CHECHENIA: CLAVES PARA ENTENDER UN DRAMA

August 14, 2017 | Autor: F. Álvarez Simán | Categoría: SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
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Descripción

CHECHENIA: CLAVES PARA ENTENDER UN DRAMA

Eres esclavo del destino, de la casualidad, de los reyes y de los hombres
desesperados
John Donne

Fernando Álvarez Simán*
[email protected]

La República Chechena de Ichkeria, todavía no reconocida
internacionalmente, con una extensión de 19,300 km² clama una
independencia por la que lleva más de dos siglos luchando, desde que el
imperialismo zarista la incorporó a sus dominios. Diversos intereses
internacionales frenan por la fuerza la autodeterminación de este pueblo de
un millón de habitantes, 53% chechenos, 29% rusos, 12% ingush. Los
chechenos, uno de los pueblos más antiguos y aguerridos del norte del
Cáucaso, ya se enfrentaron al Imperio Ruso sobre todo durante el siglo XIX.
Entre 1855 y 1859, Shamil, un religioso unificó a todas las etnias
musulmanas de la región, que incluso llegaron a ser independientes. De
aquella época proviene la fundación de la capital, Grozni ('terrible' en
ruso), un bastión de los cosacos. En febrero de 1944, en plena Segunda
Guerra Mundial, ocurre otro episodio que exacerbará durante lustros el odio
de los chechenos hacia los rusos. Stalin les acusa de colaborar con Hitler
y ordena su deportación masiva. Decenas de miles de hombres, mujeres y
niños son trasladados por la fuerza a Asia Central y a Siberia. El 50% de
ellos muere de tifoidea por el camino. Sólo en 1957, con Nikita Jruschov,
son amnistiados y pueden regresar a su hogar.

Cuando la URSS daba sus últimos estertores, Dzojar Dudaev, un general
soviético, es elegido presidente de la república chechena. Poco después,
proclama la independencia de la región, Moscú no reacciona e incluso se
olvida del armamento soviético que allí había estacionado. Chechenia se
transforma en la base de numerosos clanes mafiosos que actúan en la nueva
Rusia. La gestión de Dudaev es un rotundo fracaso: no se pagan las
pensiones y la productividad es nula. En diciembre de 1994, Boris Yeltsin
decide atacar la región, frenar las tendencias separatistas en la
Federación y garantizar seguridad de los oleoductos rusos que cruzan por el
Cáucaso. Los chechenos se repliegan hacia las montañas y lanzan una eficaz
guerra de guerrillas, acompañada de espectaculares acciones terroristas. El
desgaste ruso es imparable. En agosto de 1996 se firman los Acuerdos de
Jasaviurt que establecen la retirada del Ejército Rojo y una moratoria de
cinco años sobre el estatuto político de Chechenia. El plan supone, de
facto, la autonomía total,
Aslan Masjadov, nuevo presidente checheno comete el mismo error que Dudaev,
no frenar las diferencias internas.

En 1999 el país es libre pero está al borde de la guerra civil. Los
secuestros, el tráfico de armas y el robo de petróleo son moneda corriente.
Los grupos más radicales, capitaneados por el comandante Shamil Basaev,
toman el control. En septiembre, Rusia desata una amplia operación
antiterrorista que aún no ha concluido. Simultáneamente, el Gobierno de
Putin apoyó la campaña bélica norteamericana contra Al Qaeda en Afganistán,
a cambio de que Estados Unidos, líder de la lucha antiterrorista
internacional, acabara sus relaciones con los rebeldes chechenos, entre
otros puntos de un sustancioso paquete de acuerdos. Sin embargo, una vez
finiquitado el régimen talibán, los norteamericanos olvidaron sus promesas.


El presidente ruso, Vladimir Putin, vio en el 11 de Septiembre de 2001 una
ocasión de oro para acabar con el cáncer separatista más indomable que
sufre su país desde el siglo XVIII. Confundiendo y mezclando
deliberadamente la guerra secular de Rusia con los chechenos y la guerra
global de EEUU contra Al Qaeda y los talibán, se convirtió en el primer
aliado de Bush. Compartió información secreta con la CIA y el FBI, abrió
corredores aéreos a suministros humanitarios y facilitó la instalación del
Ejército estadounidense en antiguas bases militares soviéticas en Asia
Central. Dio 72 horas a los rebeldes chechenos para desarmarse y amenazó
con «acciones sin precedentes» si no lo hacían, iniciando nuevamente la
violencia. El presidente rebelde checheno, Masjadov, contestó a varias
llamadas de Putin, muy pronto se comprobó que entre los chechenos, los
dirigentes civiles siguen sin controlar a los militares y carecen de
autoridad para negociar una paz justa.

Con la esperanza de ganarse el apoyo occidental a su guerra en Chechenia,
Putin no sólo ayudó a preparar la guerra de Afganistán, también aceptó la
anulación del tratado antimisiles de 1972, cerró las últimas bases rusas en
Cuba y Vietnam, firmó con Bush el tratado más desigual para los rusos sobre
reducción de armas nucleares y aceptó el despliegue de unos 150 asesores
militares estadounidenses en Georgia. Liquidado el régimen talibán, EEUU
dejó de necesitar a los rusos. Putin esperaba también la aceleración del
ingreso de Rusia en la Unión Europea, la Organización del Tratado Atlántico
del Norte y la Organización Mundial de Comercio, condonación de una parte
importante de su deuda exterior, un aumento de las inversiones directas de
Occidente, luz verde para sus negocios nucleares en Irán y energéticos en
Irak, y el reconocimiento, por fin, como economía de libre mercado. Salvo
este último reconocimiento y el consejo Rusia-OTAN establecido en mayo de
2002 para cooperar, sobre todo, en la lucha contra el terrorismo, Occidente
no ha respondido a las peticiones rusas. Tal vez su mayor logro fue que
durante cuatro o cinco meses los dirigentes de las principales democracias
dejaron de criticar la destrucción de Chechenia.

El 22 de octubre de 2002, el fracaso de las tácticas militares de los rusos
y de la estrategia de Putin quedó confirmado con el asalto y masacre en el
teatro Dubrovka de Moscú. Entre las 650 personas que tuvieron que ser
hospitalizadas, sólo cinco presentaban heridas de bala. El balance de la
incursión de los servicios especiales, que duró dos horas, provocó un
elevado resultado de víctimas. Cerca de 170 muertos. 119 de ellos entre el
público que asistía a la representación del musical, más 50 rebeldes, 18
mujeres y 32 hombres. El gas utilizado -derivado de un opiáceo- causó más
del 90% tanto de las muertes como de las afecciones. La polémica en torno
al método empleado fue enorme. Y la confusión con que el Gobierno ruso fue
revelando datos, contradictorios según la fuente oficial de que
provinieran, no ayudó demasiado a esclarecer los hechos.

Más de 100.000 civiles han fallecido en la sangrienta contienda que
enfrenta a Rusia y Chechenia desde 1994. La principal reivindicación de los
asaltantes era el fin del conflicto en Chechenia y la rápida salida de las
fuerzas rusas de esa república independentista en la que entraron, tras
diversas ofensivas anteriores, el 1 de octubre de 1999. Desde ese momento
considerado la segunda parte de la guerra que cinco años antes iniciara
Yeltsin, los atentados de los guerrilleros se han sucedido.

La toma de rehenes en la escuela de Beslán, terminó en el peor de los
escenarios posibles. Del testimonio de las victimas se desprenden algunos
matices muy importantes para la interpretación de lo ocurrido la semana
pasada, como el hecho de que los terroristas querían negociar y las
autoridades no; la versión oficial de los hechos siguió, desde el
principio, una trayectoria alternativa a la de la realidad; los
guerrilleros no tenían la intención de matar a tantas personas, pero
descubrieron que los iban a atacar desde fuera y, así, comenzó el trágico
desenlace.

Una inclinación frecuente e inercial ante las violencias después del 11 de
Septiembre, consiste en juzgarlas dentro de un mismo marco Terrorismo es
sinónimo de lucha, guerrilla, delincuencia común, pandillerismo, cultura
mafiosa, sicariato, etc. Vladimir Putin coloca en un mismo nivel a los
terroristas chechenos y al Qaeda. Y como deferencia con el presidente Bush,
a los acontecimientos de Beslán los pone en línea con el 11 de Septiembre.
Si los marcos de referencia previstos por el Kremlin, tienen un formato
igual a la guerra contra el terrorismo de Bush, debemos prepararnos para
una explosión diseminada por la región del Cáucaso y toda Europa, de
comandos integrados de asaltos suicidas como en la escuela de Beslán.

El petróleo, siempre en el fondo de los conflictos más sangrientos e
interminables, asoma la cabeza también en el caso de Chechenia, El control
de los oleoductos que atraviesan la ex-república rusa transportando el
petróleo de los campos de la región del Mar Caspio protagonizan un tira y
afloja entre Estados Unidos, más los países occidentales con intereses en
la zona, y naturalmente los de Rusia

Se equivoca Putin gravemente con la embestida violenta, porque la salida
contraria le puede traer mejores beneficios políticos de mediano y largo
plazo. Devolverle a los chechenos la oportunidad de reorganizar su país,
como ya lo hiciera Khrushchev, sería un esfuerzo formidable histórico y
humanísticamente. Si se miden los daños irreparables para toda Rusia con
una agudización de ataques chechenos, lo que está en juego es propiamente
el fin de un estilo que los rusos no comparten. Una vida en permanente
temor. Es trasladar la Zona Cero a Moscú. En tal caso, Putin semejaría no
sólo a Bush en su obstinado autoengaño, sino a Stalin, en su férrea
determinación de imponer su voluntad. Al final, Chechenia no es más que un
peón al que cada cual utiliza en base a sus necesidades, sin plantearse los
cadáveres que quedan en el camino. La doble moral sirve para ocultar hechos
más que reprobables.

*Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Chiapas
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