Camareros ilustrados

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LA PLUMA Y EL DIVÁN





Camareros ilustrados


JOSÉ A. GARCÍA DEL CASTILLO

Profesor de la Universidad Miguel Hernández. @GdelCastilloPhD

La gran apuesta por la formación de calidad es una realidad en nuestro
país, a pesar de las políticas cicateras y erráticas que durante tantos
años llevamos soportando estoicamente, agudizada en los últimos años.
Nuestros egresados salen al mercado de trabajo con una preparación de lujo,
fundamentalmente gracias al bolsillo de las familias y al esfuerzo de todos
los que están implicados en el sistema educativo español. La juventud hace
gala de ilustración y entereza ante el panorama laboral que, además de
hacer aguas por todas partes, sigue en una espiral diabólica de mucha
oferta y poca demanda, lo que consigue que los sueldos sean de auténtica
risa, si no fuera por lo serio del tema. Hoy se suspira por el "mileurismo"
de hace pocos años atrás cuando éramos falsos ricos, como si se tratara de
la panacea del trabajador.
Un joven egresado español prototipo cuenta en su haber con unas
herramientas de aprendizaje muy sofisticadas que los faculta para ejercer
su profesión de forma óptima. Además, en la mayoría de los casos, han
cursado uno o varios másteres de especialización que los sitúa en la cima
de la preparación para el trabajo. Una vez que abandona la universidad y
comienza a llamar a las puertas que le tienen que facilitar un trabajo
ajustado a su preparación, es cuando cae en la cuenta de que ninguna se
abre del todo, como mucho se entreabre tímidamente ofreciendo alguna
miseria irrisoria en forma de práctica laboral, que haría estremecer a un
muerto.
Cuando llegan a ser conscientes de la realidad, después de algún que otro
año de indignación, protestas, frustraciones y desesperación, tienen que
empezar a tomar decisiones cruciales para su vida. La primera suele
orientarse hacia la huida del país, buscando nuevos horizontes donde se
valoren sus conocimientos. El problema surge de nuevo cuando llegan a otros
países y las ofertas de trabajo siguen estando muy por debajo del nivel
mínimo que esperaban. Una vez fuera se adaptan a la situación y procuran
intentar mejorar dándose un plazo razonable de tiempo para ello.
La segunda opción la tienen mucho más cerca, pero han de circunscribirse a
unas ofertas muy restringidas, donde además hay una legión en cola. En un
país de servicios como es el nuestro, la más común de las ofertas está en
la restauración y todo su universo. Los jóvenes egresados españoles,
independientemente de ser abogados, arquitectos, ingenieros o cualquier
otra profesión de las que cuesta más de veinte años conseguir, se resignan
a preparar además de un curriculum profesional, otro paralelo orientado a
los servicios. Finalmente los que cuentan con algo de suerte, consiguen
meter cabeza en un restaurante, una cafetería, un bar, un pub o algo
similar.
Ya no nos sorprendemos cuando estamos siendo atendidos en cualquiera de
estos establecimientos y las formas de los camareros son de una gran
exquisitez, por la educación y por la preparación. Hablan en inglés,
francés o incluso alemán con suficiente soltura para atender a los turistas
y todo por el mismo precio, porque además están con un contrato en
prácticas dado que se supone que tienen que aprender el oficio. Una vez
cubierto este contrato en prácticas, lo normal es que vayan de patitas a la
calle, porque el empresario tiene a diez candidatos esperando que puede
contratar con las ventajas que este tipo de contrato le suponen.
En este país de la desvergüenza, la paradoja es sencilla de entender,
incluso para los menos ilustrados. Contamos con los camareros más
preparados del mercado, con varios idiomas, másteres y grados, pero que
acaban sirviendo copas a muchos avispados del carpe diem, que aunque tengan
poco o nada de ilustración han sabido hacerse un hueco en un sistema social
bastante abracadabrante, con oficio o sin él, pero dentro del sistema.
Vivir para ver.
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