CÓMO EL NACIONALISMO CATALÁN NO ES UN COMPLEJO DE INFERIORIDAD.

August 16, 2017 | Autor: Sergio Cadena | Categoría: Comportamiento Humano
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Descripción

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NACIONALISMO Y COMPLEJO DE INFERIORIDAD UN ESBOZO DE ANÁLISIS COMPORTAMENTAL SOBRE EL SENTIMIENTO NACIONALISTA CATALÁN

SERGIO EMILIO CADENA ANTOLÍNEZ Ph. D.

2012

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Contenido Prólogo: 1.- ¿Qué era eso del catalanismo y el nacionalismo catalán? 2.- Nacionalismo y elecciones 3.- Antecedentes teóricos

3 6 10

I. Libre asociación preliminar. 1.- Movimiento e inconsciente ¿realidades o ficciones? 2.- Inconsciente y comunidades. 3.- Comunidades y sentimiento de comunidad.

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II. Antecedentes traumáticos 1.- Los hechos traumáticos. 2.- Los catalanes traumatizados 3.- La persistencia del recuerdo traumático.

20 21 24

III. La situación actual y las perspectivas. 1.- Masa y nación. 2.- Opciones catalanas. 3.- ¿Sentimiento o complejo de inferioridad?

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IV. ¿Hacia dónde va la nación catalana?

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Referencias

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Prólogo. 1.- ¿Qué era eso del catalanismo y el nacionalismo catalán?

De no haber sido por Serrat, yo no hubiera tenido mayor noticia del asunto. Siempre hubo temas más importantes para ocupar la cabeza. La guerra fría, por ejemplo, con todas las ojivas nucleares gravitándonos. O las dictaduras latinoamericanas, la liberación femenina y juvenil, la legalización del aborto y aún la disyuntiva entre consumir o abstenerse del LSD afectaban intensamente nuestra cotidianeidad, dejándonos poco espacio para preocupaciones menos tangibles, como podían ser las trabas lingüísticas padecidas por los ciudadanos menos arruinados de España. No hace mucho, cincuenta años quizás, andaban tan mal los godos que por cualquier peso, bolívar o sol de oro le daban a uno un kilo de pesetas. Era razonable, entonces, creerlos ocupados en la tarea común de librarse de las dificultades económicas y no pensando en la conveniencia de despedazar su país. Además, en el cole, nos enseñaron que los españoles eran todos lo mismo, así se hablaran dialectos, no idiomas, en algunas provincias. ¿Qué importancia podría tener, por tanto, que algún reglamento obligase a los catalanes a hacer memoriales en el idioma nacional y no en el dialecto provincial? Pero entonces apareció el cantautor y nos manipuló. Porque al comienzo se dio a la tarea de resucitar a los poetas de la República, a contarnos, con nueva música, las miserias del niño yuntero y a recordarnos que no hay camino, se hace camino al andar. Con todo esto consiguió nuestra simpatía y nos puso en estado de indefensión, al punto de obligarnos a escucharlo hablar de su patria pequeña y fronteriza, tan conquistada por los castellanos como México o Perú, pero a diferencia de ellos, todavía sin independizar. Luego, aguijoneado por la curiosidad, he visitado la tierra de Serrat para encontrar una realidad que parece desmentir la condición colonial de Cataluña. Basta caminar por Barcelona para ver la notable vigencia de lo propio. Policía autonómica, educación bilingüe con amplia utilización del catalán, señalización de las vías, atención en las oficinas públicas y hasta las más triviales conversaciones en esta lengua, lo que no obsta, desde luego, para que en las escuelas se aprenda en castellano y con las gentes de afuera, el catalanoparlante se vea precisado a utilizarlo. En el plano jurídico, se ha reconocido un amplio campo de acción a las autoridades locales, sometidas a la tutela de Madrid sólo en cuanto a la determinación de políticas públicas de trascendencia estatal, como las relaciones internacionales, las migraciones o la fiscalidad y la labor legislativa general, en materia civil, penal o laboral, sin olvidar que la

4 ampliación de las competencias de la Unión Europea limita las de cada Estado en estos campos y obviamente, sin que se excluya a los catalanes de su derecho a participar en la formación del Gobierno y el Parlamento españoles. Además, si bien es cierto que en los textos legales todavía no se habla de manera inequívoca de la nación catalana, se la reconoce como nacionalidad, estableciendo una “distinción” política entre términos sinónimos, como queriendo indicar que se acepta la catalanidad pero sólo dentro de la hispanidad. Sin embargo, muchos catalanes parecen no estar satisfechos: por todas partes aparecen llamados a conseguir mayor autonomía y no faltan quienes sueñan con la independencia. Desde un punto de vista estrictamente racional, parece poco coherente semejante actitud. Para explicármela, acudí al gran Maimónides (1994, p. 111), en cuya guía de perplejos se señala que la predisposición natural a actuar irracionalmente es obstáculo para el conocimiento de la verdad, pues abundan los individuos de corazón extremadamente caliente, los de testes cálidos y húmedos o los volubles y atolondrados, todos al margen de la perfección, con quienes intentar razonar es una verdadera necedad. ¿Sería verdad que al menos una buena parte de la población catalana se encontrase limitada en su entendimiento, por ser congénitamente colérica o atolondrada o debido a su calidez y humedad de testes? De ser así, sería una verdadera necedad tratar de negociar con ellos y la mejor solución consistiría en no hacerles caso. Pero, también es verdad que la irracionalidad se reflejaría comportamentalmente y en lugar de encontrarnos con un pueblo pacífico e industrioso, constructor de la región autónoma más próspera de España, nos hallaríamos ante uno voluble e irracional, pendenciero y arruinado. Fue necesario, por consiguiente, emprender estudios más complejos. El punto de partida, como es apenas lógico, tenía que relacionarse con la irracionalidad, pues estaba ocupado con ella. No me fue preciso buscar mucho para encontrar a Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), la agrupación independentista radical, por muchos acusada de practicarla. Y la primera sorpresa fue comprobar cómo, hace apenas unos años, llegó a figurar, a nivel general, como la cuarta agrupación política más importante de España y a nivel regional como socio del tripartito que gobernara la Comunidad Autónoma desde 2003 hasta 2010, cuando la voluntad popular devolvió la presidencia del gobierno regional (Generalitat) a los catalanistas moderados de Convergència i Unió (CiU). Ignoro si resulta elegante incluir tablas numéricas en un ensayo como este. Pero estoy cierto de que a mí me ayudan mucho cuando trato de comprender un problema individual o social. Analicemos entonces la siguiente, que contiene los resultados de las elecciones generales desde 1977 y permite observar el comportamiento del electorado para con ERC:

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AÑO

VOTOS PORCENTAJE

1977 1979 1982 1986 1993 1996 2000 2004 2008

143.954 123.452 138.116 123.910 189.632 167.641 194.715 652.196 298.139

0,79% 0,69% 0,66% 0,62% 0,81% 0,68% 0,85% 2,56% 1.16%

ESCAÑOS OBTENIDOS 1 1 1 1 1 1 1 8 3

POSICIÓN 11 10 11 9 10 12 9 4 5

Tabla No. 1: Resultados históricos obtenidos por ERC en las elecciones generales. Fuente: http://www.congreso.es

Inexorablemente, no podríamos pasar por alto el discreto comportamiento inicial, observado por casi treinta años y luego, el excelente resultado de 2004 o el retroceso de 2008. Para usar términos de fútbol, ERC pasó de ser una agrupación de la parte baja a la media tabla, desde luego, lejos de los grandes partidos, el Socialista (PSOE) y el Popular (PP). Si algo debemos tener claro es que ni los testes ni el corazón se recalientan inesperadamente. Se nace con ellos calientes o fríos, según Maimónides. ¿Cuál sería entonces una explicación válida para estos cambios? El mayor éxito electoral de ERC se produjo en medio del proceso que conduciría a la aprobación de un nuevo estatuto de autonomía. Gran parte del debate giró entonces en torno al problema de la definición de Cataluña como una nación, término éste ambiguo que, como ya ha observado Elías Canetti (1981, p. 165), cada vez que se trata de precisarlo, acudiendo a caracteres “objetivos” como el idioma, el territorio, la historia o el sentimiento nacional, adolece de una falta esencial, consistente en que las excepciones son “siempre más importantes que la regla”. La insistencia catalana en que el nuevo estatuto autonómico definiera a Cataluña como una nación implicó que gran número del resto de los españoles consideraron de vital importancia impedirlo. Probablemente unos y otros asumieron “una inconmovible reivindicación de superioridad”, expresión usada por el mismo Canetti para referirse a quienes intentan definir la nación pensando sólo en la propia. Es claro que cuando los catalanes quisieron ser legalmente reconocidos como una nación trataban de superarse, de mejorar su situación anterior. Y cuando, reactivamente, el resto de los españoles se lanzó a impedir semejante reconocimiento, sentía amenazada su posición de superioridad. Unos y otros obraban obedeciendo a motivaciones inconscientes. “La lucha por la superioridad no cesa jamás” dice Adler (1999, p. 58) insistiendo en su carácter “esencial para la mente, para la psique del individuo” que lleva, aún a los menos dotados, al autoengaño, a los procesos de huida y evasión, con tal de mantener el sentimiento de “ser mucho más fuertes y listos de lo que en realidad son”.

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Estas conclusiones de Adler son propuestas para la psicología individual. Pero Jung (2003, p. 102) enseña que existe tanto un inconsciente personal como otro impersonal, sobrepersonal o colectivo “que está desprendido del personal y es completamente general, puesto que sus contenidos pueden encontrarse en todas las cabezas”, estableciendo la posibilidad del estudio psicoanalítico de comunidades. Ya sé bien que acudiendo simultáneamente a Adler y a Jung hago algo inusual. Son cabezas de escuelas antagónicas. Pero no puedo liberarme de la influencia de mis maestros tolerantes y eclécticos, con su tendencia a armonizar y no encasillar. Por consiguiente, adhiero sin reservas a lo afirmado por la hija del fundador del psicoanálisis, Anna Freud (2006, p. 383), quien al contrario de su padre se mostró partidaria de la síntesis del pensamiento analítico, valorando positivamente, por ejemplo, los aportes no siempre coincidentes de Federn, Rank, Firenzi y Reich y explicando las variaciones sobre todo por “las orientaciones que en materia de interés, intenciones y matices evaluativos son peculiares de cada analista individual”. La “lluvia de ideas” hecha hasta ahora nos ha llevado a trabajar dos puntos de observación, el político, hablando de elecciones y el comportamental, aproximándonos a la cuestión de los sentimientos de superioridad como motivadores de la conducta colectiva. Para completar la introducción del tema parece conveniente insistir un poco en uno y otro. Probablemente, así llegaremos a un pronóstico serio sobre la posibilidad de una pronta independencia de Cataluña,

2.- Nacionalismo y elecciones.

Hace casi cuatro décadas, el escritor Fernando Díaz - Plaja (1975, p. 291) formuló un análisis sobre la actitud de los catalanes frente a su pertenencia al Estado español: “Los últimos cien años han hecho famosos en España tres tipos de catalanes: el separatista, el propugnador de libertades regionales y el sencillamente satisfecho con formar entre las regiones españolas, con idénticos derechos y deberes”. A pesar de haber sido aprobado por la censura, resultó válido el diagnóstico, publicado antes del restablecimiento de la llamada democracia en España. Así, volviendo a nuestros amigos de ERC los vemos proponiendo la independencia, sin vacilar, pero acompañada de un plan para implantarla por etapas, como para que nadie los acuse de precipitados o radicales. Así, al cabo de algún tiempo, sin segregar a Cataluña pero incorporándola en la Unión Europea, terminaría extinguiendo su nexo directo con España, tal como declarara J. L. Carod Rovira, su histórico presidente, preguntándose “por qué carajo necesariamente Catalunya debe encajar en España” y no en Europa (Busquets y Bastons 2003, p. 175).

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Por su parte, CiU, centrista, moderada y propugnadora de las libertades regionales, ha concretado en su programa varios compromisos, dentro de los que cabe resaltar el de “renovar el marco de relaciones con el Estado español, con el fin de garantizar en Cataluña un trato político y económico más justo (2003, p. 7)”. En fin, satisfecho con poco, siempre que se respete la igualdad de derechos y deberes de catalanes y demás españoles, el Partido Socialista – PSC (2003, p. 3s), revuelto o fusionado con el PSOE nacional, materializa su estado de ánimo mediante propuestas en las que salta a la vista su identificación del pueblo catalán como uno de los de España. Ha afirmado, por ejemplo, querer “una Cataluña grande, una Cataluña ambiciosa, capaz de aportar valor a la gran familia de los pueblos de España y de Europa…”. Cabe anotar que, en elecciones regionales, ERC ha sido la tercera formación política más votada en 2003, con un 16,47% y en las de 2006, con un 14,32%. Como es de suponer CiU (30,93% y 32,18%) y PSC (31,17% y 27,38%) se han turnado la mayoría, ganando en ambos casos los socialistas, pues en 2006 resultó minoritario pero victorioso, gracias a su política de alianzas. (www.elmundo.es/especiales/2003/11/cataluna/elecciones y http://es. wikipedia.org). De lo sucedido en 2010 nos ocuparemos más adelante, pues por ahora tenemos con estos datos para apoyar estas reflexiones. Pero si el análisis de Díaz – Plaja resultó acertado con su tipología, se quedó corto en cuanto a la capacidad de un pueblo para producir esquiroles. De este modo, aparece políticamente diferenciado y en posesión de entre el 15% y el 20% de los electores, un verdadero cuarto carácter, el de quienes quieren ser primero españoles y luego catalanes, representado en principio por el Partido Popular y reforzado, a partir de 2006, por los Ciutatans (C’s), con un inicial 3.09% de la votación, que los convirtió en una formación con representación parlamentaria y espacio propio. Muy identificados en cuestiones de trascendencia, como la oposición al estatuto de autonomía, quizás la gran diferencia entre estos antinacionalistas es la visión integradora de los inmigrantes que presentan los últimos, contrastando con el discurso a veces xenófobo de los populares. En efecto, mientras en sus programas, el Partido Popular (2006) prácticamente no se ocupa de la relación entre la comunidad autónoma y las autoridades centrales, da gran importancia a la regulación de la inmigración, dando vueltas y más vueltas al conocido argumento de combatir a ultranza la ilegal y regular la legal hasta hacerla imposible, C’s (2006) sí hace referencias programáticas contra el nacionalismo, afirmando, por ejemplo, que bajo su influencia, la Generalitat ha nutrido una estéril pugna competencial con el Gobierno Nacional a la que hay que añadir “el enfrentamiento en los últimos años con otras instituciones del Estado, en particular con los gobiernos de otras autonomías vecinas (Valencia, Aragón, Baleares) cuya evolución pretende tutelar y condicionar”. Ahora bien ¿cómo puede saberse si, por ejemplo, los votantes de CiU son moderadamente nacionalistas o algunos lo son más y otros menos y la votan por razones diferentes, como sus propuesta económicas o educativas?

8 Acudamos, una vez más a una tabla, en busca de claridad. Se trata de comparar los resultados del referendo sobre el estatuto de autonomía y los de las elecciones para elegir Parlamento y Gobierno regionales, celebradas en 2006, con pocos meses de diferencia.

REFERENDO OPCIÓN

VOTOS

SI

1’881.765

NO

EN BLANCO NULOS Cataluña,

528.472

135.998

----

AUTONÓMICAS %

%

VOTOS

OPCIÓN

928151 789.767 281.474

CiU PSC ICV

67.89

1’999.752

TOTAL PARTIDOS SI

14.06

414.067

ERC

10.64 3.04

313.479 89.567

PP C’s

73.90 31.52 26.81 9.56

20.76

27.74

817.113

5.34

3.92

127.838

---

0.45

13.324

TOTAL PARTIDOS NO EN BLANCO Y OTRAS OPCIONES NULOS

Tabla No. 2: Comparativo resultados referéndum sobre estatuto de autonomía y elecciones autonómicas en 2006. Fuentes: http://www.elmundo.es/elmundo//2006/06/18/espana/1150653842.html y

http://www.elmundo.es/especiales/2006/10/elecciones-cataluna/resultados/globales/09/

El total de los votos recibidos por el sí (CiU y PSC) y por el no (PP, ERC y C’s), en el referéndum fue muy similar a la suma de los obtenidos separadamente por estos partidos en las elecciones autonómicas, pocos meses después. Las diferencias se sitúan en cerca del 7%, más de votos por el sí que por los partidos del sí y menos por el no que por los partidos del no. Pero debemos tener en cuenta la anómala presencia de ERC entre los partidos del no, producto de una directiva circunstancial. Como a sus dirigentes les pareció que el proyecto de estatuto no era suficientemente independentista, decidieron unirse a sus contrarios y votar por el no. Pero una cosa piensa el asno y otra quien lo está ensillando. Sin duda, a muchos de los habituales votantes de esta formación les repugnaba pronunciarse por el no y prefirieron abstenerse o aún desobedecer y votar a favor. Sí, dejando para

9 análisis más finos el estudio del cierto desgano con que se atendió al estatuto autonómico (hubo casi 400.000 votos de más en las elecciones autonómicas y el número de blancos fue mayor en el referendo), puede verse que el número de electores de ERC monta al 14%. No riñe con la lógica pensar que la mitad de ellos pudo optar por desobedecer las directivas y votar el si. Esta explicación bastaría para entender las diferencias y vale para sostener, como hipótesis ad hoc, la correspondencia entre simpatía por un partido político y sentimiento nacionalista. Nacionalismo no quiere decir independentismo. Para actualizar la tipología de Díaz – Plaja, debería hablarse de definitivamente independentistas o separatistas (ERC), moderadamente independentistas, propugnadores de las libertades regionales y consecuentemente radicalizables, si éstas pierden vigor (CiU e ICV), nacionalistas no independentistas, satisfechos si se les trata como a los demás pueblos españoles (PSC) y definitivamente contrarios a la independencia (PP y C’s) y se encontraría que, en 2006, la población tendía mayoritariamente a preferir la independencia, superando por más de 10 puntos porcentuales a quienes se inclinaban por dejar las cosas como están. TENDENCIA DEFINITIVAMENTE INDEPENDENTISTAS MODERADAMENTE INDEPENDENTISTAS NACIONALISTAS NO INDEPENDENTISTAS CONTRARIOS A LA INDEPENDENCIA NO CONSIDERADOS

PORCENTAJE DE ADHESIÓN 14.06 42.08 26.81 13,68 3.37

Tabla No. 3. Incidencia de las tendencias independentistas, deducida de la tabla anterior.

Así las cosas, pueden aventurarse dos observaciones. La primera, que el tema del nacionalismo, en Cataluña, se ha desligado de la concepción ideológica. Se puede ser nacionalista y de izquierdas (ERC) o de derechas (CiU) e igualmente, es posible no ser nacionalista y militar en la izquierda (PSC) o en la derecha (PP). La segunda, que en Cataluña, la visión del problema nacional es determinante para adherir a un partido y votarlo en cualquier clase de elección. Estos datos serán de importancia al momento de formular las predicciones sobre la eventual independencia catalana. Eso en cuanto al aspecto práctico. El estudio de los

10 antecedentes teóricos, al que pasaremos ahora, permitirá fundamentar conclusiones nuevas o validar antiguas.

3.- Antecedentes teóricos.

La idea de aplicar criterios de la psicología individual al análisis de un comportamiento colectivo no es nueva, desde luego. Tampoco lo es hacerlo respecto de un colectivo español y ni siquiera resulta innovadora la pretensión de utilizar los aportes de Adler en relación con el complejo de inferioridad. En efecto, ya todas estas particularidades se encuentran en el análisis sobre el comportamiento de los españoles hecho en 1945 por el profesor López Ibor (1976, p. 19ss.), quien basado en Adler, en la relación entre neurosis y vivencia real o imaginaria de inferioridad, afirma que los pueblos “sufren –como los individuos- su complejo de inferioridad. A veces, de una manera permanente; otras de un modo puramente episódico. Este complejo se transforma en ansia de supremacía. La inferioridad es sentida muchas veces como diferencia, y frente a esta diferencia caben dos actitudes, exaltarla, convirtiéndola en virtud excelsa o compensarla, desarrollando otras cualidades distintas, que acentúan las diferencias”. Si bien el autor manifiesta no querer que estas comparaciones suyas entre la psicología individual y la colectiva sean tomadas “demasiado al pié de la letra”, lo cierto es que se trata de un intento de desarrollar el concepto adleriano de complejo de inferioridad en el plano de una colectividad nacional, de examinar su operatividad como manifestación del inconsciente colectivo del pueblo español. Su objetivo fue diferente del nuestro, en tanto y en cuanto buscaba explicar y resolver el atraso científico español. Probablemente, el bosque no le permitió ver los árboles, pues a pesar de tantos intentos, el concepto de hispanidad es más el de simple agregación y no reunión. Para no ofender al Partido Popular, digamos que vista la experiencia, antes de buscar comprender a la nación española es útil ocuparse de las nacionalidades que la comprenden. Por eso ensayaremos conocer y predecir comportamientos relacionados con el sentimiento nacionalista catalán. Si bien, la tesis que resume López Ibor se encuentra expuesta a lo largo de la obra de Adler, según la cual, todos los seres humanos nos encontramos enfrentados a un sentimiento de inferioridad, no podremos dejar de considerar los aportes de otros grandes del psicoanálisis, especialmente su maestro Freud y su condiscípulo Jung. La contribución de Sigmund Freud a la explicación del comportamiento humano es notable, por decir lo menos. Su condición de médico le permitió, a partir de su reflexión sobre los orígenes de la enfermedad mental, desarrollar conceptos como el de las tres

11 instancias componentes de la personalidad, el ello, el yo y el superyó o los de trauma, mecanismo de defensa y complejo. No hay que olvidar cómo estas tres instancias constituyen, respectivamente, la psíquica básica, asentada en el principio del placer; la mente consciente e inconsciente; y la interiorización de la figura paterna, equivalente a los principios éticos. La síntesis de sus tensiones constituye el equilibrio psíquico, no siempre posible. Dentro de este proceso de síntesis, la represión juega un papel de gran importancia, pues implica un freno (no una renuncia) al desarrollo de instintos o pulsiones (fundamentalmente, eros, el placer y tánatos, la destrucción), los cuales proceden del ello y chocan con las normas del superyó. Pues bien, de acuerdo con la posición teórica freudiana, el que el instinto deje de actuar en la conciencia no quiere decir que deje de actuar sobre ella. Por el contrario, cuanto más permanece en el inconsciente más se fortalece y más recupera su influencia sobre el comportamiento. El conflicto entre instinto y realidad está marcado por desarrollo de complejos, que no son otra cosa que una agrupación de elementos ideológicos conjugados y saturados de afecto, situados en el núcleo de una actividad psíquica, a cuyo conocimiento se llega, por libre asociación, a partir del relato del sujeto sometido a psicoanálisis, pues cuando se parte de lo último que éste recuerda sobre un punto determinado, no se le ocurre cosa alguna que no se relacione con el complejo en cuestión (Freud, 1981a, p. 1542). Un ejemplo bien conocido de complejo es el llamado de Edipo, que Freud (1981b, p. 1558) sitúa como nódulo de todas las neurosis. El instinto lleva al niño a tomar a uno de sus progenitores como objeto de sus deseos sexuales pero sufre la represión, a pesar de la cual su vida queda marcada. “El mito del rey Edipo, que mata a su padre y toma a su madre por mujer, es una expresión aún muy poco disfrazada del deseo infantil, ante el cual se alzan después, rechazándolo, las barreras del incesto.” ¿Acaso acusará ERC un Edipo manifiesto cuando quiere, a los carajazos, disolver a España e integrar a Cataluña directamente en Europa? ¿Disolviendo a España se mataría la padre? ¿Y esa integración directa en Europa no suena a matrimonio? Por su parte, Jung (2003), buscando la explicación al hecho de que muchas leyendas se presenten en forma casi idéntica en pueblos diferentes por toda la Tierra y partiendo de la observación de ciertas imágenes primordiales, que consideraba innatas, presentes en individuos distintos, al origen de fantasías no basadas en experiencias personales, propone distinguir dos capas en lo inconsciente, una personal y otra impersonal o sobrepersonal, a la que da el nombre de inconsciente colectivo, cuyos contenidos son comunes a todas las personas. Finalmente, las diferencias de Adler con Freud han sido resumidas por Ruiz Sánchez, Oberst y Quesada (2006) señalando como punto de ruptura la concepción de la naturaleza humana, pues el discípulo ve en el hombre a una criatura limitada con necesidades de superación y cooperación, más que a un buscador de satisfacción de sus pulsiones en constante choque con la sociedad. Ello implicó una nueva descripción del

12 inconsciente (eventualmente, el nombre de lo incomprendido), motor de actitudes y metas hacia la superioridad y la sustitución del complejo de Edipo por el de inferioridad. ¿Sufriría entonces ERC de complejo de inferioridad y no de Edipo? Las cosas no marchan bien para los amigos radicales. Pero no abandonen sus partidarios la lectura. Adelante, me esforzaré para que no salgan tan mal librados. Adler (2006) llama a su versión del psicoanálisis “psicología individual”, en tanto y en cuanto hace énfasis en las influencias del medio familiar y social sobre el carácter del individuo, dando especial importancia al sentimiento de inferioridad, al que no escapa ningún ser humano. “La sensación de insuficiencia constituye un sufrimiento duro y tenaz que perdura, por lo menos, hasta que un deber no es resuelto, hasta que una necesidad no es satisfecha o no es neutralizada una tensión. Es, sin duda, un sentimiento natural comparable a una tensión dolorosa, que reclama alivio.” Este sentimiento de inferioridad se canaliza en la búsqueda de la superación, que es una tendencia sana y natural del ser humano. Pero puede dirigirse en direcciones inadecuadas, dando lugar a los complejos de inferioridad o de superioridad. El complejo de inferioridad se presenta especialmente en quienes se encuentran afectados por discapacidad física o una situación difícil en su entorno, como el abandono infantil. En este caso, se padece un sentimiento de minusvalía exagerado que implica que la persona se interese solamente por sí mismo y se desentienda de los demás. Sin embargo, el mismo Adler (1999) señala que no es una afección inexorable ni definitiva. Cuando este complejo de inferioridad se expresa de manera arrogante, surge el de superioridad, común en los niños mimados. ¡Promesa cumplida! Para evitar desertores y ayudados por Adler, podemos insinuar que el caso de ERC no es necesariamente de complejo; puede ser una simple sensación. Y en todo caso, si fuera complejo, no es inexorable ni definitivo; tiene cura. Ahora bien, siguiendo a Adler, la compensación desacorde con los intereses sociales lleva a la delincuencia o el trastorno mental. No hay delincuentes natos, ni orates silvestres. El neurótico o el adicto y aún el tomador compulsivo de café, son personas bastante afectadas por el complejo de inferioridad (timidez, aislamiento, hipersensibilidad, impotencia, etc.,) o de superioridad (crítica maliciosa, autoelogio, etc.) que buscan en el “vicio” la excusa para sus fracasos en los tres campos básicos del desarrollo de la personalidad, el trabajo, las relaciones sociales y el amor. En resumen, la hipótesis freudiana concibe los complejos como nódulos de actividades psíquicas, de carácter innato, que se desarrollan ante estímulos del entorno, influyen en el desarrollo de la personalidad y evolucionan, haciendo tránsito del consciente al inconsciente, donde se convierten en fuente de conductas. Estas intuiciones son refutadas independientemente por Carl J. Jung y por Alfred Adler, psicoanalistas que desarrollaran variantes respecto de la concepción original, de la cual se separaron tras haber trabajado con el propio Freud durante varios años.

13 Los textos de Freud, Adler y Jung, como todos, validan el aserto de Borges, quien recordando a Platón decía que los libros, al igual que las estatuas, parecen seres vivos pero, si se les pregunta, no contestan. Los ensayos se toman el trabajo de aliviar esta mudez. Y superada la introducción, a esa tarea habremos de dedicarnos, con éxito o fracaso discutible, desde luego. Para el efecto tomaremos como estímulo el que, desde sus lejanas páginas nos proporciona López Ibor: “En un individuo, el reconocimiento de su comportamiento es ya medio camino en su curación. En un pueblo, también puede serlo, a veces. Conocer el estado de conciencia de un pueblo es ya comenzar a adivinar sus rumbos próximos. El saber político consiste, en buena parte, en esta intuición de futuros, materiales y espirituales, que han de constituir la historia próxima de una comunidad nacional (ibídem)”. Sin lugar a dudas, la vanidad es manifestación del complejo de superioridad y a muchos nos afecta. En nuestro caso, nos hace creer que algo aportamos a la salud de los pueblos recogiendo estas ideas sobre el comportamiento colectivo y sobre los catalanes, así sea sólo precediendo a otros, más vanidosos o más inteligentes, en este camino de adivinar y encauzar rumbos. Procederemos como en la terapia, asociando libremente, pero enfocándonos en los antecedentes y procurando fijar conclusiones sobre la situación actual y las perspectivas de cara al futuro.

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I.

LIBRE ASOCIACIÓN PRELIMINAR.

1.- Movimiento e inconsciente ¿realidades o ficciones?

¿Qué pueden tener de bonito un perro muerto en la cuneta, unos albañiles en “samarreta” y el alquitrán en el aire? Probablemente nada. Pero, como la poesía no es lógica, cuando el cantautor les pone música y los mezcla con intrascendencias como el carné de identidad, la plaza, la estatua, la estación del tren o con algo que valga la pena, como unas extranjeras, probablemente suecas, medio en cueros, corremos el riesgo de encontrarles la belleza y canturrear incansablemente la canción. El comportamiento humano no es algo susceptible de explicarse desde la fría lógica. Visitar Badalona no produce, para el foráneo, una emoción estética especial. Es más bien feúcha, amontonada, sin estilo arquitectónico. Y desde luego, llena de hombres, mujeres, niños, jóvenes y viejos, más bien intrascendentes, recorriendo sus calles. No parece encontrarse en ella para inspirar a nadie. Pero inspiró a Serrat, probablemente llevado por razones como el amor al terruño, al barrio, a esa célula de la comunidad urbana, tan catalana como aquella de su infancia. Estamos hablando del inconsciente, desde luego. Lo lógicamente ilógico, dentro de la mente, esa fábrica de lógica. Recordemos ahora la aporía de Aquiles derrotado por la tortuga pretende llegar a una conclusión lógica, según la cual, si al partir una carrera el más lento de los participantes recibe alguna ventaja, nunca será alcanzado por el más veloz. Esta argumentación no puede ser rebatida poniendo a alguien, así no sea el propio Aquiles, a correr detrás de una tortuga y constatando que la alcanza. Ni observando el comportamiento electoral de ERC, ganando puestos, elección nacional tras elección nacional. Y no puede serlo por cuanto no se trata de describir las leyes del movimiento sino de demostrar su condición de aparente, pues si no lo fuera, quien llevara la delantera no podría perderla, ni con el más veloz perseguidor: a cada paso de quien viene detrás correspondería otro de su oponente y la distancia sería siempre la misma. Siendo que el movimiento no es lógico, pensaba Zenón, no puede ser real sino aparente. Como, pienso yo, son las naciones, incluida la catalana, cuya definición no depende de criterios demostrables, como el territorio o la lengua, pues las hay nómadas o que comparten el mismo idioma. La cuestión es de sentimientos y por consiguiente, carente de lógica.

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Ahora bien, el argumento de la apariencia del movimiento es racional pero no real, por eso sobreviviría a la objeción de Aristóteles, basada en que las distancias son finitas (Mondolfo, 1980, p. 86) por cuanto ellas también pueden serlo sólo aparentemente. Como aparentes han resultado las diferencias electorales, con mayorías que se consolidan, se deterioran y dejan de serlo. Y como también han de serlo los comportamientos patrióticos, pues si bien por ahora, como nos recuerda Serrat, los catalanes se limitan a recordar su nacionalismo, gritándolo siempre que pueden o pintándolo por las paredes, en algún momento pueden pasar a acciones más firmes y obtener resultados más sustanciosos. La condición de irreal del movimiento no pasa de ser un gracejo filosófico. No embargante, lo que importa es el principio, pues esta aporía no hace más que cumplir con su misión rectora del pensamiento, la de superar prejuicios, sentimientos y suposiciones, para encontrar la comprensión. En materia comportamental, este principio fue desarrollado por Kant (2004, p.35), quien enfrentaba dificultades para resolver la ilogicidad de ciertas conductas, como la del desahuciado obsesionado con el lugar donde habría de ser enterrado o la del solterón que descarta un matrimonio porque se ofusca con un lunar en la cara de su novia. Si bien el filósofo, por célibe, no entendió la posibilidad de explicarse la conducta del novio como la de quien inventa cualquier excusa para huir del horror conyugal, fue coherente en cuanto a la irrealidad de las representaciones que determinan las motivaciones inconscientes, llamándolas representaciones oscuras. La descripción de tales representaciones surgió, en todo caso, de la imposibilidad de explicar el comportamiento humano a partir de demostraciones empíricas. La evidencia fáctica resultaba insuficiente y era necesario acudir a la intuición filosófica para llegar a la coherencia. En este caso, la contradicción resultó aparente, al revés de como pretendía Zenón con el movimiento: la intuición filosófica resolvió el problema estableciendo un intangible, el inconsciente. El inconsciente es un lugar de la mente donde se almacenan recuerdos, sentimientos y actitudes que influyen y en muchos casos determinan motivos, deseos y comportamientos de las personas. Obviamente, se trata de una suerte de metáfora científica, pues nadie niega la existencia de la mente pero nadie ha podido tocarla. Y si no podemos palpar la mente, tampoco podemos hacerlo con sus compartimentos. Tanto mente como inconsciente son intangibles científicos. Freud lo identificó y creó el psicoanálisis para estudiarlo. Sus discípulos discrepan de él y entre sí en todo, menos en la existencia del inconsciente. Eventualmente, ellos le darían una dimensión más tangible y lo harían individual o colectivo.

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2.- Inconsciente y comunidades.

Nadie ignora que Freud (1981c, p. 2563) elaboró una psicología de las masas en la que se apresura a aceptar la posibilidad de trasvasar los conceptos del psicoanálisis individual al estudio de las comunidades: “La oposición entre psicología individual y psicología social o colectiva, que a primera vista puede parecernos muy profunda, pierde gran parte de su significación en cuanto la sometemos a más detenido examen. La psicología individual se concreta ciertamente al hombre aislado e investiga los caminos por los que el mismo intenta alcanzar la satisfacción de sus instintos, pero sólo muy pocas veces y bajo determinadas condiciones excepcionales le es dado prescindir de las relaciones del individuo con sus semejantes. En la vida anímica individual aparece integrado siempre, efectivamente, ‘el otro’ como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado.” Por otra parte, tal vez el aporte más importante de Jung al psicoanálisis fue su idea del inconsciente colectivo, de carácter hereditario, cuyos contenidos (arquetipos) son comunes a la especie y no dependen de una experiencia propia. Jung explicaba, con base en el inconsciente colectivo, la tendencia humana a la destrucción y la masacre, incorporando un concepto aparentemente heracliteano, el de enanditromía o función reguladora de los contrastes: todo marcharía hacia sus contrarios y entre todo, la civilización hacia la barbarie. He aquí de nuevo el problema del movimiento. Porque Heráclito no concebía la guerra como la barbarie sino como el motor de la civilización, antecediendo a Lenin y a Hitler. Pero no nos metamos con esto, que será tema de mi próximo ensayo. Más bien, recordemos cómo el ilustre efesio postulaba la realidad del movimiento, no porque fuese acorde a la razón ni porque fuese percibido por los sentidos sino por cuanto es inherente a la existencia. Todo lo que es está en movimiento. Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. La quietud sería, por consiguiente, la verdadera ficción. Una ficción ajena a la catalanidad, como nos recuerda Serrat, cantándole al pueblo que en mil años jamás dejó de trabajar, de caminar y de pensar y que ha dado al día de su sangre y su derrota el carácter de fiesta nacional, como para olvidar hacia dónde conduce la guerra y la imperiosa necesidad de superarse por otras rutas.

17 En fin, tomando en cuenta la evolución como movimiento, llega Adler, para completar la definición del fenómeno. El ser humano, como toda la naturaleza de la que forma parte, se encuentra involucrado en un proceso evolutivo, dentro del cual ha alcanzado un nivel tan especial que puede fijarse sus propias metas. Tales metas (Oberst, 2006, p. 106) pueden orientarse a construir una superioridad (sobrecompensación) o a buscar la superación (compensación), según sea negativo o positivo, según el modo de canalizar el sentimiento de inferioridad por el que haya optado el sujeto. En el primer caso se estará ante un complejo y en el segundo con un miembro útil de la sociedad. Adler (ibídem) se colocó decididamente en el terreno de la evolución y coherentemente consideró todos los anhelos humanos dentro del permanente cambio de una situación de minus a plus. Nadie quiere andar anónimo y desterrado dentro del murmullo callejero, con los bolsillos temblando y el alma en cueros, sin que importen sus deudas o sus deudores o los achaques de sus mayores, como la inspiración ha hecho decir al cantautor que nos acompaña. Tampoco las comunidades quisieran ver descansar en paz sus esplendores o dedicarse a fabricar con su llanto un panal, como sigue cantando el amigo Serrat. Tanto las personas como los pueblos se sienten impelidos a progresar. Pero este progreso contrasta con la inalcanzable perfección, produciendo a cada individuo el sentimiento de inferioridad. Frente a tal perfección, quieta, ficticia, toda ley de movimiento humano resulta errónea. Como errónea sería la ley heracliteana del movimiento en cuanto y en tanto preconiza la guerra como el motor de la evolución, siendo que no es otra cosa que la más depurada manifestación del complejo de superioridad. El movimiento ya no es lógico o ilógico, inexistente o existente, tan sólo es inexplicado pero susceptible de explicación. Si se consigue entender que el problema no consiste en negar la existencia del movimiento por aparecer como contrario a la lógica sino en entender que la razón exige la ficción de la permanencia para poder acceder a su conocimiento, se llega fácilmente a aceptar que para explicar muchos comportamientos es necesario acudir a una noción de inconsciente, tan compleja como la postulada por Freud y Jung o menos intangible, tal cual la pensó Adler, pues quizás se trate tan solo de la parte aún no comprendida del funcionamiento psicológico. En este sentido, para regresar al tema del comportamiento nacional colectivo, puede decirse en la tendencia catalana a defender la supervivencia de su lengua una pulsión agresivo – defensiva común, buscar un arquetipo profundamente anclado en el inconsciente colectivo, relacionados, en cualquier caso con las conductas de territorialidad y ritualidad, de las cuales el idioma es una expresión evolucionada y civilizada o considerarla una expresión de la necesidad de superioridad, propia de individuos y comunidades. Para entender cuál es mejor entre esas tendencias, o para hallar una síntesis de ellas, podremos acudir a ciertos sentimientos derivados de la experiencia histórica reciente.

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3.- Comunidades y sentimiento de comunidad.

Visto lo anterior, aparece como realizable la operatividad de los conceptos psicoanalíticos para explicar el desarrollo del sentimiento nacionalista en Cataluña. Sin embargo, para adentrarse en el estudio comportamental de una nación es necesario adoptar una definición operativa del término nación. Para el efecto resulta útil acudir a Elías Canetti (1981), quien concluye que se trata de una masa más o menos domesticada, al estilo de las religiones. Esta conclusión se refuerza si se comprueba que la nación comparte con la masa las cuatro propiedades básicas que el mismo autor le atribuye. En efecto, tanto una como otra tienden a crecer, predican la igualdad a su interior, son densas y necesitan una dirección. Crecer para las naciones puede significar convertirse en imperios u obtener reconocimiento e influencia dentro de la comunidad internacional; igualdad, referida a sus miembros, en cuanto su sentido de pertenencia borra las diferencias de educación, estatus o historia personal, identificando a todos los ciudadanos en la tarea de su defensa irrestricta; densas, compactas y controladoras, en cuanto no existe movimiento verdaderamente libre para sus miembros; y menesterosa de dirección, de fijarse metas, para evitar su disolución. Todo el contexto teórico expuesto hasta ahora debería corresponder a una realidad dentro de la cual se enmarque, en concreto, la realidad catalana. Baste por ahora, reflexionar sobre una situación descrita por Balcells (2004, p. 181), que tuvo lugar, tras la guerra civil, en momentos en que el franquismo se hacía con el poder absoluto en el estado español y muchos antiguos republicanos partían al exilio, temerosos de los consejos de guerra, que entre 1938 y 1953 produjeron 3.800 fusilados: “Mientras tanto, en Cataluña, el uso público y escrito de la lengua quedaba totalmente prohibido, se restablecía la división en cuatro provincias uniformizadas con el resto de las españolas, la Universidad de Barcelona se veía privada de más de la mitad de su profesorado, eran cesados más de 25.000 empleados de la Administración pública y muchos maestros sin afiliación política, pero juzgados catalanistas, eran trasladados al resto de España mientras 700 maestros de Castilla y Extremadura eran enviados a Cataluña con el propósito de convertirlos en agentes de descatalanización.” Salta a la vista que la nación catalana, considerada como un colectivo, hubo de verse afectada por un sentimiento de inferioridad, como el descrito por Adler, una sensación de insuficiencia perdurable, que no podía resolverse, pues de hecho la dictadura de Franco habría de durar cuarenta años.

19 Para neutralizar la tensión generada por esa situación de inferioridad era posible acudir a diversos mecanismos. El primero de ellos hubiese sido aceptar la derrota y con ello asimilarse, españolizarse, olvidando el catalán y recordando la historia y las particularidades como algo anecdótico. Estos serían síntomas de un complejo de inferioridad. En segundo lugar, se hubiese podido tratar de evadir la realidad de la derrota, mediante una especie de fuga hacía una ilusoria sobrevaloración de las propias posibilidades, expresada en la violencia. Ante semejante situación podría diagnosticarse un complejo de superioridad. Finalmente, cabría la posibilidad de la superación, mediante el sentimiento de comunidad, la renuncia a sentirse víctimas de la injusticia y la puesta en juego de las propias fuerzas creativas. Veamos en qué tono canta Serrat frente al psicoanálisis.

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II.

Antecedentes traumáticos.

1.- Los hechos traumáticos. Es prácticamente imposible hablar con un catalán, sea cual sea su posición frente al nacionalismo, sin constatar una suerte de sentimiento doloroso frente a una Cataluña históricamente golpeada, con el sacrificio de sus intereses en favor de los de la corona castellana, del centralismo madrileño y aún de la molicie andaluza. Esta impresión podría ser resultado de eventos que han impresionado fuertemente el imaginario popular. El concepto de trauma, de origen freudiano, implica un hecho que causa impresión definitiva en el inconsciente. Brachfeld (1970, p. 503), discípulo de Adler, ha aventurado la hipótesis de un hecho traumático al origen de los procesos de reivindicación nacional, refiriéndose concretamente al caso japonés, cuyo espectacular desarrollo atribuye a una respuesta colectiva a los bombardeos a que fue sometido el Japón por los Estados Unidos en 1858. La reacción al complejo de inferioridad que afectó entonces a esa sociedad oriental habría originado una supercompensación, muchas veces olvidada al estudiar las cusas de la segunda guerra mundial. Porque, si se piensa detenidamente en la cuestión, los bombardeos de las costas de Yokohama por las fuerzas al mando del comodoro Perry, que entre otras cosas fueron un acto unilateral, sin previa declaración de guerra y destinado a obligar al Japón a abandonar su política aislacionista, significó seguramente un trauma para un pueblo que basaba su orgullo en mantenerse aparte de los occidentales, a los que consideraba bárbaros, carentes de civilización. Desde luego, los orientales nunca han tenido una lengua que se entienda en todo el mundo, un cine que se vea en todo el mundo ni unos medios de comunicación que se difundan por todo el mundo. Así sus vencedores han podido minimizar el hecho de haber sido ellos quienes primero se portaron mal. El efecto psicológico de verse humillado, pudo estimular no tanto un deseo de venganza como un deseo de compensación, naturalmente exagerado, que determinó, al menos en parte, la brutalidad enceguecida característica del imperialismo japonés de la primera mitad del siglo XX. Desde luego, los hechos de barbarie y genocidio de que han sido responsables los invasores japoneses en China y otros países de Asia no se justifican de ninguna manera, pero pueden explicarse por un cierto desequilibrio colectivo, un exagerado deseo de poder que los hiciese inmunes a una nueva humillación. En el caso de Cataluña, para establecer la posibilidad de un hecho traumático como generador del actual sentimiento nacionalista, será necesario analizar, por una parte, las

21 circunstancias históricas que determinaron la abolición de sus instituciones autonómicas y por otra parte, la intensidad con que ellas se conservan en la memoria colectiva.

2.- Los catalanes traumatizados. Recuerda Soldevilla (1978, p. 224) cómo en 1620, la Junta de Estados de Cataluña protestó vehementemente por cuanto, reinando Felipe III, la Armada española intentó apoderarse de los buques propios de la Generalitat catalana y colocar en su sede los escudos de Castilla y León. Se trataba, sin duda, del desconocimiento de la autonomía que tradicionalmente había mantenido el, en principio, condado barcelonés y entonces principado catalán. Y el reclamo, entonces fue atendido a satisfacción. En efecto, lo que habría de ser Cataluña se originó en un condado franco, que formó parte del imperio de Carlomagno y finalmente se independizó en 987, cuando el conde Borrel II rompió sus lazos feudales con el rey Hugo Capeto, pretextando el abandono de su deber de asistencia a sus vasallos, ante un ataque sarraceno. Con licencia poética, Serrat trucó los números y cantó, en 1978 los mil años de la catalanidad. El condado independiente, tras alianzas matrimoniales y campañas de guerra, llegó a constituir la corona catalana – aragonesa que tuvo, entre otros a los reyes Jaime I, el conquistador y Alfonso V, el magnánimo, quienes le incorporaron Valencia, las Baleares y Nápoles. Fueron las épocas en que, como recuerda el mismo Serrat, no había pez que se atreviera a navegar el Mediterráneo sin las cuatro barras de la enseña catalana en el lomo. En resumen, la corona catalana – aragonesa consiguió crear un imperio mediterráneo y convertirse en el más importante de los reinos peninsulares. Su rey Fernando, el católico, habría de contraer matrimonio con Isabel de Castilla, pensando en la unificación de los dos estados, en pié de igualdad, por lo menos. Sin embargo, el descubrimiento de América cambió las cosas a favor de los otrora menos poderosos, de modo que si bien los sucesores de estos reyes ostentaron el título de condes de Barcelona y en tanto tales fueron soberanos de Cataluña, su política fue más castellana que catalana y de alguna manera, la autonomía les resultaba estorbosa. Así la ancestral grey resultó vendida por su propio rey y los inquisidores enlutaron sus campos de mártires y traidores, como nos enseñara el cantautor de gira por Latinoamérica, en 1978, agregándole otra preocupación a nuestra cabeza. Con la guerra de sucesión el fenómeno se profundizó. La lealtad catalana hacia el pretendiente Carlos de Habsburgo y la victoria de su rival, Felipe V, implicó el asedio y toma de Barcelona y la aplicación del derecho de conquista a Cataluña, cuyos utsages fueron suprimidos, reemplazados por el centralismo y la legislación general española, así como la utilización del catalán en los asuntos públicos, imponiéndose el castellano, como lengua oficial (Balcells 2004, p. 28s.).

22 Las acciones de guerra parecen haber sido intensas y traumáticas, como puede intuirse, por ejemplo, respecto del sitio de Barcelona, que duró todo un año y terminó con el asalto general y la rendición de la ciudad, el 11 de septiembre de 1714. Históricamente, la pérdida de las libertades de Cataluña fue, un hecho traumático, que correspondería a la descripción básica del fenómeno psíquico, como hace Freud (p. 2294), por ejemplo, quien define los traumas como “aquellos sucesos que, aportando a la vida psíquica, en brevísimos instantes, un enorme incremento de energía, hacen imposible la supresión o asimilación de la misma por los medios normales y provocan de este modo duraderas perturbaciones del aprovechamiento de la energía”. Pero, como el mismo Freud señala, esta es una etiología extremadamente sencilla. Es sabido que una violación o un asalto son hechos traumáticos, pero probablemente sean excepcionales si se comparan con el número de traumatizados por procesos de maltrato familiar, escolar, conyugal y de otro tipo. Además, en ausencia de éstos, el hecho traumático singular es menos difícil de superar que cuando se ha sido o se es víctima de otras formas de abandono, crueldad o explotación. Un solo hecho resulta estático y no parece ser suficiente para explicar que todo un pueblo, tras una derrota guerrera, por muy dura que haya sido, se aferre a esa vivencia y destine su energía vital a elaborarla. Es más plausible, recurrir a la hipótesis del movimiento. El desarrollo de un sentimiento traumático parte de un hecho especialmente significativo pero no se detiene en él. No es por tanto, resultado de un instante brevísimo. Orientémonos con el conocidísimo caso alemán. En efecto, las condiciones impuestas a la Alemania derrotada en la primera guerra mundial, por el tratado de Versalles fueron tan gravosas y humillantes que generaron un proceso de sobrecompensación, el nazismo. Por el contrario, el tratamiento dispensado por los vencedores, tras la segunda guerra mundial fue mucho más digno, permitiendo el proceso de superación, la reconstrucción y desarrollo de un país altamente industrializado y muy poco agresivo. Entre 1918 y 1933, Alemania se vio colocada en unas condiciones de inferioridad a las que, diariamente y a toda hora, se podían atribuir los males que como el paro, la inflación y el desabastecimiento afectaban la población. El nazismo no fue otra cosa que la expresión colectiva y enferma de un complejo de superioridad. El pueblo alemán dio en creerse la raza superior de la misma manera que el delincuente asume su condición suponiéndose más listo que los demás. Equivocadamente, desde luego, creyeron los alemanes que la salida a la derrota consistía en asesinar, despojar, invadir y exterminar a los otros, lo mismo que un neurótico, ante el trauma, asume su enfermedad como una excusa para retirarse de la lucha por la propia superación. Por el contrario, la derrota de 1945, como hecho traumático, originó un proceso diferente. En estricto sentido, los desastres de la segunda guerra mundial fueron mucho más amplios, pues, nadie lo ignora, terminó con la devastación total del territorio alemán, como consecuencia de la decisión de no capitular y defender hasta la última casa de Berlín.

23 No obstante, este hecho traumático más devastador originó un proceso diferente, de superación. Alemania, tras su segunda derrota, no fue humillada ni expoliada. Por el contrario, los procesos por crímenes de guerra y contra la humanidad tuvieron como consecuencia fijar la culpa de lo sucedido en determinados individuos, exonerando a la gran mayoría y las generosas ayudas para la reconstrucción permitieron palear las necesidades de esa gran mayoría que se fijó la tarea, positiva, de la reconstrucción. En el caso de Cataluña, entonces, es necesario observar con más detenimiento los procesos que siguieron al 11 de septiembre de 1714, pues el hecho traumático de la derrota, con todo y que fue precedida de intensísimos bombardeos y una hambruna que dejaron a Barcelona en ruinas, no bastaría para explicar el sentimiento de reivindicación nacional desarrollado. Los rigores de la búsqueda de incorporación de Cataluña a España se vieron atenuados por la prohibición del servicio militar a los catalanes, sin duda por miedo de los vencedores a la formación de quintas columnas dentro de su ejército. Este hecho permitió a los hombres quedarse en casa generando riqueza. Además, a pesar de sus intenciones iniciales, los funcionarios de la corona se vieron obligados a reducir la presión fiscal, ante las dificultades de recaudación, producto del conocido principio tributario, según el cual un impuesto excesivo implica siempre la evasión. Y así, la paz que sobrevino permitió canalizar las energías hacía el resurgimiento económico que, como hace constar Soldevilla (1978, p. 251), ya se encontraba consolidado al comenzar el último cuarto del siglo XVIII. A decir verdad, la curiosa raza de Serrat siguió empecinada en buscar lo sublime en lo cotidiano. Adler llamaría a esto una supercompensación. Demóstenes, el tartamudo que se convirtió en orador y Beethoven, el sordo que llegó a ser un extraordinario músico experimentaron una supercompensación. Este fenómeno puede ser síntoma o mérito, según observa Brachfeld (1970, p. 450s.). Los ejemplos de Japón, tras los bombardeos de 1858 y Alemania, después de la primera guerra mundial, fueron síntomas de una psicosis colectiva. Por el contrario, el que los catalanes hayan renunciado a la idea de la rebelión, de la recuperación de lo perdido por la vía de las armas, del enfrentamiento con Castilla, para dedicarse a la construcción pacífica de una economía superior a la de su rival, puede calificarse de mérito. Y desde luego, el éxito económico conseguido indica un alto desarrollo del sentimiento de comunidad o social. No hay síntoma de complejo, por ahora. Avancemos y se verá a dónde podemos llegar. La génesis de este sentimiento tiene que ver con la ambición expresada en forma constructiva, alimentada de todas maneras por la supervivencia del hecho traumático en la memoria colectiva, tal como ha de verse inmediatamente.

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3.- La persistencia del recuerdo traumático. Un paseo por la ciudad de Barcelona ayuda en mucho a explicarse el sentimiento nacionalista catalán. ¨Para empezar, frente a la emblemática iglesia de Santa María del Mar, se encuentra el monumento a los caídos en la guerra de sucesión y en el sitio de Barcelona. La gran vía que atraviesa la ciudad, la más importante, lleva el nombre de las cortes catalanas, el mismo que recibiera el órgano normativo medieval, abolido por Felipe V. Estas Cortes eran depositarias de la soberanía, cuyas decisiones obligaban aún al rey, que no podía expedir constitución o estatuto de Cataluña, sin su convocatoria y acuerdo. A ellas también hace referencia el gran barrio de “Corts”. Una importante calle comercial y varios monumentos, entre ellos uno en el elegante sector de Urquinaona, recuerdan a Rafael de Casanova, el consejero jefe de la ciudad durante el sitio, alma de la resistencia. Igual homenaje ha recibido Antonio de Villarroel, el comandante de la plaza durante el sitio, a quien correspondió la función de ordenar que se diese el toque de capitulación. Paralela a la gran vía de las Cortes catalanas corre la calle del Consell de Cent, el concejo municipal que administrara la ciudad en la época de la vigencia de las libertades catalanas. Y el arco del triunfo, con pocas victorias militares que recordar; soporta de costado la estatua de Pau Claris, el dirigente que llegó a proclamar la independencia. De alguna manera puede pensarse que la ciudad está equipada para recordar una época diferente, aquella de la vigencia de los usos y libertades “perdidas” el 11 de septiembre 1714, día instituido como fiesta nacional de Cataluña. Esta impresión se confirma en el Museo Histórico, visitado por todos los jóvenes en su época de instituto, como actividad académica corriente. Allí se enseña a los visitantes que los catalanes son una nación y se muestra la historia desde un punto de vista nacionalista. En el plano individual, un hecho traumático se aloja en la memoria – consciente o inconsciente - de quien lo padece, para afectar desde allí la estructura de su personalidad, de por vida. Freud ha descrito cómo su evocación, aún sin recordarlos, determina actitudes y conductas. En el plano colectivo sucede algo parecido. Recordar el nombre de Casanova, aún sin traer a la consciencia el hecho de la derrota, lo evoca y de alguna manera, dependiendo de los estereotipos propios, determina la conducta ciudadana. No obstante, estas ayudas de memoria, son más bien recientes, pues es bueno hacer énfasis en que, por ejemplo, durante los cuarenta años de la dictadura franquista, no había fiesta nacional catalana y cualquier alusión a su pasado autónomo estaba prohibida. El verdadero vehículo que ha mantenido viva la memoria de los hechos traumáticos es, sin duda, el catalán.

25 Así, mientras que las normas dictadas para combatir la “perfidia” de quienes se resistían al legítimo dominio de Felipe V, ordenaban el reemplazo del catalán por el castellano o el latín, en 1716, el fiscal del Consejo de Castilla, José Rodrigo Villalpando, instruía a sus subordinados, recomendándoles disimulo para doblegar a esa nación tenaz, altiva y amante de las cosas de su país (Busquets y Bastons, 2003, pg. 52).” Curiosa, por lo menos, la insistencia de Villalpando en el término “nación”. Ya Freud (1981 a, p. 1551s), con su teoría de los actos fallidos, ha demostrado la validez del determinismo psíquico. Nada es casual, por muy insignificante que parezca; “estas pequeñeces, actos fallidos, sintomáticos y casuales, no se hallan tan desprovistos de significación como parece aceptarse...” Hasta para sus detractores más interesados, Cataluña ha sido y es una nación. Más allá de lo que resulta evidente, es posible discernir algunos elementos conductuales de la parte española. No se trata, propiamente, de un complejo de superioridad, pues emprende actividades cuyo éxito no está asegurado de antemano y no se conforma con la superioridad aparente, como hace quien lo padece. Pero, el que no pueda propiamente encuadrarse en el complejo de superioridad, no implica que la conducta imperial no sea enfermiza, en cuanto contraria a lo que podría llamarse la expresión colectiva del sentimiento de comunidad. Cuando Villalpando llama “nación” al grupo humano al que quiere negar la existencia, la reconoce, pero asume la actitud que describe la psicología individual para los delincuentes o los neuróticos, que tratan de colocar en situación de menoscabo a los demás, a fin de explotarlos a su favor, “sin otro interés que el de su propia gloria, imaginando de continuo qué ayuda podrían obtener para la solución de sus problemas, aunque sea en perjuicio de los demás (Adler, 2006, cap. 9)”. Llegamos aquí a un punto muy importante. La persistencia del recuerdo traumático implica que el hecho causante sea móvil y no estático. La conquista de Cataluña no terminó con la caída de Barcelona, ni con el fin de las escaramuzas de algunos resistentes, ni con los juicios y condenas de los defensores que sufrieron el garrote vil. En realidad, el trauma se renovó y renueva en un proceso que se prolonga desde entonces, el de la lucha entre la asimilación y la resistencia, especialmente evidente con el problema lingüístico. Por ejemplo, durante el siglo XIX, floreció en Cataluña un movimiento cultural conocido como la Renaixença (el renacimiento), que consistió en la expresión de una tendencia a la recuperación del catalán como lengua literaria (Balcells, 2004, p. 46). Como era de esperarse, las autoridades centrales respondieron con la represión. En Busquets y Bastons (2003, p. 55) se encuentran tres ejemplos, que resultan suficientes para concluir el análisis: -

La decisión del Gobierno Superior Político, del 22 de febrero de 1837, durante la regencia de la reina María Cristina, ordenando a todos los maestros proveerse de una sortija metálica para hacerla circular entre los discípulos pasándola a aquél que no hablase en castellano, sin que el “culpable” pudiese negarse a recibirla. El último tenedor de tal sortija, al final de la semana, sería castigado.

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La Ley de Instrucción Pública de 1857, estatuyó que la gramática y la ortografía de la Academia Española fuesen texto obligatorio y único.

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Y la disposición de la reina Isabel II, publicada en el Boletín Oficial de la Provincia de Barcelona, el 29 de enero de 1867, censurando la publicación de obras escritas en “los dialectos de la provincias de España”, medida que venía precedida de una sustentación que la señalaba como encaminada a prevenir el desarrollo del espíritu autóctono de las provincias.

Resulta evidente la existencia de un proceso dialéctico, en el que una nación, la catalana, experimenta y supercompensa un continuado sentimiento de inferioridad, derivado de la conducta de la corona española, que la intenta asimilar, prolongando con su política el hecho traumático de la derrota. Se hace aquí, una vez más, presente el movimiento, que obliga a descartar la tesis zenoniana de su ilogicidad y por consiguiente, su inexistencia. El movimiento, que adquiere el carácter de antítesis, cuando se presenta, entendido como la lucha de contrarios, tal como lo concebía Heráclito. Sin embargo, la solución de la contradicción, en el sentir de éste filósofo, se encuentra en la guerra. Entre tanto, es menester esbozar una conclusión en cuanto a la conducta imperial. Tal como ya se ha dicho, ésta no encaja perfectamente dentro del complejo de superioridad, según lo descrito por la psicología adleriana. Parece ser, más bien, expresión de una variable más precisa del de inferioridad, el llamado complejo de postergación, estudiado por Brachfeld (1970, pg. 428), quien señala como sus rasgos fundamentales, el “ansia de obtener lo más posible y hasta todo” y el celo en la preservación de los propios privilegios, al punto que “sufren excesivamente por la más nimia lesión, real o imaginaria, de los mismos”. La persistencia de los representantes del sentimiento nacionalista de base castellana, el llamado “españolismo”, por ejemplo, en sentir que la supervivencia del catalán afecta negativamente a España, se expresa precisamente en actitudes que responden a los rasgos aludidos como la prohibición a los representantes catalanes de expresarse en esta lengua en las Cortes o la obligación de conocer el castellano, constitucionalmente establecida para todos los ciudadanos del estado español,. Hemos establecido un aspecto estático y uno dinámico del hecho traumático generador del sentimiento nacionalista catalán. Nos corresponderá, a continuación, estudiar la naturaleza de ese sentimiento.

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III. La situación actual y las perspectivas. 1.- Masa y nación. Ortega y Gasset (2004, p. 75) define las naciones como masas organizadas, anticipando a Canetti. No obstante, el que lo sea implica un nexo organizador. Y en la designación de quién ha de cumplir ese papel difieren los dos autores. Propone el español a los hombres y entiende indispensable la presencia de dirigentes obedecidos, so pena de caer en la invertebración histórica, sinónimo de caos social. Esta apreciación parece contradecir una de las propiedades de la masa, establecidas por Canetti, aquella de la igualdad. Son sistemas de eliminación del miedo a ser tocado, en tanto en cuanto sus integrantes se igualan absolutamente unos a otros. El papel de los jefes, a pesar de lo que las apariencias muestran, no sería sino en la medida en que las encabezan en la dirección que ellas se han fijado. En realidad, una nación es una masa cerrada, por cuanto se contiene dentro de límites. Y mientras se respetan tales límites, da apariencia de orden, genera rituales y promueve jefes. Como señala Canetti (1981, p. 11), el límite “impide un aumento desordenado pero dificulta y retarda la desintegración. La masa gana en estabilidad lo que sacrifica de posibilidad de crecimiento.” Siendo que la masa tiene su propia dirección, es necesario descartar la hipótesis de los dirigentes como elemento de articulación. Más bien, lo es la meta. Cuando es guerrera (un ejército), la meta puede ser la victoria; para la política (un partido), el poder; para la mística (una religión), la salvación. Se trata del objetivo superior que unifica a los integrantes de la masa, quienes la aceptan de una manera implícita, consciente e inconsciente. La meta de una nación, como masa, no es su independencia. Es, más bien, alcanzar la trascendencia. La independencia o la constitución de un estado propio, es un medio no un fin. Lo que significa trascendencia no es un concepto fijo. Toda meta es ambigua, pues de realizarse completamente significaría la disolución. En este sentido, las naciones son masas lentas, de objetivos lejanos. La historia da cuenta del método más corriente para alcanzar la trascendencia: la constitución de un imperio por medio de la guerra.

28 No obstante, el desarrollo de la civilización parece aportar nuevos canales para alcanzar la trascendencia, tal como lo expusiera Sigmund Freud, en una conocida carta a Einstein, en 1932. Freud (1981e, p. 3209) inició este texto con un análisis sobre la irracionalidad que se encuentra al origen de la guerra, que considera una expresión del instinto de odio y de destrucción, lo cual ayuda, además, a facilitar el enardecimiento de las tropas y poblaciones implicadas. Pero los instintos son de dos clases, los que tienden a destruir y matar, como los que desencadenan y sustentan la guerra y los que tienden a conservar y unir, los eróticos. Y apelando a Eros es probable conseguir la eliminación de aquella. Es aquí donde se abre campo la posibilidad de la síntesis racional al problema del movimiento. Negar su existencia constituye el eje de la tesis de Zenón, de alguna manera defectuosa para la filosofía, dando lugar a la antítesis heracliteana del fluir universal, en un juego de contrarios. Esta antítesis conduciría, sin embargo, a una conclusión que la historia pareció confirmar lasta hace poco, las contradicciones se resolverían mediante la guerra. No obstante, mediando un acercamiento al pensamiento de Hegel, la síntesis puede tener un carácter racional, puede ser una propuesta unificadora, que en términos políticos, corrija a Heráclito y en lugar de hacer a unos esclavos y a otros amos, haga a todos ciudadanos. Semejante alternativa civilizada, para usar la expresión de Freud, implicaría que la meta de masa de las naciones no fuese la construcción de un imperio, que precisa de medios bélicos, para ceder su lugar a la búsqueda de trascendencia intelectual. Ésta parece ser, de alguna manera, la meta catalana, lo cual sería además coherente con el proceso de fortalecimiento de su lengua y explicaría la insistencia de sus dirigentes en la creación de oficinas culturales catalanas, anejas a las embajadas españolas y la admisión de Cataluña, con asiento propio en la UNESCO. Se ha visto atrás como, en el siglo XVIII, un alto funcionario de la Corte en Madrid, se refería a Cataluña como una nación, conducta que de ser seguida por algún ministro o por el mismísimo Presidente del Gobierno español, hoy día, le ocasionaría no pocos problemas, según puede desprenderse de la observación del proceso de aprobación del nuevo estatuto de autonomía. Fue así como el propio Presidente Rodríguez Zapatero hubo de desdecirse de su promesa de campaña de impulsar el proyecto de estatuto tal cual saliera del Parlamento catalán. En cuanto éste aprobó la inclusión del término “nación”, asumió la actitud de la serratiana Cenicienta de Porcelana, comprometida con no comprometerse. Finalmente, impulsó el descolorido texto aprobado por las Cortes de Madrid, aprobado en el referendo, porque no había otro remedio y como habrá de verse, recortado una vez más por el Tribunal Constitucional, de Madrid, desde luego.

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2.- Opciones catalanas.

Tras los debates a los que diera lugar el estatuto autonómico el punto más polémico fue la definición, inicialmente adoptada por el Parlamento de Cataluña como una nación. El texto aprobado por el Parlamento central y ratificado por el referendo, incorporó al preámbulo una declaración, estableciendo que ella corresponde al sentimiento y la voluntad de la ciudadanía y concuerda con su reconocimiento constitucional como una nacionalidad. Finalmente, el Tribunal Constitucional fue preciso señalando que tal preámbulo no tiene fuerza jurídica vinculante y que todo uso del término nación o nacionalidad dentro del texto del estatuto debe entenderse como entiende la constitución las nacionalidades. Desde luego, se trata de una solución jurídica a un problema político. Porque la evolución del concepto implica, en teoría, que toda nación aspira a constituirse en estado, es decir, podría pensarse que semejante definición legal de Cataluña como una nación sea un paso en dirección hacia su independencia. Tal cosa no es necesariamente cierta, pues nadie ignora que existen estados binacionales y plurinacionales bien avenidos. Sin embargo, también se sabe que los procesos de disolución de la Unión Soviética, Checoslovaquia y Yugoslavia, aparejaron, en principio, este tipo de declaraciones y reconocimientos. De modo que la utilización del término da lugar a muchas suspicacias, referidas por Oriol Vidal (2006. P. 72), en relación con las discrepancias semánticas alrededor de los significados de nación y nacionalidad, las cuales van desde las condescendientes, que los hacen similares y constitucionales, hasta las que los encuentran secesionistas, pasando por las que los ven como incompatibles con el marco jurídico español. Pero el comportamiento de las masas es ajeno a las soluciones semánticas. Es posible que la nación catalana no se haya fijado como meta la independencia. Dado que le es inherente la necesidad de crecimiento, éste puede canalizarse hacia su incorporación en el estado español y en la Unión Europea. Integrándose en uno y otra, se expandiría, se haría grande, como el individuo se hace grande, integrándose en la masa. Sin embargo, la masa no existe para que las cosas sigan como están. Su espontaneidad y el hecho de que vivan para la descarga las hace suficientemente impredecibles. La descarga, según Canetti (1981), es el “instante en el que todos los que pertenecen a ella quedan despojados de sus diferencias y se sienten como iguales (p. 12).” Las dos descargas más importantes de la historia reciente de Cataluña se han vivido a raíz de la caída de Alfonso XIII y con los juegos olímpicos de 1992.

30 Si, el 14 de abril de 1931 en toda España se proclamó la república, en Barcelona, Macià anunció la “República Catalana”, un estado miembro de la “Federación Ibérica”. Y esta actuación no fue un delirio intelectual. Fue la expresión de un gigantesco movimiento de masas, cuya meta no era la independencia, sino la autonomía, tal como reconoce Balcells (2004, p. 139). Por su parte, los juegos olímpicos implicaron para la nación catalana una oportunidad de alcanzar la trascendencia. Un éxito logrado en conjunto con el estado español y del cual quedan evidencias que contribuyen a la imagen de gran ciudad europea de Barcelona. Puede, por consiguiente, declararse que la marcha de la nación catalana hacia su meta no ha pasado por la independencia. Seguramente, la compensación que ha conducido a su desarrollo económico ha excluido esta posibilidad, pues como acertadamente señala Canetti (1981, p. 18), “aquel que pertenece a una masa porta en sí un pequeño traidor que quiere comer, beber, amar y ser dejado en paz”. Una masa compuesta mayoritariamente por gentes que están en condiciones de disfrutar de la satisfacción de estos deseos, difícilmente se expone a riesgos tan radicales. Pero, actualmente, la independencia se puede alcanzar, como en Eslovaquia, por medios pacíficos. De modo que, no es descartable la posibilidad de que en Cataluña se adopte este camino. Menos si persisten cristales de masa independentistas. Canetti (1981, p. 69) define los cristales de masa como “pequeños y rígidos grupos de hombres, fijamente limitados y de gran constancia, que sirven para desencadenar masas”. Los grupos independentistas fuertemente unidos, cumpliendo su función de mantener viva la idea de la necesidad de un estado propio, dotados de permanencia histórica, como modernos soldados, supervivientes del sitio de 1714. En una crisis, se activarían y podrían cumplir funciones, como la de liderazgo o la de distribuir responsabilidades. No obstante, para que los cristales cumplan funciones es necesario que la masa se encamine en la dirección que ellos proponen, esto es, la independencia, en el caso catalán. Esta identificación nunca se da silvestre; requiere del funcionamiento de ciertos estímulos, siendo el alter ego el más influyente. Las masas se encuentran naturalmente afectadas de un cierto sentimiento de persecución. Canetti (1981, p. 17) sostiene que tienden a identificar enemigos, cuya actividad se interpreta siempre como persecutoria. Esta actividad y su interpretación le son indispensables para la supervivencia, pues todo ataque exterior, real o supuesto, la fortalece, cohesionando a sus integrantes, dándole razón de subsistir. El alter ego señalado de Cataluña es Madrid, desde luego. Con todo, en muchas situaciones, antes de favorecer la independencia, la rivalidad la evita. Solucionar la continuidad del proceso la debilitaría.

31 Esta rivalidad se hace patente en el campo deportivo con la ya añeja lucha entre el Barcelona y el Real Madrid en la liga de fútbol profesional. A nadie se le ocurre acabar con la competencia, creando un campeonato liga central y uno periférico o afiliando al Barcelona a la liga francesa. Emulando a su alter ego, cada uno de los clubes ha llegado a ser uno de los mejores del mundo y ambos son conscientes de que mientras pertenezcan a la misma liga se mantendrá su importancia. En lo sucesivo utilizaré las expresiones “pequeño traidor”, “cristal de masa” y “alter ego” sin ninguna connotación peyorativa y en el sentido que acabo de indicar. Espero que ningún lector se ofenda con ellas y me abandone, ahora cuando nos encontramos cerca del final. Conocidos los antecedentes poco dados a la búsqueda de la independencia, la decisión catalana de buscarla dependería de la naturaleza de su sentimiento o complejo de inferioridad y del estímulo proveniente de Madrid, análisis que se abordará a continuación.

3.- ¿Sentimiento o complejo de inferioridad?

No obstante que la teoría de Adler y sus discípulos dista de ser un dogma en cuanto a distinguir entre los dos términos o aún en cuanto a que esta denominación sea la más acertada, es posible entender que tanto los individuos como las masas padecen inexorablemente de minusvalía existencial, derivada de la incapacidad de enfrentarse a la vida sin compañía ni ayuda. Este fenómeno psíquico no es el resultado de una comparación ni corresponde al hecho de ocupar un determinado lugar dentro de la sociedad. No se trata de que una persona sea o se sienta menos dotada que otras ni que un pueblo se perciba como menos rico o próspero que los demás. Simplemente, consiste en la constatación de la imposibilidad de sobrevivir haciendo uso exclusivo de las propias fuerzas. Cuando Aristóteles formuló su conocidísima definición del ser humano como animal político no estaba haciendo otra cosa que respondiendo a la evidencia de la minusvalía existencial, característica de la especie, que la excluye de la condición de las divinidades, que pueden subsistir por sí mismas y aún contra los demás. A esta indiscutible característica, cada individuo o cada conglomerado responde de acuerdo con las circunstancias de su desarrollo, de una manera positiva o constructiva, compensándola mediante la integración en una comunidad o de una manera negativa, enfermiza, estableciendo, ahora sí, comparaciones que lo llevan a buscar cómo ahorrarse el esfuerzo de colaborar con los demás y sobrevivir aprovechándose de ellos.

32 La reacción sana corresponde al sentimiento de comunidad. Oberst y Stewart (2003, p. 30) reconocen las dificultades para establecer una definición de esta condición psíquica, también llamada interés social o sentimiento social, antes de vincularla con el hecho de ver por los ojos de los demás, oír por los oídos de los demás y sentir con el corazón de los demás, sin que ello signifique identificarlo con el simple altruismo o con una tendencia a vivir la vida de los demás. Se trata, más bien, de un impulso que lleva a quien lo desarrolla a preocuparse por sus semejantes y le impele a vincularse a ellos, aportando sus capacidades al esfuerzo común de superación. La reacción enfermiza, por el contrario, se expresa en complejos como el de inferioridad, el de superioridad o el de postergación, llevando a quienes los padecen a intentar superarse a costa de los demás, obteniendo mucho y dando nada o lo menos posible. Muchos adictos, por ejemplo, padecen de complejo de inferioridad que los lleva a renunciar a una existencia participativa y a evadirse por medio del consumo de drogas o alcohol. Los delincuentes, por su parte, suelen sufrir del de superioridad, que les hace creer que pueden vivir aprovechándose de los demás, sin realizar labores productivas, gracias a sus supuestas mayores habilidades o inteligencia, que les permitirían perpetrar reatos y evitar sanciones. Y probablemente, los neuróticos sean víctimas del complejo de postergación, que los mueve al aislamiento, sintiéndose despreciados por la sociedad, reacia a reconocer su valía. A decir verdad, a pesar de la visión optimista de Adler, es difícil encontrar personas dotadas de un potente sentimiento de comunidad y son minoría, pero abundan, quienes se hallan completamente cautivos de algún complejo. Como casi siempre las personas tienden a agruparse en el centro de la campana estadística, es menos complicado toparse con acomplejados algo sociables o con seres sociales parcialmente víctimas de sus sensaciones de inferioridad. Esta situación social corresponde al planteamiento filosófico según el cual, únicamente en una lógica ideal, arquetípica, estática, es posible concebir los tipos comportamentales puros, mientras que en la vida práctica, la de verdad, las conductas fluyen dialécticamente, adoptando, en mayor o menor medida, elementos característicos de tipos diferentes. No se trata, como queda visto, de tener los testes más o menos calientes. Siendo que las circunstancias biográficas o históricas de las personas o las naciones son importantes en la construcción de los patrones que determinen sus comportamientos, debe tomarse en consideración la ocurrencia de hechos traumáticos a la hora de estudiarlos o intentar predecirlos. El hecho traumático, aquel que causa una impresión intensamente negativa en la vida de la persona o la nación, cumple en muchos casos la función de hacerla consciente de su minusvalía existencial y también la de configurar su alter ego, con el cual compararse en el proceso de superación.

33 Cataluña es una nación formada junto a otras, en el momento de la disolución del imperio romano occidental, cuando se estructuró su lengua y se dotó de instituciones jurídicas y políticas propias. Con el avance de la historia, entró a formar parte de la corona española, en calidad de uno de los varios principados sujetos al mismo rey. Luego, tras una guerra adversa fue sometida, por derecho de conquista, a un proceso de asimilación forzosa, al que sin embargo resistió, conservando lengua e idea diferencial. Actualmente, se esfuerza por subsistir como tal, en un proceso dinámico, del cual es motor la relación con su alter ego, las autoridades centrales de Madrid. El hecho traumático originado por la derrota militar de 1714, determinó una sobrecompensación, gracias a la cual Cataluña se convirtió en una región económicamente preponderante dentro del estado español. Esta situación ha permitido el mantenimiento de un sentimiento nacionalista que sólo en ocasiones asume carácter independentista. Con todo, es difícil valorar acertadamente los alcances del nacionalismo, como expresión de un simple sentimiento de inferioridad o como complejo. Aplicado a la conducta de masas, el complejo de inferioridad propiamente dicho implicaría comportamientos dirigidos a autoinculparse de los fracasos o las derrotas; la explicación de los mismos como resultado de la pereza o la cobardía innatas y generalizadas es característica de este complejo. Su versión de postergación busca, más bien, un culpable; es el caso de quienes se obsesionan con el imperialismo, el judaísmo, las conspiraciones u otros entes semejantes, hallándolos responsables de las propias frustraciones. Y el complejo de superioridad se manifiesta agresivamente; las guerras de agresión, las campañas de exterminio y el terrorismo se cuentan entre los comportamientos que inspira. Así como son necesarios los cristales de masa, para mantener el equilibrio, resultan también indispensables los “pequeños traidores”. Insistiendo en que ya, con lo que se ha conseguido, se tiene suficiente para comer, beber, amar y vivir en paz, ellos cumplen la función de mantener viva la opción de la retirada. En el actual estado de cosas, sería aventurado pronosticar la posibilidad inmediata de la independencia catalana. Sin embargo, algo se avizora.

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IV. ¿Hacia dónde va la nación catalana?

En el momento de garrapatear estas líneas, la crisis económica ha golpeado a España y a Cataluña, radicalizando de alguna manera las posiciones políticas. En las recientes elecciones autonómicas, CiU ha recuperado el control, pero no la mayoría absoluta, del Parlamento y Mas, su perseverante líder, ha llegado a presidir la Generalitat. Los resultados de las elecciones autonómicas de 2010 se resumen así: FORMACIONES CiU PSC

VOTOS

PORCENTAJE

1’198.010 570.361 PP 384.019 ICV 229.985 ERC 218.046 C’s 105.827 SI 102.197 RIC 39.922 NO CONSIDERADOS 265.804

38.47 18.32 12.33 7.39 7.00 3.40 3.28 1.28 8.52

Tabla No. 4. Resultados de las elecciones autonómicas de 2010.

Cabe anotar que en esta ocasión se presentaron, por primera vez las escisiones de ERC, el Reagrupement (RIC) y la Solidaritat catalana per la Indèpendencia (SI). También se presentó un desplazamiento de votación hacia los grupos francamente minoritarios, como los contrarios al maltrato animal o los verdes más verdes, en veces más independentistas que españolistas, pero en todo caso, difíciles de ubicar, por lo que se excluyen del análisis, al menos por ahora. Un examen de la nueva realidad política indicaba, en 2012, que en conjunto, los grupos precedentemente considerado independentistas, definitiva o moderadamente, habían aumentado ligeramente su porcentaje de favor de los electores, pasando del 56.14% al 57.43%, en tanto que los no independentistas, nacionalistas o españolistas, lo habían perdido más significativamente, pasando del 40.49% en 2006 al 34.05% en 2010. Estas cifras no se repitieron en las elecciones generales de noviembre del 2001:

35 FORMACIONES CiU PSC

VOTOS

1’014.263 923.323 PP 715.802 ICV 279.599 ERC 244.245 UPD (C’s) 39.519 NO CONSIDERADOS 177.279

PORCENTAJE

29.35 26.63 20.71 8.09 7.06 1.14 5.11

Tabla No. 5. Resultados de las elecciones generales de 2011, en Cataluña.

Puede observarse que si bien CiU conservó su condición de grupo más votado, redujo su caudal, tanto en número de votos como en porcentaje. Esto se explica por la circunstancia puntual en que se llega a las elecciones, en medio de una gran crisis, en la cual, la necesidad de resolver cuestiones inmediatas prevalece sobre los aspectos más generales. Cuando los electores dejan de votar a los partidos propios de Cataluña y prefieren a los de influencia más amplia en todo el territorio de España, no están haciendo otra cosa que postergar el problema de la autonomía o la independencia para buscar la manera de buscar solución a la resquebrajada economía, que afecta su inmediata supervivencia. Desde luego, esta nueva realidad puede examinarse desde muchos puntos de vista. La llegada del Partido Popular al Gobierno en Madrid puede aplacar las tendencias independentistas catalanas, especialmente si consigue resolver la crisis o por el contrario, puede exacerbarlas, si a un manejo discreto de los problemas económicos suma una actitud displicente hacia las tendencias nacionalistas catalanas. En cuanto a la división que afectara a ERC, pareciera encontrarse en camino de superación. En las elecciones nacionales se presentó en alianza con los disidentes de RIC y el fracaso de los acercamientos con SI, llevaron a que esta agrupación no se presentase. En todo caso, la división no significa que sus cuadros disminuyan en eficacia como cristales de masa. Finalmente, la consolidación de CiU, le permite regresar al gobierno, como tendencia moderada pero presentando ciertos signos de radicalización. No obstante mantener una alianza de gobernabilidad con el PP, el Presidente Mas y varios de sus dirigentes se pronuncian por la independencia, cada vez con mayor énfasis Entre finales de 2009 y principios de 2010 se celebraron unas consultas parciales sobre la eventual independencia de Cataluña. No abarcaron la totalidad del territorio y no movilizaron a más de trecientos mil votantes, cuyo 90% se inclinó por el sí. No siendo vinculante, habiéndose celebrado en plena crisis y siendo parcial, no ofrecieron muchos elementos seguros para el análisis. Sirvieron, desde luego, para mantener en actividad los

36 cristales de masa y para dar a ciertos importantes dirigentes de CiU, el propio Mas incluido, la oportunidad de respaldarlas y abrir un debate dentro de su propio grupo. Por otra parte, tras casi cuatro años de espera, en abril de 2010, el Tribunal Constitucional se pronunció en Madrid, sobre el Estatuto de Autonomía. En resumen, redujo un poco más las ventajas autonomistas establecidas en el referendo. En principio, pareciera una victoria para el Partido Popular, impulsor de la acción judicial. Pero los éxitos del alter ego pueden conducir al estallido y en este caso, al menos condujo a una gran manifestación nacionalista, nutrida por entre un millón y millón y medio de personas (http://www.lavanguardia.com/politica/noticias/20100710/53961206706), según sean cautos u optimistas los calculistas y especialmente, a duros pronunciamientos de los dirigentes de CiU, entre ellos el histórico Jordi Pujol, a favor de la independencia. Como si lo anterior fuera poco, el Congreso de Convergència Democràtica de Catalunya, al que asistieron tanto Mas como Pujol, en marzo de 2012, adoptó como objetivo político la lucha por un Estado propio. Según informes de prensa (http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/03/24/catalunya/1332591782_673718.html), “la nueva hornada de dirigentes nacionalistas entiende que el recorte del Estatuto catalán por parte del Tribunal Constitucional y la recentralización que en su opinión han impulsado el PSOE y el PP no dejan a Cataluña otra opción que asomarse a la independencia.” Se sabe que cuando las masas son cerradas y adoptan metas lejanas tienen mejores posibilidades de subsistir. Una masa que consigue institucionalizar sus objetivos y fijar sus rituales de modo que pueda limitar su crecimiento a quienes se acoplen a ellos, una masa lenta y cerrada piensa en sus futuras generaciones por cuanto tiene certeza supervivencia. Es el caso de las grandes religiones que se han fijado metas tan lejanas como la salvación eterna y han conseguido dotarse de jerarquías y rituales que garantizan su crecimiento lento y su persistencia en el tiempo. Es también el caso de las naciones, cuya meta, la trascendencia, la admirada aceptación de las demás, es suficientemente ambigua como para que nunca se sepa si se ha realizado y mientras se persigue, las autoridades públicas y el orden jurídico se ocupan de hacer lento su crecimiento. Cataluña aspira a sobrevivir y no necesariamente a independizarse. La idea secesionista es sólo el punto de vista que anima a los cristales de masa. Sin embargo, para sobrevivir requiere de un papel dentro de la comunidad internacional y ciertos signos de reconocimiento entre sus integrantes. Las religiones y las naciones cuentan con solemnidades que regulan su crecimiento lento y selectivo. Los rituales iniciáticos, tal el bautismo o los mecanismos jurídicos para otorgar la nacionalidad permiten que sólo quienes nacen en una religión o nación o quienes adhieren a sus fundamentos, tras cumplir con exigencias más o menos intensas, pueden pertenecer a ellas de pleno derecho.

37 En Cataluña es posible nacionalizarse como español pero no como catalán. Por eso, el asunto lingüístico adquiere tanta trascendencia. La única manera de vincularse a la nación es hablando su lengua. Para hacerlo es necesario crecer en una familia raizal, ser escolarizado en el país o aprenderla como adulto. Además, la lengua tiene un rol adicional, relacionado con la trascendencia, la aceptación admirada por las otras naciones. Tener idioma oficial propio significa que Cataluña puede llegar a tomar asiento en organismos internacionales dedicados a la cultura, como la UNESCO. Y si el reconocimiento viene de la Unión Europea implica su aceptación y promoción dentro de este ámbito. La falta de este reconocimiento o su parcialidad lleva a despropósitos como el de ciertos intelectuales catalanes de hacer a Cristóbal Colón su compatriota, arrebatándoselo a Italia. Felizmente, la abundantísima literatura sobre este asunto está escrita en catalán y se distribuye únicamente dentro de la Comunidad Autónoma. Todo tiene sus ventajas y desventajas, una mayor difusión de la lengua, permitiría que estos libros no desertaran las tiendas de otros países y difundirían el ridículo. Por otra parte, una nación es una masa que subsiste en cuanto crece, tanto en el número de sus integrantes como en su influencia. Así se explica el interés de los catalanes en manejar más recursos y gozar de un mayor margen de autonomía en la gestión de sus asuntos. Eso no significa que se prevea al corto o mediano plazo la posibilidad de la independencia. Semejante idea, insistamos, es propia de los cristales de masa y no de la mayoría de los ciudadanos, más vinculados al rol de “pequeños traidores” inclinados a una tendencia sana y no violenta para la superación de los conflictos, el comportamiento predominante observado en los catalanes, en los últimos dos siglos. A pesar de lo anterior, la independencia no se encuentra totalmente descartada. La subsistencia de partidos independentistas, incrementando o manteniendo su caudal electoral, así lo demuestra. Los cristales de masa cumplen su papel y mantienen vigente la propuesta de romper con el estado español y constituir uno propio. Dado que las masas son especialmente sensibles al comportamiento de su alter ego, la posibilidad de desarrollo de la opción independentista está relacionada con las autoridades de Madrid. Quizás en la medida en que Madrid asumiese una cierta solidaridad con los objetivos moderadamente nacionalistas catalanes, como la promoción de su lengua o la consolidación de una agencia tributaria propia, no se sentirá en Cataluña la necesidad de tener un estado propio. Pero la ausencia de solidaridad y la frustración que genere la falta de realización de esos objetivos mantiene la posibilidad de activación de los cristales de masa y la promoción de la independencia. Dado que estar a favor o en contra del catalanismo implica la ganancia o pérdida de cierto número de votos, que los grandes partidos no pueden darse el lujo de desoír, no es predecible una política de estado en relación con este asunto. Y menos que ninguno el Partido Popular, cuya ideología, parecida a un franquismo democratizado, le hace creer que

38 si pone obstáculos a las expresiones nacionalistas aleja la independencia, cuando los hechos demuestran tozudamente que la acercan. Así las cosas, dentro del mediano plazo, es predecible una descarga de masa cuya realización implicaría la independencia. Probablemente no haya una guerra civil pues la incidencia de los cómodos “pequeños traidores” es muy fuerte en la masa catalana. Pero eslovenos y eslovacos ya dieron muestras de cómo las cosas se pueden hacer de otra manera. ¿Cómo encajaría España una huelga general en Cataluña? ¿Cuánto debería durar antes de que Madrid acepte la secesión? ¿Se independizarán los catalanes antes, después o simultáneamente con los vascos? No hay que olvidar el plano internacional, además. En la misma Europa y muy cerca de Cataluña se presentan situaciones similares. Para sólo citar algunos ejemplos, Bélgica cada vez se federaliza más, entre valones y flamencos; en Francia, los más activos corsos o los menos activos bretones aspiran a la autodeterminación; y hasta en Gran Bretaña, se oyen voces escocesas y galesas inconformes con la unidad del reino de doña Isabel. Desde luego, mientras los respectivos centros de poder consigan mantener estas unidades formales y fofas, los otros independentismos en poco contribuyen con el catalán. Pero el día que uno de ellos se consolide, su influencia a favor de los demás será considerable. Recordemos lo sucedido no hace mucho en la sólo aparentemente férrea cortina de hierro. Todo arquero de fútbol sabe que puede salir invicto de un partido pero no de una temporada. Tanto intentan los delanteros hacerle un gol, hasta que alguno lo consigue. De igual forma, quienes desde el españolismo se convierten en los cancerberos de la unidad deben saber, en lo profundo de su inconsciente, que tarde o temprano un movimiento de masas determinará la independencia catalana. No sólo los cristales de masa se animan del soplo de libertad evocado por Serrat. ¿Cuándo será eso? Digamos que cien años es un plazo razonable. Antes de cumplirse un siglo, el autor de estas líneas habrá entrado en la inmortalidad y de no cumplirse sus predicciones, evitará el incordio de quienes le recuerden semejante descalabro. En cambio, si la independencia se realiza pronto, venderá muchos ensayos, el gobierno del nuevo estado le otorgará una pensión por méritos y de esta manera, nuestro paso a un lugar mejor resultará menos enojoso. Así sea.

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