Cooperación al desarrollo: una aproximación conceptual desde un compromiso por la democracia

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COOPERACIÓN AL DESARROLLO: UNA APROXIMACIÓN CONCEPTUAL DESDE UN COMPROMISO POR LA DEMOCRACIA

José Antonio Castro Pérez ACSUR – Las Segovias (Sevilla)

RESUMEN La práctica del desarrollo pone en juego una amplia variedad de suposiciones e inercias de las que los diferentes actores implicados pueden ser o no conscientes en el día a día. Estas notas tratan de ser una contribución desenfadada que mueva a la reflexión sobre los riesgos que se derivan en ese camino, y las nuevas propuestas que surgen desde la lucha por ensanchar la democracia, dentro del programa de este foro. Se tratarán temas de epistemología, diagnóstico, formación de objetivos y metodología. Palabras calve: Desarrollo, democracia, epistemología, planificación.

ABSTRACT Development in practice brings a wide range of assumptions and habits into play that all different agencies concerned may or may not be aware of on a daily basis. These notes intend to make a lightheartedly forward contribution in order to reflect upon the risks posed along, and the new proposals upraised in the battle for a broader democracy, within this forum scheme. Epistemological issues, diagnosis, objective formation process and methodology will be revised. Key words: Development, democracy, epistemology, planning.

1. INTRODUCCIÓN Esta comunicación presenta una serie de reflexiones conceptuales sobre la praxis del desarrollo, como contribución al foro sobre cooperación al desarrollo, sector financiero y empresa, tenido lugar en el marco del II Encuentro sobre Cooperación Internacional, Integración y Descentralización. Se plantea, entonces, como un ejercicio para propiciar los posicionamientos y los intercambios en el seno del foro. Sus tesis son expuestas más a partir de las dudas y las inseguridades, que nos igualan, que desde las certezas y seguridades que nos separan. Mas justamente por eso, se exponen “de forma necesaria e intencionadamente parcial –

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y por ello abierta a ser cuestionada, pero sobre todo a conversar y componerse con otras descripciones del mundo igualmente parciales” (trabajoZero 2000, p. 1). La presente comunicación adopta este punto de partida desde la tranquilidad que supone saber que se viene a aportar una aproximación conceptual al desarrollo sin la pretensión de alcanzar una mejor definición del mismo. Porque definiciones del desarrollo ya hay muchas, que se pueden consultar en revisiones excelentes. Sin embargo, tan evidente como lo anterior, es que partir de definiciones cada vez más precisas o más ajustadas a la realidad, acaba siendo más parte del problema que de la solución. Así, ocurre que uno de los objetivos que se adopta comúnmente en este tipo de disertaciones, de “ser más verdad que lo que se ha dicho anteriormente”, tiende a acabarse convirtiendo en el objetivo primordial. De este modo, en el mejor de los casos, los foros académicos desembocan en campañas a favor de la bondad y veracidad de las definiciones propias. Y digo en el mejor de los casos, porque en ocasiones, estas mismas disertaciones terminan concretándose en intentos de imposición de lo definido sobre una realidad que se supone maleable a merced de los sabios planificadores. Y esto ya entraña otro tipo de responsabilidades, toda vez que lo que podría ser un mero pasatiempo, puede entonces cobrar tintes de culto a las vanidades personales y empezar a reclamar los consiguientes sacrificios humanos. El trasfondo de la “parcialidad intencionada” de estas notas, es un compromiso por profundizar la democracia, tanto en nuestros sistemas académicos como en la práctica de la cooperación. Y quiero destacar aquí el uso del término democracia en el sentido de democracia sustancial, como la denomina Norberto Bobbio, entendida como el régimen comprometido con la extensión de la igualdad económica y social, por oposición a la democracia formal, configurada desde principios liberales para la consagración de derechos jurídicos (Bobbio 2001, p. 106). Desde este otro compromiso, el presente análisis va a detenerse en cuatro niveles que intervienen en las definiciones y prácticas de la cooperación al desarrollo. A cada nivel se van a exponer unas hipótesis de trabajo, a partir de las cuales van a identificarse una serie de riesgos en los que se incurre, y se avanzan brevemente unas propuestas para enriquecer la discusión. Los niveles que van a mencionarse son los siguientes: 

Nivel epistemológico



Nivel de diagnóstico 2



Nivel de objetivos



Nivel metodológico

2. NIVEL EPISTEMOLÓGICO El nivel epistemológico se pregunta “qué puede ser conocido”. Devuelve, por tanto, las preguntas, de las cosas, a los sujetos que son capaces de conocerlas. Sitúa al investigador frente a lo investigado, para terminar frente a sí mismo: “¿qué puedo conocer?”. Si esto “se pasa de profundo” para lo que esperamos encontrar en estas páginas, ahora mismo veremos que podemos aterrizarlo un poco más y todo se hace cercano. El nivel epistemológico de la cooperación al desarrollo nos recuerda la capacidad que todos tenemos de conocer nuestra realidad, lo que tenemos y lo que anhelamos. Nos cuestiona radicalmente sobre la utilidad de lo que es conocido, o en otras palabras, sobre quiénes son los beneficiarios del proceso de producción del conocimiento, de la creación de las imágenes del desarrollo y del subdesarrollo y, en último lugar, sobre dónde queda ubicado cada cual según ese esquema. Este es el motivo por el que el nivel epistemológico es importante para reflexionar sobre la praxis del desarrollo desde las claves de un compromiso por la democracia. Desde este tipo de inquietudes es obligatorio empezar constatando que nuestro desarrollo, “el desarrollo de los técnicos”, no es para todos. Que por más que nos esforcemos, e incluso que acotemos el ámbito de nuestras actuaciones, nunca llegaremos a todos, ni conseguiremos acabar con el fantasma del subdesarrollo, de la infrautilización de recursos, del sufrimiento ni de la infelicidad. No podemos hacerlo ni con nuestro mejor aparataje. Es preciso reconocerlo: el desarrollo, como producto final de nuestra acción planificada, no es accesible para una mayoría de la población implicada. Ante esto, los cooperantes y demás agentes e instituciones comprometidas con el desarrollo debemos hacer un examen y situarnos, porque ni estamos fuera ni somos inocentes. Por ello, la primera propuesta para afrontar con honestidad el resto de las reflexiones de estas notas es acabar con los pedestales físicos e imaginarios que nos hemos creado, eliminar el halo beatífico del concepto de desarrollo y sus utopías para, finalmente, desmitificar el papel de todos los que decimos dedicarnos a su administración.

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Más nos vale decir que hacemos cosas, incluso puede que cosas muy buenas. Pero que empecemos a reparar en la lógica interna que nos mueve, en cuántas veces convertimos nuestra misión salvífica en inmediatismo, en un vacío activismo adaptativo que nos permite sobrevivir apagando los fuegos ajenos, huyendo hacia delante, montando a la gente en nuestro “patinete” hasta donde llegue nuestro impulso, sin saber ni a dónde ni porqué. Así nos debatimos entre la euforia de nuestros éxitos y el riesgo de quemarnos cuando las cuentas que habíamos hecho no salen. Desde este punto de vista me atrevo a afirmar que, simplemente, nuestro desarrollo, “el desarrollo de los técnicos”, no es desarrollo, O al menos, no lo es ese desarrollo que inventamos desde el pedestal, desarrollo utópico, total pero asintótico a todos los esfuerzos de hijo de mortal, como esa diana que la flecha nunca alcanzará porque siempre le puede restar la mitad de su camino, que describiera Zenón de Elea. No ese desarrollo que es el Futuro. Así nos lo recuerda Agustín García Calvo, cuando se le preguntaba sobre si el Hombre tiene futuro: “Sí, por supuesto: tiene Futuro; y además, hay que añadir que es lo único que tiene, Futuro. Eso es lo que el Estado quiere conseguir de todos y cada uno, que no tengáis más que futuro. Resulta muy peligroso que se viva, ahora y aquí, según estamos, en este mundo en el que se habla, y no en el mundo del que nos hablan. Resulta muy peligroso que se viva, y por tanto que se piense también, aquí. Y el medio de conseguir que no se viva es el Futuro: es hacer vivir en el Futuro” (García Calvo 1999). El desarrollo no puede concebirse como producto final de una acción planificada; un paisaje idílico que siempre exigirá adaptar lo que tenemos a una normalidad no construida entre todos, sino fabricada por unos pocos para ser luego consumida por todos; una acción de llenado, que reduce a los sujetos y las sociedades a una naturaleza simple y deficitaria, no plena (Lizcano1995). Este esquema enajena a las personas de la capacidad de construirse, de construir cosas nuevas y de disfrutar en el curso de sus acciones. Por eso, debemos reconocer que, en cooperación, nos salvamos todos y, a la vez, no nos salvamos ninguno – del reino de la necesidad. Nos queda, entonces, como último recurso, utilizar nuestro desarrollo, el “desarrollo de los técnicos”, como excusa, como vehículo de expresión propia y propiciador de nuevas enunciaciones de la realidad. “Una palabra tan cargada ideológicamente de unos significados específicos puede, a la vez, ser vehículo de aspiraciones muy diversas de muchos. Puede ser, por tanto, útil como propiciadora de sueños y como generadora de relecturas de las propias realidades cotidianas. Estas relecturas son las que permiten a las personas, a su vez, 4

recrearse a sí mismas, reconquistar sus mundos y dotarse colectivamente de instrumentos para la transformación” (Castro 2003). Se hace preciso abandonar el totalitarismo epistemológico de nuestra ciencia (Fernández de Castro 1991; Ibáñez, 1994; 2000; Finkielkraut 1999), que nos permita de una vez encontrarnos los unos con los otros. “¿Desde dónde hablas tú? Es la pregunta totalitaria por excelencia. ¿Desde dónde hablas tú? Es decir ¿quién habla en ti, cuando crees que tú te expresas?”, denunciaba con acierto Alain Finkielkraut en su brillante ensayo en torno a la obra de Emmanuel Lévinas. La extensión de la democracia nos reclama reconvertir nuestra cooperación. Asumir el compromiso con la mejora de nuestras condiciones de vida va de la mano de la deconstrucción / construcción colectiva de las necesidades y los satisfactores que todos ponemos en juego en eso que llamamos desarrollo. Y de paso, poner el desarrollo al alcance de todos, para darnos cuenta de que siempre ha estado ahí, hasta cuando nosotros no lo veíamos. O justo entonces, porque el desarrollo no era como nosotros lo solíamos pintar. La metodología va a adquirir un papel central para saber aprovechar los espacios y tiempos existentes donde se da este aprendizaje, o bien para inventar los que sea necesario.

3. A NIVEL DE DIAGNÓSTICO Toda vez que los “desarrollistas” nos vemos aferrados a una misión que no nos deja volver a casa, caemos además, en el periplo de nuestra odisea, en todo tipo de trampas. No sólo ocurre que llevamos unas gafas mentales que nos separan de lo posible (y por lo tanto, de lo deseable, aunque no nos lo dejemos creer a nosotros mismos). En ocasiones nos servimos de diagnósticos de la realidad que, desde nuestra perspectiva local, adolecen de una falta de contextualización importante. Cualquier paso encaminado a afrontar con seriedad los procesos de reestructuración productiva que tratamos de paliar o provocar con la cooperación, debe venir acompañado de una integración del conocimiento del funcionamiento sistémico del capitalismo global y sus transformaciones actualmente en curso a nivel mundial. Así, no queda más remedio que afirmar que, evaluado en términos de mercado global, el resurgimiento de las economías locales es, en buena medida, ilusorio. Como he tenido oportunidad de ilustrar con más detenimiento en otros escritos (Castro 2003), la visibilidad del éxito de determinadas experiencias locales y de descentralización de competencias mantiene una sorprendente coherencia con la crisis política e institucional 5

a la que estamos asistiendo. De esta forma, se sobredimensiona ideológicamente lo que podría ser interpretado como un repliegue hacia lo local, de los distintos escalones administrativos y de las diversas instituciones y agentes del desarrollo convencional, que tornan su atención sobre “lo poco que se puede hacer”, una vez que se ha admitido la desregulación en cada vez más ámbitos; pero sin olvidar que se sigue sin impulsar un verdadero desarrollo endógeno y una política verdaderamente local, “sino una política generalista, que consagra la desigualdad entre los territorios y la insolidaridad más allá de las relaciones de mercado”. (Amin y Robins 1991; Peck y Tickell 1994; De Mattos 1990; Delgado Cabezas 1998) Hay que reclamar, por tanto, la capacidad explicativa de los enfoques dinámicos de causación acumulativa, que trazan el mapa de la división internacional del trabajo a nivel planetario, alentada por la financierización de la economía; que diagnostican la extensión de la precariedad y la vulnerabilidad de aquéllos que antiguamente formaban parte del sistema salarial, como un mismo proceso que, junto con la marginación de la periferia mundial, cada día se hace más palpable (Fernández Durán 1996; Sassen 1991; Castel 1997). Así, descendiendo a nuestras prácticas, podemos leer en clave de “localismo exógeno” el privilegio que la cooperación concede a la categoría de proyecto. Este privilegio no ha sido indiferente a la revalorización de la categoría de proyecto en el ámbito de las políticas públicas, frente a la debilidad que se experimenta en los pactos de carácter general, o en defensa de derechos reconocidos con un carácter universal. También podríamos hablar de un uso ineficaz y mistificador de instrumentos de diagnóstico. En este sentido, uno de los ejemplos más sorprendentes es la generalización de un cierto enfoque territorial, que reclama la necesidad de “partir desde abajo”, o de “estar más cerca de la población”, para atender a las particularidades de cada circunstancia local a la hora de formular y ejecutar proyectos de un modo eficaz. No olvidemos que la sensibilidad territorial procede de visiones holistas que recelaban del positivismo uniformizador en el que maduraron las disciplinas de las ciencias sociales como la Economía. Sin embargo, una vez recobrada la entidad del territorio (administrativo) concreto, seguimos asistiendo al abuso de métodos de investigación esencialmente descriptivos, basados fundamentalmente en la medición de tasas e índices, es decir, información auto-referenciada, y no articulada con un cuerpo teórico elaborado; es decir, lo que Jesús Ibáñez denominaba “investigación distributiva” – en cuanto asigna valores a los órdenes establecidos. El resultado son proyectos miméticos 6

para cada territorio digno de llamarse tal, adornados con diagnósticos protocolarios, de relaciones de datos insufribles, pero aptos para continuar estampando en ellos frases hechas y conjuros a los objetivos internacionalmente aceptados – pero prácticamente neutros – como llegan a ser la sostenibilidad, la no-discriminación, la participación, etc., aplicados a proyectos que milagrosamente pondrán su granito de arena. Algunas vacunas a este panorama, como digo, pueden ser la incorporación de análisis económicos sistémicos a las programaciones de desarrollo, y la vinculación de acciones entre países emisores / receptores de ayuda, que contribuya a reformular la labor de sensibilización en el Norte. Pero una vez dicho todo esto, es necesario detenerse justo en el peligro contrario al que estamos mencionando. Y es lo que sucede cuando la cooperación nunca termina de concretarse, debido a la convicción de los planificadores de que un buen diagnóstico es el seguro del éxito... Y los diagnósticos se afinan, y se afinan las explicaciones, y aparecen más y más variables que considerar. Es la ilusión del control absoluto, un mal que aqueja habitualmente a los doctores y demás fauna que nos solemos sentar diariamente tras un ordenador, como si eso ya fuera un logro (de hecho, de acuerdo con las creencias de algunas tribus occidentales, el ordenador encarna en sí mismo al desarrollo). Los síntomas son crisis de elitismo (“los que sabemos somos nosotros”), que suelen desembocar en episodios de solipsismo y/e/u onanismo. Como resultado, la cooperación se paraliza, porque las estrategias posibles acaban despreciándose por los planes imposibles. En este caso es válido aquello de “lo mejor es enemigo de lo bueno”, y se hace preciso recordar que ni el diagnóstico es el objetivo, ni el plan, a fin de cuentas, es el que transforma la realidad (no olvidemos que nuestro desarrollo, “el desarrollo de los técnicos” no es desarrollo). Como propuesta, cabría profundizar en la noción de la “planificación débil”, que es aquélla que se serviría del plan como oportunidad abierta dentro de un proceso transformador. Este planteamiento ha llevado a autores como, por ejemplo, Tomás Rodríguez Villasante, a relegar el término “plan” por el de “programaciones autogestivas, integrales y sinérgicas”, los P.A.I.S., con gran capacidad de sugerir buenas ideas en nuestro campo (Villasante 1998).

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4. A NIVEL DE OBJETIVOS Sobre los objetivos problemáticos de la cooperación al desarrollo ya hemos apuntado algunas cosas. Por ejemplo, que aunque la cooperación genere conocimiento, este va a esparcirse por todos lados, no va a dirigirse sólo ni preferentemente a los formuladores-planificadores-evaluadores de un proyecto, lo cual refuerza la idea de que “el” diagnóstico no es tan importante, ni por supuesto “el objetivo” de la cooperación al desarrollo. Sin embargo, más problemática parece ser la afirmación que antes se ha defendido, de que nuestro desarrollo, “el desarrollo de los técnicos”, no es desarrollo. Y es que, gracias a Dios, ni el mercado ni el bienestar de los economistas “desarrollistas” son las “aventuras humanas que nos quedan”. Existe lo que no es “aritmomórfico”, pero también lo que no es racionalizable, como las emociones, el juego, las contradicciones y las paradojas. Nos queda tanto, es tanto y tan importante lo que se sale de nuestros esquemas, que pensar que tarde o temprano seremos capaces de comprar todo aquello que necesitamos en el mercado, se vuelve una ridiculez. La gran dicotomía producción/consumo, que plantea un mundo-mercado compuesto de mercancías y recursos, es abiertamente una falacia. En este sentido, es muy ilustrativo recoger las experiencias de Nueva Economía Social suscitadas en los márgenes de los desastres de la Economía y el Estado con mayúsculas. Pero no subestimemos a los falaces, entre los cuales cuántas veces nos encontramos. Existe el riesgo real de convertir el mundo en la ridiculez que antes he apuntado, un gran mercado. Y todo porque siempre sería rentable para alguien. Así lo describen Javier Encina, Víctor Fernández Salinas y Montse Rosa (Encina et al. 2004): “Asistimos a una colonización del mundo de la vida, a una “gigantesca burocratización” de la sociedad “a partir del desarrollo del Estado intervencionista, del desarrollo de la seguridad social y de la educación formalizada, de la sociedad anónima, de las grandes empresas multinacionales y de los mass-media”; todos estos procesos parecen ser coherentes con el paradigma de la burocracia: captar conceptualmente todo, que nada escape a ese esquema, que todo tenga su número, su etiqueta o su identidad. Un paradigma que encubre su ideología (la creación de consentimientos), recubriéndose de cientificidad, de lógica, de una racionalidad como cualidad muy restringida a un reducido grupo de selectos, los especialistas. Esa racionalidad burocrática hace aparecer al Estado como el centro racionalizador de la sociedad, y por tanto con capacidad para discernir sobre las 8

necesidades y los satisfactores de los ciudadanos, y que debe velar por la integración social; evitando los conflictos de intereses, fruto de las desigualdades sociales, culturales, económicas…, y que indudablemente redundan en desigualdades a nivel de conocimiento, de información y de poder. Esta integración social, cuyo modelo se viene aplicando desde el nacimiento del Estado de Bienestar ha trabajado, fundamentalmente en la línea de producir subjetividades que se adaptaran a los valores del modelo cultural predominante, y que fueran consentidoras de estas desigualdades inevitables en el camino del progreso y del desarrollo.” Las lógicas de las relaciones de las personas consigo mismas, de las relaciones sociales y con el entorno, tratan de simplificarse haciéndose leyes autónomas: la acumulación de capital, el consumo de bienes y servicios, públicos y privados, incluida la invención del ocio. Va quedando excluida la relación dialéctica, el “hacerse con”, el disfrute, la autoexpresión… Hacerse cosas útiles en casa, conocer las hierbas, la buena vecindad, hacer tratos con un apretón de manos… corresponden a lógicas complejas de relación. “Es algo así como si dentro de cien años – o antes, vete tú a saber- ya nadie recordase como se hace la mayonesa, y ya siempre hay que comprarla y si no tienes dinero...;” que dijera Manuela Fernández (Fernández 2003). En la medida en la que amenazan o favorecen el libre desarrollo de los intereses de los grandes actores, éstos tratarán de relegarlos al olvido o “internalizarlos”, fagocitándolos dentro de sus lógicas. Es, por ejemplo, el papel de las leyes y registros que homogeneizan, colonizan la vida cotidiana a través del fomento de figuras como el asociacionismo o el voluntariado… que simplifican la complejidad del relacionarse, del reconocerse mutuamente, del quererse, de manera plural y autogestionada, subversiva, fuera de control. La batalla se pelea día a día y hay que estar alertas si queremos que se pueda seguir viviendo de otra manera. Porque se puede, y lo hacemos, como comenta Manuela Fernández: “volvemos al tema de las culturas populares, esos saberes que ni el estado ni el mercado reconocen y desvalorizan ya que no encajan en sus lógicas, no sirven para competir, ni para triunfar – los saberes populares se comparten, se socializan, no existe lógica de acumulación. Tampoco sirven de moneda de cambio en el mercado, a no ser, claro, que estos sean usados para folklorizarlos.” (Fernández 2003). De nuevo, la cooperación al desarrollo ha sido en las últimas décadas un vehículo privilegiado para la expansión del mercado. Y no nos referimos tan sólo al crecimiento del comercio internacional. Hablamos de la mercantilización de la vida, y la internalización de las relaciones sociales en las lógicas acumuladoras de legitimidad y 9

de capital en las que se desenvuelven las Administraciones y demás instituciones burocratizadas, y el mercado, respectivamente. Mas en la tarea de tecnificar el desarrollo que estamos denunciando, existe aún un punto especialmente sensible, y es el empeño de arrastrar todas las iniciativas sociales, por activa y por pasiva, hacia la creación de pymes. Y no quiero dejar de repetir lo falaz del credo de la cultura emprendedora, esa nueva evangelización colonial profana, ese neo-moralismo de mercado que impartimos como iglesias desarrollistas, premiando a los buenos y castigando a los malos. Hay que decirlo desde las azoteas: la Pyme, como actor global, es al capitalismo global como el individuo a la “Democracia de mercado”. “Tanto tienes tanto vales”. Lo sentimos, en la carrera de ganarse la vida lo importante no es participar, sino poder reventar la carrera, porque unos somos deportistas de élite y otros vamos en muletas. Debemos, por tanto, dejar de legitimar un sistema económicoinstitucional construido desde valores liberales, con un concepto tan ingenuo de los individuos y las sociedades. Por más que desde nuestra posición de técnicos sea cómodo contar, y las cuentas saliesen: ¿seríamos capaces de hablar menos de sistemas, para hablar más de estrategias? Tenemos una responsabilidad con un desarrollo multidireccional, hecho de encuentros. En el encuentro se intercambian a cada paso los papeles. Las riquezas y las pobrezas se complejizan, y se descubren nuevos actores, nuevas miserias y también nuevos recursos, nuevas metas, nuevos protagonismos, nuevos valores. Debe mediar un abismo entre la “gestión del desarrollo” y una cooperación que busque formas, establezca alianzas, a través de las cuales se negocien de facto, colectivamente, las condiciones del desarrollo, “condiciones que, aunque las incluyan, puedan ir más allá de lo de significan las nociones puras de Desarrollo Local Endógeno, de desarrollo global indoloro, o de no desarrollo” (Castro 2003). Por eso son tan interesantes las formulaciones que plantean un Desarrollo a escala humana (Max Neef 1994), o que trabajan desde una economía de las unidades domésticas (Coraggio 1992), al servicio de la reproducción ampliada de la vida cotidiana. Sus teorías y experiencias dibujan un horizonte asequible de cooperación comprometida, en lo concreto, con una democratización de la economía, y en la que la pyme es un instrumento más de otra manera de vivir, y no una trampa.

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5. A NIVEL METODOLÓGICO Para terminar, una última mención a las metodologías para el desarrollo. Ya se ha avanzado con anterioridad que el plano metodológico recupera importancia desde las sugerencias que están siendo aportadas. No en vano, buena parte de las actuaciones en cooperación se ven auto-limitadas de antemano como si el contexto global fuera un hecho natural inmodificable, o sujeto únicamente a actores globales, como organismos internacionales y gobiernos de las potencias del G-7. El localismo como refugio vuelve a ser de nuevo una sombra que planea por este tipo de planteamientos. Ante esto se hace necesario “pensar local y actuar local… para lo local y lo global”, puesto que no conozco a nadie (ni siquiera a Bill Gates, a quien mando un abrazo desde aquí), que piense o actúe desde lo global, que sería algo así como el limbo. Y desde lo local, romper las trampas estructurales, buscar los resquicios desde los que sigue entrando el aire que nos permite seguir respirando, forzar hasta vencer las relaciones causales que nos dijeron que estaban cerradas. “Lo hicieron porque no sabían que era imposible”. Esto nos lleva a los diferentes estilos de nuestra intervención técnica, que para el caso de los servicios sociales describiera Dolores Hernández (Hernández 2002), pero de total aplicabilidad en nuestro campo. Así, estaría la línea adaptativa-conservadora, que partiría de interpretar que el problema del desarrollo es la inadaptación de los individuos, los grupos o los pueblos. Ya nos suena esta canción neomoralista. Es la que reproduce el localismo, la que se mueve en el binomio necesidad-recurso, la que atiende solamente necesidades tipo para las que existan recursos económicos o institucionales. Este estilo emplea métodos normalizados, dejando siempre fuera de las decisiones a las personas implicadas. Las cuestiones que surgen durante los procesos tienen sólo peso dentro de la distribución correcta y “justa” de los escasos recursos existentes. Y su gris ejecución se traduce básicamente a investigar para que no nos engañen, y en llevar al día el programa de actuaciones y las cuentas. En segundo lugar, estaría la línea educativa-reformadora, que sería la que parte de interpretar el problema del desarrollo como “ignorancia”: de los “beneficiarios”, por una parte, en relación a cómo acceder a los recursos existentes (incluso a los suyos propios), o a cómo no exigir imposibles; de las instituciones, por otra parte, sobre cuáles son las verdaderas necesidades y los métodos que permiten alcanzar un nivel de “normalidad” y orden. Este tipo de planteamientos, no sin cierta ingenuidad, aspira a reformar los contextos sin cambiar sus estructuras, educar para que no provocar “exclusión”. Esta 11

línea es más proclive a la patología onanista, dado el reconocimiento que proporciona al conocimiento verdadero, y consume buena parte de sus energías en proporcionar datos a las instituciones para que puedan tomar medidas más ajustadas a la realidad. Una propuesta en este sentido iría en torno a una línea transformadora de actuación, una praxis (acción-reflexión-acción) del desarrollo para la generación de propuestas de cambio. En esta propuesta, como en la anterior, también es importante investigar la realidad, pero no para llegar al rostro verdadero de lo real, sino para dar forma a lo analizado, de modo que el ámbito de las decisiones posibles se ensanche para los propios implicados. El objetivo de la intervención es provocar un cambio, que los sujetos identifiquen las barreras que les impiden desarrollar sus potencialidades, sin olvidar el objetivo de luchar también por cambios estructurales, complejizando permanentemente los análisis desde los diagnósticos sistémicos, pero sin dejarse esclavizar por ellos. Como señala Max Neef, frente a otras consideraciones, se vuelve esencial examinar en qué medida el medio reprime, tolera o estimula que las posibilidades disponibles o determinadas por los satisfactores dominantes sean recreadas, y ensanchadas por los propios individuos o grupos que lo componen (Max Neef 1991). En este formato cobrará especial vigor la integración horizontal en redes de experiencias.

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