Corrupción en la literatura

June 16, 2017 | Autor: Billy Areche | Categoría: Analisis Estructural, Estrategias Organizacional
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Descripción

UNIVERSIDAD PERUANA DE CIENCIAS APLICADAS

JUEGOS FLORALES 2015 - HUMANIDADES

GÉNERO: Cuento

GRUPO: Alumno

SEUDÓNIMO: Heideggeriano N1


¡Taco-rrupxita!
¿Sabes?, me puedo definir como un taxista sin muchas aspiraciones, ya que no tengo ni motivaciones ni sueños que me amparen. Mis esfuerzos y ganas por conseguirlos también desvanecieron cuando mi hijo falleció. Pocos saben lo doloroso que es saber que nunca volverás a ver a tu hijo. Todavía mantengo rencor con la vida por ese suceso. Por otro lado, mi otro hijo, el menor, sufrió una parálisis facial por la noticia, lo cual le causó un terrible aislamiento social. Eran contemporáneos; los dos se cuidaban mutuamente, iban a fiestas, peleaban, discutían y se alegraban como cualquier familia. Lo último que supe de él fue que estaba volviendo a ser el de antes, espero que se recupere pronto. Debido a estos problemas, mi matrimonio fue deteriorándose: mi esposa cayó en depresión; por tal motivo, dejó de ser la amante y compañera que fue. Trabajé muy duro para encender nuestro matrimonio, pero fue inútil. Ya ha pasado mucho tiempo desde que los he visto por última vez.
Voy a cumplir 60 años y aún es difícil afrontar una situación como la descrita, tampoco me quedan ganas de rehacer mi vida. Como dije, mis fuerzas caen y mi visión ya no es la misma, mis sentidos ya no perciben como antes y mis canas ya son abundantes. Mis manos se mantienen firmes por algunos instantes, sobre todo, cuando recuerdo mi juventud. No obstante, mi experiencia es la que apabulla todas las debilidades que puedan existir en mí: me gradué de arquitecto y en su momento fui reconocido por sus modelos y prototipos para proyectos de enorme magnitud. Fueron momentos satisfactorios, trabajando en una firma española. Después de ello, llegué a trabajar en un prestigioso bufete de abogados como asesor en la planificación urbana. Debido a mis funciones, pude participar en diversas licitaciones nacionales como extranjeras, pero la vida, sabes, me enseñó que el camino más rápido es el más lento. Aquí comienza mi descenso. Hubo un proyecto para la municipalidad de Lima, de varios millones de soles, que no había sido aprobado por la burocracia, así que tuvimos que coimear a funcionarios supuestamente intachables. Se nos hizo costumbre hacerlo, y todos nuestros clientes pensaban que eran nuestras relaciones las que agilizaban los trámites. Todo magnífico hasta que empiezan las revueltas por la corrupción que supuestamente había en el Perú, y deciden, para mi mala suerte, investigar la gestión del Alcalde de esa época. Por tal motivo, perdimos credibilidad en poco tiempo, nadie nos solicitaba, tampoco nos otorgaban algún proyecto.
Perdí todo lo que tenía, propiedades, dinero, amigos, matrimonio y a mis hijos. El menor ya no vive conmigo y el otro, se fue para siempre. Quizá, ese será mi mayor dolor durante los años que me quedan; todo fue tan rápido. Ahora bien, si decidí trabajar en esto es porque no quiero enfrentarme a situaciones desconocidas, porque es algo manejable, porque ya no tengo capacidad para emprender otra cosa. Quizá, tenga el potencial para crear edificios fuera de lo ordinario, presento una mente muy creativa, pero, ¿Para qué lo haría? Ya no tengo algún motivo para seguir con eso. ¿Usted qué cree? le pregunté al joven pasajero que recogí:
Pienso que es una buena oportunidad para saber por qué sigues vivo. Yo me hubiera pegado un tiro si estuviera con esos ánimos. Así de simple.
Seguía manejando, muy atento a cualquier irrazonable conductor limeño; sin embargo, su comentario inesperado hizo que esbozara una sonrisa y me riera ligeramente por la necedad e indiferencia con la que trataba a los dilemas de la vida. Sentí curiosidad por preguntarle a qué se dedicaba. A pesar que estaba mirando a la avenida, y de reojo a los retrovisores exteriores, por mi mente no dejaban de pasar interrogantes, impulsos y prejuicios sobre mi nuevo pasajero. A simple vista, parecía un hombre ordinario, como cualquier pasajero, pero luego sentía, intuitivamente, que no lo era. Quizá exagere, pero lo siguiente fue un comentario que nunca imaginé:
Creo que a su difunto hijo le faltó llevarse a su esposa y a su otro hermano, así usted no sufriría o sufriría hasta morir. Es lo mínimo que debe pagar. Fin del cuento – Disparó el impertérrito pasajero.
Mi risa frenó en seco y mis manos se petrificaron al volante a pesar del impacto emocional que me causó. Estábamos en la avenida La Herranza, la cual es asechada, noche y día, por carros y combis, estrés y amarguras de los conductores y pasajeros. Ya era hora punta y me costaba mucho digerir lo que comentó mi frívolo pasajero. Él no tenía sonrisa; yo menos. Me percaté que se encontraba relajado, pero a la vez muy concentrado en un punto de la avenida. Tragué saliva y emané un fastidio silencioso. La situación se envolvió con cortinas de hielo que separaban nuestros asientos; él no distinguía mi estado, tampoco le importaba. Solo seguí manejando hasta el punto que me dijo: la última cuadra de la avenida Herranza. Llegamos, se despidió cortésmente, me dio suerte y se fue muy rápido, atento a cualquier evento.
Pensé en ese instante A qué se habrá referido con ¿Pero es lo mínimo que debo pagar? ¡Caramba! ¡Ahora soy yo el que debe pagar por los platos rotos! ¡Cojudeces! No quise recoger a nadie más, ya que era hora punta. Así que decidí ir hacia un parque, el más cercano posible. Faltaban poco tiempo para oscurecer, pero en Lima, el tráfico hace que el cielo pase de una coloración crepuscular a ser, en segundos, un cielo morado en su fuerza más oscura. De ese mismo color sentía mi alma cuando llegué: oscura por completo.
Al caminar por el parque, sentí mis pasos pesados, mi desgano comenzaba a aflorar y mi alma caía en un color negro en su plenitud. Para estas ocasiones, mi alma de arquitecto ético salía a flote y me hizo decir, a modo de escape: ¡arquitectos de mierda! Todos con el mismo efecto urbanístico: un cuadrado con una imagen al centro, que estúpida innovación, ironicé. Me quedé sentado, furibundo, sin parsimonia, en la banca de madera. Con una mala iluminación que me hacía pensar en la oscuridad que albergaba mi alma, con un viento repentino y, absolutamente solo, me puse a pensar en el último encuentro que tuve, sobre todo, en el efecto de dicha conversación.
Pensé y dije Recuerdo que ese pasajero me hizo una sola pregunta. Fue algo así: ¿cómo se definiría si supiera que mañana va a morir? ¡Qué cojudez! ¿Para qué le importaría cómo me siento? A pesar que esas preguntas no son usuales, había sentido que aún no había superado mi situación. Increpé de inmediato: Sé que ha sido difícil, pero han pasado más de 15 años desde que mi hijo falleció, han pasado más de 15 años desde que el menor de mis hijos y su madre se fueron para siempre ¿ni siquiera supe a donde se iban? ¿Por qué debo ser yo el que pague los platos rotos? Si ellos se fueron sin decir algo ¡Carajo! ¡Estoy harto!
Quería seguir meditando sobre mis acciones; sin embargo, la bruma y el cansancio se apoderaban de mí. Mi cuerpo deseaba reposar sobre mi cama, que a pesar de lo vieja que era, podía descansar sin perturbaciones. Antes de irme, pensé en la posibilidad de volver a verlo, mientras me esforzaba en recordar su cara. Recordé en ese instante Era… Era un hombre joven, no creo que tenga más de 30 años y le hice una carrera muy corta. Luego, dije en voz baja y mirando el cielo compacto y oscuro de Lima Bueno si la suerte me lo permite, será mejor volverlo a ver para evitar estos prejuicios.
Como todo taxista limeño, se está expuesto a diversas experiencias llenas de ilusión, cólera o alegría del pasajero. Y, no solo eso, también, a duras penas aguantamos a conductores imprudentes, ebrios, faltosos, rateros y extrañamente a personas honestas y educadas. Quizá son estos sucesos los que le dieron sabor y color a mi vida. En otras ocasiones, existen luchas extenuantes con ancianas y jóvenes que no desean pagar lo que es correcto a pesar de su aceptación inicial. En casos excepcionales, la pasión y el atrevimiento aparecen de singulares formas: mujeres irreverentes, osadas, aparentemente incautas, otras preservadas o virginales, ebrias o sobrias, en la noches o a plena luz del día, me hacían propuestas sin de dejar nada a la imaginación. Su objetivo: no cobrarles por el servicio. Como me decían algunos colegas de la plaza Francia, taxista que no ha hecho el amor en su carro, no puede ser llamando taxista. Ridícula y exagerada frase que no creía, pero que fue tan cierta. Bueno, ya era de día.
Decidí salir a pesar que me encontraba algo indispuesto. No estaba con ánimos para trabajar, pero aun así lo hice. No sabía por qué, pero lo único que sí suponía era que nunca me atreví a mirar el dolor y rabia que mantenía por la partida de mi familia. Entré a mi auto, lo encendí, busqué una buena estación radial y escuche, precisamente, lo siguiente: los científicos afirman que existe el halo de energía positiva, el cual sirve para atraer a todas las personas con la misma actitud que mantienes durante el día. A todos nuestros oyentes ¡A ponerlo en marcha! Pensé en eso antes de salir y dije Ahora falta que sea cierto, con cierta indiferencia y ninguneando a esa posible realidad.
No encontré ningún pasajero durante todo el día, pero no fue su culpa. Pasaba por calles y avenidas, que necesitaban mis servicios, pero hice caso omiso a sus demandas. Lo más importante era saber si el resentimiento seguía en mí y si eso había sido una limitante para construir una nueva historia. Me dije durante el trayecto: A pesar que mi hijo falleció, y que luché por reconstruir mi matrimonio, ¿por qué me dejaron solo en la casa, sin saber hacia dónde o con quienes se iban? ¿Por qué tuvieron que largarse de esa manera? ¿Por qué no hay respuesta para esto? ¿Cómo puedo saber si en verdad lo eligieron o si fueron amenazados? Pero ¿Quién o por qué me harían daño? Habré encubierto al de corrupción, como todos, pero a nadie le hice daño. Estaba divagando, pero era la verdad. Después que mi mujer y mi hijo se fueron, nadie me supo darme explicaciones de lo que pasó. Hice averiguaciones en su familia, algunos se negaron en contestarme y otros desaparecieron por arte de magia. Senté una denuncia por abandono conyugal para que traten de buscarlos, pero fue en vano. La policía tampoco quería apoyarme.
Para terminar mi día, decidí entrar, de nuevo, por la avenida Herranza, pero mayor fue mi sorpresa: por un momento no vi a nadie, ni siquiera carros particulares, ni personas solicitando nuestros servicios a pesar que era de noche. Los semáforos funcionando correctamente, y los árboles que se situaban en medio de la pista dejaban caer hojas cuando aceleraba. La avenida estaba desierta, a pesar que comenzaba el crepúsculo. Sin embargo, tal cual el viento cuando avanza con vehemencia, aparecieron, en los otros carriles, buses y carros de todo tamaño, vociferando prosas y rimas célebres: Toda la Herranza, caballeros y La bolívar, ahí vienen dos, a ver por favor ¡colaboren! al fondo hay sitio. Me dije en ese instante: avenida herranza, cuantas cosas me distes y me quitaste. Fue acá donde atropellaron a mi hijo y fue acá donde me enamoré. A pesar de todo, nunca me olvidaré de esta avenida. En medio de sonidos graves y agudos, que hacían una linda armonía para disfrutar el arcoíris verde, amarillo y rojo que dejaban los semáforos, me percaté de la presencia del joven pasajero de ayer, requiriendo un taxi. Estaba impresionado y a la vez afligido, era la primera vez que me pasaba algo así. Me dije con una ligera risa a pesar de los ánimos: encontrarse con la misma persona es algo usual, pero con el mismo taxista, es algo que muy pocos lo experimentarán. Como dicen mis colegas de la plaza Francia: la suerte existiría si un taxista encuentra a cualquier pasajero por segunda vez. Lo recogí sin pensarlo dos veces.
¡Qué tal maestro! ¿a vía del sol, al final de la herranza? – preguntó sin reconocerme el joven pasajero.
12, el tráfico está fuerte a esta hora – respondí sin pensarlo y con cierto desgano.
¡Ya! Está bien ¡vamos!- disparó con rapidez el joven pasajero, subiéndose a mi carro
Pensé Pero le he cobrado más de lo que suele cobrarse, pensé que no me aceptaría. ¡Bueno! ¡Me da igual! Más allá de discutir si la suerte existe o no, me sentía extraño. Era una situación misteriosa, gélida, poco amigable. Comencé a sentir algo, pero no sabía que era. Como si algo pudiera pasar. La conversación comenzó:
Joven, yo soy el taxista de ayer – comenté con timidez y cierto nerviosismo
¡Verdad! ¿Qué curiosa es la vida, no? - exclamó con rapidez e indiferencia
Ayer me hizo una pregunta, joven, y pensé en mi situación – dije con un tono compasivo
¿sabe? - preguntó el joven pasajero - Yo conocí a su hijo- disparó sin temor a recibir una bala.
En ese instante sentí que la vida me enseñaba aquellos lugares que no había conocido y que eran oportunos conocerlos. Estábamos avanzando lentamente por la Avenida Herranza, había un tráfico fuerte: los coches estaban parados y las luces de los faros empañaban la vista. El ambiente estaba tenso y muy poblado. Algunos conductores conversaban con sus pasajeros, otros tan solo se remitían a escuchar las estaciones radiales. Algunos pasajeros preferían hacer llamadas para decir que estaban saliendo, que llegarían un poco tarde y otros, enviaban fotos de la congestión vehicular.
¿A cuál? - adelanté con preocupación y angustia
Al que usted llamó ayer: aislado social – inquirió el joven pasajero
¿Dónde se conocieron? – pregunté conmovido - ¿Hace cuánto se conocen?
¿Le importa eso? - preguntó con apatía y frialdad
Pensé ¿Quién se ha creído este huevón para faltarme el respeto de esa manera? ¡Carajo! Todo lo que debo aguantar para saber algo más sobre mi familia. Dije sumiso y con una voz blanda para dejar en claro que él era el de las órdenes:
Bueno, sí. – mencioné cabizbajo - Me imagino que sabe más detalles de lo que le comenté ayer. ¿verdad?
¡Espere! Contésteme algo, ¿Por qué decidieron irse de Lima? - preguntó con evidente rencor y cólera
El shock emocional era tremendo, pero debía mantenerme firme ante la situación. Debía sacar más información, pero mi ser irracional e inconsciente se apoderó de mí. Actué sin pensar ni meditar mis comentarios; se me acabó la racionalidad, y mi alma de padre abnegado y desolado salió a flote.
Yo nunca salí de Lima – continué sin respirar - ellos se fueron sin decirme algo. Se largaron hasta el día de hoy –sentencié con dureza, sin objetividad
Bueno, entiéndalos ¿Quizá necesitaban otro ambiente, no? - dijo con neutralidad el joven pasajero.
No te imaginas el dolor que he llevado por no saber de ellos – comenté con la voz resquebrajada y con los ojos llorosos
Me deja en la siguiente esquina ¡maestro!, prefiero caminar que estar sentado en este tráfico - ordenó el joven pasajero.
Sabía que no perdería nada, así que increpé de inmediato, sin temor, agarrándole la mano más cercana, aún en el tráfico:
Hijo, por favor, ¿sabes algo de ellos? – supliqué con voz sumisa.
Lo único que sé es que ellos no quieren saber nada de usted. Prefieren vivir fuera de Lima y que nunca perdonaran lo que usted hizo – dijo, forzando su valentía e indiferencia
¿Qué? ¿Yo que hice? ¿Yo no hice nada? Yo di todo para que mi matrimonio se reconstruyera. Tú sabes más muchacho. ¡Ponte en mis zapatos, Hijo! – disparé con desesperación.
¡Pero que injusto que es! ¡Por sus estupideces su hijo murió! ¡Usted lo mató! – comentó desesperado y con ánimos de irse.
¿Cómo puedes creer eso? ¿Ellos piensan que yo lo maté? cómo podría hacerlo si ese día yo estaba trabajando en el bufete de abogados. Recuerdo los hechos muy bien: íbamos a decidir qué haríamos con el bufete. Había un clima hostil por la persecución de los corruptos. Queríamos salir de ese negocio para no embarrarnos, por prevención. Estábamos cayendo poco a poco. En eso, mi esposa vino en su carro y me dijo que lo habían atropellado. ¿Cómo podría haber sido yo?
Creo que su esposa nunca se lo dijo – anunció, como si fuera la última sentencia de muerte, el joven pasajero
El tráfico me permitía parar y esperar, sin tener la necesidad de estar al pendiente de todo lo que pasara. Con un síntoma de culpabilidad y cólera por mí actuar desconocido, dije lo siguiente:
¿Decirme qué? ¡Hijo!, por favor no te vayas – lo miré fijamente - Dime algo más, ¡Quiero solucionar esto a pesar del tiempo!
Se atemorizó un poco y con cierto pánico siguió con su indiferencia sobreactuada:
Mire, tengo problemas y ayer no pude solucionar mis asuntos porque usted me contó toda la historia y me acordé de mi buen amigo. Sabía que habla de él, pero no quería decirle la verdad. Tampoco entiendo por qué pasó por aquí, de nuevo, y por qué decidí tomar su taxi. Quizá sea cuestión de la suerte, pero como sabe, su hijo fue un dirigente universitario. Luchaba contra la corrupción de esa época, habían millones de dólares que eran repartidos por señores que no tenían dignidad – comentó como si fuera una historia célebre.
¿pero eso que tiene que ver? – me alarmé por mi confusión – Sabía que andaba en rollos políticos, pero que no eran escuchados – sentencié con rudeza.
¡caramba! ¿qué hombre para más ciego? Piense - acotó
¿Pensar qué? ¡Habla de una vez!
A su hijo le mostraron un video donde usted estaba entregando plata a un funcionario de Lima. Eso me dijo su hijo, el supuesto antisocial.
¿Pero eso que tiene que ver?
¡Creo que no quiere entender nada! – se impacientó el joven pasajero - Dicen sus compañeros que su fallecido hijo estaba destruido, nunca pensó que tú hubieras hecho esas cosas. Lo amenazaron con difundirlo, y él no quería hacerte eso.
Entonces ¿ellos lo mataron? - inferí erróneamente.
¡No! Tú entregaste un maletín lleno de dinero a un funcionario de Lima. No sé qué habrán platicado, pero al poco tiempo comenzaron a amenazar a tu hijo y a otros dirigentes universitarios – sin respirar, y con una voz más fuerte, continuó - Querían callarlos porque también tenían esos videos. El chupo ya iba reventar, pero se salieron con la suya – finalizó con una voz débil y poco sonora
No puede ser – callé y guardé silencio
Pensé Ese día fui a conversar con el Doctor Manrique, funcionario de Lima, para que agilizaran los trámites del proyecto trabado. Recuerdo que estaba algo preocupado y que posiblemente era la última vez que realizábamos esa tranza. Le entregué el maletín con millones de soles y me dijo que con eso iba a callar algunas voces para que todo siga en orden y seguir con los negocios. Al poco tiempo mi hijo falleció. Luego de analizar la situación, me percaté que un taxista me decía, con el claxon, que avanzara, ya que el tráfico comenzaba a descargarse. El joven pasajero guardaba silencio, y yo comenzaba a sudar y a espantarme por el horror que posiblemente había cometido. Invertir en la muerte de tu hijo no es un trago fácil de tomar. El pasajero rompió el hielo:
Deberías estar en la cárcel, junto con todos esos corruptos que habían en esa época –sentenció con disgusto y cierta tristeza.
Guardé silencio, ya que aún no podía creer lo que había hecho sin darme cuenta. Ya estábamos a pocas cuadras de llega a la esquina que me dijo el joven pasajero, pero el tráfico aún impedía mi llegar. Siguió con ánimos de reproche:
Como dije, tu hijo fue amenazado, y le pidieron dinero para que no te comprometan. No sabía de dónde sacar, así que tu hijo decidió afrontarlos y envió algunos videos a unas casas televisivas, guardando el tuyo. Pero esa mafia era demasiado grande, tenían a los canales y a las radios en sus manos. Por tal motivo, nunca pasó nada y lo mandaron a matar – finalizó agitado y muy desconsolado el joven pasajero.
No entiendo, pero esos videos nunca salieron, nunca fui a la cárcel – proclamé con cierto triunfalismo y simpleza.
¿Y encima lo dices? ¡Entiendo, carajo! ¡Lo mataron por tu culpa! ¡Invertiste en su muerte! – mencionó sin reparo ni temor.
A los pocos días de entregar el dinero al doctor Manrique, fue el accidente – rompí en llanto, y una decepción profunda me embargo.
Ahora que ya sabes cuál fue el verdadero motivo de la muerte de tu hijo ¿te imagines por qué tu esposa y tu otro hijo, el aislado, se marcharon para siempre, verdad?
Mis lágrimas comenzaron a ser más profundas cuando me percaté que ya habíamos llegado a la esquina que me dijo el joven pasajero. Decidí entrar por esa esquina y me estacioné. Aún seguía llorando al saber tal verdad, y la noche seguía fría y muy amarga. Dije sin esperanzas de que sea una mentira:
Me imagino que se enteraron de mis actos – disparé, secándome las lágrimas con mis puños.
¡Sí! Ellos pensaron que tú habías aceptado el trato para seguir con las ganancias para el bufete de abogados – remarcó con dolor y fastidio.
Respóndeme algo, antes que te marches ¿Crees que es lo mismo vivir más de 15 años solo y sin saber la verdad que estar en la cárcel?
¡Nunca va ser lo mismo! ¡Creo que ahora será peor! - finalizó, bajándose del carro y siguiendo su camino, como la primera vez.

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