Advertencias de un «anónimo» al emperador: causas de la aparición del De rebus bellicis.

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Descripción

Asociación Interdisciplinar de Estudios Romanos

EN PORTADA: Foro romano.

SIGNIFER LIBROS Gran Vía, 2-2º SALAMANCA Apdo. 52005 MADRID http://signiferlibros.com ISBN: 978-84-16202-05-8 PVP. 35,00 €

Gonzalo Bravo Raúl González Salinero (editores)

No parecen haber existido dudas en la historiografía tradicional acerca del carácter fuertemente centralista del Estado romano, tanto en época republicana como imperial. Sin cuestionar la realidad histórica de las bases estructurales que permiten confirmar en gran medida esta visión, resulta imprescindible analizar cómo se percibía, se asumía o, en otros casos, se escamoteaba, el poder central en la periferia del mundo romano y en el ámbito provincial y local. ¿Qué tipo de relaciones imperaba entre los poderes centrales y locales en el mundo romano a lo largo de sus diferentes períodos históricos? ¿Qué grado de concomitancia, de sumisión o de desconfianza, pudo haber existido, según los momentos y los lugares, entre el epicentro del poder y la estructura tentacular que caracterizaba a la órbita política romana? Para dar respuesta a estas preguntas será forzoso entender la categoría conceptual de “órbita política” en un sentido amplio en relación con los diferentes mecanismos y estructuras del poder establecido, de modo que podamos acercarnos a las diferentes variables de dicho poder en sus vertientes administrativa, económica, jurídica o religiosa, siempre que guarden relación (incluso antagónica o contestataria) con la oficialidad estatal.

Poder central y poder local: dos realidades paralelas en la órbita política romana

Monografías y Estudios de la Antigüedad Griega y Romana

Gonzalo Bravo Raúl González Salinero (editores)

PODER CENTRAL Y PODER LOCAL: DOS REALIDADES PARALELAS EN LA ÓRBITA POLÍTICA ROMANA

Actas del XII Coloquio de la Asociación Interdisciplinar de Estudios Romanos

SIGNIFER vLibros

Gonzalo Bravo Raúl González Salinero (editores)

PODER CENTRAL Y PODER LOCAL Dos realidades paralelas en la órbita política romana

MADRID – SALAMANCA 2015

SIGNIFER LIBROS SIGNIFER Monografías de Antigüedad Griega y Romana 45

SIGNIFER Libros

EN PORTADA: Vista del Foro Romano

ACTAS DEL XII COLOQUIO DE LA ASOCIACIÓN INTERDISCIPLINAR DE ESTUDIOS ROMANOS, CELEBRADO EN LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID LOS DÍAS 19-21 DE NOVIEMBRE DE 2014

El contenido de este libro no puede ser reproducido ni plagiado, en todo o en parte, conforme a lo dispuesto en el art. 534-bis del Código Penal vigente, ni ser transmitido con fines fraudulentos o de lucro por ningún medio.

© De la presente edición: Signifer Libros 2015 Gran Vía, 2, 2ºA. SALAMANCA 37001 Apto. 52005 MADRID 28080 ISBN: 978-84-16202-05-8 D.L.: S.242-2015 Diseño de páginas interiores: Luis Palop Imprime: Eucarprint S.L. – Peñaranda de Bracamonte, SALAMANCA.

Índice

Gonzalo Bravo y Raúl González Salinero Introducción��������������������������������������������������������������������������������������������������������11

Sobre fuentes y su interpretación José d’Encarnação Roma y Lusitania: ¿dos poderes paralelos?��������������������������������������������������������19 Fernando Fernández Palacios Controlando a los brittunculi en el norte britano: poder local y poder central en las Tabulae Vindolandenses�������������������������������31

El poder en las ciudades Alfonso López Pulido El gobierno de las ciudades griegas como ficción política................................. 51 Marta González Herrero Evidencias del intervencionismo del poder central en la integración del extranjero en las ciudades romanas....................................... 69 Mauricio Pastor Muñoz y Héctor F. Pastor Andrés Poder político y social de los aediles en los municipios de la Bética................ 81

Índice

En Italia y las provincias Enrique Hernández Prieto Hispania: 206-197 a. C.: ¿dentro o fuera de Roma?........................................ 107 Juan Luis Posadas La recluta ad tumultum como respuesta equivocada ante la rebelión de Espartaco en el año 73 a. C................................................ 123 Alejandro Díaz Fernández Dum populus senatusque Romanus uellet? La capacidad de decisión de los mandos provinciales en el marco de la política romana (227-49 a. C.).................................................................................................... 135 Alejandro Fornell Muñoz Intervención del Estado romano en la producción y comercialización del aceite bético................................................................. 153 Enrique Gozalbes Cravioto Procurator conlocutus cum principe gentis: sobre las relaciones del gobernador provincial con poblaciones de la Mauretania Tingitana................ 169

En la Roma imperial Pilar Fernández Uriel Domiciano, el administrador eficiente.............................................................. 189 Sabino Perea Yébenes Los Severos en Oriente y su programa colonial, a propósito de Ulpiano, Digesto, 50, 15, 1: la perspectiva militar........................................... 203

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Índice

En la Roma tardía Gonzalo Bravo Gobierno central y autonomía local: ¿dos poderes antitéticos en el Occidente tardorromano?.................................. 237 Francisco Javier Guzmán Armario Urbes y poder central en la Antigüedad Tardía: los casos de Alejandría, Antioquía y Constantinopla....................................... 251 Raúl González Salinero Indisciplina y resistencia a la autoridad romana en la Iglesia dálmata: Gregorio Magno y la sede episcopal de Salona................................................ 263

Comunicaciones Helena Gozalbes García Iconografía monetaria en las colonias romanas de Hispania: ¿aspiraciones locales o expresión del poder romano-central?.......................... 285 David Soria Molina Arabia Petraea, de reino cliente a provincia romana (63 a. C.-106 d. C.)........................................................................................... 313 José Ortiz Córdoba Vespasiano y los saborenses: el traslado al llano de la ciudad de Sabora....................................................... 331 Diego Mateo Escámez de Vera La lex Narbonensis y la centralización del culto imperial en época Flavia.................................................................... 355

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Índice

Carles Lillo Botella Patriarcas y emperadores: judaísmo y poder político tras la destrucción del Segundo Templo........................................................... 375 Héctor Valiente García del Carpio Los confines del Imperio: Olbia del Ponto y el mundo romano entre los siglos I y IV d. C. .................... 395 Begoña Fernández Rojo Advertencias de un «anónimo» al emperador: causas de la aparición del De rebus bellicis..................................................... 409 Elisabet Seijo Ibáñez El desafío del poder local al poder central: la disputa entre el obispo Ambrosio de Milán y la emperatriz Justina............. 423 Nerea Fernández Cadenas Las relaciones entre los vándalos y el Imperio romano de Occidente: ¿política destructiva o diplomática? El caso de las damas imperiales............. 443 Agnès Poles Belvis El patronato imperial y episcopal en la relación entre poderes: el caso de Porfirio de Gaza y sus embajadas a Constantinopla........................ 453

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Advertencias de un «anónimo» al emperador: causas de la aparición del De rebus bellicis* Begoña Fernández Rojo Doctoranda-Universidad de León

Introducción y planteamientos iniciales En la actualidad, el escrito De rebus bellicis continúa siendo un texto con múltiples incógnitas. Su lectura no nos permite conocer con exactitud la cronología, el autor y el destinatario del mensaje, pero sí nos proporciona información a grandes rasgos sobre el momento por el que estaba pasando el Imperio Romano. Nos refleja una situación de inestabilidad a la que este desconocido autor intenta dar una posible solución. Todas estas características, hacen que esta obra sea única. Pero para entender bien el mensaje, primero hay que esclarecer el motivo de su escritura y para ello, analizar minuciosamente el contexto histórico en el que fue escrito, es decir, adentrarse en los últimos siglos de este Imperio para no solamente conocer qué nos dice, sino por qué lo dice. La historiografía contemporánea ha situado cronológicamente esta obra a mediados del siglo IV d. C., bajo el mandato de los emperadores Valentiniano I y Valente. Este siglo en concreto, es conocido como un período de restauración política y administrativa basada en las reformas que efectuó Diocleciano entre finales del siglo III y comienzos del IV. Se puede apreciar la importancia política del ejército frente al Senado a través de las leyes que éstos promulgaban, que nos han dejado una clara constancia de la difícil situación económica y social que se estaba viviendo en los territorios romanos. Se trata de una cronología perteneciente al período denominado como Antigüedad Tardía1 y que queda definido como «una tierra de nadie entre la historia antigua y la medieval, cuyo estudio *

Este trabajo ha sido realizado bajo la supervisión del Prof. Dr. D. Santiago Castellanos, perteneciente al Departamento de Historia Antigua de la Universidad de León, al que quiero agradecer mediante estas líneas sus consejos y ayuda incondicional en la preparación y elaboración de este tema. 1 Es un momento muy complejo y para poder denominarlo, los estudiosos en la materia decidieron crear esta terminología. Su verdadero creador a nivel histórico, fue Henri Pirenne, historiador del siglo XX, quien lo analizó y desarrolló en una de sus obras conocida comúnmente como la Tesis de Pirenne (1937, Mahoma y Carlomagno). En ella, expone que los bárbaros continuaron utilizando métodos comerciales y formas de organización que habían adoptado del Imperio Romano, pero adaptándolas a su cultura. Por esta razón, Pirenne da un gran margen de tiempo a la Antigüedad Tardía, ya que sitúa en el siglo VII d.C. el comienzo de la Edad Media, con la llegada de los árabes a Europa. Estas ideas han sido debatidas, rebatidas y modificadas por un gran número de teóricos especialistas en este período que han generado un intenso y polémico debate entre los que destacan las figuras de Ward-Perkins, 2007; Wickham, 2009; Brown, 1971; Walbank, 1978 y Cameron, 1993.

G. Bravo y R. González Salinero (eds.), Poder central y poder local: dos realidades paralelas en la órbita política romana, Signifer Libros, Madrid, 2015 [ISBN: 978-84-16202-05-8], pp. 409-422.

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no podría ser abordado adecuadamente por ninguna de ellas»2. A esta frase del historiador P. Heather, se puede aplicar un fuerte paralelismo con la problemática existente para el estudio del De rebus bellicis. Este texto ha quedado en una especie de limbo histórico en el que pocos son los investigadores que se han aproximado a su estudio3. La falta de análisis que en torno a él se ha generado, viene aumentada por las propias incógnitas que ya posee el propio texto. Se han creado hipótesis cimentadas en expresiones que el autor ha dejado reflejadas en su escrito, pero nunca vamos a poder confirmar si estas conjeturas son realmente ciertas. Resulta muy sugerente leer cómo un hombre de aquella época busca la benevolencia del emperador para que entienda su atrevimiento y perspicacia ante las propuestas y críticas que presenta en su panfleto. Esta temática que nos muestra, hace que el De rebus bellicis sea un documento único y sin precedentes. En resumen y a modo de declaración de intenciones de lo que se pretende desarrollar en este artículo, nos centraremos en el análisis del contexto histórico de los acontecimientos previos acaecidos en el Imperio Romano anteriores a la fecha que no pocos historiadores han aceptado como verdadera del momento de escritura del De rebus bellicis. Quizás así podamos acercarnos a conocer los motivos que llevaron a la escritura de este texto anónimo. Presentación del texto: el de rebus bellicis Con el nombre de De rebus bellicis es conocido un panfleto que fue dirigido a instancias imperiales. Está compuesto por un prefacio y veintiún capítulos, división realizada posiblemente en época medieval gracias a la transmisión manuscrita4. Fue encontrado junto a un grupo de catálogos, documentos y listas militares, entre los cuales el más conocido de todos es la Notitia Dignitatum. Todos estos archivos tienen una cronología tardorromana. De este documento desconocemos quién fue su autor, quién fue su destinatario y, lo más importante, la cronología exacta de su redacción. Por sus propuestas, se puede pensar que el Imperio romano atraviesa una época de crisis política, económica y militar. Cronología Está aceptado situar cronológicamente este escrito en una franja temporal amplia perteneciente al siglo IV d. C. Gracias a algunos términos latinos que el autor utiliza, se nos permite ajustar un poco más las fechas de su redacción. El término post quem sería la muerte del emperador Constantino en el año 3375. Por el contrario, el terminus ante 2

Heather, 2011, p. 11. Entre los cuales se deben destacar las figuras de Brizzi, 1983; Cataudella, 1990; Giardina, 1989; Hassall, 1979; Ireland, 1984; Sánchez y Ostiz, 2004; Thompson, 1952. 4 Giardina, 1989, p. xxxvi; Ireland, 1984, pp. xvii-xxiii; Sánchez-Ostiz, 2004, p. 20. 5 Giardina, 1989, p. xxxvii; Sánchez-Ostiz, 2004, p. 17. Ambos investigadores se basan en la expresión latina que utiliza el Anónimo (2.1): Constantini temporibus. 3

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quem sería un momento anterior a la derrota militar de Adrianópolis6, acaecida el día 9 de agosto del año 378, y sobre la cual el autor anónimo no se pronuncia en absoluto7. Por lo tanto, nos estamos moviendo en una franja temporal que se sitúa entre los años 337 y 378 d. C. (aproximadamente unos 40 años). Destinatario Para determinar el posible o los posibles destinatarios de esta obra, hay que hacer una reflexión sobre los términos que el Anónimo utiliza para dirigirse a ellos. El autor nos habla de principes, en plural, tanto en el prefacio como a lo largo de los veintiún capítulos que conforman el documento y también se le denomina como optimus imperator. La tradición historiográfica8 ha identificado a Valentiniano I y Valente como los sagrados príncipes a los que se hace referencia en el prefacio. Ambos, estuvieron en el comienzo de sus reinados en la fortificación de los frentes del Rin y Danubio. Ha prevalecido la idea de que el Anónimo dirigió en esos años su libelo a Valente, quien estaría en Constantinopla o en Marcianópolis. Valente fue Augusto en las provincias orientales y su reinado destacó por su fuerte oposición al pueblo visigodo. Otros autores defienden la idea de que el receptor sería Valentiniano I, ya que conocemos que este emperador fue un gran apasionado de las máquinas de guerra y de las ilustraciones9, ambos elementos bien palpables en este documento. Valentiniano I fue aclamado emperador el 25 de febrero del año 364 d. C. Realizó una distinguida carrera militar bajo Juliano y Joviano. De hecho, a la muerte de este último, fueron las tropas de Nicea las que le hicieron emperador. En marzo del año 364, al pasar por Constantinopla, designó a su hermano Valente como emperador de Oriente. Prosiguió su camino a Occidente donde se enfrentó con los alamanes en la Galia. Pasó la mayor parte de su reinado asegurando las fronteras del norte de Europa. Entre Valentiniano y Valente no hubo ninguna preeminencia que distinguiese a ninguno de ellos como el optimus imperator. Sin embargo, S. Mazzarino10 propuso la idea de que otro posible receptor fuera Constancio II, y que la crítica del anónimo fuera enfocada hacia el reinado de Constantino I. Actualmente esta hipótesis ha sido ya descartada.

6 Enfrentamiento militar junto a la antigua ciudad romana de Adrianópolis, actual Edirne (Turquía). Los pueblos godos (con Fritigerno, jefe de los tervingios al mando) combatieron contra el Imperio Romano de Oriente, encabezado por el Emperador Valente, quien murió en el transcurso de esta batalla. 7 Sánchez-Ostiz, 2004, p. 17, donde asegura que el Anónimo no habría podido haber silenciado las consecuencias que tuvo un desastre militar como este, apoyándose también en la insistencia patente en el texto sobre las fortificación de las fronteras, hecho que tras el año 376 estaría fuera de lugar, ya que los godos habían penetrado en los territorios del Imperio; Giardina, 1989, pp. xxxvii-xxxviii, comenta que la imagen que tenía el Anónimo del limes era la frontera danubiana aún completa. 8 Giardina, 1989, p. xlviii; Sánchez-Ostiz, 2004, p. 19; Thompson, 1952, p. 2; Reinach, 1922, pp. 205-265. 9 Matthews, 1975, pp. 51-52; Astin, 1983, pp. 49-50. 10 Mazzarino, 1951, p. 126.

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Autor Nuestro Anónimo se presenta como una persona con unos rasgos de estilo inestable11 y gran originalidad de pensamiento. Pero aún quedan muchos detalles para poder llegar a saber quién fue realmente este hombre y qué le llevó a decidirse a escribir sus preocupaciones, sugerencias e ideas a la comisión más alta de poder en aquellos momentos. A lo largo de los años se ha pensado que este autor era con toda seguridad pagano, debido a la crítica que hace en su texto hacia el reinado de Constantino12. Se le considera una persona de mediana cultura puesto que por algunos paralelos que hace en su escrito nos permite creer que ha leído a Vitruvio y que conoce de forma directa o tal vez indirecta a César, Virgilio, Suetonio y Jenofonte13. Al analizar su estilo, el filólogo A. Sánchez-Ostiz admite que es difícil saber si el Anónimo era de habla griega o si su lengua materna era el latín14. Esta segunda idea es la que cobra más veracidad a la hora de considerarla correcta. El autor nos deja leer entre líneas en su prefacio que podría ser un «privado», es decir, que en ese momento no desempeñaba ningún cargo15. Es llamativa la frase en la que asegura que escribe este panfleto porque al emperador se le escapan algunas eventualidades que suceden en sus dominios y que es por ese motivo por el que él, al ser un particular, quiere hacerle ver cuáles son los males y las posibles soluciones que acechan al Imperio Romano de su tiempo16. Por su estilo, los especialistas aseguran que estaría iniciado en la Gramática y en la Retórica, lo que le habría familiarizado con las expresiones de historiadores y oradores. Demuestra que intenta hacer gala de su retórica, en varias ocasiones extravagante, pero lo que no significa que en ella manifieste una madurez literaria17. Temática En el texto aparece una clara distribución desigual de las unidades de contenido, lo que nos sugiere que los títulos que los encabezan no son ni propios ni originales del 11

Sánchez-Ostiz, 2004, p. 14. Sánchez-Ostiz, 2004, p. 15; Anónimo, De rebus bellicis, 2.1. El propio texto nos los demuestra mediante la frase: Constantini temporibus profusa lartigio aurum pro aere quod antea magni pretii habebatur uilibus commerciis assignavit, sed huius auaritiae origo hic creditur emanasse. 13 Giardina, 1989, p. xxxiii; Sánchez-Ostiz, p. 15. 14 Sánchez-Ostiz, 2004, p. 15. Se confirma la dificultad de saber su verdadera lengua materna ya que en época de Valente y Valentiniano I el latín era el idioma habitual utilizado en el derecho y en el mundo militar romano. Por eso, la lógica nos lleva a plantearnos que para que este documento llegara a instancias imperiales y fuera comprendido por su receptor, debía ir escrito en lengua latina. 15 De reb. bell., pr. 4. El propio autor así se describe: Sed fas erit rei publicae praesulem a priuato desiderata cognoscere, cum rerum utilitas interdum eum lateat inquirentem. 16 De reb. bell., pr. 4-5: Sed fas erit rei publicae praesulem a priuato desiderata cognoscere, cum rerum utilitas interdum eum lateat inquirentem. Ergo nonnumquam inuitandi sunt qui recte quicquam sentire fuerint approbati: nam ut ait optimus orator, ad illum maior pars hominum decurrit quem ingenio natura donauerit. 17 Sánchez-Ostiz, 2004, p. 16. 12

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Anónimo, quien al dirigirlo al emperador, no tuvo la idea de desglosarlo en apartados independientes. Probablemente esta división en prefacio y capítulos surgió por la tradición manuscrita de época medieval18. El prefacio del De rebus bellicis está estructurado como una declaración de principios para la captación de la benevolencia imperial y sobre todo, una justificación teórica de las propuestas. Es en este apartado donde el Anónimo intenta ganarse el favor imperial para poder ser escuchado. Se anticipa en cierta manera a lo que explicará en el cuerpo expositivo del texto, intentando así captar la curiosidad del receptor del mensaje por saber qué iniciativas para mejorar la difícil situación que se estaba atravesando, podría aportar un privatus romano. El núcleo principal de la obra son las reformas y los ingenios bélicos que propone. Pero también pretende reformar diversos ámbitos del gobierno: la administración, las finanzas, los impuestos, el ejército y la organización y sostenimiento de la defensa fronteriza. En el grupo de las reformas económicas, asegura que el principal factor de decadencia en este ámbito, es el derroche económico y la acuñación de moneda. Asegura que el Estado despilfarra demasiado dinero en asuntos propios y sugiere que se aísle a los fabricantes de monedas en una isla, para impedir así la falsificación del dinero19. Cree que una manera de aliviar la caja económica estatal es restringir los gastos militares. Las propuestas para disminuir el gasto militar son tres: la reducción del tiempo de servicio, el asentamiento de veteranos y el reclutamiento suplementario de iuniores20. Sobre la administración provincial considera que el mayor perjuicio es el que realizan los gobernadores de las provincias. Extorsionan para conseguir dinero que nunca se emplea para bienes del propio Estado romano21. Su propuesta respecto a este asunto sería designar funcionarios que tengan una trayectoria realmente intachable. Esta sección no propone reformas sino que se limita simplemente a la censura de esa situación. En la parte central del tratado, el Anónimo nos presenta unas visionarias e ingeniosas máquinas de guerra, en cuya descripción incluye una ilustración bastante detallada y que ha llegado a nosotros gracias a la tradición manuscrita. Es evidente que la idea de crear estas máquinas bélicas surge de la necesidad de reducir efectivos militares y los gastos que estos generaban. Se plantea la hipótesis de que el Anónimo no fue realmente un inventor, sino que fue un recopilador de ideas que ya habían sido empleadas por griegos y por romanos anteriormente y de las que en algunas ocasiones también se estaban sirviendo los pueblos bárbaros22. 18

Giardina, 1989, p. xviii; Sánchez-Ostiz, 2004, p. 20. De reb. bell., 1, 2: Quod si lartigio immoderata seruanda profuderit, opum delectabilitas nullo uetustatis more poterit iam necessitatibus subvenire; Anónimo, Op. Cit., 3.2: Ergo huic quoque parti maiestatus uestrae est ut in ómnibus adhibenda correctio, ita ut opifices monetae redacti undique in unam insulam congregentur nummariis et solidorum usibus profuturi. 20 «Los más jóvenes», hace referencia a ciudadanos de diecisiete a cuarenta y cinco años que sean capaces de empuñar las armas y por lo tanto, destinados a constituir el ejército activo. 21 De reb. bell., 4.1: Ad haec igitur incommoda quae prouncias auaritiae artibus uexant, accedit etiam iudicum execranda cupiditas collatorum utilitatibus inimica. 22 Sánchez-Ostiz, 2004, p. 114. 19

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También nos describe aspectos tácticos sobre las unidades bélicas, añadiendo referencias sobre temas de intendencia militar. Destaca su idea de ordenar los espacios con columnas de soldados de tres en tres y que cada columna esté formada por dos mil hombres y así poder evitar que el resto de las tropas sean aplastadas por sus propios compañeros23. En la traducción realizada por A. Giardina24 se critica fuertemente el hecho de que falten las dimensiones y un desarrollo de aspectos más concretos de cada uno de los inventos sugeridos. La justificación que el Anónimo hace para la descripción de estos artilugios es que los bárbaros se defienden con murallas naturales y por ese motivo habrán de ser vencidos con máquinas bélicas25. Estos artefactos son los siguientes: la balista de cuatro ruedas, ticodrifo, clipeocentro, plomada tribulada, plomada amamillada, currodrépano, currodrépano individual, currodrépano acorazado, toracomaco, ascogéfiro, liburna y balista fulmínea. S. Mazzarino ha afirmado que la labor realizada por el autor anónimo en su escrito se debe a una «gran intensidad de observación de los fenómenos sociales realmente impresionante»26. A. Piganiol ha afirmado que «este pequeño libro está lleno de audaces reflexiones, de promesas de progreso, de un intelecto audaz y con mucho más futuro que toda la legislación promovida por Valentiniano I, para quien el Imperio es una inmensa prisión»27. Contexto histórico en el que aparece La estabilidad política del Imperio estaba atravesando un momento crítico desde mediados del siglo III d.C. Uno de sus gobernantes, Diocleciano, vio la necesidad de llevar a cabo una fuerte reorganización del sistema administrativo imperial y estas remodelaciones debían afectar a todas las infraestructuras que conformaban el armazón sobre el que se había levantado la preeminencia del mundo romano. Así, como es bien sabido, se realizaron cambios en el ejército, en el ámbito monetario, la organización de las provincias, la estructura interna de la administración y la política religiosa. El siglo IV d. C., tal y como afirma Ferril, «era una época que pedía a gritos grandes hombres, pero que estaba bastante agotada para producirlos»28. El desorden interno del Imperio fomentaba los ataques en casi todas las fronteras, con incursiones bárbaras de 23 De reb. bell., 19, 1: Cum bellicus apparatus prouocet certamina, ne turba militum confusis ordinibus uirtus compressa minuatur, conueniet ducem spatia ternis agminibus ordinare, ita ut singula quaque agmina duobus tantum uirorum milibus instruantur ne compressa populositas, in perniciem propiam auxiliis adundans, suis copiis opprimatur. 24 Giardina, 1989, p. xxxiv. 25 Giardina, 1989, p. xvii. 26 Mazzarino, 1951, p. 106. 27 Piganiol, 1972, p. 220. 28 Ferril, 2007, p. 89. Con esta expresión el autor deja clara la poca capacidad de la mayoría de los emperadores de este siglo para reflotar el Imperio, ya que se observaban grandes síntomas de decadencia en su sistema fiscal, devaluación de la moneda, escasez de control en las fronteras y conflictos religiosos.

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saqueo que penetraban profundamente en las provincias romanas, marcando serios problemas sobre todo en las áreas de frontera29. Alessandro Barbero, define la situación de este período como un imperio en trasformación formado por gentes multiétnicas30 cuyo momento cumbre de declive comienza en el año 376 debido a la gran cantidad de refugiados que acudieron hacia las fronteras del Imperio, hecho que cogió desprevenidos a las autoridades y que no supieron gestionar. Aunque el mismo autor, explica que muchos de sus males internos31 pudieron ser bastante controlados gracias a la reintroducción del reclutamiento obligatorio, el aumento de los impuestos y el reforzamiento de la burocracia. El texto del De rebus bellicis parece que nos sitúa en la época de gobierno de Valentiniano I, en la parte occidental del Imperio y de su hermano Valente, en la parte oriental. Son alzados a la máxima esfera de poder de aquellos tiempos tras la muerte de Joviano en el año 364 d. C. Valentiniano fue elegido como Augusto en Nicea y él nombró como segundo Augusto a su hermano Valente. Los proyectos de gobierno de ambos dirigentes comienzan con una clara repartición de todos los elementos y contingentes que conformaban el engranaje del sistema administrativo romano: los funcionarios, los recursos, el ejército, las provincias e incluso el poder imperial. Son dos ramas dinásticas hermanadas que, gobernando en paralelo, están dispuestas a seguir sus propios proyectos sucesorios32. Si la cronología en la que el Anónimo escribió el De rebus bellicis queda ajustada entre los años 337 y 378, es evidente que la mejor fuente para conocer este período es Amiano Marcelino33. Este militar griego, en sus Res Gestae, nos hace patente su preocupación por el momento que está atravesando el Imperio Romano. Describe una sociedad romana que se había alejado peligrosamente de la virtus que sus antepasados habían estado orgullosos de representar. Pero no es solo Amiano Marcelino quien ve claros contrastes entre los momentos pasados y lo que estaba acaeciendo en el siglo IV d. C. Muchos autores de este período reflejan en sus obras un claro contraste entre el momento que están viviendo y los últimos retazos de la república romana y primeros siglos del Alto Imperio. Al igual que Amiano, este sentimiento queda reflejado en las obras de Claudiano y Aurelio Víctor, quienes ensalzan la excelencia republicana, pero conservan la confianza en que las figuras de poder tardías puedan llegar a rivalizar con las antiguas34. Los perceptibles cambios entre las dos épocas imperiales se basan en los problemas internos generados por la burocracia, la justicia, la economía y la religión. En estos momentos el Imperio ya había cambiado mucho debido a la situación decadente por la que atravesaba, la cual se apreciaba incluso en la cabeza visible del gobierno: la capital del 29

Goldsworthy, 2005, p. 203. Barbero, 2014, p. 8. 31 Barbero, 2014, p. 13. Afirma que el Imperio tenía dos problemas difíciles de resolver: el primero de ellos, las continuas usurpaciones de generales que eran elevados como emperadores por sus tropas y el segundo de ellos, los continuos problemas que estaban generando los pueblos bárbaros en las fronteras. 32 Roldán Hervás, 2011, p. 472. 33 Amiano Marcelino, Res Gestae. 34 Rohrbacher, 2002, p. 182. 30

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Imperio Romano. La capital de poder siempre había sido Roma. Las fuentes documentales comentan que en el siglo IV d.C. la población de esta urbe continuaba siendo muy numerosa y que su infraestructura seguía impresionando a quien la visitaba35. Posteriormente, en el año 284, con la tetrarquía, se seleccionó Milán como una de las sedes habituales de los emperadores. Esta decisión fue promovida por un gran número de factores entre los cuales debemos destacar el hecho de intentar fortalecer así parte de sus fronteras, que, entre los años 260 y 270, habían sido abatidas por la penetración en territorio romano de los Iouthungi36. La localización más o menos central que ocupa Milán en el actual mapa de Italia, otorgó a esta ciudad el prestigio de convertirse en la nueva Roma por su funcionalidad estratégica como parada en el cruce de caminos entre los montes italianos. Además, para aumentar la seguridad de esta área, se fortificaron gran número de ciudades alpinas y subalpinas, hecho que ya nos constata signos de inseguridad en los limites del Imperio, hecho patente en palabras del propio autor anónimo: [...] quas quidem munitiones possessorum distributa sollicitudosine publico sumptu constituat, uigiliis sane in his et agrariis stationibus exercendis, ut prouinciarum quies circumdata quodam praesidii congulo inlaesa requiescat37.

Durante el siglo III d. C. ya se había llevado a cabo una rehabilitación en las vías de comunicación que continuó a lo largo del siglo IV. La arqueología ha demostrado un incremento de explotaciones en la región milanesa durante este último siglo e incluso se han documentado evidencias de que se crearon en las ciudades del norte factorías armamentísticas. Todo esto generó la elevación de Milán como capital imperial ya que en cierta forma seguía la línea de la política tetrárquica al favorecer más lugares estratégicos como asentamientos imperiales, lo que promovía una mayor articulación al Imperio38. A mediados del siglo IV d. C. esta redefinición de la capital occidental fue marcada por la imposición de iglesias y nuevas estructuras de carácter religioso, que hacían patente la instauración de un nuevo orden. Desde época constantiniana se había establecido allí un obispo y se había construido una pequeña catedral en la parte este de la ciudad. Posteriormente, bajo el obispado de Ambrosio, se apreciará claramente una reordenación de la ciudad bajo la influencia de la religión cristiana. Es evidente que Milán y Roma son dos ciudades diferentes. La nueva capital imitaba a su predecesora en sus muros, palacios y edificios de ocio, pero en su urbanismo imperó 35

Amiano Marcelino describe en Res gestae, 16, 10, 14-17, cómo el emperador Constantino quedó impresionado por las construcciones de Roma en su visita a la ciudad. 36 Fue una tribu de los alamanes en la región al norte de los ríos Danubio y Altmühl en el actual estado alemán de Baviera; Amiano Marcelino, Res gestae, 17, 6: «Los jutungos, pueblo alemán, son asesinados y puestos en fuga por los romanos, porque estaban devastando Recia» (traducción de Harto Trujillo, 2002, p. 268). 37 De reb. bell., 20, 2: «Construyan no obstante estas defensas los propietarios de la tierra con responsabilidad repartida y sin gasto público. Éstas servirán, desde luego, tanto para labores de vigilancia como de guarniciones rurales, de modo que la tranquilidad de las provincias descanse indemne, rodeada de una especie de cinturón de defensa» (traducción de Sánchez-Ostiz, 2004, p. 73). 38 Christie, 2011, p. 150.

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la elevación de edificios con carácter religioso en torno a los cuales giraría el resto de la ciudad. En relación a los problemas burocráticos, surgen cuando en el mundo bajo imperial se produce un aumento desorbitado de funcionarios estatales. Siglos atrás, salvo en el ámbito militar, el Imperio Romano siempre había funcionado con un número bastante más limitado de trabajadores en estos puestos. Quizás el motivo de esta expansión de personal administrativo se deba a la gran subdivisión geográfica a nivel provincial que se llevó a cabo en estos momentos. La mayoría de estos puestos estaban asignados mediante una técnica de patrocinio y aunque los emperadores habían pretendido abolir estas situaciones promulgando leyes, muchos gobernadores locales habían recibido su puesto mediante un nombramiento imperial. Además, en estos momentos este sistema administrativo estaba compuesto por personal civil y militar. Los historiadores clásicos hacen responsables directos a los emperadores de esta situación culpándoles sobre la calidad de los nombramientos y estableciendo muy poco control sobre las actividades de sus subordinados. Así nos lo deja patente el autor anónimo en su propio escrito: Ad haec igitur incommoda quae prouincias auaritiae artibus uexant, accedit etiam iudicum execranda cupiditas collatorum utilitatibus inimica: nam hi despecta reuerentia dignitatum uelunt mercatores in prouincias se missod existimant, eo grauiores quos ab his procedit iniquitas unde debuit serari medicina39.

Para Eutropio40, la forma correcta de actuar era potenciar en estos puestos estatales a los hombres buenos y prescindir de los hombres malos. El autor expresa su deseo de revivir la época de Augusto, donde los hombres romanos que ocupaban los puestos altos del Estado estaban únicamente movidos por un fuerte espíritu de lealtad y colaboración hacia su dirigente. Centrándonos en la cronología fijada para la escritura del De rebus bellicis, Amiano nos describe al emperador Valentiniano I como un hombre más exitoso para los temas burocráticos que sus antecesores. Considera que él fue consciente de ese exceso de burocracia en el mundo bajo imperial y relata que fue muy cuidadoso en asegurar que sus oficiales y los gobernadores de sus provincias fueran lo más honestos posible y que no tuvieran conexiones financieras impropias. Sin embargo, los textos de comienzos de la Antigüedad tardía, raramente muestran detalles técnicos sobre las leyes o las prácticas legales, pero generalmente sí que revelan las actitudes y expectativas de sus creadores a través de las legislaciones y la justicia41. 39 De reb. bell., 4, 1-3: «Así pues los perjuicios que atribulan las provincias con las artes de la avaricia, se suma además la execrable codicia de los gobernadores provinciales, hostil a los intereses de los contribuyentes. Pues éstos, despreciando el respeto por el rango, se creen como comerciantes enviados a las provincias, más gravosos aún por el hecho de que la iniquidad procede de aquellos de quienes debía esperarse el remedio» (traducción de Sánchez-Ostiz, 2004, p. 51). 40 Aurelio Víctor, Breviario (Libro de los Césares), 8, 8, 2. 41 Rohrbacher, 2002, p. 171

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Amiano Marcelino consideraba que las leyes romanas eran esenciales para mantener un imperio justo. La clemencia sería ahora una virtud esencial en los emperadores. Este autor, al igual que otros historiadores, estaba convencido de que el mayor peligro residía en la dureza de los emperadores, prefiriendo gobernantes que fueran más gentiles o flexibles42. Aurelio Víctor y Eutropio también apoyan esta idea. Como afirmaba la ley, el emperador debía ser la última persona que dictase sentencia en las disputas del Imperio, decidiendo él absolver o no de culpa al acusado. Pero realmente esta situación solamente se llevaba a cabo en momentos especiales, ya que era imposible acceder a todos los litigios. Un ejemplo de ellos vuelve a encontrarse en las Res Gestae de Amiano, quien hace una fuerte crítica a Valente porque en lugar de encargarse de estos asuntos, prefiere que sean resueltos por su prefecto. En el aspecto económico, los historiadores del siglo IV d. C. no estaban muy preocupados por este aspecto. Para este ámbito únicamente se centran en dos aspectos: los impuestos y la regulación de los precios. El imperio tardorromano mantenía un sistema complejo de impuestos. La sobrecarga de estas tasas fue utilizada por los clásicos como motivo principal de crítica hacia los emperadores que no gozaban de su beneplácito. Asociaban la subida de impuestos con la avaricia del emperador (ejemplo en Amiano Marcelino con respecto a Valentiniano I). Aurelio Víctor y Eutropio comparten la idea de que los buenos emperadores (citan como ejemplo a Trajano, Marco Aurelio y Constantino I) son aquellos que bajaron los impuestos, mientras que los malos (Vespasiano, Majencio) los elevaron. En De Rebus Bellicis, los aspectos económicos quedan reflejados en varios de sus capítulos: Quod si lartigio immoderata seruanda profuderit, opum delectabilitas nullo uetustatis more poterit iam necessitatibus subuenire43. Inter damna rei publicae non ferenda, solidorum figura aliquantorum fraudibus deprauata diuersa populos ratione sollicitat et regiae maiestatis imaginem, dum per monetae culpam refutatur, imminuit: ementis enim eundem solidum fraudulenta calliditas et uendentis damnosa necessitas difficultatem quandam ipsis contractibus intulerunt, ne rebus possit interesse simplicitas44.

Al igual que ocurre en el texto objeto de estudio, las fuentes elogian la grandeza económica de épocas anteriores. Nuestro Anónimo hace alusión a una época dorada en el 42

Amiano Marcelino, Res gestae, 14, 6; 28, 4. De reb. bell., 1, 3: «Porque si la liberalidad desmesurada derrocha lo que hay que conservar, la abundancia de riquezas no podrá ya remediar nuestras necesidades, como en tiempos pasados» (traducción de Sánchez-Ostiz, 2004, p. 45). 44 De reb. bell., 3, 1: «Entre los insufribles daños del estado, la corrupción de la imagen de los sólidos por parte de los fraudes de algunos, oprime al pueblo por varias razones y lesiona la imagen de la majestad regia, al ser despreciada por culpa de la fábrica de moneda: pues la astucia engañosa del que compraba ese sueldo y la dañina necesidad del que lo vendía introdujeron una cierta dificultad en las operaciones comerciales, para que no pueda haber honradez en los asuntos» (traducción de Sánchez-Ostiz, 2004, p. 49). 43

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sistema económico estatal en el que no existía el derroche y las arcas estaban llenas45. Lamentablemente no ofrece más datos que nos determinen a qué momento concreto hace referencia, sino que simplemente nos esboza una leve comparación entre el caudaloso pasado y la escasez de riqueza del momento que vive. Sobre este aspecto y a modo de conclusión sobre él, se puede decir que los escritos clásicos no son una fuente ideal para el estudio de la administración y la economía del Bajo Imperio. Suelen mostrar opiniones de las élites sobre estas cuestiones pero ese tipo de información es sesgada, ya que se centra más en opiniones moralistas hacia la figura de los gobernantes que en registrar los propios hechos o acontecimientos. Otro punto de conflicto, quizás el más importante, son las posturas de cristianos y paganos durante esta época. Desde los tiempos de Diocleciano, al lado de la cultura pagana se estaba imponiendo la cristiana, que no borraba las antiguas raíces religiosas, sino que las imprimía de una nueva dirección46. El cristianismo fue despreciado por los gobernantes paganos en los primeros siglos, tras la muerte de Jesucristo. Diocleciano y otros miembros de la Tetrarquía promulgaron varios edictos a partir de febrero del año 303 d. C., para intentar anular esta religión mediante la destrucción de iglesias, la quema de los libros sagrados y la persecución de quienes profesaban esta religión, privándoles de todos sus derechos legales. Estas prácticas anticristianas, fueron continuadas por sus sucesores, aunque en desigual medida. Así se prolongó hasta el año 311, cuando Galerio promulgó el Edicto de tolerancia de Nicomedia. Se creó para terminar con los constantes conflictos entre paganos y cristianos que eran una amenaza para la paz social. Galerio temía que esta situación pudiese debilitar el Imperio y sobre todo su parte oriental. Pero el golpe definitivo lo asestó Constantino I, cuando en el año 313, un año después de su victoria sobre Majencio y que él adjudicaba al Dios de los cristianos, se reunió con Licinio en Milán para acordar una política religiosa común, y por la cual se permitía la libre elección de religión en todos los territorios del Imperio. Así, en un corto lapso de tiempo, el mundo cristiano pasó de ser objeto de persecución, a ser favorecido por el Estado Romano. Por esto, el siglo IV d. C. es también conocido como el siglo de los Padres de la Iglesia (Agustín de Hipona, San Ambrosio, Juan Crisóstomo). Fue especialmente fuerte en la parte oriental el nacimiento de monasterios. Los emperadores del siglo IV d. C. garantizaron, mediante sus políticas, beneficios a los clérigos cristianos. Esto generó un fuerte vínculo de prestigio entre la religión y la casa imperial y cada vez surgían nuevos lazos de unión entre ellas. En este ambiente de contrastes del siglo IV en el que se ha buscado una estabilidad financiera, la paz social y el equilibrio político y religioso, nos encontramos con las palabras de Amiano Marcelino, que asegura que por todo el orbe romano seguían resonando trompetas de guerra. La temática principal gira en torno a dos cuestiones: los conflictos bélicos y la incompetencia de los romanos para hacer frente a las incursiones de los pueblos bárbaros en sus fronteras. 45 De reb. bell., 2, 8: Denique paulisper felicium temporum reuolure memoriam et antiquae paupertatis famosa regna considera, quae agros colere et abstinere opibus norant, quae haec honoris laude per omne aeuum frugalitas incorrupta commendet. 46 Barbero, 2014, p. 15.

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Si nos centramos en los años de gobierno de los emperadores Valentiniano I y Valente, podemos afirmar que buscaron mejorar la difícil situación por la que atravesaba el mundo romano. Ambos intentaron revitalizar las estructuras políticas y financieras basándose en tres principios: ajustar los cometidos de las clases sociales altas, fomentar la reparación de la administración civil y aumentar el aprovisionamiento de los grandes centros urbanos. La política seguida por Valentiniano I en Occidente se centró en reforzar los centros militares, dando poderes civiles a los altos mandos del ejército, consiguiendo que éstos tuviesen un control casi total sobre las provincias imperiales. Alguno de estos cargos recayó en manos de los bárbaros, ya que el ejército de su tiempo estaba compuesto por un alto número de germanos. Este último acontecimiento provocó la oposición de la clase senatorial, pero el Emperador continuó con su política. También aumentaron los impuestos para enriquecer las arcas y poder mantener de forma solvente un numeroso ejército. Respecto al tema de las fronteras, Valentiniano I intentó el enrolamiento de los provinciales romanos para conseguir evitar una mayor barbarización del ejército. Obligó a todos los ciudadanos, incluso a los esclavos, a acudir en defensa de sus territorios, promulgando leyes con severos castigos para aquellos que intentaran desertar. Sin embargo, el gobierno de Valente en Oriente se centró en las querellas religiosas entre cristianos y paganos. Su política militar se basa en dos puntos geográficos: el problema Sasánida y el Danubio. Los godos situados en este último enclave se habían entremezclado con grupos de alanos, abandonando su política de ayuda al Imperio, a causa de la presión que sobre ellos ejercían los hunos. Muchos soldados de este contingente romano eran bárbaros y estaban en cierto modo descontentos por su acuerdo con el Emperador, a lo que se sumaba que su trabajo como legionarios estaba mal pagado. Todo este momento histórico descrito anteriormente se corresponde con el nacimiento del De rebus bellicis, donde ya se aprecian serios signos de un próximo ocaso del sistema político y administrativo. Conclusiones Como a lo largo de este trabajo se ha puesto de manifiesto, el siglo IV d. C. es un período en el que ya es patente la situación de decadencia por la que se está atravesando en los territorios romanos y para la cual, los gobernantes buscan una renovación que les ayude a salir de esa crisis. Estos signos de debilidad se producen tanto en la parte occidental como en la parte oriental del Imperio, por lo que los habitantes del mismo, no viven ajenos al mundo económico, político y social que les rodea. A grandes rasgos, este es el ambiente en el que se desenvuelve el nacimiento del De rebus bellicis, y cuyo autor, el Anónimo, nos muestra tanto en su prefacio como en sus capítulos. Por desgracia para los historiadores, no conocemos a ciencia cierta quién fue este autor ni si en algún momento ocupó algún cargo dentro de la administración o del mundo militar romano, pero sí conocemos perfectamente las premisas que envió a la esfera más alta del poder central de su tiempo: el Emperador. Muchas de las soluciones que propone a 420

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los problemas que estaba sufriendo el Imperio, si hubiesen sido tenidos en cuenta podrían haber calmado en parte la escasez de las arcas y eliminado muchos sueldos estatales que conllevarían a un resurgimiento en el plano económico y que podría haber sido utilizado en contingente militar para solventar las peligrosas incursiones bárbaras que ya estaban teniendo lugar en los territorios límites del Imperio. Aunque el texto continúe guardando múltiples incógnitas, queda claramente patente la intención del autor en advertir de los males que acechaban al Imperio, guardándose siempre de ofender al o a los emperadores y procurando contar con su benevolencia. Bibliografía Amiano Marcelino, Res Gestae (traducción de M. Luisa Harto Trujillo), Historia, Madrid, 2002. Astin, A. E., «Observations on the “De rebus bellicis”», Studies in Latin Literature and Roman History, 3, 1983, pp. 388-439. Barbero, A., Adrianópolis. El fin del Imperio Romano, Barcelona, 2014. Brizzi, G., «Il trattato de rebus bellicis e l’impegno della artiglerie in etá tardo antica», en Idem, Studi militari romani, Bolonia, 1983, pp. 49-76. Brown, P., The World of Late Antiquity, London, 1971. Cameron, Av., The Mediterranean World of Late Antiquity, London, 1993. Cataudella, M. R., «Sul De rebus bellicis: note di lettura», Sileno, 16, 1990, pp. 177-183. Christie, N., The Fall of the Western Roman Empire. An Archaeological and Historical perspetive, Nueva York, 2011. Ferril, A., La caída del Imperio Romano. Las causas militares, Madrid, 2007. Giardina, A., Le cose della guerra, Milán, 1989. Goldsworthy, A., El ejército romano, Madrid, 2005. Ireland, R., Anonymi auctoris De rebus bellicis, Leipzig, 1984. Hassall, M. W. C., De rebus bellicis. Part 1: Aspects of the De rebus bellicis. Papers Presented to Professor E. A. Thompson, Oxford, 1979. Heater, P., La caída del Imperio Romano, Barcelona, 2011. Matthews, J., Western Aristocracies and Imperial Court AD 364-425, Oxford, 1975. Mazzarino, S., Aspetti sociali del quarto secolo. Ricerche di storia tardo-romana, Roma, 1951. Menéndez Argüín, A. R., «Traducción y comentario del anónimo De Rebus Bellicis», Aquila Legionis, 12, 2009, pp. 101-124. Piganiol, A., L’Empire chrétien (325-395), Paris, 1972. Reinach, S., «Un homme à projects du Bas-Empire», Revue Archéologique, 16, 1922, pp. 205-265. Rohrbacher, D., The Historians of Late Antiquity, London, 2002. Roldán Hervás, J. M., Historia de Roma, Salamanca, 2011. Sánchez-Ostiz, Á., Anónimo sobre asuntos militares, Pamplona, 2004. 421

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