Acerca de la \"fíbula de Tiermes\". Una nueva propuesta acerca de su cronología y procedencia a partir del estudio de las fíbulas “trilaminares” en el territorio de la Meseta.

July 9, 2017 | Autor: Raúl Catalán | Categoría: Visigothic Spain, Funerary Practices, Grave Goods
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ARQUEOLOGÍA EN EL VALLE DEL DUERO. DEL NEOLÍTICO A LA ANTIGÜEDAD TARDÍA: NUEVAS PERSPECTIVAS , 2013 / ISBN 978-84-940515-3-1 / PÁGS. 217 – 226

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ACERCA DE LA “FÍBULA DE TIERMES”

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UNA NUEVA PROPUESTA ACERCA DE SU CRONOLOGÍA Y PROCEDENCIA A PARTIR DEL ESTUDIO DE LAS FÍBULAS “TRILAMINARES” EN EL TERRITORIO DE LA MESETA

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RA ÚL C AT AL ÁN R AM O S Universidad Nacional de Educación a Distancia [email protected]

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RESUMEN La aparición en los últimos años de una serie de yacimientos de época visigoda, sobre todo en la zona Sur de la Comunidad de Madrid y en el norte de la provincia de Toledo, nos ha ofrecido la posibilidad de poder contrastar los contextos y la cronología de muchos de los materiales de referencia de los grandes cementerios de la meseta norte, como Duratón o Castiltierra. Concretamente, el repertorio de materiales aparecidos en la Sepultura 2 de la necrópolis de Boadilla (Illescas, Toledo), permite poner en duda la atribución al cementerio soriano de la fíbula depositada en el Museo Arqueológico Nacional a finales del siglo XIX. Por el contrario, los paralelos parecen indicar que el origen de esta pieza se encuentra en la zona occidental de la provincia de Toledo, y sería el producto elaborado en un taller local situado en la propia capital. A partir de la distribución de este tipo de piezas en ambas mesetas se pretenden abordar aspectos como su cronología, la posible presencia de talleres locales y las implicaciones que estos aspectos tienen a la hora de poder analizar el desarrollo la implantación rural de la primera época visigoda en la Península Ibérica. Palabras clave: época visigoda, necrópolis, adorno personal, fibulas

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ABSTRACT In the last decade, the increasing number of early medieval settlements and necropolis found in the South of Madrid and the northern side of Toledo allows us to take a deep review of the items coming from the classic “gothic” necropolis, such as Duratón or Castiltierra. According to the new findings, if we put the focus on the so-called “fibula de Tiermes”, it seems very unlikely that its provenance is related to the necropolis of Tiermes, as everything seems to point out to the western area of Toledo as the most probably area of origin. Taking this into account, this work is intended to shed light on the origin of this kind of fibulae, its evolution and the relationship with rural development in the early visigothic period. Key words: Visigothic period, necropolis, clothing elements, fibulae

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La fíbula en la que se centra este trabajo cuenta con una dilatada trayectoria dentro de la historiografía de la arqueología altomedieval, ya que son numerosas las referencias a la misma que encontramos en los trabajos de los investigadores tanto españoles como extranjeros, desde inicios del siglo XX. Sin duda, su aparición en el clásico trabajo de H. Zeiss acerca de las necrópolis de época visigoda en la Península contribuyó en buena medida a este hecho (Zeiss, 1929), lo que por otra parte ha ayudado también a que se consolide su atribución al yacimiento soriano a pesar de que su origen, como ya argumentó en su día C. Papí, es más que dudoso (Papí, 1998).

Si bien la atribución cronocultural de este broche no presenta grandes problemas, hay que remarcar que no se puede decir lo mismo en cuanto a su procedencia. A pesar de que se ha venido atribuyendo de forma sistemática al yacimiento soriano de Tiermes a partir de su inclusión dentro de este cementerio por parte de H. Zeiss, ya desde las primeras décadas del Siglo XX, en realidad hoy en día sabemos que esta atribución no se asienta sobre datos contrastados. Gracias al magnífico estudio de C. Papí acerca del origen de este broche, sabemos que en las dos primeras obras en las que se presta atención individualizada a esta fíbula -el catalogo de Amador de los Ríos del año 1885 y el trabajo de N. Aberg acerca de la cultura material de Francos y Visigodos (Aberg, 1922)- no se atribuye en ningún momento de forma concreta su procedencia a Tiermes. De acuerdo con los datos de 1885, el origen de la pieza se sitúa de forma bastante imprecisa en “Vettonia”, mientras que Aberg indica que su procedencia es en realidad desconocida. A ello se suma que el propio Martínez Santa-Olalla también acredita una procedencia desconocida en su ensayo de sistematización de los materiales “visigodos” del año 1934, tal vez siguiendo a Aberg y las notas de catalogación del MAN, como apunto en su momento Papí. Con todos estos datos, parece evidente que la atribución a Tiermes, si bien no tiene porque ser imposible, es cuanto menos bastante dudosa. A su vez, estas dudas se acentúan si se tiene en cuenta la distribución aparente de los paralelos más próximos que desde el punto de vista técnico se conocen a día de hoy para este broche.

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INTRODUCCIÓN. UN ORIGEN CONTROVERTIDO

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En cuanto a la pieza en sí (Fig. 1), su número de inventario en el registro del MAN es 56708, y gracias al ya mencionado estudio de Papí, se ha podido conocer su entrada en la colección del Museo en Abril de 1885, formando parte de la colección Rodríguez Cao. Se trata en definitiva de un magnífico ejemplar de fíbula de arco del tipo Smolin-Kosino, realizado en bronce fundido de una sola pieza, que puede incluirse dentro del subgrupo Smolin-Laa an der Thaya de las tipologías centroeuropeas. A pesar de que se suele situar dentro del grupo de fíbulas “trilaminares” por su semejanza formal con las mismas, en realidad el parecido se reduce a una cuestión puramente morfológica. Si bien el aspecto general es idéntico, manteniendo incluso el claveteado en las palmetas que sirve para fijar unas lamina a otras en el tipo trilaminar-, en este caso su función es meramente estética, ya que al tratarse de una pieza elaborada de una sola pieza – a diferencia de los ejemplares laminares- los clavos no tienen ninguna función estructural. El pie es languiforme, y la placa de resorte mantiene aún los restos de un guardapuntas, fijado mediante tres clavos y del que se ha perdido el extremo distal. La aguja, como es habitual en este tipo de elementos, debió de confeccionarse en hierro, motivo por el que seguramente no se ha conservado. A pesar de que algunas piezas -como la propia aguja, o los remates laterales de la placa de resorte-, se han perdido, el estado general de conservación es excelente.

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Hasta fechas muy recientes, tan sólo se conocían un total de tres broches con unas características muy próximas a las de la fíbula depositada en el MAN. En primer lugar contamos con uno de los ejemplares mejor documentados, la fíbula “de Aldeanueva”, que ya aparece en el clásico trabajo de G. Ripoll acerca de la toreútica visigoda (Ripoll, 1991). Junto a ella hay que mencionar la pieza procedente de Fuentes de Aquillán (Paz Peralta, 1997), y la fíbula custodiada en el Museo Cau Ferrat, perteneciente a la colección privada de Santiago Rusiñol (Pinar, 2010). A excepción de la fíbula aragonesa, el resto de ejemplares carecen de una contextualización arqueológica adecuada, e incluso su propio origen es, o bien dudoso, o bien totalmente desconocido (Pinar,

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Fig. 1. (Izda.) Fíbula de Boadilla [Imagen del autor] y Fíbula de “Tiermes” (Dcha.) [Imagen de C. Papí (1998)].

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2010). A ellos hay que sumar dos ejemplares más, inéditos, depositados en el Museo Arqueológico de Mérida en 1995 (Nº Inv. DE36460 y DE36461), y los restos muy deteriorados de otra fíbula que Aberg atribuye a la localidad soriana de Fuencaliente de Medina (Aberg, 1922). Finalmente, en el año 2005, aparecieron dos ejemplares más, con la ventaja de contar con un contexto arqueológico plenamente fiable (Garrido y Pereda, 2010, Catalán y Rojas, 2009). En este caso, ambos formaban parte de los elementos de vestimenta que acompañaban a la difunta localizada en la Sepultura 2 de la necrópolis de Boadilla, en Illescas (Toledo), lo que ha permitido poder avanzar en aspectos importantes como las asociaciones de materiales, la cronología y la

importancia simbólica que rodeaba a este tipo de broches. LA SEPULTURA 2 DE LA NECRÓPOLIS DE BOADILLA: PRIMEROS AVANCES HACIA UNA CONTEXTUALIZACIÓN ADECUADA DE LA “FÍBULA DE TIERMES” Hasta la aparición de esta necrópolis, la ausencia de contextos arqueológicos fiables en casi todos los casos ha lastrado las posibilidades de estudio de este grupo de fíbulas, que mantiene unos niveles de homogeneidad en cuanto a sus características técnicas realmente elevado: fundición en una sola pieza, talla por encima de los 16 cm, pie languiforme, palmetas

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Fig. 2. Fíbulas procedentes de Duratón (Pinar y Ripoll, 2007, tomado de Pinar, 2009).

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Fig. 3. Distribución de hallazgos.

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ornamentales y guardapuntas fijadas con tres remaches, así como los cubre resortes laterales fijados únicamente por dos. Como resultado, se han incluido de forma sistemática y a todos los efectos dentro del conjunto de fíbulas trilaminares, atribuyéndoles una cronología idéntica a pesar de las grandes diferencias técnicas que pueden constatarse entre ejemplares como los recuperados en la necrópolis de Duratón y piezas como la de Aldeanueva. La aparición de la pareja de fíbulas de Boadilla ha ayudado de forma notable a aclarar ciertos aspectos sobre los que hasta ahora sólo se podía especular. Este nuevo par de broches puede incluirse sin ningún género de dudas dentro del grupo de fíbulas

que hemos definido anteriormente, y a las que se hará referencia en lo sucesivo como grupo “BoadillaFuentes de Aquillán”. Como puede apreciarse, la nueva pareja de broches reúne todas las características enumeradas, y la comparación directa con el ejemplar depositado en el MAN y atribuido a Tiermes es contundente (Fig. 1). Sin duda alguna, se trata de dos piezas muy próximas técnica y formalmente, que en vista de las semejanzas y del relativamente alto grado de estandarización que presentan, pueden llegar a atribuirse a un mismo taller. A su vez, sus características formales permiten segregarlas de forma clara del resto de fíbulas laminares documentadas en el resto de la península, en especial de los modelos

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Estos datos parecen concordar con la cronología que presentan la pareja de fíbulas de la necrópolis de Boadilla, ya que el elemento que proporciona el terminus post quem del depósito es un hebijón escutiforme de plata articulado a una hebilla de cristal de roca, cuya cronología se sitúa en torno al 525-530 (Catalán y Rojas, 2009). A ello hay que añadir que la propia localización espacial de la Sepultura 2 de Boadilla corrobora esa atribución, ya que se sitúa en una zona en la que se localizan otros enterramientos cuyo origen se remonta al mismo marco cronológico, como veremos más adelante (Fig. 6). Por el contrario, hay que destacar la posición más cercana al núcleo original del cementerio en la que se sitúa la Sepultura 39, en la que se localizó una pareja de fíbulas trilaminares muy cercanas morfológicamente a los modelos documentados en Duratón, y para la que se maneja una fecha ligeramente anterior, en torno a finales del Siglo V o inicios del VI (Catalán y Rojas, 2009). Finalmente hay que mencionar que, en el estudio que E. Dohijo llevó a cabo recientemente acerca del ejemplar atribuido a Tiermes, se señala que las características técnicas de estos broches son consecuencia de un proceso evolutivo, que partiría de los modelos trilaminares genuinos y que acabaría dando lugar al grupo “Boadilla-Fuentes de Aquillán” (Dohijo, 2011). Fuera ya del apartado técnico, el hallazgo de Boadilla nos ha permitido obtener una visión más completa del significado social y simbólico de este tipo de materiales en cuanto a la articulación del discurso funerario. Hay que destacar que el contexto de la Sepultura 2 tiene una elevada carga simbólica, ya que las fíbulas (así como otra serie de materiales, como una hebilla de cinturón de placa articulada y decoración de cabujones), no parecen formar parte de la indumentaria de la difunta, sino de un depósito funerario segregado y escogido con una intencionalidad clara, que tenemos que vincular con la articulación de las estrategias de distinción social presentes en el mundo funerario de este periodo. A partir de ellos se verifica que este tipo de broches se asocian a personajes que podemos situar formando parte de una elite rural, que puede permitirse la amortización de determinados bienes con un valor crematístico relativamente alto, como la hebilla ejecutada en cristal de roca, la placa de cinturón con

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recuperados en las grandes necrópolis castellanas, como Duratón o Castiltierra. De acuerdo con la configuración de los distintos componentes de estos broches, vemos que hay una serie de diferencias que tienen que ser tomadas en cuenta, como la configuración de las palmetas y los guardapuntas. Frente a los tres clavos que fijan tanto las palmetas como el guardapuntas en el grupo “Boadilla-Fuentes de Aqullán”, en los ejemplares recuperados en la meseta norte las palmetas se anclan a la fíbula únicamente mediante dos, si bien en ocasiones los guardapuntas pueden fijarse mediante tres remaches, dando lugar a un esquema general algo más sencillo (Fig. 2). Como consecuencia, se verifica que, a día de hoy, la distribución de los ejemplares del grupo “Boadilla- Fuentes de Aquillán” parece concentrarse de forma esencial en torno al curso medio del Valle del Tajo (Fig. 3). A pesar de que muchos de los ejemplares carecen de una atribución territorial segura, como ya se ha indicado con anterioridad, lo que puede poner en entredicho el mapa actual de los hallazgos, es significativa la ausencia generalizada de este tipo de fíbulas de los principales cementerios de la meseta, como Duratón o Madrona, dónde las fíbulas laminares son un elemento relativamente común. Por el contrario, vemos que hay modelos muy frecuentes en Duratón que aparecen ocasionalmente en las necrópolis localizadas al sur del Sistema Central, como se documenta en Gózquez o Tinto Juan de la Cruz (Pinar, 2009), o en la propia necrópolis de Boadilla, donde se recuperó otra pareja de fíbulas trilaminares muy distinta de la localizada en la Sepultura 2 (Catalán y Rojas, 2009). De acuerdo con el estudio llevado a cabo por Pinar acerca de este tipo de elementos de vestimenta, es posible que este fenómeno responda a procesos de tipo cronológico. En base a las asociaciones de materiales, el investigador catalán indica que los tipos más antiguos documentados en los cementerios de la Meseta se concentran al norte del Sistema Central, con algunas excepciones como las fíbulas recuperadas en Tinto Juan de la Cruz o Gózquez, en Madrid, que pueden atribuirse al periodo comprendido entre el 470 y el 500. Por el contrario, la gran mayoría de los tipos de fíbula laminar localizados en la meseta Sur parecen derivados más modernos, cuya cronología se vendría a situar entre el 490 y el 525 (Pinar, 2009).

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A partir de los datos expuestos en las páginas anteriores, se puede proporcionar una nueva propuesta acerca del origen y la identificación del taller al que tenemos que asignar el ejemplar atribuido a Tiermes, así como el marco cronológico más probable en base a los contextos cerrados. En primer lugar, la ausencia de este grupo de fíbulas fuera de la Península parece indicar que nos encontramos ante un conjunto de broches producidos en Hispania, ya que ninguno de los ejemplares recuperados ni en la Galia ni en el centro de Europa se ajusta bien a las características definitorias de este conjunto. A su vez, la distribución de los hallazgos, incluyendo aquellos en los que la atribución puede ser dudosa, configura una diagonal que conecta Mérida como extremo más meridional con la zona de los Pirineos centrales, de forma que buena parte de la distribución parece coincidir de forma significativa con el trazado de la Via XXV de Antonino. A pesar de que esta distribución y sus posibles relaciones con la que pasa por ser una de las principales vías de comunicación terrestre del periodo tardo romano y la época visigoda es muy sugerente, hay que señalar que los ejemplares que se custodian en el MNAR de Mérida (Fig. 4) proceden con bastante seguridad de Extremadura, pero no podemos precisar su origen, por lo que de momento este patrón de hallazgos tiene que ser tomado con cautela. A pesar de ello, hay que recordar que otros estudios realizados recientemente acerca de este tipo de materiales también indican que los mapas de distribución muestra una afinidad muy clara con el trazado viario en uso (Pinar, 2009). En cuanto a la cronología, hasta la fecha el mejor indicador temporal lo tenemos en la Sepultura 2 de la necrópolis de Boadilla, cuyo marco cronológico venimos situando en torno al 530 d. C. No obstante, hay que precisar

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VALORACIONES FINALES: PROPUESTA DE ORIGEN DEL GRUPO “BOADILLA-FUENTES DE AQUILLÁN”

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granates y cabujones de pasta vítrea o los pendientes de plata, pero que sin duda se encuentra muy alejada de los niveles de riqueza que manifiestan otras sepulturas como las documentadas en Mérida para este mismo periodo (Heras, 2006).

Fig. 4. Pareja de fíbulas depositadas en el Museo Nacional de Arte Romando de Mérida. (Foto MNAR).

que en realidad ese encuadre temporal viene a indicar el instante en el que tuvo lugar la inhumación, momento en el que fueron depositados los distintos objetos en el interior de la Sepultura. En consecuencia, se tiene que considerar que su fecha de uso parece ser anterior, pudiéndose situar de forma laxa en el primer tercio del siglo VI. Como se ha manifestado, este contexto se ajusta bien a la cronología que otros autores adjudican a este tipo de broches, ya sea a través de las asociaciones de ajuares o bien mediante el estudio de la lógica evolutiva a nivel técnico (Pinar, 2009, Dohijo, 2011, Ripoll, 1991). A todo ello hay que sumar que el análisis topocronológico de la propia necrópolis de Boadilla, en base a la distribución de los ajuares, parece reforzar esta asignación. A partir de su situación, se verifica que la sepultura 2 se ubica en una zona que no forma parte del núcleo originario de la necrópolis, que situamos en torno al 475-480 a partir de la semejanza de sus ajuares – compuestos por fíbulas del tipo “Estagel” y pendientes en forma de media luna (Fig. 5)-, con los de necrópolis francesas como Le

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Fig. 5. Elementos de vestimenta de la Fase I de Boadilla.

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Mouraut, con las que vemos una clara analogía (Catalán y Rojas, 2009). Por el contrario, la sepultura 2 se sitúa dentro de la zona media, en un área en la que los elementos de vestimenta recuperados se encuadran en el periodo que va del 525 al 550, pero muy próxima a los enterramientos producidos en la fase anterior. Teniendo en cuenta todos estos datos, todo parece indicar que la fecha de aparición del grupo de fibulas “Boadilla-Fuentes de Aquillán” se tiene que situar en torno al principios del siglo VI, a partir de la evolución de modelos más arcaicos como serían las fíbulas trilaminares. Finalmente, en lo que respecta a la localización del posible taller al que hay que atribuir este grupo de fíbulas, la distribución de los hallazgos parece indicar que su origen se encuentra en algún punto de la Meseta Sur, muy posiblemente en Toledo, desde dónde se ve una dispersión que discurre grosso modo sobre la vía XXV, uniendo la antigua capital de la Diócesis romana con los pasos de los Pirineos centrales. En cuanto al ejemplar atribuido a Tiermes, los hallazgos de Boadilla y Extremadura parecen apuntar hacía una mayor concentración de este tipo de fíbulas en la zona meridional de la meseta, lo que

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parece respaldar las dudas acerca su procedencia termantina, pero la aparición de otros broches de este tipo en Fuencaliente de Medina (aunque dudoso) y otro (bien contextualizado) en Fuentes de Aquillán parecen apoyar la atribución soriana manejada por Zeiss. En cualquier caso, a día de hoy todo parece señalar que su origen se encontraría en el mismo taller en el que se manufacturaron los ejemplares de Boadilla. El contexto socioeconómico en el que se enmarcan este tipo de fíbulas hace referencia a una “elite” rural, que no puede parangonarse con la aristocracia romana bajoimperial, a pesar de que en buena medida son sus sucesores al menos en lo que respecta al territorio. En cuanto a la adscripción étnica de las mismas es un tema que sigue siendo motivo de debate entre los especialistas (VigilEscalera, 2012, Quirós y Vigil-Escalera, 2011), y al que sólo se pueden tratar de aportar pruebas a partir de la base de un riguroso registro arqueológico. En este sentido, la sepultura 2 de Boadilla parece señalar vínculos con una nueva realidad, más cercana a las necrópolis de tradición “visigoda”, en las que el discurso funerario y las estrategias de distinción

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Fig. 6. Plano de la necrópolis de Boadilla.

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social se articulan -al menos en el plano material- en torno a las mujeres, frente a los cementerios de tradición hispano romana, en los que el papel de la mujer es menos relevante y cede protagonismo de forma evidente ante las inhumaciones masculinas, como sucede en otras necrópolis contemporáneas que parecen seguir la estela de las “necrópolis post imperiales” (Vigil-Escalera, 2012). No obstante, sería un error asociar este tipo de fíbulas de forma simplista a un determinado entramado étnico, ya que este tipo de elementos pueden reflejar no la identidad étnica del personaje que las porta, sino la del grupo dirigente al que quiere asimilarse aquel a través del discurso funerario, como sugiere Vigil-Escalera en el trabajo citado anteriormente. En el futuro, la publicación de las excavaciones llevadas a cabo en estos último años en áreas como la Comunidad de Madrid o la zona norte de Toledo, así como la combinación con estudios como el análisis de los isótopos de los individuos inhumados en estos cementerio nos

permitirá poder argumentar sobre una base más sólida acerca de este tipo de problemas.

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