Con los ovarios a cuestas. Algunas observaciones sobre la maternidad en mujeres latinoamericanas migrantes

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25-11-14

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El poder de la cultura. Espacios y discursos en América Latina Universidad de Chile

El poder de la cultura. Espacios y discursos en América Latina

El presente libro compila una selección de las mejores ponencias de la onceava versión de las Jornadas de Estudiantes de Postgrado en Humanidades, Artes, Ciencias Sociales y Educación, organizadas por los estudiantes de postgrado del Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos de la Universidad Chile. Desde perspectivas críticas e interdisciplinarias, distintos jóvenes investigadores ofrecen trabajos que problematizan las distintas dinámicas de la cultura latinoamericana en sus diversos registros. Sus tres secciones, denominadas “Saberes e imágenes en disputa”, “América Latina: movimiento y migraciones” y “Representar en América Latina: colonialidad y modernidad en la construcción de sujeto”, aportan al debate de los estudios culturales latinoamericanos con precisas interpretaciones de textos, imágenes y procesos. Con ello, no solo invitan a repensar el pasado y presente de Latinoamérica, sino que además contribuyen en la necesaria tarea de reimaginar su porvenir y los poderes que allí pueden tener los espacios y discursos de la cultura.

Alejandro Fielbaum, Renato Hamel y Ana López Dietz (Editores)

Alejandro Fielbaum Sociólogo y Licenciado en Filosofía. Docente e investigador. Magíster en Estudios Latinoamericanos, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile. Renato Hamel Licenciado en Historia. Docente e investigador. Magíster en Estudios Latinoamericanos, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile. Ana López Dietz Licenciada en Historia. Magíster en Estudios Latinoamericanos. Estudiante del programa de Doctorado en Estudios Latinoamericanos, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile.

©Alejandro Fielbaum, Renato Hamel y Ana López Dietz (Editores) El poder de la cultura. Espacios y discursos en América Latina Registro de Propiedad Intelectual Nº 247663 ISBN 978-956-19-0885-7 Impreso en Chile por Gráfica LOM

Alejandro Fielbaum, Renato Hamel y Ana López Dietz (Editores)

El poder de la cultura. Espacios y discursos en América Latina

Ediciones Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad de Chile Noviembre, 2014

Índice Índice

Índice

Prólogo 7 SECCIÓN I Saberes e imágenes en disputa Alejandro Fielbaum El poder de las ‘imágenes musicales’. Alcances y límites de un modelo historiográfico Mariana Signorelli Ritual de poder y espacio de tensión en el cine temprano Mónica Villarroel Del misticismo decadentista a la mística revolucionaria. El itinerario de la religiosidad en el pensamiento de José Carlos Mariátegui Pierina Ferretti Tecnocracias en América Latina (1980-2000), ¿hacia un nuevo modo de dominio? Giorgio Boccardo

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SECCIÓN II América Latina: movimiento y migraciones. Ana López Dietz

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La imbricación de las relaciones sociales en el estudio de situaciones migratorias: el exilio de chilenos y chilenas en Francia 113 Yvette Marcela García Con los ovarios a cuestas. Algunas observaciones sobre la maternidad en mujeres latinoamericanas migrantes 135 María Fernanda Stang 5



Problemas de identidad chileno-árabe en El viajero de la alfombra mágica de Walter Garib Maritza Requena de la Torre

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Relaciones e interacciones. El movimiento obrero en Chile y Argentina a comienzos del siglo XX María Francisca Giner Mellado

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SECCIÓN III Representar en América Latina: colonialidad y modernidad en la construcción de sujeto Renato Hamel

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Discursos masculinos en textos coloniales: Etnohistoria andina y Estudios de masculinidad Álvaro Ojalvo

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Las conexiones entre el pensamiento de Alejandro Malaspina y la representación visual de la expedición en la Patagonia (1789-1794) 217 Gabriela Álvarez Imaginarios de infancia en la literatura chilena de primera mitad del siglo XX Claudio Guerrero

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Lecturas en torno a la migración mapuche. Apuntes para la discusión sobre la diáspora, la nación y el colonialismo 261 Enrique Antileo Autores 289

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Con los ovarios a cuestas. Algunas observaciones sobre la maternidad en mujeres latinoamericanas migrantes1 María Fernanda Stang “La categoría de sexo es un nombre que esclaviza”, dice Judith Butler2. Detrás de esta afirmación está su teoría de la performatividad del género. Simplificando en exceso, Butler sostiene que el género no es una consecuencia directa del sexo y, a la inversa, tampoco la sexualidad es la consecuencia directa del género. Concibiéndolos como “dimensiones de la corporalidad”, para Butler ni sexo ni género se expresan o reflejan uno al otro. Lo que hace parecer que sí existe una relación de este tipo entre ellos es una ficción reglamentadora que crea una “coherencia heterosexual”. No hay, desde este enfoque, un o unos géneros, sino una actuación de género, es decir, una actuación repetida de un conjunto de significados establecidos socialmente, y esa ritualización es su forma de legitimación. En la actuación del género femenino, la maternidad es uno de los rituales legitimadores más potentes. Entonces, podría también decirse que la maternidad es un ritual que “esclaviza”3 , y, en el caso de las mujeres migrantes, hay elementos para pensar que con una carga extra de elementos coercitivos. Este artículo pretende hacer una exploración preliminar del espacio que se ubica en el entrecruzamiento de estos campos, a saber, el género, o la actuación de género dentro del dispositivo de desigualdad genérico-se1

Este artículo tiene como una de sus fuentes principales otro trabajo titulado “Saberes de otro género. Experiencias de mujeres argentinas y chilenas sobre emigración calificada y relaciones de género”, surgido de una investigación realizada con el financiamiento del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y la Agencia Sueca de Cooperación Internacional (ASDI), mediante una beca adjudicada en el concurso “Migraciones y modelos de desarrollo en América Latina y el Caribe”, efectuado en 2005. Puede accederse a este estudio en: ‹http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/becas/2005/2005/migra/stang.pdf›.

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Judith Butler, “Actos corporales subversivos”, en El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, México, UNAM/Paidós, 2001.

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Soy consciente, en parte, de las aprehensiones que esta afirmación puede generar, sin embargo, es preciso contextualizarla en relación con el enfoque de la performatividad del género. Y en ese mismo marco debe entenderse también el título de este trabajo (“Con los ovarios a cuestas”), puesto que de lo contrario podría prestarse también a una interpretación biologicista y biologizante del género.

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xual4 de nuestras sociedades, la maternidad y la migración internacional, a partir de algunas consideraciones respecto de un eje que los atraviesa, la clase social. Se realiza una aproximación con cierto interés comparativo entre los hallazgos de una investigación propia sobre las experiencias de mujeres argentinas y chilenas calificadas5 que migraron a destinos extrarregionales –los Estados Unidos, Canadá, el Reino Unidos, España, Italia y Japón– en las últimas dos décadas y algunos elementos surgidos de un corpus de artículos que se han ocupado directa o indirectamente de las vivencias ligadas a la maternidad de mujeres latinoamericanas migrantes en general –es decir, de varios países de la región, con o sin calificación y de distinta pertenencia de clase, aunque en general se centran en las que poseen menos capital, en el sentido bourdiano del término 6 –, tanto hacia destinos intra como extrarregionales. A partir de esta aproximación comparativa es posible conjeturar que, si bien la desvalorización del capital simbólico Cuando se alude al dispositivo de desigualdad genérico-sexual se habla de un conjunto heterogéneo de elementos discursivos y extradiscursivos (instituciones, disposiciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos; proposiciones filosóficas, morales), relacionados mediante un vínculo de naturaleza peculiar (en nuestra formación social histórica, la creación de una ficción heterosexual que vincula sexo y género), y que tiene una función estratégica dominante estrechamente ligada a ese momento histórico (Foucault, 1983:185). Esa función estratégica, en nuestra sociedad actual, es la naturalización de las desigualdades sociales, una función ideológica y política que asegura la reproducción de la sociedad de clases. Lo mismo ocurre con las desigualdades étnicas, ancladas en la “raza” (Stolcke, 1999).

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En la investigación a la que se alude, la calificación se operacionalizó como la posesión de un título universitario. En el artículo surgido de esta investigación, referido en la nota al pie 1, pueden encontrarse detalles de la metodología empleada.

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Entender la noción bourdiana de capital supone comprender primero su idea del “campo: “En un campo están en lucha agentes e instituciones, con fuerzas diferentes y según las reglas constitutivas de este espacio de juego, para apropiarse de las ganancias específicas que están en juego” (Bourdieu, 1990:157). Esas ganancias específicas constituyen la forma de capital propia de ese campo. Entonces, son dos los elementos constitutivos del campo: “la existencia de un capital común y la lucha por su apropiación” (Bourdieu, 1990:19). El campo académico, por ejemplo, está conformado por la lucha entre ciertos agentes e instituciones –alumnos, profesores, investigadores, funcionarios, universidades, carreras, centros de investigación, ministerios, por nombrar sólo los más evidentes–, dotados de fuerzas diferentes, que según las reglas constitutivas de ese espacio del juego social tratan de apropiarse de sus ganancias específicas títulos, calificaciones, autoridad científica, reconocimiento, prestigio, asignación de proyectos, becas, y la conversión de este capital académico en capital económico, asegurada en buena medida.

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que provoca la feminidad es un hecho insoslayable, también es cierta la diferencia objetiva y subjetiva en la experiencia que tienen estas mujeres de la dominación masculina a partir de las desigualdades económicas y culturales que las separan. En este sentido, la pertenencia de clase de las mujeres calificadas opera como una “ventaja objetiva”7. Este posicionamiento comparativo se basa en un supuesto, que es el que liga a las mujeres calificadas con una determinada clase social. En términos generales, la mejor dotada de capital, en sus diversos tipos. Si bien esta asociación podría cuestionarse en algunos aspectos, hay argumentos que la validan. En general, al menos en América Latina, quienes acceden al campo académico son ya poseedores de un capital económico que marca su posición en la estructura de relaciones de la formación social. Sólo a modo de ejemplo, en nuestra región a comienzos de este siglo el 45% de los estudiantes de las instituciones de educación superior provenían de las capas medias de la sociedad, que representaban el 15% de la población (Rama, 2002). Un ejercicio comparativo como el que se propone tiene varias limitaciones8 . Por una parte se habla de mujeres argentinas y chilenas, y por la otra de latinoamericanas en general. Si bien se asume que los colectivos nacionales o regionales constituyen en cierto modo una ficción, también es preciso reconocer que algunos elementos estructurales, e incluso coyunturales, han hecho que los países latinoamericanos se acerquen más que los de otras latitudes en ciertos rasgos y peculiaridades9. Esta “objetividad” no se relaciona con el sentido más usual del término, sino con el modo en que Bourdieu entiende el funcionamiento de la formación social. Para el autor: “existen en el mundo social [...] estructuras objetivas, independientes de la conciencia y de la voluntad de los agentes, que son capaces de orientar o de coaccionar sus prácticas o sus representaciones”, estructuras que pueden ligarse a su concepto de campo, y que son las que se vinculan con esta idea de “ventajas objetivas”. Pero también hay a la vez “una génesis social de una parte de los esquemas de percepción, de pensamiento y de acción que son constitutivos de lo que llamamos habitus” (Bourdieu, 1990:127).

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Es preciso enfatizar que no se propone aquí un trabajo de comparación sistemático, sino que se recurre a la comparación de una forma laxa, como un recurso cognitivo de exploración de la temática (Ariza, 2009). Las implicancias de esta diferencia son importantes, porque de este análisis no se desprenden afirmaciones taxativas, sino sólo conjeturas que exigirían un diseño metodológico ad hoc para poder probarse.

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Las discusiones sobre la existencia de América Latina como una realidad y como un objeto de conocimiento no son novedosas. Sin embargo, adhiero con este análisis, de manera tangencial, a la idea de que es posible pensarla como una unidad de análisis válida, más allá de su heterogeneidad estructural (Ansaldi y Giordano, 2012).

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Otra limitación está dada por el hecho que la investigación recortó con claridad una determinada pertenencia de clase de las mujeres que conformaron el grupo de informantes, a partir de la calificación, mientras que los demás trabajos que se utilizan como contraparte no realizaron este tipo de delimitación, aunque varios de ellos hacen alusiones indirectas que permiten asumir que se trata en muchos casos, como dije, de mujeres con menos recursos de capital. Otro elemento diferencial está determinado por el destino de los flujos migratorios: exclusivamente países de fuera de América Latina en el primer caso, y tanto intra como extrarregionales en el segundo. Esta divergencia también puede tener incidencias significativas, tanto en la experiencia de la maternidad migrante en esos contextos distintos como en la determinación de ciertas características de las propias corrientes migratorias. Sin embargo, las características señaladas en esos trabajos respecto de este segundo grupo de mujeres, así como la coincidencia en varios hallazgos sobre sus experiencias ligadas a la maternidad, permiten asumir que el corpus a partir del que se sugieren algunas líneas comparativas es bastante sólido, al menos en esta primera exploración. Además, las intenciones exploratorias del análisis habilitan el uso de este recurso, aunque no se sustente en un ejercicio sistemático.

Madres de qué clase La experiencia de la desigualdad de género se entrecruza de manera compleja con otras formas de desigualdad (étnica y de clase, entre otras) haciendo que, aunque compartan la desvalorización del capital simbólico que provoca la feminidad, las mujeres vivan la dominación masculina de manera diferente, tanto objetiva como subjetivamente (Bourdieu, 2000). Sin embargo, más allá de estas “distancias”, las vivencias ligadas a la actuación de género que implica la maternidad parecen ser las más decisivas en las trayectorias migratorias de unas y otras, más aún que la pertenencia de clase. En esta línea, la primera gran similitud que se advierte entre estos dos grupos delimitados es el valor preponderante que estas mujeres asignan a su rol de madre en la decisión de migrar, de permanecer en la sociedad de destino o de retornar al país de origen, de modo tal que su maternidad se convierte en un factor decisivo de su trayectoria migratoria, y en el caso de

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aquellas con menor capital, muchas veces constituye la razón detonante del proceso. Uno de los principales hallazgos surgido de la investigación sobre mujeres migrantes calificadas argentinas y chilenas fue que ninguna de las que al momento de emigrar tenía hijos tomó esa decisión por una razón que estuviera ligada directamente a su formación, a menos que esa opción implicara contar con un ingreso de inmediato–es decir, al arribar al país de destino–, mientras que aquellas que no eran madres emigraron en su mayoría para continuar con su formación académica o por una opción laboral potencial en su ámbito de especialización (Stang, 2006). Liliana, una de las entrevistadas, es chilena y había vivido algunos años en la Argentina al momento de decidir emigrar a los Estados Unidos por una oferta laboral concreta para ella, en un puesto que además significaba una importante oportunidad para su carrera científica (una posición posdoctoral), pero el detonante de esa decisión no fue principalmente la continuidad de esa carrera, sino la situación económica que afectaba a la familia debido a la crisis argentina de 2001: “La situación económica en Argentina gatilló el comenzar mi búsqueda de oportunidades de desarrollo profesional. Seguramente si no se hubiera quedado mi esposo sin trabajo, si yo hubiera tenido un buen sueldo y si no se nos hubiera quedado dinero atrapado en el corralito (aún está ahí), no hubiera tomado esta decisión”10 .

Además, su permanencia en los Estados Unidos tampoco está ligada a ese puesto de trabajo, sino a su rol de madre, pues dice que ha pensado que deberán regresar (a Chile) antes de que su niña ya no se quiera ir, porque “[p]ara mí sería imposible pensar en volverme y dejarla acá sola… no podría hacerlo”11. Los hijos son un factor determinante en la decisión de la permanencia o el retorno, ese fue un enunciado que surgió muy claramente en el discurso de las migrantes madres. Sonia, al ser consultada sobre si había pensado alguna vez qué haría si se diera la situación en que su esposo y ella Entrevistas realizadas a Liliana entre marzo y junio de 2006. Justamente por el carácter de “primera fuente” de la investigación financiada por CLACSO y ASDI es que sólo se citan fragmentos de entrevistas de este “grupo” de informantes. Si bien este hecho puede generar una sensación de “desequilibrio”, me pareció pertinente incluirlas considerando que son más escasas las investigaciones específicas sobre mujeres calificadas y género. Los nombres de las entrevistadas son ficticios.

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Entrevistas realizadas a Liliana entre marzo y junio de 2006.

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quisieran volver a la Argentina y sus hijos quedarse en los Estados Unidos, respondía: “Lo pienso todos los días. Por eso es que estamos tratando de tomar una decisión ahora, que los chicos son precisamente ‘chicos’. Ya sabemos de otros que tienen hijos un poquito más grandes, 8 o 9, que no quieren mudarse ni siquiera acá dentro del país. No quieren cambiarse de escuela, no quieren perder los amigos. Por eso es algo que lo tenemos que hacer ahora o nunca... Precisamente en julio vamos a estar por Córdoba para ver cómo están las cosas para nosotros allá...”12.

La decisión de la estancia en el país de destino en función de los hijos es una situación que se repite y “satura” las entrevistas de las migrantes calificadas que los tienen. Es lo que prima en el proyecto migratorio de Viviana, aunque en su caso en un sentido inverso –permanecer durante la etapa de formación de su hijo–: “Lo nuestro es un proyecto a mediano plazo. Queremos que nuestro hijo termine al menos su high school (enseñanza media). Él asiste a una escuela pública, o sea gratis, y con una calidad de educación fantástica. Aparte de la formación educativa formal, también, y de manera importante, está recibiendo una formación focalizada al diseño y la arquitectura (que es el camino elegido por él). Con una infraestructura y materiales de primer orden. Este charter o proyecto alternativo de high scool, es pionero en su línea en este país. Es una oportunidad que en Chile tampoco la tendríamos”13 .

Los argumentos de Viviana traen a un primer plano el sentido en que se producen estos flujos migratorios, es decir, desde países periféricos hacia países centrales, un elemento estructural de esta realidad social que es importante no perder de vista, y que también emerge en el caso de Sandra, en el que la decisión de partir estuvo estrechamente relacionada con la maternidad. Cuando resolvieron emigrar desde Chile a Canadá tanto ella como su esposo estaban sin trabajo, y ella estaba embarazada: “yo siempre había querido irme de Chile pero en el momento en que me aceptaron la visa y tenía los pasajes en la mano, uff, me costó mucho, incluso me arrepentí un poco, pero al final me vine Entrevistas realizadas a Sonia entre marzo y junio de 2006.

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Entrevistas realizadas a Viviana entre marzo y junio de 2006.

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no más, sobre todo porque ya tenía siete meses de embarazo y quería que mi hijo naciera en un lugar decente”14 .

Es básicamente la misma razón por la que decide permanecer en Canadá: “de repente me dan ganas de volver a Chile, pero las oportunidades que hay acá para mis hijos me retienen, ya que como mamá quiero lo mejor para ellos obviamente”. La maternidad es un ritual de la actuación de género que adquiere un carácter decisivo en la trayectoria vital, y por eso también es crucial ante una decisión de vida como la de migrar. El hecho de que ninguna de las que eran madres al migrar tomara esa decisión única y exclusivamente para continuar con su formación obedece a que la construcción social del rol de madre que exige la actuación como mujer en el dispositivo de desigualdad genérico-sexual (al menos el de las sociedades de origen) excluye este tipo de elecciones de entre las opciones posibles para una actuación legítima y legitimada de la mujer y de su rol maternal. Detrás de esta operatoria es posible advertir lo que se ha denominado la “mística de la procreación”, que coloca la reproducción a cargo de la naturaleza o de Dios, y no de las relaciones sociales, y de este modo invisibiliza el costo económico y psíquico que tiene la maternidad para toda mujer (Rosemberg, 2003). Los estudios sobre mujeres latinoamericanas migrantes revisados, en general, también destacan el lugar decisivo que ocupan los hijos en los proyectos migratorios, al punto de considerárselos el motivo de la decisión de abandonar el país, con la expectativa de que tengan “un futuro mejor”15. Y del mismo modo en que ocurre con las mujeres calificadas, tienen una incidencia decisiva en su trayectoria migratoria (Stolz y Hamilton, 2002; Pedone, 2010; Rosas, 2009b; Alvite Sosa, 2011; Verschuur, 2007; Courtis y Pacecca, 2010; Gaudio, 2012; Varela, 2005). Sin embargo, en el modo que adquiere esta influencia en uno y otro grupo se advierten las ventajas objetivas que favorecen a las mujeres con mayor capital. Si bien, como he advertido, para hacer afirmaciones de este tipo sería necesario realizar una investigación con fines específicamente comparativos, una revisión de la literatura sobre el tema muestra que uno de los Entrevistas realizadas a Sandra entre marzo y junio de 2006.

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Iñaki García Borrego, “Familias migrantes: elementos teóricos para la investigación social”, en GIIM (Grupo Interdisciplinario de Investigador@s Migrantes) (coord.), Familias, niños, niñas y jóvenes migrantes. Rompiendo estereotipos, Madrid, Iepala, 2010, 75.

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elementos distintivos de la estrategia migratoria de las mujeres calificadas que tienen un núcleo familiar constituido al momento de desplazarse es que, generalmente, la migración no se piensa en forma individual. En cambio, y debido a las mayores restricciones que deben afrontar para el ingreso a los países de destino –sobre todo si se trata de destinos extrarregionales–, sus salarios más bajos y las especificidades regulativas de sus puestos de trabajo, entre otros factores, las mujeres migrantes no calificadas tienden a desplazarse de modo solitario, y su estrategia más bien consiste en mantener a su familia en el país de origen y enviarle remesas, aunque a veces ese desplazamiento solitario inicial es el primer paso de una estrategia de relocalización familiar de más largo plazo (Raghuram y Montiel, 2003). De todos modos, esto se ha visto dificultado por el aumento de las restricciones para la reagrupación familiar en los países de destino, a partir de la crisis económica que varios de ellos están atravesando. Como sostenía en el informe de la investigación publicado en 2006, este es uno de los puntos en el que la intersección entre calificación y pertenencia de clase se condensa: “La migrante calificada puede ‘aspirar’ a conseguir un puesto de trabajo con mejor paga, este es uno de los ‘derechos’ que viene asociado con el título (…). Además, por una suerte de ‘endogamia de clase’, sus parejas también son generalmente profesionales. Y otro factor que les es favorable es la selectividad educativa de las legislaciones migratorias de los países centrales”16 .

Por estas razones, las madres con menor capital tienden a transnacionalizar su maternidad, con los “costos” que eso significa para ellas, sus hijos, sus parejas y su familia ampliada. Aquí es necesaria una digresión respecto de lo que se entiende por esta transnacionalización de la maternidad, o, más ampliamente, por “familia transnacional”. La idea más común a la que remite esta noción es la que considera que “los campos sociales transnacionales… conectan actores, por medio de relaciones directas e indirectas, a través de fronteras”17. De Stang, María Fernanda, “Saberes de otro género. Emigración calificada y relaciones intergenéricas en mujeres argentinas y chilenas”, Informe final del concurso: Migraciones y modelos de desarrollo en América Latina y el Caribe. Programa Regional de Becas CLACSO, 2006, 18.

16

Peggy Levitt, “Los desafíos de la vida familiar transnacional”, en GIIM (Grupo Interdisciplinario de Investigador@s Migrantes) (coord.), Familias, niños, niñas y jóvenes migrantes. Rompiendo estereotipos, Madrid, Iepala, 2010, 19.

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este modo, las familias transnacionales se distinguirían por la separación geográfica de sus miembros, “que mantienen entre sí relaciones materiales y simbólicas caracterizadas por las solidaridad, los vínculos afectivos, el sentimiento de unidad, aun permaneciendo alejados los unos de los otros durante mucho tiempo”, y porque esa dispersión determina la forma en que esas familias desarrollan las actividades para su reproducción18 . A pesar de su separación física, estas familias serían capaces de crear vínculos que les permitirían a sus miembros sentirse parte de una unidad y percibir su bienestar desde una dimensión colectiva (Parella y Cavalcanti, 2010). También se señala que la separación que caracteriza a estas familias no es sólo espacial, sino también temporal, y que en ellas la tensión entre la esfera productiva y la reproductiva que se escenifica en la familia se proyecta espacial y temporalmente. Pero también se advierte que la transnacionalidad de la familia no supone necesariamente la dispersión espacial de sus miembros, puesto que pueden moverse juntos por el espacio internacional (García Borrego, 2010). En el caso de las mujeres calificadas del Cono Sur, esta parece ser la forma que más usualmente adopta la migración cuando existe un núcleo familiar constituido. A pesar de lo acertado de este señalamiento, también es real que, al menos para el modo en que se concibe la actuación de género de la maternidad en las sociedades latinoamericanas, no es lo mismo una maternidad transnacional en la que madre e hijo se desplazan juntos que aquella en la que el hijo debe permanecer en el país de origen y es la madre la que emigra, y, por lo tanto, cuando se habla aquí de transnacionalizar la maternidad, y de sus “costos”, se está pensando concretamente en esta segunda forma de desplazamiento. Y esos “costos” económicos, psicológicos y sociales más altos que deben afrontar las mujeres migrantes con menos capital hablan de la ventaja objetiva que favorece a las mujeres calificadas, por su pertenencia de clase. Esta desventaja estructural hace que la relevancia del rol de madre en la trayectoria migratoria se materialice de otras maneras. Una de ellas, como decía, es la migración solitaria para enviar remesas, o para ahorrar y luego retornar, o bien la migración escalonada, con la esperanza de una reunificación en el país de destino que muchas veces se dilata temporalmente (Gil Chandra Talpade Mohanty, “Bajo los ojos de occidente. Academia Feminista y discurso colonial”, en Liliana Suárez Navas y Aida Hernández (editoras), Descolonizando el Feminismo: teorías y prácticas desde los márgenes, Madrid, Cátedra, 2008, sin número de página.

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Araujo, 2010), y que se hace cada vez más difícil con las nuevas restricciones normativas que han surgido a partir de la crisis que atraviesan varios de los principales países de destino de la migración latinoamericana. En la literatura revisada se advierte la forma en que operan e interactúan el dispositivo de desigualdad genérico-sexual y la clase, de modo tal que la construcción social de la maternidad y los condicionamientos estructurales de la pertenencia de clase inciden diferencialmente en la trayectoria migratoria de las mujeres con menos capital, aunque siempre con la misma premisa de sustento: es en la mujer en quien recae la mayor responsabilidad respecto de los hijos y no se trata de un mandato, sino de una materialización del habitus. Una de las investigaciones revisadas encontró que las mujeres ecuatorianas residentes en España tienden más que sus compatriotas hombres a elaborar su proyecto migratorio en función de la permanencia en Europa a largo plazo, y procuran reagrupar a sus hijos antes que los hombres: “Las razones de esta diferencia remiten una vez más a los papeles que juegan unas y otros en la reproducción de las familias: ellas tienen que cuidar de sus hijos y sufren más presiones familiares para hacerlo, pues se entiende que esa es su tarea principal en la unidad familiar. Además, dado que piensan en la reproducción del grupo familiar más que en un proyecto migratorio personal, las mujeres elaboran estrategias más a largo plazo, pensando sobre todo en las ventajas que tiene para sus hijos vivir en un país socio-económicamente más desarrollado”19.

El mismo hallazgo surgió de un estudio sobre salvadoreños y guatemaltecos en Los Ángeles (Estados Unidos), que mostró que las mujeres con hijos en ese país planeaban permanecer allí más que los hombres, y que en general: “La localización de los hijos es una de las determinantes más importantes de los planes para permanecer o retornar”20. En el flujo de peruanos hacia el Área Metropolitana de Buenos Aires, Rosas (2009b) halló que cuando la esposa migró antes que el varón, la reunificación familiar se produjo más rápido, puesto que los hijos menores no pueden migrar Iñaki García Borrego, Op. Cit., 70.

19

Norma Stolz y Nora Hamilton (2002), “Género, motivaciones para migrar y el deseo de retornar: similitudes y diferencias entre mujeres y hombres salvadoreños y guatemaltecos en Los Ángeles”, en Estudios Centroamericanos, Año LVII, 648, El fenómeno de la migración en El Salvador y política migratoria del gobierno. Número Monográfico, Universidad Centroamericana José Simón Cañas, 2002, 943.

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solos, y generalmente viajan acompañados de los padres. De este modo, “la ‘necesidad maternal’ de apresurar la reunificación con la prole explica también la mayor rapidez con que ellas se encuentran con los esposos”21. También se ha comprobado que las mujeres están menos inclinadas a migrar en los primeros años reproductivos o cuando tienen un hijo lactante (Rosas, 2009a). Entonces, si bien en ambos grupos la construcción social de la maternidad es determinante para la trayectoria migratoria, en el caso de las mujeres con menor capital, su pertenencia de clase dificulta en gran medida la actuación “legítima” de género en este aspecto.

Desigualdades desiguales Otro de los resultados de la investigación acerca de las migrantes calificadas, que no es novedoso pero no deja de ser sugestivo, es que del mismo modo que en la trayectoria de migración, la maternidad es el eje central de su vida cotidiana en el contexto migratorio, y de un modo que perpetúa la dominación masculina en las relaciones de poder entre los géneros (o la actuación normada de género): “Aprendes a ser el sostén en la vida cotidiana, si bien mi marido aporta lo económico, su amor y comprensión. A la mujer le toca aportar el mayor apoyo a los hijos durante gran parte del día, ser el nexo con la vida cotidiana, saber a quién/dónde recurrir cuando necesitas algo, buscar actividades para hacer en familia...”22.

Esto decía Ana, que migró desde Argentina a España por una propuesta de trabajo para su esposo, de origen español. Ella trabajaba en Buenos Aires, y al decidir la partida la empresa en la que estaba empleada le ofreció un puesto semejante en Madrid, pero no lo aceptó porque el horario era más extenso y eso, sumado al tiempo que le tomaría desplazarse hasta la oficina, implicarían ver muy poco a su hijo –de un año y medio por entonces– durante la semana. No por normalizado es menos notorio el hecho de que la entrevistada contraponga todo lo que hace a diario en el hogar con el “aporte económico” de su esposo. Como dice Bourdieu: Carolina Rosas, “Migración y relaciones conyugales desde un enfoque de género: de Perú a la Argentina, entresiglos”, VIII Reunión de Antropología del Mercosur, GT 26: Migrações, Identidades e conflitos, 2009, 4.

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Entrevistas realizadas a Ana entre marzo y junio de 2006.

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“El hecho de que el trabajo doméstico de las mujeres no tenga una equivalencia monetaria contribuye a devaluarlo, incluso ante sus propios ojos, como si ese tiempo sin valor mercantil careciera de importancia y pudiera ser dado sin contrapartida, y sin límite, en primer lugar a los miembros de la familia, y sobre todo a los niños”23 .

Aún en los países con sistemas económicos “más complejos”, hay un núcleo de actividades básicas que permanece en el ámbito doméstico: las tareas cotidianas de transformación de los bienes para el consumo final y los servicios personales ligados al mantenimiento diario y generacional de la población –limpiar, preparar las comidas, cuidar a los niños, la higiene personal, entre otras–. Y es en este ámbito de las relaciones cotidianas en el que “se construyen y se recrean los mecanismos de perduración de las identidades y relaciones de género, con toda su trama de asimetrías de poder, que permanecen socialmente invisibles detrás del velo de la privacidad del ámbito doméstico”24 . Por eso, a pesar de que con la expansión de la economía capitalista, las mujeres participan cada vez más en las actividades productivas y en la circulación de los recursos –de hecho, la feminización de la mano de obra ha contribuido a la constitución de la economía capitalista de modo sistemático–, al no haberse modificado las relaciones patriarcales en la familia tienen que afrontar una mayor carga de trabajo (Jelin y Paz, 1992), porque ese núcleo básico de actividades del hogar sigue dependiendo de ellas. Y si bien es cierto que la transformación de la división intradoméstica del trabajo entre los géneros socialmente instituidos es más difícil de lograr en los sectores con menores recursos de capital 25, también se resiste en aquellos mejor dotados de él, según surgió del análisis del corpus de las entrevistas realizadas para la investigación sobre migrantes calificadas: “Por más que trabaje 10 horas los quehaceres domésticos son para mí. Aunque mi marido colabora, tengo que pedirle que haga esto o aquello, no le nace de él”, decía Paola 26 . Pierre Bourdieu, La dominación masculina, Barcelona, Anagrama, 2000, 122.

23

Elizabeth Jelin y Gustavo Paz, “Familia / género en América Latina: cuestiones históricas y contemporáneas”, en Internacional Union for the Scientific Study of Population, El poblamiento de las Américas. Actas Volume 2, Veracruz, México, 1992, 50.

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Básicamente, porque es más difícil contar con recursos para pagar un apoyo externo en estas tareas, apoyo que de todas maneras suele recaer en otras mujeres.

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Entrevistas realizadas a Paola entre marzo y junio de 2006.

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Es decir, este cambio se resiste incluso ante mujeres que han adquirido un capital académico –que como sabemos, tiene la capacidad de reconvertirse en otros campos de la formación social, como el económico por ejemplo–. Pero, de todas maneras, la posesión de ese capital, junto con el nuevo contexto de la sociedad de residencia, que en general tiende a ser más igualitario en términos de relaciones entre los géneros27, permiten ciertos corrimientos favorables a las mujeres en estas relaciones, al menos en el ámbito hogareño. Victoria por ejemplo, una chilena que llegó a los Estados Unidos para hacer un doctorado y después se casó con un hombre del país de destino, con quien tuvo un bebé, decía que su marido era un apoyo constante: “me ayuda en la casa con la limpieza, lava la ropa, va al supermercado, me ayuda a cocinar, a cuidar a mi hijo”28 . Otras de las entrevistadas, con parejas del país de origen, también experimentaban este cambio, aunque expresaban que los hombres vivían esta situación con cierta incomodidad. Poseer ese capital académico les otorga a las mujeres calificadas ciertas herramientas de negociación que las favorecen respecto de aquellas que no lo tienen, y el mayor “derecho de exigibilidad” de colaboración frente a la pareja es una de ellas (Stang, 2006). También, en teoría, les brinda la posibilidad de pagar una ayuda externa para esas tareas, que casi exclusivamente recaen en otras mujeres. Sin embargo, en este punto tiene una incidencia determinante el contexto migratorio: la mayoría de las migrantes calificadas con hijos aludió a la dificultad que supone el elevado costo de las niñeras, las guarderías o el personal doméstico en los países en los que residen: “No es fácil conseguir niñera y además es muy caro”29, decía Marcela. Como su marido tenía un buen ingreso, que les permitía mantenerse sin problemas, ella había optado por no trabajar para cuidar a sus hijos; de todas maneras, planeaba hacerlo con una modalidad free lance cuando obtuviera el permiso de trabajo, y eso para continuar a cargo de ellos. Fueron Al menos es la percepción que surge mayoritariamente del análisis de las entrevistas, y también lo que muestra la comparación del índice de igualdad de género (IDG) entre los países de destino y los de origen considerados. El IDG mide el logro en las mismas dimensiones y con las mismas variables que el Índice de Desarrollo Humano (IDH), pero tomando en cuenta la desigualdad de logro entre mujeres y hombres. Si bien se reconoce la arbitrariedad en la construcción de este tipo de indicadores, no deja de ser un indicio si se lo suma a las experiencias subjetivas de las entrevistadas.

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Entrevistas realizadas a Victoria entre marzo y junio de 2006.

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Entrevistas realizadas a Marcela entre marzo y junio de 2006.

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varios los casos del grupo de entrevistadas en que la reinserción laboral se pensaba en función del cuidado de los hijos. Ana, por ejemplo, decía que: “Mi idea es hacer algo part-time pero dentro de un año, ya que estoy esperando un bebé para el próximo mes”30. Sandra, que es diseñadora integral, planeaba estudiar para ser profesora de jardín de infantes en Canadá, de modo que los horarios de trabajo y las vacaciones les coincidieran con los de sus hijos31. Otro aspecto en el que se manifiesta el contexto migratorio en este ritual de la maternidad propia de la actuación de género como mujer es en la imposibilidad de recurrir a la familia extensa para la ayuda con las tareas de reproducción. Este enunciado fue muy nítido en el corpus discursivo de las mujeres calificadas, esta dificultad adicional que implica estar lejos de otras mujeres de la familia, que suelen prestar colaboración en estas tareas sin exigir una retribución económica: “Es duro ser mamá y trabajar en otro país. No se tiene a la madre cerca para ayudar a quedarse con los niños en ciertas ocasiones, no se tiene a la hermana para compartir cosas de los niños, experiencias, dificultades... Además, tanto en Chile como en Argentina, no es accesible para mi nivel económico el tener empleada en casa para cuidar a los niños y limpiar la casa, cocinar, etc. Entonces, después de trabajar todo el día, buscar a mi hija al jardín, llegamos a casa y debemos repartirnos con mi esposo para cocinar, jugar con nuestra hija, ordenar la casa, etc. Cuando los niños se enferman, es duro porque hay que llevarlos al doctor o a la emergencia (que es muy lenta) y después hay que faltar al trabajo para cuidarlos en casa, etc. Para los niños es duro no tener primos cerca ni abuelos ni tíos”32, decía Liliana.

Las mujeres migrantes con menos capital también enfrentan esta manifestación del dispositivo de desigualdad genérico-sexual, pero con las dificultades que además implica su pertenencia de clase. Las que dejan a sus hijos en el país de origen generalmente lo hacen al cuidado de sus madres, hermanas o alguna otra mujer ligada a ella por lazos familiares. Pero como bien plantea García Borrego (2010), no debe pensarse este intercambio de favores y servicios entre mujeres de una misma familia como una idílica solidaridad femenina, puesto que esta mirada invisibiliza los potencia Entrevistas realizadas a Ana entre marzo y junio de 2006.

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Entrevistas realizadas a Sandra entre marzo y junio de 2006.

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Entrevistas realizadas a Liliana entre marzo y junio de 2006.

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les conflictos latentes en esta relación de poder, en la que “los hijos de la emigrante actúan como prenda u objeto valioso que esta deja en depósito, quedando así obligada al cumplimiento de su parte del acuerdo establecido entre ellas”33 . Si quedan al cuidado de sus padres, estos generalmente asumen la paternidad emocional, pero no suelen implicarse en el trabajo doméstico y de cuidado, que es desempeñado por otras mujeres de la familia extensa (Parella y Cavalcanti, 2010). Las que los llevan consigo tienen aún menos posibilidades que las mujeres calificadas de pagar una ayuda externa, y tampoco pueden recurrir al círculo familiar para obtener colaboración. Pero, además, dado que muchas de ellas basan su inserción en el mercado laboral del país de destino en una disponibilidad casi total para el trabajo, tienen jornadas muy extensas, que sumadas a los desplazamientos, les dejan muy poco tiempo para compartir con sus hijos y ocuparse de ellos y de las tareas domésticas que “naturalmente” les corresponden (Gil Araujo, 2010). Cuando optaron por una migración escalonada, al momento de la reunificación suelen aparecer conflictos con los hijos debido a su ausencia de la vida cotidiana de los niños durante un largo tiempo: “Los niños echan de menos a las personas que los cuidaron y les recriminan a sus padres, y en particular a las madres, sus ausencias como si fueran abandonos”34 . A pesar de todas estas dificultades, tanto en las entrevistas con mujeres calificadas como en aquellos estudios que se ocupan de las que no lo son se advierte que muchas de ellas sienten que vivir en sociedades donde las relaciones de poder entre los géneros son más igualitarias las ha beneficiado, en el sentido que las ha colocado en mejor posición para negociar la carga de la reproducción, o bien para asumir un rol más protagónico en la esfera productiva, y por lo tanto en las decisiones sobre el uso de los recursos35. Iñaki García Borrego, Op. Cit., 71.

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Sandra Gil Araujo, “Políticas migratorias, género y vida familiar. Un estudio exploratorio del contexto español”, en GIIM (Grupo Interdisciplinario de Investigador@s Migrantes) (coord.), Familias, niños, niñas y jóvenes migrantes. Rompiendo estereotipos, Madrid, Iepala, 2010, 86.

34

Aunque recurro a la distinción entre la esfera productiva y la reproductiva, porque entiendo que es una categorización que le permite a estas mujeres inteligir su la experiencia cotidiana, soy consciente que esa separación es parte de las oposiciones binarias que instituye el dispositivo de desigualdad genérico-sexual, a partir de la principal de ellas: hombre-mujer.

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En este sentido, otro de los enunciados que pudo recortarse con claridad en el discurso de las madres migrantes calificadas, tanto las que estaban trabajando como las que planeaban hacerlo, es que en este nuevo contexto social tenían más oportunidades para conciliar su rol de madre y el profesional: “aquí tengo un horario muy bueno, yo conseguí un puesto donde no se trabaja exageradamente. En realidad una madre goza de muchas ventajas aquí, las licencias por maternidad son más largas y las podés usar durante varios años, además los niños están más tiempo en la escuela (8 a 16), o sea que el tiempo que pasan sin la mamá en casa es muy corto, una madre trabajadora por lo general a las 17 ya terminó de trabajar”36 , contaba Carina, una argentina que reside en Italia.

Sin embargo, estos beneficios son aparentes. La idea no es cuestionar logros como licencias por maternidad más largas o controles legales sobre la paridad en la asignación de puestos a hombres y mujeres, entre otras regulaciones que se aplican para “asegurar” coercitivamente esta “mayor igualdad”. Pero lo cierto es que, en general, las mujeres reciben peores ingresos que los hombres en igualdad de condiciones, consiguen puestos menos elevados con títulos idénticos, proporcionalmente están más afectadas por el desempleo y la precariedad laboral, y ocupan con mayor frecuencia los empleos a tiempo parcial, que las excluyen de los juegos de poder y de las perspectivas de ascenso (Bourdieu, 2000). Eso se verifica también en estos países con relaciones entre los géneros “más igualitarias”. Carina por ejemplo tiene tres chicos, y cuando evaluaba las pérdidas que había implicado para ella el proceso migratorio, señalaba la falta de ayuda doméstica “para poder dedicar más energías al trabajo, y poder acceder a puestos dirigenciales (por falta de tiempo y energías)”37. Numerosos estudios sobre mujeres migrantes en general –es decir, calificadas o no– coinciden en este hallazgo respecto de las ventajas que sienten que el contexto migratorio les ofrece: muchas señalan esta sensación de “empoderamiento”38 en la sociedad de destino, tras la migración. Aludiendo al caso de las ecuatorianas en España, por ejemplo, Pedone sos Entrevistas realizadas a Carina entre marzo y junio de 2006.

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Entrevistas realizadas a Carina entre marzo y junio de 2006.

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Véase en el artículo surgido de la investigación financiada por CLACSO y ASDI, mencionado en la nota al pie 1, una discusión sobre las debilidades de la noción de empoderamiento.

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tiene que uno de los atractivos para permanecer en Europa se vincula con la renegociación de las relaciones de pareja que puede lograrse durante este proceso (citado por García Borrego, 2010). Rosas, en sus estudios sobre peruanas en Buenos Aires, encontró situaciones semejantes: “El análisis cualitativo… documentó que las adultas experimentan en la posmigración aún más transformaciones en su autoestima, así como en su capacidad y posibilidad de modificar dimensiones de su vida al interior del hogar y frente a su pareja”, “[c]asi todas coinciden en que ahora se sienten más fuertes y con mayor capacidad de decisión”39. Gil Araujo también registró estas vivencias en migrantes residentes en España: en las entrevistas ellas señalaban cambios importantes en sus relaciones familiares a causa de la migración, ligados al reparto de las tareas domésticas, la gestión del dinero o la adopción de decisiones. Comentaban que habían logrado que los hombres asumieran parte de las tareas domésticas y el cuidado de los hijos. Pero, como señala acertadamente la autora, esta imagen de la migración de mujeres del sur hacia el norte como un proceso de empoderamiento se basa en una concepción estereotipada de estas mujeres, percibidas como sumisas, dependientes, atrasadas y apegadas a pautas tradicionales. Además, se sustentan en una imagen del desplazamiento como un paso hacia la modernización. Pero lo que ocurre difícilmente puede ser leído en la forma de una emancipación: “En la migración las mujeres con cargas familiares suelen ser las principales responsables por la subsistencia de las familias tanto en origen como en destino. Tienen bloqueado el ingreso a puestos de prestigio, no importa cuál sea su cualificación. Los sectores laborales a los que acceden suelen estar por debajo de su nivel de formación y representan una inserción laboral descendente. Tienen largas jornadas laborales (de hasta doce y catorce horas), lo que repercute negativamente en su salud”40 .

La lectura comparativa permite advertir las vivencias comunes ligadas a la encrucijada entre la producción y la reproducción, tensionada por la situación migratoria. Pero los canales que encuentra esta tensión para aliviarse (o no) difieren según la pertenencia de clase de las migrantes. Entre las madres calificadas entrevistadas, Nadia por ejemplo decía que ella se “autolimitaba” en los trabajos que estaba dispuesta a tomar: “cuando uno Carolina Rosas, Op. Cit., 5.

39

Sandra Gil Araujo, Op. Cit., 89.

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es madre se le cambian las prioridades. Yo hoy no tomaría un trabajo que me implique viajar continuamente, trabajar largas horas o trabajar los fines de semana. Y antes de ser madre lo hacía”41. Aquellas que habían dejado de trabajar para cuidar a sus hijos, o que habían postergado su ingreso al mercado laboral por el mismo motivo, construían la explicación de esa decisión como una opción lógica o una decisión, pero eso no invalida el hecho que se vean compelidas a optar porque está instituido que las tareas ligadas a la maternidad les corresponden. Verónica emigró desde Argentina a los Estados Unidos por una oferta laboral para su pareja. Trabajaba antes de emigrar, pero al llegar hizo tareas de voluntariado porque no dominaba el idioma. Luego quedó embarazada y dejó de trabajar por cinco años, para ocuparse de la crianza. Al momento de responder la entrevista había vuelto a trabajar, y decía: “La decisión de quedarme en casa fue mía. Y al principio estaba contenta, a pesar del aislamiento que representa me sentía bien. Pero ya los últimos años necesitaba otra cosa, un tiempo para mí, en el que no fuera mamá solamente. Ahora los dos están más grandecitos [se refiere a sus hijos], los dos van a la escuela, y con mi esposo hemos acomodado los tiempos, él va a trabajar a la mañana y vuelve a las 3 de la tarde, y yo voy a trabajar de 4 a 7 más o menos. De esta manera no necesitamos dejar a los chicos con otras personas aparte de la escuela. Pero eso lo podemos hacer porque tenemos la flexibilidad de la que hablé antes, en nuestros trabajos podemos hacer esos arreglos”42.

En varios de los casos el buen ingreso de la pareja se señalaba como un factor importante al momento de tomar esta decisión, y esta es otra de las aristas en las que se materializa la pertenencia de clase. En el testimonio de Verónica también aparece un elemento distintivo del modo en que las mujeres calificadas experimentan la encrucijada entre trabajo y maternidad –o más ampliamente, entre tareas productivas y reproductivas–, y que tiene que ver con las expectativas de logro que el paso por el campo académico ha “encarnado” en su habitus, expectativas que se colocan en otros espacios vitales, además del familiar –“necesitaba otra cosa, un tiempo para mí, en el que no fuera mamá solamente”–. Ana, que había rechazado el puesto de trabajo en Madrid que le ofrecía la empresa en la que trabajaba en Buenos Aires para poder cuidar a su hijo, contaba que Entrevistas realizadas a Nadia entre marzo y junio de 2006.

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Entrevistas realizadas a Verónica entre marzo y junio de 2006.

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había aprovechado ese tiempo fuera del mercado laboral para compartir con él, estudiar idiomas y seguir investigando en temas vinculados a su formación, ya que la empresa en la que trabajaba su marido le asignaba un presupuesto para continuar capacitándose y facilitar de ese modo su reinserción laboral. Sin embargo, pensaba que el no trabajar la hacía retroceder profesionalmente, y que “hay concesiones internas importantes que tiene que hacer la mujer universitaria con estudios de postgrado y que deja de ser independiente económicamente. […] A veces añoro gastar el dinero generado con mi propio esfuerzo laboral como hacía en Argentina. Pero pienso que en estos momentos ocuparme de mi hijo es más gratificante que estar trabajando en una oficina con un horario extenso”43 .

En las mujeres con menos recursos de capital, el dilema, en general, no pasa por tener que renunciar al desarrollo profesional para dedicar más tiempo a los hijos, porque el proyecto migratorio está usualmente ligado a la inserción en el mercado laboral, no es una opción, y la variable dependiente pasa a ser la esfera reproductiva, y dentro de ella, la organización familiar y la maternidad. Además, el problema de la conciliación entre la dimensión productiva y la reproductiva está ausente, no casualmente, del debate respecto de las mujeres migrantes en los países de destino, lo que “permite corroborar que la presencia inmigrante es pensada sólo como fuerza de trabajo. Sobre todo si tenemos en cuenta que el trabajo de las mujeres migrantes es el principal instrumento de conciliación laboralfamiliar para muchas familias (¿mujeres?) españolas”44 . En el proceso de reproducción, hay permanentemente un proceso de producción oculto (Rosemberg, 2003), o deliberadamente ocultado. Y en las mujeres con menos recursos de capital, está completamente invisibilizado, como si sólo la legitimación académica pudiera habilitar las “pretensiones femeninas” de desarrollo en la esfera productiva.

Familiarmente político… Aunque en muchos casos tiende a hacérselo –por ejemplo, cuando se los alude como “colectivo”–, no es posible pensar que la población inmigrante está desprovista de jerarquías y formas de diferenciación social (Sa Entrevistas realizadas a Ana entre marzo y junio de 2006.

43

Sandra Gil Araujo, Op. Cit., 91.

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yad, 1998). Existen estructuras objetivas que determinan las relaciones de fuerza que se enfrentan en cada campo de la formación social, y que en el ámbito de las migraciones generan desigualdades entre hombres y mujeres, entre mujeres nativas y mujeres inmigrantes, y entre las propias mujeres migrantes –entre muchas otras–. En este artículo se buscó explorar, de manera preliminar y no sistemática, un aspecto de estas últimas, puntualmente, las diferencias en las formas de actuación de género ligadas a la maternidad de las mujeres migrantes latinoamericanas que implica la pertenencia a una determinada clase social. Si bien la primera de las investigaciones considerada como fuente fue de carácter exploratorio –es decir, se trata de una primera aproximación al tema que no pretende extraer conclusiones acabadas sino más bien abrir líneas de investigación para el futuro–, y para arribar a conclusiones sólidas sería preciso realizar un estudio concebido desde su génesis con propósitos comparativos, esta aproximación preliminar permite recortar con claridad dos ideas básicas sobre el tema: que, para las mujeres migrantes latinoamericanas que tienen hijos, la actuación de género ligada a la maternidad es decisiva y, en gran medida, determinante de su trayectoria migratoria, más allá de su pertenencia de clase. Sin embargo, esa pertenencia incide de manera fundamental en la forma que toma esta trayectoria, con desventajas significativas para aquellas que poseen menos recursos de capital. Si “[l]as estructuras familiares tienen una naturaleza política” (Talpade Mohanty, 2008), es preciso preguntarse qué clase de sociedad es la que construye este tipo de desigualdades: la desigualdad entre hombres y mujeres que impone el dispositivo genérico-sexual, la desigualdad entre las mujeres nativas y las inmigrantes, y la desigualdad de clase entre las propias mujeres migrantes. Y sobre todo, qué propósitos se busca con esa construcción. En principio, puede aventurarse que el objetivo, intencional pero no subjetivo –como aclaraba Foucault–, es naturalizar las desigualdades en las que se funda la formación social capitalista, para asegurar su reproducción.

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