Chaparro, La opinión del Rey. Opinión pública y redes de comunicación impresa en Santafé de Bogotá durante la Reconquista española, 1816-1819

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Descripción

Trauma, cultura e historia: reflexiones interdisciplinarias para el nuevo milenio Lecturas CES Francisco Ortega, Ed. Acciones afirmativas y ciudadanía diferenciada étnico-racial negra, afrocolombiana, palenquera y raizal. Entre Bicentenarios de las Independencias y Constitución de 1991. Investigaciones CES Claudia Mosquera Rosero-Labbé & Ruby Esther León Díaz, Eds. Cambio empresarial y tecnologías de información en Colombia. Nuevas formas de organización y trabajo. Investigaciones CES Anita Weiss, Enrique Seco & Julia Ríos, Eds.

Así, este libro constituye un primer acercamiento a la historia de la publicidad y de la opinión pública en Colombia y más que agotar el tema pretende poner en evidencia múltiples posibilidades de comprensión de la cultura política del periodo. Se trata de una publicación pensada de manera simultánea como un aporte concreto a la historia de la prensa y de la opinión pública en la antigua región grancolombiana y como un análisis crítico del papel desempeñado por las publicaciones periódicas en tanto herramientas privilegiadas de grupos socialmente constituidos y factores de constitución de nuevas identidades sociales —además de su incidencia decisiva sobre nociones como ciudadanía, pueblo, soberanía, censura, libertad, revolución, etcétera—. No debe sorprender, entonces, que la mayor parte de los estudios aquí recogidos se centren en la primera mitad del siglo XIX. Esto se justifica porque es el periodo menos conocido y porque es el momento en que se sientan las bases de la publicidad moderna en Colombia, la especificidad y los legados de la irrupción de la esfera pública en nuestro país.

Disfraz y pluma de todos

Opinión pública y cultura política, siglos xviii y xix Francisco A. Ortega Martínez Alexander Chaparro Silva

editores

Opinión pública y cultura política, siglos xviii y xix

Pedagogía, saber y ciencias Colección CES Javier Sáenz Obregón, Ed.

Francisco A. Ortega Martínez Alexander Chaparro Silva editores

La escultura sagrada chocó en el contexto de la memoria de la estética de África y su diáspora: ritual y arte. Colección ces (Premio Fundación Alejandro Ángel Escobar 2011, categoría Ciencias Sociales) Martha Luz Machado Caicedo

E

ste libro nace al constatar una doble ausencia. En primer lugar, la ausencia de cierta conciencia en la comunidad académica de investigadores sobre las inmensas posibilidades que ofrece la prensa periódica del siglo XIX, más allá del uso selectivo y referencial con que generalmente se ha abordado. En segundo lugar, y más alarmante aun, la ausencia de estudios recientes sobre la prensa periódica de la primera mitad siglo XIX. En términos generales, tanto como país como comunidad académica, desconocemos la riqueza acumulada en este corpus de impresos.

Disfraz y pluma de todos

Vínculos virtuales Colección ces Fabián Sanabria, Ed.

CES

Grupo de Investigación Prácticas

Culturales, Imaginarios y Representaciones Se conforma en 2003, ante la necesidad de crear y fortalecer comunidades académicas en la universidad y el país que aborden la problemática histórica desde la perspectiva y los métodos de la historiografía cultural. En primer lugar, la que examina los procesos de subordinación y resistencia a la luz de micro-agencias que se apropian y transforman el entorno social. En segundo lugar, la que examina las prácticas, creencias y conductas a la luz de las representaciones, imaginarios y códigos que las sustentan. En tercer lugar, la que examina la producción, circulación y consumo de bienes simbólicos a la luz de las mediaciones culturales que producen en cada una de sus instancias. Igualmente, el grupo comparte una preocupación fundamental por el papel de la historia en la administración y configuración de la memoria social –tanto en su quehacer disciplinario como en sus manifestaciones institucionales– y de sus potencialidades para proyectarse creativa y críticamente en el presente nacional.

Centro de Estudios Sociales (CES)

S E D E B O G O TÁ

Lecturas

Francisco A. Ortega Martínez Universidad Nacional de Colombia Alexander Chaparro Silva Universidad Nacional de Colombia

University of Helsinki The Research Project Europe 1815-1914

FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS CENTRO DE ESTUDIOS SOCIALES - CES Grupo de Investigación Prácticas Culturales, Imaginarios y Representaciones

Lecturas CES

Desde 1985 el Centro de Estudios Sociales (CES) de la Universidad Nacional de Colombia se dedica a impulsar el desarrollo de perspectivas inter y transdisciplinarias de reflexión e investigación en ciencias sociales. Las actividades de docencia, extensión e investigación que se desarrollan en el CES responden al reto de enfrentar la diversidad social de la nación desde diferentes ópticas que permitan afianzar el vínculo entre la academia y las entidades tomadoras de decisiones. Como resultado del trabajo de sus integrantes, el CES cuenta con una extensa producción bibliográfica reconocida nacional e internacionalmente. Dos de sus publicaciones han sido reconocidas con el premio Fundación Alejandro Ángel Escobar.

Colección Lecturas CES

Disfraz y pluma de todos Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX

Francisco A. Ortega Martínez Alexander Chaparro Silva editores

University of Helsinki The Research Project Europe 1815-1914

Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia Disfraz y pluma de todos. Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX / Francisco A. Ortega Martínez, Alexander Chaparro Silva, editores. – Bogotá : Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas. Centro de Estudios Sociales (CES) ; University of Helsinki. The Research Project Europe 1815-1914, 2012 564 p. – (Lecturas CES) Incluye referencias bibliográficas ISBN : 978-958-761-195-3 1. Cultura política – Colombia - Siglos XVIII-XIX 2. Periodismo - Siglos XVIIIXIX 3. Opinión pública 4. Colombia – Historia - Guerra de independencia, 1810-1819 I. Ortega Martínez, Francisco Alberto, 1967- II. Chaparro Silva, Alexander, 1987III. Serie CDD-21 306.2 / 2012

Disfraz y pluma de todos. Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX © Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Centro de Estudios Sociales (CES). © University of Helsinki © Francisco A. Ortega Martínez, Alexander Chaparro Silva © Varios autores ISBN: 978-958-761-195-3 Primera edición: Bogotá, Colombia. Abril de 2012

Universidad Nacional de Colombia Moisés Wassermann Lerner Rector Alfonso Correa Vicerrector académico Julio Esteban Colmenares Montañez Vicerrector Sede Bogotá

Sergio Bolaños Cuellar Facultad de Ciencias Humanas Sede Bogotá Decano Jorge Rojas Otálora Vicedecano académico Aura Nidia Herrera Vicedecana de Investigación

University of Helsinki The Research Project Europe 1815-1914 Bo Stråth y Martti Koskenniemi Directores Centro de Estudios Sociales (CES) Yuri Jack Gómez Director Juliana González Villamizar Coordinadora editorial

Ilustración de cubierta Emblema del periódico El Redactor Americano, Manuel del Socorro Rodríguez, 1806. Recuperada de los respositorios de la Biblioteca Nacional de Colombia. Imágenes interiores De la Rochette, L. & Faden, W. (1811). Composite of Colombia Prima or South America.

Adriana Paola Forero Ospina Corrección de estilo e índice analítico

Restrepo, J. M. (1827). Historia de la revolución de la República de Colombia, Altas. París: Librería Americana.

Julián Hernández Taller de Diseño Realización gráfica

Cruz Cano y Olmedilla, J. de la. (1799). Mapa geográfico de América Meridional

Xpress Estudio Gráfico y Digital Impresión

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra en cualquier forma y por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

Contenido

Introducción 11 Disfraz y pluma de todos. Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX Francisco A. Ortega Martínez, Alexander Chaparro Silva

I. El nacimiento de la opinión pública 35 El nacimiento de la opinión pública en la Nueva Granada, 1785-1830 37 Francisco A. Ortega Martínez, Alexander Chaparro Silva

II. Opinión pública, Monarquía y República

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La opinión del Rey. Opinión pública y redes de comunicación impresa en Santafé de Bogotá durante la Reconquista española, 1816-1819 129 Alexander Chaparro Silva El nombre de las cosas. Prensa e ideas en tiempos de José Domingo Díaz. Venezuela, 1808-1822 Tomás Straka

163

Libertad, prensa y opinión pública en la Gran Colombia, 1818-1830 Leidy Jazmín Torres Cendales

197

Nación, Constitución y familia en La Bandera Tricolor, 18261827 231 Nicolás Alejandro González Quintero Opinión pública y cultura de la imprenta en Cartagena de Colombia,1821-1831 Mayxué Ospina Posse

263

Ministeriales y oposicionistas. La opinión pública entre la unanimidad y el “espíritu de partido”. Nueva Granada, 1837-1839 293 Zulma Rocío Romero Leal

III. Publicidad, sociabilidad e institucionalidad

327

La mujer y la prensa ilustrada en los periódicos suramericanos, 1790-1812 329 Mariselle Meléndez “No dudo que este breve plan de literatura ilustrada os electrizará”: Primicias, lecturas y causa pública en Quito, 1790-1792 353 María Elena Bedoya Hidalgo La cartografía impresa en la creación de la opinión pública en la época de Independencia 377 Lina del Castillo Lenguajes económicos y política económica en la prensa neogranadina, 1820-1850 421 John Jairo Cárdenas Herrera

El Neogranadino, 1848-1857: un periódico situado en el umbral Gilberto Loaiza Cano

447

El artesano-publicista y la consolidación de la opinión pública artesana en Bogotá, 1854-1870 473 Camilo Andrés Páez Jaramillo Impresos periódicos en Antioquia durante la primera mitad del siglo XIX. Espacios de sociabilidad y de opinión de las élites letradas 499 Juan Camilo Escobar Villegas

Epílogo

527

Las varias caras de la opinión pública Víctor Manuel Uribe-Urán

529

Autores 549 Índice 557

La opinión del Rey. Opinión pública y redes de comunicación impresa en Santafé de Bogotá durante la Reconquista española, 1816-1819 Alexander Chaparro Silva Universidad Nacional de Colombia

Ha salido de su Trono ácia nosotros con la diadema de su magnificencia. Grande por cierto en purificar á su heredad y preservarla de la zizaña. Grande en restituirnos la justicia, la virtud y el orden social. Grande en fin en la destrucción y ruina de nuestros enemigos y que nos podamos llamar en adelante el Pueblo feliz, la Ciudad fiel. (Valenzuela y Moya, 1817, p. 39).

E

l 13 de junio de 1816, día de Corpus Christi, Santafé de Bogotá —recientemente restaurada al dominio monárquico—, asistiría a la publicación de un nuevo papel periódico, la Gazeta de Santafé, Capital del Nuevo Reyno de Granada. La consagración del Cuerpo de Cristo se convertiría en la oportunidad perfecta —era la fiesta más importante del calendario religioso virreinal—, para sancionar con grandes ecos la política editorial del régimen reconquistador y restablecer de manera oficial el tribunal omnisciente de la opinión pública, siempre unánime en sus pedidos, contundente en sus determinaciones, transparente en su carácter de verdad: “bolvieron esos días de gloria y alegría, en que unidos al derredor del Trono podemos manifestar pública y libremente las efusiones de nuestro corazón”.1 En efecto, para los realistas, la opinión pública se constituía en un espacio privilegiado para procurar el triunfo definitivo del “buen orden” y gobernar de manera efectiva las opiniones neogranadinas; un artefacto fundamental para construir significados políticos y fijar el   Gazeta de Santafé, núm. 19: 17-X-1816, pp. 203-204.

1

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sentido de la palabra pública. ¿Cuáles fueron las condiciones que hicieron posible esta enunciación monárquica de la opinión pública? ¿Cuáles fueron sus premisas y consecuencias conceptuales? ¿Cómo podemos entender la política editorial del régimen reconquistador en Santafé?, son algunas de las cuestiones fundamentales que orientan este capítulo. El concepto de opinión pública durante la Reconquista se encontraría atravesado por múltiples tensiones semánticas. Su aparente identidad verbal en los impresos monárquicos no conseguiría encubrir su carácter plurívoco y discontinuo, signado por su reescritura cotidiana. De allí que no me interese develar su definición “verdadera”, ni situar su especificidad en relación con modelos idealizados sobre el deber ser de la opinión pública moderna. Por el contrario, intentaré analizar aquí la intervención de los monárquicos en la esfera pública neogranadina, sus esfuerzos incesantes por modelar la opinión, apuntalar el campo de la publicidad impresa en su favor y construir la opinión pública como espacio de legitimidad política y bandera de conformidad. Si bien ésta sería orientada a través de diferentes medios —las escuelas primarias, las ceremonias regias, las funciones de teatro, las liturgias religiosas, la correspondencia privada y el accionar del Ejército—, me ocuparé fundamentalmente de los impresos monárquicos, principales espacios de elaboración conceptual de la opinión pública durante este periodo. De este modo, he dividido mi exposición en tres momentos. En primer lugar, analizaré los diferentes giros semánticos y los usos políticos efectivos del sintagma opinión pública en los impresos regios durante la Reconquista en Santafé. A renglón seguido revisaré brevemente los modos de circulación y control de la publicidad impresa a partir de algunos ejemplos puntuales, los cuales, más allá de su aparente carácter anecdótico, darían cuenta del profundo pacto de sentido entre los discursos fidelistas, la reconstrucción de la conformidad monárquica y los usos de la imprenta avalados por el régimen. En último lugar, presentaré algunas reflexiones generales.2   La perspectiva teórica de este análisis debe mucho a la lectura sostenida de Koselleck, (1993); Habermas, (1986); Foucault, (1976); Chartier, (1995); Fernández Sebastián, & Fuentes, (2000, pp. 1-34); Palti, (2007). 2

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II. Opinión pública, Monarquía y República

I. Opinión pública y fidelismo monárquico en Santafé de Bogotá, 1816-1819 El periodo de gobierno fernandino en Santafé marcaría un punto de inflexión importante en el trasegar conceptual de la opinión pública en la Nueva Granada. Después de las diferentes proclamaciones de libertad de imprenta, hechas por los gobiernos provinciales durante la Primera República (1810-1816), la entrada de las tropas reales en la ciudad, el 6 de mayo de 1816, significaría su retorno parcial a las coordenadas políticas —y editoriales— del Antiguo Régimen.3 Dos años antes, Fernando VII había declarado la nulidad de toda la obra constitucional de corte liberal adelantada en sus dominios y, en consecuencia, la libertad de imprenta había sido revocada y reemplazada por una “justa libertad” en toda la Monarquía hispánica. Los vasallos fernandinos ahora podrían “comunicar por medio de la imprenta sus ideas y pensamientos, dentro, á saber, de aquellos límites que la sana razón soberana é independientemente prescribe á todos para que no degenere en licencia”: “el respeto que se debe á la religión y al gobierno, y el que los hombres mutuamente deben guardar entre sí”.4 La nueva política de imprenta decretada por el monarca español intentaría garantizar —más allá de una eventual desaceleración de la dinámica editorial en la ciudad— el monopolio realista sobre la opinión pública, sobre la palabra impresa. En efecto, los impresos se constituían en una pieza fundamental del engranaje político reconquistador, eran la voz del soberano en la Nueva Granada. Representaban su voluntad y la de sus ministros, permitían el reconocimiento del tipo de autoridad que gobernaba ahora el Virreinato. Los impresos, al igual que las celebraciones y   Sobre la libertad de imprenta durante la Primera República, véase Loaiza Cano, (2010, pp. 54-83). 4   Real Decreto del 4 de mayo de 1814, Gaceta Extraordinaria de Madrid, núm. 70:12V-1814:519-520. En la Nueva Granada, este decreto sería publicado en su momento, entre otros, en El Mensagero de Cartagena de Indias, (Núm. 29:26-VIII-1814:125-6); (Núm. 30:2-IX-1814:129-131) y la Gaceta Ministerial de Cundinamarca (Núm. 189: 8-IX-1814: 845-847). 3

La opinión del Rey

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los retratos reales, se constituían en poderosas formas de “hacer presente” al monarca restaurado. Como afirmaban las Partidas de Alfonso X, la “imagen del rey, como su sello en que está su figura, et la señal que trae otrosi en sus armas, et en su moneda, et en su carta en que se emienta su nombre, que todas estas cosas deven ser mucho honradas, porque son en su remembranza do él non está”.5 Según afirmaría el gobernador de Maracaibo, con motivo de la restauración fernandina en Madrid, “por este medio [los impresos] pueden curarse las profundas heridas que se causaron en nuestros corazones por su Real ausencia”.6 Para los monárquicos, gracias a los prodigios de la imprenta, Santafé ya había “experimentado su real clemencia, y las emanaciones vivificantes que salen del centro de su Grandeza”.7 De esta manera, los impresos oficiales se encontraban íntimamente relacionados con funciones concretas de representación del poder regio. No en vano con alguna frecuencia los papeles del gobierno se encontraban encabezados por fórmulas tales como “Viva el Rey” o “Viva Fernando Séptimo/Rey de ambas Españas”, recursos de fácil recordación y lectura instituidos como demandas de fidelidad personal e integridad territorial. El nombre del monarca fungiría, entonces, como una expresión del voto “tan unánime, tan universal, tan constante y por todos rumbos tan extraordinario” de su pueblo: “vosotros mismos visteis, que el deseo de saber de Fernando, y de hablar de Fernando hacia que á tropel buscasen las gazetas y otros papeles públicos aquellos mismos que en lo anterior no habían cuidado de saber más que lo que pasaba en su casa” (Buenaventura Bestard, 1817, p. 26). El papel de la opinión pública durante la Reconquista quedaría signado por el dogma de la supremacía de la soberanía regia. La figura real descollaría por su importancia en toda la publicidad del periodo. Las imágenes tradicionales del monarca reaparecerían con fuerza, dotadas   España. Las Siete Partidas del rey don Alfonso el Sabio, cotejadas con varios códices antiguos por la Real Academia de la Historia, Tomo II, Partida II, Título XIII, Ley XVIII: Cómo el pueblo debe honrar al rey de fecho. Madrid: Imprenta Real, 1807, p. 117. 6   Gazeta de Santafé, núm. 6: 18-VII-1816: 41. 7   Gazeta de Santafé, (s.n.): 25-VI-1818: 11. 5

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II. Opinión pública, Monarquía y República

de una riqueza semántica extraordinaria. Fernando VII era recreado como “un Rey Católico, un Padre de su Pueblo, una columna de la Religión, un Manantial de la Justicia, un genio tutelar de la virtud y el buen orden, una fuente perenne de los bienes públicos; un Fernando VII” (Valenzuela y Moya, 1817, p. 7). En este sentido, no debe sorprender que los impresos oficiales se encuentren diseñados con el objetivo primero de abanicar la soberanía regia, glorificar el nombre de Fernando VII y cultivar la fama de la Monarquía hispánica —de allí que todo tipo de celebraciones reales, símbolo por excelencia de la dignitas monárquica, ocuparan un lugar destacado en las publicaciones locales—. Los impresos se ofrecerían, así, como espacios excepcionales para cultivar el culto fernandino: [Tenemos] un Rey formado por Dios, concedido por Dios á los ardientes votos, amantes sacrificios, y memorables hazañas de sus fieles Vasallos. FERNANDO como Astro de primera magnitud, derrama benignas influencias sobre la vasta extensión de su Monarquía. Conociendo que lo que hace á los Reyes no es tanto la pompa y la magestad como la grande y suprema virtud, al mismo tiempo que padre, es modelo y exemplar de sus pueblos. La causa del cielo es la suya… y como ha conseguido por Dios su gloria y sus Laureles, se sirve de ellos principalmente para ofrecer a Dios coronas y homenajes, despojándose en su presencia de la misma grandeza que ha recibido de su mano […].8

Se trataba, entonces, de recuperar el halo trascendente del mandato real como estrategia para mantener incólume el sistema monárquico en la Nueva Granada, para fundar de manera irrevocable la “opinión que todos debemos tener de la paternal bondad que caracteriza á nuestro Monarca y á sus dignos Ministros”.9 De esta manera, el Rey español aparecía como una instancia suprema de legitimidad del régimen. Los impresos oficiales, en tanto fuerza restauradora, autorizaban   Gazeta de Santafé, (s. n.): 25-VI-1818:10-11.   Gazeta de Santafé, núm. 7: 25-VII-1816: 49.

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La opinión del Rey

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su gobierno y modelaban su autoridad: “siempre son nuevas y preciosas las palabras con que se explican los sentimientos de un Rey tan deseado á sus Vasallos fieles”.10 La opinión pública se constituía, de este modo, en un espacio dirigido a producir una completa identificación entre el poder monárquico y la comunidad política. De allí que los agentes regios se preocuparan sobremanera por el restablecimiento del control real sobre las principales imprentas locales con el objetivo de garantizar la circulación efectiva del “lenguaje paternal” del monarca, de “su voz amable”.11 Así, desde el mismo desembarco del ejército real en Santa Marta, en julio de 1815, y a lo largo de toda la campaña pacificadora hasta Santafé, Pablo Morillo haría uso de la llamada imprenta expedicionaria y publicaría, además de cientos de proclamas, el Boletín del Exército Expedicionario (1815-1816). Una vez en la capital, mandaría la puesta en circulación de la Gazeta de Santafé (1816-1817), la cual sería publicada ininterrumpidamente por más de un año, y retomaría labores editoriales después, con el ascenso de Juan de Sámano a la silla virreinal, en junio de 1818, hasta la toma bolivariana de la ciudad en agosto de 1819.12 Esta última era un agregado editorial de órdenes reales, partes militares y discursos fidelistas. Para Morillo, el periódico debía perfilarse como un espacio privilegiado para “rectificar las ideas del público” y sembrar la “buena opinión y confianza que han de tener las legítimas autoridades” en el Virreinato.13 De acuerdo con las expectativas señaladas por su editor, el clérigo santafereño Juan Manuel García Tejada del Castillo, la publicación debía “promover las luces, instruir al publico de los sucesos que deben llegar a su noticia, propender á que los fieles vasallos suministren   Gazeta de Santafé, núm. 5: 11-VII-1816: 33.   Gazeta de Santafé, núm. 2: 20-VI-1816: 12. 12   Al respecto, véanse en el portal web de la Biblioteca Luis Ángel Arango las fichas técnicas y analíticas de estas publicaciones elaboradas por nosotros en el marco del Programa Nacional de Investigación “Las culturas políticas de la independencia, sus memorias y sus legados: 200 años de ciudadanías” (Vicerrectoría de Investigación de la Universidad Nacional de Colombia, código 9714, con vigencia 2009-2011). 13   Gazeta de Santafé, núm. 1: 13-VI-1816: 4-5). 10 11

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II. Opinión pública, Monarquía y República

proyectos y consejos útiles á beneficio del Reyno, y que se escriban discursos propios para establecer el buen órden, inculcando sobre todo, el obsequio y obediencia debida á Nro. Católico Monarca”.14 Así, la Gazeta de Santafé se constituiría en la principal estrategia editorial del gobierno real en la Nueva Granada. No obstante, herramienta imprescindible para la afirmación definitiva de la Corona, sus mismos presupuestos conceptuales implicarían un desplazamiento fundamental con respecto a las coordenadas objetivas del lugar de enunciación de los discursos regios: los planes del gobierno fernandino de “restablecer las cosas al estado y orden que tenían anteriormente” se verían profundamente trastocados al apelar al poder de la Opinión, al situar sus premisas en el vasto terreno de los argumentos.15 Ciertamente, la noción de opinión pública durante la Reconquista se constituye en un índice contundente del profundo grado de politización de la esfera pública neogranadina tras la crisis monárquica y la primera experiencia republicana. En efecto, en el Antiguo Régimen, la “opinión pública” no era un referente importante del discurso político toda vez que los agentes del poder monárquico, en tanto que prolongación de la potestad soberana, eran los principales autorizados para modelar la felicidad pública y la prosperidad común; de hecho, las primeras acuñaciones del término en la Nueva Granada se registrarían sólo hacia 1809, una vez abierta la coyuntura de crisis (Ortega, 2011). Según afirmaría el fraile capuchino Joaquín de Finestrad, “al vasallo no le es facultativo pesar ni presentar a examen, aun en caso dudoso, la justicia de los preceptos del Rey. Debe suponer que todas sus órdenes son justas y de la mayor equidad” (De Finestrad, 2000, pp. 185, 187). Sin embargo, durante la Reconquista, la opinión pública se convertiría en una realidad política indispensable para el afianzamiento del gobierno real en el Virreinato.   Gazeta de Santafé, núm. 1: 13-VI-1816: 4-5. Sobre García véase Relación de los grados literarios, méritos y servicios del Doctor D. Juan Manuel García y Tejada. Archivo General de Indias. Estado, 19, núm. 122. 15   Gazeta de Santafé, núm. 20:24-X-1816: 210. 14

La opinión del Rey

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En este sentido, las publicaciones de la Primera República —y también aquellas provenientes de toda la Monarquía hispánica liberal— habían dejado una huella indeleble en el espacio público local, de allí que los impresos realistas compartieran muchas de sus formas de conceptualizar la opinión pública, amén de apelar a recursos retóricos y estrategias didácticas similares.16 De manera inédita, los representantes regios debían, por un lado, sembrar la “buena opinión y confianza” de la Monarquía entre sus gobernados y, por otro, responder al dictamen implacable de esa misma opinión.17 El gobierno real, un mandato trascendente, debía legitimarse a partir de la opinión, un imperio inmanente, político. Según escribiría José Santacruz, gobernador de Portobelo, al virrey Sámano: “este Gobierno, ganado á balazos, me será una carga incomoda si no acierto á dirigirlo según las ideas de V.E., y si mi conducta en él, no influye para ganar su opinión, que es el objeto de mis deseos”.18 De esta manera, la opinión pública aparecería en el discurso monárquico como una voz que había que escuchar al tiempo que un tribunal que había que convencer. Para los principales del régimen, el gobierno local debía estar sometido al poder de la opinión mediante la publicidad de sus determinaciones. Según afirmaría el general Pascual Enrile al ministro de Guerra español, “cuanto el General [Morillo] ordenó y consiguió lo puso en la Gaceta para que el público se enterase y lo tachase, evitando el secreto que sólo guardaba para las operaciones militares” (Enrile, 1908, p. 301). La misma exposición pública pondría límite a la eventual   En efecto, los periódicos habían sido proclamados por los republicanos como estrategias fundamentales para “fijar la opinión” y “reunir las voluntades”. A manera de ejemplo, para el Diario Político de Santafé, como para otras publicaciones, “sólo ellos pueden inspirar la unión, calmar los espíritus y tranquilizar las tempestades. Qualquiera otro medio es insuficiente, lento y sospechoso”. Prospecto, Diario Político de Santafé, núm. 1: 27-VIII-1810:1. 17   Para entender la radical diferencia conceptual entre las políticas editoriales de la Reconquista y las propias del Antiguo Régimen —las cuales se habían presentado en la América hispana desde la Revolución francesa como un ejercicio más preventivo que “afirmativo”— véanse: Silva, (1988); Rosas Lauro, (2006). 18   Gazeta de Santafé, (s. n.): 15-VI-1819: 382. 16

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II. Opinión pública, Monarquía y República

arbitrariedad del régimen —nótese aquí las trazas de cierta desconfianza de corte liberal frente al poder estatal—. Los papeles oficiales debían fungir como espacios de transparencia entre el Estado real y sus súbditos. No se trataría simplemente de la publicación de las determinaciones del gobierno con el objetivo de informar a los vasallos locales de sus respectivas obligaciones. Por el contrario, en la voluntad de publicidad del régimen reconquistador se perfilaría un profundo sentido de justificación ante el público, una presión sostenida por dar cuenta de los actos del gobierno, por aclarar ciertas decisiones políticas tomadas en el fragor de la guerra. Según afirmaría el clérigo García con respecto a la publicación de algunas cartas interceptadas a los republicanos cerca del Socorro: Esta correspondencia interceptada se publica de orden Superior y su publicación debe producir dos provechosos efectos. 1º hacer ver á los buenos y fieles vasallos amantes de la tranquilidad y del orden, quan menguadas son las cabezas y miserables los recursos con que pretenden trastornarlo. 2º justificar de antemano el dulce y suave Gobierno, que después de tan desecha tormenta, gozamos en el dia, en caso que se vea violentado contra sus sentimientos humanos, á empuñar la vara del rigor y la severidad.19

Este principio de visibilidad, —interesado, estratégico, nunca absoluto— entre el gobierno real y sus gobernados se oponía radicalmente al carácter secreto del ejercicio del poder monárquico imperante durante el Antiguo Régimen, misterio político denunciado de manera incansable por las publicaciones republicanas como “uno de los motivos en que legítimamente se fundó nuestra separación política”, un “bárbaro sistema, que sagazmente habían adoptado para hacer más eterno nuestro oprobio, y esclavitud, qual era el ocultarnos quanto pasaba”.20 Así, la publicación sostenida de impresos se constituía en un abierto reconocimiento por parte de los agentes del poder regio de la necesidad propia de informar,   Gazeta de Santafé, núm. 48: 8-V-1817: 461.   Década: Miscelánea de Cartagena, Prospecto: 29-IX-1814: 1.

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La opinión del Rey

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instruir, disuadir permanentemente al público, para obtener su favor, su adhesión definitiva: “el que trabaja en un papel público es deudor á todos”.21 Se trataba, pues, de un esfuerzo denodado por construir cierto nivel de consenso mediante el recurso a la publicidad de los asuntos internos de la política monárquica —formulación impensable durante el dominio colonial—, apelando, al mismo tiempo, a la opinión de los lectores, sometiendo a su reflexión nuevos campos de acción política, asunto que sugeriría que a los monárquicos les preocupaba tanto la anuencia del público como procurarse la estimación del monarca. De esta manera, los ministros del Rey, quizá sin calcular de antemano los efectos para el orden monárquico, erigirían al Público como una instancia de legitimación —y consagración— simultánea a la de la Corona, profundizando el proceso de politización del espacio público local. La explicación ofrecida por el gobierno fernandino a sus súbditos americanos con respecto a la anulación de la Constitución de Cádiz se constituiría en una de sus manifestaciones más notables: “S.M. en no admitirla se ha conformado con la opinión general que ha conocido por sí mismo en el largo viaje que ha precedido á su llegada á la Capital”.22 Los impresos realistas, más allá de sus intereses inmediatos, permitirían la consolidación de una esfera pública, que aunque dependiente del gobierno, se perfilaría capaz de orientar sus actos y criticar sus mandatos gracias a la publicidad de sus determinaciones. Entre estas dos legitimidades superpuestas, el monarca y la opinión pública, pivotaría el ejercicio del poder político durante la Reconquista, en el marco de una cohabitación inestable y conflictiva de imágenes y discursos sobre la forma concreta de organizar el gobierno, legitimar un nuevo dominio político y captar la adhesión del conjunto de los vasallos neogranadinos. Se trataría, entonces, a través de la propagación de la voz de la verdad, de “satisfacer á nuestro Soberano, y al público”.23 El gobierno monárquico consolidaría, de manera definitiva, el ascenso de la opinión pública como espacio de   Gazeta de Santafé, núm. 21: 31-X-1816: 224.   Gazeta de Santafé, núm. 6: 18-VII-1816: 44. 23   Gazeta de Santafé, núm. 29: 26-XII-1816: 292. 21 22

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legitimidad en la Nueva Granada, al tiempo que minaría desde dentro los cimientos políticos del Antiguo Régimen. La política ocuparía el centro del espacio público monárquico. El misterio del poder regio, el arcana imperii, sería convertido en un saber público accesible a todos los súbditos del monarca. La nueva regla de transparencia entre el gobierno regio y sus súbditos ocuparía su lugar. Si bien la opinión pública se constituiría en una realidad política insoslayable durante la Reconquista, sus usos políticos estarían lejos de ser sistemáticos en los impresos oficiales. El sintagma opinión pública se solaparía durante todo este periodo con términos como “voz pública”, “opinión general”, “espíritu público”, “opinión de los pueblos”, “opinión del Público” e incluso “voluntad general”, los cuales, en términos generales, fungirían como sus equivalentes estructurales. Asimismo, los significados del concepto oscilarían entre concepciones de cuño antiguo, relacionadas con la fama y la honra, y registros de corte más reciente vinculados con el control del gobierno y el influjo del público sobre las disposiciones estatales. De esta manera, en los escritos monárquicos, la opinión pública funcionaría como un contenedor de múltiples y variadas experiencias, pues, dependiendo del contexto, podía aludir a situaciones bien disímiles: la fama pública de una persona —o de un ministro regio— entre las diferentes corporaciones; la fiscalización por parte del público de los asuntos estatales; la razón de los ilustrados (que no la de los así llamados filósofos, identificados con la República, caracterizados por la extravagancia de sus opiniones); los sentimientos compartidos de manera unánime por el conjunto de la sociedad; la expresión de la tradición y las costumbres heredadas; y la voluntad del monarca entendida como el deber ser de la comunidad política.24

  Sobre los diferentes sentidos atribuidos a la opinión pública durante la crisis de la Monarquía hispánica y la formación de los nuevos Estados nacionales en Iberoamérica véanse Guerra & Lempérière, (1998); Fernández Sebastián & Chassin, (2004); Goldman, (2008). 24

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No obstante su plasticidad manifiesta, en esta inédita coyuntura de restauración monárquica, la opinión pública descansaría sobre una matriz conceptual fuertemente anclada en la búsqueda de conformidad política. Debido a la intensa lucha contra los republicanos, el precario equilibrio de fuerzas del régimen y los temores declarados frente a la división social y la multiplicación del desgobierno, los realistas enfilarían baterías hacia la conservación del vínculo político de la Nueva Granada con la Monarquía hispánica. A los impresos regios les correspondería, entonces, “unir á los pueblos en una sólida paz, y sujetar á los hombres, al imperio de la razón” (Valenzuela y Moya, 1817, p, 23). Su carácter oficial anticiparía su talante unanimista. En este sentido, la preocupación por “fijar la opinión”, su contenido y sentido, tendería a identificarse con el imperativo de la fidelidad regia, “porque la fidelidad, es el todo del sistema social: es la base que sostiene el edificio inmenso de una Monarquía”; “por la fidelidad se mantiene el orden, se evitan las desgracias, se alejan las discordias” (Gruesso, 1817, p. 14). En efecto, estos impresos estaban diseñados para restaurar la unidad moral de la Monarquía hispánica: “calmar los espíritus, conciliar el amor á un REY tan benéfico como el Señor Don FERNANDO VII, que nos gobierna, y ganar las voluntades de todos”.25 Se constituían en un hecho político fundamental: “hoy con lazos de amor se ve Granada, / sugeta de Fernando al dulce Imperio”.26 Eran principios de legitimidad, espacios para la reconstrucción de un nosotros, catalizadores de identidades hispánicas. Ahora bien, si para los realistas la opinión pública se constituía en el escenario idóneo para sembrar “aquella unión de sentimientos que debe estrechar á todos los Españoles de América y de Europa alrededor del Trono de S.M.”,27 resultaba preciso, después del interregno republicano,   España. Real “Indulto 24-I-1817”, (Reimpreso en Cartagena, 18-VI-1817), s. n., BN, Fondo Quijano 253 pieza 28. El término unidad moral es tomado de Guerra, (2000, pp. 149-175). 26   Gazeta de Santafé, núm. 19: 17-X-1816: 206. 27   Gazeta de Santafé, núm. 1:13-VI-1816:5. 25

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redefinir quiénes eran sus verdaderos valedores, sus agentes genuinos. En este sentido, los monárquicos retomarían dos distinciones fundamentales. Por un lado, siguiendo el conocido criterio ilustrado, distinguirían entre opinión pública y opinión popular.28 Para los realistas, el sujeto de la opinión eran los hombres ilustrados, aquellos que tenían las luces necesarias y la instrucción adecuada para participar plenamente de la esfera pública, aquellos individuos capaces de hacer uso público de su razón, de legitimar sus posiciones y emitir sus juicios a partir de un examen cuidadoso sobre la evidencia, en contraposición a la opinión del pueblo —entendido como plebe—, siempre sujeto a las pasiones, ofuscado por el entusiasmo febril de las novedades. La opinión pública era, en primera instancia, un atributo de los hombres de luces, no un agregado de opiniones particulares de raigambre popular. De allí las frecuentes alusiones de los editores de los periódicos oficiales a los “sabios y literatos”, a “todas las personas ilustradas” —apoyo que entonces todo gobierno debía procurarse para fundar su legitimidad— para “que contribuyan con sus luces y erudición á los fines señalados”: “cimentar la confianza que en él [el gobierno real] deben tener los pueblos recientemente libertados del despotismo”.29 Toda opinión definida como pública debía estar mediada por los sabios del reino, quienes ayudarían a los neogranadinos a formarse un juicio seguro en materia política y los prepararían en la ardua labor de discernimiento moral. Por otro lado, una vez franqueado este primer umbral fundamental, la opinión pública, siempre certera, sólo podía ser agenciada y detentada por quienes no se habían “extraviado del sendero de la razón”.30 Así, no todos los 28  Sobre la clásica distinción entre opinión pública y opinión popular véanse: Fernández Sebastián & Capellán de Miguel, (2008, pp. 21-50); Fernández Sebastián, (2004, pp. 335-398). 29  Gobierno Real de Cartagena de Indias. Prospecto de un periódico que se vá á publicar en esta ciudad titulado: Gaceta Real de Cartagena de Indias. Cartagena de Indias, En la Imprenta del Gobierno. Por D. Ramón León del Pozo. Año de 1816, s. n., BN, Fondo Quijano 29, Pieza 6. Gazeta de Santafé, (Núm. 1:13-VI-1816:7); (Núm. 3:27VI-1816:24); (Núm. 18:10-X-1816:164). 30  España, “Real Indulto 24-I-1817”. (Reimpreso en Cartagena, 18-VI-1817) s. n. La opinión del Rey

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hombres ilustrados podían reclamarse campeones de la verdadera opinión. Sus límites negativos se encontraban definidos por el error y la arbitrariedad, asimilados por los monárquicos a la Revolución y sus corifeos, a “sus falsos principios, sus opiniones absurdas y tantos otros vicios que tan fácilmente se les descubren por los hombres sabios” (De Torres y Peña, 1960, p. 69). En este sentido, los realistas postularían la desnaturalización de la razón de los republicanos como un principio evidente, incontestable. Condenarían a sus opositores al imperio del engaño y la simulación, descalificando de entrada su participación en el espacio público local, convirtiendo, de esta manera, a los representantes del monarca en los agentes privilegiados de la opinión pública, hasta tal punto que sólo sería reputada por tal la opinión sancionada por el gobierno real. Para los realistas, sólo la fidelidad regia, en tanto mandato divino —y por ello conforme a la naturaleza y la razón—, hacía “ver las cosas en su verdadero punto de vista”, deshacía “los encantos y prestigios que nos alucinaban”, autorizaba a los vasallos fernandinos a fijar la opinión pública entendida como verdad.31 Desde esta perspectiva, la opinión pública era la opinión de un público específico, encuadrado en valores racionales y prácticas verticales de fidelidad. “Fijar la opinión” implicaba, entonces, difundir las disposiciones regias, ilustrar al pueblo y excluir a los “traidores satélites de la república insurgente de la Nueva Granada” de la esfera pública (Ximénez de Enciso y Cobos, 1820, p. 119). Los monárquicos pretendían, simultáneamente, fabricar y detentar la voz general, servir de medio para la formación de la opinión y de órgano de expresión de la misma. Según afirmaría la Gazeta de Santafé con respecto a los escritos regios impresos durante la Primera República: “¿Por qué se han escondido á la vista del público estas invitaciones del Soberano y de sus Ministros? La respuesta es fácil. Porque la voluntad general se hubiera decidido al momento, por un Padre amoroso y benéfico. Porque se hubieran levantado generalmente gritos de indignación contra los verdaderos sátrapas y opresores”.32 Así,   Gazeta de Santafé, núm. 29: 26-XII-1816: 292.   Gazeta de Santafé, núm. 7: 25-VII-1816: 50. (Cursivas en el original).

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se trataba de hacer coincidir la opinión pública con la voluntad de poder del régimen para establecer la obediencia debida al monarca como criterio seguro de verdad y fuente última de legitimidad. Una opinión considerada esencialmente nacional. La voz unánime de la Monarquía hispánica: “FERNANDO es el blanco de los votos y deseos de toda la Nación” (Buenaventura Bestard, 1817, p. 26). La única reconocida como opinión pública: “desapareció ya el espíritu de error, espíritu de vértigo y ebriedad, y saliendo de las tinieblas de la demencia, debemos tornar á la luz clara y agradable de la razón, de la justicia y de la verdad”.33 De allí que la opinión pública apareciera en los papeles oficiales como una postura reflexiva, resultado de un juicio crítico sobre la evidencia disponible, la pax hispana y la experiencia revolucionaria: “haced con imparcialidad y sin preocupación un juicio comparativo de una y otra época”, “el público notará esta circunstancia, y el contraste que resulta”.34 De esta manera, la opinión pública se constituía en una voz cualitativamente superior, una voz trascendente cuyas premisas conceptuales —morales— resultaban discernibles con certeza: “en ningún tiempo como este hemos visto lo que se distingue la verdadera virtud de la hipocresía, y la sabiduría y buen juicio del fanatismo, la paralogía y la locura” (Nicolás Valenzuela y Moya, 1817, p. 39). En este sentido, los monárquicos distinguirían entre opinión pública y opinión política con el objetivo de garantizar su monopolio definitivo sobre el poder de la razón. La primera sería identificada con la verdad, en tanto que su carácter público garantizaba su transparencia y preocupación por el “bien común” —hasta hacer de éste uno de sus objetos principales—, mientras que la última sería reputada como mera opinión y en cuanto tal “ni es cosa cierta, ni se puede saber qual de los dos extremos en que fluctúa es el honesto, lícito y justo, para poderlo abrazar, sin temor de gravar la conciencia” (Ximénez de Enciso y Cobos, 1820, p. 57).35 La opinión política era un   Gazeta de Santafé, núm. 56:3-VII-1817: 534.   Gazeta de Santafé, núm. 4: 4-VII-1816: 26); (Núm.10: 15-VIII-1816: 78). 35   Cursivas en el original. 33 34

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saber sin certidumbre, dominado por un sentido de error opuesto a la verdad, a la opinión pública, la cual implicaba formar “primero el juicio con argumentos, ó razones muy ciertas”. El dictamen definitivo de este alegado tribunal —expresado de manera elevada en el acto ritual del juramento monárquico (así como para algunos republicanos las elecciones eran consideradas la expresión más acabada de la opinión pública)— era “una verdad, de la qual no se debe dudar, como tampoco de que la materia sobre que se versa (que es la obediencia, fidelidad y lealtad en defender los sagrados derechos del soberano) es honesta, lícita y justa, y por consiguiente no es, ni puede ser una opinión política” (Ximénez de Enciso y Cobos, 1820, pp. 56-57).36 De esta manera, la opinión pública, “una verdad indubitable apoyada en la razón”, proveía a la comunidad política de “una regla fixa para nivelar su conducta” y orientar sus razonamientos (Ximénez de Enciso y Cobos, 1820, pp. 55, 115). Para los realistas, la sumisión a las potestades legítimas no era una opinión política, “esta es la cantinela de los revolucionarios para engañar a los pueblos haciéndoles concebir, que es indiferente abrazar el partido del rey, ó el de los rebeldes” (Ximénez de Enciso y Cobos, 1820, pp. 54-55). De allí que los papeles realistas no fueran concebidos como periódicos “partidistas”, como expresiones de un grupo político particular en su lucha por la conquista del poder estatal, sino como espacios de conformidad y anuencia. En la opinión pública, así definida por los realistas, no había espacio para el disenso ni para la diversidad de intereses, para opiniones políticas críticas del poder monárquico o de los fundamentos del cuerpo político. Para sí mismos, los realistas representaban la verdadera opinión pública, racional y autocontenida, mientras que los republicanos serían proclamados como los portavoces de la opinión política, facciosa, tumultuaria y disgregadora. Ciertamente, dirigirse al Público vindicando la fuerza de la opinión pública era una de las maneras más eficaces de fijarla.

  Cursivas en el original.

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II. Imprenta y redes de comunicación impresa en Santafé de Bogotá, 1816-1819 Con la Reconquista, los privilegios reales de edición y censura, los sistemas de permiso previo y licencias necesarias, serían restablecidos formalmente en la ciudad.37 Ninguna obra podría imprimirse ahora en Santafé hasta ser leída y avalada por lo menos por una de las principales instancias del poder virreinal: el examinador de la Mitra (o en su defecto el titular de la cátedra de teología moral del Colegio de San Bartolomé), el notario mayor de la ciudad, el fiscal de la Real Audiencia o el virrey de turno.38 Así, la publicación de impresos se encontraría sujeta a dos exigencias fundamentales, íntimamente relacionadas con los principios de legitimidad esgrimidos por el régimen. Por un lado, “como requisito indispensablemente necesario para la pretendida impresión”, los escritos debían reconocer la supremacía de la autoridad regia y respetar los principios fundantes del orden político. Las distintas obras no debían oponerse de ninguna manera, “al buen Gobierno, á las buenas costumbres, ni á las Regalías de Su Magestad”; “saldrán á la luz quantos [escritos] se consideren conducentes, como no contengan personalidades ni otros vicios opuestos á la religión, á las leyes, ni á las buenas costumbres” (De Torres y Peña, 1817, p. 5); (Gobierno Real de Cartagena de Indias. s.n.). Por otro lado, sólo serían dados a la imprenta escritos caracterizados por su sentido manifiesto de utilidad pública. Los impresos debían fungir como herramientas pedagógicas, difundir los saberes útiles y la fidelidad regia. La voluntad del régimen era “difundir con prontitud las noticias mas interesantes, las disposiciones del Superior Gobierno, y Tribunales, que deban comunicarse. Las ideas, planes, proyectos que puedan contribuyr para bien de la Capital, y el Reyno entero”; se imprimirían “igualmente

  Sobre el esquema de publicidad del Antiguo Régimen véanse: Lempérière, (1998, pp. 54-79); Guerra, (2002). 38   A manera de ejemplo, Gutiérrez, (1817, pp. 3-6); De Torres y Peña, (1817, pp. 3-5). 37

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Anécdotas curiosas y poco conocidas. Extractos que sirvan á sostener la buena moral, y otras variedades literarias que deleitando enseñen”.39 Para los monárquicos, la esfera pública debía coincidir con la esfera oficial: todos los impresos debían estar sometidos a la tutela exclusiva del gobierno.40 En efecto, el 25 de abril de 1815, Fernando VII prohibiría la impresión y circulación, “dentro y fuera de la corte”, de todos los periódicos no oficiales debido al ostensible “menoscabo del prudente uso que debe hacerse de la imprenta” registrado en toda la Monarquía hispánica.41 La censura previa sería mantenida incluso para los papeles públicos del gobierno. En la Nueva Granada, en diferentes momentos, Morillo y los virreyes Montalvo y Sámano actuarían como únicos censores de las gacetas regias y tendrían el privilegio de orientar de manera estratégica sus contenidos.42 La publicidad de la verdadera opinión pública, atributo exclusivo del gobierno, se constituía, entonces, en manifestación de la verdadera libertad, entendida como el imperio de la ley, el reconocimiento de los privilegios reales y el respeto absoluto a las “barreras y términos que había establecido la sabiduría de nuestros padres”. 43 Las mismas publicaciones oficiales, expresiones de la majestad monárquica, eran un “emblema nada equívoco del regocijo y placer conque se ven restaurados   Gazeta de Santafé, (s. n.) 25-VI-1818: 13.   No obstante que durante la Reconquista los impresos estarían sometidos a la iniciativa y el control del gobierno real, las acciones de particulares, siempre que respetaran los protocolos establecidos, serían bienvenidas. La imprenta del régimen en Santafé, única disponible oficialmente en la ciudad, no sólo estamparía escritos gubernamentales. Por ejemplo, la impresión del discurso fidelista del clérigo Valenzuela sería promovida y financiada por los curas franciscanos. A su vez, diferentes novenarios religiosos serían publicados “a devoción” de sujetos piadosos, quienes debían gestionar personalmente ante las autoridades correspondientes las licencias necesarias para su impresión, además de asumir enteramente los costos económicos derivados. (Valenzuela y Moya, 1817, p. 39); (De Torres y Peña, 1817, p. 5). 41   Real Decreto del 25 de abril de 1815, Gaceta de Madrid, núm. 51: 27-IV-1815: 438. 42   Gazeta de Santafé, (Núm. 1:13-VI-1816: 5); (s.n.: 25-VI-1818: 13). Gobierno Real de Cartagena de Indias. (s. n). 43   Gazeta de Santafé, (Núm. 28:19-XII-1816: 281). Sobre el concepto de libertad en el Antiguo Régimen véase Chacón Delgado, (2011, pp. 45-68). 39 40

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sus habitantes a su antigua libertad”, pruebas irrefutables del retorno del buen orden, de “aquella sólida Libertad que conocieron los sabios, nibelada por la razón”, gracias a la cual, “el caos se disipa, la serenidad se restituye: toman las cosas su proprio nivel y curso conveniente”.44 De esta manera, la “satisfacción de publicar libremente monumentos tan preciosos” se oponía radicalmente a la libertad de imprenta proclamada por los republicanos años atrás, una libertad “subversiva, sediciosa y destructora del orden público”, diseñada para “destruir la Monarquía Española” y “como espumosas olas de un mar tempestuoso, derramar la confusión y el desorden”.45 Para los realistas, se trataba de una libertad despojada de sus atributos fundamentales. El imperio del libertinaje y la arbitrariedad: “se le imprimían al Pueblo las ideas de un total desprecio de los ministros y leyes eclesiásticas [y] las censuras eran reputadas como los fuegos fatuos de los cementerios” (Valenzuela y Moya, 1817, p. 14), (De Torres y Peña, 1960, p. 71). El triunfo de la opinión inconstante, “efecto preciso, y legitima consequencia de toda revolución, para que con la diversidad de opiniones, y división de partidos se encienda el fuego de la guerra civil” (De León, 1816, p. 57). Para los realistas era preciso, por tanto, restaurar la unidad perdida, restituir su imperio a la verdadera opinión e impedir, nuevamente, su pluralización sin control. De allí la importancia de garantizar la circulación efectiva de los impresos monárquicos. Los realistas lucharían con todas las armas de la publicidad impresa para reeducar a los neogranadinos en la fidelidad regia. Por un lado, pequeños impresos: bandos, decretos, proclamas, partes de guerra e indultos. Por otro, impresos de gran formato, periódicos, sermones y manifiestos. Todos trascenderían los círculos estrechos y restringidos del taller de impresión y el despacho virreinal para instalarse como signos colectivos en diferentes espacios públicos. De este modo, la omnipresencia   Boletín del Exército Expedicionario, (Núm. 28:31-V-1816:s. n.); Valenzuela y Moya, (1817, p. 24); Gazeta de Santafé, (Núm. 28:19-XII-1816: 281). 45   Gazeta de Santafé, (Núm. 7: 25-VII-1816: 50); (Núm. 28:19-XII-1816: 281). Cursivas en el original. 44

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en estos impresos de términos como “publicar”, “comunicar”, “pregonar”, “leer”, “fijar” o “circular”, daría cuenta no sólo del dinamismo de la esfera pública local, sino de la profunda articulación entre las diferentes modalidades impresas, orales y manuscritas de comunicación durante la Reconquista; estrategia privilegiada para, por un lado, garantizar que la información llegara a todos los sectores sociales y, por otro, hacerle frente al analfabetismo imperante en el Virreinato.46 Así, con frecuencia, los pequeños impresos debían circular primero entre las diferentes instancias oficiales, en “todas las corporaciones Políticas, Militares y Eclesiásticas, para los fines que en ellos se previenen”.47 A renglón seguido, eran fijados en las plazas públicas y en las principales esquinas de la ciudad mientras que, de manera simultánea, eran divulgados públicamente a través del pregonero oficial: “para que llegue á noticia de todos y que nadie alegue ignorancia, que le egsima del debido cumplimiento, publíquese y fíxese con las formalidades correspondientes y en los parages acostumbrados”.48 Según afirmaría la Gazeta de Santafé con respecto a un acuerdo expedido por la Real Audiencia: “el respetable, político y sabio acuerdo anterior, se halla ya fixado en todas las escribanías y oficinas públicas de la Capital, y todos quantos se acercan á leerle, bendicen á Dios que inspira los sanos consejos á los Reyes y Magistrados”.49 En algunas oportunidades, la misma proclamación de estos impresos se constituía en un evento solemne, en una muestra indisputable de regocijo monárquico, de la alegría del vasallaje. Así, con razón de la publicación en la ciudad del indulto general expedido en enero de 1817: “salió a dicho bando la música con toda la compañía de Granaderos, á caballo, el Alguacil mayor, un recetor y un Escribano de cámara Dr. Aguilar, que fue el que pregonó el bando”   Para comprender las profundas articulaciones entre lo oral, lo escrito y lo impreso, véanse: Darnton, (2003, pp. 371-429); Silva, (2003, pp. 1-50). 47   Gazeta de Santafé, núm. 6:18-VII-1816: 45. 48   Francisco Warleta, Bando (Barbosa, Antioquia, 5-IV-1816). BN, Fondo Pineda 852, Pieza. 8. 49   Gazeta de Santafé, núm. 45:17-IV-1817: 436. 46

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(Caballero, 1990, p. 235). En todo caso, para las autoridades, los bandos y avisos regios debían trascender con mucho las calles capitalinas. Los habitantes de los campos también debían ser informados adecuadamente: “las Justicias territoriales, cuidarán de que este [reglamento de Policía] se publique en los días festivos, para que llegué á noticia de todos haciendo entender á los que habiten los campos, y en sus haciendas, que también son comprehendidos en los artículos que van expresados”.50 Sin duda, la estrategia de circulación de los impresos regios hacía parte fundamental de la esmerada filigrana de poder diseñada por el régimen. Con frecuencia, estos preveían de manera cuidadosa sus formas de publicidad, estipulando, en la mayoría de los casos, su lectura colectiva. Su oportuna publicación era tan importante como su contenido. Así, un bando decretado por Morillo establecía explícitamente: “mando a los Xefes de los Cuerpos, comuniquen desde luego en ellos con toda solemnidad esta mi resolución, repitiendo su lectura con freqüencia aun á los que se hallen en los Hospitales, para que no aleguen ignorancia, y recaiga justamente en los infractores”.51 En algunos casos, estos impresos debían ser comunicados de oficio a todo el Virreinato; incluso eran reimpresos en pequeñas imprentas portátiles en otras Provincias.52 En este sentido, uno de los objetivos más acuciantes del esquema de publicidad impresa del régimen era conseguir introducirse en las zonas enemigas para hacer circular sus escritos entre sus principales contradictores. Los republicanos   Pablo Morillo, “Don Pablo Morillo, Teniente general de los reales exércitos, general en gefe del exército expedicionario pacificador de esta costa firme por el Rey Nro. señor Don Fernando VII, que Dios guarde”. (Santafé, Por Juan Rodríguez Molano, 6-VI-1816). BN, Fondo Quijano 253, Pieza 11. 51   Pablo Morillo, Bando del Exército Expedicionario. (Cuartel General de Cumaná, 2-V-1815, Reimpreso en Santafé 17-VI-1818). Biblioteca Luis Ángel Arango, Sala de Libros Raros y Manuscritos, Signatura 12780. Miscelánea. 1505, Pieza 109. 52   Pablo Morillo, El Excelentísimo Señor General en Xefe del Exército Expedicionario, Don Pablo Morillo desde su Quartel General de Valencia, participa á este Superior Gobierno las noticias siguientes. (Impreso en Santafé de Bogotá en la Imprenta del Gobierno; y reimpreso en Popayán de orden superior. Año de 1818). BN, Fondo Pineda 262, Pieza 18. 50

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debían ser desmoralizados, hollados en sus intenciones. Los impresos regios debían buscar su retorno al seno de la Monarquía. El citado indulto general debía publicarse “con particular encargo á los Xefes militares más inmediatos, á los puntos en que haya insurgentes, ó prófugos para que le hagan trascendental á la mayor brevedad, á los que pueda interesarles; de comunicarse del modo posible para que llegue á noticia de los emigrados en Colonias extrangeras; y darse pronta cuenta con testimonio á S.M.”.53 En el caso de las publicaciones periódicas, si bien es probable que la prensa local no se constituyera en la principal fuente de información durante la Reconquista (Earle, 1997, p. 173), es necesario subrayar que los mismos realistas consideraban los papeles públicos como la forma de comunicación “más eficaz” para “hacer trascendental al público” las disposiciones del régimen.54 Así, el bando de institución del Consejo de Purificación no sólo sería publicado en diferentes puntos de la capital y de las provincias andinas sino que por disposición de Morillo sería insertado en la Gazeta de Santafé “á fin de que llegue noticia de todos”.55 En efecto, en los listados suministrados por la publicación durante su primer año de circulación se contabilizan cerca de 170 suscriptores en toda la geografía virreinal —entre agentes regios, militares, comerciantes, hacendados, gremios, villas, parroquias y órdenes religiosas—, una cifra nada desdeñable para la situación de guerra y crisis económica que atravesaba el Virreinato y que sugeriría, para la época, un círculo de lectores relativamente amplio, cuyos límites, por un lado, rebasarían los sectores ilustrados —en ciertas oportunidades estos papeles periódicos serían leídos públicamente entre

  España. Indulto General (Madrid, 25-I-1817, reimpreso en Cartagena 18-VI-1817). BN, Fondo Quijano 253, Pieza 28. 54   Gazeta de Santafé, núm. 35:6-II-1817: 339. 55   Gazeta de Santafé, núm. 2: 20-VI-1816: 11. Antonio María Casano. Don Antonio María Casano, Coronel de los Reales Exércitos, Comandante General interino de Artillería en el expedicionario, Gobernador Militar y Político de esta Ciudad, y su partido. (Santafé, Imprenta del Gobierno Por Nicomedes Lora, 15-VI-1816). Biblioteca Luis Ángel Arango, Sala de Libros Raros y Manuscritos, Signatura 12780. Miscelánea. 1505, Pieza 106. 53

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las tropas y algunos lugareños—,56 y por otro, trascenderían la órbita realista —algunos de sus pasajes serían ampliamente comentados en las publicaciones republicanas del momento—.57 Adicionalmente, conviene destacar que los papeles neogranadinos no eran los únicos que circulaban en la ciudad con el aval del gobierno. Los periódicos fidelistas provenientes de toda la Monarquía hispánica, particularmente la Gazeta de Madrid y la Gazeta de Caracas, eran leídos asiduamente en Santafé. En algunas oportunidades el editor de la gaceta santafereña se excusaría por publicar algunos discursos aparecidos previamente en la publicación caraqueña, mientras que en otras ocasiones simplemente referenciaría su nombre sin dar mayor cuenta de su contenido, obviando su reimpresión, dando a entender, de esta manera, que se trataba de información ya conocida por el público local gracias al periódico venezolano.58 Asimismo, el gobierno autorizaría la circulación, por lo menos entre ciertos miembros de las élites, de algunos periódicos provenientes de la Corona británica, particularmente de Jamaica, cuyos extractos serían traducidos y publicados en las gacetas oficiales, 59 así como también se reimprimirían partes de guerra, sermones y pastorales provenientes de otras regiones americanas (Buenaventura Bestard, 1817). En este punto, es preciso mencionar rápidamente la importancia de la correspondencia en los circuitos de información impresa. Las cartas seguían siendo fundamentales para garantizar el “buen gobierno” de la Nueva Granada y el éxito de las armas del Rey. La magnitud de la correspondencia entre Morillo y las autoridades regias en la Península y en América se constituye tan sólo uno de los ejemplos más significativos   Pablo Morillo, “Morillo al general Calzada. Cuartel general de Mompox, 29 de febrero de 1816”. El teniente, Tomo III, pp. 30-32. 57   Al respecto, véase en la introducción de esta obra el apartado correspondiente a las guerras de Independencia y las publicaciones bolivarianas. 58  Gazeta de Santafé, (Núm. 36:13-II-1817: 361); (Núm. 36:13-II-1817: 45). 59   Entre los periódicos citados se destacan la Gazeta Real de Jamaica, The Courier y Chronicle de Kingston. Al respecto véanse, Gazeta de Santafé, (Núm. 36:13-II-1817: 367-368); (s.n.: 5-VIII-1818: 41-45); (s.n.: 25-VII-1818: 378-35-36). 56

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al respecto (Rodríguez Villa, 1908). De allí los constantes esfuerzos del régimen por abrir, reparar y mantener los caminos virreinales, cuyo buen estado era considerado “indispensable para facilitar las comunicaciones”.60 La correspondencia del régimen se encontraría cargada de alusiones a las fuentes impresas y a los modos y circuitos de información locales. Con frecuencia, los mismos impresos se adjuntaban en las comunicaciones epistolares con diferentes motivos: solicitar su difusión pública en las tropas, las provincias y “lo más internado del Reino” para “desengañar” a los pueblos;61 como “prueba” de verdad sobre la iniquidad de los republicanos y la justeza de los monárquicos, pues “en aquellos papeles se verá el espíritu, las ideas y la marcha de la rebelión, cosa imposible de conocer, no estando aquí, sino por aquel medio”;62 y para comunicar de manera oficial a los republicanos las intenciones de Fernando VII (Enrile, 1908, p. 299). Asimismo, las cartas se convertirían en artefactos retóricos fundamentales en la elaboración del discurso impreso. La gaceta oficial publicaría cartas particulares de sujetos “de crédito y autoridad” para informar al público de los sucesos recientes en otros puntos del Virreinato;63 insertaría, además de cierta correspondencia oficial, aquella interceptada a los insurgentes durante diferentes escaramuzas militares,64 y comunicaciones cruzadas entre los principales del régimen y algunos republicanos.65 Según Morillo, sólo “por la influencia que puede tener una conducta semejante de parte de ellos y la generosa de parte de los   Pablo Morillo, Morillo al general Calzada, p. 31.   Pablo Morillo, Morillo al general Calzada, pp. 30-32. 62   Pablo Morillo, Morillo al Ministro de la Guerra. Reservado. Cuartel general de Santafé, 31 de agosto de 1816. En Rodríguez Villa, (1908, Tomo III, pp. 197-198). 63   Gazeta de Santafé, (Núm. 46:24-IV-1817: 442); (s. n.: 5-VII-1818: 22). 64   Gazeta de Santafé, (Núm. 48: 8-V-1817: 455-461). 65   Destacándose entre éstas la correspondencia entre Morillo y José Fernández Madrid, presidente de la Provincias Unidas. Gazeta de Santafé, (Núm. 10:15-VIII-1816:78-81); (Núm. 11:22-VIII-1816:92-94); (Núm. 12:29-VIII-1816:102-104); (Núm. 13:5-IX1816:111); (Núm. 15:19-IX-1816:126); (Núm. 17:3-X-1816:155-156); (Núm. 19:17X-1816: 196-199); (Núm. 21:31-X-1816: 217-218); (Núm. 22:7-XI-1816: 230-231). 60 61

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jefes de S.M., he publicado en gaceta todas las cartas que mediaron y las que se les interceptaron”.66 No obstante, es importante tener en cuenta que este ideal unitario de la opinión pública realista, garantizado con relativo éxito en Santafé gracias al completo control de las imprentas locales por parte de las autoridades, se encontraba permanentemente amenazado por las opiniones disidentes —impresas, orales, manuscritas— que no lograba integrar en su seno, que intentaban hacer frente a las restricciones de información provenientes de la oficialidad y atentaban de manera directa contra su hegemonía en la esfera pública. Ciertamente, en este contexto de guerra imperante, el espacio de conformidad regia deseado por el régimen requería como condición de posibilidad un estricto control sobre los medios y los circuitos de comunicación locales. El consenso y la persuasión no eran armas suficientes para la fijación definitiva de la opinión pública. De allí el carácter policivo de algunas medidas emprendidas por el régimen en nombre de la “seguridad del orden político”: la vigilancia militar de costas, puertos, ríos, caminos, centros de correo y hospedajes; el control de las autoridades locales sobre los habitantes de la ciudad, las casas, los diferentes barrios y los viajeros, instaurando, en otras medidas, pasaportes interiores y licencias militares; la recolección de “todas las proclamas, boletines, libros, Constituciones, y todo género de escritos impresos por los rebeldes y publicados con su permiso”; y la persecución y aprehensión de “todos aquellos que traten de seducir, corromper, y alarmar los lugares en contra de los derechos del Rey”.67 En efecto, se trataba de un espacio público receloso, intolerante, signado por la búsqueda afanosa de unanimidad política. Para los realistas, una de las formas más efectivas para conseguir esta última, era la exclusión de   Pablo Morillo, “Morillo al Ministro de la Guerra. Cuartel general de Santafé, 12 de noviembre de 1816”. En Rodríguez Villa, (1908, Tomo III, pp. 247-248). 67   Pablo Morillo, Don Pablo Morillo, Teniente general de los reales exércitos, general en gefe del exército expedicionario pacificador de esta costa firme por el Rey Nro. señor Don Fernando VII, que Dios guarde. (Santafé, Por Juan Rodríguez Molano, 6-VI-1816). BN, Fondo Quijano 253, Pieza 11. 66

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facto de sus principales contradictores, de sus escritos, de su memoria —a través de su eliminación física, su detención temporal o su destierro del reino—. En este sentido, los tribunales de justicia establecidos durante la Reconquista, particularmente el Consejo Permanente de Guerra y el Consejo de Purificación, intentarían garantizar el triunfo de la “buena opinión”.68 Asimismo, la Inquisición contribuiría ampliamente en la persecución del ideario republicano en la Nueva Granada. En la Península, el Santo Oficio había sido restablecido por Fernando VII el 21 de julio de 1814 —y restituidos sus privilegios para la “censura y prohibición de libros”—, con el objetivo de hacer frente a ciertas “opiniones perniciosas” y, de esta manera, preservar a los españoles de “disensiones intestinas, y mantenerlos en sosiego y tranquilidad”.69 En consecuencia, los inquisidores locales declararían una cruzada impresa contra los “enemigos de la Santa Fe”, y procederían a la quema sistemática de “muchas obras extrangeras, abominables en materia de Religión y de Estado (que se habían introducido á favor del pasado desorden) y de infinitos papeluchos, y libretes escandalosos que hormigueaban por todas partes”.70 Así, el régimen intentaría controlar la propagación de la opinión fabricada fuera del círculo monárquico. En este sentido, resultaba imperativo contravenir también los rumores callejeros, la información extraoficial y las habladurías populares, “más en un Pueblo central, donde las noticias llegan   Así, entre los pocos fusilamientos registrados por la Gazeta de Santafé se encontraría el del criollo Frutos Joaquín Gutiérrez, condenado a la pena capital por traición. Por determinación del régimen, todos sus escritos, así como su retrato de colegial, serían quemados públicamente y “mientras se hizo este sacrificio tocaron las campanas á descomunión”. Gazeta de Santafé, (núm. 22:7-XI-1816: 235). (Caballero, 1990, p. 222). En la actualidad no existe un estudio histórico sistemático sobre el accionar de estos tribunales en Santafé. Para algunos apuntes puede verse, Restrepo, (1969, pp. 133-187); Groot, (1953, pp. 487-533); Díaz Díaz, (1965, pp. 93-129); Quintero Saravia, (2005, pp. 296-337). 69   Real Decreto del 21 de julio de 1814, Suplemento a la Gaceta de Madrid, núm. 102: 23-VII-1814: 839-840). 70   Al respecto véase Gazeta de Santafé, (Núm. 28:19-XII-1816: 281); (s. n.:25VIII-1818:55-56); (s. n.:5-IX-1818: 63-64). 68

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tarde, y son sabidas antes de darse a la imprenta”.71 Era necesario movilizar la opinión pública contra las opiniones políticas, afrentas directas a la soberanía del monarca, al carácter trascendente de su mandato. La legitimidad del gobierno fernandino no era opinable: “se castigará con arreglo á la ley á toda persona de qualquier clase y estado que sea, que se le oigan conversaciones del antiguo gobierno [o] cuestiones con otros sobre si fue más adicto á aquel que al presente” (Warleta, s. n.). En todo caso, las fisuras eran evidentes para los mismos monárquicos: “el espíritu de novelería cunde por todas partes”, “se hallan entre nosotros vagabundos, y mal intencionados que se complacen fraguando y difundiendo quanto sueñan, ó les dicta su alborotada fantasía”.72 De allí la sentida prédica de los religiosos realistas: “acreditad vuestra fidelidad en el púlpito: acreditadla en el confesionario: acreditadla en vuestras conversaciones familiares aun las mas confidenciales: acreditadla en vuestras cartas: y los que tienen luces para ello, acredítenla también en sus escritos é impresos” (Buenaventura Bestard, 1817, pp. 43-44). No debe sorprender, entonces, que los impresos regios fueran concebidos como estrategias políticas capaces de competir con otras formas de publicidad oral más extendidas y eficaces —con frecuencia asociadas a la subversión del orden y la perturbación de la tranquilidad pública—. Hasta cierto punto, la esfera pública agenciada por las publicaciones oficiales se construiría en oposición a los valores asociados a los rumores, “resortes de que comúnmente se valen los agitadores para llegar a sus fines”, “armas bien miserables y propias de los que viven sobre el engaño de los Pueblos”. El poder de la imprenta era el poder de la opinión en tanto verdad. El “General en Xefe [Morillo], constante en su principio de no dar al público sino lo seguro, no ha permitido se publique cosa alguna hasta tenerlo de Oficio”.73 Así, ante los constantes rumores fabricados por los desafectos al régimen, los realistas esgrimirían la información consignada   Gazeta de Santafé, (s.n.): 25-VI-1818: 13.   Gazeta de Santafé, núm. 59:24-VII-1817: 602. 73   Gazeta de Santafé, núm. 3:27-VI-1816:17. Boletín del Exército Expedicionario, (Núm. 1: 22-VIII-1815: s. n.); (Núm. 36:14-IX-1816: s. n.). 71 72

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en sus impresos, ventanas transparentes a los sucesos de la Monarquía, repositorios de la evidencia: “Os han repetido que las leyes del Rey eran tiránicas, que os prohibía el comercio, la industria y la agricultura. Creo que estaréis ya convencidos de que es todo lo contrario, y en las gazeta del Gobierno lo habéis visto con más extensión”.74 Para los realistas, los rumores se constituían en la expresión acabada de la política facciosa, de sus intereses particulares, de sus esfuerzos por incrementar la incertidumbre política y erosionar la legitimidad del régimen. Eran la principal herramienta de los republicanos en su guerra contra la Monarquía. De allí los constantes esfuerzos del gobierno real por denunciarlos y hacer una lectura dirigida de su contenido. En no pocas oportunidades Morillo emplearía sus proclamas exclusivamente para persuadir a los neogranadinos del carácter falso de la información que circulaba en contra de las autoridades monárquicas, denunciar su impronta republicana y fijar la versión verdadera de los hechos, “son embustes y disparates tan extravagantes y groseros, que lejos de ocultarlos he mandado se publiquen y corran por todo el virreinato, y os aseguro que en todo ello no hay una palabra de verdad”.75 La política republicana, al igual que la Revolución, solo existían “en el papel para engañar y conducir al precipicio á los incautos habitantes de la América”: Desengáñense los fabricantes de nuevos sistemas políticos, del todo contrarios al bien común, a la venerable antigüedad, a la opinión de los verdaderos sabios y á los testimonios de la historia: toda la América queda bien advertida de que quando se dice que en las repúblicas de nuevo cuño pueden todos figurar, esto se entiende solo por los intrigantes y facciosos.76   Pablo Morillo, “Habitantes de la Nueva Granada”. (Santafé: Imprenta del Gobierno Por Nicomedes Lora, 15-XI-1816). Biblioteca Luis Ángel Arango, Sala de Libros Raros y Manuscritos, Signatura 12780. Miscelánea. 1505, Pieza 108. 75   Pablo Morillo, Morillo á los habitantes de las provincias de Popayán y Chocó. Cuartel General de Santafé de Bogotá, 1 de junio de 1816. En Rodríguez Villa, (1908, Tomo III, pp. 55-63). 76   Gazeta de Santafé, núm. 21:31-X-1816: 219. 74

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La República era el gobierno de los intrigantes y facciosos, de los fabricantes de la opinión política. Los monárquicos, adornados ahora con el título de Público, eran los portavoces del bien común, la tradición y la evidencia. La verdadera opinión pública. III. Reflexiones finales Acostumbrados, como estamos, a relacionar el surgimiento de la opinión pública en la Nueva Granada y en toda la América hispánica con la crisis política de la Monarquía borbónica, las Revoluciones atlánticas y la posterior formación de regímenes liberales en la región, sorprende la rapidez inusitada con que el argumento de “fijar la opinión” pasaría de manos de los revolucionarios a los monárquicos locales durante las guerras de Independencia. Las diferentes apelaciones a la opinión pública por parte de los realistas, en tanto motivo retórico, pueden ser leídas como una dimensión específica del discurso político diseñada para legitimar el orden monárquico. Una nueva autoridad ritual interesada, a través de la invocación del Público, en la multiplicación de los efectos políticos de la publicidad impresa. No obstante, aunque por lo general afirmaría su respeto por la dignidad monárquica y aceptaría la validez de las antiguas maneras de entender el ejercicio del poder político, los mismos presupuestos de esta publicidad negarían los cimientos políticos del orden tradicional —que supuestamente debían reforzar—. La opinión del Rey, de sus representantes, de sus fieles vasallos, daría cuenta de una tensión conceptual irresoluble, irreconciliable con los intentos del gobierno real por regresar a la lógica del vasallo propia del Antiguo Régimen en la Nueva Granada. Impotente para prohibir el debate, el régimen reconquistador se vería obligado a entrar en la ardua batalla —una tenaz pugna de sentido— por erigirse en el portavoz exclusivo de la opinión pública y, a su vez, respaldar sus determinaciones con la sanción del omnisciente tribunal, operando, de esta manera, una disminución efectiva de la figura del monarca como principio incontestable de legitimidad. La opinión pública, una entidad colectiva y anónima, sería ahora más soberana que el soberano. La opinión del Rey

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Finalmente, en noviembre de 1820, los gobiernos de España y Colombia firmarían los Tratados de Trujillo, los cuales establecían la suspensión de hostilidades militares por seis meses y la observación por parte de los ejércitos en disputa de protocolos conformes a “las leyes de las naciones cultas” para desarrollar la guerra. Sin embargo, más allá de los aspectos militares, conviene subrayar las explicaciones formales que ofrecerían las partes en disputa como presunto origen de las confrontaciones armadas. De manera contundente, la opinión aparecería como la única referencia causal: “originándose esta guerra de la diferencia de opiniones”.77 En efecto, la guerra de Independencia también era una guerra de opinión, una guerra por erigirse en el sujeto de la opinión pública, exclusivo titular de la razón, de la verdad. Si en un primer momento los monárquicos aparecerían como sus apoderados genuinos, con el transcurrir del tiempo, el aumento de las derrotas realistas y el creciente desgobierno, los republicanos conseguirían inclinar la balanza de la opinión pública en su favor. “La fuerza irresistible de la opinión de los pueblos” se había decidido por la Independencia: “ellos no quieren ser españoles”, “así lo han sostenido sin desmentir jamás su opinión en ninguna circunstancia ni vicisitud de la Península”.78 De esta manera, los Tratados de Trujillo reconocerían el triunfo formal del “Reino de la Opinión”, la entronización del Público como nuevo titular de la política y la pérdida del único referente de legitimidad trascendente en la política neogranadina, la figura real. La opinión del Rey, por obra del discurso político, se había convertido en una opinión política.

Sobre los Tratados de Trujillo véanse Quintero Saravia, (2005, pp. 432-444, 551557); Thibaud, (2003, pp. 469-486). 78   Pablo Morillo, Morillo al Ministro de la Guerra, 28 de agosto de 1820. En Rodríguez Villa, (1908, Tomo IV, pp. 224). Pablo Morillo, Morillo al Ministro de la Gobernación de Ultramar, 26 de julio de 1820. En Rodríguez Villa, (1908, Tomo IV, pp. 208). 77 

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