Bogotá, una ciudad entre cafés y chicherías

June 22, 2017 | Autor: Carol Lopez | Categoría: Historia Urbana, Historia Social Y Cultural, Literatura Y Ciudad
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Descripción

Bogotá, una ciudad entre cafés y chicherías

Carol Vanessa López León Cód. 20062165033

Universidad Distrital Francisco José de Caldas Facultad de Ciencias y Educación Licenciatura en Educación básica con énfasis en Ciencias Sociales Bogotá, D.C. 2014

Bogotá una ciudad entre cafés y chicherías

Carol Vanessa López León Cód.20062165033

Monografía de investigación para optar el título Licenciada en educación básica con énfasis en Ciencias Sociales

Directora: Nubia Moreno Lache

Universidad Distrital Francisco José de Caldas Facultad de Ciencias y Educación Licenciatura en Educación básica con énfasis en Ciencias Sociales Bogotá, D.C., junio de 2014

Tabla de Contenido

Pág.

1. Introducción

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2. Antecedentes

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3. Una mirada socioespacial a la Bogotá de los 40s

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3.1. Planteamiento del problema

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3.2. Metodología

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4. Ciudad, modernización y novela

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4.1. Ciudad y espacio social

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4.2. La ciudad en América Latina

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4.3. Espacio vivido o tercer espacio

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4.4. Modernización y ciudad

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5. El surgimiento de la ciudad moderna. Bogotá en la primera mitad del siglo XX

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5.1.La transformación física de la ciudad

40

5.1.1.

El espacio urbano se valoriza

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5.1.2. Vías para el progreso

45

5.1.3.

47

El barrio: nuevo elemento de jerarquía espacial

5.2. Imágenes de ciudad

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5.3. Marginalidad y anomia en la ciudad

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6. Chicha, chicherías y enchichados

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6.1. La lucha antialcohólica o contra el chichismo

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6.2. ¡A levantar el pueblo degenerado!

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6.3. La derrota de un “vicio”

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7. Los cafés

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7.1. El café como espacio público

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7.2. Café, arte y bohemia

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7.3. Control y disciplina para los cafeinómanos

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8. Una ciudad de bohemios y enchichados. Algunas conclusiones

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9. Bibliografía

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10. Anexos

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Índice de imágenes y mapas

Pág. Imagen 1: Apertura de la carrera Décima a la altura de San Diego

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Imagen2: “La chicha embrutece”

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Imagen 3: “El tiempo vale menos en la carrera séptima que el oro que respalda los billetes de banco”

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Imagen 4: Café El Automático: Homenaje al maestro León de Greiff.

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Mapa 1: Algunas parcelaciones clandestinas: alrededores de Bogotá

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Mapa 2: Cartografía de la novela

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Mapa 3: Cuadriláteros de prohibición 1922

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Mapa 4: Cafés en el centro de Bogotá 1947-1957

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1. Introducción

La presente monografía tiene por objetivo evidenciar aspectos de tipo socio espacial sobre Bogotá en la década de los 40s a partir de comprensiones en torno a los cafés y las chicherías. El proceso modernizador vivido durante la primera mitad del siglo XX en Bogotá, y en el país, se plantea desde una mirada que relaciona elementos históricos, espaciales, sociales y literarios a partir del análisis de los cafés y las chicherías, los cuales son asumidos como espacios vividos que desde su localidad o particularidad ofrecen posibilidades de interpretación sobre la ciudad como espacio social e históricamente construido. En este sentido, se asume la ciudad como totalidad producida socialmente inteligible a partir de una consideración sobre sus lugares. La literatura, y en especial la novela El día del odio (1998) de J.A. Osorio Lizarazo, es una fuente fundamental y objeto de análisis que brinda imágenes y descripciones pertinentes para la relación e interpretación del contexto de interés. El rastreo documental realizado para reconocer la pertinencia del presente problema investigativo, así como los alcances teóricos y metodológicos logrados en otras investigaciones con temáticas similares y las perspectivas que se podrían ampliar, son aspectos expuestos en el segundo capítulo. La inquietud fundamental o el problema que justifica la investigación, la metodología e instrumentos utilizados para su desarrollo, y la importancia y riqueza interpretativa de la novela para análisis socio-espaciales e históricos como el planteado en este trabajo, se presentan en el tercer capítulo. En el cuarto capítulo se esbozan los conceptos clave que sustentan la investigación como lo son espacio social, tercer espacio y modernización. Dado que las condiciones históricas son determinantes en la producción social del espacio, se hacen necesarias unas consideraciones sobre el desarrollo de las ciudades en América Latina.

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El quinto capítulo evidencia el surgimiento de la ciudad moderna en Bogotá durante la primera mitad del siglo XX expresado en su producción social, de tal modo que las prácticas espaciales, las representaciones del espacio y los espacios de representación surgen como categorías claves para dar cuenta de esa ciudad a partir de sus cambios físicos, las imágenes de ciudad que se promovieron por el urbanismo y las limitantes que acarreó la masificación. El sexto y séptimo capítulo, se enfocan en los espacios de interés, los cafés y las chicherías; éstos son analizados en términos de espacios vividos donde se rescata no sólo los rasgos físicos de los lugares o su ubicación, sino que se expresan sus características sociales e históricas, además de su producción espacial para evidenciar su pertinencia y riqueza en la investigación histórica de la ciudad y el proceso modernizador. El enfoque teórico adoptado, a saber, el de producción social del espacio social, permite una especial consideración de la historia de la ciudad; una ciudad que continuamente está cambiando y por lo tanto que requiere de la actualización continua de su memoria, donde los ciudadanos la puedan recorrer con la conciencia de sus cambios y de los intereses y representaciones que se esconden tras la apertura de vías o construcción de grandes edificios. Este trabajo se inscribe en esa línea y constituye un aporte a la memoria de la ciudad y su desarrollo moderno; así como es una invitación a evocarla en su complejidad como una apuesta por brindar fundamentos para la denominada conciencia ciudadana que no es otra cosa que la conciencia de saber cómo construimos y producimos la ciudad y el mundo que habitamos. La investigación, en calidad de monografía, se adelantó en el marco del proyecto de investigación Narrativas juveniles de ciudad adscrito al ciclo de innovación de la LEBECS, el cual estuvo dirigido por la profesora Nubia Moreno Lache.

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2. Antecedentes

La construcción del problema investigativo planteado en el presente trabajo tuvo como fundamento el abordaje de investigaciones con temáticas similares, aunque no con el mismo enfoque teórico. Así, se abordaron las relacionadas con el proceso de modernización de la ciudad en la primera mitad del siglo XX, los estudios sobre las chicherías y los cafés, y aquellos trabajos que rescatan el papel de la literatura como fuente histórica para el análisis de la ciudad. Con respecto al tema de la modernización1 en Bogotá durante la primera mitad del siglo XX existen varias investigaciones que desde distintos enfoques han contribuido a la historia urbana de la ciudad, como por ejemplo el trabajo de Adriana Suárez Mayorga (2006) La ciudad de los elegidos: Crecimiento urbano, jerarquización social y poder político. Bogotá, 1910-1950, el cual mediante el análisis de fuentes primarias y secundarias, aborda cuestiones como el crecimiento demográfico y la diferenciación social del espacio urbano haciendo énfasis en los barrios obreros, las relaciones entre funcionarios públicos y firmas urbanizadoras, y la consecuente relación entre saber-poder existente en la época. La élite se asume como elegida en una doble acepción, ilustrada y económica, por lo que era la clase legítima para expresar y promover un ideal de progreso y modernización acorde a sus intereses y marcos simbólicos donde la ciudad y su imagen se plantean como fundamentales para tal fin. La reflexión que se suscita es entre las nociones de urbanismo, Modernidad y subdesarrollo desde una particular mirada sobre Bogotá en la primera mitad del siglo XX.

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Modernización se entiende como un proceso a nivel técnico y tecnológico que busca generar de manera acelerada una idea de Modernidad. Un desarrollo más profundo de este concepto se encuentra en el capítulo 4.

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Suárez plantea que la ciudad es una urbe en la que se articulan diferentes fuerzas sociales que actúan sobre ella transformando su estructura morfológica, pero donde el poder político y económico parece ser una fuerza determinante en su construcción a partir de sus modelos, concepciones e intereses. A partir de este planteamiento, el cuestionamiento que guió su estudio fue comprender cuál era la lógica de poder que se escondía detrás del incipiente proceso de modernización que vivió Bogotá, reconociendo quién o quienes definieron y determinaron la imagen de ciudad moderna que se impuso. Por su lado, Carlos Niño y Sandra Reina (2010) en La carrera de la modernidad: construcción de la carrera 10, Bogotá [1945-1960] plantean la historia de la ciudad moderna a partir de la construcción de una vía, la carrera Décima. El objeto de su exhaustivo estudio es la comprensión del proceso mediante el cual se produjo una renovación urbana en la ciudad, donde una calle colonial de 8 metros de ancho se transformó en una avenida de 40 metros, amplios andenes, con separadores centrales, desde la calle 28 hasta la calle primera en el Hospital La Hortúa en un principio, -luego estaría hasta San Cristóbal- y albergando modernos edificios de 12 pisos, amplios, de calidad y técnica novedosa para oficinas de grandes empresas, gremios, bancos y aseguradoras. Proceso que para los autores fue expresión de la modernización que caracterizó a la ciudad, delineada por los intereses de una élite financiera y comercial asociada en gremios en un contexto de polaridad política a nivel nacional. Dicha modernización para los autores, conjugó medios científicos y técnicos acordes con el desarrollo capitalista pero supuso la permanencia de valores conservadores y católicos, relaciones hacendatarias y prejuicios de sangre, por lo que hablan de una “modernización conservadora”, opuesta a la estructura racional, liberal y laica característica de la Modernidad occidental. En un sentido más global y abarcador, el trabajo de Juan Carlos del Castillo (2003), Bogotá, el tránsito a la ciudad moderna 1920-1950, examina analíticamente la modernización desde las concepciones, ideas y planes que emprendió la administración local y la nación para lograr una imagen de ciudad acorde con este ideal, asumiendo una perspectiva histórica y urbanista. Es el relato del proceso mediante el cual Bogotá abandonó su carácter tradicional y hasta cierto punto 8

colonial, para convertirse en ciudad moderna y abanderada del progreso. También lo es de la evolución del pensamiento urbano, del trayecto lleno de lagunas, contradicciones, debilidades y copias de modelos extranjeros de quienes pensaban y planeaban el desarrollo urbano y arquitectónico de la ciudad, una ciudad que se fue construyendo sin planeación y por segmentos, es decir una ciudad fragmentada. Su noción de modernización se plantea en tres sentidos: 1) a partir de la transformación física de la ciudad y la adopción de elementos urbanos característicos de una ciudad moderna, como la construcción de avenidas, grandes edificios y la ampliación de los servicios públicos; 2) el desarrollo del pensamiento moderno sobre la ciudad, de un pensamiento urbano en el que se importaron y copiaron ideas y modelos de países europeos y norteamericanos; y 3) de la percepción de la ciudad como factor de modernización de la sociedad. Los cafés son expresión de las trasformaciones físicas de la ciudad, son nuevos espacios de sociabilidad burguesa donde se encuentran hombres para emprender tertulias o jugar juegos de mesa, degustar exquisitos platos con el acompañamiento de mujeres y niños e importantes orquestas. Para Ana María Carreira (2008) en El florecimiento y ocaso de los cafés en Bogotá, los cafés constituyen espacios públicos donde las prácticas sociales de diversos actores fueron otorgando una identidad, una dinámica y diversidad al lugar que sobrepasó la funcionalidad del espacio planificado. El espacio público representa el encuentro entre el plano, la dimensión física y construida, y la acción colectiva o lo “practicado”. Son espacios en los que se posibilita y se potencia el encuentro, la congregación y confrontación entre diferentes, el despliegue de manifestaciones artísticas, académicas y políticas, además del poder compartir las alegrías y tristezas colectivas. La importancia del espacio público se relaciona con su fuerza para propiciar encuentros culturales diversos y relaciones sociales, por su facultad para estimular la identificación simbólica y su expresión. Los espacios públicos dan cuenta de las maneras como los ciudadanos conquistan permanentemente su derecho a la ciudad, de vivirla, apropiarla e integrarse a ella. Por su parte, Brigitte König (2002), en su estudio sobre los cafés bogotanos, El café literario en Colombia: símbolo de vanguardia en el siglo XX, hace hincapié en las prácticas sociales que 9

se relacionaban con el surgimiento de corrientes o ideas artísticas. Ella se adentra en aquellos propiamente literarios donde toda índole de poetas, cronistas, periodistas, ensayistas y escritores en general, celebraban regularmente tertulias e intercambios académicos y espirituales. En este articulo, la autora propone un desarrollo histórico de estos lugares a partir de la consideración de las tertulias que allí se daban, las generaciones y los grupos sociales que les daban vida, para luego posibilitar un análisis de la importancia de estos encuentros en tanto ideas de vanguardia, a nivel cultural, literario y político. Su concepción de vanguardia no se reduce a los llamados “ismos” o expresiones artísticas que se estaban gestando en Europa por la década de los 20s, sino como tendencias que entran en contradicción con lo viejo, tradicional y establecido, posibilitando ideas de avanzada en varios aspectos. Carreira (2008) encuentra en los sucesos del 9 de abril y el posterior contexto socio-político de Violencia, de toques de queda, de escenarios de terror, de miedo e inseguridad, de censura y prohibiciones, el momento del ocaso de los cafés en Bogotá. Sin embargo, la investigación de Camilo Andrés Monje (2011) Los cafés de Bogotá (1948-1968) Historia de una sociabilidad, parece contradecir en algún sentido esta afirmación. Si bien Monje reconoce las medidas de normalización y vigilancia que se impusieron tras el Bogotazo sobre los espacios públicos, donde los cafés, aunque no son exterminados como las chicherías fueron objeto de regulación y observación por parte de las autoridades, para hacerlos lugares higiénicos, salubres, acordes con la moralidad ciudadana y sin presencia de espíritus subversivos; él, no obstante, considera que la actividad y vitalidad de los cafés sigue estando vigente. Por otro lado, Oscar Calvo y Marta Saade (1998) en La Ciudad en cuarentena: chicha, patología social y profilaxis y María Clara Llano y Marcela Campuzano (1994), La chicha, una bebida fermentada a través de la historia, en sus investigaciones de enfoque antropológico e histórico exponen de manera clara y precisa las distintas formas de persecución y rechazo que sufrió la tradicional bebida indígena desde tiempos coloniales. Con el uso de diversas fuentes, ambas investigaciones señalan la hora de defunción de la chicha y las chicherías tras los hechos ocurridos el 9 de abril, cuando por fin todos los argumentos urbanísticos, médicos, higienistas, 10

culturales y morales logran su cometido de exterminar aquel bajo vicio de las clases populares, sustituyéndolo con otros más “sanos” como la cerveza. La imagen de ciudad que presentan Calvo y Saade (1998), tal como su titulo lo sugiere, es de una ciudad que construye un tipo de sujeto a encerrar, perseguir, disciplinar y normalizar siguiendo unos ideales modernos. Aparentemente, las clases populares sufrían de una enfermedad que degradaba aun más su raza mestiza, los embrutecía aun más de su ignorancia, los volvía violentos y criminales, y les causaban otros males a su salud física y mental. En tanto esta enfermedad era producto de la chicha, ésta y los espacios de su comercialización fueron objeto de persecución en un ambiente de modernización e industrialización de la ciudad. La fabricación de esta enfermedad que sufría el “pueblo”, el chichismo, es el objeto de estudio de Iveet Contreras (2009) El caso del chichismo en Colombia: Implicaciones de transformar una práctica en enfermedad que mediante el estudio del surgimiento de la medicina en Colombia, intenta esclarecer las condiciones que propiciaron la aparición del discurso médico en contra de la chicha, y su legitimación, utilizando una perspectiva de análisis desde la relación saber-poder. Su investigación apunta a esclarecer porqué algunos médicos colombianos creyeron que la chicha generaba dicha enfermedad, qué los llevo a lanzar una agresiva campaña en contra del uso de la chicha, por qué se aliaron con los altos mandos del gobierno en esta labor y qué se puede percibir acerca de la medicina como institución en este proceso. El contexto e imagen de ciudad en la que se generan estos procesos estigmatizadores y represivos, son analizados desde la narrativa en la obra de Edison Neira Palacio (2004), La gran ciudad latinoamericana, Bogotá en la obra de José Antonio Osorio Lizarazo que mediante un análisis literario de su obra da cuenta de las imágenes de ciudad del novelista y cronista colombiano relacionándolo con el proceso de modernización e ideal de progreso de Bogotá en la primera mitad del siglo XX. J.A. Osorio Lizarazo (1900-1964) según Neira, es el fundador de la literatura de la gran ciudad en América Latina, al develar las nuevas formas de vida que subyacen en la explosión urbana y su masificación. Su obra describe amplia y sistemáticamente estos modos de vida que caracterizaron el periodo de formación de la ciudad masificada y su significado para la transición social hacia la Modernidad en América Latina. Su interés por la 11

anomia, lo excluido, lo marginal, otorga a su obra un carácter novedoso y original al develar un fenómeno que empezaba a ser característico: la gran ciudad con su creciente pobreza y consecuente tensión social y crisis. Con un interés también por reconocer los diversos grupos que habitaban la ciudad en 1948 y sus relaciones fragmentadas, la investigación de María Mercedes Andrade (2002) La ciudad fragmentada: una lectura de las novelas del Bogotazo, tiene por objetivo develar «la imagen de ciudad» que subyace en cinco novelas sobre el 9 de abril2, así como las causas, consecuencias y significados de este hecho, el cual evidenció la imagen de una nación dividida y en crisis. Ella a través de su estudio quiere recuperar para la memoria esa ciudad escrita, aquella ciudad ya perdida, una ciudad que se caracterizaba por la exclusión, fragmentación y diferenciación socioespacial. Este mapeo de los antecedentes y trabajos que se han logrado con respecto a la temática señala no sólo la pertinencia sino también la relevancia del interés investigativo. Si bien lugares públicos como los cafés han sido objeto de estudio expresando su grandeza con el objetivo de rescatarlos para la memoria y el patrimonio de la ciudad, estos dejan en cierta medida de lado aspectos históricos de su producción espacial y social además de la relación de su vivencia y significación con los postulados de aquella ciudad en su proceso modernizador. De igual forma, las chicherías parecería que siguen siendo consideradas de manera negativa, no susceptibles de ser erigidas como patrimonio cultural, por lo que sus estudios siguen siendo limitados. Además la concepción de ciudad como espacio social permite develar aspectos sobre el desarrollo moderno de Bogotá y el proceso de modernización en el país.

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Las novelas son: El 9 de abril de Pedro Gómez Corena (1951); El día del odio de J.A. Osorio Lizarazo (1952); Los elegidos: manuscrito de B.K. de Alfonso López Michelsen (1998); Viernes 9 de Ignacio Gómez Dávila (1998) y La calle 10 de Manuel Zapata Olivella (1960).

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3. Una mirada socioespacial a la Bogotá de los 40s

3.1. Planteamiento del Problema Los espacios urbanos no son sólo escenarios donde transcurre nuestra cotidianidad indiferente; son espacios que responden a las necesidades de la estructura social, como también son espacios de expresión y experimentación. Cuestionarse sobre ellos y los distintos procesos históricos que los han configurado delineando cierta imagen de ciudad e identidad cultural, no sólo implica un cuestionamiento sobre la aparición o configuración de distintos lugares, sino que también implica una reflexión crítica sobre la manera como se han promovido y consolidado ciertos espacios en detrimento de otros, siendo ello fundamento analítico para pensar nuestra vida cotidiana en la ciudad. No obstante, cuestionarse sobre la historia de la ciudad en la que se transita, se vive y se experimenta diariamente, no implica únicamente, como tradicionalmente se ha creído, dar cuenta de una historia oficial que exponga algunos alcaldes, proyectos urbanísticos y patrimoniales, o rastrear los cambios de la ciudad en cuanto a demografía y extensión del territorio urbano mediante mapas y planos; también implica que ésta sea abordada desde la configuración del espacio en tanto producto social y al mismo tiempo como productor de la sociedad, en una relación dialéctica entre espacio y sociedad. La ciudad desde esta perspectiva surge entonces como un foco de análisis desde el cual analizar una sociedad en un contexto determinado, de tal modo que su mismo desarrollo evidencia aspectos característicos de la sociedad y la cultura en su conjunto. En este sentido, la Bogotá de los 40s en su proceso modernizador, manifiesta características fundamentales sobre cómo en la ciudad y el país se ha consolidado el proyecto de Modernidad.

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Bogotá en los años 40s se presenta como una ciudad en construcción, interesada en una rápida industrialización, modernización y racionalización del espacio urbano que la despojaran por completo de sus características tradicionales, agrarias y pre capitalistas, convirtiéndose en una sociedad adecuada al desarrollo del capitalismo y los marcos sociales y culturales de la Modernidad. Eventos como la IX Conferencia Panamericana con la presencia de Marshall, y El Bogotazo fueron claves en este proceso, en tanto promovieron y dejaron la “vía libre” para que se generaran y consolidaran ciertos proyectos en la ciudad que estuvieron delineados “desde arriba” y sustancialmente sesgados y fragmentados. Ahora bien, la relación dialéctica espacio/sociedad para el contexto que interesa a la investigación, puede ser abordada de una manera interesante, desde la perspectiva que ofrecen espacios sociales como los cafés y las chicherías, en la medida que evidencian cómo dicha sociedad percibía los espacios, los apropiaba y configuraba, pero también cómo estos espacios moldeaban la sociedad misma y los sujetos sociales para hacerlos acordes al desarrollo capitalista. Por otro lado, la administración actual de la ciudad y su secretaria de Patrimonio y Cultura ha venido generando proyectos de recuperación histórica como el de “Bogotá en un café” que tiene por objetivo rescatar la importancia cultural de estos lugares para la ciudad y erigirlos como un patrimonio de la misma. Esta investigación abona aspectos claves en este sentido, pero además establece un contraste con las chicherías las cuales -al parecer- sólo pueden ser significativas para la identidad de un barrio pero no para la memoria de la ciudad. De acuerdo a lo anterior, los cuestionamientos que guiaron la presente investigación fueron ¿Cómo la ciudad se produjo socialmente en un contexto modernizador? ¿Cómo la producción social de lugares como los cafés y las chicherías son expresiones de dicho contexto? ¿Qué manifiesta la novela El día del odio (1998) de J.A. Osorio Lizarazo sobre este proceso? En este sentido, el interés es identificar aspectos que indiquen la manera como la ciudad fue producida socialmente, señalando prácticas espaciales, representaciones del espacio y espacios de representación que permitan un abordaje de la ciudad en su totalidad para comprender los elementos históricos, sociales y espaciales que caracterizaron los lugares de interés y así 14

propiciar interpretaciones sobre la modernización en la ciudad y el país. De igual manera, se utiliza la novela El día del odio (1998) de J.A. Osorio Lizarazo como fuente y objeto de análisis para la comprensión de la vivencia de aquella ciudad. 3.2. Metodología Esta investigación se postula bajo el paradigma histórico-hermenéutico ya que la intención es fundamentalmente interpretativa, donde la teoría más que ser utilizada en su aplicación o comprobación con la realidad, constituye un elemento central para la (re)construcción del objeto de estudio, pues éste está en constante configuración de acuerdo a la revisión del Estado del Arte y la teoría. Esta última a pesar que no se pretende su comprobación, tiene un carácter de facticidad. El enfoque planteado es de carácter cualitativo nutriéndose así de diferentes técnicas que se pueden utilizar para la recolección y análisis de datos. Estas técnicas estuvieron directamente relacionadas con las posturas epistemológicas y teóricas adoptadas y de los objetivos planteados en la investigación. Una de las características más significativas de las técnicas cualitativas es que proponen captar el sentido que las personas dan a sus actos, a sus ideas y al mundo que les rodea. Esta perspectiva es adecuada y bastante útil para abordar el presente problema investigativo en tanto lo que se propone no es generalizar, hacer grandes hipótesis, comprobar y cuantificar datos, sino por el contrario conocer, comprender e interpretar cómo determinados aspectos sociales configuraron ciertos espacios siguiendo un ideal modernizador y cómo estos eran experimentados y configurados por sus usuarios. De acuerdo a lo anterior, se utilizó la novela El día del odio (1998) de J.A. Osorio Lizarazo como fuente de información y objeto de análisis que buscó ampliar la comprensión sobre la vivencia de la ciudad, es decir cómo ésta se constituía en espacio de representación para sus habitantes y cómo el autor la recreaba mediante representaciones del espacio; aspectos, como se evidenciará en el próximo capítulo, que son claves en la producción social del espacio. También se aprovechó la novela para comprender las representaciones, experiencias y prácticas sociales asociadas a las chicherías. En este sentido, a continuación se esboza una conceptualización de la 15

novela y su pertinencia para el análisis de la ciudad, señalando aspectos importantes para su interpretación de acuerdo a los objetivos planteados en la investigación. La novela se presenta como un género literario y artístico de enormes posibilidades evocativas, analíticas e interpretativas para la comprensión de lugares y espacios urbanos. Si bien datos históricos, económicos y sociales pueden ofrecer ciertas características de aquella ciudad que estaba emergiendo en su explosión urbana, es mediante la literatura que podemos imaginarla y recrearla para comprenderla en su totalidad y complejidad. La novela para la presente investigación ha de asumirse en dos sentidos, por un lado en relación con su objeto, y por otro, con las posibilidades que brinda para comprender la realidad socioespacial. En primer lugar, la novela se concibe como un género literario en proceso, en constante construcción y delineamiento debido al objeto al que se refiere: el conflicto humano, la lucha por la existencia en un mundo cambiante que ha perdido seguridades ontológicas y se aventura hacia lo posible (Cárdenas, 2013). La novela aparece en este sentido, en el marco de la Modernidad donde categorías como sujeto, conciencia y razón hacen su aparición para darle sentido a la existencia humana cuando ya se han rechazado las verdades axiológicas y ontológicas de un Dios supremo y creador. La novela habla entonces de la problemática de la existencia, del ser, de su lucha por ubicarse en el mundo, de encontrarle sentido y valor ante una realidad apabullante, novedosa e incierta; refiere a un conflicto histórico-social pero también psicológico que da cuenta de la aventura o la nostalgia que suscita la experiencia en un mundo que ha abandonado la trascendencia y ante todo la seguridad de un Dios omnipotente. Es por ello que se considera un género contemporáneo porque se refiere a la realidad inmediata, la refleja y proyecta, obviamente no de manera fiel y “objetiva”, pero sí aludiéndola, cargándola de valor y sentido de acuerdo a la ideología y patrones culturales del autor. La novela está justificada porque reconstruye y ordena estéticamente elementos de la realidad circundante para convertirlos en materia, conciencia y expresión de esa misma realidad. La realidad objetiva se transciende y supera mediante la palabra, en ella se perciben comprensiones 16

e interpretaciones y además se postula una determinada conciencia, que para Moreno Durán (1988) tiene que ver con la identidad del sujeto latinoamericano. Ante la carencia ontológica sobre un modo de ser auténticamente latinoamericano y el reconocimiento del sometimiento cultural de estas latitudes, la novela latinoamericana contemporánea proyecta su interés en el carácter protagónico del hombre en la sociedad, donde la ciudad aparece como una nueva mirada y perspectiva en torno a la indagación sobre las condiciones, complejidades y definiciones de ese modo de ser del hombre contemporáneo. La cuestión no sólo se agota con señalar que aparece un nuevo espacio o escenario donde se desenvuelve un drama humano, sino que la ciudad se supera en tanto mero ambiente o escenario para aparecer como anécdota central, protagonista y objeto de la narración mediante la cual es posible comprender la cosmovisión y totalidad de una sociedad (Moreno Durán, 1988). La novela así deja de ser una recreación para convertirse plenamente en conciencia de una realidad, es decir, expresa una totalidad la cual es abarcable desde los delirantes sueños de los elegidos hasta en las amargas contradicciones de quienes luchan por hacer parte de la sociedad. La novela delinea mapas mentales, traza planos de la ciudad, describe atmósferas, señala lugares, modos de vida, condiciones sociales además de cosmovisiones, sensaciones y sueños de sus protagonistas. La ciudad se presenta en su morfología pero no agota allí, se plantea como el hábitat, como un mundo histórica, social y culturalmente creado que es donde el ser humano vive, piensa y sueña. En este sentido, la novela El día del odio de J.A. Osorio Lizarazo publicada en 1953 como novela citadina, ofrece un panorama de la vida social y urbana de la década de los 40s en Bogotá, donde trata de representar el paisaje de la ciudad, la marginalización y acoso que presentaba para las clases populares desde la implantación de una imagen de ciudad delineada por las clases dominantes que encontraban en los referentes burgueses europeos y estadounidenses su marco cultural y simbólico. En ella son perceptibles los bordes y límites de una ciudad en construcción que segmenta y niega su pasado tradicional, campesino e indígena. Si bien se considera su narrativa en exceso mimética y realista, no hay que olvidar que el texto literario en sí mismo es ficticio de tal suerte que los interesados en extraer de él su mayor 17

riqueza de acuerdo a un problema investigativo, deben abordarlo con cautela y rigurosidad en relación con los conceptos y perspectivas asumidas. De allí que determinadas categorías postuladas por Fernando Cruz Kronfly (1996) sean pertinentes para interpretar aquella ciudad escrita por Osorio Lizarazo. Cruz Kronfly (1996) asume la ciudad como una compleja estructura cultural inteligible a partir de la literatura, donde ésta en primer lugar, se rescata como evocación, en el recuerdo, en la resurrección de momentos fundacionales, de sujetos, lugares y situaciones del pasado que constituyen elementos fundamentales para la certeza, la seguridad y el sentido de los sujetos. Evocaciones que reconstruyen y reviven espacios, lugares y sensaciones que de otro modo escaparían de la mirada contemporánea. La ciudad posibilita la emergencia de un nuevo nómada, del transeúnte, de aquel sujeto que apropiando las libertades, el anonimato y el individualismo de las urbes modernas experimenta el espacio público como si fuese privado donde puede disponerse libremente al caminar sosegado y a la reflexión solitaria en medio de la multitud en las calles. Como condensación del progreso, bienestar, civilización, confort, libertad y otros ideales modernos, la ciudad se percibe también como utopía, como objeto de deseo, es allí donde el mejoramiento económico, social y cultural es posible, la perfectibilidad humana tiene su marco de realización allí donde constantemente todo va cambiando y mejorando debido a los progresos de la técnica y la ciencia. Pero como lo afirmaba Romero (1976) la ciudad moderna como nuevo paraíso del hombre moderno, demostrada la frustración y el engaño ante las promesas hechas a migrantes rurales que difícilmente podían instalarse en ella. Entonces la ciudad como evocación, como utopía y como lugar del transeúnte surgen como categorías pertinentes en el análisis de la novela, pues mediante ellas no sólo se da cuenta de aquella ciudad retratada que escapa a los planes e imágenes de ciudad impuestos por una élite, sino que también expresa las sensaciones y experiencias de aquellos que la caminaban con hostilidad y miedo cuando sus sueños en la urbe se habían desvanecido.

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De acuerdo a estos postulados, las siguientes fueron las matrices de análisis utilizadas para la interpretación de la novela: Modelo matriz de análisis ciudad

Ciudad Física

Ciudad-utopía

Ciudad- transeúnte

Ciudad según autor

Ciudad según sensaciones de los personajes

Ciudad física: cualidades físicas y características que enuncia el autor sobre la ciudad y los lugares que la componen. Ciudad-Utopía: las perspectivas enunciadas donde la ciudad aparece como proyecto de civilización, progreso y bienestar. Ciudad-Transeúnte: la ciudad caminada por los personajes como espacio del nómada urbano. Ciudad según autor: la perspectiva y representaciones que tiene el autor sobre la ciudad. Ciudad según sensaciones de los personajes: lo que viven y sienten los personajes de la novela en la ciudad.

Modelo matriz de análisis chicherías

Descripción física

Funciones

Sujetos sociales

Concepción de la chicha según autor

Concepción del pueblo según autor

Otros instrumentos metodológicos utilizados fueron la revisión documental y el análisis de contenido como mecanismos para no sólo recolectar información, sino interpretarla y cotejarla 19

con el fin de reconstruir el contexto histórico de la ciudad y la producción social de los lugares de interés: los cafés y las chicherías. La revisión documental tuvo como objetivo recopilar información sobre la Bogotá de los 40s desde fuentes de diversa índole, las cuales mediante fichas analíticas que abordaron diferentes textos sobre la ciudad (históricos, urbanísticos, estadísticos y culturales) y temáticas (en relación con las categorías: prácticas espaciales, representaciones del espacio y espacios de representación), pudieran arrojar argumentos pertinentes para la reconstrucción de la historia de la ciudad en la primera mitad del siglo XX a partir de su consideración como producción social. Modelo ficha analítica Datos bibliográficos Palabras clave

Modelo ficha temática Nº de Ficha

Nº de Datos bibliográficos Categoría Ficha Argumentos Comentarios

Descripción del contenido Aportes para la investigación

Con el análisis de contenido se buscó la construcción de sentido desde lo que evidencia el texto hasta las interpretaciones que posibilita para la investigación, estableciendo un vínculo entre niveles analíticos e interpretativos (Ruiz, 2006). En esta parte, recopilé una considerable cantidad de fuentes referentes a cafés y chicherías en Bogotá, para luego concentrar los esfuerzos en un tratamiento exhaustivo, completo y preciso del asunto acudiendo a estrategias de delimitación extensivas que buscaron la saturación del tema. Esta información fue preciso organizarla mediante estrategias de determinación intertextuales que buscaron relacionar el sentido de determinados textos con otros, y extratextuales que relacionaron esta información con el contexto histórico de Bogotá elaborado, lo cual proyectó ciertas categorizaciones y descripciones que posibilitaron la construcción de un texto articulado, rico y complejo sobre los lugares de interés a partir de un ejercicio interpretativo.

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De igual forma se realizó cartografía de la novela y de los cafés en el software libre GVSig basándose en cartografía del Atlas histórico de Bogotá Cartografía 1791-2007(Cuéllar & Mejía, 2007) y datos del Directorio Telefónico de Bogotá de 1947, 1951 y 1957 (Empresa de teléfonos de Bogotá). La metodología adoptada permitió relacionar conocimientos de diversas disciplinas para entender la ciudad como espacio social, es decir como un espacio que es producido por la sociedad pero también que produce dicha sociedad. Hubo un intento por combinar elementos históricos, sociales y espaciales, que enriquecieran la historia de la ciudad al posibilitar interpretaciones, por ejemplo, que van más allá de señalar la destrucción del Bogotazo como razón última para acabar con el consumo generalizado de la chicha, el tranvía o construcciones “vetustas” coloniales, al poner ello en perspectiva en relación con el proceso modernizador de la ciudad y el país.

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4. Ciudad y modernización

En este apartado es especificado en primera instancia, el concepto de ciudad asumido como espacio social y producto social desde la perspectiva de Henri Lefebvre (1970); en segundo lugar la noción de tercer espacio propuesta por Edward Soja (1996) que plantea una singular mirada interdisciplinaria para el estudio del espacio y de los hechos sociales. Y en tercer lugar, se precisa de un abordaje sobre la modernización como marco de interpretación de los procesos que se fueron configurando en la ciudad de Bogotá en la década de los 40s. 4.1. Ciudad y espacio social La ciudad, en tanto configuración espacial, histórica, política, económica y cultural no puede considerarse como simple espacio contenedor donde transcurre la vida social, o espacio físico donde se reconozca la extensión de sus límites y la población existente en ella. La ciudad para la presente investigación se entiende como espacio social, es decir, una producción social generada a partir de prácticas y relaciones sociales; en este sentido, Lefebvre con la concepción de producción social del espacio social es pertinente. Según Lefebvre (1970) el espacio es tanto suelo como también medio de producción, pero también objeto de consumo, instrumento político y un componente de la lucha de clases. Sus análisis desde una concepción filosófica y marxista en torno al fenómeno urbano desplegado tras la Segunda Guerra Mundial en los países occidentales, le permitieron configurar una teoría sobre el espacio, y en especial, de la urbanización considerada como una nueva etapa del capitalismo avanzado. En primer lugar, el espacio no puede entenderse como un vacío en el que se introducen y se posicionan objetos, individuos, máquinas, industrias y redes de distribución. Hablar de espacio implica considerar la historia, las prácticas sociales y los sujetos colectivos que han marcado su 22

devenir y formado diversas etapas del mismo (Lefebvre, 1970). Es por ello que el espacio se asume como un producto de las relaciones sociales de producción; éste es creado según el modo de producción económica vigente en la sociedad, con las relaciones y actores sociales que suscite para su desenvolvimiento. Para que las relaciones sociales y la sociedad entera tengan una existencia real deben proyectarse, inscribirse y consolidarse en el espacio, pues es en el espacio donde la sociedad se produce y reproduce, y a su vez produce y configura el espacio mismo. Como es planteado por Lefebvre: “The social relations of production have social existance to the extente that they have a spatial existance; they project themselves into space, becoming inscribed there, and the process producing space itself” (Citado por Soja, 1996, p.182). Aspecto por el cual, el espacio deviene cada vez más un espacio instrumental, en tanto es en el espacio donde se producen y reproducen las fuerzas productivas y las relaciones de producción (Lefebvre, 1974). El espacio, en este sentido, también denota un carácter político, en la medida en que en él no sólo se desarrollan estrategias políticas, sino que es objeto en sí mismo de técnicas políticas, además que al dar cuenta de las relaciones sociales de producción del sistema capitalista, es inevitablemente un espacio donde se proyectan en el tiempo la lucha de clases y las relaciones de dominación, explotación y sujeción. Pero también, debido a la explosión del fenómeno urbano, el espacio deviene un objeto de consumo, un producto, es decir un resultado del trabajo social a ser intercambiado, vendido y comprado generando cuantiosas ganancias, pues “el espacio urbano ya no es medio indiferente, la suma de los lugares donde se forma, se realiza y se reparte la plusvalía. Se vuelve producto del trabajo social, es decir, objeto muy general de la producción, y por consiguiente de la formación de la plusvalía” (Lefebvre, 1970, p.159-160). Es por ello que el espacio resulta ser una manifestación de las distintas maneras en que es empleado el tiempo en la sociedad, de su utilización en procesos de explotación capitalista, dominación, segregación, etc. En este sentido, el espacio nunca tiene una “existencia en sí”, fija, inmanente y eterna, sino que siempre está en relación, determinado y remitiendo al tiempo, “al tiempo existencial y simultáneamente esencial” (Lefebvre, 1974, p.243). 23

Según Lefebvre, el espacio no ha sido considerado en su totalidad e importancia debida, pues las descripciones que se hacen de él son enunciados de características, atributos y propiedades que no alcanzan un nivel analítico y mucho menos teórico del espacio. Las perspectivas que han imperado se limitan a señalar lo que existe en el espacio o a enunciar un discurso sobre el mismo reduciéndolo a un dato simple y llano. Por tanto, un conocimiento del espacio lo ha de considerar en su totalidad: un espacio social que es multifacético, simultáneo, repetitivo pero diferencial 3. Conocimiento que debe darse teniendo en cuenta la importancia de las relaciones sociales en la producción del espacio, de modo que la dialéctica surge como estrategia teórica fundamental para su análisis. La concepción dialéctica planteada por Lefebvre no es una dialéctica reducida a oposiciones y contradicciones a ser suprimidas o trascendidas, sino una dialéctica que pone en juego tres elementos, tres momentos que existen en co-relación, en conflicto, en alianza y son interdependientes, donde cada uno de ellos asume una posición de igual importancia y ocupan una posición similar con respecto a otros, configurando una “dialéctica tridimensional” (Lukasz & Schmid, 2011, p.62). Entonces el análisis del espacio social requiere no sólo abordar los desarrollos que se han hecho sobre la materialidad u objetividad del espacio, sino también de lo discursivo y representacional, además de las vivencias y experiencias de quienes los usan y configuran. Desde estos tres aspectos, en relación constante, se puede construir un conocimiento del espacio considerado en su totalidad. La producción del espacio social implica la relación de: Prácticas espaciales, Representaciones del espacio, y Espacios de representación Las prácticas espaciales se refieren a la espacialidad que enmarca la generación y reproducción de las relaciones sociales de producción, a aquellos lugares y escenarios

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El espacio diferencial se realiza debido a las diferencias que se insertan y se instauran en el espacio, las cuales no provienen del espacio en sí mismo, sino de lo que en él se instala, reúne y confronta (Lefebvre, 1970).

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característicos de cada formación social, como lo es la ciudad en la antigüedad, el campo en la edad media y la industria y la urbanización en el capitalismo. Estas prácticas espaciales suponen un cierto grado de continuidad y coherencia, en tanto permanecen en el tiempo de acuerdo a la estructura económica y social. Las prácticas espaciales suponen los espacios en los que se desarrolla una sociedad, donde se produce y se reproduce, espacios que son producidos lentamente así como configurados y apropiados. Las prácticas espaciales “secretes that society’s space; it propounds (le pose) and presupposes it (le suppose), in a dialectical interaction” (Lefebvre citado por Soja, 1996, p.66). Éstas prácticas presuponen y producen el espacio, lo dominan, lo apropian de tal manera que éste se presenta como una representación de lo que es la sociedad. Así relaciones sociales, fuerzas productivas, ideologías e imaginarios como fundamentos de la sociedad, se plasman en el espacio adquiriendo con ello una existencia real. La repetición de las rutinas diarias en el mundo moderno, las rutas, la movilidad, las redes, los sitios de trabajo, las industrias, los lugares privados y de habitación, y los de ocio y diversión en la vida urbana son expresiones de las prácticas espaciales en la sociedad contemporánea. Señalar un cierto énfasis en la vida cotidiana, como noción que nos acerca a la totalidad, es significativo para el presente análisis en tanto otorga pertinencia a la consideración de lugares de socialización y ocio como los cafés y las chicherías para dar cuenta de aquella ciudad. En segundo lugar, se encuentran las representaciones del espacio, las cuales denotan un espacio que es conceptualizado, concebido (espace conçu); es el espacio propuesto por los urbanistas, los científicos, los planeadores, los tecnócratas y en cierta medida, los artistas. Es un espacio que plantea una idea, una imagen mental, de allí su relación con el modo de producción, pues desde la clase dominante se impone un orden y un diseño de espacio a modelar. Diseño que es constituido mediante el control del conocimiento, los signos, los códigos, los discursos, en últimas del lenguaje y lo que este puede enunciar como “verdad” o “normal”. Las representaciones del espacio vehiculan espacios mentales que representan el poder político y económico, con su subsiguiente control y vigilancia, y la ideología. No obstante, estas representaciones del espacio también están caracterizadas por la oposición y la imaginación. El 25

espacio mental así surge también como una apuesta por lo utópico, por las visiones de mundo alternativas, por la creación y la imaginación de mundos posibles mediante la literatura y el arte. Por último, están los espacios de representación, los cuales se establecen como diferentes de los anteriores, pero que a su vez los envuelve, los integra y los supera. Son espacios vividos, (espace vécu) cargados de complejos simbolismos, imágenes y códigos, que están o no regulados y reconocidos; son aquellos espacios clandestinos, marginados, underground, y aquellos propios del arte. Son los espacios donde sus usuarios los producen y configuran a partir de sus relaciones, representaciones, imaginarios, deseos, luchas, proyectos y utopías. Es por ello que estos espacios denotan, no sólo las representaciones del espacio del poder, sino la puesta en marcha y operación de espacios de representación de resistencias, de luchas, de liberación y emancipación. Es preciso señalar que esta teoría4 sobre la producción social del espacio es planteada por Lefebvre en cierta medida para comprender el fenómeno urbano que se estaba configurando en las ciudades europeas en la segunda mitad del siglo XX, fenómeno que ha dejado de ser caracterizado por la industrialización, adquiriendo cierta autonomía para presentarse como una nueva etapa del capitalismo5. El planeta tierra parece irse convirtiendo paulatinamente en una sociedad urbana, el espacio ha sido dominado por la estructura capitalista en una tendencia homogenizante marcada por una racionalidad económica y política que niega las vivencias, experiencias y utopías de los individuos. Y he aquí la importancia del estudio de las ciudades como espacios sociales, como productos espaciales. La ciudad proyecta e inscribe sobre el espacio una sociedad, un cierto tipo de sociedad con sus determinantes históricos, que se plantea de igual manera como una totalidad social, comprendida su cultura, sus instituciones, su ethos, así como su base económica y las relaciones sociales que suscita (Lefebvre, 1974). En la ciudad se encarna el poder político y económico en

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En este punto me sustento en Lukasz & Schmid (2011) quienes encuentran en esta noción más una teoría que un método, aunque abierta y estructurante, para comprender la realidad social como totalidad desde la importancia que va teniendo el espacio para el desarrollo del capitalismo en la posguerra. 5 Es una nueva etapa en la medida que la realidad urbana modifica las relaciones de producción, sin llegar a transformarlas, ya que el espacio se inserta como una nuevo medio de producción para la dinámica capitalista (Lefebvre, 1970).

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instituciones, obras, monumentos, edificios públicos y privados; en pocas palabras, en la ciudad se presenta y se representa la sociedad. No obstante, esta formación socio-espacial que es la ciudad, no debe considerarse como un tipo ideal o arquetipo, pues en ella juega un papel importante las determinantes históricas y temporales, de tal modo que ésta no es simplemente una proyección de cierta estructura social o económica, sino que ante todo “la ciudad es un espacio-tiempo” (Lefebvre, 1970, p.142) que como espacio social expresa las maneras en que se invierte y utiliza el tiempo por los individuos. Lo anterior permite realizar ciertas salvedades teniendo en cuenta el contexto al que se hace referencia. Si bien el país y en específico la ciudad, venían generando procesos que permitieran la consolidación de la Modernidad occidental en estas latitudes, en la década de interés es un poco inadecuado señalar que Bogotá expresara un fenómeno urbano, no sólo porque la “explosión urbana” no era significativa en relación con otras ciudades latinoamericanas 6, sino también porque su proceso de constitución no fue dado por la industria, sino que todos los planes y desarrollos que se imprimieron en la ciudad fueron dados gracias a lo acumulado por la economía agroexportadora del café, economía que fue la que permitió al país su inserción efectiva en el capitalismo (Palacios, 1979; Suárez, 2006 y Del Castillo, 2003). Aunque estos aspectos van a ser abordados con más detenimiento en el apartado sobre la modernización, es preciso señalar, no obstante algunas consideraciones sobre la ciudad en América Latina. 4.2. La ciudad en América Latina José Luis Romero en su libro Latinoamérica: las ciudades y las ideas (1976) realiza un abordaje histórico desde los tiempos prehispánicos hasta el siglo XX del papel que han jugado las ciudades en el devenir de América Latina, lo cual es de singular importancia en la medida que desde la llegada de los españoles a estas latitudes, todo este territorio se constituyó en una proyección del mundo mercantil y europeo del siglo XVI. En las ciudades, tanto de los centros de los grandes imperios Azteca e Inca conquistados como en las creadas, se intentó asegurar la

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Mientras ciudades como México, Buenos Aires, Rio de Janeiro y São Paulo ya sobrepasaban el millón de habitantes en los años cuarenta, Bogotá apenas alcanzaba el medio millón.

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presencia de la cultura europea, en ellas se concentró el poder político y social dirigiendo los procesos económicos y así trazando el perfil de las regiones sobre las que ejercía su influencia (Romero, 1976). Con la crisis económica de 1929 se debieron cambiar las relaciones con el exterior, no sólo para atenerse a las nuevas condiciones que este mercado mundial les exigía, sino para configurar su propia economía, de modo que ya no iba a ser la exportación de materias primas su sustento fundamental, sino la industria. En Colombia este proceso industrial, en cierta medida dirigido por el Estado, fue la llamada “sustitución de importaciones”, que empezó a propiciar ventajas al sector industrial, sobre todo de alimentos y textiles, pero importando tecnología y maquinaria necesaria del exterior manteniendo aún una relativa dependencia. El desarrollo industrial, el éxodo rural y la explosión demográfica se combinaron para configurar un fenómeno complejo, incisivo y cambiante, no sólo a nivel cuantitativo sino también cualitativo que es el de la explosión urbana. En las ciudades se instalaron las actividades terciarias, de servicios y negocios, así como también fábricas que buscaban una infraestructura favorable para su producción con buenas provisiones de luz, agua, y de mano de obra, así como buenas condiciones para el transporte, las comunicaciones, la comercialización y su cercanía a los centros financieros, administrativos y políticos. Desarrollo industrial y de servicios que generaba más expectativas a campesinos que veían en la ciudad, en su crecimiento y expansión una nueva alternativa para sus vidas. No obstante, entre más crecía la ciudad, más expectativas y al mismo tiempo más decepción generaba, pues la población migrante se instalaba difícilmente en ella, expresando tensiones y contradicciones sociales cada vez más intensas. Es preciso señalar por ello que en la ciudad colombiana, y en específico, Bogotá, la llamada explosión urbana, fue en términos de Aprile-Gniset (1992), un proceso “artificial, incontrolado y completamente deformado” (p.555). Artificial en la medida en que el crecimiento acelerado de la población en las ciudades se dio debido a la migración masiva de campesinos que huían de la

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violencia, tanto de las guerras civiles finiseculares7, como de las luchas partidistas con tintes agrarios desde mediados de los años 30, con una intensificación desde 1947 hasta 1965 con la llamada etapa de “La Violencia”8. Y además porque, en primera instancia, la ciudad aún no constituía un elemento de “progreso”, desarrollo o “Modernidad”, dada su poca importancia frente al campo9. Por otro lado, la industria colombiana no surge en las ciudades, sino en el campo, cerca de los lugares de extracción de las materias primas como lo expresan los lugares de fundición del hierro en La Pradera, las minas de sal mineral y marina, las fábricas de cal y carbón, los talleres de mantenimiento de las dragas en zonas mineras de Antioquia y Chocó, los talleres de los primeros ferrocarriles, los ingenios paneleros y luego azucareros en el Valle, y las fábricas de cemento. En la ciudad de Bogotá se concentró más que la burguesía industrial, la burguesía cafetera y la gran élite financiera, aspecto que fue evidente con la construcción de altos edificios para bancos, seguros, empresas urbanizadoras y hasta de avenidas. Los fenómenos de marginalidad, colonización de terrenos y autoconstrucción presentes en el crecimiento de la ciudad, son manifestaciones del carácter incontrolado, anómico y “deformado” de la urbanización en Bogotá. Los migrantes, que huían de la violencia, o buscaban mejores condiciones de vida, traían vivos los recuerdos de sus lugares de origen, de sus estilos de vida y sus prácticas sociales, reflejándolo en sus formas de apropiación y configuración del espacio urbano; un espacio que por cierto se mostraba hostil y excluyente frente a su lucha cotidiana de tener acceso a la ciudad, de ser parte de ella, de apropiarse del derecho a gozar de sus beneficios. Para Romero (1976), la tensión social se presentó entre la sociedad tradicional instalada ya en la ciudad, compuesta de clases y grupos articulados y normalizados; y los grupos inmigrantes, gentes que no tenían ningún vínculo y norma frente a ese espacio urbano y su sociedad. Estos

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Por ejemplo entre los años de 1913 a 1935 se presenció una expansión urbana considerable en las laderas de los cerros orientales, lo cual iba a configurar el llamado Paseo Bolívar (Cuéllar y Mejía, 2007) 8 Fenómeno que por cierto no ha dejado de ser fundamental para la expansión urbana, pues el desplazamiento forzado y la búsqueda de un mejor porvenir ha abocado a una gran población a las ciudades, donde se insertan, en una gran proporción de manera marginal. 9 En 1938 en los centros urbanos sólo se concentraba el 31% de la población colombiana, frente a un 69% rural, relación que cambiará hasta 50 años después (Aprile-Gniset, 1992, p.569).

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últimos fueron un grupo anómico, heterogéneo y marginal, “un conjunto de seres en lucha por la subsistencia, el techo, el sobrevivir” (p.332). Era una lucha por ser parte de esa ciudad, con los beneficios y obligaciones que implicaba, pero la sociedad tradicional los observaba como ajenos, enemigos, “barbaros”, un grupo amorfo que se percibía como “otra sociedad” que invadía y acechaba la ciudad conocida. Estos grupos heterogéneos se solidificaron en masa, en un conjunto uniforme y anómico de personas situadas marginalmente, migrantes rurales y pobres de la ciudad en permanente lucha y competencia. En la masa no hay algo como la “identidad” de grupo, nadie se sentía o quería sentirse parte de ésta, simplemente se quería salir de esa situación anómica, excluida y marginal a la que estaban avocados. Es precisamente esta masificación y anomia como correlato de la ciudad moderna, el que representó J.A. Osorio Lizarazo en su literatura, y de allí su pertinencia a la hora de abordar las imágenes de aquella ciudad naciente como lo era la Bogotá de los 40s. 4.3. Espacio vivido o tercer espacio El espacio vivido se constituye en una nueva forma de dar cuenta del espacio social, en el que se tienen en cuenta las experiencias, los símbolos y significados que apropian, construyen y configuran los individuos en sus espacios, aspectos que Edward Soja (1996) considera bastante fructíferos para abordar cuestiones geográficas en los tiempos contemporáneos. Si bien su postura parte de la dialéctica propuesta por Henri Lefebvre (1970), él dará cuenta de una noción que intenta superar posturas geográficas tradicionales en sintonía con la importancia que adquiere la geografía en las ciencias sociales. El tercer espacio surge como un concepto que intenta ser estratégico para el análisis del espacio social, que se sustenta en tríadas relacionadas dialécticamente, la ontológica y la espacial. Sin embargo, Soja advierte que lejos de pretender la verdad universal sobre lo que es el espacio o una clausura o totalización del conocimiento social o espacial, lo que plantea es una lectura total de sus fenómenos desde la otredad. La existencia social del ser humano, su naturaleza, su entendimiento y conocimiento han sido reducidos por la ciencia occidental a las relaciones entre su carácter histórico y social, dejando lo 30

espacial como un elemento de segundo orden al considerarlo como contenedor, escenario, ambiente o una fuerza externa sobre el comportamiento humano y la acción social. Sin embargo, la existencia del ser en el mundo, el Dasein de Heidegger o el être-là de Sartre, plantean al hombre como un “ser simultáneamente histórico-social-espacial" (Soja, 1996, p.73), muy a pesar de que a lo largo de los desarrollos científicos y disciplinares en Occidente, se hallan privilegiado sólo dos aspectos de esta existencia. En este sentido, Soja plantea la necesidad de un re-equilibrio ontológico, epistemológico y teórico entre la espacialidad, la historicidad y la sociabilidad para la comprensión del hecho social. Esta apuesta se fundamenta en los avances que se han dado en la geografía que ha configurado sus marcos conceptuales y metodológicos para dar cuenta de las relaciones de los individuos y la sociedad con el espacio representadas en la geografía de la percepción con autores como Yi-Fu Tuan, la geografía radical con Harvey, Richard Peet o Milton Santos como teóricos sobresalientes; y la geografía humanística. De igual forma el llamado giro geográfico en los 90s fundamenta ésta apuesta teórica en la medida que la geografía adquiere y asume más importancia y protagonismo en la teoría social. Dicho giro constituye nuevos planteamientos epistemológicos, teóricos y metodológicos para el estudio de la relación espacio/sociedad o la dimensión espacial de lo social (Lindón 2011) ya que la geografía humana encuentra nuevos objetos de estudio y renueva las categorías, conceptos y técnicas para objetos ya consolidados, bebiendo de los giros a su vez desarrollados en las ciencias sociales y la filosofía en la segunda mitad del siglo XX, como el lingüístico, pictórico y cultural. Una aproximación cada vez más creciente al sujeto y al lenguaje por parte de la geografía han posibilitado nuevas comprensiones que hacen hincapié en la narrativa, en los significados, en la experiencia, en la imagen o en la identidad para el entendimiento del espacio, la ciudad o el territorio; y donde la propuesta de Edward Soja al promover un acercamiento más complejo y denso con las ciencias sociales, es una expresión de los desarrollos de la disciplina. Ahora bien, es preciso señalar que esta tríada ontológica o trialéctica del ser se sustenta en una crítica de carácter espacial que hace el autor al historicismo o al predominio de la historia 31

para el devenir de la sociedad y su comprensión, tan expresivo durante el siglo XX entre la teoría marxista. Esta crítica se funda en el hecho que el tiempo fue considerado como algo rico, lleno de vida, dispuesto a la acción social e individual, con ritmos, crisis y permanencias; mientras que el espacio se consideró como algo fijo, sin vida, sin movimiento, un simple trasfondo o escenario donde se daba cabida al drama humano pero sin ninguna posibilidad de cambiarlo debido a su externa y eterna fijación. Mientras la historia se producía y transformaba socialmente, el espacio estaba como externa o eternamente dado. El segundo elemento constituyente de su noción de tercer espacio, es la trialéctica del espacio que es una lectura particular de los elementos o momentos que constituyen la producción del espacio social en Lefebvre (las prácticas espaciales, las representaciones del espacio y los espacios de representación). Dentro de las primeras epistemologías, aquellas que hablan sobre el primer espacio o espacio físico y objetivo, se encuentran aquellas que se han preocupado solamente por la descripción exacta y meticulosa de la forma y la estructura del espacio y por su explicación con procesos biofísicos y psicológicos. Las epistemologías del segundo espacio se constituyen en torno al espacio mental o concebido, denotando que este es primero producido vía pensamiento y lenguaje a través de las representaciones del espacio, donde su conocimiento y explicación implican acercamientos reflexivos, subjetivos, introspectivos, filosóficos e individuales. Podría decirse que el segundo espacio es un espacio ideal, hecho de proyecciones a partir del mundo empírico y sensible, una imagen o representación del mundo y del espacio. El espacio vivido como lo afirmaba Lefebvre (1970) es el espacio en el que se vive y se experimenta, esto es, los espacios de representación, los cuales se distinguen de los anteriores espacios, pero a la vez los engloba. Estos son espacios llenos de política e ideología, con elementos reales e imaginarios, y con el capitalismo, el racismo, lo patriarcal y otras prácticas espaciales que se concretizan en las relaciones sociales (Soja, 1996). El espacio vivido es donde los sujetos actúan, interactúan, se desarrollan, se expresan, encuentran prohibiciones o rompen con ellas.

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El tercer espacio, como concepto, se constituye no sólo en un acercamiento epistemológico que plantea la crítica a las epistemologías del primer y segundo espacio, sino que intenta renovar estos acercamientos para propiciar un conocimiento geográfico más complejo y rico a partir de su apertura a nuevas posibilidades teóricas, donde se reconozca la importancia del espacio para la comprensión social, en una apuesta por la espacialización de la historicidad y la sociabilidad (Soja, 1996, p.82). De esta manera, el tercer espacio como concepto que se fundamenta en las tríadas antes mencionadas, es de singular importancia para la inquietud que me interesa en tanto permite el acercamiento a unos postulados de orden histórico, sociológico y político sin los cuales privilegiaría una imagen de ciudad que sólo vería datos como la población, el aprovisionamiento de servicios públicos, la adecuación de la red vial o los planes urbanizadores; no dando cuenta de la imagen de ciudad moderna que empieza a consolidarse durante la primera mitad del siglo XX signada por la fragmentación social, la masificación y las contradicciones sociales. 4.4. Modernización y ciudad De acuerdo a los planteamientos anteriores, comprender la ciudad como espacio social implica reconocer su espacialidad como un producto de la sociedad y de la historia; en este sentido la modernización surge como una categoría clave que aglutina ciertos procesos históricos y sociales determinantes en el devenir de la ciudad. La modernización para la presente investigación se entiende como un “complejo de estructuras y procesos materiales” en el plano político, económico y social que están en un perpetuo devenir (Berman, 1988, p.129); proceso que se diferencia del modernismo que se refiere al desarrollo de ideas, visiones y valores intelectuales y artísticos; y de la Modernidad que

para

Marshall

Berman

es

la

dialéctica

entre

los

anteriores

elementos:

modernización/modernismo. Comprender la experiencia moderna para Berman (1988) debe superar la dicotomía en que ha estado inmersa, en la que se analizan por un lado los procesos sociales, económicos y políticos que la caracterizan, es decir del desarrollo del capitalismo, el surgimiento de los Estados 33

nacionales, la división social del trabajo y los fenómenos de urbanización; y por otro lado, las expresiones culturales y artísticas modernistas. Por el contrario, él decide considerarla como una dualidad que expresa ambos procesos constitutivos de la Modernidad donde todo lo sólido se desvanece en el aire. Tres elementos de dicha experiencia moderna son fundamentales de acuerdo a los objetivos de la presente investigación: 1) la modernización del mundo material como base del desarrollo espiritual; 2) la idea de constante cambio, renovación y reemplazo; y 3) el modernismo del subdesarrollo. En primer lugar, El Fausto de Goethe escenifica la idea que sostiene que el desarrollo económico y técnico-tecnológico, es un factor clave para el desarrollo social y espiritual de los individuos. Una vez ha apropiado los valores emergentes modernos como la libertad –de movimiento, de empresa- el progreso o la civilización, Fausto inicia una labor desarrollista que tiene por propósito crear las condiciones necesarias para el mejoramiento económico de los individuos, con el supuesto que si estos vivían en condiciones favorables la revolución social y política era innecesaria. Nuevos puertos, canales, carreteras y puentes crearían un escenario donde el desarrollo espiritual de los individuos sería inminente, consolidando una comunidad y un mundo nuevo. Este supuesto fue el que sostuvo los planes de desarrollo promovidos por los organismos internacionales para el “Tercer Mundo” tras la Segunda Guerra Mundial y particularmente en Colombia, en los cuales se sugerían procesos de industrialización y urbanización acelerados y dirigidos por el Estado, para lograr un progreso que fuera soporte para una sociedad moderna. No obstante, en América Latina, este proceso ha implicado marginalidad, desigualdad, segregación y fragmentación social, debido a la ausencia de valores y mecanismos simbólicos de cohesión social, identidad y adhesión que sustituyeran los tradicionales. La modernización en América Latina se percibe entonces como un proyecto inacabado, a medias o no contemporáneo, y en el caso colombiano un proyecto con fuertes características violentas (Corredor, 1990). Es por ello que Consuelo Corredor (1990) plantea que en Colombia se ha dado una modernización sin Modernidad, al señalar cómo los desarrollos a nivel económico y técnico, no 34

conllevan determinante y necesariamente a cambios de concepción en la legitimidad de la soberanía estatal o en los valores y marcos simbólicos diferentes a los religiosos, es decir, procesos de modernización no conllevan de manera causal y directa a la Modernidad. Por el contrario, el resultado fue un estado de anomia social, estado que es el más crítico de la desorganización del sistema social debido al quebrantamiento del orden normativo e institucional. La expresión máxima de esta anomia es la incesante guerra civil y violencia que ha sufrido este país a lo largo de casi todo el siglo XX, y que tristemente aún es vigente. En segundo lugar, para Berman (1988) la modernización tiene un impulso endémico que es el de crear un entorno homogéneo totalmente modernizado y novedoso donde las cualidades y sensaciones del mundo tradicional se hayan borrado por completo; de tal modo que es un impulso de constante creación y destrucción, un intento por reemplazar, cambiar e innovar continuamente con el objeto que los espacios y la producción sean más rentables. El mundo moderno entonces es donde todo lo sólido se desvanece en el aire; éste crea nuevos deseos, estilos de vida, relaciones sociales, espacios y productos, pero a su vez destruye otros, los engulle en un mundo de horror bajo el dictamen moral del nihilismo, donde todas las conductas se hacen permisibles si resultan ser económicamente rentables. Lo cual para Berman, siguiendo a Marx, es una base para el funcionamiento del orden económico burgués. Ahora bien, dichos procesos como lo ha demostrado la historia no fueron homogéneos en todos los puntos cardinales del globo, sino que tuvieron sus particularidades y es por ello que Marshall Berman (1988) habla del “modernismo del subdesarrollo” donde sugiere a San Petersburgo como modelo arquetípico. Durante

el

siglo

XIX,

bajo

Nicolás

I

que

convirtió

a

Rusia

en

un

“Estado policial” (Berman, 1988), San Petersburgo fue el símbolo de la modernidad en medio de una sociedad atrasada y feudal; mientras el Estado se preocupaba por modernizar sus edificios y plazas, realizar una monumentalidad a su poderío, y tecnificar sus fuerzas policiales y burocráticas, se hacia al mismo tiempo una alabanza al servilismo, a las relaciones feudales y se cerraba a Rusia a las ideas de avanzada venidas de Occidente. La ciudad se encargaba de

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escenificar la modernización desde arriba y las condiciones a las que el pueblo ruso se tenía que someter en dicho proceso. El “modernismo del subdesarrollo” refiere entonces a la modernización desde arriba, a una modernización truncada y sesgada basada en fantasías y sueños de Modernidad, nutrida de espejismos y fantasmas que si bien generan transformaciones materiales importantes, se pretenden mantener las mismas condiciones sociales, políticas y culturales. Estos tres aspectos son fundamentales para comprender el proceso de modernización, pero también para el objetivo que interesa a esta investigación, de hacer de la ciudad y su desarrollo urbano, un foco de análisis para entender cómo Colombia se apropió del proyecto de la Modernidad mediante procesos de modernización; pues como la entiende Adrián Gorelik (2003) fue la ciudad el instrumento privilegiado, la máquina mediante la cual se extendió y reprodujo la Modernidad a partir de estilos de vida enmarcados en los principios de civilización, novedad y progreso. De hecho, él plantea que hablar de Modernidad o lo “moderno” en Latinoamérica implica necesariamente referirse a la ciudad, a su desarrollo y configuración, en tanto ésta, como el más genuino producto de la Modernidad occidental, se constituyó en un proyecto deliberado para arribar a una sociedad moderna.

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5. El surgimiento de la ciudad moderna

Bogotá en la primera mitad del siglo XX

Bogotá está destruyendo a Santa Fe de Bogotá Hernando Téllez, 1948

La ciudad moderna es aquella que presenta una jerarquización y diferenciación espacial, que propicia prácticas espaciales específicas de una ciudad capitalista10, que presenta una población urbana amplia por lo que desarrolla un sistema de arterias viales, transporte masivo y equipamiento de distintos servicios públicos, y que debido a sus opciones culturales y novedosas representa un factor de modernización o “progreso”. Dicha ciudad se consolidó en el país gracias a la economía agroexportadora del café, donde el crecimiento de ciudades como Medellín, Cali y Bogotá, siendo los asentamientos urbanos más cercanos a las plantaciones cafeteras lo constatan, no sólo al ser albergue de los hacendados-comerciantes cafeteros, sino porque en ella se instalaron las primeras fábricas e industrias que se financiaron con la acumulación cafetera (Del Castillo, 2003). Pero también distintas necesidades sociales, políticas y culturales tuvieron un papel importante en su configuración, y en el caso de Bogotá unos intereses económicos y políticos se conjugaron para transformar la colonial, tradicional, desordenada, sucia y angosta Santafé de tal modo que el espacio urbano manifestara las condiciones que estaba desarrollando el capitalismo en el país y las nuevas fuerzas sociales que ejercían influencia. Siguiendo a Suárez (2006) se podría decir que un primer elemento de la ciudad moderna es su explosión urbana, es decir la extensión del perímetro urbano y su población. Según el Acuerdo

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Las prácticas espaciales de tipo capitalista son aquellas que demuestran las maneras en que es invertido el tiempo por las sociedades, siguiendo los planteamientos de Henry Lefebvre (1970).

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15 de 1940 los límites del área urbana de la Bogotá de entonces eran en el oriente, el barrio Bosque Calderón Tejada, el Paseo Bolívar y El Guavio, en el sur, el barrio San Blas, Veinte de Julio y Libertador; en el occidente el barrio Santander, Ricaurte, la Ciudad Universitaria y San Fernando, y al norte el rio Rionegro y el Country Club. Como vemos la ciudad iba un poco más allá de la avenida Primera de Mayo al sur, la 80 hacia el norte, y la 30 hacia el occidente. Extensión que se modificará en la siguiente década con la Ordenanza 7 de 1954 con la que se anexan los municipios de Bosa, Fontibón, Usme, Usaquén, Engativá y Suba. Un censo de la época mostraría un incremento de la población, la cual en 1905 era de 100.000 habitantes, en 1938 de 330.312, en 1940 de 366.895 y en la década del 50 ya sobrepasaba los 600 mil habitantes, lo cual no es alarmante pues en las décadas del 20 y 30 ciudades latinoamericanas como Buenos Aires, Río de Janeiro y México ya habían sobrepasado el millón de habitantes (Fundación Misión Colombia, 1988). Casi el 80% de esta población provenía principalmente de Boyacá y Cundinamarca (Archila, 1989); inmigrantes que habían llegado huyendo de la violencia, sea de las guerras finiseculares o de las revanchas partidistas acrecentadas desde 1946, o simplemente con deseos de un futuro mejor en una ciudad que se percibía con enormes potencialidades de trabajo y mejoramiento social. Es por ello que se afirma que la urbe no mantuvo sus niveles de expansión sino que estos fueron dados por las olas migratorias (Suarez, 2006). La paulatina extensión del perímetro urbano y el aumento de la población se vieron reflejados en la transformación física de la ciudad. La modernización de Bogotá en la primera mitad del siglo XX según Juan Carlos del Castillo (2003) sólo se vio reflejada en la mejora de equipamientos e infraestructura de la ciudad, es decir en una modernización representada en el aprovisionamiento de luz eléctrica, agua y alcantarillado, con la construcción de espacios modernos como hoteles, bancos, teatros, cafés, industrias, la apertura de vías e instalación de medios de transporte y comunicación modernos: el ferrocarril, el automóvil, el tranvía, el avión, la radio y el cine. Otros elementos como la consolidación de un pensamiento urbano que delineara la construcción y planeación de la ciudad o como que ésta fuera un factor clave de modernización para el país, son elementos que sólo fueron posibles después de mediados del siglo XX. Por un lado, si bien existía un pensamiento urbanista desde la década de los 20 este no 38

fue continuo y era objeto de distintas discusiones debido a intereses económicos solapados, y por otro, la ciudad sólo fue significativa para el desarrollo del país hasta los 70s cuando la población urbana fue mayor que la rural y esta empezó a considerarse como palanca económica para el país11. Pero dicha modernización se vio jalonada por la conjugación, ¿casual?, de dos eventos, 1) la IX Conferencia Panamericana y 2) el Bogotazo, en tanto ambos propiciaron condiciones necesarias para la ejecución de determinados proyectos e imágenes de ciudad. Según AprileGniset (1983) después del 9 de abril de 1948 se consolidó la influencia cultural de Estados Unidos que ya venía operando a nivel económico, político e institucional, pero que hasta ese momento se materializa en cambios arquitectónicos y urbanísticos. Tras el estallido popular la historia de Colombia no sólo se parte en dos, “sino también la historia de la Carrera Séptima” (Aprile-Gniset, 1983, p.4) y con ella la de la ciudad, en tanto modificó no solo los usos del suelo de esta importante carrera, sino también su estética y arquitectura. Evidenciar cómo el suelo se convierte en fuerza productiva mediante nuevas prácticas espaciales, así como las representaciones del espacio que guiaban ésta producción, y las limitantes de la vivencia de la ciudad como espacio de representación es el objetivo de este capítulo. En este sentido, el espacio revela su carácter multifacético en tanto se presenta como fuerza productiva, expresión de la contradicción social y como instrumento del gobierno de la población. Es decir, la Bogotá de los años 40s desde la perspectiva de espacio social, trasciende la idea de ser simple escenario o contenedor de acontecimientos sociales, devela una esfera económica, cultural y política compleja que brinda comprensiones sobre la totalidad de aquella ciudad histórica.

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De hecho, una de las tantas misiones extranjeras que visitaron el país para promover su modernización, la misión del BIRF liderada por Lauchlin Currie, llamaba la atención sobre la necesidad de mejorar el desarrollo urbano como un componente fundamental del desarrollo económico y social debido a la precariedad de la producción agrícola y las condiciones de vida de la población rural.

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5.1. La transformación física de la ciudad Las ganancias de la comercialización y exportación del café, la inyección creciente de capital por parte de los Estados Unidos desde la década del 20 y la tímida intervención del Estado tras la crisis de 1929 fueron determinantes en la industrialización del país. En 1916 sólo habían en Bogotá 12 fábricas muchas de ellas dedicadas a la producción de alimentos, lozas, químicos y cementos. Enarbolar esta incipiente industria fue el propósito de la Exposición del Centenario que dio cuenta de los deseos de progreso y civilización que empezaban a movilizar las élites siguiendo el modelo occidental de desarrollo12. Es por ello que se construyeron pabellones como el Quiosco de la Luz realizado por Cementos Samper, para no sólo albergar la maquinaria de la luz eléctrica de la Exposición, sino para incentivar el uso del cemento como material de construcción moderno. Tras la crisis financiera que evidenció que más del 60% de la economía nacional dependía del capital extranjero, sobretodo estadounidense, (Suárez, 2006) el Estado inició ciertas políticas intervencionistas para promover el desarrollo industrial del país. No obstante la “sustitución de importaciones” constituyó más que una política deliberada en busca de la industrialización, un producto de las circunstancias políticas y económicas de la crisis que buscaba paliar sus efectos (Palacios, 1980; Del Castillo, 2003). Es así como fábricas de alimentos: chocolates, harinas, pastas, sal, cervezas, gaseosas, cigarrillos, vestuario, químicos, lozas, vidrios y explotación de material para construcción, es decir aquella industria que no necesitaba una maquinaria tan tecnificada, se beneficiaron con el “proteccionismo estatal” para iniciar la acumulación capitalista y luego declarar su lealtad al liberalismo (Corredor, 1990). También el sector servicios se consolidó pues empresas transportadoras (tranvía y ferrocarril), aseguradoras, bancos y hoteles comienzan a evidenciar su contribución a la economía. Ya en el Censo Industrial de 1945 (Dirección Nacional de Estadística, 1945) se cuentan con 1060 fábricas, donde las de

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En la exposición hubo cinco pabellones de los cuales sólo había dos dedicados a la industria y a las máquinas donde se exhibieron muestras de café y otros productos agrícolas, maderas, minerales y distintos artículos realizados con fibras naturales como la cabuya. Otros fueron telas, paños, zapatos cigarrillos, lozas, fósforos, jarabes y cosméticos. Entre las máquinas exhibidas se cuentan relojes, despulpadoras de café, estufas, máquinas para hacer fideos, motores de vapor, balanzas y vidrios.

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producción de alimentos, bebidas, vestuario y minerales son las de más importancia económica y productiva. El creciente aumento de instalaciones industriales refleja las nuevas prácticas espaciales que suscitaba el desarrollo capitalista en la ciudad; pero también emergentes agentes y campos de producción económica anudaron esfuerzos por cambiar dichas prácticas de la ciudad representadas en la jerarquización y diferenciación social, la constitución del suelo como un elemento más de la acumulación capitalista y el mejoramiento de la infraestructura vial. 5.1.1. El espacio urbano se valoriza La insuficiencia de alojamiento para dar cabida a la creciente población inmigrante, la apertura de vías y el mejoramiento de distintos servicios, colocaron la mirada de políticos, urbanizadores, arquitectos, ingenieros y toda suerte de especuladores y comerciantes sobre el espacio, sobre un suelo que se percibía como tierra virgen para crear un nuevo ambiente. Es así como el espacio comienza a ser objeto de especulación -actividad que por cierto se extendía a otros ámbitos como los alimentos13- y se constituye en medio de producción y objeto de consumo. Según Aprile-Gniset (1983) urbanizar significaba ante todo valorizar. Si bien el urbanismo se planteaba como un mecanismo que mediante métodos racionales y técnicos buscaba dar solución a una serie de problemas como de vivienda, aprovisionamiento de servicios públicos y mejoramiento de la movilidad de la naciente ciudad, en últimas a los urbanistas lo que les interesaba era la obtención de cuantiosas ganancias mediante la adquisición de contratos, la venta de materiales de construcción, la compra de lotes, etc. En este sentido, la apertura de una vía más que mejorar la movilidad de la ciudad, funcionaba como el plus necesario para que un terreno adquiriera importancia y valor. “El ancho de una calle es factor determinante en la plusvalía de los terrenos. […] la operación para obtener grandes riquezas es sencilla: consiste en valorizar por

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Según datos del Banco de la República la inflación en 1945 era del 11% y en 1948 del 16% subiendo al 20% en 1950 y cayendo a 0% en 1952.

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medio de urbanizaciones oficiales, caracterizadas por anchas calles, algunos sectores de la ciudad” (p. 65). Ejemplo de esta maniobra fueron la apertura de vías como Las Américas para la celebración de la IX Conferencia Panamericana, la carrera Décima y la carrera Séptima. Sobre esta última versa la investigación de Aprile-Gniset (1983). Rastreando el movimiento urbanístico de la ciudad que tenía su expresión ideológica en la Revista PROA y en los medios escritos locales, advierte cómo la coyuntura del 9 de abril pero también la de la IX Conferencia con sus subsiguientes implicaciones de posguerra14 se conjugaron para liberar el suelo e iniciar toda una renovación urbana y arquitectónica sobre el centro de la ciudad. La IX Conferencia como evento transnacional implicaba para la ciudad una capacidad logística y de infraestructura adecuada para albergar a la distinguida clase política de las 21 repúblicas de América, con la que no contaba. De allí que debiera construir hoteles15 y restaurantes lujosos para recibirlos, mejorar la infraestructura del Estado, por ejemplo el Capitolio, y de vías de acceso, parques y monumentos. También se debía mejorar la provisión de luz eléctrica y agua potable ya que esta era insuficiente16. Ante estas necesidades la única opción posible era urbanizar, construir. De aquí que Aprile-Gniset afirmara que desde 1943 se vinieran dando olas especuladoras con respecto al valor del suelo, a los precios de materiales de construcción y los alquileres. No obstante, los incendios del 9 de abril dejan “la vía libre” para que la modernización de la ciudad por fin tomara su rumbo como lo habían anunciado y deseado muchos urbanistas, planeadores y arquitectos17. Si bien muchos periódicos hacían hincapié en la total destrucción de

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Hago referencia a la geopolítica que se delineó para evitar la injerencia del “espectro rojo” en Latinoamérica, pero también del apoyo económico y las directrices señaladas para Colombia por el gobierno estadounidense. 15 Con este fin se construyeron el Hotel Continental y el Venado de Oro. 16 Según datos del Banco de la República en 1951 estos servicios no estaban satisfechos para la mayoría de la población, pues en electricidad solo había un 39% de cobertura y agua un 43%. 17 El presidente de la Sociedad de Embellecimiento José María Saiz en 1926 afirmaba: “Si en mi mano estuviera hacer milagros, destruiría toda la ciudad y en su lugar haría una modernísima, con calles de cincuenta metros de anchas, con quince o veinte parques de cincuenta o más hectáreas cuadradas cada uno; le pondría tranvías aéreos y subterráneos, movidos por los últimos sistemas, y muchas cosas más”. Citado por Castro-Gómez, 2009, p. 139

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la ciudad, donde ni siquiera el tranvía pudo salvarse18, la cantidad de los daños y su precio son en cierta medida exagerados. El total de edificios incendiados no pasaba de 136, donde 67 eran oficiales, y el valor de sus daños ascendía a 37 millones de pesos. No obstante, el valor de los daños materiales se estimaba en $6.500 mil. El restante se refiere al valor del suelo como si el suelo también hubiese sido destrozado. A propósito, Suarez (2006) señala la evolución de precios por metro cuadrado según zonas de la ciudad durante la década, demostrando cómo las referidas al centro plantean una fuerte especulación desde 1947. El caso más significativo fue el de la zona 5 comprendido entre las calles 6 y Jiménez y la carrera 5 y 13, donde en 1940 el precio por m2 era de 32.6 pesos, subiendo a 143 en 1947, luego bajando a 111 en 1949 y volviendo a subir a 195 en 195019. Fenómeno que refleja no sólo la inflación en el país, sino la especulación existente en torno al espacio urbano, terreno que mostraba su calidad para generar cuantiosas ganancias. Tal como se publicara en la primera página de una prensa local, que “de los escombros saldría una nueva ciudad” la reconstrucción de la ciudad estuvo auspiciada por Estados Unidos mediante diferentes préstamos, y la guía urbanística y arquitectónica de la élite20. El 15 de abril de 1948 mediante el Decreto 1255 se creo la Junta informadora de Daños y Perjuicios conformada por el Ministerio de Hacienda y Crédito Público, el alcalde, los representantes de entidades bancarias, de propietarios y expertos en asuntos de seguros, ingeniería y arquitectura. Evidentemente, ninguna representación de los pequeños comerciantes y de los vendedores de la Plaza de Mercado fue necesaria, pues dadas las condiciones y necesidades, los llamados a establecer una ciudad moderna era la élite, los más avanzados a nivel económico, social y cultural. El propósito de la Junta era estudiar “en primer termino las necesidades relacionadas con los elementos de construcción, especialmente extranjeros que se requieran para las obras de reconstrucción con el fin de que el gobierno pueda adelantar en el menor termino posible las gestiones para la 18

Aprile-Gniset (1983) señala que sólo una pequeña proporción quedó destruida. El factor determinante de su fin tuvo que ver con los intereses de las compañías privadas de buses de gasolina, arquitectos, urbanistas y la misma administración municipal, pues lo realmente crítico y negativo del tranvía era su carácter público. 19 Una expresión de ello se encuentra en una construcción ubicada entre las calles 16 y 17 con un valor de cerca de 400 pesos, pero donde su solar estaba avaluado en casi 30 mil pesos. 20 Sobre este aspecto asumo la tesis de Adriana Suarez (2006) que afirma que el crecimiento urbano de la ciudad estuvo a cargo de una selecta élite que tenía cargos públicos además de negocios relacionados con la urbanización.

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adquisición de dichos elementos” (Aprile-Gniset, 1983, p.135). Por un lado, la reconstrucción significaba la destrucción de manzanas completas para la construcción de grandes edificios, con lo cual se obtendrían enormes ganancias, pero también abrir grandes avenidas (Séptima y Décima) re-urbanizando todo el sector (Ver Imagen 1). La preferencia de materiales extranjeros para la construcción, es decir, cemento, hierro y vidrio, y por una arquitectura en altura maximizando la productividad o funcionalidad del espacio, no era simplemente una adopción autónoma de arquitectos e ingenieros colombianos por su encantamiento con posturas extranjeras, sino que implicaba un sustento ideológico y económico.

Imagen 1: Apertura de la carrera Décima a la altura de San Diego. Fotos de 1949 y 1950 respectivamente en El Tiempo.

Una de las tesis del general Marshall en la Conferencia era la del desarrollo de una política de atracción y garantía al capital extranjero privado en los países americanos para lograr la industrialización, la mecanización de la agricultura y la modernización de los transportes como soluciones viables para el desarrollo (Aprile-Gniset, 1983). En términos concretos, y tras el nueve de abril ello se vio materializado en un crédito de 10 millones de pesos del Import and Export Bank, el cual no llego en dinero sino en materiales para la reconstrucción de la ciudad y 44

el mejoramiento de la agricultura y la industria. De aquí que importantes vías como la Décima o Séptima empezaran a denotar el carácter moderno de la ciudad mediante la construcción de altos edificios destinados a actividades comerciales de lujo, así como bancos, aseguradoras e instituciones del Estado. 5.1.2. Vías para el “progreso” El capitalismo para su desenvolvimiento operó sobre la idea de la libertad, sobre la posibilidad de libre movimiento, desplazamiento y circulación de dinero, objetos, ideas y personas. De aquí que la movilidad y vialidad de la ciudad moderna constituyera una preocupación característica de su emergente estatus. Según Castro-Gómez (2009) la industrialización que el país deseaba y buscaba, requería de unas subjetividades cinéticas capaces de romper con la fijación tradicional colonial, de los espacios, prácticas y hábitos preindustriales, del abandono de las seguridades ontológicas y de espacios tradicionales de socialización, para promover el movimiento, la circulación, el desplazamiento continuo encaminado hacia la consolidación del progreso. En este sentido, la introducción del ferrocarril, el automóvil, el tranvía y el avión en el espacio urbano no sólo implicaron un cambio en las formas de circulación y distribución de la mercancía, sino también produjo semióticamente nuevas formas de habitar el mundo. En primer lugar, el ferrocarril implicaba la posibilidad de convertir el valor de uso en valor de cambio de un producto, en la medida en que este posibilitaba la salida de los productos del ámbito local de producción hacia otras regiones, mejorando con ello la cohesión y fuerza de la nacionalidad colombiana pues las comunicaciones y el comercio se beneficiarían entre las distintas regiones; además de ser signo y representación de las “bondades” del progreso y la civilización. De igual forma el tranvía y el automóvil cambiaron la experiencia de la ciudad pues su extensión podía recorrerse mas rápidamente, generando así cambios en la temporalidad de la vida personal, familiar y laboral con una creciente preocupación por la rapidez dependiente de los desplazamientos mecánicos. En especial el automóvil, movilizaba un valor simbólico importante para la sociedad capitalista, pues suponía un tipo de sujeto capaz de someter sus pasiones al control racional, de 45

darse su propia ley (auto-nomos) y moverse o conducirse por sus propias fuerzas (auto-mobile). El hecho de conducir un carro le otorgaba automáticamente al individuo una identidad libre y emancipada, pues él podía movilizarse en cualquier momento y hacia cualquier dirección sin depender de la voluntad de otros, además que le propiciaba cierto espacio privado en medio de la calle donde podía establecer una exterioridad de la cual estaba protegido herméticamente. En este sentido, la emancipación era sinónimo de motorización. Este ideal se materializó en la adquisición creciente de vehículos de tal modo que la ciudad tuvo que empezar a consolidar su espacio urbano pensando en la movilidad de estos. Mientras que el parque automotor de la ciudad en 1912 era tan sólo de 103 vehículos, para 1940 aumentó a 4.899 y en 1950 ya era de 11.884 (Suarez, 2006, p.214). De aquí que si bien planes urbanísticos –como el de Karl Brunner- contemplaran una preocupación por la organización vial de la ciudad, sólo fue hasta los 40s cuando ésta se presentó de una manera más decidida (Del Castillo, 2003). Fue en esta década en que se consolidaron tres grandes formaciones lineales que iniciaron la expansión de la ciudad hacia el occidente, desprendidas de la estructura morfológica inicial paralela a los cerros orientales. En el nor-occidente, la calle 68 y la 80; en el centro, la calle 13; y en el sur, la carretera del sur y la vía Tunjuelito (Av. Caracas), las cuales a su vez propiciaron la generación de barrios –vía parcelación- hacia el occidente que se adhirieron a los “brazos” viales. Otras vías que se construyeron fueron el Park Way (1945) y las Américas (1947). Es significativo lo que plantea este texto extraído de la Revista Proa, máximo organismo de difusión ideológica de la Modernidad y el progreso de arquitectos, ingenieros y urbanistas colombianos: Bogotá es un centro de reclusión. Esta es la impresión que nos formamos cada vez que meditamos en el mal humor de sus habitantes. Siempre hemos creído que las causas de esta enfermedad colectiva se debe a que sus calles son demasiados estrechas lo que motiva que los viandantes se estorben ocasionando percances. Las calles amplias son generosidad, previsión y descongestión de la circulación. La calle ancha es alegría y optimismo. Además ampliar una calle equivale a valorizar los terrenos adyacentes. El ancho de una vía es el coeficiente por el cual se multiplica la valorización de las zonas vecinas”. (Citado por Aprile-Gniset, 1983, p.59) 46

Esta preocupación por las vías y calles anchas implicó un cambio sustancial a nivel social y político, pues las calles, antiguos espacios de reunión y socialización, de caminatas tranquilas y distraídas, estaban siendo cambiadas, ampliadas, saneadas y comercializadas para el tránsito rápido de peatones y carros. Para que fueran funcionales y acordes con el nuevo orden, las calles debían tener una anchura considerable pero también estar limpias. De hecho, algunos pensaban que la calle era sinónimo de inmoralidad y suciedad pues en ella habitaban toda clase de enfermedades físicas o morales, de aquí que la mirada de urbanistas, científicos, políticos y moralistas, cayera sobre estas, especialmente sobre las del centro de la ciudad y las adyacentes a la Plaza de Mercado, para configurarlas y adaptarlas de acuerdo al ideal de progreso, civilización y Modernidad. La Avenida Jiménez o Avenida Colón durante la celebración de IV Centenario de la ciudad en 1938 fue transformada en este sentido, pues la ampliación de sus andenes, el saneamiento definitivo del río San Francisco y su alumbrado público, fueron con el propósito de configurar una calle institucional y representativa de la memoria de la ciudad en una imagen moderna, además de integrar los sistemas de transporte de la ciudad: el ferrocarril de la Sabana, el tranvía municipal y el automóvil. La ciudad como espacio social evidencia su carácter económico mediante la apertura de vías y la valorización de sus espacios; ésta se convierte en un medio de producción que contribuye a la acumulación de capital, pero la transformación física de la ciudad no se agota por la influencia de factores económicos, sino por el contrario devela modernas relaciones de poder que tienen que ver con el papel del Estado en el delineamiento de diferencias sociales. 5.1.3. El barrio: nuevo elemento de jerarquía espacial Los usos del suelo que se empezaron a percibir en el centro de la ciudad a partir de la década del 50, suponen colocar en perspectiva el que las élites lo hubiesen abandonado, pues si bien ya no tenía el mismo valor simbólico y social relacionado con el pasado colonial, aún tenía una importancia e interés, pero ahora de tipo económico. Aunque no se niega el hecho que la élite hubiera empezado un desarrollo urbano hacia el norte de la ciudad, ello no implica necesariamente que por un lado, la élite hubiese abandonado cualquier interés sobre el centro o 47

por otro, que dicho desarrollo urbano hubiese sido el fundamento o la causa primera de la jerarquización espacial de la ciudad. En primer lugar, la junta encargada de mediar con el gobierno municipal con respecto a la reconstrucción de las manzanas afectadas con los incendios del 9 de abril, como se había anotado anteriormente, representaba los intereses de unas élites que veían en la especulación de los precios de lotes, solares y materiales de construcción, un jugoso negocio (Aprile-Gniset, 1983; Suárez, 2006); pero también, arquitectos, ingenieros y urbanistas encontraban en los edificios altos y amplios un muy buen mecanismo para aumentar sus ingresos vía impuestos y rentas. La localización de bancos, aseguradoras, ministerios, empresas urbanizadoras y comercio de lujo a lo largo de la Carrera Séptima y Décima lo constatan. Es decir, si bien la élite ya no reside en el centro colonial, sigue teniendo un interés en este como medio de producción u objeto de consumo. Por otro lado, Suárez (2006) advierte que la jerarquización del espacio urbano se produjo gracias a medidas jurídicas e institucionales que hacían de la construcción de barrios obreros una necesidad urbanística en tanto medida de control y diferenciación social. Es decir, la élite al pertenecer a los centros de poder municipal plantea la diferenciación social del espacio urbano a partir de la construcción de barrios con ciertas condiciones higiénicas y de distribución para ubicar a las clases populares. Desde la primera década del siglo XX se venían legitimando ciertas disposiciones con este fin así en 1917 se crea la Caja de Ahorros, institución bancaria que busca la promoción del ahorro para vivienda, y en 1918 la Ley 46 proscribe que las ciudades dispondrían del 2% de sus rentas para construir casas higiénicas y vivienda proletaria. Si bien desde la primera década empiezan a surgir asentamientos urbanos de este tipo como el barrio Villa Javier patrocinado por el padre Campoamor en 1913, el Córdoba en 1916, la Paz en 1919, el Ricaurte o la Perseverancia, (este último constituido para dar residencia a los trabajadores de Bavaria mediante la parcelación de sus terrenos y venta de lotes, generando procesos de autoconstrucción) es a partir de la década del 30 que la ciudad se expande y construye a partir de los barrios (Del Castillo, 2003) y ante todo de los

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llamados clandestinos, de aquellos construidos marginalmente sin ningún principio de higiene o bienestar (Ver Mapa 1). No se quiere decir que hasta esa década se hayan presentado asentamientos informales o barrios clandestinos, por el contrario se reconoce que durante las primeras décadas del siglo hubo apropiaciones informales del territorio sobre todo en las laderas de los cerros. Lo planteado sugiere que en la década del 30 y 40 la ciudad se proyectó considerando el barrio como uno de sus elementos fundamentales así como sus vías y servicios. De hecho, en 1944 bajo la administración de Jorge Soto del Corral se traslada a un plano la idea de diferenciación espacial. El plan del alcalde Soto y su secretario de obras planteaba además de un interés vial, una distribución según zonas de la ciudad, donde se plantea que por un lado existen zonas residenciales céntricas o estrictamente residenciales, y por otro zonas de barrios obreros, ubicados estos hacia el sur (de la calle 1ra hacia San Cristóbal), en el norte (entre la calle 54 y 80 entre carreras 25 y 47) y el occidente (entre la carrera 38 y 57 por la calle 26). No obstante, la administración municipal no era un ente de control y garante ideal en este proceso de desarrollo urbano. Aunque el departamento de urbanismo se creó en 1933 teniendo como su primer director al urbanista austriaco Karl Brunner, para controlar y regular el desarrollo urbano, la actividad de promotores privados se afianzaba ante la ineficacia del Estado. Según Suárez (2006) durante 1940 y 1950 se presenció un aumento de urbanizaciones clandestinas así como de alojamientos desprovistos de las condiciones básicas de higiene y salubridad, hacia el sur y occidente de la ciudad. En términos de Suárez (2006) el barrio fue una: […] herramienta no sólo de fraccionamiento espacial, sino también, y no menos importante, de desagregación social sobre el espacio: los barrios residenciales léase de clase alta y media; los barrios obreros, que son una denominación en realidad aplicable a lo que hoy llamamos sectores populares; los barrios del Estado, construidos para sus empleados, sector social que tiende progresivamente a convertirse en un gran conglomerado urbano. Todos desarrollos conformados por casas, parques y 49

vías, pero distintos de cada uno de los grupos sociales en cuanto a calidades, materiales, servicios urbanos, densidades”. (p.92)

Aparte de ser un mecanismo de jerarquización espacial, la construcción de barrios obreros hizo parte de una política deliberada que buscaba modificar los espacios urbanos de cara a la consolidación de una sociedad acorde a los patrones capitalistas, burgueses y modernos. En este sentido, la creación de barrios obreros era un mecanismo para el gobierno y el control de la población. En términos de Noguera (2000) la construcción de casas y habitaciones obreras higiénicas se constituyó en uno de los más interesantes productos de la tecnología social de principios de siglo en tanto configuró radicalmente los estilos de vida de la población más pobre, en cuanto a la intimidad, el aseo, la vestimenta y la distribución del espacio con determinadas funciones. La idea era construir barrios, casas y habitaciones donde los obreros pudiesen llegar a descansar y sentirse a gusto, disfrutando de la ventilación y ampliación de una casa limpia, la cual debería tener separados cada uno de sus espacios según su función (habitaciones matrimoniales, de los niños, el baño, la cocina, la sala y el comedor) provista de los servicios de luz, alcantarillado y agua21. Cierto determinismo espacial fundamentaba no obstante esta tecnología, pues se creía que el desaseo, la oscuridad, promiscuidad y estrechez de los lugares de vivienda de estas clases había influido en la constitución de individuos perezosos, débiles, enfermos por el alcohol e incapaces de habitar, vivir y trabajar en la ciudad; de modo que el mejoramiento de las condiciones espaciales del obrero y su familia tendría como consecuencia inmediata el mejoramiento de sus relaciones familiares, la consolidación de hábitos de trabajo y ahorro, el cambio del uso del tiempo libre y hasta apaciguaría los sentimientos de hostilidad y resentimiento ante su constante estado de anomia. Un ideólogo de estos espacios, Julio

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No obstante, como lo demuestra Suárez (2006) estos barrios se diferenciaron entre sí de acuerdo a su localización, los materiales utilizados en su construcción, el manejo de la espacialidad y la dotación de servicios. Por ejemplo en La Perseverancia se presentaban varias estéticas y materiales en las casas, en tanto estas fueron construidas por sus dueños en dinámicas autónomas, de allí que sólo una tercera parte de la población contara con excusados de hoyo.

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Vergara Vergara así lo afirmaba: “Los atractivos de una casa alegre y cómoda, retienen al trabajador, fatigado por la tarea cotidiana; y ese hogar amable donde encuentra amplia compensación a sus inquietudes, le sirve de escudo contra las seducciones de fuera” (Citado por Noguera, 2000, p. 56). Paralelamente, se estaban construyendo nuevos espacios como teatros, parques, plazas y salas de cine con el objetivo de promover otras actividades de recreación y uso del tiempo libre22 en las clases populares, pues si bien las fábricas estimulaban un determinado comportamiento en concordancia con el ideal de sujeto trabajador, el tiempo libre también debía ser regulado, pues estas personas no podían ir a “enchicharse” y embrutecerse con bebidas espirituosas, pues se corría el riesgo de que no cumplieran con su horario, continuaran con costumbres inmorales y bárbaras y los más problemático, no utilizaran el tiempo para promover el desarrollo industrial del país: no ahorrando o no consumiendo bebidas industrializadas como la cerveza. Pero la somera intervención en la creación de barrios obreros o la apertura de vías amplias en la ciudad no sólo eran proyectos que buscaban otorgar espacios modernos, acordes con el ambiente industrialista de la ciudad, sino que hacían parte de una serie de planes que buscaban imponer una imagen de ciudad acorde al capitalismo, una serie de representaciones del espacio que tenían por propósito movilizar imaginarios, significados y símbolos relacionados con la idea de progreso, civilización y Modernidad.

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Otros espacios fueron los institutos y colegios nocturnos para obreros que se articulaban a la defensa social y moralización de las costumbres.

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Mapa 1: Algunas parcelaciones clandestinas: alrededores de Bogotá. En Altas Histórico de Bogotá. Cartografía 1791-2007

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5.2.Imágenes de Ciudad Uno de los primeros planes que se propuso para Bogotá fue el del antioqueño Ricardo Olano, “Bogotá Futuro” (1919-1925). Él fue uno de los primeros promotores de la planeación de las ciudades, de las necesidades y ventajas de la nueva ciencia del city planning. En sus términos: [El] city planning significa sencillamente previsión para el crecimiento de las ciudades. Es canalizar los impulsos de la comunidad hacia un goce mas amplio de la vida […] un buen planeamiento tiene una poderosa y benéfica influencia sobre el desenvolvimiento moral y mental de un pueblo. (Citado por Noguera, 2000 p.35)

El plan de Olano tenía como puntos constituyentes el saneamiento, el mejoramiento del transporte mediante la construcción de vías, la organización urbana y la legislación y control. El plan de Brunner (1933) postulaba como preocupaciones de la ciudad moderna el habitar, recrearse, trabajar y circular. El plan de Soto-Bateman (1944) planteaba la idea de un desarrollo ordenado y racional mediante la zonificación de la ciudad según sus funciones: cívicocomerciales, industriales, residenciales, de barrios obreros y reservas verdes. El plan regulador (1949-1953) con sus tres fases (Investigación, Plan Piloto y Plan Regulador) a cargo de Le Corbusier, Sert y Wiener, tenía el objetivo de solucionar problemáticas de la ciudad referidas al habitar, trabajar, cultivar el cuerpo y el espíritu, y circular; plan que por cierto, no se hizo en la ciudad sino en el exterior, y ni se llevó a buen término debido a la injerencia de intereses privados y además porque contemplaba una población urbana aproximada a un 1’600.000 habitantes para finales de siglo, cuando a mediados de los 60 la ciudad ya sobrepasaba tal estimativo (Aprile-Gniset, 1983). Cada uno de estos planes23 no obstante representan las preocupaciones del urbanismo emergente de la ciudad centrado en cómo vive y se divierte la población -sobre todo aquella popular-, qué espacios se deben construir para la consolidación de una economía industrial y de

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Estos planes no se constituyeron en planes unificados o coherentes con el anterior debido a intereses privados solapados, hecho que se evidencia en que ninguno se llevó a cabo de cara a solucionar los problemas que se presentaban en la ciudad y así emprender efectivamente medidas de control y regulación del crecimiento urbano, colocando a la ciudad como polo modernizante.

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servicios, y cómo se mejora la movilidad. Ámbitos y espacios que en efecto no existían en la ciudad. En este sentido, el urbanismo se constituyó en planeaciones y proyecciones sobre el espacio urbano que tenían por propósito construir un medio ambiente. El urbanismo no buscó construir infraestructura como edificios, plazas, parques, teatros, etc., en un medio ambiente preestablecido, sino que intentó crearlo, configurar un espacio moderno caracterizado por el confort, la higiene y el goce de vivir. La imagen de ciudad que sustentaba todos estos planes era la de una ciudad moderna comparable a cualquier ciudad europea o norteamericana. De esta manera el confort, la convivencia, el descanso, el bienestar y el “buen gusto” se instituyeron como principios que serian representados en la estructura y forma de la ciudad. No obstante, ya no era Atenas -la “Atenas Suramericana” añorada por gramáticos, filólogos y poetas- el modelo de ciudad a construir, pues ésta representaba un pasado señorial y estático, sino que New York se convirtió en el modelo privilegiado, pues era la ciudad prototipo del progreso y la Modernidad. Según Marshall Berman (1988) New York era un espacio urbano que expresaba lo que los hombres modernos podían construir colocando la tecnología y las innovaciones arquitectónicas y de ingeniería a su servicio; expresaba cómo podía ser imaginada y vivida la vida moderna. Los rascacielos y altos edificios, las autopistas, bulevares y park-ways constituían una manifestación del progreso, la movilidad y el cambio, de tal modo que para la élite de Bogotá, New York comenzó a ser su prototipo ideal de ciudad. La imagen de progreso y civilización pregonada por las élites se vio materializada en trabajos de embellecimiento de la ciudad, donde la celebración del Centenario de Independencia en 1910, la del cuarto Centenario de la fundación de Bogotá en 193824 y la IX Conferencia Panamericana fueron coyunturas que favorecieron este proceso. En este sentido se construyeron parques, plazas y plazoletas con el objetivo de generar enclaves civilizatorios para promover valores como el buen gusto, la decencia y el patriotismo. El saneamiento y embellecimiento de plazas como Las

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Para esta celebración se saneó el Paseo Bolívar, se construyó el estadio, se amplió la Avenida Jiménez y se construyó la Avenida Cundinamarca y Caracas.

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Nieves, San Victorino o Las Aguas con monumentos a héroes nacionales tenían el propósito de redefinir el espacio público inculcando una moral patriótica y a la vez moderna. La promoción realizada en 1946 de Bogotá, a propósito de la IX Conferencia Panamericana es significativa en este sentido. Allí es exaltado de manera repetitiva, y por ello de ninguna manera ingenua, el carácter moderno de la ciudad -la cual es una de las más cercanas al “norte” de las 21 repúblicas americanas- con grandes avenidas, edificios, parques, bulevares y estilos arquitectónicos que demostraban la “cultura cosmopolita” de los bogotanos. Su modernidad también radicaba en la tradición democrática y cultural de la ciudad, que se expresaba en los continuos debates callejeros y en los cafés, y en la construcción de centros culturales como la Biblioteca Nacional y la Ciudad Universitaria. Es interesante observar cómo se promueve una representación de la ciudad moderna con fuertes intereses ideológicos solapados; no sólo manifestado en la celebración de la conferencia, con la que se creó la OEA, sino debido a los intereses económicos de norteamericanos en la ciudad en empresas constructoras, financieras y de transportes; a través de un video que tiene como fondo musical un bambuco y que hace hincapié en el desarrollo científico de la agricultura en la Universidad Nacional y no en la industria, como actividad económica propia de las ciudades. Aspecto que expresa el carácter inacabado y complejo de la Modernidad en nuestro territorio. Además se presenta una imagen de ciudad que no expresa las tensiones, conflictos, marginalidad y anomia que se vive en Bogotá cuando empieza su proceso modernizador. Si bien son rescatados algunos personajes populares como los lustrabotas, los loteros, los vendedores de flores y frutas, el aspecto tradicional es negado sutilmente al referirse de manera jocosa a la ruana como una pictórica costumbre que está rápidamente desapareciendo. 5.3. Marginalidad y anomia en la ciudad La explosión urbana en Bogotá fue un fenómeno determinado por los factores de migración como ya ha sido planteado, de modo que la población urbana tenía por característica en su gran mayoría la ruralidad de su procedencia, de allí que se insertaran con dificultad al espacio urbano 55

y sus marcos culturales, y más aún frente a una élite que delineaba su modelo rechazando y negando cualquier rasgo indígena, negro y mestizo, percibiéndose a sí mismos como semejantes a sus colegas europeos o norteamericanos. La población campesina se integró anómica y precariamente a la ciudad, masificando la pobreza y a su vez diferenciando el espacio urbano pues se adaptaron prácticas rurales mediante la autoconstrucción en lotes comprados o colonizados en la periferia, en una incesante lucha por lograr el derecho a esa naciente ciudad. De manera que como lo explica Romero (1976) la ciudad que atraía cada vez más gente por sus beneficios económicos y socioculturales, les ofrecía pocas posibilidades para acceder efectivamente a ésta y gozar de sus beneficios, pues por el contrario la población inmigrante se insertaba de manera anómica, heterogénea y marginal. Este fenómeno de la masificación y de la anomia que acompaña la explosión urbana es representado de manera interesante por J.A. Osorio Lizarazo25. Su narrativa considera la ciudad como fenómeno comprensible sólo mediante la inmigración campesina y las condiciones infrahumanas en las que tuvieron que vivir; de allí que su imagen de ciudad, lejos de ser un espacio ideal y perfecto, se percibe como un espacio amurallado, con fuertes demarcaciones y límites dentro su perímetro urbano; una ciudad amenazante, vigilada y en constante persecución de aquello disonante frente al modelo sociocultural establecido. Distintas crónicas y novelas como La cara de la miseria (1926), La casa de la vecindad (1930), Hombres sin presente (1938) o El camino en la sombra (1963) representan la miseria, la criminalidad, la competencia de una clase media en ascenso, la desigualdad y crueldad de la realidad social que constituía el panorama de la ciudad en la primera mitad del siglo XX. Pero es quizás en El día del odio (1998) donde la amenaza, la persecución, la sospecha y el control se

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José Antonio Osorio Lizarazo nació el 30 de diciembre de 1900 en Bogotá y murió el 12 de octubre de 1964. Experimentó varias figuras literarias como la novela, el cuento, la crónica y el ensayo político donde Bogotá con su miseria, crueldad y sordidez, aparece como protagonista. Colaboró en la redacción de varios periódicos locales como El Mundo al Día, y fue director del Diario Nacional y El Heraldo de Barranquilla. Trabajó en los Ministerios de Guerra y Educación como secretario. En 1946 viajó a Argentina y colaboró con el gobierno de Juan Domingo Perón quien premió su novela El hombre bajo la tierra. Posteriormente viajó a Chile y luego a República Dominicana donde escribió una biografía del dictador Leónidas Trujillo. Escribió otras obras de tinte político dedicadas a las figuras de Francisco de Paula Santander y Jorge Eliecer Gaitán.

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perciben con más fuerza en una ciudad que cambia aparentando progreso pero donde sus habitantes, representados en campesinos inmigrantes, prostitutas y ladrones, sienten crecer un ciego y devastador odio que encuentra en la muerte del caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán su momento de explosión. La ciudad que plantea Osorio Lizarazo en esta novela no es la ciudad representada en las grandes vías construidas como Las Américas o la Caracas, de bulevares o lujosas casas en barrios del norte como La Cabrera o Chapinero, de clubes u hoteles como El Regina o el Venado de Oro; por el contario es una ciudad de barrios obreros, de plazas de mercado, “asquerosas” chicherías y de instituciones penales y jurídicas (Ver Mapa 2). Su ciudad es construida en los márgenes de la entonces moderna ciudad de Bogotá, en San Cristóbal, La Perseverancia y el Paseo Bolívar. Es una ciudad de contradicción y fragmentación social que parece diferenciarse desde sus adentros: por un lado está la ciudad normalizada y satisfecha que duerme bajo los cerros, y por otro, está la marginal, criminal y bárbara ciudad ubicada en la periferia, hacia los cerros orientales y el sur, que parece estar fuera de la ciudad, como existiendo fuera de ella. Es una ciudad de calles sucias y estrechas, de edificios viejos y casuchas miserables, de ríos contaminados y turbios, de alumbrado amarillento y alcantarillas pútridas a los lados de las calles, de fuentes públicas y miseria. Es una imagen de ciudad desagradable, rancia y pobre que parece coincidir con aquella ciudad que es preciso destruir y aplastar según los modernos postulados del urbanismo; pero que Osorio Lizarazo resalta a partir de la asfixia, la sospecha, el control y el creciente odio que caracterizan las experiencias de sus habitantes marginales. Si bien una ciudad-utopía26 emerge perezosamente como espacio de novedad y cambio representado en la posibilidad de “mejorar la fortuna”, de edificios modernos construidos con

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Esta categoría surge del planteamiento de Fernando Cruz Kronfly (1996) en relación con la ciudad como novedad y constante cambio, propuesta en el capitulo 3.

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Mapa 2: Cartografía de la novela. Elaboración del autor.

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ladrillo o del pasaje comercial donde se “exhibía la opulencia injuriosa”, o lugar para adquirir objetos a la moda como corbatas, zapatos, pañuelos o medias por campesinos visitantes; ésta característica de constante cambio y aventura es contundente pero con rasgos bien distintos a los positivos que se suponen. La protagonista de la obra, Tránsito quien se ve avocada a deambular por la ciudad amurallada y desconocida, transitarla con zozobra y miedo, en un papel de víctima acosada e inocente, representa la aventura que encarna la ciudad, una aventura que debido al prejuicio, la desigualdad, la hipocresía y la abyección se convertía en una “vorágine”, un “abismo insalvable”, una “condenación inexorable”, donde la única salvación o esperanza era precisamente huir de ésta, abandonarla para regresar al campo. La ciudad se presentaba para ella como una selva de monstruos y un espacio de horror y miedo: Por todas partes veía gentes al acecho de su paso, zarpas tendidas que se alargaban para desgarrar sus carnes, muecas horribles que se burlaban de su terror, como si se hubiese extraviado para siempre en una selva poblada de monstruos. (Osorio Lizarazo, 1998, p.76)

La ciudad constituye espacios de miedo, de vigilancia, control y zozobra, donde sus habitantes adquieren caracteres monstruosos, pues la élite quien labora en las instituciones del Estado se burla, e incluso aumenta el sufrimiento de la protagonista cuando debería velar por su bienestar y derechos sociales; y quienes están abocados de igual forma que ella a la miseria la encuentran como un rival a quien hay que violentar y “desgarrar” para garantizar la supervivencia en la hostil urbe. El cambio de la ciudad y su experiencia presenta entonces matices, por un lado está la novedad de caminarla por las calles comerciales del centro para ver la moda francesa o inglesa y deleitarse con un café aromático mientras se está al tanto de las noticias del país y el mundo, pero otra cosa era deambularla en busca de comida, de refugio, de un trabajo, siempre al tanto de

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no levantar sospecha, de caminar con astucia por ciertas calles fuera de la vista de los temidos chapos27. Para estos habitantes que constituyen una masa deforme de prostitutas, ladrones, limpiabotas, tinterillos, vendedores de mercado y de insignificantes objetos, de obreros ínfimos, zorreros y cargadores; para ellos la ciudad constituía un mundo de miseria y horror, una ciudad de orfandad, abandono, hambre, ignorancia, abyección e ignominia; una ciudad donde el progreso se solidificó en el fracaso, en una “mendicidad encubierta”. El hambre y el frío son sensaciones frecuentes en los personajes, ya sea en los patios de cemento de La Central o La Correccional, o en la calle donde además se siente la brutalidad de la autoridad policial con golpes de bolillo; sus vidas gravitaban en satisfacer necesidades básicas como refugio y alimento. La angustia y la incertidumbre nublan sus pensamientos y acciones en una constante búsqueda elemental, que muchas veces se veía satisfecha con el pago de veinte centavos para un “junco piojoso” o en la adquisición de cuevas pegadas de los cerros que parecían más “madrigueras”, y para quienes eran más pudientes de un cuarto ciego sin luz, ni agua ni alcantarillado, sin “higiene o moral” construido con latas, plástico, madera u otro material precario. La búsqueda constante de refugio es la que encarna Tránsito con su monólogo sintetizado en una sola pregunta ¿ora quiágo?, y en esa ventura es donde conoce en carne propia la inclemencia, prejuicio y brutalidad de las instituciones normalizadoras y disciplinarias. La ciudad se preocupaba por mostrar una imagen acorde con los principios que idealizaba de modo tal que tenía que limpiarse, arreglarse y transformarse, y en ese proceso irremediablemente aislar, controlar y dominar todo aquello que fuera disonante: la pobreza, la miseria, la vagancia y el desaseo fueron focos de atención social que tenían por objeto “el exterminio más que la dignificación humana”. Brindar una imagen agradable y civilizada ante la visita de foráneos era el fundamento para la persecución y aplastamiento de la población anómica y marginal que “invadía” la tradicional

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Chapos: noción utilizada por J.A. Osorio Lizarazo para referirse a los agentes de policía.

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ciudad. La élite alucinando con su estilo de vida burgués con gustos copiados del extranjero, más que buscar una mejoría social generalizada o como lo diría Osorio Lizarazo la “dignificación humana”, mediante el exterminio y la exclusión imponía un estado de cosas que simulaba civilización y progreso. Es así que en 1948 cuando se aproximaba el encuentro Panamericano “la policía decidió extremar su celo, [pues] era conveniente limpiar un poco de maleantes y de pobres la ciudad, para que los extranjeros no descubriesen a primera vista la abrumadora realidad que les circundaba”. (Osorio Lizarazo, 1998, p. 146) En tres de esas constantes batidas de limpieza y control, Tránsito “cayó” y sin quererlo y saberlo -debido a su ignorancia- se constituyó en prostituta y ladrona, marcando su trágico destino enunciado por una compañera de infortunios “-¿No te dije? ¿Te registraron? ¿Te tomaron los datos? ¡Güeno estás lista! ¡Se acabó tu vida! Ora tendrán encima a la policía, ora no sos sin’una nochera y una ratera” (Osorio Lizarazo, 1998, p.30). El constante control y persecución de las instituciones jurídicas y penales demuestran la ineficacia y menoscabo que generan sus medidas para simular un ambiente de progreso y civilización. Más que acabar con problemáticas como la pobreza y marginalidad tan evidente en aquella ciudad –y aún vigente- se escondía y aplastaba de tal modo que en palabras de Osorio Lizarazo disminuía su carácter humano para convertirse en animales como piojos o perras canchosas. La indiferencia e inclemencia de los funcionarios, las acusaciones prejuiciosas, el decomiso de elementos personales, el crudo registro con la fotografía y el rótulo del desdichado, la violencia y brutalidad policial, para Osorio Lizarazo hacían parte del entramado social que aplastaba, asfixiaba y atacaba a los desvalidos. Eran instituciones que con manía incisiva acorralaban y despreciaban la condición humana de aquellos, en su afán de velar por la moral pública. La ciudad entonces era un constante cambio de devenir pero que para sus habitantes marginales e inmigrantes campesinos, mestizos e ignorantes, representaba un devenir incierto y 61

azaroso, debían andar con cautela y recelo para no caer en las garras de tal brutal engranaje que podría cambiar sin vuelta atrás el destino de su suerte. Prostitutas y ladrones normalizados como El Alacrán, el Manueseda o la Cachetada ya conocían esa ciudad, por eso andaban “al acecho”, sabían deslizarse por vías recónditas y esconderse en ruines vericuetos, andando en un azar constante, en una fuga sin descanso. Es por ello que la experiencia de la ciudad no es la del transeúnte sosegado que la contempla, reflexiona y evoca, es la experiencia de un caminar objeto de sospecha y vigilancia, es una ciudad que conduce a la huida, a la angustia, al azar, a la búsqueda de escape; una ciudad donde mujeres enuncian obscenos vocablos en una caza afanosa de hombres, donde rateros buscan mujeres y refugio para sus fechorías, de caminatas vacilantes por la embriaguez de la chicha, de mendigos escarbando basuras. Este tipo de experiencias de quienes transitan la ciudad, develan nuevos sentimientos y comportamientos en sus habitantes, signados por el individualismo y odio devastador, que en términos de Osorio Lizarazo es la causa fundamental de la eclosión popular del 9 de abril. El individualismo como rasgo característico de la experiencia urbana se instala en la naciente Bogotá moderna como elemento que expresa los fenómenos de anomia y masificación presentes en ella; no obstante en esas condiciones este rasgo muestra su faceta más extrema de total indiferencia y crueldad. La libre vivencia y experiencia de la ciudad como espacio democrático denota su imposibilidad en la naciente urbe. La ciudad no se constituía en un espacio público, por el contrario implicaba espacios privados, amurallados y jerarquizados. Su vivencia si bien planteaba la necesidad de evitar la exhibición, sobre todo ante los ojos de la autoridad policial, cuando la miseria, la brutalidad y la injusticia adquirían un rostro parecía ser un rostro desapercibido, monótono y trivial. Tránsito ante la pérdida de sus lazos familiares y rurales, como marcos culturales y simbólicos tradicionales, intenta en un primer momento suplirlos con insípidos sentimientos de fidelidad hacia la familia Albornoz, pero luego ante su calumnia y despotismo quedan en vilo, dejándola en un sentimiento de total abandono, de cortante soledad y tristeza. La desgracia y desventura de Tránsito eran insignificantes ante el complejo movimiento de la urbe, su vida y su miseria eran 62

tan solo una repetición más de los interminables problemas enunciados por siempre en la ciudad; sus ruegos, solicitudes de clemencia y explicaciones simples e ingenuas sólo hacían parte de un interminable libreto enunciado por miles de desdichados que sólo comprobaba la mentira y la calumnia de esa defensa. Tránsito, Era una escoria, era una superfluidad en la vida dinámica de la urbe, en el conjunto del complejo y vanidoso engranaje social. […] y esa sensación se concentró, al cabo, en pensamientos de odio contra la brutalidad que la aplastaba, la excluía de la humanidad, la hundía en una sima profunda hasta donde no podía descender ni una lástima injuriosa. (Osorio Lizarazo, 1998 p. 237)

Ese individualismo sistémico para Osorio Lizarazo es el fundamento de los sentimientos de odio y resentimiento de las clases populares. La imposibilidad de encontrar trabajos dignos y estables, de tener un hogar con comida, de poderse vestir bien y caminar libremente por la ciudad, constituían las raíces de ese rechazo y odio vindicativo que explotó con el asesinato de Gaitán. La vida anómica y precaria alejada de todos los postulados de higiene, orden y progreso, el abandono, la persecución y el hambre hacían crecer en los desvalidos un deseo de destrucción, de muerte y venganza ante aquel statu quo que los oprimía. Cada personaje plantea este deseo y rabia contenida, deseo de comer lo que los “de arriba” comen, deseo de trabajar, deseo de no ser perseguido y de vivir como gente decente no como “piojos” o “perros canchosos”. La única solución ante su desventura es la destrucción total, la conflagración, la explosión de bombas de dinamita, las apuñaladas con cuchillo para ver si hay diferencia entre unos y otros: La plebe entumecida por el frío, inerte por la inanición, embrutecida con chicha, envilecida por la ignorancia, está ahí con su carga de odio y coraje, dispersa, sufriente, hundida, esperando que una chispa incendie sus harapos para que su fuerza plutónica estalle, arrase, perturbe, derribe y transforme. (Osorio Lizarazo, 1998, p.127)

El odio encarna la vivencia de esa naciente ciudad, materializadas en un ambiente de inconformidad y agitación social donde tinterillos como Forge Olmos desde las calles y las chicherías, con su incipiente conocimiento de la ley y la política pero sufriendo el malestar de la selección social, fomenta la “ansiedad revolucionaria” y la “conciencia del poder de las masas”. 63

Él invitará a concentraciones, le hará propaganda al partido liberal y al liderazgo social del caudillo. Este odio según Herbert Braun (1985) fue un sentimiento que al parecer fue amalgamado a partir de los discursos de Gaitán y su proyecto político, quien tenía tal poder sobre el pueblo que era capaz de sembrar incertidumbre, controlar y desatar sus pasiones; mediante su voz, sus gestos, sus rasgos físicos y su lenguaje fue capaz de representar al pueblo y un ideal de restauración moral e institucional en el país que fue socavado con su asesinato. En un contexto internacional de posguerra y consolidación de alianzas y marcos de influencia, y de polaridad política y enfrentamientos armados a nivel nacional, la protesta y el descontento social se relacionan con delincuencia y comunismo. De hecho, Osorio Lizarazo llega a afirmar que el miedo ante la amenaza revolucionaria gaitanista, llevó a la alta clase política en asocio con el capitalismo a segar dicha cabeza para salvaguardar el orden y la libertad.28 Pero es precisamente su asesinato el que enciende la mecha que desata el odio ciego y vengativo, un odio que se dirige al asesino, a las instituciones que representaban el poder opresor y las tiendas y casas opulentas del centro de la ciudad. Un odio que se exaltó con la embriaguez de bebidas costosas, con el delirio del saqueo de objetos inverosímiles para una mísera existencia, en la riña con otros saqueadores, en el fuego enceguecedor y la muerte. Para Braun (1987) el saqueo que fue la expresión de una revolución fallida y por lo cual se despreció al pueblo, denoto varios significados. Fue un simple consuelo ante la muerte de Gaitán que hizo de la apropiación de lujos y vestimenta burgueses una retribución momentánea de igualdad y justicia donde el pueblo podía equiparase, asemejarse a aquellos que los aplastaban y despreciaban; pero también fue el hecho redentor de la sociedad, pues representó la preocupación por el mañana, un futuro que si bien no iba a ser el mismo en términos políticos e institucionales debido al cambio que había propiciado Gaitán en la relación Estado- sociedad civil, sí fue del

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Por el contrario, Pedro Gómez Carena en El 9 de abril (1951) plantea que el asesinato de Gaitán fue producto de un sabotaje de comunistas internacionales a la Conferencia Panamericana. Lo cual en efecto fue la postura oficial enunciada por el presidente Mariano Ospina.

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mismo orden social y cultural al que se estaba habituado, y con características peores: la violencia. La presencia de ese odio, de ese pueblo mugroso, hambriento y desdichado son la expresión viva de la falacia y engaño de esa ciudad que crece y se construye enarbolando los principios de orden, progreso y civilización. Una ciudad vanidosa, hipócrita y egoísta que se engalana para la vista de foráneos reprimiendo y escondiendo sus síntomas de pobreza e injusticia. Una ciudad que quería demostrar su carácter cosmopolita con la copia de gustos europeos y estadounidenses representados en espacios privados y gustos de la élite, rechazando y exterminando hábitos tradicionales como el consumo de chicha y el uso de alpargatas o ruanas. Una ciudad fastuosa que alzaba su nivel aplastando viejas casuchas y desdeñando de la arquitectura obsoleta de su centro tradicional, y acaparando bienes básicos para ostentar un nivel de vida alto. La ciudad quería ufanarse de su opulencia como los nuevos ricos, y construía su prestigio y su fausto sobre una caudalosa falsía y sobre un deliberado encubrimiento. […] un ambiente de paz artificial se construía sobre el engaño, la matanza y la arbitrariedad, imperantes desde tiempo atrás. (Osorio Lizarazo, 1998, p.258)

Con el objetivo de denunciar esa falacia de la ciudad moderna, Osorio devela la ciudad hostil y azarosa en la que se tiene que sobrevivir con recelo y sospecha, en un espectro que va desde el individualismo -o egoísmo- hasta el odio y el deseo de venganza. Emerge una ciudad que cuestiona aquella propuesta por los planes urbanísticos, por el gobierno local y su política higienista y por las imágenes de ciudad moderna con las que alucinaba la élite. Y este es quizás su mayor logro, al develar la miseria, la injusticia y fragmentación social latente en una ciudad en crecimiento en busca de una modernización física, pero que guarda y encubre en sus márgenes todo signo de atraso, pobreza, prejuicios raciales y morales y rigidez social. La totalidad espacial de la ciudad en la novela evidencia aspectos claves en la producción social urbana, advierte la falacia de los discursos, representaciones y prácticas que se promueven en la ciudad, pues son solo sueños delirantes y egoístas de la élite, porque la gente del común que vive y siente la ciudad como espacio de representación, difícilmente puede gozar de sus beneficios, escenifica la barbarie y el fracaso encubierto. 65

6. Chicha, chicherías y enchichados En el presente apartado se exponen las representaciones del espacio y los discursos sobre las chicherías enunciados por la medicina e instituciones disciplinarias, discursos sesgados por prejuicios raciales y morales pero que utilizaban precariamente conceptos y metodologías científicas. Es por ello que se evidencia la construcción social de una enfermedad, el chichismo, y la representación del pueblo como una población enferma y degenerada racialmente, como factores clave en la configuración de un espacio, las chicherías, mediante la derrota de un “vicio”. Las chicherías eran lugares donde había cierto ambiente de refugio, de igualdad y sosiego para las clases populares, allí podían consumir un buen plato de papas con huesos de marrano con su tarro de chicha para calmar hambres latentes, además de compartir, dialogar, propiciar romances y hasta promover revueltas. Ante la segregación y persecución de la ciudad, estos espacios eran los únicos de carácter público29 a los que tenían acceso sin ninguna restricción por su vestimenta, lenguaje o apariencia racial. No obstante, esa ciudad moderna en construcción preocupada por la higiene, el orden, el trabajo y la industrialización encontraba en estos espacios un foco de barbarie, infecciones, decadencia y de total pérdida para la nación industrializada. La chicha había sido una bebida ceremonial y sagrada para las culturas muiscas de tal suerte que su consumo estaba estrictamente ligado a ritos sociales, agrícolas y religiosos donde la embriaguez no se relacionaba con la borrachera, sino que estaba regulada por normas y códigos a cargo del líder espiritual. No obstante, con la colonización española la fabricación de la bebida se modificó de tal modo que la caña de azúcar llegó a ser el elemento que propiciaba el proceso de

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Espacios públicos los entiendo como aquellos que suscitan el encuentro, la congregación y la confrontación igualitaria y democrática, el uso colectivo y la multifuncionalidad. Son espacios que con fuertes ámbitos simbólicos denotan significados compartidos, representaciones, emocionalidades e identificación entre sus usuarios.

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fermentación en detrimento de la tradicional práctica de masticar el maíz y escupirlo en vasijas de barro donde la saliva tenía la enzima necesaria para el proceso químico. Para el siglo XVII cuando los marcos simbólicos y sociales indígenas ya habían mermado en su influencia en los territorios cundiboyacenses, la chicha era de uso diario –recreativo y alimenticio- para la población indígena y mestiza siendo un elemento de la dinámica social, sobre todo en las plazas de mercado, de tal modo que las borracheras y los lugares oscuros y cerrados asociados a su consumo, comenzaron a ser problemáticos para las autoridades coloniales y eclesiásticas que lo encontraban como una amenaza a la salud pública, la economía y el gobierno, además de propiciar la destrucción del cuerpo, el olvido de la moral y la idolatría. Entrando al siglo XX, las chicherías estaban replegadas por toda la ciudad, tanto en el centro, alrededor de la Plaza de Bolívar y de Mercado Central, como en barrios populares como Las Aguas, Las Cruces, Belén o La Perseverancia. Las chicherías se convirtieron en sitios especializados en la fabricación, venta y consumo de chicha, pero en ellos también se vendían artículos para el hogar, alimentos y comidas típicas del altiplano cundiboyacense como cocidos, huesos de marrano, papás guisadas y sopas. La proliferación, suciedad y algarabía de estos espacios, que ya venía siendo problemática desde el siglo XVII, se torna insostenible en el XX, haciendo necesarias medidas urgentes y eficaces para configurar espacios y costumbres de las clases populares, con tal incisión que la chicha terminó cediendo el terreno a las bebidas industriales e higiénicas, pero sin abocarse a su total desaparición pues esta bebida aún se sigue fabricando en barrios populares de Bogotá como La Perseverancia o Germania y en varios municipios del altiplano cundiboyacense. 6.1.La lucha antialcohólica o contra el chichismo

Cuando la modernización y el progreso eran los postulados políticos y sociales más importantes a consolidar, la pobreza, la vagancia, el ocio y la enfermedad comenzaron a ser problemáticas urgentes de atender ya que eran amenazas terribles para la consecución de una disciplina y orden fabril. El trabajo, el tiempo de trabajo, es la actividad por excelencia que genera riqueza, de aquí que en el desarrollo industrial se tuviese que fortalecer éste como valor 67

supremo para la acumulación capitalista. El alcohol, pero específicamente la chicha, se constituyeron en un enemigo a combatir en tanto propiciaba comportamientos indeseables como indiferencia, apatía, vagancia, desobediencia y hasta inanición; lo cual mermaba la fuerza y disponibilidad de la población para el trabajo. Con este supuesto y con la necesidad de ganar legitimidad epistemológica y social, la medicina emprende una fuerte lucha contra el hábito de consumir chicha por las clases populares, lo cual se consideraba era la principal causa del atraso socio-económico del país. La pobreza, la mendicidad30 y la vagancia lejos de considerarse en su relación con el sistema económico, político y social, se asociaban a la enfermedad, a la idiotez, al cretinismo, quienes se veían avocados a esta situación eran unos parias sociales que querían depender de otros para su existencia, de allí que la mirada recelosa de las instituciones médicas y penales cayeran con todo su poder en esta población inútil e ineficaz para el desarrollo capitalista. Osorio Lizarazo (1998) con sus infelices personajes da cuenta precisamente de ello, de esa mirada unilateral y represiva de condenar la vagancia, la mendicidad, la embriaguez y la poca protección infantil. Problemáticas como la miseria, la debilidad de la población, su desnutrición, locura y sentimientos criminales y hasta la degeneración racial eran efectos directos del consumo de alcohol, pero no del alcohol extranjero como el whisky, el vino o el brandy que por el contrario eran un estimulante recreativo y beneficioso para el espíritu (Guarín, 2011), sino la chicha y en menor medida el aguardiente. La chicha era un alcohol que degeneraba, que “detenía la marcha de la humanidad”, que idiotizaba y debilitaba al pueblo. Era un sucio, desagradable y bárbaro licor que debía ser exterminado mediante todos los medios para salvar la salud y la moral de la nación. Así las bacterias y el alcohol comenzaron a ser los focos de acción de una emergente ciencia médica que en su consolidación mezcló nociones sociales, económicas, políticas, morales,

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En 1936 cuando Jorge Eliecer Gaitán era alcalde, mediante el Decreto N° 159 se prohibió la mendicidad y se dictaron medidas para la protección infantil: “Art. 1: Queda terminantemente prohibida la mendicidad en las calles de la ciudad. Las personas que sean sorprendidas pidiendo limosna, serán detenidas por la policía y enviadas a los asilos correspondientes si padecen enfermedades o deficiencias que les impidan trabajar, o a los establecimientos oficiales de castigo si se trata de vagos”

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científicas y terapéuticas para garantizar su legitimidad. De hecho, se afirma que la institucionalización de la medicina científico moderna en el país tuvo como correlato a la campaña antialcohólica (Contreras, 2009). Esta batalla se fraguó en dos ámbitos, por un lado en la creación de un Ministerio de Higiene, y por otro, en la construcción social de una enfermedad propiamente colombiana, el chichismo. En 1931 se crea el Departamento Nacional de Higiene con el objetivo de dirigir, vigilar y reglamentar la higiene pública y privada de la Nación, donde la protección infantil y la lucha contra el alcoholismo fueron los ejes centrales en su accionar, mucho más urgentes que enfermedades infecciosas crónicas como la sífilis, la lepra y la tuberculosis. En 1939 se consolidó como un ministerio del gobierno nacional, el Ministerio de Trabajo, Higiene y Prevención social; y en 1946 se consolida como un ministerio con autonomía administrativa bajo la guía de Jorge Bejarano, un especialista en la higiene pública de universidades francesas, que recalcaba la influencia de las condiciones sociopolíticas, además de las biológicas y climáticas en la determinación de los pueblos. En sus términos, el Ministerio de Higiene era un: Organismo destinado no sólo a prevenir o combatir enfermedades microbianas, sino también males o dolencias sociales. Desde este punto de vista, el mencionado ministerio tiene en Colombia una vasta tarea por realizar. Nuestro pueblo ha venido creciendo huérfano de toda dirección ética y moral. La educación del pueblo, como su orientación moral, debe ser conducida por el Estado. (Bejarano, 1950, p.16)

La preocupación por la higiene entonces se dirigía tanto a la salubridad de espacios y a la prevención de enfermedades, como a una preocupación moral y social por cierta población que no coincidía con los postulados de progreso y civilización, una población que debía ser la generadora de riqueza, pero que era holgazana, perezosa, débil, enferma e incapaz de “procrear especímenes sanos”, y el alcohol era su principal causante, era una “endemia social”. Esta relación bilateral entre higiene-moral también es asumida por Osorio Lizarazo quien conmueve con sus descripciones sobre las habitaciones donde tienen que refugiarse sus tristes personajes, en donde no hay ni “higiene” ni “moral”.

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La chicha además del contenido etílico tenía “sustancias eminentemente tóxicas para el sistema nervioso y para ciertas vísceras […] con gran perjuicio de todas las facultades vitales” (Bejarano, 1950, p. 98). El agua utilizada en su fabricación, los lugares y elementos que se utilizaban y sobre todo los lugares de expendio eran un atentado contra la salubridad pública, pues se creía que en su fabricación hasta introducían desechos humanos, que los rubicones y barriles utilizados nunca se lavaban, y las chicherías, ubicadas cerca a la Plaza de Mercado Central La Concepción y en barrios populares eran lugares cerrados, oscuros, sucios, que no tenían una adecuada separación de espacios según su función, de consumo, letrinas y cocina, y con un nulo sistema de alcantarillado y salubridad. Osorio Lizarazo (1998) refiere las características de las chicherías cercanas a la Plaza de Mercado: En el interior del bodegón un denso vapor ensombrecía la tarde. Era un cuarto cerrado, cuya atmósfera, impregnada del penetrante olor de guisos baratos y de sudor humano, tugurios que constituyen un atrevido menosprecio a los más elementales preceptos de la higiene. A un costado estaba el estante y el mostrador donde se expendía la chicha, en los oscuros rincones habían colocado mesas y al fondo quedaba la cocina, sin separación alguna del resto del salón. Las ollas exhibían sus panzas negras con el más ingenuo impudor y las cocineras zambullían sus brazos gordos entre los manjares crudos para depositarlos en las vasijas donde recibirían la correspondiente cocción (p.128).

El olor acre, la nula ventilación que nubla el ambiente con vapores de guisos y transpiración humana, las sucias mesas y el consumo comunal de chicha, constituían focos de infección, verdaderos centros de producción bacteriana que debían ser preocupaciones urgentes para la protección de la población. La higiene y salubridad del pueblo bogotano, en tanto virtual fuerza de trabajo, debía resguardarse de tan funestos estragos. La defensa moral del pueblo contra los efectos perniciosos del alcohol se vio materializada en una serie de propaganda y medidas legales que intentaban influenciar sobre su consumo por las

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clases populares. Panfletos y artículos en periódicos31 fueron mecanismos de difusión de las consecuencias nefastas del pernicioso vicio. Frases como “la chicha embrutece” donde aparece un burro y de trasfondo el perfil de una persona con nariz y labios gruesos (Ver Imagen 2); o “la chicha engendra el crimen” o “las cárceles se llenan de gentes que toman chicha” donde de nuevo alguien de tez morena aparece tras las rejas, tratan de calar en el inconsciente colectivo para menguar paulatinamente el consumo de chicha. Incluso, pese al rechazo de Bejarano (1950) al pueblo bogotano por su aspecto indígena, como medida pedagógica para mermar el amplio consumo de “bebidas espirituosas” como la chicha, acude al pasado prehispánico, para influir en las decisiones y consumos del pueblo. Recreando una leyenda sobre la debilidad de la cultura muisca frente al poderío español, dice: El Hunza se había refugiado en una cueva perfectamente oscura, pero siempre con su gran provisión de chicha. Sea por su estado de borrachera, la cual crea alucinaciones y crea fantasmas, sea porque, realmente, se tratara de una advertencia milagrosa, lo cierto es que el Hunza vio una noche aparecer ante sus ojos un hombre inmenso y resplandeciente que le decía: no seguiste mis advertencias y a pesar de mi prohibición, continuaste tomando chicha y, lo que es más criminal aún, estimulando el uso de este brebaje entre tus súbditos; sabías que tan funesta bebida impide el desarrollo de los niños y ya has visto como todos tus soldados parecen unos enanitos al lado de los españoles y, comparados con estos en fuerza e inteligencia son inferiores a los caballos que ellos montan y cuyo relincho tanto terror ha producido a los habitantes de tus dominios (p. 29).

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Desde 1946 Jorge Bejarano empieza a publicar en El tiempo “La página de la salud” donde aborda el problema del alcoholismo así como el de la higiene, alimentación y vivienda.

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Imagen 2: “La chicha embrutece”. Servicio Cooperativo Interamericano. Tomada de Calvo & Saade (1998) La ciudad en cuarentena. Chicha, patología social y profilaxis

Pero la cuestión no se agotó allí, sino que la problemática era tan grave que en sí misma constituía una enfermedad, el chichismo. El consumo de chicha generaba una entidad patológica que era diferente del alcoholismo, debido a la injerencia degenerativa y venenosa de la ptomaína. La ptomaína, decía Jorge Bejarano (1950), era una sustancia producida por la putrefacción de los ácidos aminados que siempre está presente en procesos de fermentación no dirigida o sin ninguna técnica o higiene. La fermentación se consideraba entonces como sinónimo de 72

putrefacción y descomposición, de tal suerte que la chicha era una bebida putrefacta, sucia y decadente, y la presencia de la ptomaína era su expresión más evidente. Esta presencia química la hacía una bebida sucia y venenosa que no sólo podía propiciar algunas enfermedades como producto de cualquier consumo excesivo de alcohol, sino que además generaba inmediatamente una enfermedad específica, donde la debilidad en las piernas, la clausura del entendimiento y la alucinación que raya en la locura eran las manifestaciones de un estado de intoxicación. Tránsito, la protagonista de Osorio Lizarazo, varias veces sintió estos síntomas cuando: Todas las cosas danzaban en torno con ensordecedora algarabía. Las piernas se doblegaban bajo el peso del cuerpo que se le había hecho insoportable. Tenía ganas desaforadas de reír, pero el júbilo se le contraía en lágrimas y veía en torno rostros desdibujados que se disolvían en la noche con resplandores fosforescentes. (Osorio Lizarazo, 1998, p. 105)

La “locura” e inconciencia de una típica borrachera, entran a ser parte de los cambios morfológicos de la supuesta enfermedad que se confunden con otras manifestaciones observables, como los son las tegumentales32 y las de los centros nerviosos: Las primeras (no generalizables) la piel en algunos individuos es el sitio de una pigmentación progresiva y muy notable, principalmente en los de la raza indígena de tez morena y cobriza y en algunos mestizos. El infeliz enchichado, como verdadero tipo, es de aspecto triste, de mirada lánguida, y aun estúpida, de escleróticas amarillas, pelo seco de tez casi africana, cuando la pigmentación llega a su máximum, […] esta pigmentación es concomitante de la anestesia o parálisis tegumental. […] El sistema nervioso ofrece aún fenómenos mucho más notables en los enchichados: se observa en ellos el abatimiento, pérdida de la energía y el amor al trabajo, trastornos, aturdimiento y aún fenómenos y dolores cefálicos (Bejarano, 1950, p. 50)

Como queda evidenciado, las manifestaciones a que hace referencia denotan un prejuicio racial, además de ser descripciones sobre el comportamiento y la personalidad. La pérdida de la

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El término hace referencia a la piel como un sistema que separa, protege e informa a los organismos del medio que les rodea.

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energía, la estupidez, la depresión de las facultades intelectuales, locura, indiferencia por la inanición, el frío o la falta de higiene, la exaltación y la perversión moral hacían parte de la sintomatología de esta entidad patológica. Según conclusiones obtenidas a partir de estudios experimentales realizados con ratones de laboratorio en el Instituto Nacional de Nutrición, dependencia del Ministerio de Higiene, por los doctores Horacio Parra y Aníbal Amaya, se comprobó que el consumo de chicha tenía efectos negativos en el crecimiento y las funciones del organismo, además de desencadenar comportamientos violentos y hostiles en los animales (Bejarano, 1950). Mediante observaciones aisladas se enuncian más que datos objetivos, suposiciones que enlazan la desnutrición, criminalidad e inconformidad social, con el consumo de chicha, como evidencias de una entidad patológica. Para Contreras (2009), la enfermedad es un dato objetivo que se constituye como una construcción social mediante un largo proceso de diferentes fases: en primer lugar la fase de consideración de la desviación o la alteración de algún órgano, tejido o célula del cuerpo, la segunda, de exploración, explicación y entendimiento en tanto problema médico, la tercera de legitimación y por último de institucionalización. Este proceso implica que se conozcan científicamente causas, mecanismos de desarrollo y alteración de la estructura de los órganos, tejidos o células y sus consecuencias funcionales en el organismo. Para que se tuviera certeza de la enfermedad, ésta debía reproducirse en experimentos de la fisiopatología, dejando de lado la medicina anatomoclínica, que por la falta de infraestructura, recursos y de una mentalidad científica compleja, era la que primaba en las facultades de medicina del país. El chichismo tuvo como causa fundamental el consumo de la chicha por su contenido de ptomaína, de tal suerte que su causa era externa al cuerpo. Pero además, los cambios que generaba en el organismo eran inexistentes, pues todos sus síntomas se referían a comportamientos: debilidad, suciedad, apatía, indiferencia, idiotismo, bestialidad. Si bien, afirma Contreras (2009), el comportamiento puede ser causa o consecuencia de una enfermedad, no es en sí misma una, en la medida en que la mente o la psiquis, no puede ser considerada como un órgano físico. 74

Con tan vago y prejuicioso sustento teórico y científico, el chichismo no fue erradicado mediante medidas terapéuticas o paliativas de la medicina, sino con medidas legales y publicitarias. Pero antes de exponer “el fin del vicio” y la enfermedad es preciso develar esa noción de pueblo y raza que fundamentaba estos postulados, pues como afirmaba Jorge Bejarano en 1922, la caracterización física y la vestimenta eran aspectos claves en el desarrollo de la enfermedad, de tal suerte que si se cambiaban se podía levantar la raza degenerada y enferma que asediaba a Colombia. 6.2. ¡A levantar el pueblo degenerado!

Hablar de chichismo, chicha o enchichados era referirse al pueblo pues este era quien la consumía y por lo tanto estaba abocado a la terrible enfermedad, de tal modo que estas nociones parecían sinónimas. El desprecio y necesidad de transformación del pueblo para consolidar el progreso y la modernización capitalista develan los caracteres negativos con que se hacía referencia al “pueblo” en tanto población ociosa, enferma, degenerada racialmente y criminal, un pueblo que por lo tanto ya no era enarbolado como se hiciese otrora, sino que debía levantarse, purificarse, higienizarse y controlarse para estar en sintonía con los tiempos modernos. Como lo evidenciaba en el segmento anterior, las descripciones del chichismo tenían un trasfondo racial que era congruente con las tendencias científicas en boga y a las que se adscribían los médicos higienistas. De tal suerte que una concepción de la raza como enferma o degenerada cumplió un apoyo teórico y científico fundamental en la medicina a finales del siglo XIX e inicios del XX (Cardona, 2004), en la que se conjugaron el darwinismo social y la teoría de la eugenesia. En un contexto internacional donde las diferencias de los pueblos se entendían a partir de rasgos geográficos, fisiológicos y raciales, en la búsqueda del mejoramiento de la población para la creación de riqueza, estas estructuras discursivas positivistas y coloniales, calaron fácilmente en las perspectivas de los médicos colombianos. La degeneración no sólo se explicaba por las condiciones geográficas y climáticas, pues el trópico se percibía como un espacio salvaje e inadecuado, sino que el mestizaje propio de la mayoría de la población colombiana, implicaba un problema pues era el resultado de la mezcla 75

de especies distintas lo que ocasionaba la pérdida y desaparición de caracteres originales, que además se agravaba con el hecho que las razas mezcladas en sí eran defectuosas. Según el médico, Miguel Jiménez López, el cruce hispano-indio conllevaba necesariamente a una degeneración racial, pues el mestizo físico era un mestizo moral, es decir, un degenerado mental y espiritual (Citado por Castro-Gómez, 2009). Pero ese pueblo que había adquirido caracteres animales y bestiales por su degeneración, era también una población pervertida, criminal e inmoral. La relación aquí de nuevo es causal. El pueblo era degenerado y pervertido moralmente por naturaleza, de tal modo que como lo que creyera Osorio Lizarazo (1998) del Alacrán, poseía una malignidad y perversidad innata, era proclive al delito, a la destrucción y al crimen. Si bien él de alguna manera, matiza ese comportamiento “innato” del pueblo representado en sus personajes, al reconocer las influencias determinantes de unas condiciones socio-económicas y culturales propias de una ciudad en crecimiento, no niega tampoco la influencia tóxica y degenerativa del consumo de la chicha la cual en su novela es asociada al crimen y la reyerta. En una chichería por el Paseo Bolívar, cerca de La Peña, El Inacio y el Alacrán se pusieron a reñir, cuando el Inacio agarro a Tránsito forzándola a irse con él, a lo cual se opuso el Alacrán […] Los demás intervinieron para evitar la reyerta. La chicha los empujó a moverse y los cuerpos formaron un remolino de puños, de dientes, de cabellos desflecados, de miembros revueltos por el suelo, y las voces se aglomeraron en un concierto de aquelarre, sobre el cual flotaban los vocablos obscenos, los gemidos de dolor, los alaridos y los clamores de auxilio. (p. 104)

En otra, por el barrio Las Ferias, alguien enojado porque le mojaron la ruana inicia una pelea: Y como el inculpado reaccionara, la disputa creció de pronto, intervinieron otros que parecían ajenos a ella, se tornó general, se convirtió en tumulto. Salieron a la calle combatientes y mediadores, pero la intervención de estos incoherentes y torpes, enardecía los ánimos antes que calmarlos, y de pronto un alarido rompió la noche. Al desplomarse el hombre, con el rostro contraído por el dolor de la agonía, una voz paradójicamente condenso en una frase el acontecimiento: -¡ay tá: ya le vaciaron las tripas! (p. 215)

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Para Osorio Lizarazo, el ambiente oscuro, sucio, amarillento, oloroso, brumoso y sórdido de la chichería se asocia a discusiones, enfrentamientos y puñaladas. La chicha encendía la cólera y despertaba rencores adormecidos latentes, promovía la crueldad y la violencia. Con cierta frecuencia, enchichado el Alacrán abofeteó y apuñeó a Tránsito con insultos, pues en personajes como estos, la chicha “desataba la bestia sanguinaria”, “acentuaba su tendencia sombría y recelosa, su odio asesino y crueldad carnicera”. Se acepta entonces el mal y el vicio en el pueblo debido al consumo de chicha, por lo cual se asume como una total amenaza para el orden público, pero también, la chicha generaba serios desmanes a la moral privada pues valores como el ahorro y la temperancia quedaban negados con su consumo, así como la disciplina y el orden tan necesarios en el proceso industrialista que vivía la ciudad. Los “lunes de zapatero” donde se calmaba el guayabo del domingo y el consumo frecuente de chicha como sustituto alimenticio, aunque se tuvieran comportamientos “pasivos”, constituían un detrimento al orden racional y civilizado, pues impedía que esta población se aseara y vistiera bien para que fuera un obrero decente y sano, se alimentara adecuadamente para que fuera eficiente y productivo, y pasara el tiempo en familia menguando sus sentimientos de odio y resentimiento por las crudas condiciones a las que estaban abocados a vivir. La algarabía vociferante de injusticias, resignación y odio, las “obscenidades” que no eran más que situaciones de romance y pasiones efímeras, las discusiones, reyertas de todo tipo y la presencia de mujeres hacían de la chichería y la chicha como elemento aglutinador, un espacio del crimen, del delito y la inmoralidad, de tal suerte que su consumo, para algunos debía ser considerado como un mortal pecado. Su negación y persecución adquirió niveles inesperados después del 9 de abril, ya que había quedado demostrada “la potencia monstruosa, incontrolable”, la “violencia desbocada como corcel salvaje” del pueblo, de su odio latente que desea matar y destruir. La chicha embrutecía y degeneraba al pueblo, pero así se embriagara con otros tragos, como aquellos finos: “el alcohol” iba a despertar “el odio y las purpureas ansiedades de asesinato” latentes en él (Osorio Lizarazo, 1998, p. 271).

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La suciedad, la desnutrición, las deficiencias higiénicas y morales y la criminalidad aparecen como expresiones del estado patológico y degenerado del pueblo colombiano, un pueblo que enfermo y degenerado constituía trabas al progreso del país: El pueblo ha sido entre nosotros en el pasado, el sostén y el escudo de la República, más hoy por sus precarias condiciones ha venido a ser la impedimenta […] en nuestra marcha hacia el progreso […] es preciso que lo levanten, lo transformen y se lo asimilen, para no verse obligados, como al polluelo el ave, a destruir y desechar el huevo protector. (Miguel Jiménez López, 1920, citado por Calvo & Saade, 1998, p. 58)

Para que fuera el adecuado sustento para la nación industrialista que emergía con fuerza, el pueblo debía levantarse lo que significaba asearlo y educarlo para que cambiara funestas costumbres ancladas a un pasado colonial y premoderno, transformarse y asimilarse, o sino en términos de este médico higienista era legítimo y necesario, su destrucción o aniquilamiento como “al polluelo al ave”. De manera similar es asumido por Osorio Lizarazo (1998). Si bien el pueblo era un pueblo víctima de la injusticia de una “sociedad cristiana y recatada” y de la ignominia de su egoísmo y vanidad, donde la desafortunada vida de Tránsito aparece como manifestación; éste se percibe también como un pueblo ignorante, irracional, que no piensa y se cuestiona por las condiciones de su existencia, que es indiferente y pasivo. No obstante, en su dedicatoria del libro, este aparece también como un pueblo “laborioso, puro, constructor de toda riqueza y autor del progreso”. De tal modo, que el pueblo, la fuerza de trabajo sigue siendo una fuerza indispensable para el progreso del país, pero debía levantarse, nutrirse, educarse, higienizarse y purificarse un poco, porque en el estado de resignación, miseria, debilidad y perversión en que se encontraba no era suficiente para el avance capitalista. De manera que el trabajo sobre la higiene de los cuerpos, la limpieza y la apariencia física, surgen como demandas sociales urgentes, así como el mejoramiento de la vivienda, el trabajo, la educación y la alimentación, aunque estas últimas escasamente atendidas.

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Aunque muchos higienistas hubiesen preferido la inmigración masiva europea, el mejoramiento de la raza tuvo que ver con el cambio de prácticas sociales arraigadas y espacios tradicionales de socialización, pues de nada servía educar al pueblo si éste seguía teniendo “costumbres viciosas”; así lo estimaba Bejarano (1950) quien no creía en lo que podían hacer los “maestros graduados en las normales modernas si se les entrega un material humano degenerado y con un déficit mental manifiesto” (p.78 [Énfasis agregado]). 6.3. “La derrota de un vicio”

Medidas prohibitivas, restrictivas, tributarias y mediáticas habían copado la atención de las autoridades por eliminar el tradicional consumo sin ninguna efectividad real. Pero con los sucesos del “Bogotazo”, su destrucción y muerte, y el ambiente modernizador de la época, surgen las condiciones apropiadas para su definitiva derrota. Los desmanes del 9 de abril habían demostrado la nefasta influencia del alcohol en el comportamiento bárbaro del pueblo, siendo por ello causante de la realidad socio-política del país. El Estado según el Decreto N° 1839 del 2 de junio de 194833 (Bejarano, 1950), y cumpliendo su deber de velar por la moralidad, seguridad y tranquilidad pública, consideraba que: Uno de los principales factores que contribuyen a mantener un estado de exacerbación política y de criminalidad es el uso de bebidas alcohólicas, especialmente aquellas que por su pésima calidad como por los lugares donde se expenden y consumen terminan fácilmente en conflictos de toda naturaleza.

De tal suerte, que para proteger el Estado, la ciudadanía, además de la salubridad y moral públicas era imprescindible acabar con las chicherías y con la chicha, ésta debía arrancarse del gusto del pueblo, o más bien sustituirse para que este fuera un aliado adecuado en la marcha hacia el progreso. Curiosamente, aunque la problemática se veía reflejada en enfermedades y manifestaciones degenerativas, su solución implicó una depuración de los espacios y

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Este Decreto es el fundamento de la Ley 34 la cual se considera, dio la estocada final a la chicha.

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modificación de los mismos mediante mecanismos legales y publicitarios, donde el alcoholismo adquiere de repente nuevos matices. En 1922 se había dado uno de los primeros pasos en ese sentido. Mediante el Acuerdo 15 de 1922 se prohibieron los establecimientos donde se fabricara o expendiera la bebida en el perímetro comprendido entre la calle 1ra y 26 entre carreras 3ra y 13; y entre la calle 52 y 67 entre carreras 1ra y 16. Así como en cercanías a lugares públicos, calles principales por donde pasara el tranvía, los centros educativos, manicomios, hospitales, cárceles o templos (Ver Mapa 3). Con ello se logró limpiar el centro comercial e institucional de la ciudad que no podía exhibirse ante la mirada foránea con tan degradantes espacios y sociabilidades, generando así un desplazamiento paulatino de estos lugares hacia la periferia, es decir hacia los barrios obreros y en las cercanías a la Plaza de Mercado y San Victorino. Mediante el Decreto 1839 antes mencionado, a las asistencias o restaurantes populares -que en términos de Osorio Lizarazo (1998) eran tan solo fachadas o chicherías clandestinas patrocinadas por el Estado para envilecer el pueblo- les fue prohibido la venta de chicha y guarapo, lo cual menguaba tajantemente prácticas populares pues según el dicho, chicha se escribía con piquete. En noviembre aparece la Ley 34 de 1948 que marca una fractura tremenda para la fabricación y consumo de chicha; si bien la medida no fue prohibitiva, sí constituyó un detrimento a su producción ya que puso el acento en la necesidad de mecanismos modernos y sofisticados, es decir, industriales para tal fin. El artículo primero establecía: Desde el 1° de enero de 1949 sólo podrán fabricarse, venderse o consumirse, en todo el territorio de la República, bebidas fermentadas de la caña, así como del maíz, del arroz, de la cebada y otros cereales, y de frutas, cuando ellas hayan sido sometidas a todos los procesos que requiere su fermentación y pasteurización adecuadas, por medio de aparatos y sistemas técnicos e higiénicos y que además, sean vendidas en envase cerrado, individual de vidrio, todo esto reglamentado por el gobierno nacional. (Bejarano, 1950, p. 105)

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Para que se pudiera fabricar chicha entonces se requería inversiones suficientes para sofisticar la fermentación, pues la utilización de barriles y la ptomaína natural no eran insumos adecuados para ello, pero tampoco los rubicones y las totumas para su distribución. Ingentes sumas de dinero se necesitaban para adecuar este producto a las nuevas medidas higiénicas. Pero como se demuestra según cifras del Primer Censo Industrial de Cundinamarca (Dirección Nacional de Estadística 1945) esta inversión era un poco difícil debido al limitado capital que tenían. En Cundinamarca para 1945 había 74 fábricas de chicha con un capital de $1’421.660 que contaban con un total de 128 máquinas con un valor estimado de $207.000, mientras que las fábricas de cerveza, que eran tan solo tres, tenían un capital de $46’873.180 y 987 y máquinas por valor de $6’088.630. Con tan insignificante capital frente a la industria cervecera, pedirle a la industria chichera que mejorara, que modernizara su producción bajo pena de multa o clausura, era pedir un imposible, sobre todo si se tenía en cuenta que intentos de este tipo como el que se dio en 1920 con la “Maizola” habían sido un fracaso debido a su poco contenido alcohólico y la poca aceptación que tuvo en el consumo popular. Además, según el Anuario de Estadística de Bogotá de 1948, de 201 visitas de saneamiento realizadas a chicherías había establecido que 93 se encontraban en deficientes condiciones sanitarias y 18 en malas, lo cual quería decir que las condiciones de los lugares de fabricación y expendio no eran adecuadas según los principios de la higiene y el saneamiento, y los trabajadores no poseían las libretas sanitarias que garantizaran que su salud y moral no constituían un atentado al orden público. Por otro lado, el consumo de cerveza iba paulatinamente en aumento de tal suerte que para 1956 la producción era de un poco más de 186 millones de litros, mientras que 10 años antes la chicha apenas alcanzaba los 85 millones de litros. Además su participación en las rentas del Estado iba también en aumento de tal modo que ésta, se decía, sí era una empresa nacional a la que patrocinar y apoyar sobre todo teniendo en cuenta su labor por promover la mejoría del pueblo. Mientras que en 1939 la industria cervecera representó el 15% en las rentas del departamento de Cundinamarca, para 1953 ya alcanzaba el 34% y para 1956 sobrepasaba el

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50% (Calvo & Saade, 1998, Bavaria, 1957), lo que evidencia la creciente importancia que adquiere ésta para la nación industrialista. En 1957 Bavaria publica un detallado estudio sobre “La cuestión alcohólica en Colombia” en el que pone de manifiesto las ventajas de la cerveza frente a otras bebidas nacionales y extranjeras. Si bien, se aceptaba que el alcoholismo era un azote social, una amenaza y carga para la sociedad debido a las “perturbaciones psíquicas y tendencias mórbidas” que desencadenaba, era preciso analizar la problemática en su “justa medida” haciendo diferenciaciones pertinentes en cuanto calidad y cantidad de las bebidas, propiciando nuevos enfoques del problema del alcoholismo en el país. Aunque 10 años antes se repetía hasta el hastío el grado de alcoholismo del pueblo, para Bavaria ello estaba lejos de la realidad, pues en Colombia se bebía 6 veces menos que en Francia, 3 veces menos que en Italia y 2 veces menos que en Suiza. De tal modo que ya el pueblo no era una población alcoholizada (Bavaria, 1957). No obstante, si lo fuera ello tendría solución, pues la cerveza debido a su bajo contenido alcohólico –sólo 4% con respecto al 7% o más de la chicha-, constituía un factor de temperancia que ayudaría a combatir el consumo de bebidas más fuertes. La promoción de su consumo entonces tendría beneficios sociales altísimos al cambiar hábitos perniciosos en los consumidores, evitando con ello el aumento del contrabando cuando se prohíbe totalmente ciertos consumos. La cuestión era entonces sustituir, ya no prohibir o restringir consumos, sino modificarlos radicalmente, donde la cerveza se enuncia como salvadora pues ésta no sólo era la más higiénicamente fabricada pues exigía un proceso largo, difícil y controlado de cocción y fermentación de cereales, siendo por ello una de las bebidas más aptas e higiénicas para el consumo humano; sino que también era nutritiva, difícilmente embriagaba y promovía actitudes moderadas y temperantes en sus consumidores, disminuyendo los índices de criminalidad.

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Mapa 3: Cuadriláteros de prohibición 1922. Elaboración propia con base en datos de Calvo & Saade (1998)

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La salud y la nutrición entraron como puntos fundamentales en la lucha contra la chicha, ya que la chicha constituía un elemento fundamental en la nutrición del pueblo bogotano. La cerveza no sólo contenía –se decía- carbohidratos, sustancias nitrogenadas, minerales y vitaminas, sino que su consumo no constituía un factor de intoxicación alcohólica: “el contenido alcohólico de esta bebida es tan bajo, y la cantidad requerida para causar intoxicación tan grande, que propiamente la cerveza puede ser considerada un no intoxicante” (Bavaria, 1957, p.41 [Subrayado en el texto]) Para intoxicarse o embriagarse con la cerveza, aparentemente se necesitaban más de 20 botellas las cuales no podían ser absorbidas por el organismo en corto tiempo, de tal suerte que el bajo contenido alcohólico, la imposibilidad fisiológica para procesar la bebida y su fabricación higiénica, hacían de la cerveza una bebida beneficiosa en la lucha antialcohólica, y de hecho recomendable su consumo diario para mejorar la energía y salud del pueblo trabajador 34. Pues la cerveza lejos de ser “un factor de alcoholismo, (era) la bebida sustituible para combatirlo en forma práctica”. Estas nuevas concepciones fueron paulatinamente calando en la cotidianidad del pueblo mediante la promoción de tiendas obreras a partir de 1949 las cuales fueron patrocinadas por Bavaria en un concurso de “tiendas modelo” que debían “mejorar en presentación y moralizar el ambiente de los establecimientos” con una impecable presentación, higiene, limpieza y ante todo una buena disposición de la nutritiva e industrial cerveza. La chichería le da entonces paso a la tienda donde el “bajo pueblo” seguirá estando excluido de los beneficios de la enarbolada ciudad moderna. Los espacios y prácticas se configuran para estar acordes con los postulados e imágenes de esta emergente ciudad. Nuevas clases sociales iban a fundamentar el avance capitalista; por un lado los obreros debían mejorar sus costumbres, levantar su constitución racial y comportamiento bárbaro con el cambio de hábitos tradicionales. El control sobre la disciplina fabril fue importante, pero también lo era el control del tiempo libre pues este debía ir en consonancia con la industrialización, de tal modo que si el obrero no iba a

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De hecho, a los empleados de Bavaria se les daba varias botellas de cerveza diarias para cambiarles hábitos y aumentar el consumo, bajo el pretexto de mejorar su energía y nutrición.

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estar en su casa feliz con su familia ahorrando, por lo menos debía ayudar a consolidar la industria nacional consumiendo productos higiénicos e industrializados. Por otro lado, la burguesía en asenso quien emprendía la labor moralizante y nacionalista, ha cambiado también sus gustos, consumos y sociabilidades, donde los cafés emergen como nuevos espacios de socialización.

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7. Los Cafés En el presente apartado se evidencia la producción espacial del café señalando las razones de su aparición en la ciudad, pero el interés principal se dirige a reconocer el café como un fructífero espacio de representación donde emergía la opinión pública, el arte y la crítica; para terminar señalando las restricciones que tuvo tras los sucesos del Bogotazo con el estado de sitio y la ola modernizadora. El café como espacio de socialización hace su aparición en la ciudad como expresión de los nuevos gustos que comenzaban a movilizar a la creciente burguesía y de la consolidación de la economía nacional del café. Este se consolida como espacio de encuentro, tertulia y debate de hombres que buscan sociabilidades modernas cuando las propiciadas en el siglo pasado en espacios como la iglesia, plazas o lugares privados ya han menguado en importancia; albergando diferentes clientelas, gustos y funciones, el café se consolida como expresión de la ciudad moderna donde el espacio público se reivindica a partir de una relación simbiótica con la calle entre periodos políticos beligerantes y violentos. La originaria planta de Abisinia constituye una bebida de la Modernidad en diferentes sentidos, pues no sólo su plantación promovió la expansión mercantilista europea desde el siglo XVII, sino que como bebida exótica comenzó a acompañar la sociabilidad de una naciente burguesía y posteriormente a convertirse en hábito alimenticio para clases medias y bajas de Europa y Estados Unidos. Traído por los holandeses a Surinam el cultivo del café se desplazó a Venezuela y Brasil, para llegar a Colombia donde encuentra unas condiciones climáticas, de suelos y sociales favorables para su desenvolvimiento. Según Marco Palacios (1979) es desde 1910 cuando el café como producto nacional moviliza los principios de progreso, civilización y nación, campaña que ya no es emprendida por latifundistas, pues la hacienda declina, sino por comerciantes que compraban el grano 86

directamente a campesinos fragmentados y pobres que labraban sus pequeñas plantaciones de tierra, para ser comercializado en las bolsas extranjeras. Con la masificación del consumo de café en Estados Unidos y Europa, además de los cambios geopolíticos acaecidos por las guerras mundiales, Colombia comienza a figurar como un proveedor importante de café a nivel mundial, después de Brasil, pues casi el 90% de la producción es exportada y en su mayoría, un poco más del 80% es vendido a los Estados Unidos (Palacios, 1979). La economía del café es una economía colonial que forjó una nación moderna, en la medida en que este es un producto para ser vendido a potencias o “países del norte”, comercializado por burguesías locales que si bien movilizaron ideas liberales, mantuvieron condiciones sociales y económicas marginales para los campesinos proveedores. En este sentido, el café ha jugado un papel determinante en “el devenir histórico, cultural, político e institucional de Colombia” (Palacios, 1979) pues el desarrollo de los transportes conectando el accidentado país así como la idea de nación proyectada, contribuyeron a la integración nacional dada la fragmentación regional y debilidad del Estado para representarla, forjando hombres de negocios y líderes políticos que tramitaron “un proyecto nacional pragmático de modernización capitalista”. De este modo la construcción de una nación o de una economía nacional, así como la acumulación capitalista para ser invertida en nuevas industrias, acompañado de un paulatino cambio de cosmovisiones, valores y gustos con la emergencia de nuevos actores sociales, son el trasfondo de lugares de encuentro, socialización y ocio como los cafés. En los cafés los hombres podían relajarse, pasar el tiempo, encontrarse, jugar ajedrez o billar y conversar con sus semejantes alrededor de una taza del exótico y estimulante “brebaje”. El café para la ciudad en crecimiento y las ideas modernizantes de la época, además de las condiciones climáticas de Bogotá con su penetrante frío, constituía como un refugio, un lugar con fuerza centrípeta que convocaba distintos gustos, temas y funciones, promovía el encuentro y la reunión frecuente y fraternal de hombres, de tal modo que para muchos su visita constituía un ritual, pues su espacio se concebía como un lugar de aprendizaje, un sustituto del hogar o del trabajo -o sí no se tenía- un lugar donde pasar el tedio de la existencia.

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En la década de los 40s el café ya era toda “una institución” en la ciudad, sus espacios día y noche vivían llenos, llenos de debates, de nuevas perspectivas, de críticas al gobierno conservador, a las divisiones del partido liberal, a las posibilidades del arte y la poesía, y porque no, también lleno de trivialidades y asuntos mundanos. El café se percibe como un fructífero espacio público donde va emergiendo la denominada opinión pública así como un crisol donde emergen nuevas dinámicas culturales y artísticas, pero por estas cualidades fructíferas y críticas, constituye también un lugar a ser depurado e higienizado. 7.1. El café como espacio público En el café se dan cita contertulios y transeúntes, individuos que se habían encontrado en la calle para continuar su conversación en la mesa de un café, o por el contrario veían desde sus sillas y a través de los vidrios o puertas de vaivén el movimiento y los corrillos de las calles, estableciendo así una relación simbiótica entre la calle y el café. La relación con la calle era significativa para la identidad del café como de la ciudad, la cual a la vista de foráneos era “inimaginablemente ruidosa, [pues vivía] en conversaciones y cafés” (Ray, J. (6 de Enero de 1948) Bogotá, una ciudad de cafés y ruidos. El Tiempo. p.3). La abundancia de cafés por la carrera emblemática de la ciudad le permitía a estos espacios congregar, atraer y encontrar una variada clientela, prácticas y conversaciones: En el recorrido de una hora por la carrera séptima –el Broadway de Bogotá- tuve la oportunidad de entrar a cuatro cafés llenos de gente. Se encontraban allí tres ministros de gabinete, un expresidente y por lo menos veinticinco diputados que discutían problemas nacionales con todos los clientes. (Ray, J. (6 de Enero de 1948) Bogotá, una ciudad de cafés y ruidos. El Tiempo. p.3).

Es de notar que aún se concebía una imagen de ciudad para el transeúnte y el caminante, para los corrillos, chismes y aglomeraciones, donde apenas cuatro o cinco cuadras que van desde la Plaza de Bolívar hasta la Avenida Jiménez le toman una hora al periodista extranjero (Ver Imagen 3). Estas prácticas durante la primera mitad del siglo XX, le fueron otorgando una identidad y carácter a la ciudad que estando lejos de las vertientes donde se cultivaba el grano, comenzó a ser 88

reconocida por extranjeros como “la ciudad del tinto” y por esta razón una ciudad filosófica, contemplativa, justa e insomne siempre en búsqueda de la verdad (Andrade, R. (23 de Diciembre de 1945) El bogotano y el café, El Tiempo. p.13).

Imagen 3:”El tiempo vale menos en la carrera séptima que el oro que respalda los billetes de banco”. Sady González,

La exhibición y al mismo tiempo anonimato que suscitaba el café, le conferían la calidad de espacio público, un espacio que lo era debido a los diferentes grupos que congregaba y con ellos las distintas perspectivas y funciones que permitía. Así mientras en el Asturias se daba cita poetas, estudiantes y al parecer también simpatizantes del franquismo, en el de la Bolsa lo hacían 89

los banqueros, en El Gato deportistas y ganaderos, en La Cigarra políticos y en el San Marino políticos conservadores. Diferentes clientelas y funciones que a partir de las prácticas sociales le fueron otorgando la dinámica e identidad al lugar. La intensidad de relaciones que suscitaba, su fuerza para congregar grupos y comportamientos diversos y la estimulación para la identificación simbólica y expresión cultural, son para Carreira (2008) aspectos que dan cuenta de la calidad del espacio público. Relaciones entre hombres semejantes –en cuanto a condiciones económicas, sociales y culturales- que iban allí a debatir las últimas noticias del mundo y del país, a pasar las horas, a aprender o a leer, a ver o ser visto, a divertirse y dialogar, se constituyeron en prácticas cotidianas y permanentes que encontraban en el café casi como un sustituto del hogar o del trabajo. De igual manera, grupos literarios y artísticos que debatían sobre la funcionalidad del arte y su relación con la política desde distintas perspectivas, o aquellos que intentaban proponer nuevos rumbos para la poesía, o perspectivas políticas disímiles como liberales, comunistas, socialistas, anarquistas, conservadores y hasta franquistas se dieron cita allí. El permanente debate y tertulia que propiciaban los usuarios del café, les suscitaba una identificación o personalidad distinta a la que se pudiera suscitar en cualquier otro espacio, se consideraban “revolucionarios de café” o “intelectuales de café”. Dada la incipiente profesionalización en Bogotá - sólo había tres universidades35- en sus rincones emergieron nuevas figuras políticas e intelectuales que consolidaron el ambiente intelectual y artístico del país. Para Fernando Arbeláez (1995) los cafés eran: Fecundísimos seminarios en los cuales, al calor de unos aguardientes, se discutía y se hablaba sobre las últimas cosas leídas, sobre los escritores más novedosos, sobre la política y la revolución, es decir, sobre temas realmente formativos que indicaban vías nuevas en la contemplación del mundo y la sociedad. (p.81)

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La Universidad Nacional, la Universidad Javeriana y la Universidad Libre.

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En un ambiente de polarización política y violencia en el país, y de ascenso de totalitarismos y nuevas relaciones geopolíticas a nivel mundial, los asuntos políticos parecían dominar la tertulia y debate en los cafés. En ellos se daban expresión los rechazos, aceptaciones y beligerancias frente a los postulados e ideologías en boga. La terminación del conflicto mundial, la paulatina emergencia de Estados Unidos como potencia y sus influencias en el país, la descolonización de países africanos y asiáticos, la situación de la URSS y de la Alemania dividida, la Guerra Civil Española, los nacionalismos latinoamericanos, la división del partido liberal y la ortodoxia del conservador, el desplazamiento y violencia rural creciente en el país fueron temas recurrentes que animaron la conversación entre tazas de café. Allí Jorge Eliecer Gaitán cuando perdió las elecciones de 1946 se reunió con sus simpatizantes para exponer ideas y planes de acción para la división del partido liberal; también allí se dio el espacio para la inscripción al partido gaitanista como lo dijera un entusiasta contertulio recordando esas épocas (Torres, 1999). Allí se dieron cita intelectuales, poetas y pintores a homenajear “la histórica resistencia del pueblo ruso de Leningrado” (Monje, 2011), o halagar al proyecto político del general Franco. Espacios que hacían y rehacían la revolución y la transformación social con el estimulante brebaje o una embriagante bebida. La cercanía a instituciones de gobierno, a periódicos, revistas y emisoras hacían de los cafés un espacio propicio para la creación de la opinión pública. De este modo, el café no sólo se configura en espacio público al congregar y permitir relaciones democráticas e igualitarias entre hombres, sino que también se constituyó en un lugar donde surgió y se expresó la opinión pública. Para Jaime Iregui (2009) refiriéndose a El Automático, el café era el escenario de emergencia de la “esfera pública”, de aquel ámbito abierto donde los ciudadanos debatían y discutían de forma independiente sobre asuntos de interés común sin la injerencia de estamentos de poder como la Iglesia o el Estado. Ello era tan expresivo como que en cafés como La Cigarra cercano a El Tiempo, se colocaba una pizarra en la entrada donde estaban escritos los principales acontecimientos mundiales y nacionales. Pero la cuestión no se agotaba allí, como si en el café sólo se diera cita la crítica al gobierno de turno o a las condiciones económicas y sociales del país, sino que también allí se 91

forjaba la opinión pública, es decir de la que se iba a plasmar en las páginas del próximo periódico, en el programa radial y la que fundamentaba decisiones en el ámbito institucional. Allí de igual forma, surgieron nuevos proyectos como fue el caso del quincenario Crítica realizado por Jorge Zalamea y su hijo Alberto Zalamea desde octubre de 1948 hasta 1951, con el objetivo de ser una publicación de análisis literario, artístico y crítica política. Aunque no tenía “compromisos” ni representaba “grupo alguno” como fuera postulado en su primera edición (Iregui, 2009), como publicación cultural, literaria y artística quizás fracasó pues en sus páginas abundaba las crudezas de la violencia sociopolítica en los campos con el listado de liberales asesinados y la crítica enardecida al gobierno conservador de Laureano Gómez (Torres, 1989). La fuerza de congregación y encuentro con su relación con la calle y su influencia en la formación de la opinión pública, hacían de los cafés fructíferos espacios públicos que no obstante, tuvieron sus limitantes dada la cultura del país que aún estaba muy anclada a patrones tradicionales y religiosos. En los cafés sólo se admitían hombres, la presencia femenina en dichos lugares era negada y rechazada, y si se llegaba a propiciar, juzgada con marcos morales y religiosos no tan modernos. Las mujeres como esposas, amas de casa y madres, no debían estar en el espacio del café donde los hombres se relajaban, “soltaban la risa, el gracejo malicioso y el chiste imposible de contar ante la señora” (Guerra, J. (1 de Junio de 1947) La agonía de los cafés. Semanario Sábado, (205) pp. 3,15). Dándose cita chistes, temas, negocios e infidencias inoportunas para las señoras, ellas debían conformarse con su limitado espacio privado del hogar o al “público” de la plaza de mercado o el salón de té. Las únicas mujeres del café eran las “coperas” las meseras que servían a los contertulios y que por su belleza y relación con los clientes eran percibidas en el imaginario colectivo como mujeres de “mala vida” o “alegre” pero como lo demuestra Monje (2011) eran madres solteras, exprostitutas o campesinas migrantes abriéndose paso en la hostil urbe. Las mujeres “decentes” que frecuentaban estos espacios se tomaban casi como vagabundas o “machorras” que se comportaban como hombres. En una ocasión Emilia Pardo Umaña, una de las primeras periodistas colombianas, entró a El Automático donde un policía le dijo “usted se me sale de

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aquí” a lo cual ella inquirió la razón. El policía le dijo: “es que ni siquiera hay baño para las señoras” y ella respondió: “no importa, yo orino parada” (Iregui, 2009, p.38). La presencia femenina entonces no era recomendable en el café y de hecho era mal vista, pero también la de ciertos sujetos como mendigos, limpiabotas o vendedores ambulantes, pues esta gente anómica y pobre no era una adecuada expresión del carácter intelectual y cultural de la ciudad que encontraba en los cafés el espacio propicio y predilecto para su desenvolvimiento, como fue el caso de la tertulia literaria. 7.2. Café, arte y bohemia Cuando un estilo de vida burgués se instala en la naciente ciudad moderna, con sus nuevos espacios, gustos y maneras de relacionarse, la bohemia emerge como una vida que intenta trasgredir, rechazar o por lo menos evitar –hasta cierto punto- unos ritmos de vida controlados y disciplinados donde el tiempo debe invertirse para la productividad. Con ideales de cambio de patrones culturales y estéticos anquilosados en la tradición y en una moral conservadora y cristiana, el café se constituye en un espacio donde también artistas de toda índole se dan cita para compartir sus visiones, sus lecturas, sus producciones, aprender de los otros, exhibir su producción o encontrar en sus muros la resbaladiza musa de inspiración. La cercanía a salones de arte36 así como a periódicos y librerías, permitía que en los cafés del centro de la ciudad se dieran cita una variada gama de intelectuales y artistas que encontraban en sus mesas un espacio ideal para el debate, la trasgresión y por qué no, un escenario vital para la creación que no encontraban en otros escenarios como la Academia. El uso singular y artístico de estos espacios sociales fue propiciado por la tertulia de la “Gruta Simbólica” que reunida primero en espacios privados debido a los toques de queda e inseguridad propios de finales de siglo con la “Guerra de los Mil días”, encuentra en cafés como La Botella de Oro espacios propicios para su tertulia. Brigitte Kӧnig (2002) considera que este grupo representó la transición de la tertulia

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Cerca de la Avenida Jiménez se encontraban las Galerías de Arte S.A. de Hans Hungar y Casimiro Eiger, la galería de Leo Matiz y las Galerías Centrales de Arte.

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en espacio privados y cerrados debido a un contexto beligerante y donde se consumía además de bebidas embriagantes el tradicional chocolate santafereño, a espacios públicos y abiertos. La labor emprendida por los comerciantes cafeteros en la institucionalización de la economía nacional del café, permitió que este paulatinamente entrara en la cotidianidad de la población colombiana, cambiando sus imaginarios y significados. Durante el siglo XIX se le consideraba como un oscuro brebaje pero ya en el XX éste no era sólo símbolo de progreso y civilización, sino que también se le empezó a considerar bastante beneficioso ya que tenía aparentemente además de propiedades estimulantes, otras saludables y hasta paliativas para algunos males del cuerpo. Lo que estaba de trasfondo era la necesidad de aumentar el consumo interno del producto nacional, cuando éste ya estaba consolidado como economía agroexportadora. Unido a esto, la indemnización por la pérdida de Panamá y el aumento de empréstitos desde Estados Unidos con la llamada “Danza de los Millones”, así como la incipiente provisión de luz en sectores centrales de la ciudad, permitieron no sólo que emergieran con toda la legitimidad social espacios de socialización burguesa como cafés, restaurantes, clubes y hoteles, sino que también se pudiera experimentar la noche. La llegada de la luz eléctrica fue fundamental para el establecimiento de la ciudad moderna en tanto propicio la vivencia de la noche develando la superación de ciertas creencias e imaginarios tradicionales. De tal modo que la noche ya no iba a ser percibida con el miedo, la oscuridad, lo tenebroso, el espacio del mal o el peligro, sino que su iluminación significó que ésta pudiera ser experimentada a partir de nuevas prácticas culturales como la asistencia a operas, a cines o a teatro, a restaurantes extranjeros, a cafés, etc. La luz implicó también que comerciantes encontraran en este ámbito un provecho para el incremento de ganancias. Con ello la ciudad amplió su ritmo y maximizó las relaciones sociales, pues ello ya no se limitaba al horario diurno. Y es en ese contexto donde se solidifica el café literario en Bogotá, un espacio social que según Brigitte Kӧnig (2002) constituyó un símbolo de vanguardia en la medida en que sus rincones llenos de brumas de humo, se desarrollaron tendencias de avanzada en el ámbito cultural, artístico y político para la ciudad y el país. En el café literario se dieron cita poetas, cuentistas, cronistas, periodistas, ensayistas, escritores, caricaturistas, pintores y artistas, 94

permitiendo el encuentro y la tertulia regular, o casi diaria donde había un continuo intercambio espiritual (Kӧnig, 2002). Es por ello que en sus mesas emergieron grupos que intentaron cambiar el lenguaje y la función de la poesía colombiana como Los Nuevos, en la década de los 20s, quienes encontraron en el café Windsor el espacio propicio para el debate sobre poesía y para el cuestionamiento y rechazo al capital cultural y político legado. Influenciados por la vanguardia europea que iba en contra de tendencias como el romanticismo, realismo o naturalismo, posturas que al parecer ya no decían nada sobre una realidad deprimida tras el fin de la Primera Guerra Mundial, Los Nuevos representados en poetas como León de Greiff (1895-1976) y Luis Vidales (1900-1990), cronistas como Luis Tejada (1898-1924) y caricaturistas como Ricardo Rendón (1094-1931), permitieron la emergencia de nuevas perspectivas del arte, la cultura y la política. Luis Vidales con su humorismo fue capaz de conquistar nuevas formas y tópicos para la poesía; León de Greiif revolucionó con sus versos, su estética y su amplio bagaje léxico y cultural la poesía. Ricardo Rendón con su sagaz caricatura en un ambiente mayoritariamente analfabeta, fue una gran influencia para el desplome de la Hegemonía Conservadora y Luis Tejada introdujo originalidad en la prensa con sus crónicas (Charry Lara, 1988). Otro grupo que encontró su espacio de constitución fue los de Piedra y Cielo quienes reunidos en el Café Victoria a finales de la década del 30 e inicios de la de los 40s, emprendieron también nuevos rumbos para la poesía colombiana. Influenciados por autores latinoamericanos y de la tradición de la Península Ibérica, cuestionaron fuertemente el estado de la poesía colombiana, centrando sus críticas en la figura vanagloriada y amada de Guillermo Valencia (1873-1943) con su poesía pictórica. Este no es el lugar para emitir juicios sobre la validez o riqueza artística de estos movimientos o generaciones que propiciaron nuevos enfoques para la literatura colombiana, no sólo porque no tengo el conocimiento literario pertinente para ello, sino también porque este no es el interés investigativo. Lo que se pretende resaltar con la emergencia de estas nuevas perspectivas es la importancia que tuvo en ellas el encuentro y la tertulia en el café. Las prácticas sociales de intelectuales y artistas hacían del café un lugar de lectura, aprendizaje, debate, creación y 95

exposición (Ver Imagen 4). Para muchos de estos artistas y literatos el café era donde no sólo encontraban nuevas lecturas, autores, revistas y movimientos que estaban en boga en el extranjero, sino también donde encontraban la inspiración. Por ejemplo, según un periodista de la revista Sucesos comentaba la metódica rutina de León de Greiff en su café favorito: De rato en rato da un ligero puñetazo sobre la mesa para llamar al mozo, el cual, conocedor de los hábitos de su parroquiano, acude trayéndole la cuarta o quinta taza de café negro, aromático. El desconocido lo apura voluptuosamente, a pequeños sorbos, con los ojos perdidos en una infinita lejanía de ensueño, en tanto que masca una inmensa pipa de madera, de cuyo hornillo se escapa en nubecillas azules, el penetrante olor del tabaco oriental. A veces saca del bolsillo un pequeño cuaderno y, con un lápiz, escribe en él algunas palabras. Luego lo guarda y se queda sumido de nuevo en su ensimismamiento silencioso, indiferente al ruidoso jubilo de sus camaradas. (Citado por Monje, 2011, 139)

De modo que el café resulta ser un lugar además de la tertulia y el debate, un lugar para estar solo inmerso en pensamientos, reflexiones, encrucijadas, ideas, teorías. Para de Greiff estos momentos podrían haber significado momentos de genialidad o inspiración, o un escenario lleno de situaciones y diálogos fructíferos para ser re-significados y evocados en alguno de sus poemas. No sólo la atmosfera del café se percibe en la cita, brumoso y ruidoso, que permite el anonimato y ensimismamiento, sino que enuncia el carácter habitual y cotidiano de la visita al café por el maestro, de tal modo que el mesero resulta ser un conocedor de los “hábitos de su parroquiano”. Si bien de Greiff no tuvo poemas donde el café fuera protagonista o escenario (König, 2002) necesitó de este espacio para su creación, para pensar y hacer catarsis de los temas que despliega en su poesía como son el amor, la soledad y la desilusión de la realidad que le circundaba. Y la noche era un espacio propicio para ello pues como lo escribiría él mismo: Yo de la noche vengo y a la noche me doy… Soy hijo de la noche tenebrosa o lunática… Tan sólo estoy alegre cuando a solas estoy Y entre la noche, tímida, misteriosa, enigmática! (Tergiversaciones IV, [1918] 1992)

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Imagen 4: Café El Automático: Homenaje al maestro León de Greiff. Sady González

La vivencia de la noche constituye para de Greiff momentos de felicidad, momentos de encuentro y libertad. La noche a pesar de que enigmática, tenebrosa y misteriosa no impide que sea vivida y experimentada, que sea caminada para encontrar la felicidad y tranquilidad, y una manera de logar pasarla en vela, es mediante el consumo de bebidas alcohólicas. La noche y la bohemia presente en ella, hacen de la vivencia de los cafés para los artistas espacios de catarsis y creación. Una vida de trasnochos, brumas de humo y bebidas alcohólicas, y a veces fugaces romances, solidifican su identidad en un contexto de cambios sociales y 97

culturales. La vida bohemia se constituye para los artistas como una aventura heroica en tiempos dominados por la industria y el comercio según Héctor Abad Faciolince (1995), pues la rebeldía, trasgresión, inutilidad productiva y fracaso que conlleva esta vida sin reglas se asemeja a la conveniencia de un “artesano improductivo o un obrero desobediente e indócil” (p.17). Esta bohemia implicaba una vida de rechazos y búsqueda: por un lado de crítica y negación al establishment, al sistema productivo con sus horarios disciplinados y reglas de sumisión, de negación a ser mandados o mandar, y de hastío del contexto social y político del país; y de búsqueda de creación, de escape a su angustia mortal, de sus propios gustos e intereses, de una creatividad libre de compromisos, y de una vida de glorias artísticas. Al respecto, es bastante expresivo lo que plantea Fernando Arbeláez (1995): Cuando no a la embriaguez me dedicaba a la contemplación. El hecho de abandonarlo todo para sumirme en su ingravidez no ha implicado en mí el más pequeño sentimiento de culpa […] en verdad lo he considerado como parte esencial de mi oficio. Aceptando literalmente la palabra bíblica que nos enseña el trabajo como una maldición de Jehová, a lo largo de mi vida he buscado toda clase de exorcismos para conjurarlo. (p.81)

Estar por fuera de los marcos productivos y funcionales del sistema capitalista y de sus marcos simbólicos y éticos, era para ellos el único camino válido y legítimo para llegar a ser verdaderos artistas. Dedicarse a la contemplación, a la actividad improductiva de dar rienda suelta al pensamiento y la reflexión sin el menor movimiento o premura, reconoce Arbeláez fue esencial para su oficio, así como la embriaguez. De modo que arte y bohemia van de la mano, como lo diría Henry Murger cuando hace alusión por primera vez a esta condición: “la bohemia es el noviciado de la vida artística, es el prefacio de la Academia, del Hospital o de la Morgue” (Citado por Abad Fasciolince, 1995, p.21). No importa si se es verdaderamente artista o si solamente se pretende por esta vía serlo, la bohemia constituye un modo de vida que aunque inútil, improductivo e inconforme, seduce, intriga y convoca a todos aquellos que creen en las bondades de la imaginación y la creatividad artística. La bohemia y el arte comulgan juntos para individuos que anhelan las glorias y

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beneficios de los artistas en contravía y apatía con patrones culturales establecidos por lo que deben sufrir la inclemencia y dolor de este rechazo. Sin embargo, tras los hechos del 9 de abril con el estado de excepción establecido y los toques de queda, pusieron un fin momentáneo a la vida nocturna y bohemia de la ciudad. Esto era lo que decía Felipe González Toledo a propósito del atrincheramiento de la vida nocturna en Bogotá, la única ciudad del país que quizás la tenia: A las doce de la noche hasta abril, el público salido de […] veinte salones de cine se volcaba sobre la carrera 7ª […] los trasnochadores sin más vicios que el de trasnochar, prolongaban sus tertulias en las esquinas de San Francisco o de la calle 18, la animación subía de punto en los cafés […] ¿Qué fue de todo eso? ¿Es que ahora las fiestas en los cabarets de rompe y rasga se empiezan a las tres de la tarde? No, la vida nocturna de Bogotá desapareció, tal vez definitivamente. Tenemos, pues, que soportar el toque de queda, las angustias de las ocho y media, las carreras y las patrullas, porque pasara mucho tiempo sin que Bogotá recobre su fisonomía de gran ciudad con vida nocturna. (Citado por Monje, 2011, p.76)

Es significativa la desazón que predomina en la vivencia de la ciudad, una ciudad que intenta reconstruirse para dar cuenta de su progreso, civilización y Modernidad pero que ha quebrantado la vida nocturna y la tertulia callejera, ahora atrincherada en el hogar la una y la otra desplazada por los trolebuses. Desazón, angustia y zozobra que reinaran en la ciudad por lo menos una década hasta la caída de la dictadura militar de Rojas Pinilla y el establecimiento del Frente Nacional. Muchos bohemios debieron entonces fraguarse en establecimientos más alegres y luminosos de nombres y sociabilidades más inocentes como heladerías, fuentes de soda o salones de té. 7.3. Control y disciplina para los cafeinómanos Tras los sucesos del 9 de abril el miedo y la zozobra reinantes tiempo atrás se apoderaron del ambiente urbano. El toque de queda con sus campanadas y tanques amenazantes y el estado de sitio constituyeron en una constante para la vida social de la Bogotá de finales de los 40s. La vigilancia policiva, el control y el miedo apresaron las tertulias bogotanas y sus calles. La necesidad de evitar amenazas al orden público como la acaecida la tarde lluviosa de aquel 99

viernes de abril, así como los deseos de solidificar una imagen de ciudad funcional, hicieron que la carrera Séptima cambiara hasta la actualidad su calidad y carácter. De ahora en adelante sería una calle funcional para el transporte rápido de buses mecánicos y expresión de la arquitectura moderna de concreto. La vida nocturna se acabó, los encuentros callejeros y los corrillos sucumbieron y tuvieron que volverse a albergar en los espacios privados porque a las 10 de la noche o a las 2 de la mañana en algunos momentos, la gente se debía ir a dormir. Una preocupación por la seguridad ciudadana y por la higiene fueron los argumentos utilizados para controlar los espacios y disciplinar la población en un contexto de terror, censura y violencia sociopolítica. Las tertulias de café llenas de crítica, de sátira, de tendencias intelectuales y políticas de avanzada constituían verdaderos focos de sospecha y amenaza al orden que se intentaba imponer. De hecho, personas como León de Greiff, Jorge Zalamea y Marco Ospina fueron varias veces arrestadas por “conspirar” contra el gobierno, en una ocasión con el argumento de que los poemas incomprensibles escritos por de Greiif constituían todo un plan conspirativo. La charla democrática y crítica en el contexto hostil y amenazante que vivía el país constituía un atentado, casi que una afrenta directa a la legitimidad del Estado. Y es que reunirse allí sí era como establecer una posición política, pues en un contexto como aquel la tertulia más que considerarse un gesto artístico implicaba el ejercicio del disenso y la crítica frente a la institucionalidad política. De este ejercicio intelectual disonante fue expresión el quincenario Crítica, que al igual que periódicos como El Tiempo y El Espectador37 recibió la visita indeseada del censor a partir de 1949, quien establecía de modo lacónico qué podía y debía ser divulgado a la opinión pública. Sin embargo, las medidas disciplinarias también adquirieron nociones patológicas. Como pasara con las chicherías, los cafés sí eran dignos sobrevivientes de la envestida modernizadora debían depurarse, limpiarse e higienizarse para hacer parte de la dinámica urbana. La depuración fue de los espacios que debían ser ventilados y limpios, de los instrumentos que se utilizaban para la preparación y consumo como platos, pocillos, mesas y cocinas, de la preparación del tinto

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Producto de esta censura fue la aparición de los periódicos Intermedio y El Independiente como especie de fachadas ante el cierre momentáneo de El Tiempo y El Espectador respectivamente, desde 1952.

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pues se creía que distintas semillas como habas, maíz y trigo, unidas al grano del café constituían la preparación de este (Carreira, 2008). Pero también debía depurarse la clientela pues la presencia de mendigos, vagos, limpiabotas y loteros era más que poco recomendable, prohibida. Además se hizo necesario cierta certificación de la higiene y salud pública de los trabajadores del lugar, exigiéndose libretas de sanidad a las meseras, ya que ellas eran percibidas casi como prostitutas, de tal modo que debía comprobarse “médicamente” que no lo eran para salvaguardar la moral pública. El 30 de noviembre de 1949 se divulgan las condiciones que debían seguir los propietarios de cafés para que no fueran cerrados. Los establecimientos tenían que cumplir rigurosamente con las disposiciones de la higiene, estar bien presentados y con todos los servicios instalados para la salud y comodidad de la clientela. Además la entrada de vagos, pordioseros o muchachos de la misma índole estaba prohibida. La presencia indeseada del pobre de nuevo se hace evidente mediante su exclusión. La institucionalidad y en algunos casos, exclusividad de los cafés para que fueran decorosos y funcionales al orden establecido, debían impedir, so pena de suspensión o cierre, la entrada de estos cuerpos enfermos que daban una mala imagen a los lugares. Con la presencia de gente de “esta índole” había una imposibilidad intrínseca para cumplir el objetivo último de los cafés, que era el de propiciar un espacio ameno y agradable para pasar gratas horas de esparcimiento, de suerte que la anomia y vagancia permanente de esta población, le impedían gozar de momentos de este tipo. Un café que representa este acoplamiento a las medidas sanitarias fue El Automático. Éste inicia su funcionamiento en 1948 cuando fue adquirido por una familia belga donde otrora funcionara La Fortaleza en la Avenida Jiménez con quinta, en los bajos del Ministerio de Educación. Posteriormente fue adquirido por Fernando Jaramillo presuntamente influenciado por León de Greiff quien le propusiera su compra ya que en otros escenarios –al parecer- fue rechazada su entrada por su vestimenta (Iregui, 2009). El nombre es expresivo de su carácter. A la sazón con la ola modernizadora, el café tenía una máquina automática de hacer café traída del

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extranjero y donde no había meseras pues todo debía cogerse desde el mostrador de manera automática. Las medidas higiénicas y disciplinarias que recayeron en los cafés pretendían garantizar la salud del pueblo capitalino, pero también en el contexto beligerante de la época, de promover la tranquilidad ciudadana y el descanso nocturno. Pero este statu quo no fue el único responsable del declive de los cafés sino que la ola modernizadora y funcionalista que fundamentaban las perspectivas arquitectónicas y urbanistas de la ciudad, hicieron que muchos de estos espacios sucumbieran para dar paso a los grandes edificios de concreto dispuestos para oficinas y locales comerciales que dejaran grandes ganancias. Así el recinto del gaitanismo y la tertulia política como lo fue “La Cigarra” debía ceder su espacio para el progreso: El conocido comerciante capitalino don Carlos Abussaid propietario de los almacenes “Los Ángeles” y de la valiosa finca situada en la esquina de la calle 14 con carrera 7ª, muy popular por estar situada en sus bajos, el local de “La Cigarra” de don Santiago Páez, iniciará dentro de algunas semanas, la demolición del viejo caserón […] para levantar un bellísimo edificio comercial de 10 plantas, con el cual se inicia la transformación de la carrera 7ª, entre calles 11 y 14 ya que será esta, la primera realización arquitectónica moderna sobre tal arteria, realizada por la iniciativa particular. (Citado por Monje, 2011, p.89)

La necesidad de cambiar el panorama de la calle más importante de la ciudad aprovechando las condiciones dadas tras la destrucción del 9 de abril, y de las cuantiosas ganancias de lo que significaba urbanizar, son razones que legitiman la demolición de viejas casonas para dar paso a los altos edificios de concreto. Es tan significativo esto que mientras en 1947 había 27 cafés sobre la carrera Séptima o en su manzana (entre calles 10 y 22), donde la mayoría, casi el 60% estaban concentrados entre la calle 10 y 14, es decir la Calle Real; en 1956 aunque había aumentado significativamente el número de establecimientos con esta denominación38, la concentración de estos en la Carrera Séptima se reducirá drásticamente, pues sólo 7 estarían ubicados en sus inmediaciones y tan sólo uno quedaría entre la calle 10 y 14. Además, de 70

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En 1947 habían 70 cafés y en 1956 la ciudad cuenta ya con 94 de estos establecimientos (Empresa de teléfonos de Bogotá, 1947, 1956).

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cafés que habían en 1947, diez años después sólo sobreviven 17 de los cuales tan sólo 2 quedan sobre la Séptima en la emblemática Calle Real (Ver Mapa 4). Cafés como La Botella de Oro, el Windsor, La Victoria, El Asturias o La Cigarra deben abocarse a su muerte habiendo sido otrora espacios de dicha, debate y creación intelectual para dar paso a los grandes edificios donde se albergará comercio, bancos y oficinas. Aunque algunos perecieron por el incendio y la destrucción del 9 de abril, éste hecho no fue la causa fundamental de su declive, sino que funcionó más bien como una razón, una justificación para dar “vía libre” a la modernización arquitectónica y la acumulación capitalista por medio del suelo, ya que fue ese el motivo propicio, “salvador” para cambiar la cara de la ciudad representada en esta simbólica carrera. Si bien, los cafés podían limpiarse, arreglarse y depurar su clientela y personal ello no los hacia inmunes a la ola modernizadora y deseos arquitectónicos y urbanísticos en boga expuestos en un capítulo anterior. De tal suerte que estos comienzan a ser desplazados hacia la Avenida Jiménez y hacia las carreras Sexta, Novena y Décima. Este desplazamiento sugiere, como lo afirma Monje (2011) que un cambio de equipamiento y espacios no supone necesariamente una sustitución de funciones, pues el café aunque sale de la calle principal de la ciudad donde expresaba a raudales su carácter público, no sucumbe sino por el contrario se “automatiza”, se desplaza y propicia nuevas dinámicas que lo han hecho sobrevivir a las prácticas urbanas modernas.

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Mapa 4: Cafés en el centro de Bogotá 1947-1957. Elaboración propia

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8. Una ciudad de bohemios y enchichados. Algunas conclusiones

La ciudad de Bogotá en la década de los 40s analizada como espacio social expresa su producción social en relación con la paulatina consolidación de una sociedad urbana y capitalista. La pluralidad y complejidad del concepto espacial desde la perspectiva de Henri Lefebvre (1970) quedan manifiestos en el contexto determinado que interesa a la investigación, pues la ciudad trasciende su concepción de ser simple suelo o escenario donde el devenir humano tiene cabida. La ciudad se presenta como medio y objeto de producción, es un espacio a ser transformado y construido según las modernas técnicas del urbanismo del momento para ser congruente con una determinada imagen de ciudad, permitiendo la valorización del suelo mediante la renovación urbana y la construcción de vías. Escenifica la contradicción social mediante la jerarquización espacial y segregación social en el espacio dada por las características y condiciones de los barrios; y es una ciudad donde la masificación y la anomia son latentes. Reconocer estas características en una ciudad que estaba ad portas de su “explosión urbana”, es importante en tanto señala que esta ciudad en efecto fue una producción social, en ella la dialéctica espacio-sociedad era tajante, y además sugiere nuevos acercamientos a la historia de la ciudad y su desarrollo moderno. El rastreo de las nuevas vías, de servicios, de industrias, de barrios y distintos equipamientos indican qué prácticas espaciales empiezan a dominar el espacio urbano, siendo representativas la Carrera Décima o la Avenida Jiménez, barrios de arquitectura europea con amplios jardines hacia el norte de la ciudad, u hoteles, teatros, cafés, restaurantes; así como los planes urbanos con sus objetivos e intereses solapados señalan qué representaciones del espacio movilizaban a la élite, imágenes de ciudad que tenían la funcionalidad y la altura como principios básicos, y a New York como representación máxima de la ciudad moderna, con altos edificios, rectas y anchas avenidas y park-ways como construcciones ideales. En la misma dirección, la anomia y la masificación se perciben como limitantes a la vivencia de la ciudad como espacio de representación. 105

Pero como lo advertía Lefebvre cada uno de estos aspectos no puede arrojar comprensiones complejas sobre lo que es el espacio sino se miran en relación y a partir de la totalidad social. En este sentido, el concepto de modernización es fructífero en tanto indica el marco en el que se movía la trasformación del espacio urbano, pero también como mecanismo para configurar la sociedad volviéndola “moderna”. La modernización se constituyó en el norte que debía guiar las prácticas espaciales y las representaciones de la ciudad en la primera mitad del siglo XX; este proceso fue el que sustentó la Exposición del Centenario, la unificación de la banca nacional y la generación de bancos, la liberalización del Estado, - que no es otra cosa que poner éste al servicio de las burguesías y el capital privado -, la introducción del ferrocarril, el avión y el automóvil; la construcción y adecuación de vías simbólicas como las Américas o la avenida Colón mejor conocida como la Jiménez, la ampliación de la luz eléctrica y otros servicios como acueducto y teléfono, planes de higiene y la consolidación de la medicina y la negación del pueblo por ser considerado bárbaro y degenerado. La ciudad fue un escenario donde se consolidaron procesos de modernización mediante nuevas prácticas espaciales pero que difícilmente generaron un ambiente de civilización, progreso y bienestar homogéneo, tan solo se adoptaba la idea de cambio, de desvanecer las cualidades tradicionales y coloniales de la ciudad, para transformarlas en modernas, sin trastocar la estructura social, política y cultural. La ciudad manifestó los ideales, sueños y fantasías con que alucinaban las élites por convertir el espacio urbano en moderno, pero aún con marcados sesgos racistas y morales. Como lo evidencia J.A. Osorio Lizarazo (1998) en El día del odio, no era la civilización sino la “barbarie” la que invadía la ciudad donde la anomia, marginalidad y enfermedad eran su máxima expresión; devela lo problemático e inhumano de la masificación urbana y el rígido marco social y cultural que enfrentaban los migrantes campesinos. A pesar de su negación, rechazo y persecución, la inmigración campesina fue un ingrediente esencial en la consolidación de la “gran ciudad”, pues ésta no hubiese crecido, no hubiese tenido manos para ser construida sino hubiera migrado una gran población rural huyendo de la violencia (tanto la generada por las guerras de finales del siglo XIX, como la de mediados del XX) o buscando mejores condiciones

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económicas y sociales, aspecto que por cierto sigue latente en las grandes ciudades del país y quizás en algunas otras del mundo. Rescatar este aspecto de la ciudad que debe ser esencial en su memoria, permitió colocar en perspectiva la novela El día del odio (1998) la cual si bien tiene una fuerte carga ideológica de la que difícilmente se desprendería Osorio debido a su singular concepción sobre la función social de la literatura y su adscripción gaitanista39, no considero que le reste valor a la luz de los intereses de la investigación. Constituye un discurso evocativo que ofrece imágenes de una ciudad que crecía siguiendo los principios de orden, civilización y progreso pero que por el contrario evidenciaba la falacia e hipocresía de este ideal cuando éste sólo tenía el objetivo de ufanarse ante la mirada foránea y no emprender un real camino hacia la Modernidad. Su novela es una memoria, un discurso que testimonia una ciudad que creció a partir del odio y de la ignominia, y quizás lo sigue haciendo, y de la que no obstante sólo se tiene el recuerdo de sus muertos; muertos, que por cierto parecen ser un cadáver insepulto que no merece ser recordado ya que no hay monumento en la ciudad que los rememore. Aunque se creó uno en memoria de las víctimas de la violencia precisamente se hizo sacando esos nns que por bárbaros y enchichados “destruyeron” la ciudad y merecen el olvido. También expresa características propias de las ciudades modernas, como la aparición del nómada urbano o de la individualidad y anonimato, que surgieron en aquella Bogotá pero denotando características casi crueles. La individualidad y anonimato permiten la total indiferencia frente a la problemática social de un Estado que aún no asume sus responsabilidades sociales con la población y por el contrario actúa con posturas signadas por el racismo y el prejuicio social. Osorio Lizarazo evidencia la totalidad social a través de la morfología de la ciudad, de su crecimiento en los márgenes de manera clandestina y marginal a pesar de los planes y presupuestos del urbanismo moderno, de la representación del Estado que para esa población 39

Esto es importante, si bien no hice un abordaje profundo sobre el gaitanismo y el Bogotazo como hecho político y social, una mirada al contexto evidencia una fuerte agitación social y polaridad política, de modo que los intelectuales difícilmente se veía sustraídos de este ambiente.

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anómica sólo podía constituir instituciones higiénicas y judiciales precarias, de una clase media en ascenso y una gran masa constituida por gentes de diferentes oficios pero que compartían su pobreza y desilusión de la utópica y falsa ciudad. Y ante todo evidencia el rechazo de un pueblo y casi exterminio, pues este se ve sutilmente configurado con los eventos del Bogotazo, cuando al parecer como su protagonista Tránsito, este “muere” con sus hábitos y aspiraciones de una sociedad más justa e igualitaria. Representa el tránsito, el cambio y la fluidez no sólo de la vivencia de la ciudad, sino de la ciudad misma ya que ésta se mueve hacia la “Modernidad” desde las cenizas de su destrucción. Este arribo vía destrucción y “muerte” se manifiesta con el análisis realizado sobre los cafés y las chicherías en tanto espacios vividos. En primer lugar, la vivencia de la ciudad mediante caminatas tranquilas, contemplativas y pausadas fue paulatinamente socavada con el aumento de automóviles y buses de gasolina. Según los planeadores urbanos las vías amplias debían ser para el transporte rápido de personas y mercancías rechazando cualquier idea de la calle como espacio público propicio para el encuentro, el diálogo y la identidad, pues estas prácticas sociales ahora estarían ubicadas en nuevos espacios como parques o plazoletas. La carrera fundamental de la ciudad, la Séptima, no era para el vagabundeo de toda suerte de individuos sino para promover la iniciativa privada representada en altos edificios y como lo dijera el alcalde Mazuera en buses eléctricos modernos en detrimento del tranvía (Aprile-Gniset, 1983). Además de ello en un contexto de excesivo control y paranoia en un estado de sitio, la función social de la calle y el café decae. Los encuentros, los diálogos y la información eran censurados, vigilados y controlados de tal modo que la libertad y crítica que se permitiera en estos espacios, fue socavada y se tuvo que resguardar de nuevo en lugares privados. Y aunque una década después la ciudad vuelve a abrir sus puertas para la vivencia de la noche, la sociabilidad ya había sido fuertemente limitada de tal modo que resurge un tanto ingenua o acallada. Por otro lado, si la ciudad tenía como sustento económico las manos del pueblo, de esa masa que apenas se estaba diferenciado socialmente, éste debía ser congruente con los postulados modernos del Estado. Siendo un pueblo degenerado, enfermo, holgazán y mugroso debía levantarse, y siendo la chicha la principal causa, debía erradicarse y acabarse con los espacios de 108

su expendio mediante medidas publicitarias, médicas y legales sintetizadas en la “lucha antialcohólica”. Ésta lucha tuvo varias consecuencias, entre otras: 1) legitimar teórica y socialmente la medicina, 2) promover la industria nacional y 3) configurar costumbres y hábitos tradicionales en las clases populares. Las medidas contra el chichismo expresaban de una manera particular cómo accedía el país y la ciudad a ese camino de la Modernidad vía modernización. Los prejuicios raciales y culturales a la población mestiza, indígena y negra denotaron el eurocentrismo del proyecto condensado en el discurso médico higienista, pues una población civilizada debía estar limpia –y aquí la limpieza se relacionaba con la blancura- sana y bien vestida. La alianza del sector político y académico con la empresa privada manifiesta el modo liberal de acción del Estado en Colombia, el cual emprendió el proyecto industrialista para beneficio y en asocio con el capital privado. Y demuestra cómo los proyectos se hacían de espaldas a la mayoría de la población, negando la tradición y los rasgos históricos y culturales de la nación colombiana. Estos rasgos son los que condensan el discurso enunciado por el Estado mediante instituciones higiénicas alrededor de la chicha y las chicherías; son representaciones del espacio congruentes con la imagen de ciudad moderna enarbolada por la élite que evidencian su poder a la hora de producir el espacio, ya que posibilitaron la configuración de estos espacios en tiendas, es decir, nuevas prácticas espaciales para funciones y actividades que se mantienen, aunque con nuevos consumos, pues ya no sería la tradicional chicha el elemento aglutinador, sino la cerveza o gaseosa. Los cafés por su parte demuestran su riqueza en tanto espacios de representación o espacios vividos ya que son espacios que se configuraron alrededor de la crítica, debate y tertulia cotidiana que generaban. Son espacios que evidencian cómo la sociedad los configura de acuerdo a la identificación, uso y significado que les brinde. Los cafés surgieron como una de esas nuevas prácticas espaciales que empezaron a copar la ciudad en su desarrollo moderno, pero que la visita de artistas, periodistas y políticos, permitió que allí se formaran nuevas corrientes sobre el arte en general, la opinión pública y la crítica; de igual manera, la vida bohemia, una vida que

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como se advirtió, precisamente intentaba abstraerse de los principios de orden y disciplina del sistema capitalista. Haber puesto la atención en dos espacios sociales cotidianos como los cafés y las chicherías, en tanto expresiones del surgimiento de la ciudad moderna permitieron dar cuenta de determinados rasgos espaciales y de una totalidad social, o en términos de Soja, de una historicidad y una sociabilidad que sugiere interesantes acercamientos al desarrollo urbano moderno de Bogotá y que salen de la exclusiva consideración del rastreo de modernas prácticas espaciales como las industrias o el aprovisionamiento de servicios públicos, para rescatar la vida cotidiana como ámbito donde la totalidad se expresa; donde las necesidades, deseos, relaciones, ritmos y estilos de vida salen a flote; donde los tiempos, espacios y conflictos de los individuos se evidencian. La visita a la chichería y los diálogos en torno a una tótuma de chicha, evidencia las frustraciones y limitantes del progreso de la ciudad, además de los ritmos de vida y hábitos que no son congruentes con los postulados de orden, civilización y progreso. Los cafés evidencian a su vez la emergencia de un sujeto moderno, el intelectual que se forma a partir de la tertulia, lectura, debate y reflexión cotidiana. El reconocimiento de estos aspectos, son perspectivas interesantes que pueden enriquecer la historia de este proyecto inacabado que es la Modernidad en Colombia, donde el espacio surge como un lente fructífero para su análisis. De igual manera, el estudio de las consecuencias a nivel espacial del Bogotazo sugiere distintos enfoques para analizar este hecho en otros términos distintos a los políticos y sociales que han predominado los campos de investigación al respecto; lo que de alguna manera nutre la temática al hacer más énfasis en el proceso de modernización enarbolado que en la destrucción misma, reconociendo así que por ejemplo el Bogotazo no fue la causa de la desaparición del tranvía o de la demolición de casonas vetustas para la construcción de grandes edificios, sino que éste resulto ser como una justificación, una razón ”salvadora” para llevar a cabo los modernos proyectos del urbanismo. Por otro lado, considero que el análisis dialéctico del espacio y su producción social es un enfoque teórico y metodológico interesante para abordar el estudio de las ciudades ya que 110

aspectos como la valorización del suelo mediante apertura de vías sigue siendo un principio en el desarrollo urbano, así como la anomia y la marginalización de población pobre y migrante es lastimosamente una característica fundamental de las ciudades en Colombia y América Latina. Pero también podría ser una apuesta teórica por pensar los juegos geopolíticos en la actualidad cuando problemáticas como el cambio climático y el detrimento de los recursos naturales son latentes. La perspectiva de tercer espacio o espacio vivido que combina de manera interesante la sociabilidad, la historicidad y la espacialidad en el estudio del mundo que habitamos, promueve acercamientos de tipo multi e interdisciplinar para la teoría social con los que se buscan comprensiones complejas que avancen en las temáticas de interés, lo cual de acuerdo a la Licenciatura en Educación Básica con Énfasis en Ciencias Sociales, es un principio para la práctica docente y la investigación social, en la medida en que posibilita nuevos conocimientos de la realidad social analizada desde diferentes aspectos y saberes. El enfoque teórico adoptado en la presente investigación posibilitaría entonces acercamientos entre las asignaturas de historia, geografía y ciudadanía, y con ello aprendizajes significativos, críticos y contextualizados en los estudiantes, al fundamentar prácticas pedagógicas innovadoras por parte del docente; prácticas que se sustentan en el conocimiento de los desarrollos epistemológicos, teóricos y metodológicos de las ciencias sociales y que se entienden como la consecución de métodos, contenidos, escenarios y dinámicas educativas diferentes a las tradicionales. Por otro lado, los límites planteados en la investigación trazaron nortes, pero también sugirieron nuevas perspectivas y temáticas que quedaron por supuesto sin abordar. Podrían realizarse futuras investigaciones con mayor profundidad sobre el Bogotazo y sus implicaciones espaciales para la Bogotá moderna, dado el insistente deseo de destrucción que pregonaban urbanistas y arquitectos, así como reconocer con mayor profundidad la importancia que tuvieron los cafés en la emergencia del intelectual como nuevo sujeto en la Modernidad. De igual forma, realizar un análisis de la ciudad de entonces desde una perspectiva de género también podría manifestar rasgos del proceso de modernización, ello debido a los limitantes sociales y culturales 111

que existían para que la mujer viviera la ciudad, de tal modo que en espacios como los cafés era negada su presencia, y por el contrario en las chicherías permitida aunque censurada, pues allí se emborrachaban, tenían romances fuera de la tutela del matrimonio y podían lograr una independencia económica al ser dueñas de estos negocios. Todo ello podría enriquecer la memoria de nuestra ciudad; memoria que intentó actualizar el presente trabajo monográfico como una apuesta por retomar esta temática, que aunque recurrente ha sido considerada desde la espacialidad, sociabilidad e historicidad de su construcción evidenciando un giro en la lectura de la ciudad, de sus espacios, habitantes e imágenes, y que como se advierte, aún plantea cuestionamientos para ser abordados con la complejidad y rigurosidad que brindan los nuevos enfoques teóricos y metodológicos de las ciencias sociales.

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10. Anexos CIUDAD UTOPÍA Ciudad como mercado (venta de huevos y hortalizas para la madre) Como posibilidad de incrementar ingresos como empleada doméstica. Como lugar de peregrinaje: Monserrate Lugar para “probar fortuna” Cambio y aventura Como espacio para adquirir artículos novedosos, de moda: medias, cinturones, corbatas, pañuelos, espejos Ciudad preocupada por el mejoramiento de su imagen: seguridad, higiene, moral pública y obras suntuarias Edificios como novedad: construcción con ladrillos Centro comercial, calles principales donde se exhibía la opulencia injuriosa, viviendas y almacenes.

Matriz Analítica 1 El día del odio CIUDAD CIUDADSENSACIONES TRANSEUNTEPERSONAJES Andar sin rumbo, preguntándose angustiosamente “ora qui’ago? Mujeres en caza afanosa de un hombre Rateros en busca de mujeres y refugio para sus fechorías Caminar vacilante de ebrios de chicha Necesidad de aprender a estar en la ciudad: caminar con cautela para no despertar la sospecha policial y por ciertas calles; saber contestar ante las instituciones. Constante búsqueda de refugio, tenía que ocultarse, huir proceder como una bestezuela fugitiva. Objeto de sospecha y vigilancia. Escarbaba de niño cajones de basura. Mendicidad. Fue despertado con bolillazos. Sabia deslizarse por vías recónditas y eludir la policía, conocía escondidos vericuetos. Tenía un alma de comadreja. Se libraba de batidas, vivía en azar constante. Fuga sin descanso “cuando tengas un chirito nuevo, te lo quitan porque dicen que es robao. Cuando pasés por una calle, cualquier chapa te lleva a la cana, porque creen que andás buscando hombres aunque te den asco” p:47

Tránsito: Miedo, incertidumbre, angustia Reconstrucción de mundo: perdida relaciones familiares, fidelidad a familia Albornoz. Desolación, tristeza, desamparo Fue despreciada y negada su condición humana por instituciones de control. Resignación a tener como hogar un junco piojoso Soledad, sufrimiento e indiferencia Objeto de golpes y maltratos Vida triturada por el engranaje social Hambre, miedo, frío Emanaba inocencia, reflejaba sufrimiento. Víctima. Temor, esperanza, dolor, imploración Necesidad de amparo y afecto. Alacrán: Resentimiento, vida arruinada, recelo, animal acechado. Huérfano. Apareció como una producción espontanea. Golpes, frio, hambre y miedo. Acosado por policías, compañeros y hasta perros. Solo aprendió a huir y odiar. Tenía mutilada su sociabilidad. Bestia perseguida. Insociable y atemorizado. Escape furtivo, prófugo de su propia vida. Rata basurera. Fatiga por el trabajo, alegría por agotamiento y sufrimiento, oportunidad vida nueva: trabajo y disciplina, parodia de hogar, normalidad Forge Olmos: Tinterillo, despertar la fe del pueblo, fomento de la ansiedad revolucionaria, promover conciencia del poder multitudinario. Defensa por medio de triquiñuelas a rateros, mendigos y toda suerte de delincuentes desamparados. Compañeras prostitutas: Despóticas y ásperas. Pobres bestias deformadas que habían olvidado los rudimentos de su biografía.

CIUDAD SEGÚN AUTOR Un mundo de miseria, horror y despojo Abismo insalvable Brutalidad y prejuicio de las instituciones Constituida por un engranaje que atacaba desvalidos Horror, condenación inexorable. Ciudad hostil: manos ávidas en zarpa Ciudad alza su nivel insensiblemente, aplastando con cemento casuchas Selva poblada de monstruos Hipócrita, vanidosa y egoísta Ciudad de ignominia, abyección, violencia, vorágine Las instituciones asfixian, aplastan. Ciudad del fracaso, de la mendicidad encubierta Ciudad en donde crece el odio y el resentimiento Del privilegio y la desigualdad Aislamiento, control y dominación Ambiente permanente de sospecha y zozobra Ciudad de fronteras Abandono, orfandad, hambre, injusticia e ignorancia Urbanización ciudad como falacia: loteo y construcción de cuartos ciegos con falta de higiene y moral Agitación e inconformidad social, donde la protesta se relacionaba con la delincuencia o el comunismo Ciudad que falta de hogar y familia como institución que provee dignidad humana. Las obras de limpieza no tendrían un objeto de dignificación humana sino de exterminio.

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