Comentario editorial: Contribuciones de la psicología comunitaria al estudio de las desigualdades sociales, el bienestar y la justicia social

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Psychosocial Intervention Vol. 23, No. 2, 2014

Contribuciones de la psicología comunitaria al desigualdades sociales, el bienestar y la justicia social

estudio

de

las

Manuel García-Ramírez, Fabricio Balcázar, and Cláudia de Freitas

Ésta es una versión traducida al español del original en inglés Community psychology contributions to the study of social inequalities, well-being and social justice. Para referenciar, citar el original como: García-Ramírez, M., Balcázar, F., and De Freitas, C. (2014). Community psychology contributions to the study of social inequalities, well-being and social justice. Psychosocial Intervention, 23, 79-81. http://dx.doi.org/10.1016/j.psi.2014.07.009

Resumen Este número especial de la revista de Intervención Psicosocial busca contribuir al conocimiento del bienestar humano como una cuestión de justicia social. El punto de partida es el reconocimiento de que las desigualdades en salud y bienestar están estrechamente relacionadas con las desigualdades sociales y, por tanto, afrontarlas pasa por mejorar las condiciones de vida de la comunidad. Llegar a una sociedad más justa requiere transformaciones sistémicas. No obstante, para reducir la inclinación del gradiente de salud y bienestar en la sociedad, deben redoblarse las medidas dirigidas a grupos que se encuentran sometidos a un mayor riesgo de vulnerabilidad. La psicología comunitaria sostiene como uno de sus principios fundacionales el cambio social por medio de la capacitación de los grupos que sufren discriminación, tales como niños y jóvenes que viven en condiciones de pobreza, mujeres que sufren violencia, personas con discapacidades e inmigrantes ancianos. A través de investigaciones realizadas con estos grupos, las contribuciones de este monográfico ofrecen líneas de acción para una agenda científica cuya meta sea ofrecer oportunidades a todas las personas para construir el significado de sus vidas y tener control sobre los recursos que necesitan para su bienestar y prosperidad. Palabras clave: Psicología comunitaria, Bienestar, Justicia social, Equidad sanitaria, Desigualdades sociales, Salud 2020

La llegada del siglo XXI ha puesto de relieve la magnitud de los retos que afrontan quienes se preocupan por conseguir una vida digna y próspera para todos los seres humanos. Los grandes adelantos tecnológicos, las crecientes migraciones, el reconocimiento de la diversidad humana, las estructuras familiares modernas, los nuevos sistemas de producción, los requisitos actuales del mercado laboral y el aumento de la esperanza de vida son tan solo algunas de las transformaciones ocurridas en los últimos tiempos. Aunque muchos de estos cambios se produjeron con la intención de mejorar el bienestar y la prosperidad de la humanidad, paradójicamente han dado lugar a un aumento sin precedentes de numerosas desigualdades.

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El estancamiento de la economía mundial ha sumergido al mundo occidental en una crisis que le ha llevado a abandonar muchos de los valores de la justicia social y los derechos humanos en los que se había apoyado. La intensa migración, por ejemplo, no responde al deseo de las personas de cambiar de cultura y sociedad para ampliar horizontes. Por desgracia, representa el drama de millones de personas que huyen de la pobreza extrema, la guerra y la persecución. La llegada de inmigrantes enriquece cultural y económicamente a las sociedades en las que se asientan. Sin embargo, los inmigrantes a menudo reciben un trato injusto y quedan relegados a los estratos inferiores de su nueva sociedad. La reciente oleada migratoria mundial es una de las expresiones más evidentes del enorme número de personas que viven en condiciones peligrosas y carecen de acceso a cobijo, salario, alimentos, educación y atención sanitaria. El mayor riesgo corresponde a las minorías étnicas, los discapacitados, los niños y jóvenes, las mujeres y los ancianos (Ingleby, 2012). Por ejemplo, en la Unión Europea, el hogar de diez millones de gitanos, hay países en los que el 80% de las personas pertenecientes a esta minoría viven en pobreza extrema. Además, su esperanza de vida está 15 años por debajo del quintil inferior de su país de residencia (Hajioff y McKee, 2012). Otro ejemplo hace referencia al desempleo juvenil. En 2009 carecían de trabajo el 21% de los jóvenes de la Unión Europea. En países como España, esta cifra se eleva hasta el 55% (INE, 2014). Un último ejemplo es el coste de la violencia conyugal en Estados Unidos, que según las Naciones Unidas supera cada año los 5.800 millones de dólares de los cuales 4.100 millones corresponden a la atención médica y psicológica directa (NCAVD, 2014). El aumento de la esperanza de vida, junto con la disminución de la fertilidad y el aumento de las enfermedades y los problemas psicosociales ligados a la pobreza, están poniendo en peligro uno de los pilares del Estado del bienestar: la cobertura sanitaria universal (Legido-Quigley et al., 2013). En resumen, uno de los retos más complejos que afrontamos en el siglo XXI es la lucha contra las desigualdades, cada vez mayores, que viven los seres humanos. El objetivo fundacional de Salud 2020, el marco de políticas europeas de la OMS para el siglo XXI, es "mejorar significativamente la salud y el bienestar de las poblaciones, reducir las desigualdades sociales, reforzar la salud pública y conseguir sistemas sanitarios centrados en las personas y que sean universales, equitativos, sostenibles y de gran calidad" (WHO, 2012 pág. 1). Marmot y Bell (2012) afirman que, para conseguir este objetivo, la sociedad debe: a) ofrecer a todos los niños el mejor comienzo en la vida; 2) proporcionar a todas las personas (niños, jóvenes, adultos y ancianos) la máxima capacidad y la oportunidad para hacerse con el control de su vida; 3) proporcionar a todos un trabajo justamente remunerado; 4) garantizar a todos un nivel de vida saludable; 5) crear y desarrollar comunidades sanas; y 6) reforzar las consecuencias de los programas de prevención de enfermedades y promoción de la salud. Estos retos sociales propuestos a partes iguales por los científicos sanitarios y sociales exigen la aparición de un nuevo paradigma que pueda dotarles, a ellos y a los profesionales sobre el terreno, de nuevos métodos y maneras de prestación de servicios. Hasta ahora, los modelos predominantes buscaban respuestas estables y duraderas a problemas que eran predecibles y constantes. Sin embargo, el carácter de las desigualdades sanitarias ha hecho comprender a la comunidad científica que el verdadero desafío radica en vencer determinadas circunstancias o condiciones que influyen entre sí y varían con el tiempo, aumentando aún más el riesgo de los que ya son vulnerables. De hecho, conocer la naturaleza de los problemas que acompañan a la desigualdad en sanidad y bienestar implica un cambio radical en la manera de afrontar el reto (Murray, Grice y Mulgan, 2010; Rittel y Webber, 1973). La psicología comunitaria está preparada para abordarlo porque uno de sus principios fundacionales se basa en fomentar el cambio social por medio del fortalecimiento de los grupos desfavorecidos (Martín-Baró, 1996). Además, la psicología comunitaria afronta las desigualdades sociales desde una perspectiva ecológica, centrada en la dinámica de poder subyacente que caracteriza a las relaciones humanas. Esta perspectiva entiende el bienestar como un proceso personal y social que se consigue satisfaciendo de forma simultánea y equilibrada las necesidades personales, relacionales y sociales de los miembros de todos los grupos. Se trata de un proceso contextual inspirado por los valores y principios sociales que dirigen nuestras acciones hacia una situación deseada. Los valores de autodeterminación, crecimiento personal y salud guían la consecución de las necesidades personales (por ejemplo, control, autonomía). Las necesidades relacionales (por ejemplo, identidad, conexión, aceptación, responsabilidad mutua) están gobernadas por los

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valores de respeto hacia la diversidad humana y por la participación personal y democrática en las redes sociales. En el nivel social, la necesidad de un sentimiento de comunidad, de seguridad económica y de acceso a los servicios sociales y sanitarios se inspira en los valores de la justicia social (Nelson y Prilleltensky, 2005). Por consiguiente, el bienestar está intrínsecamente unido al poder. Poder hace referencia a tener acceso a los recursos materiales y psicosociales, así como a un sistema de regulación social, que ofrezcan la oportunidad y la capacidad de conseguir el bienestar. El acceso al poder depende de circunstancias sociales e históricas, así como de factores estructurales (por ejemplo, clase social, sexo, origen étnico) y personales (por ejemplo, formación, capacidades). Aunque, en el mejor de los casos, el poder tiene como objetivo la consecución del bienestar, algunos grupos lo utilizan para adquirir privilegios sobre los demás. De acuerdo con este enfoque, la psicología comunitaria, que tiene como objetivo identificar, analizar y transformar las condiciones que legitiman y sustentan un status quo en el que se naturalizan relaciones asimétricas entre los grupos (Nelson, 2013), ofrece un marco útil para contribuir al estudio de las desigualdades en sanidad y bienestar (Prilleltensky, 2011). En este número especial, las contribuciones de Genkova, Trickett, Birman y Vinokurov, y de Sabina, Cuevas y Lannen, nos ayudan a comprender las sutiles desigualdades que sufren los inmigrantes cuando acceden a los recursos de bienestar y asistencia sanitaria. Genkova y cols. describen la transición como inmigrantes de los exiliados rusos de edad avanzada en Estados Unidos. Estos, que gozan de la condición de refugiados, constituyen un grupo privilegiado de buena posición económica y un nivel cultural elevado. Además, hay algunas disposiciones legales que les otorgan ventajas especiales. Sin embargo, sus dificultades para adaptarse a nuevas normas y valores y aprender un nuevo idioma, sumadas al actual sentimiento antiinmigrante que domina en la sociedad estadounidense, les exponen a situaciones de discriminación y desigualdad. El estudio muestra también que la perspectiva del estudio de la aculturación ha ocultado estas desigualdades al relacionar el bienestar con la integración, entendida como biculturalidad. Se supone que para convertirse en miembros aceptados y reconocidos del tejido social de la sociedad anfitriona, los recién llegados deben adquirir iguales competencias en la cultura de acogida que en la de origen. Sin embargo, los ancianos que participaron en el estudio disfrutan de bienestar en diferentes facetas de la vida empleando diferentes recursos de aculturación en función de sus expectativas, capacidades y oportunidades. Así pues, el estudio ilustra que el diseño de políticas públicas capaces de reconocer y legitimar a los nuevos ciudadanos sin imponerles estrategias de aculturación se acompaña de la superación de las desigualdades en sanidad y bienestar. La contribución de Sabina y cols. aborda las desigualdades en cuanto a la búsqueda de ayuda en las mujeres latinas que sufren violencia interpersonal en Estados Unidos. El estudio muestra la gran repercusión que tienen los factores socioculturales y la condición de inmigrante en la probabilidad de que estas mujeres soliciten apoyo. Esta probabilidad disminuye cuando no se espera recibir una ayuda eficaz. De nuevo, los resultados destacan la importancia que tienen los servicios públicos, que deben ser sensibles a las necesidades y las características socioculturales de las poblaciones minoritarias (Ingleby, Chimienti, Hatziprokopiou, Ormond y Freitas, 2005; Portugal et al., 2007). De Freitas, García-Ramírez, Aambø y Buttigieg describen l manera en que la investigación en psicología comunitaria ayuda a transformar las políticas sanitarias para hacerlas más equitativas e integradoras. McAuliff, Viola, Keys, Back, Williams y Steltenpohl han analizado el enigma de cómo hacer que los sistemas sanitarios sean más sostenibles al tiempo que se incrementa el acceso a la prestación de servicios y la calidad de los mismos. Los dos estudios ponen de manifiesto cómo los múltiples estratos de poder que se superponen en los sistemas sanitarios contribuyen a perpetuar las desigualdades en sanidad, y proponen que la psicología comunitaria podría arrojar algo de luz sobre estos problemas mediante la adopción de estrategias encaminadas a dar voz a todas las partes interesadas e incorporar sus puntos de vista. En Holanda, como señalan De Freitas y cols., la psicología comunitaria ha inspirado la movilización de los inmigrantes de Cabo Verde para solicitar la creación de servicios adaptados a sus necesidades. En Noruega ha permitido el desarrollo sociopolítico de las partes interesadas que intervienen en iniciativas participativas en un centro de promoción de la salud en Oslo. Y en España, la promoción de coaliciones entre proveedores de servicios,

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investigadores y comunidades de inmigrantes ha posibilitado que todos adquieran la capacidad de fomentar la lactancia materna entre las mujeres inmigrantes con bajos ingresos. El trabajo de Hernández-Plaza, Padilla, Ortiz y Rodrigues (en el presente número) ofrece perspectivas importantes y complementarias. El estudio dirige la atención hacia las consecuencias devastadoras que está teniendo el desmantelamiento del sistema sanitario en los países mediterráneos de Europa y sus efectos sobre la salud infantil y materna, y demuestra que estos efectos aumentan de manera exponencial en las minorías étnicas y los inmigrantes. También pone de manifiesto que las principales estrategias para reducir las desigualdades no han dado el fruto deseado porque no han tenido en cuenta la perspectiva de la población ni se han basado en perspectivas de justicia social. En el estudio se proponen estrategias metodológicas para superar estos inconvenientes. En dos artículos de este número especial se describen los esfuerzos realizados para proporcionar a todos los niños y jóvenes la máxima capacidad y la oportunidad de mejorar su calidad de vida y así ofrecerles el mejor comienzo en la vida (Marmot y Bell, 2012). El artículo titulado Better Beginnings, Better Futures, de Worton et al., es una iniciativa dirigida a la primera infancia y encaminada a fomentar el desarrollo de la salud de los niños y las familias en comunidades económicamente desfavorecidas. Es un ejemplo excelente de iniciativa inspirada en los principios de la psicología comunitaria y orientada a vencer las desigualdades en bienestar. La iniciativa desarrolla la participación social con la colaboración, las habilidades, los conocimientos de liderazgo y los ámbitos sociales de diversas organizaciones. Su objetivo es conseguir un cambio social duradero, mantener la calidad de los servicios y defender los cambios a políticas y prácticas que propugnan un entorno saludable para las familias y las poblaciones. La contribución de Balcazar, Kuchak, Dimpfl, Sariepella y Alvarado aborda el enorme reto que supone ofrecer a los adultos jóvenes con discapacidad oportunidades de empleo que les permitan prosperar. El equipo investigador está desarrollando y evaluando un programa para fomentar el desarrollo económico de jóvenes discapacitados de minorías étnicas, uno de los grupos más marginados y el más alejado del mercado laboral en Estados Unidos. Su marginación se debe tanto a la raza como a la discapacidad y, en algunos casos, se añade el hecho de que la discapacidad ha sido adquirida como consecuencia de la violencia callejera. Sin la ayuda de un programa que ofrezca recursos, conocimientos y apoyo, estas personas carecerán de oportunidades laborales. La incubadora de negocios cuya creación solicitaron al Estado los promotores y evaluadores del programa después de haberlo puesto a prueba, es un importante cambio sistémico con un gran potencial para ayudar a muchas personas en el futuro. Para aumentar el número de personas con discapacidad que pueden hacerse económicamente productivas y reducir su dependencia de los subsidios públicos también se ha propuesto la creación de pequeñas empresas mediante un modelo cooperativo de propiedad. Este grupo de artículos demuestra el compromiso de los psicólogos comunitarios por mejorar la adquisición de significado, la valoración y la prosperidad de las personas y las comunidades (Prilleltensky, en el presente número). En su comentario, Prilleltensky ofrece una valiosa reflexión acerca de cómo estos tres conceptos describen el compromiso de la psicología comunitaria de contribuir a la realización de los objetivos propuestos por la OMS en el marco Salud 2020. Con este objetivo en mente, sus comentarios constituyen una exposición útil de lo complicado que es equilibrar los propósitos de transformación y mejora en las medidas y políticas cuando las condiciones de desigualdad ponen seriamente en peligro la salud y el bienestar de los grupos sin voz. Suarez-Balcazar (en el presente número), afirma que la crisis mundial que está afrontando la humanidad es también una crisis moral, y la psicología comunitaria está llamada a desempeñar un papel fundamental para superarla. Las difíciles circunstancias en las que están viviendo muchas personas nos emplazan, con una sensación de urgencia, a desarrollar programas creativos y al mismo tiempo intentar aliviar el sufrimiento. ¿Cómo podríamos recorrer esta estrecha línea sin aliar nuestro trabajo con las estructuras dominantes que sostienen las desigualdades existentes? Ayudar a las comunidades a vivir día a día, a reforzar su pensamiento crítico y a crear expectativas de prosperidad entre aquellos cuya situación les impide reconocer su propio potencial de liberación y felicidad puede ser una tarea abrumadora. A menudo se ha advertido que las medidas bienintencionadas pueden ayudar a perpetuar la marginación. También sabemos que entre los populistas de dentro y de

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fuera del ámbito científico es frecuente adoptar un discurso que proclame la justicia social. Esperamos que esta monografía contribuya a ilustrar, de forma comprometida y rigurosa, las tareas esenciales emprendidas por la psicología comunitaria para vencer las desigualdades en salud y bienestar.

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