Cordillera de Atacama: Movilidad, fronteras y aticulaciones collas-atacameñas.

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Descripción

América colonial. Denominaciones, clasificaciones e identidades Jaime Valenzuela Alejandra Araya La ciudad antigua. Espacio público y actores sociales Catalina Balmaceda Nicolás Cruz

os artículos reunidos en este volumen poseen el común denominador de considerar a Los Andes y los espacios fronterizos como sociabilidades cuya configuración es factible de ser historizada o enmarcada en una memoria colectiva que la explica. En otras palabras, y esto es clave, comprender que la aprehensión del espacio requiere del marco que otorga su contexto sociocultural, donde el análisis temporal es fundamental para visualizar el proceso de construcción del sentido o significación espacial. Es necesario por tanto asumir que el espacio no se reduce a su simple materialidad y que, como en este libro, resulta importante en la geografía actual no perder de vista «la dimensión espacial de lo social». Los imaginarios geográficos son procesos constructivos, son producciones espaciales, son representaciones con las que un grupo o un país se proyecta socialmente. Por lo mismo, son producciones finitas, cambiantes, móviles. Sin embargo, ellas debe comprenderse, se materializan, se concretan, es decir, los imaginarios geográficos son el resultado de un relato social, de acciones, de dispositivos, de mecanismos discursivos que afianzan en la retina colectiva un modo de mirar el espacio y, por ende, un modo de actuar en él.

Escriben: Antoine S. Bailly Andrés Núñez Rafael Sánchez Federico Arenas Abraham Paulsen Susana Bandieri Diego Escolar Francisco Sabatini Brenda Matossian Laura Méndez Jorge Muñoz Raúl Molina

Anne-Laure Amilhat Szary Marcela Tapia Cristián Ovando Sergio González Alejandra Vega Rodrigo Hidalgo Carolina Crespo María Alma Tozzini Fabián Araya Jaime Flores Alejandro Benedetti Iñigo Laguado

FRONTERAS EN MOVIMIENTO E IMAGINARIOS GEOGRÁFICOS La cordillera de Los Andes como espacialidad sociocultural

FRONTERAS EN MOVIMIENTO E IMAGINARIOS GEOGRÁFICOS

La sociedad del salitre. Protagonistas, migraciones, cultura urbana y espacios públicos. Sergio González

Serie GEOlibros 16

Medio ambiente y sociedad. Concepto, metodologías y experiencias de las ciencias sociales y humanas Enrique Aliste • Anahí Urquiza

L

Andrés Núñez  Rafael Sánchez   Federico Arenas

Otros títulos publicados por este sello

Andrés Núñez Rafael Sánchez Federico Arenas [editores]

ISBN 978-956-01-0011-5

Serie GEOlibros

Andrés Núñez es Doctor en Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha desarrollado su proyecto posdoctoral (CONICYT) en la misma casa de estudios, en el Instituto de Geografía, en torno a la temática de Fronteras y Representaciones Territoriales, donde además imparte docencia. Su área de investigación se enmarca en la línea de la Geografía Social y Geografía Cultural, a partir de lo cual busca identificar procesos de producción y significación de discursos territoriales así como resaltar la dimensión temporal del espacio geográfico. Correo electrónico: [email protected] Federico Arenas es Doctor en Ciencias Económicas y Sociales, mención geografía, por la Universidad de Ginebra, Suiza, geógrafo de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Profesor titular y Director del Instituto de Geografía de dicha universidad. Es especialista en planificación urbana y regional y ordenamiento territorial; ha publicado numerosos artículos y capítulos de libros sobre los temas de su especialidad. Realiza investigaciones y docencia de pre y posgrado en las áreas de planificación urbana y regional, con énfasis en los enfoques e instrumentos de ordenamiento territorial. Ha realizado diversas asesorías y consultorías para organismos públicos y privados. Correo electrónico: [email protected] Rafael Sánchez es Licenciado en Historia y Geógrafo de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y Doctor en Ciencias Naturales de la Universidad de Innsbruck (Austria). Es Coeditor de Revista de Geografía Norte Grande (Thomson Reuters) y Editor de Revista de Historia y Geografía de la Universidad Católica Silva Henríquez (Chile). Su área de investigación se enmarca en la línea de la Geografía humana, Geografía histórica y Geografía urbana. Correo electrónico: [email protected]

Andrés Núñez Rafael Sánchez Federico Arenas (editores)

Fronteras en movimiento e imaginarios geográficos La cordillera de Los Andes como espacialidad sociocultural

Serie GEOLibros

980.00498 Núñez, Andrés et al. N Fronteras en movimiento e imaginarios geográficos. La cordillera de Los Andes como espacialidad sociocultural / Editores: Andrés Núñez, Rafael Sánchez, Federico Arenas. -- Santiago : RIL editores, 2013. 488 p. ; 23 cm. ISBN: 978-956-01-0011-5   1 cordillera de los andes-civilización

Editor Serie GEOlibros Rodrigo Hidalgo Dattwyler Serie GEOlibros N° 16 Comité Editorial Serie GEOlibros José I. González Leiva, Federico Arenas Vásquez, Rafael Sagredo, Axel Borsdorf, Horacio Capel, Sandra Lencioni y Carlos de Mattos. Comité arbitral de los textos de este libro: Ricardo Rubio, UCSH Leopoldo Tobar, UCSH Pablo Camus, UPV-UC Andrés Núñez, UC Rafael Sánchez, UC Proyecto FONDECYT Posdoctoral N° 3110027 Proyecto FONDECYT Iniciación N° 11121323

Fronteras en movimiento e imaginarios geográficos Primera edición: agosto de 2013 © Instituto de Geografía - UC, 2013 Registro de Propiedad Intelectual Nº 231.948 © RIL® editores, 2013 Los Leones 2258 cp 7511055 Providencia Santiago de Chile Tel. Fax. (56-2) 22238100 [email protected] • www.rileditores.com Composición, diseño de portada e impresión: RIL® editores Impreso en Chile • Printed in Chile ISBN 978-956-01-00011-5 Derechos reservados.

Índice

Prólogo Las fronteras: representaciones, poderes y divisiones territoriales Antoine S. Bailly.............................................................................

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Introducción...............................................................................

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Más allá de la línea: la montaña y la frontera desde su pluralidad espacio-temporal Andrés Núñez, Rafael Sánchez y Federico Arenas...........................

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Textos de estudio: dispositivos de invisibilización de la cordillera de Los Andes como sujeto cultural Abraham Paulsen...........................................................................

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La frontera argentino-chilena como espacio social en la Patagonia: balance de una historiografía renovada Susana Bandieri..............................................................................

67

El sueño de la razón y los monstruos de la nación: la naturalización de la cordillera de Los Andes en la articulación estatal-nacional argentino-chilena Diego Escolar................................................................................. 89 Producción de fronteras e imaginarios geográficos: de la nacionalización a la globalización de la cordillera de Los Andes. Chile, siglos XX y XXI Andrés Núñez, Federico Arenas y Francisco Sabatini...................... 111

Chilenos en San Carlos de Bariloche: barrios populares, imaginarios y tensiones en una ciudad frontera Brenda Matossian............................................................................ 137 Economías cordilleranas e intereses nacionales: genealogía de una relación. El caso de la Compañía Comercial y Ganadera Chile-Argentina (1895-1920) Laura Marcela Méndez y Jorge Muñoz............................................. 163 Cordillera de Atacama: movilidad, frontera y articulaciones collas-atacameñas Raúl Molina..................................................................................... 189 Minas en la montaña: cuando la explotación de las periferias escapa al Estado Anne-Laure Amilhat Szary............................................................... 221 Los Andes tarapaqueños, nuevas espacialidades y movilidad fronteriza: ¿barrera geográfica o espacio para la integración? Marcela Tapia y Cristián Ovando.................................................... 243 ¿Espacio o territorio? La integración transfronteriza de la economía salitrera. El caso de Bolivia (1870-1920) Sergio González............................................................................... 275 Entre paisaje y cartografía. La tradición de la cordillera como frontera y la producción visual de la Expedición Malaspina, Gay y Rugendas Alejandra Vega................................................................................. 307 El turismo de montaña y la construcción de fronteras culturales Rafael Sánchez y Rodrigo Hidalgo................................................... 337 Fronteras identitarias a la sombra de la gran frontera estatal. Omisiones y tensiones en las construcciones del pasado en la Comarca Andina del Paralelo 42°, Patagonia Argentina Carolina Crespo y María Alma Tozzini............................................ 357

La multidimensionalidad espacio-temporal de la cordillera de Los Andes a través de los textos de Historia, Geografía y Ciencias Sociales Fabián Araya.................................................................................... 387 La construcción del espacio. Una mirada histórica al territorio cordillerano de la Araucanía. El territorio andino de la Araucanía, concepto y antecedentes Jaime Flores..................................................................................... 415 El espacio fronterizo argentino-chileno. Definición de categorías operativas y primera aproximación descriptiva Alejandro Benedetti e Iñigo Laguado............................................... 451

Cordillera de Atacama: movilidad, frontera y articulaciones collas-atacameñas Raúl Molina Otarola1

La cordillera de Los Andes ha sido considerada habitualmente como una gran barrera natural, un espacio desconocido que separa, impide o dificulta el poblamiento. Para superar esta visión es necesario abordarla como espacio de continuidad territorial y articulación transcordillerana, como pasadizo de interconexión, como lugar de asentamiento, producción y complementariedad ecológica de los pueblos que la habitan y transitan, para así adentrarse en la comprensión de las relaciones geográficas, económicas y sociales que allí ocurren. Esta perspectiva cuestiona el pensamiento fragmentario, separado por fronteras nacionales, que formula preguntas enclaustradas en espacios internos, pero que omite o desconoce las relaciones transfronterizas, especialmente de los pueblos indígenas. Es lo que ocurre en la cordillera de Atacama, donde muchas de estas relaciones adquieren un carácter ancestral y consuetudinario. La complementariedad y continuidad de los territorios que conforman la cordillera de Atacama fueron insinuadas por el geógrafo Bowman (1942 [1924]), quien a diferencia de las visiones institucionales y del pensamiento común escribía: «las montañas en algunos casos tienden a juntar a las gentes». Justamente este escrito se detiene a describir la existencia de articulaciones transcordilleranas entre le puna y el desierto de Atacama. Para esto se efectúa una revisión sumaria de estas relaciones

Doctor en Antropología. E-mail: [email protected]

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Raúl Molina Otarola

desde periodos prehispánicos y coloniales, deteniéndose en las prácticas contemporáneas de movilidad transcordillerana de collas y atacameños. Esta aproximación a la Cordillera de Atacama pone énfasis en la esfera de la circulación, tanto social como económica, para analizar la movilidad, la complementariedad y los vínculos que se construyen a distancia sobre la geografía de la cordillera de Atacama. Esta visión favorece el relevamiento de las articulaciones ocurridas a través del tiempo, y que han dado impulso al desarrollo del pensamiento acerca de sociedades andinas en estrecha relación con su medioambiente2. El análisis destaca las relaciones históricas y consuetudinarias transcordilleranas y avanza en el examen de la imposición de la frontera política y los efectos sobre los vínculos sociales y económicos de comunidades indígenas collas y atacameñas asentadas a ambos costados de la cordillera de Atacama.

Descripción de un espacio geográfico «inhabitable» La cordillera de Atacama (sensu Bertrand, 1985) es parte de la cordillera de Los Andes que, entre San Pedro de Atacama y la latitud de Copiapó, alcanza una extensión superior a los 550 km. Este es un espacio desconocido, silencioso, que ha estado mayormente alejado de los estudios de las ciencias sociales e incluso del control permanente de los Estados nacionales, especialmente de Chile y Argentina. A sus características físicas se le han sumado percepciones que la caracterizan como un lugar inhabitable. En el siglo XIX, el desconocimiento y la percepción negativa de la cordillera de Atacama eran advertidos por el geógrafo boliviano José María Dalence (1851), quien escribía acerca de «(...) las ideas incompletas y poco favorables que se tiene de Atacama» (Bertrand 1885: 148). Los informes de los naturalistas ayudaron al conocimiento geográfico de la puna (Philippi, 1860; San Román, 1896; Von Tschudi, 1966), describiendo los recursos mineros, la presencia de pastos, leñas y aguas (Darapsky, 2003 [1900]; Sundt, 1909; Brackebusch, 1883) y mejoraron la cartografía (Bertrand, 1885; Pissis, 1875). En las primeras décadas del siglo XX los estudios de Isahias Bowman (1924), Luciano Catalano (1930) y Carl Los estudios de movilidad y complementariedad han dado origen a modelos de intercambio y complementación ecológica en Los Andes (Murra, 1972; Shimada, 1982; Nuñez y Dillehay, 1992). Estos han incorporaron a las ciencias sociales la perspectiva de complementariedad ecológica y de los vínculos económicos, sociales y culturales (Hidalgo, 1984a, 1984b; García et al., 2002; García y Valeri, 2007; Göbel, 1998; Martínez, 1998) transcordilleranos, entre la puna y el salar de Atacama.

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Cordillera de Atacama: movilidad, frontera y articulaciones...

Tröll (1980 [1931]) sirvieron para caracterizar las zonas altiplánicas, pero no cambiaron la percepción de la puna y la cordillera de Atacama. En 1899 se decía: «(...) todo es triste y raquítico en las punas de los Andes» (Holmberg, 1900: 76-77). Un naturalista sueco agregaba: «La impresión que produce la Puna en el viajero es tan extraña que no se la creería real. Uno se siente alejado de la tierra; casi parece que se atraviesa (…) un país lunar. La desnudez de esta naturaleza es horrorosa: se transforma todo en sombrío, taciturno» (Boman, 1908: 414). En 1930, el diagnóstico no era mejor: «(...) la región puneña constituye un desierto alto, frío y seco» (Catalano, 1930: 62). En 1970 continuaba este tipo de descripción «(...) donde se marcaban los extremos de la naturaleza y se descalificaba a su población, debido a su condición indígena» (Benedetti, 2005a: 329). El discurso ambiental extremo escondió el poblamiento indígena de la puna y la cordillera de Atacama (Molina, 2010), que ha estado pivoteado por comunidades atacameñas, collas o collas-atacameñas. Para estas comunidades la cordillera es un espacio formado por la suma de la puna y los cerros, que posee los recursos ambientales —campos de pastoreo y vegas— necesarios para las actividades ganaderas y la arriería. La distribución geográfica de estos recursos han servido a la producción, al pastoreo, la arriería y al asentamiento, y han formado parte de su sistema simbólico y ritual (Figura N° 1). Figura N° 1. Dos zonas de pastoreo y crianza de animales en la cordillera de Atacama. Derecha: llamas pastando en el río Punilla, Antofagasta de la Sierra, Argentina. Izquierda: majada colla sobre tambería prehispánica y vega Barros Negros al interior de Potrerillos, Chile

Fuente: Archivo fotográfico del autor.

Etnogeográficamente se entiende por «cordillera» a los relieves sobresalientes y a las zonas donde las manifestaciones climáticas son más 191

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extremas. Un viejo colla de Potrerillos señala que la cordillera comienza a partir del Salar de Pedernales, allí «se nota... cualquier mal tiempo que hay, ahí se ve la nieve» (Esteban Ramos, noviembre de 1997). El cerro puede ser un volcán o una protuberancia de una serranía, que se asocia a las labores de pastoreo, caza y recolección y a los rituales de «pago a la tierra». En la cordillera y los cerros existen formaciones vegetales de pajonales, vegas y matorral–herbáceo, que se desarrollan hasta los 4.500 msnm, zona conocida tno-botánicamente con el nombre de puna (Haber, 2006; Quezada, 2007: 61). Por sobre la «puna» o pajonal esta el «panizo» (Aldunate et al., 1981) o janca, la zona sin pastos. Por tanto, la cordillera de Atacama puede entenderse como un espacio que presenta recursos y ambientes que posibilitan el poblamiento, el pastoreo, el tránsito y la arriería. Las vegas y campos de pastoreo actúan como nodos de articulación del tránsito caravanero y trashumante, posibilitando las relaciones transcordilleranas3.

Tránsito y articulaciones cordilleranas La cordillera de Atacama ha sido soporte territorial para el tránsito intra y extracordillerano, que se verifican desde periodos prehispánicos. Las rutas vinculan al actual noroeste argentino, el desierto de Atacama y el litoral del Pacífico en Chile, y a las localidades del Salar de Atacama, El Loa, El Salvador y el valle de Copiapó con la Quebrada de Humahuaca, Valle Calchaquí, Valle de San María, Belén, Fiambalá o Antofagasta de la Sierra. El estudio de las relaciones prehispánicas ha utilizado categorías y conceptos que ponen atención en la movilidad, la interacción y los intercambios, análisis que sitúa las relaciones sociales en la esfera de la circulación económica y cultural (Molina, 2010). Por ejemplo, entre San Pedro de Atacama y la Quebrada de Humahuaca, los pueblos indígenas usaron la cordillera y la puna «(…) desde épocas tempranas… a través de las sucesivas etapas de desarrollo como lo atestiguan los contactos posteriores relacionados con Tilcara, Yavi en la puna oriental y luego con el estilo (cerámico) Inca Paya» (Tarrago, 1997: 62). Núñez (1994) plan3

José María Dalence (1975 [1851]) nombra los siguientes potreros o vegas: Carachapampa, Peñón, Peñas Chicas, Joste, Colorados, Quebrada de Las Postas, Cortaderas, Oire, Quebrada del Diablo, Quínuas, Breas, Potrero Grande, Botijuelas, Mojones, Calaste, Antofalla, Cavi, Caajehas, Cori, Samenta, Pular, Arízar, Incahuasi, Socompa, Tilopozo, Quebrada Honda, Zorras, Río Frío, Baquillas, Pastos Grandes, Rincón Olacaca, Chaurchare, Pastos Chicos, Toro y Ama, que sirven de primera escala a los argentinos para invernar sus tropas de mulas i conducirlas al interior de la República (Bolivia), al Perú i aun a Copiapó» (Bertrand, 1885: 148). 192

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tea que los pueblos prehispánicos de Atacama y del noroeste argentino, desde el periodo pre-Tiwanaku, cruzaron Los Andes con sus identidades e idiosincrasias, respondiendo con distintos modos de interacción, de acuerdo a los signos sociopolíticos de cada época. En la zona meridional de la cordillera de Atacama, los ejes del vínculo prehispánico se conformaban entre Fiambalá, Antofagasta de la Sierra, cordillera de Chañaral y Copiapó. Iribarren (1972) propone la existencia de relaciones transcordilleras desde el periodo de la cultura Las Ánimas hasta el Inca (entre el 700 y el 1536 d.C.). Por su parte, Ratto et al. (2002), estudiando el valle cordillerano de Chaschuil en Argentina, frente al salar de Maricunga y Copiapó, concluyen que «(…) la región de Chaschuil se presenta como un corredor de circulación de energía, bienes e información desde tiempos de las sociedades agroalfareras hasta los momentos de ocupación incaica, constituyéndose en una de las múltiples vías o rutas de circulación que integraron los territorios del este con el oeste, de uno y otro lado de la cordillera andina» (Ratto et al., 2002: 66). La cordillera de Atacama también ha sido valorada como espacio de sedentarización y ocupación permanente. Quesada (2007: 67) señala que la concepción de la Puna como «un ambiente homogéneo, terriblemente agresivo para el hombre y más aún para los cultivos (…) [ha impedido pensarla como lugar de asentamiento permanente] a pesar de las críticas hechas por Krapovickas, y los abundantes datos acerca de la impresionante infraestructura agrícola de la Puna de Jujuy presentados por Albeck (1993)». Por otra parte, Haber (2006) postula a la Puna no solo como espacio de tránsito y caza eventual, sino como lugar de poblamiento y agricultura. Lo hace a partir de los sitios encontrados en el salar de Antofalla, frente a Taltal y Copiapó. En las cercanías de estos sitios aún se mantiene el poblamiento indígena en las localidades de Las Quínoas, Antofalla y Antofallita. Los estudios arqueológicos han sido fundamentales para pensar a la cordillera de Atacama y la Puna como zonas de articulación, de rutas, pero también de ocupación permanente. Durante el periodo colonial se oscurece el conocimiento geográfico y el uso económico de la cordillera de Atacama, puesto que, a mediados del siglo XVII, el tráfico oficial de comercio de Chile a Perú y Alto Perú se suspende por el desierto de Atacama y su cordillera, siendo remplazado por la ruta marítima (Sayago, 1997 [1874]). Según Claudio Gay, los caminos del desierto fueron abandonados hasta el siglo XIX «(…) y no se ha vuelto a servir de ellos, a lo menos el de las cordilleras, sino en últimos tiempos, gracias a la actividad comercial que la riqueza de las minas ha fomentado 193

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en esta provincia» (Gay, 1973 [1865]: 292). Esta percepción realizada desde el centro de Chile no da cuenta de lo que efectivamente está ocurriendo en estos espacios durante los siglos coloniales, puesto que algunos pasos cordilleranos sirvieron a la ruta del aguardiente y el charqui, que partía del Norte Chico hasta Potosí, y cómo algunas zonas cordilleranas eran objeto del constante cateo de minerales (Sayago, 1997) o se concurría a ellos para la caza de vicuñas (Amat y Junient, 1930). Desde Copiapó salía el camino llamado de «la Cordillera», que comunicó durante el periodo colonial con los valles de Fiambalá y Calchaquí y Tucumán (Figura N° 2). En la zona del salar de Atacama la complementariedad ecológica, social y económica con la puna y los valles circumpuneños (Humahuaca y Calchaquí) es evidente a través del pastoreo, la caza de camélidos y la explotación de minerales en Incahuasi, en el salar de Hombre Muerto (Castro, 2001; Hidalgo, 1984a, 1984b; Martínez, 1998). Figura N° 2. Vega y tambo Leoncito en el camino de arriería de Copiapó a Antofagasta de la Sierra. Se aprecia el piso puneño del pajonal y la tambería prehispánica usada por los arrieros

Fuente: Archivo fotográfico del autor.

A mediados del siglo XIX se produce una expansión de la minería en el desierto de Atacama (Pérez Rosales, 1986): pequeñas minas de cobre se comienzan a explotar y se descubren los minerales de plata de Tres Puntas, Cachinal de la Sierra y Caracoles, los que exigen el abastecimiento de alimentos y energía. La cordillera se transforma en el principal pasadizo de 194

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las recuas de mulas y de los arreos de vacunos con destino a estos centros mineros. Un cronista anota: «literalmente todos los artículos de consumo, deben introducirse en Copiapó, pues sus únicas producciones consisten en metales de plomo, cobre, plata y plomo» (Tornero, 1872: 227)4. Este abastecimiento y uso de la cordillera de Atacama se incrementa con la explotación salitrera en la segunda mitad del siglo XIX, cuando pasan por las abras o portezuelos de la puna grandes remesas de ganado proveniente de las haciendas del noroeste argentino con destino a las minas del desierto de Atacama y las oficinas salitreras de Taltal, Antofagasta y Tarapacá (Bermúdez, 1963; Hernández, 1930). Algunos autores circunscriben el uso de la cordillera como ruta de abastecimiento ganadero al denominado «ciclo salitrero», entre los años 1880 y 1930 (Conti, 2003 y 2006); otros autores señalan mediados de la década del cuarenta (Benedetti, 2005b) o la década del cincuenta (Del Valle y Parrón, 2006). Pareciera que después de la década de 1950 se extingue este tipo de arriería hacendal y se deja de usar la cordillera de Atacama (Molina, 2011). Las rutas de tráfico ganadero son de dos tipos: las oficiales, que atraviesan pasos fronterizos habilitados y pasan por las aduanas; y las rutas del ganado de contrabando, para la cual la cordillera cuenta con numerosos pasos y caminos. Entre las rutas oficiales de circulación de la ganadería hacendal, se nombra la Quebrada del Toro, en la provincia de Salta, por la que se movilizó el 90% del ganado con destino a Chile, y la del valle Calchaquí (Conti, 2003)5. En el caso de la Quebrada del Toro en Salta, se iniciaba en Rosario de Lerma, donde se formaban las caravanas. La ruta del valle de Calchaquí partía de las localidades de Cachi y Luracatao. Ambas rutas se unían en Santa Rosa de Pastos Grandes y en San Antonio de los Cobres, ingresando a Chile por el paso Huaytiquina, para luego bajar a Talabre, Camar y Toconao. Se reunía el ganado en San Pedro de Atacama, para descanso y pastaje, y luego continuaba su camino hacia el desierto en busca de las salitreras y ciudades (Denis, 1987 [1920]: 96). Además, la cordillera ofrecía pasos alternativos como Losló,

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Tornero (1872) señala la existencia de 1.025 minas en el departamento de Copiapó: trescientas de plata, veinticinco de oro y setecientas de cobre, la mayoría de ellas compuestas por uno a treinta pirquineros y, las más grandes, con doscientos o trescientos trabajadores. Por su parte, Darapsky (2003 [1900]) señala que Taltal, aparte de la riqueza salitrera, en esos años poseía numerosas minas y establecimientos de fundición de plata y plomo. Según el informe Consular de 1912, en 1910 entraron a Chile 31.000 bovinos, los cuales se comercializaron de la siguiente manera: 13.440 fueron a Antofagasta; 3.000 a Boquete, Calama y Oficina Cecilia; 3.240 a Tarapacá; 8.520 a Tocopilla, Collahuasi y Chuquicamata; y 2.760 fueron a Taltal (Conti, 2003). 195

Raúl Molina Otarola

Puntas Negras, Incahuasi y Socompa (Conti, 2003), que servían de ruta al contrabando de ganadoque se juntaba en el poblado de Guachipas. Esto, posiblemente, da origen al termino local «guachipeado», que significaba robado. Efectivamente, «al lado de las rutas oficiales, existieron durante mucho tiempo rutas clandestinas por quebradas menos accesibles, por donde pasaba, al abrigo de todo registro, el ganado robado. Guachitas, era el lugar de cita para el ganado de origen sospechoso, que para evitar ser visto en Salta y Jujuy, se internaba por la Quebrada del Toro o por la de Escoipe. Cuando Brackenbush (1883) visitó Guachipas en 1880, sus habitantes todavía no habían perdido su reputación de contrabandistas» (Denis, 1987 [1920]: 94-95). En Copiapó, las referencias al tráfico ganadero indican la importancia como ruta con pastos y aguas de esta parte de la cordillera atacameña. A mediados del siglo XIX las exportaciones de Catamarca a Chile corresponden a «ganado que tiene su venta segura en Copiapó» (Von Tschudi, 1966 [1860]: 345). El tráfico transcordillerano de ganado en 1864 alcanza a «10.000 bueyes, para el consumo de Copiapó y Caldera» (Gay, 1973 [1865]: 294), que tenían como eje principal de abastecimiento a la provincia de Catamarca y la zona de Copiapó (Meister et al., 1963). El contrabando de ganado, por los pasos cordilleranos de Pircas Negras, Come Caballos y Cachitos, también era considerable, lo que obligó a mantener un destacamento en la llamada Vega La Guardia, en el río Jorquera. Domeyko (1978) escribe que, a mediados del siglo XIX, encuentra en el río Cachitos a dos agentes de aduanas acampando en unas tamberías prehispánicas, aguardando sorprender a los contrabandistas de ganado provenientes de Argentina. Entre la zona de Copiapó y el salar de Atacama, la cordillera contaba con dos importantes pasos de ganado no habilitados, los que funcionaron hasta mediados del siglo XX. Se trata de León Muerto y Aguas Calientes, ambos sobre los 4.000 msnm que conectaban al desierto y la Puna, distribuyendo sus caminos hacia Paipote, Potrerillos y Doña Inés, la zona de Taltal y el salar de Atacama, y usados para acceder a centros mineros, salitreros y poblados urbanos. Por la cordillera de Atacama no solo se introdujo ganado vacuno, como se reitera frecuentemente, señalándose que el ganado mular y asnal se llevo a Bolivia (Conti, 2003; Conti y Sica, 2007; Meister et al., 1963). Las estadísticas indican que, entre 1910 y 1914, por la cordillera se ingresó a Chile mulares casi en igual número que los llevados a Bolivia, aunque estos representaban entre el 5% y 10% de las remesas de los vacunos. En

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ese lapso se exportaron a Chile, en promedio, 3.320 mulares cada año (Denis, 1987 [1920]: 93). El uso de la cordillera de Atacama como lugar de tránsito ganadero hacendal con destinos a los centros mineros estuvo sujeto a los cambios políticos, a los tratados de comercio, a la variación en los impuestos, a la demanda de carne, y al auge o decadencia de la actividad minera y salitrera en el desierto de Atacama6. Pero fue la crisis económica internacional de 1930 la que afectó decididamente la demanda de carne en pie, ya que provocó el cierre de numerosas oficinas salitreras e importantes minerales de plata, como Caracoles (Bravo, 2000), Cachinal de la Sierra y Tres Puntas. El declive minero y salitrero provoca una lenta disminución del tráfico ganadero hacendal por la cordillera (Conti, 2003 y 2006), hasta que se extingue este tipo de arriería capitalista que conectaba las haciendas y empresas ganaderas del noroeste argentino con la minería del desierto. Ya en 1950, como señala Del Valle y Parrón (2006), el tráfico ganadero hacendal se extingue irremediablemente y con ello las rutas de arriería de vacunos y mulares. Sin embargo, pervivió otro tipo de uso ancestral de la cordillera, el realizado por las comunidades indígenas, collas y atacameñas (Molina, 2011).

Arriería, trashumancia y asentamientos collas-atacameños La cordillera de Atacama ha estado ancestralmente ocupada por numerosos asentamientos indígenas de carácter permanente o eventual, localizados en la puna y en zonas contiguas o inmediatas a la cordillera. Algunos han sido abandonados definitivamente y otros reocupados, en un dinámico proceso de recambio y movilidad socioproductiva cordillerana. En la puna de Atacama se han localizado centros poblados como Susques, Incahuasi y Antofagasta de la Sierra. Pero además han existido pequeños poblados y estancias ganaderas, como Catua, Antofalla, Antofallita y Las Quínoas. En la vertiente occidental varios poblados se

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En 1902 los vecinos de Santa María de Catamarca señalan que: «Los negocios de hacienda a Bolivia y Chile, que eran una fuente de riqueza, actualmente no dan resultados, pues el cambio de mando en Chile y Bolivia y el fuerte impuesto que tiene el ganado en Chile absorben por completo las pocas utilidades» (Meister et al., 1963: 32). El Tratado de Libre Comercio de 1905 incrementó los flujos de ganado, pues rebajó los impuestos de importación y exportación entre Chile y Argentina (Lacoste, 2004). Luego, «la ruptura de las relaciones comerciales con Chile, sin embargo, no acarreó una transformación notable de la actividad ganadera» (Denis, 1987 [1920]: 99). 197

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articulan y hacen uso de la cordillera, como los ayllus de San Pedro, Toconao, Socaire y Peine, que han sostenido vínculos sociales y económicos con los asentamientos de la puna desde épocas prehispánicas y coloniales. Otros pueblos, como Camar y Talabre, se han formado recientemente por la movilidad cordillerana (Rivera, 1994). En la parte sur, el uso de la cordillera estuvo a cargo de los pueblos de indios del valle de Copiapó, en especial el de San Fernando de Copiapó, y en la actualidad algunas familias de descendientes de este antiguo pueblo de indios forman parte de las comunidades collas, integradas preferentemente por familias provenientes de la puna y los valles circumpuneños del noroeste argentino, las que se asentaron a fines del siglo XIX en la cordillera de Copiapó. Estas formaron los poblados-estancias de Pedernales y Doña Inés. Actualmente conservan asentamientos en Potrerillos, quebrada de Paipote y río Jorquera (Figura N° 3a y N° 3b). Figura N° 3a y N° 3b. (1997) Dos arrieros. Derecha: arriero hacendado (pintura El arriero, Museo de Salta). Izquierda: un arriero colla de la Quebrada de Paipote a)

b)

Fuente: a) pintura El arriero, Museo de Salta; b) archivo fotográfico del autor, 1997.

La población de estos asentamientos se autoidentifica étnicamente como colla o atacameña o colla-atacameña, aunque, en estas últimas décadas, los etnónimos se han homogeneizado territorialmente como «atacameños», en el salar de Atacama, considerando que coexiste lo colla y lo atacameño en un mismo ese espacio (Rivera, 1994). En el desierto de Copiapó y su cordillera se extendió el etnónimo colla (Cervellino y Zepeda, 198

Cordillera de Atacama: movilidad, frontera y articulaciones...

1994) por sobre otras identidades étnicas dispersas. En cambio, en la puna de Atacama y el valle de Fiambalá, el proceso ocurrido en los últimos años es más versátil. En algunos poblados se consideran collas (coyas, kollas o qolla); en otros, «atacameños»; y en otros «collas-atacameños» (Molina, 2010). Sin embargo, esta población autoadscrita a uno o más etnónimos se encuentra en su mayor parte unida por lazos de parentesco, amistad y compadrazgos, muchos de ellos de carácter transcordillerano. A lo largo de la cordillera de Atacama, las formas tradicionales del uso y aprovechamiento colla-atacameño han estado basadas en la trashumancia ganadera, la caza de vicuñas, la recolección de leña, la confección de carbón, la pequeña minería y la agricultura en lugares propicios para los cultivos. En el ámbito de la circulación de los productos, estas comunidades desarrollaron la arriería y el intercambio transcordillerano de productos complementarios (Molina, 2011), sustentadas en una red de lazos de parentesco, amistad y compadrazgos que se tejió entre los diversos poblados, a uno y otro lado de la cordillera. Estas articulaciones indígenas son históricas, pues en el siglo XVII a los atacameños de la cuenca del salar de Atacama era posible encontrarlos «ocupando de preferencia los oasis de altura, las quebradas y algunos sitios de la puna» (Martínez, 1998: 69). En el siglo XVIII ocurría «(…) el desplazamiento de los atacamas hacia lugares como Fiambalá, Laguna Blanca, Concho, Aconquija, Tacuil, San Antonio de los Cobres y otros, todos puneños y más hacia el sur» (Martínez, 1998: 135). Los ayllús del salar de Atacama estaban disminuidos de población pues un 60% de sus habitantes se encontraba en poblados transcordilleranos y solo un porcentaje reducido se dedicaba a la actividad caravanera, con viajes de ida y vuelta. Producto de esta migración, el valle de San Juan en Tucumán, en el siglo XVII, «(…) llegó a llamarse «río San Juan de los Atacamas» (Castro, 2001: 47). La movilidad atacameña en el siglo XVIII incluye los valles de circumpuna de Catamarca, al poblado puneño Antofagasta de la Sierra y a Incaguasi, junto al salar de Hombre Muerto (García et al., 2004). A inicios del siglo XIX, entre 1814 y 1817, en este mineral «la población indígena presenta una relativa heterogeneidad en cuanto a su adscripción, correspondiendo a Atacama la Alta, Antofagasta de la Sierra, Lípez y solo dos de los contrayentes son considerados como «de» incahuasi» (Sanhueza, 2008: 217, Nota 9). Para el valle circumpuneño de Santa María, Catamarca, se dice que los «inmigrantes altoperuanos, peruanos o atacameños constituyen una parte importante de la población santamariana en el siglo 199

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XVIII» (Rodríguez, 2004: 11). A los atacameños que habitan la puna, en el siglo XIX, comienza a denominárseles también con el nombre de collas, en especial en la zona de la puna. El vocablo colla emerge a fines del siglo XIX para nombrar a los indígenas de la puna, los que se dedicaban a la caza de vicuñas, al pastoreo trashumante, a la arriería y el comercio. Bertrand (1885) nombra como atacameños y coyas a las personas que encuentra en Antofagasta de la Sierra. Holmerg (1900) denomina colla a la población puneña y constata que coexiste con las denominaciones atacameñas. Por su parte, Boman (1991 [1908] y Bowman (1924[1942]) nombran a los habitantes de la puna como atacameños, los mismos que serán más tarde nombrados collas. Lo relevante es que estas denominaciones no podrán borrar los lazos históricos y de parentesco que forman un tejido social o red territorial transcordillerana. Esta población colla y atacameña del desierto y la puna practicará una movilidad cordillerana durante todo el siglo XX. En el poblado Laguna Blanca, puna de Catamarca, «El intercambio comercial, especialmente con Chile, continuó hasta avanzado este siglo, teniéndose referencias de la continuidad del mismo hasta 1955» (Jiménez y Passina, 1997: 36). Por su parte, Núñez (2006; 2007: 4), en base a testimonios de habitantes de Peine, sur del salar de Atacama, sostiene que «los relatos coinciden en determinar la década del sesenta como fecha en que se realizaron los últimos viajes —por esta vía (Camino de Tilomonte) a Antofagasta de La Sierra». De la misma opinión es Benedetti (2002), quien comenta: «los circuitos comerciales de caravaneo, los cuales siguieron realizándose casi sin modificaciones en cuanto a los lugares de destino, hasta fines de la década de 1970». Cipoletti (1984: 513) plantea una visión que generaliza la idea que «(…) en zonas puneñas se sigue realizando el trueque en pequeña escala, estas actividades pertenecen en medida creciente al pasado. Ya no se organizan grandes caravanas de llamas con las que se descendía a oasis y valles para acceder a lo preciado: el maíz, el dulce fruto del Chañar, que luego eran traídos de regreso a las alturas». Para Rabey et al. (1986: 140-141), la existencia de relaciones transcordillernas aún mantiene vigencia en la década del ochenta: «(…) Con respecto a los valles altos de la vertiente del Pacífico, los viajes de intercambio se polarizan en una única área; las cuencas del salar de Atacama y del río Loa. Troperos de llamas y burros de la puna argentina y del sur boliviano realizan importantes viajes de trueque que, como señalamos arriba, se han intensificado en la Argentina durante 1984, luego de un temporal retroceso. Además, es habitual que «arrieros» chilenos penetren pocos kilómetros en territorio 200

Cordillera de Atacama: movilidad, frontera y articulaciones...

argentino, hasta las localidades más fronterizas de la puna —El Toro, Susques—». Estos intercambios los hace contemporáneos Göbel (1998, 2009), quien estudia y describe viajes transfronterizos entre Susques en la Puna y Toconao en el salar de Atacama, registrados hasta fines del siglo XX, periodo de 1990-1996. En el área del salar de Atacama, Castro y Martínez (1996: 105) hacen una observación general, cuando señalan que en Toconao se advierte «(…) un aumento de los vínculos hacia la zona de Jujuy y hacia lo que hoy es el noroeste argentino». Morales (1997) refiere un circuito de articulación e intercambio entre la localidad de Talabre, ubicada en el salar de Atacama y el pequeño poblado de Catua, en la Puna de Salta, Argentina, que se basaba en el comercio de camélidos. En la década de 1950 se constataba, para el poblado atacameño de Socaire, «Un comercio de intercambio reducido [que] se ejerce con los productos de esas economías, con los oasis más bajos (Peine, Toconao) y con algunos pueblos de la Argentina (Tolar Grande)» (Munizaga, 1958: 45). A su vez, Folla (1989) plantea que los socaireños mantenían, en la década del ochenta, migraciones temporales a Argentina para enrolarse en trabajos mineros, utilizando camino desconocidos para acceder al poblado. Otro autor, a principios del siglo XXI, dice para Socaire que el pastoreo y la agricultura fueron actividades «(…) que promovieron desde tiempos ancestrales la construcción de redes de circulación tanto de productos como de personas que abarcaron incluso el actual territorio argentino» (Imilan, 2002: 112). En Peine, Monstny et al. (1954: 70) registra, en 1948 y 1949, que los habitantes «(…) efectúan frecuentes viajes hacia la frontera chileno-argentina (Arízaro) y a veces se internan todavía más en la vecina República». Como señalé anteriormente, según Núñez (2006, 2007) los viajes a Antofagasta de la Sierra se mantuvieron vigentes hasta la década de 1960. Uno de estos caminos pasa por el costado norte del volcán Socompa, donde «se encuentra uno de los pasos más utilizados por los actuales arrieros atacameños para acceder a la puna y a los territorios de las quebradas cálidas orientales» (Martínez, 1998: 70). En la parte sur de la cordillera de Atacama, en el área de Chañaral y Copiapó, se verifican los mismo contactos transcordilleranos a lo largo del siglo XX. Cobs (2000) describe los viajes realizados desde el poblado colla de Doña Inés a Fiambalá en los años de 1940 a 1960, específicamente a los desplazamientos collas hasta Antofagasta de la Sierra para la caza de vicuñas. Ponce (1998) comenta viajes transfronterizos efectuados por collas de la zona de Potrerillos en periodos anteriores a 1970 y Molina 201

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(2009) analiza algunos viajes de intercambio con la puna de Atacama y el valle de Fiambalá para mediados del siglo XX (Figura N° 4). Figura N° 4. Asentamiento collas y atacameños en la puna de Atacama. Poblado Las Quinoas en el salar de Antofalla y estancia ganadera cerca de Suques

Fuente: Archivo fotográfico del autor.

Lo antecedentes señalados evidencian las articulaciones y relaciones transcordilleranas, pero los viajes collas-atacameños no están dentro del control de los Estados nacionales, por lo que no existen estadísticas que dimensionen estas formas de intercambio, articulación económica y relaciones sociales. Como plantean Guerrero y Platt (2000: 96), «gran parte de la realidad social-comunitaria (indígena) se desenvuelve fuera del alcance de la percepción administrativa, y por tanto, fuera de este tipo de documentación». Es decir, fuera del alcance del control fronterizo de los Estados nacionales relacionado con el contrabando, el ingreso de personas y animales y la instauración de las barreras sanitarias. Estas barreras hacen imposible un desplazamiento cordillerano para collas y atacameños, por lo que esta movilidad se ha realizado históricamente con discreción y fuera de la mirada de las autoridades administrativas y las policías.

Imposición de la frontera Las fronteras nacionales en Atacama nacen con el establecimiento de las repúblicas, pero se redefinen durante el siglo XIX. Desconfigurado el viejo espacio colonial, nuevos límites y fronteras se dibujan en la región atacameña, distribuyendo el territorio entre Argentina, Bolivia y Chile. En 1825, gran parte de la cordillera de Atacama queda bajo la jurisdicción de Bolivia, incluyendo la recién creada provincia de Atacama, que incluía 202

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el antiguo partido colonial con «San Pedro, los pueblos de Toconao, Soncor, Socaire, Peyne, Suzquis, Ingahuasi» (Cañete y Domínguez, 1974 [1791]: 244) e incorpora a Antofagasta de la Sierra, que hasta 1821 fue provincia autónoma de la gobernación del Tucumán (García et al., 2004: 30). A mediados del siglo XIX «Antofagasta, [es] un pequeño poblado boliviano, en cuyas proximidades se juntan las fronteras de Chile, Buenos Aires y Bolivia» (Domeyko, 1978: 444). Los límites de Bolivia incluyen el mar Pacífico, el desierto de Atacama, parte de la cordillera y el borde de toda la puna de Atacama y Jujuy7. Las actuales fronteras en Atacama se configuran al término del conflicto bélico de 1879 entre Chile y Bolivia y de los tratados diplomáticos de Argentina y Bolivia respecto de la Puna (Darapsky, 2003 [1900]; Cluny 2003). Un nuevo trazado fronterizo fractura un espacio territorial que durante casi todo el siglo XIX había permanecido vinculado de modo político, geográfico, económico y social. El Tratado de 1889 dejó las tierras del desierto de Atacama para Chile. En el mismo año Argentina permuta a Bolivia la puna de Atacama por la región de Tarija. Chile y Argentina definieron las fronteras y límites ocupando la cordillera como columna vertebral del fraccionamiento geográfico y el Tratado de Límites de 1881 para su trazado. Así se decía que el límite entre ambos países iba desde «el paraje de Sapalegui (...) hasta el paralelo 52º, sirviendo de límite la cordillera de Los Andes la línea divisoria de las aguas» (Muñoz, 1898: 19). Pero existían zonas de la puna donde fue imposible aplicar el Tratado, por lo que ambos países recurrieron a la mediación diplomática norteamericana, a cargo de William Buchanam, quien señaló el trazado de la frontera en 1899 (Benedetti, 2002a). El límite fronterizo quedó definido en terreno por medio de hitos demarcatorios, construidos en hierro. Los trabajos de mensura y topografía fueron concretados por comisiones conjuntas chileno-argentinas (Riso Patrón, 1906)8. El límite internacional en la cordillera de Atacama quedó dibujado a lo largo de casi 600 km, entre el cerro Zapaleri por el norte y A mediados del siglo XIX se dice: «El límite entre las dos repúblicas de Chile y Bolivia pasa por el desierto de Atacama. El gobierno de Bolivia lo fija como sigue: desde la desembocadura del río Salado cerca de Paposo a 25º39`lat.Sur, pasa el límite ESE., hacia la cordillera por Basquillas al portezuelo; aquí gira hacia el norte [debería ser sur] por los nevados de Chaco Alto y las cuestas de Carachapampa [esto ya en la puna de Atacama], por el Cerro Galán y Puerta de los burros [en el límite oriental de la puna], que separa las provincias de Catamarca y Salta de Bolivia. Esto fue también el límite entre Chile y Perú en los tiempos españoles» (Von Tschudi, 1966 [1860]: 401). 8 El límite internacional en Atacama quedó constituido de norte a sur por el cerro Zapaleri, línea recta al cerro El Rincón y luego al volcán Socompa. El límite sigue 7

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el hito Paso de Quebrada Seca por el sur, entre la latitud de San Pedro de Atacama y Copiapó, respectivamente. La cordillera de Los Andes, la Puna y el desierto de Atacama quedaron separados política y jurisdiccionalmente, fracturándose un espacio integrado, de movilidad, continuidad y complementación que databa de periodos coloniales y prehispánicos. La nueva demarcación fronteriza separó a la puna del desierto de Atacama y obligó a la adscripción forzada de unos y otros asentamientos indígenas, collas y atacameños, a la jurisdicción de los Estados nacionales ocupantes, generando una alteración paulatina de las relaciones transcordilleranas tradicionales (Molina, 2010). La nueva frontera generó un fraccionamiento de la unidad étnico-cultural y económica existente hasta ese momento (Delgado y Göbel, 2003). En territorio de Chile quedaron los poblados del salar de Atacama —ayllus de San Pedro, Toconao, Camar, Socaire y Peine—, mientras que en el de Argentina quedaron los poblados de Susques, Catua, Santa Rosa de Pastos Grandes, Incaguasi, Antofagasta de la Sierra, El Peñón, Laguna Blanca, Las Quinoas, Antofallita y Antofalla. Esto transformó las relaciones transcordilleranas en relaciones transfronterizas, ya que los habitantes de los poblados de la puna, el desierto y de los valles circumpuneños mantuvieron sus vínculos económicos y sociales a través de la cordillera (Figura N° 5). Figura N° 5. Hitos en límite fronterizo entre Argentina y Chile en Socompa, emplazados en pampas con formación vegetacional del pajonal

Fuente: Archivo fotográfico del autor. al sur por las altas cumbres y divisorias de aguas, hasta Pircas Negras, en la latitud de Copiapó y Tinogasta, aproximadamente. 204

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La incorporación de estos territorios a la administración política de cada país implicó la presencia, aunque débil en un primer momento, de las instituciones del Estado en estas regiones. En Argentina, las dos primeras administraciones de la gobernación de Los Andes, o territorio puneño y cordillerano, se dedicaron al reconocimiento de la desconocida Puna, a evaluar sus recursos naturales, catastrar explotaciones mineras, instalar servicios públicos y realizar un recuento de la población (Benedetti, 2002a; Kuperszmit, 2008)9. En Chile, el Estado estaba representado en San Pedro de Atacama y Copiapó por delegados y subdelegados funcionarios de Aduanas y por la policía o la milicia, encargada del control del tránsito de personas, animales y mercancías a través de pasos cordilleranos del desierto y la puna de Atacama10. Sin embargo, la mayoría de los asentamientos indígenas, tanto en Chile como en Argentina, se encontraban lejanos y a resguardo de la mirada e inspección oficial, quedando la cordillera de Atacama, en la mayor parte de su extensión geográfica, libre de la vigilancia y control permanente de los agentes burocráticos y de la policía. El escaso control de los 600 km de cordilleras en Atacama era evidente en el década de 1930. Algunos autores sugerían que «convendría que la Nación [argentina] estableciera un destacamento de Artillería de Montaña en Antofagasta de la Sierra para (…) ejercer una vigilancia sobre los numerosos cazadores furtivos de vicuñas que amenazan dar fin a estos animales [y] (…) la presencia del destacamento mencionado contribuiría a la extirpación de los contrabandistas que basados en la escases de policías, hacen hasta ahora su agosto a través de la cordillera» (Catalano, 1930: 62). El puesto de la policía del Territorio de Los Andes fue remplazado en la década de 1940 por la Gendarmería Nacional, cuerpo armado que en la puna de Atacama controló algunos pasos fronterizos con Chile (Benedetti, 2002). Según informes de arrieros collas y atacameños, los destacamentos de la Gendarmería se instalan en Tolar Grande, Caipe, San Antonio de

En 1920 una de las preocupaciones de los gobernadores del Territorio de los Andes es el mal funcionamiento de las escuelas y la ausencia de niños, lo que retarda los procesos de argentinización de la población indígena (Kuperszmit 2008). Con la escolarización se intentaba crear sentimiento de pertenencia de la población atacameña delapuna, a la nación Argentina (Benedetti, 2002a). 10 La Gendarmería Nacional Argentina y el Cuerpo de Carabineros de Chile son las fuerzas que se crean en 1927 y 1938, respectivamente. La primera tiene por misión «…contribuir debidamente a mantener la identidad nacional en las áreas limítrofes, preservar el territorio nacional y la intangibilidad del límite internacional», según la Ley Argentina Nº 12.367, y a la segunda, se le encomienda la vigilancia y seguridad interna, evitar el tráfico de drogas, el contrabando de mercancías y el ingreso ilegal de personas. 9

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los Cobres y la quebrada Chaschuil, puestos ubicados con la finalidad era interceptar a los viajeros, arrieros y comerciantes que llevan o traen productos y animales. A fines de la década de 1960, ante el aumento de la arriería e intercambio indígena transcordillerano, Gendarmería Argentina incrementó la vigilancia fronteriza en los pasos de San Francisco y Tres Quebradas, utilizados por los arrieros collas para conectar el valle de Fiambalá con la cordillera de Chañaral y Copiapó (Molina, 2004, 2010 y 2011). Los viajeros collas y atacameños también debían tener cuidado con los retenes fronterizos de Carabineros, so pena de arriesgarse a perder la carga y los animales. En Chile los puestos policiales se encontraban en San Pedro de Atacama, Toconao, El Laco y en el paso internacional Socompa. Más al sur, desde la Oficina Salitrera Chile-Alemania se hacían las rondas a la cordillera para visitar la zona del Llullailaco hasta el Chaco. Otros puestos se ubicaban en el mineral de Potrerillos y posteriormente en el mineral de cobre El Salvador, en Maricunga y Laguna Verde, muy cercana al límite por el paso de San Francisco. En el valle de Copiapó, la vigilancia de la cordillera se hacía desde el poblado de Los Loros, El Tranque, Lautaro y Puquios (Figura N° 6).

Figura N°6. Viejos arrieros de la cordillera de Atacama. Quebrada de Paipote y Fiambala

Fuente: Archivo fotográfico del autor.

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El resguardo policial intentó controlar las actividades de movilidad, intercambio y relaciones sociales entre la puna y el desierto de Atacama y los valles circumpuneños, que se realizaban de modo consuetudinario y preexistente a la implantación de las fronteras nacionales. Desde la perspectiva policial y de los Estados nacionales, la vigilancia de la frontera atacameña se realizó para reprimir las actividades consideradas ilegales y proscritas, argumento suficiente para perseguir a viajeros, arrieros y comerciantes transcordilleranos. Estos eran acusados de «ingreso ilegal», «contrabando», «violación de normas sanitarias» y «caza furtiva», pero aun así fechas recientes las relaciones tradicionales transcordilleranas no se habían extinguido.

Conflictos e impacto en las relaciones cordilleranas Las articulaciones transcordilleranas se vieron resentidas a partir de 1973. Los cambios políticos y las amenazas de conflagración internacional provocaron un cierre y el aumento de la vigilancia en las fronteras de la cordillera de Atacama. Inmediatamente después del golpe de Estado de 1973, la cordillera de Atacama fue objeto de vigilancia policial y control militar para evitar que perseguidos políticos, partidarios del gobierno de la Unidad Popular, cruzaran las fronteras. Durante los días y meses posteriores al 11 de septiembre de 1973 se reactivó en la cordillera una antigua «ruta de refugio político», que utilizaba el paso de San Francisco, y otros cercanos, para acceder a poblados de la puna y al valle de Fiambalá. Estas rutas de viajes evitaban los controles establecidos en la Vega la Guardia, Quebrada de Paipote y Potrerillos11. Los pastores collas se convirtieron en los principales sospechosos de ayudar a los perseguidos a cruzar las fronteras. Incluso, con la intención de desalojar la cordillera se llegaron Varios trabajadores de Potrerillos debieron huir de la represión instaurada tras el golpe de Estado de 1973, utilizando esta vía cordillerana para salvar sus vidas. Décadas antes, en 1946, la misma ruta fue utilizada por trabajadores del mineral de cobre de Potrerillos para huir de la persecución política de Gabriel González Videla: «Antonio Carvajal se fue por la política, yo lo fui a dejar allá (…) en diciembre de 1949, lo llevé hasta Palo Blanco. Nos demoramos quince días» (M. C. V., Diego de Almagro, mayo de 2009). En 1811, la misma ruta había servido a realistas que huían de las fuerzas independentistas. Se trataba de Juan Leite y Juan Chavarría, quienes en el mes de abril cruzaron la cordillera de Los Andes por esta ruta de Chañaral. Autores de la célebre leyenda del derrotero de plata de Los Aragoneses llegaron hasta Pastos Cerrados, Quebrada del Jardín, buscando ayuda para cruzar el desierto, pero debieron «retroceder hasta Chañaral Alto para dirigirse por allí al oriente, pasar Los Andes y caer a la banda argentina» (Sayago, 1997: 508).

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a dictar decretos que prohibían la tenencia de ganado caprino, principal especie de crianza colla. A estos sucesos estuvo asociada la muerte de la hermanas Quispe, que conmocionó a la sociedad local (Farías, 2005; Molina, 2004). Pocos años después, con ocasión de las tensiones bélicas entre Argentina y Chile por el Diferendo Limítrofe Austral de 1978, la vigilancia y el control militar son redoblados en ambos lados de la frontera. Algunos pasos fronterizos son minados con explosivos, en especial los que conectan al salar y la puna de Atacama. En la puna de Copiapó se instalan puesto militares en la laguna del Negro Francisco y Pedernales, que se mantienen hasta 1989, para vigilar las huellas y pasos fronterizos. En el lado argentino ocurre lo mismo, al intensificarse los controles de Gendarmería y del Ejército, lo que hace más difícil el tránsito en las zonas cordilleranas de Copiapó o Chañaral. Esto significó que en los caminos de herradura y huellas más usados por los arrieros collas y atacameños, en sus relaciones transcordilleranas, estuviesen dificultado el tránsito entre ambas vertientes de la cordillera de Atacama. Más al norte, los principales caminos de arriería son minados con explosivos, que aún permanecen activos. El diario Tribuno de Salta (16 de agosto de 1999) denunciaba que los portezuelos y pasos fronterizos minados son Cerro Aracar (Pular), Cerro Bayo y Cerro Tecar, la quebrada del Llullaillaco, la ladera sur del mismo volcán y los portales de Huaytiquina, Socompa y Aguas Calientes. Estos, con excepción de Socompa, corresponden a caminos de arrieros que unían la zona de la puna con el desierto de Atacama. Al parecer ocurrió lo mismo en el otro lado de la frontera, pues se «‘sembró’ la frontera de minas antipersonales»12. Estos hechos interrumpen y dificultan el tránsito transfronterizo de collas y atacameños, pero no lo impiden definitivamente (Figura N° 7).

Información obtenida de http://es.wikipedia.org/wiki/Departamento_Los_Andes

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Figura N° 7. Letreros que anuncian campos minados en la frontera entre Chile y Argentina: Paso Socompa, Salar de Aguas Calientes y paso de Huaytiquina

Fuente: Archivo fotográfico del autor.

Pese a estas restricciones y vigilancias, los viajes transcordilleranos en Atacama no expiraron, aunque muy posiblemente se redujo su frecuencia, realizándose con mayor dificultad y riesgo. Pese a los controles y minados de caminos de herradura, existieron zonas geográficas de la cordillera de Atacama que quedaron sin aparente vigilancia, las que sirvieron para reanudar los viajes collas y atacameños; incluso algunos siguieron con cautela y discreción atravesando los pasos tradicionales. El testimonio de un atacameño señala: «(…) el camino tropero de Purichari a Leoncito este quedó minado. Para pasar a las vegas de Incaguasi, Guanaqueros o en los viajes a Tolar Grande (en Argentina), debíamos dar la vuelta por el cerro» (V. C., Peine, 5 de abril de 2009). Algunos collas, a pesar de las restricciones fronterizas, hasta fines de la década de 1970 se adentraban en zonas con escaza o nula vigilancia, para hacer «cambalache» con poblados de la puna y en el camino practicar la caza de vicuñas. Algunos partían en su periplo desde la zona de Potrerillos hasta el salar de Plato de Sopa, para luego dirigirse a Antofagasta de la Sierra, en la puna de Atacama. Esta misma actividad la hacían otros collas que en el viaje cazaban vicuñas para llevar los cueros que sumaban a las pequeñas cargas de pepitas de oro extraídas de los pirquenes de Copiapó, a fin de intercambiarlas por mercaderías en la zona de Antofagasta de la Sierra. Algunos collas eran sorprendidos desairando la vigilancia de la policía, la que, desde Potrerillos, se internaba cada quince días en la cordillera. Cuando esta regresaba al poblado minero era el momento de emprender el viaje. E. R. viajó a Fiambalá llevando loza (vajilla y ollas enlozadas), radios y relojes, para cambiarlas por burros. Cuando volvió a Potrerillos fue 209

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sorprendido. La policía eliminó los animales obtenidos en el intercambio transcordillerano (S. J., Potrerillos, julio de 2009). Esto no solo ocurría en Chile. En 1978, los hermanos Nieva de Peine intentaron realizar un intercambio transfronterizo; llegaron hasta una vega cercana al poblado de Nacimiento, en la puna de Catamarca, pero fueron sorprendidos por Gendarmería, que los detuvo y acusó de ingreso ilegal, confiscándoles los animales y los enseres (O. R., Antofalla, enero de 2006). Desde la puna de Atacama también se siguió transitando a pesar de las restricciones en el lado chileno. Collas-atacameños viajaban a la medianía del desierto, a la quebrada de Sandón, lugar que estuvo habitado hasta 1978. Uno de estos viajes ocurrió en 1975 desde Antofalla hasta la quebrada Sandón: «Se llevaba negocio, como aceite comestible marca Gallo, en tarros de 5 litros, ginebra llave, alcohol de caña, herraduras, clavos de herrar, tejidos (puyos, frazadas, chalina, medias de lana de oveja). Llevábamos cuatro burros arreados y dos mulas. (…) El cambalache consistió en cambiar lo que llevábamos por charqui de vicuña, un tambo de hojas de coca, Mentholatum, crema y grasa de carreta» (S. F., Antofalla, 29 de enero de 2006). En el viaje también se aprovechaba de cazar para volver con cueros de vicuñas para la venta o intercambio en Antofagasta de la Sierra o en el valle de Santa María. Los viajes atacameños hacia la puna continuaron en fechas posteriores. Desde Peine y Socaire, en la década de 1980 y de 1990 se registran viajes a Tolar Grande para comprar mercaderías (Folla, 1989), e incluso algunos socaireños se adentran al salar de Antofalla a realizar intercambios durante varias temporadas. Los viajes entre el salar de Atacama y la puna continúan en la década del noventa. En un viaje fechado en 1995 se produce un intercambio o cambalache en el salar de Antofalla, con un arriero de Socaire: «Cambiamos un caballo por una radio estéreo para automóvil, una máquina de coser por quince corderos, un grabador por veinte corderos, además el hombre traía máquinas de moler maíz» (A. A., Antofalla, enero de 2006). Según pobladores del mismo salar, las relaciones transcordilleranas se mantuvieron con cierta frecuencia hasta el año 2000: primero llegaban los parientes y luego conocidos que venían de poblados del salar de Atacama. Lo dicho es clave, pues la sustentabilidad económica de los viajes transcordilleranos de intercambio y arriería de collas-atacameños, entre el desierto y la puna de Atacama, estaban basados en tres elementos primordiales que constituyen la red social de la cordillera: el parentesco, la amistad y el compadrazgo (García et al., 2007; Göbel, 2009; Molina, 2010; Montes, 1989). 210

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Estos viajes transcordilleranos continuaron en algunas zonas hasta entrados los primeros años del siglo XXI. En la puna de Atacama, uno de los últimos viajes registrado ocurrió en los inicios de la década del 2000: «El último viajero a mula desde Socaire (…) Estuvo en el mes de abril porque contaba que en esos meses de entrada del frío no andan las patrullas de Carabineros. Él se vino a rumbo, y esquivando las zonas de peligro. Se quedó alojado con su carga en El Puesto (...) Él paró como dos días en el lugar y traía para comerciar grabadoras, máquinas de escribir, hojas de coca, mentol y cremas Lechuga. Venía con dos mulas de arreo [para carga] y una mula de montar» (F. S., Antofalla, 28 de enero de 2006). Mientras tanto, en la cordillera de Copiapó, en 2004, ocurría otro cambalache, quizás uno de los últimos. En esa oportunidad aconteció un trueque de cuarenta y dos burros arriados del valle de Fiambalá que fueron intercambiados por cuatro radios portátiles con casete, una radio grande con dos caseteras y dos parlantes, una máquina de escribir, veinte relojes pulsera, un caballo viejo, veinte cajas de crema Lechuga, quince aguas de las Carmelitas y varias cajas de Mentholatum. Las mercaderías manufacturadas fueron conseguidas por el grupo de collas en el comercio establecido en Copiapó y en la feria ambulante de la Fiesta de la Virgen de la Candelaria de Copiapó (Molina, 2010: 197). Los intercambios registrados en la cordillera de Atacama entre collas y atacameños subsistieron hasta fecha recientes. Estos se han realizado con discreción, manteniendo una forma consuetudinaria de intercambios y complementariedad que ha permitido sostener las relaciones sociales y étnicas a lo largo de la cordillera de Atacama (Figura N° 8). Figura N° 8. Dos aspectos de la arriería colla-atacameña. Derecha: cruzando la puna. Izquierda: cruzando el desierto

Fuente: Fotografía de N. Piwonka (1991). 211

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Últimas reflexiones El carácter consuetudinario y preexistente de los viajes collasatacameños, de articulación y complementariedad transcordillerana en Atacama, ha estado étnica y socialmente sustentado en relaciones sociales, las que no fueron consideradas al momento de establecer el tratado de la frontera argentino-chilena a fines del siglo XIX, como lo han comprobado diversos estudios (Delgado y Göbel, 2003; Karasic, 1984; Molina, 2011). Tampoco han sido reconocidos por Chile y Argentina en la actualidad, países que han suscrito, en 2000 y 2008, respectivamente, el Convenio Internacional 169 de la OIT, que entre otros derechos de los pueblos indígenas establece, en su artículo 32, que: «Los gobiernos deberán tomar medidas apropiadas, incluso por medio de acuerdos internacionales, para facilitar los contactos y la cooperación entre pueblos indígenas y tribales a través de las fronteras, incluidas las actividades en las esferas económica, social, cultural, espiritual y del medio ambiente». Más bien, los vecinos Estados nacionales han dedicado sus esfuerzos al control y cuidado de la frontera, reprimiendo, en la mayoría de las ocasiones, la movilidad, los intercambios y la arriería tradicional y consuetudinaria entre los poblados de la puna y el desierto de Atacama. Amparados en disposiciones aduaneras, de migración y sanitarias, han aplicado con celo burocrático las disposiciones punitivas. La última acción «ejemplificadora» ocurrió en 2003 en Toconao, salar de Atacama. Cuando arribaron arrieros de Susques, como lo han hecho tradicionalmente (Göbel, 1998, 2009), fueron detenidos por carabineros, quienes les confiscaron sus bienes, sacrificaron las llamas de la caravana e incinerados sus cuerpos. Los arrieros fueron llevados a la cárcel de Antofagasta (Com. Pers. Viviana Conti, 2007 y Guillermo González Chinga, presidente Comunidad Atacameña de Toconao, 2008). La liberación fue lograda por las gestiones de la etnóloga Bárbara Göbel ante agencias de las Naciones Unidas (Contreras, 2005). Este evento dio término al trueque entre Susques y Toconao que consistía en el intercambio de fruta seca —peras, damascos, orejón de membrillo, higos y pasas—, que se producían en Toconao, a lo que se agregaba bienes manufacturados como Mentholatum, pilas, cremas Lechuga y otros enseres, por productos de la puna tales como tejidos, frazadas, sogas, queso de cabra, legumbres, harina, frangollo y quínoa, traídos por los caravaneros de Susques. En la actualidad, los habitantes de Toconao dicen que las frutas no tienen comercialización ni se intercambian, que ahora se pierden en el mismo huerto y ya no se ven «en los tejados de las 212

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casas el color oro que le daban las frutas secándose al sol a la espera de la llegada de los caravaneros» para su intercambio. Las consecuencias para este y otros poblados de la puna, desierto y cordillera de Atacama, ha sido la suspensión de los intercambios y relaciones transcordilleranas, provocándose una alteración en sus economías y relaciones sociales tradicionales. Las relaciones transcordilleranas pudieron superar momentos de mayor control de la frontera en Atacama, esquivando los peligrosos campos minados y la vigilancia fronteriza. Incluso superaron las medidas de incorporación territorial de zonas aisladas que los Estados nacionales implementaron en la década de 1980, a fin de alcanzar el control de estos espacios considerados «fronteras internas», en el lenguaje geopolítico de los discursos nacionalistas. Sin embargo, en ningún caso se han reconocido como legítimas, prexistentes y consuetudinarias a las relaciones transcordilleranas por los gobiernos argentino y chileno. Estos gobiernos se han preocupado de firmar acuerdos de integración comercial, minera y de migración, pero desconsideran a las comunidades indígenas que han sido el tejido social de estas regiones atacameñas. Pese a estas dificultades, las comunidades collas y atacameñas de uno y otro lado de la cordillera intentan mantener los intercambios y relaciones sociales a través de las ferias fronterizas de trueque o cambalache en Catúa y con algunas iniciativas sin continuidad entre Fiambalá y comunidades collas de Copiapó, intercambios que no alcanzan el monto y diversidad de productos que las articulaciones tradicionales sí alcanzaban. Hemos visto cómo la cordillera de Atacama ha sido un espacio de encuentro, articulación, circulación, asentamiento, complementariedad e intercambio, que ha generado redes sociales, culturales y económicas desde épocas prehispánicas. La continuidad del desarrollo de estas redes transcordilleranas requiere la aplicación de los acuerdos que establece el artículo 32 del Convenio 169 de la OIT, junto a la generación de un estatus especial para las comunidades con vínculos históricos transcordilleranos, acompañado de un cambio en las políticas económicas, agraria, tributaria y de migración que respalden la producción interna y tradicional, faciliten el intercambio y la movilidad más allá de la frontera. Es probable que mientras redacto estas últimas reflexiones, collas y atacameños, haciendo uso del derecho consuetudinario, estén cruzando los espacios cordilleranos como lo han hecho de modo ancestral.

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