Ciencia y poder: ¿Una fusión conveniente?

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LA CIENCIA Y EL PODER: ¿UNA FUSIÓN CONVENIENTE? Por: Violeta Molina Natera1 A lo largo de la historia moderna la ciencia ha sido el motor de desarrollo de las sociedades que ha impulsado avances y transformaciones estructurales. La Declaración de la Conferencia Mundial de la Educación Superior 2009 establece que la educación superior y la investigación deben convocar el cambio social y el desarrollo, y hacen un llamado a “abordar los asuntos que atañen al bienestar de la población y crear bases sólidas para la ciencia y la tecnología pertinentes en el plano local” (Unesco, 2009, p. 6). Esta declaración plantea que la pertinencia con los problemas de las regiones debe ser el principio y fin de la investigación científica. De esta forma, la solución de las necesidades de las distintas sociedades debería ser la prioridad para el impulso al desarrollo científico y la principal agenda de las organizaciones públicas y privadas que lo promueven. Sin embargo, las razones por las que se hace investigación en muchos casos no tienen nada que ver con esto y es muy difícil lograr el ideal de objetividad que tanto se demanda a la investigación científica. Por ello, la ciencia siempre ha estado y estará influenciada por las distintas formas de poder que afectan su desarrollo y avance. Lo anterior se explicará teniendo en cuenta los intereses individuales de los investigadores, el debate sin fin sobre la objetividad y el lugar que ocupan las entidades financiadoras de la investigación.

Intereses individuales Usualmente se dice que la ciencia sigue su propio desarrollo a partir de sus propias agendas y necesidades construidas colectivamente por la comunidad científica. No obstante, es innegable que los científicos, de manera individual,                                                                                                                 1

Fonoaudióloga, Magíster en Lingüística y Español, Doctoranda en Educación. Profesora investigadora del Departamento de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana. Directora del Centro de Escritura Javeriano de Cali, Colombia. Contacto: [email protected]

 

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tienen sus propias ambiciones y motivaciones que los impulsan a la actividad investigativa. En primer lugar, la investigación en las instituciones que fomentan su práctica tiene, en la mayoría de los casos, un lugar predominante y una estructura de incentivos que lo hacen atractivo para los académicos (Carullo & Vaccarezza, 1997). En nuestro país las instituciones de educación superior son, por excelencia, el semillero de las investigaciones en las diferentes áreas del saber. Últimamente las organizaciones privadas, incluyendo empresas de productos y servicios, están impulsando las investigaciones a través de la vinculación de doctores. En ambos casos, existen estímulos para ascenso en el escalafón docente, beneficios económicos o de otra índole por atraer financiación externa, por lograr patentes y por las publicaciones en revistas de alto impacto. Por ello, estos estímulos se convierten, en muchos casos, en la principal motivación para el ejercicio investigativo Pero esta no es la única motivación individual que tienen los investigadores. Como bien es sabido, quienes se encargan de hacer aportes al desarrollo de la ciencia están inmersos en una cultura y tienen unos antecedentes derivados de su formación académica que influyen en sus intereses y elecciones para investigar. Así, las culturas dominantes y las experiencias de quienes se encuentran inmersos en ellas han impuesto la agenda investigativa a lo largo de la historia de la ciencia. Un ejemplo de ello puede verse en la historia de la educación para sordos y las investigaciones para el desarrollo de la lengua de señas. En el S XVIII en Francia, se creó una institución para la enseñanza de los sordos en la que se reconocía que la lengua de señas era la lengua natural de esta comunidad (Lane, Hoffmeister, Bahan, 1996). Gracias a este reconocimiento, se avanzó en la educación para sordos, hasta el punto que lograron participar del debate cultural y educativo de la época, publicar libros, desarrollar materiales de enseñanza e influir en el desarrollo de políticas de bilingüismo para las instituciones, que pronto empezaron a diseminarse en otros lugares del mundo (Skliar, 1997). En 1880 en el congreso en Milán, los principales educadores de Europa, todos oyentes, excluyeron del voto a los maestros sordos y prohibieron oficialmente la enseñanza de las lenguas de señas para favorecer el oralismo que predominaba en Alemania

 

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e Inglaterra. Esto condujo a un periodo de “oscurantismo” con el consecuente atraso educativo para esta comunidad, que se intentó “oyentizar” en una lengua que no le era propia a través de un enfoque terapéutico (Sacks, 1990), situación que permaneció casi durante un siglo con la imposición de la cultura dominante oyente en la agenda de investigaciones, políticas y propuestas. Este ejemplo evidencia la influencia que tiene en los científicos las culturas dominantes a las que pertenecen por encima del avance de un campo de investigación y, en este caso, de una cultura minoritaria.

El debate de la objetividad Además de los intereses personales de los científicos, un tema que ha estado en permanente debate es el de la objetividad en las ciencias, especialmente en las ciencias sociales. Aunque los positivistas mucho han debatido sobre la objetividad que debe perseguir la ciencia, en el siglo pasado este concepto sufrió muchas transformaciones. Actualmente los estudiosos de la ciencia han concluido que no puede hablarse de una objetividad completa porque lo que realmente sucede es que se mezclan los valores en los que cree el científico con su cuerpo de investigación (Gordon, 1995). Existen muchas pruebas de que los valores y juicios están presentes en la investigación, como ocurre en la psicología occidental, particularmente el caso del psicoanálisis freudiano versus la psicología analítica junguiana. Ambos autores colaboraron entre ellos para desarrollar la teoría psicoanalítica que Freud había planteado. Sin embargo, Jung no podía aceptar que el origen de las represiones y desórdenes de la personalidad se limitaran a los traumas sexuales. Su orientación espiritual (Jung creyente y Freud ateo) finalmente marcó rupturas epistemológicas entre ambos y fue así como cada uno terminó estableciendo su propia teoría psicológica (YoungEisendrath & Dawson, 1991). Es interesante las razones que han permitido que la teoría freudiana haya sido la que más aceptación ha alcanzado en el mundo occidental y la junguiana haya sido desconocida en muchos países hasta años más recientes. La hegemonía del psicoanálisis ha estado presente sobre todo en

 

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la academia (Alonso, 2004), tanto en las aulas como en los grupos de investigación, lo cual ha marcado las tendencias en los enfoques terapéuticos del mundo occidental. Además del predominio de ideologías hegemónicas, también está la elección de teorías por parte de los científicos basándose en las funciones de utilidad que tengan (Gordon, 1995). Esta afirmación puede entenderse a través del construccionismo social, que ha establecido que la realidad es construida socialmente mediante el lenguaje en un momento determinado de la cultura (Páramo, 2013). Si se sitúa el conocimiento histórica y culturalmente, las elecciones de los científicos siempre tienen un propósito coherente con el momento histórico y la cultura. Tal vez el ejemplo que mejor lo demuestre son los avances científicos derivados de las guerras. Paradójicamente el afán de exterminio ha sido uno de los principales impulsores del conocimiento por las necesidades técnicas que se requiere suplir y que, como lo indicó Engels, impulsan la ciencia más que diez universidades juntas. Estas construcciones sociales a partir de una noción de realidad hegemónica evidencian los sesgos de la objetividad en función de unas estructuras de poder de variada naturaleza.

La financiación de la ciencia Al hablar de estas estructuras de poder, no puede dejar de mencionarse a los entes financiadores de la ciencia. Si bien este tipo de entidades son necesarias para impulsar el desarrollo científico en un país o región, a veces sus intenciones persiguen fines que no tienen que ver necesariamente con la búsqueda de la verdad. Es usual que estos entes financiadores estén relacionados o dependan de estructuras de poder, bien sea del estado o de poderosas organizaciones con millonarios fondos privados. Lo complejo resulta en el tipo de prácticas que promueven en la búsqueda de apoyo a la investigación. En primer lugar puede mencionarse la competencia desenfrenada por obtener financiación, que obliga en muchos casos a cumplir requisitos cada vez más exigentes. El no cumplimiento de estos requisitos hace que comunidades científicas queden excluidas o incluso se

 

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autoexcluyan, como ocurrió recientemente en Colombia con la convocatoria de medición de grupos de investigación de Colciencias. Otra práctica que se deriva de este tipo de financiación tiene que ver con las acciones fraudulentas o, cuando menos, poco éticas por parte de algunos investigadores o grupos de investigación. En el cumplimiento de estos requisitos muchos investigadores o grupos han incluido información falsa o imprecisa, lo que ha llevado a que Colciencias desconfíe, en esencia, de toda la información suministrada y pida pruebas a veces muy difíciles de obtener. Las publicaciones en revistas académicas también se caracterizan por acciones poco éticas como el círculo de citaciones en las que “yo te cito si tú me citas”, únicamente por subir el factor de impacto, necesario para la puntuación de los grupos de investigación (León-Sarmiento, Bayona-Prieto, Bayona, León, 2005). No menos grave resulta el caso de la selección de los temas de investigación en función de las agendas de gobierno, como ocurre con las becas para maestrías y doctorados que se otorgan en función del interés de los temas propuestos. Esto lleva a que los proponentes hagan planteamientos temáticos iniciales que satisfagan las agendas de gobierno para luego desviarlos a los verdaderos temas de interés, que no necesariamente fueron los aprobados. Este tipo de prácticas muestran que la investigación realmente no es libre ni independiente y que las estructuras de poder existentes imponen acciones que no benefician el desarrollo científico. Por último, vale la pena revisar la organización institucional de la ciencia y su estructura de incentivos que, en muchos casos, en lugar de impulsar frenan el progreso de la ciencia. Las instituciones que promueven la investigación, sean públicas o privadas, son las estructuras que ostentan el poder y quienes tienen en sus manos el avance de la ciencia. Para el caso de las instituciones de educación superior, como ya se ha mencionado, en muchos casos los incentivos que se otorgan son el principal estímulo para realizar investigación. En el caso de las organizaciones del sector industrial, la situación es algo diferente. Carmí (1995) establece que la financiación por parte de las industrias farmacéuticas promueve una excesiva “comercialización” de la ciencia con consecuencias tan graves como la pérdida de objetividad, la reordenación de las prioridades investigativas dejando  

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a un lado la investigación básica, la degradación de la naturaleza esencial de la ciencia y la explotación de estudiantes y becarios. Los incentivos económicos que estas poderosas organizaciones ofrecen a los investigadores sin duda se convierten en la principal razón de la denominada comercialización de la ciencia. Esto hace que las estructuras de poder impongan intereses particulares sobre el bien común en aras de sus propios beneficios. Las ciencias sociales, lamentablemente, han sido señaladas por tener más sesgos personales, por ser menos objetivas que las ciencias naturales y por ser más vulnerables en el otorgamiento de beneficios y financiación por parte de las entidades oficiales y privadas. Como lo señala Gordon (1995), los científicos sociales requieren un entorno pluralista en el que puedan contar con independencia intelectual para acercarse más al ideal de objetividad. Cuando la ciencia cuente realmente con estas condiciones, el ideal de pertinencia para solucionar los problemas del mundo se podría lograr y poder estará no al servicio de unos pocos sino de toda la humanidad.

Referencias Alonso, J.C. (2004). La psicología analítica de Jung y sus aportes a la psicoterapia. Universitas Psychologicas 3 (1), 55-70. Carmí, J. (1995). Conflicto de intereses e investigación clínica. Medicina Clínica, 105, 174-179. Carullo, J.C. & Vaccarezza, L. (1997). El incentivo a la investigación universitaria como instrumento de promoción y gestión de la I + D. Redes, 4 (10), 155178. Gordon, S. (1995). Historia y filosofía de las Ciencias Sociales. Barcelona: Ariel. Lane, H., Hoffmeister, R., & Bahan, B. (1996). A Journey into the Deaf-World. San Diego, CA: Dawn Sign Press. León-Sarmiento, F., Bayona-Prieto, J., Bayona, E. y León, M. (2005). Colciencias e Inconciencias con los científicos colombianos: de la Edad de Piedra al Factor de Impacto. Revista de Salud Pública 7 (2), 227-235.

 

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Páramo, P. (2013). La construcción social del conocimiento científico. Páramo, P. (comp.). La investigación en ciencias sociales: discusiones epistemológicas. Bogotá: Universidad Piloto de Colombia. Sacks, O. (1990). Seeing Voices: A Journey into the World of the Deaf. London: Picador. Skliar, C. (1997). La educación de los sordos: una reconstrucción histórica, cognitiva y pedagógica. Mendoza: EDIUNC Editorial de la Universidad Nacional de Cuyo. Unesco (2009). Comunicado (8 de julio de 2009). Conferencia Mundial para la Educación Superior – 2009: La nueva dinámica para la educación superior y la investigación para el cambio social y el desarrollo. Disponible en: http://www.unesco.org/education/WCHE2009/comunicado_es.pdf Young-Eisendrath, P. & Dawson, T. (1991). Introducción a Jung. Madrid: Akal Cambridge.

 

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