Conflicto ideológico y guerra civil en la Tardía República: causa, memoria y miedo. Libro de Actas XXIII SIMPOSIO NACIONAL DE ESTUDIOS CLÁSICOS ACTAS

Share Embed


Descripción

XXIII SNEC – Libro de Actas

XXIII SIMPOSIO NACIONAL DE ESTUDIOS CLÁSICOS Ciudadanía y poder político en el mundo clásico. Debates y proyecciones

ACTAS Ruiz de los Llanos, Natalia; Rubio, Milagro, Rieszer, Carolina (compiladoras)

Universidad Nacional de Salta

Asociación Argentina de Estudios Clásicos

1

XXIII SNEC – Libro de Actas

Universidad Nacional de Salta Rector: Cr. Victor Claros Vicerrector: Dr. Miguel Bosso

Facultad de Humanidades Decana: Esp. Liliana Fortuny

Asociación Argentina De Estudios Clásicos Presidente: Dr. Juan Tobías Napoli Vicepresidente: Dra. Marta Alesso Secretaria: Dra. Marcela Suárez Pro-secretaria: Lic. Alejandra Liñán Tesorero: Lic. Gustavo Daujotas Pro-tesorera: Esp. María Guadalupe Barandica

XXIII Simposio Nacional de Estudios Clásicos Comisión Organizadora Presidente honorario: Silvia Torino Presidente: Natalia Ruiz de los Llanos Secretarías: Carolina Rieszer - Milagro Rubio - Hernán Sosa Miembros de comisiones: Emilio Lazarte - Perla Rodríguez - Agustina Salado - Rosanna Ventura – Piselli - Marcos Cepeda Rivero - Candelaria Bustos Fierro

Comisión de Referato Marta Alesso Arturo Álvarez Hernández Bernabé Aráoz Vallejo Emiliano Buis Ma. Delia Buisel Mariana Calderón Silvia Calosso Marcos Carmignani Cecilia Colombani Marcela Coria Ramón Cornavaca Guadalupe Erro Rubén Florio Gustavo Daujotas Guillermo De Santis Elbia Di Fabio Emilia Flores Lidia Gambón Arturo Herrera

Ma. Luisa LaFico Guzzo Alejandra Liñán Claudio Lizárraga Gabriela Marrón Raúl Méndez Carina Meynet Juan Nápoli Ana María Peña Elsa Rodríguez Cidre Alba Romano Natalia Ruiz de los Llanos José Sánchez Toranzos María Inés Saravia Ana Sisul Hernán Sosa Marcela Suárez Gustavo Veneciano Pedro Villagra Diez

2

XXIII SNEC – Libro de Actas

UNIVERSIDAD NACIONAL DE SALTA FACULTAD DE HUMANIDADES

ASOCIACIÓN ARGENTINA DE ESTUDIOS CLÁSICOS

XXIII SIMPOSIO NACIONAL DE ESTUDIOS CLÁSICOS

Ciudadanía y poder político en el mundo clásico. Debates y proyecciones

7, 8, 9 y 10 de Octubre de 2014

Salta – Argentina

3

XXIII SNEC – Libro de Actas

Ruiz de los Llanos, Natalia María XXIII Simposio Nacional de Estudios Clásicos: libro de actas /Natalia María Ruiz de los Llanos; compilado por Natalia María Ruiz de los Llanos; Carolina Rieszer; María del Milagro Rubio.- 1ª ed.- Salta; Natalia María Ruiz de los Llanos, 2016. 385p.; 30 x 21 cm. Diseño, diagramación y dibujo de tapa: Noelia Mansilla – Enrique Quinteros. ISBN 978-987-42-1570-3

1. Filología Clásica. 2. Filosofía Antigua. 3. Literatura Clásica. I. Ruiz de los Llanos, Natalia María, comp. II Rieszer, Carolina, comp. III Rubio, María del Milagro, comp. IV. Título CDD 807

4

XXIII SNEC – Libro de Actas

ÍNDICE

Prólogo ……………………………………………………………………...............................

…….……….9

Conferencias Dr. Juan Tobías Nápoli: El debate entre dominación y autocontrol democrático en algunas tragedias de Eurípides: el discurso del poder frente al poder de los discursos

…………....13

Dr. Raúl Méndez: La alteridad y el encuentro. De la antigüedad grecolatina al humanismo americano

……………23

Dr. Pedro López Barja de Quiroga: Conflicto ideológico y guerra civil en la Tardía República: causa, memoria y miedo

……………33

Dr. Alberto Bernabé: La poesía y la ciudad. Reflejos de la ciudad en los líricos griegos

……………49

Dr. Néstor Cordero: La ciudad como escenario teatral del filósofo cínico

……………67

Dra. María de Fátima Silva: Deconstruir y reconstruir la ciudad: Politea y kratos en Aves de Aristófanes

……………73

Dr. Giuseppe Zanetto: La tragedia attica tra Delfi e Eleusi: religione e política a teatro

……………83

Ponencias Agüero Solís, Amparo: Elementos del género autobiográfico en Ibis de Ovidio.

……………95

Aráoz Vallejo; Bernabé: Vires occultae en la Psicología del Avicenna Latinus.

…………..103

Ávila, Agustín: El móvil del lucro en el viaje satírico: un motivo anti-épico en …………..111

Juvenal XII Barrionuevo Chebel, Marcelo: La unidad per se y las sustancias compuestas:

…………..121

Aristóteles, Metaphysica VIII 6 Berenguer, Liliana Vicenta: Democracia, discurso crítico y utopía en Acarnienses de

…………..129

Aristófanes Bértola, Julián: Una interpretación de Ilíada XVIII, 497-508 a la luz de los mecanismos

…………..137

narrativos de compensación Bogdan, Guillermina: La representación de la ritualidad de los troyanos en Eneida de

…………..147

Virgilio 5

XXIII SNEC – Libro de Actas Bruzzo, María Virginia: El sentido pragmático de la supervivencia de la “Lira” en Las Metamorfosis y de la apoteosis de “Orfeo” en L’Orfeo, Favola in musica

…………..155

Carrizo, Sebastián: Ἀκούσαθ’ Ἱππώνακτος. Calímaco y la persona yámbica de Hiponacte

…………..163

Coce, María Victoria: La phantasía en la tragedia de Séneca: poesía y filosofía.

…………..175

Colombani, Cecilia: Sexualidad, ética y política. Las claves de la unidad indisoluble.

…………..183

Coria, Marcela: Variaciones sobre el tema del poder: Medea de Eurípides y Gota …………..189 d’água de Paulo Pontes y Chico Buarque. Delbueno, María Silvina: La extranjería de Medea de Eurípides en la resignificación …………..195

de Médée Kali de Laurent Gaudé. Dudzicz, Verónica: Etimologías ecuestres: signos del poder en la Historia de la

…………..201

Lengua Española. Flores de Tejada, Emilia: Eurípides: Fenicias: transfiguración mítica de un momento

…………..207

político de la historia de Atenas Gómez Castillo, Magalí Elizabeth: κασιγνήτῳ κάσις: hermano contra hermano. El caso de Polinices en Los siete contra Tebas de Esquilo

…………..215

Gutiérrez, Daniel Gustavo: Teócrito pornógrafo: engatusamiento, touch and go y brujería de amor en el Idilio II. La representación de una escena de sexo.

…………..221

Herrera Alfaro, Arturo: Actuación pública y convicciones privadas de ciudadanos griegos y romanos vistas por un ensayista del siglo XX.

…………..229

Klocker, Dante: Lo “universal” y lo “particular”: Un tópico para la articulación entre ontología y política en el pensamiento de Aristóteles.

…………..235

LaFico Guzzo, María Luisa: La romanidad en conflicto en la Farsalia de Lucano: hic …………..241

populus romanus erit (Phars. 7.543) La Fico Guzzo, María Luisa: La figura heroica de César en el episodio de la tempestad (Pharsalia 5.476-721): vínculos intertextuales con el Eneas virgiliano.

…………..251

Maidana, Belén Alejandra: Medusa en dos dimensiones: un monstruo horroroso y una mujer hermosa. Resignificación del mito en el videoclip Mírenla de Ciro y Los Persas.

…………..257

Meynet, Beatriz Carina: Enseñanza del latín en el nivel medio: la mirada de los …………..263

alumnos. Moro, Stella Maris – Martí, María Eugenia: La construcción de la civitas en la dinámica del intercambio: una lectura desde la Asinaria de Plauto. 6

…………..275

XXIII SNEC – Libro de Actas Peña, Ana María: Teseo en París y en Buenos Aires: Gide, Borges y Cortázar.

…………..281

Pérez, Laura: La Ley judía y el concepto del “ciudadano del mundo” (κοσμοπολίτης) …………..289

en Filón de Alejandría Perriot, María Celina: Los muertos insepultos: política y ritual en Suplicantes de

…………..297

Eurípides. Ramis, Juan Pablo: Ciudadanía y poder en Isócrates durante la segunda

…………..303

confederación marítima. Ricchi, Leandro Hernán: Modos de ser vegetariano en la temprana Roma Imperial:

…………..309

Séneca y Plutarco ¿vidas paralelas? Ristorto, Marcela – Racca, Clara: Prácticas mágicas y construcción de la identidad

…………..317

cívica. Rodríguez Cidre, Elsa: Péploi que matan póleis: Medea y Dioniso como fuerzas destructoras.

…………..325

Salgado, Ofelia: Frango en Petronio y ἀπόλλυμι en el Hipólito de Eurípides.

…………..333

Spinassi, Miguel Ángel: El «Ateniense» y la salvación de la ciudad. Observaciones sobre la interrupción de la legislación del «Consejo Nocturno» en Leyes 968c3-6.

…………..343

Tejada, Ariadna: Suplicantes de Esquilo y Suplicantes de Eurípides. …………..349

Dos miradas acerca del gobierno y la asamblea. Tonda, Luisina: Reflexiones sobre el liderazgo, la autoridad y la igualdad en las asambleas de Ilíada.

…………..359

Vega, Patricia: Ciudadanía y Humanitas. Una lectura de Pro Archias de Cicerón.

…………..365

Zamperettini Martín, Deidamia Sofía: Una interpretación del mito de Meleagro: Ilíada IX (vv. 524-599)

…………..369

Zapata, Patricia: Poder y dinero en la sociedad de los Epigramas de Marcial

…………..375

Proyectos de Investigación Hack, Viviana: La Biblia y el helenismo en la formación de la cultura occidental.

…………..383

Natalia Ruiz de los Llanos, Hernán Sosa, Carolina Rieszer, Milagro Rubio, Emilio Lazarte: Domina roma: la urbs romana en autores del siglo III a.C. al I d.C.: …………..391 espacios/lugares, discursos e identidades.

7

XXIII SNEC – Libro de Actas

8

XXIII SNEC – Libro de Actas

Conflicto ideológico y guerra civil en la Tardía República: causa, memoria y miedo Pedro López Barja de Quiroga Universidade de Santiago de Compostela, España Probablemente, una manera adecuada de abordar el estudio de la guerra civil deba comenzar revisando con cierto detalle las distintas perspectivas que han adoptado los historiadores en estos últimos dos siglos para estudiar la Tardía República, su desintegración y su aniquilamiento final. En relación con ningún otro periodo de la historia de Roma, los giros teóricos no han sido tal vez tan pronunciados ni las conclusiones han dependido tanto de lo que Topolsky llamaba, con cautela excesiva, “conocimiento no basado en fuentes”1. Las más fervientes proclamas de sometimiento a las fuentes, las más encendidas condenas de los prejuicios ideológicos que contaminan la labor del historiador casi siempre escondían distorsiones y prejuicios tan abultados y palpables como los que se denunciaban. Como bien sabemos, la exhortación a “dejar hablar a las fuentes” es un deseo tan imposible como, en realidad, indeseable: sólo porque se inserta en una trama previamente urdida, la información recabada de los autores antiguos, la arqueología o la epigrafía puede mantenerse en pie y cobrar sentido. Conviene entonces que tomemos conciencia primero de los prejuicios, propios y ajenos, que han condicionado el trabajo de los historiadores sobre la guerra civil que destruyó la República.

I. Introducción Historiográfica Empecemos por el primer historiador “moderno”, por Theodor Mommsen (1817-1903), y su célebre Historia de Roma, publicada en tres volúmenes entre 1854 y 1856, y escrita desde el fervor y la cólera de una revolución fracasada (la liberal de 1848), en la que su autor se había empeñado personalmente y pagado un precio, pues había sido desposeído de su cátedra de derecho romano de Leipzig2. Como es bien sabido, la Historia de Roma de Mommsen introduce al lector simultáneamente en dos pasados, el de la antigua Roma y el de la Alemania de su autor, según la crítica de H. Bengston, contra la que M.I.Finley sentía la tentación de replicar: “mejor dos pasados que ninguno”3. De esa obra, que habría de merecer el premio Nobel de literatura en 1902, los partidos políticos constituyen la verdadera espina dorsal, su esqueleto. La República romana puede resumirse en un largo enfrentamiento entre el “partido aristocrático”, reaccionario, integrado por una oligarquía, fiera defensora de prebendas y privilegios, y su oponente, el “partido democrático o del progreso”, cuya figura más destacada, César, estaba decidido a implantar las reformas necesarias en una Roma que se anquilosaba. Cuando Mommsen escribe, los partidos políticos en el sentido actual del término, apenas han hecho su aparición, y él en realidad los concibe no tanto como organizaciones políticas estables ni, mucho menos, como maquinarias electorales, sino como agrupaciones ideológicas (Weltanschauungsparteien). Les atribuye sin rubor alguno etiquetas modernas, y así habla de “anarquistas” (Catilina), del “partido de los capitalistas” (en referencia a los equites), etc.; sobre todo, los utiliza para hacer su propia denuncia de la situación en la que él vive, exiliado en Suiza, con la 1J.

Topolsky, Metodología de la historia, Madrid, 1982, p.309ss. el relato pormenorizado, véase S. Rebenich, Theodor Mommsen. Eine Biographie, Munich, 2002, p.70-71. 3M.I. Finley, Historia Antigua. Problemas metodológicos, Barcelona, 1986 (Londres, 1985), p.16. Sobre las concepciones políticas de Mommsen, puede verse mi artículo “Los partidos políticos en la obra de Mommsen” en J. Martínez-Pinna, ed. En el centenario de Theodor Mommsen. Homenaje desde la universidad española, Málaga-Madrid, 2005, p.207-217, con la bibliografía allí citada. 2Para

33

XXIII SNEC – Libro de Actas visión de una Alemania unida que, sin embargo, no acaba de nacer: el “partido aristocrático” proyecta hacia el pasado la cólera mommseniana contra la oligarquía prusiana (los Junkers). Presentando a sus miembros como opositores tenaces y ciegos a toda reforma, oligarcas reaccionarios que antepusieron sus intereses a los de Roma, Mommsen retrataba a los culpables de sus esperanzas frustradas. La línea adoptada por Mommsen tuvo en realidad pocos continuadores. Él mismo, en su Derecho público romano (1871), se apartó del camino marcado en su Historia de Roma para seguir otro, mucho más atento al marco institucional y, menos, a los conflictos e ideologías políticas. Una perspectiva radicalmente diferente y nueva se abrió con el encargo que le hizo Georg Wissowa a Friedrich Münzer (1868-1942), en 1893, de redactar las entradas biográficas de personajes romanos de la República (a partir de la letra “C”) para la monumental Real-Encyclopädie der klassischen Altertumswissenschaft. Escribió unas 5.000 entradas a lo largo de su vida –bastantes fueron publicadas a lo largo de varios años después de su muerte- y con ellas puso los fundamentos de la prosopografía: a partir de entonces, las ideas del debate político pasaron a ocupar un segundo plano, desplazadas por las trayectorias individuales de los personajes, sus conexiones familiares o personales y sus respectivos orígenes. Münzer fue profesor en Münster desde 1921 –ocupando la cátedra que había sido de O. Seeck-, pero a partir de 1935, en aplicación de las leyes raciales, su situación empeoró gravemente. En noviembre de 1935 fue oficialmente catalogado como judío y durante los años siguientes vivió un permanente tormento. Entre otras cosas, se le prohibió seguir publicando, tuvo que cambiar su nombre por el de Friedrich Israel Münzer y finalmente, en julio de 1942, fue deportado al campo de concentración de Thereseinstadt, donde murió el 20 de octubre de ese mismo año4. Dejando aparte sus entradas biográficas para la Pauly-Wissowa, Römische Adelsparteien und Adelsfamilien, su obra más importante, se publicó en Stuttgart, en 1920. Se trata de un estudio muy detallado de los principales dirigentes romanos durante la República Media y Tardía. La política romana está dominada por “partidos” que ya no son Weltanschauungsparteien, como lo eran para Mommsen, sino alianzas entre las grandes gentes y familias. Amistades (en especial, por hecho de ocupar una misma magistratura a la vez), matrimonios y adopciones sirven también para establecer nuevas alianzas y partidos. Este “modelo oligárquico” se convirtió en el único paradigma para el estudio de la República Media y Tardía. El fundamento de la teoría de Münzer es que el magistrado que presidía las elecciones resultaba decisivo; él proponía un nombre y los comicios se limitaban a ratificarlo. Así, por ejemplo, Münzer considera muy ilustrativa la siguiente sucesión de cónsules en los Fasti: 360. M. Fabius; 359 Cn. Manlius; 358 C. Fabius; 357 Cn. Manlius; 356 M. Fabius. El cónsul Fabio proponía como cónsul a un Manlio sólo después de que este se comprometiese a designar a su vez a un Fabio como sucesor. De capital importancia era para Münzer la figura del prínceps Senatus, es decir, el senador que, en el siglo II a.C., era llamado a hablar el primero en los debates, y que con su autoridad y su discurso fijaba de antemano la posición que habría de adoptar el senado en su conjunto. El cargo era vitalicio y por lo tanto, el rastro semioculto de un principio monárquico inserto en la constitución republicana: la idea de que el mejor de todos, por el hecho de serlo, debía asumir una posición dirigente.

4Sobre

la figura de Münzer, véase E. Hermann-Otto, « Münzer, Friedrich » en Der Neue Pauly, Supl. 6 (Geschichte der Altertumswissenschaften. Biographisches Lexicon) Stuttgart 2012, col.858-859; K.J. Hölkeskamp, “Fact(ions) or Fiction? Friedrich Münzer and the Aristocracy of the Roman Republic then and now” IJCT 2001, p.92-105 y la introducción de Th. Ridley a la edición inglesa de Römische Adelsparteien und Adelsfamilien = Roman Aristocratic Parties and Families, Baltimore, 1999, Johns Hopkins Press.

34

XXIII SNEC – Libro de Actas El certificado de defunción de la perspectiva mommsenianase expidió en una fecha un poco anterior a la gran obra de Münzer: corresponde a la Habilitationschrift de Matthias Gelzer (1886-1974), presentada en 1912 en Freiburg in Breisgau con el título Die Nobilität der römischen Republik5. El breve texto intenta determinar el significado del término nobilis, que las fuentes antiguas nunca definen, mediante un cuidadoso análisis de las personas a las que se aplica. La conclusión a la que llega es que nobilis designa a aquellas personas con antepasados consulares o bien que hubieran ejercido el cargo de dictador o tribuno militar con potestad consular. De esta premisa infiere que la nobilitas constituía una oligarquía cerrada, a la que era casi imposible acceder, y que eran ellos, los nobiles, quienes controlaban de modo eficaz el acceso al consulado y, por tanto, a su juicio, la entera vida política romana. Las elecciones se convertían así en una simple pantomima, en la escenificación de una decisión tomada de antemano que se llevaba a la práctica gracias a la amplia red de clientelas que se extendía desde la cúspide, la nobilitas, hasta alcanzar a buena parte del electorado romano. Pocos libros han ejercido una influencia comparable en la historiografía sobre la Roma antigua como la breve Habilitationschrift de Gelzer6. Su autor, que fue catedrático en la universidad de Frankfurt desde 1919, y rector de la misma durante un breve periodo (1924-25), dedicó el resto de su trabajo como historiador a biografiar en detalle a los protagonistas principales de la Tardía República: César (1921), Pompeyo (1949) y Cicerón (1969). De las tres, la que tuvo más éxito fue la de César, de la que salió una segunda edición en 1940, la quinta ya en 1943 y la sexta en 19607. Su visión de César coincide en lo sustancial, en esto sí, con la de Mommsen: la amplitud de miras de César, que abarcaba no sólo Italia sino el conjunto del imperio, se enfrentó a la miopía de la oligarquía romana, que seguía pensando en términos de ciudad-estado8 L. Canfora ha escrito un penetrante análisis de las influencias que sustentan la obra de Gelzer, subrayando la capital importancia en ella de la llamada “teoría de las elites”, en particular, las ideas de Gaetano Mosca y Robert Michels, para quienes la oligarquía determina, política y sociológicamente hablando, la totalidad del cuerpo social9. La sociedad se identifica con su clase dominante. Por su parte, la clientela, clave de bóveda del sistema gelzeriano, porque permite que unas elecciones libres acaben siempre de igual modo, esto es, designando como magistrados a los miembros de la oligarquía, debe mucho a las conclusiones de Fustel de Coulanges, por una parte, y de R. Heinze, profesor de Gelzer, por otra10. Sin duda, la reconstrucción gelzeriana de la sociedad romana se apoya en la llamada “teoría de las elites”, pero creo que no deberíamos pasar enteramente por alto su relación con Carl Schmitt y con el nacionalsocialismo: ambos coinciden en la llamada “Aktion Ritterbusch”, impulsada desde 1940 por Paul Ritterbusch, por encargo del ministerio de 5Reimpreso

en el vol. I de los Kleine Schriften, editados por Chr. Meier y H. Strasburger, Wiesbaden, 1962 (este tomo incluye un útil relación de publicaciones de Gelzer hasta 1961). Fue traducido al inglés (junto con Die Nobilität der Kaiserzeit) como The Roman Nobility, Oxford, 1969. La breve introducción de R. Seager compila algunos de los desorbitados elogios que cosechó el pequeño libro de Gelzer, “a work which was to change the entire shape of Roman historiography” (p.XI). 6Aunque peca de exagerada, la afirmación de Riess es elocuente: “Bis heute bauen die Altertumswissenschaften auf diesem Werk auf; die althistorische Sozialgeschichte nach 1968 wäre ohne diese Schrift nicht denkbar“ (W. Riess, “Foschungsgeschichtliche Einleitung” en M. Gelzer, Cicero. Ein biographischer Versuch, Stuttgart, F. Steiner, 2014 (2ª ed., la 1ª ed. Wiesbaden, 1969) p.IX-XXVII, en p.X). La referencia a 1968 seguramente remite a la traducción al inglés de la Habilitation schriftde Gelzer. Cfr. R.T. Ridley, "The Genesis of a Turning-Point: Gelzer's Nobilität," Historia 35 (1986) 474-502 y Ch. Simon, "Gelzer's 'Nobilität der römischen Republik' als 'Wendepunkt'," Historia 37 (1988) 222-40. Sobre Gelzer, véase también E. Baltrusch, „Gelzer, Matthias“, en Der Neue Pauly, Supl. 6 (Geschichte der Altertumswissenschaften), Stuttgart 2012, cols. 450-1 (en el mismo sentido: „epochemachende Habil.-Schrift“). y J. Bleicken, Ch. Meier, H. Strasburger, Matthias Gelzer und die römische Geschichte, Kallmiinz, 1977. 7De esta edición procede la traducción inglesa, Caesar. Politician and Statesman, Oxford, 1968. 8Sobre las diversas interpretaciones de la figura de César que se dieron en la Europa de los siglos XIX y XX, cfr. P. Baehr, Caesar and the Fading of the Roman World. A Study in Republicanism and Caesarism, Nueve Jersey, 1998. 9L. Canfora, Ideologías de los estudios clásicos, Madrid, 1991 (ed original 1980), p.195. 10Canfora, op. cit. p.189 y 196.

35

XXIII SNEC – Libro de Actas educación y ciencia, y cuyo nombre oficial era la Kriegseinsatz der Geisteswissenschaften. Consistía en una iniciativa que agrupaba a 500 académicos, especialmente catedráticos de universidad –entre ellos, de manera destacada, Carl Schmitt o Hans Gadamer- con el fin de construir un “nuevo orden espiritual de Europa”: las diversas disciplinas debían contribuir a una Europa racialmente jerarquizada. Salvador Mas señala que la Kriegeinsatz era un proyecto grandioso, que debía haber abarcado desde la A (Altertumswissenschaft) a la Z (Zivilrecht)11. Bajo la dirección de H. Berve y J. Vogt se publicaron dos volúmenes en el ámbito de los estudios sobre la Antigüedad: Das neue Bild der Antike (1942) y Romund Karthago (1943). Gelzer participó en ambos, en el primero de ellos con una aportación sobre César; en el de Cartago, con un texto en el que, de manera sorprendente, indica que la raza de ambos contendientes no desempeñó ningún papel en las guerras púnicas12. Por ello, más que con el nazismo en sentido estricto, sus convicciones políticas coincidían más bien con las de C. Schmitt, por su intenso catolicismo y su claro rechazo de la Revolución francesa y de la tradición liberal13. Así, pues, los pilares de la concepción dominante a lo largo de todo el siglo XX los pusieron un judío represaliado por el nazismo, Friedrich Münzer, y un historiador que colaboró con las iniciativas académicas nacionalsocialistas sin compartir, sin embargo, sus postulados racistas, M. Gelzer. Ambos ponen el énfasis en el dominio asfixiante de una oligarquía cerrada, en las relaciones familiares y personales, en los grupos de clientes que gravitan alrededor de los aristócratas más encumbrados, dejando a un lado las cuestiones ideológicas, ambos, en suma comparten una misma visión de la estructura política de la Roma republicana. Sin embargo, las diferencias entre ellos son más profundas de lo que podría parecer a primera vista: allí donde Münzer cree descubrir facciones (Parteien) más o menos estables, alianzas entre determinadas familias o gentes, Gelzer sólo ve una descarnada lucha de poder que genera amistades puramente coyunturales, tan fáciles de entablar como de romper, lealtades exclusivamente personales (Nah- und Treueverhältnissen). La línea abierta por Münzer encontró un continuador en la historiografía inglesa en la figura de H.H.Scullard, que de alguna forma intentó reconciliar los estudios prosopográficos con la aproximación ideológica de la Historia de Roma de Mommsen: Scullard defendió la existencia de “partidos” estables a lo largo de varias generaciones, en torno a determinadas gentes; en concreto, el partido “conservador” en torno a la gens Fabia, el partido “de centro” o “moderado” en torno a la gens Aemilia (o luego “Escipiónica”Aemilia) y un partido “progresista” en torno a la gens Claudia (o Fulvia- Claudia pensando en la actuación, primero, de Apio Claudio el censor y luego de Ap. Claudius como aliado de Tib.

11S.

Mas, “Roma nacionalsocialista“en L. Sancho Rocher, ed. La Antigüedad como paradigma. Espejismos, mitos y silencios en el uso de la historia del mundo clásico por los modernos, Zaragoza, 2015, p.161-186, en p.175-177. Véase también S. Mas, Alemania y el mundo clásico (1896-1945), Madrid, 2014. Baltrusch, op. cit. col.451 anota que el nacionalsocialismo dejó escasa huella en los escritos de Gelzer, a pesar de su destacada posición en la universidad de Frankfurt. Probablemente, el escrito más interesante en este sentido sea la conferencia que Gelzer pronunció 8 de mayo de 1942 en el Institutfür Kultur- und Universalgeschichte de la Universidad de Leipzig, publicada luego como “Römische Führungsordnung», en Neue Jahrbücherfür Antikeunddeutsche Bildung, 5 (1942) pp. 217-238 y no reproducida en los Kleine Schriften. Lo que más le preocupa a Gelzer –como se observa también en su biografía de César- es el problema de las nacionalidades, “heredado del siglo XIX” (p.232) y sugiere, para abordarlo, trasladar al mundo contemporáneo el modo romano de mandar agrupando a los diferentes pueblos y naciones que comparten un mismo espacio en un orden único encabezado por un Führerstaat (p.238). Lo que debe mantenerse en todo caso es la distancia entre la oligarquía y el resto: en p.225 señala que en la república hubo muy pocos homines noui y que por ese motivo a la nobilitas no le hizo falta la entrada de sangre nueva (“So fehlte es der Nobilitätnichtan Blutauffrischung”). 12Mas, op. cit. p. 178. 13C. Schmitt, sin embargo, en 1982, se burlaba del título de la biografía que Gelzer había escrito sobre Cesar, “Caesar, der Politiker und Staatsmann”: “Questo lo trovo ridicolo: como se dicesi Carlo Magno como automobilista” en Carl Schmitt, Un giuristadavanti a sestesso. Saggi e intervista (a cura di G. Agamben), Vicenza, 20122 p.153. El Estado, para Schmitt, era tanto una quimera en tiempos de César como los automóviles en los de Carlomagno.

36

XXIII SNEC – Libro de Actas Sempronio Graco)14. Las opciones ideológicas se vinculan con tradiciones gentilicias. Otros historiadores, como A.E. Astin, E. Gruen o E. Badian aceptaron la idea básica de Münzer, es decir, la existencia de agrupaciones políticas centradas en torno a determinadas familias, aunque les concedieron mucha menor estabilidad que Scullard. En Roma, todo se desarrollaba en torno a las amistades y enemistades, el único objetivo era obtener el “poder” y permanecer en él15. Gelzer, por su parte, se mostró muy crítico, aunque de forma indirecta, con Münzer y, sobre todo, Scullard16, rechazando cualquier semejanza con el parlamentarismo moderno, insistiendo en el carácter enormemente fluido y cambiante de cualquier “partido” o “agrupación” e incluso poniendo en cuestión la propia prosopografía, su utilidad en un ambiente social en el que todos se conocían unos a otros y estaban relacionados entre sí de un modo u otro. La obra de Ronald Syme (1903-1989), Camdem Professor en Oxford (1949-1970),fue esencial a la hora de asentar definitivamente la línea abierta por Münzer y Gelzer como la ortodoxia en este campo de los estudios clásicos. Hasta cierto punto, se puede decir de La revolución romana lo mismo que opinaba Bengston sobre la Historia de Roma de Mommsen, esto es, que introduce el lector en dos pasados al mismo tiempo: en este caso, el libro describe la toma del poder por Augusto, pero lo que vemos al trasluz bajo esa fachada es la ascensión de Mussolini. Hay señales obvias, como el capítulo 9, titulado “la primera marcha sobre Roma” (la segunda marcha sobre Roma es el título del capítulo 13) o la referencia a la posición de dux de Octavio en el 32 a.C. (capítulo 21), en alusión al duce, pero las semejanzas van más allá de éste y otros guiños. Figuran en el mismo núcleo del libro. Su punto de partida es conocido: “In all ages, whatever the form and name of the government, be it monarchy, republic or democracy, an oligarchy lurks behind the façade; and Roman history, Republican or Imperial, is the history of the governing class”17. Esto ha sido puesto de relieve en varias ocasiones: lo único que le interesa a Syme es la aristocracia, a cuyos miembros –apenas veinte o treinta en cada momento de la historia (p.18)- disecciona con escrúpulo de entomólogo, porque la acción política depende en exclusiva de ellos. Arnaldo Momigliano estableció un vínculo directo entre The Roman Revolution y la obra de otro oxoniense, Sir Lewis Namier (en particular, The Structure of Politics at the Accession of George III, 1929), una deuda que Syme siempre se negó a reconocer18. Por mi parte, sin negar ese vínculo, creo que también cabe advertir otra fuente de inspiración en Syme. Tras su solemne proclamación sobre la permanencia de la oligarquía en la historia, una página más adelante, sintetiza en una sola frase el proceso que va a describir en las quinientas siguientes19: “Italy and the non-political orders in society triumphed over Rome and the Roman aristocracy” (p.8). Esta referencia a los órdenes o clases no políticos –“non-political classes” (p.513), a las que en otras ocasiones llama “el proletariado de Italia” (p.194 y 514)- en mi opinión remite directamente a las ideas de Gaetano Mosca (1858-1941), uno de los politólogos que elaboraron la llamada “teoría de las elites”. Mosca era un conservador convencido, que alcanzó renombre sobre todo gracias a su obra Elementi di scienzia politica (1896, 3ª ed. en 1939), en donde rechazó tajantemente las clasificaciones tradicionales de las formas de gobierno fundadas en quién gobierna en cada circunstancia, es decir, si lo hacen los 14H.H.

Scullard, Roman Politics, 220-150 B.C. Oxford, 1951. Astin, Scipio Aemilianus, Oxford, 1967; E. Gruen, The Last Generation of the Roman Republic, Berkeley, 1974; E. Badian, Foreign Clientelae, Oxford, 1958. 16Reseña del libro de Scullard en Historia 1 (1950) 634-642 (= KleineSchriften, cit. p.201-210). 17R. Syme, The Roman Revolution, Oxford, 1939, p.7. 18A. Momigliano, “Introduzione a Ronald Syme, The Roman Revolution” en Terzo Contributo alla storia degli studi classici, vol. II, Roma, 1966, p.729-737. 19Cfr. H. Galsterer, «A man, a book, and a method: Sir Ronald Syme’s Roman revolution after fifty years», en K. Raaflaub y M. Toher (eds.), Between Republic and Empire. Interpretations of Augustus and his Principate, Berkeley, 1990, pp. 1-20; G.A. García Vivas, La visión de la Historia y el método de Sir Ronald Syme en la obra de GézaAlföldy: algunas consideraciones” ETF 25 (2012) 18-38. 15A.E.

37

XXIII SNEC – Libro de Actas muchos, los pocos o uno solo20. En realidad, sostiene Mosca, siempre gobierna la minoría, a la que él denomina la “clase política”. El apotegma de Syme –“Roman history… is the history of the governing class”- es una fórmula elegante que condensa la visión de Mosca, aunque sin citarlo, salvo indirectamente, acuñando esa peculiar expresión, las “non-political classes”, que viene a ser un negativo de la conocida de Mosca21. En Syme, el “partido” tiene importancia capital. Pompeyo fracasó porque no tenía un partido; en cambio, César sí lo tenía (p.121), y Syme lo estudia en detalle en el capítulo V: lo formaban senadores, equites y centuriones, hombres de negocios y provinciales, reyes y dinastas (p.76). Por su parte, el partido de Octaviano era en origen, revolucionario, pues atraía a todos los enemigos de la sociedad (p.130), pero luego se transformó y amplió; la revolución supuso la destrucción de la antigua nobilitas, reemplazada por una “plutocracia”, que rodea al príncipe, respaldado a su vez por el pueblo y el ejército (p.351, 503 y 523). A mi juicio, el “partido” del que habla Syme responde a la noción fascista, es decir, un pequeño grupo de incondicionales, a las órdenes de un líder carismático, dispuestos a cualquier cosa y unidos por el afán de poder. Syme probablemente adoptó esta concepción de “partido” de Mario Attilio Levi, autor de un excelente estudio sobre la toma de poder por Octavio. Para Levi el partido acabó por apoderarse del estado, una idea que recogió oportunamente Syme en su reseña: “Con l'avvento del triumvirato non si fonda un regime. É un partito che conquista lo stato e aspira al dominio stabile”22. La frase que cierra The Roman Revolution es asombrosamente parecida: “Dux had become Princeps and had converted a party into a government” (p.524).Pocos años después de la Segunda Guerra Mundial, L. R. Taylor expresó esta misma idea –con referencia a Premerstein, no a Levi-, pero con una conexión explícita entre el totalitarismo antiguo y el contemporáneo: en ambos, un grupo o partido se identificó con el conjunto del estado23. Así pues, Syme defendía la existencia de facciones (“partidos”, en su terminología) en la línea de Münzer, pero apartándose de Gelzer, de quien toma el concepto de nobilitas, pero a quien apenas menciona en The Roman Revolution24. También estaba firmemente convencido de que las ideas no eran más que adornos, vestidos que cubrían las vergüenzas de la oligarquía, sus descarnados intereses (en esto también coincidía con Namier25). Cuando estudia la muerte de César y los motivos de los tiranicidas, la sentencia es implacable: “Liberty and the laws are high-sounding words. They will often be rendered, on a cool estimate, as privilege and vested interests” (p.59). Lo mismo puede decirse de personajes mucho menos encumbrados, como el votante medio, nada interesado tampoco en los bellos ideales: “the Roman voter free citizen of a free community, might elect whom he would: his suffrage went to ancestry and personality, not to alluring programmes of solid merit” (p.374). En 20Hay

una traducción parcial de los Elementi al español, con el título La clase política, México, 1984. referencia a Mosca es más explícita –aunque también sin cita directa- en Chr. Meier, Res publica amissa. Eine Studie zu Verfassung und Geschichte der späten römischen Republik, Wiesbaden, 1966, p.203: “So erkannten sie [los ciudadanos romanos] auch –freilich gegen erhebliche Zugeständnisse- die Führung der adligen classe politica an”. 22Levi, OttavianoCapoparte, vol.I, p.230. R. Syme, «From Octavian to Augustus. Mario Attilio Levi: Ottaviano Capoparte, 2 vols. Firenze, 1933» The Classical Review, 48 (1934), p. 78. 23L.R. Taylor, Party Politics in the Age of Caesar, Berkeley, 1949, p.48-49. 24Sin duda, la influencia de Münzer (junto con la de A. von Premerstein y la de M.A. Levi) es mucho mayor que la de Gelzer, más proclive a la “sociología”. Cfr. V. Alonso Troncoso, «Desesperadamente ajeno: Sir Ronald Syme and The Roman Revolution», Estudios Clásicos, 97 (1990), pp. 41-62, en p.58. Con todo, conviene no pasar por alto lo que dice el propio Syme, en p.10, n.3: “Gelzer’s lucid explanation of the character of Roman society and Roman politics, namely a nexus of personal obligations, is here followed closely”. 25Con agudeza, Q. Skinner puso de relieve que, en la obra de Namier, las ideas en sí mismas (consideradas pura “palabrería” o flapdoodle), carecen de interés a la hora de explicar la lucha por el poder porque no son más que un simple reflejo de la estructura subyacente de poder, que es la que importa en “Meaning and Understanding in the History of Ideas” History and Theory 8 (1969) 3-53. Este artículo, fundamental en el cambio de orientación de la disciplina denominada “historia de las ideas” ha pasado completamente desapercibido para los historiadores de Roma. El flapdoodle de Namier se corresponde bastante bien con lo que Gelzer o Strasburger denominaban, de manera no tan despectiva, Schlagwörter. 21La

38

XXIII SNEC – Libro de Actas este menosprecio de las ideas como factor relevante, los historiadores, desde Gelzer en adelante, se han mostrado unánimes. Ya en 1931, analizando los planteamientos políticos de Cicerón, H. Strasburger rechazaba la existencia de partidos políticos, pues a su juicio, términos como optimates, populares, etc. no son más que simples lemas propagandísticos26. Años más tarde, K. Raaflaub reducía el enfrentamiento vivido en la guerra civil a una simple lucha de poder, a un conflicto entre dignitates, esto es, entre políticos ambiciosos que no estaban dispuestos a transigir27. La lista es larga y no tiene sentido agotar los ejemplos, pero la obra de referencia sobre las ideas políticas mantiene la misma desconfianza hacia ellas: así, libertas no era más que un medio para conseguir el poder28. Como hemos venido viendo, la evolución historiográfica del siglo XX se mantuvo dentro de las líneas fijadas por Gelzer y Münzer –una oligarquía claramente definida gobernaba la sociedad y la política-, pero con una discrepancia esencial en cuanto a la concepción de los “partidos políticos”. Mientras que Münzer hablaba de Adelsparteien, Gelzer se refería a “Nah- und Treuverhältnissen”. Ya sabemos que en modo alguno son como los había descrito Mommsen, pero no estaba claro si las alianzas o facciones políticas gozaban de la estabilidad y la contundencia con que las había descrito Syme. Para Christian Meier (1929-), catedrático de historia antigua en Munich entre 1981 y 1997, ciertamente no. Meier, que fue alumno de H. Strasburger y M. Gelzer, rechaza la posición que mantenía Syme y, en última instancia, también Münzer29. Para Meier, los “partidos” son agrupaciones coyunturales, dependen de la situación, de las relaciones personales y los intereses en cada momento, no, desde luego, del contenido, de la ideología30. Las alianzas no son permanentes, no forman facciones ni “partidos” en el sentido de Syme, porque hay demasiados intereses cruzados y los grupos o grupúsculos se disuelven y se reconstruyen en un estado de flujo permanente. Más allá de esta divergencia, Meier comparte con Gelzer o con Syme, la idea fundamental, esto es, que fuera de la oligarquía no hay política, como lo sintetizó en su famoso dictum: “Quien se dedica a la política pertenece a la aristocracia y quien pertenece a la aristocracia se dedica a la política”31. Puesto que la política no existe fuera de la oligarquía y ésta compartía una ideología común, no era imaginable una constitución diferente, una alternativa. Fue una “Kriseohne Alternative” la que se vivió en la Tardía República y el sistema acabó por desplomarse sin que nadie acertara a pensar qué podría reemplazarlo hasta que ya se había destruido por completo. Christian Meier reconoce que creó ese nuevo concepto, el de “crisis sin alternativa” con el fin de evitar el término “revolución” con el que, desde Mommsen al menos, se venía designando a la Tardía República –o a distintos momentos dentro de ella32. Al no existir una nueva “clase” o “grupo social” preparado para sustituir al que hasta entonces había gobernado Roma –pues el pueblo, sostiene Meier, nunca estuvo en condiciones de desempeñar este papel-, no hubo alternativa ni podía haber, por tanto, revolución. Con esto, rechaza, claro está, el planteamiento de Syme, pero de modo más indirecto descarta cualquier análisis en clave 26H.

Strasburger, Concordia ordinum. Eine Untersuchung zur Politik Ciceros, Leipzig 1931, p.IV. Raaflaub, Dignitatis contentio. Studien zur Motivation und Politischen Taktik im Bürgerkrieg zwischen Caesar und Pompeius, Munich, 1974. Más recientemente, R. Morstein-Marx ha puesto de relieve el valor republicano inserto en el concepto de dignitas, en tanto que necesario para el funcionamiento del sistema político. Combatiendo por su dignitas, César también lo hacía por la res publica. “Dignitas and res publica. Caesar and Republican Legitimacy” en K.-J. Hölkeskamp, ed. Eine politiche Kultur (in) der Krise? Die “letzteGeneration“ der RömischenRepublik, Munich, 2009, 115-140. 28J. Hellegouarc’h, Le vocabulaire latin des relations et des partis politiques sous la république, París, 1972, p.556. 29G. Alföldy, “Two Principes: Augustus and Sir Ronald Syme” Athenaeum 81 (1993) p.101-122, en p.105. 30Ch. Meier, Res publica amissa. Eine Studie zur Verfassung und Geschichte der römischen Republik, Wiesbaden, 1966, p.174, 182, 189. 31Meier, op. cit.¸ p.47, “Wer Politik trieb, gehörte zum Adel, und wer zum Adel gehörte, trieb Politik”. Cfr. la reseña de P.Brunt en JRS 58, 1968, 229-232. Esta opinión sigue estando muy extendida hoy día, cfr. M. Sagristani, La clientela romana. Función y trascendencia en la crisis de la República, Córdoba, 2006, p.193, donde equipara la “clase política” exclusivamente con la nobilitas. 32Cito por la traducción inglesa, Caesar, Londres, 1996, p.491-492. 27K.

39

XXIII SNEC – Libro de Actas marxista del hundimiento de la República. “Revolución” era una palabra peligrosa en la Alemania de los años 60. Los planteamientos de Meier tuvieron una enorme influencia, comenzando por la obra de su antiguo profesor. En su biografía de Cicerón, Gelzer insiste en que la existencia de “partidos políticos” es una fantasía del siglo XIX, de Mommsen en particular, porque en Roma nunca hubo una ideología ni un partido democrático. Las acciones populares son iniciativas de ciertos políticos que se habían visto excluidos por los optimates, y a quienes se les había negado una real influencia política33. No había fisuras ideológicas en la oligarquía dominante, sólo estrategias diversas en la lucha por el poder. Curiosamente, fueron sobre todo los sucesores de Syme como Camdem Professor en Oxford quienes pusieron en tela de juicio la ortodoxia, sembrando dudas sobre la capacidad de control de la oligarquía. Como hemos señalado, la clave de bóveda del sistema gelzeriano estaba en la clientela, porque era ella la que permitía que unas elecciones aparentemente libres arrojasen sistemáticamente resultados predecibles. Fue la clientela, precisamente, la primera en verse puesta en tela de juicio. Peter Brunt (1917-2005),Camdem Professor en Oxford entre 1970 y 1982, negó que las relaciones de clientela pudieran garantizar de antemano el resultado de las elecciones: el cuerpo electoral era demasiado grande, el sistema permitía que una misma persona tuviera varios patronos, las relaciones no eran rígidas ni, por tanto, los resultados, automáticos34. La crítica ha sido devastadora y aunque hay excepciones, puede decirse que la mayoría de los historiadores actualmente considera que la clientela no desempeñó un papel decisivo en el proceso electoral35. El siguiente paso lo dio el sucesor de Brunt en la cátedra de Oxford, Fergus Millar (Camdem Professor 1984-2002), abriendo el debate sobre si se debía catalogar al sistema político romano como una democracia y no como una oligarquía, según se había venido haciendo desde la Habilitationschrift de Gelzer. Millar sostiene que debemos concederle crédito a Polibio cuando afirma que el pueblo romano tenía un peso muy importante en el funcionamiento de la constitución romana. Ese peso explica el lugar central que ocupa el orador en la política romana y la lucha por la ocupación del espacio público (comitium, foro) por parte de los diversos agentes políticos. La corrupción electoral, que sabemos era rampante en la crisis de la república, se vuelve absurda si las elecciones no pudiesen arrojar otro resultado que el previamente acordado por el pequeño grupo de nobiles. Para Millar, tiene una gran trascendencia el hecho de que la ley romana fuera expresión directa de la voluntad popular: la plebe romana, a diferencia de lo que ha sucedido luego a lo largo de la historia, no contaba sólo con la algarada o la protesta para expresar su descontento; podía hacerlo también aprobando una ley que los poderosos nobiles debían acatar, por mucho que les molestase36. Aunque inicialmente los argumentos de Millar se referían al siglo II a.C., que es el momento en el que escribe Polibio, el debate posterior se ha ido centrando más bien en la fase de crisis del siglo I a.C. En parte como respuesta a las críticas, Millar ha mostrado que la concepción de la república como un régimen democrático fue 33Gelzer,

Cicero, p.47 y 60 (aquí, en n.32, remite directamente a Meier, Res publica amissa). Brunt, P.A., “Clientela” enThe Fall of the Roman Republic and Related Essays, Oxford, 1988, p.382-442. 35Un excelente estado de la cuestión puede verse en C. García Mac Gaw, “Patronos y clientes en la República romana y el Principado” en M. Campagno, ed. Parentesco, patronazgo y Estado en las sociedades antiguas, Buenos Aires, 2009, p.177-200. Cfr. también las argumentos a favor de la relevancia de la clientela en la política tardorrepublicana de P.D.A. Garnsey, « RomanPatronage » en S. McGill, C. Sogno y E. Watts, eds. From the Tetrachs to the Teodosians. Later Roman History and Culture, Cambridge, 2010, p.33-50. 36F.G. Millar, "The Political Character of the Classical Roman Republic, 200-151 B.C.," JRS 74 (1984) 1-19; "Politics, Persuasion and the People before the Social War (150-90 B.C.)," JRS 76 (1986) 1-11; "Political Power in Mid-Republican Rome: Curia or Comitium?," JRS 79 (1989) 138-50; "Popular Politics at Rome in the Late Republic," en I. Malkin y W.Z. Rubinson, eds. Leaders and Masses in the Roman World. Studies in honor of Z.Yavetz, Leiden, 1995, p. 91-113. and now Idem, The Crowd in Rome in the Late Republic, Jerome Lectures 22 (Ann Arbor: University of Michigan Press, 1998). 34P.A.

40

XXIII SNEC – Libro de Actas predominante entre los estudiosos, desde el siglo XVI y hasta que los análisis de Gelzer y Münzer asentaron firmemente la idea moderna de que, en realidad, se trataba de una oligarquía37. En la década de los 90 y primeros años del siglo XXI, el debate provocado por la audaz propuesta de F. Millar fue muy intenso38. Entre los defensores, Alexander Yakobson puso el énfasis en las grietas del proceso electoral. A su juicio, los comitia centuriata no estaban dominados por los ricos (de otro modo, el permanente problema del ambitus no tendría sentido), y muchas veces los equites y la primera classis no votaban unidos, de manera que el peso de votantes ajenos a la oligarquía podía ser relevante e incluso decisivo39. Los críticos, por su parte, rebajaron el valor del análisis polibiano, porque lo que éste hace no va más allá de aplicar al caso romano un esquema formal, griego –dado que Roma domina el mundo, su constitución ha de ser la mejor de todas, esto es, la mixta, con fuerte presencia de elementos democráticos- sin atender a la realidad social subyacente. North subraya el dominio férreo de la aristocracia; el pueblo, como mucho, podría ejercer como árbitro en la disputa, decidiendo entre varias facciones enfrentadas; el poder estaba en manos de una aristocracia hereditaria (aunque no cerrada), dijera lo que dijese la ley o Polibio40. En opinión de Mouritsen, no importa quiénes tenían derecho a hacerlo sino quiénes de verdad, realmente, participaban en política. Mediante un análisis del espacio y los procedimientos de votación, concluye que cuando se trataba de leyes, que se aprobaban en el foro, podían asistir un máximo de 10.000 ciudadanos, que tardarían unas 8-9 horas en votar. Los saepta, por su parte, acogerían a un máximo de 30.000 votantes (rebajando cálculos anteriores como los 55.000 de MacMullen o los 70.000 de Taylor)41. A una contio en el comitium no podrían asistir más de 5.000 personas. Con independencia de lo acertado de estos cálculos, siempre frágiles, Mouritsen considera que quienes asistían a las votaciones y a las contiones no eran la masa plebeya sino las personas de una cierta posición económica y social, incluso aunque no perteneciesen a la oligarquía en sentido estricto. Además, las contiones no eran el lugar para el debate político: habitualmente, sólo asistían los partidarios del magistrado convocante, avisados de antemano (aunque admite que con Clodio las cosas cambiaron un tanto, empezaron a aparecer trabajadores porque les pagaba: conductae contiones). En suma, la política era el juego de una minoría (si bien una minoría más amplia que el puro senado), al que asistía con indiferencia el resto de la plebe, de ahí que la clientela no fuera relevante, pues no era el fundamento del poder de “los pocos”. La oratoria también ha sido uno de los extremos en los que han incidido los críticos, subrayando que los valores dominantes son jerárquicos (imperium, honos, dignitas), tal es el fundamento de la “memoria cultural” de Roma y lo que permite que una oligarquía se perpetúe en el poder42. Morstein-Marx, por su parte, invierte el argumento de F. Millar: el control de la información por la elite producía una comunicación jerarquizada, se construye la figura del orador como alguien superior a los demás; no importa demasiado lo que se dice –todos comparten una misma retórica que busca halagar al pueblo, presentarse como un amigo suyo “verdadero” – sino quién lo dice (auctoritas). No había ideología popularis, sino pura retórica “contional”, Por esta razón, en la línea 37F.

Millar, The Roman Republic in Political Thought, Hanover y Londres, 2002. interesantes son los estudios en torno a esta cuestión reunidos por M. Jehne, ed. Demokratie in Rom? Zur Rolle des Volkes in der Politik der römischen Republik Stutgartt, 1996, con los comentarios de E. Gabba, „Democrazia a Roma“ Athenaeum 85 (1997) 266-271. 39A. Yakobsen, Elections and Electioneering in Rome: A Study in the Political System of the Late Republic. Stuttgart, 1999. 40J.A. North, “Democratic Politics in Republican Rome” Past and Present 126 (1990) 3-21. Cfr. K.-J.Hölkeskamp, “The Roman Republic: Government of the People, by the People, for the People?”, Scripta Classica Israelica 19 (2000), p. 203-233. 41H. Mouritsen, Plebs and Politics in the Late Roman Republic, Cambridge, 2001; R. Mac Mullen, “How many Romans voted?” Athenaeum 68 (1980), pp. 454-457. 42K. J. Hölkeskamp, RekonstruktioneneinerRepublik, Munich, 2004. 38Especialmente

41

XXIII SNEC – Libro de Actas abierta por Meier, no podían siquiera plantearse iniciativas nuevas; las contiones servían para reforzar el discurso de la elite, no para plantear alternativas43.

II. Guerra civil: causa, memoria y miedo Aunque la historiografía dominante, como hemos visto, se ha mantenido fiel a la condena de las ideas políticas, descartadas como simple “propaganda” (Schlagwörter o, peor, flapdoodle), algunos autores han levantado su voz para concederles su justo valor y subrayar la necesidad de situarlas en su contexto. Así, Ferrary analizó y expuso las ideas políticas de finales de la República en sus justos términos, sin intentar diluir su valor ni su eficacia, mientras que L. Perelli consideraba que las diferencias ideológicas, aunque fuesen mera propaganda para la oligarquía, eran relevantes para los ciudadanos que votaban; para que funcionase el engaño, tenía que hacerse bien, con pleno convencimiento. Por su parte, N. Mackie reconocía la presión que ejercían los intereses materiales, pero también la presencia de una auténtica ideología detrás de las medidas populares, el deseo de incitar al pueblo a tomar el poder como suyo por derecho, en detrimento del Senado. Más recientemente, V. Arena, a partir del republicanismo de Skinner, ha llevado a cabo un minucioso análisis del significado de libertas en la Tardía república, mostrando que su significado primario es el de “no-dominación”44. Son, pues, estudios minoritarios, que han querido mirar las ideas políticas tal como se nos presentan. El gran problema del paradigma Gelzer-Münzer-Syme no es sólo que sus adeptos hayan centrado toda su atención en la oligarquía, olvidándose del resto de la población. Esta distorsión brutal comenzó a corregirse cuando otros historiadores, como hemos visto, pusieron de relieve la presencia de más actores en el escenario. Lo que tenemos que hacer ahora es superar otra distorsión igualmente brutal. Los personajes de la moderna prosopografía, los cónsules, los generales victoriosos y los príncipes del senado, actúan movidos por un único impulso: la ambición de poder. A ella consagran todos sus esfuerzos y con ella tenemos la clave que nos permite explicar la crisis de la República. Una reducción tan esquemática, una lectura tan simple, por completo inverosímil, ni siquiera refleja fielmente lo que las fuentes nos dicen. En ellas encontramos muchas otras explicaciones para la conducta de la aristocracia romana, que conviven en mezclas a veces contradictorias, pero que no debemos depurar hasta quedarnos tan sólo con la pura ambición de poder. Tan poderosas como ella fueron pasiones como el miedo o la memoria, el recuerdo de los ultrajes recibidos y el deseo de venganza; también las ideas, naturalmente, la causa que cada bando defendió como suya en la guerra civil. 1. Causa Al menos desde el otoño del año 50, Pompeyo y la oligarquía senatorial plantearon el enfrentamiento como la última defensa de la res publica contra quien no quería otra cosa que destruirla para establecer en su lugar una monarquía. En diciembre del 50, el propio Pompeyo le dijo a Cicerón que, a su juicio, si César obtenía un segundo consulado, sería el fin de la politeía (Cic. Att. 7,8 (SB 131), 4). Para esos primeros momentos de finales del año 50 y comienzos del 49, tenemos información abundante que demuestra que Pompeyo convirtió su causa en la de la res publica. Hizo saber que consideraría enemigo a quien, permaneciendo en Italia, faltase a su deber hacia la res 43R.

Morstein-Marx, Mass Oratory and Political Power in the Late Roman Republic, Cambridge 2004, p.265 y 277-278. Ferrary, “Le idee politiche a Roma nell’epoca republicana” en L. Firpo, dir. Storia delle idee politiche, economiche e sociali, vol.I, L’Antichità classica,Turín, 1982, p.724-804.L. Perelli, Il movimento popolar en ell’ultimo secolo della repubblica, Turín, 1982; N. Mackie, “Popularis Ideology and Popular Politics at Rome” RhM135 (1992) 49-73; V. Arena, Libertas and the Practice of Politics in the Late Roman Republic, Cambridge, 2012. 44J.-L.

42

XXIII SNEC – Libro de Actas publica (Suet. Iul. 75,1), es decir, a quien no se pusiera de su parte. En las cartas que se intercambian en febrero del 49, vemos que la palabra res publica prácticamente no se cae de la boca, o más bien de la pluma, de Pompeyo, que la repite una y otra vez45. Los embajadores que envió el Senado para que negociaran con César o más bien, para intentar ganar algo de tiempo, instaron a este último a anteponer la res publica a su causa personal. El propio Cicerón, pese a que creía que fuera cual fuese el vencedor, la república no sobreviviría a la victoria, y pese a que en algún momento hizo distingos entre Pompeyo y la res publica para hacer creíble su posición de mediador imparcial, consideraba el 27 de febrero, que la causa de Pompeyo era la de la res publica (Cic. Att. 8,11D (SB 161D), 5). Cuando finalmente se hizo a la mar, el 7 de junio, sobreponiéndose al vómito de bilis pura de la noche anterior, Cicerón le escribió a su mujer, Terencia, para decirle brevemente que se aprestaba a defender la res publica en compañía de quienes pensaban como él (Cic. Fam. 14,7,2). Como señalará Veleyo Patérculo(2,48,4) de modo conciso: en aquellos tiempos, tomar partido por Pompeyo era hacerlo por la república. En cuanto a César, los textos que tenemos dejan muy claro que res publica no figuraba entre las ideas que él decía defender en el año 49. Pompeyo, como hemos visto, la invoca a cada paso, pero César la evita o la oculta. En la carta que le escribió a Cicerón para disuadirlo de abandonar Italia (Att. 10,8B = SB 199B, de 16 de abril), le recordó la amistad que los unía y apeló a la responsabilidad del buen ciudadano que se debe mantener al margen de las controversias civiles, pero ni una sola vez mencionó la res publica tan querida para el Arpinate. César no combatía por una res publica que consideraba obsoleta y corrompida hasta el tuétano por obra de una minoría prepotente46. En mayo del 48, Dolabela le escribió a Cicerón para pedirle que abandonase el campamento de Pompeyo, que abandonase la vieja res publica ya completamente desaparecida, que no mantuviese su lealtad a algo que ya era sólo un cadáver (Fam. 9,9 (SB 157), 2-3). Entre las frases lapidarias atribuidas a César y recogidas por Tito Ampio, hay una famosa que dice: “la república no es nada, un mero nombre sin cuerpo ni aspecto”47. Es cierto que no sabemos cuándo publicó Ampio su panfleto, pero dado que los cesarianos lo motejaron de “trompetero de la guerra civil” (tuba belli ciuilis Cic. Fam 6,12,3, de agosto o septiembre del 46) parece verosímil que lo hiciera a finales del 50, antes de que se rompiesen las hostilidades48. Por mi parte, lo situaría en el mismo contexto que la furiosa contio en la que Marco Antonio, en diciembre del año 50, se dedicó a pasar revista a todos los crímenes del pasado silano de Pompeyo (Cic. Att. 7,8(SB 131), 5), es decir, cuando la guerra era inminente y los ataques al contrario, directos y despiadados. Ampio era un pompeyano leal, de manera que estas frases tal vez no sean sino una pura invención en la guerra de propaganda entre unos y otros, pero demuestran algo que hemos apuntado antes: los pompeyanos presentaban su causa como la de la república y a César como enemigo de ella. Tenían desde luego sólidas razones para hacerlo así, pues contaban con el senatus consultum ultimum de 7 de enero en el que el senado proclamaba solemnemente que la res publica se encontraba en grave peligro por culpa de César (B. Ciu. 5,4 cfr. 2,6). La causa que César defendía no era la res publica49. Si queremos saber cuál era, debemos detenernos tan sólo en lo que él mismo dice al comienzo del bellum ciuile: su dignitas amenazada y la 45Cic.

Att. 8,6 (SB 154), 2; 8, 11C (SB 161C); 8,12B (SB 162B), 1; 8,12C (SB 162C), 3. Es interesante el mensaje que, de parte de Pompeyo, le hacen llegar a César y que éste reproduce en estilo indirecto: cuatro veces menciona la res publica en apenas cuatro líneas (Caes. Ciu. 8,3). 46Cfr. Cic.Att. 9,7C (SB 174C), 2.César, a Opio y a Cornelio, hacia el 5 de marzo del 49 a.C. 47Nihil esse rem publicam appellationem modo sine corpore ac specie, Suet. Iul. 77. 48En contra, L. Morgan, “Levi quidem de re… Julius Caesar as Tyrant and Pedant”JRS87 (1997) 23-40. 49Celio lo dice explícitamente en septiembre del 51: ...Caesariique qui sua causa rem publicam non curent, Cic. Fam. 8,5,3. Contra R. Morstein-Marx, “Dignitas and res publica. Caesar and Republican legitimacy” K.-J. Hölkeskamp, ed. Eine politische Kultur (in) der Krise? Munich, 2009, p.115-140 quien, en p.134, afirma: “Caesar himself claimed to be fighting for, not against the

43

XXIII SNEC – Libro de Actas libertas del pueblo, oprimida por una minoría de senadores (Caes. B. Ciu. 1,7). Cruza el Rubicón en defensa de su posición personal y de la libertad del pueblo, invoca el recuerdo de tres héroes populares, Saturnino y los hermanos Graco, muertos como consecuencia de un SC. idéntico al que ahora se dirige contra él. Dignitas y libertas. Más adelante, después de las campañas de Italia e Ilerda, cuando ambos ejércitos se encuentren frente a frente en la llanura de Farsalia, César recurrirá a uno de sus personajes favoritos, el centurión de inigualable valor, que arenga a sus soldados y les dice: “sólo esta batalla falta; una vez concluida, recuperará nuestro general su dignitas y nosotros, nuestra libertas” (Caes, Ciu. 3,91,2). El círculo se cierra. La enseña con la que César había cruzado el Rubicón, nos la volvemos a encontrar en Farsalia. La reiteración no es inocente y demuestra, en contra de quienes se esfuerzan por borrar la ideología de la guerra civil romana, que aquí libertas no significa algo neutro como “ciudadanía romana” (¿qué sentido tiene para un centurión combatir por la ciudadanía?) sino la libertas populi Romani, en otras palabras, los tribunos de la plebe, la ley como expresión de la voluntad del pueblo, en suma, todo el bagaje ideológico de los populares50. César emplea argumentos específicamente populares, es decir, democráticos. Afirma de modo solemne que reivindica la libertad del pueblo (Caes. Ciu. 1,22,5), y esta misma expresión es la que utilizaban los partidarios de la democracia –de la ciuitas popularis- en el diálogo ciceroniano sobre la república (De re publ. 1,48). No en vano es también la que utiliza Emilio Macro en el discurso agresivamente popularis que Salustio pone en su boca (Hist. 3,48,28M.). Seguramente no es casualidad que en el corpus cesariano el término “senado” aparezca sólo en cinco ocasiones (B. Alex. 67 y 68; B. Afr. 28,2 y 87; B. Hisp. 42) frente a las 24 en que se menciona al populus, algunas con una fuerte carga como un pasaje del B. Afr. (97,1) en el que se dice que los pompeyanos habían tomado las armas contra el populus Romanus. 2. Memoria La tensión ideológica iba acompañada del recuerdo a los muertos, con el que se iba construyendo una memoria propia de los optimates, enfrentada a la de los populares. Era una memoria de sangre y venganza, una fiereza que se entremezclaba con la lealtad que cada uno debía a su causa. En el año 55, Cicerón escribió su primer tratado de una cierta ambición: Sobre el orador. La fecha dramática es el año 91 y los personajes que Cicerón hace intervenir en la obra son optimates, la mayoría asesinados por los populares en los difíciles momentos del 88-86. Sabemos cómo murieron. Marco Antonio (cos. 99), consiguió intimidar con su presencia a los soldados que iban a matarlo hasta que el tribuno Publio Anio cortó la discusión cortándole la cabeza y se la llevó a Cayo Mario. Con él murió otro de los personajes del diálogo, Cayo Julio César Estrabón, igualmente asesinado por los marianistas. El final del tercero de los contertulios, Quinto Lutacio Catulo (cos. 109), fue similar. Se suicidó cuando estaba a punto de ser condenado por un tribunal tras haber buscado en vano la protección del gran Mario, quien rehusó prestársela. No una sola vez sino varias respondió a las súplicas con un tajante “¡que muera!”. Por su parte, el personaje principal del diálogo, Marco Licinio Craso, tuvo la fortuna de morir antes de que estallase la guerra civil. En suma, los protagonistas elegidos por Cicerón para su diálogo dramático lo convierten en monumento a la memoria de los asesinados, en una obra Sobre las muertes de los optimates que, como la del cristiano Lactancio,

Republic, and there is no reason to disbelieve him”, pero los únicos argumentos que aporta son D. C. 41,17,3 y el discurso de Tuberón en Quint. 11,1,80, ninguno de los cuales es “Caesar himself” y Caes. BC 1,2,5, donde no se menciona la res publica. 50K. Raaflaub sostiene que en el discurso de Crastino, libertas equivale a ciuitas, pero no da razones que apoyen su opinión. Cfr. “Caesar the liberator? Factional Politis, Civil Wars and Ideology” en F. Cairn y E. Fantham, Caesar against liberty?Perspectives on his Autocracy, Cambridge, 2003, p.35-67, en p. 57 n.72.

44

XXIII SNEC – Libro de Actas incrimina a sus contrarios. Al comienzo del libro III y hablando en nombre propio, Cicerón hace el elogio póstumo de las víctimas de la discordia civil (de orat. 3,9-12). Si Cicerón rememora en el diálogo Sobre el orador las muertes crueles de optimates admirables, es porque había también una memoria popularis, con sus correspondientes mártires, testigos de un credo que exigía recuerdo y venganza. Esta memoria se expresaba de varias formas, pero una de las más importantes se asociaba a las estatuas erigidas en lugares públicos, sobre las cuales tenemos abundante información literaria. Centraremos nuestra atención en sólo dos de ellas. La primera es una estatua de Escipión Nasica, el asesino de Tiberio Sempronio Graco. El personaje de Lelio, en el diálogo ciceroniano Sobre la república, se queja de que no se haya levantado ninguna estatua de Nasica como recompensa por haber dado muerte al tirano51. Esto se refiere al 129 a.C. la fecha dramática del diálogo, pero este descuido lo corrigió su descendiente, Metelo Escipión como cónsul en un año crucial de la crisis tardorrepublicana, el 52 a.C., el del asesinato de Clodio en el mes de enero. La estatua de Nasica –lo sabemos por Cicerón (Att. 6,1 (SB116), 17)- se alzaba en el Capitolio, no lejos de otra, la del propio Tiberio Graco, que se había colocado allí precisamente porque ése era el lugar donde había sido asesinado por la furiosa turba senatorial acaudillada por el pontífice máximo. La memoria optimate y la memoria popularis frente a frente en el Capitolio de Roma. En algún impreciso momento, a comienzos del siglo I a.C., se colocó también en el mismo lugar un conjunto escultórico de los tiranicidas por antonomasia, es decir, Harmodio y Aristogitón. Este Aristogitón sí ha llegado a nosotros, aunque mutilado. El emplazamiento cobraba sentido como una referencia al final de la monarquía en Roma (lo que ocurrió en el mismo año que en Atenas, según la cronología tradicional), pero también cabía una lectura contemporánea, tal como ha subrayado Coarelli52. Las estatuas de Harmodio y Aristogitón, junto con la de Escipión Nasica recordaban la muerte del tirano, que, en esta lectura indirecta, era inequívocamente Tiberio Graco, precisamente en el año en que se había dado muerte a uno de sus más prominentes herederos políticos: Publio Clodio. 3. Miedo Tiberio Graco frente a su asesino, Escipión Nasica; libertas frente a res publica. Algunos fueron fieles a la causa por encima de cualquier otra consideración, como Marco Junio Bruto, que se presentó en el campamento de Pompeyo a pesar de éste había sido el verdugo de su padre en el 78. Otros optaron por obrar en contra de sus propias convicciones. En agosto del 50, Celio augura que habrá guerra: Pompeyo tendrá de su parte al senado y a los jurados –esta referencia a los jurados será muy importante, como veremos en seguida-; a César lo seguirán, dice Celio, quienes tengan intenciones de destruirlo todo. Sin embargo, él ha decidido seguir a César, porque entre los pompeyanos tiene enemigos declarados: amo causam illam unde homines odi (Cic. Fam. 8,14,2). Más tarde, Celio lamenta esta decisión y en febrero del 48 afirma que muchos seguidores de César se cambiarían de bando si no temiesen la crueldad de los pompeyanos (Cic. Fam. 8,17); de modo semejante a Celio, Asinio Polión alega que tomó partido por César para estar a salvo de sus poderosos enemigos que militaban en el otro bando (Fam. 10,31: marzo del 43). Cicerón, por su parte, teme lo que puedan decir de él los “buenos” si se queda en Italia. No sólo teme este aislamiento sino perder la propia vida: el fantasma de las proscripciones de Sila perturba sus sueños. Aborrece a muchos de los íntimos de César, y sabe bien que él pertenece al bando de los buenos, que es el de Pompeyo. Metelo Escipión temía los juicios (Caes. Ciu. 1,4,3) y en cuanto al supremo cabecilla, al propio César también lo movía el miedo: en efecto, temía que sus enemigos lo llevaran ante los tribunales si perdía la protección que le daba el 51Macr. 52F.

In Somm. Scip. 1,4,2 = Cic. De republ. 6,8 Z. Powell reproduce el texto de Macrobio en nota, no en el texto. Coarelli, "Le Tyrannoctone du Capitole et la mort de Tiberius Gracchus ” MEFRA 81 (1969) 137-160.

45

XXIII SNEC – Libro de Actas cargo de procónsul. Algunos autores modernos han negado esto último, es decir, que César temiese una acusación, porque era improbable que llegara a buen fin y porque no tenemos noticias siquiera de que se estuviese preparando53. Sin embargo, el miedo aparece explícitamente en Cic. Att. 8,9 A (SB 160,2) (nihil malle Caesarem quam príncipe Pompeio sine metu uiuere), en la carta de Celio (Fam. 8,14,2), de modo indirecto en Caes. Ciu.1,85,10 (sine ignominia) y, por supuesto, en el testimonio de Asinio Polión ante el horrendo espectáculo de cadáveres en Farsalia: “Ellos así lo han querido. Después de tantas hazañas, yo, Cayo César, habría sido declarado culpable de no haber pedido ayuda a mi ejército” (Suet. Iul. 30; cfr. Plu. Caes. 1-2). En el principio del libro III del Bellum ciuile, César se esfuerza por resaltar la ilegalidad de los veredictos condenatorios del año 52 (Caes. Ciu. 3,1,4). El cambio en la composición de los jurados y en varios aspectos del proceso había puesto las sentencias en manos de Pompeyo; por eso no es de extrañar que, como afirmaba Celio, los jurados se vayan a poner de su parte cuando estalle la guerra civil. Esto explica sobradamente el miedo de César y de sus partidarios a unos juicios claramente sesgados. Una vez que César entró en Italia, Cicerón empezó sus cavilaciones interminables: ¿César o Pompeyo? ¿Lo seguro o lo honesto? Su lugar está al lado de Pompeyo y del senado y en contra de quienes se han declarado partidarios de César: los peores de la sociedad, la chusma, un hatajo de criminales que sólo quieren la abolición de las deudas para escapar a su destino o la siempre inquieta e insatisfecha plebe urbana, y los tribunos de la plebe con ella, o los jóvenes ansiosos de cambios y novedades, o esos “muertos vivientes” (nékuia), como llama Ático, a los condenados en los juicios del 52 que ahora regresan a la vida acompañando el carro del vencedor54. En las cartas de Tulio, sin embargo, se intuye una realidad distinta, poco acorde con los prejuicios del ilustre senador, porque los publicanos, ricos y respetables, también están con César y en cuanto a los severos campesinos, muchos se cuidan sólo de lo suyo mientras que otros temen a Pompeyo y aman –casi le duele reconocerlo- a César (Att. 8,16 (SB 166), de 4 marzo y 9,13 (SB 180), 4, de 23 de marzo). En los meses siguientes, Tulio apenas duerme. A su mujer y a su hija, que se han quedado en Roma ¿qué les sucederá, cuando la ocupen los bárbaros, los celtas que militan en las legiones de César (Att. 7,13 (SB 136), 3)? Confía en que su yerno Dolabela las protegerá a ambas. Le escribe a Ático casi cada día, para pensar en voz alta, para desahogarse. Relee las cartas de su amigo en busca de consejo y consuelo. Piensa en los ejemplos de antaño, en Hipias o en Camilo llevando la guerra contra su propia patria, en Temístocles, que se negó a hacerlo. ¿Quedarse en Roma soportando al tirano? Ya lo hizo Sócrates, con los Treinta, que ni un pie puso fuera de Atenas (Att. 8,2 (152), 4). Colma a Pompeyo de reproches por su imprevisión, su indigna huida, su indigno plan de invasión de Italia y sus crueles amenazas: “si Sila pudo hacerlo, ¿no voy a poder yo?” –son sus palabras, las de un Pompeyo cuyo ánimo se “asilana” y “proscriptiza” cada vez más desde que, a partir del juicio de Milón, se hizo el amo de Roma (Att. 9,10 (SB 177),2). Todos estos motivos entretejieron una tela que Cicerón y la mayor parte de los aristócratas cosieron y descosieron durante semanas o meses en su angustiosa búsqueda del mal menor, de la difícil conciliación entre lo honesto y lo conveniente. Sabían que una “Ilíada de males se abatiría sobre Italia”, pero debían defender su causa, ser fieles a la memoria de los muertos y vencer sus propios miedos, para decidir desde qué bando contribuirían a la catástrofe. A medio camino entre la vieja res publica y la nueva, entre el senado por una parte y el pueblo, por otra, atrapados en una maraña de

53R.

Morstein-Marx, “Caesar’s Alleged Fear of Prosecution and his ratio absentis in the Approach of the Civil War” Historia56.2 (2007) 159-178 54Cic. Att. 9,10 (SB 177), 7; 9,11 (SB 178), 2; 9,18 (SB 187), 2. Shackleton-Bailey (Cicero’s Letter to Atticus, vol.IV, Cambridge, 1968, p.380) entiende el término referido a los expulsados de la sociedad, que ahora regresan de la bancarrota y la atimía.

46

XXIII SNEC – Libro de Actas favores, obligaciones y resentimientos, los aristócratas romanos se vieron obligados a participar en una guerra civil que, como otras guerras civiles, fue al mismo tiempo una revolución55.

55D.

Armitage, “Every Great Revolution Is a Civil War”, en K. M. Baker y D. Edelstein, eds. Scripting Revolution: A Historical Approach to the Comparative Study of Revolutions, Stanford, 2015, p. 57-68, 269-71.

47

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.