Clases medias: Las paradojas que atraviesa Perú

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dirección general Tomás Amílcar Rodrigo Sánchez de Bustamante dirección ejecutiva Omar Bagnoli dirección editorial Florencia Badaracco jefe de edición Guillermo Fernández secretaria de redacción María Isabel Menéndez equipo de edición Yanina Costa Pablo Schroder Lucas Van Rey corrección Andrés Monteagudo concepto visual Estudio Lo Bianco dirección de arte y edición gráfica Juan Lo Bianco diseño gráfico Theo Contestin Catalina Ruiz Luque Clarisa Chervin

colaboran en este número Marco Enríquez-Ominami Omar Rincón Fabiana Luci de Oliveira Agustina Schijman Paolo Sosa Villagarcia Emmanuelle Barozet Vivian Martínez Tabares Julia Ariza Roger Koza Juan Lima Juan Diego Incardona Mariana Bernd José María Fanelli Thomas Piketty artistas invitados Delfina Bourse Tulio de Sagastizábal Catalina Schliebener Jorge Panchoaga José Muñoz Carlos Sampayo Juan Lecuona traducción Teresa Arijón

directora editorial 2002-2013 Liliana Cattáneo propietario Fundación osde número 33 Primer semestre 2015 Mayo 2015

Copyright © Buenos Aires Todos los derechos reservados Hechos los depósitos previstos en la ley 11.723 Registro Propiedad Intelectual 5228086 Prohibida su reproducción total o parcial. issn 1666-5864 Fundación osde av. Leandro N. Alem, 1067 piso 9 c1001aaf, Buenos Aires Argentina tel: (011) 5196 2210 e-mail: [email protected]

agradecimientos Juan Carlos Torre

tipografías Abril Display, Abril Text y Adelle Sans (TypeTogether de José Scaglione y Veronika Burian) Median (Tipo de Eduardo Rodríguez Tunni) Montserrat de Julieta Ulanovsky tratamiento de imágenes Edge Pre_media impresión Ferraro Gráfica Osvaldo Cruz 2677 - caba

ta pa Catalina Schliebener, Serie Sommer und ferienhauser der woche, 2012 c o n t r ata pa Jorge Panchoaga, La Casa Grande, 2013

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X j ua n c a r l o s t o r r e i n v i ta da X CATAL I NA SC H L I E B ENER

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Paolo Sosa Villagarcia

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Una nueva clase emprendedora, arriesgada, urbana, migrante e informal, que realza el consumo como modo de pertenencia y que a la vez desdeña todo involucramiento político parece completar el mapa actual de la sociedad peruana.

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Veinte años después del inicio de las reformas de mercado, el rostro del país parece completamente diferente. Una catastrófica crisis hiperinflacionaria y la no menos ruinosa insurgencia terrorista de Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (mrta) habían arrojado al país hacia un futuro incierto, cuando no imposible. Desde hace una década, sin embargo, contemplamos un escenario absolutamente distinto que promueve lecturas menos fatales y hasta compulsivamente optimistas. Por un lado, la inversión extranjera en el país y el importante incremento en el precio de minerales han generado una dinámica económica propicia para el crecimiento. Se trata de un fenómeno que no tiene precedentes tanto por su intensidad como por su sostenimiento en el tiempo y también por lo extensivo a nivel territorial de las actividades económicas. Del mismo modo, los diferentes niveles de gobierno del Estado han logrado invertir, de manera desigual y poco articulada, en infraestructura. Estas decisiones contribuyeron a solucionar en forma parcial los problemas de conectividad y, de esta manera, a mejorar la articulación de mercados y propiciar el crecimiento de algunas provincias intermedias. El desarrollo de actividades económicas medianamente descentralizadas (minería, agroindustria, turismo, etc.) ha favorecido la expansión de un sector con mejores ingresos económicos tanto en Lima como en diferentes regiones. A decir verdad, el consumo a nivel subnacional es inédito y la inversión privada es también importante en algunas capitales de provincia donde grandes centros comerciales han empezado a brotar. Asimismo, el país ha atravesado una especie de “boom” inmobiliario y automotor que, como venimos señalando, no se ha concentrado solo en la capital. Por otro lado, la caída del gobierno autoritario de Alberto Fujimori impulsó el restablecimiento de las condiciones mínimas del régimen democrático como la libertad de asociación, prensa y expresión, y el desarrollo de elecciones limpias y competitivas. Desde ese momento, han transcurrido casi quince años ininterrumpidos de sucesión democrática de autoridades y también se han llevado adelante reformas para la descentralización y regionalización del país. Otro contexto inédito para el llamado “péndulo” democrático autoritario peruano, que ha contribuido exponencialmente en el desarrollo continuo de ciertas prácticas democráticas, como

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las elecciones y la competencia electoral. Al mismo tiempo, esta coyuntura favoreció el ejercicio de la protesta social –a pesar de los intentos de represión gubernamental– y ha estimulado el acceso a información alternativa a la oficial, además de reavivar una constante, aunque empobrecida, discusión sobre los temas de interés público en plena era global. Estos son, en opinión del politólogo Alberto Vergara, signos centrales de la nueva época peruana: estabilidad económica y política como pocas veces se ha visto en nuestra historia; y es a la luz de esta perspectiva que quisiera discutir cómo se ha desarrollado la nueva clase media en el caso peruano. Advierto que esta mirada no solo se centra en el proceso económico y de consumo sino que procura resaltar otros componentes y recuperar una visión “clásica”. La nueva clase media no es tan abundante como el sector de ingresos medios, pero tampoco tan estrecha como el grupo social que comparte características típicamente urbanas y mesocráticas. Esta situación complica el acercamiento teórico, pero también constituye un reto político para el Perú en los próximos años. Podríamos decir que, a diferencia de otros países, este sector de ingresos medios tiene fuertes deficiencias en educación y entrenamiento profesional, así como también adolece de un precario sistema de salud. Ambas falencias están determinadas por el limitado acceso público a estos servicios. 37

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Como hemos señalado, Perú es visto como un país de ingreso medio y esto ha tenido un impacto impresionante tanto en la reducción de la pobreza monetaria como en las características del consumo. La desigualdad, producto del desarrollo, es atacada a través de una serie de programas sociales y de inversión en infraestructura que han favorecido la inserción del mundo rural en la dinámica auspiciosa del comercio. Esta relación, sin embargo, es vulnerable a los ciclos económicos pues, según los datos del pnud (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), un porcentaje importante de los estratos sociales que han mejorado económicamente en la última década podrían volver a la pobreza ante una crisis.

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La ciudadanía informal es un oxímoron, la clase media informal es una entelequia. La relación entre estos sectores, aun aquellos “formalizados”, y el Estado, es precisamente la marca de nacimiento de un grupo poblacional que se ha forjado como un emprendedor pero no como un ciudadano.

Lo que es cierto es que las formas de consumo han sido transformadas por diferentes factores económicos y sociales. Para explicar esta situación, el investigador Rolando Arellano destaca el papel que tuvo la crisis inflacionaria en el quiebre de la espina dorsal de la vieja clase media asalariada. La lógica en este razonamiento es más o menos sencilla: en este tipo de crisis, los asalariados, empleados formales del sector privado o público, siguen ganando prácticamente lo mismo cuando la economía se resiente; mientras que los informales pueden redefinir el precio de sus productos o su trabajo puesto que no dependen de un contrato formal. Esta condición hace que este segundo grupo no solo tenga mayor posibilidad de resistir la crisis, sino que incluso puede llegar a beneficiarse. El resultado final, dentro de esta misma lógica, es que los conservadores y pacatos sectores mesocráticos tradicionales hayan sido reemplazados por los nuevos sectores medios emprendedores y arriesgados. Un nuevo estrato de carácter urbano, en su mayoría migrante e informal; una propuesta intrépida e interesante que resalta precisamente al consumo como una de las claves para entender la dinámica que mueve al Perú posterior al ajuste económico estructural. Es decir, una sociedad diversificada en la capacidad de gasto, pero dentro de la cual existe un sector significativo que sigue comportándose según sus pautas tradicionales, con independencia de las limitaciones monetarias. La mala noticia es que este modelo no funciona para darnos señas importantes sobre el comportamiento político de la población, esto es, cuando se sostiene que el nivel de acumulación económica en estos grupos constituidos por consumidores relativamente similares determina una nueva dinámica social que revitaliza una especie de “burguesía chola”. Esta épica del informal emprendedor esconde precisamente la perversa arista política del fenómeno. La ciudadanía informal es un oxímoron, la clase media informal es una entelequia. La relación entre estos sectores, aun aquellos “formalizados”, y el Estado, es precisamente la marca de nacimiento de un grupo poblacional que se ha forjado como un emprendedor pero no como un ciudadano. 39

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Si un individuo adquiere tal condición en su relación práctica con las instituciones políticas lo que tenemos es una dinámica en la que estas instituciones y el Estado mismo son evadidas y hasta repudiadas cotidianamente. Y, en este sentido, los datos de lapop (del inglés: Proyecto de Opinión Pública de América Latina) arrojan una interesante paradoja: los peruanos queremos más presencia del Estado, pero no queremos que este intervenga en nuestra vida cotidiana y, mucho menos, que nos extraiga rentas. Estos grupos poblacionales, diversos en su composición, son impensables al momento de establecer preferencias respecto de las políticas estatales y, por supuesto, mucho menos útiles para entender la configuración (o precisamente la carencia) de un sistema político peruano en el que los intereses de los ciudadanos sean agregados y canalizados de manera institucional. En términos socioeconómicos, el consumo se ha disparado sobre todo entre los jóvenes que, cada vez más, acceden al mercado laboral –formal e informal– y al sistema crediticio en una especie de versión peruana de la llamada generación del milenio (millennials). Este contexto potencia la idea feliz de que todo es posible, que el sistema premia el esfuerzo y que las cosas funcionan bien con la sola dinámica del mercado. Ningún otro país en América Latina tiene tan internalizada esta idea y, por lo tanto, es tan adverso al involucramiento en la política y la posibilidad de modelos alternativos. El carácter estabilizador del sistema no es represor, sino seductor (el filósofo Byung-Chul Han dixit). Esto ayuda a que la estabilidad política también resalte, aun cuando los índices de desaprobación de los últimos gobiernos se hayan disparado. El sector de nuestro interés es poco proclive a involucrarse en política y sin poseer una identidad partidaria parece deshojar margaritas en épocas electorales. Sus preferencias se ubican en un “centro político” que puede ser representado por personajes muy dispares y propuestas programáticas –cuando las hay– también diferentes. Luego de las elecciones, el desprestigio de las instituciones y la clase política es abrumador y, no obstante, el país sigue adelante. ¿Qué conclusión se puede sacar de esta situación? Somos muy jóvenes para ser pesimistas, pero nuestro país es muy viejo para el optimismo. Nuestra historia reciente está repleta de ensayos teleológicos sobre el desarrollo de las clases sociales. Ya sea mediante la imagen de un “desborde popular” o de una “plebe urbana” encaminada a un proyecto alternativo de desarrollo, e incluso de un contingente liberal popular para enmarcar “otro sendero” –en oposición a Sendero Luminoso–. Sin embargo, el Perú contemporáneo revela que, entre estas dinámicas de progresistas y emprendedores, persiste el bicho clientelar, pragmático y plebiscitario que nos acecha, aunque dormido en estos tiempos de “boom” y prosperidad. De todas maneras, algunos cambios son relevantes y vienen de la mano de cierta actitud crítica en algunos sectores de la clase media. A pesar de las grandes limitaciones de acción y los intentos de ocultamiento o represión gubernamental, los actos de corrupción y las decisiones arbitrarias son cada vez más contestadas por la opinión pública y el descontento social. Algunos episodios recientes, como la “repartija” de puestos clave en órganos autónomos, y la aprobación de un nuevo régimen de flexibilización laboral juvenil, han hecho evidentes las diferentes aristas de precariedad en esta dinámica feliz que ha provocado una serie de marchas nacionales en contra del gobierno, pero también del sector empresarial. X

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