Cuando el archipiélago funda el mito: Valor filosófico-político de Éduard Glissant...

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Descripción

1/7 Cuando el archipiélago funda el mito1: Valor filosófico-político de Éduard Glissant para pensar el Caribe contemporáneo2 Benjamín Eduardo Martínez Hernández3 1. Más allá de la insularidad: algunas preguntas iniciales desde Glissant. Arriesgarse por la Tierra, atreverse a explorar sus impulsos prohibidos o ignorados, apuntalando así nuestra propia casa. Las historias de los pueblos son el colmo de nuestra poética. (Glissant, 2010, p.11)

Hablar de Glissant es revisitar el mito de la modernidad desde la crítica instersticial, es decir, desde quienes han vivido y viven su forjamiento desde las más brutales formas de explotación, lo cual implica diversas “poéticas 4 de la relación”, en tanto posibilidades de imaginar en “la globalidad inasible” “el lugar que nos corresponde” (Glissant, 2006, p.25,26). Un claro ejemplo de eso es el Caribe, aunque puede que en su producción teórica no aparezca nítidamente el problema de la confrontación de las clases sociales que han configurado a tal región, en su 1 Entiendo por mito aquella narración que dota de sentido a quien lo crea y/o vive, sea individual y/o colectivamente. 2 Reflexión presentada en el marco del Sexto Módulo: Pensamiento político, filosofía y religión en el Caribe, a cargo de la facilitadora Emilie Verger. Diplomado en Estudios del Caribe Insular, Instituto de Investigaciones Estratégicas sobre África y su Diáspora. Caracas, Venezuela. Lunes 8 de Diciembre de 2014. Aproximaciones iniciales a esta temática surgieron tanto en Martínez Hernández (2013) como en el Seminario: La Interculturalidad en la Revolución Bolivariana, que actualmente imparto en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, por lo que agradezco a las compañeras y compañeros que en dicho espacio me han permitido ampliarlas. 3 Antropólogo y Psicólogo por la Universidad Central de Venezuela, Coordinador del Equipo de Trabajo Epistemología para la Emancipación, Director General de Antropologando, Revista Venezolana de Antropología Crítica. Cursante del Diplomado en Estudios del Caribe Insular. Correo: [email protected] 4 “Llamo poética libre, o natural, a toda tensión colectiva hacia una expresión, y que no se opone a sí misma a nivel de lo que quiere expresar ni a nivel del lenguaje que pone en práctica. (…) Llamo poética forzada, u obligada, a toda tensión colectiva hacia una expresión que, al plantearse, queda entonces opuesta a la carencia que la hace imposible, no en tanto tensión, siempre presente, sino en tanto expresión, nunca cumplida. Poéticas naturales: aunque el destino de la comunidad sea miserable o su existencia se vea amenazada, esas poéticas son el resultado directo de un debate del cuerpo social. Las experiencias más atrevidas o las más artificiales, los cuestionamientos más radicales del lenguaje dan continuidad, reforman, violentan una misma poética. Aquí no hay ninguna imposibilidad entre tensión y expresión. (…) Poéticas forzadas: no se trata de intentos de expresión (compuestos y «voluntarios») a través de los cuales se experimenta con el lenguaje. Hay poética forzada ahí donde una necesidad de expresión se confronta con una imposibilidad de expresar.” (Glissant, 2010, p.224, cursivas y comillas en el original)

2/7 aproximación no existen fronteras entre el abordaje político y la reflexión filosóficocultural, como suele suceder en aquellos que combatimos el colonialismo en todas sus formas. Los aportes más pertinentes que nos ofrece Glissant para el proceso histórico que vivimos actualmente, van desde los filosóficos, por ejemplo, ¿Qué significa “ser caribeño/a”? ¿En qué consiste la “antillanidad”? ¿Cuál es el valor de la “creolidad”? Hasta llegar al valor político de la heterogeneidad caribeña en la denuncia / interpelación de Occidente como proyecto colonial, tan vital para un nuevo proceso civilizatorio como el que hemos estado promoviendo desde este Sur multipolar. Veamos a continuación algunas de las categorías y premisas que nos invitan a pensar y realizar críticamente el somos, más allá de las circunstancias culturales, económicas y geopolíticas del archipiélago caribeño. 2. Cuando el archipiélago funda el mito: algunas categorías en el aporte de Glissant para la emancipación caribeña. La idea de la unidad antillana es una reconquista cultural. Nos vuelve a instalar en la verdad de nuestro ser, milita para nuestra emancipación. Es una idea que no puede ser tomada en cuenta para nosotros, por otros: la unidad antillana no puede ser manejada por control remoto. (Glissant, 2010, p.15)

Con la expresión “Cuando el archipiélago funda el mito” hago referencia a que si bien la modernidad es un mito instaurado y fortalecido desde un imaginario colonial, el Caribe pensando desde su interpelación, también intenta dibujar su contrario, lo que es imposible sin determinar las influencias que aquella tiene en él. Esta circunstancia geopolítica y por ende, histórico-cultural, permitió a autores cubanos como Fernando Ortiz (1978) elaborar conceptos como el de “transculturación” cuestionando la validez epistémica del concepto estadounidense de “aculturación”, donde el primero consiste en una dinámica que “implica también necesariamente la pérdida o desarraigo de una cultura

3/7 precedente, lo que pudiera decirse una parcial desculturación, y, además, significa la consiguiente creación de nuevos fenómenos culturales que pudieran denominarse de neoculturación.” (p.96, cursivas en el original), mientras que la aculturación sería “el proceso de tránsito de una cultura a otra y sus repercusiones sociales de todo género” (p.93). De allí que entre las categorías críticas a las cual nos invita Glissant, resalten las siguientes:

2.1 La insularidad o más precisamente, “la antillanidad”. Glissant piensa en la multipolaridad de las raíces-islas que configuran el archipiélago caribeño, bautizándola como “antillanidad”, para lo cual recurre, entre otras cosas, a la filosofía de Deleuze y Guattari, asumiendo la noción de “rizoma” que estos autores ofrecen: a diferencia de los árboles o de sus raíces, el rizoma conecta cualquier punto con otro punto cualquiera, cada uno de sus rasgos no remite necesariamente a rasgos de la misma naturaleza; el rizoma pone en juego regímenes de signos muy distintos e incluso estados de no-signos. El rizoma no se deja reducir ni a lo Uno ni a lo Múltiple. No es lo Uno que deviene en dos, ni tampoco que devendría directamente en tres, cuatro o cinco, etc. No es un múltiple que deriva de lo Uno, o al que lo Uno se añadiría (n+1). No está hecho de unidades, sino de dimensiones, o más bien de direcciones cambiantes. No tiene ni principio ni fin, siempre tiene un medio por el que crece y desborda. Constituye multiplicidades lineales de n dimensiones, sin sujeto ni objeto, distribuibles en un plan de consistencia del que siempre se sustrae lo Uno (n-1). Una multiplicidad de este tipo no varía sus dimensiones sin cambiar su propia naturaleza y metamorfosearse. (…) Lo que está en juego en el rizoma es una relación con la sexualidad, pero también con el animal, con el vegetal, con el mundo, con la política, con el libro, con todo lo natural y lo artificial, muy distinta de la relación arborescente: todo tipo de “devenires.” Una meseta no está ni al principio ni al final, siempre está en el medio. Un rizoma está hecho de mesetas. (…) Nosotros llamamos “meseta” a toda multiplicidad conectable con otras por tallos subterráneos superficiales, a fin de formar y extender un rizoma.” (comillas en el original de Deleuze y Guattari, 2006, p. 25,26)

Lo cual nos invita a captar la realidad y la constitución de la cultura como una red de interconexiones sin la necesidad de un anclaje inmutable, es decir, sin pensar en arraigos fijos (pues ninguno lo es) que además, conduciría a la ilusión de sedimentaciones tan teóricas como políticas que terminarían bloqueando cualquier

4/7 posibilidad de interpelar la hegemonía a las cuales pudiesen invitar. De esta manera, la riqueza del Caribe es precisamente su insularidad: heterogeneidad que invita a su reconocimiento pensándose en relación: islas que comparten un mar, es decir, que se encuentran conectadas de múltiples formas y no sólo de manera natural, sino también de manera

profundamente

cultural,

histórica

y

políticamente.

Así,

la

insularidad/antillanidad en Glissant es tanto circunstancia fundante como la categoría (toda categoría siempre es pre-texto) que arranca la interpelación del proyecto moderno colonial de Occidente, pues en su re-afirmación reside el valor de las múltiples relaciones que teje su diversidad, sin menoscabo de aquellos elementos que las hacen posible (ej. subjetividades, culturas, historias...), especialmente desde la imaginación que las funda y recrea, en tanto proceso dialógico que permite realizar las diversas subjetividades que entran en relación. Glissant (1997). Por tal motivo, “la antillanidad no puede ser vivida como un auxilio, un derivativo para una debilidad a la que se teme enfrentar solitariamente. Percibida así, sería otra clase de refugio, sustitutiría una dimisión por otra. No se es martiniqueño por querer ser antillano: se es realmente antillano por querer ser martiniqueño.” (Glissant, 2010, p.408)

2.2 La identidad. Una vez pensada la antillanidad como posibilidad antihegemónica, se adentra nuestro autor a plantearse la identidad que, en tanto cultural, no pertenece exclusivamente ni al sujeto individual ni al contexto en el cual este despliega su existencia (Glissant, 1997), lo que la hace rizomática: “Una identidad cuestionadora, donde la relación con lo otro determina el ser sin fijarlo con un peso tiránico.” (Glissant, 2010, p. 270). Vista de esta manera, la identidad jamás podría explicarse sin la producción cultural que la hace posible; por eso y otras consideraciones, he optado (Martínez Hernández, 2013) por definir la identidad cultural como “un proceso de relaciones múltiples que permiten la expresión de otras identidades en la cotidianidad y su devenir.” (p.116) Por eso, “Todo intento de abordaje de la estructuración identitaria (de género, social, personal, política, religiosa, nacional y trasnacional) debe partir de la consideración de la dinámica cultural desde donde se genera” (p.117).

5/7 2.3 La creolidad. Ahora bien, el proyecto de la construcción de una “identidad antillana”, como proceso en el cual las identificaciones históricas desde lo heterogéneo se hacen posible en función de un amplio proyecto societal, sería inviable si no se plantea una pedagogía crítica desde uno de sus principales elementos: “el creól” en tanto lenguaje/cultura en su más hondo sentido, es decir, en tanto pronunciación de lo cotidiano vivido con todas las solidaridades, satisfacciones, desigualdades y aspiraciones que contenga. Reconociendo que “para un pueblo hablar su lengua es, ante todo, ser libre, por y a través de ella, de producir en todos los niveles, es decir de concretar y volver visible, para sí mismo y para los demás, su relación con el mundo.” (1983, p.9). De esta manera el valor de “la creolidad” o más precisamente, la “criollidad” se encuentra en comprender que La criollización no es un simple proceso de aculturación sino que entraña rasgos originales, nacidos a veces de contradicciones difícilmente soportables, y el principal de los cuales, aparte de los modos de vida y de los fenómenos de sincretismo cultural, es quizás una suerte de variación lingüística. Esta variación afecta a las lenguas importadas, de cuyo uso en la región hemos dicho que es a veces sumamente particular. Pero su expresión extrema se encuentra en la diversidad de los pidgins (en las Antillas de habla inglesa) y particularmente en la existencia del "creóle", lengua de compromiso, literalmente forjada en el interior de la plantación y que el pueblo antillano se apropió en Haití, Martinica y Guadalupe, Cayena, Santa Lucía y Dominica. (…) El "creóle" no es una deformación dialectal del francés, al cual su sintaxis, supuestamente de origen africano, es totalmente extraña. En la configuración mundial actual, el Caribe aparece, pues, como un lugar ejemplar de la Relación, en el que naciones y comunidades, cada una con su originalidad, comparten. sin embargo un mismo porvenir: esa zona de civilización se abre hacia las Américas, vence paulatinamente las barreras del monolingüismo paralizador, cobra conciencia de su destino original de crear una simbiosis y de asumir, en su superación, los elementos frecuentemente contradictorios surgidos de las historias convergentes de la cuenca del Caribe. En el mundo amenazado de hoy, ése es un destino eminente, a la vez frágil y profundamente arraigado. (Glissant, 1981, p.35)

Recordemos, así mismo que No es la criollización lo que altera desde dentro una cultura determinada, incluso aunque sepamos que a muchas culturas las dominaron, las asimilaron, las condujeron al filo de la desaparición; y que volverá a suceder. Lo suyo, más allá de esas condiciones, desastrosas en su mayoría las más veces, es establecer relación entre dos o varias «zonas» culturales convocadas en un punto de

6/7 encuentro, de la misma forma que una lengua criolla actúa desde «zonas» lingüísticas diferenciadas para sacar de ellas su materia inédita. (Glissant, 2006, p.28)

De esta manera, en la “creolidad” (criollidad), y en el creóle como idioma que la hace posible, laten las poéticas naturales y forzadas que evidencian la historicidad cultural de la civilización antillana en toda su diversidad, que harían posible hablar desde y hacia la diferencia, más allá de la modernidad (Martínez Hernández, 2014, p.53), lo que sólo será posible aprendiendo a fundar el mito desde el archipiélago que somos.

3. Algunas premisas de Glissant para la potenciación de la praxis descolonizadora. 1. La condición antillana y las subjetividades que la protagonizan, más allá de sus diásporas, se tornan paradigmas hermenéuticos interculturales de las identidades pensadas siempre en relación. 2. Al reconocer que las culturas se dinamizan a través de poéticas naturales y forzadas, se desnuda la hegemonía que impide ver la diversidad que forja la historia vivida con todos sus antagonismos, pero también con todas las complejas relaciones del nosotros/ellos que las realizan. 3. La criollidad no es sólo un producto de la colonización sino también la oportunidad de combatirla desde una alteridad en constante elaboración.

7/7 4. Referencias citadas 4.1 De Édouard Glissant (2010) El discurso antillano, La Habana, Cuba: Fondo Editorial Casa de las Américas. (2006) Tratado del todo-mundo. Barcelona, España: El Cobre Ediciones. (1997) Poetics of relations. United States of America: University of Michigan Press. (1983) Reivindicación de Babel. En El Correo de la UNESCO. Julio, 1983. Año XXVI. pp.8-9. (1981) Una cultura criolla. En El Correo de la UNESCO.

Diciembre, 1981. Año

XXXIV. pp.32-35. 4.2 Otras Deleuze, G. y Guattari, F. (2006). Mil Mesetas. (Capitalismo y esquizofrenia). Valencia, España: Pre-Textos. Primera edición, 1988. Séptima edición. Martínez Hernández, B. (2014) El prisma que somos y su desafío perenne. Ensayos sobre cultura y derechos humanos. Alemania: Editorial Académica Española. --------------------------------(2013) Kumarakapay: El desafío de la interculturalidad (aproximación transdisciplinaria a la identidad cultural de una comunidad indígena venezolana). Trabajo de Licenciatura presentado ante la escuela de Psicología, como requisito parcial para optar al título de licenciado en Psicología. Escuela de Psicología, Universidad Central de Venezuela. Ortiz, F. (1978). Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. Caracas, Venezuela: Biblioteca Ayacucho. Número 42.

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