Chile en la encrucijada

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Chile en la encrucijada Emmanuelle Barozet, Universidad de Chile y Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social

Publicado en Revista Todavía. Pensamiento y cultura en América Latina, Argentina, Dossier sobre las nuevas clases medias en América Latina, junio del 2015, n°33, pp.45-49, http://issuu.com/fundacionosde/docs/todavia-33_completa

Mucha esperanza pesa sobre nuevos contingentes de clases medias en América Latina y su relación con la elusiva promesa del desarrollo en el continente. Los debates en torno a las consecuencias del crecimiento económico y sus limitaciones en nuestra región, despertando ecos de los años 1930 y 1950, se pueden observar con especial fuerza en Chile, donde después de casi treinta años de alrededor de un 5% de crecimiento anual, muchos se preguntan por quiénes son las nuevas clases medias y lo que desean como modelo económico y social. La elección a la Presidencia de la socialista Michelle Bachelet a fines del 2013, junto con una fuerte mayoría en el congreso, parece haber abierto nuevos horizontes. Sin embargo, en una fase de deseos de reformas profundas, pero de limitaciones claras en cuanto a la posibilidad de alterar las reglas del juego, de fuerte rechazo a la clase política y de desaceleración económica, ¿cuál es el panorama para los nuevos sectores medios en Chile? ¿Llegando al umbral de la riqueza? A diferencia de varios de sus vecinos de la región, Chile, altamente urbanizado, con sus 17 millones de habitantes, ha experimentado un sostenido crecimiento económico en las tres últimas décadas, en parte por la apertura a la economía internacional y el giro experimentado en los años 1980, a pesar de sus consecuencias humanas y sociales, y en parte por la demanda internacional de cobre, cuyo precio se mantiene alto por la demanda china. Si bien el país se encuentra hoy en fase de notoria desaceleración, ha conocido una excepcional baja de la pobreza de casi la mitad de la población al final de la dictadura de Pinochet a menos de un 20% hoy, lo que lleva a la pregunta de quienes son estos contingentes que salieron de la pobreza. En la actualidad, llegando a un PIB per cápita de US$ 15.000, es decir casi al umbral de los países “ricos”, ¿pasaron realmente a formar parte de la clase media como lo pregonan los organismos internacionales, en particular el Banco Mundial? ¿Puede Chile salir de la trampa de los “países de ingresos medios” y pretender al desarrollo manteniendo las recetas de los treinta últimos años? Con las tasas de desigualdad socioeconómica que exhibe, aparentemente, se habrán de necesitar muchas décadas para corregirlas. La clase media: un blanco móvil Se sabe que la clase media es un “blanco móvil”: definirlo o medirlo siempre depende de lo que se quiere mirar y de las variables que se tomen en cuenta. Son quienes no son ricos ni pobres, por cierto, pero eso deja un gran espacio en blanco en la parte central de la pirámide social, alrededor del 80% de la población. En realidad, existen múltiples grupos de clase media, según su grado de consolidación en el tiempo y definiciones más restrictivas basadas en el tipo de empleo (manual calificado y no manual), de educación (media y superior) y tramos de ingresos o de consumo. Estas mediciones muestran que las clases medias no conforman más del 45% de la población. Además, poco tienen que ver las familias de profesionales que llevan varias generaciones con acceso a buenas universidades – las clases medias antiguas o tradicionales – y familias que recién emergen de la pobreza o acceden por primera vez a la educación técnica o superior en universidades con poca certificación. Para simplificar, podemos distinguir

varios grupos de clase media: primero una clase media acomodada, que proviene en parte de los grupos más acomodados anteriores a los años 1970 y en parte de quienes se beneficiaron del cambio de modelo y lograron obtener buenos puestos en los nuevos sectores económicos, en especial las finanzas, el retail, o los sectores extractivos como la minería. Este segundo grupo también es considerado como nueva clase media, pero acomodada. Luego existen precarios sectores emergentes o en movilidad descendente, mucho menos calificados, que viven con cerca de US$ 2000 mensuales por hogar. Debajo de eso, conviven sectores vulnerables y poco calificados, que según criterios económicos internacionales pertenecen a la nueva clase media, pero que según criterios sociológicos, son más bien sectores populares. En este panorama diverso, muchos no saben cómo definirse, ya que no comparten la posición que tuvieron sus padres y aún se sienten en proceso de transición. Si les cuesta definir quiénes son, ¿cómo saber lo que quieren? Esto ha sido un rompecabezas para los últimos gobiernos, tanto de derecha como de izquierda. No a la hora de apelar a estos nuevos grupos para las campañas, si no a la hora de aterrizar vagas propuestas de mayor justicia social en políticas sociales concretas, en ámbitos fundamentales de la convivencia social como lo son los impuestos, la educación y la salud. Finalmente, es importante recordar que el promedio de ingresos de los sectores de clase media en América Latina y en Chile en particular (alrededor de US$ 1.000), es mucho más bajo que en América del Norte y Europa, siendo además ésta mucho más vulnerable por la restringida red de protección social de la región. Nuevos movimientos sociales de clase media en Chile Al igual que en otros países de la región, en especial en Brasil, se ha asociado recientemente una serie de movimientos sociales considerados a la defensa de los intereses de los sectores medios nuevos, por oposición por ejemplo a los movimientos indígenas, de pobladores o sindicales. Los emblemáticos movimientos de los Pingüinos – estudiantes secundarios en el 2006 –, amplificado por el movimiento estudiantil del 2011, que le valió la derrota política a la derecha en las elecciones de 2013, pero también movimientos ambientalistas, de usuarios de servicios privados y públicos, son considerados como la punta de lanza de deseos de redistribución de los frutos del crecimiento económico. En términos de contenidos, las propuestas han ido sin embargo desde una transformación global de la sociedad chilena mediante un giro a la izquierda, con renacionalización del cobre incluida – idea que no ha tenido mucho asidero en el conjunto de la población –, hasta propuestas acotadas que apuntan a asegurar en el mercado laboral posiciones con cierta estabilidad para los nuevos contingentes de jóvenes que acceden a la educación superior. En efecto, en un país en el cual entre el final de la dictadura en 1990 y el 2012, la matrícula total de educación superior en Chile, incluyendo la técnico profesional, pasa en términos de cobertura para el tramo 18-24 años de edad, de un 14,4% a un 54,9%, se puede calificar esto como un aumento explosivo, pues el 60% de los matriculados corresponde a las universidades. En un ambiente de desregulación y de casi nula certificación de la calidad, ¿qué espera a estas nuevas generaciones que aspiran a ser parte de una clase media consolidada, cuando el modelo económico es rentista y extractivista de materias primas, y por lo tanto necesitado de mano de obra poco calificada? ¿Qué quieren las nuevas clases medias? Los nudos del presente Las clases medias tienen intereses divergentes entre los diferentes grupos que la componen, pero también tienen intereses cambiantes según la coyuntura. Por supuesto, todos sus componentes aspiran a mejores condiciones de vida, pero en general, para las clases medias nuevas, más para sus hijos que para ellos mismos, preocupados más bien de no perder lo poco ganado o asegurado en los últimos años. Como hoy, las posibilidades de desaceleración siempre están a la vuelta de la esquina, al igual que el desempleo, la enfermedad o la vejez disminuida económicamente. Las esperanzas de mejora, como las de acceder al desarrollo como sociedad, es por lo tanto un deseo para el futuro más que una posibilidad tangible.

Muchos piensan en estos nuevos grupos que asegurar una mejor posición, paradojalmente en un momento de masificación, pasa por acceder a la educación y una educación superior de buena calidad, coto reservado de la clase media consolidada y de la élite. Por un lado, esto los pone frente a un dilema, cuando el movimiento estudiantil pide educación gratuita y de calidad, pero la mejora efectiva del sector público tomará años, pues cabe formar a profesores, mejorar la infraestructura y transformar en profundidad uno de los sistemas escolares más segregados de la región. Por otro lado, los servicios públicos en Chile nunca han sido de buena calidad para grandes sectores de la población, por lo que vemos emerger e incluso tomarse las calles ahora un movimiento conservador de familias de clase media emergente que sienten que obligarlas a colocar a sus hijos en el sistema público sería limitar no solamente su libertad de decisión, sino que reducir las posibilidades de movilidad de sus hijos. Para muchos entre las nuevas clases medias, mantener la distancia con los sectores populares es la marca de su precario éxito. Otros consideran que éste es el momento para lanzar reformas estructurales que limiten las desigualdades y permitan al final del camino el paso al ansiado desarrollo. Asistimos hoy nuevamente a una forma de polarización en torno a proyectos de sociedad reflejados en las posiciones de los diversos sectores medios en Chile, donde quienes sienten que pueden ascender aún un poco desconfían de las reformas del gobierno de Bachelet y de lo que denuncian sería una nivelación hacia abajo. Estas ambigüedades en las posiciones de las nuevas clases medias son difíciles de captar para la clase política, que no ha encontrado aún una fórmula para satisfacer estos diversos grupos sociales. Los más jóvenes parecen querer más Estado para regular el mercado y proveer servicios sociales, mientras en múltiples grupos del medio, las generaciones mayores no creen en el día a día que el Estado o lo público puedan solucionar sus problemas, convencidos, luego de treinta años de un sistema neoliberal, que son emprendedores de sí mismos.

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