!985: El aula ideal es real (Escuela y sociedad)

October 7, 2017 | Autor: Xavier Laborda | Categoría: Semiotics, History of Education, Secondary Education, Primary Education
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Descripción

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ESCUELA/SOCIEDAD

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La arquitectura de poder que exudan las construcciones escolares es agobiante. Recientemente lo han recordado Enzensbergerll) y Toffler,(2), por señalar dos plumas de diferente caligrafía, pero coincidente gracejo. No es una arquitectura de poder impresionante ni expansiva, como la de los templos financieros de Manhattan o los tanatorios nucleares y militares de diversa tipología. Esta es una arquitectura de poder que actúa hacia adentro, comprimiendo a aquellos sujetos a quienes debe cobijar, en un proceso de vampirizaci6n intelectual increíble.

Está demostrado científicamente. Los edificios escolares imprimen carácter a sus pupilos ahuecando la personalidad, sustituyendo sus pies por dos pegotes de arcilla; el rostro, por una máscara pintada de purpurina; las manos, por pinzas, destornilladores, teclados, cajas registradoras... Son una fábrica opresora. En la composición de sus materiales y la disposición de sus formas tiene su guarida el principio activo del maleficio. A alumnos y maestros no les ataca una enfermedad misteriosa, que queremos olvidar con eso del síndrome del fracaso escolar. A alumnos y maestros les afecta el diseño; les corroe la metonimia de los muros; les estigmatiza la metáfora del claustro. El plan secreto de las piedras Juguemos a las asociaciones: hangar fabril, residencia de tropa, nosocomio, asilo, vagón de metro. Los parecidos responden a una causalidad funcional, poderosamente sintética en el caso del aula. Allí se reúne producción, obediencia, «tratamiento» del vitalismo de los pupilos, profilaxis social que limpia las calles de golfos y de gozos, viaje barato de masas casi a ninguna parte, respectivamente.

Podremos arrumbar la tarina, reciclar la mesa y butaca del profesor y homogenizar así el mobiliario. Podremos liberar los pupitres de sus anclajes y desbordar la absurda simetría en hileras de incomunicados. Podremos resituar la pizarra que nunca conoció otra ubicación y tapar las mirillas que permiten ver con impunidad qué ocurre dentro. Podremos intentar todo ello e incluso actuar con mayor imaginación. Pero, ¡qué poco cambiará nada! El recinto es el laberinto de Creta dispuesto por los dioses, la trampa de los arquitectos de los faraones. Generalmente, nuestra familiar construcción confunde al que la penetra, e impide cualquier fuga del sistema. Valiente invención ésta de depositar en una fuerza férrea y muda, anónima, prácticamente secreta, el papel de guardián de los sagrados principios. Mientras permanezca incólume este guardián, entraremos y saldremos todos a la vez de las aulas, realizaremos idénticas operaciones repetitivas, permaneceremos aislados de lo exterior... Sencillamente, no somos dueños de nuestro tiempo ni de nuestro espacio. Mientras estén de pie esos muros obstinados estarán salvaguardados los principios de la uniformización, sincronización y concentración. Todos lo mismo, al mismo tiempo, en el mismo lugar. Hasta ahora, éstos eran los principios motrices del sistema. Pero éstos y éste hacen crisis. Empiezan a ser otros porque han dejado de ser rentables. No obstante, la escuela fidelísima no se ha enterado (oficialmente) y los muros centinelas no han recibido contraorden. Pero los ojos de los estudiantes ya han empezado a saltar el muro, como se proclama en italiano. Frescos ojos que sueñan

¿Para qué encerramos en el sueño de la razón de estos caducos arquitectos, visionarios de la tecnocracia, constructores de la fábrica, defensores del hormigón armado (y bien armado) con rejas para cohartar la

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inteligencia y el sentimiento? ¿Para qué? No valen lamentos, El aula ideal es real. Está en los sueños de los jóvenes. Así se ha demostrado en los Encuentros de Juventud de Cabueñes 84. Este verano, en la ciudad de Gijón, se han congregado varios millares de jóvenes para conocerse y reconocerse. Entre ellos se encontraba un centenar de estudiantes de 1. de BUP del curso experimental para la reforma de las enseñanzas medias. Estos jóvenes Oovencitos) han vuelto la mirada sobre sí mismos y se han preguntado: -«¿Cómo podría ser nuestra clase?» y se han puesto manos a la obra, con resultados excelentes, Con los titubeos del que rescata de entre la bruma del olvido el trasunto de un arquetipo sepultado. Han materializado su ensoñación en unas paredes ciegas de papel, sostenidas -en su parte posterlorpor un abigarrado andamiaje de pupitres y trastos desechados. (A esto se lama reciclaje de los materiales de derribo). La planta de esta aula de nueva planta es octagonal: ocho lados regulares que esbozan una aproximación al círculo. Tan sólo uno queda diáfano, Indeterminado, por razones prácticas de tramoya y para que sirva de espita de la Imaginación particular. Los lienzos se abren a la luz con el color de los pinceles. En dos paredes opuestas, se expanden dos amplísimos ventanales, casi desde el suelo al techo. Uno mira a la montaña y otro al mar (un barco de vela, un faro sobre una punta rocosa, nubes, pájaros y olas rizadas). Otras tres paredes más albergan tres ventanales sensoriales e intelectuales. En una, la pizarra. no muy grande, discretita. En' otra, un equipo estereofónico,

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radio, discos, fotos y posters. En la tercera pared, una librería, pero no algo impersonal con estanterías regulares, no; es más hogareña, con baldas desiguales y armarios para cosas personales, decorativas, etc. Quedan dos paredes. Una, con armarios roperos individuales o taquillas (porque el alumno es persona y, como persona, se proyecta en sus objetos, que lleva a la clase, además de las herramientas reglamentarias). En la última pared está colgado un bafle y se practica una puerta, con un poster que cubre su parte de cristal. Esta es la ajustada descripciqn de la planta y las paredes de un aula liberada. El espacio interior está vacío, mejor dicho, libre. Pero es muy elocuente. ¿Para cuántos alumnos? Unos diez; eso sí, a sus anchas, como en casa. ¿La disposición de los pupitres? Tal vez en forma de uve, para verse unos a otros. ¿El lugar del profesor? No se adivina; no hay ningún signo de privilegio. Hasta aquí la descripción. La interpretación de su semiótica, de los mensajes cifrados en su arquitectura, en el particular uso del espacio y de los instrumentos, es responsabilidad de cada cual. Y esta interpretación no será arcana para quienes dominen el código de los jóvenes. Pero no digamos que el aula ideal no es real, que está en el evanescente tejido de los sueños. Es una airosa nube de ocho facetas, una colorista flor de ocho pétalos, una soleada plaza de ocho esquinas.

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NOTAS (1) H.M. Enzensberger, «La defensa del profesor particular», en Migajas políticas, Barcelona, Anagrama, 1984. (2) Alvin Toffler, La tercera ola, Madrid, Plaza & Janés, 1980, pp. 44-45.

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