ARQUITECTURA TRADICIONAL EN EL MARQUESADO DEL CENETE

August 15, 2017 | Autor: Miguel Sorroche | Categoría: History, Art History, Architecture, Antrhopology
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IX ARQUITECTURA TRADICIONAL

Es profesor titular del departamento de historia del Arte y Música de la Universidad de Granada. Su tesis doctoral sobre Arquitectura y urbanismo tradicional en las altiplanicies de Granada, le ha permitido desarrollar una línea de investigación sobre patrimonio,

resultando de ello publicaciones como Poblamiento y arquitectura tradicional en Granada, Patrimonio de las comarcas de Guadix, Baza y las Tierras de Huéscar. Miguel Ángel Sorroche Cuerva

ÍNDICE DEL CAPÍTULO Introducción Características generales 1. La arquitectura tradicional del Marquesado del Cenete............... 467 2. La transmisión consuetudinaria del saber...................................... 476 3. Un recorrido por el Marquesado del Cenete................................. 483

INTRODUCCIÓN El rico patrimonio cultural que atesora Andalucía tiene capítulos específicos que singularizan los territorios que la conforman. Dentro de esta herencia destaca la arquitectura tradicional, de la que la geografía granadina en particular ofrece algunos ejemplos propios. La vivienda alpujarreña y la excavada de las hoyas de Guadix o Baza, donde las funciones de cobijo y productivas se imbrican equilibradamente, son las más conocidas. En cambio, existen otros modelos más variados aunque representativos de zonas como las Vegas del Genil o el Marquesado del Cenete, que del mismo modo reflejan la estructura familiar de la sociedad que los genera y su forma de entender la relación con el territorio en el que se insertan, todos ellos aspectos que el tiempo se ha encargado de modelar a través de una rico devenir histórico que ha acabado dándoles su configuración final.

Características generales Podemos considerar como arquitectura tradicional, aquella edificada para satisfacer necesidades vitales del ser humano, empleando técnicas artesanales transmitidas de padres a hijos y materiales de fácil adquisición, próximos al lugar de construcción. El rápido desarrollo económico que conoció España a partir de los años 60 del siglo XX, hizo que muchas de nuestras ciudades y ámbitos como los litorales crecieran sin control, lo que supuso la transformación y casi desaparición de muchos de sus sectores históricos, provocando que los ejemplos más destacados de arquitectura tradicional que podamos encontrar actualmente, se localicen en ámbitos rurales que consiguieron mantenerse alejados de ese desarrollismo y que en el mejor de los casos vieron cómo se incorporaban elementos prefabricados a sus arquitecturas vernáculas.

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La cualidad de la misma para aprovechar hasta el máximo los materiales que el entorno le proporciona, generó una relación desigual entre el hombre y la naturaleza, que acabó modificando el medio para dar lugar a paisajes de una fuerte impronta cultural. Es a partir de esta perspectiva territorial desde donde vamos a aproximarnos a las poblaciones del Marquesado del Cenete. El desarrollo de estos pueblos se produjo de un modo decidido a partir de la Edad Media, cuando las alquerías musulmanas se convirtieron en centros de explotación del territorio, herederos de una presencia histórica que hunde sus raíces en períodos anteriores y que de una forma discontinua, se afianzaron como lugares habitados. Los distintos componentes en los que podemos desgranar la arquitectura tradicional nos permiten mostrar las diversas posibilidades que hay de aproximación a ella. Testimonio de la evolución que a lo largo de la historia ha tenido el ser humano de entender su asentamiento y apropiación del entorno como espacio de relación, refleja desde los niveles puramente domésticos, con características disposiciones de los distintos componentes de la vivienda, hasta su inserción dentro de trazados urbanos perfectamente definidos, las distintas formas en las que una cultura ha entendido sus vínculos sociales. Lejos del núcleo de la capital, los ejemplos de arquitectura tradicional que podemos encontrar en la provincia de Granada participan de unas características en las que confluyen aspectos heredados de la Edad Media y otros definidos y aportados a lo largo de la Edad Moderna, resultando unas realidades estructurales y espaciales variadas en sus tipos. Considerando que una de las principales funciones de la arquitectura es la de proporcionar cobijo y ser espacio en el que sus inquilinos lleven a cabo relaciones básicas en el ámbito de la privacidad de la vivienda, se entenderá que ese componente doméstico afecte a su propio diseño, modificado a lo largo de cada etapa histórica en sus elementos básicos, para adaptarlo a unas necesidades cambiantes. El condicionamiento del ámbito geográfico afecta a las características espaciales y estructurales por la distinta naturaleza de los materiales que se emplean, dentro de técnicas constructivas caracterizadas por el ahorro y la inmediatez en la ejecución y componentes empleados.

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Por eso, al referirnos a lo arquitectónico aplicándole el adjetivo de tradicional obliga a una matización. Así, entender la relación que existe entre el espacio de cobijo y el de trabajo explica cuáles son los elementos básicos que identifican a la arquitectura doméstica lejos de la ciudad, dando lugar a una dualidad que en ocasiones hace difícil e incluso inútil su separación, obligando a una valoración conjunta para comprender correctamente las características de estos edificios. En el ámbito rural, cada uno de los tipos domésticos que se identifican, aglutina un amplio abanico de modelos que van desde los casos más claros de arquitectura tradicional, inserta dentro de prácticas constructivas vernáculas sustentadas en la transmisión consuetudinaria del saber y donde sobresale el valor de la experiencia, todo ello reflejado en un rico léxico, que en el caso del Marquesado del Cenete se ha querido reflejar; hasta edificios en los que los componentes técnicos o decorativos provienen de las influencias que llegan de la ciudad, otorgándoles un carácter de arquitectura elocuente que sirve para afianzar y legitimar la posición social de su propietario y en los que se percibe cierto grado de especialización en su uso. En uno u otro caso la relación entre el componente doméstico y el productivo es desigual, viéndose acentuada la separación entre ambos cuanto más alta es la posición del propietario y más intensa es esa presencia de lo urbano, que surge o bien por proximidad a poblaciones de mayor envergadura, o por el origen y formación de quienes intervienen en el proceso constructivo. En todos ellos, la atención a la decoración, la organización de los espacios domésticos o su desarrollo en altura, se convierten en aspectos imprescindibles para entender su materialidad. También su importancia como escenario privilegiado del desarrollo de la vida familiar y de los acontecimientos que jalonan su curso, invisten a esta arquitectura de un valor y significado que genera una interpretación de naturaleza simbólica por parte de sus usuarios que no debemos obviar y que en ocasiones es complicada de percibir para quién es neófito o ajeno a estos ámbitos. En la vida rural, donde las actividades agropecuarias siempre han impuesto, junto a otros condicionantes como una tradición cultural o la propia estructura familiar, su determinación en el diseño de los espacios

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con los que debía contar la vivienda, la función doméstica se presupone como una más, aunque no es exclusiva. Esta circunstancia se evidencia en los casos más humildes, donde los espacios domésticos y los productivos, ya sea para el almacenamiento de las herramientas del campo, de productos agrícolas o el alojamiento de animales, forman una misma unidad. En ocasiones, ésta es tan estrecha, que la aclimatación de algunos de ellos depende de la ubicación de otros, afectando a la presencia o ausencia de uno de los elementos domésticos definidores de la cultura arquitectónica mediterránea: el patio, que en los casos más humildes es inexistente o se reduce al simple corral trasladado a la parte trasera de la casa, siendo puntuales los casos en los que aparece en el Marquesado. En los edificios de mayor porte, la disponibilidad de espacio hace que cada zona esté perfectamente delimitada, no dándose la multifuncionalidad de usos. En ellos la función doméstica es la predominante, no faltando dependencias en las que se puede hablar de un peso superior de lo productivo, aunque aquí la diferencia radique en una mayor estructuración interna y en su exteriorización, donde el estatus social de la familia propietaria, la disposición de los elementos decorativos en fachada y el empleo de materiales de difícil y costosa adquisición, no hacen sino reflejar las tendencias imperantes en la ciudad. No obstante, en todos los casos, forma y función permenecen estrechamente unidas, en una relación equilibrada característica de la arquitectura tradicional, reflejo de su constante adaptación a unas necesidades básicas de cobijo y trabajo, que hace difícil y muy complicado cualquier intento por fecharla.

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1. LA ARQUITECTURA TRADICIONAL DEL MARQUESADO DEL CENETE 1.1. Materiales y técnicas constructivas La cara norte de Sierra Nevada, cruce de caminos del sudeste peninsular desde la Prehistoria, siempre fue lugar de asentamiento de grupos humanos que atraídos por la existencia de abundantes recursos naturales como agua y tierras fértiles, tuvieron en sus yacimientos minerales una escusa añadida para establecerse de un modo fijo. El conjunto de localidades que históricamente han conformado el Marquesado del Cenete, distribuidas en el pie de monte, nos ofrece una serie tal de particularidades en su forma de entender el proceso de edificación, que pueden matizar y concretar los aspectos generales que hemos reseñado anteriormente. La arquitectura tradicional del Marquesado del Cenete emplea básicamente tres materiales, piedra, tierra y madera, combinados en unos sistemas constructivos, resultado de una acumulación de experiencia trasladada de generación en generación, definida a partir del esquema ensayo-error-

Vista del Marquesado del Cenete desde el castillo-palacio de La Calahorra

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corrección y que ha dejado huella en un léxico específico. No obstante, mientras cada una de las poblaciones ha empleado de distinta manera estos recursos, lo que ha permitido que tengan un elemento diferenciador, sus soluciones internas hablan de una homogeneidad mucho más clara, buscando siempre la lógica que optimizara el espacio del que se disponía. Animales en las plantas inferiores, habitaciones en las intermedias y almacenes en las superiores, conformaban la base sobre la que cada localidad adaptó sus viviendas a las características del terreno. Las condiciones geológicas del Marquesado del Cenete hacen que la piedra básica empleada sea la pizarra, aunque también se utilizan los cantos de río. La primera, extraída de canteras serranas –los segundos, del mismo cauce de los ríos que jalonan el territorio; en ambos casos, tanto en bloques irregulares como bolos perfilados por el agua–, la encontramos en los cimientos y muros de carga perimetrales e interiores, utilizando sistemas como la mampostería siempre trabada con morteros de tierra y cal en distintas proporciones, y con soluciones interesantes en las esquinas, donde se enlaza para dar consistencia a la edificación. Su empleo alcanza grados de protagonismo, conformando los ejemplos más espectaculares cuando son los afloramientos de roca los que directamente sirven para la cimentación. La pizarra también se emplea como lajas, en ocasiones de grandes dimensiones que se conocen como aleros*. Su destino son los suelos, aleros de cubierta y tejados, donde Huéneja aún conserva algunos de los más característicos, resquicio de los que también encontramos más abundantemente en las vecinas localidades de la falda sur de la Sierra de los Filabres, ya dentro de la provincia de Almería. Un alero de pequeñas dimensiones que se encuentra en los dinteles de algunas ventanas, supliendo a una madera que en ocasiones resultaba excesivamente cara. De piedra eran también las entradas comunes para animales y personas, donde los empedrados de sus suelos muestran algunos diseños decorativos. La tierra la podemos encontrar en mayor proporción en forma de tapial* y adobe* ejemplificando dos sistemas de distinto origen. El tapial, que ha sido paulatinamente sustituido por la mampostería, se empleó sobre sólidas cimentaciones de piedra que lo aislaban del suelo o directamente en

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segundas plantas. Para su realización se empleaban distintas mezclas que variaban según la localidad, buscando en cada caso una mayor resistencia. Técnicamente consistía en realizar un molde o encofrado compuesto por cuatro tableros. Sobre el muro se colocaban las agujas de madera en las que descansaban los dos mayores separados según el grosor que se quería dar a la pared, entre 40 y 60 centímetros, y sujetos por unos listones de madera que evitaban que se abriesen cuando se echara la tierra; otros dos tableros pequeños cierran los costados. Se requería que la tierra estuviese bien apisonada, para lo cual se extendía en capas finas que eran golpeadas con porros o mazas de madera, dándole a cada cajón de tapial una altura aproximada entre 80 y 90 centímetros. Distintos son los adobes. Realizados en moldes de madera o gradillas*, donde se introducía la tierra humedecida mezclada con paja o piedras para evitar su resquebrajamiento, se destinaron para las divisiones interiores aunque suelen aparecer cerrando al exterior plantas superiores, revocadas y con refuerzos de madera para dar consistencia a la construcción.

Construcción con cubierta de alero de pizarra. Cuesta de San Blas. Huéneja

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También encontramos la tierra en los revocos de muros y como mortero para trabar la piedra en las mamposterías, mezclándose en los dos casos con proporciones de cal para darles mayor consistencia. Una cal que no era un material abundante en las viviendas más humildes y que era comprada en Dólar, Alquife o La Calahorra, únicas poblaciones que contaban con caleras. Hoy en día su empleo es generalizado en los exteriores. La tierra también se utilizaba como base en las cubiertas. Capas de malhecho* se disponían sobre las estructuras de rollizo, previamente cubiertas de aleros, tablas o vegetal, sirviendo de asiento al techo en sí, donde se colocaban aleros de pizarra o teja curva. Dentro de este capítulo debemos de incluir la launa*. Resultado de la descomposición de la pizarra por la acción del agua, esta arcilla impermeable es muy utilizada en la vecina Alpujarra. En el caso del Marquesado era empleada en las soluciones primitivas de cubrición plana de las viviendas de algunas localidades, que presentaban una escasa inclinación del techo para evitar que la tierra se perdiera por las lluvias; y una castigadera* perimetral que cumplía las funciones de refuerzo del alero de la viviendas, evitando con ello que el agua de lluvia cayera hacia la calle, encauzándola a un punto concreto. El hecho de que se trate de una solución que requiere de una constante reparación, explica que se fuera prácticamente sustituyendo por teja en el mejor de los casos o placas de fibrocemento en los más extremos, alterando con ello la imagen tradicional de estos núcleos. La paradoja hace que en un contexto como el del Marquesado, donde las nevadas son frecuentes a lo largo del invierno, este tipo de cubierta no sea la que mejor evacue la nieve, con lo que hubo de ingeniárselas para evitar que el peso hundiera los tejados. De ahí que un elemento característico sea el subidero* o lucernario, un acceso directo desde una de las habitaciones de la planta alta de la vivienda, en la que se abría como si se tratara de una alacena cerrada con una puertecilla, un hueco a través del cual se subía por una escalera de madera a la terraza, donde se disponía como salida una especie de buhardilla que compartía protagonismo con las chimeneas. Tampoco podemos olvidar la tierra cocida que, en forma de teja curva o árabe y ladrillo, encontramos muy generalizada. La primera como sistema de cubierta tradicional, caso de Jérez del Marquesado, o sustituta

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de los modos primitivos de cubrición; el segundo, formando parte de los aleros de las viviendas, en menor medida como pilares que conforman las estructuras de las plantas superiores, sin olvidar su presencia formando motivos decorativos de ascendencia clasicista en algunas puertas como es el caso de ciertas viviendas del Barrio de la Aurora en La Calahorra o de la Plaza de Andalucía en Cogollos de Guadix. El tercer elemento es la madera. Los bosques de las estribaciones serranas y las riveras de los ríos han sido los principales suministradores. Chopo, pino o castaño entre otras especies, se han utilizado en distintas partes de la vivienda en función de sus características. En forma de vigas desvastadas y sin tratar, como Jérez del Marquesado. Balcón en Plaza de la Constitución, inicio calle Herrería rollizos o simples tablas, constituyeron la base sobre la que se realizaban forjados de pisos, cubiertas que debían sostener los tejados, tablas de los suelos, aleros, pies derechos de balcones, carpinterías de ventanas o puertas, y finalmente empotrados en los muros formando los dinteles o como refuerzo de los cierres con adobes de los pisos supe-

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riores. En todos los casos hay ejemplos destacados, aunque pueda ser la carpintería de puertas y ventanas la que más sobresalga. Desde los cerramientos simples de una o dos hojas, hasta los casos de mayor calidad por la mayor capacidad adquisitiva de sus propietarios, en los que los cuarterones definen motivos geométricos específicos, sin duda ejemplifican las posibilidades más claras que alcanzó el empleo de la madera y que se reparten en muestras específicas sobresaliendo La Calahorra en cuanto a número y perfección, aunque también se pueden encontrar en Cogollos de Guadix y Dólar. 1.2. Fachadas, cubiertas y organización interna Respecto a los exteriores y organizaciones internas, la arquitectura tradicional del Marquesado ofrece interesantes soluciones por lo que a las fachadas, cubiertas y distribuciones de dependencias se refiere. En el caso de las primeras, los frentes van a ofrecer una variedad dependiente, en primer lugar, de la zona de la localidad de la que hablemos ya que muchas de ellas cuentan con trazas urbanas duales, desarrolladas en llano y en pendientes de cerros coronados por restos de fortificaciones; y, en segundo lugar, de las características del solar sobre el que se edifica, siendo sus superficies y dimensiones múltiples. Con zócalos grises pintados, más recientemente protegidos con piedra pizarra, predominan las revocadas y encaladas, abiertas con una puerta ancha para el paso de animales y personas, aunque también son frecuentes los ejemplos con ingresos separados para ambos y disposición irregular de unos balcones y ventanas de variado tamaño. Cuando la diferencia entre el acceso a la vivienda y la calle es grande, suele aparecer el patín* o escalera de fábrica adosada a la fachada. Ello sin olvidar las que ordenadas, presentan una mayor regularidad en la distribución de elementos. Cuando el número de plantas llega a las tres, los pisos superiores se pueden abrir con miradores y secaderos que en el caso de Aldeire y Lanteira son más abundantes. Una búsqueda por exteriorizar la vida doméstica aparece reflejada en los balcones volados y de pecho. En el caso de los primeros, sus estructuras

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más antiguas son las de madera, apoyadas sobre rollizos y en ocasiones con tejadillos que cubren el balcón, como podemos encontrar en Lanteira, destacando sobre ellos las más humildes de Ferreira y Jérez del Marquesado, aunque son frecuentes en el resto de localidades, realizados con barandas metálicas y suelos de alero de pizarra. Los cerramientos son también componentes que no deben pasar desapercibidos, así en La Calahorra sobresalen por su calidad, realizados en forja con diseños reticulares y donde los modelos más humildes, incrustados o volados en la fachada, se rematan con símbolos de carácter religioso como cruces. Como elementos característicos encontramos la presencia generalizada de parras en localidades como Huéneja, que actúan como porches naturales a las entradas de las casas, en algunos casos acompañadas de poyetes de fábrica, lo que solventa la carencia de recibidores, trasladando las funciones de espacio de recepción a la misma puerta de la vivienda. También llama la atención la elevación de la fachada sobre la cubierta de teja mediante un pretil que potencia su frente principal; sin olvidarnos de los cobertizos, una sabia solución con la que se ganaba espacio en el interior

Vivienda de tres plantas, calle Horno, esquina calle San Ramón. Aldeire

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de la vivienda, volando parte de sus dependencias sobre la calle y de los que aún se conservan algunos ejemplos en Jérez del Marquesado, Lanteira y Albuñán; o las chimeneas, que con sus perfiles en ocasiones esbeltos, en otras achaparrados, solventan la salida de humos con materiales como aleros, adobes o ladrillos, y el cierre superior con simples lajas de pizarra sujetas con piedras a manera de sombrero o definiendo una solución con ladrillos que conforman una salida calada característica en algunas viviendas en Albuñán. Un componente importante es la cubierta. Los tipos que más han abundado son los de alero de pizarra, launa y teja, siendo esta última la predominante actualmente aunque se está viendo sustituida por el fibrocemento. Los modelos realizados con pizarra, ya sea ésta en forma de alero o como launa, apenas si han subsistido, siendo aún visibles algunos ejemplos aislados en Huéneja para el caso de los aleros y en menor medida Ferreira o Aldeire para la launa. Con una estructura de madera realizada con rollizos, descansan sobre los muros perimetrales con una inclinación que desde la zona más alta o línea de cumbrera se dispone según los casos, paralela o perpendicular a la línea de fachada. La incorporación de la teja hizo que en muchas poblaciones se diera más inclinación a los tejados, característica necesaria para la evacuación del agua, eliminando la corriente casi plana de los originales de launa. Intermedios entre las fachadas y las cubiertas encontramos los aleros. Remate de una y extremo de otra, se han solventado con multitud de formas empleando los materiales de la zona, aunque con dependencia de los recursos económicos del propietario. Así, los más simples apoyan en los mismos rollizos de la cubierta que se proyectan fuera de la fachada y sobre los que disponen lajas de alero o tablas de madera. Otras soluciones nos brindan el empleo del alero de pizarra sobre el muro de la fachada, sirviendo de base a una teja que se presenta empeinada como forma más característica. Los de madera con canes alternan con los de ladrillo volado, dispuesto en ocasiones dibujando diseños de cierta especialización como en esquina o pico de gorrión, no siendo pocos los casos en los que se combinan los materiales y soluciones que hemos señalado.

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Los interiores aún dejan ver su estructura original. Dependiendo del número de plantas y de la disposición de las entradas los tipos ofrecen variaciones. De esta forma, cuando la vivienda cuenta con una sola planta, los animales ocupan las traseras en los corrales. En el caso de contar con dos, es generalizado que los animales estén en la baja y las habitaciones en la alta; y finalmente si disponemos de tres, la última es ocupada por dependencias de almacenamiento para los productos del campo en ocasiones abiertos dando lugar a miradores. Los accesos frecuentes son los compartidos, aunque cuando son individualizados y el espacio lo permite, también encontramos algunas dependencias de habitación al nivel de la calle. En el primero de los casos, se dispone, en torno a un recibidor que distribuye la planta baja, la entrada a las estancias de los animales, que en localidades como Dólar se conoce como la saleta*, y cuya función múltiple explica que a través de ella se acceda a los corrales, cuadras, marraneras y otras dependencias de almacenaje como los trojes. Desde aquí parte la escalera de subida a la segunda planta donde encontramos los dormitorios, cocina y en no pocos casos espacios de almacenamiento de los productos

Vivienda de dos plantas en la calle Juan y Lisardo, n.º 2. Lanteira

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del campo como atrojes*, pajares, despensas, etc. Cuando la disponibilidad lo permite, comedores y cocinas se distribuyen abajo, mientras que los dormitorios lo hacen arriba. Con una práctica desaparición de los pasillos, que aparecen en casos como las viviendas de Albuñán comunicando la entrada con las estancias traseras, es en las más humildes donde se percibe la mayor multifuncionalidad de las estancias. Los elementos decorativos son escasos. Es la propia plasticidad de los materiales la que genera superficies en las que se abren alacenas, y se decoren los huecos de paso con ménsulas en los ángulos superiores en forma de C, dándose la costumbre de presentar pintados a manera de frisos, los tránsitos de la pared al techo. No siempre se contó con patio, que en ocasiones aparece en algunas de las viviendas más antiguas de ciertas poblaciones, como testimonio de los primeros momentos del asentamiento castellano en estas tierras, cuando se repartieron las suertes a los repobladores cristianos en el siglo XVI o más frecuentes en modelos de los siglos XVIII y XIX. Por eso, actualmente los tipos más generalizados son los de vivienda-bloque que han buscado solventar esa ausencia con recursos variados, dedicándose los ámbitos abiertos con los que cuentan a espacios para las faenas del campo. Aún hoy se pueden ver todavía ámbitos traseros para corral utilizados como lugares de almacén. 2. LA TRANSMISIÓN CONSUETUDINARIA DEL SABER La manera tradicional de construir ha ido desapareciendo con quienes fueron sus artífices, verdaderos protagonistas de la transmisión consuetudinaria de un saber que no se ha perpetuado en generaciones futuras. Son construcciones tradicionales, reflejo de una forma de entender el trabajo que se ha mantenido en la memoria de quienes participaron en distinto grado en la fábrica de estos edificios o simplemente los vieron levantarse como elementos nuevos en su paisaje cotidiano. Hoy son cada vez menos los mayores de estas poblaciones que atesoran una información que permite recuperar muy puntualmente ese saber. A través de ellos, se pueden entender algunos aspectos de unos procesos

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que reflejaron las relaciones sociales y los vínculos con el entorno en un tiempo pasado, no muy lejano y que tuvo en un léxico específico una constatación de su arraigo. Una parada por algunas de estas localidades permitirá entenderlo. 2.1. Ferreira En la localidad de Ferreira la construcción de las viviendas era contratada por tiempo, siendo realizadas básicamente en mampostería de pizarra, revocada o no. Los muros que en ocasiones se realizaban en tapial dejan ver en algunos lugares los huecos o mechinales* en los que se introducían las maderas con las que se sujetaban los andamios, como aún quedan en la calle Carruchete. Tradicionalmente se techaba con cubierta plana de launa de los que quedan algunos ejemplos, aunque ha ido sustituyéndose paulatinamente por la teja árabe. Las casas más comunes son las de dos plantas, donde la inferior se destina para los animales y la superior para las habitaciones, de tal forma que se aprovechaba así el calor generado en el piso bajo. A la vivienda se entraba por un acceso común, el portal* o zaguán, que solía estar empedrado con piedra viva*, la misma piedra rubia* que se utilizaba en las eras. Realizadas las divisiones internas con adobes, los tabiques se revocaban, primero con una capa de barro que luego se cernía, para lo que se empleaba la misma tierra que se extraía al hacer los cimientos, y que se había colocado en el centro del solar para su posterior utilización. Las viviendas de tres plantas, repartidas por la localidad, se distinguen por unas fachadas que presentan indistintamente huecos en aparente irregularidad o disposiciones ordenadas, aunque la única lógica que los rige es la de proporcionar un punto de iluminación y de ventilación a unas habitaciones que cuando eran interiores, en ocasiones se les abría una lumbrera con cristal en el techo, a la que se la daba un poco de altura en su borde exterior para evitar que entrara el agua de la lluvia. En sus fachadas se abrían balcones de pecho y volados, siendo destacable el de la vivienda de la calle Corros n.º 1, sostenido por pies derechos con sus correspondientes zapatas, que sujetan el tejadillo que vuela sobre él.

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Fachada con disposición característica de huecos. Calle Río Alto, n.º 10. Ferreira

Rematan las fachadas los aleros. Los más comunes son los de madera sobre la que se ponía una capa de tierra en la que descansaban aleros de pizarra o una teja que, demasiado cara para algunos, era traída de los tejares de Aldeire. También son frecuentes los que a partir de un alero de madera, disponían lajas de pizarra y la capa de launa con castigadera. Son precisamente estas cubiertas de launa las que requerían de una reforma periódica ya que eran frecuentes las goteras o el derrumbe del tejado en caso de nevada. Para ello se disponía del subidero o lucernario como es llamado en otras localidades y que al exterior presenta una peculiar forma de buhardilla cerrada con una puerta de madera que compite con las chimeneas, que de sección cuadrada se realizaban con adobes que fueron siendo sustituidos por ladrillos. Algunas viviendas dejan ver aún estructuras internas ordenadas a partir de estancias comunes como la sala de estar que cuenta con la puerta del subidero disimulada como si fuera una alhacena, o el establo en el piso inferior, en el que se situaban los atrojes para guardar la cosecha.

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2.2. Alquife Un segundo ejemplo lo encontramos en Alquife, localidad que cuenta con una arquitectura tradicional realizada con materiales del terreno, como la piedra viva*, el alero de pizarra, la piedra tosca* y tierra. El proceso implicaba la elaboración de una cimentación que se hacía en función de que hubiera o no tierra. Si la había, se quitaba a base de pico y pala buscando la piedra madre*, lo que determinaba su profundidad, mientras que su ausencia obligaba a construir directamente sobre la roca. Muros de piedra o de tapial sobre ésta, conformaban los perímetros de carga de las viviendas. La división del trabajo hacía que el dueño buscara ahorrar dinero como peón faenero*, una labor que se realizaba por jornales. Un plano, que lo condicionaba el terreno, servía de referente para trazar los elementos básicos, de tal manera que la obra estaba expuesta a modificaciones que hacían que el proyecto no fuera algo fijo. Para realizar la mezcla de tierra se utilizaba cal grasa que se conseguía en el cercano Barranco de la Calera, de tal forma que Alquife, junto a Dólar y La Calahorra, eran como ya hemos dicho, las localidades que se autoabastecían de este material. Por el contrario, el tapial se realizaba con tierra cocida y no con barro, pues revenía*. Para realizar los muros se situaban unos tableros*, a manera de encofrado dentro de los cuales se pisaba la tierra con porros*. Estos maderos, de aproximadamente 80 centímetros de altura, eran sujetados por tres agujas, de las cuales las de los extremos eran fijas. Sobre éstas se metían los costeros* y para distanciar a estos, los codales*, que impedían que se cerraran. Exteriormente las paredes se revocaban con arena y cal grasa en una proporción de dos de arena y una de cal. La madera se utilizaba en diversas partes de la vivienda. Era esencial en los forjados y la techumbre, donde se empleaba de chopo en forma de rollizos que cargaban directamente sobre los muros, ya que era más costoso emplear ladrillos para hacer pilares que sostuvieran la techumbre en los pisos altos. En los tejados, un entramado de caña en el que descansaba una capa de tierra sobre la que directamente iba la teja, servía de base, dando

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Alero de pizarra

lugar a cubiertas que originariamente eran planas de launa con aleros de piedra pizarra, para pasar poco a poco a ser sustituidas por las de teja, en la actualidad las predominantes. Los vanos se cubrían según fuera su luz, con madera los de mayor tamaño y con piedra si eran más pequeños. No obstante, la madera que se utilizaba en la carpintería de los cerramientos, al ser cara, dependía del poder adquisitivo de los propietarios. Las viviendas, básicamente de una y dos plantas, se dividían interiormente mediante tabiques de abobe realizado con barro y paja al que se le daba forma con un molde de hasta tres piezas o gradillas. 2.3. Jérez del Marquesado Otro ejemplo es el de Jérez del Marquesado. Sus construcciones, en las que se emplean los materiales básicos que venimos viendo, eran contratadas apalabrando las condiciones y características de la obra, pagándose la misma por metros lineales de tabique o muro. Así, se acordaba que los peones los pusiera el albañil, mientras que el dueño, cuando trabajaba, lo debía hacer arrimando materiales que, como en el caso del agua, se llevaban a mano, no utilizándose agüeras* como en otros lugares.

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Una vez marcado el solar se procedía a realizar la zanja hasta el rubial o tierra colorá*, a la que se le daba una anchura de 60 centímetros, que era la que tendría el muro de carga perimetral de la vivienda. Las piedras y barro que hacían falta se sacaban del mismo solar de la casa, de ahí que sea frecuente encontrar las viviendas a un nivel inferior respecto a la calle. Toda la obra se realizaba en piedra ya que no se hacía tapial, reservándose las mejores para las esquinas y los pilares. Uno de los capítulos a los que se dedicaba un mayor cuidado era al de la mezcla con la que se trababan los materiales de la obra. La más empleada era la que se componía de tres palas de arena y una de cal, que se traía de La Calahorra. Esta mezcla se hacía con antelación y se dejaba reposar un tiempo suficiente, al menos un par de días antes de ser utilizada, para que cogiera cuerpo, ya que la cal utilizada era viva y no apagada. Entre las maderas más utilizadas encontramos chopo para los forjados y estructura de la cubierta, mientras que la de castaño, por su fuerza y dureza se destinaba para la corredera o carga*. La cubierta se cerraba a partir de la estructura con tablas de madera, una capa de caña o triguillo, hierba o junco para que no se escapara el barro o malhecho que se colocaba encima, y la teja con la que siempre se ha construido en Jérez. Los aleros se remataban con lajas de pizarra o madera sobre canes, aunque no son pocos los ejemplos en los que se utilizaba la misma losa de barro colorado que se empleaba en los interiores para solar. En esos interiores las divisiones se hacían con adobes de 15 centímetros de anchura y se revocaban con barro por dentro y fuera, haciéndose en este último caso con cal cuando el presupuesto lo permitía. No había puertas y exteriormente sólo se disponía de un ingreso compartido por animales y personas, distribuyéndose los primeros abajo y los segundos en la planta alta, caldeándose así la vivienda con el calor de las bestias, de tal forma que complementaba la función de la chimenea, un elemento indispensable cuya campana se hacía con cuidado, utilizando madera para el armazón y sabuco*, un tipo de vegetal como la caña, que hueca suponía un aligeramiento de peso. Todo se cubría con barro colorao* que llegaba incluso a utilizarse en los techos. Al mismo tiempo que salas de estar, dormitorios y cocinas, las estancias que más abundaban, por diversas necesidades, además de dárseles mayor espacio, eran los corrales y pajares.

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2.4. Cogollos de Guadix Por último, Cogollos de Guadix. Su arquitectura tradicional es el resultado de una organización local del trabajo en la que la realización de la vivienda era contratada por jornadas trabajadas. El dueño ponía los peones que hacían falta, llegando incluso a trabajar él mismo, con lo que la relación del usuario con la edificación era directa y el ahorro de costos claro. En el terreno a construir se marcaba el perímetro para hacer los cimientos, y con una piocha* y una pala, se procedía a cavar una zanja cuya profundidad dependería de la naturaleza del terreno. Si éste se creía lo suficientemente duro, alcanzaría los 50 o 60 centímetros de profundidad, medidas que aumentaban hasta el metro si se consideraba blanda la zona de cimentación. Una vez realizada la zanja, se rellenaba de piedras y barro y se subía 40 o 50 centímetros sobre el suelo, construyéndose a partir de ahí, o bien en tapial, donde la tierra debía de estar lo suficientemente húmeda para evitar que se desquebrajara, o con piedra, realizando en este caso muros de mampostería de pizarra. No faltan los ejemplos en los que se emplean adobes, dando lugar a estructuras mixtas muy interesantes. Dependiendo de las plantas de la vivienda, los forjados entre pisos o la cubierta se realizaba con rollizos de madera de chopo que se cogía en las cercanías del pueblo, colocándolos según fuera el espacio a cubrir, paralelos o perpendiculares a la línea de fachada, siendo la cumbrera paralela a la anterior. En los casos de la división de planta, los rollizos llegaban a utilizarse para realizar los balcones volándolos respecto a la línea de fachada. En cambio, la solución se hacía más complicada en la techumbre. Así, una vez conseguida la altura necesaria se techaba para dar las aguas*. Se elevaba un muro de mayor altura en la parte posterior o en el centro de la construcción, dependiendo de si la casa tenía una o más crujías, y a partir de ahí se comenzaba a colocar la madera. Sobre los rollizos se disponía madera, caña (zarzos) o juncos, tierra húmeda (malhecho), y por último tejas que se traían de Guadix o incluso de Diezma. Se generaban así techumbres de dos inclinaciones, una que desaguaba hacia la fachada y la calle, y la otra hacía la parte trasera, el corral. Las divisiones internas se hacían de adobes, que se realizaban con un molde o gradillas y sin paja, que se sustituía por piedras, abundantes en la zona y que actuaban como aglutinante.

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Una vez realizados los muros de carga, las divisiones interiores y la cubierta, se enlucían las paredes por dentro y por fuera con cal de obra que se compraba en Guadix. Para ello era frecuente utilizar una mezcla de cinco espuertas* de arena y una de cal, dándose el caso de quien no podía revocar con arena y lo hacía con barro. Realizado el enlucido se ponían los suelos, que eran de losa roja de barro en la mayoría de los casos, o de aleros de pizarra en los más puntuales. Las viviendas disponían sus estructuras internas de varias formas, siendo las más frecuentes a partir de un zaguán, no siendo extraño encontrar un pasillo central que distribuía las habitaciones, generalmente una cocina, una salita y dormitorios dependiendo todo de las necesidades de la familia. Adosada a la vivienda se encontraba el corral, con entrada independiente y donde había cuadras, cochineras y trojes para el grano. 3. UN RECORRIDO POR EL MARQUESADO DEL CENETE La disposición de las poblaciones del Marquesado del Cenete permite trazar un itinerario por cada una de ellas. Con este recorrido se puede entender la singularidad de su arquitectura tradicional, que en algunos casos llega a conformar verdaderos modelos locales, aunque no ajenos a la dinámica territorial del entorno en el que se encuentran. 3.1. Huéneja La arquitectura tradicional de la localidad empleaba la cubierta de laja o alero de pizarra, dentro de un modo de construir que se extiende por la vecina Sierra de los Filabres. Aún se pueden encontrar ejemplos en el barrio del Albaycín donde el aprovechamiento de los afloramientos rocosos se hace extensible al barrio del Castillo. La zona de expansión se ha desarrollado en torno a la calle Real, y las plazas del Ayuntamiento y San Francisco Serrano, a partir de un núcleo originario alrededor de los baños de la calle del Agua. Aquí destaca una tipología de vivienda ya del siglo XIX con diseños de tres plantas, mayor regularidad y calidad en los materiales, persistiendo ejemplos más humildes con empleo del tapial

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como los que encontramos en la manzana que definen las calles Peñón de Lastra y Alto Lugar, y fachadas con un solo ingreso como en el caso de la calle del Agua. 3.2. Dólar Los ejemplos que podemos reseñar dentro de la arquitectura popular de Dólar se distribuyen en dos sectores. En la zona alta encontramos algunos tipos con una sola planta como la casa situada en la calle Castillo Mediodía n.º 12. Realizada en pizarra y en algunos sectores con tapial, se orienta hacia el sur cubierta a una sola agua y conservando aún restos de un antiguo alero realizado con pizarra. La fachada, revocada y con un zócalo gris pintado, presenta cinco huecos con cierres de forja que corresponden con otras tantas habitaciones a las que ventilan, aspecto éste que solventa la falta de patio interior. Conforme se desciende del cerro del Castillo, el número de plantas aumenta. Sobresalen algunos ejemplos tanto por su volumen como por el empleo de materiales. Así, la vivienda n.º 24 de la calle Vía Crucis ejemplifica un modelo que tiene variantes más tradicionales en los números 15, con dos alturas y una sola agua en la cubierta, o los números 6 y 8 que presentan una acertada acomodación a la pendiente en la que están, lo que obliga a abrir los dos accesos por calles distintas. Ya en la parte baja destacamos algunas viviendas de la calle del Henchidero, en el entorno de la Plaza del Pilar, Real y la calle Carmen, con mayor volumen constructivo y tres plantas con mirador-secadero en la última. 3.3. Ferreira La tendencia de la vivienda tradicional en Ferreira es la de acomodarse a solares estrechos e irregulares potenciando las fachadas. El aire serrano, casi alpujarreño que le confiere su ubicación afecta a sus características, haciéndose notar en la propia ausencia en algunos casos de los cubiertas de teja y la mayor presencia de la cubrición plana de launa, a lo que se

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suma el pequeño tamaño de los huecos. La tipología más abundante es la vivienda de dos plantas realizada en mampostería y encalada, con techo plano y escasos huecos en fachada. Sobresalen algunas casas en la calle Río Alto, como la que hace esquina con calle Ancha, donde la doble altura distribuye en fachada dos ingresos, huecos pequeños, y un solo balcón. Otro ejemplo es la n.º 10 de la misma calle, en este caso con un único acceso, huecos de distinto tamaño y carpintería muy cuidada. 3.4. La Calahorra Las características de la arquitectura tradicional de La Calahorra coincide con la división urbana de la población. Un primer ámbito sería el situado en la zona alta y estaría formado por construcciones, predominantemente de una, a lo sumo dos plantas, orientadas al sur y de dimensiones reducidas por el condicionamiento del lugar, lo que hace que cuenten con poyetes en las entradas. La zona más llana cuenta con construcciones de dos o tres plantas, siendo éstas las más frecuentes en las esquinas de las manzanas, donde se distinguen algunos modelos en función del nivel económico de quien las habita, siendo su principal diferencia los acabados exteriores. Cubiertas a dos aguas con teja árabe, son edificios que dejan ver el uso prolijo de madera sobre todo en puertas, ventanas, dinteles y aleros, destacando la abundancia de grandes portalones de madera en la entrada a los establos, corrales y estancias donde se guardan los aperos para el campo y que en muchos casos se han transformado en cocheras. 3.5. Aldeire Aldeire ha sido uno de los pueblos en los que mejor se han conservado algunos ejemplos de arquitectura tradicional. En torno a la calle Real, podemos ver soluciones predominantemente de tres alturas con las que se aprovecha mejor el espacio, ante la falta de profundidad de los solares. De mampostería con algunas intervenciones en tapial, la vivienda de la calle Horno es un magnífico ejemplo de solución de tres alturas en esquina,

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con entradas diferenciadas y mirador-secadero en la tercera. Otro modelo es la vivienda de la calle Rambla, número 5, que ejemplifica el tipo de dos entradas, enorme profusión de la madera en los huecos y una disposición de los mismos desordenada con la presencia de balcón de pecho en el segundo piso. 3.6. Alquife Los ejemplos que nos ofrece Alquife destacan por el empleo del tapial sobre todo en la zona baja de la población. Mientras que en la ladera del cerro del castillo predominan las viviendas de una sola planta, en un estado ruinoso que las convierte en testigos de estos modelos tradicionales de construcción, aún dejan ver el empleo de la mampostería sin revocar, las cubiertas de teja con una corriente, o la madera en dinteles y cerramientos. Por el contrario, la zona baja y llana ofrece, a lo largo de la calle Real y el entorno de la iglesia, viviendas de doble altura con soluciones de tapial en sus muros y presencia de balcones de pecho en unas fachadas que se abren a la vía principal. 3.7. Lanteira Los modelos tradicionales de su arquitectura son abundantes en tipos realizados esencialmente en mampostería encalada que deja ver algunos tapiales en los pisos superiores. Con desarrollos de dos plantas, existen los de tres, colocando en la parte superior un mirador que, a manera de secadero, repite un esquema frecuente en localidades como Aldeire. Las fachadas, blancas y decoradas con zócalos pintados, son uno de los elementos distintivos de su arquitectura tradicional. Más regulares en la distribución de sus elementos que las que se pueden ver en otras poblaciones, presentan en ocasiones escasos huecos, con balcones de pecho y volados. Cuando estos aparecen, su cubren con un tejadillo que sobresale del alero de la vivienda, tanto en los tipos humildes como en los de más porte. Finalmente, las cubiertas, a una y dos aguas se cubren con

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una teja árabe que no oculta los materiales tradicionales, como restos de aleros de pizarra y de rollizos. 3.8. Jérez del Marquesado Un recorrido por las calles de Jérez nos permite encontrar casas de dos plantas como en las calles Infantes y San Marcos, y raramente de tres como en la Plaza de la Constitución o el entorno de la iglesia. Se utilizan grandes portalones de doble hoja en el cierre de los ingresos y la distribución de los vanos en la fachada alterna los esquemas regulares con los de apariencia anárquica. Entre los cerramientos, realizados en madera, sobresalen un gran número de balcones de pecho y algún que otro cobertizo que cubre tramos de calles como exponente claro de la necesidad de optimizar al máximo el espacio habitable. Destaca de la misma manera la vivienda de la calle Rutanillo n.º 14, con una interesante interpretación de modelos de la arquitectura culta en la utilización del ladrillo en su fachada. 3.9. Cogollos de Guadix En Cogollos de Guadix son varios los elementos que se pueden destacar de su arquitectura tradicional. Las casas de mayor porte, con desarrollos en dos plantas y fachadas con huecos dispuestos regularmente en torno a accesos con balcones y rematadas con aleros de madera, se localizan en espacios de paso y reunión, de ahí que las encontramos en la calle Carrera. Otros ejemplos más humildes de viviendas de dos plantas con escasos huecos y de pequeño tamaño en fachada, dispuestos aparentemente de forma aleatoria, abundan en la calle de Enmedio, la Plaza la Parra y la calle Clavel, donde queda una muestra que presenta restos de un patín* de ingreso. También sobresale la calle Almería, en la que podemos ver uno de los pocos secaderos abiertos en la vivienda n.º 7, junto al ya restaurado en la esquina de las calles Enmedio con Carrera. Son interesantes las casas n.º 9 y 13 de la calle San Gregorio, donde tenemos respectivamente un interesante ingreso abierto con un arco de medio punto con jambas y rosca resaltada

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con una moldura de ladrillo y el empleo de contrafuertes exteriores. En todos estos casos son generalizadas las dobles entradas, con acceso a la vivienda y al establo, donde el calor de los animales era empleado para caldear la casa. Finalmente, no podemos olvidar los ejemplos de viviendas de una planta como los de la calle Los Balsones, n.º 26 y 28. 3.10. Albuñán La estructura urbana de la localidad se encuentra perfectamente definida en el siglo XVIII y así aparece representada en el Catastro del Marqués de la Ensenada, no pasando tampoco desapercibida para Madoz en el siglo siguiente. La calle Real dispone los ejemplos más destacados de la población, extendiéndose algunos de ellos por los ejes dispuestos en la calle Solana y Federico García Lorca. Destacan dos modelos. Los de una planta con cubierta de teja de una o dos aguas e interiores ordenados a lo largo de un pasillo y las viviendas de mayor porte de la vía principal que presentan una enorme regularidad en la disposición de fachadas y como elemento característico un alero sobre el balcón del piso superior, como es el caso de la vivienda n.º 40 de la calle Real.

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