Crítica de las ideologías y confesión de fe

July 3, 2017 | Autor: Paolo Gomarasca | Categoría: Theology, Political Theory, Gender and Sexuality
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Descripción

Paolo Gomarasca

Crítica de las ideologías y confesión de fe

Mi ensajo constará de cuatro partes, como si fuese un recorrido de acercamiento hacia la confesión de fe. Existe una prioridad teológica respecto a la cual Le Guillou no transige: «Ha llegado el momento del gran discernimiento a la luz del Espíritu»1. El momento del discernimiento, en la paciencia del trabajo teológico y en la urgencia de la profundización dogmática, prepara la hora de la confesión. Por este motivo he titulado las cuatro partes en referencia a cuatro acciones:: 1) 2) 3) 4)

Discernir la crisis de la paternidad; Resistir a la tentación de la ideología; Interpretar los acontecimientos: el ejemplo del Mayo francés. Confesar el misterio del Siervo sufriente.

1. Discernir la crisis de la paternidad «No tengamos miedo a mirar las cosas de frente»2. Son los primeros compases de El misterio del Padre. La voluntad de discernimiento que mueve a Le Guillou apunta al corazón de la crisis teológica y espiritual de aquellos años del postconcilio, sobre todo en referencia a las dificultades surgidas durante el Sínodo de 1971. También yo quiero comenzar mirando las cosas de frente. Y ya que hablaremos de Mayo del 68, quiero partir de una pintada promovida por el párroco de la iglesia anglicana de Saint John, cerca de las cascadas del Niágara en Canadá: “Jesus Had Two Dads and He Turned Out Just Fine”. La frase es suficientemente estúpida, en perspectiva teológica, como para ahorrarnos el trabajo de corregirla. Sin embargo, se ha convertido en un eslogan, y no sólo en Italia, y por ello en una especie de estribillo en las propuestas que hoy, exactamente como en los años sesenta, continúa contestando –ciertamente con estrategias ideológicas diferentes– el escandaloso misterio de la paternidad. Si ahora, simplemente por un momento, damos la palabra a los académicos profesionales, a ese “partido de los intelectuales” del que Péguy nos ha enseñado a desconfiar, podremos darnos cuenta inmediatamente del estado de confusión en el que nos encontramos. Michel Serres, en una entrevista de 20123, se nos presenta como exegeta y “demuestra” la perfecta compatibilidad de la Sagrada familia con la paternidad homosexual. Porque según él Nazaret constituye históricamente el paso a un modelo familiar en el que finalmente lo único que cuenta son las ganas de adoptar por amor (“je t’adopte car je t’aime”). Por tanto, la Iglesia –he aquí la arrogante conclusión de Serres– debería volver a leer bien el Evangelio o convertirse. Ignoremos estas fantasías pseudo-teológicas y tampoco insistamos demasiado sobre su evidente falsedad histórica. Sin duda que no hubiese estado mal que un miembro de la Academia de Francia hubiese hecho al menos el esfuerzo de recordar que el instituto jurídico de la adopción aparece ya en el Código de Hamurabi. De este modo, le hubiese podido venir 1

M.-J. LE GUILLOU, El misterio del Padre (Encuentro, Madrid 1998) 31. Ibid., 37. 3 Cf. http://www.ladepeche.fr/article/2012/10/24/1472825-agen-le-mariage-gay-est-regle-depuis-2-000-ans.html 2

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la duda de que lo específico cristiano no se encontraba precisamente en eso. Pero lo que me interesa es otra cosa: existe un nexo entre este narcisismo intelectual y la pintada cerca de la iglesia de Saint John. Por ello resuena con fuerza en mí el grito de alarma con el que se abre El misterio del Padre: «lo que se cuestiona es la Verdad del Evangelio»4. Como consecuencia –nos advierte Le Guillou– nos las tenemos que ver con «la amenaza de hundimiento del hombre»5. Ciertamente es difícil darse cuenta de ello. Pero este es precisamente el juego del ocultamiento de la ideología, como bien explica Althusser: «la ideología nunca dice “soy ideológica”»6, sino que declara que se encuentra siempre del lado de la verdad (Michel Serres docet). Mi intención es la de desmontar este juego porque la crisis espiritual –nos lo enseña Le Guillou– también es kairos, momento providencial de renovación de la inteligencia y de la experiencia cristiana, una ocasión que no debemos perder. Por esta razón, quiero ante todo ver con mayor claridad y comprender en qué sentido la crisis espiritual y teológica puede ser medida en términos de crisis de la paternidad. Con palabras más sencillas: veamos primero qué nos esconde la ideología y, sucesivamente, cuáles son las estrategias con las que lo consigue. La perspectiva de Le Guillou es teológicamente inequívoca. La retomo brevemente para comprender mejor la profundidad del desconcierto que la ideología nos esconde. La estructura propia de la verdad cristiana es el testimonio trinitario. Todo el problema de la verdad está presidido por estas preguntas: “¿De dónde vienes?”, “¿de dónde deriva tu autoridad?”. «Sólo hay verdad –comenta Le Guillou– en la relación explícitamente afirmada con Aquel que envía»7. En el espacio de este vínculo filial, el amor paterno ordena y despliega el sentido de la creación y de la redención. Aquí la referencia a san Ireneo es evidente: «la salvación de Cristo –afirma Le Guillou– realiza la redención recapitulando a todos los hombres en un proyecto de adopción anterior a la misma creación»8. Esta economía trinitaria, obviamente, no debe ser separada de la confesión apostólica ni del orden eclesial, ya que estos tres elementos constituyen un único “esquema” testimonial, siguiendo de nuevo la indicación de Ireneo. En realidad no se trata de algo nuevo, porque –como sabemos– Le Guillou ya habló claramente de este “esquema” en Teología del misterio. Cristo y la Iglesia en 19639. Pero en esta ocasión usa un término nuevo que considero digno de atención: al volver a afirmar el esquema de Ireneo, Le Guillou habla también de «dispositivo humano-divino»10, como si quisiese indicar con mayor énfasis que la verdad cristiana no es un esquema conceptual abstracto, sino más bien un campo de fuerzas dinámico. Creo que en este punto se puede percibir la influencia del p. Paul Toinet. Como sabemos, Toinet es uno de los colaboradores de la redacción de El misterio del Padre. En 1969 publica un ensayo teológico sobre el

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El misterio del Padre, 37. Ibid., 39. 6 L. ALTHUSSER, Ideología y aparatos ideológicos del Estado. Freud y Lacan (Nueva Visión, Buenos Aires 1988) 56. 7 El misterio del Padre, 69. 8 Ibid., 97. 9 «La Iglesia nace en el amor eterno del Padre hacia el Hijo y es la manifestación del mismo, el medio tangible y eficaz del encuentro transformante de Dios y de la humanidad. Concebida en el eterno amor de Dios hacia su Hijo, la Iglesia no depende un ápice ni del mundo ni de su poder: es el gran testimonio de la sabiduría divina que se complace en el Hijo y en quienes, en Él, se han transformado en hijos adoptivos. Es el cumplimiento de todo lo que Dios, en su libertad, persiguió desde toda la eternidad: la adopción de la humanidad en su Hijo bienamado; la Iglesia es en Él la bienamada, la alabanza eterna de gloria que Dios se ha adquirido. Canta el Nombre que está por encima de todo nombre, pero lo hace a través de la miseria y la debilidad asumidas por el Hijo en la Cruz» ID., Teología del misterio. Cristo y la Iglesia (Estela, Barcelona 1967) 48. 10 El misterio del Padre, 108. 5

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psicoanálisis11 que, como veremos mejor más adelante, ha determinado la atención que Le Guillou reserva a Freud. Toinet es quien utiliza el término “dispositivo”. Al principio para traducir la expresión freudiana “aparato psíquico”. Más tarde intentará extender el concepto al campo teológico. Pero, ¿en qué consiste efectivamente un dispositivo? Creo que significa dos cosas: 1) La primera proviene de la acepción jurídica del término. Un dispositivo implica el ejercicio de un poder normativo. Sintéticamente es la actuación de una decisión autorizada que, gracias al dispositivo, llega a ser operativa. 2) La segunda idea proviene, en cambio, de la acepción más común de dispositivo como “mecanismo”, es decir, como complejo de elementos combinados entre sí capaces de desarrollar la función para la que ha sido pensado. Ahora bien, ¿qué tiene que ver todo esto con lo que estamos diciendo? Mi hipótesis es que Le Guillou está interpretando toda la economía trinitaria como combinación de dos dispositivos: el dispositivo divino, que también llama «dispositivo u obra sacrificial»12 de la redención; y el dispositivo humano, también definido «dispositivo sacramental» o, lo que es lo mismo, «dispositivo mediador»13. El dispositivo sacrificial actualiza la fuerza de la autoridad del Padre, que dispone la creación según designio de adopción filial. El dispositivo sacramental, en cambio, es la autoridad testimonial de la confesión apostólica y del orden eclesial que, conjuntamente unidos, tienen la tarea de significar el misterio de la paternidad divina. La eficacia de esta mediación significante, requerida por la economía trinitaria, tiene una precisa verificación: «cada creyente –explica Le Guillou– debe aprender a vivir su relación personal con el Padre, según el Espíritu del Hijo»14. He insistido en este término –“dispositivo”– por una precisa razón. Estoy, en efecto, convencido de que nos puede ayudar a discernir la crisis de paternidad. El aspecto que, a mi parecer, es decisivo se encuentra cuando Le Guillou afirma que el «equilibrio teándrico» del dispositivo humano-divino se halla continuamente amenazado15. No es una casualidad, a mi entender, que a inicios de los años setenta el término “dispositivo” se haya convertido en sinónimo de aparato de poder opresor. Un prejuicio –que debería ser mejor analizado– parece haber bloqueado la comprensión de la autoridad paterna como poder liberador. Los maestros de esta sospecha son los que Le Guillou llama los “filósofos de la nada y del escarnio”. Y tras ellos –no podía faltar– se encuentra Nietzsche. Ello sin citar a Lutero, «incapaz de reconocerse a sí mismo con paz bajo la mirada del clementissimus Pater»16. No está privado de significado que Nietzsche lo considerase “el gran benefactor”. Ciertamente el oscurecimiento del designio trinitario no queda sin consecuencias. Si la única imagen que tenemos del padre es, en verdad, la del patrón (“padre-patrón” era una expresión típica de los años setenta), entonces la cuestión es solamente política: ¿cómo podemos rebelarnos? O más radicalmente aún: ¿cómo podemos prescindir del padre? La rebelión es el último acto de la construcción ideológica. Ahora el sentido de la crisis aparece, finalmente, con claridad: la ideología es exactamente lo opuesto del cristianismo, porque es el rechazo agresivo de la filiación. Este rechazo oculta el misterio del Padre, generando una auto-idolatría que parece sin salida. Y ello porque aparentemente posee una 11

Cf. P. TOINET, Profondeurs de l’homme. Vue chrétienne sur la psychanalyse (Centurion, Paris 1969). El misterio del Padre, 88. 13 Ibid., 259 y 260. 14 Ibid., 259. 15 Ibid., 243. 16 Ibid., 98. 12

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justificación intachable: si el padre es malo, injustamente opresor, ¿quién podrá reprocharnos nuestra voluntad de revolución? Más aún, ¿no sería mejor usar el Evangelio para sostener la legitimidad de esta rebelión? Ha llegado ahora el momento de comprender por qué la ideología es tan eficaz. Eficaz hasta tal punto, explica Le Guillou, que ni siquiera la Iglesia puede considerarse inmune respecto a su contaminación perversa. 2. Resistir a la tentación de la ideología La ideología es insidiosa, pues no se trata de un enemigo que tengamos siempre y con claridad ante nosotros. Naturalmente puede asumir la forma histórica de un aparato de poder opresor, que podremos identificar y afrontar. Pero la ideología, ante todo, es una perversión espiritual. Desde este punto de vista, nadie puede considerarse a salvo. Este es el sentido de la advertencia de Le Guillou: «no hay una sola persona que no pueda llegar a ser un ideólogo y sin duda no hay nadie cuyo pensamiento no presente algunos rasgos ideológicos»17. La ideología, por tanto, es una tentación universal. Está inscrita en el corazón del hombre, como pretensión antifilial de «hacerse famoso» (Gn 11,4). Pero la modernidad ha inventado formas inéditas de esta antigua idolatría. ¿Qué es lo que ha sucedido? ¿Cómo ha sido posible que la filosofía moderna, en particular, no haya sido capaz de pensar adecuadamente la categoría de la dependencia filial? Le Guillou señala tres etapas fundamentales de este profundo desconcierto, que tuvo inicio con la crisis protestante del siglo XVI. Y no hace descuentos a nadie. Comienza con Descartes. La instauración del cogito, en cuanto pura voluntad de certeza de sí, tiene una consecuencia catastrófica desde el punto de vista antropológico: «El sujeto – escribe Le Guillou– no tiene Padre. No hay Padre: es la condición para que pueda engendrarse a sí mismo en la gestación partenogenética de la certeza»18. La aventura moderna comienza, por tanto, bajo la insignia de este fantasma de la autogeneración. A este respecto, me parece significativo que la Recherche de la vérité implique la proscripción de la infancia. Con este gesto, si podemos decir así, “anti-freudiano”, Descartes inaugura la pretensión típica de la modernidad: la inteligencia funciona adecuadamente si elimina la experiencia original de la dependencia del otro, precisamente como un pintor que no pierde el tiempo corrigiendo un cuadro “equivocado” sino que lo suprime completamente19. Pero para poder hablar de ideología todavía falta algo. El segundo ingrediente fundamental es Hegel. 17

Ibid., 187. Ibid., 163. En este sentido, me parece que Le Guillou esta en la misma línea argumentativa de Heidegger: «En el contexto de la liberación del hombre de los vínculos de la doctrina de la revelación y de la Iglesia, la pregunta de la filosofía primera reza: ¿de qué manera llega el hombre, desde sí y para sí, a una verdad inquebrantable, y cuál es esta verdad? Descartes pregunta por primera vez de este modo en una forma clara y decidida. Su respuesta es: ego cogito, ergo sum, “pienso, luego existo” […]. En la proposición de Descartes […] se expresa de modo general una preeminencia del yo humano y con ella una nueva postura del hombre. Éste no asume simplemente una doctrina como artículo de fe, pero tampoco adquiere él mismo meramente por cualquier vía un conocimiento del mundo. Lo que aparece es otra cosa: el hombre sabe con certeza incondicionada que él es el ente cuyo ser posee mayor certeza. El hombre se convierte en el fundamento y la medida, puestos por él mismo, de toda certeza y verdad». M. Heidegger, El nihilismo europeo. En Nietzsche II. Trad. de Juan Luís Vermal (Destino, Barcelona 2000) 123 19 «De la misma manera que vuestro pintor hubiera hecho mejor, después de haber borrado todos los trazos del cuadro, en rehacerlo todo entero que en perder el tiempo corrigiéndolo, los hombres que ya han alcanzado la edad en la que la inteligencia empieza a tener vigor, deberían alentar el deseo de borrar de su imaginación todas las ideas inexactas que han llegado a gravarse en ella hasta ese momento, y aplicar seriamente toda la fuerza de su inteligencia en formarse otras nuevas» R. DESCARTES, “Recherche de la vérité”, en ID., Œuvres de Descartes, vol. X, par C. Adam - P. Tannery (Cerf, Paris 1908) 508. 18

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En el sistema del saber absoluto, tal y como se desarrolla en La fenomenología del Espíritu, la empresa filosófica alcanza su meta definitiva: ha llegado el tiempo de abandonar el amor del saber; el espíritu sabe todo aquello que debe saber y, finalmente, la filosofía llega a ser ciencia perfecta20. Una pretensión epistémica que, en verdad, no es nada original. Tiene razón Balthasar cuando asocia Hegel a Valentino: todos los gnósticos «como dice Ireneo, puede abrir a Dios “como se abre un libro”»21. La novedad de Hegel es que este “desfondamiento” del misterio, este «asesinato gnóstico» de Dios –como lo llama Voegelin22– acontece en la totalidad secularizadora del estado. Por ello comparto la concusión alarmante de Le Guillou: «cuando el sistema no conoce ya otro lugar hermenéutico que el orden político con sus posibilidades revolucionarias, se puede considerar que se ha convertido en ideología, es decir, simple autojustificación de la voluntad de poder absoluto con fines de propaganda»23. Esta última referencia al poder no es casual: con Nietzsche, según Le Guillou, se completa el ataque al dispositivo humano-divino y la contestación de la paternidad24. Propongamos, pues, el resumen de los ingredientes ideológicos y, después, veamos que estrategias utilizan: a) La autogeneración subjetiva (Descartes); b) La gnosis (Hegel); c) La voluntad de poder (Nietzsche). (a) El aspecto que más quiero subrayar, respecto al primer ingrediente, es la precisión clínica de Le Guillou. Planteemos inmediatamente la cuestión: ¿cómo es posible que el sueño de la autogeneración sea tan persuasivo? Porque despierta el sentimiento infantil de omnipotencia. La referencia, obviamente, es a la teoría freudiana del narcisismo primario: en efecto, son los niños los que creen, al menos al principio, que se realiza todo lo que quieren. ¿Quién no ha soñado nunca una realidad a medida del deseo? Pero la facilidad de este engaño tiene que ver también con otra razón. El verdadero appeal de la ideología es su carácter de “fetiche”. También ahora el lenguaje utilizado es freudiano. La función del fetiche es defensiva: sirve para proteger al sujeto de la angustia del encuentro con el propio límite. Una angustia benéfica, en verdad, porque está al servicio de redimensionar el narcisismo infantil. Ahora bien, la experiencia del límite –nos explica Le Guillou– tiene como dos caras: la función paterna y la diferencia de los sexos25. El encuentro con el padre abre inmediatamente al sujeto al encuentro con su propio cuerpo sexuado. Esto significa que la autogeneración, al negar la filiación, es capaz de esconder también el sentido de la corporeidad. A mi parecer este aspecto del diagnóstico es extremadamente precioso. Nos ayuda a comprender la situación en la que vivimos hoy. Cuando se contesta la experiencia del ser generados, cuando se prostituye su misterio (utilizo aquí una expresión de Balthasar), entonces también la 20

«Colaborar a que la filosofía se aproxime a la forma de la ciencia –a la meta en que pueda despojarse de su nombre de amor al saber y sea saber efectivo– es lo que yo me he propuesto » G. F. W. HEGEL, Fenomenología del espíritu (Alhambra, Madrid 1987) 68. 21 H. U. VON BALTHASAR, “Gott unter uns”, en ID., Homo creatus est. Skizzen zur Theologie V (Johannes Verlag, Einsiedeln 1986) 248-276, aquí 262-263. La cita de Ireneo en: Adv. Haer, II, 28, 7. 22 E. VOEGELIN, El asesinato de Dios, en Id., El asesinato de Dios y otros escritos políticos (Hydra, Buenos Aires 2009) 125-147. 23 El misterio del Padre, 170. 24 Los gérmenes de esta voluntad de poder –nos advierte Heidegger– están ya presentes en Descartes. Pensar al hombre como voluntad de certeza de sí implica una desvalorización del mundo come res extensa, como mero objecto para un subjecto, no sólo cognoscente, y más aún, “dominante”: «Recordamos, sin embargo, que el propio Nietzsche explica la proposición de Descartes desde la voluntad de verdad y a ésta como una especie de la voluntad de poder. De acuerdo con ello, la metafísica de Descartes sí es ya una metafísica de la voluntad de poder, sólo que sin saberlo» Heidegger, El nihilismo europeo, 236 25 Cf. ibid., 186.

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diferencia sexual se convierte en una cuestión de gustos y preferencias. Los Gender Studies son el ejemplo emblemático de esto. Pensemos en Donna Haraway, una de las feministas más radicales. Es necesario reconocer que es terriblemente coherente: lo que queremos es un mundo sin origen, que es también un mundo sin género26. Creo que Le Guillou ha visto, por tanto, algo verdaderamente crucial. Por ello no me sorprende que en la parte final de El misterio del Padre se pueda encontrar un extraordinario boceto de teología de la diferencia sexual. Pues la belleza de la paternidad es la llamada a dar vida a otros hijos. Y en esta transmisión de la vida, el misterio del Padre se duplica en el misterio del hombre y de la mujer27. (b) Volvamos a la ideología. El segundo ingrediente, como hemos dicho, es la gnosis. Hay una doble perversa imitatio, de la ciencia y de la religión, que caracteriza la cualidad gnóstica de la ideología. En primer lugar, la ideología es gnóstica porque pretende ser científica. A diferencia de la ciencia, sin embargo, pretende explicar todo, y ello a través de un proceso de racionalización feroz de la realidad. En segundo lugar, la ideología es gnóstica porque imita, a su pesar, la religión: aunque el ideólogo moderno niegue toda semejanza con la imagen de Dios, su planteamiento genera una fe pseudo-religiosa en la salvación terrestre de la humanidad. El ídolo ideológico, en este sentido, es verdaderamente triste y mísero: quiere ser adorado y, a la vez, se le vacía de todo contenido. El becerro de oro, observa con amarga ironía Le Guillou, por lo menos existía. Esto me ha recordado inmediatamente Trotsky: «La salvación de la humanidad –declara en 1932– es posible sólo a través de la operación quirúrgica de la revolución proletaria»28. Encontramos aquí todo: la precisión racional de la “medicina” revolucionario y el culto ateo del futuro comunista. (c) La voluntad de poder es el tercer ingrediente de la ideología. Me detengo, también en esta ocasión, en un aspecto que me parece decisivo. Le Guillou nos ha dicho que la ideología es voluntad de poder que se autojustifica. Esta es, precisamente, la actitud nietzscheana. La encontramos expresada con claridad en el aforisma 533: «El criterio de la verdad –afirma Nietzsche– está en el aumento del sentimiento de fuerza»29. Intento explicarme. Cuando la función paterna es ocultada por el fetiche, el sujeto ya no es capaz de acoger la verdad en el espacio de su vínculo filial. El único criterio que queda es la misma pretensión de absoluto, la sensación de ser verdaderamente el origen de uno mismo. Esta pretensión debe ser continuamente reiterada y reforzada, pues de otro modo todo el andamio narcisista se vendría abajo. Por esta razón la gnosis revolucionaria es perfecta, porque creer poder salvar el mundo, liberar a los oprimidos, significa creer poder prescindir de Dios. Pero, en el fondo, se puede aumentar la sensación de potencia también con un esfuerzo mucho menor. La voluntad de poder, en efecto, puede combinarse tanto con el totalitarismo revolucionario como con la “fiesta” libertaria del placer. Este segundo objetivo es, claramente, menos ambicioso: es el escuálido juego nihilista de las pulsiones acéfalas, cuyo resultado final –como bien dice Le Guillou– es la orgía30. Estos últimos compases de nuestra reflexión nos conducen directamente hasta el Mayo francés. Las dos formas de contestación de la ley paterna propias del 68 corresponden a las dos formas de la voluntad de poder: la liberación política y la liberación sexual. Desde este punto de vista el 68 se convierte, para Le Guillou, en un acontecimiento emblemático que condensa lo que está en juego en la crisis: desencadena las tentaciones insidiosas de la

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D. HARAWAY, Ciencia, cyborg y mujeres. La reinvención de la naturaleza (Cátedra, Madrid 1995) 254. Cf. ibid., 256-258. 28 L. TROTSKY, Declaración al Congreso contra la guerra de Amsterdam, 25 de julio de 1932. 29 F. NIETZSCHE, La voluntad de dominio, en ID., Obras completas IV (Aguilar, Madrid 1967) 208. 30 Cf. El misterio del Padre, 234. 27

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ideología, verificando nuestra capacidad de resistencia y discernimiento. Ha llegado, por tanto, el momento de interpretar este evento a la luz del recorrido realizado. 3. Interpretar los acontecimientos: el ejemplo del Mayo francés Una única consigna: derrocar un sistema social y político que todos consideran opresor. Verdaderamente se parece a un acontecimiento de liberación. Mayo del 68 se presenta en la escena con esta carga de seducción: ¿cómo es posible permanecer insensibles ante los estudiantes que ocupan las calles junto a los obreros, porque quieren ser tratados como sujetos y no como engranajes del sistema productivo? En aquellos años, también muchos cristianos se dejaron embarcar en las barricadas. Es famoso el entusiasmo de Michel De Certeau que ve en haber “tomado la palabra”, durante la ocupación de la Sorbona, el valor indiscutible de la revolución del 6831. Pero también había perplejos. Porque no basta tomar la palabra: todo depende de lo que se quiera decir. De este modo, también es muy famosa la ironía de Jacques Lacan, fundador de la Ecole Freudienne de París, y maestro de De Certeau, que definía “le mois de Mai” (el mes de mayo) como el “émoi de Mai” (la emoción de mayo), queriendo sugerir, con un juego de palabras, que la cuestión de la libertad es mucho más seria que gritar algunos eslóganes. Me he referido a este comentario porque quisiera mostrar que Lacan, desde su punto de vista clínico, se encuentra en la misma línea que la posición teológica de Le Guillou. Durante un seminario en Vincennes en 1969, mientras los estudiantes continuaban repitiendo el estribillo revolucionario “ni Dieu, ni Maître”, Lacan respondió de forma muy provocativa, de hecho sin poder ser escuchado: “como revolucionarios, aspiráis un patrón, ¡lo tendréis!”. El sentido de su respuesta es, más o menos, el siguiente: si pensáis que ser libres significa rechazar toda ley, si queréis desencadenar vuestro deseo, pisoteando el principio mismo de autoridad, lo que obtendréis no será la libertad, sino una feroz servidumbre. Es una respuesta profética. Lacan estaba pensando en el neoliberalismo salvaje, que se gestaba en aquellos años, y que pronto habría transformado incluso a los más agitados maoístas en obedientes “reclutas” del capitalismo, o incluso en los ideólogos del nuevo régimen financiero global. Creo que Péguy pueda ayudarnos a comprender este punto del recorrido: no es la contrariedad, la contestación, lo que hace una revolución. Hace falta una novedad, la total novedad del instante respecto al instante que lo precede32. En ausencia de esta renovación total, ante todo interior, estamos condenados a una repetición estéril. Por ello, en rigor, sólo el acontecimiento de Cristo, su acontecer de nuevo, es auténticamente revolucionario. Y este, como veremos ahora, es precisamente el núcleo de lo quiere decir Le Guillou. Respecto a los estudiantes, hay que reconocer que no estaban del todo equivocados al enfrentarse a sus padres. La mía no es una concesión. Es la amarga verdad que Le Guillou tuvo el coraje de decir. Hay un fragmento de Evangelio y revolución (1968) que da testimonio de ello con claridad: lo que caracteriza la rebelión de Mayo es precisamente que «al no transmitir ya la significación del mundo (...) la paternidad se convierte, bajo todas sus 31

«Algo nos ha sucedido. Dentro de nosotros algo ha comenzado a moverse. Voces que no habíamos oído nunca, brotadas en un lugar oculto, nos han transformado para llenar de improviso las calles y las fábricas, para circular entre nosotros, para llegar a ser nuestras sin ser ya el rumor sofocado de nuestras soledades. Al menos teníamos esta sensación. Esto es lo inaudito que se ha producido: nos hemos puesto a hablar. Parecía la primera vez. De todas partes surgían tesoros adormecidos o silenciosos, de experiencias jamás nombradas» M. DE CERTEAU, La presa della parola e altri scritti politici, tr. it. di R. Capovin (Meltemi, Roma 2007) 37-38. 32 «Una revolución (…) no consiste ni muchos menos esencialmente en pensar, en sentir, en ser, políticamente, socialmente, interiormente, al día siguiente lo contrario de lo que se había sido el día anterior (…) es la novedad, la total novedad del instante (…) lo que hace la revolución, no la contrariedad» C. PÉGUY, Par ce demi-clair matin (Gallimard, Paris 1952) 15.

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formas, en una opresión insoportable»33. Entonces admitámoslo, continúa Le Guillou: «¡Nos encontramos en una verdadera bancarrota del pensamiento cristiano!»34. Por eso sucede que alguno vaya incluso más allá del entusiasmo de De Certeau. Y se quiere ver en la fuerza de insurrección violenta el verdadero significado del Evangelio. En una obra de 1982, el entonces cardenal Ratzinger, relee críticamente los acontecimientos de Mayo, expresando su inquietud: la adhesión “religiosa” al marxismo anarco-utópico parece cargarse de una instancia histórico-salvífica como si fuese, para alguno, el advenimiento de una nueva época de cristianismo35. Me parece significativo que Ratzinger, en una nota, haga referencia precisamente a un escrito de Le Guillou. La referencia es al número de mayo de 1968 de la revista Foi et Vie, que contiene un artículo escrito con Olivier Clément y Jean Bosc titulado La crisis de mayo: ensayo de discernimiento cristiano36. A este propósito Le Guillou mide la incidencia desastrosa de la ideología, ante todo desde el punto de vista educativo. Toda una generación de jóvenes sale a la calle bien instruida en la escuela de la sospecha anti-paterna. Entre sus maestros se encuentran Sartre, Deleuze y Foucault. Aquí están los “filósofos de la nada y del escarnio”. Tienen una idea sencilla, revolucionaria: el deseo no tiene leyes, es un flujo de energía sin finalidad, que quiere lo que quiere. Y punto. Y no es una casualidad que Deleuze y Foucault sean los maestros de las feministas más radicales de hoy. Sus tesis son las mismas del 68: todos los dispositivos en los que se intente conjugar deseo y ley son mecanismos insoportables de coerción, inventados a posteriori para contener nuestra innata voluntad de poder. Por ello hay que acabar también con Freud y Lacan, y con la idea inaceptable de que el deseo humano – éste, en el fondo, es el descubrimiento del judío Freud– funciona bien cuando se confronta y se choca con la ley del padre. En cambio, el padre no es nada más que una invención burguesa. Por tanto, nada de padres. “Jousissez sans entraves”, gozad sin frenos, es uno de los eslóganes más repetidos, escrito en un muro parisino y hecho inmortal gracias a una célebre foto de Cartier-Bresson. He aquí la seductora promesa gnóstica de la ideología. Si lo pensamos un momento, podremos reconocer como una sliding door entre “jousissez sans entraves” y el típico imperativo capitalista “Enjoy Coca-Cola”. Es la misma lógica de las pulsiones. Si esto es libertad… Hay que reconocer que Lacan lo había visto venir. Y, sin embargo, no creo que la solución sea volver a Freud. O, al menos, no creo que pueda ser suficiente. Le Guillou nos explica el porqué. Sin duda Freud ha entrevisto genialmente la imposibilidad de superar el principio paterno. Esta intuición, dice Le Guillou, es suficiente para situar el psicoanálisis en el corazón de la verdad antropológica, deformada por un siglo de ideología cientificista. Pero Freud no es capaz de pensar más allá de la tragedia: para él es imposible acceder a la idea de que la paternidad y la filiación pueden ser

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“Mensaje ecuménico. La crisis de mayo. Ensayo de discernimiento cristiano”, en M.-J. LE GUILLOU – O. CLÉMENT – J. BOSC, Evangelio y revolución. En el corazón de nuestra crisis espiritual (Desclée de Brouwer, Bilbao 1970) 32. 34 LE GUILLOU, “En el corazón de nuestra crisis espiritual”, en ibid., 14. 35 «Sigue siendo significativo que la inclinación a un marxismo anarco-utópico, que se llevó a cabo con un ardor embriagador, no sólo incluía en sí el pathos de lo religioso, sino que se apoyaba en primera línea en las parroquias de estudiantes y en las agrupaciones y asociaciones estudiantiles, que consideraban que aquí alboreaba la realización de las esperanzas cristianas. El más alto fanal lo constituyeron los acontecimientos del mayo francés de 1968. En las barricadas se daban cita jesuitas y dominicos. La intercomunión que se celebró en una misa ecuménica, en las barricadas, fue considerada, durante mucho tiempo, como una especie de instancia histórico salvífica, como un acontecimiento de la revelación, que introducía una nueva época en el cristianismo» J. RATZINGER, Teoría de los principios teológicos. Materiales para una teología fundamental (Herder, Barcelona 1985) 465. 36 Cf. J. BOSC - O. CLEMENT - M.-J. LE GUILLOU, “La crise de mai : essai de discernement chrétien”: Foi et Vie 67 (1968) n. 3, 3-13.

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vividas en una perspectiva de adopción y de reconciliación37. Por esto Le Guillou nos invita a ir más allá. Propongo una cita que considero fundamental, ilustra su apertura teológica y nos conduce hacia la conclusión de nuestra intervención: «La ruina de la paternidad y la exasperación de la rebelión contra las imágenes de Dios en que se inscriben todas las traiciones de los cristianos nos hacen estar más atentos al misterio de la Trinidad y al del Crucificado que, por la muerte, ha vencido a la muerte»38. No se trata de un juego de magia. Y ello por dos motivos: (1) Porque la verdadera paternidad, que es Cristo se muestra como “amor insondable”, no es una fórmula que esté en nuestras manos; (2) Porque la Paternidad trinitaria exige “verdaderas presencias paternas”, es decir, un paciente trabajo de testimonio. Dar testimonio del amor insondable del Padre en medio de la crisis. ¿Acaso no es esta la verdadera revolución? Hemos llegado, de este modo, al corazón de la confesión de fe. Podemos dar paso a nuestro último punto. 4. Confesar el misterio del Siervo sufriente Hemos iniciado con una pintada, quisiera concluir con otra frase, que el mismo Le Guillou no ha querido ignorar: “la revolución combate también por la belleza”39. Estaba escrita en las paredes de la Sorbona durante la ocupación de Mayo. Es la señal de un deseo auténtico, capaz de abrir una brecha en el oscurecimiento ideológico. Le Guillou lo ha comprendido inmediatamente. Por ello decide tomarse en serio este eslogan, como si fuese su propia batalla: «Tenemos que luchar por dar al hombre no sólo el pan sino la belleza»40. La crisis de Mayo contiene este núcleo irreductible de verdad. En los estudiantes que se rebelan, dice Le Guillou, el Espíritu grita con gemidos inefables. Ni siquiera ellos se dan cuenta, pues están apresados por el furor idolátrico de derrocar al mundo burgués. Pero ese grito llega hasta la Iglesia y exige una respuesta clara. Porque malinterpretar esta belleza sería la ruina total. Y la respuesta sólo es una: la belleza de la obediencia filial. Palabras difíciles. Pero no existe –segùn Le Guillou– otro lugar de generación de la libertad y de la fecundidad. La cuestión, sin embargo, es que estamos demasiado habituados a dudar de todo como para no preguntarnos inmediatamente: ¿quién nos asegura que la obediencia no es la versión aceptable de la opresión?, ¿y si el padre que nos pide obediencia fuese un sádico? He aquí, de nuevo, la tentación ideológica. Naturalmente los sádicos existen, por desgracia. Pero también existen las verdaderas presencias paternas, que la ideología nos ha acostumbrado a ignorar o a despreciar. Por ello Le Guillou considera fundamental su testimonio, porque ningún hijo puede imaginar qué es la belleza de la obediencia sin un padre que no sea, ante todo, ejemplo de ello. Y aquí radica la cuestión teológica con la que creo que vale la pena concluir. Le Guillou la presenta como condición ineludible: el estilo de la autoridad, dice, debe encontrar su medida en el Siervo sufriente41.

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Cf. El misterio del Padre, 197-198. “Mensaje ecuménico. La crisis de mayo. Ensayo de discernimiento cristiano”, 45. 39 “La Révolution combat aussi pour la beauté. Aidez-nous à chasser la laideur du monde”. 40 «Tenemos que luchar para dar al hombre no sólo el pan sino la belleza, ritmos humanos y cósmicos antes que ritmos de máquinas» “Mensaje ecuménico. La crisis de mayo. Ensayo de discernimiento cristiano”, 43-44. 41 «A condición de que el estilo mismo de la autoridad, el estilo del compromiso cristiano estén medidos por el Siervo sufriente» M.-J. LE GUILLOU, “La participation dans l’Eglise”, en CENTRE CATHOLIQUE DES INTELLECTUELS FRANÇAIS, Problèmes actuels du catholicisme français (Recherches et Débats 64; Desclée de Brouwer, Paris 1969) 148-157, aquí 157. 38

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Una autoridad que se hace servicio. Imposible mantener la sospecha. Porque el sufrimiento del Siervo no es el precio pagado para aplacar los humores crueles del Padre. A este respecto Le Guillou no consiente equívocos. Más bien reafirma con claridad el equilibrio teándrico del dispositivo teológico. En el misterio del Siervo sufriente está en juego una lógica que nada tiene que ver con el cálculo retributivo de las culpas y de las penas. Está en juego «el don integral hecho por Jesús a sus hermanos para superar a ese precio la apostasía de su libertad»42. Así es como se lucha para dar al hombre el pan y la belleza, transformando la voluntad de poder en poder de obediencia. Cuanto esto acontece, toda la existencia es reinventada. Quién sabe como cambiaría, entonces, la política si no devorase este núcleo incandescente del confiarse filial. La cuestión es grave. Le Guillou, al final, la formula con unas palabras que deben interrogarnos: «¿cómo hacer para que, en el mundo de hoy, sea verdaderamente anunciado el Siervo sufriente?»43. Quizá hay un modo. Le Guillou lo dice en una de sus homilías: «la ternura entre nosotros será la imagen de la ternura de Dios»44. Y de nuevo encuentro una asonancia sorprendente con Péguy: si es verdad, como se lee en Eva, que existe una «ley de ternura»45 que incluso es «la médula del catolicismo»46, entonces este me parece el corazón de la confesión de fe y el sentido de la revolución evangélica. Cuando el poder se despliega como cuidado, cuando la fuerza toma la forma de la obediencia recíproca, entonces nuestra vida manifiesta, contra todo malentendido ideológico, la belleza del misterio del Padre.

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El misterio del Padre, 111. «No nos encontramos en el nivel de una sociología, ni tampoco de la historia, sea cual sea su importancia. Nos encontramos ante un problema de mayor gravedad: ¿cómo hacer para que, en el mundo de hoy, sea verdaderamente anunciado el Siervo sufriente?» ID., “La participation dans l’Eglise”,157. 44 ID., Tu Palabra es la verdad (BAC, Madrid 2014), 155. 45 C. PÉGUY, Eva (Encuentro, Madrid 2004) 187. 46 ID., Lettres et entretiens (Éditions de Paris, Paris 1954) 203. 43

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