Correspondencia / Hong Kong

July 4, 2017 | Autor: J. Cordero Fuertes | Categoría: International Politics
Share Embed


Descripción

Correspondencia / Hong Kong

La primera impresión que me asaltó, quizá injusta y desde luego atrevida como la mayoría de primeras impresiones, fue que el progreso no tenía buena cara. Acababa de llegar y callejeaba alrededor de mi hotel, en Yau Ma Tei, en la península de Kowloon. Era de noche, pero las calles hervían de movimiento, de gente cruzándose sin mirarse, de penetrantes olores de comida que salían de minúsculos restaurantes en los márgenes e impregnaban el ambiente. El brillo de los rótulos, en chino y en inglés, hería las retinas a lo ancho de Nathan Road, arteria principal --más tarde descubrí-- de Kowloon. Y los comercios abarrotados, los puestos de mercadillo vendiendo toda clase de objetos, las mesas de los restaurantes, las casetas de adivinadores de la fortuna, los tenderetes de comida callejera se sucedían entremezclados en las calles adyacentes, en un desorden desconcertante. El progreso no tenía buen aspecto: los neones y letreros parpadeantes eran chillones y competían agresivamente por la atención del viandante, pero resultan tristes y están descascarillados; los edificios, ennegrecidos; los portales, estrechos y sucios, con escaleras de un aspecto tan siniestro que ni el exceso de carteles de colores, ni los rótulos luminosos conseguían animar a subir. La basura se amontonaba en callejuelas oscuras y olvidadas, que contrastaban con el ajetreo que discurría alrededor, evitándolas. El cielo bajo aparecía surcado por pasos elevados y autopistas que se retorcían, subiendo y bajando, en una compleja malla tridimensional en la que el tránsito a pie, los cruces y los cambios de acera se volvían inverosímiles por momentos. Una atmósfera húmeda y sofocante, ligeramente distópica: vivir en Blade Runner, como resumió certeramente una amiga; el ambiente opresivo de la obra de Ridley Scott tiene una deuda apreciable con las calles hongkonesas en que se rodaron algunas secuencias. No tenía buen aspecto como no lo tiene ninguna obra importante en construcción, con parte de sus tripas al descubierto, pero la ciudad late con fuerza. Aparentemente sin horarios ni consideración por los festivos: para desorientación del europeo recién aterrizado, Hong Kong no parece ni dormir ni descansar. Un ritmo que no deja de causar contrastes y estragos: ocultos por el trasiego, en los pasos elevados, a cubierto o a descubierto, no es difícil encontrar mendigos discretos, encorvados y arrugados, quizá más envejecidos que ancianos, o inválidos tendidos en el suelo. Son sólo una muestra impactante, pero no la más relevante, de las graves desigualdades en las que se apoya el fulgurante dinamismo de Hong Kong. Detrás de los humos y las luces, los ruidos y los olores, hay una vigorosa megalópoli cosmopolita que funciona a toda velocidad y con notable eficacia, bajísimos impuestos y suculentas promesas de éxito

económico, pero también sin miramientos, que es muy capaz de atropellar a los que desfallecen. Un entorno exigente y altamente selectivo, cuya presión de fondo se adivina, por ejemplo, en el culto de las familias a la educación –y más en particular, en el de las familias pudientes a la educación de élite--, o en la proliferación de academias, centros extraescolares y carteles publicitarios que animan a los padres a explorar todo el potencial de sus niños, a hacerlos brillar (“let our kids shine”, como reza uno de los escaparates), a desarrollar tempranamente sus habilidades, a prepararlos para competir en mejor posición desde su más tierna edad. A entrenarlos para el éxito. * El bullicio nocturno de Yau Ma Tei y sus derivaciones no son la única cara de Hong Kong. Y desde luego, no es la más conocida. Para un occidental, Hong Kong es, antes que nada, el imponente skyline sobre la bahía de Victoria, repleto de rascacielos que se visten de luz y colores en un espectáculo audiovisual que se repite, metódicamente, cada tarde a las 8pm, para deleite de los turistas y curiosos que se detienen a esa hora en el paseo de Tsim Sha Tsui, al otro lado (peninsular) de la bahía. El mítico skyline se eleva sobre la primera línea de costa de la isla de Hong Kong, que da nombre a toda la actual región autónoma, en la que desembarcaron los británicos en enero de 1841. En esa franja se encuentran las sedes de los bancos y multinacionales que dan brillo a la reputación de Hong Kong como hub económico internacional; también se concentra la mayor parte de la población de origen occidental. Las calles tienen nombres como Hollywood Road, Aberdeen, SoHo o Kennedy Street. Abundan las marcas, las tiendas, los centros comerciales occidentales, los pubs irlandeses y los cafés italianos, los McDonald’s y los Marks&Spencer, las franquicias de comida rápida y los restaurantes trendy de cualquier tradición gastronómica que pueda imaginarse. Es más fácil sentirse aquí en casa. No tanto como en la época colonial, pero sigue siendo posible mantenerse en la burbuja de expats que se comunican exclusivamente en inglés, que trabajan, y frecuentemente viven, en esa tira de terreno que va desde Kennedy Town hasta Causeway Bay, con Central como punto neurálgico, moviéndose en un territorio de menos de 40 km2, al margen del 95% de población china. * Era uno de mis primeros días en Hong Kong; iba a encontrarme con dos jóvenes profesores universitarios, él hongkonés, ella taiwanesa. Ambos, con un inglés impecable. Estamos en el café de un lujoso mall, de los muchos que salpican la ciudad: podría ser en cualquier megalópoli norteamericana. Los rascacielos interminables, los

rótulos de las tiendas, incluso la fisonomía de los transeúntes que uno se cruza... esa mañana, aparte de los carteles en chino, que en la isla resultan menos visibles que en Kowloon, sólo la humedad persistente y las calles empinadas y estrechas recuerdan constantemente que se está en el fin del mundo, visto desde Europa. Me sorprende la rapidez con la que surge la cuestión política en la conversación, sin necesidad de que yo la evoque. La introducen ellos, y su posición es sin matices: la libertad retrocede en Hong Kong desde que el pabellón británico fue arriado, el 1 de julio de 1997. Me hablan de la “revolución de los paraguas”, del movimiento Occupy Central, que reivindica el establecimiento de un verdadero sistema democrático en la región frente al sucedáneo previsto por el gobierno chino (y amparado por el régimen transitorio pactado con la antigua metrópoli). En mis paseos, he podido ver tiendas de campaña y pancartas artesanales alusivas a las reivindicaciones democráticas estudiantiles frente al Consejo Legislativo, en el distrito Central, y activistas repartiendo su propaganda en la zona comercial de Kowloon, pacíficamente y sin ser molestados por la policía. El “sucedáneo” de democracia contra el que protestan consiste en que los hongkoneses puedan votar a sus candidatos, pero éstos tengan que ser previamente aprobados por una instancia fuertemente condicionada por Pekín. Objeto tímidamente que durante la época colonial, Hong Kong tampoco escogía a sus gobernadores, sino que éstos eran nombrados directamente por Londres; pero la libertad añorada no trata (sólo) de eso. “La prensa era más libre”, argumenta el profesor; “ahora, desde luego puedo criticar al gobierno aquí mismo y nadie va a venir a detenerme; pero las informaciones críticas con el régimen chino son cada vez más relegadas, si es que consiguen publicarse, o directamente son apartadas por los propios editores”. Su percepción no es aislada: refleja una creciente inquietud por los derechos y las libertades públicas fundamentales, que no son frontalmente atacadas pero sí están siendo lentamente erosionadas de manera sostenida, según alertan diversos estudios. Como el de la Asociación de Periodistas de Hong Kong, que en su informe de 20141 documenta diversos casos de violencia contra periodistas discrepantes de la línea pro-china, cierre de medios críticos, presiones financieras contra los que perviven y una progresiva tendencia a la autocensura. “No hay una democracia real, como sí la hay en Taiwan”, abunda la chica. Pero no hay perspectivas de mejora. La “revolución de los paraguas” languidece, sin haber despertado más simpatías internacionales de las estrictamente obligatorias –al fin y al cabo, hablan nuestro mismo lenguaje de derechos y libertades-- y el tiempo y la presión demográfica parecen jugar a favor de un gigante

1 “Press Freedom Under Siege: Grave Threats to Freedom of Expression in Hong Kong”, informe de la Hong Kong Journalists Association (HKJA), publicado en julio de 2014.

chino al que nadie quiere irritar, y que además parece hallarse en plena fase de repliegue autoritario. * Salimos del despacho, un compañero y yo, cuando una voz femenina suena por megafonía en el campus, como si estuvieran celebrando un acto al aire libre. Tras unos instantes, identificamos a una joven estudiante, sola con un micrófono, que habla en chino (cantonés) mientras gesticula generosamente. Mi compañero la escucha unos instantes, después seguimos. La gente pasa a su lado con normalidad. Cuando ya nos hemos alejado, pregunto a mi compañero sobre qué hablaba la muchacha. Se encoge de hombros y repone vagamente: “preguntaba en qué se han gastado el dinero de la asociación de estudiantes...”. Hace un gesto de incomprensión. “No hay que ser tan agresivo”. Un poco más allá, como siguiendo el hilo de sus propios pensamientos, concluye: “La gente de Hong Kong siempre está tan preocupada por sus derechos...”, y suspira, sin hostilidad pero con distancia. Él viene de China continental, como una fracción creciente de la población hongkonesa; y manifiestamente tanta preocupación le parece una excentricidad o un exotismo. Una preocupación que, de todas formas, está lejos de ser generalizada, al menos de manera tan sentida. Sin que la pasividad valga entusiasmo, no toda la gente en Hong Kong parece tan inquieta por los riesgos políticos de la reintegración en la órbita china, aunque sí tiende a marcar distancias entre “China” (entiéndase, el resto de China) y ellos. Como reconocía amargamente el profesor, la mayor parte está más preocupada por hacer dinero –y mostrarlo-- que por defender los valores democráticos en una pugna de resultado incierto. La reunificación presenta otras fuentes de conflicto y preocupación más extendidas, sobre todo en lo que concierne a los inmigrantes de China continental, los mainlanders. Cuando la conversación se desvía hacia ellos, el discurso se agria súbitamente y no es difícil que adopte una tonalidad abiertamente racista, que contrasta poderosamente con la amistosa acogida que Hong Kong nos brinda, en general, a los extranjeros (¿o es sólo a los occidentales?), y que suena tristemente familiar para cualquier europeo: los mainlanders vienen a Hong Kong a disfrutar de los subsidios que ofrece nuestro gobierno [de HK], con nuestro dinero; y como son pobres, no quedan recursos para nosotros. Vienen aquí, pero no son como nosotros: escupen en la calle, cambian a sus bebés en el metro, son incívicos, no tienen cultura. “Le bruit et l’odeur”, según la tristemente famosa expresión de Chirac para hablar de las molestias que causaban los inmigrantes a la población autóctona francesa, en versión oriental.

Más allá del relato xenófobo en que con frecuencia –no siempre-- se acaban articulando estas frustraciones, el malestar está lejos de ser anecdótico. Desde hace más de dos años, las encuestas2 indican que una mayoría de hongkoneses son partidarios de reducir la inmigración mainlander, a la que acusa de abusar de las ayudas gubernamentales. Las tensiones entre la población local y los inmigrantes o visitantes continentales, que efectivamente llegan con la perspectiva de mejorar sus expectativas económicas, o que van y vienen (menos de 20 km separan la ciudad fronteriza de Shenzhen del distrito Central de la isla de Hong Kong) para adquirir y revender productos que en la región autónoma son más baratos o de mejor calidad que en sus ciudades, tienden a agravarse. Las quejas son múltiples. Hace algunos meses, el desabastecimiento causado por el acaparamiento de bienes de primera necesidad (como leche en polvo) por parte de mainlanders desencadenó protestas y violentos enfrentamientos entre locales y mainlanders en varias partes de la ciudad3, hasta el punto de obligar a las autoridades fronterizas de Shenzhen a restringir el tránsito de ciudadanos continentales hacia Hong Kong. Sin duda la intensificación del contacto entre poblaciones de “un solo país”, pero acostumbradas desde hace décadas a “dos sistemas” políticos y culturales tan dispares como la British rule y la paternalista dictadura de partido único chino, es y va a seguir siendo una fuente de conflictos de difícil resolución. * ¿Cuánto puede durar la fórmula de “un país, dos sistemas” sobre la que descansa el actual equilibrio institucional, político, económico y cultural de Hong Kong? Es difícil saberlo. Sobre el papel, el estatus de “región administrativa autónoma” seguirá vigente hasta el año 2047. Pero la influencia chino-continental resulta cada vez más perceptible, y si ésta ya ha demostrado en las últimas décadas su compatibilidad –y su afinidad-- con la lógica ultracapitalista imperante en Hong Kong, es mucho más dudoso que pueda o quiera convivir con el núcleo de valores pluralistas y derechos y libertades, civiles y protopolíticas, que constituye la otra gran seña de identidad de la antigua colonia británica. Un núcleo de valores y libertades que no parece entrar en los planes de Pekín, que resulta extraña y despierta un interés limitado entre la cada vez mayor comunidad mainlander en Hong Kong. La posibilidad de preservación más sólida del modelo hongkonés que puede vislumbrarse a medio plazo va ligada a una

2

“Hong Kong accepting too many mainland Chinese immigrants, survey finds”, South China Morning Post, 22/11/2012. Disponible en: http://www.scmp.com/news/hong-kong/article/1088378/hongkongers-want-fewer-mainland-immigrants. 3 “Hong Kong Protests Traders from China”, World Affairs, 19/02/2015. Disponible en: http://www.worldaffairsjournal.org/blog/gordon-g-chang/hong-kong-protests-traders-china.

incierta apertura política y democratización del propio régimen chino. Pero las perspectivas no son halagüeñas en un contexto marcado por el ascenso irresistible de la potencia china, y el consiguiente debilitamiento comparativo de Hong Kong como “perla” rara y oasis de modernidad económica en un entorno extremo-oriental marcado por el subdesarrollo. En palabras de otro expatriado europeo, lo más probable es que la integración continúe de forma inexorable, y que en diez años Hong Kong no se distinga de otras grandes ciudades chinas. Lo decía encogiéndose de hombros, limitándose a constatar. Para entonces, si acierta en su predicción, ni él ni yo estaremos aquí. Quedarán, eso sí, personas como los profesores del café del mall, que ya se inquietan ante los retrocesos que se anuncian en el horizonte; quedarán para ver, impotentes, cómo sus temores se hacen realidad. Nosotros estaremos de vuelta en Europa, rodeados del confortable eco de unos valores que nos gusta declarar universales, pero de los que habremos perdido, un poco más, el derecho a tomárnoslos seriamente como tales. Juan Antonio Cordero Publicado en Letra Internacional, nº 120 (verano 2015)

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.