CAPITALISMO Y CIRCULACIÓN: EL TRIUNFO DEL ANIMAL LABORANS

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CAPITALISMO Y CIRCULACIÓN: EL TRIUNFO DEL ANIMAL LABORANS1 Marco Mallamaci2 Texto publicado en el certamen de Jóvenes Investigadores, UNSJ, SECITI, San Juan, Argentina, EFU, 2014.

Introducción Tal vez hay algo de cierto en decir que el capitalismo es aquello a lo que ninguna sociedad quiere llegar; es la formación más temida que se pueda imaginar (Cfr. Deleuze, 2005).

¿Hay algo después del capitalismo, o es la formación final y

absolutamente insuperable para toda sociedad? ¿Por qué cuando se plantea un futuro post-capitalista pareciera caerse en el agobio conceptual? Tal vez el punto está en que el capitalismo es el límite en el cual las sociedades vuelven a funcionar sobre la dinámica salvaje de la naturaleza que crece auto-devorándose en la eterna circularidad que avanza y se consume en igual medida. Tal vez, paradójicamente, ese capitalismo que se encargó de glorificar a las sociedades liberales en tanto sistemas productivos que engendraban un sinfín de artefactos útiles, terminó por elevar el consumo por sobre el uso, la circulación por sobre la permanencia, la digestión circular del mero metabolismo biológico por sobre el sentido de la producción artefactual. Tal vez por debajo de las fábricas modernas lo que avanzaba era el triunfo del Animal Laborans sobre el Homo Faber.

Tal vez cuando triunfaba la lógica abstracta y general del funcionamiento

capitalista por sobre las estructuras concretas y particulares de las primitivas economías medievales, se estaba abriendo el escenario para el triunfo del abismal proceso de consumo que asfixia la necesidad de sentido de la condición humana. ¿Qué papel juegan el consumo y la circulación a la hora de entender los engranajes del sistema capitalista moderno?

Labor y circularidad. Hannah Arendt explica las dimensiones de la condición humana distinguiendo tres esferas: la labor, el trabajo y la acción. La dimensión de la labor hace referencia al 1

Las articulaciones que se proponen en el trayecto del texto se desprenden de un proyecto de investigación titulado El capitalismo tardío en la era biopolítica desde la filosofía de Friedrich Nietzsche. La historia de Occidente y los alcances del Nihilismo. Dicho proyecto se desarrolló en el marco de la convocatoria de la Universidad Nacional de San Juan para las becas de iniciación en la investigación. 2 Licenciado en Filosofía / Músico. (CONICET-UNSJ) / [email protected]

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proceso biológico del cuerpo, al espontáneo crecimiento y a las necesidades vitales. El trabajo es la actividad que no está inmersa en dicho ciclo repetitivo. Con el trabajo se hace posible un mundo artificial de cosas y productos que permanecen. Finalmente, la acción es la actividad que se da entre los hombres sin la mediación de cosas, tiene que ver con la condición humana de la pluralidad (Cfr. Arendt, 2009). La labor es la dimensión que compartimos con el resto de los seres vivos y en la cual laboramos para mantenernos vivos.

Al metabolizar la energía natural

transformándola en energía vital producimos bienes de consumo; o sea que laboramos para consumir energía vital y consumimos dicha energía para seguir laborando y no morir. Este es un proceso circular que se agota sobre sí mismo y no puede ser entendido desde las categorías de principio-medio-fin. La labor, atrapada en el movimiento cíclico del proceso de la vida, carece de principio y de fin (Cfr. Arendt, 1997). El fin de la labor es poder seguir laborando, el fin de consumir y metabolizar la energía en fuerza vital, es seguir viviendo, seguir laborando y seguir consumiendo. El laborar biológico se encuentra en la circular digestión que la vida hace sobre sí misma. Más allá de este sinsentido de la naturaleza que se muerde y traga a sí misma, los humanos hemos podido defendernos de nuestra madre devoradora, hemos podido crear un mundo que subsiste y permanece, un mundo que nos protege y nos permite movernos entre coordenadas que no desaparecen segundo a segundo con el fluir del ciclo vital.

Ese mundo de artificios es la creación de un mundo de cosas (Cfr.

Petrucciani, 2008). Cuando trabajamos no metabolizamos la naturaleza para consumirla en el proceso vital, sino que la utilizamos para crear bienes de uso, para crear cosas útiles. A diferencia de la dimensión de la labor, el trabajo se mueve entre las categorías de principio-medio-fin.

O sea que creamos artefactos y cosas útiles que están

concebidas como medios para ser usado con un fin: estamos ante el Homo Faber. A diferencia de lo que ocurre en la dimensión de la labor, estos útiles no son consumidos si no que son usados; y el proceso puede ser revertido, todo lo que construimos podemos destruirlo. El Homo Faber es el que puede protegerse de lo salvaje de la naturaleza, es el que puede habitar en un mundo cosmizado. Por último, con la acción entramos en la dimensión en la que arraiga la política, es la dimensión de las relaciones directas entre hombres. Con la acción podemos vivir en un mundo discursivo donde podemos tomar la palabra y comenzar procesos que nunca sabemos dónde terminarán. En la acción los hombres nacemos dentro de una

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pluralidad en la cual podemos intervenir en un juego donde nunca se sabe qué harán los otros. Cada uno de nosotros puede tomar la palabra y dar comienzo a algo nuevo, pero nadie sabe qué sentido tomará nuestra acción para el resto de los participantes que forman las redes históricas.

La acción tiene principio pero el fin siempre es

imprevisible. Cuando decidimos accionar siempre lo hacemos dentro de un tejido infinito de relaciones interhumanas que nos pre-existe, por eso todo lo que cae en esa red toma rumbos insospechados. Mientras el trabajo y su producto artificial hecho por el hombre conceden una medida de permanencia y durabilidad, la acción crea la condición para la construcción de la historia (Cfr. Arendt, 2009).

Libertad, política y acción forman un núcleo

indisoluble desde el cual los hombres podemos interactuar más allá de la circularidad del metabolismo de la labor, y más allá del sentido utilitario del trabajo. Con la acción y la libertad se ejerce el discurso y se tejen historias con sentidos impredecibles, aquí radica el ejercicio de la política. Según Arendt, esas tres dimensiones de la vida humana han tenido diversas valoraciones a lo largo de la historia. Para los antiguos griegos la política era entendida como la dimensión en la cual los libres e iguales podían ejercer la acción; mientras que el trabajo y la labor recaían sobre los hombros de los esclavos. Luego el Medioevo cristiano puso el foco en la contemplación, manteniendo a la acción política, el trabajo y la labor dentro de las dimensiones mundanas que encuentran su dignidad solo en el ser puente hacia el más-allá. ¿Qué sucede con estas tres dimensiones cuando se ingresa en la Modernidad capitalista? La Modernidad abrió la dinámica para que todo se devorara en el proceso de producción y la estabilidad del mundo se marchitara en un constante proceso de cambio. Si bien es cierto que el capitalismo generó un sistema de producción con el cual se asiste al triunfo del Homo Faber, paradójicamente quien dominaría la escena sería el Animal Laborans. Siguiendo las tres categorías planteadas (labor, trabajo y acción), con el capitalismo se debería hablar de un espacio en el cual la dignidad absoluta pasó a estar sobre la dimensión del trabajo, o sea sobre la producción. El Homo Faber impulsó el desarrollo y la expansión capitalista, con lo cual se multiplicó la producción y el mundo artificial de cosas útiles creció sin límites. Entonces el capitalismo debiera ser entendido como el triunfo de la producción, como la glorificación tanto del Homo Faber como de lo utilitario. Pero en realidad, el triunfo del Homo Faber estaba abriendo las

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puertas a un sistema que se alimentaría de la constante circulación. Si bien es cierto que, la Modernidad capitalista puede ser entendida como el reino del pensamiento utilitario, dicho utilitarismo terminaría tomando la forma de un consumismo. Dicha configuración en la cual los procesos de producción eran el motor de la sociedad, debiera haber dado forma a un mundo durable que nos protegiese de la digestión constante de la naturaleza salvaje; pero lejos de esto terminaría consumiéndose en el frenético proceso de cambio. Arendt muestra que el sistema social que glorificaba el trabajo utilitario finalmente puso el foco en el proceso más que en el sentido de la producción. Así, en la Modernidad, la conservación pasaría a ser sinónimo de ruina, a causa de que la duración de los objetos conservados es el mayor obstáculo para el incesante proceso de renovación (Cfr. Arendt, 2009: 282). Mientras que el auge de la economía capitalista daba como resultado un enorme aumento de la productividad humana, lo que se habría liberado en sus etapas iniciales era la fuerza del poder laboral, es decir la pura abundancia natural del proceso biológico. La liberación de la fuerza laboral se extendió por toda la sociedad y se inició un continuo y creciente flujo de riquezas (Cfr. Arendt, 2009: 283-284). En ese hacer y fabricar fueron los procesos los que se convirtieron en guía de las actividades del Homo Faber (Cfr. Arendt, 2009: 325). En realidad la ruptura y la reconfiguración, no se consumó con la elevación del hombre fabricante sino con la introducción del concepto de proceso en la fabricación. Entonces, aquello que comenzó a ocupar la escena en la Modernidad, fue el Homo Faber disfrazado; el hombre hacedor y fabricante cuya tarea era violentar a la naturaleza con el fin de construir un permanente hogar para sí (Cfr. Arendt, 2009: 329), pero con el énfasis puesto en el proceso. Esto terminaría llevando a la instrumentalización del mundo, a una confianza en los útiles y en la productividad del fabricante de objetos artificiales; una confianza total en la categoría de los medios y fines. Pero la posición central que ganó el concepto de proceso llevó a que el hombre constructor dejara de lado esos modelos y mediciones permanentes y fijas propias del trabajo. Cuando el hombre moderno puso el foco en el proceso de fabricación más que en el sentido del trabajo productivo, lo que quedó en el centro fue la fuerza natural, la fuerza del proceso biológico, o sea la circularidad del Animal Laborans. Es así que finalmente la sociedad laboral exige una función automática destinada al proceso productivo (Cfr. Arendt, 2009: 344-346).

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Cuando nace el capitalismo nace la sociedad productiva en la cual reina el Homo Faber de la dimensión del trabajo, pero paradójicamente la dinámica que conquista la pauta social es la del Animal Laborans que se agota en la circularidad del consumo metabólico. Esto es porque uno de los engranajes principales del capitalismo es la valoración de la circulación por sobre la permanencia. O sea la estructura abstracta del intercambio generalizado por sobre la economía concreta del intercambio utilitario.

Circulación e intercambio: la máquina capitalista. Marx explica que en el intercambio directo y concreto todas las mercancías son valoradas desde sus posibilidades de uso, o sea que se intercambian ciertos valores de uso por otros valores de uso (Cfr. Marx, 1973). El ejemplo de esto es que si alguien necesita madera y solo posee papas, solo podrá obtener maderas si aparece otro que necesite usar papas. El intercambio aquí se da porque ambos necesitan el producto del otro como un valor de uso.

Pero con la Modernidad y la multiplicación de las

mercancías se acentuó el valor de cambio por sobre el valor de uso. Aquella sociedad que dignificó la pauta utilitaria, terminó enfocando el cambio por sobre el uso. El motor de la Modernidad capitalista fue una clase de mercancía que solo sirve como término universal que iguala valores y permite la alimentación del constante proceso de cambio: el dinero. Dinero y circulación son un fenómeno indisoluble. El dinero es aquello que permite equiparar valores en una medida común. El dinero es un catalizador de la circulación de las mercancías. Lo específico del capitalismo es que el proceso de circulación no se reduce al desplazamiento de valores de uso, sino que se expande poniendo el valor en las divisas de cambio. Esto Marx la explica mostrando la dinámica de la circulación simple (intercambio de valores de uso por medio del dinero). Este primer tipo de circulación simple se sintetiza en el movimiento [Mercancía → Dinero → Mercancía]. Esto significa que se producen mercancías y se utiliza el dinero para intercambiarlas por otras mercancías, aquí el sentido descansa en la posibilidad de obtener nuevas mercancías con un cierto valor de uso. Lo central para que estos elementos den paso al capitalismo está en la inversión de los términos, la estructura terminaría siendo: [Dinero → Mercancías → Dinero].

Esto significa que con el

capitalismo el valor pasa a estar en el dinero y finalmente es éste el que se intercambia por medio de las mercancías. Ahora el sentido descansa en acrecentar los valores o

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divisas de cambio. Entonces: circulación simple y directa, M→D→M / circulación capitalista, D→M→D (Cfr. Marx, 1973: 103). Cuando la estructura económica se organizaba sobre la circulación simple, se vendía como medio para un fin situado fuera de la circulación, este fin era la asimilación de un valor de uso que satisfacía una necesidad. Al pasar a la circulación capitalista, esta lleva en sí su fin, o sea que el movimiento se torna incesante (Cfr. Marx, 1973: 108). Con el capitalismo moderno el fin es la apropiación progresiva de la riqueza abstracta, no del valor de uso, sino del valor abstracto de la mercancía en tanto medio de cambio. El agente capitalista busca acrecentar su poder alimentando el flujo de dinero. El valor no proviene tanto de la utilidad de los objetos intercambiados sino de la locomoción que refluye y se multiplica, por eso la forma genérica del capitalismo, es la de la circulación. ¿A qué se hacía referencia cuando se dijo que el capitalismo es la forma más temida para una sociedad? A la omnipotencia del motor capitalista basado en la sobrevaloración de la circulación. Siguiendo la terminología de Deleuze se puede decir que el capitalismo se ha constituido sobre la existencia de flujos descodificados. Esa descodificación se fundamenta en el énfasis que el sistema hace sobre la circulación abstracta de los flujos, la fórmula capitalista es la del flujo y el reflujo en sentido general, en sentido universal. El capitalismo cataliza la circulación universal por sobre cualquier tipo de código. La base del capitalismo es una conjunción de flujos descodificados y desterritorializados. Al quebrarse todos los códigos y las territorialidades sociales preexistentes, se hace posible descodificar perpetuamente los flujos de dinero y los flujos de trabajo. Así, el capitalismo moderno puede construir una máquina axiomática. Esa máquina axiomática es la que asegura que absolutamente todo pueda ser parte de la constante circulación, es el triunfo del proceso por sobre el sentido. Con la introducción del dinero en sentido capitalista, se abre el espacio para el constante proceso circular de flujos descodificados bajo el esquema Dinero-Mercancía-Dinero. El capitalismo no cuenta con ningún código, sino con un simple principio: dinero3.

Del Animal Laborans al sentido de la Acción. El capitalismo moderno surge sobre el siglo XVI europeo e inaugura la dinámica comercial mundializada, en esta nueva configuración brotada de las cenizas del 3

Dinero = Circulación = Intercambio = Reflujo en sentido abstracto y universal.

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feudalismo medieval se esconde una racionalidad económica que fluye con un sentido específico: el funcionamiento social que permite y alienta la perpetua circulación. ¿No estamos entonces ante el triunfo del Animal Laborans del que hablaba Arendt? Cuando se habló de la dimensión de la labor, se mostró que esta tiene que ver con el metabolismo circular sobre el que fluye lo biológico. Se trata de la incesante digestión que hace la naturaleza consigo misma; los hombres podían escapar de allí y crear un mundo estable a partir del trabajo. La Modernidad, que en principio se muestra como la expansión de la dimensión productiva del trabajo, en realidad termina configurando un sistema de hombres que producen para cuidar la vida y cuidan la vida para trabajar y ser productivos. Aquí la lógica circular del proceso de la labor que consume para vivir y vive para no dejar de consumir, ha triunfado. Paradójicamente, el periodo de la producción artefactual produce y se auto-devora tal como lo hace la madre naturaleza en los procesos biológicos. Finalmente aquella dimensión del trabajo que debiera crear un mundo habitable que nos salve del salvaje proceso natural se desmorona y todo termina reducido al consumo y a la circulación eterna. Los puntos fijos desaparecen, los sentidos se desvanecen y el Animal Laborans se alza tras la máscara del Homo Faber. El sinsentido circular de la digestión metabólica natural es la angustia de Sísifo; esa angustia es la que queda sofocada cuando los hombres logran crear y construir un mundo. ¿Pero qué se puede esperar si la dimensión del trabajo queda asfixiada por el imperio del Animal Laborans?

Si el sinsentido de la circulación abstracta del

capitalismo ocupa toda la escena y se multiplica la actividad productiva que en realidad es consumo y laboriosidad que produce para consumir y consume para producir, las sociedades capitalistas parecieran quedar atrapadas en la axiomática más temida: en la máquina de la eterna circularidad. Cuando Sófocles dice que “No haber nacido es la mejor ventura, y una vez nacido, lo menos malo es volverse cuanto antes allá de uno es venido”, el espanto inunda la atmósfera. Pero tras estos versos aparece Teseo e ilumina el teatro: “lo que hace posible que los hombres puedan soportar la carga de la vida es la polis, el espacio donde se manifiestan los actos libres y las palabras del hombre”. Entonces ¿hacia dónde peregrinar dentro de la máquina capitalista que todo lo consume y todo lo descodifica a su favor? Nos quedemos con la belleza derramada desde las palabas de Arendt cuando dice que en la acción nunca podemos realmente saber qué estamos

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haciendo. La acción es un recordatorio de que los hombres, aunque han de morir, no han nacido para eso, sino para comenzar algo nuevo. Con la creación del hombre, el principio de la libertad apareció en la tierra (Cfr. Arendt, 1997).

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La lista bibliográfica es un resumen del material con el cual se trabajó en el proyecto de investigación del cual surge este texto.

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. Rousseau. 2004. El contrato social. Editorial Pérez Galdós. Barcelona. . Wallerstein, Immanuel. 2011. The Modern World-System – I. University of California. California. . Weber Max. 2010. La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Prometeo. Buenos Aires.

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