Albizu y el Nacionalismo: un problema historiográfico

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por Mario Cancel Sepúlveda | 19 de Septiembre de 2014 | 2:48 am – 5 Comments

Albizu y el Nacionalismo: un problema historiográfico

Un “emborronamiento” ¿Por qué estudiar a Pedro Albizu Campos y el Nacionalismo Puertorriqueño hoy? Primero, me parece que sería una respuesta acertada al “emborronamiento” que han sufrido en los medios académicos. La vaguedad con que se toca ambos temas en la versión de la historia de Puerto Rico que circula por el sistema educativo tiene el sabor amargo de la censura. Ese “emborronamiento” es comprensible si se evalúa a la luz de varios criterios. Albizu Campos y el Nacionalismo Puertorriqueño sintetizan el reto y la respuesta más agresiva a la relación de Puerto Rico y Estados Unidos en todo el siglo 20. Ese hecho basta para comprender la percepción de aquellas experiencias como una herejía y, por lo tanto, su exclusión del frágil relato que sugiere la “relación especial” entre Puerto Rico y Estados Unidos desde 1898. Es cierto que la censura y la exclusión no se limitan a los asuntos relativos a Albizu Campos y el Nacionalismo Puertorriqueño. El Separatismo Independentista y Anexionista, y el Autonomismo Moderado y Radical pasaron por situaciones análogas durante el siglo 19. El debate sobre aquellas posturas estaba vedado por un estricto sistema de derecho que temía los efectos lesivos que generarían airear aquellas cuestiones. Incluso, una muestra significativa de la intelectualidad que se tenía por liberal como una fuerza modernizadora, compartía los prejuicios de las estructuras de poder. En el siglo 20 y 21, la discusión del estadoísmo y sus figuras, deja mucho que desear. Un acercamiento a algunos de sus iconos incomoda más a los puristas que se oponen a sus posturas que a aquellos que las favorecen. La censura y la exclusión no son siempre una actitud exclusiva de la oficialidad y el poder político. En el caso de Albizu Campos y el Nacionalismo Puertorriqueño, la situación es extrema. El investigador se encuentra ante temas proscritos desde una multiplicidad de lugares. El Nacionalismo Puertorriqueño de principios del siglo 20, que no fue una propuesta homogénea, resintió la propuesta albizuísta. En mayo de 1930, cuando Albizu

Campos obtuvo la Presidencia del Partido Nacionalista, los militantes más moderados veían un peligro en la agresividad de su lenguaje. En 1932, cuando la organización chocó con las autoridades coloniales, la Insular Police la convirtió en un objetivo de vigilancia y justificó su represión. Desde 1934, cuando el FBI organizó y profundizó sus trabajos en Puerto Rico, los nacionalistas y su liderato llamaron de inmediato su atención. Y entre los años 1936 y 1944, los independentistas del Partido Liberal Puertorriqueño que conformaron Acción Social Independentista (1936) primero, y más tarde los del Partido Popular Democrático (1938), tomaron distancia de sus posturas exigentes. Como se sabe, entre 1948 y 1956 el Partido Popular Democrático, afirmado en el poder, administró la censura y la represión de aquellos sectores a través de recursos como la Ley de la Mordaza y de instituciones como la Policía de Puerto Rico. Algo que no se debe pasar por alto es que la mirada del Partido Popular Democrático y sus ideólogos, no difería mucho de la que habían formulado la Insular Police y el FBI. El hecho de que el liderato nacionalista hubiese sido juzgado por “conspiración sediciosa” en 1936 y enviado a cárceles federales en 1937, fue determinante en el proceso de “emborronamiento”. Cuando Albizu Campos regresó al país en 1948, y la “mitología” de su figura se reafirmó, pero ya había una grieta extraordinaria entre la figura que se había ido por la fuerza y la que regresó a su país a pesar de los riesgos que implicaba su acción. Puerto Rico, su gente y la forma en que esta colectivamente se veía a sí misma, iban camino de ser otra cosa y el desfase entre el discurso nacionalista y la gente común resultaba evidente. Los actos rebeldes de 1950 y 1954 culminaron la imagen que el Nacionalismo Político posee hasta el día de hoy. La proscripción, el exilio y la cárcel que caracterizaron la atropellada historia de esta idea entre 1936 y 1964, garantizaron su devaluación o “emborronamiento”. Por otro lado, estos temas generan pasiones también extremas de “rechazo” o “aceptación”. La tentación al maniqueísmo parece inevitable. Los observadores, académicos o no, se colocan con naturalidad a la “ofensiva” o a la “defensiva”, por lo que la elaboración de un consenso sigue siendo improbable. El principal problema del historiador profesional del siglo 21 es cómo elaborar una imagen de Albizu Campos y del Nacionalismo Puertorriqueño que satisfaga más o menos a todos. Resulta aleccionadora la lectura comparada de un panfleto de Roberto Rexach Benítez (1961) titulado Pedro Albizu Campos: leyenda y realidad , por un lado; y la trilogía de Ramón Medina Ramírez (1950 / 1954 / 1958), Historia del movimiento libertador de Puerto Rico. La demagogia antinacionalista domina a la primera de ellas. El afán de describir al Partido Nacionalista como la síntesis y culminación de una corriente emancipadora trascendental, limpia y continua desde el siglo 19 hasta su tiempo, domina a la segunda. Se trata de dos proyectos valorativos que se contradicen y que sirven mejor para documentar las pasiones de los autores que para conocer los asuntos discutidos con precisión. Con Albizu Campos y el Nacionalismo Puertorriqueño no ha sido posible conseguir el frágil balance, no exento de fisuras por cierto, que se ha elaborado alrededor de la memoria de Eugenio María de Hostos, José de Diego, Ramón E. Betances o Luis Muñoz Marín. Un “desencaje” El trabajo del historiador se ve afectado también por la devaluación sistemática que han padecido tanto Albizu como el Nacionalismo.La condición de “derrotados” que con facilidad se usa para calificar a Albizu Campos y el Nacionalismo Puertorriqueño tiene que ver con esa actitud. De un modo u otro la historiografía celebra al vencedor o a otro de los muchos “derrotados” en estos procesos colectivos. La condición de “derrotados”, sin embargo, no desdice la relevancia que para el siglo pasado tuvo el Nacionalismo Puertorriqueño como tampoco se la negaría a la clase obrera o a las alicaídas clases medias en el presente. Estoy de acuerdo en que se podía esperar poco de la historiografía académica y universitaria de la denominada Generación de 1950, ocupada como estaba en la celebración de la modernización en buenos términos con Estados Unidos. Culturalmente absorbidos por los problemas de la hispanidad en el Puerto Rico que se americanizaba en los espacios consumo de la era industrial y en la construcción de Nacionalismo Cultural que no fuese amenazante al orden colonial, poco podían decir. Albizu Campos y el Nacionalismo Puertorriqueño impugnaban el relato de la pasividad y la mutualidad que aquella tradición inyectaba en la historia oficial de Puerto Rico. Aquellos dislates no

encajaban en su preconcepción armónica de la historia reciente. La Nueva Historia Social de las décadas de 1970 a 1990, tampoco tenía mucho que decir de aquellos fenómenos. Albizu Campos era parte de una “historia vieja” que representaba una “cara” del pasado que no llamaba su atención intelectual. Aquel abogado era a lo sumo un revolucionario pequeño burgués como lo habría sido Betances o el mismo Hostos. Dominados por la avidez de resaltar el papel de los sectores subalternos no pequeño burgueses como agentes de cambio histórico, tematizar a un iluminado no les hacía sentido. Las preconcepciones que mediaban sus juicios, colocaban aquella figura lejos, sino en el lado opuesto, del sector social que le interesaba a aquella historiografía centrada en los escenarios de la producción social: los esclavos, los libertos, los artesanos y los obreros. Albizu Campos y el Nacionalismo Puertorriqueño no encajaban en el relato de una “historia desde abajo”, era parte del “arriba”. Por último, en el contexto de la discusión postmodernista en la década del 1990, dado que el nacionalismo, esencialista o constructivista, dejó de ser un agente operante de importancia en la era global, una conclusión por demás cuestionable, estos asuntos fueron desmantelados de una diversidad de formas. Es cierto que nadie está en posición de reclamarles a ninguna de aquellas tradiciones interpretativas que elaboraran sus proyectos intelectuales de un modo distinto al que lo hicieron. Pero la pregunta sobre las razones que mediaron en el proceso de devaluación sigue sobre la mesa hoy. Una propuesta La devaluación sistemática de estos temas tiene que ver con que Albizu Campos y el Nacionalismo Puertorriqueño no encajan en los paradigmas interpretativos aludidos. No encajan en el Relato Liberal Moderado significado por el Partido Popular Democrático, el Estado Libre Asociado y Luis Muñoz Marín, según lo produjeron sus intelectuales. No encajan en el Relato de la Lucha de Clases significado por los socialismos, amarillos o rojos, que coexistieron con aquellas propuestas durante el siglo 20 y intelectualizaron de un modo impecables los nuevos historiadores sociales. Y tampoco encajan en discursividad postmodernista que cuestiona los esencialismos y emancipa a la historia vida de la historia relato con una tropical voluntad post nietzscheana. No encajan porque Albizu Campos y el Nacionalismo Puertorriqueño representan, mejor que ninguno otro, las aspiraciones más radicales de la Modernidad. Pero esa incomodidad no implica la imposibilidad de que pudieran haber sido interpretados de una manera balanceada desde cualquiera de esos marcos de referencia. Tampoco significa que no puedan ser apropiados desde fuera de ellos. Se estudia a Albizu Campos y el Nacionalismo Puertorriqueño por varias cosas. Por un lado, porque el hecho de que sus posturas no sean una clave cultural del presente no significa que se deba descartar como tema. Por otro lado, porque resulta inapropiado pensar que Albizu Campos y el Nacionalismo no tienen nada que decirle al presente. La meta sería tratar de “comprender” un “emborronamiento” o un “desencaje” y mirarlo, hasta dónde sea posible, en “sus propios términos” y desde sus obvias contradicciones. De lo que se trata, en ese sentido, es de comprender una paradoja.

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