Cultura y propaganda política en la Roma republicana: ayer y hoy de los Comentarios cesarianos

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Descripción

Cultura
y
propaganda
política
en
la
Roma
republicana:
 ayer
y
hoy
de
los
Comentarios
cesarianos
 
 
 José
Miguel
Baños
 


Departamento
de
Filología
Latina
 Universidad
Complutense
 [email protected]


 Resumen:
 En
 una
 visión
 retrospectiva,
 para
 entender
 el
 alcance
 propagandístico
 de
 los
 Comentarios
 cesarianos
 y
 la
 oportunidad
 de
 su
 publicación
 (§
 5),
 hay
 que
 tener
 presente
 que
 este
tipo
de
memorias
autojustificativas
y
apologéticas
contaba
con
una
rica
tradición
literaria
(§
 2).
Además,
hay
que
situar
los
Comentarios
en
un
contexto
mucho
más
amplio
de
propaganda
 política
en
torno
a
la
figura
del
vencedor
de
las
Galias
(§
3),
réplica
en
cierto
modo
a
toda
una
 literatura
 crítica
 (discursos
 difamatorios,
 poemas,
 libelos,
 panfletos,
 etc.),
 incluidas
 aquellas
 obras
 que,
 en
 el
 elogio
 de
 los
 adversarios
 políticos
 de
 César,
 encerraban
 un
 ataque
 velado
 o
 directo
a
su
persona
(§
4):
la
polémica
de
los
Catones
y
Anticatones
es
un
buen
reflejo
de
esta
 literatura
de
combate.
Por
último,
como
lectura
actualizada,
guerras
recientes
como
la
de
Irak
 hacen
inevitable
el
paralelismo
con
la
forma
en
que
César,
en
la
De
bello
Gallico,
nos
presenta
 una
guerra
“justa”
y
“preventiva”
(§
6).
El
texto
de
este
artículo
reproduce,
adaptados
para
su
 publicación,
 los
 contenidos
 de
 una
 ponencia
 presentada
 en
 el
 Coloquio
 Presente
 /
 Pasado:
 las
 lecciones
 de
 la
 Antigüedad,
 celebrado
 en
 la
 Facultad
 de
 Filología
 de
 la
 UCM,
 y
 del
 Curso
 de
 Doctorado
“Cultura
y
política
en
la
Roma
tardo‐republicana”
que
impartí
en
esa
misma
Facultad.
 
 Palabras
clave:
César,
Cicerón,
Comentarios,
literatura
propagandística.

 
 
 
 
 1.
INTRODUCCIÓN:
PROPAGANDA,
CENSURA,
MECENAZGO
Y
LECTURA.
 

 
 A
 modo
 de
 introducción,
 no
 está
 demás
 recordar
 el
 significado
 mismo
 del
 término
 propaganda
tal
como
aparece
en
el
diccionario
de
la
RAE
(ed.
1992):
 
 
 (1)
Propaganda.
(del
lat.
propaganda,
que
ha
de
ser
propagada).
f.
Congregación
de
cardenales
nominada
De
 propaganda
fide,
para
difundir
la
religión
católica.
//
2.
Por
ext.,
asociación
cuyo
fin
es
propagar
doctrinas,
opiniones,
 etc.
//
3.
Acción
o
efecto
de
dar
a
conocer
una
cosa
con
el
fin
de
atraer
adeptos
o
compradores.
//
4.
Textos,
trabajos
 o
medios
empleados
para
este
fin.

 


De
 acuerdo
 con
 esta
 definición,
 además
 de
 aprender
 que,
 aunque
 la
 práctica
 de
 la
 propaganda
es
tan
antigua
como
la
historia
humana,
el
término
en
sí
es
relativamente
reciente1,
 vemos
que
son
fundamentalmente
las
ideas
el
objeto
esencial
de
toda
propaganda,
y
los
textos
el
 medio
 
 habitual
 para
 difundir
 o
 propagar
 dichas
 ideas.
 Con
 lo
 que
 un
 título
 tan
 amplio
 como
 “cultura
y
propaganda
política”
podría
ya
acotarse,
justificadamente,
restringiendo
el
alcance
del
 término
cultura
a
la
literatura:
en
definitiva,
vamos
a
ver
cómo
los
textos
latinos,
su
literatura,
son
 o
pueden
ser
un
instrumento
de
propaganda
política
en
Roma.


 1


 Fue
 acuñado
 en
 realidad
 en
 1622
 por
 el
 Papa
 Gregorio
 XV,
 en
 los
 tiempos
 de
 la
 contrarreforma,
 cuando
 creó
 la
 Sagrada
Congregación
De
Propaganda
Fide
con
el
objetivo
último
de
difundir
el
catolicismo
y
contrarrestar
de
paso
el
 avance
de
las
ideas
protestantes.


2

José Miguel Baños

1.1.
Estoy
seguro
de
que,
puestos
concretar
en
un
personaje
o
en
una
época
de
la
historia
 de
 Roma
 la
 instrumentalización
 política
 de
 literatura,
 una
 de
 las
 asociaciones
 inmediatas
 es
 la
 figura
de
Augusto.

Pero
el
problema
de
la
época
de
Augusto,
y
en
general
del
período
imperial,
es
 que
 con
 el
 control
 político
 y
 cultural
 por
 parte
 de
 los
 emperadores
 y
 de
 su
 entorno,
 las
 posibilidades
propagandísticas
de
la
literatura,
aunque
evidentes,
son
mucho
menos
variadas
que
 en
época
republicana.
Básicamente,
se
reducen
a
dos
manifestaciones
opuestas:
el
mecenazgo
y
 la
 censura.
 En
 efecto,
 Augusto,
 a
 la
 vez
 que
 alentaba
 una
 literatura
 oficial
 que
 justificaba
 los
 ideales
 del
 nuevo
 régimen2,
 supo
 silenciar
 voces
 discrepantes
 y
 obras
 críticas
 que
 suponían
 una
 amenaza
para
la
restauración
de
los
valores
del
princeps
o
una
revisión
de
la
historia
oficial
de
los
 vencedores3.
 Sin
 necesidad
 de
 entrar
 en
 detalles4,
 baste
 recordar
 las
 palabras
 de
 Tácito,
 que,
 aunque
 referidas
 a
 la
 política
 represora
 de
 Domiciano
 (81‐96
 d.C.),
 reflejan
 de
 forma
 estremecedora
el
ambiente
de
toda
una
época:

 
 (2)
 Legimus…
 neque
 in
 ipsos
 modo
 auctores,
 sed
 in
 libros
 quoque
 eorum
 saevitum…
 Scilicet
 illo
 igne
 vocem
 populi
 Romani
 et
 libertatem
 senatus
 et
 conscientiam
 generis
 humani
 aboleri
 arbitrabantur,
 expulsis
 insuper
 sapientiae
 professoribus
 atque
 omni
 bona
 arte
 in
 exilium
 acta,
 ne
 quid
 usquam
 honestum
 occurreret.
 dedimus
 profecto
 grande
 patientiae
 documentum;
 et
 sicut
 vetus
 aetas
 vidit
 quid
 ultimum
 in
 libertate
 esset,
 ita
 nos
 quid
 in
 servitute…
Memoriam
quoque
ipsam
cum
voce
perdidissemus,
si
tam
in
nostra
potestate
esset
oblivisci
quam
tacere
 (“Hemos
leído…
que

no
sólo
se
cebó
la
crueldad
con
los
escritores
mismos,
sino
también
con
sus
obras…
Creían
sin
 duda
 que
 con
 aquellas
 llamas
 destruían
 la
 voz
 del
 pueblo
 romano,
 la
 libertad
 del
 senado,
 la
 conciencia
 de
 la
 humanidad,
 al
 expulsar
 a
 los
 maestros
 de
 filosofía
 y
 desterrar
 todos
 los
 nobles
 talentos
 para
 que
 nada
 honesto
 apareciera
nunca
a
su
vista.
Dimos,
sin
duda,
un
gran
ejemplo
de
mansedumbre;
y
así
como
los
antiguos
conocieron
 hasta
 dónde
 podía
 llegar
 la
 libertad,
 nosotros
 hemos
 conocido
 el
 colmo
 de
 la
 esclavitud…
 Y
 habríamos
 perdido
 la
 memoria
junto
con
la
voz,
si
hubiera
estado
en
nuestra
mano
el
olvidar
como
lo
estuvo
el
callar”,
Tac.
Agr.
2)

 


1.2.
De
todos
modos,
conviene
no
perder
de
vista
que
tanto
los
efectos
de
la
censura
como
 el
alcance
propagandístico
de
la
literatura,
su
capacidad
para
influir
sobre
la
opinión
pública,
eran
 más
que
limitados
en
esta
época,
aunque,
eso
sí,
entre
el
reducido
grupo
de
potenciales
lectores
 se
 encontraban
 los
 estamentos
 más
 influyentes
 de
 la
 sociedad
 romana.
 Y
 es
 que
 la
 lectura
 constituía,
ante
todo,
un
ornamento
y
privilegio
de
los
círculos
aristocráticos,
del
grupo
de
libertos
 2


De
todos
modos,
aunque
es
un
lugar
común
afirmar
que
la
administración
autocrática
de
Augusto
fue
un
escenario
 ideal
 para
 la
 instrumentalización
 política
 del
 mecenazgo
 literario,
 ello
 no
 significa,
 como
 ya
 señalara
 Syme
 ([1939]
 1989:
576),
“que
los
poetas
e
historiadores
que
brindaron
su
talento
a
la
glorificación
del
nuevo
régimen,
en
el
Estado
 y
en
la
sociedad,
eran
simplemente
los
apologistas
pagados
y
complacientes
del
despotismo”.
Es
cierto
que
Mecenas
 supo
 captar
 muy
 pronto
 a
 los
 poetas
 más
 prometedores
 y
 que
 éstos
 eran
 conscientes
 del
 papel
 que
 podía
 jugar
 la
 literatura
 para
 el
 establecimiento
 del
 nuevo
 régimen,
 pero
 “no
 puede
 decirse
 que
 todo
 ´augustanismo´
 en
 la
 literatura
´augústea´
represente
una
línea
de
partido
dirigida
desde
arriba.
Livio,
que
no
pertenecía
a
ningún
círculo
ni
 a
ningún
mecenas,
escribió
una
historia
que
en
muchos
aspectos
es
tan
augústea
como
la
Eneida”
(Kenney‐Clausen
 1989:
26).
 3 
 No
 es
 casualidad
 que
 se
 nos
 hayan
 perdido
 todas
 las
 obras
 históricas
 que
 ofrecían
 una
 visión
 crítica
 del
 propio
 Augusto
o
un
elogio
de
héroes
republicanos
como
Catón,
Pompeyo
o
Bruto.
El
caso
de
las
Historiae
de
Asinio
Polión,
 una
de
las
figuras
más
importantes
de
su
generación,
sobre
el
que
volveremos
más
tarde,
es
sin
duda
significativo.
 Así,
 historiadores
 anticesarianos
 como
 Labieno
 u
 oradores
 críticos
 como
 Casio
 Severo
 vieron
 cómo
 sus
 obras
 se
 quemaban
en
público;
la
obra
poética
de
Cornelio
Galo,
el
padre
de
la
elegía
romana,
fue
eliminada
de
las
bibliotecas
 públicas
 después
 de
 que
 éste
 cayera
 en
 desgracia
 por
 su
 actuación
 en
 Egipto
 y
 se
 suicidara;
 por
 no
 hablar
 de
 la
 famosa
relegatio
de
Ovidio
(que
afortunadamente
no
alcanzó
a
su
obra
poética)
o
de
la
censura
maquiavélica
de
la
 correspondencia
de
Cicerón:
si
hemos
de
hacer
caso
a
la
sugestiva
hipótesis
de
Carcopino
(1957),
Ático,
a
instancias
 de
 Augusto,
 habría
 publicado
 de
 forma
 interesada
 sólo
 la
 parte
 de
 su
 correspondencia
 que
 más
 desprestigiaba
 la
 figura
 política
 del
 orador.
 En
 cambio,
 no
 se
 nos
 ha
 conservado,
 por
 comprometedora,
 la
 correspondencia
 entre
 Cicerón
y
el
propio
Augusto
 4 
Sigue
siendo
una
lectura
imprescindible
el
estudio
magistral
de
Luis
Gil
sobre
la
censura
en
el
mundo
romano
(1985:
 125‐314).


Cultura y propaganda política en la Roma republicana

3

y
 esclavos
 que
 conformaban
 gramáticos
 y
 rétores,
 y
 de
 una
 minoría
 de
 la
 clase
 media:
 “ni
 millones,
 ni
 siquiera
 centenares
 de
 miles,
 tal
 vez
 no
 más
 de
 algunas
 decenas
 de
 miles
 en
 los
 mejores
 tiempos”
 (Auerbach
 1958:
 178).
 Unas
 cifras
 que
 se
 reducen
 más
 aún
 en
 el
 caso
 de
 la
 lectura
de
obras
poéticas:
salvo
el
drama
y
la
oratoria,
éstas
tenían
como
destinatarios
a
un
grupo
 selecto
de
lectores
que
debían
compartir
el
universo
conceptual
y
los
presupuestos
estéticos
del
 poeta
(Baños
2001:
123).


 Esta
constatación
es,
si
cabe,
más
evidente
en
la
época
de
César:
apenas
existe
una
industria
 editorial5
y
las
contadas
bibliotecas
son
todas
ellas
privadas6;
en
este
sentido,
la
figura
de
Cicerón
 (bibliófilo
y
preocupado
por
la
conservación
de
su
obra),
más
que
un
ejemplo
de
su
época,
es
una
 notable
 excepción.
 Y,
 sin
 embargo,
 frente
 a
 la
 época
 imperial,
 el
 período
 republicano,
 y
 más
 en
 concreto
 el
 s.
 I.
 a.C.,
 ofrece,
 en
 medio
 de
 una
 mayor
 libertad
 de
 expresión
 y
 de
 un
 ambiente
 político
convulso,
las
más
variadas
manifestaciones
de
cómo
la
literatura
y
los
textos
en
general
se
 pueden
 convertir
 en
 vehículo
 de
 propaganda
 política:
 la
 figura
 y
 la
 obra
 de
 César
 son
 en
 este
 sentido,
tal
vez,
el
mejor
ejemplo
de
ello.
 1.3.
Para
entender
el
significado
y
alcance
propagandístico
de
los
Comentarios
no
se
puede
 perder
de
perspectiva
que
este
tipo
de
memorias
autojustificativas
y
apologéticas
contaba,
como
 veremos
 (§
 2),
 con
 una
 rica
 tradición
 literaria:
 antepasados
 tan
 ilustres
 como
 Escauro
 y
 Sila,
 o
 contemporáneos
como
Cicerón,
sintieron
la
necesidad
de
justificar
ante
la
posteridad
su
actuación
 política.
 Además,
 hay
 que
 situar
 los
 Comentarios
 en
 un
 contexto
 mucho
 más
 amplio
 de
 propaganda
política
en
torno
a
la
figura
del
vencedor
de
las
Galias
(§
3),
réplica
en
cierto
modo
a
 toda
 una
 literatura
 crítica
 (discursos
 difamatorios,
 poemas,
 libelos,
 panfletos,
 etc.),
 incluidas
 aquellas
 obras
 históricas
 que,
 en
 el
 elogio
 de
 los
 adversarios
 políticos
 de
 César,
 encerraban
 un
 ataque
velado
o
directo
a
su
persona
(§
4):
la
polémica
de
los
Catones

y
Anticatones
es
un
buen
 reflejo
de
esta
literatura
de
combate.
Por
otra
parte,
la
efectividad
de
los
Comentarios,
su
impacto
 propagandístico,

están
directamente
relacionados
con
el
momento
en
que
fueron
publicados
(§
 5);
en
este
punto,
las
razones
y
el
momento
de
publicación
de
la
Guerra
de
las
Galias
por
parte
de
 César
 son
 bien
 distintas
 a
 la
 manipulación
 que
 su
 herederos
 políticos
 hicieron
 de
 la
 inconclusa
 Guera
 civil
 si
 hemos
 de
 hacer
 caso
 a
 dos
 recientes
 y
 sugestivas
 hipótesis
 (Canfora
 2000,
 Martin
 2000).
Por
último,
puestos
a
buscar
una
lectura
actual
de
los
Comentarios,
en
el
momento
en
que
 se
celebró
el
Coloquio
la
inminencia
de
una
guerra
anunciada7
hacía
inevitable
el
paralelismo
con
 la
forma
en
que
César,
en

De
bello
Gallico,
nos
presenta
una
guerra
“justa”
y
“preventiva”
(§
6).

 
 2.
LOS
COMENTARIOS
CESARIANOS:
LA
TRADICIÓN
DE
UN
GÉNERO.
 
 Es
 un
 lugar
 común
 señalar
 que,
 con
 la
 publicación
 de
 los
 Commentarii,
 César
 buscaba
 dos
 objetivos
fundamentales:
(i)
ofrecer
materiales
de
primera
mano
a
los
futuros
historiadores
que
 habrían
 de
 narrar
 y
 juzgar
 su
 actuación
 en
 aquel
 período
 crítico
 de
 la
 historia
 de
 Roma;
 y
 (ii)
 defenderse
de
las
críticas
y
acusaciones
de
que
era
objeto
por
parte
de
sus
adversarios
políticos
 haciendo
de
paso
una
apología
de
su
persona.

 2.1.
La
primera
de
las
intenciones
la
señalan
explícitamente
dos
textos
contemporáneos
de
 5


Aunque
Catulo
(14,17‐18)
y
el
propio
Cicerón
(Phil.
2,21)
nos
hablan
de
la
existencia
de
tiendas
de
libros
donde
se
 podían
encontrar
volumina
de
“pésimos
poetas”,
el
comercio
del
libro
floreció,
sobre
todo,
en
el
s.
I.
d.C.:
entre
otros
 famosos
libreros,
Horacio
nos
habla
de
los
Sosios,
Quintiliano
y
Marcial
de
Trifón,
Atrecto,
etc.


 6 
Poco
antes
de
su
muerte
César
encargó
a
Varrón
la
organización
y
dirección
de
una
biblioteca
griega
y
latina
abierta
 al
público
(Suet.
Iul.
44,2).
 7 
El
Coloquio
Presente
/
Pasado:
las
lecciones
de
la
Antigüedad,
se
celebró
a
comienzos
de
diciembre
de
2002,
cuando
 se
 anunciaba
 ya,
 inminente
 y
 “necesaria”,
 la
 guerra
 de
 EEUU
 y
 sus
 aliados
 contra
 Irak,
 iniciada
 finalmente
 el
 20
 de
 mayo
de
2003.


4

José Miguel Baños

los
Comentarios,
uno
del
Brutus
de
Cicerón,
y
el
otro
de
Hircio,
el
lugarteniente
de
César,
en
su
 prólogo
al
libro
octavo
de
la
Guerra
de
las
Galias:
 
 (3)
 Tum
 Brutus:
 orationes
 quidem
 eius
 mihi
 vehementer
 probantur.
 compluris
 autem
 legi;
 atque
 etiam
 commentarios
quosdam
scripsit
rerum
suarum.
Valde
quidem,
inquam,
probandos;
nudi
enim
sunt,
recti
et
venusti,
 omni
ornatu
orationis
tamquam
veste
detracta.
sed
dum
voluit
alios
habere
parata,
unde
sumerent
qui
vellent
scribere
 historiam,
 ineptis
 gratum
 fortasse
 fecit,
 qui
 volent
 illa
 calamistris
 inurere:
 sanos
 quidem
 homines
 a
 scribendo
 deterruit;
nihil
est
enim
in
historia
pura
et
inlustri
brevitate
dulcius.

(“Sus
discursos
[los
de
César]—dijo
Bruto—
son
 sin
 duda
 merecedores
 de
 mi
 más
 sentida
 admiración.
 He
 leído
 muchos
 de
 ellos
 y
 también
 los
 Comentarios
 que
 escribió
sobre
sus
campañas”.
“Es
verdad
que
son
dignos
de
admiración”,
añadí
yo;
“pues
están
escritos
en
un
estilo
 sencillo,
simple
y
elegante,
desprovistos
—como
un
cuerpo
desnudo—
de
todo
ornato
retórico.
Ahora
bien,
al
querer
 que
otros,
los
futuros
historiadores,
dispusieran
de
materiales
en
los
que
basarse,
es
posible
que
diera
satisfacción
a
 esos
ineptos
que
quieren
rizar
las
obras
con
calamistros;
pero,
a
buen
seguro,
ha
disuadido
de
escribir
sobre
el
tema
a
 la
 gente
 sensata:
 en
 el
 género
 historiográfico
 no
 hay
 nada
 más
 agradable
 que
 una
 concisión
 pura
 y
 brillante”,
 Cic.
 Brut.
262)
 
 (4)
 Constat
 enim
 inter
 omnes
 nihil
 tam
 operose
 ab
 aliis
 esse
 perfectum,
 quod
 non
 horum
 elegantia
 commentariorum
 superetur:
 qui
 sunt
 editi,
 ne
 scientia
 tantarum
 rerum
 scriptoribus
 deesset,
 adeoque
 probantur
 omnium
 iudicio
 ut
 praerepta,
 non
 praebita,
 facultas
 scriptoribus
 videatur.
 Cuius
 tamen
 rei
 maior
 nostra
 quam
 reliquorum
 est
 admiratio:
 ceteri
 enim,
 quam
 bene
 atque
 emendate,
 nos
 etiam,
 quam
 facile
 atque
 celeriter
 eos
 perfecerit
 scimus.
 Erat
 autem
 in
 Caesare
 cum
 facultas
 atque
 elegantia
 summa
 scribendi,
 tum
 verissima
 scientia
 suorum
 consiliorum
 explicandorum
 (“Es
 evidente,
 pues,
 para
 todos
 que
 nadie
 ha
 escrito,
 por
 mucho
 cuidado
 que
 haya
puesto,
una
obra
que
supere
la
elegancia
de
estos
Comentarios.
Han
sido
publicados
para
que
no
les
faltara
a
los
 escritores
 el
 conocimiento
 de
 sucesos
 tan
 importantes,
 y
 hasta
 tal
 punto
 gozan
 de
 una
 estimación
 unánime,
 que
 parece
que,
en
vez
de
dar,
han
privado
a
los
historiadores
de
la
posibilidad
de
escribir
sobre
ellos.
Ahora
bien,
en
este
 punto
nuestra
admiración
supera
a
la
de
los
demás
porque
el
resto
sabe
con
qué
cuidado
y
perfección
los
compuso,
 nosotros,
además,
con
qué
facilidad
y
rapidez.
Y
es
que
en
César
se
conjugaba
un
extraordinario
talento
y
elegancia
 de
estilo
con
una
innegable
habilidad
para
justificar
sus
decisiones”
(Caes.
Gall.
8,1,4‐7)
 



 Al
margen
del
indudable
paralelismo
entre
los
dos
textos
(que
hace
pensar
en
una
más
que
 probable
deuda
de
Hircio
con
el
pasaje
del
Brutus
de
Cicerón)8,
ambos
se
limitan
a
señalar
que
la
 obra
de
César
responde
a
las
leyes
del
género
de
los
commentarii
(es
decir,
ofrecer
materiales
y
 documentación
 para
 futuros
 historiadores),
 sólo
 que
 su
 excepcional
 calidad
 estética
 hacía
 innecesario
cualquier
trabajo
posterior
de
reelaboración
literaria.
Sin
embargo,
salvo
la
apostilla
 final
de
Hircio
(tum
verissima
scientia
suorum
consiliorum
explicandorum),
poco
se
nos
dice
de
su
 valor
 propagandístico
 o
 de
 su
 veracidad
 histórica.
 Podría
 pensarse
 que
 porque
 Cicerón
 e
 Hircio
 evitan
ser
críticos:
al
fin
y
al
cabo,
éste
fue
uno
de
los
más
estrechos
colaboradores
de
César
y
el
 orador,
 en
 el
 momento
 (marzo
 del
 46
 a.C.)
 en
 que
 escribe
 el
 Brutus
 (pocos
 meses
 después
 pronunciará
ese
panegírico
a
la
clemencia
de
César
que
es
el
Pro
Marcello),
se
halla
inmerso
en
la
 polémica
 de
 los
 catones
 y
 anticatones
 de
 la
 que
 hablaremos
 más
 tarde,
 lo
 que
 podría
 hacer
 pensar
 en
 un
 elogio
 interesado
 de
 los
 Comentarios9.
 Ahora
 bien,
 sin
 ignorar
 estos
 otros
 8


 Un
 aspecto
 en
 el
 que
 no
 puedo
 detenerme
 pero
 que
 resulta
 evidente
 de
 la
 lectura
 atenta
de
 ambos
 pasajes,
 del
 contexto
en
que
se
escriben
las
dos
obras
y
de
la
relación
entre
sus
autores.

 9 
 Resulta
 más
 que
 sospechoso
 que
 Cicerón,
 que
 había
 prometido
 en
 el
 Brutus
 no
 hablar
 ni
 emitir
 juicios
 sobre
 oradores
vivos
(in
hoc
sermone
nostro
statui
neminem
eorum
qui
viverent
nominare,
Brut.
231),
de
repente,
se
ponga
 a
elogiar
a
César
por
boca
de
Bruto
y
Ático.
Canfora
(2000:
403‐409)
piensa
que
el
elogio
de
la
oratoria
de
César
y
de
 las
 cualidades
 literarias
 de
 sus
 Comentarios
 es
 interesado
 y
 circunstancial:
 si,
 como
 apuntan
 algunos
 editores
 modernos
 (Barwick
 1949;
 Douglas
 1966),
 el
 Brutus
 que
 conocemos
 es
 el
 resultado
 de
 una
 segunda
 edición
 con
 modificaciones
 y
 añadidos,
 Cicerón
 habría
 aprovechado
 la
 ocasión
 para
 dar
 cumplida
 (y
 complaciente)
 respuesta
 a
 César.
Éste,
según
cuenta
Plutarco
(Caes.
3,4),
al
publicar
su
Anticato
como
réplica
literaria
y
política
al
panegírico
que
 el
 orador
 había
 dispensado
 a
 su
 adversario
 político
 (infra,
 §
 4),
 solicita
 a
 Cicerón
 que
 no
 juzgue
 con
 demasiada
 severidad
la
rudeza
oratoria
de
un
hombre
de
guerra
como
él,
comparado
con
la
brillantez
y
experiencia
del
Arpinate.
 Y
Cicerón,
ya
de
por
sí
preocupado
por
el
malestar
que
en
el
entorno
de
César
había
provocado
su
panegírico
a
Catón,



Cultura y propaganda política en la Roma republicana

5

condicionantes,
lo
cierto
es
que
la
autojustificación
personal
en
este
tipo
de
obras,
como
vamos
a
 ver,
 es
 tan
 connatural
 al
 género
 que,
 a
 buen
 seguro,
 Cicerón
 no
 consideró
 necesario
 comentar
 algo
por
lo
demás
obvio.

 
 2.2.
 Como
 prueba,
 no
 esta
 de
 más
 recordar,
 a
 este
 respecto,
 algunos
 precedentes
 de
 la
 obra
de
César,
como,
por
ejemplo,
las
memorias
de
dos
personajes
políticos
tan
relevantes
como
 M.
 Emilio
 Escauro
 (cónsul
 en
 el
 115
 y
 princeps
 del
 senado)
 o
 P.
 Rutilio
 Rufo
 (cónsul
 en
 el
 105
 y
 adversario
político
de
Escauro,
lo
que
a
la
postre
le
llevará
al
exilio).
Precisamente,
Tácito
habla
de
 ellos,
 al
 comienzo
 de
 su
 biografía
 de
 Agrícola,
 como
 precursores
 ilustres
 de
 este
 género,
 pero
 también
 para
 señalar
 que
 la
 autojustificación
 personal
 inherente
 al
 mismo
 no
 les
 restó
 credibilidad
ni
fue
motivo
de
crítica:
 
 (5)
ac
plerique
suam
ipsi
vitam
narrare
fiduciam
potius
morum
quam
adrogantiam
arbitrati
sunt,
nec
id
Rutilio
 et
 Scauro
 citra
 fidem
 aut
 obtrectationi
 fuit
 (“Y
 la
 mayoría
 [de
 grandes
 hombres
 (priores)]
 creyeron
 que
 narrar
 su
 propia
vida
era
prueba
de
confianza,
no
presunción;
y
a
Rutilio
Rufo
y
a
Escauro
hacerlo
no
les
restó
credibilidad
ni
 suscitó
críticas
contra
sus
personas…”,
Tac.
Agr.
1,4)




 La
 misma
 finalidad
 apologética
 está
 presente
 en
 el
 commentarium
 que
 el
 poeta,
 orador
 y
 político
Q.
Lutacio
Cátulo
dedicó
a
su
intervención
en
la
guerra
y
posterior
derrota
de
los
cimbros
 en
Vercellae
(De
Bello
cimbrio),
reivindicando
al
menos
el
mismo
papel
protagonista
que
Mario,
 con
 quien
 había
 compartido
 consulado
 y
 victoria,
 pero
 a
 quien
 se
 enfrentará
 años
 después
 pasando
a
apoyar
a
Sila.
Y
ello,
además,
tal
como
señala
Cicerón
en
el
Brutus
(en
el
que
pone
en
 relación
la
obra
histórica
de
Cátulo
con
la
ya
comentada
de
Escauro)10
con
una
elegancia
y
pureza
 de
 estilo
 (quaedam
 Latini
 sermonis
 integritas)
 que
 recuerda
 la
 valoración
 que
 en
 ese
 mismo
 tratado
hará
el
orador
de
los
Comentarios
cesarianos.
 
 Por
 cierto
 que
 el
 dictador
 Sila
 utilizó,
 a
 buen
 seguro,
 el
 relato
 de
 Cátulo
 para
 denostar
 a
 Mario
 y
 a
 sus
 seguidores
 cuando
 escribió
 unas
 memorias
 que
 Plutarco
 —que
 las
 utilizó11—
 denomina
 uJpovmnhmata,
 es
 decir,
 Comentarios,
 y
 que
 presentan,
 además
 de
 la
 comunidad
 de
 género
y
la
finalidad
apologética,
otra
interesante
coincidencia
con
la
obra
de
César:
del
mismo
 modo
 que
 el
 inesperado
 asesinato
 de
 César
 hizo
 que
 su
 relato
 de
 la
 Guera
 civil
 quedara
 inconcluso,
 así
 también
 la
 muerte
 repentina
 de
 Sila
 en
 el
 78
 hizo
 que
 fuera
 su
 liberto
 y
 colaborador
Cornelio
Epicado
el
que
las
concluyera.
Pero
con
la
sospecha,
más
que
fundada,
de
 que,
 a
 instancias
 de
 L.
 Licinio
 Lúculo,
 dichas
 memorias
 fueron
 retocadas
 y
 manipuladas
 convenientemente
 a
 mayor
 gloria
 del
 lugarteniente
 de
 Sila
 y
 de
 la
 familia
 de
 los
 Metelos.
 Pues
 bien,
 algo
 similar,
 como
 veremos
 más
 tarde,
 ocurrió
 con
 la
 Guerra
 civil
 de
 César,
 instrumentalizada
 por
 Marco
 Antonio
 y/o
 por
 Octaviano,
 en
 el
 enfrentamiento
 que
 siguió
 al
 asesinato
de
César.
 2.3.
De
todos
modos,
y
sin
necesidad
de
acudir
a
más
precedentes,
la
época
de
César
ofrece
 numerosos
 testimonios
 de
 importantes
 personajes
 políticos
 preocupados
 por
 dejar
 a
 la
 posteridad
una
versión
propia
de
los
hechos
que
habían
protagonizado
y,
siempre,
como
es
lógico,
 para
mayor
gloria
personal.
El
caso
más
llamativo,
y
mejor
documentado,
es
el
de
Cicerón.
Ya
en
 aprovecha
 la
 ocasión
 para
 responder
 a
 la
 captatio
 benevolentiae
 que
 encerraba
 el
 elogio
 que
 César
 le
 había
 dispensado
y
pagarle
de
paso
con
la
misma
moneda
laudatoria.

 10 
“Tenía
[Q.
Cátulo]
una
inmensa
cultura
literaria,
un
gran
encanto
en
su
forma
de
ser
y
de
hablar,
una
corrección
 impecable
en
la
lengua
latina,
cualidad
que
puede
comprobarse
tanto
en
sus
discursos
como,
sobre
todo,
en
aquel
 libro
que
dejó
escrito
sobre
su
consulado
y
sus
propias
hazañas
en
un
estilo
agradable
y
propio
de
Jenofonte
y
que
 dedicó
a
su
amigo
el
poeta
Aulo
Furio;
este
libro
no
es
en
nada
más
conocido
que
los
tres
de
Escauro
sobre
los
que
 hablé
antes”
(Cic.
Brut.
132).
 11 
Plut.
Mar.
25,
Luc.
1,4;

constaban
de
22
libros
(Gell.
1,12,16;
20,6,3;
Suet.
gramm.
12).


6

José Miguel Baños

julio
 del
 61,
 en
 una
 carta
 a
 Ático,
 se
 lamenta
 de
 que
 ningún
 poeta
 se
 muestre
 interesado
 en
 componer
un
poema
en
griego
en
honor
de
su
dichoso
consulado;
ni
siquiera
su
protegido
Licinio
 Arquias
 (Cic.
 Att.
 1,16,15)
 quien,
 por
 lo
 que
 parece,
 se
 siente
 más
 inspirado
 con
 las
 hazañas
 de
 Mario,
 los
 Lúculos
 o
 los
 Metelos12.
 Inasible
 al
 desaliento,
 en
 marzo
 del
 60
 envía
 a
 Ático
 el
 commentarium
 (es
 el
 término
 que
 utiliza)
 que
 él
 mismo
 ha
 redactado
 en
 griego
 sobre
 su
 consulado,
 le
 informa
 de
 que
 espera
 realizar
 otra
 versión
 en
 latín
 y
 añade
 que
 cuenta
 con
 el
 proyecto
de
una
tercera
en
verso,
para
que
“por
mi
parte
no
quede
sin
cultivar
ningún
género
en
 mi
 propio
 elogio”:
 commentarium
 consulatus
 mei
 Graece
 compositum
 misi
 ad
 te…
 Latinum
 si
 perfecero,
 ad
 te
 mittam.
 tertium
 poema
 exspectato,
 ne
 quod
 genus
 a
 me
 ipso
 laudis
 meae
 praetermittatur
(Cic.
Att.
1,19,10).
 No
sabemos
hasta
qué
punto
Cicerón
exagera
o
no
cuando,
tres
meses
después
(al
recibir,
 por
 cierto,
 el
 commentarium
 que,
 también
 en
 griego,
 escribió
 su
 amigo
 Ático
 “sobre
 mi
 consulado”13),
cuenta
que
el
historiador
y
filósofo
Posidonio
(el
orador
se
había
formado
bajo
su
 magisterio,
años
antes,
durante
su
estancia
en
Rodas)
quedó
más
que
impresionado
de
la
lectura
 del
 original
 griego
 de
 Cicerón.
 La
 noticia
 es,
 además,
 significativa
 porque
 se
 repite
 el
 mismo
 argumento
 que,
 como
 hemos
 visto,
 volverán
 a
 utilizar
 Cicerón
 e
 Hircio
 para
 alabar
 la
 obra
 historiográfica
de
César:
consciente
de
que
los
comentarios
es
un
género
menor,
el
orador
envía
 su
 ejemplar
 griego
 como
 fuente
 de
 documentación
 a
 Posidonio
 “para
 que
 escribiera
 con
 más
 elegancia
 sobre
 el
 mismo
 tema”
 (Posidonio
 era,
 al
 parecer,
 uno
 más
 de
 los
 muchos
 que
 le
 reclamaban
a
Cicerón
materiales
“para
embellecerlos”),
pero
éste
se
siente
incapaz
de
superar
la
 altura
 literaria
 del
 original:
 “he
 dejado
 impresionado
 al
 pueblo
 griego”,
 concluye,
 hiperbólico
 y
 satisfecho,
Cicerón:
 
 (6)
quamquam
ad
me
rescripsit
iam
Rhodo
Posidonius
se,
nostrum
illud
uJpovmnhma
‹cum›
legeret,
quod
ego
 ad
eum
ut
ornatius
de
isdem
rebus
scriberet
miseram,
non
modo
non
excitatum
esse
ad
scribendum
sed
etiam
plane
 deterritum.
 quid
 quaeris?
 conturbavi
 Graecam
 nationem.
 ita
 vulgo
 qui
 instabant
 ut
 darem
 sibi
 quod
 ornarent,
 iam
 exhibere
mihi
molestiam
destiterunt.
tu,
si
tibi
placuerit
liber,
curabis
ut
et
Athenis
sit
et
in
ceteris
oppidis
Graeciae.
 videtur
 enim
 posse
 aliquid
 nostris
 rebus
 lucis
 adferre
 (“Con
 todo,
 desde
 Rodas
 Posidonio
 me
 contestó
 que,
 al
 leer
 nuestra
 “memoria”
 (que
 le
 había
 enviado
 para
 que
 escribiera
 con
 más
 elegancia
 sobre
 el
 mismo
 tema),
 en
 vez
 de
 animado
se
había
sentido
incluso
atemorizado

ante
la
idea.
¿Por
qué,
preguntas?
He
dejado
impresionado
al
pueblo
 griego.

Así
qué
me
han
dejado
ya
de
molestar
los
que
en
masa
me
reclamaban
que
les
diera
algo
para
embellecerlo.
 Tú,
si
te
ha
gustado
mi
libro,
procura
que
se
divulgue
en
Atenas
y
en
las
demás
ciudades
de
Grecia,
pues
parece
que
 puede
dar
algo
de
brillo
a
mis
actos”,
Cic.
Att.
2,1,2)



 La
 última
 frase
 de
 esta
 carta
 es
 reveladora
 de
 la
 finalidad
 propagandística
 de
 este
 tipo
 de
 obras:
 posse
 aliquid
 nostris
 rebus
 lucis
 adferre.
 Por
 estas
 mismas
 fechas
 (diciembre
 del
 60),
 sabemos
que
tiene
ya
concluida
la
versión
poética
del
commentarium,
un
poema
laudatorio
(De
 consulatu
suo)
del
que
cita
unos
versos
del
libro
III14,
el
mismo
en
el
que
se
incluía,
al
parecer,
su
 12


No
son
pocos
los
que
ven
en
el
discurso
Pro
Archia
del
62
una
intento
de
Cicerón
por
ganarse
la
gratitud
del
poeta
 griego
para
poder,
después,
reclamar
esa
deuda
en
forma
de
un
poema
laudatorio.

 13 
 “[Tu
 esclavo]
 me
 entregó
 de
 tu
 parte
 una
 carta
 y
 el
 comentario
 sobre
 mi
 consulado
 escrito
 en
 griego”
 (Cic.
 Att.
 2,1,1;
cf.
también
Nep.
Att.
18,6).
Cicerón
no
puede
evitar
comparar
las
dos
obras:
por
supuesto,
mientras
que
el
de
 Ático
le
parece
“desaliñado
y
enmarañado”
(horridula
mihi
atque
incompta
visa
sunt)
en
el
suyo
“ha
gastado
todo
el
 perfumador
 de
 Isócrates,
 los
 frascos
 de
 sus
 discípulos
 e
 incluso
 los
 colores
 de
 Aristóteles”
 después
 de
 haberlo
 sometido
a
una
revisión
“lenta
y
minuciosa”
(nisi
eum
lente
ac
fastidiose
probavissem).
Plutarco,
que
se
sirvió
de
la
 versión
griega
del
comentario
para
la
biografía
de
César
(Plut.
Caes.
8,4),
critica
veladamente
su
parcialidad.
 14 
 Cic.
 Att.
 2,3,4.
 Al
 parecer
 (Soubiran
 1972:28‐33),
 el
 poema
 constaba
 precisamente
 de
 tres
 libros,
 centrados,
 respectivamente,
 en
 la
 elección
 al
 consulado
 de
 Cicerón,
 el
 descubrimiento
 de
 la
 conjura
 y
 su
 triunfo
 y
 reconocimiento
posteriores.
El
fragmento
más
importante
(72
versos)
se
nos
ha
conservado
gracias
a
una
amplia
cita
 en
div.
1,17‐22.


Cultura y propaganda política en la Roma republicana

7

O
 fortunatam
 natam
 me
 consule
 Romam
 (“Oh
 afortunada
 Roma,
 nacida
 siendo
 yo
 cónsul”)
 ejemplo,
cuando
menos,
de
arrogancia
y
que
no
concitó,
precisamente,
demasiados
elogios
entre
 la
crítica
literaria
de
la
época15.
En
cambio,
es
casi
seguro
que
no
llegara
a
concluir
(si
perfecero…)
 o
 a
 publicar
 la
 versión
 latina
 (no
 hay
 mención
 alguna
 de
 esta
 obra
 en
 sus
 cartas
 ni
 en
 autores
 posteriores),
ya
que
poco
después
(abril
del
59)
lo
vemos
inmerso
en
la
redacción
de
una
obra
de
 más
amplias
miras
(De
consiliis
meis)16
que
irá
perfilando
en
meses
sucesivos,
pero
con
no
mucho
 entusiasmo
(Cic.
Att.
2,8,1;
2,12,3),
y
que
no
volverá
a
retomar
hasta
mayo
del
44,
poco
después
 del
asesinato
de
César.

 Sea
como
fuere,
lo
cierto
es
que,
en
apenas
dos
años
(julio
del
61‐abril
del
59),
Cicerón
ha
 emprendido
 tres
 versiones
 distintas
 de
 su
 consulado,
 ha
 iniciado
 otra
 obra
 histórica
 más
 ambiciosa,
 ha
 conseguido
 de
 su
 amigo
 Ático
 un
 commentarium
 en
 griego
 e
 intentado
 (sin
 demasiado
éxito)
que
poetas
e
historiadores
griegos
ensalcen
su
actuación
durante
la
conjura
de
 Catilina.
¿Simple
arrogancia
y
deseo
de
reconocimiento
para
la
posteridad?
Sin
duda,
algo
más.
No
 hay
 que
 olvidar
 que
 es
 también
 en
 el
 60
 (tres
 años
 después
 de
 los
 hechos)
 cuando
 reelabora
 y
 publica
 sus
 Catilinarias,
 
 destinadas
 a
 justificar
 ante
 la
 opinión
 pública
 su
 actuación
 durante
 el
 consulado
del
63,
precisamente
en
un
momento
en
que
el
cambio
de
la
situación
política
(se
está
 fraguando
 el
 primer
 triunvirato)
 le
 ha
 relegado
 a
 un
 segundo
 plano,
 sin
 apenas
 apoyos,
 una
 debilidad
 de
 la
 que
 se
 aprovecharán
 de
 inmediato
 sus
 adversarios
 políticos.
 Empezando
 por
 Clodio
que,
con
la
protección
de
César
y
la
pasividad
de
Pompeyo,
acabará
pidiéndole
cuentas
por
 haber
dado
muerte
a
ciudadanos
romanos
sin
juicio
previo
durante
ese
famoso
consulado
que,
a
 la
postre,
y
a
pesar
de
sus
intentos
propagandísticos,
acabará
costándole
el
exilio.
 A
su
vuelta,
Cicerón
volverá
sobre
su
pasos:
en
abril
del
55
intenta
convencer
al
historiador
 Luceyo,
embarcado
por
entonces
en
unos
ambiciosos
Annales
(de
los
que
acababa
de
publicar
el
 relato
de
las
guerras
civiles
entre
Mario
y
Sila,
y
la
guerra
itálica),
para
que
abandone
en
parte
su
 plan
de
trabajo
analístico
y
aborde
sin
dilación
la
narración
de
su
famoso
consulado.
La
extensa
 carta
que
le
dirige,
y
de
la
que
he
recogido
únicamente
algunos
fragmentos
significativos,
no
tiene
 desperdicio:
en
ella
Cicerón
desarrolla
toda
una
teoría
sobre
la
historiografía,
pero,
sobre
todo
—y
 es
lo
que
interesa
ahora—,
admite
sin
tapujos
que
le
importa
más
la
capacidad
de
dramatización
 que
el
relato
objetivo
de
los
hechos,
el
elogio
entusiasta
de
su
persona
que
el
respeto
a
la
verdad:




 (7)
Ardeo
cupiditate
incredibili
neque,
ut
ego
arbitror,

reprehendenda
nomen
ut
nostrum
scriptis
illustretur
et

 celebretur
tuis…Neque
enim
me
solum
commemoratio

posteritatis
ac
spes
quaedam
immortalitatis
rapit
sed
etiam
 illa
 cupiditas
 ut
 vel
 auctoritate
 testimoni
 tui
 vel
 indicio
 
 benevolentiae
 vel
 suavitate
 ingeni
 vivi
 perfruamur…Neque
 tamen
 ignoro
 quam
 impudenter
 faciam
 qui
 primum
 
 tibi
 tantum
 oneris
 imponam…,
 deinde
 etiam
 ut
 ornes
 me
 postulem.
quid
si
illa
tibi
non
tanto
opere
videntur
ornanda?
sed
tamen,
qui
semel
verecundiae
finis
transierit,
eum
 bene
et
naviter
oportet

esse
impudentem.
itaque
te
plane
etiam
atque
etiam
rogo
ut
et
ornes
ea
vehementius
etiam
 quam
 fortasse
 sentis
 et
 in
 eo
 leges
 historiae
 neglegas…,
 amorique
 nostro
 plusculum
 etiam
 quam
 concedet
 
 veritas
 largiare…
Quod
si
a
te
non
impetro,
hoc
est,
si
quae
te
res
impedierit…,
cogar
fortasse
facere
quod
non
nulli
saepe
 reprehendunt:
scribam
ipse
de
me,
multorum
tamen
exemplo
et
clarorum
virorum.
sed,
quod
te
non
fugit,
haec
sunt
 in
 hoc
 genere
 vitia:
 et
 verecundius
 ipsi
 de
 sese
 scribant
 necesse
 est
 si
 quid
 est
 laudandum
 et
 praetereant
 si
 quid
 reprehendendum
 est.
 accedit
 etiam
 ut
 minor
 sit
 fides,
 minor
 
 auctoritas...
 haec
 nos
 vitare
 cupimus
 et,
 si
 recipis
 causam
nostram,
vitabimus
idque
ut
facias
rogamus.
(“Me
abraso
en
un
deseo
extraordinario
y
que,
según
creo,
no
 tiene
por
qué
censurarse
de
que
mi
nombre
sea
famoso
y
celebrado
en
tus
escritos…
Y
es
que
me
arrastra
a
ello
no
 sólo
el
recuerdo
de
la
posteridad
y
cierta
esperanza
de
inmortalidad,
sino
también
la
pasión
de
poder
disfrutar
con
la
 autoridad
de
tu
testimonio,
con
las
pruebas
de
tu
benevolencia
hacia
mí
y
con
el
encanto
de
tu
talento…Y
no
se
me
 15


Ps.
Sall.
In
Tull.
6;
Quint.
inst.
9,4,41;
11,1,24;
Iuv.
10,123.



 
 Según
Bardon
(1952:
274,
n.
5)
ésta
es
la
misma
obra
a
la
que
se
refiere
en
griego
con
el
término
de
ἀνέκδοτα “historias
 inéditas”,
 al
 estilo
 de
 Teopompo
 (Cic.
Att.
 2,6,2)
 y
 a
 la
 que
 haría
 también
 referencia
 Dion
 Casio
 (46,21,3)
 cuando
 recoge
 una
 arenga
 de
 Fufio
 Caleno
 en
 la
 que
 éste
 le
 reprocha
 a
 Cicerón
 el
 que
 haya
 comenzado
 una
 obra
 histórica
por
su
consulado.


16

8

José Miguel Baños

oculta
 lo
 grande
 que
 es
 mi
 descaro,
 primero
 por
 echar
 sobre
 tus
 hombros
 una
 carga
 tan
 pesada…y
 también,
 en
 segundo
 lugar,
 por
 pedirte
 que
 escribas
 de
 mí
 elogiosamente.
 ¿Qué
 ocurriría
 si
 mis
 acciones
 no
 te
 parecieran
 merecedoras
de
tanto
elogio?
Pero,
en
fin,
al
que
ha
cruzado
la
barrera
de
la
desvergüenza,
le
conviene
ser
ya
total
y
 absolutamente
descarado.
Así
que
te
pido
claramente
y
con
toda
insistencia
que
realces
mi
actuación
incluso
más
de
 lo
que
quizás
crees
que
se
merece,
y
que
al
hacerlo
dejes
a
un
lado
las
leyes
de
la
historia
y…
que
le
regales
a
nuestra
 amistad
incluso
un
poco
más
de
lo
que
concede
la
verdad…
Pero,
si
no
consigo
de
ti
mi
propósito,
es
decir,
si
alguna
 circunstancia
 te
 lo
 impide…,
 tal
 vez
 me
 vea
 obligado
 a
 hacer
 lo
 que
 algunos
 critican
 a
 menudo:
 escribir
 yo
 mismo
 sobre
 mi
 persona,
 aunque
 sea
 siguiendo
 el
 ejemplo
 de
 muchos
 e
 ilustres
 personajes.
 De
 todos
 modos,
 no
 se
 te
 escapan
los
inconvenientes
en
este
tipo
de
relato:
necesariamente
escribirán
sobre
sí
mismos
con
más
vergüenza
si
 hay
algo
digno
de
alabanza,
y
lo
omitirán
si
es
censurable.
Además,
su
fiabilidad
y
autoridad
serán
menores…
Esto
es
 lo
que
yo
quiero
evitar
y
lo
evitaré
si
aceptas
mi
encargo;
y
te
pido
que
lo
hagas”,
Cic.
Fam.
5,12,1‐8).
 


Por
lo
que
parece,
Luceyo,
aunque
inicialmente
dijo
que
sí17
a
tanta
insistencia,
dio
largas
a
 un
encargo
que
nunca
llegó
a
hacerse
realidad.
Pero
Cicerón
no
ceja
en
su
empeño:
en
prosa
y
en
 verso.
 Por
 estas
 mismas
 fechas,
 siguiendo
 el
 modelo
 de
 la
 épica
 helenística,
 se
 embarca
 en
 un
 ambicioso
 poema,
 en
 tres
 libros
 (Soubiran
 1972:
 33‐41;
 Harrison
 1990),
 titulado
 De
 temporibus
 suis,

en
el
que
evocaba
el
período
de
su
exilio
y
que
por
una
carta
a
Léntulo18
sabemos
que
tenía
 ya
concluido
en
diciembre
del
54.

 Faltaba,
sin
embargo,
una
obra
histórica
en
latín
que
colmara
las
ansias
de
inmortalidad
de
 Cicerón.
La
negativa
de
Luceyo
explica,
sin
duda,
que
Cicerón
retome,
casi
quince
años
después,
el
 viejo
proyecto
De
consiliis
suis
que
había
abandonado
en
abril
del
59.
En
efecto,
en
abril
del
44
lo
 vemos
ocupado
en
“pulir”
aquella
redacción
inicial
de
una
obra
que
no
verá
la
luz
hasta
después
 de
su
muerte19.
Como
tampoco
llegará
a
conocer
la
monografía
que
su
fiel
liberto
Tirón
consagró
 a
 su
 memoria
 (Ascon.
 Mil.
 p.
 211)
 y
 de
 la
 que
 desgraciadamente
 sólo
 se
 nos
 han
 conservado
 contados
fragmentos
(Peter
H.R.
Fr.
p.
212).

 La
 relación
 que,
 de
 forma
 somera,
 acabo
 de
 hacer
 (al
 menos
 diez
 proyectos
 distintos,
 propios
o
ajenos,
fallidos
o
no,
en
prosa
o
en
verso)
muestra
hasta
qué
punto
Cicerón
era
sincero
 en
su
carta
a
Luceyo:
“Me
abraso
en
un
deseo
extraordinario
y
que,
según
creo,
no
tiene
por
qué
 censurarse
de
que
mi
nombre
sea
famoso
y
celebrado”
(Cic.
fam.
5,12,1).
No
lo
consiguió
o
no,
al
 menos,
en
la
forma
que
a
él
sin
duda
le
hubiera
gustado.
 

 3.
LITERATURA
PROPAGANDÍSTICA
EN
FAVOR
DE
CÉSAR.
 17


“Invita
[a
Luceyo]
a
que
se
apresure
y
dale
las
gracias
—le
dice
a
Ático—
por
haberme
contestado
afirmativamente”
 (Cic.
Att.
4,6,4).

 18 
“He
escrito
además
en
verso
tres
libros
Sobre
mi
época
que
ya
te
envié
no
hace
mucho
creyendo
que
merecían
ser
 publicados”
(Cic.
fam.
1,19,23).
En
realidad,
antes,
ya
que,
con
toda
probabilidad,
es
a
este
poema
al
que
se
refiere
 Cicerón
 en
 dos
 cartas
 dirigidas
 a
 su
 hermano
 Quinto,
 de
 junio
 (Cic.
Q.
 fr.
 2,13,2)
 y
 agosto
 del
 54;
 en
 esta
 última
 el
 orador
 se
 muestra
 expectante
 por
 conocer
 el
 juicio
 literario
 de
 César
 a
 quien
 le
 había
 enviado
 el
 poema:
 “¿Cómo
 reaccionó
César,
querido
hermano,
ante
mis
versos?
Me
escribió,
ya
que
había
leído
el
primer
libro,
que
el
principio
le
 pareció
tal
que
dice
que
no
ha
leído
nada
mejor
ni
siquiera
en
griego
y
el
resto
en
cierto
modo
más
descuidado
(utiliza
 esta
 palabra).
 Dime
 la
 verdad
 ¿no
 le
 gusta
 el
 contenido
 o
 la
 forma?
 No
 hay
 razón
 para
 que
 tengas
 miedo:
 mi
 autoestima
no
será
ni
un
pelo
menor.
Sobre
esto
con
sinceridad
y,
como
sueles
escribir,
como
buen
hermano”
(Q.
fr.
 2,15,5).
 19 
En
efecto,
en
una
carta
a
Ático,
fechada
el
3
de
mayo
del
44,
dice:
“Todavía
no
he
terminado
de
pulir,
como
era
mi
 deseo,
aquel
libro
mío
sobre
“una
historia
inédita”
(Librum
meum
illum
ἀνέκδοτον 
nondum,
ut
volui,
perpolivi,
Cic.
 Att.
 14,17,6),
 el
 mismo
 término
 que
 había
 utilizado
 en
 Att.
 2,6,2.
 Al
 parecer,
 la
 obra
 se
 la
 confió
 a
 su
 hijo
 con
 el
 encargo
 de
 publicarla
 tras
 su
 muerte
 (D.C.
 39,10,2‐3).
 De
 su
 publicación
 (tal
 vez
 en
 el
 43)
 dan
 fe
 los
 testimonios
 posteriores
de
Asconio
(in
tog.
cand.
p.
65
St.),
Carisio
(Gr.L.K.
1,146),
San
Agustín
(c.
Iul.
5,5,23)
o
Boecio
(inst.
mus.
 1,1,184
 F.),
 que
 recogen
 algunos
 fragmentos.
 No
 faltan
 quienes
 piensan
 (Kenney‐Clausen
 1989:308)
 que
 la
 Conjuración
de
Catilina
es
la
respuesta
de
Salustio
al
De
consiliis
suis
de
Cicerón,
en
el
que
el
orador
habría
desvelado
 comprometedoras
implicaciones
(entre
otros
de
César)
en
la
conjura
de
Catilina.


Cultura y propaganda política en la Roma republicana

9



César
 tuvo
 mucho
 más
 suerte
 que
 Cicerón
 porque
 logró
 crear
 toda
 una
 literatura
 propagandística
 en
 torno
 a
 su
 persona20,
 con
 lo
 que
 sus
 Comentarios
 se
 convierten
 así
 en
 un
 eslabón
más
dentro
de
un
programa
más
amplio
de
autopropaganda
política21.

 3.1.
 En
 efecto,
 del
 mismo
 modo
 que
 a
 Pompeyo
 no
 le
 faltaron
 aduladores
 en
 griego
 que
 glosaran
 sus
 hazañas,
 así
 también
 César
 dispuso
 de
 toda
 una
 pléyade
 de
 escritores
 latinos,
 muchos
de
ellos
testigos
directos
de
la
grandeza
del
héroe
y
de
sus
conquistas.
Entre
los
autores
 en
 prosa,
 además
 de
 Hircio,
 redactor
 del
 libro
 octavo
 de
 la
 Guerra
 de
 las
 Galias
 y
 cuya
 pluma
 utilizará
César
en
su
diatriba
contra
la
figura
de
Catón
(§
4),
habría
que
mencionar
al
gramático
L.
 Aurunculeyo
 Cota,
 legado
 de
 César
 que
 murió
 en
 el
 54
 en
 la
 campaña
 contra
 Ambiorix,
 no
 sin
 antes
haber
narrado
la
primera
expedición
de
César
a
Britania
(Ath.
6,105);
a
Gayo
Opio,
uno
de
 los
candidatos
a
la
autoría
de
los
suplementos
del
corpus
caesarianum,
al
que
Plutarco
cita
como
 autor
de
una
Vida
de
César22,
etc.



 Entre
los
poetas,
cabe
recordar
al
menos
a
los
neotéricos23
M.
Furio
Bibáculo
(Bardon
1952:
 349‐351)
y
M.
Varrón
Atacino,
autores,
respectivamente,
de
unos
Annales
belli
Gallici
y
un
Bellum
 Sequanicum24
en
los
que
cantaban
las
victorias
de
César
en
las
Galias,
siguiendo
los
dos,
por
lo
que
 se
ve,
el
ejemplo
de
Ennio
quien
dos
siglos
antes
cantó
los
éxitos
militares
de
su
patrono
M.
Fulvio
 Nobilior
 en
 Etolia.
 Sin
 olvidar
 a
 
 Quinto
 Tulio
 Cicerón,
 el
 hermanísimo
 del
 orador,
 quien
 intentó
 una
epopeya
sobre
la
segunda
expedición
a
Britania,
en
la
que
además
había
tomado
parte25.
 3.2.
 Y,
 cómo
 no,
 aunque
 siempre
 forzado
 por
 las
 circunstancias,
 Cicerón
 mismo.
 Tras
 su
 regreso
del
exilio
y
los
acuerdos
de
Lucca
del
56
(que
supondrán
una
renovación
del
triunvirato),
 el
 orador,
 ante
 el
 temor
 a
 verse
 aislado
 de
 nuevo
 políticamente,
 acabó
 colaborando
 con
 los
 triunviros
prestando
su
voz
y
su
prestigio
para
apoyar
en
el
senado
la
propuesta
de
prorrogar
a
 César
por
otros
cinco
años
su
gobierno
de
las
Galias
con
un
discurso
(De
provinciis
consularibus)
 en
el
que
no
escatimó
elogios
a
la
grandeza
de
una
conquista
que
superaba
la
gloria
militar
del
 propio
Mario:



 (8)
 Bellum
 Gallicum,
 patres
 conscripti,
 C.
 Caesare
 imperatore
 gestum
 est,
 antea
 tantum
 modo
 repulsum.
 Semper
illas
nationes
nostri
imperatores
refutandas
potius
bello
quam
lacessendas
putaverunt.
Ipse
ille
C.
Marius…
 influentis
 in
 Italiam
 Gallorum
 maximas
 copias
 repressit,
 non
 ipse
 ad
 eorum
 urbis
 sedisque
 penetravit…
 C.
 Caesaris

 longe
aliam
video
fuisse
rationem;
non
enim
sibi
solum
cum
iis
quos
iam
armatos
contra
populum
Romanum
videbat
 bellandum
esse
duxit,
sed
totam
Galliam
in
nostram
dicionem
esse
redigendam.
Itaque
cum
acerrimis
nationibus
et
 maximis
 Germanorum
 et
 Helvetiorum
 proeliis
 felicissime
 decertavit,
 ceteras
 conterruit,
 compulit,
 domuit,
 imperio
 populi
Romani
 parere
 adsuefecit,
et
 quas
 regiones
quasque
 gentis
 nullae
 nobis
 antea
 litterae,
nulla
vox,
nulla
fama
 20


Son
de
obligada
lectura
las
páginas
que
Bardon
dedica
a
la
literatura
“autour
de
César”
(1952:
247‐290).
 
Como
bien
señalan
André‐Hus
(1983:
37),
“en
esa
época
de
anarquía,
que
no
conocía
ni
la
televisión,
ni
la
radio
ni
la
 prensa,
todo
personaje
preocupado
por
desempeñar
un
papel
importante
debía
influir
en
la
opinión
pública
mediante
 una
intensa
propaganda
escrita
u
oral:
contribuían
a
ello,
sin
cuidado
por
la
moderación
o
la
exactitud,
los
“secretos”,
 los
discursos,
los
elogios
fúnebres,
las
proclamas,
los
panfletos,
los
libelos
históricos
o
poéticos
y
las
cartas
difundidas
 por
amigos.
César,
como
todos
sus
contemporáneos,
era
tanto
el
instigador
como
la
víctima
de
esa
propaganda”.
 22 
 Opio
 había
 escrito
 ya
 una
 biografía
 sobre
 Escipión
 el
 Africano
 (Gell.
 6,1,1)
 en
 la
 que
 recordaba
 su
 ascendencia
 divina,
un
paralelo
ideal
para
las
aspiraciones
monárquicas
de
César.
De
la
orientación
apologética
de
su
biografía
de
 César
(publicada
tal
vez
al
poco
de
su
muerte)
Plutarco
comenta
que
“a
Opio,
cuando
habla
de
los
enemigos
o
de
los
 amigos
de
César,
hay
que
oírlo
con
gran
desconfianza
(Pomp.
10).
Opio
es
también
autor
de
una
Vida
de
Casio
(Charis.
 Gr.L.
K.
1,147),
al
poco
de
la
batalla
de
Filipos,
en
la
misma
línea
denigratoria
que
los
escritos
contra
Catón
(§
4).

 23 
El
propio
Catulo,
tan
crítico
con
César,
no
ignora
la
grandeza
de
sus
conquistas
(11,10‐11).
 24 
Prisc.
Gr.L.K.
2,497.
Varrón
Atacino
habría
escrito
un
poema
épico,
siguiendo
la
tradición
de
Ennio,
en
dos
libros,
 sobre
la
expedición
de
César
contra
los
helvecios
en
el
58,
pero
publicado
algunos
años
después
(en
torno
al
55).
De
 más
amplias
miras
(la
epopeya
constaba
de
once
cantos)
era
el
poema
de
Furio
Bibáculo
(Macr.
Sat.
6,1,3;
6,3,5).

 25 
En
una
carta
de
agosto
del
54,
Cicerón

le
comenta
a
su
hermano:
“Tienes
un
tema
excelente
sobre
el
que
escribir”
 (te
vero
uJpovqeçin
scribendi
egregiam
habere
video,
Cic.
Q.fr.
2,15,4).

 21

10

José Miguel Baños

notas
fecerat,
has
noster
imperator
nosterque
exercitus
et
populi
Romani
arma
peragrarunt.
Semitam
tantum
Galliae
 tenebamus
antea,
patres
conscripti;
ceterae
partes
a
gentibus
aut
inimicis
huic
imperio
aut
infidis
aut
incognitis
aut
 certe
 immanibus
 et
 barbaris
 et
 bellicosis
 tenebantur;
 quas
 nationes
 nemo
 umquam
 fuit
 quin
 frangi
 domarique
 cuperet…
Restitimus
semper
lacessiti:
nunc
denique
est
perfectum
ut
imperi
 nostri
terrarumque
illarum
idem
esset
 extremum
(“Ha
sido
bajo
el
mando
de
César,
senadores,
cuando
se
ha
emprendido
en
las
Galias
una
guerra
que
hasta
 entonces
únicamente
se
había
evitado:
nuestros
generales
siempre
creyeron
que
lo
que
había
que
hacer
era
contener
 a
aquellos
pueblos
en
vez
de
provocar
una
guerra.
El
propio
Mario
hizo
retroceder
a
inmensos
ejércitos
galos
cuando
 invadían
 Italia
 pero
 no
 penetró
 en
 sus
 ciudades
 y
 moradas…
 Me
 doy
 cuenta
 de
 que
 el
 plan
 de
 César
 ha
 sido
 muy
 diferente:
no
sólo
creyó
que
debía
combatir
a
los
pueblos
que
veía
se
habían
levantado
en
armas
contra
el
pueblo
 romano,
 sino
 que,
 además,
 había
 que
 someter
 a
 toda
 la
 Galia
 bajo
 nuestro
 dominio.
 Así
 que
 combatió
 victoriosamente
con
los
pueblos
más
aguerridos
y
poderosos
de
entre
los
germanos
y
los
helvecios,
y
a
los
demás
los
 atemorizó,
redujo,
sometió
y
acostumbró
a
que
acataran
el
imperio
del
pueblo
romano;
y
nuestro
general
victorioso,
 nuestros
 ejércitos
 y
 las
 armas
 del
 pueblo
 romano
 han
 recorrido
 regiones
 y
 pueblos
 que
 hasta
 entonces
 nos
 eran
 desconocidos
por
la
literatura,
noticias
o
leyendas.
Antes,
teníamos
únicamente
una
senda
en
la
Galia;
el
resto
de
sus
 territorios
 estaban
 en
 poder
 de
 pueblos
 enemigos
 de
 nuestro
 imperio,
 desleales,
 desconocidos,
 salvajes
 sin
 duda,
 bárbaros
y
guerreros;
pueblos
que
no
hubo
nunca
nadie
que
deseara
aniquilarlos
y
someterlos…
Lo
que
hemos
hecho
 siempre
ha
sido
resistir
cada
vez
que
éramos
atacados.
Ahora,
por
fin,
se
ha
conseguido
que
coincidan
los
límites
de
 nuestro
imperio
con
los
de
aquellos
territorios”,
Cic.
prov.
cons.
32‐33)




 Elogios
en
prosa,
y
en
verso.
Su
hermano
Quinto,
desde
las
Galias,
exhorta

al
orador
(Cic.
 Q.fr.
 3,1,11)
 en
 septiembre
 del
 54
 a
 que
 concluya
 de
 una
 vez
 por
 todas
 un
 poema
 en
 honor
 a
 César
 que
 ha
 dejado
 a
 medias
 por
 falta
 de
 inspiración,
 y
 que
 tiene
 ya
 concluido
 en
 diciembre,
 aunque
no
encuentra
un
correo
de
confianza
para

llevárselo
a
César
(Cic.
Q.
fr.
3,7,6).
El
poema,
o
 se
perdió
por
el
camino
o,
en
todo
caso,
para
la
posteridad.


 En
 su
 panegírico
 al
 conquistador
 de
 las
 Galias
 Cicerón
 se
 siente
 obligado
 por
 razones
 políticas
y
personales
(Baños‐Hernández
2003:
38‐39):
el
orador
no
es
ajeno
a
la
admiración
que
 en
 Roma
 provocan
 las
 hazañas
 militares
 de
 César,
 pero
 además
 se
 siente
 agradecido
 por
 las
 manifestaciones
de
afecto
que
le
dispensa

tanto
a
él
como
a
su
hermano,

hasta
el
punto
de
que
 da
 la
 impresión
 de
 que
 el
 conquistador
 de
 las
 Galias
 (“la
 única
 tabla
 que
 me
 gusta
 en
 el
 actual
 naufragio”26)
 ha
 desplazado
 a
 Pompeyo
 en
 el
 corazón
 (o
 en
 el
 interés)
 de
 Cicerón:
 “Sobre
 Pompeyo
estoy
de
acuerdo
contigo
o,
mejor,
tú
conmigo.
Pues,
como
sabes,
ya
hace
tiempo
que
 canto
a
César”
(Cic.
Q.fr.
2,11,1).

 Unos
elogios
que
volverá
a
repetir
años
después
y
de
nuevo
obligado
por
las
circunstancias
 (Baños
1991:
43‐45).
En
efecto,
Cicerón,
que
había
combatido
en
el
bando
pompeyano
durante
la
 guerra
civil,
agradecido
por
haber
sido
perdonado
tras
la
batalla
de
Farsalia,
dedica
a
César
en
el
 Pro
 Marcello
 (octubre
 del
 46)
 un
 auténtico
 panegírico
 que
 Carcopino,
 siempre
 tan
 crítico
 y
 excesivo,
 consideró
 uno
 más
 de
 los
 muchos
 “errores
 de
 una
 carrera
 política
 fracasada”
 (1957:
 370).
Es
posible
que
el
orador
abrigara
en
aquel
momento
todavía
la
esperanza
de
que
con
César
 era
posible
restaurar
la
República27,
pero
lo
cierto
es
que,
al
mostrar
su
agradecimiento
al
amo
de
 Roma,
al
ensalzar
sus
hazañas
y
conquistas,
al
alabar
su
clemencia
y
generosidad
estaba,
en
cierto
 modo,
legitimando
la
validez
del
nuevo
poder
y
otorgándole
una
indudable
superioridad
moral28:
 


(9)
 Soleo
 saepe
 ante
 oculos
 ponere
 idque
 libenter
 crebris
 usurpare
 sermonibus,
 omnis
 nostrorum
 imperatorum,
 omnis
 exterarum
 
 gentium
 potentissimorumque
 populorum,
 omnis
 regum
 clarissimorum
 res
 gestas
 26


 Cic.
 Att.
 4,19,2.
 En
 otra
 carta
 (Att.
 4,16,7)
 escribe:
 “Por
 una
 carta
 de
 mi
 hermano
 he
 conocido
 algunas
 cosas
 increíbles
 sobre
 el
 afecto
 que
 César
 me
 profesa;
 y
 me
 han
 sido
 confirmados
 por
 una
 amplísima
 carta
 del
 propio
 César”.
 27 
 Así
 habría
 que
 entender
 el
 hecho
 de
 que
 el
 orador
 aproveche
 el
 discurso
 para
 exponer
 todo
 un
 programa
 de
 política
general
sobre
cómo
debía
emprenderse
la
reconstrucción
y
restauración
de
la
República
(Rambaud
1984).
 28 
 Es
 más,
 a
 juicio
 de
 G.
 Ewert
 (1969),
 Cicerón,
 al
 aprobar
 la
 política
 de
 César
 está
 en
 cierto
 modo
 preparando
 el
 terreno
a
la
ideología
de
época
imperial.


Cultura y propaganda política en la Roma republicana

11

cum
 tuis
 nec
 contentionum
 magnitudine
 nec
 numero
 proeliorum
 nec
 varietate
 regionum
 nec
 celeritate
 conficiendi
 nec
 dissimilitudine
 bellorum
 posse
 
 conferri,
 nec
 vero
 disiunctissimas
 terras
 citius
 passibus
 cuiusquam
 potuisse
 peragrari
quam
tuis
non
dicam
cursibus,
sed
victoriis
lustratae
sunt.
Quae
quidem
ego
nisi
ita
magna
esse
fatear
ut
ea
 vix
 cuiusquam
 mens
 aut
 cogitatio
 capere
 possit,
 amens
 sim…
 Domuisti
 gentis
 immanitate
 barbaras,
 multitudine
 innumerabilis,
locis
infinitas,
omni
copiarum
genere
abundantis:
ea
tamen
vicisti
quae
et
naturam
et
condicionem
ut
 vinci
possent
habebant.
Nulla
est
enim
tanta
vis
quae
non
ferro
et
viribus
debilitari
frangique
possit.
Animum
vincere,
 iracundiam
cohibere,
victo
temperare…,
haec
qui

faciat,
non
ego
eum
cum
summis
viris
comparo,
sed
simillimum
deo
 iudico.
 Itaque,
 C.
 Caesar,
 bellicae
 tuae
 laudes
 celebrabuntur
 illae
 quidem
 non
 solum
 nostris
 sed
 paene
 omnium
 gentium
 litteris
 atque
 linguis,
 neque
 ulla
 umquam
 aetas
 de
 tuis
 laudibus
 conticescet…Obstupescent
 posteri
 certe
 imperia,
 provincias,
 Rhenum,
 Oceanum,
 Nilum,
 pugnas
 innumerabilis,
 incredibilis
 victorias,
 monumenta,
 munera,
 triumphos
audientes
et
legentes
tuos…
(“A
menudo
acostumbro
a
considerar
y
utilizar
de
buen
grado
en
frecuentes

 conversaciones
la
siguiente

idea:
que
todas
las
gestas
de
nuestros
generales,
todas
las
de
los
pueblos
y
naciones
más
 poderosos,
 todas
 las
 de
 los
 reyes
 más
 famosos
 no
 pueden
 compararse
 con
 las
 tuyas
 ni
 por
 la
 magnitud
 de
 las

 confrontaciones,
 ni
 por
 el
 número
 de
 batallas,
 ni
 por
 la
 variedad
 de
 frentes
 de
 combate,
 ni
 por
 la
 diversidad
 de
 guerras,
 ni
 por
 la
 rapidez
 en
 concluirlas;
 y
 que,
 en
 verdad,
 nadie
 ha
 podido
 recorrer
 tierras
 tan
 alejadas
 más
 rápidamente
de
lo
que
tú

las
has
visitado
no
diré
en
tus
marchas
sino
con
tus
victorias.
No
estaría
en
mi
sano
juicio
si
 no
admitiera
que

estas
victorias

son,
sin
duda,
tan
importantes
que
a
duras
penas
puede

valorarlas
la
inteligencia
o
 imaginación
 de
 nadie…
 Domeñaste
 pueblos
 bárbaros
 por
 su
 fiereza,
 incontables
 en
 número,
 ilimitados
 por
 su
 extensión
 y
 ricos
 en
 todo
 tipo
 de
 recursos;
 venciste,
 sin
 embargo,
 a
 quienes
 tenían
 tanto
 la
 naturaleza
 como
 la
 condición
para
poder
ser
vencidos:
no
hay,
en
efecto,
poder
tan
grande
que
no
pueda
ser
debilitado
o
abatido
con
la
 fuerza
de
las
armas.
Dominar
los
sentimientos,
contener
la
ira,
perdonar
al
vencido…:
a
quien
es
capaz
de
hacer
todo
 esto
no
le
comparo
con
los
hombres
más
encumbrados
sino
que
le
considero
muy
semejante
a
una
divinidad.
Por
ello,
 Gayo
 César,
 tus
 éxitos
 guerreros
 serán
 sin
 duda
 celebrados
 
 tanto
 en
 nuestra
 lengua
 y
 literatura
 como
 en
 las
 de
 prácticamente
 todos
 los
 pueblos
 y
 ninguna
 época
 dejará
 de
 hablar
 de
 tus
 gestas…
 La
 posteridad
 sin
 duda
 quedará

 maravillada
 al
 oír
 y
 leer
 tus
 mandatos,
 provincias,
 el
 Rhin,
 el
 Océano,
 tus
 innumerables
 batallas,
 tus
 increíbles
 victorias,
los
monumentos
erigidos,
tu
munificencia
y
triunfos”,
Cic.
Marcel.
5,8‐9
y
28)
 
 4.
LITERATURA
DE
COMBATE:
LA
POLÉMICA
DE
LOS
CATONES
Y
ANTICATONES.
 



 Lógicamente,
 frente
 a
 esta
 literatura
 panegírica
 no
 le
 faltó
 a
 César
 la
 réplica
 de
 obras
 críticas,

discursos
difamatorios,
panfletos
y
libelos,
poemas
y
versos
procaces.
Bardon

comenta
 con
detalle
(1952:
264‐265;
282‐284;
344)
esta
otra
literatura
de
combate
que
se
nos
ha
perdido
 casi
en
su
totalidad:
desde
las
obras
históricas
de
Tanusio
Gémino29
o
del
pompeyano
T.
Ampio
 Balbo30
 al
 diálogo
 literario
 (Cic.
 Brut.
 218)
 de
 
 Curión
 padre
 criticando,
 entre
 otras
 cosas,
 el
 consulado
de
César
en
el
59
y
su
gobierno
de
la
Galia31,
los
libelos
de
Aulo
Cecina,
amigo
y
cliente
 de
Cicerón32,
o
los
poemas
mordaces
de
Licinio
Calvo
(Suet.
Iul.
49,1;
73),
Catulo
(recuérdense
sus
 duros
ataques
a
César
y,
sobre
todo,
a
su
favorito
Mamurra)33,
o
Voltacilio
Pitolao34.

 La
 relación,
 por
 supuesto,
 no
 acaba
 aquí;
 pero,
 para
 no
 alargarme
 en
 este
 punto,
 me
 gustaría
 detenerme,
 como
 ejemplo
 paradigmático
 de
 propaganda
 y
 antipropaganda,
 en
 la
 29


En
sus
Annales,
citados
por
Suetonio
(Iul.
9,2),
denuncia
un
intento
de
conjura
por
parte
de
César
en
colaboración
 con
Craso,
antes
de
la
de
Catilina
y,
según
Plutarco
(Caes.
22,3)
recordaba
cómo
en
el
55
Catón
propuso
al
senado
que
 Cesar
fuera
entregado
a
los
tenteros
y
usípetes
por
haber
roto
los
tratados.
 30 
 Autor
 de
 biografías
 militares;
 la
 que
 dedicó
 a
 César,
 por
 su
 dureza
 (Suet.
 Iul.
 72,1;
 Sen.
 ep.
 93,11),
 debió
 de
 ser
 publicada
a
la
muerte
del
dictador.
 31 
Son
frecuentes
las
referencias
en
Suetonio
(Iul.
9,2;
49,1;
52,3)
a
los
discursos
incendiarios
de
Curión
contra
César.
 32 
Compuso
un
libelo
contra
César
que,
a
decir
de
Suetonio
(Iul.,
75,8),
éste
soportó
con
buen
talante;
tras
la
guerra
 civil,
en
la
que
combatió
en
el
bando
pompeyano,
Cecina,
a
fin
de
conseguir
el
perdón,
se
retractó
de
su
obra
con
la
 publicación
de
unas
Querellae
en
las
que
elogiaba
a
César
(Cic.
fam.
6,6,8‐9;
6,7,1).
Pero,
a
decir,
de
Bardon
(1952:
 283),
Cecina,
que
guardó
siempre
su
rencor
de
pompeyano,
fue
más
sincero
en
sus
ataques
que
en
su
retractación.
 33 
Catull.
29,
41,
43,
54,
57,
93,
94,
105,
114
y
115.
Según
Suetonio
(Iul.
73),
Catulo
se
excusó
posteriormente
por
sus
 versos.
 34 
Este
liberto
de
Pompeyo
escribió,
además
de
una
biografía
de
su
patrono,
epigramas
injuriosos
contra
César
(Macr.
 2,2,13;
Suet.
Iul.
76).




12

José Miguel Baños

polémica
 en
 torno
 a
 la
 figura
 de
 Catón,
 en
 la
 que
 se
 vieron
 implicados,
 Cicerón,
 Bruto,
 César
 e
 Hircio,
entre
otros.


 Tras
la
derrota
de
las
tropas
pompeyanas
de
África
en
la
batalla
de
Tapsos
(6
de
abril
del
46)
 Catón
se
suicidaba
en
Útica
la
noche
del
12
de
abril
para
no
tener
que
soportar
la
humillación
de
 entregarse
 a
 César35.
 La
 noticia
 de
 la
 muerte
 voluntaria
 de
 quien
 fuera
 indiscutible
 autoridad
 moral
 de
 la
 república,
 pero
 sobre
 todo,
 enemigo
 acérrimo
 de
 César,
 va
 a
 provocar
 un
 gran
 impacto
en
Roma
(Baños‐Hernández,
2008:
36‐39).



 Empezando
por
Bruto,
su
sobrino,
que,
tras
el
perdón
de
César
había
pasado
a
formar
parte
 de
su
círculo
más
estrecho
y,
como
prueba
de
ello,
acababa
de
tomar
posesión
del
gobierno
de
la
 Galia
 Cisalpina.
 Sintiéndose
 culpable
 por
 haber
 abandonado
 a
 Catón
 tras
 Farsalia
 y
 deseoso
 de
 preservar
la
memoria
de
quien
había
sido
su
mentor
y
referente
político,
Bruto
encargó
a
Cicerón
 una
obra
que
reivindicara
la
imagen
pública
del
“último
republicano”.
Cicerón
acaba
accediendo
a
 sus
ruegos
(en
contra
de
su
voluntad,
dirá
más
tarde)36
y
en
mayo
del
46
está
ya
inmerso
en
una
 obra
que
sabe
comprometida
porque,
como
le
confiesa
a
Ático,
resulta
imposible
elogiar
a
Catón
 sin
criticar
a
César
y
el
momento
actual:
 
 

 (10)
 Sed
 de
 Catone,
 πρόβλημα Ἀρχιμήδειον est.
 non
 adsequor
 ut
 scribam
 quod
 tui
 convivae
 non
 modo
 libenter
sed
etiam
aequo

animo
legere
possint;
quin
etiam
si
a
sententiis
eius
dictis,
si
ab

omni
voluntate
consiliisque
 quae
de
re
publica
habuit
recedam

yilw'"que
velim
gravitatem
constantiamque
eius
laudare,
hoc

ipsum
tamen
istis
 odiosum
a[kouçma
sit.
sed
vere
laudari
ille
vir

non
potest
nisi
haec
ornata
sint,
quod
ille
ea
quae
nunc
sunt
et

futura
 viderit
 et
 ne
 fierent
 contenderit
 et
 facta
 ne
 videret
 vitam
 reliquerit
 (“El
 Catón
 es
 un
 “problema
 propio
 de
 Arquímedes”.
No
consigo
escribir
algo
que
tus
convidados
[es
decir,
cesarianos
como
Hircio
o
Balbo]
puedan
leer,
no
 sólo
con
gusto,
sino
además
con
buenos
ojos;
más
aún,
aun
cuando
me
mantenga
alejado
de
las
opiniones
públicas
 de
Catón,
de
sus
deseos
y
planes
respecto
a
la
república,
e
intente
“simplemente”
alabar
su
dignidad
y
firmeza,
esto
 mismo,
con
todo,
a
esos
personajes
les
resultará
odioso
“de
oír”.
Pero
realmente
es
imposible
elogiar
a
aquel
hombre
 sin
que
resulte
evidente
que
Catón
previó
las
cosas
que
pasan
ahora
y
las
que
están
por
llegar,
se
esforzó
por
evitarlas
 y
renunció
a
la
vida
por
no
tener
que
verlas”
(Cic.
Att.
12,4,2). 


Pese
a
un
tono
premeditadamente
contenido,
en
su
Cato
(que
estaba
ya
concluido

en
julio
 del
 46)37
 Cicerón,
 según
 Cremucio
 Cordo,
 “igualaba
 a
 Catón
 con
 el
 cielo”
 (Tac.
 Ann.
 4,34,4).
 El
 panfleto,
cuenta
Plutarco
(Caes.
54,5‐6),
“tuvo
gran
éxito
entre
mucha
gente,
como
era
de
esperar
 en
una
obra
compuesta
por
el
más
elocuente
de
los
oradores
y
dedicada
al
más
brillante
tema.
Lo
 que
 molestó
 a
 César,
 que
 consideraba
 una
 acusación
 contra
 sí
 mismo
 el
 elogio
 de
 quien
 había
 muerto
 por
 su
 culpa”.
 Pero,
 sorprendentemente,
 la
 obra
 no
 satisfizo
 siquiera
 al
 propio
 Bruto
 35


Bell.
Afr.
88,3‐5;
App.
BC
2,98‐99;
Plut.
Caes.
54,2;
Cat.
Mi.
68‐72.
 
Poco
después,
cuando
ya
se
ha
desatado
la
polémica
y
el
malestar
de
César,
Cicerón
en
el
Orator,
para
cubrirse
las
 espaldas,
deja
muy
claro
que
fue
por
complacer
a
Bruto
por
lo
que
aceptó
escribir
una
obra
tan
comprometida:
“Por
 ello,
 he
 emprendido
 esta
 obra
 inmediatamente
 después
 de
 haber
 terminado
 el
 Catón
 —obra
 que
 nunca
 habría
 intentado
 escribir
 por
 temor
 a
 estos
 tiempos
 contrarios
 a
 la
 virtud,
 si
 no
 hubiese
 considerado
 que
 era
 sacrílego
 no
 hacer
caso
a
tus
ruegos,
que
suscitaron
en
mí
el
recuerdo
deseado
de
este
hombre—;
y
afirmo
que
me
he
atrevido
a
 escribir
esta
obra
ante
tus
ruegos
y
en
contra
de
mi
voluntad.
Quiero,
pues,
que
compartas
conmigo
las
críticas,
de
 manera
que,
si
no
puedo
yo
estar
a
la
altura
de
un
tema
como
éste,
seas
tú
el
culpable
por
haberme
impuesto
una
 carga
superior
a
mis
fuerzas,
y
yo
sólo
por
haberla
aceptado”
(Cic.
Orat.
35).
Aulo
Cecina,
en
una
carta
de
diciembre
 del
46,
critica
en
cierto
modo
esta
actitud
defensiva
de
Cicerón:
“En
el
Orador
te
ocultas
tras
el
nombre
de
Bruto
y
así
 intentas
tener
un
cómplice
para
justificarte
a
ti
mismo”
(fam,
6,7,4).
 37 
Cic.
fam.
9,16,2.
Es
decir
en
el
momento
en
que
César
regresa
de
África
a
Roma
y
se
dispone
a
celebrar
sus
cuatro
 triunfos
(Galia,
Egipto,
Ponto
y
África).
Los
temores
de
Cicerón
explican
el
que,
aunque
el
panegírico
estaba
concluido
 a
comienzos
de
julio,
no
lo
publicara
hasta
que
César
partió
hacia
Hispania.
Tschiedel
(1981:
8),
en
cambio,
a
partir
de
 una
carta
a
Tirón
(fam.
16,22,1)
de
difícil
cronología,
defiende
que
el
Cato
de
Cicerón
circulaba
ya
en
Roma
en
junio
 del
46,
por
lo
que
habría
que
suponer
que
César
lo
conoció
antes
de
partir
hacia
Hispania.
Sea
como
fuere,
lo
cierto
es
 que
el
orador
se
siente
satisfecho
de
su
obra:
“Me
gusta,
de
verdad,
mi
Catón”
(Cic.
Att.
12,5,2).
 36

Cultura y propaganda política en la Roma republicana

13

quien,
no
contento
con
el
encargo
hecho
a
Cicerón,
acabó
componiendo
él
mismo
otro
Cato
para
 reivindicar
con
más
entusiasmo
la
figura
de
su
tío.
Por
lo
que
sabemos,
este
segundo
panegírico
 molestó
 —y
 mucho—
 a
 Cicerón:
 cuando
 lo
 leyó,
 además
 de
 deplorar
 su
 estilo,
 se
 irritó
 profundamente,
 entre
 otras
 cosas,
 porque
 Bruto,
 al
 recordar
 la
 conjura
 de
 Catilina
 en
 el
 63,
 enfatizaba
injustamente
el
papel
de
Catón
en
detrimento
del
suyo
propio
(Cic.
Att.
12,21,1).

 De
todos
modos,
la
reacción
de
César
no
se
hizo
esperar.
Lo
primero
que
hizo
fue
encargar
 una
respuesta
contundente
a
Hircio,
su
hombre
de
confianza.
Cuando
Cicerón
conoce
la
obra,
a
 comienzos
 de
 mayo
 del
 45,
respira
aliviado:
“en
ella
recoge
los
defectos
de
Catón,
 pero
con
 las
 máximas
 alabanzas
 hacia
 mi
 persona”
 (Cic.
 Att.
 12,40,1).
 En
 efecto,
 Hircio
 redactó
 un
 libelo
 difamatorio
en
el
que
enfatizaba
los
defectos
—que
no
eran
pocos—
de
Catón,
pero
como
réplica
 no
al
elogio
de
Cicerón38,
sino
al
de
Bruto,
cuyo
panegírico,
por
venir
de
un
amigo
y
colaborador
 de
César,
había
resultado
más
molesto
y
peligroso
que
el
de
Cicerón.
En
realidad,

fue
César
el
que
 se
reservó
la
respuesta
a
Cicerón
(Plut.
Caes.
3,4;
54,6):
en
agosto
del
4539,
concluida
ya
la
guerra
 en
Hispania,
envía
directamente
al
orador
su
Anticato,
en
dos
libros,
en
el
que
puso
en
juego
toda
 su
capacidad
retórica
y
oratoria
para
estar
a
la
altura
literaria
de
un
rival
de
la
talla
de
Cicerón40,
 pero
 también
 toda
 su
 habilidad
 para
 desmontar
 y
 destruir
 la
 imagen
 idealizada
 de
 un
 supuesto
 mártir
de
la
libertad
y
de
la
causa
republicana.

 En
 realidad,
 la
 polémica
 por
 la
 figura
 y
 la
 memoria
 política
 de
 Catón
 no
 acaba
 aquí:
 el
 Anticatón
 de
 César
 provocó
 la
 replica
 primero
 del
 epícureo
 M.
 Fadio41,
 amigo
 de
 Cicerón,
 y
 después
del
estoico
Munacio
Rufo,
amigo
de
Catón42,

lo
que
no
deja
de
ser
una
prueba
más
de
la
 pujanza
de
este
tipo
de
literatura,
pero
también
de
su
impacto
en
la
opinión
pública,
de
su
valor
 propagandístico.
 
 5.
LA
OPORTUNIDAD
DE
LA
PUBLICACIÓN
DE
LOS
COMENTARIOS.
 
 En
el
contexto
que
estoy
describiendo
de
literatura
propagandística,
un
aspecto
clave
para
 valorar
el
impacto
de
los
Comentarios

tiene
que
ver
con
las
razones
y
el
momento
en
que
fueron
 publicados.
 Aunque
 la
 situación
 y
 la
 problemática
 son
 bien
 distintas
 en
 cada
 obra
 (desde
 el
 momento
 en
 que
 la
 Guerra
 civil
 parece
 una
 obra
 inacabada),
 me
 gustaría
 comentar
 siquiera
 brevemente
 ambos
 casos
 y,
 sobre
 todo,
 algunas
 hipótesis
 sugerentes
 que
 se
 apuntan
 en
 dos
 recientes
estudios
sobre
César
en
relación
con
la
Guerra
civil.
 5.1.
 En
 el
 caso
 de
 la
 Guerra
 de
 las
 Galias,
 superada
 en
 la
 actualidad
 la
 polémica
 de
 si
 sus
 siete
libros
se
compusieron
año
por
año43,
en
tres
partes
(coincidiendo,
por
ejemplo,
con
las
tres
 38


Por
eso,
Cicerón
no
tiene
ningún
inconveniente,
más
bien
todo
lo
contrario,
en
que
se
dé
publicidad
en
Roma
al
 libelo
de
Hircio
(Cic.
Att.
12,44,1)
porque
está
convencido
de
que
su
Cato
saldrá
ganando
en
la
comparación.
 39 
Pero
Cicerón
sabe
ya
en
mayo
que
César
está
preparando
la
réplica
a
su
Cato
y
que
el
libelo
de
Hircio
es,
en
cierto
 modo,
un
borrador
o
adelanto
(Cic.
Att.
12,40,1;
12,41,4).
 40 
 “Leí
 la
 carta:
 muchas
 cosas
 sobre
 mi
 Catón,
 con
 cuya
 lectura
 muy
 reiterada
 afirma
 haber
 mejorado
 sus
 recursos
 expresivos,
mientras
que
con
la
del
Catón
de
Bruto,
en
cambio,
se
ha
sentido
elocuente”
(Cic.
Att.
13,46,2;
de
agosto
 del
45).
En
efecto,
según
Plutarco,
César
“en
el
escrito
de
réplica
contra
Cicerón
a
propósito
de
Catón,
solicita
en
su
 propio
favor
que
no
se
parangone
el
discurso
de
un
militar
con
la
elocuencia
de
un
orador
poseedor
de
excelentes
 dotes
 naturales”
 (Caes.
 3,4).
 Una
 captatio
 benevolentiae
 a
 la
 que
 habría
 respondido
 Cicerón
 con
 el
 elogio
 de
 la
 oratoria
cesariana
en
el
Brutus
(supra,
nota
8),
y
con
el
elogio
también
de
su
Anticato
(Cic.
Att.
13,50,1).
 41 
En
septiembre
del
45
tenía
ya
compuesto
este
tercer
Cato
(Cic.
fam.
7,24,2;
7,25,1).
 42 
 Plut.
 Cat.
 Mi.
 25;
 36;
 Val.
 Max.
 4,3,2.
 Hasta
 el
 propio
 Augusto
 (Suet.
 Aug.
 85,1)
 intentará
 años
 más
 tarde
 una
 respuesta
al
Cato
de
Bruto.

 43 
La
independencia
de
cada
libro,
la
ausencia
de
referencias
anticipadas
al
libro
siguiente,
las
contradicciones
entre
 unos
y
otros,
las
alusiones
a
la
política
interna
de
Roma
y
la
evolución
del
estilo
son
algunos
de
los
argumentos
a
favor
 de
esta
tesis
(Barwick
1951),
que
aún
cuenta
con
partidarios
entre
historiadores
recientes
(Étienne,
1997:
286‐7).


14

José Miguel Baños

supplicationes
que
se
celebraron
en
Roma
para
conmemorar
las
campañas
victoriosas
de
César)44
 o
 de
 una
 vez
 (que
 es
 la
 tesis
 más
 comúnmente
 aceptada)45,
 lo
 que
 resulta
 evidente
 es
 que
 su
 publicación
tuvo
una
clara
intencionalidad
política;
por
tanto,
hay
que
situarla
en
el
invierno
del
 52‐51
 a.C.,
 en
 el
 momento
 en
 que
 la
 alianza
 de
 la
 nobleza
 optimate
 con
 Pompeyo
 (nombrado
 consul
 sine
 collega
 en
 el
 52
 para
 poner
 orden
 en
 medio
 de
 la
 violencia
 desencadenada
 tras
 el
 asesinato
de
Clodio
por
parte
de
Milón)
suponía
una
amenaza
directa
para
César:
con
el
horizonte
 de
las
elecciones
al
consulado
del
49,
César
quiere
recordar,
no
al
pueblo
(recuérdese
el
alcance
 limitado
 de
 la
 lectura),
 sino
 a
 la
 clase
 política
 dirigente
 que
 su
 actuación
 a
 lo
 largo
 de
 la
 guerra
 había
sido
respetuosa
con
la
legalidad
del
senado
y
siempre
para
mayor
gloria
de
Roma.
 A
 mi
 juicio,
 hay
 un
 hecho
 puntual,
 casi
 siempre
 olvidado,
 que
 bien
 pudo
 condicionar
 su
 publicación
en
este
momento.
El
relato
de
la
guerra
de
las
Galias
se
basa
fundamentalmente
en
 los
informes
que
César
enviaba
periódicamente
al
senado,
unos
informes
que
se
reflejaban
en
las
 acta
senatus
tras
su
discusión,
por
lo
que
podría
pensarse
en
una
duplicidad
innecesaria46.
Pero
la
 pérdida
de
las
acta
senatus
tras
el
incendio
de
la
Curia
en
enero
del
52
a
raíz
de
los
disturbios
que
 siguieron
al
asesinato
de
Clodio,
y
el
control
posterior
de
dichas
actas
por
parte
de
la
oligarquía
 optimate,
bien
pudieron
mover
a
César
a
una
publicación
global
de
la
Guerra
de
las
Galias
para
 dejar
así
constancia
de
su
actuación
y
de
sus
conquistas.
 Hay,
 con
 todo,
 un
 detalle
 que
 a
 priori
 puede
 resultar
 sorprendente
 pero
 que,
 en
 realidad,
 refuerza
 esta
 fecha
 de
 publicación:
 no
 hay
 ninguna
 referencia
 en
 Cicerón
 al
 De
 bello
 Gallico
 de
 César
 hasta
 el
 texto
 (3)
 del
 Brutus
 (marzo
 del
 46),
 es
 decir,
 cinco
 años
 después
 de
 la
 supuesta
 publicación
 de
 la
 obra.
 Martin
 (2000:
 15)
 sostiene
 que
 se
 trata
 de
 un
 silencio
 consciente,
 para
 restar
así
importancia
a
la
obra.
Pero
me
parece
una
explicación
rebuscada
y
poco
probable:
en
el
 52‐51,
las
relaciones
de
Cicerón
con
César
son
todo
menos
distantes,
ya
que
se
sienten
unidos
por
 lazos
 afectivos
 (su
 hermano
 Quinto
 permanece
 como
 legado
 suyo
 en
 las
 Galias
 hasta
 mediados
 del
52)
y
también
económicos47.
En
cambio,
el
silencio
de
Cicerón
y
la
publicación
de
la
Guerra
de
 las
 Galias
 en
 el
 invierno
 del
 52‐51
 resultan
 congruentes
 si
 tenemos
 en
 cuenta
 que
 se
 nos
 ha
 perdido
toda
la
correspondencia
con
Ático
entre
noviembre
del
54
(Cic.
Att.
4,19)
y
mayo
del
51
 (Cic.
 Att.
 5,1)48:
 a
 buen
 seguro,
 Cicerón
 comentó
 con
 su
 amigo
 Ático
 en
 esa
 correspondencia
 perdida
una
publicación
que
difícilmente
pudo
pasar
desapercibida.
 5.2.
Distinto
es
el
caso
de
la
Guerra
civil.
Para
aceptar
la
tesis
de
algunos
estudiosos49
de
que
 César
 publicó
 la
 obra
 en
 vida,
 habría
 que
 reconocerla
 concluida,
 lo
 cual
 se
 contradice
 con
 la
 44


En
septiembre
del
57
(Gall.
2,35,4),
y
finales
del
55
y
del
52
(Gall.
6,38,5).
Esta
tesis,
desarrollada,
entre
otros,
por
 Radin
(1918),
no
cuenta
en
la
actualidad
apenas
con
seguidores,
aunque
la
diera
por
buena
Carcopino
(1968:
285).

 45 
Defendida
en
su
momento
por
Mommsen
([1885]
1945:
736
y
n.
191)
y
Jullian
(1923,
III:
540,
n.
2)
y
desarrollada
 con
numerosos
argumentos
por
Rambaud
(1966:
297‐436),
a
ella
se
adhiere
recientemente
Martin
(2000:
14‐15).
En
 realidad,
la
postura
ecléctica
de
Adcock
(1956:
3‐5;
77‐89)
hace
compatible
una
redacción
inicial
de
cada
una
de
las
 campañas
con
una
reelaboración
final
y
publicación
en
el
51
(Kenney‐Clausen
1989:
316;
Goldsworthy
2007:
245‐46).
 46 
 Recuérdese
 que
 había
 sido
 César
 el
 que,
 durante
 su
 consulado
 del
 59,
 estableció
 que
 “tanto
 las
 acta
 diurna
 del
 senado
como
las
del
pueblo
fueran
consignadas
por
escrito
y
publicadas”
(Suet.
Iul.
20,1),
costumbre
que
se
mantuvo
 hasta
Augusto,
quien
suprimió
la
publicación
de
dichas
actas,
pero
no
su
redacción
(Suet.
Aug.
36).
 47 
César
le
había
prestado
800.000
sestercios,
una
deuda
que
desea
saldar
cuanto
antes
y
a
la
que
hace
constantes
 referencias
en
la
correspondencia
a
Ático
entre
mayo
y
junio
del
51
(Cic.
Att.
5,1,2;
5,4,3;
5,5,2;
5,6,2;
5,9,2;
5,10,4).
 48 
 En
 mayo
 del
 51
 Cicerón
 es
 nombrado
 gobernador
 de
 Cilicia,
 de
 donde
 regresa
 en
 diciembre
 del
 50,
 a
 punto
 de
 estallar
la
guerra
civil.
Por
cierto
que
a
Cilicia
le
acompañará
su
hermano
Quinto,
que,
cesariano
de
corazón,
acababa
 de
regresar
de
las
Galias
donde
se
había
dado
a
conocer
como
un
militar
valiente
y
disciplinado
(Caes.
Gall.
5,38‐52).
 49 
Barwick
(1951:
108‐136)
es
quien
más
argumentos
ha
dado
a
favor
de
una
redacción
y
publicación
tempranas
por
 parte
de
César
de
la
Guerra
civil
(antes
del
otoño
del
46,
porque
cree
ver
en
el
Pro
Ligario
§
18
ss,
ecos
conceptuales
 de
la
obra
de
César).
Un
buen
comentario
de
ésta
y
otras
tesis,
hasta
mediados
del
siglo
XX,
se
puede
encontrar
en
 Mariner
 (1956:
 xxx‐xxxix),
 quien
 no
 acaba
 de
 decantarse
 por
 ninguna
 de
 ellas:
 “la
 investigación
 no
 ha
 conseguido,
 hasta
ahora,
sacar
de
las
fuentes
una
respuesta
clara”
[sobre
la
fecha
de
publicación]
(ibid.:
xxxix).


Cultura y propaganda política en la Roma republicana

15

afirmación
 de
 Asinio
 Polión
 (Suet.
 Iul.
 56,4)
 de
 que
 César,
 de
 haber
 podido,
 habría
 retocado
 y
 corregido
su
relato,
y,
sobre
todo,
con
el
análisis
interno
de
la
obra
(son
numerosas
las
lagunas
e
 incongruencias
 internas)50.
 Todo
 hace
 pensar
 que
 el
 texto
 fue
 publicado,
 sobre
 una
 redacción
 precipitada
de
César51,
poco
después

de
su
asesinato
en
las
Idus
de
marzo
del
44,
pero
antes
de
 acabar
 el
 año,
 que
 es
 cuando
 Hircio
 (muerto
 en
 abril
 del
 43)
 habría
 publicado
 el
 libro
 VIII
 de
 la
 Guerra
de
las
Galias
para
completar
el
relato
entre
las
dos
obras
de
César52.
De
ser
así,
el
interés
 se
 centra
 en
 decidir
 quién
 tenía
 tanta
 prisa
 e
 interés
 en
 publicar
 el
 Bellum
 civile:
 ¿Antonio,
 que
 dispuso
a
su
antojo
de
los
“papeles”
de
Cesar,
entre
los
que
se
encontraría
el
texto
inconcluso
del
 Bellum
civile,
u
Octaviano?

 Martin,
en
un
reciente
estudio
(2000:
86‐90),
desarrolla
la
tesis
de
que,
en
su
disputa
con
el
 joven
Octaviano
por
el
legado
de
César,
Antonio
entendió
que
el
relato
del
Bellum
civile
era
una
 excelente
propaganda
de
su
propia
persona:
al
fin
y
al
cabo
eran
numerosos
los
pasajes
en
los
que
 se
 dibuja
 un
 retrato
 elogioso
 de
 su
 persona53
 y
 siempre
 cabía
 la
 posibilidad
 de
 omitir
 aquellos
 otros
 menos
 favorables.
 Porque,
 según
 esta
 tesis,
 no
 deja
 de
 ser
 llamativo
 que,
 a
 la
 hora
 de
 reconstruir
el
contenido
de
las
lagunas
más
importantes
del
libro
III
Bellum
civile
(Caes.
civ.
8;
10;
 50;
 105,2),
 allí
 donde
 otras
 fuentes
 paralelas
 permiten
 hacerlo,
 resulta
 que
 son
 episodios
 que
 perjudicaban
de
una
u
otra
forma
a
Antonio;
no
serían,
por
tanto,
lagunas
fortuitas
sino
forzadas
 por
Antonio
para
asegurarse
una
imagen
lo
más
positiva
posible
(Martin
2000:
95‐100).

El
retrato,
 en
cambio,
de
Antonio
por
parte
de
Hircio
en
el
libro
VIII
es
todo
menos
favorable.
Y
si,
como
dice
 explícitamente
 (Gall.
 8,1,1),
 Hircio
 compuso
 este
 libro
 por
 los
 “insistentes”
 ruegos
 de
 Balbo,
 el
 agente
 de
 César
 que
 tras
 su
 muerte
 tomó
 el
 partido
 de
 Octaviano
 en
 su
 lucha
 con
 Antonio,
 las
 piezas
del
rompecabezas
parecen
encajar:
la
publicación
del
libro
VIII
por
Hircio
fue
una
maniobra
 de
 Octaviano
 para
 contrarrestrar,
 a
 su
 vez,
 la
 propaganda
 que
 Antonio
 había
 conseguido
 con
 la
 publicación
del
Bellum
civile.
 La
 tesis
 de
 Martin
 es,
 a
 mi
 juicio,
 más
 sugerente,
 por
 argumentada,
 que
 la
 que
 plantea
 Luciano
Canfora
(2000:
381‐391).
El
historiador
italiano
niega
la
autoría
de
Hircio
sobre
el
libro
VIII
 de
la
Guerra
de
las
Galias54,
considera
un
pastiche
la
llamada
epístola
a
Balbo
con
la
que
se
abre
 dicho
libro,
y
acaba
concluyendo
que
toda
la
estructura
final
del
corpus
cesariano
procedería
del
 entorno
 de
 Octaviano.
 El
 futuro
 Augusto,
 según
 el
 testimonio
 de
 Suetonio
 (Iul.
 56,7),
 se
 habría
 preocupado
 de
 seleccionar
 el
 legado
 cesariano,
 prohibiendo,
 por
 ejemplo,
 la
 publicación
 de
 la
 correspondencia
 de
 César
 a
 Cicerón
 (sin
 duda
 comprometedora);
 en
 este
 contexto,
 no
 habría
 dudado
 en
 organizar
 y
 modificar
 a
 su
 conveniencia
 la
 estructura
 final
 del
 corpus
 cesariano,
 dejando,
 por
 ejemplo,
 en
 el
 anonimato
 a
 los
 autores
 de
 los
 distintos
 suplementos
 para
 mayor
 apología
del
propio
César.
Volveré
enseguida
sobre
esta
hipótesis
al
hablar
de
Asinio
Polión.
 
 6.
LA
DEFORMACIÓN
HISTÓRICA
Y
LA
PROPAGANDA
DE
UNA
GUERRA
“JUSTA”
Y
“PREVENTIVA”.
 
 
 ¿Memorialista
sincero
o
propagandista
sin
escrúpulos?
Entre
estos
dos
polos,
con
todos
los
 matices
 posibles,
 se
 ha
 situado
 la
 crítica
 sobre
 los
 Comentarios
 cesarianos
 desde
 el
 s.
 XIX.
 Los
 50


 Aun
 cuando
 el
 carácter
 inconcluso
 de
 la
 obra
 no
 parece
 suscitar
 dudas
 en
 la
 actualidad
 (Canfora
 2000:
 381
 ss.;
 Martin
 2000:
 87
 ss.),
 Mariner
 cree
 (1953:
 xxxi)
 que
 estos
 argumentos
 no
 son
 irrefutables:
 las
 incongruencias
 y
 discordancias
podrían
deberse,
además
de
a
las
prisas
con
que
César
escribió

la
obra,
a
“una
defectuosas
tradición
 manuscrita”

 51 
Martin
(2000:
79‐80)
apunta
que
César
se
decidió
a
escribir
el
relato
de
la
guerra
civil
a
finales
del
45
cuando
estaba
 reciente
la
polémica
de
los
Catones
y
habían
aparecido
también
diversas
biografías
encomiásticas
de
Pompeyo.
 52 
La
tesis
de
la
publicación
póstuma
aparece
ya
en
Fabre
(1936:
xxii‐xxv)
y
la
apoya
Rambaud
(1966:
18
ss.;
406
ss.).
 53 
Caes.
civ.
1,2,7;
1,11,6;
1,18,2‐3;
3,24;
3,26;
3,29‐30;
3,46;
3,65;
3,89,3.
 54 
El
autor
seguiría
siendo
César,
excepto
para
los
capítulos
finales
(desde
Gall.
8,48,10).


16

José Miguel Baños

primeros,
 sin
 negar
 intenciones
 apologéticas,
 creen
 que
 en
 conjunto
 César
 es
 veraz
 y
 que
 las
 inexactitudes
de
que
hace
gala
son
involuntarias
o
de
orden
literario.
Los
segundos
(en
particular,
 a
partir
del
sólido
estudio
de
Rambaud)
“afirman
que,
bajo
una
falaz
apariencia
de
objetividad,
la
 intención
 constante
 de
 César
 fue
 deformar
 la
 verdad
 para
 imponer
 a
 los
 contemporáneos
 una
 imagen
halagüeña
de
su
persona
y
de
su
actuación”
(André‐Hus
1983:
43).

 6.1.
Las
dudas
sobre

la
veracidad
histórica
de
los
Commentarii
tienen
su
punto
de
partida
 en
un
texto
de
Suetonio
en
el
que
se
recoge
la
acusación
de
Asinio
Polión
(autor
de
unas
Historias
 publicadas
poco
después
de
la
batalla
de
Accio
y
centradas
en
las
guerras
civiles)55
de
que
César
 había
 deformado
 la
 verdad.
 Pero
 el
 comentario
 de
 Asinio
 Polión
 ha
 sido,
 a
 veces,
 mal
 interpretado,
por
lo
que
no
está
de
más
recordarlo.
Suetonio,
después
de
glosar
el
juicio
positivo
 de
 Cicerón
 y
 de
 Hircio,
 ya
 mencionado
 (§
 2.1),
 sobre
 los
 Comentarios,
 añade,
 aparentemente
 como
contrapunto:
 
 (11)
Pollio
Asinius
parum
diligenter
parumque
integra
ueritate
compositos
putat,
cum
Caesar
pleraque
et
quae
 per
 alios
 erant
 gesta
 temere
 crediderit
 et
 quae
 per
 se,
 uel
 consulto
 uel
 etiam
 memoria
 lapsus
 perperam
 ediderit;
 existimatque
 rescripturum
 et
 correcturum
 fuisse
 (Suetonio,
 Iul.
 56,4).
 “Asinio
 Polión
 piensa
 que
 [los
 Comentarios]
 fueron
compuestos
con
poco
cuidado
y
poco
respeto
a
la
verdad,
porque
César
se
creyó
a
la
ligera
la
mayoría
de
las
 acciones
realizadas
por
otros
y
publicó
con
muchos
errores,
a
propósito
o
por
olvido,
las
llevadas
a
cabo
por
él;
y
cree
 que
los
hubiera
retocado
y
corregido
de
nuevo”
(Suet.
Iul.
56,4).



 Lo
 primero
 que
 hay
 que
 subrayar
 es
 que
 el
 juicio
 de
 Asinio
 Polión
 parece
 referirse
 no
 al
 conjunto
de
la
obra
de
César
sino
a
la
guerra
civil
(Fabre
1936:
xxiv).
En
efecto,
la
reflexión
final
de
 que
César
habría
retocado
y
corregido
sus
Comentarios
(de
haber
podido
hacerlo,
es
decir,
de
no
 haberle
 sorprendido
 la
 muerte)
 sólo
 puede
 referirse
 al
 Bellum
 civile
 o,
 mejor,
 a
 la
 parte
 de
 los
 Comentarios
(entendidos
como
una
obra
única)
relativa
a
la
guerra
civil,
incluidos
los
suplementos
 del
corpus
Caesarianum
(Bellum
Alexandrinum,
Africum
e
Hispaniense).

 El
 relato
 de
 la
 Guerra
 de
 las
 Galias
 corría
 ya
 publicado
 desde
 el
 año
 51,
 por
 lo
 que
 César
 había
 tenido
 tiempo
 más
 que
 suficiente,
 de
 haberlo
 considerado
 necesario,
 de
 corregirlo
 o
 retocarlo.
 Además,
 de
 haber
 distorsionado
 los
 hechos,
 habría
 podido
 ser
 refutado
 fácilmente
 (Martin
 2000:
 22;
 Billows
 2011:
 222)
 ya
 que,
 como
 se
 sabe,
 los
 Comentarios
 a
 la
 guerra
 de
 las
 Galias
(junto
a
los
apuntes
de
campaña
del
propio
César
y
a
los
informes
de
sus
legados),
se
basan
 en
gran
parte
en
los
informes
oficiales
que
él
mismo
había
enviado
al
senado
para
dar
cuenta
de
 sus
campañas.

Pero
lo
cierto
es
que
tampoco
en
el
caso
de
la
guerra
civil
(en
aquellos
puntos
en
 los
 que
 el
 relato
 de
 César
 se
 puede
 contrastar
 con
 las
 cartas
 de
 Cicerón
 o
 los
 testimonios
 de
 autores
posteriores)56
se
puede
hablar
de
falseamiento
de
la
realidad:
por
supuesto
que
el
retrato
 de
 sus
 adversarios
 (Pompeyo,
 Catón,
 Labieno
 o
 Escipión)
 es
 necesariamente
 subjetivo
 (en
 ello
 radica
en
parte
su
valor
propagandístico),
pero
en
lo
sustancial
el
relato
de
los
hechos
es
veraz57.
 En
 realidad,
 ni
 siquiera
 Asinio
 Polión
 cuestiona
 esa
 veracidad:
 de
 las
 referencias
 explícitas
 transmitidas
por
Suetonio,
Plutarco
o
Estrabón,
lo
más
que
puede
decirse
es
que
Asinio
puntualiza
 o
 completa
 el
 relato
 de
 la
 guerra
 civil
 en
 la
 que
 había
 participado
 activamente
 (pero
 no
 en
 la
 guerra
 de
 las
 Galias).
 Y
 ¿en
 qué
 consisten
 las
 correcciones
 de
 Asinio?
 Básicamente
 en
 recordar
 palabras
textuales
de
César
en
momentos
cruciales
como
el
paso
de
Rubicón
(Suet.
Iul.
33)
o
ante
 55


Una
obra
que
Horacio
(carm.
2,1)
esperaba
con
ansiedad
por
comprometida
y
“peligrosa”.
 
 Plutarco
 (en
 las
 biografías
 de
 Pompeyo
 y
 César),
 Livio,
 Suetonio,
 Apiano,
 Dión
 Casio,
 Veleyo
 Patérculo,
 Floro
 y
 Orosio
(sin
olvidar
la
Farsalia
de
Lucano)
completan,
pero
no
contradicen
en
lo
sustancial
el
relato
de
César.
 57 
 Lo
 más
 que
 los
 estudiosos
 han
 llegado
 a
 detectar
 son
 pequeños
 errores
 en
 la
 cronología
 de
 algunos
 hechos,
 discrepancias
 en
 las
 cifras
 de
 vencidos,
 omisiones
 más
 o
 menos
 intencionadas
 (la
 sublevación
 de
 sus
 legiones
 en
 Plasencia
es
la
más
evidente;
cf.
Suet.
Iul.
69),
etc.
Errores
imputables,
bien
al
carácter
inacabado
de
la
obra
(lo
que
 justificaría
el
juicio
de
Asinio
Polión),
bien
a
su
finalidad
propagandística.
 56

Cultura y propaganda política en la Roma republicana

17

los
 vencidos
 en
 Farsalia,
 que
 descubren
 los
 motivos
 reales
 de
 sus
 decisiones:
 “¡Lo
 han
 querido
 ellos!
—exclamó
César
al
contemplar
los
cadáveres
de
los
vencidos
en
el
campo
de
Farsalia—.
Si,
 después
de
haber
llevado
a
cabo
tantas
empresas,
no
hubiese
recurrido
a
la
ayuda
de
mi
ejército,
 yo,
Gayo
César,
habría
sido
condenado”58.
Un
análisis
detenido
de
estos
y
otros
pasajes59
pondría,
 pues,
 de
 manifiesto
 que
 Asinio
 Polión
 desvela
 motivaciones
 ocultas
 de
 César
 o
 completa
 “sospechosas”
 lagunas
 en
 determinados
 momentos
 del
 relato
 de
 la
 guerra
 civil,
 pero
 ello
 no
 significa
 que
 César
 mintiera:
 dejando
 a
 un
 lado
 determinadas
 inexactitudes
 o
 contradicciones
 imputables
 a
 la
 propia
 elaboración
 de
 los
 Comentarios
 (con
 la
 superposición
 de
 materiales
 de
 distinta
naturaleza
y
relatos
de
diversos
autores)
y
a
la
naturaleza
inacabada
de
la
obra,
de
lo
que,
 en
 todo
 caso,
 se
 puede
 acusar
 a
 César
 es
 de
 hacer
 un
 relato
 parcial,
 autojustificativo
 y
 apologético.
Lo
cual,
a
esta
alturas,
no
debería
sorprender
a
nadie.

 Asinio
Polión,
en
realidad,
disculpa
en
parte
a
César
al
señalar
que,
de
haber
podido,
a
buen
 seguro
habría
corregido
algunas
de
estas
deficiencias.
Canfora
va
un
poco
más
lejos:
Asinio
Polión
 se
 habría
 sentido
 molesto
 ya
 que,
 a
 pesar
 de
 haber
 estado
 al
 lado
 de
 César
 desde
 el
 paso
 del
 Rubicón60,
de
haber
participado
en
la
campaña
de
África61
y
de
haber
tenido
un
papel
decisivo
en
 la
guerra
de
Hispania
(César
tras
su
victoria
y,
como
prueba
de
confianza,
le
confió
el
gobierno
de
 la
Hispania
Ulterior),
era
ignorado
por
completo
en
el
Bellum
Africum
e
Hispaniense.
Desde
esta
 perspectiva,
más
que
un
ataque
a
César
lo
que
Asinio
pretendía
era
“restituir
a
su
propia
persona
 la
función
que
consideraba
le
correspondía
y
que
le
parecía
que
había
sido
ofuscada
sin
razón
en
 el
 relato
 cesariano
 y
 en
 el
 de
 los
 colaboradores
 del
 dictador”.
 En
 definitiva,
 habría
 habido
 “una
 intención
ocultadora
que
podría
estar
relacionada
con
su
postura
a
favor
de
Antonio
durante
los
 años
 del
 triunvirato”
 (Canfora
 2000:
 399).
 De
 nuevo,
 pues,
 la
 mano
 oculta
 de
 Octaviano;
 de
 nuevo,
una
instrumentalización
de
los
Comentarios
aun
después
de
la
muerte
de
César.
Pero
de
 ser
así
—y
es
lo
que
interesa
destacar—,
el
juicio
crítico
de
Asinio
Polión
hay
que
valorarlo
en
su
 justa
medida,
y
restringirlo,
en
todo
caso,
al
relato
de
la
guerra
civil.

 Así
 las
 cosas,
 más
 que
 cuestionar
 su
 veracidad
 histórica,
 lo
 que
 hay
 que
 valorar
 es
 la
 capacidad
de
César
para,
a
partir
de
unos
hechos
históricos
conocidos
en
mayor
o
menor
medida
 por
los
lectores,
"reelaborarlos"
y
utilizar
todos
los
recursos
a
su
alcance
para
convertirlos
en
un
 instrumento
de
apología
de
su
persona:
los
commentarii
se
convertirían
así
en
“un
modelo
clásico
 de
 propaganda,
 en
 el
 que
 se
 demuestra
 que
 la
 mentira
 más
 eficaz
 es
 aquella
 que
 contiene
 mayores
 dosis
 de
 verdad”
 (Mariner
 1953:
 xlv).
 Es
 lo
 que
 podríamos
 llamar,
 con
 palabras
 de
 M.
 Rambaud
(1966),
"el
arte
de
la
deformación
histórica".
Sólo
que
la
tesis
de
Rambaud,
aunque
bien
 argumentada,
 es
 demasiado
 radical:
 además
 de
 pretender
 buscar
 por
 todas
 partes
 mecanismos
 de
deformación,
se
corre
el
riesgo
de
identificar
propaganda
con
deformación
o,
lo
que
es
peor,
 deformación
 con
 mentira,
 cuando
 lo
 cierto
 es
 que
 la
 verdad
 de
 los
 hechos
 (es
 decir,
 las
 incuestionables
victorias
de
César,
sus
conquistas,
sus
dotes
de
mando
y
energía)
constituían
su
 mejor
y
más
eficaz
propaganda.



58


Suet.
Iul.
30,4.
Las
mismas
palabras,
con
referencia
a
Asinio
Polión
como
fuente,
se
encuentran
en
Plutarco
(Caes.
 46,1‐3).
 59 
Para
Canfora
(2000:
394)
es
muy
probable
que
también
procedan
de
Asinio
Polión
otras
expresiones
y
dichos
de
 César
recogidos
por
Suetonio
(Iul.
22,2;
34;
36)
relativos
siempre
a
la
guerra
civil.
 60 
Lo
dice
él
mismo
en
una
carta
a
Cicerón
(fam.
10,31,2)
y
lo
corrobora
Plutarco
(Caes.
32,7).
 61 
Plut.
Caes.
52,8.
En
realidad,
ya
Fabre
(1936:
xxvi,
n.
2)
apunta
esta
idea
cuando
afirma
que
“A
Polión
podía
haberle
 sentado
mal
el
que
su
nombre
no
fuera
mencionado
una
sola
vez
en
el
relato
de
la
campaña
de
África,
en
la
que
había
 tomado
parte”.


18

José Miguel Baños

6.2.
 Pero
 más
 que
 comentar
 estos
 procedimientos,
 suficientemente
 conocidos62,
 para
 finalizar
 esta
 exposición
 y
 buscar
 una
 lectura
 actual
 de
 la
 obra
 de
 César,
 hay
 un
 aspecto,
 en
 realidad
doble,
de
la
Guerra
de
las
Galias63
que
siempre
me
ha
llamado
la
atención
y
sobre
el
que
 me
gustaría
reflexionar
brevemente:
la
naturalidad
con
que
César
nos
presenta
una
guerra
cuya
 legalidad
 no
 parece
 precisar
 de
 justificación64
 y
 la
 naturalidad
 también
 (la
 frialdad,
 podríamos
 decir)
 con
 que
 se
 reflejan
 las
 consecuencias
 dramáticas
 (en
 términos
 de
 pérdidas
 de
 vidas
 humanas,
 devastaciones,
 actos
 de
 crueldad,
 esclavitud,
 etc.)
 de
 esa
 guerra.
 También
 en
 la
 actualidad
 estamos
 a
 las
 puertas
 de
 una
 guerra
 anunciada,
 una
 guerra
 preventiva
 en
 aras
 de
 la
 seguridad
 del
 imperio
 (el
 único)
 y
 de
 sus
 ciudadanos:
 América
 necesita
 una
 guerra,
 como
 la
 necesitaba
también
César65.

 Por
 otra
 parte,
 y
 desde
 un
 punto
 de
 vista
 docente,
 hay
 que
 reconocer
 que
 la
 lectura
 y
 traducción
 de
 la
 Guerra
 de
 las
 Galias
 no
 suele
 resultar
 demasiado
 apasionante
 para
 nuestros
 alumnos.
 A
 los
 ojos
 de
 un
 lector
 no
 prevenido,
 parece
 un
 relato
 frío,
 monocorde,
 sin
 apenas
 intensidad
 dramática,
 sin
 que
 aparentemente
 ocurran
 grandes
 cosas.
 Es
 ésta
 una
 de
 las
 perversiones
 (o
 habilidades)
 narrativas
 de
 César:
 porque
 lo
 que
 nos
 está
 contando
 en
 realidad,
 como
 si
 nada
 pasara,
 es
 la
 conquista
 de
 un
 inmenso
 territorio,
 la
 destrucción
 de
 toda
 una
 civilización,
el
exterminio
o
esclavitud
de
pueblos
enteros.
Plutarco
ofrece,
con
timbre
de
gloria,
 algunas
cifras
estremecedoras:
 
 (12)
“Pues
en
apenas
diez
años
que
duró
la
guerra
de
las
Galias,
conquistó
por
la
fuerza
más
de
ochocientas
 ciudades,
sometió
a
trescientos
pueblos,
y,
habiéndose
enfrentado
en
diferentes
ocasiones
a
un
total
de
tres
millones
 66 de
enemigos,
abatió
en
combate
a
un
millón
e
hizo
prisioneros
a
otros
tantos”
(Plut.
Caes.
15,5) .




Es
 verdad
 que
 la
 mentalidad
 imperialista
 de
 los
 pueblos
 (y
 más
 de
 un
 pueblo
 como
 el
 romano,
 que
 entendía
 la
 expansión
 como
 algo
 natural)
 hace
 que
 resulten
 inimaginables
 en
 su
 época
consideraciones
críticas
sobre
el
coste
humano,
por
ejemplo,
de
la
guerra
de
las
Galias,
o


62


Barwick
(1951:
36‐69)
y,
sobre
todo,
Rambaud
(1966):
así,
por
ejemplo,
la
ruptura
en
ocasiones
intencionada
de
la
 continuidad
 de
 los
 hechos
 para
 impedir
 su
 reconstrucción
 lógica
 y
 la
 omisión
 de
 ciertos
 detalles
 para
 conducir
 al
 lector
 en
 una
 dirección
 determinada;
 la
 utilización
 e
 inserción
 oportuna
 de
 los
 discursos
 (propios
 o
 de
 los
 adversarios),
la
habilidad
de
César
para
desaparecer
de
escena
en
los
momentos
desfavorables,
mientras
que
en
las
 victorias
se
presenta
siempre
como
sujeto
activo
(instituit,
constituit,
existimavit),
el
empleo
de
la
tercera
persona
tan
 efectivo
 como
 la
 repetición
 misma
 del
 nombre
 de
 César
 (casi
 800
 veces
 en
 el
 conjunto
 de
 las
 dos
 obras),
 la
 exageración
o
atenuación
de
las
cifras
(según
se
trate
de
pérdidas
propias
o
ajenas),
etc.
etc.
 63 
 Por
 supuesto,
 también
 la
 Guerra
 civil
 
 ofrece
 lecturas
 actuales:
 “¿Puede
 haber
 una
 ética
 de
 la
 guerra
 civil?
 ¿Qué
 valor
 se
 puede
 considerar
 más
 elevado
 que
 el
 respeto
 a
 las
 instituciones
 legales?
 A
 estas
 preguntas,
 los
 Antiguos
 proponían
 respuestas
 distintas
 a
 las
 nuestras.
 Pero,
 ¿nos
 atreveremos
 a
 decir
 que
 no
 son
 preguntas
 actuales?”
 (Martin
2000:
4).
 64 
 Tal
 vez
 sea
 excesivo
 afirmar
 que
 “César
 no
 tuvo…
 interés
 en
 justificar
 su
 conquista
 de
 las
 Galias
 ni
 mostrar
 la
 necesidad
 de
 la
 guerra,
 ni
 menos
 todavía
 su
 iustitia”
 y
 que
 “toda
 la
 conquista
 de
 la
 Galia
 puede
 explicarse
 sin
 necesidad
de
justificación
por
los
principios
que
guiaban
la
conducta
de
los
romanos”
(Hinojo
1997:
276‐7).
Suetonio
 nos
 ofrece
 un
 precioso
 testimonio
 de
 que,
 en
 ocasiones,
 hubo
 dudas
 sobre
 la
 iustitia
 de
 la
 guerra
 emprendida
 por
 César
 en
 las
 Galias
 (lo
 que
 justificaría,
 añadimos,
 la
 finalidad
 propagandística
 de
 los
 Comentarios):
 al
 hilo
 de
 los
 acuerdos
 de
 Luca
 del
 56,
 Suetonio
 señala
 que,
 desde
 entonces,
 César
 “ya
 no
 desaprovechó
 ninguna
 ocasión
 para
 hacer
la
guerra,
ni
aunque
fuera
injusta
y
peligrosa
(nec
deinde
ulla
belli
occasione,

iniusti
quidem
ac
periculosi
 abstinuit),
 atacando
 sin
 provocación
 tanto
 a
 las
 naciones
 aliadas
 como
 a
 los
 pueblos
 enemigos
 y
 salvajes,
 hasta
 el
 punto
de
que
el
senado
decretó
en
cierta
ocasión
que
se
enviara
una
embajada
para
comprobar
la
situación
de
las
 Galias”
(Suet.
Iul.
24,3).
 65 
“La
guerra
como
huida”,
titula
con
acierto
Jehne
(2001:
57)
el
capítulo
de
su
monografía
referido
a
la
conquista
de
 las
Galias.
 66 
Las
mismas
cifras
se
repiten
en
la
biografía
de
Pompeyo
(Pomp.
67,10).


Cultura y propaganda política en la Roma republicana

19

los
actos
de
crueldad
y
barbarie67.
Más
bien,
al
contrario:
César
no
duda
en
engordar
las
cifras
de
 enemigos
vencidos,
muertos
o
heridos
como
un
procedimiento
más
de
propaganda
y
deformación
 histórica:
al
fin
y
al
cabo
la
duración
de
las
supplicationes,
y
por
tanto,
los
días
de
fiesta
en
Roma,
 eran
 en
 cierto
 modo
 proporcionales
 al
 número
 de
 muertos
 y
 vencidos
 en
 cada
 una
 de
 sus
 victoriosas
 campañas.
 Y
 es
 que,
 “aunque
 el
 lector
 moderno
 puede
 en
 ocasiones
 sentir
 cierto
 rechazo
 ante
 la
 impertérrita
 retahíla
 de
 imperialismo,
 masacre,
 ejecuciones
 en
 masa
 y
 esclavización
contenida
en
los
Comentarios,
a
un
romano
contemporáneo
todo
eso
no
le
habría
 afectado.
 De
 hecho,
 debió
 de
 haber
 sido
 difícil,
 incluso
 para
 uno
 de
 los
 oponentes
 políticos
 de
 César,
no
dejarse
llevar
por
la
emoción
de
la
narrativa”68
(Goldsworthy,
2007:
244‐245).
 
 En
realidad,
sólo
hay
un
texto
en
toda
la
literatura
latina
que
pone
el
dedo
en
la
llaga
sobre
 los
 costes
 humanos
 de
 las
 guerras
 de
 César.
 Frente
 al
 relato
 que
 acabamos
 de
 ver
 de
 Plutarco,

 Plinio
el
Viejo,
en
el
libro
VII
de
la
Historia
natural,
después
de
recordar
la
“energía
de
espíritu”
de
 César,
 su
 valor,
 constancia
 y
 rapidez,
 al
 trazar
 la
 comparación
 con
 Pompeyo
 no
 puede
 evitar
 recordar
la
cifra
de
1.192.000
muertos
que
provocó
su
guerra
en
las
Galias;
y
eso,
sin
mencionar
 las
consecuencias
de
la
guerra
civil,
unas
matanzas
cuyo
alcance
César
ocultó
convenientemente
 (ipse
bellorum
civilium
stragem
non
prodendo).
Plinio
es
contundente
en
su
valoración:
“no
podría
 poner
entre
sus
títulos
de
gloria
semejante
ultraje
cometido
contra
el
género
humano”:
 

 
 (13)
 Idem
 [Caesar]
 signis
 conlatis
 bis
 et
 quinquagiens
 dimicavit,
 solus
 M.
 Marcellum
 transgressus,
 qui
 undequadragiens
 dimicavit.
 nam
praeter
 civiles
 victorias
 undeciens
 centena
 et
 nonaginta
 duo
 milia
 hominum
 occisa
 proeliis
 ab
 eo
 non
 equidem
 in
 gloria
 posuerim,
 tantam
 etiam
 coactam
 humani
 generis
 iniuriam,
 quod
 ita
 esse
 confessus
est
ipse
bellorum
civilium
stragem
non
prodendo.
(“También
César
combatió
en
cincuenta
y
dos
batallas,
 por
 lo
 que
 fue
 el
 único
 que
 sobrepasó
 a
 M.
 Marcelo,
 que
 combatió
 treinta
 y
 nueve
 veces.
 Pues,
 a
 decir
 verdad,
 además
 de
 su
 victoria
 en
 la
 guerra
 civil,
 no
 podría
 poner
 entre
 sus
títulos
 de
 gloria
 haber
 matado
 un
 millón
 ciento
 noventa
 y
 dos
 mil
 hombres
 en
 combate,
 un
 ultraje
 tan
 grande
 cometido
 contra
 el
 género
 humano,
 que
 él
 mismo
 reconoció
que
fue
así
al
ocultar
las
muertes
de
las
guerras
civiles”,
Plin.,
nat.
7,92).



 
 Es
 verdad
 que
 otros
 historiadores
 como
 Veleyo
 Patérculo
 (2,47,1)
 rebajan
 a
 400.000
 el
 número
total
de
muertos
en
la
Galia
(para
Apiano,
en
cambio,
esa
cifra
se
habría
alcanzado
sólo
 en
 la
 campaña
 contra
 usípetes
 y
 tencteros)69
 y
 otros
 tantos
 prisioneros,
 cifra
 con
 todo
 estremecedora
 si
 se
 tiene
 en
 cuenta
 que
 la
 población
 global
 de
 la
 Galia
 no
 excedía
 de
 los
 diez
 millones
de
habitantes;
sin
olvidar
las
devastaciones,
los
saqueos
y

requisas,
el
tributo
que
César
 67


Recuérdese,
por
ejemplo,
la
brutal
represión
de
los
vénetos
tras
su
derrota:
con
el
pretexto
de
que
habían
violado
 “el
 derecho
 de
 los
 embajadores”,
 fueron
 ajusticiados
 todos
 los
 senadores
 vénetos
 y
 su
 población
 vendida
 como
 esclavos
(Gall.
3,16,4).
Un
derecho,
por
cierto,
que
violará
después
César
cuando
mató
a
traición
a
los
jefes
germanos
 de
los
tencteros
y
usípetes
que
habían
acudido
a
entrevistarse
con
él,
para
una
vez
descabezados,
masacrar
a
toda
la
 población,
 incluidos
 mujeres
 y
 niños
 (Caes.
 Gall.
 4,14‐15).
 Catón
 quiso
 aprovechar
 esta
 transgresión
 flagrante
 del
 derecho
de
gentes
para
reclamar
que
César
fuera
entregado
al
enemigo
(Plut.
Caes.
22;
Cat.
Mi.
51;
Suet.
Iul.
24,3),
 pero
 el
 senado
 premió
 la
 victoria
 (y,
 por
 tanto,
 la
 matanza)
 con
 la
 concesión
 de
 una
 nueva
 supplicatio
 (Caes.
 Gall.
 4,38,5).
 El
 juicio
 de
 Jullian
 sobre
 este
 episodio,
 “la
 más
 sucia
 de
 sus
 acciones”
 (1923,
 III:
 326),
 es
 concluyente.
 La
 relación
se
podría
continuar:
en
el
52,
de
los
40.000
habitantes
de
Avárico,
apenas
800
lograron
escapar
a
la
masacre
 que
 siguió
 a
 su
 asedio
 (Gall.
 7,28,5);
 en
 el
 51,
 en
 Oxeloduno,
 César,
 tras
 un
 cruel
 asedio,
 “a
 todos
 los
 que
 habían
 empuñado
 las
 armas
 les
 cortó
 las
 manos”
 (Gall.
 8,44,1)
 para
 que
 sirvieran
 de
 escarmiento
 y
 advertencia
 a
 todos
 aquellos
que
pretendiesen
sublevarse
contra
Roma,
etc.
 68 La
misma
reflexión
hace
R.
Billows
en
una
reciente
biografía
de
César
(2011:
270‐71):
“Durante
aquellos
ocho
años
 de
 guerra
 se
 cometieron,
 ciertamente,
 atrocidades
 sin
 cuento,
 pero,
 al
 juzgarlas,
 no
 deberíamos
 aplicar
 con
 demasiada
facilidad
un
criterio
moderno.
Para
un
romano
como
César,
la
única
norma
aplicable
era
el
bienestar,
el
 poder
y
la
gloria
de
Roma,
y,
por
supuesto,
el
enriquecimiento
y
la
gloria
del
propio
comandante
romano,
sus
oficiales
 y
la
tropa”.
 69 
App.
Gall.
1,12.
Plutarco
habla
de
“sólo”
300.000
muertos
en
el
conjunto
de
las
campañas
contra
los
germanos
(Cat.
 Mi.
51,1).


20

José Miguel Baños

impone
a
las
Galias
o
la
explotación
de
sus
productos.
Es
el
precio
de
la
civilización,
dirán

quienes
 como
 Mommsen
 ven
 en
 la
 conquista
 de
 las
 Galias
 una
 muestra
 de
 la
 providencia
 del
 héroe,
 poniendo
esta
sangrienta
invasión
en
el
mismo
plano
que
la
helenización
de
Oriente
por
obra
de
 Alejandro.
 Al
 fin
 y
 al
 cabo,
 Europa
 Occidental
 no
 sería
 la
 realidad
 histórica
 y
 cultural
 que
 todos
 conocemos
 
 sin
 la
 conquista
 de
 las
 Galias.
 Una
 cruel
 ironía
 que
 refleja
 muy
 bien
 Canfora
 (2000:
 142):
 
 
 (14)
 “Naturalmente,
 la
 romanización
 de
 la
 Galia
 es
 un
 fenómeno
 de
 tales
 proporciones
 históricas
 que
 se
 impone
que
nos
preguntemos
si
la
contabilidad
de
los
muertos
propuesta
por
Plinio
con
extrema
claridad
(y
con
la
 acusación
ácida
a
César
de
haber
escondido
las
cifras)
no
debería
ceder
el
paso,
haciendo
un
balance
histórico,
a
lo
 que
 podría
 considerarse
 el
 acontecimiento
 decisivo
 de
 la
 formación
 de
 la
 Europa
 medieval
 y
 después
 moderna:
 la
 romanización
de
los
celtas,
debida,
precisamente,
a
la
conquista
cesariana.
También
a
propósito
de
la
feroz
conquista
 del
 Nuevo
 Mundo,
 debida
 a
 la
 acción
 convergente
 de
 conquistadores
 y
 misioneros,
 por
 parte
 de
 la
 vieja
 Europa,
 surgió,
y
todavía
no
se
ha
agotado,
la
cuestión
del
coste
humano…
Por
otra
parte,
todavía
hoy
se
considera
válida
la
 pregunta
“¿qué
historia
habríamos
tenido
sin
Pizarro?”,
pero
no
la
otra:
¿qué
Europa
habría
habido
sin
Julio
César?”

 



 6.3.
Es
más
que
improbable
que
César
fuera
consciente
de
la
trascendencia
histórica
y
de
 las
 consecuencias
 que
 su
 decisión
 de
 conquistar
 las
 Galias
 iba
 a
 tener
 para
 la
 historia
 de
 Occidente.
Sus
motivos
eran
más
prosaicos,
por
más
que
(por
sobreentendidos
o
inconfesables)
 no
 aparezcan
 muchas
 veces
 explícitos
 en
 su
 relato.
 Simplemente,
 César
 necesitaba
 una
 guerra:
 “La
conquista
de
la
Galia
fue
un
medio
dirigido
a
un
fin,
y
el
fin
era
el
predominio
de
César
y
su
 acceso
al
gobierno
romano”
(Billows
2011:
272‐273).
 
 El
mandato
extraordinario
por
cinco
años
de
la
Galia
Cisalpina
y
de
Iliria
(y,
por
un
golpe
de
 suerte,
 también
 de
 la
 Galia
 Narbonense),
 que
 se
 prorrogará
 después
 otro
 lustro,
 había
 que
 justificarlo
 con
 una
 guerra:
 “César
 habría
 hecho
 el
 ridículo
 ante
 la
 opinión
 pública
 romana
 si
 durante
 esos
 cinco
 años
 se
 hubiera
 limitado
 a
 cumplir
 proba
 y
 honradamente
 las
 tareas
 jurisdiccionales
 y
 administrativas
 de
 un
 simple
 gobernador
 de
 provincias”
 (Jehne
 2001:
 60).
 Así
 que,
 a
 falta
 de
 una
 guerra,
 había
 que
 inventarla
 o
 provocarla.
 Por
 eso,
 en
 cuanto
 tuvo
 una
 oportunidad,
 supo
 aprovecharla:
 el
 intento
 de
 los
 helvecios,
 presionados
 a
 su
 vez
 por
 las
 tribus
 germánicas,
de
buscar
un
nuevo
asentamiento
junto
al
Atlántico,
en
el
territorio
de
los
santones
 (es
decir,
a
más
de
200
km.
de
los
tolosates,
o
lo
que
es
lo
mismo,
de
la
provincia
romana
de
la
 Narbonense,
 dato
 que
 César
 omite)
 fue
 la
 ocasión
 para
 intervenir
 con
 la
 excusa
 de
 que
 dicho
 movimiento
migratorio
amenazaba
la
seguridad
de
la
Narbonense.
Una
guerra
preventiva
que
se
 va
 a
 prolongar
 nada
 menos
 que
 ocho
 largos
 años
 y
 siempre
 con
 argumentos
 similares.
 “Por
 su
 histérica
necesidad
de
seguridad
—dice
Jehne
(2001:
65)—,
los
romanos
propendían
a
reaccionar
 con
la
represión
ante
cualquier
leve
indicio
de
que
en
su
vasta
zona
de
influencia
estaba
surgiendo
 un
poder
enemigo”.
Huelgan
las
comparaciones
con
la
actualidad.


 
 César
 necesitaba
 una
 guerra
 con
 la
 que
 alcanzar
 el
 prestigio
 militar
 de
 Pompeyo
 (Plut.
 Caes.
28,1‐3),
su
aliado
circunstancial
en
aquel
momento,
pero
su
rival
necesario
en
el
futuro.
La
 guerra
era
para
César,
por
tanto,
su
mejor
trampolín
y
propaganda.
Además
de
su
proximidad
a
 Italia
(y
la
posibilidad,
por
tanto,
de
influir
en
la
política
interna),
la
elección
de
las
Galias
como
 escenario
 no
 fue,
 en
 este
 sentido,
 casual.
 Suetonio
 dice
 explícitamente
 (Iul.
 22,1)
 que
 César
 “prefirió,
 entre
 otras,
 la
 provincia
 de
 las
 Galias
 porque
 por
 sus
 recursos
 y
 situación
 privilegiada
 ofrecía
 una
 ocasión
 propicia
 para
 obtener
 triunfos”.
 Y
 Cicerón,
 en
 el
 texto
 (8)
 del
 De
 provinciis
 consularibus
que
ya
comentamos
(supra,
§
3.2),
nos
da
una
clave
más
para
entender
esa
elección:
 César,
 que
 ya
 se
 había
 presentado
 como
 continuador
 del
 legado
 y
 la
 memoria
 de
 Mario70,
 70


Recuérdese
que
como
edil
en
el
65
había
restituido
los
trofeos
de
las
victorias
de
Mario
(Plut.
Caes.
6,1;
Suet.
Iul.
 12,
“a
pesar
de
la
oposición
de
la
nobleza”
(Vell.
2,43,4).




Cultura y propaganda política en la Roma republicana

21

pretendía
superar
así
sus
victorias
sobre
cimbros
y
teutones
y,
eliminar,
de
paso
ese
fantasma,
tan
 arraigado
en
el
imaginario
romano,
de
la
amenaza
bárbara
del
norte.
 
César
necesitaba
una
guerra
y
un
mando
militar
lo
más
prolongado
para
estar
a
resguardo
 de
 la
 amenaza
 judicial
 de
 sus
 adversarios
 políticos
 (Suet.
 Iul.
 23)
 y
 acallar
 sus
 críticas
 con
 victorias71.
Ya
en
el
56,
Lucio
Domicio
amenazó
a
César
con
privarle
del
ejército,
una
amenaza
que
 Suetonio
(Iul.
24,1)
presenta
como
desencadenante
de
los
acuerdos
de
Luca
de
abril
del
56
que
 iban
a
garantizar
a
César
una
prórroga
de
su
mandato
extraordinario
en
las
Galias
por
otros
cinco
 años.

Las
palabras,
en
fin,
que
Asinio
Polión
refiere
en
su
boca
para
justificar
el
paso
del
Rubicón
y
 el
 estallido
 de
 la
 guerra
 civil
 son
 elocuentes
 al
 respecto:
 “Ellos
 lo
 han
 querido:
 a
 pesar
 de
 mis
 grandes
hazañas,
yo,
Gayo
César
habría
sido
condenado
si
no
hubiese
recurrido
a
la
ayuda
de
mi
 ejército”72
 (Suet.
 Iul.
 30,4).
 Esa
 fue
 la
 verdadera
 razón
 para
 desencadenar
 la
 guerra
 civil
 y
 no
 el
 “pretexto”
(Suet.
Iul.
30,1;
Iul.
22,2)
de
la
defensa
de
los
derechos
de
los
tribunos
de
la
plebe
o
de
 su
honor
personal
(Caes.
civ.
7,2‐7;
Suet.
Iul.
33).


 Cesar
 necesitaba
 una
 guerra
 para
 disponer
 de
 un
 ejército
 propio,
 de
 una
 legiones
 fieles
 y
 aguerridas
 en
 previsión
 de
 futuro,
 ampliando
 así
 la
 base
 de
 la
 plebe
 urbana
 sobre
 la
 que
 hasta
 entonces
 se
 había
 apoyado:
 uno
 de
 los
 rasgos
 mejor
 dibujados
 en
 el
 relato
 de
 la
 Guerra
 de
 las
 Galias,
 y
 en
 el
 que
 coinciden
 también,
 de
 forma
 reiterada,
 Suetonio
 y
 Plutarco,
 es
 la
 relación
 recíproca
de
confianza
y
estima
que
se
establece
entre
el
general
y
sus
soldados.
Sus
adversarios
 políticos
 sabían
 muy
 bien
 de
 la
 solidez
 de
 esa
 unión,
 de
 la
 devoción
 de
 los
 ejércitos
 hacia
 su
 general.
 De
 ahí
 que
 una
 de
 las
 medidas
 de
 la
 factio
 fuera
 intentar
 desactivar
 esa
 amenaza
 obligando
a
César
a
abandonar
el
mando
de

sus
legiones
con
el
argumento
de
que
la
guerra,
de
 acuerdo
con
la
propia
propaganda
de
los
Comentarios,
estaba
ya
concluida
(Suet.
Iul.
28,2)73.
 César
necesitaba
una
guerra
para
aumentar
su
clientela
en
Roma
y,
por
tanto,
la
base
de
su
 apoyo
 electoral:
 ya
 como
 cuestor
 había
 defendido
 la
 concesión
 de
 la
 ciudadanía
 a
 las
 colonias
 latinas
 transpadanas
 (Suet.
 Iul.
 8),
 algo
 que
 hará
 realidad
 en
 el
 49
 al
 inicio
 del
 guerra
 civil
 (D.C.
 41,36,3).
Además
de
los
muchos
ciudadanos
romanos
(potenciales
partidarios
en
las
elecciones)
 que
vivían
en
la
Galia
Cisalpina,
la
provincia
le
proporcionará
recursos
humanos
con
que
engrosar,
 en
caso
necesario,
las
filas
de
sus
legiones74.
Las
maniobras
de
sus
enemigos
políticos
muestran
la
 importancia
 esta
 clientela:
 en
 el
 51,
 el
 cónsul
 Marco
 Marcelo
 propuso
 privar
 de
 la
 ciudadanía
 romana
a
los
colonos
que
César
había
establecido
en
Como
(Plut.
Caes.
29,2;
Suet.
Iul.
28,4).


 César
 necesitaba,
 en
 fin,
 una
 guerra
 para
 resolver
 definitivamente
 sus
 problemas
 económicos
(fundamentalmente
por
el
endeudamiento
en
las
sucesivas
campañas
electorales),
y
 a
 fe
 que
 lo
 consiguió75.
 Es
 éste
 un
 aspecto
 que
 César
 omite
 intencionadamente
 en
 sus
 Comentarios
 pero
 al
 que
 Suetonio
 dedica
 mucha
 más
 extensión
 (Iul.
 26,2‐28,2)
 que
 al
 relato
 mismo
 de
 sus
 conquistas
 (Iul.
 25).
 Y
 al
 final
 de
 su
 biografía,
 en
 el
 recuento
 de
 sus
 virtudes
 y
 defectos,
no
puede
dejar
de
consignar
esta
realidad:
“En
la
Galia
esquilmó
santuarios
y
templos
de
 71


La
anécdota
que
cuenta
Suetonio
sobre
la
reacción
de
César
al
conseguir
el
mando
extraordinario
en
las
Galias,
a
 pesar
 de
 la
 oposición
 de
 la
 oligarquía
 senatorial,
 es
 más
 que
 significativa:
 dijo
 que
 “a
 partir
 de
 ese
 momento
 iba
 a
 machacar
las
cabezas
de
todos
ellos”,
ex
eo
insultaturum
omnium
capitibus
Suet.
Iul.
22,2).

 72 
Suetonio
acaba
de
comentar
que
Catón,
el
enemigo
más
persistente
de
César,
había
anunciado
muchas
veces
“bajo
 juramento,
que
acusaría
a
César
en
cuanto
licenciara
su
ejército”
(Iul.
30,3).
 73 
Esa
fue
la
propuesta
y
los
argumentos
del
cónsul
del
51
M.
Claudio
Marcelo
(Suet.
Iul.
28,2).
 74 
Por
ejemplo,
la
famosa
legio
V
Aulada
fue
reclutada
por
César
entre
los
galos
transalpinos,
y
a
todos
sus
miembros
 acabará
concediéndoles
la
ciudadanía
(Suet.
Iul.
24,2).
 75 
Dión
Casio
(42,49,4)
recoge
la
frase
de
César
de
que
los
fundamentos
de
la
dignitas
son
el
dinero
y
los
soldados,
y
 que,
verídica
o
no,
resume
muy
bien
su
actuación.
En
realidad,
las
Galias
se
presentaban
a
los
romanos
como
unas
 “Américas”.
El
ejemplo
de
Quinto,
el
hermano
de
Cicerón,
es
elocuente
(Cic.
Q.
fr.
2,14,3;
3,6,1),
y
a
ello
contribuyó,
 sin
duda,
el
propio
César:
“Envíame
a
otro,
que
yo
le
enriqueceré”
(fam.
7,5,2).



22

José Miguel Baños

los
 dioses
 repletos
 de
 donativos,
 y
 destruyó
 las
 ciudades
 más
 veces
 por
 conseguir
 un
 botín
 que
 por
 represalias;
 el
 resultado
 es
 que
 nadaba
 en
 oro
 y
 lo
 vendía
 al
 por
 menor
 en
 Italia
 y
 las
 provincias”
 (Suet.
 Iul.
 54,2),
 con
 lo
 que
 el
 precio
 del
 metal
 precioso
 acabó
 devaluándose
 una
 cuarta
parte.
Con
este
ingente
botín
de
la
conquista
no
sólo
se
aseguró
la
gratitud
y
fidelidad
de
 sus
 tropas
 (regaló,
 por
 ejemplo,
 un
 esclavo
 a
 cada
 uno
 de
 sus
 soldados)76
 sino
 que
 pudo
 hacer
 frente
a
los
costes
de
las
fastuosos
obras
públicas
—otra
forma
de
propaganda—
ya
iniciadas77
y
 comprar
el
apoyo
de
personajes
influyentes
en
su
enfrentamiento
con
la
factio
senatorial78.


 Cesar
necesitaba
una
guerra.
Y,
sin
embargo,
éstas
y
otras
razones
no
aparecen
como
tales
 en
 los
 Comentarios:
 César
 se
 habría
 limitado,
 como
 todo
 general
 romano
 respetuoso
 con
 la
 legalidad,
a
cumplir
un
mandato
del
senado
y
a
garantizar
la
seguridad
de
los
territorios
romanos
 y
la
de
sus
aliados.
Y
nos
logra
convencer
de
que
realmente
fue
así.
En
ello
radica,
en
gran
medida,
 su
propaganda
y
su
habilidad
narrativa.

 Para
 concluir,
 nada
 mejor
 que
 un
 cita
 de
 Martin
 Jehne,
 autor
 de
 una
 densa
 y
 excelente
 biografía
de
César,
que
resume
muy
bien
esta
idea:
 
 (15)
“Cuando
se
examina
retrospectivamente
el
gobierno
de
César
y
su
gran
guerra,
o
cadena
de
guerras,
que
 llevó
a
cabo
desde
el
58
hasta
el
51,
se
experimentan
sentimientos
opuestos.
Es
cierto
que
la
guerra,
la
destrucción
de
 poderes
 extranjeros
 y,
 llegado
 el
 caso,
 la
 expansión
 eran
 en
 Roma
 una
 cosa
 tan
 natural
 que
 tiene
 poco
 sentido
 pretender
juzgar
a
César
con
las
pautas
anacrónicas
de
un
pacifismo
o
un
humanismo
modernos.
Pero
si
se
tiene
en
 cuenta
que
César
forzó
el
estallido
y
la
prosecución
de
una
guerra
que
no
era
absolutamente
necesaria
de
acuerdo
 con
 los
 esquemas
 romanos,
 entran
 escalofríos
 de
 pensar
 que
 durante
 ocho
 años
 estuvo
 conquistando
 un
 territorio
 enorme,
fundamentalmente
porque
las
maquinaciones
políticas
de
Roma
habían
puesto
al
frente
del
gobierno
de
la
 Narbonense
a
un
hombre
que
necesitaba
urgentemente
una
gran
guerra”
(Jehne
2001:
81).

 


No
creo
que
sea
preciso
insistir,
por
evidentes,
en
los
paralelismos
con
la
situación
actual.
La
 historia,
por
desgracia,
se
ha
vuelto
a
repetir.
 

 
 


76


De
la
generosidad
de
César
con
sus
legiones
da
cuenta
reiterada
Suetonio
(Iul.
26,3;
38,1;
67,1).
 
La
más
importante,
el
famoso
Forum
Iulium,
“cuyo
solar
costó
más
de
diez
millones
de
sestercios”
(Suet.
Iul.
26,2).
 78 
 Plut.
 Caes.
 29,3;
 Suet.
 Iul.
 29,1.
 Entre
 otros,
 al
 cónsul
 del
 50
 Lucio
 Paulo,
 para
 contrarrestar
 la
 hostilidad
 de
 su
 colega
G.
Claudio
Marcelo.
Pero
el
caso
más
llamativo
fue,
sin
duda,
el
del
joven
Curión,
hasta
entonces
enemigo
de
 César.
Después
de
pagar
sus
deudas,
que
según
Suetonio
ascendían
a
dos
millones
y
medio
de
denarios,
Curión,
como
 tribuno
de
la
plebe
en
el
50,
se
va
a
convertir
en
el
portavoz
de
los
intereses
de
César
en
el
senado
oponiéndose
con
 inteligencia
y
firmeza
a
las
maniobras
de
los
adversarios
de
su
nuevo
amo.

 77

Cultura y propaganda política en la Roma republicana



23

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