Canciones y leyendas en torno a la Guerra de la Independencia: historia y folclore

August 4, 2017 | Autor: José Manuel Pedrosa | Categoría: Folklore, Mythology, Folk legends, Folk and Fairy Tales, Guerra de la Independencia Española, Folk songs
Share Embed


Descripción

En un artículo anterior y complementario de este1 recuperé, extrayéndolas de un amplio y heterogéneo muestrario de fuentes documentales que podríamos definir como de carácter oral y folclórico, un caudal relativamente amplio y ciertamente interesante de historias orales relativas a la llamada Guerra de la Independencia que entre 1808 y 1814 enfrentó a españoles y franceses. Tales fuentes eran, sobre todo, compilaciones etnográficas y folclóricas locales que siguen editándose, todavía hoy, en pueblos y en ciudades de toda España, y también registros de campo realizados por mí en los últimos años. Documentos que han sido transmitidos dentro de los moldes, sobre todo, de la canción folclórica y de la leyenda oral, pero que de algún modo podríamos englobar dentro del género del discurso que se halla más o menos acuñado con el nombre de historia oral: memorias ya muy atenuadas, evocaciones muy pálidas y fragmentadas, retazos de recuerdos, de relatos, de viejos versos patrióticos, de toponimia muy menor, que aún subsisten, pero muy precariamente, en el imaginario colectivo y en la memoria folclórica de un cierto número de españoles. Porque, al cabo de dos siglos, la microhistoria, y hasta la intrahistoria de aquella guerra, transmitida muchas veces por vía modestamente familiar, refugiada otras veces en el imaginario estrechamente local de pequeños o de medianos pueblos de nuestra geografía, no se halla del todo muerta, aunque es obvio que, poco a poco (y más en estos tiempos de acelerada globalización y uniformización de la cultura), se va acercando al olvido final. Que un cierto número de españoles recuerden todavía hoy, por herencia oral transmitida por sus mayores, viejas canciones, antiguas leyendas y presuntas historias y sucesos relativos a la guerra de hace dos siglos contra los ejércitos invasores de Napoleón da idea del enorme impacto que aquella sangrienta conflagración tuvo no solo sobre la sociedad, sino también sobre el imaginario de la época (y de épocas sucesivas, que guardaron memoria de aquellos acontecimientos). Resulta notable, por otro lado, que estas memorias viejas, arraigadamente orales y tradicionales, hayan logrado abrirse paso y mantener su tenue hilo de voz entre las inflamadas proclamas patrióticas que muchas décadas de ultranacionalismo español (exacerbado durante la dictadura franquista, por ejemplo) instalaron en la escuela, en las lecturas y en la prensa popular, incluso en la radio o en el cine. Cauces y medios que acuñaron la imagen de una Guerra de la Independencia épicamente idealizada, absolutamente mitificada, rutilante, centrada en unos pocos nombres carismáticos (Agustina de Aragón, Daoíz y Velarde, etc.) cuyas gestas quedaron grabadas, con acentos machacones y monocordes, en la 1 José Manuel Pedresa, «La Guerra de la Independencia en el imaginario colectivo español: dos siglos de memoria oral», Nueva Revista de Filología Española, en prensa.

133

mente de muchas generaciones de españoles. Al tiempo que se obviaban, muy cuidadosamente, los aspectos más oscuros y menos presentables del conflicto, empezando por el turbio papel que en él jugo, antes, durante y después, el monarca Fernando Vil, culpable de que aquella guerra no quedara en la práctica tan bien resuelta como la propaganda nacionalista publicitó. No voy a volver a traer ahora a colación los documentos orales que ya reproduje en el artículo que antes de este dediqué a la misma cuestión, y que han alcanzado a transmitir y a legar a los siglos XX y XXI, por el cauce de la viva voz, una intrahistoria oral y alternativa de aquella historia nacionalista (que tenía también mucho de pseudohistoria), sonora y rimbombante que hasta no hace mucho quiso monopolizar el imaginario de nuestro país en torno a la Guerra de la Independencia. Pero sí voy a presentar, enseguida, otros documentos, distintos de los que ya publiqué, que permitirán que nos hagamos una idea de la poética y de la ideología de aquellos documentos, humildemente orales y populares, arraigadamente folclóricos, que han sobrevivido, durante tantas generaciones, en el refugio de la memoria del pueblo. Empezaremos con esta seguidilla, tradicional en el minúsculo pueblo burgales de Montorio, que alude al saqueo que los franceses perpetraron regularmente en templos, palacios, casas y caseríos de las poblaciones que conquistaban: Virgen de las Mercedes, la tu corona los franceses la llevan para Bayona2. Otra breve canción (esta ampliamente difundida en muchos pueblos de la geografía española), tal y como fue registrada en el pueblo cacereño de La Garganta: La Virgen del Pilar dice que no quiere ser francesa, que quiere ser capitana de la tropa aragonesa3.

2 Miguel Manzano Alonso, Cancionero popular de Burgos II Tonadas de baile y danza, Burgos, Diputación Provincial, 2001, p. 447. 3 Pedro Majada Neila, Cancionero de La Garganta, Cáceres, Institución Cultural El Brócense, 1984, p. 69.

134

Otros versos, algo desvencijados pero interesantísimos, pese a que no conocemos detalles adicionales acerca del contexto histórico al que parece aludir (¿un atentado de jóvenes del pueblo cántabro de Carandía contra un carro de los invasores franceses?): El carrucho del francés puente abajo le tiraron los mozos de Carandía el día de Jueves Santo; cuatro fueron a la cárcel y a buenas se arreglaron4. Resulta curioso comprobar que muchas danzas de palos de las que se bailan o se bailaban, acompañadas de canciones, en diversos pueblos de España, tienen letras relativas a la francesada, e incluso a los acontecimientos que la precedieron en la década anterior (la Revolución francesa, la ejecución de Luis XVI y de María Antonieta, el conflicto armado entre España y otras monarquías europeas contra el ejército revolucionario francés, etc.). Todo ello ha quedado brevemente cifrado en estas estrofas pertenecientes a la tradición de los pueblos de Albalate de las Nogueras y de Sotos (Cuenca): En la puerta de Santo Domingo hay un pájaro francés; quiera Dios que le corten las alas, quiera Dios que le corten los pies, quiera Dios que le corten el pico pa que no pueda comer. Al son de la caramañola que muera la Francia y su nación. Matasteis vuestro rey, y a la reina también, en el porrón del vino tenéis vuestra afición5.

4 Sixto Córdova y Oña, Cancionero popular de la provincia de Santander, 4 vols., Santander, Aldus, 1948-1949, reed. G. de Córdova, 1980, III, p. 72. 5 «Danzas de palos y de cintas», Wikipedia [consultada el 10 de noviembre de 2008].

135

Por cierto, que puedo sor oportuno Irnor nqul n colación algunos datos, bien que dispersos y fragmentarlos, que he podido allegar sobre algunas danzas dd palos con acentos antifranceses que han sido documentadas en otros pueblos, Sabemos, por ejemplo (aunque por el momento no hemos podido obtener más datos), que en el Pueblo de Autilla del Pino (Palencia) se representó tradicionalmente una «danza teatral sobre la francesada» que incluía una «Entrada da Napoleón»6. Puede ser también muy apropiado conocer, justo en este punto, una reflexión de Joaquín Díaz, maestro de los folcloristas españoles, acerca de los fenómenos de cambio, evolución y relación de la literatura oral y de la cultura tradicional con los acontecimientos históricos y culturales de cada momento. En ella defiende que en las danzas de palos de hoy en día sea legítimo que puedan quedar engarzados versos y músicas modernos o alusivos a acontecimientos contemporáneos, del mismo modo que en cada momento de nuestra historia quedaron incorporados los acontecimientos que cada generación vivió, incluidos los relativos a la Guerra de la Independencia o a los acontecimientos relacionados con la proclamación de la Constitución en el Cádiz de 1812, que fueron habitualmente incorporados, como es bien sabido, a este tipo de danzas: No pasa inadvertido, entre quienes se dedican a observar los mecanismos de transmisión de la cultura tradicional, el cambio de cometidos que se aprecia entre los propios portadores de conocimientos; los marginales, motores y recreadores de la Tradición con su constante aportación a la misma de nuevos elementos, jamás pensaron en otras épocas -80 o 100 años atrás- que su obligación más corriente (es decir, la incorporación de materiales novedosos que, sin desvirtuar el estilo, hiciesen evolucionar la morfología de un rito, costumbre o expresión oral ya existente) fuese cuestionada ahora por los defensores de un purismo que nunca tuvo la cultura tradicional. Bien es cierto que, en nuestros días, son más y mayores los peligros que acechan al normal desenvolvimiento de tal cultura; todo está expuesto en un escenario y ese forzado espectáculo resta naturalidad a la ejecución de las funciones que caracterizan el paso de esos conocimientos desde unas generaciones a otras. Pero, ¿no será mucho más peligroso -como hemos advertido ya en alguna ocasión- que la sociedad haya permitido vaciar de contenido los papeles y la labor de esos marginales? Si a un director de «danza» de palos, por ejemplo, se le ocurre incorporar una nueva canción (melodía y letra de «Los Panchos») a la coreografía habitual del paloteo, hay quien se lleva las manos a la cabeza y pone el grito en el cielo por algo que, en otras fechas era una norma, como lo demuestra el hecho de que, en el resto de canciones, tara6 El dato, así de escueto, aparece consignado en Carlos Antonio Porro Fernández, «Denominaciones locales y nombres de bailes y danzas tradicionales de Castilla y León en el siglo XX», Revista te Folklore 248, 2001, pp. 45-72, p. 72.

readas por los paloteadores para recordar los pasos y golpes que deben dar, se observen, junto a textos y melodías de los siglos XV y XVI, cancioncillas referentes a la «francesada», a la Constitución de Cádiz, a Alfonso XIII o a la República. Todo esto significa que la tradición continúa moviéndose y que solo falta que el instrumentista y los propios paloteadores vayan «puliendo» durante un tiempo ese tema hasta que se incorpore con total derecho al acervo popular7. Y, ya que nos movemos dentro del terreno de las danzas de palos y de sus marcos, a menudos parateatrales, conviene dedicar algunos párrafos a las antiguas danzas de palos del pueblo de Bimeda, situado cerca de Cangas del Narcea, en Asturias. Autos y danzas que ponían en escena el enfrentamiento entre españoles y franceses, aunque no a propósito de la Guerra de 1808-1814 propiamente dicha, sino de uno de sus prolegómenos, la guerra de 1793-1795, que encaró militarmente al nuevo régimen revolucionario francés que acababa de ejecutar a Luis XVI y a su esposa María Antonieta con diversas monarquías europeas, entre las que figuraba la española: La última vez que se bailó la danza de Bimeda fue el día de San Pedro de 1942, y curiosamente los danzantes de ese año nunca la habían visto, pues llevaba cerca de veinticinco años sin ejecutarse. Así pues, los jóvenes danzantes tuvieron que recuperar, con las indicaciones de los más viejos, las mudanzas y la representación del teatro; y a pesar de que este esfuerzo no continuó en años sucesivos, sirvió al menos para dejarnos la obra manuscrita, ya que hasta ese momento la obra debió transmitirse oralmente. La danza la formaban diez personajes, todos hombres jóvenes, y el tamborilero. Eran ocho danzantes divididos en dos bandos, españoles y franceses, que representaban los siguientes papeles: uno hacía de rey de España, otro de presidente de la Asamblea de Francia, dos salían de consejeros, uno por cada nación; otros dos de embajadores y, por último, había dos vasallos. Todos ellos iban vestidos con alpargatas, pantalón y camisa blancos, y tocados con un sombrero de paja todo él cubierto por cintas de colores que colgaban hasta media espalda. Para diferenciarse ambos bandos, los franceses llevaban un fajín verde y una banda con los colores de la enseña gala; y los otros un fajín encarnado y una banda con los colores españoles. El rey y el presidente se diferenciaban del resto de los danzantes colocándose un par de bandas cruzadas. [...] La obra de la danza trata sobre la guerra que sostuvieron España y otros reinos europeos contra la Francia de la Convención de 1793 a 1795, año en que se firma la paz con el tratado de Basilea. La visión que se da del acontecimiento histórico es, como suele ser costumbre en obras de carácter popular, bastante 7 Joaquín Díaz, «Editorial», Revista de Folklore 68, 1986.

137

arbitraria, así que nuestra representación finaliza con la conquista de París por parte de los españoles y el ajusticiamiento de los franceses. No cabe duda que la existencia de esta obra se enmarca en la gran popularidad que tuvo en un principio esta guerra en España, popularidad que no fue ajena al cariz religioso que enseguida dio el clero a la contienda, ni a las decapitaciones de Luis XVI y María Antonieta, hecho que la sociedad de la época consideró una verdadera monstruosidad. Rey de España: ¡Bárbaro! ¿Qué es lo que dices? ¿Tienes vergüenza en la cara? Dime dónde está tu Rey, que era a quien yo las pagaba. Fuertes lobos, carniceros, estafadores de Francia. ¿Tenéis conciencia, judíos? ¿Tenéis en Dios esperanza? ¡No!, que de todos los Templos hicisteis cochinas cuadras. Embajador de Francia: Nosotros si matamos al Rey teníamos sobrada causa. Consejero de España: ¿Qué causa cruel, dime? ¿Tienes tan siquiera vergüenza el hablar una palabra? ¡Cuando a una Reina tan prudente la sacasteis de su casa por las calles de París como una mujer mundana! No bastaba sentimiento de la soledad pasada, matar a su marido, recreo de sus entrañas. Dime, ¿qué dices a esto? ¿Tienes vergüenza en la cara el presentarte en Madrid viniendo con amena2as?

Mereces que los de aquí te hagan en tajadas. La representación, que se hacía al finalizar la danza, comienza con una introducción del gracioso a la que sigue una alabanza al santo Patrón recitada por el Rey de España. A continuación se inicia la obra, que está escrita en castellano y en romance, predominando en consecuencia el verso octosílabo. Su trama es muy sencilla, y se reduce a tres acciones fundamentales: preparación, desarrollo y desenlace de las embajadas que envía cada bando al contrario, y que acaban en guerra. En todos los diálogos entre el Rey y el Presidente de la Asamblea con sus respectivos subditos y con los embajadores enemigos hay una gran seriedad y una tensión contenida, así como un uso constante de las frases altisonantes, en las que con frecuencia se atascaban los danzantes-actores. Todo esto contrasta bastante con las disputas en las que se enzarzan la dama y el gracioso, que aparecen intercaladas entre las distintas acciones, y cuya intervención provocaba entre los espectadores la risa inmediata8. Pese a su singularidad y complejidad (¿no es asombroso que los aldeanos de un perdido rincón de Asturias hayan representado hasta el siglo XX un auto teatral que evocaba un episodio ya muy superado de la política exterior española del XVIII?), este tipo de danza documentado en Bimeda conoce algún otro raro y aislado paralelo peninsular. Por ejemplo, el de la llamada Danza de Villagarda (a la que no podremos atender aquí) del pueblo de Nogar de Cabrera, en la provincia de León. La danza escenificaba las guerras que enfrentaron, en 1793 y en el Rosellón francés, al ejército revolucionario de Francia con el ejército invasor de España. Estos últimos llegaron a tomar la ciudad francesa de Bellegarde, de donde viene el hombre (curiosamente hispanizado) de la danza. Pero retornemos, después de este originalísimo excurso que nos remite a unos acontecimientos históricos (la guerra hispanofrancesa de 1793-1795) evidentemente precursores, a las canciones españolas en que pueden detectarse ecos de la francesada de 1808-1814. Algunos documentos folclóricos son de extensión mayor y de tópicos y detalles algo más reconocibles que los simples y a menudo muy condensados lazos o entradas de las danzas de palos. Fijémonos, por ejemplo, en esta canción, algo deslavazada pero llena de interés, que se ha seguido cantando hasta hoy en pueblos de la provincia de Ávila: 8 Juaco López Álvarez, «Danzas de palos y teatro popular en el suroeste de Asturias», /Acias de las Jornadas sobre Teatro Popularen España, coord. Joaquín Álvarez Barrientes y Antonio Cea Gutiérrez, Madrid, CSIC, 1987, pp. 175-184, pp. 167-170. Véase también, sobre todo lo relativo a esta fiesta popular asturiana, Juaco López Álvarez, La fiesta patronal en Bimeda (Cangas del Marcea): Danza de palos y teatro popular, Grandas de Salime, Publicaciones del Museo Etnográfico de Grandas de Salime, 1985.

139

Echaron una ayuda a Napoleón, el rey de Francia en campaña y el de España prisionero. España se hará con Francia y esto será lo primero. Andaban los españoles como pollitos perdidos sin poderse sujetar. Al verse tan afligidos se reunieron españoles, ingleses y portugueses, y todos juntos marcharon a atacar a los franceses. El general Castaños y el señor Melitón echaron una ayuda a Napoleón9. Impresionante, por su extensión y complejidad es, sin duda, el testimonio que recogió el folclorista asturiano Braulio Vigón. Claro que le asistía cierta ventaja, porque lo hizo en una época, la de finales del siglo XIX, en que la memoria de la francesada debía de estar, todavía, mucho más viva y nítida que en el XX o en el XXI: De la gloriosa epopeya de nuestra independencia son estos, que alegres entonaban los labradores colungueses al empuñar el chuzo e incorporarse al tan valiente como desgraciado Escanden, encargado en esta zona de mantener enhiesta la bandera de la patria: El coronel Escandón trae canana de plata, que la ganó a los franceses en el puente de la Espasa. 9 Teresa Cortés Testillano, Cancionero abulense, Ávila, Caja de Ahorros de Ávila, 1991, pp. 8283. Reproducido en Eduardo Tejero Robledo, Literatura de tradición oral en Ávila, Ávila, Institución Gran Duque de Alba de la Excma. Diputación Provincial, 1994, p. 211. 140

¿Qué ye aquello que relluz por aquella serranía? La chaqueta colorada10 de Cangues, me parecía. Buena fortuna tuvieron los viudos con Ballesteros11, dando vueltas a los calzones parecen mozos solteros. Cuando el general Bonet metió la tropa en Asturias, como era tuerto de un ojo ni midió bien las alturas. He visto un escarabajo preñado de nueve meses, que en la barriga traía ciento cincuenta franceses. Al arma, al arma, ciudadanos, haced gloriosa la nación: antes morir que ser esclavos del infernal Napoleón. ¡Al arma, Cantabria! ¡Al arma, salid! Guerreros valientes de un pueblo infeliz. Cántabros bellos, corred a la lid, por las guirnaldas que vais a ceñir.

10 [Nota de Braulio Vigón:] «Prenda de uniforme del Batallón de Cangas de Onís que mandaba don Salvador Escandón». 11 [Nota de Braulio Vigón:] «Don Francisco Ballesteros, mariscal de campo que operaba en Asturias al frente de una división».

141

Españolitos del alma mía, no tengáis pena, mostrad valor, que aunque Fernando está prisionero toda la culpa tuvo un traidor.

Después de evacuado el territorio por las tropas francesas, aparecen los dos que siguen cuyo sentido déjase fácilmente adivinar: En la villa de Colunga ya no hay ninguna gallina12, sino cuatro que dejó el comandante13 a Joaquina. Desde la raya de Francia mandó Bonet una gaceta. Con las muchachas de Lastres cuidado, nadie se meta14.

Antes de cerrar el capítulo de las canciones en verso (para adentrarnos en el de las leyendas en prosa), resultará muy interesante comprobar que los viejos versos patrióticos surgidos al calor de la francesada tuvieron un intenso reverdecer durante la fatídica Guerra Civil que ensangrentó España entre 1936 y 1939. Recordemos, en efecto, el modelo viejo de tales canciones, a partir, por ejemplo, de las bien conocidas estrofas que insertó Antonio Alcalá Galiano (1789-1865) en sus postumos Recuerdos de un anciano (1978): Siguieron cayendo en Cádiz granadas. Pero en mucho tiempo todas cuantas penetraron en la población se quedaron más cortas que la primera, y además viniendo como esta llenas de plomo, y no reventando, dieron motivo a la famosa coplilla de Con las bombas que tiran los fanfarrones se hacen las gaditanas tirabuzones. 12 [Nota de Braulio Vigón:] «Téngase presente que nuestros montañeses llamaban gallos a los soldados franceses». 13 [Nota de Braulio Vigón:] «El del destacamento francés acantonado en Colunga». 14 Braulio Vigón, Asturias: Folklore del mar. Juegos infantiles. Poesía popular. Estudios históricos (reed. Oviedo: Biblioteca Popular Astuiiana, 1980) pp. 220-222.

[...] Alusión a los rizos en forma de saca-corchos usados entonces, y que se formaban ciñendo con pedacitos de plomo delgadas mechas de pelo, que cubre y adorna la frente y las sienes. D. Adolfo de Castro, en la obrilla excelente de su género, donde trae mil particularidades de lo ocurrido en Cádiz durante la guerra de la Independencia, cita esta coplilla, y con ella una variante que es como sigue: Con las bombas que tira el farsante de Soult se hacen las gaditanas toquillas de tul. Pero como por fuerza ha de ver el lector, esto no tenía sentido, como lo de las tirabuzones. El Sr. de Castro (que no vivía entonces) ignora que esta variante tonta fue una copla improvisada y cantada en el teatro por un actor llamado Navarro que la echaba de gracioso, y a veces lo era, pero no a menudo. Al oírla fue aplaudida como suele serlo cualquier necedad, pero no era uso cantarla, pues bien se veía que no había materiales para medio pañuelo (vulgo toquilla en Andalucía) en las granadas que tiraban los franceses15. Pues bien, resulta que durante la Guerra Civil de 1936-1939 no dejaron de oírse coplas populares (en el bando republicano y en las ciudades sitiadas, esencialmente) como estas que evocó Rafael Abellá: El gran tema de los bombardeos inspiraría coplas que eran superación musical y disipada de un azote trágico y sangriento, como esta que evocaba a las majas de los tiempos del rey José Bonaparte: Con las bombas que tiran los aviones se hacen las madrileñas tirabuzones. O como esta que incluyó Lola Salvador Maldonado en las páginas de una novela de cierto cariz realista e incluso (auto)biográfico que llevaba el título, precisamente, de Mamita mía, tirabuzones (1981): 15 Antonio Alcalá Galiano, Recuerdos de un anciano, Madrid, Librería y Casa Editorial Hernando, 1927, pp. 180-181. 143

Con las bombas que tiran los fascistones se hacen las madrileñas, mamita mía, tirabuzones.

Puente de los Franceses, Puente de los Franceses, mamita mía, nadie te pasa, porque los milicianos, mamita mía, qué bien te guardan. Mamita, qué bien resistes, mamita mía, los bombardeos; de las bombas se ríen, mamita mía, los madrileños. Puente de los Franceses, mamita mía, nadie te pasa, de las bombas se ríen, mamita mía, los madrileños. Por la Casa de Campo, por la Casa de Campo, mamita mía, y el Manzanares, quieren pasar los moros, quieren pasar los moros, no pasa nadie.

La Casa de Velázquez, mamita mía, se cae ardiendo, con la quinta columna, mamita mía, metida dentro16. Del capítulo de las canciones es preciso que pasemos ya al de las leyendas, que también han dejado sembrada la memoria oral y el imaginario popular de España de evocaciones relativas a la francesada. El escenario de este relato es el pueblo de Jijona, en la provincia de Alicante. Y su argumento es uno de los más comunes en este tipo de repertorio: el de la feroz resistencia del pueblo común frente a los invasores: La primera vez que supe de una guerra contra Napoleón no creo que tuviese más de ocho años. Debió de ser con ocasión de segunda o tercera reposición de la serie de televisión Curro Jiménez, hacia 1984. Mi abuela paterna, que había nacido en Jijona en 1911 o 12, me habló de una guerra española contra los franceses, en la que la gente salía de sus casas con lo que tenía a mano y se enfrentaba al ejército invasor: con escobas, palos, sartenes... Así, decía, «a escobazo limpio», los echaron. Tal vez no sea irrelevante en estas construcciones de la memoria colectiva el dato que nos avisa de que Jijona de hecho llegó a ser invadida por los franceses. En esta zona, a excepción de la ciudad de Alicante y de alguna plaza más, por lo visto hubo un desarrollo militar bastante malo por parte de los mandos, y de eso hay hasta polémicas. No sé en qué pueblo exactamente, pero hay uno en que todos los veranos, creo, se representa con bastante fidelidad, dicen, una de las batallas más importantes ganada por los franceses17. Esta otra leyenda, de un dramatismo impresionante, que alcanza el vuelo de leyenda casi etiológica, recordada con una riqueza de detalles verdaderamente desacostumbrada, ha sido recogida en la comarca de Tarifa, en Cádiz. Más adelante, cuando conozcamos algún paralelo suyo portugués, quedaremos en condiciones de apreciar mejor la profundidad de su trasfondo mítico-cuentístico:

16 Sobre las fuentes y transmisión (incluidas las consignadas en los escritos de Rafael Abella y de Lola Salvador Maldonado) de todas estas canciones que fueron entonadas en la Guerra Civil española, y cuyas raíces remontan a la época de la francesada, véase Man/se Bertrand de Muñoz, «Si me quieres escribir...»: Canciones políticas y de combate de la Guerra de España, Madrid, Calambur, 2008, pp. 107-108. 17 El informante Javier López, de Alicante, me proporcionó esta información en mayo de 2008.

145

La bisabuela de mi abuela vivía con su familia en un lugar que se llama Los Algarves (todavía en los tiempos de mi abuela ellos tenían una huerta en común allí). Allí vivían ellos cuando los franceses entraron, más o menos cuando el sitio de Tarifa. Allí tenían ellos a una hija, la mayor, que estaba embarazada, pero en muy avanzado estado de gestación. Estaban todos asustaditos perdidos porque se contaba, y no era tampoco incierto, que los franceses llegaban a las casas, robaban lo que podían y se comían lo que hubiera, y si podían abusar de alguna mujer lo hacían también. Se habían ido de su casa porque sabían que los franceses estaban por allí y vivían en unas cuevas que debían de ser las cuevas de Los Algarves que hoy conocemos. Me contaba mi abuela que allí, con unos corchos grandes, con unas cortezas de alcornoque, habían simulado las puertas para que no los vieran. Pero resulta que la mujer se puso de parto, y no tuvieron más remedio que venirse a su casa. Se vinieron desde la cueva a su casa y lo prepararon todo para recibir a lo que viniera (al niño que iba a nacer). Estando allí, la misma noche que estaban esperando el parto de esta señora, escucharon unos ruidos que no les gustaron porque los hombres estaban en guardia porque no se fiaban. Y eran los franceses, porque ese ruido que ellos oían y que no atinaban a saber qué era, no era otra cosa que el arrastrar de los sables por el camino. Lo primero que hicieron los dos hombres fue coger unos escopetones de esos viejos que se cargaban por la boca y disponerse a defenderse. La vieja les arrebató las armas de las manos, las escondió detrás de la puerta (que era donde estaban) y les hizo subirse a un moral y les dijo: -No os bajéis de ahí hasta que yo os lo ordene. Y se dispuso a recibir a los franceses porque ya estaban encima, se habían desviado del camino e iban por el caminillo que iba a la casa de los hortelanos. Entraron. Ella ya tenía su gallina preparada para el puchero para sus hijas / los franceses se comieron la gallina, terminaron de comer con queso y unas rutas que les ofreció ella y, cuando terminaron, se marcharon diciéndole que induviera con mucho cuidado porque si venían otros a los mejor no eran tan ¡omedidos y no se portaban tan bien con ellas. Y se marcharon. Cuando los franceses se marcharon, entró la mujer en la ilcoba donde estaba la hija dando a luz, ya había dado a luz; mordiendo la almoada había nacido una niña a la que pusieron por nombre Leonor. Cuando vieron que los franceses ya se habían ido, los hombres de bajaron el moral, sintieron el lloro de la niña y así quedó la cosa.

La bisabuela de mi abuela nació, decía mi abuela, en medio de los franceses18. He aquí otra leyenda llena de interés (interesantísima la contaminación con oí viejo motivo folclórico del tesoro escondido) acerca de la francesada. Esta vez os de Villas de Acero (León): Según oí contar siempre a los mayores del pueblo, decían que, cuando la francesada (invasión napoleónica) venían del Goladín una partida de soldados franceses, supongo que en desbandada (porque no tendría sentido invadir el pueblo). Todos los vecinos del pueblo salieron a cortarles el paso. Como venía mucha riada, con la intención de que no cruzaran por el puente, quitaron todos los «baldones y vigas» del puente. Cuando quedaba una sola viga, un francés osado quería cruzar al otro lado por la única viga, llevando una maleta en la mano. Al llegar al medio de la viga, como los paisanos ya estaban a punto de cortarla del todo, el francés tiró la maleta del otro lado, para pasar más rápido, pero la viga ya cedía, y tuvo que desistir y dar la vuelta, quedando la maleta al otro lado. Bien: según la leyenda, o realidad, la celebre maleta la cogió el dueño de la casa que estaba en la huerta frente a la casa de piquín, que hoy pertenece a los herederos de Jesús y Mercedes. Según me contaba Duardo, esa casa era la del pico del pueblo, pues, como tú has escrito alguna vez, el pueblo estaba para abajo. Según Duardo, esa casa pertenecía al padre, abuelo o bisabuelo de tío Patricio, padre de tu abuela y mi bisabuela Pepa. Cuando el francés tira la maleta, hace un comentario, al ver que el lugareño la coge: -Llevas dinero para ti y todos tus herederos. (Nos tocara algo a ti y ami). Siempre según Duardo y otros mayores, el lugareño cogió la maleta, y nunca más se supo de ella. Cuando el pueblo arde entero, por ser todo de paja, y dar origen al pueblo de hoy, parece ser que el dueño de dicha casa solo sufría por una parte determinada de la casa. Supongo que estaría allí la maleta del francés, y ahí termina la leyenda o realidad del hecho. Todos estos recuerdos los oía yo contar alrededor de la estufa de la cantina de mi padre a Duardo, Baltesar, Joquin, Samuel, Amaro y tantos otros de los que guardo tan buenos recuerdos. 18 El informante fue Francisco Castro Salvatierra, de Tahivilla, Tarifa (Cádiz), y los colectores Ana Ma Martínez y Juan Ignacio Pérez. La versión ha sido publicada en la Web Litoral, que ambos dirigen, bajo el epígrafe «Naciendo bajo la invasión francesa», http://www.weblitoral.com/archivo%20de%20 textos/dichos-y-hechos/fragmentos-de-vida/naciendo-durante-la-invasion-francesa Pueden verse, además, en la misma Web Litoral, otros relatos de este tipo bajo el curioso epígrafe de«Anécdotas del asedio francés a Cádiz», http://www.weblitoral.com/archivo%20de%20textos/dichos-y-hechos/fragmentos-de-vida/anecdotas-del-asedio-frances-a-cadiz

147

La bisabuela de mi abuela vivía con su familia en un lugar que se llama Loi Algarves (todavía en los tiempos de mí abuela ellos tenían una huerta en común allí). Allí vivían ellos cuando los franceses entraron, más o menos cuando el sitio de Tarifa. Allí tenían ellos a una hija, la mayor, que estaba embarazada, pero en muy avanzado estado de gestación. Estaban todos asustaditos perdidos porque se contaba, y no era tampoco incierto, que los franceses llegaban a las casas, robaban lo que podían y se comían lo que hubiera, y si podían abusar de alguna mujer lo hacían también. Se habían ido de su casa porque sabían que los franceses estaban por allí y vivían en unas cuevas que debían de ser las cuevas de Los Algarves que hoy conocemos. Me contaba mi abuela que allí, con unos corchos grandes, con unas cortezas de alcornoque, habían simulado las puertas para que no los vieran. Pero resulta que la mujer se puso de parto, y no tuvieron más remedio que venirse a su casa. Se vinieron desde la cueva a su casa y lo prepararon todo para recibir a lo que viniera (al niño que iba a nacer). Estando allí, la misma noche que estaban esperando el parto de esta señora, escucharon unos ruidos que no les gustaron porque los hombres estaban en guardia porque no se fiaban. Y eran los franceses, porque ese ruido que ellos oían y que no atinaban a saber qué era, no era otra cosa que el arrastrar de los sables por el camino. Lo primero que hicieron los dos hombres fue coger unos escopetones de esos viejos que se cargaban por la boca y disponerse a defenderse. La vieja les arrebató las armas de las manos, las escondió detrás de la puerta (que era donde estaban) y les hizo subirse a un moral y les dijo: -No os bajéis de ahí hasta que yo os lo ordene. Y se dispuso a recibir a los franceses porque ya estaban encima, se habían desviado del camino e iban por el caminillo que iba a la casa de los hortelanos. Entraron. Ella ya tenía su gallina preparada para el puchero para sus hijas y los franceses se comieron la gallina, terminaron de comer con queso y unas frutas que les ofreció ella y, cuando terminaron, se marcharon diciéndole que anduviera con mucho cuidado porque si venían otros a los mejor no eran tan comedidos y no se portaban tan bien con ellas. Y se marcharon. Cuando los franceses se marcharon, entró la mujer en la alcoba donde estaba la hija dando a luz, ya había dado a luz; mordiendo la almohada había nacido una niña a la que pusieron por nombre Leonor. Cuando vieron que los franceses ya se habían ido, los hombres de bajaron del moral, sintieron el lloro de la niña y así quedó la cosa.

La bisabuela de mi abuela nació, decía mi abuela, en medio de los franceses18. He aquí otra leyenda llena de interés (interesantísima la contaminación con el viejo motivo folclórico del íesoro escondido) acerca de la francesada. Esta vez es de Villas de Acero (León): Según oí contar siempre a los mayores del pueblo, decían que, cuando la francesada (invasión napoleónica) venían del Goladín una partida de soldados franceses, supongo que en desbandada (porque no tendría sentido invadir el pueblo). Todos los vecinos del pueblo salieron a cortarles el paso. Como venía mucha riada, con la intención de que no cruzaran por el puente, quitaron todos los «baldones y vigas» del puente. Cuando quedaba una sola viga, un francés osado quería cruzar al otro lado por la única viga, llevando una maleta en la mano. Al llegar al medio de la viga, como los paisanos ya estaban a punto de cortarla del todo, el francés tiró la maleta del otro lado, para pasar más rápido, pero la viga ya cedía, y tuvo que desistir y dar la vuelta, quedando la maleta al otro lado. Bien: según la leyenda, o realidad, la celebre maleta la cogió el dueño de la casa que estaba en la huerta frente a la casa de piquín, que hoy pertenece a los herederos de Jesús y Mercedes. Según me contaba Duardo, esa casa era la del pico del pueblo, pues, como tú has escrito alguna vez, el pueblo estaba para abajo. Según Duardo, esa casa pertenecía al padre, abuelo o bisabuelo de tío Patricio, padre de tu abuela y mi bisabuela Pepa. Cuando el francés tira la maleta, hace un comentario, al ver que el lugareño la coge: -Llevas dinero para ti y todos tus herederos. (Nos tocara algo a ti y ami). Siempre según Duardo y otros mayores, el lugareño cogió la maleta, y nunca más se supo de ella. Cuando el pueblo arde entero, por ser todo de paja, y dar origen al pueblo de hoy, parece ser que el dueño de dicha casa solo sufría por una parte determinada de la casa. Supongo que estaría allí la maleta del francés, y ahí termina la leyenda o realidad del hecho. Todos estos recuerdos los oía yo contar alrededor de la estufa de la cantina de mi padre a Duardo, Baltesar, Joquin, Samuel, Amaro y tantos otros de los que guardo tan buenos recuerdos. 18 El informante fue Francisco Castro Salvatierra, de Tahivilla, Tarifa (Cádiz), y los colectores Ana Ma Martínez y Juan Ignacio Pérez. La versión ha sido publicada en la Web Litoral, que ambos dirigen, bajo el epígrafe «Naciendo bajo la invasión francesa», http://www.weblitoral.com/archivo%20de%20 textos/dichos-y-hechos/fragmentos-de-vida/naciendo-durante-la-invasion-francesa Pueden verse, además, en la misma Web Litoral, otros relatos de este tipo bajo el curioso epígrafe de«Anécdotas del asedio francés a Cádiz», http://www.weblitoral.com/archivo%20de%20textos/dichos-y-hechos/fragmentos-de-vida/anecdotas-del-asedio-frances-a-cadiz 147

Basándonos en la historia: el día 3 de Enero de 1809 tuvo lugar la batalla de Cacábelos, y también en 1809 tuvo lugar el saqueo de Villafranca. La leyenda resulta bastante creíble, ya que, efectivamente, bien desde Cacabelos o desde Villafranca, pudo haber llegado una desbandada de soldados franceses. También coincide lo de la riada, ya que era en enero, aunque lo de la maleta lo dejo a elección de cada uno. Si la abuela Pepa nació en 1890, pongamos que el hecho ocurrió en 1.809: bien pudo ser19.

que tantas otras de las que luego infestaron la geografía española) como partida guerrillera enfrentada a los invasores franceses, y que se recicló luego (antes incluso de que hubiese acabado la guerra) en el viejo oficio del bandolerismo. Muchos en la comarca siguen haciéndose eco de sus desmanes, variados y truculentos. Seleccionamos aquí unos pocos de los relatos y de los versos que se siguen contando al respecto:

A continuación conoceremos una interesantísima leyenda vasca, registrada en el pueblo de Ataun, en Guipúzcoa, que vuelve a tocar otro de los motivos más recordados por el pueblo en relación con los invasores franceses: el de su afán de pillaje y saqueo:

Nuestro paisano Hermenegildo Martín nos habló sobre la emboscada que Los Muchachos tendieron a los franceses en las inmediaciones de la villa cacereña de Cañaveral, conocida popularmente como Cañaveral de las limas. El encuentro ocurrió en las sierras que rodean al pueblo, al sitio de El Cancho de la Silleta, camino de la pedanía de El Arco (El Arquillo de los limones).

La sábana de oro. Había en Ataun un matrimonio que cada noche promovía una reunión, aún las veces que la mujer estuviese enferma. A la reunión, según se dice, solían asistir unos gigantes. Inmediatamente después de entrar (en el lugar de la tertulia) solían extender una sábana de oro sobre la cama. A las doce cantaba el gallo e inmediatamente los gentiles (gigantes) recogían la sábana y se largaban.

Por estos hechos de armas y otros, tal que la refriega que hubo en el paraje de La Morisca y La Puente de Piedra, en términos de Montehermoso, donde también los gabachos hincaron el pico, fueron condecorados estos mozos guerrilleros, a los que también se les prometió la entrega de algunas fincas, de los bienes llamados de «manos muertas», tierras que eran de titularidad señorial o de la Iglesia.

Una vez, el dueño de la casa, queriendo apoderarse de la sábana, la fijó con clavos al catre de la cama, sin que los gigantes lo advirtieran. Cantó el gallo a su hora y los gigantes, no pudiendo desclavar la sábana, le dejaron allí y se fueron enfurruñados.

Con cierto temor, pero orgulloso de ello, Hermenegildo nos dijo que un bisabuelo o tatarabuelo suyo, llamado Antonio, había estado encuadrado en la banda de Los Muchachos, y que estuvo preso en un penal de las posesiones españolas en el norte de África.

No comparecieron en la tertulia una temporada. Pasado un buen número de días, asistieron de nuevo y dieron al amo de la casa un hermoso cordón, diciendo que lo atase a la mujer en la cintura, pues se había de sanar. Cuando los gigantes desaparecieron, el marido, lleno de sospechas, no queriendo atar a su mujer, fijó el cordón al nogal que estaba junto a la casa; e inmediatamente desapareció el nogal con su cordón. La sábana de oro fue llevada, formando parte de un arreo de Amilleta, y en la francesada, los franceses se la llevaron consigo20.

[...] Este investigador extremeño [Fernando Flores del Manzano] exhuma documentos del Archivo Municipal de Plasencia (secciones de «Correspondencia» y «Negocios de Ayuntamiento»), donde se da una sectaria visión de la realidad sociohistórica, ya que tales documentos están redactados por los vencedores, o sea, por los encargados de acosar y perseguir a la cuadrilla de Los Muchachos, que son catalogados como facinerosos e incluso algunos de ellos como «los hombres más inhumanos que ha tenido la Península». De los trabajos investigadores de Fernando Flores, podemos reseñar lo siguiente:

En la tradición popular de la comarca cacereña de Las Hurdes ha sido documentado todo un complejo e interesantísimo ciclo de relatos (en forma de histo•¡as orales, de leyendas en prosa, incluso de extensos cantos narrativos) acerca je Los muchachos, una cuadrilla de crueles maleantes que habría surgido (igual

1°. Que la cuadrilla de Los Muchachos tiene su mayor periodo de actividad entre los años 1810-1816.

19 Leyenda editada en Foro-Ciudad.com: http://www.foro-ciudad.com/leon/villas-de-acero/mensaj-8331.html

3°. La cuadrilla cuenta con una importante red de cooperadores, lo que dificulta la persecución y captura de sus miembros. Incluso hay alcaldes, como los de los pueblos de Palomero y Santibáñez el Bajo, que tienen grandes implicaciones con la banda.

20 Resurrección María de Azkue, Euskaleríaren Yakintza: Literatura popular del País Vasco, 4 vols., jed., Madrid, Euskaltzaindia-Espasa Calpe, 1935-1947, núm. 237. El informante fue «Manuel Antonio rruebarrena, de Ataun».

2°. Las correrías de esta banda no sólo se limitan a suelo extremeño, sino que afectan también a la provincia salmantina, de modo especial a las villas de Béjar y Cepeda.

149

4°. Las principales partidas de soldados y gente armada encargadas de perseguir a Los Muchachos, están capitaneadas por Mariano Ceferino del Pozo, alias Boquique, y por otros dos comandantes apodados El Cojo y El Manco, Todos ellos eran furibundos absolutistas. 5°. Las penas que se imponen a los integrantes de la cuadrilla que fueron apresados vivos, son las siguientes: Arrastrados por las calles. Sufrir garrote vil. [...] Tocante a pliegos que muestren el anverso de la moneda, que canten las hazañas de la cuadrilla de Los Muchachos, como defensores del pueblo llano y furibundos antiabsolutistas, e incluso también antiliberales, nos hemos encontrado con dos versiones, aparte de los cantarcillos recogidos a Hermenegildo Martín González y Ezequiel Hernández Talaván, que ya reflejamos al principio de este trabajo. De estas dos versiones, una de ellas debió gozar de cierta tradicional!zación, aunque nos ha llegado -creemos- mutilada. Nos fue entregada por un nieto de Ramón Bravo Bejarano, que fue un afamado tamborilero de Las Hurdes, oriundo de la alquería de El Cabezo, en el concejo de Ladrillar. Es como sigue:

Por Tierras de Granadilla y otras villas y poblados, muy gallarda se pasea la banda de «Los Muchachos». Todos llevan carabina, todos montan a caballo, todos son gente curtida de luchar contra el gabacho. Treinta son de Santibáñez, y cuatro son de otro lado. Siempre que daban los naipes, siempre pintaban en bastos. Muchos honores alcanzan contra el francés peleando, pero solo con mentiras les paga el rey don Fernando21.

Los muchachos Por tierras de Granadilla, Granada en pasados años, traen en jaque a la Justicia la banda de Los Muchachos; el que no gasta trabuco, gasta fusil boquiancho. Todos nombran capitán al mocito más gallardo; de nombre firma: Miguel, y de apellido: Dosado. Fue el terror de los franceses por estos froridos campos, y harto de matar franceses, se ha metido a bandolero con Corrales y Serrano [...] La otra versión que guardamos, nos fue dictada por Blas González Pascual, maestro de escuela, natural de La Oliva de Plasencia. Nos comentó que a aprendió de mozalbete, de oírsela a unos inquilinos que vivían en el llamado 3alacio de La Oliva. Nos da la impresión que esta versión tiene un trasfondo :ulto, adobada por alguna persona ilustrada; escribano, clérigo, maestro o de •rofesión similar.

Vamos a dar paso, ahora, a otro documento interesantísimo: algunas evocaciones de la vida en tiempos de la francesada que aparecen insertas dentro de un libro tan raro como curioso, Los cuentos del viejo mayoral, del periodista Luis Fernández Salcedo, que fueron viendo la luz, por episodios, a partir de 1948. Se trata de relatos y evocaciones, de signo costumbrista, cercanas a veces a lo etnográfico, que el autor fue anotando y componiendo al hilo de sus conversaciones con los ganaderos dedicados a la cría de toros en Colmenar Viejo (Madrid). Sobre todo con el memorioso mayoral Saturnino Jerez, que había muerto en 1935, y que se reveló como un incomparable pozo de recuerdos: Pepe Botella en Colmenar Viejo. -Pues verás, lo que voy a contarte parece un cuento, pero es una historia... ¡Si está hasta publicada en los papeles! Sin embargo, yo te la voy a referir tal y como cuenta el suceso el tío Paco «Fusilaca», el cual se la oyó referir a su padre. (Recuerdo perfectamente al mencionado tío Paco sentado en la calle de San Sebastián, con las rodillas muy separadas y apoyado en su bastón; con un traje de color indefinible, siempre llevando puestas las gafas, gruesas y turbias, con el puente recubierto de estambre, para que no lastimase la nariz. Era dueño de 21 Félix Barroso Gutiérrez, «Aspectos folklóricos en torno a la cuadrilla de Los muchachos», Revista de Folklore 316, 2007, pp. 120-134. Puede leerse el artículo completo, y conocer muchos más detalles acerca de esta partida de guerrílleros-bandoleros, en http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha. cfm?id=2377

151

un gran corralón inmediato a la Plaza de Toros, en donde alojaban a los caballo! de picar, indefectiblemente. En su juventud había sido vaquero del duque, ll cual personalmente hizo entrega de la vaina del cuerno del toro «Venteno», quf se le partió por la cepa al derrotar contra un pilarote de piedra, en la Plaza dt Madrid). -Parece ser que Pepe Botella, en su afán de dar coba a los españoles, por cierto sin pizca de resultado, hacía como que le interesaba mucho todo lo qu* se refería a las corridas de toros. Había organizado varias de ellas, y fingía ser un enamorado de nuestra Fiesta, que la consideraba como suya. A fin de estar bien al corriente de todo, se le antojó ir al campo para ver cómo se apartaba una corrida y, en virtud de ello, su amigóte Moratín, le preparó en ocasión propicia, un viaje a Comenar. Moratín, aunque afrancesado -como entonces se decía-, era i hombre de talento y se dedicaba a hacer obras de teatro y a escribir versos, o quizás las dos cosas. Dice el Sol y Sombra que el viaje lo hicieron a caballo desde Madrid; podrá ser verdad, pero no me lo creo. Lo más seguro es que vinieran por El Pardo, a salir a Grajal, en una buen berlina de Palacio, tirada por un tronco de muías de esas de ole con ole. En el sitio convenido le esperaba el ganadero, con los caballos prevenidos para el caso. Lo que sí resulta cierto es que el gabacho venía vestido de chispero. ¡Daría gusto verle! Mira tú. Ahora siento de veras no haberle conocido. Pareció gustar al usurpador la estampa campera de los toros en el rodeo, bastante pacíficos, y lo fácilmente que se apartó la corrida, con la cual se iba a echar a andar a continuación. Y cuando ya estaban pensando en despedirse, he aquí que uno de los pavos se arranca desde muy lejos de repente sobre Bonaparte, como si quisiera tomarse la justicia por su mano. Pepe Botella sale corriendo a galope, pero el caballo se alcanza, o el jinete no sabe tenerse en la silla; el caso es que ¡allá va ese hombre por las orejas! El toro, al ver al caballo corriendo, por un lado, y al caballero caído, por otro, se va hacia este con las de Caín, pero instantáneamente se interpone en su camino el antiguo picador Juan López el cual no sabernos si estaba allí de turista o es que trabajaba de vaquero en aquella casa para ir viviendo, ya que por entonces no había corridas) y acierta a dar al animal un pjyazo tan en sitio crítico que le mató en el acto, al descordarle. Se levantó el chispero... de guardarropía y le estrechó la mano, tartamudeando unas palabras, que debían ser de gratitud, pero que estaban dichas en borrador; es decir, que no se entendían. Al propio tiempo, sacó una onza de la escarcela, lo cual fue mejor comprendido por su salvador. Entonces Moratín le dijo: «Para que veas cómo nuestro Rey premia el valor y la lealtad de sus vasallos».

Juan López masculló por lo bajo, a continuación: «¡Y pensar que, sin saberlo, lio salvado la vida al Intruso, lo que no pude hacer con mi matador!». Su matador era, como sabes, Pepe-Hillo, y en las pinturas de la cogida y muerte de este suele verse a un picador que acude al quite: es Juan López. Por cierto que esas (jontes que gustan de coger al prójimo en renuncios, suelen colarse cuando ven los dibujos en cuestión, al decir: «¡Fíjate qué plancha. Pintan a un picador, por nnimar el cuadro, siendo así que la cogida tuvo lugar en el último tercio!». En fin, oí Rey montó de nuevo a caballo, supongo que en otro diferente del de marras, se subió luego a su carruaje y llegó a Palacio sano y salvo, para que al día siguiente pudieran cantar los lacayos por las galerías: Oficial: Su Majestad el Rey Don José I no ha tenido novedad. ¡Vive Dios que lo celebro! [El Mayoral] se puso nuevamente serio, y hasta preocupado, cuando yo le pregunté por el nombre del ganadero, cuyo era el toro que quiso cometer el regicidio. -Railando estaba que me hiciese esa pregunta, porque no sé cómo contestarla. Resulta que mi verdad es una mentira: esto por un lado. Y que me he comprometido, no hace mucho, con don Manuel Ales... ¡vaya ya se me escapó! Digo que me he comprometido a achacar el caso a Zapater, a Jusdado, a Segura, a Alamín: es decir, a los ganaderos más antiguos de nuestro pueblo, sin mentar para nada al primer don Manuel Aleas que era, según el padre de Paco Fusilica, el ganadero en cuestión. Pero parece ser -habla don Manuel- que estaba equivocado, por cuanto aquel buen señor fue un empleado del Patrimonio de cierta categoría, que tuvo destino en Aranjuez y luego en Torrejón de Ardoz, y por esta circunstancia, que venía en refuerzo de sus propias ¡deas, era realista furibundo y mal había de permitir que pisase en sus fincas la Majestad Intrusa. Lo cual que yo le contesté que bien pudo aquello ser un trágala de Moratín, quien, como viejo astuto, diría que iba a presentarse en los praos acompañado de un persona/efe, pero sin detallar cuál fuera, puesto que se comprende que el francés quisiera viajar a cencerros tapados. Pero don Manuel no lo admite de ningún modo; ni cuando yo le digo que la cosa carece de importancia es de esta conformidad, por lo cual le tuve que prometer que, si alguna vez refería este sucedido, se lo atribuiría a otro ganadero... Conque aplícate el cuento, Luisito, y no me hagas quedar mal con don Manuel, que, aunque excelente persona, es muy discutidor.

153

Volviendo al caso, yo me he parado muchas veces a pensar qué habría ocurrido si el toro le mete al Rey la cabeza en el suelo, en debida forma, o si el vecindario de Colmenar se da cuenta de que estaba allí Malaparte tan al garete, porque a buenaparte iba a parar. Nuestro pueblo era, por entonces, muy de loa Borbones y luego muy ausolutista. El grito de «¡vivan las cadenas!» estuvo aquí a la orden del día. En una ocasión, según era mucha moda los mozos desengancharon las muías del coche real en Santa Ana y le subieron empujando hasta la calle del Viento, lo cual que «el Narizotas» les dijo, por todo comentario al bajar del carruaje: «¡Tendréis calor!...». Se conoce que era en verano... Te digo lo de la calle tan aireada, porque en ella se abre una tercera puerta de la iglesia, que debe ser la principal. Lo de que se abre es un poco de exageración, pues ni tú ni yo hemos visto jamás a nadie entrar ni salir por ella... Al parecer, solo la traspasaban los Reyes, y el último que entró por allí fue el susodicho, que alguna vez debió hacer noche en la casa que se llama de la cadena por una gruesa que tenía en tiempos, indicando precisamente que había sido cobijo de un Rey... En nuestra iglesia también rezó varias veces Isabel la Católica, cuando iba de paso para Segovia. Por cierto, que, en plena misa, una correo le dio malas noticias de algo que pasaba en Alcalá, pero en fin, de esas cosas más tienes tú obligación de entender... Se me ocurre de pronto una cosa. Quizá Fernando el Deseado, tuviese cierta afición a Colmenar por ser el pueblo de su confidente Pedro Collado, alias Chamorro, el cual, de aguador de la Fuente del Berro, pasó a formar parte de la camarilla, que ya sabes estaba compuesta por una especie de ministros bufos, sin nombramiento ni cesantía, pero con más mando que los ministros efectivos... La verdad es que, en esto de la Historia, se ve cada cosa22. Otro de los Cuentos del viejo mayoral que ponen en relación la época de la francesada con el mundo de la cría de toros: Un afrancesado... pero poco. [...] Si bien cuando se daban alicuando alicuando algunas corridas normales en Madrid o en Sevilla, la gente acudía alegre y animosa, como si no pasara nada en el país, si la organización corría a cargo de los franceses, con buenos carteles y entrada gratuita, no iba nadie; los buenos aficionaos se comprimían, x>mo ochenta años después aconsejaba el tabernero de La verbena. Ciertamente ^ue algunos españoles, pocos sin duda, decidieron alternar con los franceses. Se es llamó con gran propiedá y mediana intención los afrancesaos. Unos dando ya >or perdida la guerra, se figuraban que iba a haber muchos puestos buenos y se ¡aerificaban por los demás. Eran los vulgares trepadores, que siempre han existido

22 Luis Fernández Salcedo, Los atentos del viejo mayoral, 3a ed., Madrid, Egartorre, 1999, pp. J-60.

oii todos los tiempos y en todas las naciones. Otros más temidos, lo que buscaban ora ponerse al pairo para defender vidas y haciendas. Y había una tercera clase, compuesta por señores que, teniendo amistad particular con algún jefe francés, fio aprovechaban de ello en beneficio de España, haciendo grandes servicios, a trueque de pasar, de momento, por malos patriotas. Entre estos últimos se contaba nuestro amigo don Vicente José Vázquez. -¡Ah, sí! Recuerdo que un día me prometiste contarme algo cuando repasases la lección. -Era cuestión de nombres, que aquí traigo copiaos en este papel. Don Vicente resultó íntimo amigo nada menos que del mariscal Soult, que se había cubierto de gloria en la famosa batalla de... -Austerlitz. -Cabalito. El susodicho militar vino a España mandando el II Cuerpo de Ejército, pero luego se quedó de general en jefe cuando regresó a Francia... -El general Jourdan. -¡Vaya, tú también has estudiao la papeleta, por lo visto! -Se trata de cosas muy conocidas. Este mariscal Soult es el que bombardeaba Cádiz, y a cada zambombazo la plaza contestaba con una copla, diciendo por seguidillas: De las veinte granadas que Soult envía, diecinueve se quedan en la bahía. Y laque llega mata perros y asusta chicos y viejas. -¡Superior! Aquí de burlas de que antes hablábamos... Luego me explicarás qué es eso de la bahía... Ahora sigo con mi relato. De la amista entrañable y de antiguo con el mariscal (de la cual este no sacó nada en limpio, por cierto), don Vicente se valía para conseguir que se levantasen castigos, que se libertase a los oprimidos', que se suavizaran muchas medidas, y sobre todo jugaba con la carta blanca que tenía concedida para moverse por toda Andalucía, tanto él como sus criados, con el achaque de cuidar aquella numerosísima ganadería, de la que llegó a juntar, sin acabarse la guerra, según nos dice la Historia, 8.000 vacas...

155

-jHum! Pongamos que fueran 4.000 y es lo mismo. Una atrocidáde ganao, para alimentar el cual hacía falta un disparate de fincas, y, para el cuido, una enorml* da de mayorales, conocedores, vaqueros, guardas, zagales, hateros, ecetra. Las posesiones que careaba toda esta nube de animales se extendían alrededor dt Utrera, en veinte leguas a la redonda. Dentro de tan considerable territorio -un recinto enteramente-, don Vicente José era el capitán general, a quien correspondíi la movilización de las fuerzas. Y con el pretexto de mudar de careo a sus piaras, llevaban el ganao adonde más falta hacía para abastecer a los diferentes ejércitos. Así, cuando se dirigía la Condado de Niebla, es porque allí casualmente estaba operando el general Cruz. Si se acercaba a Cádiz era con el fin de poner sus reses a la disposición de Blake, y si se aventuraba a cruzar con sus animales la siempre peligrosa serranía de Ronda, era para que cayesen en manos de Ballesteros cuando guerreaba por allí. Otras veces los movimientos eran simplemente para despistar o para ponerse lejos de los franceses. Y lo mejor del caso es que, después de prestar ese magnífico servicio de ayuda a la Intendencia, jamás consintió en cobrar ni un céntimo por las muchísimas cabezas sacrificadas. Quizá por su inapreciable ayuda le fue concedido el título de conde de Guadalete, aunque esto no pasa de ser una figuración mía. Dicho está que, por mucha mano que metiesen a la ganadería, esta aumentaba sin cesar, porque en aquellos años no había saca de toros para la lidia, e incluso el consumo de carne por la población civil era escasillo por las dificultades de los tiempos. Cuando la calma renació al dar el puntapié al último gabacho, Vázquez tenía un muestrario de toros tremendo, y, para mejor proveer, en vez de dar corridas completas de una edad y otras de otro tiempo, le gustaba ¡r entremetiendo los toros pasados con los jóvenes de seis o siete años. El público lo sabía y no le importaba nada, pues la lidia de los viejales tenía sus pelendengues, por lo común, y era el momento de decir a los grandes maestros: «Aquí te quiero yo ver, por aquello de que -mal comparao- pa las acuestas arriba quiero mi burro». Algunas veces, las menos, los ancianos peleaban con tan extraordinaria bravura, que más bien parecían unos inocentes pipiólos23. La francesada no fue asunto solo de españoles contra franceses. Las tropas napoleónicas invadieron también Portugal, y en la memoria tradicional del país vecino han subsistido, incluso hasta hoy, evocaciones y leyendas que remiten a aquellos agitados tiempos. José Leite de Vasconcellos, inmenso folclorista portugués, hizo esta síntesis de alguno de tales relatos: En muchos casos, los franceses que invadieron nuestro país en los inicios jel siglo XIX dejaron un recuerde popular de horror. Auque desempeñan un pajel que recuerda al de los moros en la fantasía del pueblo, la verdad es que de os moros quedó una memoria de grandeza, de opulencia, de generosidad, de 23 Fernández Salcedo, Los cuentos del viejo mayoral, pp. 204-206.

lioroísmo; en el caso de los franceses quedó una memoria de violencia, de robo, de tristeza. Recordemos aquí algunas leyendas: San Vicente da Beira libre de los franceses: Es tradición que, cuando las tropas de Junot estaban en la entrada de las estribaciones de la sierra, el pueblo de San Vicente se dirigió en masa a la iglesia de la Misericordia, haciendo preces para que las tropas invasoras no entrasen. Al mismo tiempo, la imagen del Señor se cubrió de sudores, y una nevada cerrada impidió la entrada al ejército francés. Entonces, lleno de reconocimiento y de veneración, el pueblo prometió hacer una fiesta al Señor Santo Cristo. Fiesta que convoca a la gente de todas las aldeas de los alrededores. Y a la noche, en la campa, ninguna muchacha de San Vicente danza, porque la iglesia lo prohibe, y así queda reforzado todo el carácter religioso de la fiesta. La Piedra Santa de Rapa: En el límite de Rapa, en el concejo de Celorico da Beira, en la Sierra do Sequeiro, hay una piedra que tiene esculpida una hostia, un cáliz, una cruz, una pequeña caldera y una campanita: todo esto es porque, cuando vinieron los franceses, prendieron fuego a los templos, por lo que se dice la misa sobre aquella piedra. c) El «Barroco do Francés» [«La barrera del francés»]: Allí fue sepultado un francés muerto en el enfrentamiento con los pueblos de la región, durante las invasiones... En Andorinha, parroquia de Travanca de Lagos, muestran un pozo al que llaman «de los franceses». d) Una aurora boreal que se vio, creo, en 1873, era, según el pueblo, la sangre de los franceses (o de los invasores), que subió hasta el cielo (información de 1878, de Augusto Pinto Brochado, referente a Sao Hago de Piáes y Sao Cristováo de Nogueira). e) Ya en el siglo XV se afirmaba en el Cancioneiro Geral de Resende, I, 144: sobr'alto, alvo, delgado nao ha mais: é um francés... Varios caracteres físicos de los franceses resultó que impresionaron a nuestro pueblo: uno de esos rasgos era la alta estatura. Es frecuente la creencia de que los portugueses blancos, altos, rubios, de ojos azules, son de ascendencia francesa. f) Sébillot y Van Gennep informan de que, en España, en Alemania y en Rusia, el nombre de algunos generales franceses de los tiempos napoleónicos se hicieron populares: también sucedió en Portugal, especialmente con Junot. 157

g) En Portugal, muchas ruinas son consideradas por el pueblo como provo«| cadas por los franceses invasores. Recuérdese lo que se cuenta en Fratel sobrí dos poblaciones de esa parroquia: que fueron destruidas por los franceses (aun»! que parece que fueron abandonadas a lo largo del siglo XIX): los lugares S0fl| Mouta de Acor y Alearía. h) Pedro de Azevedo proporcionó a A. las siguientes notas: En una hacienda que estaba situada en Vimeíro, existe la tradición de que St oculta una caja militar del ejército francés, lo que ha dado lugar a que muchat veces aparezca revuelto el terreno. Incluso, una noche, llegó a ser vuelta de! revés una gran piedra, por exploradores anónimos. En la misma hacienda, se procedió, hace años, a la limpieza de un pozo en el qut fueron encontrados pedazos de mochilas y de espadas, junto con una gran cantidad de huesos, restos estos que también se hallan dispersos en la referida propiedad24, ¡ En cualquier caso, la tradición oral portuguesa ha seguido atesorando ecos ] de los acontecimientos de comienzos del XIX hasta hoy mismo. Lo prueba este I relato, que me fue comunicado en 2008: Mi abuela (ya fallecida) nació en Lisboa en 1899, pero sus padres eran del concejo de Alvaiázere, distrito de Leiria, en el centro de Portugal. Ella me contaba que su abuela le había contado que, cuando los ejércitos franceses pasaran por su aldea en una de las tres invasiones que tuvimos (no sé en cual), la gente se había refugiado en las minas de agua, esperando que ellos pasaran. . Siempre he pensado que esto era verdad, pero a lo mejor es una leyenda. J Como no sé si en español, corno en portugués, se usa el término «mina» o «mina de agua», aquí te doy unas explicaciones. Estas «minas» son una especie de largos pasajes subterráneos que se hacen para traer agua a una fuente. Aquí en Portugal esas «minas» suelen terminar en una especie de caseta de piedra, con una puerta y luego con unos escalones que van bajando. Los escalones suelen estar cubiertos de aguaa partir de cierto punto, generalmente unos pocos metros después de la puerta. Pero en períodos de sequía, una parte grande del pasaje puede quedar sin agua, y se puede bajar hasta un punto, donde, desde la puerta, los que están fuera ya no te ven, porque el pasaje es oscuro25. Otra leyenda sobre la francesada portuguesa, registrada en 2008 a una mujer del concejo de Covilhá, en el distrito de Gástelo Branco:

24 Traduzco de José Leite de Vasconcelos, Coritos populares e lendas, 2 vols., eds. Alda da Silva Soromenho y Paulo Caratáo Soromenho, Coimbra, Universidade, 1963-1966, II, núms. 222-229. 25 Información que me proporciona el gran folclorista José Joaquim Dias Marques, en correo electrónico del 6 de marzo de 2008.

Mira, mis antepasados, cuando hubo la invasión francesa, huyeron en unos... on unos carros con muías, huyeron de los franceses, de la invasión, que los franceses estaban ya muy cerca. Y cuando los franceses se iban ya aproximando, iban varias personas, las personas que iban en el carro. Entre ellas había una muchacha, una madre muy joven, con un bebé de pocos días: una niña, que había nacido hacía pocos días. Y cuando, en aquel aprieto, ellos se metieron en un bosquecillo, entonces dejaron caer al bebé en el suelo. Y... cuando la madre del bebé fue a recoger al niño, el padre, el abuelo del bebé, el padre de aquella señora, le dio una patada en la cabeza, para que ella no fuera, porque si ella hubiera ido los hubieran atrapado a todos los franceses. Y después fueron a esconderse, y siguieron hacia delante, para esconderse en medio del bosquecillo. Los franceses pasaron, vieron al bebé, pero no le hicieron ningún daño. Y entonces, después de que ellos pasaran, la familia fue... la gente fue a buscar al bebé. Y yo soy descendiente de esa... de esa señora que se quedó allí en medio del [bosquecillo], que se salvó26. Hermosísimo relato, este portugués, que presenta, además, ciertos motivos narrativos similares al de Tarifa (Cádiz) que conocimos en páginas anteriores. En ambos textos, una criatura nace justo en el momento más crítico del acoso contra el suelo patrio y contra el hogar familiar de los invasores franceses. En ambos, la criatura se salva casi milagrosamente, mientras sus familiares adultos intentan ocultarse de los atacantes. En los dos, aquella criatura inocente y recién nacida es identificada como la tatarabuela de la persona que, al cabo de dos siglos y de muchas generaciones, narra el relato. Coincidencias que permiten sospechar que estamos ante una auténtica leyenda genealógica, ante una etiología narrativa (protagonizada por un niño nacido en condiciones precarias, agredido, trasterrado, recuperado al poco de nacer, como Moisés, como Cristo, como Harry Potter, por aducir tres famosos paralelos) que tendría ramificaciones en España y en Portugal, y que en las dos tradiciones se habría disfrazado bajo los ropajes de una difusa aunque supuestamente real y verídica historia oral que, a juicio de sus transmisores, justificaría determinado

26Traduzco el relato que me proporciona, igualmente, el folclorista portugués José Joaquim Dias Marques. La narradora fue Maria José da Silva, de 71 años, natural del concejo de Covilhá, distrito de Gástelo Branco, que fue entrevistada el 13 de mayo de 2008, en Faro, por Hélder Manuel Pereira Macario, alumno de la Universidad de Algarve. 159

península Ibérica, para que fuese transmitido de viva vo } ^perduSe duran generaciones y durante siglos V peraurase duran*«

°

^

^

1808-1812: LOS EMBLEMAS DÉLA

LIBERTAD

mHA

MONOGRAFÍAS HISTORIA Y ARTE

1808-1812: LOS EMBLEMAS DE LA

LIBERTAD Alberto Ramos Santana Alberto Romero Ferrer (eds.) ¡mera edición: noviembre 2009 ¡la: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz Doctor Marañón, 3 -11002 Cádiz (España) íw.uca.es/publicaciones Servicio de Pubicaciones de la Universidad de Cádiz, 2009 Los autores .B.N: 978-84-9828-246-7 pósito Legal: H 224-2009 prime: Essan Grafic, S.L. (Punta Umbría).

Universidad de Cádiz «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derecho Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiaro escanear algún fragmento de esta obra»

Sen/icio de Publicaciones

ce

CIUDAD CONSTITUCIONAL

Ayuntamiento de Cádiz

1812

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.