Campeón y Cabelloslucientes
Descripción
Campeón y Cabelloslucientes: un mito pederasta cretense Restaurado por Andrew Calimach
Campeón se había ganado su nombre a pulso. Era un guerrero valiente, feroz con sus enemigos y amigo de cualquiera que hubiese tenido ocasión de luchar a su lado. Todos los chicos de la ciudad sentían veneración por él y anhelaban que les brindase su amistad. Todos excepto uno, el más querido por Campeón: Cabelloslucientes. Cabelloslucientes era hijo de un noble, y lo único que sentía hacia Campeón, que no dejaba de ser un plebeyo, era desprecio. Y así se lo comentó en más de una ocasión a su sirviente Debuenafe, un atractivo joven de su misma edad. Debuenafe procedía de una familia noble caída en la pobreza: su padre había muerto en una batalla y Debuenafe había tenido que ponerse a trabajar para alimentar a su familia. Debuenafe no siempre estaba de acuerdo con el proceder de su amo, pero no le quedaba más remedio que guardarse para sí sus opiniones y cumplir con sus órdenes de la mejor manera posible.
Los amigos de Campeón le aconsejaron olvidarse del orgulloso Cabelloslucientes y buscarse otro muchacho al que amar: había muchos que habrían dado su vida a cambio de convertirse en sus amantes. Pero Campeón tenía un alma noble. Así que explicó a todo el mundo que a base de paciencia y amabilidad conseguiría encender la llama de la amistad en el corazón de Cabelloslucientes. Cuando Cabelloslucientes se enteró de la determinación de Campeón, decidió valerse del amor que hacia él sentía para librarse de sus atenciones de una vez por todas. Y, así, juró que se convertiría en su amante, si Campeón conseguía atravesar a nado la traicionera corriente del mar y traerle de una isla cercana un puñado de las plantas que solo allí crecían, las cuales se decía que tenían el poder de hacer dormir a los hombres. Esta isla estaba protegida por una náyade que ahogaba a cuantos osaban acercarse a la misma. En vista de todo lo cual, Cabelloslucientes tenía claro que no volvería a ver a su pretendiente. Y el leal Debuenafe, que permanecía en todo momento al lado de su amo, aunque no podía dar crédito a la crueldad que mostraba el mismo, no veía forma alguna de evitar el seguro desastre.
Campeón aceptó el reto. Se enfrentó a las olas sin temor, y si existía la náyade centinela, esta seguramente debió sentirse intimidada por su valentía, pues consiguió volver rápidamente con las valiosas plantas en su poder. Al conocer esto, la primera reacción de Cabelloslucientes fue quedarse sin habla, pero pronto halló una nueva fórmula que con total seguridad le ayudaría a deshacerse de su pretendiente. Le dijo nuevamente que sí, que sería su amante, pero que primero tenía que hacer una cosa más por él. Sus sirvientes no se habían acordado de traer su perro favorito de la casa que tenía en el campo, así que quería que Campeón se lo trajese. En cuanto Campeón consiguiese traerle el sabueso —que se encontraba a tres días de viaje a través de bosques y colinas infestados de leones— se convertiría en su amante. Campeón sonrió, y le aseguró que en un santiamén volvería a tener el perro a su lado. Mientras veía partir a su futuro amante Cabelloslucientes también sonrió, pero al pensar que el muy ingenuo no era consciente de los peligros que le aguardaban. Le comentó entonces a Debuenafe que el perro era un mastín enorme que debía permanecer encadenado a una roca hasta que llegaba el momento de liberarlo para la batalla. Y también que su cuidador temía tanto a la bestia que cuando le tocaba darle de comer le lanzaba los trozos de carne desde una distancia segura. Por lo que únicamente Cabelloslucientes, a cargo de su crianza desde que era cachorro, era capaz de dominarlo. Por ello, no eran tanto las fieras salvajes las que darían buena cuenta de Campeón, sino la feroz bestia encadenada. Y Debuenafe, por más que temiera por la vida del gran guerrero, no podía hacer nada para ayudarle.
Escena en el gimnasio: un joven ofrece un perro de caza para agasajar a un muchacho más joven que sostiene un estrígil Munich Antikensammlung
Transcurridos exactamente seis días, Campeón entraba tranquilamente por la verja del patio con el enorme mastín trotando mansamente a su lado. El guerrero había conseguido domar su fiero carácter a base de amabilidad, y este obedecía ahora ciegamente sus órdenes. Cabelloslucientes dirigió una mirada llena de odio hacia la mano que Campeón le tendía en señal de amistad. Una última cosa, le dijo; una última y ya sí; por fin podrían ser amantes. Quería el casco de Minos que se encontraba en la fortaleza de Cnosos, y tras esa pequeña cosa, ya sí, por fin sería su novio.
Al escuchar esto, el semblante de Campeón se oscureció, y Debuenafe, por su parte, empalideció primero, y lloró más tarde, una vez a solas, por el gran hombre al que nunca volvería a ver, pues su amo acababa de enviar a Campeón a una muerte segura. El casco estaba protegido día y noche por soldados armados; había pertenecido a su antiguo rey, hijo de Zeus, y los cnosianos lo veneraban ahora como a un dios. El casco era además su única reliquia y su posesión más preciada. Campeón miró a los ojos de Cabelloslucientes y aceptó su último desafío, después se dio la vuelta y se marchó del lugar sin volver la vista atrás. Esa noche hizo un sacrificio en honor de Eros. Invocó su protección para el reto que estaba a punto de emprender, y también le pidió un remedio para el orgullo de Cabelloslucientes. Después cabalgó hasta Cnosos. Una vez allí, introdujo unas cuantas plantas mágicas en el cubo de agua del que bebían los guardias; de forma que cuando estos despertaron de su sueño, se encontraron con que el valioso casco había desaparecido.
Nada más llegar a casa, Campeón envió un mensaje a Cabelloslucientes comunicándole que su misión había tenido éxito y que podía mandar a un sirviente al que entregarle el casco. Cabelloslucientes, ardiendo en deseos de hacerse con el tesoro, decidió que ser el amante de un hombre tan valiente y resuelto no sería tan malo después de todo, y envió inmediatamente a Debuenafe para que recogiese el casco e invitase a Campeón a reunirse junto a él. Sin embargo, en cuanto Debuenafe llegó a casa de Campeón, el guerrero, que llevaba tiempo reparando en la belleza y la nobleza de espíritu del sirviente, lo tomó de la mano y, poniéndole el casco en la cabeza, le propuso que se convirtiese el en su amante. Debuenafe, que sentía gran admiración hacia Campeón —y que había acabado por despreciar a su propio amo—, se fundió en un cálido abrazo con el guerrero y le prometió amistad eterna. Después los dos fueron a transmitir la feliz noticia a la familia de Debuenafe, y fueron vistos por todos caminando del brazo por las calles de la ciudad, mientras el sol hacía brillar el precioso casco que Debuenafe llevaba ahora en la cabeza. La noticia se difundió a la velocidad del rayo y llegó pronto a oídos de Cabelloslucientes, el cual se dio cuenta entonces, para su pesar demasiado tarde, del enorme tesoro que había perdido: el amor de un buen hombre y fenomenal guerrero. Pensando que todo esto sería ahora para su criado, empezó a sentir como los celos se iban apoderando de todo su ser hasta que, en un arrebato, cegado por la ira, desenvainó su espada y la hundió en su propio pecho.
Comentario del restaurador Este mito cretense fue lo suficientemente conocido como para aparecer citado en el tratado de Teofrasto —en la actualidad perdido— Del amor 1 . Teofrasto era sin duda una de las personas más indicadas para apreciar un buen mito pederasta: amigo y sucesor de Aristóteles (a su vez pederasta casto) y erastēs de Nicómaco (hijo de Aristóteles y epónimo destinatario de la obra de su padre Ética a Nicómaco). Estrabón menciona concretamente el episodio del traslado del perro desde Prasus a Lebena, si bien en su versión el amado era Leucocomas y el amante Euxynthetus.
De Plutarco, si bien indirectamente, nos llega otro trozo de información crucial para nuestra historia. Así, en su obra Amatorius (20), Plutarco plantea que "ni Júpiter nombrado El Hospitalario persigue y venga tan rápidamente los agravios a huéspedes y suplicantes, ni el Júpiter Generador tan rigurosamente cumple las imprecaciones de los padres, como a los amantes desdeñados atiende presto Eros castigando a los orgullosos, insensibles y maleducados". Y después, Plutarco pone como ejemplo a una pareja de Chipre, llamados nuevamente Euxynthetus y Leucocomas, aunque formada esta vez por un hombre y una mujer. Dado que la temática es idéntica (una persona orgullosa o de mal genio que se aprovecha de su amante), es probable que una de las historias se inspirase en la otra, lo cual, pese a que las historias se desarrollan en lugares distintos y el sexo de los protagonistas no coincide, ya fue advertido por J. J. Winckelmann2 . Es probable que la versión del hombre con el muchacho sea anterior a la del hombre con la joven porque las fuentes de la versión pederasta preceden a la de Plutarco; y en el caso de Teofrasto, en casi cuatrocientos años. Sea como fuere, la esencia de la historia no varía. Esto es, los griegos no hacían distinciones en el tratamiento de este tipo de asuntos; de hecho, Plutarco asevera que "la atracción que hace que los hombres se enamoren puede proceder tanto de mujeres como de muchachos". La verdadera aportación de la versión de Plutarco consiste en introducir, a través del dios Eros, un "deus ex machina": una fuerza divina reguladora que 1
Según refiere Estrabón en Geografía (X, 4, 12).
Las referencias a Plutarco en las que el nombre del amado aparece como Leucomantis se basan en un texto erróneo; la denominación correcta es Leucocomas. Véase FORTENBAUGH, W. Theophrastus of Eresus. p. 679. anotación 1028. 2
restablece la justicia (aspecto fundamental en todo mito).
En la decimosexta fábula de Conón, según resumen de Focio, encontramos la versión en la que Leucocomas somete a su amante, ahora llamado Promachus (a menudo traducido como Campeón), a una serie de pruebas, aunque Focio únicamente conserva el pasaje final en el que Promachus entrega el valioso casco a un muchacho diferente haciendo que Leucocomas enloquezca de celos y se suicide. Como los restantes detalles de esta historia no se han conservado, en este trabajo se han completado “à la Mary Renault”. Así, aunque el nombre y las características del chico que acaba recibiendo el casco no se mencionan en ninguno de los fragmentos conservados, los principios del drama exigían que hiciese su aparición al principio de la historia (y no simplemente al final), para lo cual el papel de criado se imponía como una solución natural al problema.
La última aportación contemporánea a esta versión es el episodio de la obtención de las plantas mágicas. En opinión del mitógrafo que esto suscribe, la historia funciona mejor con tres episodios en lugar de los dos que se han conservado en los textos de referencia. Además, sabemos que el amante tuvo que pasar por varias pruebas, por lo que es muy probable que el número original fuese superior a dos.
Habrá quién se pregunte: "¿Y por qué se han traducido los nombres?"; sobre todo cuando el tratamiento estándar de los dramas y mitos griegos, en su adaptación a las lenguas modernas, busca que los nombres permanezcan tan fieles al original como sea posible. Pues bien, se ha optado por esta solución porque dichas adaptaciones privan al lector moderno de la experiencia completa de la que sí gozaron los lectores primigenios. Así, los nombres propios esconden a menudo un mensaje o son a la vez un significado, lo cual es precisamente lo que ocurre con los nombres del amante y el amado de esta historia. Y el efecto que nos producen, ya cómico, ya serio, se perdería para la mayoría de los lectores si se dejasen en su versión original.
La muerte de Leucocomas (un nombre traducido aquí como Cabelloslucientes) aparece en la
historia original y evoca a la de otro muchacho que también rechazó a su amante masculino: Narciso,3 que desdeñó el amor de Ameinias. Este tema recurrente, el del joven egocéntrico insensible a la atención amorosa del adulto al que Eros acaba castigando y cuyo destino es el suicidio, sugiere que la corriente principal de la tradición pederasta griega veía la negativa del joven a aceptar el amor de un hombre bueno como una afrenta al dios del amor y un suicidio virtual.
© 2015 Andrew Calimach
De manera sorprendente, tanto la historia de Leucocomas como la de Narciso fueron modificadas ya en la antigüedad mediante la transformación en mujer de uno de los personajes. Así, en la de Narciso, el amante pasa a ser la ninfa Eco mientras que en el presente mito es el amado el que experimenta la feminización. Ahora bien, en lo que a nuestra historia respecta, dicho cambio no afecta en modo alguno a la esencia del personaje, el cual incluso mantiene el mismo nombre —Leucocomas— en alusión a su poco juicio y a sus cualidades meramente superficiales. 3
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