Ascenso y triunfo de la ilustración (2002)

June 26, 2017 | Autor: Juan Martínez Moro | Categoría: Modern Art, Printmaking, Digital Art, History of Printmaking, Book Illustration
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Descripción

AUTOR: Juan Martínez Moro TITULO: “Ascenso y triunfo de la ilustración”, REF. REVISTA: Sublime, Revista de arte + pensamiento contemporáneo, nº 05, 2002, pp.36-41.

Ascenso y triunfo de la ilustración. Juan Martínez Moro

El arte del siglo XX se ha edificado sobre la continua revisión y digresión crítica de las formas de percepción, representación y recepción de la imagen, así como por la experimentación exhaustiva en los materiales, soportes, procedimientos y métodos generativos de productos artísticos. Atravesando todos los ismos, movimientos y tendencias aparece en un primer plano la búsqueda generalizada de nuevas formas de expresión, basadas en la novedad e idiosincrasia temática o ideológica, iconográfica o simbólica, estilística y física de la imagen. Frente al imperio de un único sistema de representación dominante, que desde el renacimiento estuvo basado en las perspectivas cónica y aérea, la explosión morfológica e idiomática que, comenzando en el siglo precedente tiene su plenitud a lo largo de la primera mitad del siglo XX, se nos presenta como una excepción y casi como una singularidad evolutiva para el conjunto de la historia del arte. El último gran frenesí de la pintura en el siglo que acaba de concluir tuvo lugar en los años setenta y ochenta, con movimientos como el neo-expresionismo alemán y la transvanguardia italiana, así como sus derivados y epígonos, que encontraban aún en la materia, la textura, la factura y el idolecto del autor, su principal apoyo estético. Desde los años sesenta con el arte pop y las tendencias conceptuales, se había ido ya derivando poco a poco hacia un tipo de obra en la que dominaba cada vez más la utilización, de forma directa o indirecta, de medios mecanizados de reproducción y elaboración de la imagen. Ésta se mostraba más bidimensional que nunca, hasta que la fotografía, como género emergente en los noventa, vendría a anular definitivamente los valores autógrafos reseñados más arriba, o se convertía en el disegno a seguir mediante su proyección sobre el lienzo y posterior relleno cromático, recurso

utilizado hoy tanto por el “políticamente correcto” nuevo realismo europeo, como por la forma monumental que ha adoptado el kitsch de origen americano.

En el siglo que ahora empieza los nuevos medios tecnológicos están forzando poderosamente las barreras entre las disciplinas, lo que ha llevado a algunos de sus más destacados popes a augurar la desaparición de todas ellas en el magma digital. Lejos de entrar en esta polémica, nos interesa analizar aquí la relación entre los nuevos medios y su continuidad con el ideario estético moderno y contemporáneo, que es hasta el presente el que reconocemos y respecto del cual nos posicionamos. Y así encontramos en primera instancia dos circunstancias que nos retrotraen a situaciones pretéritas. Primero, el célebre código binario en el que se basa la tecnología digital, o la vectorización y pixelización de la imagen, así como su imprescindible soporte hardware y software, nos evocan aquel imperio normativo que, como ya hemos aludido, supuso la perspectiva cónica frente a otros sistemas de representación alternativos previos, o frente a aquellos otros personales o de autor desarrollados a lo largo del siglo XX. Ello nos hace sospechar de un regreso a los sistemas preestablecidos de codificación normalizada en la elaboración de imágenes, más propia de lo que es ya un pasado remoto, e incluso peligrosamente cercano a un cierto reaccionarismo (tecno-hermetismo lo han llamado recientemente), al menos si nos dejamos llevar por los más ortodoxos instintos libertarios del siglo en el que hemos nacido. En segundo lugar, y esta vez adoptando un signo positivo en cuanto a las nuevas posibilidades con que se encuentra la plástica, la tecnología digital aplicada a la creación artística se presenta más próxima que lo estuvo nunca la fotografía a los procedimientos de intervención sobre la imagen usados por la pintura o la gráfica, al ofrecernos la modificación ad infinitum de los elementos constituyentes (ahora variables o parámetros) de la obra, como son la forma, la escala, el color, el tono, la saturación, la luz, etc.

No es nuestro propósito, ni mucho menos, ensalzar la elevación del arte gráfico —en tanto soporte histórico de la ilustración—, al olimpo de las bellas artes

sino, antes bien, identificar las paradojas y contradicciones que, tanto su recorrido ascendente como su posible apoteosis final en brazos de la tecnología digital, lleva asociadas. Reconocer los orígenes del arte digital, sus limitaciones y servidumbres, nos servirá para relativizar su status en la dinámica de la estética moderna, estando alertas ante cualquier tentación visionaria (sea de corte integradora o apocalíptica) en la que podamos caer, conscientes de la contagiosa y generalizada fascinación existente ante el fenómeno de las nuevas tecnologías. Para ello será necesario comprometer nuestra labor crítica en una doble dirección: valorando las nuevas dimensiones a donde nos lleva el desarrollo tecnológico en la creación de imágenes, así como sopesando la posible pérdida de una hasta ahora fértil tradición creativa, profundamente experimental, cuyo núcleo ha radicado en el contacto físico del hacedor de imágenes con la materia. Queremos, así pues, destacar el hecho diferencial existente entre dos formas de entender la creación artística: una dominante hasta hace poco, centrada a través de la pintura en la intervención directa sobre la materia, y otra que hace de la imagen de reproducción, ineludiblemente precodificada, ya sea como documento gráfico o fotografía de creación, su material de trabajo último, o medio

para

“intervenir”,

“assemblagear”,

“collagear”,

“decollagear”,

“bricollagear”, “instalar”, etc. Todas estas metodologías, herencia del siglo que acaba de terminar, han encontrado en la tecnología digital un avance exponencial en términos operativos, haciendo incluso posible para las artes plásticas mitos culturales como el de “obra abierta” que fijara Umberto Eco para la literatura del siglo XX. Se cumple, en este caso, el acceso de las artes de la imagen a un ideal ensayado a través de performances, instalaciones y múltiples artificios a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, gracias a las nociones de interfaz e interactividad, con la participación e implicación directa del espectador en la obra.

La imagen digital está unida por fuertes lazos históricos con el mundo editorial, latente ya en el mismo software que la hace posible, en la medida en que su principal salida hacia un soporte físico es el papel impreso. Estamos ante la

última etapa tecnológica de los medios de reproducción de la imagen, sobre cuyo desarrollo podemos trazar grosso modo una secuencia que pasa por el grabado en madera tardomedieval y renacentista, pasando por la talla a buril, el aguafuerte, la xilografía, la litografía, el fotograbado, la serigrafía, el offset, etc. Si las unidades estructurales que componían la imagen precodificada eran en el pasado, tal y como las ha definido W. M. Ivins en su influyente obra Imagen impresa y conocimiento, sistemas lineales de redes, ahora nos encontraremos con tramas de pixels y sistemas de coordenadas vectoriales. Con el descubrimiento de la fotografía y su introducción progresiva en la ilustración de prensa y de libros en general, el universo imaginario occidental sufrió una revolución sin precedentes hacia la objetividad y el particularismo. Pero la imagen de origen fotográfico también se construye en última instancia como un registro codificado, pues lleva implícito un proceso de abstracción y de articulación semántica con la realidad. Aunque sea mediante un refinado grado de precisión técnica, se trata de una visión del mundo tamizada por un sistema de representación preformado y dependiente de la legislación universal que impone la óptica. Al trabajar con este tipo de imágenes lo hacemos con iconos que denotan un cierto grado de anticipación y previsión en su lectura, cuyo mayor o menor grado de apertura, desde un punto de vista artístico, vendrá dado por el uso que podamos hacer de ellas (en términos de transformación o descontextualización). Consideraremos aquí el lugar de la fotografía en el arte contemporáneo bajo el territorio de la ilustración, tal vez en un nivel conceptual y tecnológico superior a otros medios históricos de reproducción de la imagen, pero, como éstos, necesariamente vinculada con la tensión dialéctica que se establece entre el registro codificado del mundo y la interpretación de éste. Podemos afirmar que en los últimos seiscientos años de nuestra cultura occidental se ha producido un crecimiento exponencial en el peso que ha adquirido la imagen de reproducción gráfica, hasta el punto de que identificamos nuestro tiempo como una auténtica era de la comunicación, de los mass media, o del dominio de la imagen mediática. El arte, por supuesto, como fenómeno extraordinariamente sensible a los cambios históricos, se ha volcado de lleno en esta dinámica. Si Walter Benjamín anticipaba a comienzos

del siglo XX el arranque de una nueva época en la que nuestro conocimiento estético se basaría, gracias a la fotografía, en la obra de arte reproducida, no podía llegar a sospechar la inversión en los términos de su célebre enunciado, por otro más acorde con lo que es ya una situación imparable: la época de la obra de arte de reproducción. Desde los años sesenta del siglo XX los diversos sistemas de estampación y la fotografía, experimentaban un significativo avance en su presencia y grado de implicación en el panorama general de la producción artística, y lo han hecho tanto en cuanto a lo que son los procedimientos de transferencia entre soportes, como a la extensión y ampliación de lo que se ha identificado como lenguaje gráfico. También en relación a otras cuestiones teórico-prácticas propias de los medios de comunicación y difusión de la imagen, como pueden ser las nociones de multiplicación, seriación, reiteración, redundancia, variación,

interpretación,

génesis,

registro,

documentación,

difusión,

sincronización, interferencia, ruido visual, etc. Ante tal complejidad de motivos, la explicación de la difusión de la gráfica en las artes visuales no puede ni debe quedarse en la oportunidad, contingencia, inmediatez y comodidad de ejecución que ofrecen los avances técnicos al artista. Antes bien cabe considerar un universo de factores: tanto los propiamente plásticos que tienen que ver con el lenguaje gráfico y sus recursos específicos de composición y estructura; como aquellos superestructurales, simbólicos y metalingüísticos basados en una nueva sensibilidad hacia el material gráfico y sus recursos visuales; o lo que es ya una diferente intención y motivación contextual hacia el hecho creativo. Y, con todo ello, por qué no, poder llegar también a considerar un nuevo sistema de clasificación artística, poniendo directamente en crisis la todavía vigente, aunque a todas luces obsoleta, jerarquía entre las disciplinas. Para esto último será necesario no sólo dejar de tratar la imagen gráfica exclusivamente en sus aspectos técnicos y mediáticos, sino principalmente en relación a los nuevos conceptos estéticos y sensibilidades que los más recientes productos y hechos artísticos nos plantean. En este contexto el género histórico de la ilustración cobra pleno sentido estético en la

identificación de una necesidad de fondo, de un propósito o una intención del ser humano en su actividad generadora de imágenes y obras de arte, relacionada principalmente con el registro y la transmisión de experiencia, significado, conocimiento e información en un amplio sentido. El uso del término ilustración y su elevación a categoría artística, se puede incluso justificar como metáfora de una nueva sensibilidad de época, o de una intencionalidad secularmente abocada a los medios de comunicación y reproducción de la imagen que, en el panorama contemporáneo y en virtud de las nuevas tecnologías, ha cobrado una relevancia absoluta en las creaciones digitales. Estas últimas, por las características de su propio soporte no sólo se entroncan estructuralmente con la gráfica, sino que formalmente beben de toda la tradición ilustradora en lo que ha sido la plasmación visual del pensamiento y el conocimiento, a través de diagramas y esquemas, emblemas, juegos visuales, jeroglíficos, etc. Utilizados todos ellos a lo largo de siglos por la hermética, la filosofía y la religión, la poesía visual, o la ilustración enciclopédica, técnica y científica. El soporte digital hace de la creación artística información visualizada, en la que es esencial la participación simultánea y organizada (o aleatoria, lo mismo da) de palabra, sonido e imagen. Para ello, y para hacer practicable el concepto mismo de interfaz, sus vínculos interconectivos o interactivos, está utilizando unas formas de presentación en pantalla, una infraestructura visual en definitiva, heredera de todas las formas y experiencias históricas antes señaladas. Para sustentar más sólidamente si cabe el preponderante papel de la ilustración en la escena contemporánea, será imprescindible atender al status social y cultural que ha tenido y tiene la imagen gráfica en nuestra civilización, no limitándonos a definirlo exclusivamente por sus valores informativos ni artísticos, sino participado también de otros niveles gnoseológicos. El concepto de ilustración goza de un importante papel en nuestra vida cotidiana, así como en los diversos estratos y actividades que definen al ser humano. Cumple así una relación esencial con el pensamiento a través de la imaginación y la memoria; con la historia del conocimiento por el uso imprescindible que ha hecho de él la tradición científica; con la comunicación, al ser un factor

indisociable del hecho mediático; y, por último, con el arte, tanto por su vinculación con los tres ámbitos anteriores como por la pura fruición estética, o, en última instancia, por su propia estructuración tautológica a través de su uso, cada día más extendido, como unidad funcional de la plástica.

Juan Martínez Moro Santander, septiembre, 2002

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