A.J. de MIGUEL ZABALA, F.E. ÁLVAREZ SOLANO y J. SAN BERNARDINO CORONIL (eds.), Arqueólogos, historiadores y filólogos. Homenaje a Fernando Gascó. Tomo II

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KOLAIOS PUBLICACIONES OCASIONALES 4 Amado jesús de MIGUEL ZABALA Francisco Eduardo ÁLVAREZ SOLANO Jesús SAN BERNARDINO CORONIL (Eds.)

ARQUEÓLOGOS, HISTORIADORES Y FILÓLOGOS. HOMENAJE A FERNANDO GASCÓ. TOMOII

SEVILlA-1995

KOLAIOS, ASOCIACIÓN CULTURAL PARA EL ESTUDIO DE LA ANTIGÜEDAD Apartado de correos (P.O. Box) 868 E-410RO SEVILLA

CONSEJO DE REDACCIÓN: Director Amado Jesús de Miguel Zabala Secretario José Antonio Alfonso García Vocales Víctor Manuel López Lago Javier Pluma Rodríguez de Almansa Francisco José López de Ahumada del Pino Jesús San Bernardino Coronil María Pilar Inés Calzón Francisco Eduardo Álvarez Solano

©A.C. KOLAIOS Depósito Legal: SE-2336/96 I.S.B. N.: 84-922394-0-9 (ohra completa) 84-922394-2-5 (tomo 2) Tecnographic, S.L. Imprime Polígono Calonge, e/ A 41007 SEVILLA Pedidos a:

Scriptorium Apartado de correos (P.O. Box) 404 E-41080 SEVILLA (ESPAÑA)

ÍNDICE

PRÓI.OGO

11

INTRODUCCIÓN

13

AGRADECIMIENTOS

15

ADHESIONES PERSONALES

17

PENÍNSULA IBÉRICA Jaime ALVAR EZQUERRA Avieno, los fenicios y el Atlántico

21

Carmen ARANEGUI GASCÓ Los iberos y los auspicios. A propósito de un vaso decorado de la antigua Edeta (Llíria, Valencia) ...

39

M a Luisa de la BANDERA ROMERO y Eduardo FERRER ALBELDA Reconstrucción del ajuar de una tumba de Cástula: ¿,indicios de mestizaje? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

53

María BELÉN y José Luis ESCACENA Interacción cultural fenicios-indígenas en el bajo Guadalquivir

67

M:tmtd SALINAS DE FRÍAS

Los elementos griegos en el libro III ele la Geogm¡iá de Estrabón . . . . .

. . . . . . 103

MUNDO GRIEGO Luis BALLESTEROS PASTOR Heracles y Dioniso, dos modelos en la propaganda ue Mitrídates Eupátor . 427

127

Alberto DÍAZ TEJERA 1.o~ albon:~ de la filosofía gricga. Diakcrica cnrrc miro y pensamie111o

. . . . . . . . . . . . . . . . . . 135

Adolfo J. DOMÍNGUEZ MONEDERO Dión de Prusa y los griegos de Borístenes . . . . . . . . . . . . . . . . . 153 Pierre LÉVEQUE Le nombre et la cité

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175

Arminda LOZANO Las mujeres en la legislación sagrada griega

. . . . . . . . . . . 187

Pilar PAVÓN TORREJÓN e Inmaculada PÉREZ MARTÍN La presencia de la cultura griega en Cádiz: la figura de Moderato de Gades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 203 Domingo PLÁCIDO Las transformaciones de la ciudad de Atenas desde el inicio de la intervención romana hasta la crisis del siglo III . . . . . . 241 Mirella ROMERO RECIO La presencia femenina en el proceso colonial griego

. . . . . . . . . . 253

Rafael URÍAS MARTÍNEZ Los sofistas y la concordia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 265

MUNDO ROMANO José BELTRÁN FORTES Sátiro cabalgando sobre un delfín. Un tema inusual en la iconografía romana . . . . . . . . . . . . . . . . . 275 Antonio CABALLOS RUFINO Los caballeros romanos originarios de la Provincia Hispania Ulterior Bética. Catálogo prosopográfico . . . . . . . . . . . 289 Rosa María CID El filohelenismo alejandrino de Calígula y el culto de Drusila-Panthea . . . . . . . . .

428

. 345

Juliún GU!\l.Á.LEZ 'vi

k (

\67) 287. 296 y 30 l. 18. Notemos sin embargo que un autor como el Pseudo-Antonio. a quien se le atribuye un opúsculo (Sobre el carácter del hombre y la vida virtuosa) recoge las ideas de Clemente. Para éL el hombre es el único ser que puede comunicarse con Dios ya que es la única entre las criaturas a la que Éste habla: de día a través de su intelecto. de noche en los ensuel1os. Y por ambos medios --{;Ontinúa- predica y prefigura

460

Antonio Bravo García

la fenomenología del ensueüo es muy simple pero su valor cognoscitivo mucho más amplio que lo que veremos incluso en Tertuliano. No hay aquí desconfianza ante los sueüos ni dudas sobre el conocimiento especial que, gracias a ellos, podríamos llegar a alcanzar. El estoicismo relativamente puro, sin embargo, no está tan presente en él como lo estará en Tertuliano y conceptos platónicos y aristotélicos se añaden a su teoría del conocimiento; así por ejemplo 19 , del platonismo acepta la doctrina de las tres partes del alma y la idea de que la virtud consiste en su armonía (Paed. 2,1 ,3: Strom. 4.18.1 ). No obstante, Clemente se verá obligado también a reconocer el papel que los demonios representan al enviar sueños malos 20 , una actividad más de estos seres despreciables a quienes se remontan igualmente rix cncx(3of...tKix 1rá8r¡, las pasiones diabólicas, como son la lujuria y otros excesos censurables. Tertuliano (s. II-111) 21 , en su De anima 43 ,2,5, define el sueño fisiológico como desde Anastasio Sinaita (Quaestio !20, PG 89. col. 772), autor muerto después del a. 700, hasta la carta de Manuel Paleólogo (PG 115ó. col. 87-92; puede verse sohre ella M.!. Rodríguez Alfageme, «La epístola llEpt ovHpc'awv de Manuel Paleólogo". CFC2 [1971]. 227-255), es decir, desde el s. VII al XV. 36. Nos limitaremos a remitir a la amplia introducción de A.-CI. Guillaumom. Éva¡;re le Pontique. Tt·aité pratique ou le moine, 2 vols. (París 1971) para los pormenores de la vida y obra de este autor. Citamos sus ¡;scritos como sigue: El Traité pratique (TP) por la ed. mencionada; el De oratione (0) por PG 79, 1165-1200 y los K. Véase Hausherr, «Le traité de l'oraison d'Evagre le pontique (Pseudo Nill». Revue d'Ascétique el de Mystique 57 (1964) 141 y, por ejemplo. O 101. 40. Véase Hausherr, «Traité». 91 y 84: igualmente O 53. 41. En MC 4, por ejemplo, se nos dicé que solemos recibirlas a través de los ojos, el oído y otros sentidos. Se menciona también en este pasaje la memoria pero no el temperamento. 42. Si unimos lo que se nos dice en los diferentes pasajes citados. Evagrio parece dar por supuesto que existe una cierta gradaciún: un escalón previo es el ataque diabólico a los sentidos, luego viene la excitación de la memoria y finalmente cabe encontrar el recurso al temperamento.

465

Sueilo.

cn~ueilos

y demonios en Evagrio Púntico

creciendo con el paso del tiempo es cosa perceptible en la civilización antigua; que los bizantinos creyeron en ellos (o más bien en demonios) es evidente para quien lea la literatura de los Padres del yermo, la hagiografía y se adentre en otros tipos de literatura como el que nos toca estudiar 3 No deja de ser claro también que si la orientación ascético-mística de un mayor aliento filosófico, representada en este caso por Evagrio (pero también por otros muchos autores), hubiese juzgado necesario prescindir del demonismo y limitarse exclusivamente, para explicar las nociones psicológicas necesarias en sus esquemas de teoría del conocimiento, tentación, etc., al bagaje filosófico legado por la antigüedad, podría haberlo hecho. ¿Por qué conservó pues a los demonios (los viejos démones, ahora en clave cristiana)? 44 Evidentemente, la creencia en su existencia y sus actividades pesaba mucho en el ambiente del desierto"" y siguió gravitando, con fortuna y orientaciones diversas. tanto sobre Bizancio como, más tarde, sobre la Grecia moderna46 , pero lo que nos llena de sorpresa es el grado de adecuación con los otros factores implicados que, al conservar el demonismo en el esquema de la vida psicológica y moral del asceta, se vieron forzados a alcanzar los escritores de temas religiosos. No hallamos aquí una mera yuxtaposición de elementos filosóficos de diversa procedencia -necesarios siempre para trazar las rutas ele esa rerra incognita que era (y es) el alma entre Dios y el Diablo- y la varia casuística del comportamiento de los demonios, llena de no pocos rasgos populares. Hay aquí mucho más y el esquema general imbrica a ambos mundos en un equilibrio. en ocasiones exquisitamente conseguido, del que, por desgracia, no tenemos tiempo para hablar en estas páginas. Evagrio, pues, un autor que, en los cien capítulos de su Tratado práctico, nos trae a colación a los demonios en más de sesenta de ellos, está persuadido de la importancia de estos seres en multitud de procesos psicológicos como el ensueüo, la tentación y otros; pero hay que notar que, al mismo tiempo, se sirve de otros esquemas de explicación, coexistentes con el anterior, que tienen que ver con ideas no sólo filosóficas sino también fisiológicas. Por ejemplo, es claro para él que no toda actividad de la psique es demoníaca. En el caso de los

4J. Limitémonos a remitir aquí. sobre esta importante cuestión. a C. Mango, «Diabolus Byzantinus·'· DOP 4h r 1992) 21:'-223. 44. En general. con referencia a otras publicaciones (entre ellas las principales enciclopedias). véanse soore Llémones y Llemonios los anículos de J. Bruce Long y A. Sharma en M. Eliade (eLI.). The Encvc!opedia of' Religion (Nueva York 19R7) vol. IV, 2R2 y ss. y 319 y ss .. respectivamente. 45. V6ase. por ejemplo. FernánLiez Marcos. op. cil. 4h3-491. 4h. Véase. entre otras obras. J.C. Lawson, Modern Greek Folklore and Ancienr Greek Rfiigion (Nueva York 19ó4) (es reimpresión), E.-R. Blum, The Dangerous Hour. The Lore of Crisis and Misten• in Rural Greece ( LonLires 1970¡ y Ch. Srewal1. Demons amlthe Devil. Mural Imagination in Modern Greek Culture (Princeton, N .J. 1991 ). Precisamente en este último encontramos una canción popular, o p. cit. 274, n.lJ. que nos habla del pouer de la cruz contra los demonios: Kúptc. Ó1r't-.ov Kca& ro u om/3ó't-.ovl rov aravpóv oov 'I!LÍv oÉowKac;l sino «ne te fais pas de représentations sensibles de la Divinité en toi-meme>>. La Divinidad ni tiene cantidad ni tiene forma -asevera Evagrio (0, 68) teniendo en mente las especulaciones de Filón, Orígenes, los Capadocios y otros muchos filósofos- y, por lo tanto, esas imágenes que podemos llegar a ver no son otra cosa que engaños del demonio. Entre las -yvwaw; (CG 2,63), dirá además, las hay, pues, inmateriales y también materiales; el estado de oración. un estado de pureza absoluta, presupone el abandono de las -yvwaw; inferiores, las materiales, o sea, las que dejan formas en el vov>. Su condición de involuntario, por lo tanto, ha sido señalada por muchos autores antiguos aunque, como es lógico, una posible aceptación previa de tales imágenes, un cierto regodeo antes de dormirse, una predisposición del soñante, una falta de precaución o excesiva confianza en sí mismo no dejan de ser condenadas por otros muchos 81 • En lo que toca a sus causas consideradas a una

77. 12.7. Un análisis del pensamiento de este autor sobre la sexualidad en general y sobre los sueños eróticos en particular puede verse en M. Foucault, «La lucha por la castidad» en Ph. Aries, A. Béjin y M. Foucault er alii. Sexualidades occidenrales, tr. esp. (Barcelona 1987) 33-50: las notas de la ed. comentada de sus Conferencias. a cargo de E. Pinchery (París 1955-59. 3 vols. l son también muy útiles. No olvidemos, de otro lado. que Casiano i'ue discípulo de Evagrio y 4ue su pensamiento es muy próximo al de su maestro.

78. Recordemos. como hace Gil. "Procul recedant», 21J, que la Iglesia, en las Completas (oraciones del Breviario). recoge el antiguo himno «Te lucis mue temlÍnllm» en cuya segunda estrofa puede leerse:

«Procu! rnedam somnial et nocrium plwnrasmara. 1lwsremque 1wsrrum comprime! ne polluamaur corpora». Véase Igualmente H. Haag. El diablo. Su exisrencia como problema. tr. esp. (Barcelona 1978) 73-74. quien. aparte de mencionar este himno, escribe que «idéntica titscinación por lo sexual aparece también en la introducción al Misal Romano: De d(f'ecribus in ce/ebratio11e Mi.,sarum occurrenribus. El derrame de semen durante la noche impide la celebración de la misa. si bien se exceptúan los casos en lJUe fuera debido «a causas naturales o a ilusión diabólica». El 3 de abril de 196') el papa Pablo VI sustituyó estas normas por una Introducción general».

79. «Le reve érotique dans l'antiljuité greco-romaine: l'oneirogmós», Lirrérarure, medicine, societé 3 (1982) 10-23: nos sérvimos de la tr. ita!. de este estudio recogida en G. Guidorizzi (ed.), 11 sogno in Grecia (Bari 1988) 137-146 (en concrero 139). 80. Los trabajos de Gil y Pigeaud aludidos. así como Rousselle. op. cir. 182 y 185-186 y P. Brown, The Body ami Sociery. Men, Women and Sexual Renuncialúm i11 Early Christianiry (Nueva York 1988) 230-231 y 422-423 (hay tr. esp.). entre otros, nos informan de los argumentos barajauos a propósito de una cuestión. la polucilín. a la que Casiano dedicó una entera de sus Conferencias. 81. Según los cánones de Timoteo de Alejandría, leemos en Gil. «Procul recedant», 213, «Un in'Flpo:o8tír; puede ser admitido a la comunión. en caso ue ser t(muita su visión nocturna, sin la inren·ención previa ue una émiJv¡ú9. !bid. 2.2. 100. !bid. 2.R-9. 10!. P. Courcclle, up.cit. 139. 102. De u/t. quart. fer. 6.6-7. Vid. A. !sola, I Cristiani ?X. l. Yid. R.B. Eno. op.cir. 153. 105. De cat. 6X 106. /bid. 6. 9: As cm de securus, qui desideras coelum: non te terrear earum nec angustia, nec lungitudo, nec altiruJo; nihilrimeas, IIO!IIIIIfallt gradus eius, quos ille architectus sic confirmauit, ut in eius ligno manus sua.1· c/auis affligi uolucrinr. 107. De temp. barb. II 6.6-7. 108. Vid. H. Jnglebert, op.cit. 318.

491

Invasión y retroceso de la Iglesia ...

seriamente a la Iglesia católica. Estos pensamientos permitían alentar a los fieles, a la vez que provocaban un mayor rechazo hacia los bárbaros y su arrianismo. No es difícil, así, entender que Quodvultdeus, desnudo y expoliado 109 , fuese abandonado a su suerte en un barco destrozado. Su predicación y ejemplo debían ser acallados, pero Genserico no quería un mártir. Desde su exilio en Campania seguirá alentando la resistencia contra los arrianos a la espera de que sus predicciones sobre la derrota de los bárbaros se cumplan, pero su influencia sobre los fieles africanos será prácticamente nula, y los buenos tiempos para África, a pesar de las esperanzas de Agustín y las suyas propias, demasiado lejanos para soñar con el retorno.

109. Vier. Vit. Hisr. pers. !.15.

492

Kolaios 4 ( 1995) 493-511

CORRIENTES CRISTIANAS APORTADAS AL MUNDO GRIEGO POR LA ARISTOCRACIA OCCIDENTAL DE TEODOSIO EL GRANDE Luis A. GARCÍA MORENO (Universidad de Alcalá de Henares)

La subida al trono de Teodosio tuvo lugar en momentos difíciles, tanto para el Imperio como para él mismo. La terrible derrota de Adrianópolis (378) no sólo

supuso la muerte en batalla del emperador Valente, sino la pérdida de una buena parte del ejército de campaña oriental. Sólo la falta de cohesión interna de los grupos godos vencedores, su temor a realizar un asedio a Constantinopla y la inexistencia de un proyecto entre los jefes godos de lucha continuada contra el Imperio, dieron un respiro al gobierno de Constantinopla. En esas circunstancias, la elección de Teodosio no dejaba de resultar un grave compromiso. En todo caso, parece que en la extraña elección del hijo de un general hacía algunos años condenado por alta traición jug~ron un papel primordial los apoyos que el nuevo emperador tenía entre ciertos medios senatoriales occidentales ahora muy int1uyentes en la Corte de Graciano y entre la alta oficialidad del ejército occidental, cuya contribución resultaría imprescindible para restablecer la situación militar en los Balcanes. Las circunstancias de su acceso al trono explican los primeros pasos emprendidos por el gobierno de Teodosio, de extremada prudencia y tendentes a crearse aliados en un medio que le era en gran parte extraño. Como es sabido, en el terreno militar dicha política supuso el conseguir atraerse a algunas agrupaciones nobiliarias godas que habían entrado en cont1icto con los jefes godos vencedores en Adrianópolis, como fue el caso de Atanarico, con el fin de obtener los servicios como tropas federadas de los miembros de sus séquitos. En política interior, Teodosio se esforzó por crear en Constantinopla una Corte y una administración central muy unidas a su persona, confiando para ello los puestos principales a numerosos occidentales, especialmente hispanos y galos, emparentados algunos con importantes familias senatoriales romanas y con su misma familia. Entre los que cabría citar los casos de los dos Nebridios -padre e hijo~-, Elpidio y, muy especialmente, Materno Cinegio, todos ellos parientes del propio Teodosio; los hispanos Nummio Emiliano Dexter y Basilio; el aquitano Flavio Rufino; y los senadores romanos Postumiano, 493

Corrientes cristianas aporradas al mundo griego ...

Nicómaco Flaviano y Ceonio Rufio Volusiano. Pero si Teodosio confió la dirección del Palatiunz y de la Administración central -prefecturas del Pretorio de Oriente y de Constantinopla- con preferencia a estos occidentales, allegados suyos y con escasas relaciones con los círculos dirigentes orientales, no cabe duda que también buscó desde un principio la integración en su gobierno, y la aceptación por ellos, de estos últimos y de la nueva aristocracia del senado constantinopolitano. Así, los gobiernos provinciales siguieron siendo confiados a gentes de dicha procedencia, aristócratas helénicos y asiáticos pertenecientes a las aristocracias urbanas orgullosas de su cultura helénica, lo que con frecuencia se reí1ejaba en un paganismo más o menos militante, y a los que conocemos especialmente gracias a la correspondencia de Libanio de Antioquía 1 • La política religiosa de Teodosio tuvo desde el principio dos factores determinantes: por un lado, la particular fe cristiana de Teodosio y de los círculos senatoriales occidentales que le apoyaban y, por otro, la concreta situación religiosa de la Pars Orientis y, más concretamente, de las Iglesias orientales. Cuando Teodosio inició su gobierno en Constantinopla, se enfrentó a una situación eclesiástica confusa, en gran parte originada por los gobiernos proarrianos anteriores, Constancia y Valente especialmente. Dificultades que se mostraron tan pronto como Teodosio trató de realizar una política religiosa propia al dar el famoso edicto de Tesalónica del 27 de febrero del 380, imponiendo a todos sus súbditos la ortodoxia nicena, bajo la advocación de los obispos de Roma y Alejandría, pues estos últimos, desde los días de Atanasio, se encontraban fuertemente unidos a las Iglesias occidentales 2 . Dificultades que se explicitarían, entre otros asuntos, en: (1) problemas para proveer la sede de Constantinopla tras la expulsión del obispo arriano Demófilo, de tal forma que el primer elegido, el prestigioso Gregorio Nacianceno, ante la oposición de Pedro de Alejandría, optaría por dimitir a los seis meses; zanjando la crisis Teodosio con el nombramiento de una persona totalmente ajena a las disputas eclesiásticas y de su entera confianza. Nectario, un senador constantinopolitano de gran prestigio en la ciudad por haber sido pretor urbano de la misma; (2) dificultades para hacer cumplir el edicto de Tesalónica y el posterior del 1O de enero del 381, que obligaron a convocar un concilio en Constantinopla para mayo del 381; (3) cisma antioqueno tras la muerte del niceno Melecio 3 .

l. Para todo ello remitimos a .T. Manhews. Wt.l'/fr/1 Ari.wocracies and Imperial Court, A.D. 364-425 (Oxfonl 1975) 101-121. con amplia base prosopográfica: y para el caso más concreto de los colaboradores hispanos, vid. L.A. García Moreno. «Espaiía y el Imperio en época teodosiana. A la espera del búrbaro», en G. Fatás (ed. ). /Concilio Caesarauguswno. MDC aniversario (Zaragoza 19~ 1) 45 ss. 2. CTh 16.1.2 (hay una reciente traducción castellana en R. Teja, El cristianismo primitivo en la sociedad romana !Madrid 1990]211 J. considerado típicamente «Occidental" por W.H.C. Frend. The Rise of Cltristianity (Filadelfia 19X4) 636. 3. Vid. J. Matthews, op. cit. 122-126: W.H.C. Frend. op. cit. 635-639: A. Ehrhardt, «The First Two Years of the Emperor Theodosius [>.. JEH 15 (1964) 1-17.

494

Luis A. García Moreno

Estas dificultades con los restos del arrianismo y con la tradicional competitividad entre los diversos grupos y escuelas eclesiales del Oriente 4 , aumentados ante el cambio de política religiosa que significó el decidido nicenismo de Teodosio, y la solución dada en la Iglesia de Constantinopla con la elección de Nectario, exigieron y favorecieron el total desarrollo de una política religiosa imperial basada en los intereses y actitudes piadosas de sus colaboradores occidentales. Además, éstos buscaron el apoyo y alianza de grupos y personalidades religiosas del Oriente afines a ellos, fundamentalmente de los grupos y movimientos monásticos y de riguroso ascetismo, no siempre vinculados ni en buenos términos con las jerarquías eclesiásticas urbanas ni con las oligarquías ciudadanas orientales, en buena parte todavía comprometidas con el paganismo5 . Sin duda, característica definitoria de esos aristócratas y colaboradores occidentales de Teodosio era la plena asunción por los mismos de un lenguaje cristiano para legitimar y reforzar sus liderazgos sociopolíticos verticales -patrocinios- sobre la base del desarrollo del cristianismo urbano y rural. Siguiendo los cauces y el modelo creados en las Galias de la época por Martín de Tours 6 , ese nuevo lenguaje cristiano del poder estaba estrechamente vinculado al culto a los mártires, con una importancia grande de las instituciones y actividad caritativas, y vehiculado por un monasticismo que había sabido superar la anterior y oriental oposición monje-obispo. Ciertamente, el gusto por ciertos excesos ascéticos y el deseo de protagonismo doctrinal por parte de algunos laicos o laicas pudieron ocasionar algunos choques con la jerarquía episcopal, de los que el ejemplo más notorio sería el priscilianismo, utilizado en su origen como arma política contra esos mismos medios occidentales teodosianos, y durante bastante tiempo como arma arrojadiza entre grupos de poder eclesiásticos en Occidente; el asalto en los últimos años del siglo IV y primeros del V de las filas del episcopado galo, hispánico y noritálico por miembros de esos grupos aristocráticos eliminó también este cont1icto, de lo que sería un ejemplo claro la carrera del hispanoaquitano Paulino de Nola7•

4. Cf. W.H.C. Frend, The Rise ofthe Monophysite Movement (Cambridge 1972) 79 ss. 5. Últimamente se tiende a ver un mínimo del 50 % de paganos en ciudades de tan vieja tradición cristiana como Antioquía todavía en esa época, habiendo sido la decisiva cristianización de sus grupos dirigentes algo tardía. de la última década del siglo IV y primera del V, en gran medida ocasionada por la misma política de Teodosio: cf. R. MacMullen, Christianizing the Roman Empire (A.D. 100-400) (New Ha ven-Londres 1984) 83. Como muestra podría valer la adscripción religiosa de los discípulos de Libanio, todos ellos reclutados en esos medios de aristocracias urbanas orientales (vid. su tabulación en P. Petit, Les Étudiants de Libanius [París 1957]116-118. que sólo contempla una mayoría de cristianos para Capadocia). 6. Vid. R. Van Dam, Leadership and community in late antique Gaul (Berkeley 1985) 119 ss. 7. Vid. L. A. García Moreno, «España y el Imperio en época teodosiana», 57-62; id., «Elites e Iglesia hispanas en la transición del Imperio Romano al Reino visigodo», en J.M. Candau et alii (eds.), La conversión de Roma. Cristianismo y Paganismo (Madrid 1990) 223-258; id., > 68 . En nuestra opinión, esta última frase, que hemos traducido literalmente, no puede por menos de recordar las otras afirmaciones de cómo pasaron los godos de Alarico las difíciles Termópilas: falta de una guardia militar por la traición de Gerontio y Antíoco, según la versión de Zósimo: y por llevar consigo Alarico a monjes, según el pasaje comentado antes de las Vidas de los sofistas. Y de la auténtica existencia de verdaderos y sinceros moÍ1jes entre los godos de la época no se puede dudar. Baste para ello recordar la existencia a principios del siglo V de un famoso monasterio godo en Constantinopla, situado in Promoti agro"~. Y bien podía ser a este monasterio o a otro al que pertenecieran los famosos monjes godos Sunnia y Fretela, cabezas visibles de lo que se ha llamado una auténtica «escuela teológica goda>>, con los que

hS. F. Paschoud, op. cir.

11.

28, III,l.

n

SS.

66. Posiblemente sea la radicalidad de la tesis de Paschoud sobre el servilismo de Zósimo respecto de Eunapio lo que le obligue a ver tal contradicciún. Por el contrario, vid. L. Cracco Ruggini, Simholi di ballaglia úleologica 11cl rardo ellenismo (Pisa 1972) 103 ss. 67. Tllterpretación que fue ya adelantada por D. Wyttenbach en 1822 (apud Müller, f1!G IV, 43).

MI. Eunap., Hisl. 55 de Mülkr (= 4k.2 de Blockley). 69. lnhan. Chrys., Ep. 206 (ed. PG 52, 726).

507

Corrientes cristianas aportadas al mundo griego ...

San Jerónimo creyó digno polemizar70 . Sin duda que, al calificar de ,,falsos monjes>> y de ,,falsos cristianos» a los godos, Eunapio perseguía también otra cosa: demostrar el fracaso de la misión cristiana entre los bárbaros. El éxito de ésta se había convertido en pieza importante en la diatriba entre intelectuales cristianos y paganos de la época, en la demostración más palpable para los primeros del carácter ecuménico y verdadero de su Fe, y en la esperanza más cierta de que la Providencia divina miraba por la salud del lmperium Christianum, pues, cristianizados los bárbaros, automáticamente dejaban de ser enemigos del Imperio 71 • No cabe duda que los monjes cristianos constituían la bestia negra de la triunfante religión para los intelectuales helenos y paganos de la época. Fanáticos debeladores en aquellos iniciales momentos en Oriente de la paideia y de los ideales de vida típicos de la polis helénica, los monjes constituían un objeto de tópicas críticas por parte del paganismo helénico tardío; desde la rusticidad de su dicción, a lo tétrico y andrajoso de su indumentaria y lo escaso o nulo de su bagaje en cultura literaria clásica, constituyendo sin duda el ejemplo típico de todo ello los monjes del desierto egipcio 72 . Especialmente duro para estos ciudadanos cultos, la mayoría de ellos propietarios absentistas como Libanio de Antioquía, era comprobar cómo en la mayoría de los casos los monjes constituían los más agrios incitadores de la destrucción de los templos y capillas paganas, cuando ellos mismos no contribuían con sus mismas manos a realizar la tarea; cosa que había tomado un impulso in crescendo en todo Oriente a partir del 391, y muy especialmente con la publicación de las leyes del 398-399 que ordenaban la definitiva destrucción de los templos rurales y la reutilización de los urbanos 73 . Eunapio de Sardes compartía totalmente esta visión sobre los monjes. Uno de sus pasajes más violentamente anticristianos es ciertamente aquel en el que cuenta una supuesta profecía dicha por un tal Antonino, según la cual en Alejandría y Canopo el culto pagano terminaría y serían destruidos sus templos, incluido el famoso Serapeum, en el 391. Y al narrar cómo efectivamente se cumplió la profecía y los templos, estatuas y ofrendas votivas fueron asaltadas y destruidas por los soldados imperiales, Eunapio guarda sus más ácidas críticas para los monjes de Alejandría y Canopo: eran unos auténticos cerdos y tiranos vestidos de negro, de una conducta abominable 74 • A mayor abundamiento, la bestia negra que para Eunapio era el prefecto del Pretorio Rufino debió solemnizar su aparatoso bautismo con la

70. Hyeron., Ep. 106; cf. G. Scardigli, «La conversione dei goti al Cristianesimo». en Settimane di Studio del Celllro Italiano di Studi su// 'Alto Medioevo. XIV (Espoleto 1967) 74 ss. 71. Vid. F. Thelamon. op. cir. 148 ss. 72. Cf. entre otros L. Cracco Ruggini, op. cir. 112-124. 73. CTh 16.10.16 y 16,10.1 R: Theodoret., Hisr. Eccl. 5.29; lo han. Chrysos .. Ep. 123 y 126. Cf. R. MacMullen. op. cir. 97 ss.: J. Matthews, op. cir. 140 ss. 74. Eunap., Vil. soph .. 6.11 (472-473 Didot). siguiendo en V1,9,17 (471 Didot), que también reenvía a su Historia para quien desee tener mayores detalles de lo sucedido. Cf. R.J. Penella, op. cit. 142.

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Luis A. García Moreno

fundación de un monasterio en una propiedad suya en Calcedonia, trayendo para él un grupo de monjes egipcios; cosa que sucedió en el verano del 39475 . Tras la muerte y caída de Rufino, dichos monjes optarían prudentemente por regresar a Egipto. Por tanto, Rufino se habría significado como protector e intmductor de los odiosos monjes egipcios en el mundo griego. En esas condiciones, nada de extrafío es que Eunapio, que consideraba a Rufino el verdadero causante de la entrada de Alarico en Grecia en el 395, la achacase también a los tétricos monjes que habían penetrado en la misma no hacía más de un año. Es decir, con su afirmación de los monjes que acompañaban a Alarico como causa del libre paso de las Termópilas por éste, Eunapio establecía un doble mensaje. Por una parte, uno literal: el engaño que hacían los bárbaros por medio de sus supuestos monjes godos que les acompañaban. Pero, por otro lado, una lectura simbólica: la introducción de monjes egipcios por Rufino en el área griega en el 394 había precedido y preparado a la de los invasores bárbaros. En este mismo pasaje egipcio de las Vidas de los sofistas. Eunapio se mofa también de la fanática devoción de los monjes por los mártires cristianos. El culto a los mártires se encontraba en esos últimos años del siglo IV realizando avances impresionantes, convirtiéndose en instrumento esencial de la cristianización de las masas rurales en Oriente y Occidente. Pocos años antes (386), San Ambrosio había realizado un hallazgo de decisiva trascendencia para el futuro de la cultura cristiana, al convertir a dos mártires milaneses, Protasio y Gervasio, en patronos de su ciudad. Protectores de los oficios y artesanos de Milán, de los que su obispo pasaba a ser auténtico patrono, pero también de la misma existencia física de la ciudad, mejores que cualquier ejército imperial. El ejemplo milanés cundió como la pólvora por todo el Imperio, multiplicándose los milagros curativos y poliorcéticas de las reliquias de los mártires 76 . Ciertamente, la intelectualidad helénico-pagana tenía que contraatacar. Recientemente, MacMullen ha señalado que una prueba evidente de la mezcolanza entre elementos cultuales paganos y cristianos en estos años finales del siglo IV -y prueba a la vez de la misma crisis ineluctable del paganismo- fue la apropiación por el paganismo de algunas prácticas cristianas, como serían sermones con interpretaciones alegóricas y edificantes de la Mitología, y la utilización de imágenes de los dioses como protectores de la comunidad en acontecimientos bélicos77 • Precisamente esto es lo que pretendería hacer Eunapio en su narración de la invasión de Alarico del 395. Nos estamos refiriendo al muy conocido pasaje de Zósimo en el que se narra cómo la ciudad de Atenas se salvó del asedio y asalto por las tropas de Alarico gracias a la protección que sobre la ciudad ejercieron su patrona pagana, Atenea

75. J. Mattilews, op. cit. 135. 76. Cf. J. Mattilews. op. cit. 190 ss.; P. Brown, Le culte des saints (trad. del inglt!s) (París 1984) 85 ss. especialmente. 77. R. MacMullen. op. cit. 80 ss.

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Corrientes cristianas aportadas al mundo griego ...

Promaco, y el héroe Aquiles, al haber quedado aterrorizado el visigodo al visionar a una y otro con todas sus armas patrullando por encima de los muros de su ciudad 78 . Si los monjes con su fanática reverencia por las reliquias de los mártires habían perdido Grecia, facilitando el paso libre por las Termópilas a Alarico y sus bárbaros, los auténticos y divinidades del helenismo habían salvado a la cuna del mismo, a Atenas, convertida. mientras se mantuvo abierta la escuela platónica, en el último refugio de este tardío paganismo intelectual y helénico 79 . El sarcasmo anticristiano de Eunapio era así evidente, al tiempo que devolvía la pelota a los voceros del cristianismo que habían hecho de la batalla del Frígido la prueba de la validez de los protectores celestiales del cristianismo frente a los del paganismo 80 . Sin embargo, esta vez la Arqueología ha venido a arrojar la luz sobre lo que realmente sucedió. Si el testimonio de otros contemporáneos, como Claudiano y San Jerónimo, habla claramente de cómo Atenas fue realmente tomada y saqueada por Alarico~ 1 , los testimonios arqueológicos prueban cómo éstas tuvieron lugar y produjeron más de un destrozo en el importante patrimonio arquitectónico y cultural ateniense. Sus huellas serían los niveles de destrucción de ese momento -testimonios numismáticos- observados en la puerta de Dipylón, en la vía Panatenaica y en el Ágora, así como la ruina de la Tholos y Estoa de Zeus y del templo de Apolo82 . Ciertamente que estas destrucciones de templos paganos no se limitarían a Atenas; y el propio Eunapio, como vimos, se ocupó bien en señalar cómo tales destrucciones se habían abatido con motivo de la ocupación de Alarico, por más que pudieran haber comenzado ya antes con motivo de la legislación de Teodosio. En todo caso, Alarico se hacía acompañar de los mayores enemigos de la cultura griega y de los templos paganos: los fanáticos monjes adoradores de los mártires cristianos. En nuestra opinión, con ello Eunapio participaba en una importante controversia pagano-cristiana sobre qué tipo de lugares santos había padecido más con la invasión del 395: si los cristianos o los paganos. Eunapio afirmó que los segundos, señalando así la invasión como producto del traicionero pacto entre el bárbaro rey de unos pseudomonjes

n.

Zosim .. 5,6.1-3.

7'J. Cf. A. Cameron, «The Last days of the Academy in Athens» Proceedings Cambridge Philol. Sucietv (1969) 7 ss.; A. Frantz, «Pagan Philosophers in Christian Athens», Proceedings of American Philosophical SociNv 119 ( 1975) 34 ss. go. Eunapio (Excerpta de sententiis 74) celebra la victoria del general godo Fravita sobre el también godo Gainas como una muestra de la pronoia de la Divinidad, causada por el pío paganismo de Fravita, 4ue el mismo Arcadio habría permitido cultivar (Eunap., Hist. frag. 60 Müller).

Rl. Claud., In Rujinum 1!,191; Hyeron .. Ep. 60,!6: Philost., 12,1. Hasta el mismo Eunapio se contradice cuando afirma que el sofista Hilario sólo se libró de caer en poder de los bárbaros porque se encontraba fuera de Atenas (Eunap., Hisr. frag. 65,2). 82. A. Frantz. «Sorne Invaders of Athens in Late Antiquity», en A Colloquium in Memory of Georg e Carpemer Miles (Nueva York 1976) 9-15; id., «Did Julian the Apostate Rebuild the Parthenon?,, AJA 83 ( 1979) 395-401.

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cristianos y el vicioso y fanático cristiano Rufino. Un eco de la respuesta cristiana a dicha propaganda pagana estaría en la afirmación de San Jerónimo de que los godos de Alarico en Grecia habían golpeado muy especialmente sobre las cosas cristianas: «¡cuántas vírgenes consagradas a Dios, cuántos hombres libres o nobles sirvieron de juguete a estas bestias! ¡Los obispos fueron hechos cautivos, los sacerdotes asesinados, al igual que los clérigos de cualquier r~go; las iglesias destruidas, los caballos estabulados junto a los altares de Cristo, las reliquias de los mártires desenterradas!»g 3 • Los monjes, y más concretamente para las mentes de muchos lectores contemporáneos, los fanáticos monjes nicenos de Egipto traídos a Constantinopla por Rufino. habían sido causa principalísima de la ominosa invasión de Grecia por Alarico, igualándose así a los nefandos de la Grecia clásica. Si los nobles cristianos occidentales de Teodosio habían sido responsables de la difusión del movimiento monástico de tipo egipcio en los Balcanes, no cabe duda que con ello contribuirían en buena medida a que el cristianismo oriental. cuna de todos, asumiera una de las características que. como ha se11alado agudamente Robert Markus, distinguirían al cristianismo antiguo del de los nuevos tiempos medievalesx4 . No sería sin duda ésta la menor de las contribuciones de dichos occidentales a la Historia de Bizancio y de la Grecia moderna.

8~.

Hyeron .. Ep. 60.16.

84. R. Markus. The End of anciem Chrisrionity (Cambridge 1990) 199 ss.

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1 1 1 1

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Kolaios 4

(! > canónicas que componen cada uno de los dos subgéneros:

--i. En el epigrama funerario es obligada la mencwn del difunto y las circunstancias de su muerte; en Ánite, además, encontramos sistemáticamente la referencia a un familiar y al propio sepulcro (cf. Guarducci, 1974: 119 y ss.). -ii. En el epigrama votivo se halla la descripción del objeto, la mención del encargante-donante y la referencia a la divinidad a la que se otorga, en el molde de la fórmula de dedicación, y una súplica dirigida al dios (cf. Friendlander-Hoft1eit, 1948: 66). § 35. Por tanto, los subgéneros epidíctico y descriptivo parecen distinguirse ele los demás géneros por su temática, temática que posee una cierta caracterización y para ello es útil hacer una breve cala en los temas tratados en el libro IX de la A. P.y al libro I de la A. Pl., dedicados al epigrama epidíctico.

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Mercedes Díaz de Caio Díez ~ 38. Los temas de los epigramas epidícticos en el libro IX de laA.P. (como en el del libro I de la A.Pl.) muestran una asombrosa variedad: máximas, juegos literarios, anécdotas históricas o ficticias de la vida del poeta o del dominio común, y ello protagonizado por héroes, figuras históricas o animales; descripciones de obras de arte, catálogos, etc. ~ 39. Sobre el contenido de esta etiqueta de «epigrama epidíctiCO>> sólo conservamos el escolio del copista A aclarando el apunte del lematista con una información que parece proceder directamente de Céfalas, porque es sustancialmente reproducida también por Planudes (cf. Stadtmüller III, p. 1): ... E?rt"(PC"vcxr; Ev6&'Am cj>ú'A'Acx, wpcxíov v&¡.tcxTor; [9. 313]; 1rcxp' opxcxTov ixrE¡.tÓErm, Ér TpLÓOoLr; 7ro'A.Li5t.r; exLÓvor; [9.314]) de paz y de alivio en una polarización de motivos subrayada por la selección léxica: el caminante se asocia a la fatiga (rtEv, ixaB¡.tcxívovm cj>í'Acx ')'Vicx 1róvmr; [9.313]; ixvop&aL KEK¡.tr¡wow &¡.t1rcxvmv óOol.o [9.3141), y al calor (1róroLr; 6épwr; [9.313] y 1ro'Aúi:r; ixtóvoa [9.314]); la naturaleza, al frescor de la brisa (1rroí~ V1rTÓ¡.tEvcx ZEcj>Úpov [9 .313] y ixrE¡.tÓErm [9.314]) y del agua (ixoú 1ró¡.tcx [9.313]; 1/;vxpov ixKpcxer; Kp&vcx [9.314], aunque el texto parece corrupto), en suma, al descanso (&¡.t7rcxvavr; [9.313]; &¡.t7rctvaLv [9.3141). \i 65. Como en los epigramas descriptivos, en el lenguaje evocador que yuxtapone palabras cargadas de connotaciones sensitivas reside todo el núcleo de unos poemas desprovistos de otra finalidad: gran parte de la atmósfera bucólica descrita como ideal reside en una adjetivación que reitera el contenido del sustantivo aportando una connotación positiva (Eú6&'A'Am, wpcxíov, ixoú) y que evoca el frescor del tacto y el gusto en una poesía sensorial. \i 66. El motivo de la descripción de una fuente y de un laurel que junto a ella crece de 9. 313 se enmarca en el telón de fondo de una naturaleza sugestiva, como el del epigrama descriptivo 228, o el 231 (aunque en éste último no aparezca muy claramente el motivo del agua). De hecho, el motivo de la fuente aparece en otros epigramas dedicados también a fuentes como el de Nicarco -colocado en boca de una figura de Pan- (A.P. 9.330) o en la boca de un hermes -señalizador de la fuente en el camino- como en el epidíctico 9.314 de Ánite, variante de la que hay numerosas muestras inscripcionales y en la antología ~. El motivo de la fuente no es específico del género epidíctico, sino que puede constituir un motivo temático en epigramas de otro género, precisamente como en el epigrama descriptivo de 230, atribuido a Leónidas, de contenido similar y el citado epigrama votivo compuesto por Mero 6.189. Es sintomática la perplejidad que confiesa Waltz (1957: xxxvi nt.l) a 1

19. Wilamowitz (1924: 102) conecta este epigrama literario de Ánite con el modelo inscripcional IG 12.3.203 con la clásica interpelación al viajero: Ú7rE 7roAinx, y explica la procedencia de esta denominación. Ejemplos de este tipo de epigrama informativo se recogen en la A.Pl. y son también abundantes paralelos inscripcionales como IG 2 631 (' EpfJ.cÍm Tóo' atye del Epiro. habría sido ideado por Eurípides de acuerdo con la propaganda política ateniense 39 . Si ahora acudimos a otras zonas, el panorama no ha de ser muy diferente. En una fecha desconocida, pero en todo caso entre el 456 y el 432, una expedición conducida por Formión propició la incorporación de Acarnania a la alianza ateniense 40 • En cuanto a las islas, Zacinto y Cefalenia debieron entrar en la órbita de Atenas cuando la expedición de Tolmides en el año 456/55, aunque la segunda aparece después vinculada a Corinto para en el 431 regresar a la alianza de Atenas 41 • Prueba de la int1uencia ateniense sobre toda esta área son las expediciones que en Jos aüos 430 y 429 dirigió el navarca espartano Cnome contra Cefalenia y Zacinto, así como la participación militar de estas últimas, junto a la de Acarnania y Anfiloquía, en las operaciones llevadas a cabo por

37. Lyc., Al ex .. 799ss.: Arist., fr. 460 Rose ( =Tzet.. ilz Lyc. Al ex., 799). Véanse L. R. Farnell, Cree k He ro Cu!rs ami Ideas vflnmorraliry (Oxford 1921) 326; E. Wiist. «Odysseus", RE. XVII (1937) col. 1912. 3~. Tuc .. 1.136: Plut., Them .. 24.1-2. 39. Helánico, FGll 4F16Ra (=Plut., Thes., 31): Eur .. Alu/r .. 1243ss. Véanse N.G.L. Hammond, E¡>irus. 505: A.M. Biraschi. "Enea a Bu troto», 2R5; L. Mosca ti Castelnuovo, «Eleno e la tradizione troiana in Epiro», RFIC. 114 (19X6) esp. 421ss.: C. Ampolo. «Enea ed Ulisse nel Lazio». 326ss. 40. Tuc .. 2.6R. Cf. con opiniones diferentes en cuanto a la cronología, N.G.L. H;unmond, Epirus. 496ss.: R. Meiggs, Th~ Alflmian Empir~ (OxfonJ I'J72) 204: G.E.M. de Ste. Croix. Th~ Orir;in.1· of' rfl~ P~!oponnesian War (Londres 1972) X5ss. 41. Diod ..

ll.l:~4.7;

Tuc .. 1.27.2: 2.7.3: 30.2-3.

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Nota a Helúnico. FGH 4FR4: Eneas y Ouiseo en el Lacio

Demóstenes en Etolia en el aüo 426 42 . Por último, respecto a Corcira, baste recordar cómo el tratado firmado con Atenas en el 433 fue uno de los desencadenantes de la guerra del Peloponeso 43 • La figura de Odiseo se interpreta perfectamente bajo tales premisas. La importancia que el héroe gozaba en estas regiones le convertían en una captura interesante para los fines propagandísticos de Atenas. Hay que tener en cuenta que Helánico publicó su obra Las sacerdotisas de Hera en Argos, en la que se incluye el fragmento que comentamos, hacia el aüo 421 a.C., en correspondencia con la paz de Nicias 44 , y que el autor no sólo trataba los acontecimientos contemporáneos a cada una de ellas, sino que además expresaba en términos mítico-históricos los intereses de la Atenas contemporánea, de la que era uno de sus propagandistas 45 • La inclusión de Odiseo junto a Eneas en la tradición de la fundación de Roma vendría a ser pues un intento por retlejar la unión de esa zona occidental de Grecia con Atenas y su participación en empresas conjuntas. Pero tampoco conviene dejarse llevar en exceso por estas consideraciones. Naturalmente no es posible saber cómo terminaba Helánico su relato, pero lo que parece indicar el texto de Dionisia es que el protagonismo correspondía en todo a Eneas y a los troyanos, los verdaderos fundadores. Además, debido a las propias directrices impuestas por la tradición mítica, Odisea no podía convertirse en fundador, pues como bien seüala W. Hoffmann su destino era regresar a Itaca46 , de manera que su papel en Italia queda muy por debajo del que corresponde a Eneas. Desde el inicio de su periplo, Eneas no tiene más que un objetivo, fundar una nueva Troya donde depositar los hiera: su acción es por tanto una mewikesis. Si bien más adelante el héroe se ve privado de su condición de fundador, pues su nombre le impide ser epónimo de Roma, su importancia no se verá apenas menoscabada, pues siempre será tenido al menos como fundador de Lavinium y sobre todo vínculo imprescindible de unión entre Grecia y Roma. Odiseo, por el contrario, no deja de ser en el Lacio un personaje secundario, que nunca alcanza la plena condición de fundador. Tal función es reservada a sus descendientes, en unas tradiciones que tienen su punto de partida en la cualidad de Odiseo de progenitor del pueblo latino. Así se expresa en los versos aüadidos a la Teogonía de Hesíodo, en los que por un lado los latinos se integran en la prehistoria

42. Tuc .. 2.(}6: ~O-H2; 3.94-98. Sobre la expedición de Demóstenes: N.G.L. Hammond. «The C'ampaigns in Amphilochia during the Arquidamian War», ABSA, 37 (1936-37) 12H-140. 43. Tu e .. 1.44. 44. F. Jacnby. FGH IIIbl. 4s.; J.J. Cat!rols, Helánico de Lesbos (Madrid 1991) 3. 45. Cf. D. Ambaglio. L'opera storiografica di Ellanico di Lesbo (Pisa 1980) 57. 46. Rom und die griechische Welt im 4. Jahrhwzdert. 121.

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mítica griega y por otro el propio Odisea se vincula al acerbo legendario indígena17 . De esta forma, diversas tradiciones griegas. que en ningún momento se elevan más allá de finales del siglo IV a.C., otorgan la cualidad de fundador de Roma a Latino o a Romano, hijos de Odisea y de Circe, o a Rómulo. hijo de Latino y de Rhome y nieto ele Tclémaco 4 ~; según Clinias, la ciudad habría recibido su nombre de Rhome, hija de Telémaco y esposa de Eneas 40 , mientras que para un tal Galitas. en la fundación de Roma habrían intervenido Romo y Rómulo, hijos de Rhome y de Latino, hijo éste a su vez de Telémaco y Circe50 ; por último, Jenágoras habla de los tres hijos de Odiseo y de Circe, Rhornos, Anteias y Ardeias, fundadores respectivamente de Roma, Antium y Ardea 51 . Pero no sólo Roma, sino también otras ciudades latinas se vinculan en su fundación a la familia de Odisea, como Praeneste y Tusculum52 . En conclusión, la tradición de Eneas y Odisea como fundadores de Roma parece una invención de Helánico, o en todo caso de la propaganda ateniense del tercer cuarto del siglo V a.C. 53 Es indudable que Helánico se sirvió de leyendas

47. Hes., T/ico¡; .. 1011 ss.: «Circe. hija del Hiperiónida Helios. en abrazo con el intrérido Odiseo, concibió a Agrio [=Fauno! y al intachable y poderoso Latino». Cf. Non .. Dion .. 12.32Hss .. donde se presenta a Fauno como hijo de Circe. 4X. Latino: Serv .. Aen .. 1.273: Ron1ano: Plut .. Rom .. 2.1: Rómulo: Plut.. Rom .. 2.3. 49. FGll R19Fl=Serv .. Aen., 1.273. 50. FGH HlXFI =Fes t., 329L. Esta tradiciún. que enlaza con la mencionada por Plutarco. Rom .. presenta intluencias de la Tele¡;onía de Eugamón de Cirene.

2.~.

51. FGH 240F29 (=Dion., 1.72.5). La opinión dominante considera que esta tradición es muy antigua, del siglo V a.C. o incluso anterior (A. Rosenberg, «Romulus», col. 1078s.; W. Hoffmann, Rom und die gricrhische Welt im 4. Jahrlumdert, 110 IY n. 249); F. Biimer. Rmn und Troia, 42 [n. X2J; E.J. Bickerman. «Origines gentium», 7R fn. 61: C.J. Classen. «Zur Herkunft der Sage von Romulus und Remus», Historia. 12 (l%3) 451; H. Strasburger. Zur Sa¡;e von der Griindung Rums (Heidelberg 19üil) lis.: C. Ampolo. «Enea ed Ulisse nel Lazio», 3361n. 3]). Sin embargo. el argumento en que se basa esta interpretación, a saber la situación en un mismo plano fundacional y por tanto político de Roma, Antium y Ardea, me parece muy débil: cf. T.J. Cornell, «Aeneas and the Twins». 20s. 52. Praeneste tiene doble leyenda. una proragonizadaporTelégono (Ps.-Plut., Para/l. min., 41j316a]) y otra por Praenestes. hijo de Latino y nieto de Odiseo (Zenódoto, enFGH X21Fla=Solin .. 2.9). Telégono es presentado también como fundador de Tusculum (Fest., ll6L) y acabó por convertirse en el progenitor mítico de la principal familia de la ciudad, los Mamilios (cf. L. Monaco, «La política dei Mamilii nel quadro dei rappo11i tra Roma e I"Etruria», en Ricerche su/l'organiz.z.azione genti!iz.ia romana. 1 [Nápoles 19R4J2l0ss., quien sin embargo proporciona una fecha muy elevada para tal atribución). 53. Algunos autores sostienen la opinión que esta tradición circulaba con anterioridad en Occidente y que fue captada por Atenas: L. Mal ten, «Aineias», 50; L. Pearson, Earlr lunian Historian.\' (Oxford 1939) 192; A. Alfiildi. Die troianischcn Urahnen der Riimer. 14ss.; S. Mazzarino./l pensiero srorico dassico. l, 106; T.J. C'ornell. «Aeneas and the Twins». 5; K. Galinsky, Aeneas, Sicilv, and Rome (Ann Arbor 1969) 1ú3ss.; ídem. «A eneas in Latiun1». en2000 Jahre Vergil (Wiesbaden 1983) 40ss.; G. Vano ni, L'a/tro Enea. 26; mús rrudente C. Ampolo, «Enea ed Ulisse nel LazÍ•. 332ss. Pero por el momento tal opinión resulta indemostrable. algo que reconocen algunos de los autores citados. quienes sin embargo se justifican alegando que tampoco se puede demostrdr lo contrario. Lo único constatado. y por tanto a lo que debemos limitarnos. es que hasta donde sabemos no existe testimonio alguno sobre la presencia de Eneas en Roma

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Nota a Helúnico. FGli 4FX4: Eneas y Odiseo en el Lacio

anteriores, como la mencionada en la Teogonía de Hesíodo, que le permitía situar a Odisea en el Lacio sin violentar tradiciones ya asentadas. O como el motivo del incendio de los barcos, tema muy antiguo, proba_ble expresión del mito del no-retorno, de la regeneración cíclica del tiempo. que Helánico utilizó para justificar la detención en ese lugar del viaje de Eneas, aunque con ello se signifique que Roma fue fundada por casualidad 5 ~. Pero no se trata más que de instrumentos utilizados para conformar una versión completamente nueva que sirve a objetivos muy precisos. Por esta misma razón. parece igualmente secundario el hecho de las relaciones personales entre Eneas y Odiseo, enemigos en Troya y amigos en el Lacio. Algunos han creído salvar la dificultad acudiendo a la visión de Eneas traidor, culpable de la entrega de Troya a los griegos: Helánico conocería esta versión, pero la habría suavizado proporcionando a Eneas un tratamiento más favorable 55 . Pero quizá no sea necesario optar por una solución tan arriesgada, ya que el autor que explícitamente sostenía tal interpretación, Menécrates de Janto. aunque de cronología incierta, parece haber vivido entre los siglos III/II a.C. y es probable que su obra tenga un carácter antirromano5('. En cualquier caso. Hel:mico dibuja un retrato muy favorable de Eneas en los momentos de la conquista de Troya, haciendo de él el defensor de los últimos reductos de la ciudad, posesor de las virtudes que mejor le caracterizarán en el futuro (protector de la familia y temeroso de los dioses) y promotor de un acuerdo lo más ventajoso posible para salvar a los supervivicntes 57 , y aunque él no era stricto sensu un troyano. sino un dardanio 5 ~, no se observan claramente indicios de que fuese un

y en Italia anterior a Helánico. En honor a la verdad. no se puede considerar a Estesícoro como pmeba irrefutable del hecho que Eneas huyese hacia Occidente. pues la tahula iliaca no ofrece suficientes garantías (N. Horsfall. «Stesichorus at Bovillae' 1». JHS. ')') (1 ')7')) 26-4X) y tampoco se observan indicios en las representaciones sohre cerámica (Ph. Brize. Die Geryoneis des Stesichoros und diefrühe griechische Kunst iWürzburg t'J80] 20s.). Respecto al hallazgo en Etmria de numerosos vasos griegos en los que aparece Eneas. tampoco es un argumento de peso desde el momento en que no existe el correspondiente paralelo en el arte etrusco y Eneas es sólo uno más entre los h¿roes griegos admitidos en Etruria (cf. N. Horsfall. «The Aeneas-Legend from Homerto Vergih. !Xs.; F. Castagnoli. «La leggendadi Enea nel Lazio». 3ss.). 54. Sohre este mito. muy repetido en los viajes de regreso de Troya. pueden verse A. Rosenberg, «Romulus». col. 1077s.; W. Schur. «Griechische Traditionen von derGründung Roms», 146ss.; C. Rohert, Die griecilische Hcldcnsage. III.2.2. 1500ss.; J. Perret, Les origines de la légmde trovenne de Rome. 3'J6ss.; F. Solmsen. «Aeneas Founded Rome with Odysseus», 104ss.; R.G. Basto. The Roman Foundatiun Le¡;end. 24ss .. 207ss. Acerca de la «casualidad» como factor que determinó la fundación de Roma. cfr. W. Hoffmann. Rom und die griechische We/t im 4. jahrhundert, !12. 55. Así R.G. Basto. Thc Roman Fuundation Lege/l(f. 82s. 56. FGH 7(>'JF3 (=Dion .• 1.4X.3). Sobre bt cuestión véase E. Gabba. «Sulla valorizzazione política della leggenda delle origini troiane di Roma fra III e II secolo a.C.», en 1 canali della propaganda nel mondo untico (Mihín 1')76) 'Jlss. Cf. sin embargo A. Momigliano. «Come riconciliare Greci e Troiani». ahora en Roma armica (Florencia 19X'J) 335s. 57. FGH4F31. 5K. Cf. L. Mal ten. «Aineias». 33s .. quien sei\ala la oposiciún que ya existía en Homero entre Príamo y la hunilia de Eneas.

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Jorge Martínez-Pinna

traidor. En verdad, no podemos saber cómo Helánico explicaba esta transformación, pero quizá no fuese un asunto que preocupase en exceso a nuestro historiadoii 9 , habida cuenta que la partida de Eneas de Troya y su encuentro posterior con Odiseo pertenecen a dos obras diferentesw. Queda por resolver un último interrogante: ¿por qué Roma? En mi opinión, el relato de Helánico es una versión griega destinada a un público también griego. Los romanos no intervienen para nada, ni a favor ni en contra, y muy posiblemente les importaba poco que alguien en Grecia les concediese un glorioso origen troyano: los graves cont1ictos internos que sufría la ciudad y la amenazante presión de volscos y ecuos, momentáneamente superada en la acción del Álgido (431 a.C.), absorbían todas sus preocupaciones. La razón hay que buscarla, como es lógico, desde una perspectiva ateniense, y así lo ha propuesto recientemente L. Braccesi 61 • Según este autor, Roma era ya muy conocida en los ambientes griegos de la Italia meridional, interpretando al respecto un papel muy destacado las colonias del golfo de Nápoles, integradas en el siglo V dentro del área de int1uencia ateniense: de aquí se transmitiría a Atenas la idea de una Roma latina y limítrofe con el mundo etrusco, con la cual la ciudad griega necesitaba mantener buenas relaciones, ya que en su delirio de gnmdeza, los atenienses habían incluido en sus conquistas futuras Cartago y Etrurd' 2. Pero esta interpretación no es admisible desde el momento que los acontecimientos demuestran todo lo contrario, es decir, la existencia de un estrecho vínculo etrusco-ateniense para oponerse a Siracusa, el enemigo común. En páginas anteriores hemos visto cómo la tradición de Helánico sobre el origen pelásgico de los etruscos probablemente haya que interpretarla bajo este prisma, representando la cara legendaria de una relación cuya vertiente histórica se manifiesta en la firma de un tratado y en la intervención armada etrusca en apoyo de los atenienses frente a Siracusa" 3 . Por tanto creo que quizá fuese más apropiado inclinarse por la solución opuesta, esto es que Helánico se fijó en Roma porque la consideraba una pólis Tyrrhenís. Que en la Grecia del siglo V a.C. se distinguiese claramente entre etruscos y latinos me parece algo sumamente dudoso; y en todo caso el interés por un conocimiento etnográfico tan preciso debía ser más bien escaso. Sin duda alguna los

59. Recuérdese que en la tradición romana -lo cual no quiere decir que fuese lu mismo entre los griegos- Diomedes renunció a su antigua opmici[m a Eneas. pues en la Eneida se niega a prestar ayuda a 'm enemigos (Verg., Aen .. 11.225 ss.) y según Varrón restituyó a Eneas el Po/laJium que había robado en Troya (Serv .. Aen .. 2.166). 60. Sin embargo. según L. Pearson, Earlv Ionian Historians, 191s., el fragmento que tratamos podría pertenecer a los Troika y no a Las sacerdotisas de Ar¡;os. como parece deducirse del texto de Dionisio. 61. Grecitá difi'lmtiera, 63ss. 62. Plut., Per .. 20.4. 63. Tuc., 6.88.6: 103.2-4: 7.53.2-3: 54.2. Sobre estos acontecimientos M. Torelli, Elogia Torquiniensia (Florencia 1975) 59ss.: M. Cristofani. Gli Etruschi del mare (Milán 1983) 87s.

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Nota a llelánico. FGfl 4FR4: Eneas y Odiseo en el Lacio

etruscos suscitaban una mayor atención. pues no en vano fueron durante mucho tiempo punto de referencia fundamental en el comercio griego y todavía en el siglo V gozaban de cierto prestigio internacional. Pero éste no es el caso de Roma, que mientras tanto vivía replegada en sí misma, con una capacidad de impacto en el exterior muy tenue. Como ya demostró hace años E. Gabba, «la Roma nell'eta regia era nella visuale greca molto piu importante che non la Roma del V secolo» 64 • En la perspectiva ateniense. Roma sería tan sólo un punto en el horizonte bastante desdibujado, lo que concuerda con el hecho de que directamente relacionada con ella sólo se conozca esta noticia transmitida por Helánico 65 • Cierto es que en el siglo IV Heráclides Póntico hablaba de Roma como ciudad griega conquistada por los hiperbóreos, en referencia a la invasión de los celtas; pero su opinión no gozaba ni mucho menos de unanimidad. El mismo Dionisio de Halicarnaso nos hace saber que muchos historiadores griegos consideraban a Roma una ciudad etrusca y no resulta dil"ícil encontrar ejemplos concretos sobre el particular67 . Incluso entre los griegos de Occidenre. cuyos contactos con Roma y con Etruria eran mucho más intensos. no existía una neta diferencia entre romanos y etruscos, según se observa en Aristoxeno de Tarento y en el siciliano Alcimo, quien en su visión de la fundación de Roma presenta a Rómulo como hijo de Eneas y de Tirrenia6g. Si para no pocos

64. «Considerazioni sulla tradizione letterana sulle Drigini della Repuhhlica». en Les urigines de la RJpublique romaine (Vandoeuvres 1967) 165ss. (la cita en 1fl5). En similar sentido G. Poma. Tra /e¡;isla!Ori e riranni (Bolonia 191{4) h]ss. fJ'i. La tradiciún sobre el envío de una embajada a Atenas en los preámbulos de la legislación decenviral (Liv .. 3.3\.X) o la noticia sobre una estatua representando a Akihíades que se alzaba en el Comicio (Piin .. Nor. Hisr .. 34.26). argumentos invocados por algunos autores como expresión de las relaciones {ltico-romanas en el siglo V a.C. (G. Colonna. «La Sicilia e il Tirreno nel V e IV secolo». Kokalos. 26127 (JLJXO/Xl) 171: D. Briquel, «Le regard des Grecs sur I'Italie indigene», 177). me parecen completamente infundados (cf. D. Van Berchem, «Rome et le monde grec au VI' sii:de avant notre ere>>, en ¡VJélan¡;es A. Piganinl [París 19(16[ vol. II. 744ss. ). De igual manera no creo aceptable la interpretación de L. llraccest. Grecirá di frollliera. 66ss .. a partir de un fra¡,!mento de Súfocles (fr. 373 Radt=Dion .. 1.4X .21. según la cual este último pensaría en Roma como destino final de Eneas. identificándola a la apoikia que menciona el texto. Cf. sobre el particular E. Gabba. Dionysius ond rhe History 11{ Archaic Rome (ikrkeley 1991i12s .. quien con toda razón afirma que Roma no merece más que un interés pasajero en Hel:ínico. Asimismo K. von Fritz. Die griechische GesclzichT.Ischreibunf{ 1 (Berlín 1967) 493: T.J. C:ornell. «Aeneas and thc Twins». 13: idem. The beginning.1· of"Rome (Londres 1995) 64.

(,6. Pr. 102 Wehrli (=Pim .. Com .. 22.3).

h7. Dion .. 1.29.2. Recuérdese aquella tradición sobre la fundación de Roma citada por Plutarco. Rom .. 1.1-3. fechada entre los siglos IV y lii a.C .. que sitúa a Roma en Tirrenia. 6X. Aristoxeno. fr. 124 Wehrli (=Athen .. 14.362a): Alcimo: FGH 560F4 (=Fest.. 326L). A prorúsito de Alcínoo y su visiún de Lllla Roma «etrusca»: E. Manni. >. Es decir, defendiendo una concepción del saber que forma parte de lo que podríamos denominar como el de Jos historiadores. Ese sentido común está formado por una serie de valores, ideas y prejuicios compartidos, que raramente suelen ser formulados, y es precisamente ese carácter implícito el que les proporciona una mayor fuerza, una mayor consistencia, ya que si fuesen formulados podrían ser discutidos, mientras que al estar implícitos forman parte de la , en este caso histórica. Apelar a la realidad no viene a ser así, en muchos casos, más que defender una particular concepción de la misma. Tanto en el nivel colectivo como en el nivel individual podríamos decir, utilizando un término ele raigambre hegeliana y marxista, que nos encontramos ante un proceso de reificación, en el que unas ideas y unas relaciones sociales determinadas aparecen consideradas como cosas, y por lo tanto pasan a ser definidas como necesarias. Ese proceso de reificación forma parte de los mecanismos de reproducción de todos los sistemas sociales, y en tanto que la Historia participa de él, cumple un papel legitimador o ideológico. Ése es el papel que a la misma le otorgan los Estados contemporáneos, y será difícil que, de un modo u otro, deje de cumplirlo. Sin embargo, si partimos de una concepción democrática de la vida política, veremos que el ciudadano, además de poseer un conjunto de deberes que lo definen como súbdito, como son los del servicio a la patria en la paz y en la guerra, ya sea con medios económicos o servicios personales, también posee unos derechos que han de ser salvaguardados por el poder político. Y uno de esos derechos es el de poder desarrollar una visión crítica y racional del propio orden político en el que vive, visión que le permita juzgarlo, e intentar cambiarlo mediante una serie de mecanismos que van desde el voto hasta los procedimientos judiciales, pasando por el desarrollo de la libertad de expresión y asociación. En este sentido la labor del historiador, además de desarrollarse en el ámbito ideológico y reificador debería asumir un componente crítico, o, por utilizar un término más actual, deconstructivo, que permita a los ciudadanos analizar y juzgar críticamente la realidad social y política en la que viven. Para que ello sea posible el historiador debería tener en cuenta en primer lugar que no existen certezas ni sistemas de verdades en Historia totalmente asentados e indiscutibles, toda verdad y toda teoría puede ser revisada y discutida, y dentro de ese proceso será necesario saber distinguir los argumentos de autoridad, que provienen del sentido común de las comunidades científicas de los historiadores, de las evidencias racionales. El análisis de esas comunidades, como decíamos, será labor obligada por parte de los historiadores, puesto que ellas son, en cierto modo. los instrumentos de observación que condicionan la percepción de la realidad.

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José Carlos Bermejo Barrera

Pero a ese planteamiento crítico, unido al análisis institucional, debería aüadírsele un segundo principio, y es que en la Historia y en las ciencias sociales y humanas los sistemas de verdades, dado su carácter ideológico, se corresponden con sistemas de intereses, como veíamos en el caso de la comunidad académica germánica y su caracterización sociológica, que la orientaba a un determinado tipo de relación con el poder político. En este sentido, sí que será conveniente recordar que existen unas vinculaciones muy claras entre las representaciones ideológicas y los grupos sociales, y que siempre será necesario tener en cuenta la mutua retroalimentación de esos dos tipos de realidades. Partiendo de este principio según el cual las ideas se entoncan con la realidad social, también será necesario afirmar que el historiador debe ser consciente de cuál es su lugar como productor de obras históricas, entendiendo ese lugar tanto en el sentido sociológico amplio, como en el sentido ético. En un determinado momento histórico Georg Lukács desarrolló una teoría según la cual sólo situándose en la perspectiva, en el lugar del proletariado, podría producirse un conocimiento histórico libre de las constricciones ideológicas31 • El desarrollo del estalinismo y la propia vida de Lukács 32 , creo que han demostrado que esto no es así, como pudo comprobar Lukács cuando los partidos que asumían el único punto de vista científico del proletariado le obligaron a silenciar su pensamiento. No se trata, pues, de que la Historia no condicionada ideológicamente sea únicamente posible partiendo de un compromiso político y de una militancia concretas, sino de situarse en una perspectiva más amplia en la que esos compromisos políticos y esas militancias se entiendan ante todo como posturas éticas, puesto que si ese planteamiento ético no existiese a priori, como en Marx33 , entonces su militancia política perdería sentido. Esto no quiere decir, por supuesto, que el historiador tenga que ser apolítico, sino que, sea cual sea su grado de militancia, es el fundamento ético ele la misma el que le permite desarrollar un pensamiento crítico, y no la militancia misma. Hay, pues, una deontología de la profesión histórica y una ética de la labor historiográfica, que también puede ser desarrollada al margen de una profesión académicamente establecida, y es enraizándose en esa ética y en sus valores, sistematizados en los derechos humanos 34 , como se hace posible desarrollar el pensamiento crítico. Pero, para el desarrollo de ese tipo de pensamiento hace falta algo más que una mera declaración de principios o de moral. Se necesita disponer para este fin de unos instrumentos, de unos medios, y esos medios nos vienen suministrados por la síntesis de lo que hemos llamado la Historia y la Teoría. Parece

31. Ver su Historia y conciencia de clase, I y II (México 1'!69 [ = 1923]). 32. Sobre ella ver Arpad Kadarkay. Georg Lukács. Lije, Thought ami Politics (Cambridge 1991). 33. Sobre su vida ver Isaiah Berlin, Karl Marx. His Life and Enviroment (Oxford 1939). 34. Sobre este problema consúltese mi Fundamenraciónlógica de la Historia.

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Historia y teoría

estar claro lo que es la Historia, es decir, un saber académicamente constituido que se autodenomina así. Mucho más dificil sería definir la Teoría, ya que dicha teoría no es sistema filosófico, como, por ejemplo, el «materialismo histórico», sino que ante todo se trata de un conjunto de saberes y reflexiones que nunca podrán formar ningún tipo de sistema, como no lo puede desarrollar la filosofía, según Collingwood. No se tratará, pues, al hablar de teoría, de un saber canónico, sino de una actividad, utilizando la contraposición entre saber y actividad que había desarrollado Wittgenstein, al hablar de la Filosofía. Sin embargo, ello no quiere decir tampoco que sea la Filosofía, que al fin y al cabo es otro saber académicamente constituido, y que, por lo tanto, también es excluyente, el punto de referencia privilegiado del historiador a la hora de producir eso que hemos venido en llamar tune in uero esse disponirur .. (p.l) y per ¡;enerationes et re¡;na primus ex nosrris ... (p.'i).

2(L Página 'i2 de la cliición de A. Schott: i11cipir collfinuatio Chronicorum beati Isidori Archiepiscopi lfispa!ensis per beatum 11/efi!ll.\'11111 Archiepiscopum Toleranwn co!nposita (En elms.: lncipit tertius a beato lldefónso Tolerww Archiepiscopo ... ). 27. ExceLiería los límites que necesariamente ila Lie tener esta contribución. Espero, no obstan re, en otra ocasiún y lugar poder estudiarlos encuaLirándolos, Lientro de lo posible, en la transmisión manuscrita del Chronicon mundi de Lucas de Tu y.

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Emma Falque

de Tuy como sobre sus obras queda mucho por hacer. Han sido varios los investigadores que en estos últimos tiempos han puesto de manifiesto la necesidad de una edición crítica de las obras de Lucas de Tuy, opinión que, por supuesto, suscribo. Sirvan estas líneas como pequeño anticipo y quede constancia aquí de mi intención28 •

Cambridge University, julio de 1995

28. Intención ya recogida por P. Linehan, con quien he mantenido durante estos años contacto epistolar, cf. Historv and the Historians .... 408, n. 76. La edición aparecerá. Deo uolente, en la Colltinuatio Mediaevalis del Corpus Christianorum.

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Kolaios 4 (1995) 773-785

ANTONIO JACOBO DEL BARCO Y LOS ORÍGENES DE HUELV A: DEBATE HISTORIOGRÁFICO Vicente FOMBUENA FILPO (Universidad de Sevilla)

De acuerdo con el interés de los eruditos ilustrados por probar y confirmar la más remota antigüedad de su patria, lugar de nacimiento o residencia, remontándo. se para ello a los testimonios dejados por los geógrafos e historidores grecolatinos; los títulos y privilegios alcanzados por estos centros cívicos y los hijos que la glorificaron en el pasado, así como la temprana implantación del cristianismo en España -en este caso en la Bética-, haciendo referencia a los primeros concilios celebrados en ella, en particular el de Iliberis (c. 300 a 306), creemos que el estudio sobre el origen de Huelva los inició Antonio Jacobo del Barco (1716-1783) antes de mediar el siglo XVIII. Entre los motivos que animaron al vicario (Martín Riego, 1992; 517) 1 onubense a escribir su Disertación histórico-geográfica sobre reducir la antigua Onuba a la Villa de Huelva 2 , aparte de la obligación, que tiene cualquier racional de mirar por la gloria de su Patria -según él mismo deja constancia3- , se encuentra principalmente el deseo de impugnar la opinión del P. Flórez (1702-1773),

1, El P. del Barco, en consideración a su satisfactoria labor sacerdotal y a su reconocido prestigio intelectual, fue elegido en 1747 -rigiendo la archidiócesis el Infante cardenal arzobispo don Luis Antonio Jaime de Borbón y Farnesio, hijo de Felipe V y hermano de Carlos III- vicario eclesiástico de Huelva y su partido. que comprendía las dos parroquias onubenses de San Pedro y la Concepción, y, fuera de la ciudad. las de San Juan del Puerto y Aljaraque. sucediendo en el cargo a su paisano Rafael Sayago y Cortés. Cf. D. Díaz Hierro. en periódico Odie/ (5 de mayo de 1963) 5. 2. Impresa en Sevilla en 1755. Leída como Disertación en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras el 9 de junio de 1797 (tomo XVI de Disertaciones, fols. 289-334), y reeditada en Jerez de la Fmntera en 1975 por el Instituto de Estudios Onubenses "Padre Marchena" (Diputación Provincial de Huelva). Esta última edición es la que vamos a manejar, citándola de ahora en adelante Onuba. 3. Onuba, introducción. l.

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Antonio Jacobo del Barco y los orígenes de Huelva

que en el tomo X de su España Sagrada 4 sostiene que Onuba estuvo situada en Gibraleón. En este sentido, hemos de señalar que una de las características del siglo de la Ilustración fue la toma de contactos e intercambios de ideas --en ocasiones apasionadas y polémicas- entre hombres que proclamaban el aperturismo y el espíritu crítico de la época, relaciones que supusieron un profundo influjo en la vida cultural de los pueblos (Grimberg, 1973; 53). Según esta apreciación, el P. del Barco, después de imprimir su Disertación, cuyo manuscrito había permanecido siete meses en poder de don Pedro de Alcántara Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Pacheco (¿ -1777), duque de Medinasidonia, la remitió al benedictino P. Sarmiento (1695-1771), que por esas fechas se encontraba en Pontevedra, para recabar su dictamen. Éste le contestó en carta fechada el 15 de septiembre de 1755, antes incluso de haber leído el trabajo, que si el asumpto de la Disertación es probar, que la Huelva de oy corresponde a la Onuba de los antiguos, y si, como supongo, se prueba bien con los pasages de los antiguos Geographos, tendre el gozo de aver dado en el mismo pensamiento, hace años, con pruebas de la Antología. Con ellas solas -continúa diciendo-, he vivido persuadido, a que la voz Huelva es la misma, que la voz Onuba. Las voces Huevo, Huesco, Huebra, etc. que vienen de Osso, Ovo, Opera, prueban, que la O de Onoba passó a Hue. Y el transito comun, que es frecuente de la N en L, completó la voz Huel; y por consiguiente Hueloba, Huelaba, y Huelba... Supongo que a Vmd. se le avrá ofrecido esta Gramatical reflexion, que acaso por muy obvia, la avrá omitido. Assi solo la he apuntado aquí, para que Vmd. sepa, que yo soy de su dictamen en general, que su Patria Huelva es la famosa, y antigua Onoba (Mora Negro, 1762; 24-251. Posteriormente, en el volumen II de las Medallas 6 , Flórez desestimó su anterior opinión inclinándose a que era mejor colocar a Onuba donde oy es Huelva, que en Gibraleón. En consecuencia, como la Disertación de del Barco se publicó tras la oportuna corrección del ilustre agustino -por haberla retenido para su examen, como hemos apuntado, el duque de Medinasidonia-, éste alega que impugna, no a

4. España Sagrada, tomo X, 151. El título completo de la obra es Espaiia Sagrada. Theatro Geográphico Hisrórico de la Iglesia de Espatla. Origen, divisiones y limites de todas sus Provincias, antigüedades, traslaciones y estado alltiguo del presente de sus Sillas, con varias diserTaciones criticas (Madrid 1752). La obra se seguiría publicando y reeditando por el propio P. Flórez y, tras su muerte en 1773, por algunos continuadores hasta nuestros días. Cf. J. Sempere y Guarinos, Ensayo de una biblioteca española de los mejores escritores del reynado de Carlos l/1 (Madrid 1785-1 7R9) tomo III. 62-84. 5. Para una aproximación a la obra del P. Martín Sarmiento cf. Sempere, op. cit., tomo V, 110-114. De la correspondencia emdita entre Antonio Jacobo del Barco, el P. Sarmiento y otros destacados estudiosos de la época se conservan algunos testimonios en la Biblioteca Nacional (Sec. Mss., legs. 18334, 10350 y 5867) y en la Academia de la Historia (legs. 9-29-1-5762 y 9-29-8-6049). 6. Medallas de las Colonias, Municipios y pueblos antiguos de Espatla (Madrid 1757-1758).

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Vicente Fomhuena Filpo

Antonio J. del Barco, sino a Rodrigo Caro (1573-1647), que fue el que con más empei'lo insistió en reducir Onuba a Gibraleón (Fiórez, 1758; 512). A este respecto escribe el P. Enrique Flórez, en contestación a la carta que le envió el Dr. del Barco, remitiéndole un ejemplar de su obra (Méndez, 1860; 319) 7 : Usa V. md. de la moderación que es propia a los hombres de juicio; pero esta

fué necesaria en su carácter, por lo que mira a la concertación con Rodrigo Caro; pero no contra mi, que manifesté mi parecer en favor de Hu el va, reduciendo a esta a la aflligua Onuba en el lance en que llegué a hablar de su obispado, donde dije, no solo que Onuba puede colocarse en Huelva, sino que mas propio es poner a Onuba en Huelva que en Gibraleon ... x. En vista de esto me causó alguna extrañeza oir leer en la Disertación de V. md. (en aquellos días, según comunica en la misiva, padecía una supuración ocular que le mermaba la visión) que no intentaba oponerse a mi dictamen: esto, digo, lo extrañé, porque el dictamen de los escritores es el que tienen manifestado en sus últimas obras, en que tratan en particular de lo que antes de examinar el pullto en individuo propusieron segun sentir comun. Yo en mi último escrito escribo a favor de Huelva: este mismo es el intento de V. md.; con que de ningun modo puede intenrar oponerse a mi dictárnen, y por tanto extrañé la prevención hecha en su escrito: "De no intentamos oponernos al dictámen del P. Mtro. ",pues esta cláusula suena a discordia entre los dos cuando convenimus ambos (Méndez, 1860; 378-380). Efectivamente Caro, en el capítulo 75 de las Antigüedades y principado de la ilustrísima ciudad de Sevilla'), tratando de Onuba, la reduce a Gibraleón, sin tener en cuenta el testimonio de Estrabón 111 , que había alegado en el capítulo 73 (Cevallos,

7. Rmo. P. Mro. y muy Se~lor mio: haviendo dado pruebas en mi Disertacion de la moderación con que procuré llevar la pluma. silt animo de agraviar, sino solo de aclarar la verdad, creo que solamenre se debe interpretar el ofrecer á V. R. el adjunto e¡;emplar al fin de testificarle el obsequioso respeto con que venero los altos talemos con que lo ha enriquecido el todo Poderoso. para honor de nuestra Nacion y utilidad de la Republica de las Letras. V. R. me collfará por uno de sus mas apasionados, que con müyor afecto rue¡;a a Dios le ¡;uarde muchos w1os. Huelva y Agosto 23. de 1755. =B. L. M. de V. R. su mas seguro servidor y Capellan Doct. Don Amonio Jaco/Jo del Barco.= Rmo. P. M. Fr. Henrique Florez. 8. Se está refiriendo el P. Flórez a su estudio De la provincia antigua de la Bética. inserto en el tomo IX de la E1pw1a Sagrada, como imroducción a la historia de la santa Iglesia de Sevilla, impreso en 1752. Cf. T. Muñozy Romero, Diccionario bibliográfico-histórico de los Amiguos Reinos, Provincias, Ciudades, Villas, Iglesias y Samuarios de Espwla (Madrid 1858) 55. 9. El título completo de la obra es Anti[!.üedades y principado de la ilustrísima ciudad de Sevilla y chorografia de su convenrojurídico o antigua clzancillería (Sevilla 1634). Cf. Muñoz y Romero, op. cit. 241. 10. Estrabón, Geo¡;rajia. III, 2. 5 (144). Cf. A. García Bellido, España y los españoles hace dos mil wlos según la "Geografía" de Strabón (Madrid 1968) 78.

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Amonio J acobo dd Barco y los orígenes de Huelva

1762; 6) 11 , arrastrando con ello a tal determinación al jesuita francés P. Juan Hardouin ( 1646-1729), comentarista de las obras de Plinio, y cuyas publicaciones solían ser consultadas por los eruditos dieciochescos (Vega, 1951; 161 ) 12 • Pero no del todo satisfecho Fr. Enrique Flórez, en la carta antes aludida, le manifiesta al P. del Barco algunas dudas que ligeramente me han ocurrido al oir leer de paso su Disertación, que llegado el momento indicaremos. En la Censura que para autorizar la impresión de la Disertación hace Livinio Ignacio Leirens y Peellart (1708-1775) 13 , se aprecia la intención de moderar y llevar a su justo término la tirantez surgida entre el erudito agustino y el doctor onubense 14 • En ella podemos leer: No hai ningun Geographo antiguo, que no haga mención de este Pueblo pero ninguno da tampoco señales tan claras que se pueda jixar con certeza su posicion, mas parecen aun oponerse á otros, y de aqui nace la dificultad de conciliar/os. Tampoco se pueden mudar los te.rtos sin una entera evidencia de yerro, ó una contestacion de codices manuscritos (V delito seria decir que los antiguos se erraron) con que es forzoso sujetarse a lo que se halla escrito, y recurrir a una explicación no violenta: de estos dos medios se vale nuestro Author, pues corrige el texto de ?linio, segun se halla en las ediciones mas comunes, con los manuscritos, que cita el P. Harduino ... con voz al parecer ociosa (Barco y Gasea, 1755; 35). Sin embargo, quien con mayor arrojo sale en defensa de Antonio J. del Barco es el encargado de aprobar la obra antes de darla a la imprenta, José Cevallos (17241776), el cual seüala que en ella resaltan el decoro, y acatamiento con que trata a los del contrario sentir, y al sabio, y diligente Enrique Florez, que fue de otro parecer, y ya esta en que es lo mas verosimil convertir Onuba a Huelva. Y aüade: Confieso, que el docto Dissertador es mi amigo, y que tambien lo es el Padre Florez; pero siendo este tan amante de la verdad, y deseoso de lustrar nuestras Antiguedades, tiene a bien cualquier Obra, que esclarezca la Geographia de Espaiia, y admite los avisos, y prevenciones, y recehira, que yo apruebe un trabajo, que con tanta verdad, y primor ha liquidado un punto, que no estaba zanjado, ni deslindado. Quedan assi

11. Dictamen a la obra de J. A. Mord y Negro Huelva Ilustrada. José Cevallos Ruiz de Vargas fue presbítero. rector de la Universidad de Sevilla, canúnigo de la Santa Iglesia hispalense. examinador sinodal del Arzobispado y miembro Honorario de la Real Academia de la Historia. Cf. F. Aguilar Piñal. La Real Academia Sevillana de Buenas Letras en el siglo XYIII (Madrid 1966) 42-4R; asimismo M. Méndez Bejarano, Diccionario de escritores. maestros y oradores naturales de Sevilla y su actual provincia (Sevilla 1922) tomo l. 126. 12. El P. Flórez contaba en su librería con las siguientes obras de Juan Hardouin: Nummi antiqui Populorum et urhium illustrati (París 16R4); Antirheticus de Nummis antiquis (París 1689); Opera selecta (Amsterdam 1733) y algunas más que hacían referencia a dicho comentarista de los autores clásicos. 13. Flamenco de origen, fue director por nomhramiento regio de la Real Compañía de San Fernando y reconocido numismático e intérprete de inscripciones a nivel nacional. Cf. AguiJar Piñal, op. cit. 58-61. 14. No podemos perder de vista la imparcialidad que intenta mantener al respecto Leirens, por una parte censurando a favor la obra del P. del Barco, y por otra intelectualmente reconocido por el P. Flórez que lo cita con aprecio en sus obras, como se puede ver en la España Sagrada, IX, 92 y 111.

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Vicente Fombuena Filpo

indemnes la verdad, y la amistad, que como caminen de acuerdo, se enlazan, y estrechan mas, y no pueden parar en las colltrarias, y desapacibles afecciones, que suelen producir las contiendas literarias (Barco y Gasea, 1755; 6). Esta argumentación no debió agradar mucho al P. Flórez que, en la carta a la que nos hemos referido más arriba, añade: Desde que el Dr. Cevallos me anuncio la Disertación que V. md. prevenía, le testifique ser buena la causa, por tener ya el dictamen de que favorecia mas a Huelva que a Gibraleon lo que de Onuba nos testifican los antiguos. Por tanto extraiio rambien que el Dr. Cevallos prevenga en su aprobacion paños calientes, como si hubiera dolor en la publicacion de una obra que anticipadamente halla firmado su asunto por aquel a quien se pretende suavizar (Méndez, 1860; 380). Si a esto aüadimos lo que el P. del Barco dice en la introducción de su Jibro 15 , nos podremos acercar aún más a la controversia e inquietud intelectual suscitadas con la edición del estudio sobre la antigua Onuba. Llegados a este punto, es el momento de volver atrás y sefialar las dudas que el trabajo del vicario onubense suscitaron en el P. Flórez. Éstas, concretamente, fueron dos: Una es que en la pág. 35 --escribe el fraile agustino- aplique a Plinio que coloca á Onuba "en el interjluente" de Luxia y Urium. Si esto fuera asi teníamos el pleito decidido: pero si no me engaño, la interfluencia es entre las bocas de Ana y Betis, cuya costa vá recorriendo Plinio "á jlumine Ana, littore Oceani, Onoba": despues "interjluentes ". etc., y luego vá a la boca del Betis. Este órden -afiadeno parece denota colocar á Onuba en el interfluvio. Menciónala antes que á estos, entre ellos y Ana; por lo que la interfluencia parece reducirse, como la redujo Harduino, á las bocas de Ana y Beris, entre las cuales son interjluentes, y no respecto a Onuba, pues siendo esta Huelva, se halla ella en el interfluvio de los ríos, y no son los ríos interfluentes para ella. Otra duda es de la pág. 44, donde se lee línea de latitud la que se imagina tirada del Norte al Mediodía, y esra no es la latitud sino la longitud. Algunas otras casillas -termina diciendo el P. Flórez- se me han excitado en lo que he oído de la Disertación (Méndez, 1860; 381). En definitiva, esta liza, que tenía como fundamento la sensibilidad herida de los onubenses, que se vanagloriaban de su pasado ilustre identificando Huelva con la correspondiente ciudad antigua, y que veían cómo se había puesto en tela de juicio su honor y prestigio, fundados nada menos que en la época clásica, requería de alguien que supiera restablecer la dignidad mancillada con todos los argumentos posibles, tarea de la que se encargó el prestigioso P. del Barco (Gaseó la Calle, 1993; 16). Con estas palabras reconoce y encomia Livinio I. Leirens en su aprobación al libro sobre Onuba el esfuerzo realizado para reivindicar la prosapia y el ancestral origen de la

15. Yo no debo creer, süw que alguna rara casualidad obligó al Padre Maestro ii cotejar los Geographos antiguos con los Mapas. r al \'er clamar a rodosjiJrTisimamenre por la reducción de Onuba a la Villa de Hue!l•a, se movirí su acredirada s\'1/ceridad, y amor á la verdad. a anreponer ulrimamenre nuesrro dicramen, al que wrres ruvo por mas comun.

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Antonio Jacoho del Barco y los orígenes de Huelva

villa de Huelva: Hace wmbién no pequeilo servicio a su Patria, demostrando su mucha antiguedad, porque fundandose en ésra, parte del lustre de las Ciudades, como sucede a las familias, quanro es mas remoto su origen, tanto es mas respetable su actual exislencia. Tampoco 1zos dexa ignorar su eslado moderno, pues nos hace ver su plan, y su anticipada reslauracion. despues de la perdida general centra la equivocación de un celebre Author 16 , e ilustrando assi a su madre, es justo, que participe de sus passadas y presentes glorias, como hijo ... Pero la polémica sobre la antigua Onuba no terminaría aquí, y hubo otros investigadores del pasado histórico de la Bética que también pusieron reparos a la obra de Antonio J. del Barco. Uno de ellos fue el jesuita P. José del Hierro (17011766)17, al que un anónimo contemporáneo le atribuye la autoría de la Huelva Ilustrada de Juan de Mora, a lo que él declaró, en carta de 13 de julio de 1763, a su íntimo amigo el arqueólogo Patricio Gutiérrez Bravo ( 1713-1795) (Méndez Bejarano, 1922; 292) lo siguiente: Una de las pruebas que doy de que la Obra de Huelva no es mia, aunque Cot!fleso son mios algunos retazos. es que tuviera mucho que impugnar en ella, si tuviera la pluma ligera; assi en la substancia corno en el methodo (Méndez Bejarano, 1922; 322). Pero. a juzgar por los testimonios existentes, tampoco debió agradarle del todo la obra del Dr. del Barco, pues en la Biblioteca Colombina de Sevilla se conserva una extensa carta, firmada de su puño y letra bajo el seudónimo de El Aludido, fechada en Sevilla a 14 de agosto de 1755, con el título de Reparos curiosos sobre la "Disertación de Onuba" que acaba de salir (Sancho Corbacho, 1939; 2). Otro contestatario al estudio de Antonio J. del Barco fue su paisano Miguel Ignacio Pérez Quintero 18 • artífice de La Beturia vindicada, ó ilustración crítica de su tierra, con la noticia de algunas de sus ciudades é islas, obra en la que se ilustran algunos aspectos referentes a la geografía y antigüedades del territorio comprendido entre el Guadalquivir y el Guadiana, cuyos primitivos pobladores, según el autor, fueron los celtas y los túrclulos 1Y. En este ensayo 20 , Pérez Quintero, que intenta establecer la antigüedad no ya de un pueblo o ciudad. sino ele toda una provincia,

16. Se estú refiriendo al agustino Enrique Flórez. 17. Sevillano de nacimiemo. llegó a ser rector de los colegios de la Compaiiía en Jerez de la Frontera, Montilla y Écija y prepósito de la Casa Profesa de Sevilla, y obtuvo las dignidades de examinador sinodal de los arzobispados granadino e hispalense. Amante de los estudios arqueológicos. aprovechó la ocasión que le brindó el rectorado en los lugares citados para realizar investigaciones sobre dicha materia, en diversos puntos de Andalucía occidental. Ul. Ingresó en la Acadenua de Buenas Letras de Sevilla como miembro Honorario el 1 de junio de 1792. 19. Los túrdulos. al parecer de origen ibérico, ha hitaban la parte NE de la Turderania. Plinio y Polibio los diferencian claramente de los turdetanos; Estrabón ya los confunde con ellos. Cf. Estrabón, Geografia. 1!!, l.(>; también F. Presedo Velo. Historia de EspatiaAmigua (Protohistoria). tomo 1 (Madrid 1986) 152. 20. Editado en Sevilla en 1794. Cf. M..J. de Lara Ródenas, Un heterodoxo en la Huelva de la Ilustración: Miguel !gllacio Pérez Quintero (Huelva 19Y5) 15 ss.

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Vicente Fombuena Filpo

contradice al P. del Barco al considerar que Plinio, al describir la costa desde el Guadiana al Guadalquivir, puso la intert1uencia de los ríos Luxia y Urium, no con respecto a Onuba -como pensó en su Disertación sobre Onuba el Dr. del Barcosino en consideración al terreno y a las gentes que lo habitaban, pues no se verifica -dice- que las aguas de los rios expresados corriesen por medio de Onuba a la manera que el Tiber pasaba por medio de Romac 1• Y, más adelantec 2 , hace coincidir Onuba con Gibraleón. También alcanzó la crítica de Pérez Quintero la obra ya citada de Juan A. de Mora, por pensar que resallarían mejor los vivos del retraro que iba ha hacer de su Patria, si tiraba sombras sobre los pueblos comarcanos (Guinea Díaz, 1991; 252). Al margen de la polémica, creemos oportuno señalar que este trabajo sobre la antigua Beturia pudiera muy bien estar sentando las bases del intento de fijar los límites provinciales que, de manera definitiva, quedarían configurados en el siglo XIX 23 • No obstante, hubo eruditos que tomaron la Disertación de Antonio Jacobo del Barco como acicate para escribir la historia de su patria chica. Este es el caso de Juan Pedro Velázquez Gaztelu (1710-1784) autor de la Historia antigua y moderna de la muy noble y muy leal ciudad de Sanlúcar de Barramedd4 , dedicada también, como había hecho el P. del Barco, al Excmo. Sr. duque de Medinasidonia, y que en diversas partes, como la centrada en la región tartesia, utiliza como fuente la obra sobre Onuba del docto disertador de Huelva (Velázquez Gaztelu, 1760; 239). A partir de la publicación del trabajo a que nos venimos refiriendo, la trayectoria historiográfica del Dr. del Barco va a ir en ascenso hasta su muerte. Así, en 1762 escribió el Retrato natural y político de la Bética antigua, ó coleccion curiosa de los mas célebres testimonios y pasajes de los autores geógrafos antiguos que hablan de esta provincia, dividida en dos partes: en la primera trata de la historia natural de la antigua Bética, de su situación y fertilidad, de su fauna y riqueza mineral; en la segunda, de la población, agricultura, industria, comercio, navegación, ciencia y usos y costumbres de sus habitantes 25 • Es interesante la advertencia final: senda a cuio áspero derrotero sólo nos debe conducir el justo deseo de ser

21. La Beturia Vindicada 5. 22. Ibidem, 75-77.

23. Cf. F. García de Cortázar. y J.M. y González Vesga, Bre1·e Historia de España !Madrid 1994) 454-4'i5 24. E,crita en 1760. dividida en dos partes. lla sido recientemente editada con estudio preliminar y una transcripción del manuscrito a cargo de M. Romero Tallafigo (Sanlúcar de Barrameda 1992-1993). 25. La obra estú extractada en el tomo 11 de Memorias (1779) de la Real Sociedad Patriótica de Sevilla, XCVII-XCIX. Cf. Muiloz y Romero, op. cit., 54-55: asimismo Sempere, op. cit., tomo!, 185: igualmente J. Sarrailll. Lu Espmla ilustrada Je la se¡;unda mitad del si¡; lo XVIII (Madrid 1979) 648-649. Recientemente ha sido comentada y constrastada con las fuentes clásicas por Vicente Fombuena Filpo en su Tesis Doctoral (inédita). Antonio Jacuho del Barco y la Hiofuria Amigua (Sevilla 1996) 486-699.

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Antonio Jacobo del Barco y los orígenes de Huelva

provechosos a la sociedad política cuios miembros somos, que es la causa por la que he preferido y preferiré los asuntos útiles a los que pudieran adquirirme la gloria de ingenioso. Y decimos que esta aclaración es relevante porque hasta el final de sus días continuó Antonio Jacobo del Barco manteniendo contactos epistolares con la Sociedad e~onómica de Amigos del País --en la que había ingresado como miembro Correspondiente el 5 de febrero ele 1778 26- y con la Academia de Buenas Letras sevillanas, así como con otras instituciones culturales y eruditos contemporáneos, a los que incluso llegó a remitir manuscritos completos de varias de sus obras y ensayos. En este sentido consideramos que el objetivo último del vicario eclesiástico de Huelva no era otro que el ser admitido en el seno de la Real Academia de la Historia. meta de todo estudioso ilustrado. Precisamente el Retrato natural y político de la Bética antigua, basado en las fuentes clásicas, llamó de tal forma la atención ele la Sociedad Patriótica sevillana que inmediatamente procedió a publicar en el primer tomo de Memorias ( 1779) un resumen, "por hallar en él tratada la materia con magisterio, claridad e inteligencia"17.

Ya con anterioridad, el 28 ele enero ele 177 4. el P. del Barco había sido admitido como académico Honorario de la de Buenas Letras de Sevilla, con el padrina¿go del también onubense Sebastián Antonio ele Cortés ( ¿-1778fx y de Livinio Ignacio Leirens, jurando por escrito (AguiJar Piñal, 1966; 173) 2 ~ y remitiendo como Oración gratulatoria su Disertación sobre las islas Casitérides 30 , la que, apoyándose en Estrabón, Pomponio Mela. Plinio el Viejo y Claudio Ptolomeo, y rechazando contunclentemente los falsos cronicones 31 -otra de las características ele los historiadores del Setecientos--- escribe no sólo en calidad de espaíiol sino también de andaluz, para defender lasfamosas islas, rebatiendo con ello ele nuevo al P. Flórez que, en el tomo XV de la Espaíia Sagrada, tratando de las islas de Galicia,

2h. Archivo Sociedad Econ{nnica ue Amigos del País. libro 1 ele Actas (l775-17RO). fol. 129.

27. 1/Jidcnl. fol. 207 (4 de junio de 17/X). 2~.

Naciuo en /\lmonaster la Real. era Joctor en Sagrados Cúnones y ahogado Je los Reales Consejos

y del Colegio ue Sevilla. Ct. AguiJar Pi11al. op. cil., 69-70. 1'!. El hecho ue no uesplazarse a Sevilla para hacer personalmente el juramento acostumbrado. lo jusnfica Antonio Jacoho del Barco cn carta cm•iada a Cortés. en la quc le manifiesta que ya ha 28 w1os que padesco una ros c;,nv11lsim l111hir11al que desde el w/o 45 no 111e ha permitido dar una V11elta por esa mi amada Ciudad.

JO. Are h. A e. Sev. B. Le!. Carta de presentación adjunta al remite de su obra Acerca de /usfámosas islas Casirérides. tomo XI de Diserraciones. fols. 1-2. Cf. "Antonio J. del Barco: Las Casitérides". transeripci{>n y notas a cargo de V. Fomhuena Filpo, en La Allligüedad como argumento. Hisloriografla de Arq11eología e f!isroria A111ig11a en AndaLucía II. J. Beltrán y F. Gaseó (eds.) (Sevilla 1'195) 201 ss. 31. En este caso la crónica falsa de Luitprando, obispo de Cremona. cuya primera edición es la de París. 1628. y que el P. del Barco refuta en el fol. 26 de su Diserracifj¡z sobre las Islas Casirérides. CL J. Gndoy y Alcántara, Historio crírim de los fá/so:; cronicones (Maurid 1868) 219.

780

Vi~ente

Fombuena Filpo

se atreve -manifiesta del Barco- a echar el fallo redondo de que jamás hubo tales islas, considerándolas como cosa imroducida por los griegos, no bien informados del fin de la rierra. Y al mismo tiempo para impugnar al inglés Guillermo Cambden, el cual, en su Brirania (Mufíoz y Romero, 1858; 78), identifica a las Casitérides 32 como las Sorlingas 33 , cosa que no hacen ninguna de las fuentes antiguas manejadas, lo que demuestra con todo detalle el vicario anubense. Para no extendernos en demasía, sólo vamos a resefíar una cuarta disertación, en este caso inédita, del P. del Barco. Se trata del Problema histórico-geográfico sobre si fue la Bética la Tarsis de las flotas de Salomórf 4 , donde, basándose en citas del Antiguo Testamento en las que aparece el nombre de Tarsis como pueblo y no como individuo, concluye que verdaderamente existió, porque, además, en la Profecía de los Reyes Magos se dice que: ofrecieron los reyes de Tarsis, islas Saba y Arabia. oro, incienso v mirra. A este respecto, ya sabemos, y está confirmado por la historiografía moderna, que Salomón para la construcción del templo de Jerusalén utilizó el artesanado fenicio y que fue el primer comprador de todas las importaciones fenicias de la rica Tarsis, en especial oro, plata, estafío, plomo y hierro. Como se puede apreciar toda una trayectoria intelectual la del erudito P. del Barco dedicada a defender y a enaltecer las glorias de la Bética, en general, y de su lugar de origen -Huelva--, en particular, algo tan peculiar en los ilustrados del siglo XVIII que. podemos decir, no hubo estudioso de cierto prestigio que, en algún momento, no polemizara acerca de una cuestión determinada, casi siempre cuando se ponía en entredicho el prestigio de España o de su lugar de nacimiento. Este es el caso, por ejemplo, del enfrentamiento Feijoo (1676-1764)-Mayans y Sisear (16991781) o Flórez-Mayans. tres figuras cumbres del Setecientos espaiiol. Hemos de advertir que, en general, la amplitud de los debates y el marco de éstos sólo puede ser entendido conectando sus planteamientos con los de otros autores.

32. Las islas Kassitérides. más le,endarias que reales. son las islas del kassíteros (estafio). de ya en la Antigüedad. Al¡! unos las identifican con las primitivas islas Estrímnides, situadas en la Bretaf\a fran~csa. a la entrada Jél ~anal de la Man~ha; otros cun las Scilly o Sorlingas. pequefio archipiélago bnt;íni~o que se encuentra frente al ~abo Land's End. entre el ~anal de la Man~ha y él ~anal de Bristol: otros con las islas de las rías gallegas. regi()n donde se obtenía estafio en abundancia; y. por fin. otros ~on las Islas Británi~as (península de Cornualles). Dichas islas fueron d,"~ubierras probablemente por los feni~ios o cartagineses de Cádiz hacia el siglo VI a. C., quienes procedieron a establecer una ruta marítima ~omcr~ial wn ellas desde el noroeste de Espai\a, vía de importación del estafio que procuramn guardar muy celosameme. Una extensa bibliografía y un detallado estudio sobre las islas Casit~rides se en~uentran en la obra de F. J. González Ponce. Avieno v el Periplo (Écija 1995) 64-71. problemáti~a lo~aliza~ión

33. El grupo de las Sorlingas comprende treinta islas. 34. Sin

fe~ha.

se conserva én el

Ar~h.

de la

A~ademia

de Buenas Letras en el tomo XI de

Disertaciones. fols. 42-70. Basada en los textos bíblicos. y con un tratamiento muy aproximado al que se le otorga en la a~tualidad. ha sido analizada y confromada con las ~itas de los Libros Sagrados por V. Fombuena Filpo en su Tesis Do~ toral. in¿dita. ya citada ( 1996) :n, en La Antigüedad como argumento. Historiografía de Arqueología e Historia Anrigua en Andalucía I, 1. Beltrán y F. Gaseó (Eds.), Sevilla, pp. 9-28. Godoy y Alcántara, J. (1868): Historia crítica de los falsos cronicones. Imprenta y Estereotipia de M. Rivadeneyra. Madrid, 343 pp. González Ponce, F.J. ( 1995): Avieno y el Periplo. Écija. Grimberg, C. (1973): El Siglo de la Ilustración, vol. 9 de Historia Universal Daimon, Barcelona. 448 pp. Guinea Díaz, P. (1993): «Antigüedad e Historia Local en el siglo XVIII andaluz,, Florentia Iliberritana, n" 2, Granada, pp. 241-257. Lara Ródenas, M.J. de (1995): Un heterodoxo en la Huelva de la Ilustración: Miguel Ignacio Pérez Quintero, Huelva, 338 pp. Maravall, 1 .A. (1972): 1c muestra que en su tiempo tal estrategia, empleada todavía por los nómadas, era desechada -sin razón, según el tunecino- por los emires norteafricanos: Los árabes y la mayoría de las tribus beduinas que andan errantes y emplean la técnica de atacar y retirarse disponen sus camellos v las acémilas que llevan el bagaje en líneas, con el fin de ">stener a los hombres en lucha. Estas líneas constituyen un lugar donde retirarse: se llaman al-majhudah ''- Es de notar que todos los pueblos qu.: siguen esta técnica son más firmes en la batalla y están me¡or protegidos contra la sorpresa y la derrota. Se trata de un hecho bien conocido, pero los reyes actuales lo han echado en saco roto. En vez de ello, ponen detrás de ellos las acémilas portadoras de los fardos y sus grandes tiendas, como formando la retaguardia. Esos animales, sin emhargo, no pueden reemplazar a élefantes y camellos. Por tanto, los ejércitos están expuestos al peligro de la derrota y se muestran siempre dispuestos a huir en combate.

No llevaba Ibn Jaldún toda la razón en sus críticas> pues el mismo dispositivo de defensa usaron los turcos> y no por casualidad, evidentemente. Durante la batalla de Varna (1444 d.C.), según se nos cuenta 14 > un círculo de grandes escudos de hierro clavados en tierra protegió del enemigo a Murad II y a su plana mayor; delante de los escudos se colocó una fila de camellos; y ni que decir tiene que en torno al sultán se plantó el batallón de jenízaros (neélydes). Es de advertir que esta curiosa empalizada de escudos fue utilizada ya en el Bajo Imperio por los romanos para

!l. La misma costumbre es descrita por Coripo en otros pasajes (Johánide, II 93 ss., 396 ss.; V 351. 377, 422, 4S>. MM 26 (1985) 21S-233. lám. 46. X7. Para más detalles véase nuestro artículo citado en nota S:'i. con bibliografía.

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La dio'a leontocéLtla Lk Cartago

muchas acuü.aciones de Áfricaxx. siguiendo el ejemplo de Fenicia y Siria89 . Una imagen de este tipo se ha querido ver en un relieve del templo al Genio de la colonia de Oea')( 1, o en la estatua de Leptis. considerada también la Tyché o Genius de la ciudadY', bajo las que se pretende ver a la antigua divinidad púnica, Astarté o Tinnit, protectora del lugar 9c. ABREVIA TU RAS Daremberg-Saglio =C. Daremberg, E. Saglio, Dicrionnaire des Anriquités Grecques et Romaines d'apres les monuments (París 1877-1914). HAAN =S. Gsell, Histoire Ancienne de l'Afrique du Nord (París 1914-1929). ICO = M. G. Amadasi Guzzo, Le iscriz.ioni fenicie e puniche delle colonie in Occidente (Roma 1967). KA/= H. Donner, W. Rüllig, Kanaanaische und aramai'sche Inscriften (Wiesbaden 1971-1976) (3"). LAg = W. Helck, E. Otto (ed.), Lexik.on der Agyptologie (Wiesbaden 1972 ss). LIMC = Lexikon Iconographicum Mytlzologiae Classicae (Zürich und München 1981 SS).

PW = A. Pauly, G. Wisssowa et alii (ed.), Real-Encyclopadie der classischen A lterrumswissenschaft (Stuttgart 1964 ss). Roscher = W. H. Roscher (ed.), Ausführlisches Lexikon der griechischen und romischen Mithologie (Leipzig 1884-1921 ).

88. C.T. Falhe. J. Chr. Lindberg, L. Müller. Numismatique de l'Ancienne Afrique (Bolonia 1'164) II, 4-5. 23. III. 60. J. Mazard, Corpus Numo mm Numidiae Mauritaniaeque (París 1955) 96, 152, 156-7, 158. 89. Donde, sin embargo, representan en la mayor parte de los casos a una divinidad del tipo Astarté, lo que plantea de nuevo la problemática de la relación Astarté-Tinnit. Véase la disgresión de M.L. Barré, op. cir. ¡n. 63) 70-71. 90. G. Caputo. "II temrio oeense al Genio della Colonia", Africa Italiana VII (1940) 35-45, especialmente 40-43. 91. M. Floriani Squarciapino «Fortuna o Astarté-Genius Colnniae'?», QAL 5 (1967) 79-87. La autora aduce documentación epigráfica para probar que los anriguos dii patrii fueron adorados en época imperial como genii de la ciudad (n. 14). 92. Resulta de interés a este efecto el estudio de la diadema de plata, de uso probablemente sacerdotal, procedente de A\n-Kamouda, cerca de Thala (L. Poinssot. op. cir. (n. 49). n" 78, 120, pi. LVIII, 1). En el cenrro puede verse el busto de dos divinidades. la de la derecha masculina, barbada y con los cuernos amonianos. la de la izquierda femenina y con corona torreada. Ambas efigies se consideran representación de Baal Hammon y Tinnit. resrectivamente (M. Leglay. Sar. Afric. Hisr., cit. n. 81. 373, n. 5). M.L. Barré (op. cir. [n. 63] 72) se rd'iere a la diadema procedente de A\n-ei-Ksar, cerca de Batna. muy semejante a la anterior, aunque no estamos de acuerdo con su conclusión de que la cabeza torreada represente a Asta11é.

842

María Cruz Marín Ceballos

1050 Lám. 1,1

Lám. 1,2

Lám. 1,3

Lám. 1,4

843

Kolaios 4 (1995) 845-853

LA ETIMOLOGÍA DEL ESPAÑOL CONCHABAR(SE) José Luis MORALEJO (Universidad de Alcalá de Henares)

l. Estado de la cuestión Las dos principales hipótesis sobre el origen del verbo español conchabar(se) propuestas hasta la fecha se deben a otros dos grandes maestros de la filología románica. Va por delante en el tiempo la formulada por W. Meyer-Lübke en su Romanisches Etymologisches Worterbuch (REW, n° 2116a)93 , que aparece referida solamente al portugués conchavar, . Por tanto, conchabar sería en su origen algo así como . Antes de proseguir con la exposición del estado de nuestro asunto, convendrá advertir que Meyer-Lübke pecó de prudente al poner un asterisco a su conclavare; pues, según nos advierte Corominas94 , tal verbo puede darse por documentado en el latín antiguo, aunque sólo lo esté por una glosa (CGL JI 446, 18) que lo equipara al griego avvr¡'Aw, el cual, al menos en su origen, sólo pudo significar «clavar juntamente>>. Y de hecho el ThLL 95 recoge un "l. conclavo ", compuesto/derivado de con y clavus, basándose precisa y exclusivamente en la glosa citada.

93. Cito por la 5" ed. (Heidelberg 1972), s.u. *conclavtire. El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE, Madrid 1992 21 ) s.u., da la etimología conclavare sin más explicaciones, siguiendo, según creo, al REW y no al DCECH de Corominas (vid. in(ra). 94. J. Corominas y J.A. Pascual, Diccionario Crítico Etimolófiico Castellano e Hispánico (DCECH) 11 (Madrid 1980) 168 s., s.u. conchabarse. 95. Thesaurus Linguae Latinae IV, s.u.

845

La etimología del español conchahar(se)

Ahora bien, y como es obvio por lo que acabamos de decir, el ThLL también aduce un "2. conclavo", que sería compuesto/derivado de con y clavis, y del que tampoco tenemos más testimonio antiguo que una glosa, esta vez de Paulo-Festo (p. 58), en la que se documenta su participio de perfecto: "conclavatae dicebantur qua e sub eadem erant clave." Este conclavo 2, que él considera como inmediatamente derivado de conclave, , que sería el propio de conclavari, vendría el que el docto lexicógrafo considera como significado originario del término románico. el de «acomodarse varias personas en un lugar». De él derivarían los más frecuentes y actuales de y, en empleo transitivo, 97 .

2. Corominas versus Meyer-Lübke No hará falta decir que no hay inconveniente que oponer a las hipótesis consideradas en el orden fonético, en el cual resultan ser idénticas por basarse en términos latinos homónimos98 • Sin embargo, el hecho mismo de que se escriban estas líneas ya puede hacer presumir que desde el punto de vista significativo no considero ni una ni otra como plenamente satisfactorias, o al menos no tan satisfactorias como alguna otra de las posibles. Pasemos, pues, a exponer por qué. De la hipótesis de Meyer-Lübke hace el propio Corominas una crítica que, a decir verdad, no me parece del todo concluyente: si he entendido bien lo que escribe, se limita a advertir, a propósito de la glosa que constituye la única documentación antigua del con clavo l (), que "las glosas latinas son interpretaciones tardías hechas, muchas veces sin gran autoridad, sobre voces que aparecen en textos más antiguos"; y acto seguido pasa sin más a ponderar la mayor antigüedad del ya citado pasaje de Festo (según Paulo) que nos documenta el conclavo 2, en el que él ve el auténtico étimo de conchabar(se), y de otro del mismo autor en

96. DL'ECH II. loe. cit ..111pra en n. 2. Atribuyo esta etimología a Corominas porque los términos en que él se pronuncia dan a entender que la misma no había sido propuesta anteriormente. La suscriben, entre otros. aunque sin citar a su autor. P.M. Lloyd. De/latín al espwJol J. Fonología y Mor{ología lústóricas de la lengua espmJola (Madrid 1993) 36X. y. con cierta cautela. M. Moliner. Diccionario de uso del espmJol I (Madrid 19R2). s. u .. Para la etimología fundada en concha. véase infra nuestra n. 13 y la parte del texto correspondiente. No parece tener mayor verosimilitud la propuesta por F. del Rosal (¡,15371()JJ'!). Diccionario etimofl!gico (ed. facs. y estudio de E. Gómez Aguado. Madrid 1992) 169. s.u .. basada en contahulüre, «siguiendo la metáfora de la carpintería"). 97. Recordaré que el DRAE úa para conchabarse e! sentido "fam(iliar)" de "unirse dos o más personas para algún fin considerado ilícito". Antes define tres empleos tmnsitivos: 1) "unir. juntar. asociar": 2) "mezclar la clase inferior de la lana con la superior o mediana. después de esquilada": y 3) (en "Amér(ica) Merid(ional)"" "asalariar. contratar a alguno para un servi~io de orden inferior, generalmente doméstico". 98. Creo que pueden comiderarse tales. a pesar del claro parentesco etimológico de clavis con clavus, en vista de su evolución semántica claramente divagente.

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José Luis Moralejo

que el que se define el sentido del sustantivo conclave, en el cual estaría el origen inmediato de aquel verbo latinoY9 . No vamos a despachar aquí tan sumariamente la hipótesis de Meyer-Lübke, con respecto a la cual, como de inmediato veremos, no me parece que suponga un gran adelanto la de Corominas. A mi modesto entender, es cuestión secundaria la de la seguridad de la documentación del supuesto étimo; pues tampoco ponemos en duda muchos otros étimos latinos de términos románicos que no han logrado quitarse de encima el asterisco ni siquiera gracias a testimonios como el de la glosa a conclavo 1, que tan precario le parece a Corominas. Dicho en otros términos, no veo razón positiva para negar la existencia de tal verbo en latín. Cosa distinta es, claro está, que de él derive o no nuestro conchabar(se), por más que, como ya decíamos, tampoco haya nada que objetar a tal derivación desde un punto de vista fonético. Así pues, los argumentos que considero más pertinentes al caso han de ser de orden semántico, y en ese ámbito sí creo que cabe poner algunos reparos a la hipótesis de Meyer-Lübke. En efecto, y aunque no cabe excluir la posibilidad de que haya mediado en el proceso una audaz, cuando no brusca "metáfora carpinteril". no veo como cosa fácil el que de un primitivo significado se haya pasado a uno, que a mí me parece en todo caso mayoritario, en el que los dos "actantes" 1rxl que el proceso verbal en cuestión exige normalmente resultan ser nombres marcados por el rasgo 1+"humano" 1. En efecto, se habla sobre todo de «Conchabarse con alguien>>, de , y, en el empleo americano que registra el propio DCECH (como el DRAE), conchabar vale por «asalariar, ajustar los servicios de alguien>>. En resumidas cuentas, creo que gran parte de los empleos de conchabar(se) acreditan dos rasgos semánticos (o "sernas") del proceso verbal que no podemos ignorar a la hora de buscar su origen: el ya aludido del carácter 1+"humano" 1 de sus argumentos o actantes habituales, y además el de cierto factor verbal que me parece que suele mediar en la relación que el predicado establece entre ellos (factor obvio en expresiones que eventualmente pueden llegar a ser equivalentes o sinónimas de nuestro término como, por ejemplo, «Comprometer(se)>>, «apalabrar>> o, en el sentido axiológicamente negativo en que nuestro término aparece tantas veces, «Confabularse>>). Pero dejemos ahí nuestra crítica a la hipótesis de Meyer-Lübke, a la espera de ver si hay otra más plausible, y examinemos los inconvenientes que yo le veo a la formulada por Corominas.

99. Se trata de Paulo-Festo p.3R: "cunclavia dicuntur loca quae una clave c/auduntur" (cf. ThLL IV. s.tt. concl!!1·e). Como digo. y aunque él no lo afirme expresamente. Corominas parece considerar conc/iivo 2 como denominativo de conclü\'e, pues define su conc/avtiri como «encerrarse en un conclave». 100. No creo que necesite explicación este ya común término lingüístico procedente de la sintaxis de L. Tesniere.

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La etimología del espafiol conclwhar(se)

3. Las razones de Corominas Si, como leemos en el DCECH, conchabar(se) -supuesto derivado de conclavari, «acomodarse en una habitación•• (conclave), es decir, el conclavo 2 del ThLL- significó en su origen , cabría esperar que tendiera a presentar una estructura sintáctica con un sujeto 1+"humano" 1 y un complemento locativo que no sería, en términos de gramática funcional, un mero "satélite" o complemento facultativo, sino un "argumento" 101 , en cuanto que constituyente exigido por el contenido léxico del predicado verbal. Por otra parte, se comprendería también fácilmente la existencia de una construcción transitiva, con objeto 1+"humano" 1 o no, pero en todo caso con una "valencia" 102 específica para un argumento de carácter locativo. Pues bien, según Corominas, semejante "significado locativo" está patente no sólo en los más antiguos empleos registrados, sino que pervive en los posteriores. Así, por ejemplo, en la que se considera como primera documentación del término, un pasaje de Alfonso de la Torre, de hacia 1440: "porque viendo que no se pueden conchabar en un pecho religiosa charidad con tyranía cruel, nadie le osa condenar por malo" 103 . A mí, sin embargo, me parece que en ese ejemplo sólo son argumentos, es decir constituyentes exigidos por el lexema del predicado, charidad y tyranía 104 , en cuya antítesis léxica reside la sustancia de la expresión; en cambio, el sintagma "en un pecho" creo que podría interpretarse como un mero satélite, como un complemento no indispensable. Dicho en otros términos, la esencia de lo que ahí se quiere decir es que no son compatibles caridad y tiranía; la circunstancia de que ello ocurra, además, en una misma alma parece obvia o, al menos, secundaria. Corominas aduce además definiciones antiguas del término castellano que, en su opinión, prueban el supuesto "significado locativo, de acomodación a un lugar" que en origen tenía. Sin embargo, sospecho que tales definiciones reposan, conscientemente o no, sobre la misma etimología popular -y disparatada, según el propio Corominas reconoce- que Covarrubias no tiene empacho en propugnar: conchavan(:a sería "un cierto modo de acomodarse, como hace el pescado dentro de la concha, y

101. Aunque tal vez no sea necesario. para estos conceptos remito a H. Pinkster. Sintaxis y Semántica

del Latín (Madrid 1'Jt)5) 1 ss. 102. Me sirvo aquí de un concepto ya bien conocido propio de la llamada gramática dependencia! (véase Pinkster. loe. cir. ). El tipo de valencia específica al que me refiero lo tenemos en verbos como ha/Jitar, residir y similares. 103. Corresponde a Phi/os. II 3. según veo en el Diccionario de Autoridades 1 (ed. facsímil, Madrid 1'J84). 474. S./l. 104. Anotemos de paso el anacoluto producido por la contaminación entre las construcciones "se conchaban A y B" y "se conchaba A con B". Pero en una y en otra. y también en la híbrida de ambas ("se conchaban A con B"). A y B son auténticos argumentos.

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de ahí el verbo aconchavarse" 105 . El caso es que no veo razones para atribuir al significado primitivo del verbo conchabar(se) un -digamoslo así- "serna locativo" capaz de acreditar su origen en un latín conclavari que significara «encerrarse (con alguien) en cierto sitio» o cosa parecida. Por Jo demás, tampoco le encuentro mucho sentido a la prolija erudición con que Corominas nos documenta el significado «retrete, cuarto encerrado e íntimo, por Jo común pequeño» 106 del sustantivo latino conclave. En efecto, ni me consta que se haya negado que su sentido sea ése o algún otro muy parecido, ni, sobre todo, alcanzo a ver que de tal significado del término se deduzcan argumentos en favor de la tesis de que en un conclüvari de él derivado 107 está el origen de nuestro conchabarse, al menos a la luz de los empleos más habituales de éste; y es que el salto -más que paso- decisivo y problemático viene más tarde, a la hora de hacer ver cómo de un significado del tipo . En fin, añadamos que si lo que conclave significaba era lo que, con razón, nos dice Corominas, su prefijo con- tendría un sentido perfectivo o similar, más que el comitativo o colectivo que Paulo-Festo atribuye a ese término y al conclavatae participio de su presunto derivado conclavari, y el propio Coro minas a conchabarse en su valor originario 108 . Pero vayamos ya al paso o salto semántico decisivo. A su respecto escribe Corominas: "De la idea de encerrar a dos amantes en un cuarto o a dos animales en un compartimiento del corral, se pasó fácilmente a reconciliar, poner de acuerdo, pero la base semántica pudo estar igualmente en otra situación, la de los conspiradores o conjurados que se reúnen en un cuarto apartado, y de aquí la idea de «ponerse de

105. El texto de S. de Covarrubias está en su Tesoro de la Lengua Castellana, (manejo la ed. de Madrid-México 19H4), 346 s.u. Corominas se apoya en él para probar el "valor locativo'' que atribuye al término. pero de inmediato rechaza su ''etimología pueril", en la que, desde luego, está bien presente tal valnr. Cita también la glosa de A. de Palencia a acinari: "morar en poco espacio o conchavarse". Ahí no hay mención de la concha. pero me temo que sí está por detrás su imagen. Así parece haberlo entendido ('!)Martín Alonso, Diccionario Mediem/ Espwloll (Salamanca llJ86) s.u., que, sin aducir otro testimonio que el citado de Palencia, define d término de este modo: "Acomodarse bien en un asiento, como el testáceo en su concha". Todavía en J .P. Machado, Diccionário Erimoló¡;ico de Ungua Portu¡;uesa (Lisboa 19X74 ) s.u. se explica(!) conc!wvar como "de concha". 106. DCECH Il 168 b, 45 s. 107. Véase nuestra n. 7. La confrontación de las dos glosas de Paulo-Festo citadas, respectivamente, en el texto y en la nota parece dar a entender que consideraba nuestro conc!avari 2 como derivado de conclave. lOX. Recuérdese que la glosa de Paulo-Festo a concliivia (p. 34, X) habla de varios lugares (loca) que se cierran una clave. «Con una sola llave»; y que la que hace a conclmütae (p. 58) habla de cosas cerradas sub eadem clave. Corominas es ambiguo en este punto con respecto a conclavari: "acomodarse en una habitación" (¡,incluyendo el caso de dos o más pers0nas que «Se acomodan» compartiendo un mismo recinto'?); pero con respecto al que considera sentido primitivo de conchabarse, sí deja claro que tiene por propio del verbo el sentido comitativo: «acomodarse varias personas en un lugar».

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acuerdo para fines malos. inconfesables o secretos»" :oY. Acto seguido, reconoce que esta acepción, que sin duda es hoy la más habitual 11 ". es la predominante desde hace ya varios siglos. Y, por cierto, no sé por qué aduce como dialectales "salm(antinas)" las acepciones «confabularse, concertarse», cuando creo que una y otra responden al uso actualmente central y común en España; y la de «COnfabularse>> es precisamente una de las que encontramos en el diccionario de J. Casares 111 • En fin, parece claro que el paso o salto del que antes hablábamos estriba en el modo y manera de explicar cómo un verbo pasó de significar algo así como «encerrar(se) con alguien en un lugar determinado>> a «concertar(se) con alguien•>, sentido antiguo y moderno que nadie discute. Y no veo yo que Corominas haya dado al respecto una respuesta concluyente. Ante tal situación, quizá convenga reconsiderar los supuestos orígenes del término, empezando por recordar que, como decíamos antes, la candidatura del conclavo 2 del ThLL -es decir, el conclavari de Corominas, que significaría >, «Conversar». Veamos, ante todo, el aspecto formal, fonético, de esta hipótesis. Hay que partir, pues, de un *confabulare, al que no dejo de ponerle asterisco por no tener constancia de que esté expresamente documentada la forma "activada" que todos los deponentes tendieron a tomar en el latín vulgar. Como primer paso a partir de la forma propuesta postularíamos, por supuesto, la síncopa bien acreditada en español y otros romances para el correspondiente verbo simple y el resto de la familia léxica, que daría lugar a un *col!jáblare 16 • Ulteriormente ~y aquí puede estar lo más novedoso de mi tesis~ creo verosímil que se haya producido una metátesis similar a la que hizo que de.fab(u)la(m), vía *jlaba, llegaran a surgir formas como la italiana fiaba (frente a favola) 117 ; es decir, en nuestro caso, de *con.fablare tendríamos *conflabare. Es cierto que en espafiol no tenemos tal metátesis acreditada en esta familia léxica, pero no faltan ejemplos de posibles paralelos que hacen plausible esta explicación; así, el de fabrica(m) >fragua (vía "'frábika > *.frabka), y el de popu1

114. Ya advertíamos antes que, aunque como "salm(antinas)". da las equivalencias "confabularse, concertarse". en DCECH II 169a, 15 s. 115. Véase R. Lapesa, Historia de la lenliua espa!lola (Madrid 1981'). 110. Para una visión de conjunto. M. Alvar y S. Mariner, «Latinismos••, en M. Alvar et al. (dir.), Enciclopedia Lingüística Hispánica chopo (vía *ploppu, etc.) 11 s En fin, el paso *conjlabar(e) > conchabar no presentaría problema alguno, a la vista de paralelos como inflare > (h)inchar 11 ~. Pasando ya al aspecto semántico de nuestra hipótesis, he de empezar por reconocer que para confabulari sólo he visto acreditado en el latín clásico y, en cuanto yo he podido averiguar, en el tardío y en el medieval el significado estrictamente etimológico de >, afirmaba otro, que certificaba cómo . A través de las lecturas de sus obras y compilaciones podemos hacernos una idea nítida de la forma de trabajo de Ceán. Hay que partir de unas condiciones innatas de paciencia, tenacidad, capacidad de trabajo y meticulosidad en el acopio de noticias y datos en archivos y bibliotecas; tanto es así que algunos le han denominado el Plinio español por ese afán enciclopédico en la acumulación y el papeleo. A modo de ejemplo puede verse la nómina de archivos consultados para su estudio sobre los arquitectos hispanos, que incluyen los catedralicios, parroquiales, de hospitales, colegios y ayuntamientos. de hermandades, monasterios y protocolos, sin olvidar los de los Grandes de España, los Generales de Aragón, León y Castilla y el de Indias. Pero si bien es cierto que, como ha destacado Lafuente Ferrari, que en Ceán «la papeleta individual triunfa sobre los nexos en cuyo establecimiento reposa por fuerza la visión histórica coherente, la exposición de un proceso cultural en el tiempo, si lo abordamos con efectivo deseo de explicarnos su sentidO>>, no menos cierto es que estos defectos de su concepción historiográfica son más bien imputables a su época que a su propia persona o forma de hacer. De hecho, la gran aportación de Ceán Bermúdez, como la de otros ilustrados en su misma onda, fue la de crear las bases de lo que luego se convertiría en la crítica histórica, en su caso la artística, bases que no se pueden establecer si no se cuenta con un cimiento documental suficiente como para soportar el edificio conceptual posterior. Por ello no hay que calibrar sus producciones como mero ejercicio de vasta erudición o sabiduría de gabinete, sino en lo que suponen de precursoras de una forma de trabajar más científica y con argumentaciones siempre respaldadas por los datos. En ello radica precisamente su valía como historiador: en la consulta y observación directa y, a ser posible, de primera mano, de la información, en una gran parte inédita y no explorada. Para este fin Ceán utilizó todo aquel material que podía caer en sus manos, desde la documentación archivística y de bibliotecas, contactos personales o por correspondencia, noticias de viajes, a la información propia o de las diferentes sociedades y academias con las que trabó contacto, sin desdeñar la consulta oral; producto de esta metodología es una gran parte de su obra, compuesta de correspondencia con A. Porlier, F. Pereira, L. Fernández de Moratín, B. lriarte, J. Vargas y Porree, Goya, Jovellanos, o cualquiera

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Salvador Ordóiíez Agulla

de los funcionarios a cargo de los depósitos documentales 6 . Él mismo lo expresa en diversos trabajos; así, en la biografía de Jovellanos. nos dice: . Su honradez intelectual le llevaba a hacer constar expresamente las fuentes que utilizaba en sus estudios, en los que en escasos momentos deja entrever alguna experiencia personal o posibilidades de int1ujo propio en otros autores; no obstante, era consciente de la fuerza que sus juicios podían tener en determinados campos, y de ahí el velado orgullo exhibido por su presumible int1uencia sobre Jovellanos en el capítulo de las Bellas Artes, en cuya relación hay más de reciprocidad de lo que a primera vista parece (). Con estos precedentes no es de extrañar que Ceán tardara mucho tiempo en publicar sus obras, a las que intentaba llevar al colmo de la perfección, y que sólo tras un largo período de acumulación de información se decidiera por llevarlas a la imprenta; sus publicaciones impresas se sitúan entre 1800, cuando contaba ya 51 años, y 1829, aüo de su muerte. Testimonio de esta forma de trabajar son sus obras sobre Historia del Arte, especialmente el Diccionario 7 , las Noticias~ y el libro del

6. «Correspondencia epistolar entre Don José de Vargas y Ponce y D. Juan Agustín Ceán Bermúdez durante los afios de 1~03 á 1805. existente en los Archivos de la Dirección de Hidrografía y de la Real Academia de la Historia». BRAH XLVII (1905) 5-60. Carta de D. Juan Agustín Ceán Bermúdez a un amigo suyo sobre el estilo y gusto en la pintura sevillana; v sobre el grado de perfección a que la elevó Bartolomé Estevan Murillo, cuya vida se i11serta y se describen sus obras en Sevilla (Cádiz 1806, reimp. Sevilla 1968). De otras puede verse el elenco de F. Aguilar Pifia!, Bibliografía de autores espat1oles del siglo XVIII (Madrid 1981) vol. II 359 ss. 7. Diccionario histórico de los más ilustres profesores de las Bellas Artes en España (Madrid 1800) 6 vols.

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.I.A. C'eún Bennúdez y el Sumario de las amigüedades romanas que huy en Espwla: unas notas

que aquí nos ocupamos, el Sumario, amén de otras obras menores, de carácter catalográfico o inéditas~. El primero está constituido por una suma de fichas biográficas de pintores, escultores, imagineros, orfebres ... , con indicación de obras y realizaciones, realizado con un método bastante contemporáneo en lo que se refiere a la consulta de la bibliografía. La segunda es una colección de biografías de arquitectos que comenzó Llaguno y que Ceán, tras una primera negativa, continuó a su muerte en 1799, dándole un sentido diferente al prefigurado por Llaguno, en lo que para él era la más insigne de las artes; su importancia es fundamental en la historiografía artística, pues el prólogo constituye la primera síntesis histórica de la arquitectura española de carácter doctrinal y aún hoy es de obligada consulta para el estudioso. Igualmente era consciente del cada vez mayor peso extranjero en los estudios sobre España y sus realizaciones artísticas, y se lamenta sinceramente por ello, en lo que entiende es una situación achacable a los propios defectos nacionales: . La solución que propone Ceán es la adopción de modelos de comportamiento, en el campo de la cultura, extraídos de la experiencia extranjera, pero aplicados en favor del progreso y la extensión de las luces patrias. No hará falta recordar aquí que resabios de esta opinión siguen presentes desgraciadamente en nuestro tiempo, particularmente en el campo del estudio de la Antigüedad. Una buena muestra de todo lo hasta aquí reseñado, de las intenciones y propósito de Ceán, de su forma de trabajo y de los condicionantes entre los que se movía, es el Sumario de las Antigüedades Romanas que hay en Esparza (Madrid 1832), publicado tras la muerte de su autor. La Real Academia de la Historia había aprobado el manuscrito en 1818, cuya composición le había costado más de ocho años de trabajo. El interés por la Arqueología tampoco debió de ser ajeno a su amistad con Jovellanos; sabemos que éste impulsó las excavaciones en Termes, Cabeza del

H. Noticias de los arquitecros y arquitecrura de Espatla desde su restauración, por el Excmo. Sr. D. Eugenio Llagww y Amirola, ilusrradas y acrecemadus con 110tas, adiciones r documentos por D. Juan Agustín Ceán Bemuídez. (Madrid nQlJ) 4 vols. 9. Descripción artistica del Hospiral de la Sangre de Sevilla (Sevilla 1804); Análisis de un cuadro que pintó D. Francisco Goya para la catC'dral de Sevilla (Sevilla 1817): Diálogo whre el arte de la pintura (Sevilla 181 '), reimp. Sevilla llJ6X); «IILIStración a la descripción de la Custodia de la Santa Iglesia de Sevilla». AH 11 ( IXX6) 332-43; Arte de ver en las Bellas Artes del dise11o, según los principios de Sulzer y de Mengs, ¡wr franrisco Mili::.ia. Traducido al casTellano COl/ noras e ilustraciones por D. Juan Agustín Ceán Bermúdez. (Madrid 1827): Ocios de Don J.A. Ceán Bermúdez. sobre Bellas Artes (hasta ahora inéditos) (Madrid IR70): Historia del Arre de la Pillfura (Ms. Madrid 1R23).

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Salvador Ordófiez AguiJa

Griego, Clunia y Numancia; y ambos compartían el dolor por la negligencia, «nuestro abandono>> y pro aestimas hic el ubique scriprwn propter vocis "existimo" similitudinem.

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Francisco Socas

haec sunt necessaria Nicolae, quae si feceris sanus eris, si neglexeris, sepelieris in morbo tuo, nec te quisquam iuuari poterit. 7 Cogita primum quam remote 35 a praeceptis Dei recessisti, qui cum debeas Deum ex toto corde diligere, creaturam amasti, & in ea ornnem tuam delectationem posuisti, sic enim factus es idolorum cultor. Nam qui creaturam Deo praeponit, idolatra est. Negabis te idolatram esse, quasi non praeponas creatori creatum? At si uerum fateri uis, plus tuam amicam diligis quam Deum. Nam quae Deus mandat negligis, postergas, conternnis. Quae uult amica surnn1a cum diligentia curas adimplere: & hoc nempe est praeferre mulierem Deo. Heu quam magnum est malum, quam periculosum, quam detestabile creaturam sic amare ut Deum paruifacias! Deus cum esses nihil, te aliquid esse fecit, ut possis scire diuina, sacra, & uiam qua itur in coelum. Jpse quoque Deus cum ob culpam primi parentis tu & caeteri homines Paradisum 1 609 1 amiseritis, nasci pro te uoluit, fieri homo, capi, caedi, uituperari, crucifigi, mori, ac suo te precioso redimere sanguine. En quam magna ingratitudo est, iniquitas, inhumanitas, feritas, hunc qui tanta pro te fecerit, propter uilem relinquere mulierculam, hoc satis te caeterosque Christianos mouere debet, ab amoribus illicitis Deo soli seruire. 8 Sed cogita ulterius, quid agis Nicolae? Pulchra tibi uidetur amica tua: credisne sic semper pulchra erit? Res est forma fugax 36 , ut inquit Tragoedus, mulier quae hodie formosa cst, eras deformis erit. Quid tua borra perpetua & immutabilia pro caducis mutabilibusque permutas? Sit ut putas spectabili forma mulier, leue hoc bonum est. Nihil forma mulieris est, nisi moribus adiuta. Castitas est quae foeminam laudat, non forma. Tu non castitatem sequeris, formam solum amas. Forma haec uti flos agri decidit 37 • Rosa mane rubet, sero languescit. Nihil formosius est uirtute atque honestare: si hanc intuereris multo tibi formosior uideretur quam tua sit amica. Etenim nec Lucifer, nec hesperus tam decorus est quam ipsa facies honestatis, quam qui relinquit propter mulierem extima oro quam sit delirus & amens. 9 Caeterum Nicolae, ut tecum non multis utar, haec quam amas mulier, non tua sola est, sed complures eam habent. Nec ipsa te solum amat, sed alios quoque diligit. Quid tu in turba uis facere'? Cogita te iam esse in uespero, iam senem, iam meriti proximum: Yisne cum iuuenibus contendere? uis cum robustis pugnare? Quid tibi in eo praelio quaeris, in quo uictor succumbes? Magna res est uirum senem a iuuenibus extorquere mulierem. Sis tamen potens, ut extorqueas, quid uicisti, cum praelium huiusmodi sit, ut uincens succumbat
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