Cultura Política y Desarrollo Económico: La Competitividad no Depende Solo del Tipo de Cambio

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Descripción

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Cultura Política y Desarrollo Económico

La competitividad argentina no depende sólo del tipo de cambio Por José Eduardo Jorge Ensayo publicado originalmente en la revista electrónica Cambio Cultural, Buenos Aires, Enero de 2002, al momento de producirse la crisis política y financiera de la 1 Argentina que produjo la caída del gobierno electo en 1999. Artículo original accesible en Internet Archive: https://web.archive.org/web/20051103021724/http://www.cambiocultural.com.ar/ actualidad/competitividad.htm

Un análisis actual de los valores y actitudes predominantes en la cultura política argentina se encuentra en Jorge, José Eduardo (2010): Cultura Política y Democracia en Argentina, Edulp, Universidad Nacional de La Plata.

La verdadera riqueza de una nación está en su capital humano, social y cultural. Las naciones competitivas exportan su conocimiento y su talento y pagan salarios altos * * *

La Tierra Predestinada era el título de un artículo firmado por Enrique Larreta, en la portada de un voluminoso suplemento especial de La Nación del 22 de mayo de 1960, editado en conmemoración del sesquicentenario de la Revolución de 1810. Decía el escritor: "Fácil es predecir que en un futuro muy próximo la Argentina será uno de los países más ricos y prósperos del mundo moderno. En cuanto a nuestras vastas praderas que no tienen su igual en ningún otro país, no tardarán en acrecentar grandemente su producción y quién sabe si las nuevas fuerzas atómicas no consiguen levantar fácilmente, económicamente, el agua de nuestros ríos y convertir a nuestra Mesopotamia en la huerta de América. ¿La Argentina abastecedora y auxiliadora de otras naciones, como lo es ahora la República del Norte? ¿Quimera? ¿Delirio?... Realidad histórica que tenía que ser y que no tardará mucho en cumplirse".

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Una versión completa de este ensayo fue reproducida en forma impresa por la revista especializada Informe Ganadero: Jorge, José Eduardo (2003): “La competitividad argentina no depende solo del tipo de cambio”, Informe Ganadero, Año 22, Nº 558, Buenos Aires, 22 de Agosto, pp. 8-22 Un extracto del artículo fue publicado en el semanario especializado El Economista: Jorge, José Eduardo (2002): “La competitividad del país no depende solo del tipo de cambio”, El Economista, Año LI, Nº 2.683, Buenos Aires, 12 de Abril, p. 14.

2 Cuarenta años después, el pronóstico de Larreta no se ha hecho realidad. ¿Tenía fundamentos sólidos? En el mismo artículo, el escritor reflexionaba sobre las tribulaciones económicas que habían conducido a la pérdida de valor del peso frente al dólar y la libra, a los "denuestos políticos" del momento, al hecho de que el país no había logrado nada parecido a lo que ya se conocía como "el milagro alemán"... Pero su optimismo residía en "la propia tierra, la tierra misma salvándolo todo con sus entrañas... Su sangre mineral ha de promover la nueva vida, la nueva grandeza". Nada de eso ha ocurrido. Las ricas praderas, los recursos minerales, no han sido suficientes. Peor aún, la Argentina se debate para no caer en la ruina.

Historia de la decadencia Al referirse profusamente a nuestro naufragio económico, los medios de comunicación de todo el mundo no dejaron de apuntar que la Argentina fue, a principios del siglo XX, uno de los países más ricos del globo. En pocas líneas los diarios y agencias de noticias del exterior reseñaron su larga decadencia, atribuyéndola generalmente a malos gobiernos. Entre los muchos comentarios se destacaron los del secretario del Tesoro estadounidense, Paul O'Neill, cuando desde The Economist disparó a fines de julio de 2002 que a) la Argentina ha tenido problemas económicos durante los últimos setenta años; b) no cuenta con ninguna industria exportadora que valga la pena; c) nadie nos ha obligado a ser lo que somos; d) así es como nos gusta. Hubo reacciones de indignación. Quienes siempre creen que el culpable es Otro alzaron el argumento de los subsidios y las trabas proteccionistas aplicadas por los países desarrollados, que anulan artificialmente las ventajas comparativas de nuestros productos primarios. Si bien no les falta un poco de razón, es probable que O'Neill, un ejecutivo formado en el ambiente de la industria pesada, piense lo que se desprende de sus palabras: que nuestras carnes y granos no son una producción exportadora "que valga la pena". Claro que esta afirmación es injusta para la gente del campo, que en los noventa fue protagonista de una revolución productiva y tecnológica. Pero incluso entre nosotros ya nadie se ilusiona, como sí ocurría en épocas de Larreta, con que la Argentina pueda ser un país rico vendiendo exclusivamente commodities. Sin embargo, las políticas de desarrollo industrial basadas en la intervención del Estado y el proteccionismo tienen entre nosotros antecedentes muy pobres, que contrastan con su éxito notable en el Sudeste Asiático, al que convirtieron en la región económica más dinámica del planeta. ¿Por qué esa diferencia? En otra nota hemos sugerido

3 que se explica, al menos en parte, por socioculturales.

los

distintos contextos

En cuanto a las reformas de mercado de los noventa, atrajeron por un tiempo la inversión extranjera, lo que nos ha dejado una infraestructura moderna pero también las ineficiencias de los monopolios privados. Pocas empresas locales pudieron confrontar el desafío de la alta competencia. Las más importantes emigraron a Wall Street, dejando para la Bolsa local volúmenes irrisorios. El resto es historia reciente, bien conocida. La deuda pública creció en forma desorbitada, pero no las exportaciones. Las recurrentes tormentas financieras internacionales nos golpearon una tras otra. La recesión se hizo crónica. La Argentina, como dijo Fernando Henrique Cardoso, hizo todo (o casi todo) lo que le habían pedido los sabios de Washington. Pero el Consenso de Washington ha sido puesto en revisión. El Banco Mundial promueve hoy objetivos más amplios de desarrollo y John Williamson concluye que las reformas que se hicieron son "necesarias pero no suficientes" (ver enlaces recomendados). Nuestro país es además un caso especial debido a la larga vigencia del régimen de convertibilidad monetaria. Todas las discusiones giraron durante mucho tiempo en torno a la evidente sobrevaluación del tipo de cambio y los posibles remedios, principalmente la devaluación o la deflación. Pero esto no debería oscurecer el debate de fondo.

Ventajas comparativas y competitivas ¿Le alcanza a la Argentina con tener un mejor tipo de cambio, es decir, con bajar sus costos en dólares, para ser competitiva? Aún más: esta política ¿no significa reconocer su falta de competitividad? El costo laboral de un trabajador alemán, por ejemplo, es muy superior al de un argentino. Claro, la productividad no es la misma. Ni la calidad de los productos. Ni el precio que los alemanes pueden cobrar por esos productos en el mercado internacional. El "milagro alemán" del que ya hablaba Larreta no se hizo devaluando ni confiando exclusivamente en los recursos naturales (que Alemania no tiene). La discusión sobre la competitividad se parece a la del "modelo" económico, en el sentido de que muchos usan la misma palabra para referirse a cosas distintas. En la Argentina aún se sigue pensando casi exclusivamente en términos de tipo de cambio, o del antiguo concepto ricardiano de ventajas comparativas. Todas cosas fáciles de imitar y, por lo tanto, imposibles de sostener en el largo plazo. Un empresario y funcionario colombiano acuñó esta frase ingeniosa: "Devaluar la moneda es como fumar droga. Usted no tiene que hacer nada y es feliz" (1). Se refería, claro está, a la práctica de las devaluaciones competitivas.

4 En cuanto a las ventajas comparativas, el principal estudioso de la competitividad, Michael Porter, las considera ventajas "de orden inferior": recursos naturales, ubicación geográfica, mano de obra barata. La competitividad sostenible a largo plazo se apoya en ventajas creadas por el hombre, no en las heredadas de la naturaleza (2). Es la diferencia entre el "milagro alemán" y el "fracaso argentino". Las capacidades humanas de una sociedad, individuales y colectivas, como la creatividad, la investigación, la cooperación, el esfuerzo sistemático, se traducen en productos y servicios diferenciados, de alta calidad, que son vendidos a buenos precios y permiten pagar salarios elevados. La competitividad se transforma en crecientes niveles de vida. No se trata entonces de bajar salarios, en forma nominal o a través de devaluaciones. La competitividad tampoco es un don de la naturaleza ni surge de una política aislada. No hay solución mágica. Se logra con el talento, el conocimiento, el trabajo duro y coordinado en muchos frentes simultáneos: en el gobierno, las empresas, las universidades... En una nación de desarrollo intermedio, como la Argentina, este trabajo forma parte de un proyecto de país, que debería ser, como hemos intentado mostrar en otro artículo, la misión de su dirigencia. Pero Larreta ya había observado en 1960 que mientras en Alemania "se ha contado con la colaboración unánime de ciudadanos de muy avanzada cultura y de un patriotismo heroico, aquí se ha tenido que luchar con los que tratan por todos los medios de malograr nuestro resurgimiento".

Comparaciones internacionales Se hacen constantes esfuerzos por comprender los factores que subyacen a la competitividad de un país, no ya exclusivamente a la de algunas de sus industrias específicas. Este trabajo ha conducido a la construcción de índices que permiten efectuar comparaciones internacionales. Aunque difieren en el detalle, los fundamentos teóricos de las distintas mediciones coinciden en un punto: la competitividad de un país incluye un amplio conjunto de aspectos microeconómicos, macroeconómicos, institucionales, culturales y tecnológicos. En el Informe de Competitividad Global del World Economic Forum del año 2001, la Argentina se ubicaba, entre 75 países, en el puesto 49° del Indice de Competitividad para el Crecimiento (GCI), que mide el potencial para el aumento del producto bruto interno a mediano plazo.

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El GCI resume los resultados de macroeconómico, en el que nuestro país ránking, en el puesto 40°; b) Tecnología, c) Instituciones públicas, en el que la ubicación.

tres subíndices: a) Ambiente se ubica un poco más alto en el donde descendemos al lugar 48°; Argentina se precipita a la 55°

En forma paralela al GCI el informe incluye el Indice de Competitividad Actual (CCI), que refleja los fundamentals microeconómicos que definen el nivel de productividad actual de un país, y en el que la Argentina está en una posición aun más baja, la 53°. Hay dos subíndices: a) Operaciones y estrategias de las empresas (puesto 53°) y b) Calidad del ambiente nacional de negocios (51°). El sumario ejecutivo del Informe de Competitividad Global se ocupa un par de veces de la Argentina. Considerando tres estadios de desarrollo (impulsado sucesivamente por los factores de la producción, la inversión y, finalmente, la innovación), nuestro país ha quedado "atrapado en la fase temprana" del segundo. En su estadio intermedio impulsado por la inversión, la Argentina se ve obligada a competir en base a precios. El problema, señala el Informe, es que "su tipo de cambio sobrevaluado y la falta de sofisticación tecnológica y de capacidad de innovación científica se están combinando para mantener la economía en crisis" (3). Hecho paradójico en un país que exporta científicos de primer nivel mundial. El desafío es "moverse hacia una economía impulsada por la innovación", para lo cual es necesario que las empresas adopten nuevos tipos de estrategias, cambiar las prioridades de inversión, incrementar la importancia de la educación superior y modificar el rol económico del gobierno. Los resultados del Indice de Competitividad Actual que, como apuntábamos, está centrado en la microeconomía, sugieren a los investigadores que la Argentina, así como Rusia, Eslovenia y Grecia, no podrán sostener sus niveles de ingreso per cápita "sin una reforma microeconómica sustancial".

6 Esta reforma "debe ir más allá de reducir el papel del gobierno y abolir las distorsiones del mercado. El gobierno tiene también un conjunto de roles que son fundamentales para la prosperidad: invertir en recursos humanos especializados, construir capacidad innovativa, facilitar el desarrollo de conglomerados de empresas y estimular una demanda avanzada mediante estándares regulatorios". A diferencia de lo que piensan el World Economic Forum y los investigadores de Harvard, entre nosotros lo que se promueve a veces es un enfoque fiscalista ciego. Por supuesto que el equilibrio fiscal es necesario para la competitividad, como parte de un ambiente macroeconómico estable. Pero no se trata de pasar el lápiz rojo sobre toda partida presupuestaria que no se considere imprescindible en base a algún criterio político o asistencial. El resultado de un downsizing indiscriminado no es sólo la omisión de políticas esenciales para el desarrollo, sino literalmente la destrucción de activos estratégicos que socava la competitividad del país. En el Anuario de Competitividad Mundial 2001 del International Institute for Management Development (IMD) con sede en Suiza, la Argentina se ubicó en la posición 43° entre 49 países. Este índice mide la capacidad de una nación para proveer un ambiente que sustente la competitividad de sus empresas y mejore el nivel de vida de sus habitantes (4).

Para el IMD, dos elementos esenciales de la competitividad de un país son su capacidad de desarrollar un sistema educativo de excelencia y de mejorar el nivel de conocimientos de su fuerza laboral. El director del Proyecto de Competitividad Mundial del IMD, Stéphane Garelli, destaca que "el conocimiento es quizás el factor de competitividad más crítico", y subraya que los países del Sudeste Asiático han hecho un formidable esfuerzo por mejorar sus sistemas educativos. "Además de ser competitivos (temporariamente) debido a su mano de obra barata, apuntan a desarrollar su nivel de competitividad para que se base (permanentemente) en una fuerza de trabajo educada", remarca (5).

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Los factores culturales de la competitividad Esta breve revisión de algunas de las principales teorías de la competitividad muestra que ésta no consiste simplemente en un estado de equilibrio de ciertas variables macroeconómicas. Una nación competitiva es resultado del comportamiento armónico y dinámico de un conjunto muy amplio de actores: empresarios, trabajadores, funcionarios del gobierno, científicos, educadores... La conducta de estos actores está profundamente influida por la cultura. El mismo Porter indica que los "factores culturales" pueden ser determinantes para la ventaja competitiva, en especial porque "cambian lentamente y son difíciles de aprovechar e imitar por otros". El modo de organizar y gestionar las empresas; los objetivos que se proponen las compañías; las actitudes hacia el trabajo, la calificación profesional, la cooperación, la riqueza y el riesgo, son algunos de los comportamientos relevantes para la competitividad fuertemente influidos por los factores culturales, especialmente por el sistema de valores predominante en la sociedad (6). Observemos ahora qué ocurre entre nosotros. Muy pocas empresas invierten en la capacitación de sus recursos humanos; menos aún lo hacen en investigación y desarrollo. Para el gobierno, el avance científico y tecnológico no es una prioridad, mientras el sistema educativo en todos sus niveles languidece sin que haya un debate de fondo acerca de cómo transformarlo y financiarlo. ¿Por qué hacemos todo al revés de lo que recomienda la teoría de la competitividad? Hay quienes creen que poderes externos, que nos habrían asignado un rol definido en el mundo, conspiran para mantenernos en un estadio inferior de desarrollo. No es lo que piensa el autor de este artículo. Las universidades argentinas, por ejemplo, languidecen por la falta de presupuesto, pero principalmente debido a las mismas prácticas clientelísticas que predominan en todas nuestras instituciones. A pesar de todo, el país sigue produciendo muy buenos científicos y profesionales, muchos de los cuales emigran para enriquecer el capital humano de otros países. Se van no sólo por razones económicas, sino porque ven que su capacidad no es suficientemente valorada, ni en el sector privado ni en el público. Uno de los principales científicos argentinos, Juan Maldacena, joven investigador de Harvard considerado una de las esperanzas de la física moderna, cree que "en la cultura hispana no se le da tanto valor al estudio y al conocimiento" (7). Nos parece que, en realidad, lo que hay aquí es un ejemplo interesante de valores en conflicto dentro de nuestra cultura. Por una parte, la educación es un bien muy apreciado por la clase media, que siempre ha visto en ella un canal de progreso social, especialmente en épocas de crisis económica. Por otra, nos damos cuenta que la capacitación de una

8 persona no se traduce necesariamente en un buen trabajo o una promoción, para los cuales se aplican otros criterios. La lealtad personal, el amiguismo, la confianza que emana de la relación familiar, a los que se agrega el contravalor de la "viveza criolla", compiten con tanto éxito contra el mérito que en algunos grupos ha comenzado a debilitarse peligrosamente el aprecio por la educación y el esfuerzo. ¿A cuántos hemos escuchado preguntarse si vale la pena seguir estudiando, ya que para conseguir un buen trabajo o ascender son más importantes las conexiones y los amigos? El activo que representa el valor dado a la educación en extensas franjas de la sociedad se ve compensado negativamente por otros rasgos culturales. ¿Qué ocurriría si estos últimos fueran removidos y se ofrecieran más estímulos al primero? Seríamos una sociedad que daría mejores oportunidades a las personas para desplegar su potencial. Nos convertiríamos en un país más competitivo, es decir, más rico y productivo. Podemos llevar este análisis a otros activos y pasivos culturales. El deseo de progresar en la vida es otra característica de la clase media argentina, que crea un fuerte impulso al trabajo, favorable al desarrollo económico. Pero esa propensión se encauza en demasía en las profesiones liberales, la mera intermediación comercial y el empleo seguro. Nos hacen falta más emprendedores, decididos a afrontar los riesgos de la innovación, y una sociedad dispuesta a estimularlos y apoyarlos. Es sugestivo, por ejemplo, que nuestros egresados de las carreras de economía estén casi siempre interesados en el sector público y no en la vida de empresa. Cuando se produjo en nuestro país la explosión de Internet y de las empresas punto com, muchos se apresuraron a afirmar que la Argentina tendría una presencia protagónica en la economía virtual. El activo cultural estaba allí: una población educada, que nos daba una ventaja competitiva para la producción de contenidos en lengua española. Sin embargo, llevar adelante un emprendimiento de Internet exige también un fuerte impulso empresarial, capacidad gerencial y gente dispuesta a arriesgar su dinero invirtiendo en una aventura. En todo esto la Argentina es débil. El argentino es creativo, talentoso, y esta característica nos permite tener brillantes escritores, artistas, deportistas y no pocos científicos. Pero nuestro excesivo individualismo, un nivel muy alto de desconfianza interpersonal, los criterios erróneos ya mencionados que utilizamos para la selección y el ascenso del personal en nuestras organizaciones, impiden que la sociedad se beneficie colectivamente de esa cualidad. Como tenemos serios problemas para trabajar eficazmente en grupo, el talento sólo puede dar frutos por medio del esfuerzo personal. Generamos individualidades brillantes, pero no somos una sociedad brillante. Un ejemplo inverso es el de Japón, que ha sido llamado una "potencia económica sin rostro". En la cultura japonesa el grupo siempre ha sido mucho más importante que el individuo. Como apunta uno de sus

9 intelectuales, en el resto del mundo "son raras las personas que conocen los nombres de algunos japoneses". La enorme capacidad para la cooperación grupal ha sido uno de los factores culturales clave del éxito económico del Japón, pero al sofocar al individuo el país ha sacrificado creatividad (8). En cuanto a los estadounidenses, su individualismo se ha equilibrado históricamente con su espontánea tendencia a asociarse para la búsqueda de objetivos comunes, una cualidad que había sido observada por Alexis de Tocqueville y Sarmiento. A diferencia de países como Japón y EEUU, la mala calidad de nuestras instituciones políticas, jurídicas, educativas, representan obstáculos para el desarrollo económico y la competitividad.

La cultura y los objetivos económicos La cultura tiene también una enorme influencia en las metas económicas que se plantea una sociedad, a través de los fines que persiguen las personas, gobierno, empresas y otras instituciones y grupos. La Argentina debería plantearse una meta ambiciosa de desarrollo, pero aquí también aparecen valores en conflicto. Hemos aprendido (sea verdad o no) que nuestro país fue grande y que lo sería otra vez. Nos lo dicen expresiones como "el granero del mundo", "Argentina potencia" o "la tierra predestinada" de la que hablaba Enrique Larreta. No nos apresuremos a responder con una ironía, pues traducen un espíritu de grandeza que necesitamos mantener. Sin embargo, vemos que la mayoría de nuestros dirigentes no se preocupan en absoluto por evitar la emigración de científicos, promover un sistema educativo de excelencia, capacitar a los recursos humanos de las empresas y el gobierno o invertir en investigación y desarrollo. Evidentemente los objetivos que se plantean son de muy bajo vuelo. Como decíamos antes, ya es evidente para todos que la Argentina no volverá a ser un país rico sólo con sus productos primarios. Pero es dudoso que hayamos dejado de confiar en el concepto de ventajas comparativas. Por supuesto que éstas existen, pero los demás las pueden anular fácilmente. No es posible sostenerlas por mucho tiempo. Alemania o Japón no se hicieron grandes pensando en términos de ventajas comparativas. Tampoco España. A pesar de que actualmente no tenemos ningún proyecto de país, una idea extendida entre nosotros es que el futuro de la Argentina pasa por agregar valor a sus productos primarios. Eso está muy bien, pero no alcanza. Es una forma mecánica de pensar, que sigue atrapada en la idea de que la riqueza existe sólo en la forma de recursos naturales fijos (para los cuales, claro, tenemos ventajas comparativas). Riqueza vegetal, animal o mineral a la que, una vez extraída, el hombre viene a añadirle más valor económico.

10 No: el hombre crea valor por sí mismo. ¿Cuál es la riqueza natural encerrada en un microprocesador? Virtualmente ninguna. Es puro conocimiento. ¿Cuántas latas de alimentos en conserva hacen falta para comprar el chip más veloz del momento? ¿Cuántas más necesitaremos en el año 2050 para comprar lo que sea que hayan inventado las Intel, Microsoft o Canon del mañana? ¿Seguirán lamentándose los argentinos del futuro por el deterioro en los términos del intercambio? Pensemos por un momento en Japón a mediados del siglo XIX. Un país pequeño, montañoso, aislado, con muy pocos recursos naturales. Tenía ventajas comparativas para la producción de seda y algodón, como nosotros para las carnes y los granos. Los japoneses compraron máquinas occidentales para industrializar sus confecciones. Muy pronto comenzaron a fabricar también sus propias máquinas textiles. Después, aparentemente, se olvidaron de las ventajas comparativas para dedicarse a producir barcos, locomotoras, automóviles, relojes digitales, máquinas fotográficas, robots y cosas similares. En cuanto a los argentinos, que a diferencia de Japón poseemos abundantes recursos naturales, olvidamos que también tenemos una producción natural de recursos humanos que dejamos emigrar o languidecer. La solución depende de nosotros. Será necesario un cambio de paradigmas y de dirigentes, un consenso entre los principales actores sociales y un proyecto de país. Hará falta un gran trabajo colectivo para torcer nuestra larga historia de decadencia.

José Eduardo Jorge 21 de diciembre de 2001 ENLACES A OTRA BIBLIOGRAFÍA RELACIONADA DEL AUTOR La Cultura Política: Concepto y Teorías (2010: Capítulo de Libro) El Capital Social: Concepto, Teorías y Evolución en Argentina (2010: Capítulo de Libro) Comunidad Cívica y Capital Social (2013: Artículo Científico) Comunidad Cívica: Orígenes Filosóficos del Concepto (2014: Artículo Científico) El Apoyo a la Democracia en Argentina (2010: Capítulo de Libro) Evolución del Interés por la Política en Argentina desde 1984 (2010: Capítulo de Libro) La Participación Política de los Jóvenes 1983-2011 (2012: Ponencia) La Crisis de Confianza en las Instituciones Políticas (2010: Capítulo de Libro) Matrimonio Igualitario: Un Análisis desde la Cultura Política (2012: Ponencia) Same-Sex Marriage in Argentina (2012: Artículo Científico – en inglés)

11 La Cultura Política en Regiones Argentinas (2010: Capítulo de Libro) La Expansión Global de la Democracia (2010: Capítulo de Libro) Del Golpe de Estado de 1966 a la Democracia de 1983 (2010: Capítulo de Libro) Cultura Política y Voto en Argentina (2012: Artículo Científico) Los Nuevos Medios de Comunicación en la Cultura Política (2013: Artículo Científico) Medios y Cultura Política en las Democracias Nuevas y Maduras (2010:Artículo Científico) La Investigación del Impacto Político de los Medios (2012: Artículo Científico)

REFERENCIAS (1) Michael Fairbanks y Stace Lindsay. Plowing the sea. Nurturing the hidden sources in the developing world (Boston: Harvard Business School Press, 1997), p. 104. Los autores indican que "hemos observado que las firmas, sectores y naciones que compiten sobre la base de una moneda devaluada tienen la tendencia de subinvertir en el desarrollo de sus recursos humanos. Desafortunadamente, la inversión en recursos humanos es la única inversión que tiene realmente el potencial de generar infinitos retornos por medio del aumento de la productividad”. (2) Michael E. Porter, La ventaja competitiva de las naciones (Buenos Aires: Vergara, 1993). Para este autor, la competitividad está determinada por la productividad, definida como el valor del producto generado por una unidad de trabajo o de capital. La productividad es función de la calidad de los productos (de la que a su vez depende el precio) y de la eficiencia productiva (p. 28) Por otro lado, la competitividad se presenta en industrias específicas y no en todos los sectores de un país. En general se trata de agrupamientos de empresas, que compiten intensamente entre sí en el mercado local e innovan de modo permanente. Las empresas son incentivadas a comportarse de este modo cuando se dan ciertas condiciones del entorno que Porter clasifica en cuatro grupos: dotación de factores de la producción; características de la demanda local; industrias relacionadas y de apoyo; estrategia, estructura y rivalidad de la empresa. La abundancia de factores puede socavar, en lugar de facilitar, la ventaja competitiva. Al contrario, ésta suele estar asociada a una escasez selectiva de factores (como mano de obra o materias primas) que genera presiones para innovar. (3) Esta y las siguientes citas corresponden al Global Competitiveness Report, Executive Summary del año 2001 (las traducciones en los entrecomillados son nuestras). El informe es producido por el World Economic Forum en sociedad con la Universidad de Harvard, y es codirigido por Michael E. Porter y Jeffrey D. Sachs. Ver también World Economic Forum Press Release, Finland ranks first on the Global

12 Competitiveness Report 2001 launched today by the World Economic Forum, Geneva, Switzerland, 18 October 2001. (4) El estudio del año 2001 analizó 49 economías a través de 286 criterios, utilizando datos cuantitativos de diversas organizaciones nacionales, regionales e internacionales, así como cualitativos procedentes de la Encuesta de Opinión de Ejecutivos realizada por el IMD, cuya muestra es de 3.600 entrevistados. El análisis se realizó dividiendo el ambiente nacional en cuatro factores principales: performance económica, eficiencia del gobierno, eficiencia de los negocios e infraestructura. (5) Stéphane Garelli. Competitiveness of nations: the fundamentals, World Competitiveness Yearbook, International Institute for Management Development, 2001. (6) Michael Porter, op.cit., p. 184. También Stéphane Garelli, op. cit. Los fundamentos teóricos del índice de Competitividad Mundial del International Institute for Management Development conceden una importancia central a los factores culturales: "Las naciones no compiten sólo con productos y servicios, sino también con la educación y los sistemas de valores". Un análisis profundo sobre el paso de los valores materialistas a los post-materialistas en las sociedades económicamente avanzadas se encuentra en Ronald Inglehart, Globalization and postmodern values, The Washington Quarterly, 23:1 (2000) pp. 215-218. Este paper está disponible en http://muse.jhu.edu/demo/wq/23.1inglehart.html. (7) Entrevista en www.telepolis.com. (8) Taichi Sakaiya, ¿Qué es Japón? (Santiago: Editorial Andrés Bello, 1996), pp. 75-76. Dice el autor: "Para el individuo creativo que logra fama en el exterior es difícil abrirse paso en la camarilla de especialistas en Japón. La vida es más fácil y agradable si la persona anula su individualidad y sus opiniones y opta por complacer a la gente de la comunidad empresarial, gubernamental, académica, literaria o artística a la cual pertenece (...) No es impensable que los eruditos y artistas alcancen la cumbre en su entorno sin haber producido una sola obra significativa en el campo del arte o la investigación" (p. 77). Por otro lado, "hay pocos estudios e investigaciones creativos u originales en las universidades japonesas (...) Las escuelas japonesas se hallan tan constreñidas por la supervisión docente y las normas escolares que guardan cierta semejanza con los ejércitos y las cárceles. También es innegable que esta característica tiene graves efectos negativos sobre la iniciativa y la creatividad" (pp. 70-71).

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