Adriano y Grecia

August 15, 2017 | Autor: J. Cortés Copete | Categoría: Hadrian, Roman Greece, Philhellenism, Roman imperial cult
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Descripción

Ministero dei Beni e delle Attività Culturali e del Turismo Direzione Regionale per i Beni Culturali e Paesaggistici del Lazio Direzione Generale per le Antichità Soprintendenza per i Beni Archeologici del Lazio

Villa Adriana tra classicità ed ellenismo Studi e ricerche a cura di Elena Calandra, Benedetta Adembri

sommario

6

Adriano e la Grecia

Elena Calandra, Benedetta Adembri

I Quadri ideali e memoriali 9

Adriano y Grecia

Juan Manuel Cortés Copete

18

La religión de la Atenas romana Elena Muñiz Grijalvo

27

Adriano in visita agli dèi in Grecia Annalisa Lo Monaco

36

L’Atene di Adriano con gli occhi di un periegeta dell’epoca Maria Lagogianni-Georgakarakos

43

Reimagining Classical Antiquity: Chateaubriand in Greece Charo Rovira

II Forme, funzioni e citazioni in architettura

III Immagini e programmi figurativi

49

Atene, Adriano e la costruzione del ritratto

Significato e funzioni della cosiddetta Biblioteca di Adriano ad Atene

Maria Chiara Monaco, Aldo Corcella, Elsa Nuzzo

61

Il Traianeo di Italica e la Biblioteca di Adriano ad Atene: costruzione e fortuna di una morfologia architettonica Eugenio La Rocca

71

Piazza d’Oro a Villa Adriana: architettura e meraviglia Fabrizio Slavazzi

81

Nuove prospettive di ricerca su Piazza d’Oro e gli ambienti mistilinei a pianta centrale: confronti tipologici e ipotesi ricostruttive

98

Elena Calandra

106

L’immagine militare di Adriano Matteo Cadario

114

The issuing of coins in Greece during Hadrian’s reign Georgios Kakavas

120

Adriano, Sabina e l’immagine di Ecate Benedetta Adembri, Rosa Maria Nicolai

127

Le Amazzoni di Villa Adriana tra Grecia e Roma

Benedetta Adembri, Sergio Di Tondo, Filippo Fantini, Fabio Ristori

Marcello Barbanera

91

Die Villa Hadriana als Modell für Herodes Atticus

Citazioni, trasformazioni ed elementi per un paesaggio idilliaco a Villa Adriana Patrizio Pensabene, Adalberto Ottati

135

Richard Neudecker

IV Opere greche in mostra

Juan Manuel Cortés Copete Adriano y Grecia

quadri ideali e memoriali

Durante el invierno del año 142, desafiando las inclemencias del tiempo, se presentó en Roma un joven aprendiz de sofista, venido de Asia, que aspiraba a una plena y activa vida política1. El joven había nacido en el año 117, pocos meses después de la llegada de Adriano al trono. El orador, que buscaba en la capital del Imperio su consagración, llevaba los nombres del emperador: Publio Elio Aristides. Había recibido la ciudadanía romana de manos del emperador cuando sus antiguos dominios familiares, situados en Misia, fueron convertidos en la ciudad de Hadrianúteras, cuyo nombre conmemoraba una feliz cacería imperial. Aristides había elegido bien el momento de presentarse en Roma. Uno de sus maestros de retórica, Herodes Ático, iba a asumir el consulado en 143. Herodes, y su padre Ático, habían sido íntimos amigos del emperador Adriano, fallecido apenas cuatro años antes. Desde su primera juventud, el millonario sofista ateniense había establecido una intensa relación con el emperador. En su casa lo acogieron cuando visitó Atenas; en representación de su ciudad compareció ante el emperador para felicitarlo por su llegada al poder; juntos pensaron, concibieron y pusieron en marcha la enorme trasformación urbanística que la capital del Ática había vivido durante los venturosos años del reinado de Adriano. Ahora, ya sólo, el orador continuaba la tarea de completar la obra de Adriano en su ciudad2. En Roma, el lugar en el que Aristides compareció fue, con seguridad, el Ateneo fundado por Adriano. Quizás hoy ya se hayan localizado sus restos cerca de la columna de Trajano3. Allí, ante un nutrido y selecto público de caballeros y senadores, quizás incluso ante el propio emperador Antonino y sus jóvenes herederos, el sofista, después de muchas palabras, afirmó: Ahora todas las ciudades griegas se levantan apoyadas sobre vosotros, y los monumentos que hay en ellas, las artes y todos los adornos, redundan en vuestro honor como el adorno en un suburbio. Se han llenado las costas, las riberas y las tierras interiores con ciudades, unas fundadas, otras acrecentadas en vosotros y por vosotros... Pasáis la vida cuidando de los griegos como se hace con los ayos, extendiendo por encima las manos y levantando a quienes yacen muertos, dejando ir como libres y autónomos a los mejores de ellos y a los que en otro tiempo fueron sus caudillos, pero guiando a los restantes con comedimiento y con mucha consideración y prudencia. (Arist., 26, 94 y 96). Se trata, a todas luces, de un elogio de la labor del emperador. Desde luego Adriano no había ceñido su política de recuperación a las provincias griegas. Sus favores, donaciones, construcciones y regalos llegaron a todos los rincones del Imperio. La serie de monedas provinciales, en la que el emperador se muestra bajo el lema de Restitutor de una o varias provincias, es el más claro testimonio de la percepción ecuménica de su labor4. En ellas la provincia se representaba por una figura femenina arrodillada a la que el emperador alza5. Restitutori Arabiae, Asiae, Bithyniae, Galliae, Hispaniae, Libyae, Macedoniae, Phrygiae, Siciliae; entre ellas no faltó la Hélade, bajo el lema de Restitutori Achaiae. Incluso Italia entró en esta serie, equiparándose a las tierras provinciales. Por todas partes nacieron muestras de reconocimiento. Estatuas y embajadas le mostraban su agradecimiento. De su provincia de origen, la Bética, una delegación alcanzó la Villa de Tíbur, trayéndole nuevas muestras de gratitud (ILS 318): ... [ob libe]ralitates pub[lic.]... erg]a prov[inciam] Hispaniam Baetica[m,... Pero la forma en la que los griegos se expresaban, cuando daban las gracias al emperador por todo lo que había hecho por ellos, muestra que entre Grecia y Adriano existía un lazo especial que había unido sus destinos (SIG 835A): Αὐτοκράτορι Ἁδριανῷ σωτῆρι‚ ῥυσαμένῳ καὶ θρέψαντι τὴν ἑαυτοῦ Ἑλλάδα‚ οἱ ἰς Πλαταιὰς συνιόντες Ἕλληνες χαριστήριον ἀνέθηκαν. 9

Para el emperador Adriano, salvador, protector y nutricio de esta Hélade que es suya, los griegos que se reúnen en Platea levantaron este monumento en acción de gracias. Crecer en el amor a Grecia La cultura y la lengua griega gozaban de una excelente salud entre los círculos superiores de la sociedad romana6. La paideia griega se había convertido en un bien que los aristócratas romanos debían poseer como signo de distinción social e instrumento de dominación política. Era normal, especialmente tras el reinado de Nerón, que los jóvenes pudientes aprendieran la lengua griega con tanto afán como para leer las obras clásicas de la literatura y del pensamiento griegos. Por otra parte, la difusión de las actividades propias de los gimnasios y la fundación por Domiciano de los Juegos Capitolinos, organizados a la manera griega, contagiaron el espíritu agonal en la capital. La afición a la cultura griega, no obstante, convivía en las mentalidades romanas con un cierto desprecio por los nativos de las provincias orientales del Imperio. Los sirios, egipcios, griegos, jonios, bitinios, etc., que vivían o visitaban Roma, eran vistos, todos, como una fuente de degradación moral. Ni siquiera quienes provenían de las ciudades más renombradas del mundo griego gozaban de una mayor estima. Se les consideraba descendientes ya corruptos de aquellos puros griegos de otros tiempos que alcanzaron la cúspide de la civilización. De ellos, creían, nada quedaba salvo el recuerdo7. No debe extrañar que Adriano, desde joven, se dejara seducir por las bondades de la paideia y que durante algunos años se consagrara al profundo estudio de su legado. No obstante, sí resultaba digno de censura que el joven hijo de un senador de rango pretorio mostrara un afán tan desmedido como el suyo por aquellos saberes griegos. Los modos informales de control social no exigen siempre el castigo de una práctica que, por su exceso, se consideraba desviada; bastaba la censura pública. De aquí proviene el apelativo de Graeculus, “grieguecillo”, con el que quisieron motejar su afición helénica8. Pero incluso cuando, huérfano de padre a la temprana edad de diez años, pasó a la tutela de Trajano, hijo de un brillante general, soldado de mérito él mismo, y poco aficionado a las letras, tampoco abandonó su vocación literaria y cultural. La caza y la preparación para la vida militar y política llenaron sus horas de adolescente, en las que no obstante siempre encontró un hueco para leer, estudiar y declamar en griego. Esta devoción que el joven Adriano sentía por Grecia pudo brotar en su alma de otras fuentes distintas de aquellas que manaban en Roma, de aquel Orontes contra el que Juvenal clamaba9. Creo que podríamos admitir que hubo un manantial hispano de filohelenismo, que borboteaba en la más antigua ciudad de Occidente, Gades. Domicia Paulina, la madre de Adriano, según relata la Historia Augusta, era originaria de la ciudad de Cádiz10. Esta se había convertido en lugar predilecto de llegada para los viajeros griegos y en faro de la cultura griega en el más lejano Occidente. Testigo excepcional de la vitalidad del helenismo en Gades fue Apolonio de Tiana, quien visitó la ciudad en tiempos de Nerón11. Además de admirar el templo de Hércules, el santón pudo comprobar el arraigo de la cultura griega en aquella ciudad: Además dicen que Gadira está muy helenizada (καὶ μὴν καὶ Ἑλληνικοὺς εἶναί φασι τὰ Γάδειρα) y se educan al modo de nuestro país (καὶ παιδεύεσθαι τὸν ἡμεδαπὸν τρόπον); en todo caso, aprecian a los atenienses de modo muy especial entre los griegos y celebran sacrificios en honor a Menesteo, el ateniense, a más de que, admiradores como son de Temístocles, el almirante, por su sabiduría y valor, le han erigido una estatua de bronce en actitud pensativa y como ponderando la respuesta de un oráculo. (Philostr., VA 5, 4). Desde su más tierna infancia, cuando en el tórrido verano acompañaba a su madre a Cádiz huyendo del calor, se estableció un íntimo lazo intelectual y sentimental que unía los dos extremos del Mediterráneo. No son muchas las noticias sobre los maestros griegos que asumieron la formación de Adriano durante su adolescencia. Dos inscripciones eleusinas recuerdan al orador Iseo como uno de los profesores del emperador. Plinio, en una de sus cartas, elogia su actividad docente y su dominio del dialecto ático, rasgo que habría de convertirse en uno de los signos distintivos del renacimiento griego que con tanta fuerza el emperador impulsó12. No se conoce ningún otro nombre de aquellos que pudieron servirle de guía en sus años de estudio, antes de volcarse, a partir del año 94, en su carrera política y militar, a la que tenía derecho como hijo de senador. De todas maneras no debería desecharse la posibilidad, ya sugerida por P. Graindor, de una temprana estancia de estudios en Atenas. Ningún indicio existe de esta visita, pero cabría admitir su existencia si se adelanta la fecha generalmente asumida para la relación entre Adriano y Epicteto. Según la Historia Augusta, el emperador tuvo in summa familiaritate a Epicteto, además de a otros filósofos, rétores, músicos, geómetras, pin10

tores y astrólogos. Se suele considerar que la relación entre el filósofo estoico y el joven aristócrata romano se fraguó después del año 108, cuando efectivamente Adriano visitó Grecia. Pero Epicteto se instaló en Nicópolis ya en el año 93, desterrado por orden de Domiciano13. Al año siguiente, en el 94, Adriano comenzaría su carrera política. Cabe todavía la posibilidad de que antes de empezar su actividad pública viajara a Grecia; era una práctica normal entre la oligarquía romana. A su regreso habría de visitar Nicópolis, parada inexcusable por el recuerdo de Augusto. Allí, entonces, pudo haberse encontrado por primera vez con el filósofo. Sea como fuese, a partir de aquel momento la carrera militar e institucional absorbió todas las energías del joven Adriano. Su trayectoria política no fue ni vertiginosa ni excepcional pero, a diferencia de la mayoría de sus compañeros, su carrera militar destacó sobre las demás. Estuvo diseñada a imagen y semejanza de la de su tutor, Trajano, que por aquel entonces se convertía en emperador. Tres tribunados militares, mandos legionarios en las campañas dácicas y algunas condecoraciones del emperador lo llevaron hasta el consulado en el año 108. Un aristócrata romano en Grecia Bajo la sombra de Sir. R. Syme, los años de la vida de Adriano que transcurren entre el consulado y la partida para el frente sirio en el año 113 se consideran una época oscura, de relegación política, de pérdida de favor en la corte y huída de la capital. Adriano, así visto, parece un nuevo Tiberio camino de Rodas para no estorbar la sucesión de otros y salvar la propia vida. Quizás el historiador neozelandés tuviera razón cuando conjeturó que Tácito vio en Adriano a un nuevo Tiberio, pero esta hipótesis más parece una interpretación política del historiador romano que una realidad histórica14. La marcha de Adriano a Grecia y su estancia en Atenas no pueden verse como una muestra de distanciamiento del emperador. Trajano miraba con ambición a Oriente, preparando su última y magna campaña. Necesitaba contar con el favor de los orientales para sostener, y alimentar, la guerra. Nada mejor que una prolongada estancia allí del joven pariente y devoto filoheleno. Adriano no estuvo solo durante aquellos meses, quizás años. Su llegada a Atenas, donde instaló su residencia, la hizo de manos de uno de los cónsules sufectos del año 109, un personaje que podría considerarse el epítome de la fusión entre el mundo sirio, la Grecia clásica, Egipto y Roma. Cayo Julio Antíoco Epifanes Filópapo15 era nieto del último rey de Comágene, depuesto por Vespasiano; su familia se había establecido en Atenas. Allí fue admitido en el cuerpo de los ciudadanos e inscrito en el demos de Besa. Integrado en la vida de la ciudad, fue arconte epónimo, agonoteta de las Grandes Dionisiacas, corego y se inició en los misterios de Eleusis. La integración de Adriano en la ciudad se desarrolló siguiendo el ejemplo de su amigo Filópapo. Como él, fue creado ciudadano, inscrito en el mismo demos de Besa, desempeñó el arcontado epónimo en el año 112, ocasión durante la que, quizás, también financiara las Dionisiacas16. Y de su mano conoció los misterios eleusinos. Puesto que las noticias conservadas ubican su iniciación como mystés durante la primera visita a la ciudad ya como emperador, en el año 124, probablemente ahora sólo pudo iniciarse en los Misterios menores, paso previo y necesario para una posterior y plena iniciación. Si J.H. Oliver tuvo razón proponiendo la corrección de un extraño pasaje de la Historia Augusta, Filópapo fue uno de sus ejemplos para iniciarse17. La amistad con Filópapo no sólo fue un salvoconducto para integrase en Atenas sino también la vía para entablar amistad con algunos otros personajes destacados de la inteligencia griega. Y de entre todos sobresale Plutarco. El de Queronea conocía y admiraba a Filópapo por su enorme cultura, por su philología. Entre Adriano y Plutarco nació la amistad y el afán de colaboración; y como consecuencia de ello, también brotó, o se reforzó, en Adriano el interés y el amor por Delfos y por una Anfictionía que languidecía. No son muchos los testimonios explícitos de la relación entre aquellos dos, pero sí suficientes. Adriano, durante aquellos años de estancia en Grecia visitó Queronea y allí le levantaron una estatua. Ya siendo emperador, los anfictiones le volvieron a erigir un nuevo monumento de cuyos trabajos se encargó el muy anciano Plutarco. Y Adriano nombró a su amigo, si es cierta una tradición tardía, Procurador de la Hélade, quizás para que asumiese la dirección de los trabajos que, financiados por Adriano, empezaban a recuperar la grandeza de Delfos18. Filópapo le abrió a Adriano las puertas de Egipto, conocido sólo por lecturas pero ahora percibido como un campo fascinante de experimentación religiosa. Filópapo era hijo de Claudia Capitolina y, por ella, nieto de Tiberio Claudio Balbilo, el gobernador de Egipto y astrólogo de Nerón. La afición por las ciencias ocultas y la fascinación por el país del Nilo las compartía con su hermana Balbila, que habría de convertirse a partir de aquel momento en una de las mejores amigas y compañeras de Sabina, la esposa de Adriano. Recorriendo el Nilo volverían a reunirse años más tarde para ver nacer al último Héroe de la Antigüedad, Antinoo19. 11

Los atenienses, siempre atentos al devenir político de Roma, y sabedores de que su única baza para disfrutar del favor imperial era su pasado, su tradición, su valor simbólico para un Imperio que pretendía dominar la ecúmene, no vieron en Adriano al candidato al trono relegado por otras ensoñaciones sucesorias. En él reconocieron, parece evidente, a quien podría llegar a ser emperador y estuvieron dispuestos a ganarse su favor. Sólo así puede explicarse el insólito monumento que le erigieron en el centro de la grada del teatro de Dióniso Eleutheros. La basa de una estatua, hoy perdida, se nos ha conservado in situ. El texto de la inscripción es extraño20. Las primeras siete líneas están escritas en latín y contienen el cursus honorum de Adriano desde sus inicios hasta el consulado del 108, dispuesto en orden inverso. Las tres últimas líneas, en cambio, están escritas en griego. En ellas se dice que la Boulé del Areópago, la de los Seiscientos y el Pueblo de Atenas levantaron aquella estatua en honor a Adriano, τὸν ἄρχοντα ἑαυτῶν, “el arconte de ellos mismos”. Habían hecho a Adriano suyo, tanto como Adriano había quedado prendado de aquella maravillosa ciudad. La confirmación de que la estancia de Adriano en Atenas en torno al año 112 no era producto de su relegación política la ofreció el propio Trajano. Camino de Antioquia se detuvo en Atenas, parada innecesaria en su ruta hacia Oriente. Allí había citado a los embajadores del rey parto, que le habían solicitado audiencia en la esperanza de detener la guerra. Y allí, en el baluarte de Grecia frente a Oriente, Trajano desoyó sus peticiones de paz. Los atenienses le levantaron una estatua colosal en el Pireo21. Adriano, asumiendo ya tareas de dirección en la guerra, subió en cierta ocasión al Monte Casio, en Siria, y allí grabó los siguientes versos, pidiendo a Zeus por el éxito de Trajano (AP 6 332): “¡Señor de la tormenta, otórgale que pueda terminar con gloria esta guerra aqueménida!” Una nueva Guerra Médica había comenzado22. “Sabed que aprovecho cualquier motivo para beneficiaros” Con estas palabras comenzaba Adriano una de sus cartas dirigidas a la ciudad de Atenas siendo ya emperador. “Sabed que aprovecho cualquier motivo para beneficiaros, tanto públicamente a la ciudad como en privado a algunos ciudadanos de Atenas”. Difícilmente podría resumirse mejor la política del emperador hacia el mundo griego. Podemos estar seguros del compromiso de Adriano tanto con la polis griega entendida como modo de organización, como con cada una de las poleis griegas en particular. En otra de sus cartas, en este caso dirigida a la ciudad de Coronea, se permitía hacer una declaración de principios23: “Yo mismo, que colaboro con las ciudades para conseguir abundancia de recursos...”. Dos reflexiones deben hacerse aquí al hilo de este pasaje. En primer lugar la asución plena de la polis como un tipo de ciudad propia del Imperio romano. Adriano asumió la polis como una forma privilegiada de vida urbana, digna de su atención, reconocimiento y colaboración. Es este precisamente el segundo aspecto fundamental de la reflexión, el verbo συμπράττω, “colaborar”, “trabajar con”, que equipara, de alguna manera, al emperador y a las poleis como sujetos de la acción política. La relación que Adriano estableció con las ciudades griegas para su integración en el Imperio no constituía una ingeniosa novedad del emperador. Estaba arraigada en la reflexión que durante los últimos cincuenta años los aristócratas e intelectuales griegos venían desarrollando sobre el destino de la civiliación griega y de sus formas de organización en el seno del Imperio. Intelectuales y políticos como Dion de Prusa o Plutarco escogieron formas derivadas de la retórica o de la tratadística moral para plasmar sus ideas. Fue precisamente Plutarco, amigo, mentor y colaborador de Adriano antes y durante los primeros años de su reinado, quien con mayor claridad expuso los principios de la perviencia de la polis en el marco del Imperio: la aceptación de una libertad limitada a cambio de una autonomía24 plena en aquellos asuntos que debían permanecer bajo la autoridad de la polis y, por lo tanto, ajenos al control del gobierno imperial. Sólo así la polis podría mantener su propia identidad, sus propias leyes, derechos y costumbres. Esto exigiría de los aristócratas locales un fuerte compromiso con sus propias ciudades25. Las poleis se habían convertido no sólo en un bien a preservar, sino en unas realidades vivas que debían seguir creciendo y adaptándose a los cambios que el presente y el futuro depararían26. El emperador Adriano hizo suyas estas ideas y las llevó a la práctica con afán, devoción y pleno convencimiento. La ciudad griega, así entendida, era una realidad viva que necesitaba de una adaptación, incluso legislativa, al nuevo mundo del Imperio. Para impulsar el proceso de actualización de las poleis no promulgó una ley general. En algunas ciudades asumió las magistraturas cívicas; en otras se convirtió en nomothetes, en legislador27. El caso mejor documentado es, claro está, Atenas. Conocemos la forma en la que se procedió a la revisión legal: recuperando las leyes de Dracón y Solón. Pero no deberíamos engañarnos: esta reedición del pasado, tan del gusto de la Segunda Sofística, sólo ocul12

taba una actualización a los nuevos tiempos. La Ley del Aceite, presentada en su copia epigráfica como un capítulo de la legislación del divino Adriano, lo demuestra28. No fue Atenas la única ciudad que gozó la intervención del emperador como nomotheta. En Mégara, por ejemplo, también asumió el título y reformó las tribus de la ciudad, dándole su nombre a una de ellas, tal y como habría de hacer también en Atenas. En la Anfictionía Délfica emprendió una tarea aún más difícil: revisar la legislación anfictiónica para adpatarla a las “leyes comunes” del Imperio29. Al final, la implicación imperial significaba también intervención. La sintonía del emperador con los principios enunciados por Plutarco se hace evidente por doquier. Visitó multitud de ciudades en la Hélade. Durante sus estancias de los años 124-125, 128 y 132 Adriano vivió en Atenas. Pero desde allí, especialmente durante el primero de sus viajes, recorrió buena parte del Peloponeso y Grecia central, visitando no sólo Esparta y Delfos, sino otros muchos lugares: Mégara, Epidauro, Trezén, Argos, Mantinea, Tegea, Olimpia, Corinto, Tespias, Lebadea, Coronea, y quizás otras muchas villas y templos difíciles de recordar. La maravilla no estaba sólo en que por primera vez tras Nerón un emperador visitara la Hélade, sino que Adriano se detuviera en tantos lugares, prestándoles atención, concediéndoles inesperados dones, reviviendo para el mundo muchas de aquellas ciudades, algunas de ellas ya olvidadas incluso de sí mismas, convirtiéndolas por algunos días en sede de la corte imperial. Los regalos del emperador son imposibles de enumerar: templos y edificios públicos restaurados, santuarios beneficiados, carreteras ampliadas y reparadas, puertos dragados, tierras desecadas y puestas en cultivo, festivales engrandecidos, rituales recuperados30. En lugar de enumerarlos bastará reseñar su único fracaso, Mégara, “pues son los únicos de los griegos a los que ni siquiera el emperador Adriano pudo hacerles prosperar” (Paus., I 36, 3). No extrañará entonces saber que las ciudades lo colmaron de honores. Por todos los lugares de la Hélade se le levantaron estatuas. En sus inscripciones lo proclamban Ktistes y Sotèr, Fundador y Salvador. No pocas de ellas inauguraron una nueva era en sus calendarios. La fórmula “tantos años” ἀπὸ τῆς ἐπιδημίας τοῦ μεγίστου Αὐτοκράτορος Καίσαρος Τραιανοῦ Ἁδριανοῦ Σεβαστοῦ, “desde la estancia entre nosotros del gran emperador César Trajano Adriano Augusto”31, se convirtió en manera común para fechar los acontecimientos de muchas ciudades y en ocasiones pervivió más allá de la muerte del emperador. Su recuerdo era inborrable. En Delfos llegaron a decretar que “los días de la reciente visita del Gran Emperador a Delfos fuesen sagrados por siempre”32. Adriano, en compañía de los dioses Vivir en Grecia no era sólo un viaje arqueológico o una vuelta al hogar de la civilización, era también recorrer la tierra de los dioses. Entre los consejos que Plinio dio a su amigo Máximo, cuando este asumió cierta tarea de responsabilidad en la provincia de Acaya, figuraba el siguiente: Reverere conditores deos et nomina deorum, “respeta a sus dioses fundadores y los nombres de sus dioses” (Plin., Ep. VIII 24, 3). ¡Atenas, Eleusis, Delfos, Epidauro, Olimpia y tantos otros lugares sagrados que venerar, honrar, adornar, restaurar! Siendo ya emperador, Adriano volvió a Grecia dispuesto a comportarse como el más devoto de los hombres. En Delfos, la ciudad había acordado, ya en el año 117, elevar súplicas a Apolo para que concediera al nuevo emperador todos los bienes. Continuaron votos por su salvación en los años siguientes33. En agradeciemiento, Adriano comenzó un gran proyecto de rehabilitación de los santuarios píticos. Plutarco sólo podía describirlo con alegría y agradecer al dios su inspiración. Después de felicitarse por su propia contribución al renacer del santuario, continuaba diciendo: Felicito también al que ha sido nuestro guía en esta organización, τὸν καθηγεμόνα ταύτης τῆς πολιτείας, y al que ha imaginado y ha dispuesto la mayoría de todo esto [se refiere a las obras de reconstrucción], pues no podría haberse dado un cambio tan importante y tan grande en tan poco tiempo gracias sólo a la solicitud humana, δι᾽ ἀνθρωπίνης ἐπιμελείας, sin que aquí hubiese estado presente el dios, μὴ θεοῦ παρόντος ἐνταῦθα, que otorga al oráculo su sacralidad. (Plut., Mor. 409c). La interpretación de este pasaje, que ha sido muy discutida, es, no obstante, clara34. El kathegemón no es otro que el emperador Adriano, quien habría recibido la inspiración de Apolo para emprender aquella serie de obras pías. El propio emperador manifestaba cuál era su actitud hacia Apolo en una carta dirigida a la Anfictionía Délfica en el año 12535: 0ὐ διαλείψω δὲ εὐσεβῶν εἰς τὸν Ἀπόλλωνα τὸν Πύθιον, “no cesaré de mostrar mi piedad hacia Apolo Pitio.” Pero las reiteradas estancias en Grecia pronto vieron nacer una importante transformación. El emperador, que se había iniciado en los misterios eleusinos en el año 12436, quiso después volver a participar en aquellos rituales para alcanzar la epoptía, el grado superior de iniciación, propio de quienes “habían visto.” La comunión entre el emperador y los dioses empezaba a manifestarse. Los 13

súbditos griegos, impresionados por su presencia constante, sus dones inagotables, su poder sin límites, también empezaron a verlo de una manera diferente. En Delfos hablaban de él ὡς θὲος τηλικοῦτος, “como un dios tan poderoso.” Ya no era sólo el hombre inspirado; se estaba revelando su naturaleza divina37. Indicios de esta metamorfosis se descubren en otros lugares. En Esparta, curiosamente, sólo se ha conservado una basa de una estatua del emperador. En cambio se hallaron en la ciudad casi una treintena de pequeños altares en los que se le veneraba como Ktistes y Sotèr de Lacedemonia. Pausanias, al recordar los templos de nueva planta en aquella ciudad, sólo podía citar dos, el de Serapis y el de Zeus Olimpio. Consagrado a este dios también se ha conservado un altar en la ciudad. No debería dudarse de que se trataba del propio Adriano identificado con Zeus Olimpio38. Lo que estaba suciendo en Atenas lo demuestra. La ciudad de Atenas vivía una profunda transformación. Los planes del emperador para la ciudad no conocían límites. Tras fracasar en su primera intención, que fue la de convertir a Delfos en la sede del consejo común de todos los griegos —las razones del fiasco estuvieron en las desavenencias internas entre los miembros de la Anfictionía—, el emperador dirigió su mirada definitivamente hacia Atenas. La ciudad se convertiría en la sede de la nueva asociación: el Panhelenion39. Si la decisión se tomó en torno al año 125, quedaba todavía mucho tiempo de duro trabajo político, para asegurar la anuencia de los griegos, edilicio, para conseguir que Atenas pudiera acoger a la nueva asociación, cívico, para adaptar las instituciones de la ciudad a la nueva función que se le otorgaba. Parte de la reforma constitucional supuso la reordenación política de la población y de los territorios del Ática. En lugar del Consejo de los Seiscientos, implantado en época helenística, se restauró el Consejo clisténico de los Quinientos. Simultáneamente se aumentó el número de las tribus, de doce a trece. La nueva tribu llevaría el nombre del emperador, Hadrianis40. Y así, Adriano se convirtió en uno de los héroes epónimos de la ciudad. De esta forma, el emperador había franqueado la barrera que lo separaba de los seres superiores. Paralela a la reforma política vino la ampliación urbanística. Al otro lado del río Iliso se encontraban las ruinas del templo inacabado de Zeus Olimpio. Comenzado en tiempos de Pisístrato, allá por el siglo VI a.C., todos los intentos posteriores de culminarlo se habían visto frustrados. Adriano asumió la tarea como propia y, por fin, las obras adquieron el ritmo necesario para su conclusión. La transformación de la ciudad estaba siendo tan importante que el emperador rivalizaba con Teseo como fundador. Un nuevo arco separaba la ciudad antigua de la nueva. En él, una inscripción, a modo de mojón fronterizo, delimitaba las dos ciudades. “Esta es la Atenas de Teseo, la ciudad previa” rezaba en la cara que miraba a la Acrópolis. “Esta es la ciudad de Adriano y no ya la de Teseo” se había inscrito en la fachada que daba al templo de Zeus Olimpio41. Llegó el día en que las obras del gran templo de Zeus Olimpio habían concluido. Era el momento de inaugurarlo. En el 129, cuando la decisión del emperador parecía hacerse realidad, las ciudades griegas empezaron a otorgarle el nombre de Olimpio42. Adriano se ofrecía así como una nueva epifanía, una nueva encarnación del dios supremo. En 131/132 apareció por última vez en Atenas. Todo estaba dispuesto. El majestuoso templo había sido concluido, derrotando al tiempo y, quizás también, al destino, que había mantenido durante siglos aquellas obras inconclusas. No solo impresionaba las dimensiones de aquel templo colosal sino también el adorno con el que había sido aparejado. Tenemos el testimonio de Pausanias que describe con cierto detalle la composición. Había un coloso crisoelefantino, cuatro estatuas colosales del emperador, hechas en mármol, y multitud de imágenes del Adriano como fundador de las ciudades congregadas en el Panhelenion43. Adriano pidió al sofista Polemón que celebrara con su arte la inauguración: Ordenó a Polemón que cantara un himno durante la ceremonia, ἐφυμνῆσαι τῇ θυσίᾳ. Y este, como solía, fijando los ojos en sus pensamientos a medida que se le presentaban, se entregó al discurso y, desde el umbral del templo, dijo muchas maravillas. Desarrolló como proemio la idea de que el tema de su discurso no le había surgido sin la ayuda de la divinidad, μὴ ἀθεεὶ. (Philostr., VS I 533). El busto que se ha querido identificar con Polemón, y que se ha incluido en la exposición de la Villa a la que sirve este estudio, representa al sofista con la mirada vuelta hacia el cielo, recibiendo directamente de la mano de dios la inspiración de sus palabras44. Filóstrato quería insistir en que Polemón no consideró que aquel himno fuera realmente suyo; él sólo actuó como el intérprete de dios, entregándose al discurso, ἐπαφῆκεν ἑαυτὸν τῷ λόγῳ. A primera vista podría parecer que entre aquel pasaje ya citado de Plutarco sobre Delfos y el relato de la inauguración del templo de Zeus Olimpio no había diferencia alguna. Nada más lejos de la realidad. Si para Plutarco el emperador era humano y Apolo la fuente de inspiración, ahora el iluminado era el orador y la fuente de inspiración, el propio 14

emperador, dios entre los hombres. Quizás, cuando Polemón volvió sus ojos hacia el cielo buscando el favor divino, su mirada, con la de todos los que estaban allí congrados, se topó con la imagen de Adriano Olimpio. “Todas las ciudades griegas se levantan apoyadas en vosotros” En los últimos años del reinado se difundió por todo el Oriente griego una imagen de Adriano, reproducida en multitud de estatuas con ligeras variantes45. El poder imperial era el centro de la representación. El emperador, vistiendo coraza, se apoya en la lanza que sostiene en la mano derecha mientras que el pie izquierdo pisa al bárbaro derrotado. Quizás pudiéramos pensar que se trata de uno de esos “impíos de Palestina que habían desertado del helenismo”, como Aristides se refería, posiblemente, a Bar Koshiba y sus secuaces. Los artistas sabían que la coraza del emperador ofrecía enormes posibilidades plásticas. Augusto con su retrato de Prima Porta, en el que conmemora la recuperación de los estandartes perdidos ante los partos, ya lo había demostrado. Ahora no se dejó pasar la oportunidad46. Rodeado de victorias aladas, el grupo central que se compuso para la ocasión no tenía paralelos. Sobre una loba romana amantando a Rómulo y Remo, se apoyaba y sostenía una Atenea armada. Todavía se discute si se trataba del Paladio y, por lo tanto, si se intentaba recoger en un sólo cuadro todo el ciclo fundador de Roma. Pero la lechuza y la serpiente de Erictonio que acompañan a la imagen nos indican certeramente el camino de la interpretación: Atenas. Desde luego nadie caería en el equívoco de pensar que se trataba de Atenea pisando a la loba, a modo de una supuesta venganza del mundo griego sobre Roma. El conjunto escultórico, como se ha visto, exaltaba el poder imperial y la potencia militar de Roma. El sentido era bien otro: Roma, defensora del Helenismo frente a los bárbaros, ha vuelto a traer a la vida a las ciudades griegas47. Volvamos al principio. Aristides, apenas cuatro años después de la muerte del emperador filoheleno, dando las gracias a Roma, se convirtió en el mejor intérprete de esta imagen, y de la obra de Adriano en Grecia. Prestemos atención al uso de la preposición ἐπὶ, “sobre.” Ahora todas las ciudades griegas se levantan apoyadas sobre vosotros, ἐφ᾽ ὑμῶν ἀνέχουσι, y los monumentos que hay en ellas, las artes y todos los adornos, redundan en vuestro honor como el adorno en un suburbio. Se han llenado las costas, las riberas y las tierras interiores con ciudades, unas fundadas, otras acrecentadas en vosotros y por vosotros, ἐφ᾽ ὑμῶν τε καὶ ὑφ᾽ ὑμῶν.

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Este estudio ha sido realizado dentro del Proyecto “Adriano, imágenes de un imperio” (HAR 2011-26381), del Ministerio de Economía y Competitividad de España. Notas 1 Cortés Copete 1995, pp. 38-54, 180181, n.o 2. 2 Tobin 1997. 3 Egidi 2013. 4 Mattingly 1923, p. clxxxiii; Mattingly, Sydenham 1923, p. 466. 5 Smith 1988; Sapelli 1999. 6 Ferrary 1996. 7 Petrochilos 1974, pp. 63-69. 8 HA, Hadr. 1, 5. Epit. de Caes. 14, 2. Una descripción positiva de su formación: C. D. 69, 3, 1. 9 Iuv., Sat. III 60-65. 10 HA, Hadr. 1, 2; Birley 1997, pp. 1012. 11 Gascó 1988. 12 Graindor 1934, p. 1; IG, II2 3632, 3709. Plin., Ep. 2, 3. 13 HA, Hadr. 16.10; Millar 1965. 14 Syme 1958, pp. 492-503. La influencia de esta hipótesis: Galimberti 2006, pp. 15-44. 15 Kleiner 1983; Baslez 1992, pp. 9193. 16 La carrera de Adriano y su integración en Atenas: IG, II² 3286; C. D. 69, 16, 1; Birley 1997, pp. 58-65. 17 Graindor 1934, pp. 5-14; Oliver 1950. 18 Jones 1971, pp. 28-38; IG, VII 2879; SIG 829ª; Syncellus p. 659. Dindorf. 19 Baslez 1992, pp. 93-93; Birley 1997, pp. 235-238; Galli 2007; Jones 2010, pp. 75-83. 20 IG, II² 3286. 21 C. D. 68. 17.2-3. 22 Cortés Copete 2008. 23 Oliver 1989, n.os 85 y 109. 24 Guerber 2009, pp. 33-77. 25 Desideri 1986; Gascó 1991. 26 Cortés Copete 2005. 27 Boatwright 2003, pp. 57-72. 28 Oliver 1989, n.º 92. 29 CID IV 152, col. II, ll. 37-40. 30 Boatwright 2003, pp. 108-143. 31 IG, II2 3733. La fórmula se repite en multitud de epígrafes y en muchas ciudades de la Hélade. 32 Fouilles de Delphes [FD] III 4.307. 33 Fouilles de Delphes [FD] III 4.301; 304. 34 Flacelière 1971: la restitución del nombre de Adriano es innecesaria para comprender que el texto se refiere al emperador. No creo que tengan razón quienes piensan que Plutarco se refiere a sí mismo: Swain 1991. 35 CID IV 152, col. I, l. 18 36 Antonetti 1995. 37 Fouilles de Delphes [FD] III 4. 304, l. 12.

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38 Basa: IG, V 1. 405. Altares: IG, V 1. 381-404; Paus., III 14, 5. Altar de Zeus Olimpio: IG, V 1. 406; Cartledge, Spawforth 1989, pp. 108-110. 39 Gordillo 2012. 40 Graindor 1934, pp. 30-36. 41 Willers 1990. 42 Benjamin 1963. 43 Paus., I 18,7. 44 Fontani 2007. 45 Gergel 2004; Galli 2008, pp. 84-105. 46 Calandra 1996, p. 71. 47 Calandra 2004. Bibliografía Antonetti 1995 C. Antonetti, La centralità di Eleusi nell’ideologia panellenica adrianea, en “Ostraka”, 4, 1995, pp. 149-156. Baslez 1992 M.-F. Baslez, La famille de Philopappos de Commagène; un prince entre deux mondes, en “DHA”, 18, 1992, pp. 89-101. Benjamin 1963 A.S. Benjamin, The altars of Hadrian in Athens and Hadrian’s Panhelllenic Program, en “Hesperia”, 32, 1963, pp. 57-86. Birley 1997 A.R. Birley, Hadrian. The Restless Emperor, London 1997. Boatwright 2003 M.T. Boatwright, Hadrian and the Cities of the Roman Empire, Princeton 2003. Calandra 1996 E. Calandra, Oltre la Grecia. Alle origini del filellenismo di Adriano, Napoli 1996. Calandra 2004 E. Calandra, Adriano, emperador filoheleno, in Adriano Augusto, J.M. Cortés, E. Muñiz (eds.), Sevilla 2004, pp. 87-102. Cartledge, Spawforth 1989 P. Cartledge, A. Spawforth, Hellenistic and Roman Sparta, London 1989. Cortés Copete 1995 J.M. Cortés Copete, Elio Aristides. Un sofista griego en el Imperio romano, Madrid 1995. Cortés Copete 2005 J.M. Cortés Copete, Polis romana. Hacia un nuevo modelo para los griegos del Imperio, en “SHHA”, 23, 2005, pp. 413-437. Cortés Copete 2008 J.M. Cortés Copete, Ecúmene, imperio y sofística, en “SHHA”, 26, 2008, pp. 131-148. Desideri 1986 P. Desideri, La vita politica cittadina nell’impero: lettura dei Praecepta Gerendae Rei Publicae e dell’An seni Res Publica Gerenda Sit, en “Athenaeum”, 74, 1986, pp. 371-381. Egidi 2013 R. Egidi, L’Athenaeum di Roma, en Roma, Tibur, Baetica. Investigaciones Adrianeas, R. Hidalgo, P. León (eds.), Sevilla 2013, pp. 77-94. Ferrary 1996 J.-L. Ferrary, Rome, Athènes et le philhellénisme dans l’empire romain, d’Ausguste aux Antonins, en Filellenismo e tradizionalismo a Roma nei primi due secoli dell’impero, Roma 1996, pp. 183-210. Flacelière 1971 R. Flacelière, Hadrien

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