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Análisis del discurso oral Revista anual. Volumen 16, 2013
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ARCO/LIBROS, S. L.
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Análisis del discurso oral CONSEJO DE REDACCIÓN DIRECTORES
Luis Cortés Rodríguez (Universidad deAlmeria) José Jesús de Bustos Tovar (Universidad Complutense de Madrid) SECRETARIOS
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Xavier Laborda Gil (2012): De retórica: la comunicación persuasiva, Barcelona, Editorial UOC, 126 págs. JOSÉ MANUEL LÓPEZ MARTÍN Universidad de Sevilla
La palabra ha sido utilizada ancestralmente como mecanismo de gestión de identidades, así como instrumento para transformar la realidad que nos rodea. Del mismo modo, el ser humano se ha valido del habla como instrumento de persuasión, y, si el que se vale de ella es aquel que regenta cierto poder en la sociedad, se suelen extraer de ella sus empleos más violentos e inmorales. Xavier Laborda Gil es plenamente consciente del poder de la palabra persuasiva, cuyo origen sitúa en la retórica. Responsable de varios estudios que se acercan a la lingüística desde un punto de vista diacrónico (Laborda Gil, 2011; 2010), el autor nos invita a realizar un viaje en el tiempo cuyo protagonista es el arte de convencer. Y una de las virtudes del libro es la sencillez y claridad con las que este viaje es relatado, además, por supuesto, del ajustado rigor científico a la hora de desarrollar cada uno de los conceptos que se abarcan en el libro. La pasión del autor por disciplinas como la Lingüística, la Historia o el Derecho se hace patente en cada página, y esto da como resultado un libro que posee un cariz bastante divulgativo. Los diferentes conceptos relacionados con la retórica o lajurisprudencia clásicas son explicados de manera asequible, y son, además, ilustrados por numerosas anécdotas relacionadas con el mundo clásico, así como ejemplos literarios o cinematográficos. Estas cualidades abren las puertas a una lectura amena y entretenida, y permite que cualquier tipo de público, incluso aquel no especialista, pueda acercarse a la obra. El libro se divide en seis capítulos. En el primero el lector se adentra en el nacimiento de los primeros esbozos retóricos, en la Sicilia griega del siglo V. a. C. Una vez que los tiranos fueron derrocados, y tras la instauración de la libertad, los ciudadanos emprendieron una serie de litigios para recuperar los terrenos expoliados. El dominio de la palabra fue fundamental en estos casos. Tras ello, y dentro de este capítulo inicial, aporta una explicación acerca de las distintas partes del discurso (exordio, narración, demostración, epílogo), relacionándolas con sus características comunicativas, con su finalidad (agradar, convencer o conmover) y con la función que predomina en ellas. En el capítulo segundo se profundiza en las tres ORALIA, vol. 16,2013, págs. 375-379.
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fuentes de la retórica. Nos referimos al discurso judicial, al literario y al filosófico. Laborda Gil utiliza la metáfora "cazadores de perlas" para titular el capítulo tercero. Las perlas hacen referencia a la originalidad y la belleza del discurso retórico, cualidades esenciales para facilitar su efectividad. El retórico busca la estilización de su exposición, y para ello debe prestar especial atención a dos de las fases del discurso retórico: por un lado, la inventia, donde el orador debe seleccionar, a través de un método original, aquellos caminos ya establecidos, que no vulgares, para recoger todo aquel material que pueda servirle en su sistema retórico; por otro lado, las perlas propiamente dichas se elaboran en la elocutio, es decir, en el proceso de ornamentación de las palabras a través, sobre todo, de las figuras retóricas. El capítulo cuarto supone una inteligentísima reflexión sobre las relaciones que se establecen entre el discurso persuasivo y los elementos de poder. El quinto se ocupa de las dos figuras claves del hecho persuasivo: el sujeto y el objeto de la argumentación. Del primero se centra en cuál es su intención a la hora de persuadir, mientras que de la figura del persuadido comenta el autor distintas claves o variables que pueden afectarle en mayor o menor grado. Nos referimos a su sexo, su inteligencia o nivel cultural. El último capítulo ("Peroratio") supone una recapitulación de las ideas anteriormente expuestas, así como un cuadro de conclusiones bastantes interesantes acerca de las relaciones entre el discurso retórico, el poder, los medios de comunicación y la política. Una de las constantes del libro es la explícita intención del autor de desmontar los argumentos que se refieren a la retórica como una estrategia poco ética. Para construir su defensa, Laborda, por ejemplo, nos recuerda que retórica y democracia han ido siempre de la mano, eternamente al servicio del ciudadano libre y como garantía, por tanto, de las libertades públicas. En relación con este tema, el autor también se encarga de anular la falsa creencia de que la finalidad persuasiva constante en la comunicación retórica sea un acto en que el hablante busca exclusivamente su propio beneficio. Sería al contrario, ya que en ella ambos interlocutores se benefician de esta acción recíproca, ambos se influyen y enriquecen sus puntos de vista a través del proceso argumentativo, consiguiendo que el mensaje llegue con más eficacia, y logrando, por paradójico que parezca, que ninguno de los puntos de vista prevalezca de manera impositiva. Por supuesto, la retórica no tiene como paradigma el famoso principio de cualidad de Grice, pero no por ello admite Laborda Gil que se la relacione irremediablemente con la idea del engaño. La retórica no busca la verdad sino la coherencia, la adecuación y la eficacia, y para ello, admite, se desenvuelve a la perfección en el campo de la simulación discursiva. Cuando estas estrategias se llevan a cabo de manera artera e inmoral entramos en el campo de la manipulación, técnica habitual en campos como los medios de comu-
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nicación o el lenguaje político. Aquí se deja de lado la finalidad eminentemente cooperativa, y, debido a la inconsciencia o ignorancia del receptor, se busca el engaño. Entramos, según el autor, en el terreno de las estructuras de poder que intentan, mediante recursos de manipulación, influir en el movimiento de las masas, casi siempre con una finalidad ideológica (Thompson, 1990; Schwarzmantel, 2008; Van Dijk, 2003, 2005, 2009). De esta forma, la retórica se transforma en un pincel que sirve para dar forma y cohesionar ideologías en los diferentes campos: el jurídico, el político, el educativo o el de los medios de comunicación, por citar algunos. El valor-y el peligro, añadimos nosotros- del discurso radica, por tanto, en su capacidad para transformar la visión de la realidad que tiene el ciudadano, y para cohesionar y mostrar un modelo que es el idóneo para el buen devenir de la sociedad. Entonces, ¿dónde queda la verdad de la que hablábamos antes? No le queda más remedio al autor que mostrarse totalmente escéptico ante la evidencia de que la única verdad evidente es aquella que se impone como resultado de la representación simbólica que nos llega desde las estructuras de poder. Cuando la comunicación retórica, por tanto, se realiza desde arriba, con una finalidad eminentemente ideológica, como medio de engaño y manipulación, y, además, aprovechándose de la inconsciencia de los receptores acerca del mismo acto retórico, en estos momentos, afirma Laborda Gil, es cuando se ejerce lo que él denomina "la violencia del poder" (112). Por otro lado, e independientemente de esta violencia ejercida desde el poder que aparece totalmente deslegitimada, el autor debe reconocer que existe cierta violencia consustancial al uso de la palabra retórica. Todo procedimiento retórico -la defensa de una tesis, una prueba académicaposee un enfrentamiento inherente. En el momento en que las normas ritualizadas o estándares se superan, se corre el riesgo de llegar a dañar la imagen del interlocutor. De manera muy sucinta, el autor nos pone de relieve que, al insertarnos en el proceso argumentativo, corremos constantemente el riesgo de dañar la imagen del otro. En consecuencia, la argumentación y las diferentes teorías acerca de la (des) cortesía verbal van íntimamente ligadas, y así hemos de estudiarlas (Fuentes Rodríguez, 2009). La imagen, por tanto, cobra especial relevancia dentro de la comunicación retórica. El retórico no solo desea mover o conmover a su auditorio, también pretende exhibirse ante él, y mostrarse como alguien capacitado y eficaz en el uso de la palabra. El hablante, por tanto, se vale de estas actividades de autaimagen (Fant, 1989,2000; Hemández Flores, 2006) para elevar la consideración que el grupo tiene de él. En palabras del autor, "la persuasión se erige, por tanto, en una actividad transaccional que remodela la idea y el aprecio que despertamos a nuestro alrededor" (93). Como podemos observar, uno de los aspectos más interesantes del libro es su capacidad para advertir con sencillez al lector de la validez de ciertos
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conceptos acuñados en los últimos años dentro del Análisis discursivo y la Pragmática lingüística (cortesía verbal, actividades de autoimagen, relación entre argumentación y descortesía), cuya validez y pertinencia pueden contrastarse ya desde los orígenes mismos de la retórica, allá por el siglo v. a. C. Así, y sin perderse en enrevesadas digresiones demasiado técnicas, Laborda Gil explica de forma efectiva y didáctica los diferentes conceptos que quiere aportar. El autor ilustra continuamente sus explicaciones con ejemplos relacionados con la vida cotidiana en la Grecia o la Roma clásicas, con situaciones reales actuales, con el mundo de la publicidad o, como ya hemos indicado, a través de obras literarias o cinematográficas. Estas incursiones narrativas que salpican la exposición científica dinamizan en gran medida el texto, y aligeran su carga teórica. En este sentido, son destacables los cuadros ilustrativos con los que acompaña -solo si es estrictamente necesario- cada explicación. Estos gráficos suponen un valioso instrumento de recapitulación de los conceptos que se han aportado previamente. Nos encontramos, por tanto, ante una obra valiosa e interesante, que desprende pasión hacia la palabra y hacia su enorme poder para transformar, ya sea de manera artera, ya sea partiendo de presupuestos éticos, la sociedad que nos rodea. Hablamos, en definitiva, de la palabra como arma, y, según afirma el autor, de la retórica como piedra donde esta arma debe ser afilada (96).
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