asesinato
en
las
Idus
de
marzo
del
44,
pero
antes
de
acabar
el
año,
que
es
cuando
Hircio
(muerto
en
abril
del
43)
habría
publicado
el
libro
VIII
de
la
Guerra
de
las
Galias
para
completar
el
relato
entre
las
dos
obras
de
César52.
De
ser
así,
el
interés
se
centra
en
decidir
quién
tenía
tanta
prisa
e
interés
en
publicar
el
Bellum
civile:
¿Antonio,
que
dispuso
a
su
antojo
de
los
“papeles”
de
Cesar,
entre
los
que
se
encontraría
el
texto
inconcluso
del
Bellum
civile,
u
Octaviano?
Martin,
en
un
reciente
estudio
(2000:
86‐90),
desarrolla
la
tesis
de
que,
en
su
disputa
con
el
joven
Octaviano
por
el
legado
de
César,
Antonio
entendió
que
el
relato
del
Bellum
civile
era
una
excelente
propaganda
de
su
propia
persona:
al
fin
y
al
cabo
eran
numerosos
los
pasajes
en
los
que
se
dibuja
un
retrato
elogioso
de
su
persona53
y
siempre
cabía
la
posibilidad
de
omitir
aquellos
otros
menos
favorables.
Porque,
según
esta
tesis,
no
deja
de
ser
llamativo
que,
a
la
hora
de
reconstruir
el
contenido
de
las
lagunas
más
importantes
del
libro
III
Bellum
civile
(Caes.
civ.
8;
10;
50;
105,2),
allí
donde
otras
fuentes
paralelas
permiten
hacerlo,
resulta
que
son
episodios
que
perjudicaban
de
una
u
otra
forma
a
Antonio;
no
serían,
por
tanto,
lagunas
fortuitas
sino
forzadas
por
Antonio
para
asegurarse
una
imagen
lo
más
positiva
posible
(Martin
2000:
95‐100).
El
retrato,
en
cambio,
de
Antonio
por
parte
de
Hircio
en
el
libro
VIII
es
todo
menos
favorable.
Y
si,
como
dice
explícitamente
(Gall.
8,1,1),
Hircio
compuso
este
libro
por
los
“insistentes”
ruegos
de
Balbo,
el
agente
de
César
que
tras
su
muerte
tomó
el
partido
de
Octaviano
en
su
lucha
con
Antonio,
las
piezas
del
rompecabezas
parecen
encajar:
la
publicación
del
libro
VIII
por
Hircio
fue
una
maniobra
de
Octaviano
para
contrarrestrar,
a
su
vez,
la
propaganda
que
Antonio
había
conseguido
con
la
publicación
del
Bellum
civile.
La
tesis
de
Martin
es,
a
mi
juicio,
más
sugerente,
por
argumentada,
que
la
que
plantea
Luciano
Canfora
(2000:
381‐391).
El
historiador
italiano
niega
la
autoría
de
Hircio
sobre
el
libro
VIII
de
la
Guerra
de
las
Galias54,
considera
un
pastiche
la
llamada
epístola
a
Balbo
con
la
que
se
abre
dicho
libro,
y
acaba
concluyendo
que
toda
la
estructura
final
del
corpus
cesariano
procedería
del
entorno
de
Octaviano.
El
futuro
Augusto,
según
el
testimonio
de
Suetonio
(Iul.
56,7),
se
habría
preocupado
de
seleccionar
el
legado
cesariano,
prohibiendo,
por
ejemplo,
la
publicación
de
la
correspondencia
de
César
a
Cicerón
(sin
duda
comprometedora);
en
este
contexto,
no
habría
dudado
en
organizar
y
modificar
a
su
conveniencia
la
estructura
final
del
corpus
cesariano,
dejando,
por
ejemplo,
en
el
anonimato
a
los
autores
de
los
distintos
suplementos
para
mayor
apología
del
propio
César.
Volveré
enseguida
sobre
esta
hipótesis
al
hablar
de
Asinio
Polión.
6.
LA
DEFORMACIÓN
HISTÓRICA
Y
LA
PROPAGANDA
DE
UNA
GUERRA
“JUSTA”
Y
“PREVENTIVA”.
¿Memorialista
sincero
o
propagandista
sin
escrúpulos?
Entre
estos
dos
polos,
con
todos
los
matices
posibles,
se
ha
situado
la
crítica
sobre
los
Comentarios
cesarianos
desde
el
s.
XIX.
Los
50
Aun
cuando
el
carácter
inconcluso
de
la
obra
no
parece
suscitar
dudas
en
la
actualidad
(Canfora
2000:
381
ss.;
Martin
2000:
87
ss.),
Mariner
cree
(1953:
xxxi)
que
estos
argumentos
no
son
irrefutables:
las
incongruencias
y
discordancias
podrían
deberse,
además
de
a
las
prisas
con
que
César
escribió
la
obra,
a
“una
defectuosas
tradición
manuscrita”
51
Martin
(2000:
79‐80)
apunta
que
César
se
decidió
a
escribir
el
relato
de
la
guerra
civil
a
finales
del
45
cuando
estaba
reciente
la
polémica
de
los
Catones
y
habían
aparecido
también
diversas
biografías
encomiásticas
de
Pompeyo.
52
La
tesis
de
la
publicación
póstuma
aparece
ya
en
Fabre
(1936:
xxii‐xxv)
y
la
apoya
Rambaud
(1966:
18
ss.;
406
ss.).
53
Caes.
civ.
1,2,7;
1,11,6;
1,18,2‐3;
3,24;
3,26;
3,29‐30;
3,46;
3,65;
3,89,3.
54
El
autor
seguiría
siendo
César,
excepto
para
los
capítulos
finales
(desde
Gall.
8,48,10).
16
José Miguel Baños
primeros,
sin
negar
intenciones
apologéticas,
creen
que
en
conjunto
César
es
veraz
y
que
las
inexactitudes
de
que
hace
gala
son
involuntarias
o
de
orden
literario.
Los
segundos
(en
particular,
a
partir
del
sólido
estudio
de
Rambaud)
“afirman
que,
bajo
una
falaz
apariencia
de
objetividad,
la
intención
constante
de
César
fue
deformar
la
verdad
para
imponer
a
los
contemporáneos
una
imagen
halagüeña
de
su
persona
y
de
su
actuación”
(André‐Hus
1983:
43).
6.1.
Las
dudas
sobre
la
veracidad
histórica
de
los
Commentarii
tienen
su
punto
de
partida
en
un
texto
de
Suetonio
en
el
que
se
recoge
la
acusación
de
Asinio
Polión
(autor
de
unas
Historias
publicadas
poco
después
de
la
batalla
de
Accio
y
centradas
en
las
guerras
civiles)55
de
que
César
había
deformado
la
verdad.
Pero
el
comentario
de
Asinio
Polión
ha
sido,
a
veces,
mal
interpretado,
por
lo
que
no
está
de
más
recordarlo.
Suetonio,
después
de
glosar
el
juicio
positivo
de
Cicerón
y
de
Hircio,
ya
mencionado
(§
2.1),
sobre
los
Comentarios,
añade,
aparentemente
como
contrapunto:
(11)
Pollio
Asinius
parum
diligenter
parumque
integra
ueritate
compositos
putat,
cum
Caesar
pleraque
et
quae
per
alios
erant
gesta
temere
crediderit
et
quae
per
se,
uel
consulto
uel
etiam
memoria
lapsus
perperam
ediderit;
existimatque
rescripturum
et
correcturum
fuisse
(Suetonio,
Iul.
56,4).
“Asinio
Polión
piensa
que
[los
Comentarios]
fueron
compuestos
con
poco
cuidado
y
poco
respeto
a
la
verdad,
porque
César
se
creyó
a
la
ligera
la
mayoría
de
las
acciones
realizadas
por
otros
y
publicó
con
muchos
errores,
a
propósito
o
por
olvido,
las
llevadas
a
cabo
por
él;
y
cree
que
los
hubiera
retocado
y
corregido
de
nuevo”
(Suet.
Iul.
56,4).
Lo
primero
que
hay
que
subrayar
es
que
el
juicio
de
Asinio
Polión
parece
referirse
no
al
conjunto
de
la
obra
de
César
sino
a
la
guerra
civil
(Fabre
1936:
xxiv).
En
efecto,
la
reflexión
final
de
que
César
habría
retocado
y
corregido
sus
Comentarios
(de
haber
podido
hacerlo,
es
decir,
de
no
haberle
sorprendido
la
muerte)
sólo
puede
referirse
al
Bellum
civile
o,
mejor,
a
la
parte
de
los
Comentarios
(entendidos
como
una
obra
única)
relativa
a
la
guerra
civil,
incluidos
los
suplementos
del
corpus
Caesarianum
(Bellum
Alexandrinum,
Africum
e
Hispaniense).
El
relato
de
la
Guerra
de
las
Galias
corría
ya
publicado
desde
el
año
51,
por
lo
que
César
había
tenido
tiempo
más
que
suficiente,
de
haberlo
considerado
necesario,
de
corregirlo
o
retocarlo.
Además,
de
haber
distorsionado
los
hechos,
habría
podido
ser
refutado
fácilmente
(Martin
2000:
22;
Billows
2011:
222)
ya
que,
como
se
sabe,
los
Comentarios
a
la
guerra
de
las
Galias
(junto
a
los
apuntes
de
campaña
del
propio
César
y
a
los
informes
de
sus
legados),
se
basan
en
gran
parte
en
los
informes
oficiales
que
él
mismo
había
enviado
al
senado
para
dar
cuenta
de
sus
campañas.
Pero
lo
cierto
es
que
tampoco
en
el
caso
de
la
guerra
civil
(en
aquellos
puntos
en
los
que
el
relato
de
César
se
puede
contrastar
con
las
cartas
de
Cicerón
o
los
testimonios
de
autores
posteriores)56
se
puede
hablar
de
falseamiento
de
la
realidad:
por
supuesto
que
el
retrato
de
sus
adversarios
(Pompeyo,
Catón,
Labieno
o
Escipión)
es
necesariamente
subjetivo
(en
ello
radica
en
parte
su
valor
propagandístico),
pero
en
lo
sustancial
el
relato
de
los
hechos
es
veraz57.
En
realidad,
ni
siquiera
Asinio
Polión
cuestiona
esa
veracidad:
de
las
referencias
explícitas
transmitidas
por
Suetonio,
Plutarco
o
Estrabón,
lo
más
que
puede
decirse
es
que
Asinio
puntualiza
o
completa
el
relato
de
la
guerra
civil
en
la
que
había
participado
activamente
(pero
no
en
la
guerra
de
las
Galias).
Y
¿en
qué
consisten
las
correcciones
de
Asinio?
Básicamente
en
recordar
palabras
textuales
de
César
en
momentos
cruciales
como
el
paso
de
Rubicón
(Suet.
Iul.
33)
o
ante
55
Una
obra
que
Horacio
(carm.
2,1)
esperaba
con
ansiedad
por
comprometida
y
“peligrosa”.
Plutarco
(en
las
biografías
de
Pompeyo
y
César),
Livio,
Suetonio,
Apiano,
Dión
Casio,
Veleyo
Patérculo,
Floro
y
Orosio
(sin
olvidar
la
Farsalia
de
Lucano)
completan,
pero
no
contradicen
en
lo
sustancial
el
relato
de
César.
57
Lo
más
que
los
estudiosos
han
llegado
a
detectar
son
pequeños
errores
en
la
cronología
de
algunos
hechos,
discrepancias
en
las
cifras
de
vencidos,
omisiones
más
o
menos
intencionadas
(la
sublevación
de
sus
legiones
en
Plasencia
es
la
más
evidente;
cf.
Suet.
Iul.
69),
etc.
Errores
imputables,
bien
al
carácter
inacabado
de
la
obra
(lo
que
justificaría
el
juicio
de
Asinio
Polión),
bien
a
su
finalidad
propagandística.
56
Cultura y propaganda política en la Roma republicana
17
los
vencidos
en
Farsalia,
que
descubren
los
motivos
reales
de
sus
decisiones:
“¡Lo
han
querido
ellos!
—exclamó
César
al
contemplar
los
cadáveres
de
los
vencidos
en
el
campo
de
Farsalia—.
Si,
después
de
haber
llevado
a
cabo
tantas
empresas,
no
hubiese
recurrido
a
la
ayuda
de
mi
ejército,
yo,
Gayo
César,
habría
sido
condenado”58.
Un
análisis
detenido
de
estos
y
otros
pasajes59
pondría,
pues,
de
manifiesto
que
Asinio
Polión
desvela
motivaciones
ocultas
de
César
o
completa
“sospechosas”
lagunas
en
determinados
momentos
del
relato
de
la
guerra
civil,
pero
ello
no
significa
que
César
mintiera:
dejando
a
un
lado
determinadas
inexactitudes
o
contradicciones
imputables
a
la
propia
elaboración
de
los
Comentarios
(con
la
superposición
de
materiales
de
distinta
naturaleza
y
relatos
de
diversos
autores)
y
a
la
naturaleza
inacabada
de
la
obra,
de
lo
que,
en
todo
caso,
se
puede
acusar
a
César
es
de
hacer
un
relato
parcial,
autojustificativo
y
apologético.
Lo
cual,
a
esta
alturas,
no
debería
sorprender
a
nadie.
Asinio
Polión,
en
realidad,
disculpa
en
parte
a
César
al
señalar
que,
de
haber
podido,
a
buen
seguro
habría
corregido
algunas
de
estas
deficiencias.
Canfora
va
un
poco
más
lejos:
Asinio
Polión
se
habría
sentido
molesto
ya
que,
a
pesar
de
haber
estado
al
lado
de
César
desde
el
paso
del
Rubicón60,
de
haber
participado
en
la
campaña
de
África61
y
de
haber
tenido
un
papel
decisivo
en
la
guerra
de
Hispania
(César
tras
su
victoria
y,
como
prueba
de
confianza,
le
confió
el
gobierno
de
la
Hispania
Ulterior),
era
ignorado
por
completo
en
el
Bellum
Africum
e
Hispaniense.
Desde
esta
perspectiva,
más
que
un
ataque
a
César
lo
que
Asinio
pretendía
era
“restituir
a
su
propia
persona
la
función
que
consideraba
le
correspondía
y
que
le
parecía
que
había
sido
ofuscada
sin
razón
en
el
relato
cesariano
y
en
el
de
los
colaboradores
del
dictador”.
En
definitiva,
habría
habido
“una
intención
ocultadora
que
podría
estar
relacionada
con
su
postura
a
favor
de
Antonio
durante
los
años
del
triunvirato”
(Canfora
2000:
399).
De
nuevo,
pues,
la
mano
oculta
de
Octaviano;
de
nuevo,
una
instrumentalización
de
los
Comentarios
aun
después
de
la
muerte
de
César.
Pero
de
ser
así
—y
es
lo
que
interesa
destacar—,
el
juicio
crítico
de
Asinio
Polión
hay
que
valorarlo
en
su
justa
medida,
y
restringirlo,
en
todo
caso,
al
relato
de
la
guerra
civil.
Así
las
cosas,
más
que
cuestionar
su
veracidad
histórica,
lo
que
hay
que
valorar
es
la
capacidad
de
César
para,
a
partir
de
unos
hechos
históricos
conocidos
en
mayor
o
menor
medida
por
los
lectores,
"reelaborarlos"
y
utilizar
todos
los
recursos
a
su
alcance
para
convertirlos
en
un
instrumento
de
apología
de
su
persona:
los
commentarii
se
convertirían
así
en
“un
modelo
clásico
de
propaganda,
en
el
que
se
demuestra
que
la
mentira
más
eficaz
es
aquella
que
contiene
mayores
dosis
de
verdad”
(Mariner
1953:
xlv).
Es
lo
que
podríamos
llamar,
con
palabras
de
M.
Rambaud
(1966),
"el
arte
de
la
deformación
histórica".
Sólo
que
la
tesis
de
Rambaud,
aunque
bien
argumentada,
es
demasiado
radical:
además
de
pretender
buscar
por
todas
partes
mecanismos
de
deformación,
se
corre
el
riesgo
de
identificar
propaganda
con
deformación
o,
lo
que
es
peor,
deformación
con
mentira,
cuando
lo
cierto
es
que
la
verdad
de
los
hechos
(es
decir,
las
incuestionables
victorias
de
César,
sus
conquistas,
sus
dotes
de
mando
y
energía)
constituían
su
mejor
y
más
eficaz
propaganda.
58
Suet.
Iul.
30,4.
Las
mismas
palabras,
con
referencia
a
Asinio
Polión
como
fuente,
se
encuentran
en
Plutarco
(Caes.
46,1‐3).
59
Para
Canfora
(2000:
394)
es
muy
probable
que
también
procedan
de
Asinio
Polión
otras
expresiones
y
dichos
de
César
recogidos
por
Suetonio
(Iul.
22,2;
34;
36)
relativos
siempre
a
la
guerra
civil.
60
Lo
dice
él
mismo
en
una
carta
a
Cicerón
(fam.
10,31,2)
y
lo
corrobora
Plutarco
(Caes.
32,7).
61
Plut.
Caes.
52,8.
En
realidad,
ya
Fabre
(1936:
xxvi,
n.
2)
apunta
esta
idea
cuando
afirma
que
“A
Polión
podía
haberle
sentado
mal
el
que
su
nombre
no
fuera
mencionado
una
sola
vez
en
el
relato
de
la
campaña
de
África,
en
la
que
había
tomado
parte”.
18
José Miguel Baños
6.2.
Pero
más
que
comentar
estos
procedimientos,
suficientemente
conocidos62,
para
finalizar
esta
exposición
y
buscar
una
lectura
actual
de
la
obra
de
César,
hay
un
aspecto,
en
realidad
doble,
de
la
Guerra
de
las
Galias63
que
siempre
me
ha
llamado
la
atención
y
sobre
el
que
me
gustaría
reflexionar
brevemente:
la
naturalidad
con
que
César
nos
presenta
una
guerra
cuya
legalidad
no
parece
precisar
de
justificación64
y
la
naturalidad
también
(la
frialdad,
podríamos
decir)
con
que
se
reflejan
las
consecuencias
dramáticas
(en
términos
de
pérdidas
de
vidas
humanas,
devastaciones,
actos
de
crueldad,
esclavitud,
etc.)
de
esa
guerra.
También
en
la
actualidad
estamos
a
las
puertas
de
una
guerra
anunciada,
una
guerra
preventiva
en
aras
de
la
seguridad
del
imperio
(el
único)
y
de
sus
ciudadanos:
América
necesita
una
guerra,
como
la
necesitaba
también
César65.
Por
otra
parte,
y
desde
un
punto
de
vista
docente,
hay
que
reconocer
que
la
lectura
y
traducción
de
la
Guerra
de
las
Galias
no
suele
resultar
demasiado
apasionante
para
nuestros
alumnos.
A
los
ojos
de
un
lector
no
prevenido,
parece
un
relato
frío,
monocorde,
sin
apenas
intensidad
dramática,
sin
que
aparentemente
ocurran
grandes
cosas.
Es
ésta
una
de
las
perversiones
(o
habilidades)
narrativas
de
César:
porque
lo
que
nos
está
contando
en
realidad,
como
si
nada
pasara,
es
la
conquista
de
un
inmenso
territorio,
la
destrucción
de
toda
una
civilización,
el
exterminio
o
esclavitud
de
pueblos
enteros.
Plutarco
ofrece,
con
timbre
de
gloria,
algunas
cifras
estremecedoras:
(12)
“Pues
en
apenas
diez
años
que
duró
la
guerra
de
las
Galias,
conquistó
por
la
fuerza
más
de
ochocientas
ciudades,
sometió
a
trescientos
pueblos,
y,
habiéndose
enfrentado
en
diferentes
ocasiones
a
un
total
de
tres
millones
66 de
enemigos,
abatió
en
combate
a
un
millón
e
hizo
prisioneros
a
otros
tantos”
(Plut.
Caes.
15,5) .
Es
verdad
que
la
mentalidad
imperialista
de
los
pueblos
(y
más
de
un
pueblo
como
el
romano,
que
entendía
la
expansión
como
algo
natural)
hace
que
resulten
inimaginables
en
su
época
consideraciones
críticas
sobre
el
coste
humano,
por
ejemplo,
de
la
guerra
de
las
Galias,
o
62
Barwick
(1951:
36‐69)
y,
sobre
todo,
Rambaud
(1966):
así,
por
ejemplo,
la
ruptura
en
ocasiones
intencionada
de
la
continuidad
de
los
hechos
para
impedir
su
reconstrucción
lógica
y
la
omisión
de
ciertos
detalles
para
conducir
al
lector
en
una
dirección
determinada;
la
utilización
e
inserción
oportuna
de
los
discursos
(propios
o
de
los
adversarios),
la
habilidad
de
César
para
desaparecer
de
escena
en
los
momentos
desfavorables,
mientras
que
en
las
victorias
se
presenta
siempre
como
sujeto
activo
(instituit,
constituit,
existimavit),
el
empleo
de
la
tercera
persona
tan
efectivo
como
la
repetición
misma
del
nombre
de
César
(casi
800
veces
en
el
conjunto
de
las
dos
obras),
la
exageración
o
atenuación
de
las
cifras
(según
se
trate
de
pérdidas
propias
o
ajenas),
etc.
etc.
63
Por
supuesto,
también
la
Guerra
civil
ofrece
lecturas
actuales:
“¿Puede
haber
una
ética
de
la
guerra
civil?
¿Qué
valor
se
puede
considerar
más
elevado
que
el
respeto
a
las
instituciones
legales?
A
estas
preguntas,
los
Antiguos
proponían
respuestas
distintas
a
las
nuestras.
Pero,
¿nos
atreveremos
a
decir
que
no
son
preguntas
actuales?”
(Martin
2000:
4).
64
Tal
vez
sea
excesivo
afirmar
que
“César
no
tuvo…
interés
en
justificar
su
conquista
de
las
Galias
ni
mostrar
la
necesidad
de
la
guerra,
ni
menos
todavía
su
iustitia”
y
que
“toda
la
conquista
de
la
Galia
puede
explicarse
sin
necesidad
de
justificación
por
los
principios
que
guiaban
la
conducta
de
los
romanos”
(Hinojo
1997:
276‐7).
Suetonio
nos
ofrece
un
precioso
testimonio
de
que,
en
ocasiones,
hubo
dudas
sobre
la
iustitia
de
la
guerra
emprendida
por
César
en
las
Galias
(lo
que
justificaría,
añadimos,
la
finalidad
propagandística
de
los
Comentarios):
al
hilo
de
los
acuerdos
de
Luca
del
56,
Suetonio
señala
que,
desde
entonces,
César
“ya
no
desaprovechó
ninguna
ocasión
para
hacer
la
guerra,
ni
aunque
fuera
injusta
y
peligrosa
(nec
deinde
ulla
belli
occasione,
iniusti
quidem
ac
periculosi
abstinuit),
atacando
sin
provocación
tanto
a
las
naciones
aliadas
como
a
los
pueblos
enemigos
y
salvajes,
hasta
el
punto
de
que
el
senado
decretó
en
cierta
ocasión
que
se
enviara
una
embajada
para
comprobar
la
situación
de
las
Galias”
(Suet.
Iul.
24,3).
65
“La
guerra
como
huida”,
titula
con
acierto
Jehne
(2001:
57)
el
capítulo
de
su
monografía
referido
a
la
conquista
de
las
Galias.
66
Las
mismas
cifras
se
repiten
en
la
biografía
de
Pompeyo
(Pomp.
67,10).
Cultura y propaganda política en la Roma republicana
19
los
actos
de
crueldad
y
barbarie67.
Más
bien,
al
contrario:
César
no
duda
en
engordar
las
cifras
de
enemigos
vencidos,
muertos
o
heridos
como
un
procedimiento
más
de
propaganda
y
deformación
histórica:
al
fin
y
al
cabo
la
duración
de
las
supplicationes,
y
por
tanto,
los
días
de
fiesta
en
Roma,
eran
en
cierto
modo
proporcionales
al
número
de
muertos
y
vencidos
en
cada
una
de
sus
victoriosas
campañas.
Y
es
que,
“aunque
el
lector
moderno
puede
en
ocasiones
sentir
cierto
rechazo
ante
la
impertérrita
retahíla
de
imperialismo,
masacre,
ejecuciones
en
masa
y
esclavización
contenida
en
los
Comentarios,
a
un
romano
contemporáneo
todo
eso
no
le
habría
afectado.
De
hecho,
debió
de
haber
sido
difícil,
incluso
para
uno
de
los
oponentes
políticos
de
César,
no
dejarse
llevar
por
la
emoción
de
la
narrativa”68
(Goldsworthy,
2007:
244‐245).
En
realidad,
sólo
hay
un
texto
en
toda
la
literatura
latina
que
pone
el
dedo
en
la
llaga
sobre
los
costes
humanos
de
las
guerras
de
César.
Frente
al
relato
que
acabamos
de
ver
de
Plutarco,
Plinio
el
Viejo,
en
el
libro
VII
de
la
Historia
natural,
después
de
recordar
la
“energía
de
espíritu”
de
César,
su
valor,
constancia
y
rapidez,
al
trazar
la
comparación
con
Pompeyo
no
puede
evitar
recordar
la
cifra
de
1.192.000
muertos
que
provocó
su
guerra
en
las
Galias;
y
eso,
sin
mencionar
las
consecuencias
de
la
guerra
civil,
unas
matanzas
cuyo
alcance
César
ocultó
convenientemente
(ipse
bellorum
civilium
stragem
non
prodendo).
Plinio
es
contundente
en
su
valoración:
“no
podría
poner
entre
sus
títulos
de
gloria
semejante
ultraje
cometido
contra
el
género
humano”:
(13)
Idem
[Caesar]
signis
conlatis
bis
et
quinquagiens
dimicavit,
solus
M.
Marcellum
transgressus,
qui
undequadragiens
dimicavit.
nam
praeter
civiles
victorias
undeciens
centena
et
nonaginta
duo
milia
hominum
occisa
proeliis
ab
eo
non
equidem
in
gloria
posuerim,
tantam
etiam
coactam
humani
generis
iniuriam,
quod
ita
esse
confessus
est
ipse
bellorum
civilium
stragem
non
prodendo.
(“También
César
combatió
en
cincuenta
y
dos
batallas,
por
lo
que
fue
el
único
que
sobrepasó
a
M.
Marcelo,
que
combatió
treinta
y
nueve
veces.
Pues,
a
decir
verdad,
además
de
su
victoria
en
la
guerra
civil,
no
podría
poner
entre
sus
títulos
de
gloria
haber
matado
un
millón
ciento
noventa
y
dos
mil
hombres
en
combate,
un
ultraje
tan
grande
cometido
contra
el
género
humano,
que
él
mismo
reconoció
que
fue
así
al
ocultar
las
muertes
de
las
guerras
civiles”,
Plin.,
nat.
7,92).
Es
verdad
que
otros
historiadores
como
Veleyo
Patérculo
(2,47,1)
rebajan
a
400.000
el
número
total
de
muertos
en
la
Galia
(para
Apiano,
en
cambio,
esa
cifra
se
habría
alcanzado
sólo
en
la
campaña
contra
usípetes
y
tencteros)69
y
otros
tantos
prisioneros,
cifra
con
todo
estremecedora
si
se
tiene
en
cuenta
que
la
población
global
de
la
Galia
no
excedía
de
los
diez
millones
de
habitantes;
sin
olvidar
las
devastaciones,
los
saqueos
y
requisas,
el
tributo
que
César
67
Recuérdese,
por
ejemplo,
la
brutal
represión
de
los
vénetos
tras
su
derrota:
con
el
pretexto
de
que
habían
violado
“el
derecho
de
los
embajadores”,
fueron
ajusticiados
todos
los
senadores
vénetos
y
su
población
vendida
como
esclavos
(Gall.
3,16,4).
Un
derecho,
por
cierto,
que
violará
después
César
cuando
mató
a
traición
a
los
jefes
germanos
de
los
tencteros
y
usípetes
que
habían
acudido
a
entrevistarse
con
él,
para
una
vez
descabezados,
masacrar
a
toda
la
población,
incluidos
mujeres
y
niños
(Caes.
Gall.
4,14‐15).
Catón
quiso
aprovechar
esta
transgresión
flagrante
del
derecho
de
gentes
para
reclamar
que
César
fuera
entregado
al
enemigo
(Plut.
Caes.
22;
Cat.
Mi.
51;
Suet.
Iul.
24,3),
pero
el
senado
premió
la
victoria
(y,
por
tanto,
la
matanza)
con
la
concesión
de
una
nueva
supplicatio
(Caes.
Gall.
4,38,5).
El
juicio
de
Jullian
sobre
este
episodio,
“la
más
sucia
de
sus
acciones”
(1923,
III:
326),
es
concluyente.
La
relación
se
podría
continuar:
en
el
52,
de
los
40.000
habitantes
de
Avárico,
apenas
800
lograron
escapar
a
la
masacre
que
siguió
a
su
asedio
(Gall.
7,28,5);
en
el
51,
en
Oxeloduno,
César,
tras
un
cruel
asedio,
“a
todos
los
que
habían
empuñado
las
armas
les
cortó
las
manos”
(Gall.
8,44,1)
para
que
sirvieran
de
escarmiento
y
advertencia
a
todos
aquellos
que
pretendiesen
sublevarse
contra
Roma,
etc.
68 La
misma
reflexión
hace
R.
Billows
en
una
reciente
biografía
de
César
(2011:
270‐71):
“Durante
aquellos
ocho
años
de
guerra
se
cometieron,
ciertamente,
atrocidades
sin
cuento,
pero,
al
juzgarlas,
no
deberíamos
aplicar
con
demasiada
facilidad
un
criterio
moderno.
Para
un
romano
como
César,
la
única
norma
aplicable
era
el
bienestar,
el
poder
y
la
gloria
de
Roma,
y,
por
supuesto,
el
enriquecimiento
y
la
gloria
del
propio
comandante
romano,
sus
oficiales
y
la
tropa”.
69
App.
Gall.
1,12.
Plutarco
habla
de
“sólo”
300.000
muertos
en
el
conjunto
de
las
campañas
contra
los
germanos
(Cat.
Mi.
51,1).
20
José Miguel Baños
impone
a
las
Galias
o
la
explotación
de
sus
productos.
Es
el
precio
de
la
civilización,
dirán
quienes
como
Mommsen
ven
en
la
conquista
de
las
Galias
una
muestra
de
la
providencia
del
héroe,
poniendo
esta
sangrienta
invasión
en
el
mismo
plano
que
la
helenización
de
Oriente
por
obra
de
Alejandro.
Al
fin
y
al
cabo,
Europa
Occidental
no
sería
la
realidad
histórica
y
cultural
que
todos
conocemos
sin
la
conquista
de
las
Galias.
Una
cruel
ironía
que
refleja
muy
bien
Canfora
(2000:
142):
(14)
“Naturalmente,
la
romanización
de
la
Galia
es
un
fenómeno
de
tales
proporciones
históricas
que
se
impone
que
nos
preguntemos
si
la
contabilidad
de
los
muertos
propuesta
por
Plinio
con
extrema
claridad
(y
con
la
acusación
ácida
a
César
de
haber
escondido
las
cifras)
no
debería
ceder
el
paso,
haciendo
un
balance
histórico,
a
lo
que
podría
considerarse
el
acontecimiento
decisivo
de
la
formación
de
la
Europa
medieval
y
después
moderna:
la
romanización
de
los
celtas,
debida,
precisamente,
a
la
conquista
cesariana.
También
a
propósito
de
la
feroz
conquista
del
Nuevo
Mundo,
debida
a
la
acción
convergente
de
conquistadores
y
misioneros,
por
parte
de
la
vieja
Europa,
surgió,
y
todavía
no
se
ha
agotado,
la
cuestión
del
coste
humano…
Por
otra
parte,
todavía
hoy
se
considera
válida
la
pregunta
“¿qué
historia
habríamos
tenido
sin
Pizarro?”,
pero
no
la
otra:
¿qué
Europa
habría
habido
sin
Julio
César?”
6.3.
Es
más
que
improbable
que
César
fuera
consciente
de
la
trascendencia
histórica
y
de
las
consecuencias
que
su
decisión
de
conquistar
las
Galias
iba
a
tener
para
la
historia
de
Occidente.
Sus
motivos
eran
más
prosaicos,
por
más
que
(por
sobreentendidos
o
inconfesables)
no
aparezcan
muchas
veces
explícitos
en
su
relato.
Simplemente,
César
necesitaba
una
guerra:
“La
conquista
de
la
Galia
fue
un
medio
dirigido
a
un
fin,
y
el
fin
era
el
predominio
de
César
y
su
acceso
al
gobierno
romano”
(Billows
2011:
272‐273).
El
mandato
extraordinario
por
cinco
años
de
la
Galia
Cisalpina
y
de
Iliria
(y,
por
un
golpe
de
suerte,
también
de
la
Galia
Narbonense),
que
se
prorrogará
después
otro
lustro,
había
que
justificarlo
con
una
guerra:
“César
habría
hecho
el
ridículo
ante
la
opinión
pública
romana
si
durante
esos
cinco
años
se
hubiera
limitado
a
cumplir
proba
y
honradamente
las
tareas
jurisdiccionales
y
administrativas
de
un
simple
gobernador
de
provincias”
(Jehne
2001:
60).
Así
que,
a
falta
de
una
guerra,
había
que
inventarla
o
provocarla.
Por
eso,
en
cuanto
tuvo
una
oportunidad,
supo
aprovecharla:
el
intento
de
los
helvecios,
presionados
a
su
vez
por
las
tribus
germánicas,
de
buscar
un
nuevo
asentamiento
junto
al
Atlántico,
en
el
territorio
de
los
santones
(es
decir,
a
más
de
200
km.
de
los
tolosates,
o
lo
que
es
lo
mismo,
de
la
provincia
romana
de
la
Narbonense,
dato
que
César
omite)
fue
la
ocasión
para
intervenir
con
la
excusa
de
que
dicho
movimiento
migratorio
amenazaba
la
seguridad
de
la
Narbonense.
Una
guerra
preventiva
que
se
va
a
prolongar
nada
menos
que
ocho
largos
años
y
siempre
con
argumentos
similares.
“Por
su
histérica
necesidad
de
seguridad
—dice
Jehne
(2001:
65)—,
los
romanos
propendían
a
reaccionar
con
la
represión
ante
cualquier
leve
indicio
de
que
en
su
vasta
zona
de
influencia
estaba
surgiendo
un
poder
enemigo”.
Huelgan
las
comparaciones
con
la
actualidad.
César
necesitaba
una
guerra
con
la
que
alcanzar
el
prestigio
militar
de
Pompeyo
(Plut.
Caes.
28,1‐3),
su
aliado
circunstancial
en
aquel
momento,
pero
su
rival
necesario
en
el
futuro.
La
guerra
era
para
César,
por
tanto,
su
mejor
trampolín
y
propaganda.
Además
de
su
proximidad
a
Italia
(y
la
posibilidad,
por
tanto,
de
influir
en
la
política
interna),
la
elección
de
las
Galias
como
escenario
no
fue,
en
este
sentido,
casual.
Suetonio
dice
explícitamente
(Iul.
22,1)
que
César
“prefirió,
entre
otras,
la
provincia
de
las
Galias
porque
por
sus
recursos
y
situación
privilegiada
ofrecía
una
ocasión
propicia
para
obtener
triunfos”.
Y
Cicerón,
en
el
texto
(8)
del
De
provinciis
consularibus
que
ya
comentamos
(supra,
§
3.2),
nos
da
una
clave
más
para
entender
esa
elección:
César,
que
ya
se
había
presentado
como
continuador
del
legado
y
la
memoria
de
Mario70,
70
Recuérdese
que
como
edil
en
el
65
había
restituido
los
trofeos
de
las
victorias
de
Mario
(Plut.
Caes.
6,1;
Suet.
Iul.
12,
“a
pesar
de
la
oposición
de
la
nobleza”
(Vell.
2,43,4).
Cultura y propaganda política en la Roma republicana
21
pretendía
superar
así
sus
victorias
sobre
cimbros
y
teutones
y,
eliminar,
de
paso
ese
fantasma,
tan
arraigado
en
el
imaginario
romano,
de
la
amenaza
bárbara
del
norte.
César
necesitaba
una
guerra
y
un
mando
militar
lo
más
prolongado
para
estar
a
resguardo
de
la
amenaza
judicial
de
sus
adversarios
políticos
(Suet.
Iul.
23)
y
acallar
sus
críticas
con
victorias71.
Ya
en
el
56,
Lucio
Domicio
amenazó
a
César
con
privarle
del
ejército,
una
amenaza
que
Suetonio
(Iul.
24,1)
presenta
como
desencadenante
de
los
acuerdos
de
Luca
de
abril
del
56
que
iban
a
garantizar
a
César
una
prórroga
de
su
mandato
extraordinario
en
las
Galias
por
otros
cinco
años.
Las
palabras,
en
fin,
que
Asinio
Polión
refiere
en
su
boca
para
justificar
el
paso
del
Rubicón
y
el
estallido
de
la
guerra
civil
son
elocuentes
al
respecto:
“Ellos
lo
han
querido:
a
pesar
de
mis
grandes
hazañas,
yo,
Gayo
César
habría
sido
condenado
si
no
hubiese
recurrido
a
la
ayuda
de
mi
ejército”72
(Suet.
Iul.
30,4).
Esa
fue
la
verdadera
razón
para
desencadenar
la
guerra
civil
y
no
el
“pretexto”
(Suet.
Iul.
30,1;
Iul.
22,2)
de
la
defensa
de
los
derechos
de
los
tribunos
de
la
plebe
o
de
su
honor
personal
(Caes.
civ.
7,2‐7;
Suet.
Iul.
33).
Cesar
necesitaba
una
guerra
para
disponer
de
un
ejército
propio,
de
una
legiones
fieles
y
aguerridas
en
previsión
de
futuro,
ampliando
así
la
base
de
la
plebe
urbana
sobre
la
que
hasta
entonces
se
había
apoyado:
uno
de
los
rasgos
mejor
dibujados
en
el
relato
de
la
Guerra
de
las
Galias,
y
en
el
que
coinciden
también,
de
forma
reiterada,
Suetonio
y
Plutarco,
es
la
relación
recíproca
de
confianza
y
estima
que
se
establece
entre
el
general
y
sus
soldados.
Sus
adversarios
políticos
sabían
muy
bien
de
la
solidez
de
esa
unión,
de
la
devoción
de
los
ejércitos
hacia
su
general.
De
ahí
que
una
de
las
medidas
de
la
factio
fuera
intentar
desactivar
esa
amenaza
obligando
a
César
a
abandonar
el
mando
de
sus
legiones
con
el
argumento
de
que
la
guerra,
de
acuerdo
con
la
propia
propaganda
de
los
Comentarios,
estaba
ya
concluida
(Suet.
Iul.
28,2)73.
César
necesitaba
una
guerra
para
aumentar
su
clientela
en
Roma
y,
por
tanto,
la
base
de
su
apoyo
electoral:
ya
como
cuestor
había
defendido
la
concesión
de
la
ciudadanía
a
las
colonias
latinas
transpadanas
(Suet.
Iul.
8),
algo
que
hará
realidad
en
el
49
al
inicio
del
guerra
civil
(D.C.
41,36,3).
Además
de
los
muchos
ciudadanos
romanos
(potenciales
partidarios
en
las
elecciones)
que
vivían
en
la
Galia
Cisalpina,
la
provincia
le
proporcionará
recursos
humanos
con
que
engrosar,
en
caso
necesario,
las
filas
de
sus
legiones74.
Las
maniobras
de
sus
enemigos
políticos
muestran
la
importancia
esta
clientela:
en
el
51,
el
cónsul
Marco
Marcelo
propuso
privar
de
la
ciudadanía
romana
a
los
colonos
que
César
había
establecido
en
Como
(Plut.
Caes.
29,2;
Suet.
Iul.
28,4).
César
necesitaba,
en
fin,
una
guerra
para
resolver
definitivamente
sus
problemas
económicos
(fundamentalmente
por
el
endeudamiento
en
las
sucesivas
campañas
electorales),
y
a
fe
que
lo
consiguió75.
Es
éste
un
aspecto
que
César
omite
intencionadamente
en
sus
Comentarios
pero
al
que
Suetonio
dedica
mucha
más
extensión
(Iul.
26,2‐28,2)
que
al
relato
mismo
de
sus
conquistas
(Iul.
25).
Y
al
final
de
su
biografía,
en
el
recuento
de
sus
virtudes
y
defectos,
no
puede
dejar
de
consignar
esta
realidad:
“En
la
Galia
esquilmó
santuarios
y
templos
de
71
La
anécdota
que
cuenta
Suetonio
sobre
la
reacción
de
César
al
conseguir
el
mando
extraordinario
en
las
Galias,
a
pesar
de
la
oposición
de
la
oligarquía
senatorial,
es
más
que
significativa:
dijo
que
“a
partir
de
ese
momento
iba
a
machacar
las
cabezas
de
todos
ellos”,
ex
eo
insultaturum
omnium
capitibus
Suet.
Iul.
22,2).
72
Suetonio
acaba
de
comentar
que
Catón,
el
enemigo
más
persistente
de
César,
había
anunciado
muchas
veces
“bajo
juramento,
que
acusaría
a
César
en
cuanto
licenciara
su
ejército”
(Iul.
30,3).
73
Esa
fue
la
propuesta
y
los
argumentos
del
cónsul
del
51
M.
Claudio
Marcelo
(Suet.
Iul.
28,2).
74
Por
ejemplo,
la
famosa
legio
V
Aulada
fue
reclutada
por
César
entre
los
galos
transalpinos,
y
a
todos
sus
miembros
acabará
concediéndoles
la
ciudadanía
(Suet.
Iul.
24,2).
75
Dión
Casio
(42,49,4)
recoge
la
frase
de
César
de
que
los
fundamentos
de
la
dignitas
son
el
dinero
y
los
soldados,
y
que,
verídica
o
no,
resume
muy
bien
su
actuación.
En
realidad,
las
Galias
se
presentaban
a
los
romanos
como
unas
“Américas”.
El
ejemplo
de
Quinto,
el
hermano
de
Cicerón,
es
elocuente
(Cic.
Q.
fr.
2,14,3;
3,6,1),
y
a
ello
contribuyó,
sin
duda,
el
propio
César:
“Envíame
a
otro,
que
yo
le
enriqueceré”
(fam.
7,5,2).
22
José Miguel Baños
los
dioses
repletos
de
donativos,
y
destruyó
las
ciudades
más
veces
por
conseguir
un
botín
que
por
represalias;
el
resultado
es
que
nadaba
en
oro
y
lo
vendía
al
por
menor
en
Italia
y
las
provincias”
(Suet.
Iul.
54,2),
con
lo
que
el
precio
del
metal
precioso
acabó
devaluándose
una
cuarta
parte.
Con
este
ingente
botín
de
la
conquista
no
sólo
se
aseguró
la
gratitud
y
fidelidad
de
sus
tropas
(regaló,
por
ejemplo,
un
esclavo
a
cada
uno
de
sus
soldados)76
sino
que
pudo
hacer
frente
a
los
costes
de
las
fastuosos
obras
públicas
—otra
forma
de
propaganda—
ya
iniciadas77
y
comprar
el
apoyo
de
personajes
influyentes
en
su
enfrentamiento
con
la
factio
senatorial78.
Cesar
necesitaba
una
guerra.
Y,
sin
embargo,
éstas
y
otras
razones
no
aparecen
como
tales
en
los
Comentarios:
César
se
habría
limitado,
como
todo
general
romano
respetuoso
con
la
legalidad,
a
cumplir
un
mandato
del
senado
y
a
garantizar
la
seguridad
de
los
territorios
romanos
y
la
de
sus
aliados.
Y
nos
logra
convencer
de
que
realmente
fue
así.
En
ello
radica,
en
gran
medida,
su
propaganda
y
su
habilidad
narrativa.
Para
concluir,
nada
mejor
que
un
cita
de
Martin
Jehne,
autor
de
una
densa
y
excelente
biografía
de
César,
que
resume
muy
bien
esta
idea:
(15)
“Cuando
se
examina
retrospectivamente
el
gobierno
de
César
y
su
gran
guerra,
o
cadena
de
guerras,
que
llevó
a
cabo
desde
el
58
hasta
el
51,
se
experimentan
sentimientos
opuestos.
Es
cierto
que
la
guerra,
la
destrucción
de
poderes
extranjeros
y,
llegado
el
caso,
la
expansión
eran
en
Roma
una
cosa
tan
natural
que
tiene
poco
sentido
pretender
juzgar
a
César
con
las
pautas
anacrónicas
de
un
pacifismo
o
un
humanismo
modernos.
Pero
si
se
tiene
en
cuenta
que
César
forzó
el
estallido
y
la
prosecución
de
una
guerra
que
no
era
absolutamente
necesaria
de
acuerdo
con
los
esquemas
romanos,
entran
escalofríos
de
pensar
que
durante
ocho
años
estuvo
conquistando
un
territorio
enorme,
fundamentalmente
porque
las
maquinaciones
políticas
de
Roma
habían
puesto
al
frente
del
gobierno
de
la
Narbonense
a
un
hombre
que
necesitaba
urgentemente
una
gran
guerra”
(Jehne
2001:
81).
No
creo
que
sea
preciso
insistir,
por
evidentes,
en
los
paralelismos
con
la
situación
actual.
La
historia,
por
desgracia,
se
ha
vuelto
a
repetir.
76
De
la
generosidad
de
César
con
sus
legiones
da
cuenta
reiterada
Suetonio
(Iul.
26,3;
38,1;
67,1).
La
más
importante,
el
famoso
Forum
Iulium,
“cuyo
solar
costó
más
de
diez
millones
de
sestercios”
(Suet.
Iul.
26,2).
78
Plut.
Caes.
29,3;
Suet.
Iul.
29,1.
Entre
otros,
al
cónsul
del
50
Lucio
Paulo,
para
contrarrestar
la
hostilidad
de
su
colega
G.
Claudio
Marcelo.
Pero
el
caso
más
llamativo
fue,
sin
duda,
el
del
joven
Curión,
hasta
entonces
enemigo
de
César.
Después
de
pagar
sus
deudas,
que
según
Suetonio
ascendían
a
dos
millones
y
medio
de
denarios,
Curión,
como
tribuno
de
la
plebe
en
el
50,
se
va
a
convertir
en
el
portavoz
de
los
intereses
de
César
en
el
senado
oponiéndose
con
inteligencia
y
firmeza
a
las
maniobras
de
los
adversarios
de
su
nuevo
amo.
77
Cultura y propaganda política en la Roma republicana
23
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