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CVC. Rinconete. Cultura y tradiciones. Catarsis en la barraca de feria: política, fantoches y pimpampum, por José Luis Garrosa Gude.
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Viernes, 31 de octubre de 2014 BUSCAR EN RINCONETE
CULTURA Y TRADICIONES
Catarsis en la barraca de feria: política, fantoches y pimpampum Por José Luis Garrosa Gude
La prosa veraz y descarnada que José Gutiérrez Solana exhibe en Madrid: escenas y costumbres se regodea sin complejos en la descripción minuciosa de los mismos ambientes sórdidos y de los mismos personajes ramplones y crueles que se erigen en protagonistas de buena parte de la obra pictórica de este original creador. En la primera serie del libro, que se publicó en 1913, aparece un capítulo dedicado a la romería de San Antonio de la Florida. Igual que si se tratara de una pintura costumbrista, se abre con un abigarrado —y bastante alegre, todo hay que decirlo— desfile de tópicos feriales como los puestos de flores de temporada o los vendedores de juguetes, cachivaches y aperitivos, pero la escena se va oscureciendo a medida que se detallan algunas de las diversiones brutales que se ofrecen al público. El pintor madrileño escoge y combina las tintas más negras de su paleta expresiva y nos cuenta, sin ahorrar pormenores macabros, cómo los visitantes ejercitaban su puntería contra pobres aves indefensas. Pero no solo se practicaba el tiro al blanco —más bien una indigna ejecución a quemarropa— con gallinas o con pichones y codornices de alas cortadas, sino que en la verbena también existía la típica barraca de monigotes, aunque estos presentaban la particularidad de ser representaciones de celebridades de finales del siglo XIX y principios del siglo XX: Al lado está la barraca del Pim, pam, pum; muñecos de trapo, rellenos de salvado, con un camisón blanco. Uno es un fraile. El hábito es de tela de saco, está muy gordo y la tripa la tiene rellena de trapos. En su cintura tiene un rosario de cuentas gordas y una cruz. También hay monjas con tocas muy tiesas, por cola de carpintero. Uno de los muñecos es el general Azcárraga, con el casco de cartón, de plumas de plumero ordinario. Un grupo de negros con la cara azulada y camisones de rayas blancas y rojas. El cabecilla Maceo, con su sombrero de jipijapa, y Máximo Gómez, y al lado el comandante Cirujeda.
Solana capta la violencia latente y el ansia de venganza que despliegan los tiradores al disponer de unas dianas tan ilustres, nada menos que figuras señaladas de las guerras coloniales y otros prebostes de la vida nacional: Algunos tiran con saña a los personajes que tienen más rabia. Hay gran predilección por tirar los monigotes de Maura, La Cierva, Romanones, Weyler, etc. Al dar a Maura en la barriga, cae, llevando también de paso a un fraile que está a su lado. Otro, dice: «Voy a tirar al obispo de Jaca, a ver si le escacharro la nariz». Y tira con gran rabia, mientras que el monigote da con fuerza un fuerte golpe con la cabeza y se le salta un cacho de cráneo, viéndosele el cartón de los sesos. Otro señala con la bola de trapo a Polavieja, que tiene un ojo tapado por un parche negro. «Voy a ver si le salto el otro ojo». Y tira con más coraje que nunca; pero, en vez de dar a Polavieja, da en la calabaza del padre Nozaleda, separándosela del tronco, por la que empieza a salir serrín y trapos. El cuerpo panzudo da una voltereta con estruendo.
Esta genial estampa solanesca reaparece —aunque con otro tratamiento estético y con una carga ideológica distinta, claro— en 1953, cuando José María Gironella retrata en Los cipreses creen en Dios una turbulenta Gerona justo unos días antes del estallido de la Guerra Civil: César miró al patrón y, dando media vuelta, inició el regreso. «¡Eh, eh, peque…!». Él no se volvió. En una barraca de tiro los monigotes eran Alfonso XIII, un moro, un obispo y un militar lleno de condecoraciones. «¡Siempre toca, siempre toca!».
Pero, ya fuera del ámbito estrictamente literario, disponemos de un precioso testimonio que avala la existencia de estas atracciones. La escritora y periodista coruñesa Sofía Casanova incluyó esta referencia al final de una crónica fechada en julio de 1917 y publicada en ABC el 18 de agosto del mismo año, el periódico para el que trabajaba como corresponsal de guerra: En el reservado a las diversiones plebeyas del parque Tauryckie he visto ayer un juego característico. En barraca de feria había toscas figuras, aparatos midefuerzas, de burda maquinaria. Una de las figuras, con negro casco, uniforme caprichoso y enhiestos mostachos, representaba al Kaiser; a su lado, un monje de barbas crecidas y ojos tigrescos: era Rasputin. Para que en la esfera numerada del artefacto se marcara la fuerza de puños de quien quisiera probar la suya, tenía que descargar un puñetazo en la cara del Kaiser o en la propia cabeza de Rasputin… Y soldados, chiquillos, mujerzuelas, El Instituto Cervantes utiliza cookies propias y de terceros para facilitar, mejorar y optimizar la experiencia del usuario, por motivos de seguridad, y para conocer sus hábitos de navegación. cuadrábanse ante los muñecos, y, ¡pum!, bofetadas y risas. Pero resultaba Recuerde que, al utilizar sus servicios, acepta su aviso legal y su política de cookies. Aceptar
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CVC. Rinconete. Cultura y tradiciones. Catarsis en la barraca de feria: política, fantoches y pimpampum, por José Luis Garrosa Gude. mucho mayor la resistencia de los monigotes que el brío de tantos bárbaros…
Recordemos que Sofía Casanova escribía desde San Petersburgo, una ciudad en ebullición tras los desastres de la I Guerra Mundial y la abdicación de Nicolás II, y ya en la antesala de la revolución bolchevique. En Rusia —y, como hemos comprobado gracias a Solana y a Gironella, también en España en momentos anteriores y posteriores a la Revolución rusa— algunos feriantes avispados sacaban provecho de la ira y del descontento populares para canalizarlos en un acto de catarsis ciudadana mediante disparos incruentos o demostraciones de fuerza; todo para crear la ilusión de una revancha de los descontentos, que sorprende aún hoy en día tanto por su candor como por su evidente carga simbólica.
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