BLASCO A.; EDO M.; VILALBA, M.J. (2005). Neolítico avanzado y cambio cultural. Reflexiones sobre la complejidad de algunas sociedades neolíticas europeas. In: Arias, Ontañón,García Mancó (ed.). III Congreso del Neolítico de la Península Ibérica. Universidad de Cantabria. Santander: 823 a 832.

August 8, 2017 | Autor: Pepa Villalba | Categoría: Prehistoric Archaeology, Neolithic Europe, Iberian prehistory, Neolithic Social Changes
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Neolítico Avanzado y cambio cultural. Reflexiones sobre la complejidad de algunas sociedades neolíticas europeas Anna Blasco, Manuel Edo y María Josefa Villalba Universidad de Barcelona

Resumen Desde hace unos años, y a raíz de los estudios derivados del yacimiento minero de Can Tintorer, nuestro equipo viene investigando en la línea de aportar datos sobre el nacimiento de desigualdades sociales (tema ya sugerido en el I Congreso de Neolítico Peninsular) en el seno de culturas del Neolítico Pleno o consolidado que en las cronologías convencionales se conoce como Medio y/ o Final. Dos aspectos nos interesa tratar básicamente. Por un lado, reflexionar sobre la existencia de un cambio cultural anterior a lo clásicamente aceptado (con la aparición de la metalurgia) y, por otro, el estado de la cuestión según distintos estudios, fundamentalmente del oeste europeo, que exponen registros y plantean hipótesis convergentes con esta línea de investigación. Résumé Après quelques années, comme résultat des études dérivées du site mineur de Can Tintorer, notre équipe travaille pour ajouter des données sur la naissance des différences sociales (sujet déjà suggéré dans le 1er Congrès du Néolithique Peninsular) au sein des cultures du Néolithique que dans les chronologies conventionnelles on connaît comme Moyen et/ou Final. Deux aspects nous intéressent basiquement. D’un côté la réflexion à propos d’un changement culturel antérieur à ce qui est accepté classiquement (avec l’apparition de la métallurgie), et de l’autre, l’état de la question selon les différentes études, principalement dans l’ouest européen, que montrent registres et présentent hypothèses coïncidentes avec cette ligne d’investigation.

EL PARADIGMA DE LA “EDAD DE ORO”

d’Age d’Or du Néolithique, d’optimum de ce stade éconómique. Une société de type égalitaire d’auto-subsistance est égalment implicite même si on a pu parfois évoquer une ‘tombe róyale à S. Michel-du-Touch, un ‘commerce’ de l’obsidianne (...) ou même du silex blond (...). Mais l’idée de société hierarchisé, parfois évoquéee, n’a pas connu de développement particulier.” (Beeching 1991: 327-328). La imagen de “Edad de Oro” que sugiere Beeching es plenamente acertada para los Sepulcros de Fosa y el Chassey pero lo es igualmente para una gran mayoría de los grupos adscritos al Neolítico Pleno en toda Europa. Y no es menos cierto, tampoco aquí, que los enfoques basados en una posible jerarquización social, no hacen sino comenzar a plantearse con cierta timidez. Así pues, el objetivo de este trabajo se centrará en aportar argumentos en contra del supuesto igualitarismo y la reciprocidad equilibrada de este tipo de sociedades tribales, proponiendo que éstas, como mínimo, alcanzaron los umbrales de la jerarquización. Cuando decimos, “estas sociedades”, lo hacemos en un sentido literal puesto que nuestro pensamiento va más allá de la consideración localista de la cultura de los Sepulcros de Fosa, y se refieren a un conjunto similar de procesos de cambio y transformación social que afectó de modo pareci-

Durante muchos años, se ha mantenido en el panorama arqueológico catalán una idílica visión de la cultura de los Sepulcros de Fosa como una sociedad próspera, pacífica e igualitaria. En realidad, y a pesar del notable impacto del descubrimiento del Complejo Minero de Can Tintorer en 1978, no es, prácticamente, hasta la década de los noventa cuando empiezan a leerse trabajos que reivindican una mayor complejidad para estos grupos, cuestionándose, ya abiertamente, su supuesto carácter igualitario (Edo et al. 1995, Martín y Villalba 1995, Blasco et al. 1996). El mantenimiento durante tantos años de aquella apacible imagen de “paraíso igualitario” para los Sepulcros de Fosa no es, en modo alguno, ni local ni casual. Recientemente, un colega francés ha llamado la atención sobre una situación idéntica a la descrita, observada en el propio seno del Chassey meridional. Dice Beeching: “Concernant le Chasséen, (...) la concepcion habituellement retenue, (...) est celle d’une homogénéité et même une unité en matière de niveau technique, de statut économique et d’organisation sociale (...). Cette vision largement partagée (...) semble décrire une sorte

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do a las relaciones sociales de diversas culturas europeas. Independientemente de la plasmación material concreta, más o menos espectacular y sofisticada de cada grupo, estamos convencidos que es plenamente factible sugerir la existencia de ese espacio social común a todas estas ellas. Para evitar el equívoco, resulta imprescindible diferenciar con claridad estos grupos más complejos de las primeras sociedades agrícolas. Por supuesto, esta diferenciación no obedece a un orden cronológico, sino que tiene un carácter estrictamente socioeconómico. Por ello, usaremos el término Neolítico Avanzado o complejo para referirnos a estos campesinos no metalúrgicos pero que pudieron haber desarrollado desigualdades de tipo vertical. Esta denominación nos parece más oportuna y pertinente ya que hace referencia a pueblos que comparten un estadio social común aunque en sus respectivas culturas sean clasificados como neolíticos plenos, medios, finales recientes.

En Europa occidental, se ha llamado también la atención sobre la aparición de grandes yacimientos de llanura que, al igual que lo señalado en Bulgaria, actuarían de lugares centrales. En palabras de Beechig, constituirían una especie de “place centrale du territoire régional, de status différent des villages et micro-aires qui le composent, lieu de concentration d’activités spécifiques et rituelles, centre funéraire, peut être économique et politique” (Beeching 1991: 338). Este tipo de asentamientos que actuarían de lugar central se ha localizado tanto en el contexto del Chassey meridional como en el oeste, norte de Francia y Bélgica (Beeching 1991: 337). Con base a un importante estudio de territorio sobre el valle del Ródano, Beeching propone la existencia de una jerarquización de asentamientos que se estructuraría alrededor de estos grandes yacimientos de llanura (Beeching 1991: 334) como Les Moulins y Le Gournier cuyo estatus de lugar central sería similar al que se habría señalado para otros yacimientos del Chassey meridional como Saint Michel de Touch. Este autor propone un modelo centrípeto de organización espacial en torno al lugar central en contraposición al modelo radial asumido por Renfrew para los grandes asentamientos del Neolítico de Wessex. El modelo radial supone que los grandes yacimientos de llanura controlarían otros yacimientos secundarios con funciones especializadas mientras que en el modelo centrípeto que sugiere Beeching, las unidades territoriales convergerían hacia el lugar central para la realización de actividades cíclicas excepcionales, existiendo una jerarquía (y no necesariamente una especialización) entre los yacimientos de una misma unidad. Beeching opina que ambos modelos pueden ser válidos para la interpretación de los lugares centrales del Valle de Ródano y que sólo ciertas distorsiones en el uso de las fuentes arqueológicas han decantado la opción exclusivamente hacia el primer modelo (Beeching 1991: 336-337). Para Beeching, la emergencia de estos vastos asentamientos con preeminencia y posible control territorial, representaría un fenómeno característico del IV Milenio a. C. La existencia de grandes poblados de llanura que actuarían de lugar central y una cierta jerarquización de asentamientos ha sido sugerida también, en Cataluña, para yacimientos de la cultura de los Sepulcros de Fosa como Bóbila Madurell (Martín y Villalba 1999). Desde otra perspectiva, la jerarquización de los asentamientos en un contexto de competencia territorial ha sido remarcada también por otros investigadores franceses como Petréquin, para los yacimientos de la Depresión de Belfort, en los Vosgos. La fortificación de algunos de ellos sería, para este autor, un exponente claro de esa competencia y de la existencia de un control social del territorio (Pétrequin et al. 1993). La fortificación de asentamientos, no obstante, es un fenómeno muy poco común en el Neolítico Avanzado, lo cual no debería nunca implicar que no por ello la competencia y el control no existieran sino más bien que haría

ASENTAMIENTOS. JERARQUÍA Y DESIGUALDAD Las interpretaciones espaciales para los asentamientos del Neolítico avanzado en el occidente de Europa han empezado a desarrollarse hace un par de décadas. En la Europa oriental, no obstante, se ha llamado la atención sobre algunos asentamientos que no encajaban en los parámetros de las primeras sociedades agrícolas. En su síntesis sobre la Prehistoria de Europa, Champion y otros colegas (Champion et al. 1984: 205), se refieren algunos casos. Por ejemplo, se señalan los cambios en la planificación de diversos asentamientos neolíticos de Grecia como Sesklo y Dimini, en los cuales se observan unas transformaciones arquitectónicas y un rango de jerarquización que, para estos autores indicarían la existencia de diferenciación social (Champion et al. 1984: 205). Otro tanto ocurría en diversos yacimientos del nordeste de Bulgaria, como Polyanitsa y Ovcharovo. En Polyanitsa durante el IV milenio a.C. se desarrolla un urbanismo embrionario de tipo ortogonal y se construyen tres líneas de fosos y empalizadas alrededor del poblado. En general, tanto en el Egeo como en Grecia y los Balcanes se detectan tendencias de este estilo que indican una preocupación específica por diferentes aspectos de la planificación del asentamiento como la homogeneización de las medidas de las casas, su orientación al resguardo de los vientos, su disposición de cara a favorecer una mejor circulación, etc. Los asentamientos más amplios y de mayor perduración fueron los que disfrutaron de mejores tierras y la posibilidad de una producción excedentaria Estos asentamientos habrían desarrollado un proceso de jerarquización con anterioridad al Calcolítico que se concreta en una tendencia generalizada a la aparición de centros regionales que controlarían las redes rituales y de intercambio. (Champion et al. 1984: 206).

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falta redimensionar su compresión en contextos ideológico-simbólicos diferentes de los tradicionales. En cualquier caso, un fenómeno que sí está ampliamente generalizado en el Neolítico Avanzado europeo es la construcción de recintos rodeados por líneas de empalizadas y fosos como hemos visto en Polyanitsa. La significación de estas construcciones está todavía pendiente de una interpretación unánime aunque cada vez más se señala su uso en relación con la competencia y el control del territorio. En el Neolítico italiano, los fosos que rodean diversos asentamientos se han explicado de distintas maneras (depósitos de agua, estructuras de drenaje, protección y control del ganado, marcadores de territorio) pero, el caso del excepcional foso-trinchera de Stretto-Partana (Sicilia), dadas sus características monumentales, merece una consideración aparte. Esta obra, que se inscribe dentro de la facies de Serra d’Alto, presenta unas dimensiones insólitas, trece metros de profundidad excavados en la roca, que se alejan notablemente de la media de los poblados ápulo-materanos (tres metros de anchura por cuatro o cinco de profundidad (Tusa 1991: 123). Tusa concluye que tanto esta obra como el complejo ergonómico que se une y el aspecto general que se infiere de los asentamientos reseñados, sugieren no sólo la plena adquisición del modelo agro-pastoral neolítico sino que vienen a insinuar la existencia de una sociedad bastante compleja con una estructura productiva capaz de drenar eficazmente recursos hasta el punto de crear excedentes alimentarios que mantendrían actividades no directamente productivas, como la propia excavación de fosos-trinchera y el intercambio de materias primas como la obsidiana.

En la Europa occidental, las implicaciones del espectacular desarrollo del megalitismo atlántico suscitan consideraciones parecidas. Por ejemplo, Joussaumme cuestiona abiertamente que toda la población de una comunidad tuviera derecho a enterrarse en un mismo dolmen de forma paritaria. Su argumento es el siguiente: “Nous avons dit qu’il fallait environ 200 persones pour déplacer la table du dolmen F1 de Bourgon et probablement le double pour déplacer celle du dolmen A de cette même nécropole, ce qui epreséntait des populations de mille à trois ou quatre mille individus. Il semble impensable qu’un seul dolmen pût recevoir tous les morts d’un tel groupement humain” (Joussaume 1985: 124). Este autor sugiere que, aunque otros dólmenes estuvieran funcionando como necrópolis al mismo tiempo, los monumentos mayores estarían, por tanto, destinados a familias con una posición relevante. En consecuencia, “on peut penser, effectivement, que la société agro-pastorale qui est a l’origine de ces constructions était relativement hierarchisée “ (Joussaume 1985: 124). La monumentalidad en las construcciones funerarias no es generalizable a todo el Neolítico Avanzado. Hay sociedades como las del Chassey y los Sepulcros de Fosa que prefirieron la discreción en el uso de los continentes sepulcrales. No por ello carecemos de elementos que sugieran diferencias verticales entre los grupos tribales. Ya hemos visto como Beeching señalaba que la emergencia de los vastos asentamientos de llanura con preeminencia y posible control territorial, representa un fenómeno característico del IV milenio. Para este investigador, la comprensión de estos lugares centrales no puede desligarse de los complejos funerarios que se les asocian y, aunque el número de enterramientos conocidos en el Chassey es todavía escaso, hay datos suficientemente significativos para avanzar nuevas hipótesis. Así, a la vista de los complejos sepulcrales del valle del Ródano (St. Paul-Trois-Châteaux, Le Gournier...), Beeching observa un acceso selectivo y jerárquico a los mismos. En su opinión, existen suficientes indicios para suponer una jerarquización de tipo vertical, desligada de las clases de edad y sexo. De hecho, en el registro actual de inhumados “principales” revela una supremacía del sexo femenino (Beeching 1991: 337-338). En Cataluña, una posible diferenciación de este tipo también ha sido observada, a partir de la composición de los ajuares funerarios (Edo inédito, Blasco et al. 1996). La distribución de cuentas de calaíta en los sepulcros catalanes presenta una pauta claramente irregular y no sólo a nivel de comarcas sino entre los propios sepulcros de una misma necrópolis. Las concentraciones espectaculares de calaíta son escasas (S-1 de la Bóbila Padró, MS-61 de Bóbila Madurell...) mientras que las pequeñas y medianas concentraciones se escalonan en un variado abanico de posibilidades pero, en cualquier caso, este mineral verde está muy lejos de observar una pauta de distribución homogénea. Aunque todavía no disponemos

PRÁCTICAS FUNERARIAS. JERARQUÍA Y DESIGUALDAD El desarrollo de un megalitismo monumental relacionado con el marcaje territorial y las prácticas funerarias es uno de los fenómenos más característicos y singulares del Neolítico europeo. Lo que nos interesa analizar aquí, específicamente, es si el carácter complejo y ostentoso de algunas determinadas construcciones funerarias puede estar evidenciando desequilibrios en la reciprocidad tribal del espacio neolítico europeo. Renfrew calculó para la región de Wessex que la construcción de los grandes recintos del Neolítico Inicial (causewyed enclosures) exigieron unas 10.000 horas de trabajo cada uno. Esta inversión de tiempo, repartida entre unas 250 personas trabajando juntas durante 6 semanas, no implica, en su opinión, un nivel muy complejo de organización, mientras que hacia el Neolítico Final la construcción de los grandes henges, como Sillbury Hill, pudo haber requerido la inversión de 18 millones de horas de trabajo, repartidas en no más de 2 años. Durante ese tiempo, la mano de obra implicada pudo haber rondado el orden de 3000 individuos, cuya movilización y coordinación implica ya un tipo de sociedad jerarquizada y más centralizada.

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de una cuantificación precisa de los datos, podemos avanzar que el número de los sepulcros en los que la calaíta esta ausente no es, en absoluto, desdeñable. Baste como muestra citar el ejemplo de la Bóbila Madurell: de la cincuentena de fosas inventariadas por Ana Mª Muñoz en los años sesenta, sólo en nueve de los sepulcros se registraron hallazgos de calaíta. Hoy en día, a partir de las diferentes excavaciones de urgencia realizadas en los últimos años, el número de fosas sepulcrales conocidas sobrepasa el centenar pero aún con métodos de excavación más modernos no se han observado cambios en la pauta presencia / ausencia de la calaíta. Los hallazgos de este objeto simbólico en los ajuares funerarios no exceden, de momento, el 20% de los sepulcros. Esta misma tónica, en torno al 20%, se ha señalado, recientemente, para el área del solsonés (Cardona et al. 1996). Dentro de este reducido grupo, llama poderosamente la atención el especial tratamiento que reciben algunos niños en cuanto a la riqueza de sus ajuares. Citemos algún ejemplo. A parte de la ya mencionada tumba de la Bóbila Padró, que correspondió a un adulto, el sepulcro que, de momento, ocuparía el segundo lugar en cuanto a concentración de calaíta sería la fosa MS-61 de la Bóbila Madurell, cuyo inhumado fue un niño enterrado con un espléndido collar de 102 cuentas (16 de tonelete) de calaíta (Edo inédito: 154). La tumba MS-61 de Bóbila Madurell no constituye un ejemplo aislado. De hecho, los investigadores del yacimiento han señalado expresamente estas diferencias entre algunos enterramientos infantiles y el resto del grupo. Se ha observado que si bien los collares se asocian a adultos de ambos sexos, es notable su especial relación con las inhumaciones de subadultos. Sorprenden, igualmente, las diferencias de ajuar entre los distintos enterramientos infantiles ya que se han hallado niños con ajuares muy ricos, incluso más que los de algunos adultos, mientras que en otros el ajuar es prácticamente inexistente (Pou et al. 1994: 72). Este especial tratamiento funerario de algunos niños de las comunidades de los Sepulcros de Fosa catalanes, plantea, abiertamente, la posibilidad de considerar la existencia de estatus adscrito al nacimiento propio de un sistema de linajes desarrollado en la línea que venimos argumentando desde el principio. El registro actual sugiere, pues, a nuestro entender, con nítida claridad, que las relaciones sociales asimétricas habrían encontrado un amplio desarrollo entre las comunidades catalanas de finales del IV milenio, independientemente de las clases de edad y sexo.

tra línea de análisis, entendemos que un bien de prestigio podría ser un objeto cualquiera con un valor social añadido y cuyo contenido simbólico se traduce, en última instancia, en un valor económico, más o menos alto, en función de que concurran en él los parámetros necesarios para convertirlo en un objeto preciado: escasez, vistosidad o dificultad de obtención. En las comunidades europeas que participan del Neolítico Avanzado, los artefactos clásicamente asociados al prestigio han sido objetos tales como las grandes láminas y hachas de sílex, las grandes hachas en piedra pulida, los adornos de calaíta y la obsidiana, entre otros. En las sociedades prehistóricas donde hay consenso sobre su grado de jerarquización, los objetos de prestigio tienden a interpretarse, a veces incluso demasiado mecánicamente, como medidores indirectos de los desequilibrios de tipo vertical en la reciprocidad de las relaciones grupales. Una visión de este tipo se ha descartado sistemáticamente para el Neolítico, donde la presencia de un objeto valioso se interpreta, generalmente, como una evidencia ideológica, un símbolo destinado a enmascarar posibles fricciones de las relaciones basadas en la reciprocidad equilibrada. Es poco frecuente que en los trabajos dedicados al Neolítico se analice cómo pudo funcionar ese proceso de fricción/enmascaramiento simbólico y si pudo o no haber estado involucrado en la ruptura del equilibrio intragrupal, del mismo modo como se sugiere para las sociedades jerarquizadas. Afortunadamente, la situación esta cambiando lentamente y cada vez son más los investigadores que, desde diferentes partes de Europa, empiezan a hacer hincapié en este tipo de perspectivas. En los estudios de Tilley para el Neolítico Medio del sur de Suecia se llama la atención sobre la importancia creciente del control de los rituales y sistemas de bienes de prestigio como formas de legitimación de asimetrías sociales en sociedades segmentarias de linaje pratrilineal. Para Tilley, que sigue a Meillasoux, el énfasis en los procesos que explicarían los orígenes del control social se sitúa no sólo en el control de la producción sino especialmente en el control de las capacidades reproductivas, la función ritual/social y el intercambio. Tilley utiliza por primera vez el concepto de “capital simbólico” que vendría a ser el resultado de la conversión final de excedentes económicos en bienes de prestigio personal. Este autor toma como ejemplo el registro proporcionado por los contextos funerarios de la cultura TRB, megalitos, ajuares, formas y decoraciones cerámicas, y los interpreta como indicadores de la existencia de una necesidad cada vez mayor de enmascarar desigualdades internas por parte del grupo que ostentaría el poder social. Las contradicciones derivadas de la apropiación continua de estos bienes para consumo ritual/social habrían llegado, finalmente, a socavar la base de la reciprocidad en estas sociedades tribales (Tilley 1984). En esta misma línea de opinión se sitúan los trabajos de Kristiansen para el Neolítico Medio danés. En este caso, serían las hachas de sílex y sus contextos asociati-

BIENES DE PRESTIGIO La importancia del sistema de bienes de prestigio como motor de cambio social ha encontrado un amplio seguimiento en la Prehistoria europea, especialmente en los enfoques basados en el materialismo histórico (Frankenstein y Rowlands 1978, Bradley 1984, Kistriansen 1984, Tilley 1984, Shennan 1987). En nues-

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vos los que ejemplificarían el enlace entre la producción, el intercambio y el ritual, en una estructura única. Las hachas de sílex son consideradas objetos preciados y escasos y su posesión implicaría un aumento creciente de prestigio que se traduciría en control ritual/social, a la vez que ilustraría materialmente cómo el excedente entraría a formar parte de los sistemas locales de prestigio basados en alianzas e intercambios (Kristiansen 1984). De este modo, aunque no pueda demostrase si llegó a producirse o no una ruptura en el equilibrio intragrupal, lo cierto es que, como señala Tilley, las bases ya están puestas. En Francia, se ha señalado la explotación del sílex como una de las posibles causas que explicarían la aceleración de los cambios que se observan en el Chassey meridional. Beeching cree que esta explotación podría haber impulsado la innovación tecnológica y engendrado una jerarquización social (Beeching 1991: 339). La circulación de bienes de prestigio, conoce en estos momentos un auge espectacular y su intercambio plantea fuertes implicaciones culturales tanto de carácter económico como simbólico (Beeching 1991: 331). El sílex constituye la base de uno de los ítems de prestigio clásicos del Neolítico Avanzado pero no es el único. Desde ha algún tiempo, Petréquin viene investigando sobre la producción e intercambio de las hachas de piedra pulida (Pétrequin et al. 1993 y 1995). Recientemente, este investigador ha publicado un importante trabajo sobre la circulación de diferentes “signos sociales” neolíticos (Pétrequin 2002). Este autor opina que tanto si se trata de cuentas, colgantes, grandes láminas de sílex o hachas sobre piedra pulida se observa, desde el Neolítico Antiguo, un incremento constante en el uso de materiales raros, así como del trabajo y de los niveles de conocimientos técnicos que se aplicaron en la obtención de objetos excepcionalmente brillantes, regulares y a menudo con dimensiones poco habituales, tanto en un plano técnico como práctico (Pétrequin 2002: 82). En su opinión, los estudios básicos sobre estos temas ignoran los contextos sociales de producción, circulación y uso de los artefactos que tienen un valor social añadido, mientras que las explicaciones físicas y funcionales clásicas no llegan a considerar, probablemente, más que una pequeña parte de su verdadero papel en la antigüedad. Petréquin analiza la circulación en Europa de algunos de estos artefactos como los colgantes de aletas, las grandes láminas de sílex, los brazaletes de piedra y las grandes hachas de origen alpino. Los contextos en que estos elementos aparecen son esenciales, en su opinión, para entender su función social y las características de su circulación. En Bretaña, por ejemplo, en los depósitos de grandes hachas alpinas se encuentran a menudo rotas intencionadamente y asociadas a grandes cuentas de calaíta y largas hachas-cincel de nefrita. Los objetos más bellos y valiosos están entre las manos de los inhumados con más prestigio. Es, pues, en este contexto de

competición social y de organización claramente desigual de la sociedad que estos objetos de prestigio han circulado de un grupo a otro recorriendo distancias, a veces de una sola vez, de 200 km (Pétrequin 2002: 94). En esta misma perspectiva de análisis se sitúan los estudios iniciados por nosotros mismos sobre la producción, uso e intercambio de los objetos fabricados en calaíta (Blasco et al. 1996, Edo et al. 1997, 1998, Villalba et al. 1998, 2001). En Cataluña, el estudio de los contextos asociativos donde aparece este “signo social” ha indicado que la distribución de cuentas de calaíta en los sepulcros catalanes es claramente irregular como hemos señalado anteriormente. Lo que nos interesa, ahora enfatizar, es el hecho de algunos de los enterramientos de los Sepulcros de Fosa disponen, además de calaíta, de otros objetos de prestigio de “moda” en la Europa del Neolítico Avanzado. Se trata de objetos procedentes de intercambios a larga o media distancia como la obsidiana (muy escasa), las grandes hachas (bastante escasas), las hachas carnacianas (aún más escasas), los núcleos de sílex melado con forma de pata de cabra (relativamente escasos) y los cuchillos fabricados, igualmente, sobre sílex melado, cuyo reparto en los ajuares es el más generalizado. En cualquier caso, la presencia/ausencia de alguno o varios de estos elementos en un ajuar, sugiere una pauta de reparto selectiva, paralela a la observada para la calaíta. La concurrencia de todos ellos en una sola tumba es tan poco frecuente en el registro conocido que cuando se produce evoca, claramente, la existencia de un inhumado de alto estatus social, en su comunidad de origen. Este sería el caso, por citar algún ejemplo, del Sepulcro 1 ó rectangular de la Bóbila Padró. En esta fosa, excavada en los años cuarenta, se exhumó un abundante ajuar compuesto por un núcleo de obsidiana, cinco núcleos prismáticos de sílex melado (dos de ellos excepcionalmente grandes), un cuchillo de sílex melado y otro de sílex gris, seis hachas y un espectacular collar compuesto por 300 cuentas de calaíta (de las que en la actualidad se conservan 261). En este collar se contabilizan 194 cuentas con forma de tonelete (Muñoz 1965: 41). En este ajuar, contemplado desde el punto de vista del prestigio, concurren prácticamente todos los objetos simbólicos más preciados del momento, y no ya sólo por la variedad sino también por la cantidad y la calidad. La presencia de la obsidiana es excepcional en todos los sentidos, pero lo mismo podemos decir de las 194 cuentas de tonelete que vienen a representar una gran cantidad de materia prima sin parangón, por el momento, en ningún otro sepulcro conocido. El mismo comentario sirve para algunas de las hachas. Del reducidísimo grupo de grandes hachas de tipo carnaciano que Muñoz recogió en su tesis, una de ellas se halla en este depósito, mientras que otras dos pertenecen a otro escaso subgrupo, también dentro de las grandes hachas, como son las de forma de rejón (Muñoz 1965: 274-276). Este ajuar de la Bóbila Padró, a pesar de su singularidad, ha

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pasado cincuenta años interpretado como uno más de los sencillos y homogéneos ajuares de los Sepulcros de Fosa. Medido, en cambio, desde la óptica del prestigio, no hay duda que el capital simbólico acumulado en esta sepultura es extraordinario y permite inferir lícitamente que este rico depósito tuvo que pertenecer a una persona preeminente en su sociedad cuyo estatus tuvo que ser especialmente elevado.

el periodo álgido en cuanto al consumo de calaíta (entre finales del IV e inicios del III milenio a.C.), la tecnología minera implicada en Can Tintorer observa un carácter claramente especializado. Los datos mínimos a retener son los siguientes: En esta fase álgida, los mineros estaban claramente especializados en la búsqueda selectiva y sistemática de las mejores vetas que posibilitarían la fabricación de mayores y mejores ejemplares de cuentas de collar. La búsqueda de las vetas más ricas obligó a desarrollar un sistema de extracción en grandes cámaras que se superponían unas a otras siguiendo infaliblemente el característico plegamiento de los paquetes de estratos mineralizados. Los conocimientos aplicados de ingeniería minera que posibilitaron la sustentación de esta compleja red de salas de extracción interconectadas por galerías y pozos, son suficientemente complejos en sí mismos para implicar necesariamente un contingente humano especializado. Por otro lado, la evacuación de estériles a determinadas profundidades es absolutamente impensable sin una cadena humana perfectamente coordinada y dirigida. En la misma línea, cabe recordar, una vez más, que la mayor parte de la cultura material recuperada en los rellenos de las minas, reutilizadas como basureros, presenta igualmente un carácter especializado (utillaje minero, restos culinarios) y sugiere la existencia, por lo menos en su fase álgida, de un grupo dedicado a tiempo completo al trabajo de extracción (mineros) y manufactura (artesanos) (Villalba et al. 1998). Este carácter de minería especializada se ve reforzado, además, por el estudio de los indicadores de estrés ocupacional realizados por la Dra. Asunción Malgosa (Malgosa 2003: 221235) en los huesos de la extremidad anterior del individuo número 4 de la mina 28 (Villalba 1999: 52-53) que permiten relacionarlo con la actividad específica y continuada del trabajo de “picador”.

ESPECIALIZACIÓN DEL TRABAJO Un especialista en construcciones megalíticas, Claude Masset, en un análisis detallado tanto de las técnicas arquitectónicas como de las prácticas rituales en el megalitismo atlántico, llama la atención sobre la necesaria formación de un artesanado experto en diferentes áreas: arquitectos especializados en la organización del transporte y colocación de las grandes lajas; albañiles capaces de levantar los saledizos, carpinteros, cordeleros, geómetras... Este autor concluye que la sociedad que evoca todos estos especialistas no puede ser simple y advierte que la apariencia igualitaria de las sepulturas neolíticas puede ser engañosa y estar enmascarando algún grado de jerarquización (Masset 1993). En las zonas donde no se desarrollan prácticas funerarias monumentales, los investigadores ponen, igualmente, el énfasis en una especialización de trabajo, esta vez orientada a la producción de intercambio de objetos (entre ellos bienes de prestigio). Ya hemos visto que Beeching compartía una opinión de este tipo sobre las producciones de sílex en la sociedad chaseense. Para este autor, es precisamente en estos momentos donde se desarrolla un auge espectacular de producciones masivas y sistemáticas (Beeching 1991: 331), cuyas redes de intercambio podrían haber estado controladas. Para este autor, y a pesar de otras explicaciones posibles, hay datos para plantear el abandono de la organización igualitaria en el seno de la sociedad chasense. En los Vosgos, Pétrequin, ha estudiado con detalle el funcionamiento y organización de las canteras neolíticas y mantiene una opinión similar o incluso más radicalizada. Tanto las producciones (hachas de piedra pulimentada) como la propia cantería revelan, para este autor, un alto grado de sistemática y especialización, hasta el punto de generar un contexto de competencia y control social que se materializaría en la restricción de acceso a las canteras de Plancher-les-Mines y en el dominio de las redes de intercambio (Pétrequin et al. 1993). Esta opinión se sustenta, además, en el hecho de que la fortificación de los asentamientos de la Depresión de Belfort coincide con el auge de las producciones provenientes de Plancher-les-Mines. Por lo que respecta a la minería de la calaíta, nosotros mismos hemos mantenido opiniones similares anteriormente (Villalba et al. 1995 y 1998, Blasco et al. 1996, Gimeno et al. 1996). En nuestra opinión, durante los aproximadamente 400 años que habrían constituido

INTERCAMBIO Uno de los estudios más importantes e interesantes publicados recientemente sobre el tema son los llevados a cabo por Pétrequin sobre la circulación de las hachas en eclogita y jadeita. Su trabajo se basa en el análisis de la distribución por toda Europa occidental de 1.300 grandes hachas pulidas (más de 15 cm de longitud), fabricadas sobre estas rocas de origen alpino. En el origen de la producción de grandes hachas alpinas se observa la existencia de dos áreas diferentes: una que difunde estos objetos hacia el norte desde la Alta Saboya y otra que los distribuye hacia el sur. El papel de las comunidades chassey que atraviesan los Alpes pudo haber sido especial en este proceso (Pétrequin 2002: 91). Más allá de las vertientes occidentales de los Alpes, este autor identifica un movimiento centrífugo que facilita la llegada de jadeítas masivas a zonas tan lejanas como Bretaña, Irlanda, Escocia y Dinamarca, mientras

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que las eclogitas se dirigen mayoritariamente hacia el Languedoc, Cataluña y Bretaña. El límite entre estas dos áreas de difusión corresponde, aproximadamente, entre grupos chaseenses y meridionales al sudeste y grupos roessenses y continentales al norte. Petréquin señala que las grandes hojas son especialmente numerosas alrededor de esta frontera cultural, como si hubiera existido una concentración momentánea de signos de prestigio opuestos culturalmente (Pétrequin 2002: 91). Otro aspecto fundamental en el que Pétrequin hace especial énfasis es que la evidencia de la distribución de las grandes hachas en Europa no se corresponde con criterios de intercambio mano a mano sino al contrario. Se observan concentraciones particulares, claramente separadas unas de las otras. Un primer círculo de concentraciones se distribuiría sobre un radio de los 500 km de distancia de los centros productores (Cataluña, Bretaña, región del Loira, cuenca parisina, Bélgica-Renania, Turingia), mientras que un segundo circulo coincide con unos 1.100 km de distancia del punto de origen (Inglaterra, Dinamarca) Finalmente, en un tercer círculo tendríamos Escocia e Irlanda a unos 1.500 km de los centros productores de hachas sobre jadeíta (Pétrequin 2002: 92). Ante este panorama, Pétrequin no duda de que nos hallamos ante un fenómeno social de transporte de magnitudes considerables. Por un lado, las distancias de transporte no tienen comparación hasta bastante más tarde en el Hallstatt, con la difusión del ámbar báltico hacia el sur. Por otro lado, el reparto tan particular de concentraciones relacionadas con tierras aptas para el cultivo, con gran densidad demográfica, o bien cerca de fuentes de sal, altamente rentables (Renania, Turingia), lleva al autor a evocar funcionamientos sociales clásicos de la Edad de Hierro pero que raramente se plantean para el Neolítico (Pétrequin 2002: 91). Otro de los objetos de prestigio neolítico que han conocido un análisis detallado de su circulación es la variscita procedente de las minas de Can Tintorer (Gavá). Puesto que estos trabajos han estado ampliamente difundidos y se llevan a cabo desde hace más una década nos remitiremos a las publicaciones más recientes (Villalba et al. 1998 y 2001, Edo et al. 1995 y 1997) y retendremos las conclusiones que son válidas actualmente: La variscita de Gavá circuló por todo el nordeste peninsular y el valle del Ebro penetrando hasta Burgos, mientras que hacia el norte de Cataluña se interna en el mediodía francés. La distancia más lejana hacia el noroeste la marcan, por el momento, las cuentas halladas en los dólmenes de Cubillero de Lara y Fuentepecina (Burgos). En líneas generales, y con los análisis realizados hasta el momento, podemos afirmar que la variscita de Can Tintorer recorrió hacia el norte distancias de unos 280 km hasta Andorra, y 250 km hasta la zona de Perpiñán. Hacia el sur se halla en unos 150 km, y hacia el nordeste hasta unos 500 km. Evidentemente, no son las distancias que detecta Pétrequin para las grandes

hachas alpinas aunque también es cierto que no ha podido analizarse aún material procedente de más al sur o del norte de las minas, por lo que sólo hablamos de distancias mínimas. Queda aún mucho material por analizar y el estudio todavía sigue abierto. Por otro lado, ya hemos sugerido en otras ocasiones que la pauta de distribución no parece reflejar un intercambio mano a mano ya que en las áreas con altas concentraciones (Vallés, Solsonés, Tarragona, Andorra) observan saltos entre ellas, por no mencionar el gran vacío entre los hallazgos oscenses y los de la zona de Burgos. PRESTIGIO, INTERCAMBIO E INTERACCIÓN En general, los prehistoriadores que utilizan el materialismo histórico como punto de partida para sus interpretaciones siguen principalmente, y simplificando un poco, dos líneas distintas de análisis. Por un lado tenemos los investigadores como Gilman que no aceptan el potencial transformador de los bienes de prestigio (para Gilman bienes de lujo) en sí mismos ya que no constituyen la “riqueza” sino sólo su apariencia por lo que le parece difícil que hubieran podido llegar a tener un papel primario en el desarrollo social (Gilman 1987: 3233). Para los autores en la línea de Gilman es en la esfera directa de la producción, en el control de la subsistencia, donde hay que buscar la concatenación de circunstancias que hagan posible la aparición de una clase que se apropiara del trabajo de otra. La segunda línea de análisis es la seguida por otro grupo de autores que ha enfatizado el tema de la reproducción social (obviado en análisis como el de Gilman) como forma de control social. En los estudios influidos por este enfoque, los objetos como armas o adornos pueden jugar un papel crucial en la reproducción social, ya sea como base de prestigio, dote de novia o ambas cosas (Shennan 1987: 93). En este enfoque, que nosotros suscribimos, se enfatiza expresamente la posibilidad de que las relaciones de dominio y jerarquía puedan depender directamente de la manipulación del intercambio y no de la producción por si misma, aunque, evidentemente, el intercambio no puede separarse de la producción de los excedentes necesarios para que estas transacciones puedan llegar a producirse (Rowlands 1980: 46). La importancia del sistema de bienes de prestigio como motor de cambio social ha sido señalada, igualmente, desde otra perspectiva teórica, la teoría de sistemas, por autores como Mathers que ha aplicado su análisis a la transición entre el III y el II milenio en el sudeste de la Península Ibérica. Para Mathers la normalización de tumbas y ajuares testimonia una competición por el prestigio más estructurada (Mathers 1984a: 25), de modo que la uniformización pudo haber constituido “un agente del cambio social y no un mero reflejo del mismo” (Mathers 1984b: 1184).

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simple aparición de esta contradicción en el sistema social no es suficiente para transformarlo. “Para que la aparición circunstancial del valor esté en origen de transformaciones sociales y de una desigualdad estructural que permitiría el acaparamiento de este valor, es necesario que la contradicción sea llevada a su término, es decir (...) explotada intencionadamente en provecho de un fracción del conjunto social. (...). La valoración latente de la dote, puede, en efecto, favorecer la emergencia de una clase dominante...” (Meillasoux 1977: 107). Tras estas reflexiones, esperamos haber asentado finalmente los dos extremos que pretendíamos fijar como base de nuestra argumentación, para explicar algunas de las causas que podrían precipitar la aparición de desigualdades en sociedades neolíticas: la importancia, por un lado, que el control social de los ítems de prestigio pudiera haber tenido en la formación de desequilibrios entre grupos, inicialmente igualitarios, dentro de un sistema de parentesco basado en el linaje y, por otro, cómo un desarrollo avanzado del sistema de bienes de prestigio y su interacción con formaciones vecinas, que comparten un mismo estadio económico y social, pudo haber sido determinante para contribuir a intensificar y culminar estos desequilibrios.

Para nuestro propósito, nos interesa llamar la atención sobre un aspecto de los trabajos de Meillassoux que nos parece particularmente oportuno para el desarrollo de nuestra propia argumentación. Nos referimos a los comentarios de este antropólogo sobre la valoración de los bienes dotales en los circuitos de intercambio matrimonial, con su correspondiente impacto en los sistemas de alianzas. Según Melliasoux, el control social de las relaciones de producción y reproducción en la comunidad doméstica descansa, en buena medida, en un intercambio idéntico de bienes dotales en el que está implícito un valor oculto y neutro de la dote. Ahora bien, “la intervención de objetos materiales durables en las transacciones matrimoniales, objetos que por sus condiciones de producción y circulación, difieran de las personas y de los bienes que concurren a representar, implica la aparición de contradicciones portadoras de transformaciones” (Meillasoux 1977: 101). En esta perspectiva, y en el límite de las relaciones igualitarias implicadas en el control social de la comunidad doméstica por medio del parentesco, la dote podría llegar a adquirir un valor fijo en el circuito de intercambios, constituyéndose, así, en un valor de cambio independiente de la transacción en sí, lo cual podría llegar a falsear todo el sistema (Meillasoux 1977: 104-105). Meillasoux señala que la

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