(2011) La \'luminosa literatura\'. Aproximación desde la revista barcelonesa \'Destino\'

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Descripción

[En: Ana Cabello et al. (eds.), En los márgenes del canon. Aproximaciones a la literatura popular y de masas escrita en español (siglos XX y XXI), Madrid, CSIC-La Catarata, 2011, pp. 51-65] La luminosa literatura. Aproximación desde la revista barcelonesa Destino Luminosa Literatura. An Approach from the Barcelona Weekly Magazine Destino Blanca Ripoll Sintes (Universitat de Barcelona)

Resumen: Álvarez Palacios1 toma el concepto de luminosa literatura para referirse a un tipo de literatura amable, que no generaba fricciones con el gobierno franquista del momento y que invadió el mercado editorial con miles de traducciones extranjeras. Este fenómeno tuvo su representación en la evolución de la novela española de posguerra. En este trabajo, a partir de los datos estudiados en el semanario barcelonés Destino, se verá cómo recibió la crítica literaria del momento este tipo de novelas (de humor, de aventuras, policíaca y rosa). Palabras clave: Posguerra, Novela Española, Crítica Literaria, Prensa, Destino. Abstract: Álvarez Palacios talks about the concept of luminosa literatura to refer to a kind of soft literature, which didn’t cause any frictions with Franco’s government, and which filled the Spanish editorial market with thousands of foreigner translations. This phenomenon had a representative presence in the evolution of the Spanish Postwar Novel. In these papers, we like to show how literary critics of the weekly magazine of Barcelona, Destino, analysed this sort of novels (of humor, adventures, thrillers and romantic novels). Keywords: Spanish Postwar, Spanish Novel, Literary Criticism, Journalism, Destino. [51] Que la guerra civil española supuso una ruptura social, económica, ideológica y cultural respecto de la época anterior es algo innegable. Podríamos creer, entonces, que esa zanja cultural e ideológica marcó a todas las representaciones artísticas por igual y, sin embargo, los cambios no afectaron del mismo modo a todas las disciplinas. En el caso concreto de la novela -que es el que nos ocupa hoy-, debemos decir, con el profesor Martínez Cachero, que “la guerra civil no cortó un considerable cultivo

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ÁLVAREZ PALACIOS, FERNANDO, Novela y cultura española de postguerra, Cuadernos para el Diálogo.

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novelístico, ni en calidad ni en cantidad, inexistente en España a la altura de 1936”2. Porque si la década de los 30 había sido dorada para la poesía, no hubo tanta suerte para el género narrativo. En añadidura, el florecimiento en dicho período de poéticas como las defendidas por el grupo de Garcilaso (especialmente) o el de Escorial, junto con la influencia y difusión a través de los medios de comunicación de la retórica grandilocuente que el Régimen adoptaría de la oratoria falangista, provocaron también la preeminencia de un estilo ampuloso, culto, excesivamente cargado con arcaísmos y excesivamente complicado por retruécanos sintácticos. Un estilo que se agotaría en sí mismo y contra el cual la mayoría de críticos literarios de la revista barcelonesa Destino lanzaron sus quejas y sus demandas de un arte más “humano” (a excepción de Eugenio Nadal, defensor del estilo culto y del artificio estético en pos de la belleza artística). Nos hallamos, entonces, ante un panorama novelístico dominado por las voluntades de un régimen totalitario y las de su brazo armado -la censura-, por la prolongación del clima bélico a través de una literatura propagandística y laudatoria al servicio de los vencedores y por las ausencias de numerosos intelectuales y creadores literarios. Como era de esperar, la restauración de la novela ficcional, de creación literaria, tardaría un tiempo en asentarse. Todavía en 1941 los críticos de Destino se quejaban de la falta de novelas (Luis Perales aseguraba que “ha seguido casi ausente la obra de imaginación, la creación literaria estricta.”3), y, consecuentemente, dicha [52] ausencia quedaba sustituida por una proliferación descomunal de antologías, reediciones, biografías y traducciones de autores extranjeros4. Ante el exilio forzado de intelectuales y escritores, la falta de materia prima y de actores del juego literario, y la escasez –por no hablar también de ausencias- de autores nuevos y de calado profundo en el país, los pocos editores que habían sobrevivido a la masacre material y económica de la guerra

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MARTÍNEZ CACHERO, JOSÉ MARÍA, La novela española entre 1936 y 1980.Historia de una aventura, Castalia, Madrid, 1985, p.10. En una misma línea, RAFAEL BENÍTEZ CLAROS, en Visión de la literatura española (Rialp, Madrid, 1963, p. 294) también había dicho: “la década del 36 al 45 prácticamente no interrumpe nada, porque la parálisis de la novela había sobrevenido ya.” 3

PERALES, LUIS, “Sobre las letras de 1941”, Destino, Barcelona, 1941, núm. 232, p. 10.

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El profesor GONZALO SOBEJANO apunta el hecho a partir de la lectura de las revistas de la época: “Leyendo las revistas literarias de aquellos años salta a la vista un hecho palmario: el público no leía apenas novelas españolas; devoraba, en cambio, con placer, largas novelas exóticas y biografías de hombres singulares.”, en SOBEJANO, GONZALO, Novela española de nuestro tiempo (en busca del pueblo perdido), Editorial Prensa Española, Madrid, 1975, p. 39.

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civil se vieron obligados a tirar del hilo de las traducciones de obras extranjeras, en las que buscaron obras de literatura amable, que no creara conflictos con el sistema ideológico y moral del régimen. Barcelona va a ser uno de los focos principales del mundo editorial, con empresas tan relevantes como las editoriales de Josep Janés, Luis de Caralt, Luis Miracle, Apolo, Tartessos, Olimpo, Yunque, La Gacela, Montaner y Simón, Lara y la misma Destino (creada en 1939). Resume Álvarez Palacios: Es Barcelona la que se convierte en adelantada de las traducciones y es Janés, principalmente, quien se encarga de ofrecernos las “primicias” de escritores amables, creadores de luminosa literatura, como llegaría a denominarla el I.N.L.E. en aquella época. Estos, entre otros, son principalmente: Baring, Benoit, Du Maurier, La Roche, Maugham, Zilahy, Cecil Roberts, Vicky Baum, Pearl S. Buck, Stefan Zweig, que inundan prácticamente el mercado nacional.5

Una enumeración de autores a los que pueden sumarse André Maurois, Louis Bromfield, Knut Hamsun o Clemence Dane. Y, si bien este fenómeno de las traducciones extranjeras va a ir atenuándose lentamente –al tiempo que los novelistas españoles van haciéndose un lugar en el escaparate literario-, también es cierto que todavía en la década de los 50 prevalecía entre el público una gran pasión por este tipo de novela. La responsabilidad del editor en la educación del gusto lector de cada momento se demuestra que [53] es claramente elevada: el origen de la demanda pudo proceder de una exigencia social, pero la continuada hegemonía de estas lecturas vino determinada por los intereses empresariales de ciertas editoriales, que buscaron antes las ganancias económicas que la defensa de la calidad literaria. Este mercantilismo de la literatura haría clamar al cielo a Antonio Espina, quien, bajo la máscara de “B. Ruiz Soto”, criticaría en Destino la absurda proliferación de biografías “recocidas” y denunciaría la prostitución de los escritores ante la industria editorial6, con unos argumentos que recuerdan la postura del joven Galdós a la altura de 1870, quejándose por la falta de creación literaria nacional y por la inundación de malas traducciones extranjeras, en sus Observaciones sobre la novela contemporánea en España. Pasada la inmediata posguerra, el relajamiento del régimen y de los mismos escritores, junto con la demanda por parte del público lector de un tipo de novela más cercana a su mundo, ayudarán a un renacer de temas más variados y al cultivo de la novela como género literario más o menos desligado del adoctrinamiento político o religioso. 5

ÁLVAREZ PALACIOS, FERNANDO, Novela y cultura española de postguerra, Cuadernos para el Diálogo. EDICUSA, Madrid, 1975, p. 18. 6

“B. RUIZ SOTO” (A. ESPINA), “Literatura Industrial”, Destino, 1945, 425: p. 13.

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Así pues, ante la inexistencia de creación literaria nacional y ante la necesidad de una mayor variedad temática que la que ofrecían los géneros laudatorios (la poesía adepta al Régimen, las crónicas de guerra, la literatura “hagiográfica”, etc.), los primeros tanteos narrativos de aquellos años se encaminaron hacia aquella luminosa literatura –tal y como la bautiza Álvarez Palacios-, una literatura amable, que no generaba fricciones con la censura y que tuvo, a nuestro modo de ver, su particular representación en las letras españolas: novelas que no cuestionaban los valores del Régimen ni los de la Iglesia; novelas que entretenían trivialmente a los lectores y que los distraían de su realidad. Su función tiene muchas similitudes con la que sostuvieron en España los libros de…, de los siglos XV, XVI e incluso XVII: libros de caballerías, libros de pastores, libros de viajes (o novela bizantina), libros de moriscos… Obras literarias que lograban que los lectores se evadieran de su realidad cotidiana a través de tramas idealistas, con argumentos lineales, personajes prototípicos, finales previsibles y elementos fantásticos, exóticos, partícipes de lo maravilloso o, cuando menos, lejanos en el tiempo. Obras de fácil y cómoda lectura, que [54] conseguían a un público adepto y fiel. Obras contra las cuales lanzó su quijotesca flecha don Miguel de Cervantes -como lo haría, hemos dicho, Galdós en el s. XIX-, y que evolucionarían, bajo máscaras diversas, y seguirían hallando su lugar en el mercado editorial y entre los lectores españoles. En el XIX, los escaparates literarios del país quedaron inundados por obras pertenecientes a géneros como el de la novela histórica, la de folletín, o la recientemente creada novela policíaca, duras competidoras de la novela de costumbres contemporáneas que el joven Galdós trataba de adaptar a la realidad y a las exigencias españolas. Unas obras que, ya en el siglo XX, responderían al nuevo momento histórico y a los nuevos lectores a través de una mayor diversificación de temas, tonos y registros: la novela humorística, la novela histórica, la novela de aventuras, la novela rosa y la novela policíaca. El corpus de crítica literaria del semanario barcelonés Destino durante el primer decenio de la posguerra (1939-1951), se hará eco de las numerosas publicaciones de este tipo, que tuvieron una gran acogida entre el público mas no el unánime favor de la crítica. Heredero de las revistas barcelonesas de preguerra como Mirador o Meridià, y éstas, a su vez, herederas de las revistas ilustradas del XIX, como la también barcelonesa Arte y Letras, el semanario Destino buscó ofrecer a sus lectores una amplia variedad temática y, por eso, dio un gran peso a la información de tipo cultural y, de manera especial, a la información literaria. Las páginas destinadas a esa función se 4

titularon “Arte y Letras”, donde tenían cabida artículos de reflexión filosófica, críticas literarias, crónicas de exposiciones de arte, entrevistas a creadores -tanto literarios como de artes plásticas-, y un apartado llamado “Escaparate” destinado a pasar revista a las últimas novedades editoriales -sobre todo, las procedentes de las editoriales de la Ciudad Condal-. Los críticos de la revista barcelonesa recogerían el fenómeno de la luminosa literatura, pero, y es significativo, sólo le dedicarían reseñas y no largos artículos. En este breve estudio, realizaremos un breve repaso a los géneros de la novela humorística, la novela policíaca, la novela de aventuras y la novela rosa, en cuyas genealogías no podremos extendernos lo suficiente debido a la extensión de nuestro trabajo y cuya presencia en la revista Destino es desigual –una desigualdad patente en la extensión de cada subapartado-. Veámoslo. [55] Pongamos nuestra atención sobre la novela humorística, el género que más relevancia tiene debido a una presencia cuantitativa y cualitativamente mayor en el corpus textual estudiado. Este género se enlazó, tras la guerra civil, con dos tradiciones anteriores radicalmente opuestas. En primer lugar, la tradición del astracán, del teatro ripioso de Echegaray y el del peor Benavente –ambos influirán también mucho en la creación del tono de la novela rosa-, y con el teatro de los hermanos Quintero, de Pedro Muñoz Seca o Pedro Pérez Fernández, junto con toda una línea sainetera de la más baja estirpe. El segundo antecedente de la novela de humor de posguerra fue la labor de las vanguardias de los años 20 y 30 del siglo XX. Los puentes con el humor vanguardista se tenderán fundamentalmente a través del quehacer del grupo de La Codorniz y a través del teatro de Mihura y Tono, no comprendidos por su época (Julio Coll, en 1944, aplicará criterios demasiado convencionales a una obra como Ni pobre ni rico sino todo lo contrario, pues, quizá sumidos en el teatro existencialista europeo de Brecht o Sartre, lo absurdo no tenía aún cabida). De una u otra forma, la novela humorística cobró un inmenso auge editorial. Escritores como Samuel Ros, Francisco de Cossío, Alfredo Marqueríe, Álvaro de Laiglesia y los grandes Julio Camba y Ramón Gómez de la Serna (éste último, representante vivo de la época vanguardista española), entre muchos otros, tuvieron una enorme aceptación de público y, en algunos casos, de crítica. Es notable la estrecha relación que guarda el cultivo de este género –el de la novela de humor- y los géneros del teatro y del periodismo: la mayoría de escritores tenían a su vez una columna o sección más o menos fija en un periódico o publicación en prensa, y, a la vez, solían 5

escribir y estrenar piezas de teatro. De este modo, el estilo de estos autores como novelistas se alimentaba con las características del estilo teatral y del periodístico: ser directo, ameno y contactar con el público. En este sentido, la postura de los redactores críticos del semanario Destino es clara y responde, en ciertos aspectos, a circunstancias propias de la época. A raíz de un elogioso perfil del prematuramente fallecido Samuel Ros, en 1945, Juan Ramón Masoliver rechaza una tradición humorística de vanguardias que, según su juicio, se ha extremado hasta perder su sentido esencial: un abuso de la “ruptura de la lógica, gratuitismo que, aprovechado por Neville y Jardiel Poncela, y a través de Buen Humor y Gutiérrez, había de desembocar en los extremos que [56] están esterilizando a los semanarios festivos de esta hora.”7. Cabe recordar aquí el rechazo generalizado hacia la época anterior –las vanguardias-, hacia las enseñanzas orteguianas y hacia el arte “frío” y deshumanizado, que se generalizó durante la primera posguerra –un rechazo más ideológico que estético-. En contraposición, va a defenderse un arte más espontáneo, más natural, más cercano al hombre. A pesar de eso, Masoliver va a situar a Samuel Ros en la misma línea que Ramón Gómez de la Serna y, por lo tanto, en la misma línea que el arte de vanguardias. Podría decirse que, si bien en el fondo se elogiaba la condición lúdica del arte, su capacidad para remover los cimientos de la realidad a través de los resortes del humor y la comicidad, la mayoría de críticos bien porque se vieron obligados, bien porque cayeron en la tendencia general, rechazarían el arte deshumanizado en tanto que representante de la estética anterior a la guerra civil. Podemos ver otro ejemplo en los elogiosos artículos que el crítico andaluz Rafael Vázquez-Zamora hizo de Ramón Gómez de la Serna en Destino. Ante el desconcertante mundo de El hombre perdido (Poseidón, Buenos Aires, 1947), Vázquez-Zamora apuntará que, si “la vida no es clara” y “la realidad es falsa”, la novela deberá ser, entonces, una “nebulosa”. “Nivolas” o “Novelas” que nos recuerdan a las Seis falsas novelas que empezó a publicar Ramón en 1923. Una “falsedad”, unas “nebulosas”, que enarboló Gómez de la Serna contra el verismo decimonónico y positivista, contra la literatura histórica documental. Sin embargo, todos estos preceptos, que lo acercarían a una poética de la novela de preguerra y a un ideario más bien revolucionario, quedan anulados por los juicios de Vázquez-Zamora, quien va a conferir a la novela la dosis necesaria de humanidad: “en El hombre perdido hay una nueva faceta de Ramón: un

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MASOLIVER, JUAN RAMÓN, “Mascarada de la tragedia”, Destino, Barcelona, 1945, núm. 391, p. 13.

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escritor al que empieza a preocuparle el ser humano”8. El encasillamiento que Ramón padeció durante la posguerra bajo el marbete del humorismo le restó importancia a su carácter profundamente revolucionario y cuestionador de la realidad preestablecida. Sin embargo, y de forma paulatina, empiezan los críticos de la época a adentrarse en el mundo de lo absurdo. El mismo Vázquez-Zamora, quien tenía, por otro lado, una tendencia natural a bautizar con neologismos las nuevas tendencias literarias, hablaría, a mediados de los cuarenta, de “lo trocho” para referirse a un tipo de humor absurdo que nadie parecía vincular con las vanguardias: “Lo [57] es lo absurdo, ligeramente tocado de simpática enajenación mental” y en ello se encerraba, según Vázquez-Zamora, “una vigorosa rama de nuestra literatura actual”9. Ya a finales de la década de los años cuarenta, los críticos de Destino van a reivindicar el humor encarnado en La Codorniz como el revulsivo social que realmente fue. Ángel Zúñiga -que era, principalmente, crítico teatral y cinematográfico de la revista- reseñó en 1949 una recopilación de artículos de Álvaro de Laiglesia, El baúl de los cadáveres, unas quinientas páginas de labor periodística en las que el lector puede observar que “de todo hace el escritor cuestión viva, urgente, para salirse en seguida por la tangente del humor.”10 Para Zúñiga, la función del humorista radica en cuestionar todo lo preestablecido por el hombre: “Desde La Codorniz, por ejemplo, Álvaro de Laiglesia practica, semanalmente, esta asepsia cuidadosa de las costumbres y de las actitudes” y “dispara contra el inútil encastillamiento de los tópicos”. Defiende, por tanto, un tipo de humor que no se queda en lo superficial y chocarrero, sino que trasciende la trivialidad y alcanza las verdades más profundas de la vida humana: El humor de ahora no radica tanto en lo personal; es también mucho más cerebral, y, por serlo, está poseído de una furia de la razón que descarga sobre la esclavitud de las cosas que pesan sobre el hombre.11

A su vez, iban a unirse en otro gran humorista, Julio Camba, el vínculo del humor con el periodismo, y su condición crítica. Antonio Espina, escondido tras el pseudónimo de “Aristeo”, apuntaba: “El periodismo, desde su aparición, ha sido como una esponja para todas las especies de sátira”; y añade: “los mejores humoristas de hoy se siguen produciendo en la Prensa y a través de la Prensa. Ahí están, pongamos por

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VÁZQUEZ-ZAMORA, RAFAEL, “La vida de los libros”, Destino, Barcelona, 1949, núm. 609, pp. 16-17. VÁZQUEZ-ZAMORA, RAFAEL, “La vida de los libros”, Destino, Barcelona, 1947, núm. 515, pp. 11-12. 10 ZÚÑIGA, ÁNGEL, “El humor de Álvaro de Laiglesia”, Destino, Barcelona, 1949, núm. 602, p. 14. 11 Ibídem. 9

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caso, Julio Camba y José Pla.”12 Si bien estas dos últimas críticas literarias escapan al género puramente novelesco, nos han servido, no obstante, para caracterizar el diapasón crítico de los intelectuales agrupados en torno a Destino frente a la cuestión del humor. Volvamos, pues, a las novelas. Críticos literarios como Julio Coll, Juan Ramón Masoliver, Rafael VázquezZamora o Ángel Zúñiga, entre otros, valorarían que las [58] novelas reseñadas se adecuaran a lo que ellos consideraron en cada momento el modelo narrativo a seguir. En este sentido, apreciarán que la trama y el ritmo de la novela mantengan vivo el interés del lector. Por poner un ejemplo, al reseñar la reedición en 1940 de la novela de 1927, La rueda, de Francisco de Cossío, Julio Coll elogiará el ritmo ágil de la novela, a pesar de su extensión, gracias a una trama hechizante, descripciones de ambientes y personajes muy originales, un “argumento irreal, descabellado, inverosímil”, y un estilo “que arrastra”13. Por otra parte, buscarán un modelo estilístico que difiera del arte intelectual de preguerra: un estilo natural, espontáneo, cercano a la vida palpitante. En esta línea, señalaría Vázquez-Zamora los excesos realizados por Noel Clarasó, quien había forzado demasiado los recursos de la comicidad en la novela La gran aventura de un hombre pequeño (Colección Al monigote de papel, Barcelona, 1947): “Lo que sobra en este libro es precisamente lo injertado por el autor con el decididor propósito de hacer reír.”, dirá Vázquez-Zamora14. A continuación, el crítico andaluz va a elogiar que el escritor sea capaz de extraer las dosis precisas de humor a partir de situaciones cotidianas. En el artículo antes citado, Vázquez-Zamora resaltaría de la obra de Álvaro de Laiglesia, Un náufrago en la sopa (Colección Al monigote de papel, Barcelona, 1947), su “gran poder de observación y un modo divertidamente corrosivo de retorcerle el cuello al tópico”15; es decir, se valoraba el humor como mecanismo para ver más allá de las estructuras aparentes del mundo, como resorte para ampliar las perspectivas del hombre frente a la vida. Y todavía un último ejemplo. Ángel Zúñiga, en un perfil sobre Wenceslao Fernández Flórez -autor veterano vinculado también a La Codorniz-, explica la gran popularidad del escritor precisamente por la cotidianidad de las acciones que provocan la comicidad en sus obras: “Explicar este fenómeno cuesta menos de lo que se cree. Fernández Flórez ha llevado siempre a sus novelas tipos que podíamos haber conocido 12

ESPINA, ANTONIO (“ARISTEO”), “La vida de los libros”, Destino, Barcelona, 1946, núm. 450, pp. 13-14. J. C., “La rueda. Novela de Francisco de Cossío”, Destino, Barcelona, 1940, núm. 138, p. 8. 14 VÁZQUEZ-ZAMORA, RAFAEL, “La vida de los libros”, Destino, Barcelona, 1947, núm. 515, pp. 11-12. 15 Ibídem. 13

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o que tal vez hemos conocido en nuestra personal experiencia; pasiones que caben igualmente en nuestro pecho.”16 La relación directa entre la literatura y la vida cotidiana marca, entonces, el éxito de público, pues al lector le gusta verse reconocido en los personajes y en los asuntos de la trama novelesca. Va a ser justamente esta demanda de los lectores la que provocaría [59] que la novela de la posguerra en España buscara un mayor vínculo entre la realidad circundante y la literatura. En segundo lugar, contemplemos el caso de la novela de intriga o policíaca, género que protagonizará también este gran cajón de sastre. Nacida al calor de las obras de Edgar Allan Poe y cultivada después por Arthur Conan Doyle, Agatha Christie o Wilkie Collins, la novela policíaca, detectivesca o de intriga se entiende como resultado de una visión positivista del mundo: un hombre y el poder de su mente, de la razón, van a ser capaces de resolver un enigma que parece del todo inexpugnable. Su éxito de ventas en la España de la posguerra responde no sólo a un afán de entretenimiento y evasión, sino, quizá, a la necesidad de creer en un héroe, en un hombre de talla moral superior, capaz de desfacer entuertos. Ya entrado el siglo XX, la novela policíaca se fundió en muchos aspectos con la novela de aventuras, si bien en este estudio los trataremos por separado y se entenderá “novela de aventuras” por la heredera directa de la novela bizantina del XVII, vinculada con los viajes a tierras exóticas. En Destino se reseñarán novelas “de intriga” como La rebelión de los personajes (Juventud, Barcelona, 1940) y El creador (Juventud, Madrid, 1940), ambas de Cecilio Benítez de Castro; Mis amigas eran espías, de Luis Antonio de Vega (Luis de Caralt, Barcelona, 1942); ¡Wolfram, Wolfram!, de Carlos Caba (Javier Morata, Buenos Aires, 1947); o El secreto de Quick (Barcelona, 1951), de “Juan José Mira” -pseudónimo que utilizó Juan José Moreno Sánchez, para eludir en cierto modo su pasado de significación republicana-. De nuevo en este caso de la novela policíaca, será general el rechazo de la novela anterior, especialmente por su morosidad y su abuso de la psicología. No obstante, que fuera Juan Teixidor -poeta y crítico de arte noucentista- quien firmara estos argumentos, en ocasión de una reseña a Cecilio Benítez de Castro, es la prueba más clara y significativa de que este rechazo era producto de las circunstancias políticas del momento. Decía Teixidor, en los inicios de los años cuarenta:

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ZÚÑIGA, ÁNGEL, “Fernández Flórez en Barcelona”, Destino, Barcelona, 1948, núm. 591, p. 14.

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Nuestra producción novelística se ha perdido en estos últimos años en un cultivo exhaustivo del matiz y de la caracterización. Sin brío, sin interés argumental, languidecía en exquisiteces estilísticas o en una selva de imágenes más propias para decorar una orfebrería poética (…).17

[60] Una novela como la policíaca, prototipo del género de acción, se erigía entonces como el modelo opuesto a la novelística de preguerra, es decir, como el modelo a seguir. Los redactores de las reseñas de la revista barcelonesa iban a valorar prácticamente los mismos aspectos que en el caso de la novela humorística: que hubiera acción, intriga y una trama original (es decir, que se mantuviera en vilo al interés del lector); y que se creara la obra con un estilo ágil y vivo. Teixidor elogiaría el estilo “jugoso, lleno de vitalidad y firmeza”18 de Benítez de Castro en La rebelión de los personajes, si bien un redactor anónimo le achacaría un año después un lenguaje “demasiado llano”19, excesivamente natural, en otra novela de intriga, El creador. No obstante, el mismo crítico iba a destacar después su gran conocimiento de la técnica novelesca, su “desbordante fantasía” y la capacidad de “mantener el interés constantemente despierto” en el lector. Y un último botón de muestra. Ya en la década de los cincuenta, los redactores de Destino apuntarían, en una reseña sobre la novela de “Juan José Mira”, El secreto de Quick, las condiciones que iban a situarlo entre los cánones de la novela de intriga: Su ingenio, su don de intriga, la habilidad para subrayar con un trazo humorístico los perfiles de los personajes y sobre todo su estilo vivaz, rápido, certero y correcto le colocan entre los maestros del género.20

El tercer tipo de literatura luminosa que vamos a tratar, la novela de aventuras, sucesora de la novela bizantina, iba a centrar su argumento en el viaje, en el tránsito a través de países generalmente exóticos. Su poder de evasión fue, con toda seguridad, la causa de su éxito. A través de su presencia en Destino puede observarse que los cultivadores de este tipo de novelas son, además de viajeros empedernidos, periodistas, cronistas o escritores de “libros de viajes”. Su máximo representante será el catalán Manuel Bosch Barrett, traductor del inglés y del italiano, diplomático y viajero

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TEIXIDOR, JUAN, “La rebelión de los personajes, por Cecilio Benítez de Castro”, Destino, Barcelona, 1940, núm. 146, p. 9. 18 Ibídem. 19 L. M. B., “El creador, por Cecilio Benítez de Castro”, Destino, Barcelona, 1941, núm.195, p. 11. 20 REDACCIÓN, “El secreto de Quick, por Juan José Mira”, Destino, Barcelona, 1951, núm. 702, p. 24.

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impenitente Tres de sus novelas se vieron reseñadas en las páginas de crítica literaria de Destino: La extraña vida de Pierre Queroult (1942), Xavier o la isla de Imán (1944) y Pensión de Ultramar (1945). [61] En las tres reseñas, los críticos dan cuenta de la gran capacidad de observación y de la habilidad de Bosch Barrett para transmitir su conocimiento de tierras exóticas a través de un entramado novelesco suficientemente trabado. De La extraña vida de Pierre Queroult (Ediciones Ave, Barcelona, 1942), se dirá del autor que es un “observador perspicaz, provisto de sólida preparación, incapaz de caer en la visión anodina y superficial del turista de tarjetas postales.”21 Esa gran capacidad de descripción de Bosch Barrett será también señalada, años más tarde, en Xavier o la isla de Imán (Barcelona, 1944)22. Otros escritores que cultivarán este tipo de novela de aventuras serán Ricardo Baroja, con El Dorado (Eds. Pal·las Bastres, Barcelona, 1942); Antonio Alcalá López, con Bajo el cielo filipino (Juventud, Barcelona, 1943); Carlos Buigas, con Bajo las constelaciones (Bruguera, Barcelona, 1944); y, por último, el gran Bartolomé Soler, con Karú-Kinká (Lara, Barcelona, 1946). A excepción de Soler, transeúnte -como Luis Antonio de Vega- por los territorios del africanismo exótico, los tres autores primeros centran sus obras en la época colonial –algo muy propio de la retórica del régimen, elogiosa del pasado imperial de España-. En resumen, los críticos literarios del semanario valoraron que el texto tuviera la fuerza descriptiva suficiente como para transportar al lector bien a un territorio exótico y desconocido, bien a épocas lejanas. Un poder de evasión que, junto con la acción y una trama ágil y entretenida, consiguieran que el lector no se despegara del libro hasta la última letra. En cuarto y último lugar, contaremos con la novela rosa, género que entronca con la novela pastoril (desde las obras del autor clásico Longus, del siglo IV a. C. hasta las novelas pastoriles tardomedievales y la tradición bucólica restaurada durante el Renacimiento) y la tradición y mitos del amor cortés provenzal. El final feliz de una historia de amor heterosexual de una pareja que, para lograr su recompensa, pasará por infinidad de obstáculos, tuvo, desde su creación, un éxito de público arrasador (de 21

V. T., “La extraña vida de Pierre Queroult, por Manuel Bosch Barret”, Destino, Barcelona, 1943, núm. 288, p. 10. 22 REDACCIÓN, “Xavier o la isla de Imán, por Manuel Bosch Barret”, Destino, Barcelona, 1945, núm. 390, p. 15.

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hecho, todavía hoy día es uno de los tipos de novela que tiene mayores porcentajes de ventas). Las fórmulas y los esquemas de la novela rosa inglesa pasarían a constituir la esencia de la novela de folletín decimonónica, que, a su vez, repetiría dicha retórica hasta la saciedad. Durante el franquismo, va [62] a ser Corín Tellado la escritora más representativa del género, si bien su obra pertenece a un marco cronológico posterior al tratado en este trabajo. El público lector, especialmente el femenino -cuya voracidad lectora habían detectado ya los editores decimonónicos-, va a consumir este tipo de novelas, que Eugenio Nadal acertaba a describir, a propósito de Maleni (Juventud, Barcelona, 1940) de Cecilio Benítez de Castro, como obras de trama lineal y simple, personajes no demasiado profundos, capaces de mantener viva la intriga en el lector y con descripciones muy acertadas23. Caso de mayor altura literaria iba a ser la reedición de Clara (en La Rosa de Piedra, Madrid, 1940), de Francisco de Cossío, heredero de la mejor novela sentimental inglesa y francesa (en la línea, dirá Juan Teixidor, de Benjamin Constant o Pierre Fromentin). En ella, el lector tendría acceso a una “rigurosa línea de relato amoroso, sin estorbos y sin complicaciones innecesarias”, de “escasa anécdota” y cuyo “acierto estriba en la completa sumisión a unos módulos clásicos de la novela románticosentimental.”24 Si ya hemos observado dos posibilidades cualitativas en el cultivo de la novela rosa, Rafael Vázquez-Zamora nos iba a ofrecer el más bajo escalafón: o cómo las estructuras y el tono de la novela rosa más tipificada y zafia podían forjar un “engendro infraliterario de la peor especie”, escrito “con lamentable impericia” y “dulzona ramplonería”25, como en la novela Relato de un ciego (Imprenta Viuda J. Ferrer Coll, Barcelona, 1946), de Bienvenida Cuello, en quien deseaba el crítico andaluz una mayor dosis de autocensura al publicar sus textos. Como ha podido comprobarse, los géneros descritos en este apartado –la novela de humor, la policíaca, la novela de aventuras y la novela rosa-, pasan por el mismo proceso evolutivo –una y otra vez- a lo largo de la historia de la literatura: suelen permanecer en el panorama editorial, con más luces o más sombras, tienen un público

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NADAL, EUGENIO, “Maleni, por Cecilio Benítez de Castro”, Destino, Barcelona, 1940, núm. 158, p. 11. TEIXIDOR, JUAN, “Clara, por Francisco de Cossío”, Destino, Barcelona, 1940, núm. 167, p. 11. 25 VÁZQUEZ-ZAMORA, RAFAEL, “La vida de los libros”, Destino, Barcelona, 1946, núm. 492, pp. 18-19. 24

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fiel y contienen, en su propio código genético, la causa de su decaimiento. Es debido a características como las estructuras compositivas, las tramas ya preconcebidas, los personajes excesivamente tipificados o la retórica lingüística, que estos “libros de” de todos los siglos acaban agotándose, retorciéndose sobre sí mismos, por esta exageración de los principios que habían constituido su esencia. [63] No obstante, como aves fénix, renacen, una y otra vez, de sus cenizas, precisamente por los valores que buscaban en ellas los críticos literarios del semanario Destino: mantenían en vilo al lector (conseguían que su interés no decayera en ningún momento), la acción de la trama era ágil y viva, y estaban escritos siguiendo un modelo estilístico sencillo, accesible y espontáneo. Podría decirse que, en respuesta al fenómeno de la luminosa literatura y a la ausencia de grandes novelistas en el terreno nacional, el triángulo formado por el semanario Destino, la editorial homónima y el recién constituido Premio Eugenio Nadal (en 1944) buscaría un nuevo modelo de novela –que pudiera leerse rápido sin que ello implicara una escasa calidad literaria- y, en consecuencia, un nuevo modelo de lector. Desde nuestra óptica, el caso de Destino es la prueba fehaciente de que la responsabilidad de las ventas editoriales no recae exclusivamente en la demanda lectora, sino que, como decían los krausistas, el poder educador del gusto del público es – todavía hoy- una función histórica y de trascendencia sociocultural que comparten las industrias editoriales y el quehacer de los críticos literarios de este país. Exigirlo es tarea de todos.

BIBLIOGRAFÍA ÁLVAREZ PALACIOS, FERNANDO, Novela y cultura española de postguerra, Cuadernos para el Diálogo. EDICUSA, Madrid, 1975. BENÍTEZ CLAROS, RAFAEL, Visión de la literatura española, Rialp, Madrid, 1963. J. C., “La rueda. Novela de Francisco de Cossío”, Destino, Barcelona, 1940, 138, p. 8. “B. RUIZ SOTO” (A. ESPINA), “Literatura Industrial”, Destino, B., 1945, 425, p. 13. ESPINA, ANTONIO (“ARISTEO”), “La vida de los libros”, Destino, B., 1946, 450, pp. 1314. L. M. B., “El creador, por Cecilio Benítez de Castro”, Destino, B., 1941, 195, p. 11. MARTÍNEZ CACHERO, JOSÉ MARÍA, La novela española entre 1936 y 1980.Historia de una aventura, Castalia, Madrid, 1985.

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, “La vida de los libros”, Destino, B., 1947, 515, pp. 11-12.

_____________

, “La vida de los libros”, Destino, B., 1949, 609, pp. 16-17.

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