Batallas sin guerra. Asistencia Técnica estadounidense y la modernización agrícola en América Latina de posguerra

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XIV CONGRESO INTERNACIONAL DE HISTORIA AGRARIA (Badajoz, 7-9 de noviembre de 2013)

Batallas sin guerra. Asistencia Técnica estadounidense y la modernización agrícola en América Latina de posguerra Autores: José A. Fernández Molina y Wilson Picado Umaña (Universidad Nacional, Heredia, Costa Rica)

Sesión “La modernización de la agricultura en las periferias atlánticas después de la Segunda Guerra Mundial” Segunda Guerra Mundial / Estados Unidos / América Latina / Cooperación / Agricultura Esta ponencia analiza la vinculación entre el desarrollo de los programas agrícolas estadounidenses en América Latina y la modernización de las agriculturas de la región durante la posguerra. Estos programas surgieron en el contexto de la cambiante oferta de materias primas estratégicas, tales como caucho, quinina y abacá, debido a la expansión japonesa, así como una estrategia para asegurar la defensa del Hemisferio Occidental y asegurarse suministros para las bases militares de Estados Unidos. Analiza además la transformación de dichos programas después de la guerra en “servicios técnicos”, coordinados por el Instituto de Asuntos Interamericanos desde Washington, D.C. Finalmente, la última parte estudia el papel de los “servicios técnicos” en la introducción de métodos y técnicas agronómicas de origen estadounidense en las instituciones de investigación y extensión agrícola locales. El objetivo de este estudio es develar la lógica estratégica detrás de los programas de asistencia técnica respaldados por los Estados Unidos, así como la manera como éstos se entretejieron con los proyectos nacionales de transformación agrícola en América Latina.

World War II / United States / Latin America / Cooperation / Agriculture This paper analyses the linkage between the development of American agricultural programs in Latin America and the modernization of the region’s agriculture in the post war era. These programs were set up in the context of changing supply for strategic raw materials, such as rubber, quinine and abaca during the Second World War –due to Japanese expansion-, as well as a strategy to secure the defense of the Western Hemisphere and secure foodstuffs for American military bases. It also analyses the programs’ transformation to servicios técnicos in the postwar years, coordinated by the Institute of Inter-American Affairs from Washington D.C. Finally, the last part studies the role of “servicios técnicos” in the introduction of American agronomic methods and techniques in local agricultural extension institutions. The aim of this paper is to unveil the strategic logic behind technical assistance programs backed by the United States, as well as how the latter intertwined with agricultural transformation programs in Latin America.

2 BATALLAS SIN GUERRA. ASISTENCIA TÉCNICA ESTADOUNIDENSE Y LA MODERNIZACIÓN AGRÍCOLA EN AMÉRICA LATINA DE POSGUERRA José A. Fernández Molina y Wilson Picado Umaña

INTRODUCCIÓN A pesar de que el aislacionismo llevó a los Estados Unidos a abandonar la Liga de las Naciones, la Primera Guerra Mundial intensificó el Panamericanismo (un internacionalismo basado en la doctrina Monroe), la organización regional más antigua del planeta desde que se fundara en 1889 la Oficina Comercial de las Repúblicas Americanas. Si bien dentro de su ámbito de influencia los Estados Unidos estuvieron lejos de renunciar a la violencia, en la Conferencia de La Habana de 1928 se condenó la guerra como instrumento de política nacional (Gorman, 2012: 5,179). Este internacionalismo liberal, sin embargo, se centró en facilitar los vínculos comerciales, para lo que se crearon diversos medios de comunicación, y en aspectos jurídicos, sin incluir cooperación técnica. Aunque hubo

estudios sobre la

agricultura latinoamericana, los mismos fueron

estrictamente descriptivos, geográficamente limitados y con un énfasis en los cultivos de exportación (Rowe y Alba, 1938). En el exterior, la política norteamericana en el período de entre guerras se centró en la creación y extensión de los “agregados agrícolas”, cuya función era informar al Departamento de Agricultura sobre las condiciones de los mercados extranjeros. Si bien en la práctica hubo funcionarios que tenían ese perfil, fue hasta 1930 que el Congreso aprobó el cargo y su presencia en América Latina se desarrolló lentamente. En 1930 sólo había “ataché agrícola” en Buenos Aires, aunque luego los hubo en Río

3 de Janeiro, La Habana y Ciudad de México, mientras que “agricultural reporters” funcionarios de rango menor - residían en Santiago de Chile, Bogotá, Managua, Lima y Caracas. Para 1970, el servicio cubría además a Costa Rica, República Dominicana, Ecuador y el Salvador (U.S.FAS, 1970: 7-8). No obstante, estos funcionarios del Departamento de Agricultura, con rango diplomático, nunca tuvieron a su cargo programas de cooperación técnica.

No hay duda que los Estados Unidos eran la “tierra de la abundancia” entre todos los beligerantes. En contraste con una Alemania que luchaba por lo que percibía como su espacio vital en el este, dos talasocracias que dependían del dominio del mar para la subsistencia de sus imperios - Gran Bretaña y Japón - o una Unión Soviética que “peleaba en el vacío”, según el apropiado término acuñado por Collingham, los Estados Unidos eran autosuficientes (Collingham, 2012: 71-101). Gracias a las medidas tomadas para paliar la Gran Depresión, en particular el control de la oferta que garantizó las ganancias al sector agrario y la consolidación de un capitalismo agrícola de una inédita eficiencia, los ingresos de las explotaciones pasaron de $6.500 millones a $21.000 millones entre 1932 y 1947 (en dólares constantes de 1938) (Winders, 2009: 73) . Dado que el número de fincas había descendido de 2.7 a 2.4 millones en el mismo período y, a que la política de control de la oferta era inherentemente sesgada a favor de las grandes empresas agrícolas, esta triplicación de los ingresos se concentró en menos bolsillos (Winders, 2009: 112). En este contexto, con excepción de postres que distaban de ser indispensables para la dieta de los estadounidenses como

4 bananos y café, América Latina no proveía de alimentos clave para el mercado norteamericano.

El proceso de construcción del Estado norteamericano se ha caracterizado por la interrelación con el sector privado, ya sea como asociaciones de actores interesados, fundaciones o actores individuales. Es así como el Departamento de Agricultura facilitó la creación de asociaciones con las que luego tuvo que enfrentarse, dándoles una legitimidad como para retar sus propias decisiones (Hamilton, 1990: 210). Este “estado asociativo”, como se le ha denominado, se traducía en otros niveles en cercanas colaboraciones entre las fundaciones y la maquinaria burocrática estatal propiamente dicha. La crisis impuesta por la Segunda Guerra Mundial no fue una excepción, pues en vez de competir por espacios y líneas de acción, hubo una colaboración que determinó las áreas de influencia de cada estructura y, como se verá, para el Estado fue importante la captación de los servicios de aquellos que estaban detrás de las fundaciones. Por ello la lógica de este documento se inicia con las actividades de la Fundación Rockefeller, y luego con las de la Oficina del Coordinador de Asuntos Interamericanos. Esta forma de presentar el proceso busca evidenciar esta interrelación entre los sectores público y privado.

2. LA OFICINA DE ESTUDIOS ESPECIALES (OEE) Y EL PROGRAMA DE LA FUNDACIÓN ROCKEFELLER EN MÉXICO El estado de guerra acrecentó el interés norteamericano por mejorar los vínculos diplomáticos con México, antes afectados por los conflictos en torno al

5 petróleo y la Reforma Agraria (Schuler, 1987: 173-186). México tenía una posición geográfica estratégica en la defensa del Pacífico ante un posible ataque japonés y constituía un territorio clave en cuanto a su condición de escala de las fuerzas aéreas que protegían el Canal de Panamá 1. Tenía, además, recursos minerales y agrícolas necesarios para el suministro de la guerra como petróleo, hule y fibras naturales. En medio de esta situación, el ascenso al poder de Manuel Ávila Camacho en 1940 favoreció el acercamiento estadounidense. El gobierno de Ávila Camacho se caracterizó por mantener una posición de “equilibrio político” entre los residuos del cardenismo y la presión de los grupos conservadores, además de explicitar su identificación con las fuerzas antifascistas (Vázquez y Meyer, 2006: 181). De este modo, el contexto de guerra le permitió a Ávila Camacho alcanzar un relativo consenso en el escenario político mexicano: “La destrucción del equilibrio mundial provocada por el estallido de la guerra en Europa permitió al sucesor de Cárdenas hacer un llamado a la “unidad nacional” para afrontar los posibles peligros externos y evitar la polarización de las fuerzas internas. Cuando el conflicto se extendió y terminó por envolver a México, el llamado presidencial a posponer la lucha de clases, en nombre del interés general, se convirtió en el leitmotiv de su administración” (Vázquez y Meyer, 2006: 181-182).

Estas condiciones mejoraron el ambiente de las negociaciones acerca del tema petrolero. Como se recordará, en 1938 Cárdenas había dictado la expropiación de los bienes de las empresas petroleras, afectando con esta medida principalmente las inversiones de la Standard Oil Co y la empresa Dutch-Shell, las cuales arrancaron con una agresiva estrategia de presión económica y política. No 1

Vázquez y Meyer también señalan que, para los Estados Unidos era vital contar con México como un aliado político en el contexto continental, sobre todo en la forma de un “contrapeso” contra la posición ambigua argentina hacia Alemania.

6 obstante el peso de estas corporaciones, las ventas del crudo mexicano a la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini, así como la entrada de los Estados Unidos al conflicto modificaron por completo el escenario de las negociaciones. Si bien las empresas reclamaron primero la devolución de los bienes y luego elevadas indemnizaciones, la guerra alteró el juego de intereses del gobierno estadounidense, colocando por encima de los intereses privados, el interés de la defensa nacional y la seguridad económica. Las negociaciones entre ambos países se desarrollaron a partir de febrero de 1941, en el marco de una comisión mixta que finalmente definió los derechos de indemnización para las petroleras en 24 millones de dólares, más un cinco por ciento de intereses. Una cifra que estaba muy por debajo de lo demandado por las empresas (Vázquez y Meyer, 2006: 183). México pagaría al final cerca de 30 millones de dólares, cerrando de esta manera el caso de las expropiaciones.

El nuevo clima de relaciones favoreció la organización de la Comisión Mexicano-Norteamericana de Defensa Conjunta en 1942 (Vázquez y Meyer, 2006: 185). En ese momento la principal preocupación estadounidense era la posibilidad de un ataque japonés a las costas norteamericanas. Por ello sus militares se mostraron interesados en instalar puestos de radar y aeropuertos en Baja California, así como en la formación de un plan de defensa conjunta con México. Aunque con el paso del tiempo se difuminó el peligro del ataque japonés, estos acercamientos fortalecieron el tejido de vínculos entre ambos países, ampliándose éstos al plano comercial. En efecto, al lado de estos acuerdos, las relaciones económicas se afianzaron mediante la firma de un tratado comercial en diciembre

7 de 1942, que permitió incrementar las exportaciones mexicanas de cobre, plomo, zinc y otros metales. Mediante este convenio se reabrió la venta de petróleo, se regularizaron los flujos migratorios de mano de obra y se acrecentaron los créditos concedidos por los Estados Unidos, con el objetivo de estabilizar la economía mexicana (Vázquez y Meyer, 2006: 186-187). Visto en perspectiva, la guerra tuvo un efecto coyuntural, al legitimar la gestión de Ávila Camacho en un escenario complejo de residuos cardenistas e ímpetus conservadores. Mientras que estructuralmente

fue

determinante

para

la

consolidación

de

la

“línea

industrializante” que, a partir de entonces, adoptó con claridad la elite política mexicana: (Vázquez y Meyer, 2006: 189).

La experiencia de la Fundación Rockefeller en temáticas agrícolas era limitada, pues eran más conocidos sus trabajos alrededor de los temas de Salud Pública y Educación. Solo había dos antecedentes importantes antes de su llegada a México. El primero de estos consistió en el desarrollo en 1924 de un programa de cultivo de cereales en China, mediante fondos donados a la Universidad de Nanking (Perkins, 1997: 103). El otro fue la participación, entre 1906 y 1919, en un programa educativo del Departamento de Agricultura cuyo objetivo era la erradicación del anquilostoma en el sur de los Estados Unidos. Aunque el papel de la Fundación era apoyar financieramente el programa, fue una oportunidad para relacionarse con la estructura institucional del mundo agrario norteamericano, tales como las universidades agrícolas (“grant-land colleges”), el Departamento de Agricultura, y a partir de 1914, el Servicio de Extensión Agrícola.

8 En México, una de las primeras acciones tomadas por la Fundación fue el envío de un grupo de observadores para levantar un informe sobre la situación agrícola del país. Este grupo estuvo conformado por el fitopatólogo Elvin C. Stakman, de la Universidad de Minnesota; Richard Bradfield, agrónomo y experto en suelos de la Universidad de Cornell, y Paul C. Mangelsdorf, genetista procedente de la Universidad de Texas A&M. Stakman, en particular, tenía una extensa trayectoria. Desde 1918 había participado como agente del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos en América Latina, en tareas de evaluación del avance de la “roya de trigo”. Había sido además asesor científico de las plantaciones de caucho propiedad de la Compañía Firestone en Liberia (Fitzgerald, 1994: 77). Aunque fue considerado para asumir el cargo, después de presentar el informe Stakman propuso a George Harrar como coordinador del programa de investigación. G. Harrar era un fitopatólogo de la Universidad de Washington-Pullman y tenía a su favor haber trabajado en Puerto Rico, por lo que tenía conocimientos de castellano y del entorno latinoamericano. Bajo la asesoría de Stakman, Harrar y Mangelsdorf le dieron forma al equipo de investigación con la inclusión de Edwin Wellhausen, con experiencia en el cultivo del maíz en Idaho; el fitopatólogo Norman E. Borlaug, el experto en suelos William E. Colwell, el entomólogo John J. McKelvey, el experto en genética del maíz Lewis A. Roberts y Dorothy Parker, especialista en Botánica (Fitzgerald, 1994: 77). Casi todos ellos, originarios de zonas agrícolas de Estados Unidos, habían estudiado en universidades de prestigio en Ciencias Agrarias y contaban con experiencia previa en estaciones experimentales agrícolas. Estaban también emparentadas entre sí desde el punto de vista de su participación en redes docentes o de trabajo

9 comunes. El propio Stakman había sido profesor de Harrar y Borlaug; Mangelsdorf lo fue de Roberts, mientras que Harrar de McKelvey (Fitzgerald, 1994: 78).

Luego de la conformación del equipo, se creó la Oficina de Estudios Especiales (OEE), siguiendo el modelo de las estaciones agrícolas estadounidenses. La OEE constituyó una estructura paralela a la investigación agraria del gobierno mexicano. Aunque tenía una condición jurídica semiautónoma, adscrita a la Secretaría de Agricultura, se desenvolvía en una frontera difusa entre esta condición administrativa y sus vínculos con la Fundación Rockefeller. Como lo indica Hewitt de Alcántara:

“El jefe de la oficina era al mismo tiempo el director de campo de la Fundación Rockefeller en México; y por su mediación, la fundación mantenía un control eficaz de la nueva organización, proporcionaba la mayor parte de su presupuesto y todo su personal científico de alto nivel” (Hewitt de Alcántara, 1978: 33)

La Fundación pagaba el personal técnico más calificado, sus equipos de trabajo, los gastos administrativos y parte de los salarios de los agrónomos mexicanos. El gobierno, por su parte, poco a poco incrementó sus aportes y se hizo cargo del personal local que estaba en proceso de adiestramiento, de los jornaleros agrícolas, de parte del transporte, terrenos e instalaciones para las estaciones experimentales, entre otros rubros. Entre 1940 y 1950, la OEE coexistió dentro de la estructura de investigación y extensión agrícola del gobierno mexicano con el Instituto de Investigaciones Agrícolas (IIA), bajo una relación no siempre armoniosa e igualitaria. Aunque formalmente el IIA se fundó cuatro años

10 después de la oficina, en 1947, se trataba en realidad de la nueva denominación de una sección de estaciones experimentales existente desde la década de 1930: la Sección de Campos Agrícolas Experimentales de la Dirección de Agricultura. Investigadores como Edmundo Taboada2 estuvieron vinculados con ésta y desarrollaron en su marco investigaciones sobre semillas híbridas que luego resultaron referenciales para los norteamericanos de la OEE. Dicha sección tenía un marcado perfil cardenista, por lo que se identificaba con la implementación de estudios en pro de los campesinos y contaba con una plataforma de trabajo a partir de escuelas prácticas de agricultura, dedicadas a la educación de los dirigentes de las comunidades fundadas por la Reforma Agraria.

Como se decía, las actividades del IIA se desarrollaron en forma paralela a las investigaciones de la OEE, aunque con una relación bastante desigual respecto al Estado mexicano. En el papel el IIA simbolizaba la investigación oficial del gobierno, sin embargo, era la OEE la que concentraba la atención gubernamental y el financiamiento interno y externo. La mayor parte de los gastos en investigación entre 1943 y 1956 se distribuyeron hacia la OEE, como resultado del aporte del gobierno mexicano en la compra de terrenos y en mano de obra, así como del financiamiento que recibía de la Fundación Rockefeller. No sería sino hasta 1956 cuando los gastos en el IIA superaron los montos de este financiamiento. En ese momento, sin embargo, ya la Fundación se replegaba y 2

Taboada estudió Fitopatología en la universidades de Cornell y Minnesota entre 1932 y 1933. En este último año recibió una invitación de Herbert Kendall Hayes para estudiar en Minnesota el “chahuixtle”, una enfermedad que afectaba al trigo, donde casualmente trabajó al lado de Elvin Stakman. A partir de 1934 fue nombrado director de la Estacion Agricola Experimental del Yaqui, en Sonora. Taboada escribiría uno de los primeros textos de Genética en México, Apuntes de Genetica (Barahona, 2005).

11 cedía su control sobre los programas de investigación de la OEE, para dar paso a la creación del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CYMMIT).

La Fundación Rockefeller en América del Sur y Centroamérica En el discurso de científicos y personeros de la Fundación Rockefeller, el desarrollo de la investigación agrícola en América Latina era tanto una labor de combate, descrita en términos militares donde los cuarteles y los soldados eran metáforas para las estaciones experimentales y los científicos; como una labor de misión moral, en la que se buscaba acabar con la “ignorancia” y el “atraso” que aquejaban al subcontinente en aquellos años. La guerra y la religión constituían, de esta manera, las fuentes de las imágenes y las analogías. Para Stakman y colegas, la experimentación agrícola constituía la más cercana reproducción de una campaña militar. Sembrar era tanto como combatir y sus armas eran, en esta situación, semillas híbridas y fertilizantes químicos. Visto de esta manera, una experiencia como el programa centroamericano de maíz era contemplado como una “…una operación militar, en la que la línea de fuego está apoyada en ambos extremos por posiciones inexpugnables, en este caso los programas de México y Colombia…” (Stakman, 1969: 270). Cerraba estas metáforas el papel concedido a la Ciencia como conocimiento y herramienta incuestionable para resolver los problemas de la sociedad; aislada en el mundo de la técnica y alejada de los defectos y las inconsistencias de la política (Cotter, 1994: 104).

El programa de investigación en México fue la primera experiencia agrícola de la Fundación Rockefeller en América Latina. Por ello sirvió como base de

12 experimentación para la apertura de programas en Colombia (1950), Chile (1955) y Ecuador en 1956. No obstante lo anterior, es importante indicar que, en estos tres casos, desde la década de 1940 es posible rastrear en los reportes de la Fundación financiamiento y ayudas específicas, lo que indica que la apertura de los programas representó, en realidad, una maduración de los contactos establecidos años atrás. Por otra parte, también es necesario indicar que hubo programas de menor alcance en países como Perú, Brasil, Honduras, Bolivia y Guatemala, además de un programa de escala centroamericano que detallaremos adelante.

Colombia y América del Sur Los recursos de la Fundación Rockefeller para la investigación agrícola en Colombia pueden datarse desde finales de la década de 1940 (The Rockefeller Foundation Annual Report, 1947: 166). En los reportes de esa década se constata el financiamiento dirigido a facultades de la Universidad Nacional, tales como la Facultad de Veterinaria, en Bogotá, la de Agricultura en Medellín, así como al Colegio de Agricultura situado en Cali, adscrito luego a la Universidad Nacional. Los fondos se destinaban para la construcción de infraestructura, la compra de equipos y becas para que estudiantes sobresalientes estudiaran en los EEUU o bien para realizar estancias en el programa mexicano. Firmados los acuerdos con el gobierno colombiano en 1949, la Fundación tomó el control del programa y asignó la dirección de las investigaciones a los científicos Lewis M. Roberts y Joseph A. Ruppert, ambos, con experiencia en México en torno al maíz (Roberts) y trigo (Ruppert) (Stakman, 1969: 226).

13 Roberts se había perfilado como un experto en maíz no sólo por sus trabajos con la OEE, sino también por su formación al lado del Dr. Mangelsdorf y el Dr. Donald F. Jones, vinculados con estaciones experimentales en Texas y entonces considerados como autoridades mundiales en el grano. Roberts se ubicó en Medellín, en la Finca Experimental Tulio Espina, donde asumió la dirección del programa3, mientras que Ruppert instaló su “cuartel” en Bogotá, cerca de un contexto agroecológico adecuado para el trigo: la Estación Experimental de La Picota. En Bogotá, Ruppert empezó a trabajar con semillas locales de trigo, así como semillas traídas de México (Stakman, 1969: 228). De acuerdo con Stakman, se probaron cerca de 7000 líneas de trigo, en su mayor parte a partir de material genético mexicano. Entre este material se destacó la variedad Menkemen, traída por Ruppert desde México, la cual brindó prometedores resultados (The Rockefeller Foundation Annual Report, 1954: 179). Roberts generó la misma dinámica de trabajo en el maíz. A partir de la selección de semillas locales y extranjeras, se alcanzaron resultados positivos con la variedad Eto, desarrollada por el agrónomo colombiano Eduardo Chavarriaga, quien había figurado como investigador invitado en el programa de la Fundación en México (Stakman, 1969: 228).

Las actividades en Colombia tomaron un rumbo casi paralelo al programa mexicano, mostrando cierta dinámica de “clonación institucional”. Como en

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A su salida de Colombia, a finales de los cincuenta, Roberts se trasladó a Nueva Cork como director adjunto de Ciencias Agrícolas de la Fundación, siendo sustituido en su puesto por U. J. Grant, experto en maíz, quien llevaba algún tiempo en Colombia y que había tenido un breve paso por los programas de cereales que la fundación intentaba implementar en India (Stakman, 1969: 230).

14 México, una vez consolidados los programas de investigación se formó el Departamento de Investigación Agrícola, una oficina coordinadora a la manera de la OEE mexicana, en la que los científicos estadounidenses mantuvieron el control durante los primeros años. Asimismo, la antigua estación La Picota fue sustituida por otra creada bajo el molde de las estaciones mexicanas, la estación Tibaitatá, en cuya constitución participaron asesores enviados por la Fundación, incluido Edwin J. Wellhausen, pionero del programa mexicano y sucesor designado de Harrar (Stakman, 1969: 229). Colombia representó la base de operaciones para la extensión de los intereses de la Fundación en América del Sur y podría decirse que también para el resto de América Latina.

Después de la firma de los convenios con Ecuador y Chile, algunos de los científicos asentados en Colombia fueron trasladados a estos países, bajo una práctica de escalonamiento. Ruppert, por ejemplo, fue trasladado en 1955 a Chile, donde fungió como director de la Oficina de Estudios Especiales local, adscrita al Ministerio de Agricultura. Allí apoyó las investigaciones en cereales, la creación de un programa de estaciones experimentales, así como el mejoramiento de la producción de carne mediante el establecimiento de proyectos en forrajes y manejo de pastos. En el trigo, Ruppert mantuvo la práctica de trabajar con semillas locales y someterlas a cruces con líneas de semillas procedentes de México y Colombia (Stakman menciona un total de 18000 líneas llevadas desde estos lugares). Algunas de las mejores semillas obtenidas fueron el resultado de la selección con base en estos cruces, tales como los híbridos Orofén, Rulofén, Orofén 60 y Chifén (Stakman, 1969: 242). Como una muestra de la influencia

15 cultural y del transporte del utillaje de investigación agronómica, estos híbridos cumplieron

con

los

atributos

que

habían

desvelado

a

los

científicos

estadounidenses desde los tiempos primeros de la OEE mexicana: eran trigos cortos de primavera y de paja firme, lo suficiente como para optimizar la aplicación de fertilizantes químicos.

Ecuador y Centroamérica En Ecuador y Centroamérica los programas agrícolas tuvieron una dimensión modesta, si se comparan con el caso colombiano. En Ecuador los primeros contactos se establecieron en 1956, con el objetivo de crear un programa de producción en trigo (Stakman, 1969: 236). Para estos fines fue enviado desde Colombia el Dr. John Gilbert, conocedor del cereal. Se abrieron, además, campos experimentales en Quito, en las cercanías de la Universidad Nacional. Dos años después, en 1968, Gilbert en compañía de Stakman y Roberts, luego de una gira por los campos ecuatorianos, presentaron un plan de acción que preparó el terreno para la creación del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIAP) (The Rockefeller Foundation Annual Report, 1956-1961). El Programa de Mejoramiento del Maíz en Centroamérica, iniciado en 1954, representa un caso sintético del accionar de la Fundación en el subcontinente (The Rockefeller Foundation Annual Report, 1954: 183). En la región hubo tanto un transporte de semillas híbridas procedentes de México y Colombia, como de investigadores y conocimientos científicos. En los primeros meses del programa su director fue Sterling Wortman, investigador vinculado al programa mexicano, sustituido luego por Donald L. Smith, también procedente de México. Tanto Wortman como Smith

16 contaron con el apoyo del ingeniero Alfredo Carballo, asentado en Costa Rica, quien fungía como coordinador regional del programa. En cuanto a las semillas, los científicos continuaron con la recolección de especies locales con el objetivo de realizar cruces con semillas traídas de México y Colombia. Para tener una idea de la magnitud de estos cruces, solo en el primer año se efectuaron trabajos a partir de más de 1000 especímenes de variedades locales (Stakman, 1969: 269).

Dos prácticas concentraron el interés de la Fundación en la región. La primera de éstas fue la capacitación del capital humano, para lo cual se dispuso de financiamiento para el envío de ingenieros y técnicos centroamericanos en estancias de investigación a México y Colombia. La segunda fue la práctica de organizar conferencias regionales con el objetivo de intercambiar avances y resultados de experimentación. La primera de estas conferencias se celebró en Costa Rica (Turrialba), en 1954, una segunda también en Costa Rica en 1955 y una tercera en Guatemala, en 1956 (Stakman, 1969: 269-270). En cierto sentido, estas prácticas eran evidencias, en la escala regional, de lo que estaba sucediendo a nivel mundial en cuanto a los procesos de producción e intercambio de conocimientos agrícolas. El ir y venir de semillas era, en sentido metafórico, el ir y venir de conocimientos mediante la preparación de agrónomos alrededor de la nueva tecnología y con la capacidad para aprovechar la creciente estructura institucional para la investigación agrícola. Por otra parte, dichas prácticas sentaron las bases de programas que tuvieron una presencia relevante en las décadas siguientes. En el caso del programa centroamericano, por ejemplo, las conferencias celebradas a finales de los años cincuenta constituyeron la base de

17 lo que después sería el Programa Interamericano de Mejoramiento de los Cultivos Alimenticios, el cual integró en los años sesenta los programas y estudios latinoamericanos en trigo, papa y maíz. Finalmente, aparte de los casos anteriores, hasta la década de 1970 la Fundación mantuvo un programa de donaciones en Brasil, Perú, Honduras (dirigidas a la Escuela Panamericana), Uruguay y Bolivia, además de recursos destinados al IICA, en Turrialba, Costa Rica. Las inversiones usualmente se destinaban a la compra de equipos en universidades y estaciones experimentales, así como el financiamiento de becas para cursar estudios y estancias en EEUU, México o Colombia, así como la organización de conferencias agrícolas.

3. NELSON ROCKEFELLER Y LA OFICINA DEL COORDINADOR DE ASUNTOS INTERAMERICANOS En

tanto

que

la

Fundación

Rockefeller

había

iniciado

labores

autónomamente en México, no existió durante el primer año de guerra una clara política con respecto a América Latina. Las victorias alemanas en el continente y la posible derrota de Inglaterra plantearon la posibilidad de que el conflicto mundial se extendiera al Hemisferio Occidental, particularmente a Latinoamérica, donde sería apoyado por una “quinta columna hemisférica” de japoneses, alemanes, fascistas, italianos, españoles y nativos.

Una vez que los Estados Unidos se

convirtieron en beligerantes después de diciembre de 1941, la parte tropical americana se convirtió en la única proveedora de caucho natural y quinina para combatir la malaria. Nelson A. Rockefeller, uno de los herederos de la fortuna que sostenía la Fundación, había visitado varias veces Latinoamérica y propuesto a los

18 asesores

del

presidente

Roosevelt

desde

1937

iniciar

un

programa

interamericano, en que colaboraran tanto el gobierno como el sector privado para resolver los problemas económicos y sociales del área (Coordinator of Inter American Affairs, 1947: 6). Estas propuestas, sin embargo, solo adquirieron solidez hasta 1940, en que Rockefeller fue nombrado Coordinador de Asuntos Interamericanos. Dentro de la flexibilidad administrativa que exige la colaboración entre Estado y empresa privada, el señor Rockefeller se llevó consigo a una serie de funcionarios de sus empresas familiares, con lo que la Oficina se convirtió en una especie de “feudo familiar” en el contexto de una burocracia de guerra. Las prioridades de la Oficina del Coordinador pueden resumirse en evitar que colapsaran las economías latinoamericanas, por el consiguiente malestar social que ello traería y que podría ser utilizado por las fuerzas del eje. Ello implicaba adquirir los productos de importación que antes se dirigían a Europa, e incluso, mientras no fueron beligerantes, comprar con el fin de denegar a Alemania materias primas estratégicas para la guerra.

La Oficina también tuvo que considerar la posibilidad de un conflicto en el hemisferio americano. Las posibilidades de la apertura de un frente en el Hemisferio Occidental y la experiencia de la Primera Guerra Mundial - cuando las enfermedades mataron más soldados que las balas - volvió prioritario sanear aquellos territorios en que su ejército eventualmente podría enfrentar una invasión. Además de la salubridad, era importante iniciar programas que no solo garantizaran la alimentación de las tropas estacionadas en la zona del canal u otras bases, sino crear condiciones que permitieran la posible alimentación de un

19 ejército norteamericano para contraatacar cualquier invasión y que, al mismo tiempo, mejoraran las condiciones alimenticias de la población. En contraste con la Primera Guerra Mundial, los estados estaban conscientes de una nueva ciencia que guiaría sus políticas, si las condiciones lo permitían. En efecto, la Nutrición había dado pasos agigantados al reconocer las necesidades calóricas, de carbohidratos, proteínas y demás componentes de una dieta sana.

Estos

conocimientos fueron los que guiaron las fallidas políticas expansionistas de Japón y Alemania, la priorización del programa de préstamos y arriendos de Estados Unidos a Inglaterra y, como se verá, moldearon algunos programas agrícolas en América Latina.

Con el sentido común anglosajón, la Oficina del Coordinador descentralizó y especializó sus diversas áreas de acción (que iban desde la propaganda, resolución de problemas de transporte hasta educación) y se procedió a formar corporaciones subsidiarias para encargarse de cada área. Para los programas de salud, sanidad, provisión de alimentos y programas de cooperación agrícola se creó el Institute of Inter-American Affairs (Instituto de Asuntos Interamericanos, IAIA). Esta racionalidad, sin embargo, no evitó frecuentes roces con la maquinaria burocrática normal estadounidense - Departamento de Estado y Secretaría de Agricultura - sino que, además, debió enfrentar a todas las instancias de tiempo de guerra (CIAA, 1947: 10).

Los programas agrícolas de Costa Rica y Perú estaban dirigidos a suplir de alimentos a tropas estadounidenses afincadas en el Canal de Panamá (para el

20 caso de Costa Rica), así como a bases militares y personal de la Rubber Development Commission, situada en la Amazonia peruana (Mosher, 1957: 48). Para el resto de la región, no están claros los criterios que se siguieron para decidir en cuáles países se desarrollaron programas de producción de alimentos. Es así, por ejemplo, como en 1943 se reconoció que Bolivia (el principal productor de metales estratégicos), tenía que importar comida, pero allí no se estableció ningún programa de producción de alimentos (Black, 1943: 21). Como hipótesis a comprobar en material de archivo, es posible que dos aspectos fueran claves en la determinación de dónde se financiaron los programas de producción de alimento. En primer lugar, la ausencia de México sugiere que había una división del trabajo con las actividades de la Fundación Rockefeller que se expusieron más arriba; así, la selección del Coordinador puede interpretarse como el reconocimiento del papel clave que jugaba la Fundación en el caso de México. Por otro lado, es probable que los “comités nacionales”, conformados por norteamericanos residentes en cada una de las repúblicas, jugaran un papel clave en la determinación del tipo de programas que se podían llevar a cabo localmente.

La Oficina del Coordinador dio prioridad a los objetivos inmediatos de guerra. Ello explica que buena parte de la inversión en los primeros años se diera en el campo de la salud, la que fue perdiendo importancia frente a los programas del sector agrícola, que se convirtieron en los de mayor relevancia después de 1952 (Gráfico 1). También es significativo que, en 1943 y 1944, únicamente estos dos campos, salud y agricultura, fueron financiados. Es a partir de 1945 que el sector de educación se convierte en el tercer rubro más financiado en programas

21 de cooperación técnica. Por el contrario, rubros como administración pública, desarrollo comunitario, industria y minas, transporte y otros solo aparecen en los roles de financiamiento a partir de 1952, y siempre con una participación muchísimo menor que los antedichos.

El primer acuerdo para abrir un programa de suministro de alimentos fue firmado por Costa Rica el 15 de octubre de 1942, en tanto que el último correspondió a Haití el 28 de agosto de 1944. Lógicamente las fechas de cierre de los programas también dependían no solo de la fecha en que se habían iniciado, sino por el número de meses para el que estaban previstos. Así, el programa con El Salvador debía concluir el 1° de abril de 1944, mientras que los más tardíos aquellos de Costa Rica y Paraguay - concluirían el 31 de diciembre de 1947. Resulta significativo que estos programas de suministro de alimentos fueron cofinanciados, de manera que los Estados Unidos aportaron el 57 por ciento; Brasil, Haití, Paraguay, Perú y Venezuela pusieron sus contrapartes nacionales. No existe ningún documento que sugiera la lógica que eximió a Costa Rica, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Panamá de poner su respectiva contraparte.

22

Mapa 1. Programas de suministro de alimentos controlados por el Instituto de Asuntos Interamericanos en América Latina (Fuente: CIIAA-Coordinator of Inter American Affairs, 1947: 134).

23 Las actividades de la división de aprovisionamiento de alimentos fueron varias. En el caso de Paraguay y Costa Rica, por ejemplo, el establecimiento de estaciones de experimentación agrícola permitió traer nuevas variedades para determinar cuáles eran las más apropiadas para sus condiciones agroecológicas. En el caso de Paraguay, entre 1944 y 1947 se distribuyeron seis variedades de maíz, una de algodón, una planta medicinal, cinco tipos de arveja, tres variedades de maní, dos de centeno y tres variedades de sorgo, una de caña, una girasol y dos de frijol (Porter, 1947: 111). En Haití, los programas intentaron paliar una altísima densidad de población que no podía alimentarse con los métodos de producción disponibles, agravada por el fracasado programa de producción de caucho a partir de cryptostegia (CIAA, 1947: 133-135). En este caso, se introdujeron proyectos de irrigación, asistencia técnica, fincas demostrativas, cooperativismo, entrenamiento de personal haitiano, provisión de semilla, ganado, aves de corral, insecticidas, así como fertilizantes e instrumentos (SCIAPA, 1949).

En otros casos se hicieron evaluaciones de los recursos forestales con el fin de determinar tanto el uso interno como posible exportación (IIAA, 1946). Un informe particularmente detallado sobre el valor alimenticio y costo de la alimentación de la población paraguaya intentó aplicar la nueva ciencia de la Nutrición a la realidad cotidiana latinoamericana en tiempos de guerra. (Reh, 1944). El aspecto pecuario no se dejó de lado, pues en algunas partes del continente aún quedaban descendientes del ganado introducido desde la conquista. Para el Perú se adquirieron sementales de diversas razas para mejorar la cabaña del país con toros Pardo Suizo, Holstein, Gernsey, Ayrshire y Shorthorn.

24

12

10

8

6

4

2

0 1943

1944

1945

1946

1947

1948

1949

1950

1951

1952

1953

1954

1955

Salud

Educación

Agricultura

Administración Pública

Industria y minas

Transporte

Desarrollo Comunitario

Otros

Gráfico 1. Evolución de las contribuciones de EEUU a Programas de Cooperación Técnica del IIAA en América Latina según campos de actividad entre 1943 y 1955 (En millones de dólares corrientes) (Fuente: National Planning Association, 1956: 167).

País

Acuerdo

Brasil Costa Rica El Salvador Haití Honduras Nicaragua Panamá Paraguay Perú Venezuela

3-9-1943 15-10-1942 22-12-1942 28-8-1944 4-3-1943 20-5-1943 20-11-1942 31-12-1942 19-5-1943 14-5-1943

Total

Fechas Cierre 20-8-1945 31-12-1947 1-4-1944 31-12-1946 30-6-1945 15-6-1944 31-3-1946 31-12-1947 31-12-1946 13-5-1946

IIAA

Fondos Receptores

2 000 000 151 000 18 798 125 000 158 250 31 498 116 750 250 000 162 977 500 000

1 903 550

3 514 273

2 666 527

50 000

50 000 162 977 500 000

Cuadro 1. Distribución del financiamiento de Programas de Suministro de Alimentos del IIAA en América Latina entre 1942 y 1946 (En dólares) (Fuente: CIIAA-Coordinator of Inter American

Affairs, 1947: 136).

25

Figuras 1 y 2. (Arriba) Empleados del instituto en Costa Rica, revisando la calidad de los alimentos y (Abajo) preparando su envío hacia el Canal de Panamá en barcos estadounidenses, en el puerto de Puntarenas (Fuente: Revista de Agricultura, Año XV, N. 11, 492-493)

26 Además, se introdujeron medidas sanitarias para control de parásitos; también se introdujeron cerdos y carneros para mejorar el ganado porcino y ovino, así como aves de corral (IIAA, 1947). Finalmente, hubo programas que se concentraron en una región, como el llevado a cabo en los alrededores del lago Valencia en Venezuela, donde “tierras incultas” en manos de organismos gubernamentales se pusieron a producir (IIAA, 1946B). En Costa Rica, se montaron estaciones experimentales, programas de mejoramiento del suelo, secadoras de grano y un servicio de extensión (IIAA-STEE, 1949).

4. EL ESLABÓN INSTITUCIONAL: CONTINUIDAD DE LOS PROGRAMAS AGRÍCOLAS NORTEAMERICANOS DURANTE LA POSGUERRA La política de ayuda exterior y de cooperación técnica de EEUU durante la posguerra tuvo tres puntos de referencia: la experiencia de la Oficina del Coordinador de Asuntos Interamericanos (a través de la acción del Instituto de Asuntos Interamericanos), el Plan Marshall y el Punto Cuatro. El Plan Marshall, como ya es conocido, surgió como una estrategia de reconstrucción de Europa, que pretendía reafirmar no solamente el control militar, sino también el control económico de EEUU en el Viejo Continente. El Punto Cuatro, por su parte, promulgado por el Presidente Truman en 1949 era, en cierto sentido, una síntesis de los principios que promovieron el desarrollo de las experiencias anteriores, ajustado, en este caso, a las nuevas circunstancias geopolíticas (Hanson, 1950). Como lo indicaba el propio Truman, la nueva posición de los Estados Unidos se reivindicaba para:

27 “...proclaim to the world the essential principles of faith by which we live, and to declare our aims to all peoples…From this faith we will not be moved…In the pursuit of these aims, the United States and other likeminded nations find themselves directly opposed by a regime with contrary aims and a totally different concept of life…That regime adheres to a false philosophy which…is communism” (Perkins, 1997: 144).

El Punto Cuatro mantuvo el principio geopolítico anticomunista, pero sustentado en una estrategia donde el papel de las armas y el ejército era sustituido por el rol de la tecnología y la Ciencia estadounidense. El vínculo de esta declaración de principios con el trabajo desarrollado por las fundaciones privadas y el Instituto de Asuntos Interamericanos es evidente, sobre todo si se atiende la dimensión geopolítica que adquirieron las relaciones internacionales en aquellos primeros años de la Guerra Fría. Sin embargo, más allá de esto, hay una serie de elementos relacionales que explican estas conexiones de una forma explícita. Como se indicó en las primeras páginas, el Coordinador de Asuntos Interamericanos hasta 1945 fue Nelson Rockefeller, dueño de la fortuna derivada de la Standard Oil Company, quien en esos años fungía, además, como Secretario de Estado para América Latina. Rockefeller tenía fuertes vínculos con América Latina. Además de su presencia en el México precardenista, sus empresas tenían participación en la explotación del petróleo en Venezuela a través de la sudsidiaria Creole Petroleum (Perkins, 1997: 148). El trabajo desarrollado por Rockefeller en el OCAI, de acuerdo con Perkins, fue fundamental para sentar las bases y los principios del Punto Cuatro. No era casual, por tanto, que Ben Hardy, colaborador suyo en la OCAI, fuera considerado como uno de los gestores de la idea del Punto Cuatro (Perkins, 1997: 149). Rockefeller sintetizaba como pocos la amalgama de

28 objetivos entre la geopolítica gubernamental y la filantropía fundacional, que guiaría las políticas de ayuda internacional de los EEUU a partir de los años cincuenta. Su posición política le permitió estar cerca tanto de los programas de ayuda gubernamentales, como de de las actividades de su fundación en América Latina y Asia. Las fundaciones hallaron en el Punto Cuatro el soporte ideológicogubernamental para sus labores, aunque no siempre lo explicitaron. Los gobiernos, por su parte, encontraron en los programas de las fundaciones y de institutos como el IAIA, las herramientas de apoyo y los puntos de avance en regiones donde el “peligro comunista” requería prácticas de vigilancia y contención. Finalicemos este punto anotando un ejemplo adicional al caso de Nelson Rockefeller, que ilustra la fluidez en el movimiento de personal entre Estado, institutos y fundaciones. Paul G. Hoffman, administrador del Plan Marshall entre 1948 y 1950, se convertiría en presidente de la Fundación Ford a partir de 1951, justo cuando esta fundación entraba de lleno en India (Perkins, 1997: 151).

Organización de los “servicios” nacionales La situación de Costa Rica permite entender a profundidad el problema de la continuidad de los programas agrícolas norteamericanos en otros países de la región, una vez terminada la guerra. En los países para los cuales se ha contado con información, es posible identificar cierta dinámica “modular”, si se piensa en el ejemplo del país centroamericano. Obsérvese el siguiente patrón. Al momento de la guerra, se firmaban convenios para incentivar la producción de determinado bien agrícola, lo que daba pie para la entrada de técnicos y tecnología agrícola norteamericana. Posteriormente empezaba a formarse el tejido institucional

29 alrededor de entidades creadas específicamente para el caso, o bien, mediante programas controlados verticalmente por los foráneos. Una vez finalizada la guerra, la organización de “servicios” nacionales se realizaba a través de la firma de un “acuerdo general” entre un oficial del Instituto y el representante del gobierno nacional.

La principal característica de estos “servicios” era su condición “híbrida”. En la mayor parte de los casos, se trató de entidades en las cuales los norteamericanos mantuvieron el control formal e informal de las actividades mediante la inyección de recursos, así como a través de la inserción de su personal en los puestos claves. Es necesario indicar que, si bien dicha inyección fue significativa en países como Costa Rica, la ayuda estadounidense por lo general fue equivalente a los montos aportados por el gobierno nacional, en una relación paritaria. Los componentes temáticos de los programas eran variados e incluían actividades relacionadas con Salud Pública, Educación y Programas de Producción de Alimentos. En el campo agrícola, además de la introducción y la adaptación de fertilizantes y otros insumos químicos, se importaba material genético, generalmente desarrollado en los Estados Unidos. Se promovieron, además, programas de mecanización y de regadío, y en particular, de Conservación de Suelos, haciendo eco del bagaje agronómico entonces imperante en Norteamérica. Finalmente, se instalaba un “servicio” de Extensión Agrícola moldeado según el norteamericano y se organizaban, los clubes 4-S para jóvenes y programas para amas de casa.

30 No es abusivo afirmar que detrás de estas hibridaciones hubo una dinámica de “clonación institucional”. Basta comprobar que tres de estos programas llevaron el mismo nombre: el STICA costarricense (Servicio Técnico Interamericano de Ciencias Agrícolas), el STICA hondureño y paraguayo (Apodaca, 1954). Más allá de la denominación, la semejanza fue especialmente relevante en cuanto a la temática de los programas. El caso evidente es el SCIPA en Perú (SCIPA: Servicio Cooperativo Inter-Americano de Producción de Alimentos). El convenio original fue firmado en 1943 y luego prorrogado en 1950. Las actividades del SCIPA peruano se concentraron en cinco proyectos: el proyecto de Estudios Económicos, dedicado al análisis de coyuntura y de la situación en general de la agricultura peruana; el proyecto de Extensión Agrícola, sin duda el más importante de todos, que consumía cerca de la mitad del presupuesto del SCIPA (Mosher 1957: 49). El tercer proyecto estaba dedicado a suministrar fertilizantes, semillas y otros insumos agrícolas modernos a los agricultores y agrónomos, utilizando como base las agencias regionales, ubicadas en las zonas rurales. A cada agente de Extensión se le entregaba cierta cantidad de estos insumos con el objetivo de que lo comercializara entre los pobladores del lugar. El cuarto proyecto, de Ingeniería, estaba destinado a la gestión de sistemas de irrigación y de rehabilitación de suelos. En todos los casos, la práctica que articulaba la acción del SCIPA en el campo era la “demostración”; la clave para reafirmar las bondades de la tecnología y para evitar la “sospecha” de parte de los agricultores de que los agentes tenían “un motivo oculto” al proponer nuevas prácticas (Mosher 1957: 50).

31 El cambio más importante durante la posguerra fue el mayor peso que adquirieron los programas agrícolas respecto a los programas en salud. Otra variación significativa ocurrió en el tipo de gastos que se efectuaban en los programas: mientras que durante la Segunda Guerra Mundial la mayor parte de las contribuciones de Estados Unidos se destinaban a la compra de equipos y, en menor medida, al pago de los técnicos, a partir de 1950 se agregaron los gastos de formación como un rubro de importancia (National Planning Association, 1956: 168). Por otra parte, aunque en términos brutos los Estados Unidos aumentaron su aporte financiero a los programas, en términos porcentuales fue cada vez menor su participación respecto a los aportes de los gobiernos nacionales, los cuales, conforme avanzó la década de 1950, asumieron poco a poco el peso de los “servicios” (Gráficos 2 y 3). Esta tendencia coincidió además con un incremento en el número de técnicos latinoamericanos, participantes de los programas de capacitación y becas.

El STICA en Costa Rica y la herencia norteamericana del IAIA En este apartado presentaremos un estudio de caso del “servicio” técnico creado en Costa Rica. El objetivo es detallar, en la medida de lo posible, el caso costarricense, intentando sentar las bases para una futura comparación con casos de otros países; siempre teniendo a mano nuestra hipótesis de que estos programas o “servicios” se implementaron bajo cierta lógica de “clonación institucional”. El programa agrícola del Instituto de Asuntos Interamericanos (IAIA)

32

30 25,7

25 20

19,9 16,3

15

15,3

13,3 10,6

10

8,8

7,4 6,7 7,4

5

4

4,6

5,8

0 1943 1944 1945 1946 1947 1948 1949 1950 1951 1952 1953 1954 1955

Gráfico 2. Evolución de las contribuciones totales de EEUU a Programas de Cooperación Técnica del IIAA en América Latina entre 1943 y 1955 (En millones de dólares corrientes) (Fuente: National Planning Association, 1956: 166).

90

84

84

80 70 60 50 40

30

69

55 46 40 34 21

21

25

25

30

32

20 10 0 1943 1944 1945 1946 1947 1948 1949 1950 1951 1952 1953 1954 1955 EEUU Gobiernos nacionales

Gráfico 3. Evolución de la cuota de participación de las contribuciones de EEUU a Programas de Cooperación Técnica del IIAA en América Latina respecto al aporte de los gobiernos nacionales entre 1943 y 1955 (En porcentajes) (Fuente: National Planning Association, 1956: 166).

33 en Costa Rica culminó en 1947. Sin embargo, los vínculos entre el gobierno costarricense y el IAIA se reactivaron a partir de febrero de 1948, a través de la creación del Servicio Técnico Interamericano de Ciencias Agrícolas (STICA). Debido a la guerra civil que vivió el país entre marzo y abril de ese año, el STICA entró en operaciones hasta julio de 1948, durante el mandato de la Junta de Gobierno, liderada por José Figueres Ferrer. Los objetivos del STICA mantuvieron la misma dirección respecto a las tareas que llevaba a cabo el Programa de Asistencia Técnica del IAIA de tiempos de guerra, atendiendo aspectos relacionados con producción y distribución de alimentos, extensión agrícola, así como nutrición y economía doméstica, entre otros. El STICA tuvo una condición administrativa “híbrida”, que se asemejaba a la manera como operaba la OEE en México. Era un departamento que formaba parte del Estado costarricense, adscrito al Ministerio de Agricultura e Industrias. A pesar de esta relación, entre 1948 y 1951 los directores fueron extranjeros nombrados por el Instituto de Asuntos Interamericanos, bajo el poder de los estadounidenses. Aunque la mayoría de sus proyectos se ejecutaban a través de convenios y de la coordinación con el Ministerio de Agricultura, la entidad tuvo una notable independencia en la formulación de la investigación y la extensión agrícola, gracias a su autonomía presupuestaria, proveniente de las cuotas aportadas por el gobierno estadounidense y el gobierno local (Arroyo 1953: 123-124).

Una de las primeras acciones tomadas fue la creación del Servicio de Extensión Agrícola, bajo la dirección de Howard M. Gabbert y Enrique A. Summers, y la participación de costarricenses como Carlos Arroyo Blanco y Edgar

34 Mata Quesada. H. Gabbert era un geólogo graduado en la Universidad de Stanford, experto en Conservación de Suelos y con experiencia en programas agrícolas de guerra en El Salvador y Paraguay. Summers, por su parte, era un ingeniero de origen peruano graduado de la Universidad Nacional de La Molina, ingeniero de la Fundación Rockefeller en Perú y ex director del Servicio de Extensión del SCIPA (IIAA-STEA, 1949: i-ii). El diseño del servicio contemplaba una estructura de poder jerarquizada, en la que los norteamericanos y Summers lideraban el departamento desde la Dirección Central, situada en San José, la capital de Costa Rica. Los costarricenses con destacada trayectoria dirigían las “agencias” (o centros de asistencia técnica) situadas en ciudades secundarias como Heredia y Alajuela. Estas agencias eran “escuelas” de formación para los agrónomos recién llegados al servicio.

El STICA instaló agencias en las poblaciones, usualmente en las cabeceras de los cantones (donde se asientan los municipios), lo que le permitió al agrónomo atender las “parcelas demostrativas”, instaladas por lo general en las escuelas, así como acercarse a los problemas del agricultor, visitando personalmente las fincas. Las parcelas facilitaron la adopción de nuevas variedades de cultivo, también favorecieron las prácticas de Conservación de Suelos, de irrigación y las actividades de reforestación. El acercamiento a las fincas además impulsó la implementación de las prácticas de Sanidad Animal para ganado vacuno y especies menores. A través de sus agencias, el STICA desarrolló

35

Figuras 3 y 4. Prácticas de Sanidad Animal implementadas por el STICA en la década de 1950 en el suroeste de Costa Rica (Colección privada de José Flores).

36

Figuras 5 y 6. (Arriba) Demostración del uso del “codal” para la siembra en contorno y (abajo) proyecto de reforestación con niños en el suroeste de Costa Rica en la década de 1950 (Fuente: Colección privada de José Flores).

37 programas de formación de Clubes 4-S, la versión local de los Clubes 4-H4, así como de Programas de Mejoramiento del Hogar, una variación de los programas norteamericanos de Home Economics.

También se promovió el uso de los abonos químicos mediante la distribución de panfletos y la demostración en parcelas, ubicadas comúnmente en fincas de agricultores. Hubo, además, programas de análisis de suelos, así como proyectos para la producción de compost. En otro sentido, la entidad jugó un papel determinante en la ampliación del mercado nacional de fertilizantes y demás insumos químicos, mediante la venta y la distribución en sus propias bodegas, que se convirtieron en una suerte de “agencias comerciales” (Arroyo, 1953: 111-112). Esta particular inducción al mercado tuvo una corta pero efectiva duración, debido a que a partir de 1952 la entidad abandonó las ventas para dar paso a las empresas privadas (Arroyo, 1953: 111-112). Otra importante labor fue el “combate químico” de plagas de hormigas y langostas. No fue casual, en este sentido, que los agricultores utilizaran el sobrenombre de “matahormigas” para referirse a los funcionarios del STICA, por sus labores en el control de la “Hormiga Arriera” (A. cephalotes). Estas “campañas” tuvieron un doble efecto en términos de la validación del STICA como un nuevo actor en el mundo rural, no solamente porque mejoraron el conocimiento de los insecticidas químicos entre la población, sino también porque fueron prácticas de demostración, que aumentaron la reputación de los técnicos entre los agricultores (Arroyo, 1953).

4

El lema de los Clubes 4-H “Head, Heart, Hands, and Health” fue adaptado a “Salud, Sentimiento, Saber y Servicio” en el caso costarricense (STICA, 1949: 14).

38 Las

“campañas”

contra

la

langosta

centroamericana

(Schistocerca

Piceifrons Piceifrons) fueron más complejas. Este era un insecto cuya presencia en escala de plaga en Costa Rica databa de tiempos coloniales. A diferencia de la hormiga, la langosta se desarrollaba en una dinámica migratoria regional que complicaba su control efectivo. A finales de la década de 1940, existía conciencia entre los países centroamericanos que el combate del insecto requería de una acción coordinada. Es así como en 1949 se firmó en México D.F el “Convenio para el desarrollo de la campaña contra la langosta en Centroamérica y México” 5, en el que se acordaba la conformación de un Comité Internacional de Coordinación. En el país, la provincia de Guanacaste era la región más vulnerable a la presencia de la plaga. Las continuas sequías, ajustadas al ritmo del Fenómeno ENOS (Fenómeno del Niño), propiciaban la reproducción y el ataque del insecto, así como su expansión. La gravedad de los ataques en la década de 1940 había motivado la formación de la “Sección de Defensa Agrícola”, adscrita al Ministerio de Agricultura e Industrias. Asimismo, había presionado en el año de 1949 a la activación de una “Campaña contra la langosta”, de alcance nacional6. Esta campaña, además de mapear los focos de afectación y evaluar su cobertura territorial, estaba estructurada para atacar y controlar por medios químicos al insecto, haciendo uso de un notable arsenal de productos: espolvoreo de DDT, atomizaciones con Aceite Diesel, canfín y garrapaticidas, y espolvoreo con Clordano, “el más efectivo y económico de cuantos insecticidas hemos probado” 7.

5

ANCR, Fondo Relaciones Internacionales, Signatura 1278. MAGCR, Memoria Anual del Ministerio de Agricultura e Industrias, 1949: 311. 7 MAGCR, Memoria Anual del Ministerio de Agricultura e Industrias, 1949: 318. 6

39 El empoderamiento en torno a los químicos como armas de combate, contrastaba con la invisibilización de las referencias sobre su impacto ambiental en los informes y documentos de la época. Eran numerosas las cartas enviadas por vecinos, solicitando ayuda para el exterminio de las hormigas, de plagas de gusanos o de ratas. Así por ejemplo, en 1952 vecinos del cantón de San Rafael de Heredia, en el Valle Central, se quejaban en una carta que “no les suministraban la cantidad de clordano necesaria para la destrucción total de los hormigueros”8. En igual sentido lo hicieron vecinos de la zona sur del país, pidiendo el pronto envío del producto químico9. En contraste, eran excepcionales las notas en las cuales se reflejara el problema del uso intensivo y sin controles de los productos, como era el caso de cartas en las que se denunciaba la destrucción de apiarios debido a la aplicación de clordano por parte de los técnicos del ministerio 10.

En medio de una percepción difusa del impacto ecológico de sus prácticas, el STICA se dedicó a promover la Conservación de los Suelos y de los Recursos Naturales mediante programas educativos y demostraciones en parcelas. La atención sobre los suelos fue especialmente importante, tal y como lo revela la presencia de proyectos y actividades en los informes anuales. En la Revista Suelo Tico, el portal de publicación del STICA, a lo largo de la década de 1950 se publicaron artículos en los que se trataba esta problemática, escritos por técnicos

8

ANCR, Carta de Claudio A. Volio a Francisco Seravalli (30 de mayo de 1952), AGRICULTURA, SIG 487, F 1810. 9 ANCR, Carta de Claudio A. Volio a Francisco Seravalli (6 de mayo de 1952), AGRICULTURA, SIG 487, F 1460. 10 ANCR, Carta de Claudio A. Volio a Ricardo Monge Araya, Procurador Civil de la República (mayo 5 de 1952), AGRICULTURA, SIG 487, F 1472.

40 locales o incluso versiones de textos de autoridades como H.H. Bennett11. La visión del suelo, sin embargo, se ajustaba a un enfoque “conservacionista”. El suelo era un recurso que se debía cuidar y conservar a través de medidas físicas, como la construcción de terrazas, la siembra en contorno y el uso de barreras vivas. Se advertía que los suelos del país eran “vulnerables” y “frágiles” ante la erosión, principalmente debido a la intensidad de las lluvias, sobre todo en los terrenos dedicados a cultivos anuales. La conservación del suelo constituiría un elemento identitario de la entidad, proyectado por los funcionarios, pero que no tendría ante los agricultores el peso distintivo que tuvieron las campañas contra los insectos y el uso de los químicos. El buen manejo de los suelos no siempre fue atendido por los productores, lo que originaba reclamos y quejas entre los técnicos. Esta situación explicaría la publicación en Suelo Tico, en 1952, de un discurso pronunciado por el Ministro de Agricultura Claudio Volio, en el que realizaba un llamado de atención sobre la pérdida del suelo. Afirmaba Volio: “Si un hombre llegara y quisiera quitarle un pedazo de su finca –el agricultor lo defendería aun a costa de su vida. Pero cuando el usurpador es el agua, entonces sí se permite que se lleve toneladas de buena tierra sin hacer nada para impedirlo. Y sin embargo en esa tierra que mancha de café los ríos, se van la riqueza y la prosperidad de Costa Rica”12.

El dramatismo del llamado de Volio daba cuenta de que la batalla contra la degradación de los suelos no era percibida entonces como una batalla victoriosa como aquellas del combate contra los insectos. Revelaba, asimismo, la

11

Véase su artículo publicado en 1959: “La conservación de los suelos es una necesidad mundial”, en Suelo Tico, 11, N. 43, pp. 28-31. 12 Volio, C. (1952): “Esa tierra que mancha de café los ríos”, Suelo Tico, 6, pp. 15-16.

41 contradicción implícita en el trabajo del STICA, el cual, como un péndulo, se movía entre conservar el suelo y promover la intensificación de la producción agrícola mediante el uso de la tecnología moderna. Al final, la varilla del péndulo se estacionaría en el segundo de los lados. La propia absorción del STICA “conservacionista” por parte de un Ministerio de Agricultura e Industrias cada vez más “productivista”, fue una prueba de ello. Afectado por las disputas de poder con el Ministerio de Agricultura e Industrias, así como cada vez más presionado por las secciones de Investigación creadas en éste, a mediados de la década de 1950 el STICA fue absorbido por el ministerio en cuestión y sus programas se redujeron paulatinamente. Solamente en el imaginario popular “la STICA” permaneció durante las siguientes décadas como un símbolo de la modernización de la agricultura costarricense.

CONCLUSIONES En el film Gracias Amigos, producido por Walt Disney, se describía a “un pueblo que vivía en una isla, un pueblo llamado los Estados Unidos de América” (OCIAA, 1944). Una gran isla que, a pesar de su riqueza - los puentes más largos, las tierras más productivas, los mejores salarios, la mayor producción industrial - al ser atacada por Japón se dio cuenta de que dependía de materiales estratégicos, que no producía su boyante economía. Sin caucho no había llantas para aviones, tractores, jeeps, artillería, lanchas inflables o máscaras de gas, después de que los japoneses ocuparon el sureste de Asia. La ocupación de las Filipinas les arrebató la fuente de quinina para tratar la malaria, así como el estaño de Malasia.

42 Aunque eventualmente el caucho sintético remplazó al natural, se volvió a depender

del

amazónico,

de

la

quinina

producida

en

varios

países

latinoamericanos, del estaño boliviano, nitratos y cobre chilenos, arsénico mexicano, cristales brasileños para radio comunicaciones, por no mencionar balsa, caoba y fibras. Para los Estados Unidos, descubrir que no eran tan autosuficientes y recibir el apoyo de “las otras Américas” les permitió identificar sus “amigos”, supuestamente más importantes que las materias primas. (OCIAA 1944) Lo cierto es que este apoyo, aunque literalmente se dijo que en costo era una bicoca en el contexto de la guerra más cara de la historia, no hubiera sido posible sin el esfuerzo conjunto de la Fundación Rockefeller y la Oficina del Coordinador de Asuntos Interamericanos.

El título de Batallas sin guerra remite a los muchos "frentes” que el proceso antes descrito implicó. Para comenzar, a pesar de los temores originales, el hemisferio occidental nunca fue invadido por tropas de las potencias del eje y por tanto, las acciones de la Fundación Rockefeller y de la Oficina del Coordinador no tuvieron que enfrentar un campo de batalla en el continente. De una manera más sutil, no hay duda de que los programas de la Fundación Rockefeller en México, buscaron complementar la reforma agraria inspirada en la Revolución Mexicana; al mejorar la productividad de los grandes terratenientes se limitó el peso “socialista” del ejido campesino: ¿acaso una sutil venganza por la expropiación petrolera?. Al interior de los Estados Unidos, a pesar del apoyo del presidente Roosevelt, el coordinador de la Oficina tuvo que luchar a brazo partido para ganarse un espacio entre la densa y celosa burocracia de Washington. Un

43 proceso similar, aunque de otras proporciones, enfrentaron los programas de producción de alimentos, cooperación para el mejoramiento de la producción agrícola y salubridad con las burocracias nacionales, celosas de un competidor bien financiado, que deslegitimaba su propia existencia. No se trató, conviene advertir, de batallas que ocurrieran en espacios vacíos. En 1941, un estudio de la División de Cooperación Agrícola de la Unión Panamericana publicó un catálogo de las publicaciones, sociedades, estaciones experimentales e instituciones educativas existentes en América Latina sobre temáticas agropecuarias, el cual dejaba en evidencia la activa y pujante actividad en investigación y divulgación en el subcontinente (Pan American Union, 1941). En todo caso, lo que, en efecto, resultó novedoso fue el contexto en el cual se situaron estas batallas a partir de la década de 1950: la Guerra Fría.

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