Alberto Methol Ferré, pensador imprescindible

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Descripción

En el escenario intelectual del continente, Alberto Methol Ferré se sitúa en una posición única, no asimilable a ningún otro pensador o estudioso latinoamericano, sólo ocasionalmente reconocida por la academia. Es sabido que en la historia del pensamiento los autores más originales son los que realizan las labores de síntesis más vastas y profundas. Methol es, sin lugar a dudas, un pensador de síntesis. Esa capacidad sintética es producto de cualidades intelectuales poco comunes, pero también de condiciones morales -hace falta tener un profundo amor a la realidad para llevar a cabo esa tarea- y seguramente de su condición de autodidacta, de agente libre no determinado por los compartimientos estancos de la academia. Methol tuvo el valor y la seguridad de pensar propios del intelectual emancipado, libre (por nacimiento o por lucha) de los colonialismos mentales que imponen un modo secundario de reflexión e investigación, subordinado y condenado a hacer notas a pie, adaptaciones o modestas sinopsis de lo que producen los centros rectores. Esta característica de su pensamiento no sólo es feliz y provechosa para América Latina, sino que reviste particulares beneficios para la Argentina. A Methol le gustaba decir que él era un “argentino oriental”, y a continuación les pedía a los argentinos que se asumieran como “argentinos occidentales”. Entendía que dentro de la Patria Grande, la Argentina y el Uruguay formaban parte de una identidad común regional. Y si la división política entre las Provincias Unidas y la Banda Oriental había sido un infeliz acontecimiento histórico, podía sacarse provecho de él en un ambicioso proyecto de integración. Montevideo podría recuperar el carácter de contrapeso con Buenos Aires, estableciéndose una relación más equilibrada con las provincias del Interior, tal como lo viera el preclaro Artigas. Esa condición de “argentino extrañado” le dio una perspectiva particularmente lúcida de nuestro país. Respecto de la Argentina, Methol nunca fue un observador extranjero ni un desterrado, no tuvo la amargura ni el resentimiento del exiliado: desde su privilegiado balcón uruguayo (lejano y cercano a la vez) contempló con profundo amor fraternal y de modo íntegro la realidad argentina, su particularidad y su posición en el mundo, sus fracasos y frustraciones, sus obstáculos, pero sobre todo su promesa y sus esperanzas.
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